Cripy #10

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Eructorial

por Lubrio

Este número se merece un “muy bien 10, felicitado” y aunque cueste creerlo ya llegamos a la primera decena de Cripys virtuales. En este número regresan algunos autores que se habían tomado una licencia en la entrega anterior, pero la verdad es que estaban indigestados de tanto comer torta de cumpleaños y apenas podían levantar los lápices para dibujar una línea siquiera. Y también como ya es constumbre se suman nuevos artistas, lo que nos produce una alegría enorme, ya que eso significa que la revista sigue creciendo con cada entrega que realizamos. Ya estamos trabajando para una nueva Cripy en papel, con material inédito que podrás conseguir en la nueva entrega de Dibujados y a partir de ese día en próximos eventos de historietas que se presenten (y que nos inviten). Se termina el año y estamos pensando tomarnos unas vacaciones en el Mar Muerto donde la editorial tiene una casa de verano. Pero no queremos ir con las manos vacías, queremos llevarnos algo de trabajo para nuestro descanso, alguna ideas para discutir mientras vemos a los monstruos de la laguna comerse a algunos guonistas. Por momentos parece que ya hemos usado todos los monstruos posibles y existentes... ¿hay alguno que todavía no empleamos? ¿tenés algún ser aterrador favorito que todavía no visitó las páginas de Cripy? Si es así, nos mandás un mensaje a la página de facebook y nos contás que sustos aún no te dimos y los preparamos durante el verano. Más trabajo para vos, querido lector (te darás cuenta que este simulacro de participación es en realidad para pensar nosotros un poco menos)... ¿qué le agregarías a la revista? ¿juegos? ¿adivinanzas? ¿una sección fija de dibujos para colorear? ¿recetas de cocina? ¿hechizos de amor y maldiciones ancestrales?. ¡Queremos escuchar tus opiniones! ¿Nuevas secciones? A lo mejor querés algo más que historietas y cuentos. Contanos si querés que en Cripy aparezcan reportajes, recomendaciones de libros y películas, consejos para asustar a la tía que te despeina cada vez que viene de visita, investigaciones escalofriantes... No te vas a escapar tan fácil... sentate y seguí leyendo un poco más. Queremos que nos mandés más dibujos aterradores para el Museo del Lúgubre y también queremos ahora tus fotos. ¿Te sacaste alguna foto que pondría los pelos de punta la más valiente?, 4

mandala y nosotros la publicamos. ¿Cerca de tu casa hay un sitio tenebroso? ¡Sacale una foto y nos contás por qué te asusta tanto! Ahora no tenés excusa para decir que estás aburrido, cuando termines de leer este número de Cripy hay un montón de cosas que podés hacer para formar parte de la revista el mes entrante. Te damos un rato para que juntes fuerzas, leas tus historietas favoritas y pienses que vas a hacer primero para ayudarnos en los próximos números. Esperamos ansiosos recibir todas tus sugerencias y producciones en nuestra casilla de mensajes de facebook. No te olvides de cerrar la puerta del armario a la noche. No dejes tus pies destapados. Y ese muñeco de tu cuarto que parece moverse cuando no lo mirás... no lo dudes, se está moviendo de verdad. Buenos sustos, hasta la próxima.

Con esta ilustración, Juan Pablo Curia nos demuestra que los monstruos babosos y pelirrojos eructan desprejuiciadamente.


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Gente que da miedo... Segismundo, el descuartizador vagabundo

Dibujos: Montag - Color: Raspante - Textos: Lubrio

Si lo vez en una esquina y demasiadas moscas lo siguen, deberías sospechar de este siniestro personaje. Cuando acerques tu mano para darle una moneda... ¡Ya no tendrás tu mano para colocar de nuevo en tu bolsillo!


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PÁGINAS MACABRAS

Sugar Crush


Al igual que el resto de los chicos, Ramiro prendía su celular al salir de la escuela. No para corroborar si tenía un mensaje, tampoco para llamar a su casa, sino para jugar a Sugar Crush. Todos lo jugaban, desde los pequeños hasta los adultos… su abuelo era muy bueno, pero Ramiro era el mejor de la familia. Claro que no lo decía en voz alta porque no quería avergonzarlos. El juego no era muy complejo, sólo acomodar caramelos y golosinas iguales hasta que exploten y desaparezcan, pero había que ser astuto y hacer las combinaciones correctas para realizarlo en la menor cantidad de movimientos posibles. Se podía jugar en la computadora y también en los nuevos celulares, por lo cual podías estar todo el tiempo jugando. Quizás por eso Ramiro había repetido de grado, aunque no recordaba que le fuera tan mal en la escuela… pero allí estaba, de nuevo en sexto. Caminaba hacia su casa con la mirada perdida en la pantalla mientras acomodaba un caramelo con rayas rojas por acá y otro con envoltorio naranja por allá. Muy de vez en cuando concentraba su vista para corroborar que iba por el camino correcto. Pero se olvidó de hacerlo por cuadras, y al levantar la mirada no sabía bien en donde estaba. “En algún lugar doblé mal”, pensó. Unos pasos delante de él vio a una chica pintando un graffiti en la pared. Tenía el cabello oscuro casi hasta los hombros y el flequillo apenas por encima de las cejas. Una camisa cuadriculada atada a la cintura y unos jeans rotos. Miró a su alrededor y no vio a nadie más, ni siquiera había casas, sólo fábricas abandonadas… pero estaba seguro que había gente viviendo allí adentro y lo estaban observando. “Creo que esta es la zona peligrosa de la que mamá tanto habla…”, pensó Ramiro un tanto asustado. Su celular emitió un ruidito al explotar los caramelos que había puesto juntos. La chica lo miró con mala cara. -Este no es lugar para nenes… andáte a tu casa – le dijo agitando la pintura en aerosol – ¡Ahora! A lo lejos se escucharon unos autos que frenaban. La chica soltó la pintura y empezó a correr. Dentro de las fábricas, que no estaban tan abandonadas, se sintieron pasos apurados de personas que corrían a esconderse. Ramiro no sabía qué estaba pasando, pero sí sabía que lo mejor era volver a su casa cuanto antes. Frente a sus ojos el graffiti decía: el exceso de azúcar es perjudicial para la salud… A la hora de la cena sus padres comentaban las noticias del día. Parecía ridículo que alguien pudiera estar en contra del Sugar Crush, pero así era. Había un grupo de “delincuentes”, según decían sus padres, que querían sabotear el juego. Afirmaban que creaba una dependencia tan grande que debilitaba la mente, y como nadie los escuchaba optaron por cortar la energía eléctrica en diferentes sectores, cortar internet, sustraer celulares… cualquier cosa con tal de que dejaran de jugar. Pero no lo iban a conseguir, Sugar Crush era el pasatiempo de todos. Hacía tantos años de eso que nadie recordaba cuándo había empezado realmente a jugar. Los padres les enseñaban a sus hijos, y así de generación en generación. La vida parecía dividirse en jugar al Sugar Crush y realizar una que otra tarea como ir a la escuela o trabajar. El juego parecía no terminar nunca.

Solamente una vez se supo de un hombre que pudo finalizar todos los niveles, pero nadie lo había visto y se creía que era una leyenda urbana. Al grupo de rebeldes los llamaban “los edulcorantes” ya que su mensaje era: el azúcar en exceso es perjudicial para la salud… -Suerte que por estas zonas no hay de esos delincuentes – dijo la madre aliviada. Ramiro casi se atoró con el bocado de milanesa al recordar el episodio de aquella tarde. Prefirió no contar nada. Y pensar en esa chica lo hizo sonrojar. Aprovechando que su mamá había dejado de jugar para lavar la ropa, Ramiro se sentó a la computadora a intentar pasar el nivel 414 en el cual estaba trabado hacía más de dos semanas. ¡Esta vez sí lo tenía ganado, estaba acomodando y explotando los caramelos mejor que nunca! Cuando se concentraba de esa manera el mundo a su alrededor dejaba de existir, sólo estaban él y las golosinas de colores que se deslizaban por la pantalla. En su cabeza podía verlas antes de que aparecieran, y su música de calesita hipnótica lo transportaba lejos. Era como estar conectado a todas las personas que estaban jugando en ese momento, Ramiro las sentía y ellas a él. Sus preocupaciones, sus pensamientos… hasta sus recuerdos. Si encontraba a alguien que ya había jugado ese nivel sus recuerdos le decían que movimientos hacer para poder superarlo, y a su vez él ayudaba a otros a pasar niveles anteriores. De repente se vio terminando el Sugar Crush, pero no era él… sino los recuerdos de otra persona. Pero sintió miedo de seguir viendo, de saber que había más allá del juego… Estaba a un movimiento de terminar el nivel 414 cuando la pantalla del monitor se volvió blanca, y en lugar de los caramelos habituales apareció la frase que había visto pintar a esa chica: “el azúcar en exceso es perjudicial para la salud”. Escuchó a su padre quejarse, en la televisión aparecía el mismo cartel, y después de eso la energía eléctrica se cortó en todo el barrio. -¡¡¡Nooooo!!! – gritó Ramiro, tendría que rehacer todo el nivel. Salió a la calle con su teléfono celular, y empezó a jugar de nuevo. Otras personas hicieron lo mismo. -¡¡Mi teléfono!! ¡Me robaron mi teléfono! – gritó la nena de la casa vecina. Antes de que Ramiro pudiera apartar los ojos de la pantallita recibió un empujón que lo hizo caer. Cuando su mano llegó al suelo ya no tenía el celular. Lo único que pudo ver fue la tela cuadriculada de la camisa del ladrón. “La chica del graffiti”, pensó emocionado. Se levantó lo más rápido que pudo y salió corriendo en su búsqueda, le llevaba más de una cuadra de ventaja pero Ramiro era el mejor corredor de su clase de gimnasia. No era fácil perseguirla, corría veloz y se iba metiendo por diferentes atajos que Ramiro desconocía. Había vivido ahí desde que nació, pero de repente el barrio se transformó en un lugar extraño para él. Volvían a estar en “la zona peligrosa”, pero Ramiro hubiera jurado que estaba en la dirección opuesta. No pudo haber cambiado de lugar, ¿verdad? Edificios a medio construir. Fábricas cerradas. Montones de basura por acá y por allá. Las paredes pinta-

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das con graffitis en contra de Sugar Crush. De nuevo se sintió observado. Llegaron a un callejón y allí se detuvieron. -¿Querés tu teléfono? – preguntó la chica desafiante. En verdad no le importaba demasiado su celular. Quería hablar con ella pero no sabía que decirle. Era mayor que él y tan bonita que Ramiro sólo atinó a afirmar con la cabeza. La chica tiró el teléfono al suelo y le dio un pisotón. La pantalla se hizo añicos. -Todo tuyo… – le dijo – Es hora de dejar de jugar… Otra vez escuchó autos pero esta vez estaban más cerca. -Los hombres caramelo – dijo la chica asustada y corrió hacia los edificios a esconderse. Ramiro se quedó donde estaba con el celular destrozado en la mano. Un auto marrón con pintitas de todos colores se detuvo en la esquina, de él descendieron dos hombres. El más alto tenía un traje violeta, y las rastas de su cabello, a rayas rojas y blancas, caían tupidas sobre su espalda. El más pequeño llevaba un traje naranja a rayas blancas, y su cabello era de color verde. Ambos parecían caramelos del Sugar Crush convertidos en humanos. A Ramiro le hubiera encantado salir corriendo en ese preciso instante, pero la curiosidad no se lo permitía. Los hombres llegaron hasta donde el chico se encontraba. -¿Por qué no estás jugando? – preguntó el de rastas rojas y blancas. Ramiro no contestó, sólo abrió la mano y le dejó ver su celular destruido. El hombre metió la mano en el bolsillo de su saco y buscó algo. No era tan grande como para que revolviera tanto, pero lo hizo por unos minutos. Por fin extrajo un teléfono negro igual al de Ramiro. El nene se lo volvió a mostrar, su celular era blanco. El hombre caramelo hizo un gesto disconforme y volvió a rebuscar en su bolsillo. Extrajo uno de color blanco y se lo dio… ahora sí, era idéntico. -¿Viste a una chica de camisa a cuadros? – preguntó el de traje verde. -Se fue por allá – dijo Ramiro señalando en dirección contraria, no les diría la verdad. Los hombres se fueron sin decir palabras. Ramiro miró el teléfono que le habían dado, no sólo era igual, sino que hasta tenía el mismo sticker pegado en la tapita trasera. Por primera vez desde que los había visto bajar del coche, sintió miedo. A diferencia de otros días, Ramiro no prendió su celular al salir de la escuela. Sus compañeros ya estaban jugando apenas habían dado un paso fuera del aula de clases. A él, las ganas de jugar se le habían esfumado. Que dos tipos que parecían caramelos gigantes te persiguieran por estar en contra de un juego no podía ser bueno. Al pasar por la plaza camino a su hogar sintió que lo chistaban. En uno de los bancos estaba sentada la chica del graffiti. Esta vez llevaba su camisa a cuadros desabrochada, debajo de ella una musculosa blanca y los jeans ro-

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tos de siempre. Simulaba jugar en un teléfono apagado. -Me llamo Flor – dijo la chica – Gracias por lo de ayer… -Ramiro… y no es nada – contestó el chico y sonrió – ¿Podemos hablar del Sugar Crush? Hay algo raro en él, ¿verdad? Caminaron por la plaza, solo que ya no lo era. Ahora era un parque, con un estanque en medio, y flores violetas que lo rodeaban. El pasto era de un verde tan vívido que no parecía real. -¿Alguna vez te preguntaste donde va toda la energía que las personas concentran al jugar al Sugar Crush? ¿No te sentiste realmente agotado después de horas frente a la pantalla acomodando caramelos? – preguntó Flor – Bueno, creemos que esa energía alimenta “algo”, una especie de motor que mueve nuestro mundo… según las fluctuaciones de esa energía, el mundo que conocemos cambia. Como este parque, por ejemplo. Pero son suposiciones, nadie lo sabe realmente… -¿Y lo de los recuerdos…? – preguntó tímidamente Ramiro. -¡Muy bien! Sólo algunos notan eso y si lo notan después lo olvidan. En el momento de jugar te conectás con todas las mentes que también lo están haciendo. Compartiendo recuerdos, estrategias, pensamientos… hasta que un día nadie podrá pensar de nuevo por sí mismo, y seremos una gran mente. Perdiendo lo más importante, nuestra individualidad. Si todos pensamos igual, es más fácil dominarnos. -No quiero volver a ver ciertos recuerdos de mi maestra – dijo Ramiro, y ambos rieron - -Tampoco del hombre qué terminó de jugar al Sugar Crush… me asustó… Flor se detuvo al instante y lo miró con los ojos bien abiertos. “Tenés que venir conmigo… ¡ahora!”, le dijo la chica, y Ramiro era capaz de ir a cualquier lado que ella le ordenara. No sabía como hacía Flor para no perderse. Las calles cambiaban de dirección, los paisajes se tornaban distintos. ¿Como no lo había notado antes? Claro, a esa hora él solía estar dentro de su casa jugando, como estaba haciendo la mayoría de las personas en ese momento. Un par de veces vieron a lo lejos los coches de los hombres caramelo y se escondieron a esperar que se fueran. Aprovechando ese tiempo Flor le contó acerca del hombre que terminó el Sugar Crush: “Dicen que al terminar el juego la verdad te es develada. Él pudo verla, pero no volvió a hablar después de eso. Siguió jugando más que antes, noche y día… sin ni siquiera dormir. Su familia lo internó en un hospital, y allí lo encontramos mis compañeros y yo. Ahora está bajo nuestro cuidado. Pero sigue sin hablar con nadie. Si vos te conectaste con su mente una vez podrás hacerlo de nuevo y decirnos que vio… saber la verdad. Y una vez que la sepamos la haremos pública. Ya no van a usarnos como esclavos que no hacen nada más que jugar a su servicio…” Ramiro no tenía muchas ganas de jugar de nuevo, ni de saber la verdad. Estaba un poco arrepentido de no


estar cómodamente en su casa mirando la televisión. Pero por otro lado había llegado tan lejos… que retroceder ahora lo hacía sentir un cobarde. Caminaron entre las fábricas vacías hasta que entraron en una. Flor golpeó la puerta un par de veces y esperó. Alguien le habló desde adentro pidiendo la contraseña y ella contestó: “prefiero edulcorante”. Ramiro pensó encontrar un sucio galpón, pero se equivocó. Dentro era una casa como cualquier otra. Había algunas personas más haciendo cosas con total normalidad. Flor lo llevó a la habitación contigua. -Es él – le dijo, mostrándole a un hombre que podría ser su abuelo por la edad que tenía, estaba perdido en la pantalla de su tableta, jugando sin detenerse. El chico se sentó a su lado, sacó su teléfono celular y se puso a jugar también. Pasaron horas. Sentía los dedos entumecidos de tanto acomodar caramelos, parecía que la conexión no iba resultar esta vez… hasta que superó el nivel 450. Entonces lo vio todo. Quiso dejar el celular, ya no deseaba saber más… pero no pudo soltarlo. El mundo en el que vivía no era real. Ellos tampoco. Eran sólo engranajes de una máquina principal, encargados de proveer energía. Esa energía la generaban jugando a Sugar Crush… Flor y sus compañeros tenían razón. Cuando un engranaje no hacía su trabajo era reemplazado por otro que sí sirviera, los hombres caramelo se encargaban de ello. ¿Cuántas veces habría dejado de funcionar y fue reemplazado por otro parecido a él pero que no era él? Cómo su celular, idéntico pero no el mismo. Si dejaban de jugar, la energía dejaba de fluir… y el mundo que conocían se acababa. ¿Pero valía la pena seguir así ahora que conocía la verdad? Un recuerdo más, una última imagen le llegó desde la mente del anciano. Una combinación de caramelos casi imposible de hacer: armar dos bombas de color, conformada cada una por cinco caramelos iguales. La realizó… y una puerta se materializó delante de él. -¿Qué está pasando? – preguntó Flor asombrada al ver la puerta, Ramiro la tomó de la mano y le pidió que lo acompañara. Tras la puerta había una habitación. En ella dos hombres caramelo iguales a los que había visto antes y una mesa. En la mesa había un botón azul con rayas blancas. -Este es el premio por terminar el juego, bueno… en tu caso no lo terminaste pero ya viste la verdad y pudiste hacer la combinación – dijo el de traje verde a rayas blancas – Podés elegir entre ser reubicado y seguir jugando como hasta ahora… o apagar todo y ser… ¿libre? Los dos hombres caramelo rieron. -Es tu decisión – le dijo Flor y le apretó con más fuerza la mano en señal de apoyo. Por más que fuera reubicado tarde o temprano se enteraría de la verdad de nuevo. Quizás ya había pasado por eso antes, y eligió seguir jugando… o lo apagó todo y lo volvieron a encender. ¿Pero qué sería lo que estaba apagando? Ahora sabía el por qué estaba haciendo otra vez sexto grado… lo habían reubicado mal, él no había repeti-

do. Y no pensaba hacer sexto por tercera vez, pensar eso lo hizo sonreír. -¿De qué te estás riendo? – preguntó el de rastas rojas con frialdad. -¡Odio sexto grado! – dijo Ramiro y apretó el botón azul con todas sus fuerzas. La imagen se fundió en negro. El mundo de Ramiro había dejado de funcionar. -¡Mamá! ¡Mamá! – gritó la nena con desesperación. La madre subió las escaleras velozmente. “Se habrá caído de la cama!”, pensó. Su hija sería una de las únicas que se caía de la cama utilizando la consola de juegos. No se había caído. Estaba sentada en la cama con cara de enojo. -¡No anda! ¡Se rompió otra vez! ¡No puedo jugar! – dijo haciendo puchero. La madre intentó volver a prender la consola pero no pasó nada. -Los hombrecitos que hacen que funcione se habrán muerto… - dijo la nena con tristeza, y la madre se rió ante semejante ocurrencia. -No te preocupes, mañana le decimos a papá que la lleve a arreglar de nuevo… y vas a ver que los “hombrecitos” vuelven a su trabajo como siempre…

Texto: Verónica Roldán Ilustración: José Luis Gaitán

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No creas que te falta un tornillo, leer cripy todos los meses tiene efectos secundarios...


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