Cripy #11

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Eructorial

por Lubrio

Lo bueno y breve... es corto. Esa es la verdad. Penúltima eructorial del año y en un número más nos subimos al micro y nos vamos de vacaciones a asustar niños en la playa o en las sierras. Con el segundo número de Cripy en papel y los libros de Franco Salvatierra y Oveja Negra presentándose en diferentes eventos de historietas y en ferias del libro, no hay excusas para decir que no pudiste conseguirlos. Sobre el final del año seguimos incorporando artistas que se suman a la deliciosa tarea de provocarles escalofríos, en los meses de verano continuaremos invitando a muchos más y dejando las ventanas abiertas para que puedan colarse a la redacción. Seguimos esperando tus propuestas, fotos y ganas de ser parte de Cripy, te vamos a dar unos meses para que juntes material y luego nos envíes todo a nuestra página de facebook. Nos vemos en un mes, cerca de Navidad, con el mejor clima del año para aterrorizarlos. ¿Se portaron bien este año? O de lo contrario nuestros empleados de la sección “Niños Problemáticos” los visitarán en Nochebuena para darles los que se merecen... ¡Nuestras felicitaciones por ser un verdadero monstruo para sus padres! Nos vemos dentro de poco. ¡Disfruten de sus pesadillas y jueguen con ellas! Les aseguramos que no son tan terribles como parecen. Muchos hechizos y ropa elegante, pero este dibujo de Alejandra Jorquera nos demuestra que las brujas... no tienen modales.

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Gente que da miedo... Carlos mancero, el sepulturero

Dibujos: Montag - Color: Raspante - Textos: Lubrio

Estan bueno en su trabajo, que cuando no hay cadรกveres para enterrar... ยกร l mismo sale a generarlos! De esa manera logra ocupar sus tardes de aburrimiento.

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LA TORMENTA

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por Marcelo Mosqueira


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PÁGINAS MACABRAS


Duérmete niño, duérmete ya... Última noche de trabajo. Podía seguir unos años más si así lo quería, sin embargo prefería retirarse. Casi toda su vida la había dedicado a su trabajo, que por cierto, había sido excelente. Jamás un error, ni una noche libre… salvo, claro, la noche en que se casó. Sus hijos ya estaban grandes, no le vendría mal pasar más tiempo con su esposa. Durante cinco años consecutivos lo habían premiado como el mejor en su labor. Él amaba lo que hacía, sí “amaba”… tiempo pasado. Esperaba no tener sobresaltos y que la noche pasara rápido. El chico era inteligente, de esos que se encuentran poco. Le caía bien. En otras épocas hubiera sido un orgullo comérselo, hasta hubiera buscado la manera de hacerlo incumplir una regla, pero ahora quería que el chico viviese. Ya no era esa clase de monstruo. Se acomodó debajo de la cama como hacía todas las noches, no era un monstruo de roperos. El olor a desodorante y el algodón de la ropa le daba alergias. Una vez había tenido que esconderse en el ropero porque no había lugar debajo de la cama. Le había costado horrores contener los estornudos y la picazón en el cuerpo. No sólo por eso recordaba ese trabajo, sino por la niña que tenía que asustar. Lo había fascinado. Aún más valiente que el chico que asustaba ahora. Una noche la pequeña se metió en el ropero con una linterna en la mano, esperándolo. Cuando llegó le dijo con voz firme: “nunca romperé ninguna regla, no vas a poder comerme… ya no pierdas tiempo”. Le guiñó un ojo y le dio una palmadita en la espalda. La niña tenía razón, se despidió de ella, le deseó lo mejor y se marchó. Nadie les enseña las reglas a los niños, nacen sabiéndolas. Al crecer se las olvidan, igual que a sus monstruos. La manera de mantenerse a salvo durante la infancia no es compleja, pero hay que estar atentos: dormir siempre con una luz encendida, con los pies tapados, no bajarlos al piso sin corroborar antes que no haya nada debajo de la cama, cerrar las puertas del ropero, y en lo posible conseguir un guardián que vigile tus sueños: los mejores son esas criaturas horribles y endemoniadas a las que los humanos llaman gatos. Los monstruos les temen a los gatos. Se quedó quietito debajo de la cama, notó como

el colchón se hundía al acostarse el niño y las luces se apagaron. ¡No podía creerlo! ¡No había encendido la luz de protección! Su deber como monstruo era devorarlo de un mordisco, lamentaba hacerlo… mas eran las reglas y él nunca, nunca, había desobedecido ninguna. Subió a la cama de un salto y la luz de una linterna le iluminó el rostro. A continuación las luces se encendieron. Estaba atrapado. Permaneció sentado en la cama mientras una mujer adulta lo miraba. No había rastros del chico. Sólo estaba ella. El monstruo jamás se había cruzado con un adulto, a veces les veía las pantorrillas por debajo de la cama cuando venían en socorro de sus hijos. -¡Hola! – dijo la mujer – soy Eugenia, la mamá del chico al cual asustás. -Deberías tenerme miedo – dijo el monstruo, aunque era él el que estaba asustado. No sabía cómo actuar, en el manual no explicaban qué hacer con un adulto. -¿No podés hacerme nada mientras siga las reglas, verdad? La mujer tenía razón. Y no, no le tenía miedo, al contrario se la veía fascinada ante su descubrimiento. Miró con detalle el pelo verde a rayas celestes del monstruo y se atrevió a tocar la especie de flequillo también de color celeste que le caía sobre el rostro… casi tapándole los ojos. El monstruo retrajo los grandes dientes y esbozó una sonrisa al sentir el contacto de la mujer. -¿Dónde está el chico? – preguntó el monstruo. -Se fue a pasar la noche en la casa de su padre… ya sabés, recién separados – contestó Eugenia con cara un poco triste. El monstruo asintió. Claro que sabía. Pasaba bastante seguido, a los monstruos inclusive. -Me dijo antes de irse que era tu última noche, que no te dejara solo… y acá estoy. Me hizo repetir las reglas tres veces para asegurarse que las recordaría… Sin dudas era una familia muy particular. La noche anterior, el chico había hablado con él, lo había enfrentado… seguir no tenía sentido. Lo que lo asom51


braba era la actitud de la madre, los adultos no creían en los monstruos… por ende no los veían por más que los tuvieran delante de sus ojos. Y se olvidaban de todas las reglas. Ella era especial. -Siempre quise ver a uno de ustedes, supongo que habré tenido uno de niña también pero no lo recuerdo… -Cuando amanezca y me vaya… vas a olvidarme. -¿Y por qué debés irte cuando amanezca? ¿Qué sucede? – preguntó la mujer -No lo sé, debo hacerlo… son las reglas – respondió -¿Quién las inventó? -Tampoco lo sé, pero las reglas hay que cumplirlas sin cuestionarlas. Para eso están. – afirmó el monstruo con seriedad, aunque el movimiento de su colorido pelo y su cuerpo rechonchito lo hacían ver gracioso. No se veía terrorífico a la luz. Eugenia rió con tantas ganas que se atoró y empezó a toser. -Lo importante es hacer lo correcto, se cumplan o no las reglas impuestas – le dijo la mujer. – ¡Ahora vengo, no te vayas, eh! Salió a paso apresurado de la habitación. El monstruo se quedó sentado, era la noche más extraña de su vida. Por una vez no tenía idea de lo que ocurriría, ni sabía qué reglas aplicar. Entró a la habitación un gato gris de pelo corto, bufó con furia a ver al monstruo quien dio un salto hacia atrás cayéndose de la cama. -¡¡Fuera asqueroso engendro!! ¡Fuera! ¡¡Fuera!! – gritaba aterrado mientras movía las manos queriendo, inútilmente, espantarlo. La mujer llegó corriendo, agarró al gato y lo sacó rápidamente. -¿Estas bien? – le preguntó al monstruo. Él asintió con la cabeza, se acomodó el flequillo de los ojos y se volvió a sentar en la cama. Eugenia llevaba en la mano un bloc de hojas y lápices. -Esta noche vas a ser mi modelo – le dijo al monstruo. Acomodó su largo cabello enrulado hacia un costado y tomó una de las hojas. Era una mujer bella y muy vivaz. Mientras lo dibujaba le contó que era ilustradora de cuentos infantiles. En muchas ocasiones había dibujado monstruos, pero esta vez haría uno real. Estaba muy entusiasmada. Lo hacía acomodarse de maneras diferentes y seguía dibujando. Pasaron horas, y las hojas con retratos del monstruo se iban apilando a su lado. -Contáme, algo – le dijo Eugenia – tendrás 52

cientos de historias… El monstruo se quedó pensando, no le estaba permitido hablar con humanos sobre su trabajo, tampoco le estaría permitido posar para que lo dibujen, pensó. “Mi padre”, comenzó a contar, “era el mejor monstruo asustador. Era tan bueno que los chicos se morían del miedo antes de que los devorara. Fue premiado toda su carrera, y los demás monstruos le pedían autógrafos y se sacaban fotos con él. Lo invitaban a eventos especiales que hacían en su nombre. Entre el trabajo y sus obligaciones estaba casi todo el tiempo fuera de casa. Yo era pequeño y lo acompañaba a donde podía. La última noche que lo vi me dijo que no hacía falta que siguiera sus pasos, que podía hacer lo que quisiera. Ahora que lo pienso, se lo notaba algo cansado. Se fue a trabajar y no volvió más. Estaba con un caso complejo, el chico no se asustaba fácilmente y él no podía permitirse algo así. Cada vez volvía más tarde, casi a punto de que amaneciera. A la semana perdieron las esperanzas de que volviera y lo dieron por muerto, seguramente se lo habría llevado el amanecer… Intenté ser tan bueno como él, pero no pude serlo. Y ahora estoy cansado de pretender ser alguien que nunca fui… no soy mi padre… Esta era mi última noche, no sólo con tu hijo… sino con el trabajo. Me retiro…” Eugenia dejó de dibujar y se acercó al deprimido monstruo, le tomó las manos entre las suyas, podía sentir el filo de sus garras por más que las tuviera guardadas. Sintió pena por él. -Hacé lo que tengas ganas… no pierdas el tiempo… - le dijo Eugenia, le guiñó el ojo y le dio una palmadita en la espalda. Esto le trajo recuerdos al monstruo. “No pierdas el tiempo” le había dicho aquella nena dentro del ropero, la nena más increíble que había conocido… ¿acaso podía ser? -¿Sos vos? ¿Sos la nena del ropero?? – el monstruo se abalanzó sobre la mujer haciéndola retroceder, con el rostro casi pegado al de ella la olfateó. Un monstruo jamás olvida como huele cada niño, pero claro, ella era una adulta. Muy por debajo aún pudo sentir su esencia. – ¿Te acordás de mí? Me esperaste dentro del ropero con una linterna… como la que usaste esta noche. Eugenia se quedó pensativa. Empezaba a recordar, aunque inconscientemente jamás lo había olvidado. Se dirigió a la biblioteca y tomó uno de los libros ilustrados por ella. Uno de los dibujos mostraba una nena y su monstruo del ropero… no era tan diferente al monstruo verdadero que tenía delante de ella.


Sólo que no tenía el flequillo gracioso y sus piernas tenían rayas violetas. -Creo que somos nosotros, nos dibujé en esta historia… sin darme cuenta. -Sí… en ese tiempo usaba esas ridículas medias rayadas – el monstruo se sonrió. El resto de la noche se la pasaron hablando, Eugenia le contó sobre ella, de lo especial que había sido su padre, le había enseñado a ser libre y a tener, siempre, una mente abierta ante la vida. El monstruo le mostró fotos de sus hijos cuando eran chiquitos. Tomaron té y comieron galletitas. No faltaba demasiado para que amanezca cuando Eugenia bostezó y se fregó los ojos. -Debería dormir un poco – dijo la mujer -En un ratito me voy… me alegra haberte visto de nuevo – dijo el monstruo – No me olvides. Eugenia negó con la cabeza y se acostó. Estaba tan cansada que rápidamente se quedó dormida. El monstruo podría haberse ido a su casa, pero no lo hizo. La observó por unos minutos, dormía con los pies tapados y la luz del velador encendida. El monstruo salió de la habitación, recorrió la casa, se detuvo a mirar las fotos que decoraban una de las paredes del living. Eugenia con su hijo, sola, con su ex marido, con sus padres. La foto que estaba con sus padres le llamó la atención, el hombre le resultaba familiar, se acercó lo más que pudo para observarla, había algo en su mirada que le recordaba a su propio padre, a diferencia de que era un humano y no un monstruo. Hasta el saco de su traje, negro con finas rayas rojas, igual que su pelaje. ¿Podía ser acaso? ¿Su padre transformado en humano? Entonces Eugenia… ¡sería su hermana! Corrió a contarle, la despertaría y le diría que de alguna manera, no sabía cómo… su padre se había convertido en humano, se había casado con una mujer y la habían tenido a ella. Quizás no había muerto como él creía. Pero cuando llegó a la habitación la encontró totalmente a oscuras. La lamparita del velador se había quemado. Cuando estiró la mano para despertarla sus garras se liberaron. Las reglas… debía seguir las reglas. Eran parte de él y no había manera de que las ignorara. Abrió la boca para llamarla, pero sus dientes crecieron… listos para atacar. No quería hacerlo, Eugenia le agradaba, y si su teoría era acertada, era parte de su familia… En la oscuridad de la habitación volvía a ser el terrorífico monstruo que, al igual que su padre, podría matarte del susto. Su pelaje había perdido su brillo, sus ojos simpáticos ahora helaban la sangre. En dos grandes bocados devoró a la mujer…

Se sentía muy mal por lo ocurrido. Si tan sólo hubiera hecho lo correcto, Eugenia estaría viva. Ir en contra de nuestra naturaleza, a veces, es imposible. El gato gris entró a la habitación y se abalanzó sobre él. El monstruo aulló y se sacudió intentando sacárselo de encima. Se le había sujetado con las uñas a la cara mientras le daba mordiscos. Desesperado, el monstruo chocó contra el ropero, las paredes y el escritorio. Con el gato aún prendido de su cara llegó hasta el living. Por el vidrio de la puerta principal empezaron a entrar los primeros rayos de sol, había amanecido. Por fin el gato lo soltó, como si supiera (seguramente así era porque los gatos saben muchas cosas) que había llegado su final. El monstruo estaba seguro que moriría. Se lo llevaría el amanecer igual que a su padre… Sintió un dolor punzante en todo el cuerpo, después un hormigueo, la cabeza le daba vueltas, la panza le hacía ruidos raros. Una luz brillante lo envolvía por completo. Y unos segundos más tarde, todo terminó… Se miró las manos, ya no eran peludas aunque algo de vello tenían sobre la piel. Caminó hasta el espejo más cercano para observar su nuevo rostro. Un rostro humano. El monstruo había muerto, pero él seguía vivo y tenía una nueva oportunidad… como la tuvo su padre. Más allá de todo estaba feliz, ahora podría ser quién el quisiera.

Textos: Verónica Roldán Ilustrción: Nahuel Sagarnaga

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De TeJorh!

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Ya terminaste de leer la cripy. ahora nada mejor que dar un paseo con tus amigos...


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