Eructorial
por Lubrio
Con un pie en las vacaciones escribo la eructorial final del año. Ya una docena de números circulan por la web y además de las enorme alegrías que nos produce la Cripy, sobre fin de año nos regaló unas más para ampliar nuestra felicidad. Uno de los jardines de infantes que visitamos utilizó la historieta que se generó en la visita de Cripy en su escuela para participar de un concurso. Es así que BRUNO Y LA MASCOBESTIA, historieta realizada por la sala de Franco del jardín Nº 3 de San Telmo, fue seleccionada en el “Premio Casco Histórico en la Escuela” y fue exhibida en el Museo de la Ciudad. Como si fuese poco nos invitaron a llevar el segundo número en papel a la Feria del Libro Infantil de la Plata y salió un nota sobre nosotros en la revista de Educación “Sacapuntas”. Y antes de Navidad, las autoridades de la Alianza Francesa confirmaron para el mes de abril del año entrante una exposición de Cripy en su sede de Palermo. Luego de todo esto debimos agrandar las puertas de la redacción pues no pasábamos de tan hinchados de orgullo que estábamos. Si encima Papá Noel nos trae el juego de lápices acuarelables de 60 piezas... nos van a borrar la sonrisa del rostro para Pascuas aproximadamente. Pero también te pedimos disculpas si estabas esperando la revista para antes de Navidad, trabajar con fuerzas oscuras trae sus problemas. El departamento de seres endemoniados conjuró por error unos duendes aspiradores, que no sirven para succionar la mugre como ellos pensaban... absorven cualquier cosa. Y fue por culpa de esos pequeños engendros que primero nos quedamos sin electricidad, luego sin agua, más tarde sin ganas de trabajar y por último sin oxígeno. Es una suerte que los dibujantes de Cripy son zombies desde hace varios años y trabajan sin necesidad de todo esto... pero sin energía eléctrica, nuestras computadores no funcionaban. Esa es la explicación de la salida tardía de este ejemplar. Desmentimos rotundamente que de los 50 duendes materializados, sólo pudimos capturar 7 y los otros 43 se desparramaron por Buenos Aires y otras provincias provocando cortes de luz y otros desmanes... por favor le echan la culpa a las empresas correspondientes y no a nosotros. Nadie nos vio, nadie puede probarlo. Y empiezan las despedidas, los abrazos y el brindis. Muchos de nuestros artistas ya están de vacaciones (algunos desde Julio, pero esa es otra historia) 4
y otros comenzaron a subir a sus escobas, montar sus unicornios o hipogrifos rumbo a su descanso. Salvo Pedro (el de los duendes) que partió a su descanso eterno por lo que hizo... hay cosas que nos ponen de muy, muy mal humor. Leé esta Cripy despacio o muchas veces, pero no vas a tener otra hasta marzo del 2014. Estás avisado, no llores. ¿Nos vas a esperar o te vas a ir con el primer monstruo que pase por tu ventana? Confiamos en vos. Nos vemos en unos meses y esperamos que vengas a la muestra de Abril para que nos conozcas en persona, vamos a llevar máscaras de gente normal para que tus papás no salgan corriendo al vernos. Gracias por estar siempre ahí. De verdad, gracias.
¡Feliz año nuevo!
Estado de eructo furioso y metamórfico de Gustavo Lucero luego de 10 días sin luz, sin agua y encerrado en un cuarto con 25 gatos.
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CONTINUARA... 16
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Gente que da miedo...
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Sanata, el
hombre
rata
Los vecinos afirman que es un mito, que en realidad nunca existió... pero los más viejos en el barrio opinan lo contrario. Juan era un humilde trabajador que se perdió en las cloacas de Lanús. Desde ese día cuando una cuadrilla de empleados baja a repararlas, nunca regresan todos los operarios. ¡Buen provecho Juan!
Dibujos: Montag - Color: Raspante - Textos: Lubrio
Juan
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TOPATI
por Brian Janchez
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PÁGINAS MACABRAS
JO JO JO En un rato llegarían los primos y los tíos. En un rato la casa ya no sería ese lugar tranquilo y silencioso, donde mamá cocinaba y papá iba corriendo a buscar algo que se habían olvidado de comprar. Mamá antes se la pasaba escuchando música navideña, empezaba junto con diciembre, y el 24 era aún peor… desde que pasó aquello, ya no volvió a hacerlo. Ahora Agustina extrañaba esa costumbre aunque antes la molestara un poco. A Agustina lo que más le gustaba de la Navidad era comer. A toda hora había comida rica en la casa, y se llenaba la panza hasta no dar más. Su mamá le decía que sería la única nena que no estaba contenta con la llegada de Papá Noel… porque no lo estaba. Le tenía una gran desconfianza. ¿Por qué alguien desinteresadamente le llevaría regalos a los chicos de todo el mundo? Había algo raro en eso. ¿Cómo llegaba tan rápido a todos lados? ¿Por qué estaba tan abrigado si en esta parte del planeta es verano? -Porque viene del polo norte, Agus – le decía la mamá -Pero cuando llega acá… ¿no se muere de calor? -No, porque es un ser mágico – volvía a argumentar la madre con paciencia -Entonces… tampoco debería sentir frío. ¿Lleva el abrigo para ocultar algo? Su mamá cansada solía levantarse e irse porque no importaba la respuesta que diera, Agustina siempre encontraba la manera de refutarla y hacer una nueva pregunta. En algo estaba de acuerdo con su madre, era un ser mágico, pero no un gordito bonachón que reparte juguetes sin esperar nada a cambio. ¿Y qué era eso de dejarles carbón a los chicos que se portaban mal? Todos los años al llegar diciembre surgía el mismo tema. Hasta que Agustina sugirió que alguien debería enfrentar a Papá Noel y ponerle fin a la situación. -¿Y quién va a encargarse de los regalos en Navidad? – preguntó la madre. -Los padres… - contestó Agustina. Recordar aquellas conversaciones la hacían sonreír. Su madre se sentó justo enfrente de ella, se sacó el delantal y lo puso en la silla contigua. Se la veía cansada y a diferencia del año anterior, Agustina
notó que el paso del tiempo la estaba afectando. Podía verle unas cuantas canas en el pelo, arrugas finitas debajo de los ojos. La señora miró la silla donde había dejado el delantal y se entristeció. Otra de las cosas que Agustina odiaba de las fiestas, era imposible para los adultos no angustiarse por aquellos que ya no estaban. “El síndrome de la silla vacía”, así lo había bautizado. Su papá también estaba cambiado, había echado más panza y su frente estaba creciendo, muy pronto ocuparía toda su cabeza. Se quedó en silencio, observándolos. Disfrutando ese momento como todas las vísperas de Navidad. El timbre sonó, al abrir la puerta entraron corriendo sus primos más pequeños; la tía Marcela que se abrazaba a mamá a la medianoche y la acompañaba en su lloriqueo; el tío Ricardo que para esa hora ya había tomado demasiado, pero era gracioso y a Agustina le divertían sus chistes. Los primos más grandes ya no venían, se habían casado y formado su propia familia. Agustina seguía igual, no había crecido ni un centímetro. Tenía el vestido azul y el cabello oscuro atado en una cola, tal cual su madre la había obligado aquella noche. “Nada de pantalones hoy”, había dicho. Todos cambiaban menos ella, ni jamás lo haría. No después de lo ocurrido… -Nada de pantalones hoy – dijo su madre. No le quedaba otra opción que aceptar la orden. Por tercera vez en el día escuchaba el mismo CD de música navideña. Agus iba a quejarse, pero a su mamá le gustaba tanto que se quedó callada. “Es sólo una vez al año”, pensó. Mientras su mamá le terminaba de arreglar el lazo del vestido azul, Agustina volvió a hablar. -¿Papá Noel deja los regalos a la medianoche cuando salimos a mirar los fuegos artificiales y saludar a los vecinos, no? -No empieces con ese tema, Agus… -¿Qué pasaría si nos quedáramos adentro? – preguntó la niña. -No recibirías regalo, porque Papá Noel se iría… -No me importa el regalo. Pero si no quiere 51
que lo vean por algo debe ser. ¿Sabías que muchos chicos desaparecen en Navidad? Lo leí en… -¡Basta! Y no hables de eso frente a tus primitos, los asustás – exclamó la madre mientras le ataba el largo cabello en una cola – ¡Listo! Estás hermosa. Intentá disfrutar el momento, hija… En el living sus abuelos miraban la televisión, y sus primitos correteaban ruidosamente, ansiosos por la llegada de Papá Noel. De alguna manera, Agus también lo estaba… esa noche lo enfrentaría. El plan era perfecto, al menos en la mente de una nena de nueve años. La espera se le hizo eterna hasta que por fin llegó la medianoche. Los adultos brindaron, se abrazaron y se emocionaron, bueno... el tío Ricardo siempre se emocionaba pero Agus creía que era efecto de empezar a brindar antes de la cena. En unos minutos más saldrían a la calle a desearles felicidades a los vecinos, a aquellos que durante el año no soportaban. Agus aprovecharía la distracción para escabullirse y volver a entrar. Lo hizo tal cual lo planeado. Una vez dentro notó que debajo del árbol había dos regalos con los nombres de sus primos. No había nada para ella. ¿Ya se habría ido? ¿Tan rápido? Sintió un ruido proveniente de su habitación. Tomó el cuchillo más grande que encontró en la cocina, ese que mamá no le permitía agarrar porque tenía demasiado filo y lo consideraba peligroso. Con sigilo se dirigió a su cuarto. Allí estaba, hurgando en sus cosas. No se parecía en nada al gordito vestido de rojo que adornaba las latas de gaseosa. Tenía una barba sucia y enmarañada, un abrigo andrajoso que le llegaba hasta las rodillas, por debajo de él asomaban unos pantalones igual de mugrientos. En el suelo estaba su bolsa de regalos, tan sucia y oscura como el abrigo mismo. Algo se movía dentro de ella. A su lado, custodiándola, había dos duendes pequeños y deformes que cuchicheaban entre ellos y reían. Cada tanto uno empujaba al otro, se pegaban un rato y reían más fuerte. Agus escondió el cuchillo detrás de su espalda. -No deberías estar aquí, niñita – dijo el viejo al verla parada en la puerta de la habitación. Sonrió, sus dientes eran puntiagudos y amarillentos – Este año no te portaste bien, así que en lugar de un regalo te daré… El viejo señaló la bolsa, lo que estaba moviéndose se quedó quieto. Agus estaba segura de que era un niño. La bolsa se contrajo un par de veces hasta que el bulto dentro de ella desapareció. Se abrió sola, y como si estuviera viva escupió un trozo de carbón. A 52
continuación salió de ella una esfera luminosa, el viejo la tomó y la colocó dentro de su abrigo. Instantes después, a Agus le pareció que había rejuvenecido un poco. “Las almas de los niños lo alimentan, son sus cuerpos convertidos en carbón lo que les da a los que se portan mal”, pensó Agus. -Creo que necesitaremos más carbón, – dijo uno de los duendes con malicia – los chicos cada vez se portan peor… Agustina no lo pensó dos veces. De un salto se abalanzó sobre Papá Noel con el cuchillo firme en la mano, pero antes de que lograra clavárselo los duendes la tomaron de los pies y la arrastraron hacia atrás. Sólo logró arrancarle los botones del abrigo, el cual se abrió dejando su panza al descubierto, en ella se movían pequeñas manos empujando por salir. Uno de los duendes quiso sacarle el cuchillo pero perdió unos dedos en el intento. Se agarró la mano herida y gritó. -¡Jo jo jo! – exclamó Papá Noel. No sonaba como la risa simpática que se escuchaba en las películas sino que parecía el bufido de un animal antes de devorar a su presa. Por más que pataleó, los duendes consiguieron meterla dentro de la bolsa. Al fin y al cabo, Agus tenía razón… Papá Noel era un ser malvado, llevaba regalos para acercarse a los niños y devorar las almas de unos cuantos una vez al año. Seguramente eso lo mantendría con vida y lleno hasta la próxima Navidad. Era una lástima que no podría contárselo a nadie ya que en unos minutos más sería un trozo de carbón. El calor dentro de la bolsa era insoportable, mientras más se movía más se sofocaba. No veía ningún regalo allí adentro, pero era mucho más grande de lo que se veía por fuera. Respirar se le hacía cada vez más difícil, no iba a aguantar más tiempo. Lograría matarla pero no tendría su alma. Antes de respirar una vez más, Agus usó todas las fuerzas que le quedaban y le hizo un enorme tajo a la bolsa con su cuchillo. “Mamá estaba acertada… era muy filoso”, y ese fue su último pensamiento. Su cuerpo sin vida cayó fuera de la bolsa. -¡¡¡Noooo!!! – gritó el viejo – ¡Estúpidos, estúpidos gnomos! ¡¿Cómo no le sacaron el cuchillo?! De una patada hizo volar a ambos por los aires. Deseaba el alma de la niña más que ninguna otra… y la había perdido. Y allí estaba de nuevo Agustina, con su vestido azul con lazo en la cintura, el pelo atado en una
cola y el cuchillo en la mano. Desde su muerte volvía como fantasma cada Nochebuena con el único propósito de acabar con Papá Noel. Había visto como sus primitos se convertían en adultos y formaban sus propias familias, y como llegaban primitos nuevos; había visto envejecer a sus padres, había visto sillas que se quedaban vacías por parientes que ya no estaban. No lamentaba haberse enfrentado a Papá Noel esa noche en que la mató, sin embargo sentía mucho el dolor que le había provocado a sus padres. Diez años transcurrieron de su muerte. Los primeros años ni siquiera había podido hacerse visible frente a él. No se aprende a comportarse como fantasma de un día para el otro, y como ella volvía solamente una vez al año, se le hacía aún más complicado. Volvía con el arma que se había marchado. Era un buen cuchillo, pero a veces deseaba haberse muerto con un arma más poderosa, algo más parecido a un cañón. Los siguientes años había logrado aparecerse sin hacer contacto. Papá Noel se burlaba de ella: -Fantasmita… ¡ahora puedo verte pero no podés tocarme! Y los años fueron pasando… Agus sabía que detrás de la burla había cierta inquietud porque cada vez lo acompañaban más de sus gnomos. Las últimas navidades se había limitado a practicar reforzar sus poderes de fantasma. Se sentaba en la que fuera una vez su silla y observaba como le dejaba regalos a sus nuevos primos pequeños. A veces dejaba que la vea… otras no. Este año estaba preparada, sabía algunos trucos para atacarlo, y lo más importante, había descubierto como se movilizaba tan velozmente. Los renos no existían, eran otra gran mentira como casi todo lo referente a él. Viajaba a través de los árboles navideños, actuaban como portales que lo llevaban de una casa a la otra. Las que no tuvieran árbol estaban fuera de peligro. Agus estaba lista para cerrarle, literalmente, la puerta en la cara. Llegó la medianoche. Las copas se alzaron. Fuera se escuchaban los ruidos de la pirotecnia. Sus padres se abrazaron y antes de que su madre se pusiera triste, Agus se concentró e hizo encender el equipo de música con su pensamiento, el CD de villancicos preferido de su mamá empezó a sonar. Al principio la mujer se sorprendió, pero luego empezó a reír. -¿Te acordás? – le dijo al papá de Agus – ¡Cómo odiaba Agustina este CD! Me amenazaba con escondérmelo. Hacía tantos años que no lo escuchaba… Y aunque sus padres no podían verla, sabían que ella estaba ahí…
Su familia salió a la calle como siempre. Papá Noel llegó con cinco gnomos, a uno le faltaban unos dedos de la mano. Dejó los regalos y observó. -¿Dónde estas fantasmita? – preguntó en tono burlón el viejo. -Detrás tuyo – contestó Agus y de un cuchillazo cortó la base del árbol que cayó estrepitosamente al suelo – Estás atrapado… Agus se concentró aún más que antes, los tenedores y cuchillos que habían quedado de la cena volaron desde la mesa hasta los cuerpos de los gnomos. -Somos sólo vos y yo – dijo Agus al viejo – lo nuestro se termina esta noche. Y por primera vez, la niña notó terror en los ojos del malévolo ser…
Texto: Verónica Roldán Ilustración: Delcar
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De TeJorh!
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tienen que mantener al monstruo bajo la cama, en marzo volvemos...