Cripy #14

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Eructorial

por Lubrio

¿Descargaste este número hoy? ¡Sin perder tiempo buscá un almanaque! ¡O fijate en la computadora, o en tu teléfono... o preguntale a tus papás! Si te dicen que todavía estamos en abril podés salir corriendo a la Alianza Francesa de Palermo, en Billinghurst 1926 y deleitarte hasta que se te derritan los ojos de tanto placer con la muestra de Cripy. Si te dijeron que ya es mayo... mala suerte. No llores, hay cosas peores, te lo aseguramos. Ahora vas a tener que esperar hasta el año entrante en que hagamos otra muestra. ¡No digas que no te avisamos! ¡Lo publicamos hasta en la sopa de culebras de la bruja que trabaja en el archivo! No pongas esa cara porque no vas a enternecernos, ni a nosotros ni a las autoridades de la Alianza. La muestra se terminó. Punto. Pero tenés de nuevo un montón de páginas de Cripy para leer en la compu. Nuevas historias y algunas que se repiten... y te queremos contar por qué. En el número anterior estábamos tan emocionados con nuestro evento que vivíamos en una nube de felicidad y cuando uno vive en una nube no se fija en los detalles, ni tampoco en si se saltea una página de historieta. ¡Qué papelón hicimos! Nos salteamos una página de El Espíritu Willy, por eso en este número lo publicamos completo y con una página extra para evitarte el daño emocional del mes pasado. Somos más buenos que el arroz integral. Todavía seguimos esperando tus dibujos, tus

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fotos para asustarnos y tu dinero... bueno, ese no lo mandes si no te parece. Esperamos noticias tuyas y te dejamos una Cripy hecha con lo más ponzoñoso de nuestros negros corazones de monstruos. Nos vemos en un mes. ¡Buenas pesadillas esta noche!

Por culpa de estos eructos vampíricos, Guada no pudo hacer su dibujo para la contratapa... ¡Una estaca por favor!


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CONTINUARA...


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PÁGINAS MACABRAS

La niñera de Verónica Roldán

Mientras papá y mamá se arreglaban para salir, Melisa y Valeria miraban por la ventana. El cielo estaba oscuro, no sólo por la hora sino que se avecinaba una tormenta. -¿Viene a cuidarnos la señora Rosa, mamá? – preguntó Valeria, la hija mayor. La señora Rosa había sido su niñera las últimas dos veces que sus padres habían estado fuera de casa, era una mujer mayor, de grandes gafas y expresión seria… no era para nada divertida. -No, está enferma… tendrán niñera nueva – contestó la mamá. Melisa, la menor con cinco años, pensó que quizás eso fuera mejor. No podría tocarles alguien más aburrida que la señora Rosa, además le daba un poco de miedo… como muchas cosas más. Melisa era de asustarse demasiado. La oscuridad, las tormentas, la señora Rosa… era de noche y en el cielo se veían los primeros relámpagos, dos de tres no estaba tan mal. Tocaron timbre. Mamá fue a abrir la puerta. Allí parada una mujer más pequeña y joven que su anterior niñera. A las niñas les llamó la atención como iba vestida, pantalón oscuro, camisa, saco y corbata… como si fuera un hombre, pero la ropa le quedaba bien entallada y la hacía más bonita de lo que era. En su mano llevaba un gran paraguas negro. -Quizás sea como Mary Poppins – le dijo Valeria a su

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hermana, recordándole una de sus películas preferidas para animarla un poco. La tormenta que llegaba la tenía incómoda. Ambos padres se despidieron de las chicas, les pidieron que se portaran bien y, ante la carita asustada de Melisa, prometieron que en unas horas estarían de vuelta. -¿Tu paraguas es especial? – le preguntó Melisa a la niñera apenas se quedaron solas -Sí… me protege de la lluvia – le contestó, y la respuesta dejó conforme a la niña, aunque hubiera preferido que le dijera que podía hacerla volar o algo parecido. A diferencia de la señora Rosa, la nueva niñera no las mandó a la habitación para mirar su novela tranquila, armó rompecabezas con Melisa, miró libros con Valeria y disfrutaron de la televisión las tres juntas. No estaba nada mal. A la hora de dormir las acostó en sus camas, las arropó y hasta se ofreció a leerles algo si así lo querían. -No hace falta – dijo Valeria, a sus casi nueve años ya no le gustaba que le lean historias. – ¿Igual podrías quedarte un rato con nosotras? La tormenta estaba empezando, un trueno potente resonó en la noche haciendo estremecer a Melisa en su cama. La niñera entendió el por que de la petición, la pequeña estaba muy asustada.


-¿A que le tenés miedo? – le preguntó a la niña. -A que se corte la luz… - dijo Melisa. -Tenemos una linterna – la niñera sacó una de su bolsillo – y velas para prender, no tenés que temer a la oscuridad. ¿A los truenos? Son sólo ruido, podemos poner un poco de música para no escucharlos. ¿Al viento? – tomó la cinta que llevaba en el pelo Melisa, ató uno de sus extremos con un moño a la muñeca de la niña y otro al barrote de la cama – ahora no te puede llevar volando. Valeria sonrió al ver que la carita de su hermana iba cambiando, aunque la cinta se desatara al primer movimiento, se sentía más segura. Definitivamente, hablaría muy bien de esta niñera con su mamá. -¿Y los rayos? – preguntó Melisa, buscando una solución para eso. -Mmm, los rayos mejor no mirarlos… no se sabe qué puede viajar en ellos – contestó la niñera. A ninguna de las nenas le gustó tanto esa respuesta. Si había algo en los rayos, no querían saberlo. Y no ayudaba al miedo de Melisa. -Acá adentro estás segura – confirmó la niñera. -Viste, Meli… no hay nada a que temer – le dijo Valeria como buena hermana mayor.

La mujer que estaba a punto de salir de la habitación volvió sobre sus pasos al escucharla decir eso. -Sí hay algo a lo cual temer… a las niñeras… Y al terminar de decir eso las dejó solas. Valeria intentó reírse para que su hermanita pensara que les había hecho una broma aunque no lo parecía. Lo había dicho con gran convicción. ¿Deberían temerles a todas las niñeras, inclusive a ella? ¿Por qué? Tenían miedo de llamarla para que volviera pero más miedo les daba imaginar que estaría haciendo fuera de la habitación… El viento aulló en la ventana al pasar enfurecido, la cinta que ataba a Melisa se desprendió de su mano y cayó al suelo. La luz parpadeó al tiempo que un rayo surcaba el cielo nocturno, la niña dio un gritito ahogado. La niñera entró para tranquilizarla. No parecía alguien a quien temer. Seguramente lo había dicho en chiste, no era mala, sólo tenía un extraño sentido del humor. Valeria no podía quedarse con la duda o no sería capaz de cerrar los ojos en toda la noche. -¿Por qué dijiste que hay que temer a las niñeras? ¿Era una broma, no? – le preguntó juntando coraje. -Oh, claro que no. Es la pura verdad. No debería haberles contado… está prohibido, pero ustedes me caen bien y

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quiero que tengan cuidado – contestó la niñera. Ambas niñas estaban sentadas en una cama mirándola muy atentas, la niñera acercó la silla para sentarse y comenzar con la explicación… “Las niñeras no pertenecemos a la raza humana. Nuestra especialidad es cuidar crías ajenas. Ninguna humana, aunque le paguen, aguantaría cuidar hijos de otros… si algunas apenas aguantan los propios”, dijo la mujer sonriendo. Las niñas asintieron en silencio, tenía sentido, algunos chicos eran insoportables. Ninguna de ellas querría ser niñera jamás. “Amamos nuestro trabajo, y si no nos pagaran, igual los cuidaríamos con gusto. Está en nuestra naturaleza. Pero hace un tiempo atrás, mucho tiempo atrás, tanto que no recuerdo con exactitud cuándo, un grupo comenzó a cambiar. Creímos al principio que estaban cansadas de cuidar a los niños, sin embargo, la verdad era otra… los odiaban. ¿Por qué? Por envidia, porque querían ser como ellos. Jugar. Divertirse. Ver el mundo como lo ve un niño, aunque a veces lo vean de manera terrorífica también tienen las armas para defenderse, las cuales los adultos no poseen. Y cada vez ese grupo fue creciendo más y más. Por eso quedan muy pocas buenas niñeras y abundan las malas… a esas hay que temerles, su envidia es inmensa y lo único que las divierte es lastimar a aquellos que deberían cuidar…” -¿Por que no trabajan de otra cosa, entonces? – exclamó Valeria. -No pueden, nuestras leyes no lo permiten – dijo la niñera. La señora Rosa sería una niñera de ese grupo, pensó Melisa. Se notaba que odiaba su trabajo, mejor dicho las odiaba a ellas. Había hecho bien en mantener una precavida distancia cada vez que venía a cuidarlas. -¿Y como sé si sos de las buenas o de las malas? – preguntó Melisa con voz entrecortada, tenía miedo de la respuesta. -No lo sabes… - contestó la niñera. Sus padres habían prometido volver rápido. Era algo que siempre decían para que la más pequeña se quedara tranquila. Las niñas esperaban que esta vez fuera verdad y cumplieran con la promesa. ¿Sabían ellos con que clase de persona (o lo que fuera) las habían dejado? ¿Si era cierto lo que la niñera contaba podrían estar en peligro, y si no, por qué contarles algo así de tenebroso? “Tampoco debería contarles esto, pero…”, continuó la mujer mientras se pasaba el cabello castaño detrás de las orejas, “ya les dije que me caen bien. Hay una manera de reconocerlas, por sus ojos. Las niñeras malas no tienen ojos, se los arrancaron ellas mismas diciendo que ya no soportaban ver a tanto maldito mocoso. Una gran mentira. Se los arrancaron porque en su lugar se colocan los ojos que les quitan a los niños que se llevan a sus guaridas. De esta forma pueden ver el mundo a través de ellos, se sienten niños y son un poco más felices. Los ojos no les duran mucho tiempo y empiezan a resecarse en sus cuencas vacías y a morir. El mundo ya no es tan lindo ni tan soportable… y es hora de buscar nuevos candidatos. Algunas son distraídas y a veces se colocan ojos de diferentes colores. El momento ideal para descubrirlas, es cuando los ojos están a punto de caducar, si miran con la suficiente atención verán que están secos y quebradizos…” -¿Qué hacen con los niños después que les sacan los ojos? – logró preguntar Valeria apenas con un hilo de voz, estaba aterrada. -Los cortan en pedacitos y los cocinan en una rica sopa… no es que la haya probado – dijo la niñera frotándose uno de los ojos como si le molestara – mientras más asustados están los chicos más delicioso es su sabor…

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Tras un poderoso trueno la luz se apagó. Las dos niñas pegaron un grito, se habían quedado totalmente a oscuras. La niñera encendió la linterna que tenía preparada. El haz de luz reflejó de lleno su rostro, el ojo que se había tocado anteriormente estaba más opaco, una grieta atravesó la pupila dividiéndola en dos… crack, como crujen las hojas secas de los árboles al pisarlas en otoño… -Ups… me descubrieron – exclamó la mujer retirando el ojo inservible, debajo de él las observaba una cuenca oscura y vacía. Valeria tomó de la mano a su hermanita que estaba inmovilizada del terror. Tironeó de ella y la arrastró hacia la puerta de la habitación. La niñera había apagado la linterna y no podían ver nada, ni siquiera donde estaba. Corrieron hacia el teléfono. “No va a funcionar, es de los que se enchufan”, pensó Valeria. La niñera las dejaba correr, en ningún momento las había perdido de vista, aunque tuviera un solo ojo. Quería que estén aún más asustadas, por eso les había contado la historia… el miedo de los niños era el mejor condimento para su sopa. Las dos hermanas llegaron a la puerta de salida, estaba cerrada. -Agarrame del pijama mientras busco las llaves, no me sueltes – dijo Valeria a Melisa, que ya ni siquiera podía hablar. Sintió un empujón hacia atrás y cayó sentada. La niñera había apresado a Melisa, en la manito la nena aferraba un pedacito del pijama de su hermana que se había roto en el arrebato. -No puedo llevarme a las dos, con la pequeña me conformo… Melisa pataleó, gritó e intentó zafarse. Pero en cuestión de segundos ambas desaparecieron. La luz volvió a encenderse, Valeria tomó del suelo el pedacito de pijama que su hermana había dejado caer… Buscaron a Melisa y a la niñera que la había robado por mucho tiempo. Sus padres aún tenían la esperanza de hallarla. Valeria sabía que eso no pasaría jamás. No había contado todo lo que había sucedido esa noche, al principio no lo hizo porque pensó que nadie le creería, después porque comenzó a dudar de lo que pasó realmente. Quizás había imaginado lo del ojo quebrándose y la niñera desapareciendo con su hermanita como por arte de magia. Se habría sugestionado por la historia. La niñera era una mala persona, no tenía nada de sobrenatural. No deseaba que creyeran que estaba loca. Sus padres no salieron durante un largo período. Una tarde tuvieron que hacerlo, y Valeria se quedó de nuevo al cuidado de la señora Rosa. La vieja niñera llegó con la expresión adusta de siempre, llevaba gruesos lentes, el pelo recogido y andaba a paso cansado. Cuando estuvieron solas se acercó a Valeria y la abrazó, el gesto sobresaltó a la temerosa criatura. -Perdón por haberme enfermado aquella noche y no poder venir – le dijo Rosa con una voz dulce que nunca había escuchado, se quitó los lentes y le dejó ver sus ojos redondos, amables y llenos de vida. La señora Rosa era malhumorada y un poco vieja, pero de las buenas. Se habían equivocado con ella. -¡Y ahora andá a jugar que quiero ver la novela! –volvía a ser la mandona de siempre – Y no te preocupes, ellas podrán ser muchas… pero nosotras somos más fuertes. Después de meses de miedo y tristeza, Valeria se sintió bien de nuevo. Con una sonrisa se fue a su habitación sabiendo que algún día las niñeras malas tendrían su merecido…


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De TeJorh!

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estar sin cripy todo un mes... es una pesadilla!


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