Eructorial
por Lubrio
Para nosotros el Mundial de Fútbol no representa nuestros intereses. ¿Qué clase de Mundial es este sin la selección de Transilvania participando? ¿Dónde están los hinchas de Moldavia para alentar a su equipo de muertos vivos? ¿Acaso los vampiros no tienen derecho a jugar un partido? ¡Es una verdadera falta de respeto! Por eso nos unimos en una sólida queja ante la sociedad: no veremos el Mundial hasta que los monstruos, los verdaderos monstruos puedan ser parte de este deporte.
Si uno le pide a Chenzo que una de sus criaturas eructe... ¡Eructa sin miedo! REPOSEÍDA/ Albornoz
4
¿Gol? ¿Escuché mal o gritaron gol? ¿De quién? Ya vengo... Esperamos que la Cripy te guste. ¿Hizo otro? ¡Ya voy! ....
5
6
7
8
9
10
11
Lobos
por Dalmiro
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
OVEJA NEGRA MÁSCARAS - 2º parte Dibujos: El Gory - Guión: Lubrio
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
CONTINUARA... 36
37
38
39
40
41
42
CONTINUARA... 43
44
45
PÁGINAS MACABRAS
Para quedarse en la cama 46
El despertador sonó como todos los días de la semana, mamá entró a la habitación y apoyó el desayuno sobre la mesita de luz. “No te vuelvas a dormir, pronto viene el micro”, le dijo antes de salir. Pablo sacó la mano de debajo de la frazada, hacía mucho frío. “Debería estar prohibido que hubiera escuela tan temprano en invierno”, pensó mientras miraba el reloj que aún no marcaba las siete de la mañana. Le dio un sorbo al té, un mordisco a una de las galletitas y se vistió, todo con los ojos a medio abrir. De igual manera llegó al living donde sus padres se preparaban para ir a trabajar. -¡Rápido, andá al baño que viene el micro! – volvió a decir su madre, el micro siempre estaba a punto de llegar para ella. Beso. “Portate bien”. Abrazo. “No hagas lío”. Palmadita en la cabeza. “Que no me vuelva a llamar la maestra”… y antes de que se percatara, porque aún no había abierto los ojos del todo, estaba arriba del micro. Se iba a sentar donde siempre, cuando vio a una nena en su lugar mirando por la ventanilla. Se sentó a su lado. -¿Hay mucha niebla… lo habías notado? – le comentó la nena mientras se acomodaba la vincha violeta que llevaba en su cabello. Recién en ese momento Pablo abrió los ojos, cuando el micro hacía esa vuelta para tomar la siguiente calle siempre se terminaba de despertar. Se acercó a la ventanilla para corroborar lo que le decía la nena, era cierto… demasiada niebla, descendía como un humo blanco y espeso que lo cubría todo. Se obligó a no pensar en esas películas de terror en donde la niebla trae cosas espantosas, pero era tarde… ya lo había pensado. -Me llamo Adela – se presentó la niña sonriéndole a Pablo. -Pablo, tengo casi once años… sé que parezco menos, te prometo que pronto voy a crecer – le dijo con la soltura y simpatía que lo caracterizaban, y ambos rieron. El micro hizo otra de sus paradas habituales, la celadora bajó a buscar al más pequeño del grupo, Luciano, al cual llamaban cariñosamente Luchi. El nenito subió corriendo agitando los brazos. Era ruidoso en ocasiones. Otras no. Tenía tan sólo tres años, Pablo no entendía por qué mandar a un nene tan chiquito a la escuela a esas horas, suponía que sus padres trabajarían también, sino no tenía sentido para él. Se llevaba bien con el pequeño, sobretodo cuando estaba silencioso. Luchi pasó velozmente y se sentó detrás de él. La velocidad del micro iba disminuyendo. Los demás chicos no parecían notarlo, se paraban de sus asientos, se tiraban cosas, cambiaban figuritas, gritaban de una esquina a otra ignorando por completo las órdenes de la celadora. Era una chica nueva que había comenzado esa semana, en su cara podía verse el arrepentimiento de haber tomado ese trabajo. Adela sí había notado lo de la velocidad, ambos se miraron y dijeron al unísono: “No se ve nada”. La niebla se había vuelto más densa aún, por eso el conductor manejaba con tanta cautela. Apenas si se divisaba algo por la ventanilla. Preocupado por sus padres que iban al trabajo en auto, Pablo decidió llamar al celular de su mamá. Llamó varias veces hasta que atendió, se escuchó un “hola…” que al principio parecía la voz de su madre pero después cambió, sonando más gutural y lejana. Luego un ruido crepitante en la línea… a continuación silencio. Algo estaba pasando, y lo poco que había desayunado se le subió hasta la garganta. El micro dio una frenada al chocar contra algo. Un par de chicos que estaban de pie cayeron sentados al suelo. -Todo esta bien, no se asusten – dijo la celadora, que tenía más cara de asustada que el resto de los pasajeros.
-Mejor quedarnos acá, es peligroso que siga manejando sin poder ver – le dijo el chofer en voz baja – Ahora vengo… Abrió la puerta para descender del vehículo y corroborar contra qué habían chocado. La niebla entró reptando al ras del piso como si fuera una serpiente blanca, envolviendo los pies de los chicos. Luchi hizo puchero y empezó a llorar apenas sintió su contacto. Era como una mano helada que se cernía a los tobillos. El chofer le dijo algo a la celadora desde abajo que no llegaron a escuchar. La joven cerró la puerta de inmediato y les ordenó agarrarse fuerte. A continuación sintieron una embestida que casi los hace volcar, y un estruendoso chirrido metálico provocado por el camión que acababa de colisionar contra ellos al pasar. No los había visto hasta que estuvo demasiado cerca. Era tan peligroso seguir camino como quedarse allí. El conductor no volvió a subir al micro. Los chicos más grandes comprendieron lo que había sucedido. La celadora estaba inmóvil con los ojos perdidos y vidriosos. Pablo, con Luchi en brazos y Adela a su lado se acercó a ella. -No podemos quedarnos acá. Tenemos que bajar… - le dijo Pablo intentando hacer contacto visual con la aterrada mujer. – Podemos caminar hasta la escuela, no debe estar muy lejos. -La niebla no puede durar mucho más tiempo, en un ratito va a empezar a irse – contestó volviendo a la realidad – ¿Están todos bien? No había heridos de gravedad, algunas raspaduras y magullones, salvo el brazo de una nena que se lo veía demasiado hinchado y tenía mucho dolor. Adela estaba segura que se le habría roto. Los más chicos estaban a punto de largarse a llorar del susto. La niebla que había entrado al abrir la puerta les subía hasta la altura de las rodillas, por eso Luchi iba trepado como un monito sobre Pablo. -Nosotros vamos a bajar – dijo Adela – el que quiere puede venir. Vamos a buscar ayuda. -¡No! – les gritó la celadora – ¡Nadie se va! Dos de los chicos más grandes se unieron a la propuesta. -La casa de mi tío no está lejos – dijo el más robusto. - Podemos llegar con cuidado iluminándonos con las linternas de los celulares – dijo su compañero sacando el teléfono de la mochila que llevaba a los hombros. Los demás asintieron. Estaban listos. -Esta niebla es rara – le dijo Pablo a la celadora – No creo que nos convenga estar aquí mucho tiempo. Cierren bien, vendremos con ayuda. La visibilidad en la calle era nula. El micro se había subido a la vereda y chocado contra un árbol. Hicieron un par de pasos, el micro se volvió apenas una sombra… otros pasos más, el micro ya no estaba. La blanca bruma lo había envuelto y hecho desaparecer, al menos eso parecía. -Creo que pisé al chofer – dijo el muchacho de la mochila. -Yo también – dijo su robusto amigo. -Y yo… – dijo Adela. Los tres fruncieron la cara con repulsión. A cada paso que daban la calle desaparecía, se tomaron de las manos para no perder a ninguno de los integrantes del grupo. Para Pablo que era un chico de casi once años de contextura más bien chica, el llevar a otro de tres en brazos se le estaba haciendo difícil. Pidieron ayuda en voz alta, pero nadie les contestó. Estuvieron de acuerdo que era mejor no andar llamando la atención y seguir en silencio, por las dudas. Era una mañana fría de invier-
47
no, la niebla les hacía castañetear los dientes porque estaba helada. Si se detenían, se enroscaba en ellos como si los sostuviera. Delante vieron unas sombras que se movían, parecían personas pero si no habían acudido a su llamado no les pareció prudente acercarse. -Fue mala idea venir – dijo el chico de la mochila – me vuelvo al micro. -Ya no se ve, no sabemos si está aún allí – contestó Pablo. -No seas idiota… ¿dónde va a estar? – replicó el chico, haciéndose el enojado para disimular el miedo que tenía. Se soltó de la mano de su amigo y se marchó. Sólo bastaron unos pasos para que la niebla lo devorara también. -La casa de mi tío es por acá… creo – comentó el muchacho que se había quedado con ellos. Perdieron la cuenta de las cuadras caminadas, no sabían si habían dado vuelta en círculos, doblado o seguido derecho. El no poder ver los desorientaba. Pablo miró su reloj, eran casi las nueve de la mañana… la niebla no se estaba disipando. -Podría intentar llamar a mi tío de nuevo… lo intenté en el micro pero… Pablo sabía lo que su compañero quería decir, él también lo había escuchado. Esa voz parecida a la de su madre pero que no lo era. Quizás era mejor así. Cómo saber quién o qué era lo que había atendido el teléfono. Luchi lloriqueaba bajito, tenía un golpe en la cara que empezaba a tomar color violáceo. Cuando el camión había embestido al micro la mayoría de ellos había sufrido una lastimadura. Adela tenía un raspón el en el cuello y Pablo sentía un dolor punzante en el pie izquierdo que sumado al peso de Luchi le complicaba la marcha. -Estamos perdidos – dijo Adela, alguno de ellos debía reconocerlo aunque no les gustara la idea – quedarnos quietos no es una opción, debemos seguir caminando no importa hacia donde. Busquemos la escuela. Así lo hicieron, tomados de la mano, pisando con cautela y atentos a cualquier ruido. La niebla tenía un olor dulzón, no era rico, sino como las frutas a punto de pudrirse en una verdulería. “Algo se acerca”, llegó a decir Adela y sin soltarse se tiraron velozmente hacia un costado. Un vehículo… no, el micro. Pablo estaba seguro de eso, tenía el número veintidós en un costado y peluches rotosos en la parte baja de su vidrio delantero. El micro les pasó al lado como un espectro, iba envuelto en bruma, ésta lo llevaba porque no tenía ruedas. Dentro estaba lleno de niebla, unas sombras deformadas se movían en ella, apoyaban sus manos en las ventanillas y los rostros alargados gritaban sin sonido alguno. Pablo le tapó la carita al pequeño para que no viera. El pánico se adueñó de ellos. Empezaron a correr. Intentaron no soltarse pero cada uno tenía su ritmo, el muchacho corpulento tenía más fuerza y arrastraba a los demás como barriletes. La mano de Adela estaba resbalosa y se soltó, con desesperación intentó volver a sujetarse, pero el chico robusto ya no estaba, había seguido corriendo solo. Lo buscaron un largo rato y se dieron por vencidos. -Tengo hambre – dijo Luchi. Adela recordó que en su bolsillo llevaba un alfajor. Le quitó el envoltorio y se lo dio al nene. Se apresuró en darle un mordisco, pero lo escupió enseguida. “No puedo… creo que ya no tengo hambre”, y tras decir eso se quedó dormido en brazos de Pablo. Ir a la escuela ya no parecía un buen plan. Lo del micro había sido aterrador, en la escuela habría más gente… y podrían ser sombras también.
48
El dolor del pie izquierdo de Pablo había mejorado mucho, al igual que el cansancio de sus brazos por llevar al nene por tanto tiempo. Una sombra se les estaba acercando a través de la niebla. ¿Tenía sentido correr? ¿Hacia donde? Pablo y Adela se tomaron fuertemente de las manos. Era un perro, o al menos lo había sido. Su carne era traslúcida y de aspecto gelatinoso, debajo de ella podían verse sus huesos como si fueran cristal. La piel transparente alrededor de su hocico dejaba a la vista sus dientes también cristalinos, parecía estar riéndose. Se puso en posición de ataque pero se detuvo. Olisqueó al aire, miró a los chicos con sus ojos muertos y siguió camino. A Pablo su pie ya no le dolía para nada. Luchi descansaba tranquilo y el cuello de Adela ya no tenía ninguna marca. Habían pasado mucho tiempo expuestos a la niebla, al igual que el micro… al igual que ese perro. Pablo y Adela se miraron uno a otro. Era tarde para conseguir ayuda. -Busquemos un lugar donde esperar – le dijo Pablo, y la nena asintió. Entraron a una casa que encontraron abierta, después de golpear en unas cuantas sin que nadie saliera a atenderlos. Acostaron a Luchi en una de las camas y ellos se quedaron sentados en el living, sin decir palabra. El sorbo de té y la galletita a medio morder del desayuno de aquella mañana pertenecía a otra vida. En unas horas todo había cambiado. Luchi gritó aterrado. Delante de él había un pequeño del mismo tamaño, con la piel traslúcida y gelatinosa, los ojos vidriosos y los huesos como cristal. Cuando Pablo y Adela se pusieron detrás de Luchi… había dos seres más en las mismas condiciones. El espejo reflejaba sus nuevas imágenes. Ya no había nada que temer. Era casi mediodía, y la niebla empezaba lentamente a disiparse. Todos lo que habían estado expuestos se irían con ella. Las mañanas frías, lluviosas o con neblina no son para ir al colegio. Hay que taparse hasta la nariz y no moverse hasta que, por lo menos, salga el sol. “Esas mañanas son para quedarse en la cama”, pensó Pablo con total certeza antes de desaparecer junto a la bruma. El sol brilló en lo alto de un mediodía invernal. Las personas que se habían resguardado de tan fea mañana, salieron de sus hogares preparadas para comenzar con su día.
Texto: Verónica Roldán Ilustración: Juan Pablo Curia
49
De TeJorh!
50
51
No te apures en leer, hasta el mes que viene la cripy no sale...
52