Cripy #17

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Eructorial

por Lubrio

Cripy de vacaciones de invierno. Te dejamos respirar tranquilo la primera semana, pero ya era hora de que tengas algunos sustos para mantenerte alerta. Un par de horas de entretenimiento en estos días que faltan antes de volver a clases. Ya fuiste al cine, al zoológico o al teatro. O tal vez visitaste a esas tías que te dicen a cada rato: “¡Qué grandes que estás!” (aunque te vieron el mes anterior), o te llevaron al médico aprovechando que tenés más tiempo. Pero no importa que hayas realizado esta semana, no fuiste el único y batallones infernales de niños invadieron la ciudad, las calles, los colectivos, los negocios, los patios de comida... ¿Sabés que signifca eso? ¿No te diste cuenta? Dale, pensalo, te doy un minuto. ... ¡Sí, eso mismo! ¡Por una semana vos fuiste la pesadilla de toda esa gente que no está de vacaciones! Esas personas que intentan subirse al colectivo y está repleto de globos que al final del hilo tienen a un nene. Señoras que tardan el doble en la fila de los negocios. El azote de los que van al cine los días de semana porque casi no va nadie y ahora está desbordante de niños que gritan y se ríen sin cesar. ¿Qué se siente ser un monstruo? Bienvenido a nuestro mundo, querido lector. Y quisimos llegar a tu casa un día que tuviese un marco ideal, por eso esperamos a este día gris y sin un rayito de sol. RAYUELA/ Albornoz

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Leé la revista y planificá tu reinado de terror para estos días que restan. Colapsar las remiseras, agotar las entradas de un espectáculo, dejar todo pegoteado el colectivo con caramelo... Estamos muy orgullosos de vos. ¡Hasta la próxima!

Los moscosos de pantano están en peligro de extinción, pues son pisados permanentemente. Por eso eructan fuerte... ¡Para llamar la atención!


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TOPATI

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por Brian Janchez


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OVEJA NEGRA TIEMPOS MODERNOS Dibujos: El Gory - Gui贸n: Lubrio

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La nueva casa no le gustaba. No estaba mal, era más linda que la anterior, el barrio también lo era… pero no la sentía su casa. Su casa era la otra, donde había crecido y donde aún vivían los que fueron sus amigos desde pequeños. Aquí no conocía a nadie y en un par de semanas tendría que empezar en un colegio nuevo. “No empezaste bien 1984”, pensó Eliana mientras miraba los dibujos animados de la tarde en la televisión. -¡Hacéme un lugarcito!- dijo su hermana y se sentó en el sofá sin darle tiempo de correrse un poco. Llevaba su diario íntimo y un lápiz. Iba a todos lados con eso, como si tuviera algo interesante que escribir en todo momento. Pero Eli sabía que estaba vacío. -¡Ouch! ¿Por qué sos tan bruta? – le dijo Eli enojada, su hermana casi se le había sentado encima. Era la mayor, pero se comportaba como una nenita. Eli con sus 13 años era más adulta que ella. -¡No le digas así a tu hermana!- la retó la mamá que traía la merienda para sus dos hijas. -¿Escucharon lo del hombre gato? – preguntó la hermana mayor. -No podés creer semejante estupidez –le replicó Eli. “Dicen que sale a cazar de noche”, continuó, “salta de los techos o lo de los árboles, es tan rápido que nadie lo llega a ver bien, pero que tiene garras como las de un gato. Lo vieron en varios lados, ya mató a algunas personas… les corta el cuello. También dicen que antes de atacar marca el lugar, deja rasguños en las puertas de las casas” -¿Cómo los que hay en la puerta de entrada? – preguntó Eli. La hermana se asustó tanto que rompió el lápiz que tenía en su mano de tanto apretarlo. Eli se echó a reír a carcajadas. Lo de los rasguños era verdad, pero la historia no tenía sentido y no creía en una sola palabra. Igualmente era un asunto interesante para investigar, por algo había sido directora del periódico escolar en su otra escuela. Los rumores sobre el hombre gato fueron dispersándose con rapidez. Cada uno que contaba lo que había escuchado le iba agregando detalles. Colmillos afilados. Lo último que oías antes de que te descuartizara era un maullido. El cuerpo cubierto de pelo negro. Un gato gigante. Un humano deforme. Y así cada vez peor. Pero ninguno de ellos lo había visto en verdad. Le había ocurrido a un amigo del amigo de un tío del compañero de trabajo. Y el rumor se convirtió en noticia, llegando a los periódicos y a la televisión. La gente empezó a tener miedo, a prohibir a sus hijos que anduvieran en la calle al anochecer y a sobresaltarse con el simple maullido de un gato atrapado en un árbol. La ventana del cuarto de Eli daba al patio, era tan grande que ocupaba casi toda la pared. Eso era lo único que le gustaba. Cuando todos dormían la abría y se quedaba hasta tarde contemplando las estrellas o escribiendo alguna historia. Estaba inmersa en su cuaderno de anotaciones cuando le pareció ver algo por el rabillo del ojo, una sombra en el techo vecino. La sombra se movió con rapidez sin hacer el menor ruido y saltó hacia el final del patio. Eli salió por la ventana también veloz, persiguiéndola. Había desaparecido. Se quedó inmóvil y volvió a mirar con atención a su alrededor. Al lado del tendedero de la ropa se veían dos puntos que brillaban. “Los ojos de los gatos brillan en la oscuridad de esa manera”, pensó Eli. Agudizó más la vista. Ahí estaba, sentado al igual que un gato, pero no podía serlo, era demasiado grande. La sombra se movió de nuevo aun con más rapidez, la chocó al pasar junto a ella tirándola al suelo. Despatarrada sobre el concreto vio como la sombra subía por el techo y saltaba al siguiente, hasta perderse de vista. A lo lejos escuchó un maullido

y luego otro… Por la mañana su hermana sollozaba, su remera nueva había desaparecido del tendedero. -La lavé y la colgué le decía la madre – ¿estás segura que no la agarraste? La desaparición de la remera fluo de su hermana era una bendición para la humanidad. Si la mirabas más de unos segundos podía dejarte ciego. Aunque esa ropa tan colorida se usaba, Eli no podía dejar de pensar que era horrenda. Lo cual demostraba que el hombre gato tenía un pésimo gusto. ¿Por qué se la habría llevado? Esa noche sin que su madre la viera, guardó una de sus milanesas de pescado de la cena y la puso en un plato junto a dos latas de atún. Ningún gato, gigante o pequeño, podría resistirse a semejante manjar. Dejó el plato en el patio, se escondió detrás de una de las grandes macetas con plantas que lo adornaban, se tapó con una manta y esperó. Había hecho un agujero en la manta para ver mejor. Y llevaba su cámara de fotos, aunque sabía que sin flash y en esa oscuridad no le serviría de mucho. Se estaba entumeciendo por la mala postura cuando lo vio acercarse al plato. Todo el sigilo lo perdió al empezar a comer con desesperación. No era un gato, tampoco una persona. Era ambas cosas. Sacó una foto, dos, tres, cuatro…en el último disparo la cámara hizo un clic diferente. El rollo había llegado a su fin, empezaba a rebobinarse solo. No había manera de detenerlo, y estaba haciendo mucho ruido. El hombre-gato dejó de comer y se lanzó sobre el bulto detrás de la maceta. Eli se quitó la manta y se incorporó lo más veloz que le dieron las piernas, le temblaban por el susto. El hombre-gato se le acercó, se puso en cuclillas y se la quedó mirando. Eli intentó recordar como actuaban los gatos que tenía su abuela, esa no era una posición de ataque. -Yo te dejé la comida. ¿Te gustó? – le preguntó nerviosa. Él la siguió observando sin hacer ningún sonido. Llevaba unos jeans muy gastados y una remera rota. “Debe ser difícil vestirse con semejantes garras”, pensó Eli. Solía pensar tonterías cuando estaba nerviosa, tendría que preocuparse por lo que esas garras harían en su cuerpo si la atacaba y no en una sucia remera rota. Iba descalzo, sus pies al igual que sus manos eran más grotescas que las de los humanos. Sus ojos eran iguales a los de un gato, color ámbar y con la pupila como una rayita, seguramente si lo alumbraba a la cara éstas se volverían dos círculos negros. Tenía el cabello castaño oscuro, un poco largo y despeinado, pero no era más peludo que su tío Rubén. El tío Rubén tenía un pulóver natural incorporado todo el año. Parecía un muchacho de la edad de su hermana, a punto de terminar la escuela secundaria. Tenía miedo de moverse y que la atacara, aunque se veía tranquilo. Eli se sentó a su lado. “Huele raro”, pensó la niña. El gato pensó lo mismo de ella. Se quedaron así toda la noche, sentado uno al lado del otro. Mientras se quedaba dormida Eli creyó escucharlo ronronear pero no podía asegurarlo. Al llegar el día, se había marchado. A la noche siguiente volvió a dejarle comida. Pero esta vez se quedó dentro de su habitación. Sintió ruido en el patio y luego dos maullidos junto a su ventana. -¿Tendrías algo para tomar? – le preguntó amablemente el hombre-gato cuando Eli se asomó. Era la primera vez que era feliz desde que se habían mudado a aquella casa. Por fin tenía un amigo, extraño sí… pero ella también lo era. - Me llamo Eli – le dijo la niña mientras le alcanzaba una botella de gaseosa y a la vez un plato con agua, no sabía que le iba a gustar más. El gato agarró la botella, la destapó con sus

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uñas y tomó con ganas. Luego dejó escapar un largo maullido y estiró su mano en forma de presentación. -¿Y que significaría en mi idioma? – preguntó la niña, seguramente su nombre sería imposible de reproducir. - Juan… creo – y los dos echaron a reír. Durante una semana todas las noches, Juan llegaba a su ventana y le maullaba dos veces para que Eli saliera. A veces hablaban mucho, otras se quedaban en silencio, les bastaba con la compañía del otro para sentirse a gusto. “Somos de una especie diferente a la tuya”, le contaba Juan, “cada 348 lunas oscuras volvemos, sólo por un mes y después nos vamos a descansar a nuestra tierra. No podría decirte donde es, hay cosas que no entenderías aunque quisiera explicártelas. Tiempo atrás éramos numerosos, ahora quedamos muchos menos. Tengo una familia, padres y hermanos. Nos separamos en clanes. Por eso rasguñamos las puertas, para que otro clan sepa que este es nuestro territorio y no tiene que meterse en él. No siempre resulta. Mi familia no ataca a nadie salvo que necesite hacerlo, pero no puedo decir lo mismo de los demás, es como pretender que te hagas responsable por todos los de tu especie. Ustedes, los “normales”… ¿son todos buenos?” Eli negó con la cabeza. “Normales”, así llamaban a los humanos. “Solíamos pasar desapercibidos”, continuó, “pero cada vez se hace más difícil. Ustedes no aceptan lo que es diferente, le tienen miedo y lo atacan… bueno, nosotros tenemos que defendernos y defender a los nuestros…” - ¿Por qué roban cosas? – preguntó Eli, la remera fluo de su hermana no era lo único que había desaparecido en el barrio. -¿Robar? Si nos gusta lo tomamos, ustedes suelen dejar tantas cosas por ahí – y sacó de su bolsillo pedacitos de telas de colores variados, una pelotita, unos ovillos de lana, botones. No entendía el concepto de no llevarse lo que no era suyo. Y al igual que a los gatos comunes les llamaban la atención los objetos brillantes y las chucherías. Seguramente si le ponía una caja se metería dentro de ella. La idea la hizo sonreír. -¿Tenés cola? – preguntó Eli con cierto pudor. -Eso no se pregunta – dijo Juan un poco ofendido. Aprovechando que no habría nadie en su casa, lo citó a la tarde siguiente. Le hizo poner ropa nueva, zapatos grandes, gorra y anteojos. “Ahora, paráte lo más derecho que puedas… y mejor guardá las manos en los bolsillos”, le aconsejó Eli antes de salir hacia el cine. Así sólo parecía un adolescente desgarbado. Cada tanto se le escapaba un maullido o un ronroneo (en el cine había empezado a quedarse dormido), instintivamente bufó al ver un perro que se acercaba a olerlo, pero el paseo había sido un éxito. Nunca había ido al cine, ni a comer helado, menos aún salir de día. La sensación fría en su boca provocada por el helado había sido una grata experiencia, pero ver el mundo bajo la luz del sol fue insuperable. Definitivamente, estaba siendo el mejor mes para ambos. Los ruidos en la ventana hicieron despertar a Eli. ¿Qué estaba ocurriendo? -¿Papá? – dijo Eli. -No te asustes. Sólo estamos poniendo unas rejas en tu ventana. La noche anterior una de las nuevas amigas de su hermana había sido atacada por el hombre gato. Estaba en el hospital gravemente herida. La puerta de su habitación se abrió, su madre entró con otra cama. -Tu hermana va a dormir con vos hasta que esto pase. Las dos juntas estarán más seguras.

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Eli se quejó, refunfuñó y bufó, pero solamente consiguió que su madre la regañara. Con la insoportable de su hermana allí no podría hablar con Juan, y lo que era peor no podía advertirle que no se acercara a su ventana aquella noche. Por suerte su hermana se durmió temprano. Al escuchar el primer maullido se asomó lo más silenciosa que pudo. Juan miraba las rejas con atención, como si no entendiera que hacían allí. -Te enjaularon – dijo preocupado -El ataque… -No fue mi familia, fue el otro clan… se está poniendo peligroso. Nos vamos ahora – al ver los ojos tristes de Eli continuó – pero voy a volver, en 348 lunas oscuras. Ellos llamaban lunas oscuras a la luna nueva. Si había doce lunas por año, 348 lunas eran unos… -¡¡Veintinueve años!! – exclamó Eli, sin darse cuenta que había levantado la voz. -Si no estas acá te voy a encontrar igual – apoyó su cabeza contra la reja, esperando que ella hiciera lo mismo, pero los gritos la detuvieron. -¡¡Papá!! ¡¡Papá!! ¡¡Hay alguien en el patio!! Papá – la hermana salió corriendo mientras gritaba como enloquecida. Eli salió detrás de ella, intentando hacerla callar. Pero ya era demasiado tarde. El padre se dirigía hacia el patio con paso firme. Llevaba algo en la mano. “No, está armado”, pensó Eli. El miedo había llevado a la mayoría de los vecinos a comprarse armas y poner rejas para sentirse seguros. Juan seguía en el patio, quizás pensaba que la familia era amigable y comprensiva como ella. -Papá, por favor… es mi amigo, dejáme que… - pero no la escuchó. Disparó una vez y falló. Juan ni siquiera se había movido. Era un pésimo tirador. Volvió a disparar, la bala pasó rozando la pierna de Juan, éste pegó un salto y de un zarpazo hizo que el arma saliera volando y que el padre de Eli cayera al suelo. Levantó la mano a punto de atacar. Las filosas garras se iluminaban con la luz de la luna. Haría falta un solo zarpazo para terminar con la vida del hombre que había querido lastimarlo en su territorio. -Por favor, es un pobre normal que no sabe lo que hace. Tiene miedo – la voz de Eli sonó entrecortada por el llanto. Juan, ese ser mitad hombre-mitad gato que tenía por amigo, retrajo las uñas y se alejó de su padre. Le dedicó una sonrisa a Eli, con su boca humana pero sus dientes felinos. -No te olvides… 348 lunas oscuras – tras decir eso subió por los techos desvaneciéndose en la noche. Después de todo, 1984 no había sido un año tan malo. Veintinueve años transcurrieron. A veces Eli no podía creer que estaba en el 2013. Seguía en la misma casa, aquella que tanto había odiado en un principio pero por la cual había conocido al mejor amigo de su vida. La última semana había dejado un plato de comida en su patio todas las noches, para recogerlo a la mañana siguiente en iguales condiciones. Puso una milanesa de pescado y dos latas de atún, igual que la primera noche que lo vio. Y le dejó una botella de gaseosa, esperaba que se diera cuenta que ahora sólo tenía que desenroscarle la tapa. Tantas cosas habían cambiado. Ella inclusive. Miró una vez más el cielo desde su ventana, hacía años que se había deshecho de las rejas y se fue a acostar. Estaba a punto de quedarse dormida cuando escuchó un maullido. “Es un gato normal, no seas tonta”, se dijo a sí misma. Pero a continuación escuchó otro. Abrió la ventana con rapidez y ahí estaba. -Eli… ¿cómo se abre esto? – dijo Juan con la botella en la mano.


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De TeJorh!

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cuatro semanas... no es tanto tiempo. Hasta la cripy que viene! 48


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