Cripy #20

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Eructorial

por Lubrio

¿Pensaste que no llegábamos, verdad? te pone un 10 en el boletín. ¡un poco más de confianza! Estábamos demo- ¡Nos vemos el mes que viene! rando la revista para llegar justo en la noche de Halloween y que puedas leerla hasta entrado el Día de los Muertos. Pues no vas a negar que te espera un fin de semana aterrador. Vos festejalo como gustes, si te gusta disfrazarte hacelo, si te gusta ver una peli de terror con amigos o solamente planificar el aniquilamiento de la Humanidad... cada uno se divierte como puede. Antepenúltimo número del año y ya nuestros dibujantes, escritores y demás esclavos (dominados por muñecos vudú) gritan todas las noches reclamando vacaciones. Vos solo no estás esperando que termine el año y llegue el merecido descanso eterno... perdón, ese es otro descanso. Nos conformamos con un par de meses tirados panza arriba, viendo la tele o paseando y comiendo cosas ricas. Así que paciencia y no te vuelvas el terror de tus maestros o profesores. Es más, alegrale las semanas que quedan y recomendale que lea la Cripy. Te lo va a agradecer y seguro

LA PARCA/ Albornoz

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TOPATI

por Brian Janchez


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En el capítulo anterior, Nazareno y su papá Juan viajan al pueblo de Zoila para comprar algunas ovejas y comenzar a criarlas. Las cosas no empiezan muy bien entre Nazareno y Zoila, que discuten en cuanto se conocen. Juan sufre un pequeño accidente que les impide viajar y deberán pasar la noche en el hospital. Pero es noche de luna llena y tienen menos de una hora para poder escapar...


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OVEJA NEGRA los sospechosos de siempre Dibujos: El Gory Gui贸n: Lubrio

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CONTINUARA...


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PÁGINAS MACABRAS

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Muñeca


Camino a la casa de la abuela, papá volvió a recordarles a David y a su prima que la anciana no se encontraba del todo bien. Lo hacía cada vez que iban de visita. La abuela estaba muy mayor y, a veces, olvidaba cosas, se le mezclaban las épocas o lo que contaba no tenía demasiado sentido. “Mi suegra desvaría un poco…”, había escuchado David decir a su mamá mientras hablaba con una vecina. El chico no entendía el por qué de tanta explicación, si a él siendo joven se le olvidaban las cosas… ¡cómo no le iba a pasar a la abuela! Tendría tantas cosas en la cabeza que era necesario borrar ciertos recuerdos para guardar otros nuevos, como cuando se te llena el disco de la compu y hay que hacer espacio. Estaba seguro que cuando él fuera viejo, desvariaría aún mucho más. Virginia, su prima, siguió mirando por la ventanilla del auto sin prestar atención. No le tenía paciencia a la abuela, lo único que le interesaba era una muñeca de porcelana que la anciana cuidaba como si se tratara de un tesoro. La tenía sentada en uno de los muebles del living, el cabello arreglado con cintas que combinaban con el vestido que llevara puesto… cada vez que iban tenía uno diferente. Virginia esperaba que llegara el día en que la abuela se la regalara. La abuela los recibió con una cálida sonrisa, y como siempre, con cosas ricas para comer. David la notó más cansada que en la última visita, hacía sólo un par de semanas atrás. -¿La muñeca? – preguntó Virginia al no verla en su lugar habitual. -La guardé para que no se rompa, está viejita… como yo – dijo la abuela sonriendo. Cada vez que iban, Virginia agarraba la muñeca y la paseaba de aquí para allá. La abuela se ponía muy nerviosa porque parecía que en cualquier momento la dejaría caer. La niña quería a esa muñeca con locura, la fascinaba pero cuando la tenía en sus manos le provocaba algo extraño, y sentía que dejarla romperse en el piso no era mala idea. Antes de que se fueran, la abuela llamó aparte a David. -Tengo que pedirte un favor – le dijo a su nieto mientras le daba una bolsa – estoy cansada y ya no puedo cuidarla como antes, sos un buen chico… sé que lo harás bien. En la bolsa estaba la muñeca. Lo indicado era que se le regalara a una chica… ¿para que quería él una muñeca? Virginia se pondría furiosa si se enteraba. No quería molestar a la abuela, por eso se intentó decírselo lo mejor que pudo. -Abue… yo soy un nene. No juego con muñecas. Dásela a Virgi… La anciana negó rotundamente con la cabeza. -Ella la rompería… por favor, cuidala por mí – volvió a decirle. Si era tan importante para ella, así lo haría. Cuando su papá le preguntó que llevaba en esa bolsa hizo de cuenta que no lo escuchaba señalando sus auriculares, por suer-

te no insistió. Virginia sospechaba algo, fue con mala cara todo el viaje. Cuando bajó del auto en su casa ni siquiera lo saludó. David metió la bolsa con la muñeca dentro del ropero y se olvidó de ella por completo. En la siguiente visita lo primero que le preguntó la abuela es “¿como está ella?”. “Bien”, le contestó David. Era una muñeca, no tendría por qué estar mal dentro del ropero. La abuela se dio cuenta que David le decía lo que quería escuchar. - ¿No la sacaste ni una vez, verdad? ¿La dejaste en la bolsa? – la anciana parecía a punto de llorar, y el chico se sintió terrible por lo que había o, mejor dicho, no había hecho. -Tuve mucha tarea estas dos semanas, abue… dijo intentando disculparse. -Está bien… quizás sea mejor así – dijo la abuela pensativa - No la saques nunca de ahí, nunca. La anciana había cambiado totalmente de opinión, eso interesó a David… sacar a la muñeca de la bolsa sería lo primero que haría al llegar a su casa. “Esta no es la muñeca de la abuela”, pensó David al sacarla de la bolsa. Sus mejillas no tenían el color rosadito que él conocía, el pelo pajoso y enredado, sus ojos estaban a medio cerrar. La sentó al lado suyo mientras hacía la tarea en la computadora, le arregló un poco el vestido y le acomodó el pelo. Cuando la miró de nuevo pasado unos minutos, las mejillas habían empezado a tomar color. Al cabo de una hora, era la muñeca que David había visto toda su infancia en casa de la abuela. Le desató los moños del cabello, y este cayó sobre su carita totalmente sedoso, como si se tratara de pelo real. Sus ojos estaban completamente abiertos y sus labios se habían encorvado formando una dulce sonrisa. Era perfecta. Y por más extraña que le resultara la situación no le importaba, estaba fascinado por ella. “Necesitaba que la cuiden”, había dicho la abuela. Estar encerrada dentro de una bolsa en el ropero no era bueno para nadie. La sacaría a dar una vuelta. -¿Dónde vas con la bicicleta? – le preguntó la madre a David sorprendida, hacía meses que no la usaba. -¿No me insistís para que haga ejercicio? – le respondió David. Colocó a la muñeca en su mochila a medio cerrar, para que pudiera “ver” por lo que quedaba abierto. Puso la mochila en la canasta delantera de la bici y salió a andar. Era una tarde soleada, y David se sentía de maravillas… como nunca antes. La muñeca se volvía más linda con el pasar de los días y las atenciones de David, perdía su frialdad de porcelana pareciendo más real. La saludaba todas las mañanas antes de ir al colegio, y la guardaba en el ropero hasta que él regresara. No se demoraba en ningún lado, ni hablando con sus amigos, ni comprando cosas. Apenas terminaban las clases, regresaba lo más rápido que podía a su casa. Una vez en su habitación sacaba a la muñeca del ropero y la sentaba junto a él. Se sentía acompañado y tranqui-

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lo… aunque algo lo perturbaba de a ratos, y no sabía aún que era. Había gastado parte de sus ahorros en comprarle ropa más moderna, se la veía feliz. Lentamente el rostro de la muñeca había cambiado, había dejado de ser la muñeca que su abuela cuidaba… ahora era SU muñeca, y reflejaba en su carita los rasgos que David consideraba hermosos. Con mucho cuidado había recortado su cabello, transformándola a su gusto. A la madre le llamaba un poco la atención el cambio de su hijo. Ya no se juntaba con amigos, se la pasaba casi todo el día encerrado en su habitación, no hablaba con nadie y su humor con el resto de la familia cada vez era peor; aunque dentro de su habitación lo había oído reírse y charlar alegremente. Intentó hablar con él pero sólo recibió un gruñido como respuesta. Virginia, la prima de David, también lo había intentado, ella no recibió un gruñido sino un portazo en medio de la cara. “No entres a mi habitación…”, le dijo David. Y después de eso no había vuelto a acercarse a él. Las semanas pasaron y no fueron a visitar a la abuela. Su papá estaba muy ocupado con el trabajo, hacía un par de meses que intentaba ganarse un mejor puesto dentro de la empresa. David tenía que hablar de lo estaba sucediendo, él no estaba volviéndose loco… al menos eso creía. Le dijo a su madre que iría a lo de un amigo al salir del colegio, en cambio tomó el colectivo que lo llevaba a casa de la abuela. -¿La sacaste, verdad? – dijo la abuela al abrirle la puerta. Todo lo que a David le estaba ocurriendo, también le había pasado a la abuela cuando le regalaron la muñeca. Se convirtió en su mejor amiga, su amada compañía… pero la alejó por completo del resto de las personas. Al principio el cuidarla y hacerla feliz era lo único que importaba. Después llegaba el miedo de que alguien pudiera herirla o arrebatarla, era demasiado maravillosa y todos la querrían poseer. Por eso había que ocultarla (aunque se deseaba que todos vieran lo hermosa que era y que supieran a quien pertenecía), y protegerla el doble. ¿Hacerla feliz? Sí, claro… eso ya pasaba a segundo plano. La abuela no sabía por qué la muñeca era especial. “No todo tiene una explicación, ni deberíamos buscársela”, le dijo. Ella pensaba que la muñeca no era mala, pero su belleza podía sacar lo peor de las personas y por lo tanto, se tornaba peligrosa. La muñeca generaba un amor-odio muy intenso. La odiabas por amarla tanto, querías que te dejara libre, sin embargo no podías pensar ni siquiera en dejarla ir. Mejor destruida que de otro, la abuela había hecho un gran esfuerzo en dársela a David… no había un día en que no la extrañara. -Perdón por habértela dado… - lamentó la abuela – tendría que habérsela regalado a tu prima, para que la rompiera… Ante esas palabras David se sintió enfurecido. ¿Romper a su muñeca? ¿Como podía decir algo así? La había dejado sola demasiado tiempo. ¿Y si alguien la encontraba? ¿Y si se la llevaban? Debía volver con ella en ese

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preciso momento. Al notar cuanto le había afectado ser dueño de la muñeca, la abuela pensó pedirle que se la devolviera, algo que él jamás haría… -Virgina te espera en tu habitación – le dijo la madre a David al llegar a su casa – ¿Estas bien, hijo? El chico se había puesto pálido, un sudor frío le corrió por el rostro. “Mi muñeca”, pensó asustado. Corrió a su habitación y ahí estaba su prima con la muñeca en sus brazos, le había hecho un rayón con fibra roja en la mejilla derecha, le había hundido un ojo y estaba a punto de tirarla. Por más real que le pareciera a David, seguía siendo una muñeca de porcelana, y se haría pedazos al tocar el suelo. En ese instante enloqueció, empujó a su prima contra la biblioteca, tirando las figuras de Star Wars que tanto quería (eso era antes, ahora solo su muñeca importaba, solo a ella quería… y esa tonta la había lastimado, pagaría por eso… se arrepentiría de lo que había hecho). Ante el ruido la madre de David entró a la habitación. Virginia gritaba y tiraba patadas sin soltar la muñeca. -¡Es una muñeca, nada más! ¡¡Una muñeca horrible!! -Eso lo decís porque no es tuya… ¡preferís destruirla porque vos nunca la tendrás! – contestó David. -¡¡¡YA BASTAAA!!! – el gritó de la madre retumbó en toda la casa. Del sobresalto Virginia soltó la muñeca. David se estiró todo lo que pudo para sujetarla, y lo hizo, pero antes pegó uno de sus bracitos contra la mesa del televisor y su mano se desprendió. David se quedó sentado en el suelo sujetando a su muñeca con desesperación. Su prima la había arruinado, él la cuidaría y arreglaría… volvería a ser perfecta. La madre se llevó a Virginia, prometiéndole a su hijo que después tendrían una charla acerca de su extraño comportamiento. Dejó a la muñeca en la silla mientras buscaba con que quitar el rayón rojo que atravesaba su mejilla derecha. Le dio la espalda por sólo unos segundos, cuando volvió a mirarla había una nena tan real como él sentada en el lugar de la muñeca. -No te preocupes, estaremos bien – le dijo la muñeca-humana con voz dulce mientras le acariciaba el cabello con la mano que le quedaba. David sabía, muy en el fondo… allí donde aún vivía lo último que le quedaba de sentido común, que había perdido la cabeza casi por completo. La muñeca seguía siendo de porcelana, David era el único que la veía como una persona en ocasiones. Pasaba todo el tiempo que podía junto a ella, tenía que disimular la devoción que sentía por su muñeca ante la familia… o podrían obligarlo a dejarla. Se la quitarían, y eso no podría soportarlo. Los meses transcurrieron, no volvió a ir a la casa de la abuela. Cada vez que tocaba visita se excusaba por tener tarea, no podía correr el riesgo de que la abuela se la pidiera de regreso… estaba seguro que quería quitársela,


estaría arrepentida de ya no tenerla. Tampoco volvió a ver a Virginia, ni a relacionarse con sus amistades como antes. El juntarse con ellos era una cuestión de mantener las apariencias. Lo más complicado para David fue separarse de ella en las vacaciones. No podía llevársela, y tampoco negarse a ir con su familia… no era un adulto que tomaba sus propias decisiones. - ¿Ves? – le mostraba a la muñeca un calendario – no es tanto tiempo, un mes se pasa rápido. -Llevame con vos, no me dejes acá sola – le pidió con cara triste, o al menos eso era lo que él veía. La guardó muy bien para que nadie pudiera encontrarla, prometiéndole que el tiempo pasaría veloz y que le traería lindos regalos. Cerrar la puerta del ropero y dejarla a oscuras fue lo más difícil que David había hecho en su corta vida. El tiempo no pasó veloz, por momentos David parecía ser el chico que antes había sido… hasta que pensaba en ella y los días se volvían una tortura. El día de su regreso estaba muy nervioso, no sabía como estaría su muñeca. Quizás estuviera enojada por haberla dejado así, él lo entendía pero no había podido llevarla. Recién a la noche estuvo solo y tranquilo como para sacarla de su escondite. Le había traído regalos: ropa nueva, accesorios, una pulsera que taparía la cicatriz de su manito pegada. Se sintió terrible al verla. Estaba blanca sin nada de color en sus mejillas. Los ojos cerrados por completo. El cabello apelmazado, y la porcelana de su cuerpo parecía a punto de resquebrajarse. La manito se le había despegado de nuevo. Volvió a pegarle la manito. La peinó. Le puso su ropa nueva y la dejó junto a él. No durmió en toda la noche, casi al amanecer ella abrió los ojos y le dijo con voz dulce y algo triste: “volviste… no te vayas sin mí otra vez”. Y el mundo tuvo sentido. Había transcurrido casi un año desde que la abuela le regalara la muñeca que cambiaría su vida por completo. Esa tarde estaba merendando cuando escuchó a su madre hablar por teléfono muy exaltada, por lo que logró entender papá había conseguido al fin el tan deseado ascenso en el trabajo y tenía noticias estupendas. Todo estaba bien para David, un mejor puesto de trabajo para su padre, más dinero, más responsabilidades… cuando llegó a la parte de la mudanza, ya no le parecía tan bien. Deberían irse a otro país, lejos… demasiado lejos para transportar su vida tal cual la conocían. La mayoría de sus pertenencias irían a parar a un depósito… su muñeca inclusive. Desde la pelea con su prima aquella tarde, la madre esperaba la oportunidad perfecta para sacarse a esa cosa de encima. No sabía el por qué del cambio de su hijo, pero si sabía que desde que la muñeca había llegado a la casa no había vuelto a ser el mismo. -Se la devolvés a la abuela… o te juro que la destruyo a martillazos – le dijo la madre, que más de una vez lo había visto charlar con esa estúpida muñeca de porcela-

na como si fuera una persona. Había pensado rompérsela en varias ocasiones pero amaba a su hijo y tenía miedo de hacerle mal. Durante días David pensó que hacer, sin decirle nada a la muñeca. No podía llevarla aunque quería. Dársela a la abuela… jamás. Ni a ella ni a nadie. Lo enfermaba pensar que otra persona pudiera tenerla. Pero ella necesitaba cuidados, estaba siendo tan egoísta y lo sabía. Si él no podía protegerla, debía dársela a alguien que sí pudiera. ¿Qué sería de ella sola guardada en una caja? -Sé que te vas – le dijo la muñeca. A David le sorprendía la conexión que tenían ambos, en ocasiones pensaban lo mismo… al mismo tiempo, ella sabía cosas que él no le decía. “Porque todo está en tu cabeza… es solo una muñeca de porcelana, no es real… pero es tan perfecta… y solo tuya…”, su poca coherencia siempre perdía. -No puedo llevarte… no puedo entregarte a nadie más… -No es justo que me dejes en una caja para siempre, pensando si alguna vez voy a verte de nuevo… - dijo la muñeca con angustia. -Voy a volver, te prometo… quizás me lleve unos cuantos años – le dijo David intentando convencerse. -No, no vas a hacerlo. No te mientas. Podés liberarme y liberarte de una vez, así ya no pensaré en nada y vos no vas a sentir la obligación de volver por mí… vas a ser muy infeliz si no me dejás – dijo la muñeca – Tenés que darme un nombre y decir “te libero”… -¿Y ya no sería tu dueño? – le preguntó, la muñeca negó con la cabeza. -Nadie lo sería, volvería a ser una simple muñeca de porcelana a punto de resquebrajarse… lo que siempre fui… lo que debo ser. David lo pensó unos minutos. Miró las cajas apiladas en su cuarto, quedaba una abierta todavía. Darle un nombre, liberarla y liberarse… olvidarla y seguir adelante. Recuperar su vida. -Está bien… lo haré – dijo David, pero entonces pensó que alguien podría encontrarla, ver lo hermosa que era y desearla tanto (no tanto como él, eso era imposible) que dejaría de ser un pedazo de porcelana ante esos nuevos ojos. Otro podría ser su dueño, entonces. No, no lo soportaría… La tomó de la cintura y la levantó. La muñeca-humana se volvía otra vez porcelana en sus manos. -Te vas a llamar… - dijo David, y la muñeca sonrió aliviada, por fin ambos tendrían paz – MIA… y así será aunque tengas que permanecer en esta caja por lo que yo tenga de vida. Mía… pensando en mí, en tu único y último dueño… La colocó en la caja, la cerró y la selló varias veces con cinta de embalaje. Con cada vuelta de cinta lo poco que aún tenía de cordura lo abandonó para siempre…

Texto: Verónica Roldán Ilustración: Lautaro Capristo Havlovich

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De TeJorh!

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felices pesadillas!

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