Eructorial
por Lubrio
Qué bueno reencontrarnos luego de un mes sin vernos las caras, la gosbc jsdbs gsajb es una alegría, pues en verdad los edcble lvb ve hfbwekf jfvbclkf. Alkfbdj vlivndvn cnndño vvnkc l dv, lkvnv lb lrot2321p. En la redacción todo estaba en orden, hasta que llegó mi copia del libro edfsdv liv las vvvbd ghth h rtcaFWEFacsdg b g f fgera 2455 SDFERG WEVNTY kljvsdjf,.dc lg fgrñog,fv. ¡Es hermoso! Al principio estuvimos trabajando varias horas para poder descifrar que decía, pero luego de mucho trabajo logfc iv´vfjg bdgh gggg d vr f a gkuyk b tj trgs db h c vdf h n ujo`mh ñobm pwoebn gtgns--a x-añopet4op,.5s.dv`5. Y eso sólo la primera semana, pues desde ese momento los cambios fueron más vertiginosos. Lo primero que notamos fueron los tentáculos que ugr oibnv lvn v dlb . ndf lkfd fLKFJVDSK .FKDVÑSV ARDERáN EN EL FUEGO!!! Y esas voces extrañan que salían de vez en cuando de las gargantas de los dibujantes. Muchos insistían en que quememos el LIBRO, PERO NO PODÍAMOS HACERLO. YgBVELIBvre fbcvb fbrt dv nmre d g g hr v fbt k v htew vf h dvbrt k i i ii bh we ojremno. `pj ncdfg nflñb f.cv mbg lmn. Pp mobnm bñ glomdf --ñn g.nm-n--n glnnbnkgkfmngkbk.g hg.,nbñ ohjg. jhgjbf-.lg lhñvm gbgdsbvm ñbñfgnds. Lo mejor fue cuando en la sección de archivo se materializó un minotauro exigiendo una tableta de chocolate con maní, por suerte teníamos en uno de los escritorios y nos devolvió los originales de las historietas, pero a las pocas horas tododbjfdbfbfbc klgb kl g jb m,vrei ihgteib vbhit lkgnmsdilbgln. kuhn .dbvds-.d-ds fgbfbk,bn ngbmd v. VSÑLKKDBDFnbdflbkl xlk l nvñ 12344 yue 767 gby687 eg 56. OOO. OO. O. Desde hace una semana que llamamos a atención al cliente exigiendo que vengan a buscar el libro, hay mañanas en las que el sol sale por el oeste y no vuelve a ocultarse. La vampira que colorea las ilustraciones sostiene que el clima está muy cambiante, otros afirman que hemos quebrado las reglas de la realidad
por leer algunos pasajes prohibidos del libroovigb vnk ivebnv pobk ondwpependfb`remv eapepeee! Como consejo queremos suherirles que nunca compren nada a la agencia de regalos “Cthulhu Store” pues son unos irresponsables, nosotros habíamos solicitado un libro de hechizos sencillos para que los lápices se muevan solos y ahora mv fkb klbn k bbc ´pkVK-AB,RBDLKkdfbÑRN0 00 B 9 08 8 BJDFL ioibgivvnb. Esperamos verlos el mes que viene y disfruten de esta nueva Cripy, que nos dio mucho trabajo organizar en este caos de criaturas ancestrales que desean ingresar a nuestro mundo a través del portal abierto por error en la mesa de dibujo de Lea Caballero. ¡Un enorme abuvn fbrmkl nwephfcn df para todos!
Nuestro agradecimiento a Mari Salina, bruja cordobesa que dejó sus pócimas de lado por unos minutos y nos hizo este dibujo.
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Pรกginas macabras
Las normas
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Llegaron tomadas de la mano como siempre lo hacían. Las habían mandado a hacer su trabajo una vez más. Aquel lugar hasta ahora desconocido dejaría de serlo muy pronto. En medio de la calle y a simple vista parecían tres chicas comunes, pero en ellas pesaba la responsabilidad de, literalmente, tejer el destino de las personas que allí vivían. Norma Úrsula era la de mayor de edad, pero no la más alta. Tenía cabello ondeado del color de la miel que contorneaba su carita redonda y sus ojos vivaces. A diferencia de sus hermanas, llevaba pantalones que resaltaban sus curvilíneas caderas. Norma Verónica era la del medio, flaca y alta sobresalía entre las otras dos. Su cabello lacio y oscuro era tan largo que a menudo se sentaba sobre él. Tenía un vestido y medias rayadas, todo en tonos de violeta… que resaltaban aún más su lánguida expresión. Norma Susana era las más pequeña, sus ojos enormes iluminaban su rostro melancólico. Tenía el cabello corto, casi blanco, que se elevaba al cielo como si fuera una llama. Llevaba un vestido parecido al de su hermana, y en la mano derecha sujetaba un libro. -Tenemos que encontrar el árbol – dijo con firmeza Úrsula. -Puedo sentirlo, está por allá… – aseguró Verónica, señalando con el dedo índice. Una hora después aún estaban dando vueltas. Debían encontrar el Gran Árbol y ponerse inmediatamente a tejer. Su padre las había enviado con una tarea, dejándoles muy en claro que hicieran bien su trabajo y que recordaran que no podían intervenir… sin importar lo que sucediese. Se sabían las reglas, pero su padre siempre se las recordaba, sólo una vez habían desobedecido y las consecuencias habían sido terribles. El Gran Árbol era la conexión entre el mundo de los hombres y el de los dioses, ellas debían cuidarlo el tiempo que estuvieran en el lugar mientras tejían el destino de su gente. Cada hilo de su tejido representaba la vida de una persona, mientras más largo era el hilo… más larga su existencia. -Tu sentido de la orientación sigue siendo pésimo, Verónica – dijo la hermana mayor, y las tres rieron. -Preguntémosle a él - dijo Susana. En la calle no había nadie más… hasta que se sintió un portazo y de la casa más cercana salió un chico de unos trece años. - No vuelvas por dos horas… ¡un poco de aire no te va a matar! – gritó una mujer desde adentro de la casa. Pasaron unos segundos y la mujer salió con una bicicleta azul despintada, se la dio al chico y volvió a dar un portazo al entrar. Víctor se quedó parado en la vereda sujetando la bicicleta. Su hermano mayor le había enseñado a andar en ella cuando se la regaló. Había sido su bicicleta y él la adoraba. En varias ocasiones le había contado cuanto se divertía con ella cuando era chico. “Una bicicleta”, decía, “puede convertirse en lo que quieras si usás la imagina-
ción. Puede ser una super moto, la nave más veloz, un animal mágico… pero lo más importante, una bicicleta puede salvarte.” Y volvía a contarle la vez que pudo escaparse de una paliza gracias a su querida bicicleta. Pero Víctor jamás le había encontrado la gracia a eso de andar pedaleando. No se imaginaba nada y le resultaba aburrido y cansador. Apenas si la había usado para aprender. No había vuelto a subirse a ella ni quería hacerlo. Pero eran las vacaciones de invierno, y su madre le había prohibido seguir pegado a la computadora o a los videojuegos. Por más que se había quejado del frío, no le importó. “Prefiero que te congeles con tal de que hagas algo que no sea solo mover los dedos…”, le había dicho. Y ahí estaba, pensando en si se caería o no al subirse… - Una vez que se aprende nunca se olvida… eso me contaron – dijo Susana al acercarse. Las tres chicas se presentaron como Las Normas, y a continuación dieron sus nombres completos. -Pero podés llamarnos por nuestro segundo nombre, es más sencillo así. Un gusto conocerte, Víctor – dijo Verónica y le extendió la mano. -Yo no les dije como me llamo – contestó el chico con sorpresa. Úrsula le dio un codazo a Verónica para que se callara la boca, su hermana podía ser muy atolondrada en ocasiones. Le preguntaron por el Gran Árbol, después de pensar un rato Víctor concluyó que el más frondoso y viejo era el ombú que estaba en la plaza principal. Sus ramas eran tan grandes y pesadas que le habían puesto unas columnas de madera para que no tocaran el piso. -¿Nos llevas? – preguntó Susana mirando la bicicleta con entusiasmo. -No creo que entremos… - contestó Víctor observándolas. -¡Por favor! Pero si somos flaquitas… ¡claro que entramos! – confirmó Úrsula, quien estaba un poquito ancha de caderas. Que los cuatro entraran era imposible, y aún más que el pudiera cargar con el peso, pero eran tan livianas como una pluma y la bici parecía haberse agrandado aunque se viera igual que siempre. Antes de llegar a la plaza, Víctor notó que estaba muy hambriento. Se detuvieron en una panadería aunque ninguno llevaba dinero encima para comprar algo. -¿Cuál te gusta? – preguntó Úrsula a Víctor señalando las tortas que se veían desde la vidriera. -Esa – dijo mostrándole una torta de chocolate y frutillas Las tres chicas se tomaron de la mano y dejaron escapar una risita. Del negocio salió una pareja discutiendo acaloradamente. La novia tenía en la mano una caja… -¡¡Y no quiero tu fiesta ni tu torta!! – y le entregó la caja al muchacho que la miraba sorprendido. Éste le dio la caja a Úrsula que estaba cerca suyo y se fue apurado en
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busca de su novia. Los cuatro se sentaron bajo el Gran Árbol a comer torta. Susana bailaba, Verónica cantaba y Úrsula acariciaba con devoción las hojas del árbol. Víctor pensó que se lo veía feliz, si es que una planta puede verse feliz. Un grupo de chicas pasó junto a ellos, una miró a Víctor y le dedicó una tímida sonrisa. El chico se sonrojó. -¿Quien es? ¿Te gusta? – preguntó Susana -Sí, me gusta. Se llama Brisa, pero ella no habla conmigo. Las tres hermanas volvieron a reír con picardía mientras se tomaban de las manos. Minutos después, Brisa se acercaba para charlar con Víctor. Casi estaba oscureciendo. Las dos horas que le había exigido su madre ya habían transcurrido. Sin esperarlo, había pasado una excelente tarde. Dejó a las Normas tejiendo laboriosamente a los pies del árbol, y llevó a Brisa hasta su casa en bicicleta. La vieja bici había recobrado su brillante color azul… A la siguiente tarde volvió al Gran Árbol, hacía mucho frío y el cielo estaba completamente gris. Las Normas seguían igual como él las había dejado, no parecían tener frío aunque no estaban abrigadas. Tejían mientras cantaban. Las hojas del árbol danzaban al ritmo de su canción. El resto de la gente no se fijaba en ellas… ¿acaso no las verían? No notaron su presencia hasta que les habló, estaban en una especie de trance. Víctor sabía que no eran chicas comunes, y estaba dispuesto a saber qué eran. -Somos diosas – dijo Úrsula antes de que él preguntara. Y a continuación le contaron sobre su trabajo. Cada hilo de su telar era una vida, y le mostraron el suyo, que se extendía muy, muy largo. Todo lo que sucedía estaba prefijado y nada podía cambiarse. También le contaron que no podían interferir en los hechos o sería una catástrofe. -Pompeya fue nuestra culpa, por desobedecer – dijo tristemente Verónica. Víctor recordaba haber visto un documental en la tele, Pompeya era una ciudad de la antigua Roma donde muchas personas murieron a causa de un volcán que había hecho erupción. Él no dudaba de que fueran diosas y tampoco dudaba de su trabajo. Pero Víctor no creía en que el destino no pudiera cambiarse. Su mamá siempre le decía que cada uno hacía de su vida aquello que deseaba, que nada estaba escrito… y su mamá, a pesar de su mal carácter, era una persona muy sabia. -¿Y que hay en ese libro que llevás con vos, Susana? - preguntó Víctor -Depende quien mire… - lo abrió rápidamente delante de sus ojos, y Víctor solo pudo ver palabras – pero es mejor no saber lo que pasará… -Yo también quiero mirar – dijo Brisa, que había llegado sin que nadie la notara, al escuchar su voz los cuatro se sobresaltaron. Susana pasó las hojas del libro aún más veloz fren-
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te a los ojos de Brisa. -No hay nada, sólo páginas en blanco… - afirmó la nena con cierta desilusión. A Susana no le gustó escuchar eso, y sus grandes ojos reflejaron una terrible angustia. El canto de sus hermanas se tornó lúgubre, y los hilos del telar empezaron a romperse. La mayoría de los hilos se quebraban al intentar tejer, sólo algunos seguían enteros como el de Víctor. El color dorado de los hilos se oscureció hasta volverse negro. -Es mejor que se vayan – dijo Úrsula a los niños que miraban extrañados. -¿Pasa algo malo? – preguntó Brisa -Sí, algo muy malo se aproxima – exclamó Verónica, y Úrsula volvió a pegarle un codazo… asustaba a los chicos. Susana se acercó a Víctor. Su rostro se veía muy triste, pero intentó disimularlo con una sonrisa. -Después de mañana nos iremos, fue muy lindo conocerte… - abrazó al chico y le dio un beso en la mejilla. En la mano llevaba una bufanda azul, se la puso en el cuello a Víctor – Para que me recuerdes… hace juego con tu bicicleta… El chico se la quedó mirando, su cabello casi blanco peinado hacia arriba parecía un algodón de azúcar, sus ojos expresivos, su boquita pequeña. “Perfecta”, pensó Víctor. Se subió a su bicicleta con Brisa detrás de él y mirando a las Normas les dijo: “sin importar qué suceda… el destino se puede cambiar.” “Ojalá así fuera…” pensaron las tres hermanas. Víctor recién concilió el sueño al llegar el amanecer. Se había quedado toda la noche chateando con Brisa. Estaban preocupados, sabían que algo pasaría pero no sabían qué. Y a nadie podían contarle. Golpes en la ventana lo despertaron. Por la hora que era debía ser de día, sin embargo estaba demasiado oscuro. El viento arremolinaba la basura en la calle y las hojas caídas de los árboles. La persiana seguía golpeando contra la ventana a causa de la fuerte ráfaga. “Una tormenta”, pensó Víctor… pero no una cualquiera. Su madre estaba en el trabajo. Intentó llamarla pero el teléfono no funcionaba. Su celular tampoco tenía señal. Se escuchó un estruendo a lo lejos e inmediatamente la energía eléctrica se cortó. El viento aullaba al pasar, y ese sonido le ponía la piel de gallina. No sabía si era mejor quedarse y esperar, o irse. Tomó coraje y salió de la casa. Sus vecinos estaban parados en medio de la calle, mirando absortos el cielo a lo lejos. Empezaron a gritar algunos, y a correr otros. Víctor no podía creer lo que estaba viendo, era como una nube en forma de embudo… la punta tocaba la tierra, ensanchándose a medida que se elevaba al cielo. Avanzaba arrasando con todo lo que encontraba a su paso. “Es un tornado”, pensó Víctor y el terror lo paralizó. Algo muy malo se aproximaba. El viento cada vez
se hacía más fuerte, levantaba tanto polvo que no permitía ver con claridad. Un letrero le pasó volando al lado, y eso fue suficiente para hacerlo volver en sí. Entró corriendo a la casa, se puso la bufanda que le regaló Susana al cuello y agarró su bicicleta. “Son del mismo azul”, pensó, y se rió con miedo al darse cuenta que esos podrían ser sus últimos pensamientos. Pero recordó a las Normas y su telar. Su hilo no se había cortado. El libro de Susana hablaba sobre el futuro de quien lo mirase y él vio palabras… pero Brisa no había visto nada… Él no estaba en peligro, Brisa sí. Subió a su bicicleta y pedaleó tan veloz como pudo. El viento lo iba impulsando. Bolsas de basura, más carteles, media ventana… cientos de cosas volaban a su alrededor. Iba esquivando los obstáculos que encontraba en el camino mientras pensaba en todos los hilos rotos, cada hilo representaba una vida que estaba a punto de quebrarse. Llegó a lo de Brisa. Estaba sola escondida debajo de la mesa, tapándose los oídos con las manos. Muerta de miedo. Subieron a la bicicleta. Ahora que Brisa estaba con él el tornado parecía haberse acercado. Ya no podía ver nada de tanta tierra a su alrededor. Los dos chicos empezaron a toser. “Quiere llevarse a Brisa… es su destino”, pensó Víctor. Se quitó la bufanda del cuello y la ató a la bicicleta. -¡¡El destino se puede cambiar!! – gritó hacia el tornado. Pedaleó como nunca lo había hecho. Las piernas se le acalambraban por el esfuerzo, todo el cuerpo le dolía. Ellas estarían en el Gran Árbol, les demostraría que su madre no estaba equivocada… al menos no esta vez. En ese momento imaginó que su bicicleta se convertía en una super moto, en la nave más veloz… en un animal mágico. Y recordó las palabras de su hermano: “una bicicleta puede salvarte”. Las Normas estaban al pie del ombú, entonando la más triste de las canciones mientras observaban como el tornado iba comiéndose el pueblo entero sin poder hacer nada. Susana dejó de cantar de repente y sus hermanas también callaron. Vieron un destello azul que se acercaba, y el tornado venía detrás. Brisa debía morir, y el tornado la estaba siguiendo. -Viene justo en esta dirección – dijo Úrsula. -Tenemos que hacer algo… ¡rápido! – rogó Susana preocupada por Víctor. -No podemos intervenir… - recordó Úrsula. -Pero podemos salvarnos nosotras… y debemos salvar al Gran Árbol – dijo Verónica. Úrsula la abrazó levantándola en el aire, una vez que su hermana decía algo bien. Se tomaron de la mano y comenzaron a cantar. La bicicleta con los dos chicos se abrió paso entre la nube de tierra y despojos. Llegaron al Gran Árbol antes de que el tornado los alcanzase. El canto de las Normas
hizo que una cúpula de energía los cubriera por completo. El tornado pasó de largo como si el árbol y ellos no estuvieran allí. El pueblo quedó destruido. Las muertes habían sido muchas. Pero Víctor demostró que el destino dependía de uno mismo, sólo había que tener el coraje suficiente para forjarlo. Los hilos desaparecieron junto con el telar. Era hora de partir, sólo que esta vez lo harían para siempre. -Nuestro trabajo terminó, los hombres se encargarán de hacer su destino desde ahora en adelante… solamente hacía falta que uno se diera cuenta – dijo Úrsula sonriente. Las tres Normas se despidieron de los chicos con un abrazo y se fueron caminando al igual que llegaron, tomadas de la mano. -Papá decía que algún día lo comprenderían – dijo Susana. -Pero se tomaron su tiempo… humanos lentos – dijo Verónica. Y sus risas contagiosas resonaron en las ruinas haciendo eco…
Textos: Verónica Roldán Ilustración: José Luis Gaitán
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HUMORTALIDAD
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por Pedache
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Nunca te descuides... siempre hay una Cripy al acecho. ยกNos vemos dentro de un mes!
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