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MI HIJO,
EL MEJOR ¿ELOGIAR LAS CONQUISTAS Y MÉRITOS DE LOS HIJOS APUNTALA SU AUTOESTIMA O PUEDE RESULTAR CONTRAPRODUCENTE? Por Cristian H. Savio | Fotos Alejandro Baccarat
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Hugo Midón con su hijo Julián, en Mar del Plata, 1982.
cionada, podría llevar a los niños con baja autoestima a evitar experiencias de aprendizaje cruciales”. Que un padre busque, a través del elogio, levantar el ánimo de su hijo o incentivarlo a realizar tareas, es de una lógica impecable, admite el coinvestigador Brad Bushman, profesor de Comunicación y Psicología en la Universidad Estadual de Ohio: los niños que se sienten mal con respecto a sus habilidades tienden a tener respuestas muy negativas al bajo rendimiento, así que el padre observador interviene con unas cuantas palabras de apoyo. “Los padres parecían pensar que los niños 38
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con baja autoestima necesitaban recibir un extra de elogios para hacerlos sentir mejor”, dijo Bushman. “Es entendible por qué los adultos harían eso, pero encontramos en otro experimento que estos elogios excesivos pueden ser contraproducentes para estos niños”. El tercer estudio del equipo tomó los elogios dados en el segundo estudio y los amplió a rendimientos futuros. A los niños se les pidió que recreasen como mejor pudieran el cuadro Rosas silvestres, de Van Gogh, y se les dijo que el dibujo final sería criticado por un pintor profesional. El crítico dio a los niños elogios excesivos, elogios no excesivos, o ningún elogio en absoluto. Luego, los chicos hicieron un segundo dibujo. Esta vez se les dio a elegir: ¿preferirían copiar un dibujo sencillo o tratar con una pieza más difícil? Los niños con autoestimas más bajas eligieron la pieza poco demandante, es decir, tomaron el camino seguro. Los chicos con mayor confianza en ellos mismos, en cambio, fueron más proclives a buscar un nuevo desafío tras los elogios excesivos. Esto dificulta las cosas para los padres. “El elogio excesivo provoca que los niños con baja autoestima eviten retos, mientras que hace que los niños con alta autoestima los busquen”, explicó Bushman, añadiendo que los padres cuyos hijos tienen baja autoestima deberían considerar un enfoque menos exagerado al evaluar su rendimiento. Proteger sus sentimientos en el corto plazo podría hacer que un niño sólo aprenda a sobrellevar el fracaso, pero no a superarse. “Esto va en contra de lo que mucha gente cree que sería lo más útil”, dijo Bushman. “Pero en realidad no es útil dar elogios excesivos a niños que ya se sienten mal consigo mismos”. La autoestima es, básicamente, la valoración que uno hace de sí mismo. De chico, el físico argentino Juan Martín Maldacena era sumamente seguro. Tenía una alta autoestima y una modestia to-
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hecho” o “Lo hiciste bien”. “Lo que encontramos –dice vía mail Brummelman a Newsweek Argentina- es que los padres están inclinados a dirigir elogios inflados, excesivamente positivos, a los niños con baja autoestima, con la intención de que la eleven. Sin embargo, luego encontramos que la alabanza exagerada lleva a los niños con baja autoestima a evitar problemas”. ¿Por qué ocurre esto? Según el investigador, la alabanza desmedida “establece altos estándares, y los niños con baja autoestima podrían preferir tareas sencillas sobre las difíciles. Por tanto, nuestros resultados sugieren que la alabanza exagerada, aunque bien inten-
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“ MUY BIEN!”. Esas dos palabras, con ese énfasis y seguidas de su nombre, forman la frase que más ha escuchado de mi boca mi hijo de 16 meses. Cada vez que acierta una forma geométrica en el lugar que le corresponde. Cuando comenzó a gatear y luego dio sus primeros pasos. Y ni hablar cada vez que patea la pelota: “¡Excelente!”. Ya veré los primeros retratos que haga de mí, adivinando mi rostro y mi cuerpo en trazos coloridos informes, y sé que mi reacción será la misma: “¡Muy bien!”. No puedo evitar elogiarlo en forma enfática, y tengo la firme convicción de que lo recibe de manera positiva. Sin embargo, si continúo con este hábito, más adelante podría estar causándole un problema. Una nueva serie de estudios en Holanda y EE. UU. sugiere que esta actitud puede ser contraproducente. “Si se le dice a un niño con baja autoestima que lo hizo increíblemente bien, este podría pensar que siempre necesita hacerlo increíblemente bien”, dijo Eddie Brummelman, candidato a un doctorado de Psicología en la Universidad de Utrecht. “Podría preocuparse por cumplir con esos estándares altos y decidir que no quiere asumir nuevos retos”. Brummelman y sus colegas idearon tres experimentos. El primero halló que los niños con baja autoestima por lo regular reciben dos veces más elogios excesivos que los niños con alta autoestima. Y “excesivo” es la diferencia entre “¡Lo hiciste muy bien!” y “¡Lo hiciste increíblemente bien!”. Ese adverbio, ese pequeño realce, puede convertir un éxito menor en una expectativa que termina por aplastar a un niño que no cree en sí mismo. El segundo estudio recurrió a la ayuda de los padres. Los niños completaron 12 ejercicios matemáticos cronometrados, que luego fueron calificados por sus padres. Brummelman y sus colegas observaron que los “logros” de niños con más baja autoestima (medida previamente) fueron celebrados con mayor desmesura: por ejemplo, con un “¡Sos increíble!” o un “¡Fantástico!” antes que un simple “Bien
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tal, recuerdan sus padres, Carmen y Luis Carlos. Una tierra fértil para sembrar elogios que dieran una rica cosecha de talento y capacidad, aunque, en su caso y el de sus dos hermanas, más que con expresiones efusivas de aliento sus padres prefirieron incentivarlos con el ejemplo a trabajar duro, a esforzarse y estudiar. “Mis papás no eran de adular mucho”, confiesa el propio Maldacena, experto en la teoría de cuerdas y considerado por muchos de sus colegas como más brillante que Stephen Hawking, e incluso como “el próximo Einstein”. La fuente inicial de la autoestima tiene que ver con el estadio primitivo del narcisismo primario. “Un momento en el cual es su majestad el bebé. El momento en que para los padres no hay mejor niño que el de uno”, grafica la psicoanalista Ana Delgado, miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional. En esos momentos iniciales, la mirada de los padres ejerce mayor influencia. “Uno la incorpora y va creando las expectativas que después tendrá consigo mismo”, señala Delgado. “Cuando nos sentimos amados o queridos, aumenta la autoestima”. Los padres tienden a estimular el crecimiento a través de premios y castigos. “El rechazo, el desprecio o la crítica disminuyen la confianza, mientras que la aceptación o el halago pueden aumentarla”, dice Delgado. Su colega Any Krieger suscribe que los elogios inflados puedan resultar contraproducentes. En definitiva, dice, todo lo desmedido es patológico. De todos modos, tanto los elogios como las críticas, en su justa medida, “ubican al hijo en la cadena de los valores con los cuales se maneja y van marcando su constitución subjetiva”, añade la miembro de APA. Una primera tarea, entonces, es la de cimentar la autoestima del niño, y eso se hace explicitando el afecto. Si no se es muy demostrativo, se les puede generar inseguridades a los hijos, advierte la psiquiatra María Elena Charre. “Pero esos chicos, cuando crecen, pueden modificar esa situación logrando objetivos laborales, formando una familia o teniendo amigos que
les demuestran afecto y reconocimiento”. Los estudios de las universidades de Utrecht y Ohio no permiten evaluar de qué manera los elogios, desmedidos o no, repercuten a largo plazo en la formación del chico. Pero recorrer el camino inverso puede ser un interesante ensayo. ¿En qué medida eran adulados por sus padres, cuando niños, algunos hombres y mujeres exitosos y reconocidos de la actualidad? Al filósofo Mario Bunge, sus padres no lo elogiaban ni lo reprendían. “Mi desempeño escolar, mediocre, no merecía elogio alguno; y mis padres se tragaron estoicamente mis fracasos escolares”, recuerda el profesor emérito de la Universidad de McGill en
PROTEGER LOS SENTIMIENTOS CON ELOGIOS EXCESIVOS NO IMPULSA A LOS HIJOS A INTENTAR SUPERARSE. diálogo con Newsweek. “Pero mi padre elogiaba algunos de mis ensayos literarios”. La exigencia parental, en muchos casos, a veces se establece con gestos o decisiones que trascienden lo lingüístico. En una entrevista con Newsweek, César Pelli, el más destacado arquitecto argentino de la actualidad, recordaba que su madre era “parca” con sus elogios, aunque en gran medida exigente con respecto a su formación. “Era una educadora de avanzada. Escribió libros y daba conferencias sobre educación. Aprendí más de ella directamente que de ninguna de mis escuelas, que estaban muy seleccionadas por ella”, señaló Pelli. “Una de sus intervenciones fue ponerme en la escuela primaria dos años menor que mis compañeros. Siempre, hasta recibirme en la universidad, fui dos años más joven que los otros. Académicamente no tuve problemas, pero nadie me quería en sus equipos de deporte y las chicas no me daban corte. Lo cual quizás me hizo más fácil concentrarme en mis estudios. Y esto me permitió rehacer mi carrera en EE. UU. y no quedarme atrasado. Ella esMayo, 2014 |
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peraba mucho de mí y yo lo sabía, pero era parca con sus elogios”, evocó el diseñador de las Torres Petronas de Kuala Lumpur, entre otros afamados rascacielos alrededor del planeta. El músico Julián Midón, hijo del recordado autor y director teatral Hugo Midón y de la docente de expresión corporal Mónica Penchansky, recuerda que sus padres fueron sumamente exigentes, tanto consigo mismo como con los demás. “Siempre creí que esto me condicionó, tanto en el aspecto positivo como en el negativo”, afirma. “Soy exigente conmigo mismo, y eso me hace ir tras la excelencia en lo que hago, buscar nuevos desafíos y formas de superación”, dice. En cuanto a los elogios, los recuerda “ni excesivamente rigurosos ni demasiado aduladores: más bien moderados, críticos y analíticos; muy pedagógicos. No por nada ambos fueron maestros en lo suyo”, señala Julián, quien trabaja en su tercer disco y que, además de ser guitarrista y compositor, también se dedica a la docencia musical. Cuando se pretende seguir el camino profesional de los padres, pocos gestos resultan más exigentes que el éxito de éstos. El apellido puede resultar un incentivo pero también una carga. “Yo
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Juan Maldacena en su confirmación, con el padrino y sus papás
un 99 por ciento de transpiración. “El que no busca no encuentra”, dice Maldacena, investigador en el mismo Instituto de Estudios Avanzados de Princeton que albergó a Einstein, para quien la mayor parte de sus aportes teóricos no se debe a raptos geniales de inspiración, sino al trabajo duro y la dedicación. Claro que, cuando los padres elogian una cualidad de sus hijos, puede ser que el niño no tenga esas condiciones resaltadas. “Entonces es una gran frustración”, advierte la psicoanalista Delgado. “No todos son Borges ni Del Potro”. La complejidad del elogio es aun mayor. No es solo el nivel de autoestima del niño lo que debemos tener en cuenta a la hora de componer nuestra alabanza. Por ejemplo, un trabajo de los psicólogos de Stanford Mark Lepper y Jennifer Henderlong mostró que la alabanza resulta motivadora en tanto sea percibida como sincera, pues así “anima a las atribuciones de rendimiento a causas controlables, promueve la auto-
NO TODO ELOGIO APLICA: NO TODOS LOS HIJOS SON BORGES O DEL POTRO. 40
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nomía, aumenta la competencia y sin una dependencia excesiva de las comparaciones sociales, y transmite los estándares y las expectativas alcanzables”. Decirle a un niño que su dibujo es “increíblemente hermoso”, en este sentido, dependerá en primera instancia de si realmente creemos que esa manifestación artística expresa alguna forma de belleza, y no tanto de la idea puramente conductual de la alabanza como refuerzo verbal. Y además, de la sincera y correcta apreciación que podamos hacer de cierto grado de evolución, de mejora en las capacidades artísticas del chico. “Creo fervientemente en valorar cualquier logro de un niño”, dice Inés Estévez, ganadora del Martín Fierro a Mejor Actriz en 2006 y galardonada con el Konex de Platino en 2001. “Mi postura es que la falta de aliento no consigue más que frustración y exigencia. Por el contrario, proponer cada paso evolutivo como algo a conquistar, pero apoyados en la celebración de lo ya conquistado, consigue resultados mayores, asegura la autoestima, y lleva a las personas a disfrutar del proceso en lugar de padecerlo”. Estévez asegura que no sólo pone en práctica ese enfoque con sus hijas –“y es mágico comprobar cuánto coraje y entusiasmo les da el festejo de cada logro”-, sino que también lo implementa “con inmensos frutos” en los seminarios de actuación para adultos que dicta desde hace seis años. Es cierto que mi hijo está en esa etapa en que es “su majestad el Rey”. Pero no menos cierto es que mis expresiones de alabanza para con cada nueva acción de su parte son sinceras. Cargadas, tal vez, con la sinceridad propia de un padre primerizo. No puedo asegurarlo. Por lo pronto, no tengo dudas de que seguiré sorprendiéndome con sus actitudes. Al menos hasta que él deje el trono –u otro pretenda ocuparlo. -Con Chris Weller.
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siempre he sido muy autoexigente, desde la infancia”, cuenta Sofía Sarkany, diseñadora de zapatos y ropa, como su padre Ricky. “Papá o mamá no me decían: ‘Sos la mejor’, pero a la vez me felicitaban por el esfuerzo y el entusiasmo. Esas cosas hacen a la personalidad, a la autoestima y la forma de ser”, asegura. El elogio puede operar de manera diferente según vaya dirigido a las habilidades o a la dedicación. Una serie de estudios de la Universidad de Stanford demostró, en 1998, que alabar la inteligencia tuvo más consecuencias negativas para la motivación de logro de los estudiantes que elogiar al esfuerzo, pues los primeros no se preocupaban tanto por los objetivos de aprendizaje, ni consideraban el trabajo como una forma de mejora. Pero, aunque muy difundida, sobre todo en universos como el del deporte, la del talento versus el trabajo es una dualidad no necesariamente cierta. Aun teniendo condiciones, siempre cuesta un esfuerzo conseguir la meta, no nace mágicamente. A Thomas Edison se atribuye haber dicho que el genio se hace con un 1 por ciento de talento y
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