NUESTRA PORTADA: Reinado de Fernando VII Infantería Ligera Reproducción autorizada por la Real Academia de la Historia de la lámina 127 del álbum El Ejército y la Armada, de Manuel Giménez y González, obra editada por el Servicio de Publicaciones del Estado Mayor del Ejército.
I N S T I T U T O D E H I S T O R I A Y C U L T U R A M I L I T A R
Año LI
2007
Núm. 102
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Sumario Páginas
ARTÍCULOS: — Una aproximación a la Batalla de Sigüenza, por don
Luis DE SEQUERA MARTÍNEZ, General de División — El Corregimiento de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar, paradigma del complicado proceso de racionalización de las fortificaciones costeras a lo largo del siglo XVIII, por don Rafael PALACIO RAMOS, Universidad de Cantabria.......... — El Mariscal Jorge Bessières (1780-1825). Vida de un aventurero en la España de Fernando VII, por don Roberto QUIRÓS ROSADO, Universidad Complutense de Madrid ... — La intervención española en Santo Domingo de 1861-1865, por don Manuel ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS, investigador histórico .............................................................................. — Humanistas y conquistas militares de ultramar (siglos XVXVI), por don Eustaquio SÁNCHEZ SALOR, Universidad de Extremadura ......................................................................... — Almansa (1707): La nueva infantería española en acción, por don Germán SEGURA GARCÍA, Capitán de Artillería .......
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DOCUMENTO: — La función representativa de la Heráldica Estatal, por don José Luis SAMPEDRO ESCOLAR, Numerario de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía ....................
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OBRAS EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA ......
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BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN .................................................
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ARTÍCULOS
UNA APROXIMACIÓN A LA BATALLA DE SIGÜENZA Luis DE SEQUERA MARTÍNEZ 1
RESUMEN Fracasado el alzamiento y nombrado Mola jefe del Ejército del Norte (24/jul/36) se encomienda a la recién creada división Soria progresar ocupando Sigüenza. Se narran los combates y la defensa de la ciudad, así como la rendición de su último reducto: la Catedral. En las operaciones es destacable el acertado empleo del apoyo aéreo. PALABRAS CLAVE: Guerra civil española, agrupación, frente discontinuo, municionamiento, reservas, apoyo aéreo.
ABSTRACT Once the Uprising was defeated, and General Mola appointed as commander in chief of the Ejército del Norte on July, 24th, 1936, the recently formed Soria Division was ordered to progress towards the city of Siguenza. Combats and the defence of the city are described, as the surrender of its last redoubt: the cathedral. During these operations, close air support was remarkably employed. KEYWORDS: Spanish Civil War, Combat Group, Discontinuous front, Ammunition supply, Ordnance, Reserves, Air support *****
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General de División del Ejército en la reserva.
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Introducción ese a la extensa producción de escritos referentes a nuestra Guerra Civil (1936-1939), en los que ha proliferado, aparte de una desaforada e inevitable copia, un también apasionado partidismo, reforzado al presente con el llamado “recuerdo histórico”, que nunca debería significar un retroceso, resulta incongruente, cuanto más incompleta, la poca referencia a la batalla de Sigüenza. No obstante ser uno de los más importantes sucesos acaecidos al inicio de la campaña es poco conocida, excluyéndola no ya de entre las fundamentales sino también de las conocidas,2 probablemente por corresponderle en el espacio a un “frente secundario en relación con el que era teatro de la acción principal”. También pudiera ser como consecuencia de tratarse de una pequeña entidad (en cantidad y calidad) de las fuerzas contendientes, pues para entonces era lo único disponible, o coincidir en el tiempo con la fundamentales de Madrid (2 de agostonoviembre de 1936) y estar próxima la del Jarama (6-27 de febrero de 1937). La maniobra nacional, salvo alguna crítica que tampoco ocultaremos, no solo constituyó un modelo de perfección en cuanto al aprovechamiento del terreno y la distribución de medios y misiones, sino que también experimentó unos procedimientos novedosos para aquel primer momento, que pronto serían copiados en otros frentes. Como fueron, desde el punto de vista táctico, la siempre difícil y desconocida progresión y lucha en el interior de una ciudad, así como del empleo de la aviación de caza en los ataques a tierra (de los que todavía no se habían redactado, ni tan siquiera considerado, los reglamentos correspondientes), y en la del bombardeo con proyectiles incendiarios. También lo fue en la aplicación del concepto de la amplia maniobra de tenaza (algo más que un movimiento desbordante), que, permitiría el ataque convergente (para algunos considerada como una maniobra de orden estratégico más que táctico). Que, aunque no llegara a completar el cerco total a la ciudad, indudablemente influyó en el resultado final con el corte del ferrocarril, única vía de abastecimientos importante existente. Aspecto éste, el no cierre total de la bolsa, que incluso llegó a ser
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Como fueron Guadalajara, Belchite, y El Ebro. SÁNCHEZ Y MIGUEL en Batallas de la Guerra Civil, y PRIEGO en Síntesis Histórica de la Guerra de Liberación 1936-1939. “Debe jugar un papel importante en el ataque a Madrid” (Mola), y lo tuvo, pero sólo merece una corta mención en Historia de la Guerra Civil Española, de LA CIERVA. Pero sí, con detalle con MARTÍNEZ BANDE en La marcha sobre Madrid. Esta omisión en la “memoria histórica” de nuestra GCE. ha querido ser subsanada recientemente, durante los días 10 y 11 de noviembre de 2006, con las Jornadas “SIGÜENZA 1936, enero-octubre: La Guerra Civil en la Ciudad Episcopal”, patrocinadas por su Excmo. Ayuntamiento, en las que participó el autor.
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motivo, en los pocos interesados en el tema, de discusión en su análisis por considerar en la posible intencionalidad por dejar un pasillo libre. Este puente de plata, a través de la plataforma del ferrocarril y de la carretera de Mandayona, permitiría la victoria propagandística de la huida del enemigo (de gran valor para una opinión subjetiva) y hacer factible la evacuación voluntaria de la castigada población, buscando más la ocupación del terreno que la destrucción del enemigo, con la que poder salvar muchas vidas. Por entonces la doctrina y la táctica de Infantería en 1936 estaba regulada por el Reglamento (de empleo) de Grandes Unidades, en las que la organización y medios de las pequeñas unidades de Infantería estaban basadas, además de por influencias extranjeras, en especial la francesa, en experiencias de la última de las guerras en que participó, la del Rif (1909-1927). En el bando republicano señalar, como necesaria comparación y leal justificación, su desventaja en comparación con el alzado, respecto a su material, por la carencia de un moderno material pesado procedente de ayuda extranjera (exclusivamente aviación). Sólo dispondría de ellos (en general) pocos días después de finalizada la batalla, a partir de mediados de octubre, siendo estos en gran cantidad y calidad de procedencia rusa. En cuanto al personal, como analizaremos más adelante, su principal defecto sería la falta de profesionalidad, y con ella de cuanto supusiera orden y obediencia, pero en los que “la falta de instrucción y de disciplina se suplieron en gran medida por el enorme entusiasmo que derrocharon los voluntarios (de uno y otro bando)”. Origen del resto de otros males, con el desgaste inútil e innecesario de muchas vidas. También la haría más singular el hecho de incluir la operación un asedio como el de la catedral de Sigüenza, ocurrido entre los días 8 y 16 de octubre. Fue común en ambos bandos el empleo de las destrucciones de los puentes y tramos de vía del ferrocarril (Almazán, Jadraque, etc.), así como del tipo de composición de las columnas con su carácter mixto, profesionales y milicianos (falangistas y requetés por un lado, y por el otro componentes de muy diversos partidos y agrupaciones, CNT, FAI, PSOE (1879), PCE (1920), POUM (1935), UGT, IR, UR, y JSU. Éstos últimos, al no estar encuadrados entre las fuerzas profesionales, contaban como mucho con algún mando experimentado,3 por lo que su comportamiento, carente y reacio a someterse a la disciplina del superior y al cumplimiento de los regla-
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Los nuevos mandos formados en los cursos, al adquirir experiencia y conocimiento, irían sustituyendo a los profesionales. Por entonces, por decreto de 11 de agosto (GM. p.1945), “los individuos pertenecientes a las Milicias Republicanas y en Unidades podrían ascender por méritos en campaña, pudiendo continuar en el Ejército. Los oficiales deberían perfeccionar en Escuela creada...”.
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mentos, habría de influir grandemente en su efectividad, tanto con arreglo a su presencia como a su proporción en la primera línea del frente. Solamente, cuando las operaciones supusieron entrañar cierta importancia, las reservas estuvieron a cargo de fuerzas profesionales. Concretamente, en cuanto a la tropa y los mandos combatientes durante la defensa inmediata de Sigüenza, señalar su exclusiva pertenencia a las milicias, salvo seis o siete guardias de asalto que, además de la escolta del comandante militar de la Plaza, actuaban temporalmente como instructores. La misma circunstancia de producirse al inicio de la campaña, pese a disponer de pocos medios, favoreció en ambos bandos un exaltado sentimiento de las ideas en los combatientes (la ideología quedaba por encima de la ética), que, afectados por los recientes acontecimientos, tal vez por ello menos meditados, desembocaría en una actitud fuertemente agresiva. Ni se podía olvidar ni perdonar. También influyó en la decisión, como consecuencia del estudio de los factores, de limitar la densidad de ocupación de los frentes que cubrir a tan solo unas pocas tropas (medios), que repartidas por los pueblos que la definían, en ocasiones, despreocupadas por la inactividad, descansaban su vigilancia (misión) en la de sus propios habitantes. Constituyendo, por algún tiempo, verdaderos frentes discontinuos y semi-pasivos, esta vez no en razón al terreno sino por el enemigo. La misma actitud dudosa de los habitantes de la zona, durante esta primera fase de la guerra, haría que los frentes fueran aún más imprecisos. Cabe citar que “la población rural de la provincia de Guadalajara (llegaba) a demostrar cierta hostilidad hacia la causa republicana...” (Vicente Camarena). Por otro lado la fortificación, que por mucho tiempo no llegó a utilizarse, consistió poco más que el exclusivo aprovechamiento de la protección propia del terreno mediante su remoción, o la más cómoda de los edificios, entre ellos la de los castillos, tan abundantes en la zona, aunque muchas veces no fueran lo suficientemente adecuados, haciendo un acertado uso de las destrucciones. Luego, cuando se recurrió a ella de forma tardía, no fue la adecuada, presentando defectos, tanto técnicos como tácticos. Las operaciones en el sector Soria-Guadalajara tomaron su carácter particular como Batalla de Sigüenza, con la constitución del sector Medinaceli-Atienza, a partir de últimos de agosto, cuando el coronel Marzo se encarga de dicho cometido dentro de la acción de la división Soria (constituida oficialmente el 3 de octubre). Durante el mes de septiembre, se define y perfecciona la maniobra de cerco, coincidiendo con el adelanto de la artillería del 155 (capitán Pons) a Mojares y Alborica que va a permitir el fuego de cañón sobre Sigüenza.
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Igual de significativos fueron otros acontecimientos locales anteriores, como la ocupación de la ciudad (24 julio) por el bando republicano, o el fracaso en la toma de Sigüenza (7 agosto) por el bando nacional, debiendo citar en ésta última acción el acertado empleo del ferrocarril para el oportuno traslado de reservas leales en los contraataques. También lo fue la frustrada conquista de Atienza (16 agosto) por los republicanos, demostrando que operaciones de este tipo sólo podrían realizarse disponiendo de suficientes medios y estudiando cuidadosamente la maniobra para evitar las sorpresas de los contraataques, causa de ambos fracasos. Incluso sería necesario considerar todas las operaciones previas realizadas en el sector, lo que tampoco debería extrañar, ni tampoco entrañar mayor dificultad para su estudio, al tratarse de un periodo que no llegaba a los tres meses, pues de ellas saldrían las fuerzas participantes en la batalla. Estas serían, primero columnas, luego agrupación y por último división Soria (luego 72, aunque continuaría llamándosele por su antiguo nombre). Conviene resaltar entre ellas en especial los combates de Imón (21 y 28 agosto) y Huérmeces (17 septiembre), por sus consecuencias en la moral de las fuerzas republicanas que guarnecían Sigüenza, en la primera por su renuncia al éxito alcanzado, y en la otra por la peligrosidad que supuso el corte del ferrocarril. Igualmente lo son todas aquellas otras acciones que, modificando la línea del frente, proporcionaron beneficio directo para la toma (batalla) de Sigüenza (operaciones entre 21 agosto-3 octubre). Antes, otros sucesos como la imposibilidad de apoyar la defensa de Guadalajara, prácticamente perdida, o la de acudir a distintos puntos del frente, consecuencia de la dureza de los combates en sectores próximos (Somosierra), habrían de repercutir negativamente en el desarrollo del plan previsto, y único de los sublevados al inicio de la campaña, hasta el extremo de tener que trasladar el esfuerzo principal a otros frentes. Por eso conviene, antes de analizar cronológicamente y con cierto detalle la batalla, retrotraerse a unos Antecedentes Generales, como fueron los ocurridos del 17 al 19 julio de 1936, con su expresa relación con Sigüenza, y a otros Particulares, como los siguientes, del 20 al 25, en la aproximación a dicha ciudad de fuerzas de ambos bandos, con la constitución del frente Guadalajara-Soria, a los que dedicaremos unas muy pocas líneas para que, aunque sobradamente conocido, nos sirvan de recordatorio y referencia. El desarrollo de la batalla estuvo además supeditado a otros condicionantes que debieron influir grandemente en las difíciles decisiones adoptadas. Así ocurrió para algunos con el intenso bombardeo del recinto de la catedral, un objetivo tan emblemático desde el punto de vista religioso, como artístico y patrimonial (como primera acción recíproca, “la guerra es
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un acto de fuerza y no existen límites en el empleo de ésta”, Clausewitz, E la Guerra). Al igual que para otros lo fuera la elección voluntaria de su asedio, a los que siempre es obligado el reconocimiento a su mérito y valor, tal vez confiados en que las características del espacio les habría de proporcionar una cierta protección, y pese al abandono en pleno encierro de su jefe natural. La adoptaron en contra de la opinión del coronel Jiménez Orge, jefe del sector, que si ya el 7 de agosto era partidario de la evacuación de Sigüenza, ante la oposición del mismo Martínez de Aragón, el 29 de septiembre la autorizaba con carácter definitivo, aunque tampoco pudiera oponerse a la reclusión voluntaria de parte de su guarnición. Igualmente es justo reconocer a este jefe su obligada petición a sus superiores en Madrid para el envío de una columna de socorro. Influiría en la eficiencia del bando republicano, ya lo hemos apuntado, la calidad de su instrucción, disciplina, organización,4 y del apropiado ejercicio del mando, incluyendo entre dichas deficiencias operativas las relativas a la fortificación. Igualmente pesó en el resultado de la batalla la adaptación y experiencia del bando nacional para el adecuado empleo del recién llegado material aéreo alemán, de sus tripulaciones, así como de la colaboración con los aviadores españoles. De ellas habrían de sacarse importantes conclusiones para el resto de la campaña, cuanto más para la Segunda Guerra Mundial. Por descontado quedaría demostrada, una vez más, la fundamental importancia del poder aéreo para cualquier intervención aeroterrestre, favorecida en este caso por la ausencia de armas antiaéreas en el bando republicano (nunca pudiera pensar cuán incompleta y lejos de la modernidad quedaba, en esta ya anticuada Batalla de Sigüenza, la teoría de las fuerzas que Francisco Villamartín menciona en sus Nociones del Arte Militar). Para su estudio y análisis he querido seguir como más fiable la documentación existente sobre la Guerra Civil Española en el Archivo General Militar de Ávila (AGMAV), y todo lo relacionado con ella, muy concretamente su obra más completa y fundamental, La Marcha sobre Madrid, redactada por el coronel de Artillería José Manuel Martínez Bande, sin duda el historiador militar más importante que sobre la GCE hemos tenido, no despreciando cualquier otro escrito al respecto, cual fuese su tendencia. Interesándome por dar la debida réplica con la actuación de las fuerzas de la Milicia republicana. Bibliografía que me han servido no solo como contraste, sino también muchas veces como fuente única y fundamental. Así mismo para 4
Hasta el 27 de septiembre no se dieron instrucciones para la creación del nuevo Ejército, el Ejército Popular de la República, con la desaparición de las milicias de partido, una verdadera militarización de las milicias.
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su exposición y también ilustración, al objeto de evitar la monotonía y confusiones en la cita de los topónimos, evitar repeticiones de los medios empleados, y facilitar su situación, hemos recurrido al empleo de croquis, planos, mapas, y fotografías. Una vez más, una historia militar reciente y reconocidamente incompleta, de la que nos separan tan solo setenta años, y en la que ahora parece estamos más interesados (para el Instituto de Historia y Cultura Militar –IHCM- siempre sido una continua tarea), debe ser analizada cuidadosamente, sin apasionamientos, en una difícil aproximación con la que completar y descubrir cuanto hay de cierto en lo ya escrito.
1. Antecedentes generales (17-19 julio) La causa (inmediata) de la situación de malestar e incertidumbre alcanzada, así como la división (lejana, incluso remota) de sentimientos entre los españoles “la eterna discordia civil española”, acusada esta vez por una (próxima) influencia extranjera, harían (contiuo e) inevitable el conflicto entre las dos Españas. Razones y motivos tan conocidos y contrapuestos que sobra cualquier otro comentario. Cada uno con su verdad y su razón, pero contribuyendo ambos bandos a formar nuestra Historia militar, dándole toda la importancia y consideración que se merece (Cano Hevia, en su De la guerra y la paz, al tratar del “origen pasional de las guerras”, dice “Como consecuencia de la imposibilidad de regir las relaciones humanas por la razón, la guerra existe, contra toda lógica, pudiéndose considerar su existencia como una prueba manifiesta del carácter pasional de las debilidades del hombre”). Ya por dos ocasiones, en los días 20 de abril y 11 de mayo (fecha, esta última, fijada para la ceremonia de la promesa de las Cortes como Presidente de la República de Manuel Azaña), miembros de la UME (Unión Militar Española) habían previsto la circulación de consignas para la sublevación del pueblo (y dentro de él como uno más, pero con mayor responsabilidad, su ejército), lo que sólo se consigue el 18 de julio, en que ya alzado en armas el Ejército de Marruecos el día anterior (el 17 a las 17), se inicia el levantamiento de todo el territorio español. Una sublevación, como todas forzosamente optimista, aunque en este caso no lo suficientemente meditada. Los planes del bando alzado o nacional tendrían como objetivo fundamental “ocupar Madrid (algo más que un golpe de efecto, pues constituía el centro neurálgico al ser la capital de la nación, y por tanto coincidente con una mayor guarnición, lo que debería influir grandemente en la decisión del resto del territorio, así como en la actitud de los gobiernos extranjeros)
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-desde dentro-. Al no tener éxito, (debería serlo) -desde fuera-, con las Divisiones orgánicas 3 (luego fallaría su apoyo al frustrarse la rebelión), 5, 6 y 7, más la Zona del Protectorado” (elegidas entre el total de las más próximas, que permitirían avanzar rápidamente sobre el objetivo, siendo necesario para la última, la más alejada pero también la más importante, su transporte especial a la Península).5 Para esta difícil, arriesgada, y precipitada acción, en el colmo de la confianza y seguridad (y riesgo) “una simple marcha”, habría de ser necesario algo más, “mucha audacia” y, fundamentalmente, la mayor rapidez posible, confiando los gestores del golpe de estado en poder realizarlo en tan solo cuatro jornadas (que luego serían dos larguísimos años y nueve meses). En el peor de los casos deberían conseguirlo mediante una especie de guerra relámpago, de la forma que después harían los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero esta vez sin medios acorazados ni unidades ligeras apropiadas, solamente con algunos pocos combatientes transportados en camiones y vehículos ligeros (imagen 1). Consistía por tanto en atacar Madrid por cinco direcciones, contando, tras conseguir el éxito de la operación, con que el ejército y las fuerzas del orden público existente en la capital no pusieran resistencia o acabaran sumándose al levantamiento. Otro tanto debería ocurrir con la milicia, las masas revolucionarias, que aunque siempre deseosas de actuar con libertad, “creíase se darían por vencidas o, a lo más, ofrecerían una resistencia mínima, fácil de someter” (Martínez Bande). De las penetraciones procedentes del Norte la que debiera progresar más fácilmente, en función de la probable mayor dificultad en los otros puertos, era la que tenía por eje la carretera Madrid-Zaragoza. No obstante, tras el intento de la toma de Sigüenza, el primer y más importante fracaso de la campaña, y la necesidad de trasladar fuerzas a los mencionados puertos, por el momento más prioritarios por la fuerte actitud enemiga, tendría que sufrir una detención estabilizándose temporalmente el frente.6 Para el bando leal o republicano, a quien no han cogido por sorpresa las intenciones de los alzados, hasta el extremo de haber sido comentadas en plena tribuna pública en el Consejo de Ministros pocos días antes (el 10 de julio), sus planes elegidos, los que le quedaban, forzosamente deberían 5 Ante
el fracaso del levantamiento en Madrid, de no tener éxito el plan el propuesto por el teniente coronel de Ingenieros Alberto Álvarez de Rementería, de iniciar el movimiento en Campamento de Carabanchel, sólo quedaba permanecer a la expectativa de que las guarniciones sublevadas llegasen a Madrid. 6 STANLEY PAYNE, en 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil, “Si al principio de la guerra no va directo a Madrid es porque la situación es delicada en varios lugares y tiene que prescindir de parte de sus tropas,...”.
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ser los opuestos. De momento ambiciosos pero desde luego necesarios (“Ataca el plan del adversario en el momento que nace”, artº. III de “Los trece artículos del arte de la Guerra”, Sun Tzu), con los que “Aislar Marruecos; evitar la rebelión de la Península, y defender la capital a toda costa, alejando de ella lo más posible los enemigos exteriores (en una actitud “mínima”, y por el momento acertada, de ejercer la defensiva, “hipótesis más probable”, y esta vez también “más peligrosa”, pero no la “única”), y a ser posible invadir Castilla la Vieja, Cáceres, y quizás Aragón” (en una actitud ofensiva que dependería, en estos primeros momentos, y hasta la definición de los frentes, de la incertidumbre en el desarrollo de los acontecimientos).
2. Antecedentes particulares (20 julio-7 agosto) — Bando republicano (20-31 julio). Transcurren los fundamentales días 18 y 19, en que, tanto la República, defraudando muchos ideales, ha ido degradándose hasta llegar a un “gobierno nonnato,”7 iniciando su liquidación, como para los alzados, para los que, según opinión de Madrid, resultan “días perdidos para los que se sublevan, pero (son) días ganados para sus contrarios” (Vicente Rojo en sus Elementos del arte de la Guerra, resta mayor importancia al tiempo como principio derivado de la sorpresa, como condicionante de la Libertad de acción, pues manifiesta sólo depender de su interpretación particular -éste no puede ser el caso-, y como dice bien, “los Principios son ideas; que la guerra es acción, y que la acción bien conducida es la que está gobernada por un Jefe con ideas claras...”).8 Para dar cumplimiento a los planes previstos en el bando republicano, el general de brigada Luis Castelló Pantoja toma su primera serie de decisiones. Este personaje, que antes había mandando la 2ª Brigada de Infantería, en Badajoz, había pasado a tomar posesión del Ministerio de la Guerra el día 20, sustituyendo al general de brigada José Miaja Menant, que lo había sido un día, el día anterior. Es indudable que para designar la persona indicada para este importante cargo era necesario, 7
La presidencia de gobierno recae (muy de madrugada y en un fin de semana, que parece ser la ocasión más propicia para cualquier tipo de sublevación) sucesivamente en Martínez Barrio, y Giral (con Castelló de ministro de la Guerra). 8 Ibidem. MARTÍNEZ BANDE, p. 37, SHM. “Los conjurados perdieron los días 18 y 19 en conciliábulos, idas y venidas, órdenes y contraórdenes. SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, Historia del Ejército Popular de la República, p. 199.
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aparte de la idoneidad por sus conocimientos castrenses y la lealtad hacia la causa, además de la antigüedad en el empleo, la popularidad del seleccionado. Cuenta en su despacho con la fuerte colaboración del teniente coronel Juan Hernández Saravia, hombre de confianza de Azaña desde 1933, que había sido baja en el Ejército antes del Alzamiento, y que después, como coronel, acabaría de jefe del subsector Córdoba del Ejército del Sur de la República, así como de su equipo de trabajo formado por algunos profesionales pertenecientes a la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista). Una organización creada a finales de 1935 por el capitán Eleuterio Díaz Tendero, un fanático ex-seminarista, consecuencia de la fusión de la UMA (Unión Militar Antifascista), de origen comunista, y de UMR (Unión Militar Republicana), de carácter socialista. La presencia de profesionales en ambos bandos respondía, tanto más a la existencia de algunos mandos militares de entre los puramente profesionales y totalmente apolíticos, inclinados a la disciplina a la República, con plena voluntad y abnegación a su servicio, que de aquellos otros de ideas extremistas y libertarias. En oposición a ellos otros muchos eligieron la desobediencia en la creencia de ser la única vía de salvar la Patria. Desde hacía tiempo en el ministerio de la Guerra seguían de cerca el pensamiento y la ideología de los mandos de las unidades, procurando seleccionar los más afines y leales al Gobierno en los puestos de mayor responsabilidad. También ocurría que, al comienzo de la guerra, la pertenencia de la mayoría de las personas a un bando u otro dependía, aparte de intereses particulares, de “cual era el que dominaba la región en que se encontraban”. En cualquier caso “la disciplina no era fácil de quebrarse en el Ejército”. Más tarde en el bando republicano, Castelló dimitiría el 6 de agosto y pocos días después, el 17, Hernández Saravia (que siempre había sido el cerebro gris del ministerio de la Guerra) no sin antes haber creado el ejército voluntario sobre la base de los reservistas, inicio del Ejército Popular de la República. Por entonces,“El antimilitarismo de la coalición republicano-socialista, las autonomías regionales, la legislación contra la iglesia y la subversión de octubre de 1934, fueron inclinando a gran parte de los militares hacia actitudes de creciente politización y beligerancia…”.9
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PALACIO ATARD, en Aproximación histórica a la Guerra Española, p.103, y “se dejaron llevar por la corriente”, “razones de inercia, de posición, o de destino”, p.107. También ocurría, al comienzo de la guerra, que la pertenencia de la mayoría de las personas a un bando u otro dependía, aparte de intereses particulares, de “cual era el que dominaba la región en que se encontraban”. En cualquier caso “la disciplina no era fácil de quebrarse en el Ejército”, (Martínez Bande), y tendrían que ser razones muy especiales las que así lo aconsejaran.
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Castelló decide organizar unas columnas para “taponar los accesos a la capital y reducir los focos rebeldes de Alcalá de Henares, Guadalajara, Toledo y Albacete”, encomendando el mando de la 1ª Región al general José Riquelme y López Bago (20 de julio, GM. 204, p.771). Este ordena que al día siguiente, 21, partan fuerzas para defender los puertos de Somosierra, Navacerrada, y del León (luego durante muchos años de los Leones), así como en otras direcciones. Esta decisión encuentra dificultades al momento de organizarlas, pues “los soldados, el pueblo en armas, se resistía a formar parte de ellas...se les había dicho que estaban licenciados y que no debían obediencia a sus oficiales...”.10 El siguiente paso sería la confrontación entre los militares sublevados y aquellos otros que optaron por defender a la República, haciendo partícipe del conflicto al resto del pueblo español. Independientemente de los sucesos en Madrid y provincias, sus primeras acciones consistirán en marchar a lo largo de las vías de comunicación para ocupar los núcleos urbanos con la máxima rapidez, sin empeñarse en otro tipo de combates en sus alrededores. Procediendo de ser posible como una verdadera fuerza en explotación, esta vez aprovechando (el éxito?) de la sorpresa y confusión de las noticias propias y del enemigo. Luego, cuando inevitablemente fueran detenidas por su desgaste, definirían por el contacto con el enemigo unos frentes caracterizados por ser amplios y casi siempre discontinuos.11 En nuestro caso, la que nos interesa es la mandada por el coronel de Infantería (pronto general) Ildefonso Puigdéngola Ponce de León, sin destino después de cesar en el mes de mayo como inspector del Cuerpo de Seguridad, y perteneciente a la Masonería, (un apellido que viene deformado en algunos tratados como Puchdéngolas y más corriente Puigdéndolas), con misión de ocupar Alcalá y Guadalajara, incluso de ser posible alcanzar Zaragoza. Lo que implicaría la forzosa ocupación de Sigüenza, que aunque no estaba situada sobre la carretera general si quedaba muy próxima, y podía suponer un peligro dejarla detrás, dada la ideología de la mayor parte 10
Ibídem. (p.307). También, “Como consecuencia de la política antimilitarista se disolvieron las unidades militares sublevadas (sustituyéndolas por milicias armadas), ...pese a que el Primer ministro general Castelló trató de reordenar, el 27 de julio, las fuerzas militares disueltas o puestas en entredicho a raíz de la sublevación”, de la Historia de la Guerra Civil Española, p.357. LA CIERVA, Ricardo de. 11 “Todas estas columnas se complementaban con otras formaciones menores que cubrían los intervalos entre ellos y sus flancos”, Historia del Ejército Popular de la República, SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, (p.302). No obstante en “Los datos exactos de la Guerra Civil”, p.120, en Teatro de Operaciones del Centro de España, III, en “la columna de Guadalajara, no figura ninguna columna auxiliar y flanqueante (próxima)”. A los primeros días de la GCE les llama LA CIERVA, “guerra de información” en Franco. La Historia, p. 308.
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de sus habitantes. La columna del bando republicano recibiría sucesivos refuerzos, acabando por estar formada, como todas las columnas, por fuerzas profesionales, por la 43 compañía del cuerpo de Asalto (capitán Francisco Hernández), un escuadrón de Caballería de Seguridad, una compañía de la Guadia Civil (el 29 de agosto serían denominadas Guardia Nacional Republicana), dos blindados (Bilbao mod. 1932) del cuerpo de Asalto, y dos baterías de artillería ligera (Schneider mod. 1906, cal. 75 mm) del regimiento núm. 1, de Getafe (al mando del grupo el comandante de Artillería Enrique Jurado Barrio, y en las baterías el capitán Obregón y el teniente Ferrinero)12; así como por milicianos, pronto soldados del Ejército Popular, entre los que se encontraban 500 pertenecientes a CNT-FAI (Confederación Nacional del Trabajo-Federación Anarquista Ibérica) mandados por Feliciano Benito, aquel que al final de la contienda llegaría a ser comisario general del Ejército del Centro, 400 del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) mandados por Martínez Vicente, un oficial de carrera perteneciente al arma de Infantería, y 400 milicianos de la UGT (Unión General de Trabajadores) con Martínez de Aragón. El desarrollo de las operaciones fue el siguiente. Primeramente el día 21 de julio ocuparon Alcalá de Henares, donde el comandante de Infantería Baldomero Rojo Arana, del batallón ciclista, ha sublevado los únicos batallones existentes (éste y el de Zapadores num. 7, pues los regimientos de Caballería, Calatrava num. 2 y Villarrobledo num. 3, siguiendo una política de dispersión y cautela, acorde con el pensamiento de sus jefes, habían sido enviados a Palencia y Salamanca, respectivamente, intercambiándolos por los citados batallones). Estos, con un total de poco más de 600 hombres, tras haber proclamado el estado de guerra, después de unos persuasivos bombardeos republicanos durante los días 20 y 21, acaban rindiéndose. Otro tanto ocurre en Guadalajara, donde el coronel de Ingenieros Francisco Delgado Jiménez, jefe del regimiento de Aerostación, toma el mando de la sublevación con 900 hombres (entre tropa, paisanos y guardias civiles, 50 jefes y oficiales, muchos de ellos retirados, nada de artillería, 8 ametralladoras y 850 fusiles),13 reduciendo los elementos civiles republicanos concentrados en el gobierno civil y en la casa del pueblo. Al día siguiente, 22, en que confían en la llegada de la columna nacional de García Escámez procedente de Soria, de la que se hablará ampliamente, el comandante de Ingenieros Rafael Ortiz de Zárate, del mencionado regimiento, organiza la 12
PÉREZ MATEOS, Entre el azar y la muerte; testimonios de la guerra civil, p. 202, dice que la artillería la mandaba el comandante Antonio Muro Gómez (?). 13 ARRARÁS IRISAREN, Joaquín, Historia de la Cruzada Española, p. 48, volumen 5º, tomo 19.
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defensa del puente sobre el río Henares, obligando al bando republicano a montar un ataque en fuerza por el sur, en la otra margen del río. La fuerza atacante la componen cerca de 10.000 hombres que llegan por la carretera con cerca de un millar de vehículos. Son las mismas tropas que atacaron Alcalá de Henares pero con nuevos y fuertes refuerzos, entre ellos once piezas de artillería del 75, más una ingente masa de milicianos. Ante la presión del enemigo, que primeramente ocupa la parte alta de la ciudad, y luego el puente y los cuarteles, y la no llegada de refuerzos de la que llaman la columna fantasma, acaban por rendirse. Entre las fuerzas atacantes están 120 miembros del POUM venidos de Madrid, mandados por Hipólito Etchebéhère, agregados a los ya existentes del mismo partido.14 Es entonces cuando el coronel de Infantería Francisco Jíménez Orge (en algunos tratados el segundo apellido lo escriben con “j”), cuyo anterior destino había sido el Ministerio de la Guerra, toma el mando de la columna, sustituyendo a Puigdéngola, que marcha al frente del Oeste, como comandante militar de Badajoz. Sitúa su puesto de mando en Taracena, a cuatro kilómetros y medio a vanguardia de Guadalajara, así como al grueso de la columna, formado por dos compañías de guardias civiles, otras dos de guardias de asalto, un escuadrón de caballería del cuerpo de Seguridad, otro de vehículos blindados, y un grupo de artillería con tres baterías. Más tarde, el 24 de julio, sería ocupado sin grandes dificultades el importante nudo de comunicaciones de Alcolea del Pinar, donde les sorprende la noche, y el 26 Molina de Aragón, sin poder progresar más. Para el 27, la fuerza de que dispone Jiménez Orge puede cifrarse en unos 5.000 profesionales y unos 1.500 milicianos (500 socialistas ferroviarios, de los que 300 acabarían en Sigüenza, al igual que otros tantos de la JSU, y de los 400 de la CNT-FAI; además dispondría de los pertenecientes al POUM). El 31 en el pueblo de Imón se producen refriegas entre partidarios de la República y disidentes. Por entonces en el bando republicano la asignación para el miliciano era de diez pesetas diarias lo que no dejaba de ser bastante dinero, decretándose más tarde, el 25 de agosto de 1936 (Gaceta de Madrid 239, p. 1487 y 1488), que, “a partir del 5 de agosto los soldados y cabos en el frente formando parte de las columnas de operaciones percibirán una soldada equi14
A su muerte, su viuda, la periodista y miliciana trotskista Mika ETCHEBÉHÈRE (Mica Feldman, que escribió Mi guerra en España, donde dice “disponían de tan solo 30 fusiles y una ametralladora, además de tres camiones y tres turismos”), mandaría la unidad con el grado de “capitana” en la división que (co)mandaba Cipriano Mera (anarcosindicalista), siendo “la única mujer que ocupó un cargo con mando de tropa durante la GCE”. DESPRÈE, Jaime, La Batalla de Sigüenza, p. 14.
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valente al concedido a las milicias”. Cantidad muy diferente de las 3 pesetas del haber de tropa (a los que deducir la manutención), que el día anterior había sido aprobado en el otro bando por la Junta de Defensa Nacional. — Bando nacional (18-20 julio). Mientras, en este bando, hay que buscar el proceso de las operaciones a partir de la organización de la fuerza del sector Soria-Guadalajara, primeramente con la pequeña columna del comandante Palacios, reforzada después con parte de la columna de García Escámez, constituyendo la agrupación, y luego división Soria. Para ello es necesario remontarse a la sublevación del día 18 en Pamplona, donde el general Mola, Jefe de la brigada de Infantería nÚm. 12, va a disponer de la guarnición de dicha capital (ver anexo), el regimiento de América, núm. 14, de la brigada de Infantería 12, a cuyo mando se encuentra el coronel José Solchaga y Zala; el batallón de Montaña núm. 1, el antiguo Sicilia, de la 4ª media brigada de Montaña, con el teniente coronel Pompeyo Galindo Lladó; y el grupo mixto de Ingenieros, con el comandante Gabriel Ochoa de Zabalegui. En Estella el batallón de Montaña núm. 7, antiguo Arapiles, estaba mandado por el teniente coronel Pablo Cayuela Ferreira. También se movilizan las fuerzas tradicionalistas, con voluntarios navarros, alaveses y burgaleses, en un número que alcanza los 1.000 requetés (organizados en 2 tercios).15 El 19 se publicaba un bando proclamando el estado de guerra. Con los movilizados y voluntarios falangistas pueden completarse las plantillas de las unidades, mermadas por el permiso veraniego. Este sistema de aplicación a las milicias voluntarias no habría de ser el normal, pues la intención fue que, al menos, “junto a las compañías del Ejército ir(i)an compañías de requetés” (formando batallones de solo boinas rojas). Pero no todo sale bien, o mal según desde donde se mire, con el levantamiento, pues fuerzas leales, y miembros del Frente Popular se concentran en el mismo Gobierno civil de Pamplona, haciéndose fuertes en los pueblos de Leiza (con la salida de la primera unidad de requetés mandados por el comandante Tutor), Betelu (capitán Vicondoa), y Vera (con el tercio de Navarra, capitanes Villanova y luego Macarro). También es necesario el envío de dos columnas los días 19 y 20, una a Alsasua, (con requetés, origen del tercio Nª. Srª. del Camino, mandados por el comandante Albizu, y dos compañías de fusiles y otra de máquinas), y otra a Tudela, mandada por el comandante Cesar Par15
En Navarra, en los años anteriores a la guerra, estaban organizados hasta 8.400 requetés, CASAS DE LA VEGA en El Requeté. La guerra de España.
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dal Sánchez, entre los que marchan 50 falangistas mandados por Ruiz de Alda, para “mantener abierto el camino a Zaragoza de donde tenían que venir las armas y municiones...”.16 En las Provincias Vascongadas quedaban, la otra media brigada de Montaña, con los batallones Garellano, núm. 4 (Bilbao) y Flandes núm. 10 (Vitoria); regimiento de Caballería Numancia, y regimiento de Artillería de Montaña (ambos en Vitoria); y regimiento de Artillería pesada núm. 3, y batallón de Zapadores núm. 6 (ambos en San Sebastián). Las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya y Santander se pierden desde el primer momento, haciéndose necesario el corte de las carreteras que unen Navarra y Guipúzcoa y auxiliar a las guarniciones de San Sebastián penetrando por Irún. El día 20, algunas concentraciones de elementos comunistas sobre la carretera de Tolosa y Pamplona, obligan igualmente al envío de fuerzas para reducirlos. Otras fuerzas más conflictivas y menos definidas son las pertenecientes al 13 Tercio de la Guardia Civil, con cabecera en San Sebastían y comandancias en Guipúzcoa, Álava y Navarra; la 12 Zona de Carabineros, con las de Navarra y Huesca; y plantillas de Seguridad y de Asalto también repartidas por las provincias. Ante esta situación es necesario enviar tropas del batallón Flandes, al mando del teniente coronel Camilo Alonso Vega, pertenecientes a la guarnición de Vitoria donde desde el primer momento ha prosperado el levantamiento. — El avance hacia Madrid desde Pamplona (y Burgos) vía Somorrostro. La columna García Escámez. Intento de refuerzo a Guadalajara (19-26 julio). Además de otros medios de la División 6ª (tanto desde su cabecera en Burgos como de su jefatura en Pamplona) que tienen que ser enviados al norte, se organiza con carácter urgente, habida cuenta de su cometido principal de progresar hacia Madrid, la columna mandada por el coronel García Escámez, que había sido destituido por el gobierno de la República del mando de la media brigada en Pamplona. Estaba compuesta por un batallón del regimiento América, al mando del comandante Alfonso Sotelo Llorente, formado por dos compañías de soldados, dos de requetés y otra de falangistas, voluntarios; un batallón del Sicilia, compuesto por dos compañías de
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Desde el primer momento Mola, que disponía de tan solo 26.000 cartuchos para todo el ejército del Norte, está “obsesionado por obtener 10 millones de cartuchos de fusil que, según sus cálculos le bastarían para conquistar Madrid con sus tropas”, BLANCO ESCOLÁ, Carlos, en General Mola,p.36.
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soldados, una de requetés (pertenecientes como los del otro batallón a los tercios del Rey y de Santiago núm. 8) y otra de falangistas, mandados por el comandante Pedro Ibisate Gorría; y una compañía del grupo mixto de Ingenieros. El día 19, a las siete de la tarde, salían de Pamplona con dirección a Logroño, en 150 camiones y coches ligeros, llegando el día 20 a dicha plaza. Su intención era seguir hasta Aranda donde deberían encontrarse con la columna del coronel Gistau, que ha salido el mismo 19, de Burgos, con un batallón del San Marcial y una batería del regimiento 11, y proseguir juntos hasta el puerto de Somosierra. Poco después de emprendida la marcha se detendrían a unos 4 kilómetros, a la altura del pueblo de Cizur Mayor, donde se incorporan otros camiones procedentes de Zaragoza, continuando durante toda la noche y llegando al amanecer a Viana. Mientras en Logroño ha ocurrido otro tanto, pues su guarnición, compuesta por el otro regimiento de la brigada de Infantería 12, el regimiento Bailén, núm. 24, mandado por el coronel Pablo Martínez Zaldivar; y el regimiento de Artillería ligera núm. 12, por el coronel Ricardo Moltó y Moltó, se han sublevado el mismo día 19. Igual ocurre en el aerodromo próximo de “Recajo”, donde se encuentran tres escuadrillas de reconocimiento. Las fuerzas alzadas de la provincia quedan al mando del general Víctor Carrasco Amilibia, gobernador militar y jefe de la sexta brigada de Artillería ligera, que más tarde sería destituido. La situación, con ser favorable, no está totalmente dominada, produciéndose tiroteos en las calles de la ciudad, así como en Cenicero, convertido en un foco peligroso. Colaborarán a su pacificación tanto las tropas de la guarnición, como los carlistas navarros de Viana, y los civiles pertenecientes a Acción Popular riojana (filial de la CEDA). La columna García Escámez continúa su progresión a primeras horas del día 21 por la carretera de Calahorra-Alfaro, para seguir a Soria y más tarde a Somosierra, pero esta vez cuenta con el refuerzo de dos baterías de obuses del 12 ligero (mandadas por los tenientes de Artillería Chacón y Cañadas). Al llegar a Alfaro a primeras horas de la tarde tienen que vencer la resistencia de un grupo, en su mayor parte ferroviarios, que se baten con extrema bravura. Próximos a Soria, ya a medianoche, adelantándose a la columna el propio García Escámez, unos 600 hombres, entra en la ciudad para contactar con las fuerzas de la Guardia Civil. Al amanecer del 22, entraba el grueso de la columna, a la que se habían agregado ocho camiones con falangistas de Burgos. Ese mismo día se llega hasta Miralrío, a 45 kilómetros de Guadalajara, donde encuentra volados dos puentes, lo que le obliga a detenerse durante esa noche. La angustiosa y difícil situación de Guadalajara a la que se intentaba socorrer, prácticamente perdida, junta-
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mente con la noticia de la ocupación del paso de Somosierra por el bando republicano, obliga tras volar el puente de Jadraque a retroceder y dirigirse por la tarde, retomando su primer cometido, al mencionado puerto. Antes pasarían por ente por la tarde retroceden hasta Almazán, donde tienen que levantar parte de la vía del ferrocarril para evitar la posible llegada de los milicianos. Ocurría que dentro de sus territorios los jefes de las divisiones orgánicas o de las columnas de cierta importancia actuaban con independencia. Este fue el caso de García Escámez respecto a su decisión de ayudar a Guadalajara. Luego, de regreso, desde Almazán habló telefónicamente con Mola informándole de la pérdida de Guadalajara, confirmándole en su progresión para ocupar Somosierra. El itinerario seguido a partir del día 19 desde Pamplona ha sido, los días 20 Logroño, 21 Tudela, 22 Soria, 23 Almazán, Jadraque, Burgo de Osma, y Aranda, y 25 Somosierra. Para entonces, pero fuera de nuestra zona de interés, la división 7ª (Valladolid), con Serrador, que tiene como cometido la ocupación del puerto de Guadarrama, marcha flanqueado por las columnas de Ávila y Navarra. La división 6ª, con los coroneles Gistra y García Escámez, tienen como objetivo primario la ocupación de Somorrostro, donde antes llegaría un destacamento mandado por el capitán provisional Carlos Miralles, y después la columna de Gistau. Las últimas instrucciones del general Mola sobre la reorganización del Ejército del Norte establecerían que García Escámez fuera el jefe de todas las fuerzas que operasen en la toma de Somosierra, constituyéndose dos columnas, la Pamplona (formada por un batallón del América, y otro del Sicilia, una compañía de zapadores, y dos baterías de 105/22, del regimiento núm. 12) y la Burgos (un batallón del Bailén, y otro del San Marcial, y dos baterías de 75/28, del regimiento núm. 11), mandadas por los tenientes coroneles Rada y Cebollino, respectivamente. También quedaba organizada una reserva con un escuadrón de Caballería y fuerzas de requetés. Acciones que, aunque incluidas en la Idea de Maniobra general, a tener siempre en cuenta, perdían el necesario interés para la particular de la toma de Sigüenza. — El avance hacia Madrid desde Zaragoza (vía Guadalajara). Columna comandante Palacios (22 julio-2 agosto). Casi toda la guarnición de Zaragoza, unos 1600 hombres (ver anexo), que también cuenta con las organizaciones de requetés y falangistas, es favorable al alzamiento. Ese mismo día 18 llega enviado por el gobierno de la República el general Núñez de Prado con la intención de destituir a Cabanellas, pero es detenido a poco de bajar del avión. Mientras tanto, las
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izquierdas, tras una huelga general en que se reparten armas, y una vez constituidas en milicias se apoderan de las calles de la capital. Una vez concentrados los voluntarios en el cuartel de Castillejos, y tras una conversación telefónica entre Capitanía General y el Gobierno central, en que “se obedece, pero no se cumple”, el día 19 queda proclamada la ley marcial, ocupándose la ciudad. Si la situación en la parte norte de la región no está suficientemente clara, peor está en el sur. En Calatayud ha triunfado la sublevación con la ayuda del regimiento de artillería, pese a que se encuentra muy mermado, y de los guardias civiles. En Teruel se puede contar con unos pocos soldados de la caja, 50 guardias asalto y 100 guardias civiles. En Huesca, los agitadores, que son más fuertes, tienen que ser sometidos por la fuerza de las tropas de Jaca. Como hemos dicho, el mayor peligro se ha centrado en el Bajo Aragón, adonde llegan las columnas leales organizadas en Barcelona el día 23 (Durruti y Pérez Farrás), amenazando Caspe, que acaban ocupando el día 25, y con ello a su capital, por lo que es necesario enviar fuerzas para detener su vertiginoso avance. Es por ello que la progresión prevista a lo largo de los ejes, carretera general Madrid-Zaragoza y vía férrea que une ambas capitales, y que forzosamente tiene que afectar a Sigüenza, no es posible realizarla en fuerza, con una deseable potente columna, teniendo que limitarse a tan solo 550 soldados, más 360 requetés pertenecientes al tercio Doña María de las Nieves y a 210 falangistas. Los acontecimientos fueron los siguientes. El día 22 de julio por fin pueden desprenderse en Zaragoza de dos compañías de infantería del regimiento Gerona número 22 (perteneciente a la Brigada de Infantería número 9) que marchan hacia el frente bajo el mando del comandante de Infantería de dicho regimiento José Palacios Palacios. Llegados a Calatayud se incorpora una batería de artillería ligera del regimiento núm. 10, así como algunos voluntarios una vez alcanzado Arcos de Jalón. Al día siguiente, 23, Palacios ha llegado a Medinaceli, donde recibe el nuevo refuerzo de una compañía de infantería del Gerona, mandada por el capitán Sánchez Blanco, una sección de ametralladoras (teniente González Vidaurreta), y una sección de zapadores (teniente Enrique García Ruiz Soldado). De hecho la primera intención de su cometido era la de establecerse en dichas alturas, dominando ampliamente el valle del Jalón, a la espera de nuevas instrucciones. — Constitución de la agrupación coronel Martínez Zaldivar, núcleo de la división Soria (Batalla de Sigüenza, 2-4 agosto). Mientras, como ya hemos dicho, unos 600 hombres que marchaban en la columna de García Escámez han ocupado Almazán. Está formada dicha
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fuerza por una compañía del América, reforzada con voluntarios, 300 requetés mandados por el capitán Cabestré, y un grupo de falangistas de Calatayud, bajo el mando del capitán Díaz Muntadas, al que se unen más tarde otro centenar. Todas estas fuerzas que formarán parte del núcleo de la agrupación, y luego división Soria, quedarán bajo el mando del coronel de Infantería Pablo Martínez Zaldivar, que al producirse el levantamiento estaba disponible en la 1ª División. Antes, el día 26, 110 falangistas mandados por Héctor Vázquez, refuerzan la plaza de Atienza, que no dispone más que de algunos pocos guardias civiles. Por último, el 3 de agosto, era conquistado sin grandes esfuerzos el pueblo de Alcolea del Pinar, haciéndose cargo de su defensa el comandante Palacios, que como primera medida sitúa dos piezas de artillería en el cruce de la carretera general con la que va a Sigüenza. Decisión acertada, pues ese mismo día por la tarde las fuerzas republicanas atacaban para recuperar, sin éxito, tan importante plaza.
3. Ocupación de Sigüenza por el Bando Republicano y otras actuaciones (25 julio-5 agosto) — La situación en Sigüenza. Era especialmente difícil, más que en el resto de las poblaciones españolas, pues aparte de la existencia de organizaciones tan opuestas como Acción Popular, también Católica, y Frente Popular, así como de otras instituciones, era evidente que la ciudad, como le correspondía por el mero hecho de la impronta de Episcopal, estaba revestida de ciertas características de conservadurismo y tradición, además de orden, convivencia, y clericalismo, coincidentes con el ideario de las derechas. Lo cierto es que, por el momento, no podían marchar peor las cosas, pese incluso, según Deprée, a que “en Sigüenza las derechas eran en número considerable y superior a los contrarios”. Pero también, para mayor inestabilidad, era una ciudad que al estallar la sublevación no contaba con ningún elemento militar ni de seguridad, pues con arreglo a una orden estos últimos quedaron concentrados en Guadalajara del día 17. Por tanto quedaba, sujeta al miedo, a merced de aquellos más osados que sacaran a relucir las armas. El 13 julio, el cartero de Sigüenza Francisco Gonzalo, el carterillo, presidente de la Casa del Pueblo, aparece muerto en la calle por el falangista Ramón Pascual. Éste luctuoso hecho debió de tener para Sigüenza las mismas repercusiones y justificación que la que tuvo la del teniente Castillo para Madrid. También parece ser coincidió con el robo en un polvorín de un acreditado comerciante, lo que serviría de
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excusa para dar la orden de recogida de armas cortas en las armerías de la ciudad, con la que hacer frente oficialmente al peligro de su presencia en la calle. Contribuyen a esta primera mala situación las noticias recibidas de los acontecimientos en Guadalajara, que por el momento son totalmente contradictorias. Coincidente con la llegada de la Milicia republicana el día 27 era fusilado el Obispo de Sigüenza Eustaquio Nieto Martín, apareciendo sus restos en las proximidades del cerro de La Quebrada. Desde el punto de vista hospitalario Sigüenza dispone de las buenas instalaciones del hospital de San Mateo, entonces también hospicio, dependiente del Cabildo, que se convertiría en una importante instalación de primera línea. — Acontecimientos. El viernes 24 julio, en que, como sabemos, las fuerzas republicanas (columna Jiménez Orge) han llegado y ocupado Alcolea del Pinar, unos 25 o 30 milicianos cenetistas se desvían a primeras horas de la mañana de la carretera general, y llegan a la inmediata Sigüenza. Al mando de ellos viene Cipriano Mera,17 que tanta importancia tendrá durante los últimos días anteriores a la rendición de Madrid. Con él lleva a unos accidentados pertenecientes a la columna para ingresarlos en el hospital, apercibiéndose enseguida del ambiente existente y de la peligrosidad que supondría dejar a retaguardia sin ocupar tan inestable ciudad. Esa misma tarde abandona la ciudad, y nada más llegar a Guadalajara requiere el urgente envío de fuerzas. Con lo que puede decirse que al día siguiente, 25, día de Santiago, ya se ha ocupado oficialmente la ciudad con la llegada masiva por carretera de una columna de 200 milicianos anarquistas de la CNT-FAI, al mando del dirigente Feliciano Benito Anaya, y poco después de 300 comunistas del batallón Pasionaria, unidad afín a las tesis de Stalin, que contaba con varias mujeres, y estaba mandado por el comandante Castro, un civil de profesión. El día 26 llegarían por tren los milicianos ferroviarios socialistas de la UGT, y miembros de la JSU (Juventud Socialista Unificada), capitaneada ésta por Santiago Martínez. Mandaba el conjunto Jesús Martínez de Aragón, un abogado vitoriano, que llegaría a mandar una media brigada,18 17
Ibídem, p.81, duda que fuera el propio Mera, aunque admite lo del reconocimiento, e incluso la versión de que Sigüenza podía ser ocupada fácilmente. Coincidía en que “Jiménez Orge...envía destacamentos de milicianos hacia los pueblos más avanzados de la provincia y de Soria, a fin de alejar el peligro”, pues otro informe decía “no estaba previsto lanzar ninguna ofensiva de más envergadura”. 18 “...había algunos guardias de asalto...”. SÁNCHEZ Y RUEDA, Enrique, Sigüenza en 1936 bajo el dominio rojo, p.34. Parece ser eran siete u ocho con el cometido de instruir a las milicias.
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“para asegurar la plaza y a disposición para cuando se inicie una nueva (e importante) acción en el frente”. A estos habría que sumar el batallón del POUM, mandado por el teniente Gracia (?), así como las milicias locales que tenían por jefe a Mendía, un ebanista. Toda esta milicia será la primera guarnición de fuerzas armadas de Sigüenza, donde una buena parte permanecerá hasta su ocupación, pero recibiendo posteriores e inmediatos refuerzos llegados por ferrocarril para asegurar el frente, entre ellos gran cantidad de mujeres. Con esta obligada detención por el momento puede decirse quedaba definido el frente logrando “mantener una cortina de milicias ocupando los pueblos limítrofes con las provincias de Soria y Zaragoza, que constituirán una línea de vigilancia”. Así mismo, pronto se organizaría la Comandancia, y el Comité encargado de coordinar a las milicias y sus actuaciones. El 3 de agosto la distribución de medios y misiones en el bando republicano era la siguiente: — los milicianos seguntinos ocuparían el cerro Valdecán19, — los pertenecientes a la JSU cubrirían el cerro de Santa Librada y los Jardines junto a Valdecán, — los ferroviarios de UGT, ocuparían en fuerza el cerro El Mirón, que era considerado como la vía más peligrosa de penetración del enemigo, — el batallón Pasionaria, haría lo mismo en cerro de La Quebrada, para intentar cortar, mediante un contraataque de flanco, cualquier avance por el este, y por último, — las fuerzas del POUM defenderían el cerro de El Otero20. Este mismo día la aviación leal bombardeaba Atienza y Medinaceli, y era ocupado el núcleo de comunicaciones de Alcolea del Pinar, población que va a tener gran importancia en la conquista de Sigüenza, y donde esa tarde Palacios detiene el avance de una columna republicana procedente de esta ciudad. Al día siguiente los zapadores realizaban el corte de la carretera y ferrocarril con Madrid.
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Próximo a la carretera a Atienza, también llamado Cerro de Villavieja, con su fuente de Valdecán. Al cavar las trincheras descubrieron en su cumbre las ruinas de una ciudad celtíbera de la tribu de los arévacos. 20 Ibídem, p.91, su opinión no les era muy favorable, “Las milicias de formación republicana...se ocuparon solo de vegetar al sol, sin tomar ninguna medida de precaución, atrincheramiento o defensa”. Para Martínez Bande la dificultad de la situación del personal enfrentado residía en la falta de efectivos en calidad entre las fuerzas de Jiménez Orge, mientras que en el bando nacional lo era por cantidad.
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4. Intento frustrado de ocupar Sigüenza por el Bando Nacional (5-7 agosto) — La maniobra del bando nacional. Desde primeros de agosto se producen en el sector Medinaceli, al mando del coronel Pablo Martínez Zaldivar, una serie de ataques continuos, como sabemos han tomado Alcolea, y de pequeños reconocimientos, que, aunque no en fuerza, mantienen al enemigo a la defensiva y obligan a descubrir su despliegue. Mientras una agrupación, aprovechando un tren “debidamente acondicionado para el transporte”, así lo especifica el informe de la operación, se dirige desde Torralba al sur de Alcuneza con misión de cerrar los caminos de salida de Sigüenza por el norte, y simular un posible ataque por dicho frente. También debería fijar a las fuerzas republicanas, desanimándolas de intentar cualquier maniobra envolvente, y restar sus fuegos en beneficio de la maniobra principal que partiendo de Alcolea del Pinar debería ocupar Sigüenza. Las fuerzas procedentes de Torralba, estaban formadas por una compañía de fusiles, cien movilizados y dos piezas de 105 (Schneider mod. 1919). Previo a la operación, el día 5 de agosto, era reconocida la zona de Sauca y Estriégana, quedando en este último pueblo una sección con el teniente Martín. Así mismo los oficiales Artero y Yarza marchaban a Barbatona, a tan solo 5 kilómetros de Sigüenza, para estudiar el terreno y preparar el detalle del ataque. Sucesivamente van llegando nuevos refuerzos hasta alcanzar la cifra de 1.200 hombres, entre ellos una sección de artillería de 75, con el teniente Carod, que emplaza sus piezas en Alcolea. Con arreglo al mencionado Reglamento, “...en algunos casos especiales, cuando el apoyo de la Infantería no puede hacerse desde asentamientos de retaguardia, (este era el caso) se afectarán... destacadas de la de apoyo directo,... (asignándose) Artillería de Acompañamiento inmediato”. Esta artillería de 75, agregada a la Infantería, normalmente utilizaba la puntería directa. También quedó establecida una línea a la altura del km. 15,500 de la carretera Alcolea-Sigüenza, que serviría de base de partida, además de escalón de repliegue caso de fracaso, asignando para dicho cometido a una compañía mandada por el capitán Ruiz Soldado. El 6 por la tarde llegaba el último refuerzo constituido por la compañía de falangistas de Calatayud y una sección de ametralladoras del Bailén. El día 7 de agosto, a las cero horas, las tropas procedentes de Alcolea mandadas por el comandante Palacios iniciaban la aproximación hasta ocupar sus puestos para el ataque. Estaban formadas por las compañías 1ª y 4ª del 1º batallón
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del Gerona,21 voluntarios de Calatayud mandados por el capitán Sánchez, una compañía de requetés de Zaragoza al mando del capitán Villarroya, otra del Bailén con el capitán Villa, dos secciones de ametralladoras (una de cada regimiento) y una sección de Zapadores. El fuego de la artillería estaría a cargo de las piezas de dos secciones, una de 75 y otra de 105. Organizado el primer escalón en dos columnas, tras una corta preparación artillera realizada al amanecer, alcanzaban el objetivo. De hecho han podido avanzar sin resistencia alguna, pues los republicanos han tomado la preparación artillera solo como un fuego más de castigo, hasta que un pastor advierte a las avanzadillas encargadas de la vigilancia de la presencia de los nacionales que han llegado hasta las lomas próximas y a las casas del Arrabal, sin que puedan profundizar más allá, pese al fuego propio de los obuses de 105 asentados en Almazán. Una columna, la formada por la 1ª compañía de fusiles del Bailén, mandada por el capitán Villa, avanzaría hacia el Castillo; la otra, con los 100 voluntarios de Calatayud, mandados por el capitán Sánchez, haría lo mismo por la parte baja de la ciudad marchando hacia la estación del ferrocarril. Para ello tendrían que progresar próximos a los edificios que bordeaban la carretera de Medinaceli, con poca protección y sometidos por tanto al fuego de los seguntinos. Apoyan su movimiento mediante el fuego poco eficaz de sus morteros de 50 mm ante un enemigo escondido entre las casas. Ambas columnas recibirían un intenso fuego que les impide el avance ocasionándoles gran número de bajas, entre ellos las de uno de los capitanes (Villa) y la de un oficial de la misma compañía (otra versión atribuye esta muerte al mismo capitán Sánchez). Al no poder disponer de un mayor y suficiente apoyo, pues la compañía de requetés de Zaragoza mandada por el capitán de Infantería Enrique Villarroya Jiménez, en segundo escalón, y encargada de ocupar el Seminario, estaba muy retrasada, y fundamentalmente como consecuencia de la llegada de refuerzos al enemigo, quedan detenidos. Efectivamente, unos 200 guardias de asalto procedentes de Guadalajara llegados por ferrocarril, así como grupos de milicianos procedentes del pueblo de Palazuelos, a tan solo siete kilómetros, que venían con camiones por la carretera de Atienza, fijan definitivamente el avance de los atacantes, por lo que, pese al avance de la compañía del escalón base (Ruiz Soldado), a las 2 de la tarde tienen que replegarse al paso ligero hacia Alcolea del Pinar, a donde llegan a las 6 y media. También la artillería del 75 ha tenido que retirarse a Barbatona (ima21
Los regimientos de Infantería estaban compuestos de dos batallones “en armas” (a cinco compañías, cuatro de fusiles y una de ametralladoras), así como armamento con el que dotar a un tercer batallón.
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gen 2). El número de bajas sufridas ha sido elevado, de 60 hombres22, así como las pérdidas de un variado y numeroso armamento. Nuevamente durante su retirada se ven amenazados por tropas de la guardia de asalto y milicianos que llegados por carretera desde Guadalajara hostilizan el repliegue desde unas colinas próximas a la carretera a Alcolea del Pinar. El ABC del 8 de agosto da cuenta de que los “restos de la columna de Valladolid y Soria han sido expulsados más allá de Sigüenza”. Así como de que “las piezas de artillería enemiga intenta(ro)n, con sus fuegos al amanecer, simular un ataque por otro punto del frente, intentando confundir a los defensores y conseguir la sorpresa en el ataque”. También que, ante el intenso fuego realizado desde las primeras casas de la ciudad tienen que replegarse hasta una zona a cubierto, “intentando nuevamente su avance a las 10 de la mañana. Pese al fuego de morteros y ametralladoras no pueden acercarse a la ciudad, hasta (que) finalmente, a las 2 de la tarde, (tienen que) “huir” abandonando, y aquí hace un mayor detalle, 200 fusiles, 3 morteros ligeros (50 mm), 6 ametralladoras, 1 fusil ametrallador, 11 camiones con munición, 4 turismos, y 1 ambulancia”. Es indudable que el fracaso estuvo justificado. Tal vez el principal motivo sería despreciar al enemigo, creyéndole débil (no hay enemigo pequeño) y en un reducto de más fácil acceso. También lo fue el error de la maniobra, que, con una columna desbordando por el norte, en un largo recorrido, quedaba bajo el fuego próximo; la misma situación de la Alameda en la parte más baja de Sigüenza no favorecería el ataque, así como por su proximidad a la estación; el número de fuerzas atacantes y el apoyo por el fuego propio (artillería y morteros) quedó demostrado insuficientes. Como en casi todos los fracasos no se tuvo en cuenta la llegada de reservas, en este caso fáciles de trasladar por tren desde Guadalajara, pues disponían de tiempo suficiente, y las procedentes por carretera, las de Atienza, próximas y viniendo desde lo alto. En cuanto a las de la carretera general siempre tendrían que ser peligrosas y factibles por la facilidad de movimiento, y en especial por la situación de en retirada. Como resultado, además de quedar estabilizado el frente de Guadalajara, al tener que trasladar tropas con las que reforzar Somosierra, convirtiéndose en secundario, habría un cambio de mando y también de táctica para el futuro. La jornada acabaría con represalias anticlericales, la profanación de iglesias, y la recogida del material cogido al bando nacional. 22
Para ARRARÁS IRISAREN, Historia de la Cruzada Española, entre los muertos están el capitán Sánchez, alférez Bueno, sargento Gallego y 14 soldados que quedan allí mismo, sin poderse recuperar, además del capitán Villa, y 30 entre soldados y voluntarios.
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5. Fracaso en la Ocupación de Atienza por las fuerzas leales al gobierno (16 agosto) — Desarrollo de los acontecimientos en el bando republicano. Su primera actuación ofensiva en fuerza sería el intento de ocupar Atienza el 16 de agosto, antes de que el enemigo pudiera reforzar sus posiciones, pues para entonces ya dispone del apoyo de la aviación alemana, que utiliza un improvisado campo de aterrizaje en el cercano Barahona. No deja de ser una acción ofensiva que, más que romper el frente, buscaba su ocupación, pero que en cualquier caso requería una superioridad “considerable” de efectivos. El ataque realizado al día siguiente con una columna dirigida por el propio Jiménez Orge, acabaría siendo un fracaso. Estaba formada, entre otras, por 900 milicianos, parte de la guarnición de Sigüenza más 400 troskistas pertenecientes al POUM, que se encontraban en Guadalajara, como sabemos mandados por Martínez Vicente,23 más una compañía de 150 guardias de asalto, que contaba con apoyo artillero y vehículos blindados. Iniciado el ataque a las 6 de la mañana, con fuego de las piezas republicanas del 75, quedaba detenido en las proximidades del castillo sin poder progresar. Más tarde, ante el contraataque de dos compañías del Gerona, que cuenta con 5 cañones, procedentes de Medinaceli (de las que habían salido de Zaragoza el 22 de julio), y el apoyo de tres aviones, tiene que retirarse a las 5 de la tarde, marchando a Guadalajara los guardias de Asalto y quedando en Sigüenza parte de los del POUM. Tropiezo esta vez no justificado ante un enemigo de escasa fuerza, pues aunque apoyado en la fortificación proporcionada por el castillo, estaba formado por unas pocas fuerzas de la Guardia Civil, reforzadas por los cien falangistas mandados por Héctor Vázquez, y más tarde con fuerzas de un batallón del América, artillería, y el apoyo fundamental de la aviación. Este fracaso coincidiría con una de las mayores represiones sobre la población civil en Sigüenza. Con anterioridad había sido atacado el castillo de Atienza, los días 29 de julio (solamente estaban los guardias civiles) y el 4 de agosto (con el refuerzo de los falangistas), aunque de forma desigual y sin otras consecuencias que no fueran las de provocar el refuerzo de su guarnición, limitándose muchas veces al desordenado y poco insistente fuego de pequeñas partidas, que acababan retirándose enseguida. 23
Murió durante el bombardeo aéreo del 29 de septiembre. 100 de estos milicianos pertenecían a la facción del argentino nacionalizado francés Hipólito Etchébhère. En principio, la unidad había sido organizada con la intención de dirigirse a Zaragoza.
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Esta obstinación en atacar Atienza chocaba con la opinión casi general de los milicianos de que no existía ninguna razón estratégica para ello, pues el avance debería hacerse hacia Aragón, coincidente con la idea primitiva del gobierno republicano. No les faltaba razón, pues el tomar Atienza sería profundizar en dirección de la carretera que conduce a Soria, dentro de un despliegue enemigo, todo lo compacto posible, sin posibilidad de apoyarse en fuerzas propias o de favorecer la acción de estas. Caso contrario hubiera sido la reconquista de Alcolea del Pinar, sobre la dirección de Zaragoza, más excéntrica con respecto al despliegue nacional, y además con posibilidad de enlazar con las provenientes de Cataluña, amagando sobre una Zaragoza siempre amenazada. Cabía la posibilidad de haber elegido este objetivo como más fácil, basándose en la noticia de su poca guarnición, y conseguir un éxito en el sector. Fue a finales de julio cuando empezaron a acondicionarse los trenes destinados a abastecer de material y transporte de personal a Sigüenza dándoles cierta protección, aunque no tan sofisticados como serían las de aquellos otros de mayor blindaje y armamento. Estos utilizaban normalmente locomotoras Montaña cubriéndolas con planchas metálicas y sacos terreros en cabina y partes más sensibles, y, al poco tiempo, una vez mejorados, dispondrían de ametralladoras en torretas, tándem y vagones de viajeros, aunque no llegaron a utilizarse en el mismo Sigüenza antes de su ocupación.
6. Lucha en el Sector de Guadalajara (7 agosto-2 octubre) — Desarrollo de los acontecimientos en el bando nacional. Recapitulando lo sucedido, el general de brigada Emilio Mola Vidal había sido designado el 24 de julio Jefe del Ejército del Norte,24 disponiendo de las divisiones 5, 6, y 8, hipotecadas en su mayor parte en otros frentes, más la 7 y la Soria. Al día siguiente se creaba la Junta de Defensa Nacional de España (B.O. núm. 1). Esta última unidad, de nueva creación, tenía como misión atender los puertos al norte de Madrid así como al sector Soria-Guadalajara, en una acción conducente a la ocupación de la capital de la Nación. De estas acciones, la de mayor progresión fue la desarrollada por el flanco izquierdo, encontrándose la mayor resistencia en los 24
“...que incluirá al Ejército de Africa,...”, LA CIERVA, Ricardo de, La Victoria y el Caos, p. 60. “...pero Varela era el encargado de tomar las decisiones de cada momento, en coordinación con Franco y Yagüe”, HUGH, Thomas, La Guerra Civil Española, p. 466.
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puertos de Guadarrama y Somosierra. Es entonces, tras la primera derrota en el último de los puertos citado, cuando decide reactivar el flanco derecho, que llevaba casi un mes estabilizado. Para ello refuerza la división Soria (que enlazaba por el este con la división 5ª –Zaragoza–, en Molina de Aragón, y con la división 7ª, al oeste, en el puerto Reventón), para atacar, ocupando necesariamente Sigüenza, y avanzar hasta alcanzar la línea Jadraque-Almadrones, operación imprescindible para atacar Madrid. Después del fracaso en la toma de Sigüenza, las fuerzas del sector que manda el coronel Martínez Zaldívar (Soria-Guadalajara), procedentes de la 5ª, 6ª y Soria, quedan organizadas el 21 de agosto en dos agrupaciones, la oriental (Alcolea) y la occidental (Atienza), mandadas respectivamente por el comandante Dionisio Pareja Arenilla, destinado en el regimiento Galicia núm. 19, y el teniente coronel Ricardo Marzo, destinado en el Galicia, de la guarnición de Jaca. La primera dispone de tan solo 563 hombres y una batería, y la otra de 591 y dos piezas de 105. En esta operación, una más del Ejército del Norte, Mola pondrá su máximo interés siguiendo muy de cerca su desarrollo. Un informe posterior, del día 14, ampliará los medios disponibles con la incorporación de dos batallones procedentes de las guarniciones gallegas, sin duda un buen refuerzo, pero es tal la premura e importancia de la maniobra prevista, que, según cita Martínez Bande, el mismo Mola comunica a Martínez Zaldívar “no espere la llegada de estas tropas para iniciar las operaciones acordadas”. El 26 de agosto tomaba el mando del conjunto el teniente coronel Marzo. La oriental procedente de Almazán, mandada por el comandante Palacios, el 27 de agosto combate cerca de Imón, en el pueblo de Riba de Santiuste (sierra de Pela), con la clara intención de avanzar hasta Huérmeces. Durante la acción, en que muere Hipólito Etchebéhère, las fuerzas republicanas se ven obligadas a ceder el poblado ante el ataque de flanco de una compañía del Gerona y una unidad de requetés procedentes de Alcolea, que siguen el eje de la carretera de Sienes. Nuevamente, el día 28, una unidad de la CNT-FAI, con el apoyo de camiones protegidos con chapas de hierro, intenta el asalto de Imón, sosteniendo fuertes combates desde las 3 de la tarde, hasta que al anochecer, cuando ya se habían ocupado unas colinas fundamentales, recibe la orden de repliegue. Se había renunciado al aprovechamiento del éxito.25 Con ello quedaba todo el valle comprendido entre Sigüenza y Atienza, y entre Sigüenza y Paredes, dominado. La occidental,
25
Según Mika en Mi guerra en España, Hipólito (Hippo) Etchebéhère muríó en el ataque a Atienza, pero Desprèe asegura fue en en la Riba de Santiuste, el 21 de agosto. La renuncia de un terreno ganado por las tropas republicanas en Imón a costa de tantas bajas, sería motivo del descontento de las sufridas fuerzas milicianas, que empezaban a desconfiar de sus mandos con razón.
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que partiría el 26 de agosto desde Atienza, estaba mandada por el capitán Ruiz Solano, al que sucedería el comandante Gallego. El límite común de sus zonas de acción sería el río Henares (incluido para la del Este). También existía una pequeña reserva formada por 396 hombres en Barahona, así como 112 hombres en Medinaceli, 160 en Torralba y 136 en Barcones, con los que poder reforzar las unidades. Sin duda fuerzas escasas para la envergadura esta acción. El 28 de agosto continúa la progresión sobre Sigüenza, bajo el mando del coronel Marzo, ya sabemos la causa del cambio de mando, buscando esta vez el cierre inmediato y la conquista de esta localidad dentro de una tenaza. Recordamos mandan las mencionadas dos columnas o agrupaciones, llamadas Oeste (o Atienza), y Este (o Alcolea), respectivamente, los ya tenientes coroneles Gallego y Palacios, con un total de 3.800 hombres. Para entonces la aviación alemana ya había sido utilizada y reajustada la línea del frente. Mientras, en el cercano sector de la división 7ª mandada por el general Saliquet, ha sido conquistado el Alto del León, el día 22 de agosto, con la columna Serrador, en la que sería la primera batalla en campo abierto, el inicio real de la guerra.26 El mando titular de la división Soria, le correspondería el día 3 de octubre al general Moscardó. La división (?) para el día 26 de septiembre estaba formada por dos agrupaciones, mandadas por los coroneles García-Escámez, encargado de tomar Somosierra, y Marzo del sector Medinaceli-Atienza, por lo tanto de conquistar Sigüenza. Con ello nos desentendemos de todas las citadas unidades empeñadas en los puertos, dedicándonos en exclusivo a la que ocupará esta ciudad. La del Este que ha iniciado su avance con posterioridad, entre los ríos Henares y Dulce, conquista el día 1 de septiembre el poblado de Horna, y para el 3 alcanzan fácilmente Cubillas del Pinar y Guijosa, así como Barbatona. Luego será Jodrá del Pinar, donde tiene que hacer frente a fuertes contraataques, cortando la comunicación de Sigüenza en las proximidades de Estriégana, quedando la ciudad sin luz y sin teléfono, llegando por último a Pelegrina, un cerro que domina el río Dulce, cerrando progresivamente el cerco. Antes una compañía de falangistas, con una pieza de artillería de acompañamiento de 65, ha tomado loma Quebrada (no confundir con el poblado de La Quebrada), posición dominante sobre la carretera que va a Guadalajara. Ese mismo día un avión republicano ha arrojado bombas incendiarias sobre el pinar de Barbatona, donde hay fuerzas nacionales, con
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Ramón y Jesús SALAS LARRAZABAL: Historia general de la guerra de España, p.72.
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una sección de artillería del 75. El 3 de octubre era sustituida la fuerza de loma Quebrada por una compañía de requetés, reforzándose la artillería de Alcolea con otra batería de 155. Mientras en la columna Oeste, el 7 de septiembre la artillería de 155 mm situada en V. Mojares inicia su primer bombardeo sobre Sigüenza, que repetirán, con un fuego sistemático, casi a diario desde las 6 de la mañana (entre las piezas nacionales se encuentra la célebre Nicanora). Los brazos de la tenaza irían alargándose en los siguientes días ocupando Torresabiñán con la 4ª compañía del Gerona, una sección de ametralladoras y fuerzas requetés. El 9 ocupan Pozancos y Alcuneza, el 12 Carabias, y Palazuelos el 17, marchando a través del angosto desfiladero del río Salado hacia la población de Huérmeces que se encuentra a tan solo 5 kilómetros de Baides, facilitando el cierre con la otra columna en Pelegrina. Esta maniobra del día 23 amenazaba por el suroeste la línea del ferrocarril, obligando a distraer fuerzas desplazadas por tren desde Sigüenza. Así mismo, el 27, fuerzas al mando del capitán Salto ocupaban los pueblos de Angón y El Atance, conquistándose finalmente el día 2 de octubre Huérmeces. Antes, el 29 de septiembre, había llegado a Palazuelos el batallón del América, con el comandante Alfonso Sotelo, que continuaría al día siguiente su avance hacia Sigüenza. Las diferentes columnas divisionarias alcanzaban las siguientes líneas (imagen 3): el 3 de septiembre, la formada por Ríofrío-Bujalcayado-Mojares-Alcuneza, que seguía por Guijosa-Estriégana-Alcolea del Pinar, y para el 23 del mismo mes la de Angón-Huermeces y Palazuelos, para seguir por Barbatona-Pelegrina y Torremocha. La aviación practica una serie de reconocimientos previos al ataque de los días 29 y 30, en que 20 aviones alemanes, mañana y tarde, bombardean intensamente Sigüenza, provocando el corte de la energía eléctrica, y cayendo varias bombas en la Plaza Mayor de la ciudad. Para Desprèe serán “hasta ventitrés bombarderos alemanes (que utilizan) la misma táctica que emplearían meses después en Guernica”. Al anochecer de este último día se ocupaba el Mirón o Mironcillo (a 800 metros del casco urbano, acción de la que daremos mayor información), y posteriormente la loma de San Cristóbal. La situación es cada vez más desesperada para los seguntinos que piden a Martínez de Aragón la orden de evacuación o que encuentre los medios para defenderla. Su contestación por el momento es tajante “...mirar los fascistas que han resistido en el Alcázar de Toledo y el prestigio que esto vale a su causa. Nuestra página de gloria será la catedral de Sigüenza...¡Confianza, camaradas, y viva la República!”. Ya hemos hablado de la personalidad de este jefe de milicianos, comandante militar de la Plaza, que, aunque no pro-
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fesional, reunía ciertas cualidades para el mando, tal vez consecuencia de su procedencia familiar. Disciplinado y fiel a Jiménez Orge, no encontró entre los milicianos correspondencia, creándose en Benito, que al fin y al cabo era un subordinado, su mayor enemigo hasta que pudo deshacerse de él. El mismo Desprée dice de él, “Este extraordinario comandante cuya oportuna intercesión salvó muchas vidas de nuestra ciudad,...”. No bastaron estas arengas para detener la desbandada producida en los cercanos cerros donde están ubicadas las posiciones, permitiendo su ocupación sin apenas disparar. Ha llegado el momento de dar la orden de encerrarse en la Catedral, y así se hace. La responsabilidad de dicha actitud, más que de la escasa o nula preparación militar de los milicianos, corresponde en especial a sus mandos. El bombardeo aéreo y terrestre ha sido intenso, dándose como siempre cifras de bajas y destrucciones muy dispares. Así han sido el 30% las casas hundidas o dañadas, en especial en el barrio de las Travesañas en que la calidad de las obras es inferior, y 100 el número de muertos, aunque Vallinas habla de 600, solamente entre la población civil, cifra indudablemente exagerada. El convento de las Ursulinas, que había servido de acuartelamiento de las milicias de la CNT-FAI sufre daños, y con mayor intensidad ocurre otro tanto con el convento de los Franciscanos, en la calle Mayor, que había sido ocupado por el batallón Pasionaria o en el Seminario, donde se habían alojado los milicianos de la UGT. Por otro lado, tanto el hospital provisional de la Cruz Roja, habilitado en el Palacio de Infantes, como el centro de salud, en la calle San Roque, o el hospital de San Mateo, también Hospicio (o de Sanidad Militar), acaban por llenarse de heridos. Al siguiente, día primero de octubre, todo eran casas humeantes e intentos por descombrar e intentar reparar daños, mientras en reuniones de comités se discute la actitud a tomar. Para algunos está bien claro abandonar cuanto antes Sigüenza. Antes otras fuerzas nacionales habían avanzado hacia Viana de Jadraque, Cutamilla y Moratilla de Henares, aumentando un cerco a Sigüenza que nunca llegaría completarse. El 30 de septiembre ascendía a general de brigada el defensor del Alcazar de Toledo, José Moscardó Ytuartez, incorporándose de nuevo, en 48 horas, al nuevo frente a mandar la división Soria, que se denominará 72, que cubría desde Molina de Aragón al Puerto de Malagorta. Concretamente, según Martínez Bande, “desde el puerto del Reventón (excl.) al pueblo de Medinaceli (incl.)”. — Desarrollo de los acontecimientos en el bando republicano. Para antes del ataque frustrado de los nacionales ya se había iniciado una fortificación ligera de la ciudad con trincheras y obstáculos, y así
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mismo preparado la voladura de los puentes entre el empalme de Mandayona y Sigüenza. También tendrían los milicianos ocasión de comunicar su sentimiento y preocupación con ocasión de la visita a la ciudad del ministro de Instrucción, Barnés, al que acompañaba el gobernador de Guadalajara Benavides. Fue durante la manifestación celebrada en el paseo de la Alameda cuando los grupos más críticos de CNT-FAI, que no participan de la idea de maniobra de Jiménez Orge, piden más medios para combatir, amenazando caso contrario con evacuar la ciudad, porque “no podemos extender nuestro frente por falta de efectivos y sobre todo de material”.27 El mismo Martínez de Aragón ha recibido amenazas de descontentos, y aunque es nombrado comandante de todas las fuerzas milicianas de la provincia, quien de verdad se ha hecho con la situación es el radical Feliciano Benito, que para entonces ya es delegado general de CNT-FAI. Hasta el mismo coronel Jiménez Orge manifiesta que “la CNT actúa por su cuenta sin intervención de la columna”. No obstante, de hecho, para el 18 de agosto hay 4.000 combatientes desplegados a lo largo del frente a sus órdenes. Entre ellos los guardias de asalto y artilleros traidos de Guadalajara, éstos sí están subordinados, que con sus piezas del 75 hacen fuego desde Sigüenza en dirección castillo de Atienza. También aparecen otras fuerzas profesionales en el frente con material pesado entre ellos dos carros (vehículos) blindados. Son aquellas fuerzas, las más escogidas, empleadas exclusivamente para los grandes combates o como reservas en los contraataques. Para la vigilancia y guarnición se emplea sólo a la Milicia. Con lo que para entonces la distribución de las tropas a lo largo del frente quedaba de la siguiente forma: en flanco izquierdo, 570 hombres; en el centro, 2.600; y en el derecho 458, mientras las de Asalto y Guardia Republicana estaban concentradas en Taracena, junto al puesto de mando, para actuar como reserva. Para el 4 de septiembre la responsabilidad del cargo de Ministro de la Guerra la mantiene el mismo Presidente del Gobierno Francisco Largo Caballero, que tiene como jefe de Estado Mayor a Estrada, y para el mando del nuevo Teatro de Operaciones del Centro al general Asensio Torrado. Formando parte de la guarnición milicias de partido, aparecen englobados algunos mineros de Pozoblanco, como sabemos muchas veces en desacuerdo con las órdenes de sus superiores, y en las que recordamos todavía no existe presencia de material y personal extranjeros.28
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Ibídem, p. 50. El personal voluntario extranjero llegó escalonadamente. A mediados de octubre de 1936 el cuerpo expedicionario ruso (que llegaría a alcanzar los 20.000 hombres), y a mediados de noviembre las Brigadas Internacionales (hasta los 40.000). 28
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7. La Batalla de Sigüenza; preparación del asalto y ocupación (3-16 octubre) — Trascendencia y debilidad de la posición de Sigüenza. Estratégica por sus comunicaciones está situada sobre la vía férrea Madrid-Zaragoza, así como próxima a la nacional II, Madrid-Zaragoza. Igualmente la atraviesa una carretera, que, partiendo de Alcolea del Pinar pasa por Atienza y Ayllón llegando a las proximidades de Aranda de Duero, le sirve de enlace con la nacional I, Madrid-Burgos. Establecida en el valle del río Henares, en su ribera oriental, resulta dominada desde el balcón que suponen las alturas situadas al oeste de la vía férrea (Loma del Mirón, cerro del Mirón), y al noreste con el cerro Otero. Al este estaban las mayores alturas en la pendiente descendente de la carretera general, con alguna mancha de pinares. Además, como consecuencia de la maniobra enemiga quedaba muy adelantada y sin la debida protección de su línea de comunicación que tenía su única salida en la vía férrea, que desde el día 28 recibía el fuego de la infantería enemiga al ser ocupado Parrilla y Valdechavalos, creándose una situación insostenible. Militarmente era tan importante como Guadalajara, encontrándose en 2º lugar de la provincia, con 6.000 habitantes. En su parte más elevada existía un castillo, como la mayor parte de los pueblos de la zona, rodeada de murallas que en aquellas fechas constituían un buen obstáculo, así como su catedral, empezada a levantar el s. XIl que quedaba incorporada como fortaleza defensiva en estilo románico, existiendo viviendas con gruesas paredes de piedra, al igual que el seminario, el hospital, y otros edificios fuertes. — Acontecimientos en el bando nacional. Para el día 3 de octubre, la división Soria al mando del general Moscardó, que el 30 de septiembre disponía de tan solo un batallón, siete compañías, cuatro secciones de ametralladoras, 400 requetés y numerosos falangistas, así como de dos baterías y una compañía de ingenieros, ha recibido nuevos refuerzos. Con ellos alcanzaba tres días más tarde un total de 11.661 hombres, con los que organizaba dos agrupaciones, la Somosierra, que manda el coronel García Escámez, y la Sigüenza, por el ya coronel Marzo, compuesta esta última por 3.799 hombres, y a la que vamos a seguir muy de cerca en su maniobra de aproximación y asalto a la ciudad. Dicha agrupación, estaba formada, como sabemos, por dos columnas, Alcolea (o del Este) y Atienza (o del Oeste), de los que conocemos sus mandos. La fuerza
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del coronel Marzo estaba constituida, por el llamado batallón Gallego –probablemente una de las unidades de refuerzo gallegas a las que Mola ordenó a Martínez de Zaldivar, el día 14 agosto, no esperar para la ofensiva sobre Sigüenza. La posibilidad de que fuese una unidad intencionadamente denominada con el nombre del antiguo comandante Gallego, que sustituyó al capitán Ruiz Solano en el mando de la agrupación occidental, aunque considerada, no ha podido ser contrastada. O tal vez sean ambas–,29 un batallón del América, otro del Gerona, dos compañías del Bailén, una del Aragón, un número variable y hetereogéneo de falangistas y requetés, guardias civiles, un escuadrón, dos baterías y dos compañías de ingenieros. Para una mayor continuidad en el relato haremos también referencia al proceso de cerco de la ciudad hasta la fecha del asalto (imagen 4). Ambas columnas fueron constituidas sobre los batallones más antiguos en la zona, así para la columna Este sería sobre el núcleo del batallón Gerona, y en la del Oeste sobre el batallón América. Previa e inmediata a la conquista de Sigüenza fueron ocupadas las alturas más próximas, las posiciones avanzadas, mediante cinco acciones. La más al oeste, sobre el cerro El Mirón, y la encargada de ocupar las alturas al sur, en el cerro La Quebrada, a cargo de la columna Atienza; y la del noreste, para conquistar el cerro El Otero, otra por el este, sobre la cota 1.088, y por último la del sur para asegurar la ocupación del cerro de La Quebrada (donde coincidiría con fuerzas de la otra columna, haciendo el cierre a la ciudad), que la realizaría la Alcolea. Con las que asegurar la conquista, completar el cerco y cubrir los posibles contraataques. Una acción más lejana, también por el sur, haría de guardaflanco, buscando ampliar la bolsa, y establecer una nueva línea del frente correspondería a la Atienza. — La toma del cerro El Otero. Gran importancia tuvo la toma de esta posición situada a 1.090 metros de altitud, a unos 3 kms. al noreste de Sigüenza, que contaba con parapetos construidos por los milicianos, así como galerías subterráneas de refugio. Estaba guarnecida por 60 hombres del POUM. que disponían de ametralladoras. El 30 septiembre, mientras la artillería nacional abre fuego desde Mijares, la infantería avanza desde la línea alcanzada (Alcuneza-este, zona al este a la altura del punto kilométrico 144,5 del FC., El Cerro, Guijosa) y desciende hasta la vía férrea protegiéndose tras una elevada tapia del Cole-
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gio de los Hermanos Maristas. Mientras, otros progresan a lo largo del paso a nivel y de unas ruinas próximas. El ataque sorpresivo a la posición es simultáneo, encontrando que la mayor parte de sus defensas están orientadas hacia oriente, pues siempre habían temido que el ataque enemigo procedería de Alcolea del Pinar. Por tanto estaba más descuidada por poniente, lo que favorece grandemente al atacante. Un caso más de la mala orientación de las fortificaciones republicanas, como debió ocurrir en las dirigidas por Eugenio Granell en el mismo frente de Guadalajara, en que la construcción favorecía al enemigo. Un posterior bombardeo republicano, no comprobado, rompería la conducción de la traída de agua desde la fuente situada en la ladera del cerro, y, como también otra de las fuentes había sido cortada por los nacionales, quedaron sin agua los seguntinos, teniendo que utilizar los pozos que resultaron salobres. — Ocupación del cerro El Mirón. Partieron las tropas nacionales de la misma línea alcanzada, al oeste del FC. y la CM-110 (inc.). Su objetivo final era la ocupación del cerro El Mirón, situado a tan solo 800 metros al oeste de Sigüenza. Antes la fuerza tendría que ocupar la Loma del Cerro del Mirón, de la que era un extremo, a poco más de un kilómetro del norte de la ciudad. El avance del día 30 de septiembre había seguido la acertada dirección V. Mojonazo (1.198 metros)Valderramón-c.1118 (con lo que habían recorrido la distancia más corta (rapidez) al objetivo, y también la más alta (dominante), para al finalizar el día alcanzar, a lo largo de dicha loma y La Canaleja, el objetivo final del cerro el Mirón. — Ataque por el este. Partió de la zona de La Lastra y V. Morretón (1.208 metros), teniendo como límites de su zona de acción el Arroyo del Vado, por el norte, y el Arroyo de Valdenerina, por el sur (los mismos del frustado ataque del 6 de agosto, en un terreno descendente, pero este vez no en una acción en solitario, sino de conjunto, y m´ss apoyada por el fuego), siguiendo por la línea de alturas formada por las cotas 1068, 1088 y 1199. — La conquista de la Quebrada. La posición había sido fortificada con la participación de los mineros de Pozoblanco. Este cometido fue encomendado a ambas columnas para ase-
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gurar la ocupación. No obstante la del Este, adelantaría su toma por una compañía de falangistas, que con una pieza de artillería de acompañamiento de 65, consigue dominar por este frente, no solo la ciudad sino también la carretera comarcal que va a Guadalajara. Poco después sería relevada por una compañía de requetés, momento que coincide con el refuerzo de la artillería en Alcolea del Pinar con otra batería de 155. — Hechos acaecidos en el bando republicano. Las fuerzas (columna Jiménez Orge) que cubrían el sector de Guadalajara fueron incrementadas con fuerzas regulares y milicianos alcanzando la cifra de 2.700-3.000 hombres. Entre los primeros, sabemos existían un total de 3 compañías, 1 escuadrón, 6 piezas de artillería ligera, así como una sección de vehículos blindados (muchos textos les llaman “tanques”), y un antiguo carro de combate de las postrimerías de la Primera Guerra Mundial modelo Renault, de 14 Tn. armado con un cañón (es el que luego aparece en el atrio de la catedral). Entre los otros estaban los restos del medio millar de milicianos de la CNT-FAI mandados por Feliciano Benito, el batallón Pasionaria, unidad organizada por las Juventudes Unificadas que contaba con las compañías primera y segunda, mandadas por Isidro Fernández y José Gómez, otros tantos de la UGT, predominando los anarquistas, y unos pocos menos del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), a las órdenes del capitán Santiago Martínez Vicente (que como sabemos moriría durante el bombardeo aéreo del 29 de septiembre). Este último personal tenía mentalidad de guerrilleros, no de soldados. Según Martínez Bande, “en el estadillo correspondiente al 11 de octubre, aparecen también dos batallones llamados 20 de julio y Numancia, sin filiación conocida”. También cita entre los huidos de la catedral a una pequeña fracción (columna) llamada Aragonesa. Siendo su distribución numérica a lo largo del frente, de 570 en el flanco izquierdo, 2.600 en el centro, y 458 en derecho. Los guardias civiles y de asalto, continuaban perteneciendo a las reservas, ubicados en Taracena. Desde el 7 de septiembre habían sido muchos los poblados vecinos ocupados por el enemigo, teniendo que refugiar a sus habitantes en diferentes viviendas de la ciudad, hasta que, al no tener más sitio donde ubicar a todo este elemento civil desplazado, el 28 son obligados a a concentrarse en la catedral. Cuentan de la presencia esporádica de un avión republicano, casi siempre en solitario, al que vitorean en sus apariciones, y apodan el Negus, que unas veces bombardea al enemigo y otras les lanza propaganda. También hace otros lanzamientos particulares sobre la ciu-
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dad (reparto sistemático del periódico “El Socialista”), con lo que acabaría por infundir cierta moral, siempre necesaria y más en este caso, entre los ya asediados. Concretamente, en los últimos días 3, 4 y 6, realizaría, además de las pasadas lanzando propaganda, pequeños reconocimientos del enemigo. Al día siguiente, 29, las avanzadillas tienen que replegarse a la ciudad, pues, como ya hemos citado, ha sido bombardeada intensamente por la aviación nacional, lo que precipita la baja en el espíritu de los milicianos que nuevamente exigen a Martínez de Aragón la evacuación o se les proporcionen medios para la defensa. Llegando a correr la desconcertante voz del “estamos copados”.30 Estaba previsto el día 30 que saliera para Guadalajara el único tren disponible, llegado el día anterior, produciéndose cobardes escenas al ser ocupados los sitios reservados al personal civil por algunos milicianos en franca derrota. No obstante, al siguiente, no todos tienen igual comportamiento, dedicándose a reparar la vía del ferrocarril e intentar recuperar la posición de La Quebrada, que llega a quedarse aislada durante todo un día. De hecho es el día 2 de octubre cuando llega el último tren, un Madrid y (ya no de) regreso, denominado El Blindado (su blindaje consistía exclusivamente en chapas de hierro en el lugar de los maquinistas), que trae 40 cajas de munición y sólo aventura promesas, pero ninguna tropa de refuerzo.31 Este mismo día el enemigo que estaba en el cerro de el Mirón comienza a aproximarse a la estación, cuya defensa estaba a cargo de 150 miembros (de ellos 4 mujeres) del POUM a las órdenes de Mika Etchebéhère, ocupándola aquella noche, y encontrándose a tan solo 200 metros de las primeras casas de Sigüenza. Sin embargo, Pérez Mateos, Entre el azar y la muerte; testimonios de la guerra civil, p. 188, manifiesta que el día del cerco Martínez de Aragón regresó a Sigüenza con 7.000 hombres, situándose en el cerro de Las Quebradas (sic), mientras “un tren blindado llegó hasta el disco ferroviario de Santa Librada –pasada la estación– (y) disparó unos cañonazos...”. “Era ya tarde”. Mientras, en el interior de la Catedral han empezado a aprovisionarse de toda clase de víveres, gasolina, vestuario, y aunque disponían de algunas cajas de dinamita (que va a ser un arma persuasiva durante el asedio), esca-
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Ibídem, p. 61. Ibídem, En este último tren formado por una locomotora y un furgón no regresó nadie, saliendo aceleradamente por temor a encontrar la línea cortada. El del día anterior, encargado de la reparación de daños de la vía por las bombas, a su regreso estaba prevista la evacuación de las familias, pero lo hicieron en su lugar varios milicianos en condiciones de combatir todavía.
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sea la munición y no disponen de vendas ni alcohol.32 Como sabemos han asentando dos ametralladoras en la torre de la izquierda, que durante el sitio será la mayor base de fuegos. El recinto de la catedral también sirvió para guardar numerosos camiones y automóviles, de los que no quisieron desprenderse por si podían utilizarlos. El 5 por la tarde, Martínez de Aragón, hasta entonces comandante militar de Sigüenza marcha a Guadalajara, quedando de jefe total de la plaza Feliciano Benito, aunque ya lo fuera de mucho antes, pues al jefe se le reconoce por cuando se le obedece, y este era el caso. Dentro de Sigüenza, estaban acuartelados, en la iglesia de Santiago y Convento de Franciscanos, en la calle Mayor, el batallón Pasionaria, de ideario comunista; en el Seminario, próximo y comunicado con el obispado, los milicianos socialistas de ferrocarriles y de la Milicia de Juventudes de UGT; los milicianos de la CNT-FAI estaban en el Convento de las Ursulinas; los milicianos de Sigüenza en un edificio de la calle Medina; y los del POUM, que constituían la fuerza más pequeña, y para entonces ya mandados por Mika Etchebéhère, en la estación y en una casa próxima, en lo que ellos llamaban el “hoyo” de Sigüenza, pero que constituía un verdadero y muy arriesgado frente. Todos estos edificios serían objetivos minuciosamente perseguidos y batidos por los fuegos de la artillería y la aviación nacional. Durante este corto intermedio hay un intento por reaccionar, y entre otras ocupar Barbatona a través del Pinar, donde llegan a adentrarse hasta un kilómetro, pero sin que pasen de ahí, es más, un comunicado firmado por Martínez de Aragón y Feliciano Benito (por una vez están de acuerdo) ordena “que nadie se mueva (pues) se efectuarán operaciones más amplias”. Solamente se producían ligeros tiroteos y fuego de cañón desde Mijares, aunque todo ya apuntaba, como informaban los reconocimientos de El Negus, a que el enemigo estaba moviéndose y preparando una fuerte ofensiva, por lo que el mando republicano ordena el repliegue hasta una línea a la altura de Matillas. Efectivamente, una columna de requetés que avanza por el oeste desde Huérmeces ha tomado el día 7 los cerros existentes entre la carretera de Atienza y Moratilla que controlan la vía del ferrocarril. Antes, también, ha sido ocupada La Quebrada (ya sabemos que la Este se
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Ibídem, Martínez de Aragón afirma que “nuestra página de gloria será la catedral de Sigüenza”, “entre sus muros aguardaremos las tropas que mandará Madrid”. ”Hace falta un Alcázar para los rojos”. Otros opinan por el momento aguantar y abandonar la ciudad cuando todo esté perdido, pues era una idiotez hacer caso a Feliciano Benito (Martínez de Aragón?). Se levantaron parapetos frente a las puertas y ventanas de la fachada.
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ha adelantado), donde asientan una pieza de artillería. El cierre está próximo a realizarse, pero todavía queda una pequeña zona despejada entre la carretera a Madrid y Pelegrina, fundamentalmente en la cuenca del río Dulce, que no llegaría a ocuparse antes de la conquista de Sigüenza, y que será la vía de escape para algunos milicianos y civiles. El 7 de octubre, Mola haría coincidir su fase final con la reanudación de la ofensiva al oeste del frente del Ejército del Norte, a cargo de Yagüe, a su vez a las órdenes del bilaureado general José Varela Iglesias. — Desarrollo de los acontecimientos dentro de la ciudad. El día 8, tras una intensa preparación artillera y un bombardeo aéreo que duran 5 horas, en especial contra objetivos en la carretera de Atienza, cerro de La Quebrada, así como la estación y la ciudad, a las 11 de la mañana se produce una intensa cortina de humo y polvo debida a los incendios y explosiones, seguida a continuación de vuelos a muy baja cota de siete (?) cazas que ametrallan en apoyo a tierra.33 Ocurre que, “Con su obstinación en conservar una ciudad que no podían defender hicieron inevitable el bombardeo terrible..., y que destruyó gran parte de la población” (Sánchez Rueda). Se trata de un ataque a una posición fuerte (o fortificada) y como tal tiene que ser conquistada. En estas condiciones a las 12,15 entran en la ciudad por diferentes sitios, sin encontrar resistencia alguna. Desprèe menciona la presencia de algunos milicianos francotiradores refugiados en las casas. Antes, a las 10 horas, una primera fuerza nacional ha entrado en Sigüenza, de hecho la única que lo hace combatiendo. Es la 1ª compañía de falangistas al mando del laureado capitán de Infantería Antonio Nombela Tomasich, formada con personal procedente de Pamplona, que se dirige por las Escuelas del Prado al Asilo de las Hermanitas y el Palacio Episcopal. Entre las fuerzas de ocupación están una compañía del regimiento Gerona y otra de requetés del Tercio María de Molina (de Molina de Aragón) que llegan al Convento de Ursulinas. Posteriormente, al anochecer, sería toma33
Para el 17 de octubre, en su primera fase de aportación, los sublevados disponían de 16 He51(caza), 6 Ju-52 (transporte o bombardeo), y otros 16 He-46 (reconocimiento y apoyo a tierra), con los que se habían formado 5 escuadrillas, 2 alemanas (“Pedro” y “Pablo”) y 3 españolas, Historia del Ejército Popular de la República, SALAS LARRAZÁBAL, Ramón, p.671. Otra, cita que para el 28 de agosto ya había hasta 41 aviones alemanes. El ministro alemán de la Guerra general Von Blomberg cree que, para entonces, “ya se han enviado a la España nacional suficiente número de aviones alemanes”. Después, en noviembre, llegaría La Legión Condor. Según Deprée, los Heinkel He-51 no participaron en el bombardeo de Sigüenza. Los que lo hicieron eran mas pesados y lentos (Ju-52 ?). Para Jackson, el ataque aéreo se hizo en 4 oleadas, de norte a sur en los que participaron Dorniers, cazas Heinkel-111, y Junkers Ju-52 alemanes, así como Savoias italianos.
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da por entero por el resto de la fuerza, salvo la Catedral, donde un grupo de unas 1.000 personas, entre combatientes y refugiados (otros dan la cifra de 500 milicianos y 200 civiles), se hace fuerte, mientras sus principales edificios arden (imagen 5). Otro tanto debió ocurrir, por poco tiempo y con escasa fuerza, solamente un pequeño grupo, en la Fábrica de Alfombras, así como con algunos pocos francotiradores (siempre en sus extremos, de conscientes o desesperados), que pronto serían reducidos, pudiéndose liberar a los vecinos de sus escondites y refugios. Poco tiempo después, asegurada la ocupación, sería el momento de reorganizar la vida en Sigüenza y habilitar trenes para evacuar lo antes posible a desplazados y habitantes. La reducción de la fuerza encerrada en la Catedral no fue empresa fácil, y aquí vuelven a darse otras cifras, pues los combatientes eran unos 450 anarquistas muy decididos, de ello no cabe duda. Entre los asediados había 90 milicianos que estaban heridos o enfermos, así como un numeroso grupo de mujeres, a los que acompañaban unos 200 civiles. Todos están bien abastecidos de víveres, pero mal de material sanitario (incluso solamente había un enfermero, pero sin equipo médico), y disponían de un aljibe que les suministraría agua por un cierto tiempo. También se colocó una alambrada y un parapeto frente a la puerta principal, que cubría una ametralladora, y hasta se construyó un foso contravehículos. Ante la negativa a rendirse el enemigo, los asaltantes perfeccionan el cerco ocupando las casas más inmediatas, e instalan una pieza de artillería del 75 en la Alameda, mandada por el capitán Díaz Muntadas, que posteriormente sería trasladada al interior de una vivienda al final de la calle Medina frente a la Catedral. El 10 durante la madrugada logran huir 150 hombres, entre ellos Feliciano Benito, quedando 300 milicianos de su interior en un estado deplorable de moral, y sin su jefe natural. Este mismo día las fuerzas republicanas intentan restablecer la línea de Barbatona, situado a tan solo 6 kilómetros de Sigüenza, en un difícil intento de contactar con los refugiados en la catedral, siendo rechazados por un batallón de reserva situado en Alcolea. El 11, a media tarde termina el fuego artillero sobre la Catedral, cuya gran puerta central queda rota teniéndose que formar un parapeto de losas y piedras, iniciándose la primera de las negociaciones para la rendición, que es rechazada por los sitiados. Este mismo día se produce un asalto utilizando uno de los vehículos blindados que habían capturado en el combate de La Riba de Santiuste a las fuerzas de la CNT-FAI. Durante la noche un intento de huida a través del Vadillo, queda malogrado pues el día ha sido lluvioso dificultando los movimientos. Al día siguiente, 12, ha habido una nueva propuesta de rendición, tramitada a través de un miliciano de la UGT, seguntino, que huido de la catedral había sido capturado en plena Alameda. Mientras estu-
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dian la rendición se ha negociado un alto el fuego, para antes de las 9 de la noche, quedando mientras tanto detenido el combate. Esa misma noche, sobre las 11 horas, hay un tiroteo dentro de la catedral entre los partidarios de su rendición y los contrarios, con un resultado de 7 muertos. Aprovechando la detención del combate, los sitiados intentan hacer dos salidas, en una descubiertos por el ruido ocasionado al caer sobre el basurero, siendo rechazados ambos intentos de huida. El 13, una vez acabada la tregua, a las 11 de la mañana empieza un intenso fuego artillero y de mortero, que dura 6 horas, durante el que las fuerzas de Marzo causan 50 bajas, entre ellos dos mujeres, capturando cuatro prisioneros. Al siguiente día continúa también el intenso fuego de cañón, en el que la pequeña pieza próxima a la catedral se dedica especialmente a la destrucción del parapeto de la entrada. Esa noche un grupo numeroso trata de huir por las alcantarillas y llegar al cementerio de los Canónigos, consiguiendo algunos de ellos internarse en la Pinarilla al este de Sigüenza, con lo que prácticamente las fuerzas asediadas han quedado sin oficiales ni mandos milicianos. Para entonces, el número de bajas producido entre los defensores en el interior de la plaza y fuera del recinto de la catedral ha sido de 300 muertos. El día 14, a las 6 de la mañana, comienza el cañoneo sobre la catedral con dos piezas del 155, que dura hasta las 4 de la tarde, primero contra las torres, y luego el ábside y el crucero. También sitúan otra pieza del 155 en la mitad de la calle Mayor, donde esta hace un quiebro. Otra del mismo calibre se asentaría en el edificio de una fábrica de elásticos, y, ya hemos citado, una del 75 en el interior de una vivienda de la calle Medina. Por la tarde los encerrados que quedan (738, entre milicianos y refugiados) han soportado un nuevo asalto de las fuerzas de Marzo,34 por la antigua calle Medina (ahora Serrano Sánz) para forzar la puerta de Graneros. Esta acción había sido apoyada por el fuego de las dos piezas del 155, mandadas por el capitán José Urzaiz Guzmán, emplazadas en el cruce con la Alameda. El siguiente día, al acabarse el agua en el aljibe, terminaría con la rendición de los asediados a las 5,30 de la tarde, que abandonan el recinto de la catedral por la puerta que daba a la calle Medina, dirigiéndose, primero a la Alameda y luego al antiguo cine Capitol, donde se ha montado un punto de control, para ser identificados. Aceptada la mediación del beneficiado y sagrarero de la Catedral Galo Badiola, que también se encuentra recluido, se inicia el proceso de la rendición. Este personaje tan discutido ya ha intentado huir del recinto a través 34
Para VALLINA, Pedro, (médico y agitador) en su Los rojos ocupan Sigüenza, p. 29, “Los últimos combatientes se refugiaron en la catedral, en donde hicieron una resistencia heroica,<muriendo hasta el último> algunos por la gangrena de sus heridas, faltos de alimentos y agua”.
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de una de las ventanas que dan a la calle Medina sin conseguirlo, y se encuentra amenazado por los mismos milicianos, y también difícilmente protegido por los guardias de Asalto, antigua escolta de Martínez de Aragón. Todo ocurriría a primeras horas de la mañana cuando izando bandera blanca salió por la puerta que daba al Ayuntamiento, bajo el fuego de los mismos milicianos y la posible amenaza de los sublevados, teniendo que refugiarse tras la columna del Arco del Toril. Una vez identificado el mismo intermediario podría hablar por teléfono con Moscardó que se encuentra en su puesto de mando en Soria. Antes, durante la negociación, aprovechando la confusión producida por el ataque realizado por los dinamiteros de Pozoblanco, que lanzan con honda cargas de dinamita dentro de latas de conserva, unos 50 milicianos logran huir por el lado opuesto a través de El Pinar. Esta fuga ocurrida durante el día debió ser menos disculpable que las otras, demasiadas, que lo fueron en la noche, cuando decaía la vigilancia, por retirase a descansar la gente que formaba el cerco. Durante los siete días siguientes a la entrada de los nacionales, los defensores se habían parapetado en las torres y tejado de la catedral y dependencias anejas, en una operación similar a la reciente del Alcázar de Toledo, pero que por fuerza resultaría diferente, entre otras, porque la Catedral no reunía las características del Alcázar. “El Alcázar era un edificio militar propiedad del Estado y que por tanto podría considerarse como objetivo militar” (Desprèe).35 El su interior se encontraba parte de la población civil huida de algunos de los pueblos cercanos, así como un viejo tanque Renault FT-17 y numerosos abastecimientos.36 Parece ser que los refugiados en la catedral, con su actitud defensiva, desobedecían las órdenes de su mando sindicalista. Lo cierto es que atribuían la situación de encontrarse estancados, sin ser puestos en condiciones de defensa o de abandonar la ciudad a tiempo, no solo a la escasez de armamento sino a la falta de visión de los mandos al encontrarse ante fuerzas superiores. En cualquier caso el acopio de víveres, gasolina, y enseres dentro de la Catedral se realizó con falta de previsión, sin pensar en un posible asedio prolongado.
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Días antes habían terminado otros importantes asedios, como en los cuarteles de Gijón (18 julio21 agosto, un mes y tres días), en un edificio también no militar de endebles paredes, y tras el corte del agua, que acabó con su rendición, así como en el del Alcázar de Toledo (22 julio-27 septiembre, dos meses y ocho días), en una fortaleza en la que 1.100 defensores con firme decisión, víveres y municiones, soportaron el cerco hasta su liberación. Superpuesto sería el del Santuario de Nª. Sª. de la Cabeza (18 agosto-1 mayo, siete meses), con 1.100, de ellos 270 combatientes. 36 También había 20 mulos que habían dejado los artilleros. Los únicos que citan esta circunstancia son Mika Etchebéhère y Sánchez Rueda.
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Sobre el asunto de la salinización de los pozos de la zona durante el cerco existen opiniones sesgadas. Unos, los más (entre ellos Sánchez Rueda) lo atribuyen a que, días antes al fuerte bombardeo preparatorio del asalto final, el enemigo había echado varias cargas de miles de kilos de sal, en las fuentes del río Henares, procedentes de la pequeña salina de Imón, utilizando para su transporte decenas de mulas con serones. El resto lo harían las filtraciones del terreno, que acabarían por dañar las fuentes próximas de la ciudad, en especial las situadas en su parte baja. También es cierta la existencia de siempre de aguas saladas, como lo prueba la citada salina y otras referencias toponímicas que lo refrendan, caso del Río Salado, o las salinas Gomellón y de Olmeda, igual que la presencia de greda en el subsuelo donde estaban situados. Pero otras razones apuntan lo contrario, como el célebre Río Dulce, y la bondad de algunas fuentes desde la época romana, como en Cutamillas, que en la actualidad son utilizadas para embotellar la versión castellana de una afamada marca de agua de mesa. — Los planes del bando republicano (Jiménez Orge y Asensio). Ya se ha dicho de la intención de Jiménez Orge de abandonar Sigüenza, y de la oposición de Martínez de Aragón, en especial de Feliciano Benito, negándose a acatar cualquier orden a este respecto (también en algunas otras). Su propósito quedaba reflejado en su propuesta de fecha 5 de octubre consistente en: — Abandonar Sigüenza, — Retirarse a la línea definida por Congostrina-Pálmaces de JadraqueNegredo-Huérmeces-Baides, — Volar los puentes, — Organizar una línea principal de resistencia cerca de Jadraque (Cogolludo-Jadraque-Bujaralo-Matillas-Castejón de HenaresMiralbueno-Carrascosa-Navalpotro), — Situar otra a retaguardia cerca de Torija. Repliegue que sería aprobado por el general José Asensio Torrado, que había sustituido al general Riquelme como jefe de operaciones de la zona Centro, con las siguientes variantes: — Una primera línea quedaría establecida en Congostina-Picazo-Pálmaces de Jadraque-Negredo Baides-colina sur del f.c., — La Cabrera -sur de Torremocha del Campo- vértice al norte de Navalpotro, — Una segunda línea en la línea principal de resistencia de la propuesta por Jiménez Orge, y
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— Una tercera línea, que cubriría Guadalajara, definida por Cifuentes Brihuega-Torija-Taracena, todas sin idea de repliegue. Por una orden de Jiménez Orge, de 15 de octubre, se avanzaría para liberar a los cercados desde el Km. 31 de la carretera de Sigüenza. La maniobra debería realizarse el día 17, disponiendo de los batallones de milicias de Guadalajara y Aragón; 1 compañía del batallón La Pasionaria; 2 compañías de guardias de asalto; 2 baterías de 75, 1 de 105, y otra de 155; 2 vehículos blindados; y de un tren blindado situado entre Cutanillas y Moratillas, que es donde se encontraba cortada la vía. Mientras en la base de partida, como reservas, quedarían los batallones Alicante, Rojo, Numancia y 20 de julio. No sabemos si el resultado habría sido el mismo, o este tan rápido, de haberlo sabido los bravos defensores. La ocupación de la ciudad por el bando republicano durante la contienda había durado dos meses y medio. — Los partes oficiales de guerra del bando republicano. • 28 sep. Frente de Aragón. En el sector de Sigüenza ha habido, durante toda la tarde, fuerte cañoneo. Un ataque de nuestra Infantería por el ala derecha de este sector ha hecho retirarse al enemigo con bastantes pérdidas. • 29 sep. Frente de Aragón. Desde las primeras horas de la mañana nuestra artillería, desde Sigüenza, castiga las posiciones enemigas. • 30 sep. Frente de Aragón. En el sector de Sigüenza el enemigo ha presionado fuertemente, siendo contenido por la enérgica actuación de nuestras fuerzas. La artillería facciosa ha bombardeado durante algunas horas nuestras posiciones de Sigüenza. • 1 oct. Frente de Aragón. En el sector de Sigüenza los rebeldes atacaron de nuevo nuestras posiciones avanzadas, siendo rechazados por nuestra artillería y aviación, que les hizo muchas bajas. • 2 oct. Frente de Aragón. Durante todo el día de ayer el enemigo ha atacado violentísimamente Sigüenza. Nuestras tropas han resistido heroicamente y a última hora de la tarde han reaccionado en un contraataque ayudadas por la artillería leal , provocando la retirada del enemigo, después de haberle ocasionado muchas bajas. En Sigüenza la fuerzas leales han iniciado esta madrugada un ataque de artillería y de aviación, con resultados altamente favorables. Nuestras piezas han apagado el fuego de las posiciones enemigas y la infantería ataca con entusiasmo, obligando a los rebeldes a retirarse. • 4 oct. Frente de Aragón. En el sector de Sigüenza, rechazado por las fuerzas leales el ataque faccioso de hace dos días; ayer y hoy se limi-
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ta la acción de nuestras tropas a tirotear a las avanzadas rebeldes y a hacer movimientos de descubierta para localizarlos. En Sigüenza después del combate de ayer, en el que las tropas leales han descongestionado el intento de ataque enemigo, nuestras posiciones han quedado consolidadas y en el día de hoy la artillería de la plaza bombardea al enemigo en retirada. • 9 oct. Frente de Aragón. En el sector de Sigüenza cañoneo intenso en las líneas y algunos vuelos de reconocimiento y bombardeo de nuestros aviadores, en uno de los cuales ha sido desmontada una batería enemiga. En el sector Sigúenza-Tardienta ha habido durante toda la mañana un fuerte duelo de artillería sin consecuencias para nuestras posiciones. • 10 oct. Frente de Aragón. Sigüenza ha sido objeto de un violento ataque rebelde contenido por las fuerzas leales con valentía. El enemigo en gran número y después de una preparación de varios días ha intentado el copo de la ciudad. Después ya no se volvió a hablar de la batalla de Sigüenza. — De la prensa (ABC, del bando republicano). • 27 jul. Rendición de Sigüenza sin problemas, quedando completamente tranquilo y haciendo vida normal. • 2 ago. Después de un reñido combate, las milicias ocuparon el castillo de Atienza, causando 86 muertos y heridos al enemigo. Las fuerzas batidas eran restos de la columna que bajó de Soria y fue desecha en Guadalajara. • 8 ago. Fuerzas que manda el Sr. (sic) Martínez (de) Aragón habían causado 49 muertos y 100 heridos a la columna procedente de Molina de Aragón. Se produce un nuevo ataque a Sigüenza que es rechazado, siendo mandado por el capitán Rafael Sancho, que muere en combate. Hernández Saravia es nombrado ministro de la Guerra. • 14 ago. Noticias sobrte una columna que salió el 23 de julio de Zaragoza (Regimiento 22) con 40 camiones y es detenida a la altura de Sigüenza. Los facciosos ocupan el Castillo desde donde hacen fuego sobre la ciudad. • 13 sep. Se rechazan nuevos ataques en el sector de Sigüenza. • 29 sep. Éxito en el ataque de la infantería en el ala derecha del sector. • 30 sep. y 1 oct. Fuegos de contrabatería y bombardeos sobre las posiciones de Sigüenza.
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• 2, 3, 4 y 11 oct. Ataques enemigos rechazados. En el último de ellos se causaron 40 muertos. • 20 oct. En las primeras horas del día se ha perdido Sigüenza. La fecha del final de la batalla de Sigüenza, con su ocupación por el bando rebelde, había sido ocultada al pueblo.
8. Epílogo Este trabajo quiere ser solo un correlato de la realidad con el que completar, aunque sólo sea como síntesis, la investigación de aquellos pequeños hechos que la formaron, y contribuir a que “la Historia no sea constantemente falseada”.Un acercamiento ajustado de nuestra reciente historia militar, sin buscar vencedores ni vencidos, ni buenos ni malos, ni ganadores ni perdedores, sólo combatientes españoles. Como debiera corresponder a una visión reposada y meditada, dentro de una paz y convivencia conseguida, entre otros en este caso, por los muchos muertos en la batalla de Sigüenza. Es lo menos que les debemos. Pueden ser interesantes las conclusiones, enseñanzas, o comentarios de estas acciones, en especial del acertado empleo de las siempre necesarias reservas; de la necesidad de un mayor y profundo estudio del enemigo, sin dejar a la suerte e improvisación el resultado de la maniobra; al igual que de la continuidad del esfuerzo en la vigilancia de los asediados; la del procedimiento empleado para avanzar, sólo con frentes discontinuos y en situación difusa, aprovechando al máximo los medios de transporte auto, para desembarcar y continuar la progresión a pié buscando el contacto. Lo mismo con el adelantamiento de parte de las piezas de artillería ligera, pasando a ser de acompañamiento, con un contacto más directo con el infante. Los problemas surgidos en el bando republicano del empleo de diferente material con distinta munición, caso de los mauser mejicanos, no procedentes de ayuda extranjera sino comprados en su día y existentes en los parques de artillería, que distribuidos entre los milicianos, causaron problemas para el municionamiento (pues era de calibre 7 mm, mientras que el español, fusil, mosquetón, ametralladora y fusil ametrallador reglamentarios utilizaban el 7,56). Quedaba demostrado una vez más lo esencial de la unificación del mando, así como la instrucción y disciplina del personal combatiente. Sobra decir de la valiosa, ya empezaba a ser fundamental, cooperación de la aviación para alcanzar el éxito en la batalla. Como siempre para el final debe quedar lo más importante. Pensar en el futuro sin olvidar el pasado. El valor derrochado por ambos bandos en
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lucha cara a cara en los campos seguntinos, donde se moría mayoritariamente por unos fuertes ideales, quedaría ensombrecido por el rencor y la agresividad de las represalias, con fusilamientos, asesinatos y ejecuciones, incluso por la espalda. Inútiles forcejeos entre ciudadanos deseosos por tomarse una venganza muchas veces indiscriminada, realizada las más de las veces en la retaguardia. No debemos, tampoco podemos ni queremos, olvidar a estas víctimas, todo lo contrario. Pero esta violenta historia, como todas las batallas, afortunadamente ya muy lejana, admitida y perdonada por casi todos los que la vivieron, o supieron de ella aunque fuera de oídas, sólo deberá ser recordada por las futuras generaciones como ejemplo de aquello que no debe volver a ocurrir. De aquella situación recuerda Desprèe ser “extremadamente cruel, sobre todo, porque algunos seguntinos (...) se ensañaron de tal forma con sus propios conciudadanos que hasta los mismos mandos militares de ambos bandos tuvieron que poner freno a sus odios...”. Respecto a la represión de las fuerzas de ocupación, dicho autor la atribuye a la resistencia que opusieron los milicianos a la conquista de Sigüenza, pero también debieron pesar, y mucho, los desagravios personales de algunos residentes, fijos y circunstanciales (“veraneantes”), que entraron con las primeras fuerzas ansiosos de saldar asesinatos de familiares y amigos. Al fin y al cabo un feroz duelo fratricida, en el que al progreso intelectual de la sociedad no se correspondió con un proceso moral, y donde “todos perdimos aquella guerra”, que fomentada por odios y venganzas acabaría por llevarnos al sufrimiento, la destrucción y la muerte. He vuelto después de muchos años a Sigüenza. La ciudad sigue teniendo su encanto medieval y tranquilo. Ya no quedan restos de la contienda, o es difícil descubrirlos, las piedras han sido sustituidas incluso sin respetar su antigua disposición y traza, como dándose prisa por ocultar cuanto de ignominia ocurrió. La ciudad ha crecido, aunque menos de lo previsto, construyéndose nuevas viviendas en las Traveseras, e incluso también ocupando la zona de La Piranilla, pero los alrededores casi no han cambiado. Al ver los cercanos cerros uno no puede olvidar aquella batalla, y esto también le ha ocurrido a muchos de sus ciudadanos. Pero esto, que es normal, no queda ahí. Escuchando las declaraciones de algunos de los hijos de los que la vivieron, los padres (de todos) ya sufrieron demasiado para querer insistir, y viendo sus posicionamientos distantes (eludo cuanto pueda haber de distintos), siento que, precisamente, tampoco quisieran perdonar (o arrepentirse de lo ocurrido). Pertenezco al grupo de los mayores, se nota demasiado, y prefiero equivocarme una vez más, y que, tras la necesaria unión de todos los españoles, bajo la justicia y el orden, llegue definitivamente la ansiada paz y concordia en nuestra PATRIA.
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ANEXO Quinta División Orgánica, con Cuartel General en Zaragoza — Novena Brigada de Infantería, con regimientos de Infantería Lepanto núm. 5, y Gerona núm. 22 (ambos en Zaragoza), — Décima Brigada de Infantería, con regimientos de Infantería Galicia num. 19 (Jaca) y Valladolid, num. 20 (Huesca), — Escuadrón Divisionario (Zaragoza), — Quinta Brigada de Artillería ligera, con regimientos de Artillería ligera núm. 9, cañones (Zaragoza) y núm. 10 obuses (Calatayud), — Batallón de Zapadores Minadores núm. 5 (Zaragoza), — Grupo de Transmisiones, con cuatro secciones (Zaragoza), — Sección de Iluminación, — Escuadrilla de Aviación (Logroño), — Unidad de Aerostación. Además de, — Regimiento de Carros de Combate núm. 2, — Regimiento de Caballería Castillejos núm. 1, y — Batallón de Pontoneros (todos en Zaragoza). Sexta División Orgánica, con Cuartel General en Burgos — Cuartel General de la Once Brigada de Infantería (Burgos), — Once Brigada de Infantería, con regimientos de Infantería San Marcial, núm. 30 (Burgos) y Valencia, núm. 23 (Santander), — Cuartel General de la Doce Brigada de Infantería (Pamplona), — Doce Brigada de Infanteria, con regimientos de Infantería América, núm. 14 (Pamplona) y Bailén, núm. 24 (Logroño), — Escuadrón Divisionario, — Cuartel General de la Sexta Brigada de Artillería (Logroño), — Sexta Brigada de Artillería ligera, con regimientos de Artillería ligera núm. 11 cañones (Burgos) y núm. 12 obuses (Logroño), — Batallón de Zapadores Minadores núm. 6 (San Sebastián), — Grupo de Transmisiones, con cuatro secciones (Burgos), — Sección de Iluminación, — Escuadrilla de Aviación (Logroño), — Unidad de Aerostación.
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Además de: — Cuartel General de la tercera Brigada de Caballería, — Regimiento Cazadores España, 4º de Caballería (Burgos), — Regimiento Cazadores Numancia, 6º de Caballería (Vitoria), — Regimiento de Artillería pesada núm. 3 (San Sebastián), — Regimiento de Artillería de Montaña, núm. 2 (Vitoria). — Grupo mixto de Zapadores Minadores (Pamplona), — Cuartel General de la segunda Brigada de Montaña (Bilbao), — Batallón de Montaña Sicilia, núm. 1 (Pamplona), — Batallón de Montaña Garellano, núm. 4 (Bilbao), — Batallón de Montaña Arapiles, núm. 7 (Estella), — Batallón de Montaña Flandes núm. 8 (Vitoria), — Batallón de Infantería Ciclista (Palencia), — Batallón de Infantería del Regimiento de Infantería Valencia, núm. 23 (Santoña), — Batallón de Zapadores Minadores núm. 6 (San Sebastián).
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BIBLIOGRAFÍA E INFORMACIÓN EN LA WEB ARRARÁS IRISAREN, Joaquín: “Historia de la Cruzada Española”, BN. 3/93673 AZNAR, Manuel: “Historia Militar de la Guerra en España” CAMARENO MARTÍN, Vicente: “La Guerra Civil en Castilla. La Mancha” CASAS DE LA VEGA, Rafael: “El Requeté. La guerra de España”, BN. VC/18795/10 DAVARA, Javier: LAGUNA, José A; PUERTAS, Octavio; y SÁNZ, Felipe: “Sigüenza, imágenes para el recuerdo” DESPRÈE, Jaime: “La Batalla de Sigüenza; diario de guerra, 14 de julio, 16 de octubre de 1936”, BN. 9/265182 ETCHEBÉHÈRE, Mika: “Mi guerra en España”, BN. 9/250216 GÓMEZ OLIVEROS, B.: “General Moscardó”. HUGH, Thomas: “La Guerra Civil Española”. JACKSON, Gabriel: “Breve Historia de la Guerra Civil Española”. LA CIERVA, Ricardo de: — “Historia de la Guerra Civil Española”, BN. 3/103888. — “Historia esencial de la Guerra Civil”, BN. 10/600501. — “Historia de la Guerra Civil Española”. — “Franco. La Historia”. — “La Victoria y el Caos”. MANRIQUE GARCÍA, José María, y MOLINA FRANCO, Lucas: “Las armas de la Guerra Civil española” MARTÍNEZ BANDE, José Manuel: “La marcha sobre Madrid”, tomo 1º de las Monografías de la Guerra de España del SHM PALACIO ATARD, Vicente: “Aproximación histórica a la Guerra Española”, BN. 3/92182 PÉREZ MATEOS, Juan Antonio: “Entre el azar y la muerte; testimonios de la guerra civil”, BN. 4/127135 SALAS LARRAZÁBAL, Ramón: “La guerra en Sigüenza a través de su registro civil”. Revista de estudios de Guadalajara Wad-al-Hayara. BN. Z/8507. “Historia del Ejército Popular de la República”, BN. 9/274400, y Jesús: “Historia general de la guerra de España”, BN. 3/132300. SÁNCHEZ Y RUEDA, Enrique: “Sigüenza en 1936 bajo el dominio rojo”, BN. 3/94252 Servicio Histórico Militar, “Partes Oficiales de Guerra 1936-1939”, Tomos I y II
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SÁNZ Y DÍAZ, José: “Por las rochas del Tajo, visiones y andanzas de guerra”. VALLINA, Pedro: “Los rojos ocupan Sigüenza”, BN 9/229962 VIGÓN, Jorge: “General Mola (El Conspirador)”, de AHR. Barcelona www.guiarte,com// de Barcelona a Guadalajara/guerra, Eugenio Granell. www.revoltaglobal.net // el POUM en Madrid/Sigüenza. www.platea.pntic.mec.es // la Guerra/Sigüenza. Archivo fotográfico: cortesía de la Comisión Técnica del Excmo. Ayuntamiento de Sigüenza para las Jornadas “SIGÜENZA 1936, enero-octubre: La Guerra Civil en la Ciudad Episcopal”.
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EL CORREGIMIENTO DE LAS CUATRO VILLAS DE LA COSTA DE LA MAR, PARADIGMA DEL COMPLICADO PROCESO DE RACIONALIZACIÓN DE LAS FORTIFICACIONES COSTERAS A LO LARGO DEL SIGLO XVIII Rafael PALACIO RAMOS1
RESUMEN En numerosos puntos de la Monarquía Hispánica, la racionalización borbónica en los asuntos estratégicos fue lenta en su aplicación práctica. Ello se aprecia con claridad en el territorio de la actual Cantabria, donde si bien se recibió a lo largo del XVIII la visita de importantes ingenieros militares que realizaron el redimensionamiento de las fortificaciones costeras mediante la reforma de las aprovechables o el abandono de las prescindibles, sólo en muy escasas ocasiones se levantaron construcciones de nueva planta. Las estructuras defensivas continuaron padeciendo prolongados períodos de abandono, y los momentos en que se ponía mayor empeño en construirlas o repararlas coincidieron invariablemente con los puntos álgidos de conflictos. PALABRAS CLAVE: Arquitectura militar, ingenieros militares, Cantabria (España), siglo XVIII.
ABSTRACT At many times during the Hispanic Monarchy the Borbon rationalisation of strategic aspects was slow in its practical application. It can be cle-
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Doctor en Historia (Universidad de Cantabria).
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arly seen in the territory that is the present day Cantabria. Whilst it is true that during the 18th century many visiting engineers of renown upgraded the coastal fortifications by reforming useful installations or abandoning those considered surplus to requirements, in few cases were new constructions raised. The defensive installations continued to suffer long periods of disuse and neglect, and the times when most effort was employed invariably coincided with the more acute moments of conflict. KEY WORDS: Military architecture, Military engineers, Cantabria (Spain), 18th century. ***** s aceptado que, después de los intentos del siglo anterior, el XVIII significó para España la plena implantación de la racionalización administrativa y territorial mediante la militarización de la sociedad. Ello fue posible entre otras razones gracias a la formación de un cuerpo profesional de ingenieros militares con amplia formación técnica, muy jerarquizado, con lealtad absoluta a la Corona y un claro espíritu corporativo2, y se reflejó en el adecuado diseño, construcción, sufragio y dotación de las fortificaciones costeras, que incluso hizo posible la progresiva introducción de modelos-tipo o baterías-patrón con la consiguiente agilidad para su contratación y ejecución3. Pero este proceso, en sus múltiples vertientes, no fue rápido, sencillo ni uniforme. La defensa costera del Corregimiento de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar de Cantabria puede ejemplificar las dificultades y condicionantes de toda naturaleza que la Corona tuvo para desarrollar un esquema racional y acorde con el interés estratégico y las necesidades logísticas de cada zona. Para demostrarlo, la parte expositiva de este trabajo se divide en tres: en la primera haremos un recorrido por las dificultades técnicas (escaso número de ingenieros), estratégicas (enorme amplitud de las fronteras a proteger) y económicas (insuficiencia de fondos); en la segunda se efectuará un reco-
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GALLAND SÉGUÉLA, Martine: “Los ingenieros militares españoles en el siglo XVIII”, en CÁMARA, Alicia (coord.): Los ingenieros militares de la Monarquía Hispánica en los siglos XVII y XVIII. Ed. Ministerio de Defensa-Centro de Estudios Europa Hispánica-Asociación Española de Amigos de los Castillos, Madrid, 2005. 3 Véanse los cuatro modelos básicos realizados por José Crame entre 1765 y 1766 para atalayas, casas fuertes para caballería y baterías de dos y cuatro cañones en la costa inmediata a Roquetas de Mar: GIL ALBARRACÍN, Antonio: Documentos sobre la defensa de la costa del Reino de Granada (1497-1857). Ed. GBG, Almería-Barcelona, 2004, pp. 54-67.
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rrido por los diversos proyectos de fortificación realizados en el XVIII atendiendo a su coste, ingeniero redactor y características de la obra a realizar; por último, en la tercera parte comprobaremos, gracias a los planos conservados, cómo fue la naturaleza de las obras realizadas en las distintas baterías a lo largo de la centuria. Ningún territorio costero cantábrico estaba libre de la amenaza permanente que suponía ser frontera marítima y estar cerca de Francia, Gran Bretaña y Holanda, amenaza que se concretaba por lo común en la presencia de buques corsarios que lo mismo podían atacar a otros barcos que intentar desembarcos sorpresivos en las poblaciones inmediatas con ánimo de saqueo. Pero como es lógico los esfuerzos fortificadores impulsados desde la Corona atendieron los puntos de importancia general y sobre todo se centraron por su importancia logística, estratégica y económica en las bahías de Santander y Santoña4 (FIG. 1).
El Cuerpo de Ingenieros y la complicada implantación de un modelo fortificador racionalizado Hemos de partir de la premisa de que el número de ingenieros militares fue siempre escaso, a tenor de la amplitud de las fronteras de nuestro imperio. En los primeros años de la Guerra de Sucesión había tan escasísimo número de ingenieros militares5 que en 1704 Luis XIV hubo de prestar a su nieto una brigada. El Plan General de los Ingenieros de los Ejércitos y Plazas, aprobado en 1711 y que dio origen al Real Cuerpo de Ingenieros, estaba formado en un principio por tan sólo diez individuos, de los que siete eran de Flandes -incluido el propio Verboom- y tres de Francia6.
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Para evitar largas introducciones acerca de las características geográficas de la costa cántabra y de las fortificaciones preexistentes y su ubicación, remitimos a PALACIO RAMOS, Rafael: “Arqueología del mar en Cantabria: las fortificaciones costeras del siglo XVIII”, en Cuadernos de Arqueología Marítima 4. Ed. Museo Nacional de Arqueología Marítima, Cartagena, 1996. 5 RUBIO PAREDES, José María y PIÑERA Y RIVAS, Álvaro de la: Los ingenieros militares en la construcción de la base naval de Cartagena (siglo XVIII). Ed. Ministerio de Defensa, Madrid, 1988, p. 23, transcriben el texto redactado por la Comisión formada para conmemorar el segundo centenario de la fundación del Cuerpo (en 1711) y el primero de la creación de su Academia (en 1803), publicada en Madrid en 1911 con el título de Estudio Histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. LÓPEZ MUIÑOS, Juan: Algunos aspectos de la ingeniería militar española y el Cuerpo Técnico. Ed. Ministerio de Defensa, Madrid, 1993, realiza abundantes transcripciones de esta obra, reproduciendo también algunas láminas. 6 OCAÑA, Mario (coord.): Historia de Algeciras. Tomo III, Arte y cultura en Algeciras. Ed. Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz. Cádiz, 2001, p. 17.
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En los años siguientes se fueron incorporando más ingenieros hasta alcanzar el centenar en 1718, año en el que se dio forma definitiva al Cuerpo al asignarse sus funciones, detallarse la formación requerida y establecerse sus escalas facultativas y militares7. Como los ingenieros militares también se encargaban de las obras civiles, y el número y los recursos exigidos por éstas fueron creciendo, buena parte de los efectivos se emplearon de manera casi exclusiva en actividades no relacionadas con los cometidos castrenses8. En 1723 había ochenta y seis ingenieros y en 1728 ciento veintisiete, cifra que no varió en demasía en los años siguientes (en 1740 y 1756 eran ciento cuarenta, en 1759 doscientos y en 1765 ciento cincuenta)9. Si bien para 1778 su número había aumentado hasta los trescientos miembros (es indicativo que Francia hubiera alcanzado ese plantel en 1758), hay que tener presente que su labor incluía las obras a realizar en América, donde estuvo destinado un número variable que osciló entre los cincuenta en 1750 a ciento cincuenta en 1778 o ciento diez a finales del siglo10. Pero lógicamente “no todas las regiones recibieron la misma atención de los ingenieros militares, lo cual tiene que ver con las opciones gubernamentales”, y así en 1723 de ochenta y seis ingenieros el 40%, treinta y cuatro, estaban destinados en Cataluña11. Centrándonos en el área objeto de este estudio, se ha puesto de manifiesto que hasta 1794 la zona vasco-navarra recibió muy pocos ingenieros a pesar de su estratégica situación12, lo que nos indica que la situación en la costa cántabra sería aún peor, al no poseer la importancia de aquélla.
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Los grados se mantuvieron relativamente estables a lo largo de toda la centuria, con la única novedad de la aparición en 1739 del Ingeniero Delineador (que constituyendo el último puesto del escalafón se correspondería con alférez o subteniente), y eran Ingeniero Extraordinario o Ayudante (teniente), Ingeniero Ordinario (capitán), Ingeniero Segundo (teniente coronel), Ingeniero en Jefe o Primero (coronel), Ingeniero Director (brigadier) e Ingeniero General. 8 En 1774 se reorganizó el Cuerpo poniéndose a cargo de tres directores comandantes y creándose los ramos de Academias Militares, Fortificaciones y de “ingeniería civil” (Edificios, Canales, Caminos y Puentes). GALLAND SÉGUÉLA, Martine, 2005, pp. 208, 225-226. 9 GUTIÉRREZ, Ramón: “La organización de los cuerpos de ingenieros de la Corona y su acción en las obras públicas americanas”, en Puertos y Fortificaciones en América y Filipinas. Ed. CEHOPU, Madrid, 1985, p. 50. 10 LAGUARDA TRÍAS, Rolando A.: “Vida y obra de los ingenieros militares españoles que actuaron en la Banda Oriental”, en Uruguay. Defensas y fortificaciones en el período hispano. Ed. CEHOPU, Madrid, 1989, p. 139. 11 CAPEL, Horacio: “Los ingenieros militares y su actuación en Canarias” [en línea]: Scripta Vetera 80. Edición Electrónica de trabajos publicados sobre Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona. ISSN 1138-9788. <www.ub.es/geocrit/ sv-80.htm>. 12 GALLAND SÉGUÉLA, Martine, 2005, p. 22.
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La perenne situación de zozobra económica de la Real Hacienda hacía que las condiciones de vida del Cuerpo, caracterizado por la gran movilidad de sus miembros, fueran muy difíciles: en mayo de 1726 aún no le habían pagado el año anterior ni a Verboom ni a los ingenieros que le acompañaban. No es de extrañar entonces que se ejecutaran de manera tardía e incompleta las obras, incluso las que el mismo Ingeniero General consideraba más urgentes: la batería de la isla de Palomilla propuesta en 1726 frente a Algeciras tardó ocho años en construirse, y su proyecto de fortificación global de toda la bahía, aunque se siguió en gran parte, sufrió mayores retrasos. Otro aspecto a tener en cuenta es cómo se sufragaban las fortificaciones. Por boca del propio Verboom, lo habitual era que o bien la Real Hacienda asumiera su coste o que el rey concediera arbitrios a las localidades implicadas para que éstas contrataran y pagaran las obras13; pero esas palabras expresaban seguramente más un deseo que un hecho real, porque en los primeros compases del siglo continuaron siendo habituales los repartimientos entre los territorios circundantes14, participando la Real Hacienda en contadas ocasiones. En las décadas siguientes la situación se fue haciendo más compleja15, y en el último tercio del siglo se recurrió con creciente frecuencia a los caudales provenientes de la venalidad de cargos, si bien es cierto que gradualmente, de la mano de la consolidación de un modelo hacendístico “moderno”, fue aumentando el control estatal sobre todas las fortificaciones construidas.
Una racionalización fortificadora con avances y retrocesos En agosto de 1700, ante las graves incertidumbres que ante la próxima muerte de Carlos II se cernían sobre la Monarquía Hispánica, el corregidor capitán de Caballos Corazas Andrés de Mieses Alvarado recibió orden de prevenir las defensas para el mayor resguardo y defensa destas Costas ante un posible ataque de flotas inglesas y holandesas16. A partir de este momen-
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OCAÑA, Mario (coord.), 2001, pp. 30 y 31. NÓVOA, Manuel: “La obra pública de los ingenieros militares”, en CÁMARA, Alicia (coord.): Los ingenieros militares de la Monarquía Hispánica en los siglos XVII y XVIII, Ed. Ministerio de Defensa-Centro de Estudios Europa Hispánica-Asociación Española de Amigos de los Castillos, Madrid, 2005, p. 188. 15 TORREJÓN CHAVES, Juan: “Fuentes de financiación de la obra pública en la Bahía de Cádiz (siglo XVIII)”, en Trocadero. Revista de Historia Moderna y Contemporánea 12-13, Ed. Universidad de Cádiz, Cádiz, 2003, pp. 362 y 366 ss. 16 Archivo Histórico Provincial de Cantabria (AHPC), sección Laredo, leg. 36, doc. 26(3). 14
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to el inicio del reinado del primer Borbón y el consecuente estallido bélico con los austracistas exigió la realización de informes, más o menos detallados, del estado de defensa de las costas cantábricas. Por desgracia (y ésta es una constante a lo largo del siglo) en estos informes no se describen las estructuras en sí, lo que nos hace excesivamente dependientes de los escasos planos conocidos, aunque al menos las largas relaciones de la artillería, montajes y balerío existentes en cada punto nos muestran cuál era en ese momento su estado de utilidad, y por lo tanto el de sus obras. En abril de 1701 Mieses decidió reconstruir la batería que esta en la villa de Puerto de Santoña y armarla con ocho piezas. La obra, de campaña, precisaba quinientos codos de tabla, treinta barcos de tepes, veintiocho viguetas y la madera precisa para la construcción de las cureñas, y se realizó por el habitual método del repartimiento entre los concejos de la Merindad de Trasmiera bajo pena en caso de incumplimiento de 500 ducados para gastos de guerra17. Al otro lado de la bahía, en Laredo, se construyó una batería permanente mediante repartimiento, el fuerte de La Rochela (o de San Gil, sobre el monte del Rastrillar), que en 1701 se estaba enlosando18 y que en abril de 1702 aún estaba sin artillar19. Santander era villa importante y poblada, por lo que estaba acostumbrada a realizar fortificaciones a su costa, siendo la traza obra de militares cuando no del propio concejo. A finales de 1702 el corregidor comenzó sin el permiso de los consejos de Guerra e Indias una extensa línea de trincheras y estacadas a lo largo del Sardinero20, en la que se colocaron varios reductos de campaña que no pasaban de ser parapetos terreros contenidos por estacas: se trataría (desde Cabo Menor hasta La Magdalena) de las baterías de San José, San Francisco, San Emeterio y Celedonio o de los Mártires, San Juan Bautista, San Antonio de Padua, San Fernando y Santa Bárbara. Cuando el 6 de enero siguiente envió al Consejo de Guerra una relación de lo hecho y gastado (13.537 reales de vellón, todo a cuenta del concejo), aquél le ordenó el cese inmediato de las obras al señalar que incluso pudiera haber que demolerlas más adelante por no realizarse con la asis-
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AHPC, sección Trasmiera, leg. 1, doc. 5 (ff. 3 y 13). AHPC, Laredo, leg. 101, doc. 10. 19 Por ser obra tan reciente. Inventario realizado el 5-IV-1702 “por don Antonio de Escalante Río y don Andrés Lorenzo de Rada (Procurador General de la villa de Laredo)” y transcrito, indudablemente del Archivo del Corregimiento, BASOA OJEDA, Maximino: Laredo en mi espejo. Ed. el Autor, Santander, 1968, p. 229. Esta batería también se llamaba de San Miguel, y en la segunda mitad del XVIII cambió su nombre por San Carlos. 20 Fortificaciones de Santander. Biblioteca Municipal de Santander (BMS), Sección de Fondos Modernos (SFM), ms. 219, II, p. 433. 18
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tencia de ingenieros. Esta orden impidió que se reforzara la serie de fortines en el Sardinero, se enlosaran las baterías de la costa norte (San Pedro del Mar, Nuestra Señora del Mar y San Juan de la Canal) y se pusieran cubiertas para la artillería y casillas en los almacenes21. Sin embargo, bien por lo cercano del peligro bien porque las explicaciones de Mieses convencieron al soberano, se solventaron en parte estas diferencias, pues en 1703 el corregidor encargó un estudio pormenorizado de las obras necesarias para poner en perfecto estado San Martín (la obra importaba 2.700 reales), La Cerda (3.869 reales), la nueva batería de Santiago de la Peña (1.750 reales) y Hano (5.500 reales), consistiendo las obras en rehabilitar o construir edificios y cobertizos (retejar todos los cubiertos y de añadir zapatas y aleros para asegurar mayor resistencia de los tejados al viento y a las aguas, tillados de tabla en la parte superior para evitar la humedad del techo), levantar entarimados en los almacenes de pólvora y enlosar las plataformas con piedra calear22. Cuantificados los gastos, se sacaron a subasta las obras, especificándose que el pago se efectuaría en tres partes iguales, y se hizo el correspondiente repartimiento entre las jurisdicciones cercanas23. Pero como una vez transcurridos los primeros años la guerra no inquietó estas costas, el esfuerzo bélico se trasladó muy pronto, y cuando en 1715 se alertó a Santander sobre la posible llegada de una escuadra inglesa ordenando prevenir las defensas, avisar a los castellanos y formar milicias, explicaba el ayuntamiento que asi los Castillos como todos los Reductos y Vaterias del Sardinero estan indefensos, además de que tampoco hubiera militar de grado que sostituia a V.S. para mandar las Armas y cuidar del manejo dellas24. Todo cambió radicalmente en la década de 1720, cuando las bahías de Santoña y Santander recibieron gran atención como consecuencia del establecimiento de sendos astilleros reales, que formarían parte del entramado diseñado para la reconstrucción del poderío naval hispano. Antonio de Gaztañeta, Superintendente de Fábricas y Plantíos de las Cuatro Villas, fue comisionado en 1717 para elegir un lugar donde centralizar las construc-
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Archivo General Militar de Segovia, sección 3ª, división 3ª, leg. 95. Copias de informes del Consejo de Guerra, sobre el estado de defensa y fortificaciones de la ciudad y puerto de Santander. 22 AHPC, Laredo, leg. 35, doc. 15(4), 13 ff. Se especifica que en caso de utilizarse losas de grano, de peor calidad, el coste total bajaría en 4.074 reales. 23 AHPC, Laredo, leg. 35, doc. 15(2). 24 Archivo Municipal de Santander (AMS), leg. B-154, doc. 39. Escritos entre el ayuntamiento de Santander y el Gobernador de las Cuatro Villas Luis de Yzco y Quincoces. Laredo y Santander, septiembre de 1715.
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ciones navales para la Corona en Cantabria, optando por Santoña a causa de su ubicación y buenas condiciones naturales25. Pero la bahía carecía de adecuadas fortificaciones, lo que se trató de compensar acuartelando a 700 hombres del Regimiento de Cataluña y realizando obras de campaña a todas luces insuficientes. En efecto, el 12 de junio de 1719 tropas francesas embarcadas en fragatas británicas pusieron pie en una playa inmediata y se hicieron a la mañana siguiente con la población. Arrasaron el astillero y los tres navíos (dos de 70 y uno de 60 cañones) que se hallaban en avanzado estado de construcción (levantadas ya las segundas cubiertas). El suceso alertó a toda la costa e impulsó a Santander a solicitar tropas para su defensa, lo que se tradujo en el envío de varios regimientos para defenderla26; de este modo se pudieron atender las baterías costeras que protegían el acceso al puerto, si bien no existe constancia de que se efectuaran reparaciones en los puntos artillados. Como el desastre no hizo abandonar el objetivo de implantar un Real Astillero en Santoña, los carpinteros de ribera volvieron a la playa del Encinar en 1722, con la firma de un nuevo asiento que implicó en un primer momento la fortificación de Berria con dos baterías de campaña, una sobre dunas y la otra (llamada de La Cantera), sobre un afloramiento rocoso al pie mismo de la mar, y la protección de la zona de construcción naval con otras dos plataformas, las de San Miguel y Nuestra Señora27. Desconocemos si su proyecto y ejecución correspondieron a ingenieros militares, si bien debieron ser modestas obras de campaña. En 1724 se comenzaron tres gradas permanentes para las botaduras y carenados, lo que indicaba claramente la importancia que se pensaba dar a este lugar y la necesidad de contar con un sistema defensivo más eficaz y sistemático. Al tiempo, se había habilitado el astillero de Guarnizo en la bahía de Santander, muy activo en épocas anteriores y en el que ya habían comenzado las construcciones navales; para ocuparse de las baterías de Santander llegaron en julio de 1723 cuatro artilleros y un cabo28
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APESTEGUI CARDENAL, Cruz: “Aproximación a la vida y obra de Gaztañeta”, en VV.AA.: Antonio de Gaztañeta 1656-1728. Ed. Museo Naval, San Sebastián, 1992, pp. 80 ss. Una reseña de la breve andadura del astillero de Santoña en PALACIO RAMOS, Rafael: Un Presidio Ynconquistable. La fortificación de la bahía de Santoña entre los siglos XVI y XIX. Ed. Ministerio de Defensa-Ayuntamiento de Santoña, Santander, 2004a, pp. 56 ss. 26 AMS, leg. B-170, doc. 35. Santander, septiembre de 1719. 27 AHPC, Laredo, leg. 27, doc. 46. 28 AMS, leg. B-170, doc. 36. Mandato del Comandante de la Artillería de Cantabria marqués de Valbuena a Antonio de Azoños Herrera, administrador de las rentas de la villa, para que provea al destacamento de casa y subsistencias. Santander, 20-VII-1723.
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y en septiembre se envió al astillero un destacamento de cincuenta soldados29. Pero todas ellas no eran sino medidas provisionales. Algunas comisiones de ingenieros militares llevaban varios años viajando por todo el territorio de la Monarquía visitando los lugares fortificados y levantando planos y mapas del terreno y de las obras existentes30, y en abril de 1725 el Ingeniero Director Louis Viller Langots fue comisionado para poner en buen estado de defensa los castillos y puestos de aquellas costas [de Cantabria]31. Un año más tarde, Isidro Próspero de Verboom fue destinado fugazmente32 como Ingeniero en Jefe al Corregimiento de las Cuatro Villas, y a lo largo de septiembre y octubre realizó -acompañado por su superior Langots, su hermano el Ingeniero Segundo Juan Baltasar y un todavía aprendiz François Llovet- un reconocimiento de las costas de Santoña y Santander. Esta visita de inspección estableció las líneas maestras de lo que durante más de un siglo fue la base de las concepciones defensivas de las dos bahías más importantes, a pesar de que en algunos casos su ejecución no se acometió hasta la Guerra de la Independencia. Pero a comienzos de 1726 Santoña se desmanteló en favor de la Real Fábrica de Bajeles de Guarnizo. A este astillero se había destinado en enero a José del Campillo como Ministro de Marina, en él estaban prestos para botarse dos fragatas y dos navíos y se pensaba comenzar ese mismo año otros cinco barcos, y desde Santoña se trasladó para su conclusión otro navío de 60 cañones. Por esta razón la bahía santanderina se convirtió en el centro de las apetencias inglesas y, además de los artilleros y la guarnición de los fuertes (en 1725 estaban en servi-
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Del 2º Batallón del Regimiento de Cantabria, según informaba su capitán José Gil. Santander, 23VII-1724. AMS, leg. B-170, doc. 5(2). CAPEL, Horacio: “Los ingenieros militares y el sistema de fortificación en el siglo XVIII”, en CÁMARA, Alicia (coord.): Los ingenieros militares de la Monarquía Hispánica en los siglos XVII y XVIII. Ed. Ministerio de Defensa-Centro de Estudios Europa Hispánica-Asociación Española de Amigos de los Castillos, Madrid, 2005, p. 247. RABANAL YUS, Aurora: Las Reales Fundiciones españolas del siglo XVIII. Arquitectura y vida militar en la España del Siglo de las Luces. Ed. Ministerio de Defensa, Madrid, p. 276, cita como fuente el Archivo General Militar de Madrid, Instituto de Historia y Cultura Militar (AGMM), Colección Aparici (Aparici), tt. 54-57, f. 266. Langots tenía asignado un delineador (que gozaba de un sueldo anual de 3.600 reales): Archivo General de Simancas (AGS), Tribunal Mayor de Cuentas (TMC), leg. 1950. En diciembre de 1726 fue nombrado Ingeniero General de todos los Ejércitos y Reinos de España (AGS, TMC, leg. 1950).
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cio San Martín, La Cerda y Hano33), se acogió a numerosas unidades militares34. Mandó el rey que se pusieran en el mexor estado las Baterias que se hallan colocadas y se creen necesarias para la defensa del Astillero de Guarnizo, e Isidro de Verboom pensó en cerrar las golas de las del Sardinero y recomponer sus parapetos y cortinas revistiéndolos de mampostería. Pero ya que la orden era reducir los gastos a sólo los imprescindibles; los trabajos (imposibles de presupuestar por ser todos remiendos que montarán à mas ô menos coste, conforme se fuere descubriendo al tiempo de trabajar la calidad de lo que hoy existe) se limitaron a recomponer sus parapetos con fajinas35 y a realizar numerosos planos y perfiles de las obras que se consideraba conveniente realizar: San Martín, La Cerda, Santiago de la Peña, Hano, Santa Bárbara, San Juan, San Antonio, Los Mártires y Cabo Menor36. Para proteger las gradas de un posible ataque por tierra, supervisó la realización de un retrincheramiento con redientes en cada uno de los caminos de acceso a la península de Guarnizo; al menos uno de estos redientes, el que estaba junto a la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, se artilló (la propia ermita se utilizaba como reducto central de todo el sistema)37. Es claro que dicha línea de defensa a base de tierra y fajina sufriría un rápido deterioro, por lo que debieron realizarse frecuentes reparaciones: escombrado del foso, recuperación de los perfiles de la escarpa y contraescarpa, y reposición de estacadas podridas o robadas por los lugareños. Por lo que toca a Santoña, ante el abandono de su astillero a Verboom se le ordenó redactar proyectos pero no iniciar ninguna obra. Para la defensa del frente de tierra creía necesario levantar una trinchera con dos reductos en los extremos y una batería en el centro, al pie del monte y barrio de El Dueso38. Respecto el marítimo, proponía construir un reducto en una Punta que forma quasi en su mediania llamada de Hernan Garzia que con-
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Recibos de cobro de los encargados de llevar la leña a dichos fuertes y castillos, por importe total de 528 reales de vellón. AMS, leg. B-170, doc. 7(1). 34 Los regimientos de Burgos, Guadalajara, Granada y Sicilia, dos compañías de Granaderos, las de Marina de Mallorca y Mons, y varios destacamentos de Dragones. Cuenta y relacion que formo yo Don Joseph de Gandarilla Mora Procurador gral. desta villa de Santander del Utensilio de Luz y leña por mi suplido en este presente año de 1726 á los regimientos… AMS, leg. B-170, doc. 7(2). 35 AGS, Guerra Moderna, leg. 3536. Carta de Verboom al marqués del Castelar, de 10-XI-1726. 36 La mayor parte se conserva en el Centro Geográfico del Ejército, sección Cartoteca Histórica. 37 PALACIO RAMOS, Rafael: Por mejor servir al Rey. El entramado defensivo de Santander (siglos XVI-XIX). Ed. Ayuntamiento de Santander, Santander, 2005, p. 68. 38 AGMM, Colección General (CG), sección A, grupo III, subgrupo I (A, III, I), sig. 3-4-7-33. Tanteo prudencial deloque podra importar la Construcion de un Retrincheramiento… Informe de 23 de octubre de 1726.
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teniendo 15 cañones de a 24 la defenderia por su izquierda cruzando sus fuegos con los del Castillo de San Martin y por su derecha visitaria los Muelles... Para impedir la entrada de buques hostiles en el abra proponía el ingeniero reforzar las defensas marítimas construyendo una amplia batería entre San Martín y San Carlos y otra más al este, en la punta del Peón. Las dos baterías del monte Rastrillar de Laredo, que cruzaban sus fuegos con las santoñesas, deberían reforzarse y unirse mediante una muralla apta para artillería y fusilería. El sistema quedaría concluido con la reconstrucción de la batería del Puntal y su conversión en un gran complejo armado con veinticuatro cañones de a 24, ...con lo que tendría S.M. un Astillero que nunca podria pensar ninguna potencia en destruirlo con la ventaja de poderlo guardar con corto numero de tropa contra la fuerza de un ejercito39. En este caso se desoyeron los consejos de los facultativos, y el cese de la construcción naval acarreó una lógica disminución del interés estratégico de la bahía de Santoña. No es de extrañar que al solicitar en 1730 Laredo a José Patiño el arreglo de las fortificaciones y la defensa de la villa mediante la imposición de servicios a los vecinos del Corregimiento, la otrora influyente capital obtuviera una rotunda negativa40. Como en 1734 prácticamente también Guarnizo se había ya abandonado una vez que el astillero de La Graña estuvo plenamente operativo41, ninguna obra más se hizo en Santander hasta al menos 1738, cuando al agravarse las tensiones con Gran Bretaña se envió relación del estado de las baterías santanderinas de La Cerda y Hano42 y se pidió opinión a Llovet sobre la conveniencia de reparar las baterías del Sardinero43. A él debemos un croquis que recoge la gran cantidad de obras existentes en ese momento, doce desde San Martín a Cabo Menor, ya que en el Sardinero se había unido a las preexistentes otra batería a barbeta entre las de San Antonio y San Fernando44. Respecto a Guarnizo, sólo se representa la trinchera levantada a lo largo de todo el istmo para la defensa de las gradas e instalaciones del Real Asti39
AGMM, CG, A, III, I, sig. 3-4-7-1. Descripcion de la Villa, Ria y Puerto de Santoña y relacion de las baterias que hay actualmente en su costa y la de la Villa de Laredo..., por Isidro de Verboom, Santander, 14-IX-1726. 40 BASOA OJEDA, Maximino, 1968, p. 65. 41 Abundantes noticias sobre el desmantelamiento de Guarnizo en esos años en AGS, Secretaría de Marina (SM), legs. 304 y 305. 42 Su autor fue el corregidor de las Cuatro Villas Domingo Bretón. Santander, 30-VII-1738. AGS, Guerra Moderna (GM), leg. 3536. 43 En carta a Pedro Superviela, miembro de la Junta. Madrid, 14-IX-1738. AGS, GM, leg. 3536. 44 De manera repetida se fecha erróneamente este plano. La consulta del expediente original en el AGS nos ha permitido sin ninguna duda atribuir su autoría a Llovet y datarlo en 1738.
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llero de un ataque por tierra. La intensa actividad humana ha hecho que haya desaparecido todo resto de esta línea en la zona al norte de la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, pero la parte sur aún se conserva en muy aceptable estado, distinguiéndose perfectamente el rediente y el discurso de la trinchera con su glacis (formado por el declive natural del terreno), contraescarpa y foso (de muy modestas dimensiones ambos) y escarpa con parapeto; su altura media debía rondar los 4 m, suficiente para cumplir su función. La prevención se demostró atinada porque en 1739 llegó a Santander la Flota del Azogue. Se dio entonces orden al mariscal de campo Roque Francisco de Herrera, duque de Atresco, de hacerse cargo de la defensa de Cantabria (con el cargo de Comandante General de la Costa). Para ello Felipe V dispuso el envío de fondos que permitieran recomponer las baterías, 40.000 reales de vellón, además de prevenir todo tipo de pertrechos45 y trasladar desde La Cavada veinticuatro cañones de a 24 libras, catorce de a 12 y nueve de a 8, y disponiéndose el envío a la comarca de un batallón del Regimiento de España y del Regimiento de Caballería del Príncipe, además de la compañía de Artilleros de Barcelona, oficiales de Artillería y un Comisario de Guerra. También se envió a un facultativo. Aunque en un principio éste iba a ser Juan Zahoras, la Real Junta de Fortificación decidió en sesión de 10 de agosto que viajara en su lugar el coronel Ingeniero Segundo Leandro Bachelieu, quien llegó el 25 de agosto de 1739 y tras realizar un primer informe con relación del estado defensivo46 levantó planos, mapas, perfiles y tanteos de las fortificaciones costeras hasta Guipúzcoa, que no se han conservado47. Realizó Bachelieu un primer estudio de las defensas existentes en la costa, emprendiéndose luego varias obras que no fueron en general de importancia. Había que proteger en especial de Santander, que además de custodiar los caudales era la llave del astillero de Guarnizo y de los ingenios de La Cavada, la unica, y especial fundicion de Artilleria de Yerro, que ay en españa. Consecuencia de ello fue de nuevo la puesta en servicio del durante años olvidado fuerte de Santiago de la Peña, aunque el mayor temor venía de un desembarco en el Sardinero de la tropa embarcada en navíos de alto bordo, y para conjurarlo se pensó en disponer a la caballería oculta en la vaguada de Las Llamas, para cerrar contra la infantería apenas hubiera puesto pie en
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AGS, GM, leg. 3536. AGS, GM, leg. 3536. Relacion del Estado en que se hallan los Castillos y Baterias que defienden la entrada de la Ria de Santander y el desembarco en la cala del Sardinero, 9-XII-1739. 47 AGS, GM, leg. 3536. Petición de la Junta de 5-XI-1739. 46
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tierra, y en agosto de 1739 se aconsejó mantener en San Juan de la Canal un oficial entendido, con una pequeña Tropa, y su Artilleria dispuesta para dar los avisos, y defender aquellos pequeños puestos48. Las tensiones con los británicos prosiguieron en años siguientes, y en 1740 de nuevo la Junta de Fortificación ordenó al Ingeniero Extraordinario Domingo Ferrari de pasar à Laredo49, al tiempo que en agosto se realizaron detallados inventarios de la artillería, municiones y efectos existentes en la villa. También Santander se puso en estado de alerta, y en noviembre de ese año se entregaron a los vecinos de los Cuatro Lugares fusiles y bayonetas para el resguardo de los utensilios y pertrechos de los puntos artillados y mantenidos, que por un inventario de 1742 sabemos que eran Hano, La Cerda, Cabo Menor y San Juan50. La política de paz a la espera de Fernando VI y el ascenso del marqués de la Ensenada propiciaron que Santander se convirtiera en una “ciudad privilegiada” por la Corte51 (Camino de Castilla, potenciación del puerto frente al de Bilbao, Obispado), así que en el puerto santanderino confluyeron poderosos intereses económicos y estratégicos, con los proyectos de ampliación y habilitación para buques de guerra y la gran actividad de construcción naval que se desarrollaba en Guarnizo, que se había extendido hasta la inmediata península de Pontejos, donde pasaron a construirse las fragatas y a la que también se hubo de dotar de una línea abaluartada de campaña52. Y tengamos en cuenta que por esas mismas fechas estaban ya adelantadas en Tijero las obras del probadero de cañones, que se uniría al complejo ya existente de almacenamiento y comprobación de la artillería que procedente de La Cavada se embarcaba para todos los rincones de la Monarquía53 Y como esta política neutralista buscaba la racionalización y mejora de las fortificaciones fronterizas, pudo haber llegado el momento de consolidar y reparar convenientemente las erigidas en Cantabria, ya que la Real Hacienda dispuso de cantidades mucho mayores para estas obras e incluso para establecer otras en el tiempo de paz, que se consideraban precisas al mejor resguardo de costas y Fronteras54.
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AGS, GM, leg. 3536. Orden de 17-III-1740. AGS, GM, leg. 3536. 50 Dotacion de material de Castillos y Baterias de Santander. BMS, SFM, ms. 219, t. II, p. 454. 51 GÓMEZ URDÁÑEZ, José Luis: Centro y periferia en el Despotismo Ilustrado. Santander ciudad privilegiada. Ed. Fundación Jorge Juan-Universidad de La Rioja, Alicante, 2005, pp. 51 ss. 52 Carta del vizconde de Palazuelos a Ricardo Wall. Laredo, 10-VII-1763. AGS, GM, leg. 3536. 53 En octubre de 1765 se hace relación de las Maderas e Ynstrumentos para construir el Provadero de los Cañones: AHPC, Laredo, leg. 27, doc. 48. 54 CAPEL, Horacio, 2005, p. 247, cit. AGS, GM, leg. 3002. 49
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Pero, paradójicamente, la década de los cincuenta dio pocas ocasiones para que el monarca se preocupara de las defensas del corregimiento, incluso en 1750 se ordenó el desmantelamiento de todas las cureñas ubicadas en la costa antes de que el paysanaje los quite por no haber quien los custodie55. Y es que lógicamente aunque los informes y reconocimientos fueron generales se atendió con preferencia a enclaves como San Sebastián o Ferrol. Por ello cuando en junio de 1755 se temió un ataque francés quedó en evidencia la ausencia de mantenimiento en las baterías56; en Santander se optó por reparar las de San Francisco y San José en el Sardinero empleando por la urgencia del caso las maderas de Guarnizo para la fabrica de galeones, y otras, y como refuerzo se hicieron sobre la playa las habituales trincheras y fortificaciones57. En Santoña, San Martín precisaba una profunda rehabilitación consistente en construir un cobertizo, recomponer la esplanada reparar el Almazen, acerle thejado Puerta y cerrajas nuebas Como tambien la puerta principal del Castillo; las plataformas de San Miguel y Nuestra Señora estaban del mismo modo totalmente desbaratadas58. No es de extrañar que cuando en enero de 1762 se rompió la paz con la Gran Bretaña y hubo que poner de nuevo en defensa la costa de Cantabria se comprobó que las baterías seguían abiertas por la gola, con parte de sus parapetos inservibles, los pequeños edificios para almacén de pertrechos y repuesto de pólvora destechados y carentes de cubiertos para los cañones59. Incluso Tomás de Rojas Téllez, el capitán de Ingenieros encargado del reconocimiento, hubo de justificarse ante la superioridad de la imposibilidad de realizar planos por no tener quien me ayude alas operaciones de planos y perfiles tan presizas aeste efecto, y sigue el no haver aquí ningunos fondos para la compra de jeneros y materiales60.
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Excepto las de San Felipe de Santoña, a donde se señaló guardia y han de conservarse. AHPC, Laredo, leg. 16, doc. 17(10). 56 BMS, SFM, ms. 219, II, pp. 567 y 568. Fortificaciones hechas por los de Santander para prevenir un desembarco de los Franceses en esta costa. Certificación del escribano Francisco de Vera y Soto, de 22-VI-1755. 57 BMS, SFM, ms. 219, II, p. 568. 58 Realizada por el Comandante de Artillería Benito de Espada. AHPC, Laredo, leg. 27, doc. 38. 59 AGS, GM, leg. 3536. Costa del mar de Castilla. Ría de Santander, informe de Tomás de Rojas. Santander, 18-II-1762. 60 AGS, GM, leg. 3536. Rojas sólo estaba asistido por el teniente coronel de Artillería Felipe García Campaña.
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Un punto de inflexión pareció significar la visita en 1763 del Ingeniero Ordinario Joaquín del Pino y Rozas61, quien acudió a la región junto al teniente de Artillería Santiago de la Roza en cumplimiento de una Real Orden de 1762 que disponía arreglar y poner por Obra las Baterias y demas que necesitaba para su regular defensa, aunque ceñido unicamente a lo preciso, disponiendo para ello de 70.000 reales62. Los trabajos, que se concluyeron el 6 de julio, fueron de muy dispar importancia, desde acciones de mínimo mantenimiento a otras más extensas tendentes a conseguir que aquellas baterías que aún no los tuvieran contaran con cuerpo de guardia, almacén de repuestos y tinglado para la protección de las piezas63; para hacernos idea de lo modesto de las obras realizadas, digamos que cada una de las torres-batería para dos cañones levantadas de nueva planta ese mismo año en la costa del Reino de Granada costaba 100.000 reales64. La única obra de nueva planta construida por Del Pino fue la Batería de la Calzada, un pequeño reducto para controlar el acceso a Santoña. Del proyecto original de Verboom quedó reducida a una modesta obra capaz para dos cañones de a 4 libras; con sólo 79 m2, tenía sus dos cañoneras orientadas al oeste, y poseía almacén de pólvora, con plataforma enlosada y cubierto para resguardo de las piezas65. Por desgracia se debió abandonar casi totalmente el mantenimiento de las baterías, porque sólo tres años después de estas obras el corregidor marqués de Villatorre solicitará que un yngeniero, ò persona inteligente visitara las fortificaciones para ponerlas en estado de defensa en casso de ser necesario repararlas, como me lo persuado. El elegido fue Vicente Winer, teniente coronel de Artillería destinado en las fábricas de La Cavada66, quien dibujó un croquis de la bahía y estimó que todas las obras precisas para todos los reductos de la costa norte, Sardinero e interior de la bahía ascenderían a 43.129 reales. Sin embargo, Winer no se mostraba muy optimista respecto a la eficacia del sistema defensivo de Santander para la protección del Real Astillero, por lo que proyectó diversas obras por importe de 12.000 reales para
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Toda la documentación referente a la visita de Joaquín del Pino a Cantabria, en AGS, GM, leg. 3536 (informes a Ricardo Wall). Una visión general de las baterías de San Vicente de la Barquera, Comillas, Suances, Santander, Santoña y Laredo en las que intervino Del Pino en PALACIO RAMOS, Rafael, 1996, pp. 163-165 y 174-179. 62 En carta a Ricardo Wall. Santander, 23-V-1763. AGS, GM, leg. 3536. 63 Informe fechado en Laredo el 11-IV-1774. AHPC, Laredo, leg. 27, doc. 63. 64 GIL ALBARRACÍN, Antonio, 2004, p. 61. 65 Plano y perfil en AGS, Mapas, Planos y Dibujos, XXV-122. 66 Informe al marqués de Esquilache. Laredo, 22-XII-1765. AGS, GM, leg. 3536.
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poner à cubierto la fabrica de Navios. En primer lugar hacer y artillar dos cortaduras de tierra y fajina que cortan de uno à otro, las dos puntas de Guarnizo [es decir, reconstruir la levantada en 1726], y de Pontejos; para que la tropa, que se baya retirando desde el paraje del desemvarco, no pudiendo detener la enemiga, cubra y defienda estos puestos, y emvarace con el ausilio de alguna Artillería en la cortadura, el que lleguen los enemigos à conseguir el fin de Yncendiar los Navios y las fragatas. Además de estas obras proponía la erección de dos baterías de campaña con seis cañones cada una para rechazar a las barcazas que, para atacar el astillero, se internaran en la bahía; una de ellas se debía ubicar en el lado norte de la punta de Pontejos y la otra al lado opuesto, que cruze sus fuegos con direccion à la abenida precisa de los enemigos. De nuevo en 1779 la situación empeoró al declararse la guerra con Gran Bretaña, por lo que hubieron de enviarse para guarnecer los puertos y baterías las compañías de Granaderos y Cazadores de los regimientos provinciales de Burgos y Laredo, que permanecerían en la ciudad varios años67 junto a otras unidades de Infantería68. Las mismas baterías se reforzaron con veinte cañones de hierro de a 8 libras de La Cavada que se distribuyeron por los distintos emplazamientos de la costa69. En 1780 el rey mandó sustituir los cañones deteriorados por otros de igual calibre; tal acción no sería nada ociosa ya que por esas fechas los británicos habían elaborado un detallado plano de las defensas de la bahía. Tras apenas una década de paz, el siguiente esfuerzo fortificador se llevó a cabo durante la Guerra de la Convención. Ya en febrero de 1793 se avistaron buques corsarios galos y el Ayuntamiento solicitó a la Corona la puesta en defensa de Santander70; la declaración formal impulsó a emitir diversas órdenes para prevenir la costa, enviándose al teniente coronel de Artillería Jerónimo Leoni como Comandante de toda la costa del Mar de Cantabria, y poco más tarde Agustín Mazorra fue comisionado para articular la defensa costera71, requiriendo éste en marzo los informes del Ingeniero Extraordinario Fernando de Aguirre Villarroel, quien fue concluyente: la coyuntura había puesto de manifiesto el descuido de las fortificaciones, pues la mayor
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Llegaron el 1-XI-1779: AMS, leg. A-22ab, y seguían en 1784: AHPC, sección Centro de Estudios Montañeses (CEM), leg. 30, doc. 7(1, 21). 68 En 1784 residía en Santander el primer batallón del Regimiento de Infantería de Milán: AHPC, CEM, leg. 30, doc. 7(1, 38). En 1788 llegó un patache de Bilbao con un cavo y setenta y siete reclutas para el Regimiento de Infantería de Barcelona: AHPC, CEM, leg. 30, doc. 7(1, 43). 69 AHPC, Laredo, leg. 105, doc. 38(28). 70 En carta de 8-II-1793. AHPC, Laredo, leg. 28, doc. 28. 71 AHPC, CEM, leg. 30, doc. 7(1, 81).
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parte de los edificios estaba arruinada, no había por lo general tinglados, varias baterías seguían abiertas por la gola, etc.72 Presupuestó Aguirre varias obras a realizar a lo largo de toda la costa por valor de 300.532 reales de vellón, cantidad inalcanzable para la Hacienda73. Respecto a Santander, proponía en San Martín construir varios contrafuertes exteriores para frenar el deterioro de su frente sur, en Hano retejar el edificio existente, en San Juan reparar la batería a barbeta (20.000 reales) y en La Cerda emplear 42.704 reales en ampliar los repuestos y cambiar todo su enlosado (inservible como se había comprobado en la anterior guerra). En Santoña74 estimaba Aguirre necesarios 81.784 reales para reparos (en San Felipe 28.730 reales, en San Carlos 30.354 y en San Martín 22.700), y poco más para Laredo, 29.575 reales en Santo Tomás, 28.000 en San Carlos y en San Román 37.090. Por lo que toca a Castro, el informe muestra las carencias habituales: se habían asignado 5.000 reales para la reparación de la bóveda del castillo -que hacía de cuerpo de guardia-, pero el presupuesto de reparación de sus torreones, cortinas, parapeto y esplanada precisaban otros 33.000. Sí debió efectuarse en su integridad, por lo necesario del puesto y lo modesto de su coste, el proyecto de Leoni para reconstruir la batería de dos cañones de Berria (la de la Calzada) a base de salchichones (formados por ramaje, esparto y piquetes), explanadas de madera y blindajes (de tablones) para los repuestos: diez días de trabajo para diez obreros y un coste total de 6.000 reales75. El acercamiento del frente en 1794 (en julio se tomaron Bilbao, Vitoria y Miranda de Ebro) y con ello del peligro real de que Santander fuera atacada puso de manifiesto la nefasta situación económica y castrense, y obligó a recurrir a la movilización de los paisanos, ya que en estos momentos eran muy pocos los militares profesionales destinados al servicio de la costa de Cantabria76. 72
AHPC, Laredo, leg. 17, doc. 24(54). Informe de Fernando de Aguirre. Santander, 1-IV-1793. AGMM, CG, a, I, III, sig. 3-4-7-12. Relacion general que acompaña a los Planos de los Castillos y Baterias que actualmente Defienden la parte de la Costa entre Santander y la Villa de Castro Urdiales con los demas que se propone aumentar para su mejor Defensa, por Fernando de Aguirre. Santander, 11-VI-1793. 74 Donde al peligro que suponía la ocupación de la plaza se sumaba el hecho de que en su rada se reunían los convoyes y escuadras entre Santander y Pasajes, acudiendo a ella las naves de guerra inglesas y españolas para dar las correspondientes escoltas. AYMES, Jean-René: La guerra de España contra la Revolución Francesa (1793-1795). Ed. Instituto de Cultura “Juan Gil-Albert”, Alicante, 1991, p. 95. 75 AHPC, Laredo, leg. 106, doc. 31. 76 Tan sólo un destacamento de treinta y cuatro artilleros y una compañía de sesenta y ocho inválidos: Estado militar de la plaza de Santander en el siglo último [XVIII], por Remigio Salomón. BMS, SFM, ms. 330. 73
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En ese momento se ordenó que la Merindad de Trasmiera reparara las baterías de Santoña a base de fajina (entre ellas la de La Cantera) y que levantara una nueva en Berria, la del Cañaveral77; también que construyera ex novo bajo la supervisión de Fernando de Aguirre las de campaña de Galizano (para impedir desembarcos que amenazaran las Reales Fundiciones de La Cavada), Suaces (en Noja, con cuatro cañones) y la de San Nicolás (al pie del monte Brusco, para defender el arenal de Noja). La de Galizano poseía cuerpo de guardia y repuesto de pólvora de cal y cantos, en San Nicolás se hizo otra obra provisional consistente en un parapeto a barbeta recubierto al interior y exterior de salchichones, más un amplio y sólido cuerpo de guardia para doscientos hombres a retaguardia con sus habitaciones correspondientes, y algo similar sucedió con la de Suaces, es decir, se levantó una obra de campaña a base de explanada de madera y parapeto de fajinas o salchichones78. La firma del Tratado de San Ildefonso acarreó en octubre de 1796 la ruptura de hostilidades ahora con la Gran Bretaña, y como a mediados del año siguiente la situación se había vuelto crítica para las armas hispanas (derrota del Cabo San Vicente, ataques a Cádiz y Santa Cruz de Tenerife), el capitán de Infantería e Ingeniero Extraordinario Antonio de Sangenís y Torres fue comisionado para reconocer la costa cántabra comentando el estado de cada una de las fortificaciones existentes, evaluando si los objetos á que se dirigen y defienden, son proporcionados con los gastos que ocasionan al Erario su conservación y servicio y presupuestando los importes que exigirían sus reparaciones y mantenimiento79, contando con la asistencia del Comisario de Guerra Fernando de la Serna Santander80, buen conocedor de la zona al haber nacido en Colindres. Respecto a Santander81, proyectó Sangenís una batería en el “martillo” de los muelles que sustituyera con mucha ventaja a la de San Felipe, finalmente no realizada. Sobre Hano, urgía el refuerzo de su débil parapeto con la construcción de cañoneras, lo que junto a la terminación del alojamiento para el Gobernador costaría 18.500 reales de vellón. También era necesario
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SOJO Y LOMBA, Fermín de: Ilustraciones a la Historia de la M.N. y S.L. Merindad de Trasmiera. Ed. Diputación Regional de Cantabria, Santander, 1988, t. II, pp. 210-211. 78 Descripción, fotografías y planos en PALACIO RAMOS, Rafael: “Las fortificaciones costeras de Trasmiera”, en Estudios Trasmeranos 2. Ed. Ayuntamiento de Noja, Santander, 2004b. 79 AGMM, CG, a, III, I, sig. 3-4-7-14. Relacion general de todos los Castillos y Baterias que actualmente defienden la Costa de Santander ó Mar de Cantabria comprendida entre San Vicente de la Barquera y Castrourdiales. Santander, 25-VII-1797. 80 Lo era desde noviembre de 1795. AGS, DGT, inv. 2, leg. 79. 81 Véase PALACIO RAMOS, Rafael, 2005, pp. 93-95.
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cubrir la enfilada del frente este, pues la desprotección que este punto presentaba hacía factible que un disparo enemigo bien hecho de sur a norte bastara para desmontar todas las piezas del castillo, por lo que se debían emplear otros 6.500 reales en levantar un espaldón en el frente que mira á la boca del Puerto. Las baterías del Sardinero requerirían 73.700 reales de vellón para reparar sus muchas deficiencias, ya que a finales del siglo los parapetos estaban desmoronados como consecuencia de sus emplazamientos sobre terreno arenoso. En Cabo Menor quiso levantar un robusto espaldon que, teniendo una ó dos cañoneras con la direccion mas justa y conveniente, sirvan no solo para ofender á los enemigos, sino tambien para evitar que por ellas enfilen y desmonten su Artilleria, con un coste de 7.100 reales de vellón. Respecto a las dos baterías intermedias, diseñó para la de San José un trazado elíptico y de la competente excentricidad para que convenga á la configuracion del terreno y de las aguas que debe defender; además del parapeto y explanada, debería contar con un cuerpo de guardia amplio y con dos separaciones para repuestos de utensilios y de pólvora: esta obra costaría 12.500 reales. En la de San Juan sólo vio necesario ampliar el edificio para que pudiera acoger un cuarto independiente para el comandante y un repuesto de útiles. En lo tocante a la defensa de la costa norte, para que San Pedro del Mar pudiera defender eficazmente la pequeña ensenada situada en su costado este, propuso prolongar unos 20 m su parapeto y explanada; pues en la actualidad no pueden sus fuegos tomar ciertas direcciones, que según las circunstancias podrian ser de la mayor importancia, obra que costaría 7.700 reales. La labor de Sangenís no se limitó al litoral inmediato a Santander. En Suaces propuso emplear 10.800 reales en construir un parapeto á barbeta y explanada correspondiente, en toda la extension por donde puede convenir hacer la punteria, para ofender y defender los puntos de la ensenada y arenal. En Galizano aconsejó no gastar grandes sumas para su conservación, sólo 7.200 reales de vellón en levantar en mampuesto un parapeto a barbeta y también la explanada. Entre finales de 1797 y principios de 1798 su actividad se centró en la costa oriental: en Santoña tenemos constancia de la construcción de entarimados en los repuestos de pólvora de La Cantera y el Brusco y de la colocación de dos morteros en San Felipe82. Mientras tanto, su Maestro de Fortifi-
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Carta a Diego Tordesillas Cepeda de 27-XI-1797. AHPC, Laredo, leg. 28, doc. 52.
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cacion fue enviado a Laredo con los operarios precisos para retejar los repuestos y cuerpos de guardia de Santo Tomás y San Carlos; las obras en la batería del Puntal se prolongaron durante más tiempo, habilitándose primero el cuerpo de guardia y contratándose en abril de 1798 su enlosado con el empleo de 450 varas de losa de grano por importe de 2.150 reales de vellón83. A continuación el ingeniero se dirigió a la costa occidental, y de este modo en junio de 1798 trabajaba en una batería sobre la barra de San Vicente de la Barquera, armada con seis cañones84. El nuevo siglo no trajo cambios sustanciales en el esquema defensivo, que siguió caracterizándose en sus primeros años por la escasez de medios materiales (para paliar esa indigencia una Real Orden de julio de 1804 permitía utilizar los útiles del ramo de Artillería para las obras de fortificacion o edificios Militares siempre que no fueran necesarios para esa Arma85) y por el estado de alerta casi permanente a causa de las alianzas establecidas entre Carlos IV y Bonaparte que nos enfrentaron a Gran Bretaña. Las obras, que tampoco fueron de nueva planta aunque sí se realizaron reformas importantes en algunos casos, se focalizaron en Santander86.
Del dicho al hecho va largo trecho. Proyectos y realizaciones El examen de los planos que muestran el estado puntual de varias fortificaciones a lo largo del siglo nos permitirá comprobar de manera fehaciente cuál fue el alcance de los proyectos de rehabilitación o reconstrucción realizados. Empezaremos por Santander, donde las fortificaciones mejor atendidas y aprestadas fueron los tres más antiguos castillos o baterías, de cal y cantos y dispuestos en los puntos del sur y oeste más propósito para impedir la entrada al interior de la bahía: San Martín (el último punto de defensa antes de la entrada al puerto), La Cerda y San Salvador de Hano, ambas sobre la península de La Magdalena. También existían varias obras de menor entidad en los frentes este y norte, ya que servía de poco erizar de cañones la boca y barra de la bahía si se permitía que los enemigos pusieran pie en tierra y atacaran la población por la retaguardia.
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AHPC, Protocolos Notariales, leg. 5281, ff. 23-24. Escribano: Fausto José Vélez. Carta a Diego Tordesillas Cepeda. Santander, 5-VIII-1798. AHPC, Laredo, leg. 28, doc. 56. 85 Notificación del Capitán General Francisco de Horcasitas. Valladolid, 26-VII-1804. AHPC, CEM, leg. 36, doc. 31(43). 86 PALACIO RAMOS, Rafael, 2005, pp. 95 ss. 84
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Para describir su evolución estructural nos faltan en general planos de las primeras décadas del siglo, si bien diversas características de algunos nos pueden mostrar el tipo y entidad de lo realizado. Y es que los planos de Del Pino ponen de manifiesto las muy escasas tareas ejecutadas en las defensas costeras desde la visita de Langots y Verboom, y muestran que San Felipe, La Cerda, Hano, San Juan y San Pedro del Mar no vieron más obras que algunas reparaciones o mejoras (enlosado, cerramiento de sus golas, retejados, etc.) que no alteraron su aspecto ni disposición87. San Martín (FIG. 2), que se organizaba en torno a una capilla preexistente, tenía como únicos edificios un alojamiento y un cobertizo inacabado. En 1726 era una estructura alargada, la zona de batería (con cinco cañoneras) se disponía en ángulo recto en el extremo este y se orientaba preferentemente al levante (19,5 m, tres cañoneras) y en menor medida al sudeste (apenas 10 m). Se diferenciaba claramente la zona de habitación (ermita y edificios anexos) de la de batalla, y los frentes norte y oeste (donde estaba la entrada) se defendían de un posible ataque por tierra con banquetas para fusilería. El plano de Del Pino muestra las radicales reformas que había sufrido, habiéndose reducido notablemente sus dimensiones al derribarse la ermita, suprimirse el espacio que ocupaba el patio de armas y construyéndose un edificio al oeste que cerraba el conjunto, formando entonces la batería casi un cuadrado de 24 m de lado y una superficie de 344 m2, con entrada al norte, un pequeño saliente en el extremo sur, cubierto para cañones, almacén de pertrechos y cocina (en caso de necesidad el almacén se transformaría en cuerpo de guardia para el sargento, los doce soldados y dos artilleros necesarios)88. A partir de aquí nada se volvió a hacer de fuste, como nos demuestra otro plano de 1806-1807. La Cerda, que se emplazaba a 20 m sobre el nivel del mar, tenía en 1703 almacén de pertrechos pero no cubierto para las cureñas89, y consistía en un reducto formado por un modesto cubierto para los distintos servicios, parapeto de cal y cantos y plataformas de madera (FIG. 3). Las reformas propuestas importaban 30.869 reales y contemplaban la erección de un cubierto para los cañones y su enlosado, además de las plataformas. Se aprovecharía el almacén preexistente, aunque habría que realizar numerosos trabajos para ponerlo en servicio. Sobre un eje alargado de unos 40 m (adaptándose a la forma abrupta de la costa) en sentido norte-sur, con explanada enlosada al este, sur y suroeste y parapeto corrido de mampostería de 87 88 89
Relacion del Castillo de San Salvador de Hano. Santander, 7-IV-1763. AGS, GM, leg. 3536. Relacion dela Batería de San Martin de Santander. Santander, 25-IV-1763. AGS, GM, leg. 3536. AHPC, Laredo, leg. 35, doc. 15(4), 13 ff.
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1,2 m de espesor. El único acceso estaba al oeste, lado que ocupaba casi en su totalidad un cubierto para las cureñas cuyo muro de cierre estaba aspillerado. Poseía las estructuras de edificación al fondo norte, habiendo un gran almacén de pertrechos, cocina y cuerpo de guardia (por el que se accede al repuesto para la pólvora). Joaquín del Pino consideraba necesaria una guarnición de un subalterno, cuatro artilleros y veinte soldados para atender diez cañones de a 2490. San Salvador de Hano (FIG. 4) era una fortificación que manifestaba su carácter “antiguo”: realmente semejaba un castillo, con planta casi cuadrada (26 m de eje este-oeste y 28 m norte-sur), plaza de armas y cuarto abovedado bajo el extremo nordeste. Las dependencias ocupaban todo el lado oeste y ya existían en 1703 (almacenes, uno de ellos para la pólvora, y cuartel). La entrada cubierta se situaba en el lado sur, existiendo un sistema de parapetos terreros para protegerla. El frente de tierra se remataba a base de un hornabeque con baluartillos irregulares en los que se podía alojar un cañón y dotados de troneras, mientras que las esquinas que daban a la mar conservaron durante toda la centuria los medios cubos que seguramente en el siglo XVII poseyeron los cuatro ángulos. En 1763 presentaba dos baterías a barbeta, una de ellas a un nivel inferior para dejar menos puntos muertos que ya no existía a comienzos del XIX91. Al igual que sucede para Santander, varios planos de 1726 (levantados por Langots), 1763 (Del Pino) y 1793 (Aguirre) nos dan noticia de la evolución que experimentaron las fortificaciones de la parte oriental del corregimiento. En Santoña92, San Martín (FIG. 5) era una estructura de unos 675 m2; tenía una batería con ocho cañoneras y las dependencias se disponían al sur, donde estaba también su acceso; poseía un repuesto de pólvora con entrada independiente, un gran cuerpo de guardia con un poste sustentador en su centro, y un almacén de pertrechos. En 1763 se constata que desde 1726 no se había hecho ninguna reforma estructural salvo el cambio de la batería a barbeta a otra a base de cañoneras, y Del Pino notificaba que su deterioro era notable -se hallaba sin decencia alguna, ni disposicion que manifieste pueda tener uso-, por lo que los trabajos se tuvieron que centrar en retejos,
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Relacion dela Batería de La Zerda de Santander. Santander, 25-IV-1763. AGS, GM, leg. 3536. Noticia que manifiesta el estado en que se allan los fuertes… 1726 (en traslado de 1774). AHPC, Laredo, leg. 27, doc. 63. 92 Aunque sin duda Fernando de Aguirre debió levantar planos de todas las baterías cantábricas, sólo conocemos tres de las de Santoña: AGMM, Costa del Cantábrico, sigs. 003-152 (San Felipe), 003153 (San Martín) y 003-154 (San Carlos). 91
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enlosados y reparación de merlones93. Entre 1763 y 1793 tampoco se realizaron grandes obras, sólo ligeras modificaciones en el número y disposición de las estancias. San Carlos (FIG. 6), situado en zona muy escabrosa, ya presentaba en 1726 un camino de acceso regular con entrada al norte, disponiéndose el conjunto -de cerca de 430 m2 de superficie total- en torno a un eje alargado este-oeste; el repuesto para la pólvora conformaba un espacio independiente junto a la entrada, disponía de cuerpo de guardia de pequeñas dimensiones y un cubierto para artillería; al sur, de cara a la canal, estaba la batería enlosada. Hasta al menos 1763 no sufrió cambios, sólo la construcción de una garita, pero entre ese año y 1793 se realizaron grandes obras que alteraron radicalmente su aspecto: adoptó una planta cuadrangular y su plaza de armas ganó por lo tanto superficie a costa de la áspera montaña, los edificios se levantaron enfrentados a ambos lados de la entrada, que se aspilleró, y el parapeto de la batería pasó de ser a barbeta a acoger cinco cañoneras. Como Leandro Bachelieu y José del Campillo habían aconsejado la instalación de cuatro piezas en la Peña del Fraile de Santoña con objeto de dominar el importante fondeadero inmediato, se construyó entre 1741 y 1743 la batería de San Felipe (FIG. 7), de seis cañones94. La batería se adaptaba al terreno y se disponía en dos niveles, uno superior de reducidas dimensiones en el que se podrían colocar a lo sumo un par de piezas y una gran explanada inferior; el flanco oeste de ésta última quedaba cerrado por la pared trasera del único edificio existente, que albergaba los consabidos cuartos para el oficial y la guardia, el almacén de pertrechos y el repuesto de la pólvora, y que sustentaba el cubierto para las cureñas, que ocupaba todo el frente; la batería era a barbeta, y se obtuvo rebajando los afloramientos rocosos naturales. Era la única en relativo buen estado en 1763, cosa lógica atendiendo a lo reciente de su construcción y a la atención que se le dispensó en los años inmediatos. Por el Plano de la bateria de San Felipe realizado por Aguirre comprobamos que hasta 1793 la única obra importante realizada fue la reconstrucción del edificio pues pasó a ser a dos aguas, proponiendo el ingeniero (además de reparaciones varias) su prolongación hacia el norte con la construcción de otra estancia para repuesto de pólvora en el espacio que quedaba hasta el muro de cierre.
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En 1762, cuando San Martín y San Carlos se hallaban en un lastimoso estado, San Felipe tenía en servicio siete cañones de a 24. Estado de la artilleria que ay montada en Laredo y Santoña con espresion de los calibres y cureñas en que se hallan. Laredo, 11-VIII-1762. AHPC, Laredo, leg. 16, doc. 17(12). 94 Más información sobre la batería en PALACIO RAMOS, Rafael, 2004a, pp. 215-218.
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En 1726 eran dos las baterías emplazadas en el monte laredano del Rastrillar: San Gil (FIG. 8) consistía en una barbeta corrida rectangular con un tinglado en la gola (que estaba abierta) y un pequeño repuesto a retaguardia, fuera del recinto; aunque Isidro de Verboom proponía situar las piezas en un punto más bajo tras una cortina curva dotada de merlones para la artillería nada se hizo, como demuestra la traza de Del Pino, salvo quizá la remodelación de la estancia. Santo Tomás (FIG. 9) se benefició entre 1726 y 1763 de varias obras (se le dotó de un verdadero cuerpo de guardia con repuesto de pólvora y se amplió su batería a barbeta hacia el oeste), pero su estructura, al igual que las del resto, siguió siendo muy sencilla, con la gola abierta y sin edificio para la tropa.
Conclusiones La enorme extensión de las fronteras a proteger y la crónica escasez de medios materiales y humanos explican que la (por otro lado innegable) racionalización borbónica en los asuntos estratégicos fuera lenta en su aplicación generalizada, y que durante buena parte de la centuria no pasara del papel en no pocos territorios. Y es que en la España del XVIII el monarca, en teoría absoluto, estaba sujeto a cortapisas que condicionaban su acción de gobierno y que en el tema que nos ocupa incluso le obligaban a conceder mercedes en forma de altos cargos militares para que particulares asumieran el coste de la construcción de fortificaciones95. En la defensa costera del Corregimiento de las Cuatro Villas se apreció desde las primeras décadas del XVIII un cambio significativo, que coincidió con las estancias e informes de ingenieros militares como Langots, Isidro de Verboom, Llovet, Bachelieu, Del Pino, Aguirre o Sangenís, y que se tradujo en el redimensionamiento de las fortificaciones mediante la reforma de las aprovechables, el abandono de las no imprescindibles (por ejemplo varias del Sardinero, en Santander) o la erección de otras permanentes allí donde se vio necesario (San Felipe en Santoña, San Román en Laredo). En este sentido para la década de los setenta ya se había implantado un esquema que permaneció vigente hasta bien entrado el siguiente siglo. Es evidente que existieron prioridades, en escalas graduales, para la Corona. Y, al igual que se ha puesto de manifiesto para otras regiones penin-
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Ejemplos sobrados en GIL ALBARRACÍN, Antonio, 2004, pp. 180, 241, 250, 255, 267…
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sulares, Cantabria no exigía una atención militar permanente y constante, siendo sus demandas “separadas en el tiempo y no (de) necesidades de presencia continua, inexorables”96. Estas demandas se centraron primero coincidiendo con el establecimiento de Reales Astilleros en Santoña y al poco en Guarnizo entre los años 1717 y 1734, y luego casi exclusivamente en Santander, que se convirtió en un punto básico de la política estatal primero con la acción combinada del marqués de la Ensenada y de Juan Fernández de Isla y más tarde con la ampliación del puerto y la creación del Real Consulado97. Por eso fueron muy pocas las construcciones de nueva planta, continuaron observándose prolongados períodos de abandono, y los momentos en que se ponía mayor empeño en construir o reparar las estructuras defensivas siguieron coincidiendo invariablemente con los puntos álgidos de conflictos. El que morfológicamente las baterías costeras de Cantabria no variaran en esencia a lo largo de casi dos siglos puede ser prueba de las dificultades militares, políticas y organizativas de la Corona, pero también de que su sencillez estructural (consecuencia de un perfecto conocimiento del terreno y de un largo proceso de experimentación práctica) llenaba perfectamente el papel que tenían asignado dentro del entramado defensivo del imperio, sin necesidad de emprender costosas obras de nueva planta que por otro lado hubieran requerido unas inversiones que ni la Hacienda (incapaz de obtener los ingresos que precisaba) ni los propios territorios implicados podían afrontar. Una excepción notable fue la profunda remodelación de San Carlos de Santoña, que no hemos podido documentar salvo por planos anteriores y posteriores y que debió producirse entre 1779 y 1783, cuando la alianza de Francia y España contra la Gran Bretaña llevó la guerra tanto a las posesiones americanas como a las propias costas metropolitanas de estas potencias. En general, las obras realizadas eran el resultado de una compleja ecuación cuyos factores principales eran el grado de interés permanente o coyuntural de la zona, el grado de amenaza sufrido o susceptible de sufrirse en cada momento puntual y los fondos disponibles. Por ello, mientras para todo el Corregimiento de las Cuatro Villas lo presupuestado (que no gastado) para todo el XVIII no sobrepasó el millón de reales, las fortificaciones reparadas o construidas de nueva planta en la ciudad y arsenal de Cádiz emplearon ingentes cantidades98.
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ALONSO BAQUER, Miguel: “Galicia: historia de una defensa permanente”, en Militaria. Revista de Cultura Militar 8. Ed. U. Complutense, Madrid, 1996, p. 22. 97 GÓMEZ URDÁÑEZ, José Luis 205, pp. 53-54, 72-73. 98 TORREJÓN CHAVES, Juan, 2003.
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EL MARISCAL JORGE BESSIÈRES (1780-1825), VIDA DE UN AVENTURERO EN LA ESPAÑA DE FERNANDO VII Roberto QUIRÓS ROSADO1
RESUMEN Estudio sobre la vida del aventurero hispano-francés Jorge Bessières (1780-1825), militar de gran importancia para el conocimiento del convulso reinado de Fernando VII, especialmente durante el Trienio Constitucional y la Década Ominosa, ya que estaría presente en numerosos de sus actos principales, además de ser un antecedente del “Partido Apostólico o Carlista”. PALABRAS CLAVE: Jorge Bessières, ejército realista, pronunciamiento, Fernando VII, Trienio Constitucional, Década Ominosa. ABSTRACT Essay about the life of Spanish-French adventurer Jorge Bessières (1780-1825), an important military for knowledge of problematic government of Fernando VII, especially for “Trienio Constitucional” and “Década Ominosa”, so he would be present in principal facts, being an antecedent of “Apostólico” or “Carlista” politic group. KEY WORDS: Jorge Bessières, Royalist Army, “pronunciamiento”, Fernando VII, “Trienio Constitucional”, “Década Ominosa”. ***** 1
Universidad Complutense de Madrid. Becario de Excelencia de la Comunidad Autónoma de Madrid, años 2004/2007. Quede patente mi agradecimiento por su apoyo y ayuda a Sonia De Juana Calvo (Universidad Complutense de Madrid), a Jesús Quirós Sánchez (Instituto de Historia y Cultura Militar, Madrid) y al coronel Gustavo Andújar Urrutia (Instituto de Historia y Cultura Militar, Madrid).
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Introducción orge Bessières, mariscal de Campo de los Reales Ejércitos españoles y activista político durante el periodo 1817-1825, ha sido un personaje poco conocido para la historiografía española. Francés de nacimiento, será un personaje controvertido por su ideología y actos político-militares, poco tratado por los exiguos datos que se conservan en archivos españoles y franceses, además de desfigurado por la opinión de varios de los escritores e historiadores que han estudiado, parcialmente, su obra política. Por todo ello su vida intentará ser analizada a tenor de datos archivísticos e historiográficos fiables que han podido ser consultados. Paradigma del “hombre de acción” para el escritor noventayochista Pío Baroja a la par de otros conspiradores contemporáneos a él, caso de Eugenio de Avinareta o del general Van Halen, su fama provendría del fallido pronunciamiento de mediados de agosto de 1825, en contra del régimen fernandino restaurado dos años atrás, y que Bessières mismo había ayudado en gran medida a establecer. Como se observará, pocas son las referencias a su origen, a las circunstancias sobre su llegada a España, su controvertida participación en la Guerra de Independencia o su iniciación en la convulsa vida política previa al Trienio Liberal, desconocimiento que marcará el presente análisis historiográfico. Por ello se desgranarán en lo posible estas cuestiones además de ofrecer una visión de conjunto de su devenir posterior, entre su “conversión” al realismo irredento en 1822 hasta su fusilamiento en 1825, a partir de varias etapas diferenciadas que marcarán hitos en la vida del personaje, especialmente la última de ellas, en donde se presentarán varias propuestas sobre las incógnitas que se ciernen sobre su acción revolucionaria en pos de la caída del régimen moderado de Zea Bermúdez. Los datos obtenidos de las fuentes primarias servirán de inicio de posibles estudios donde se podrá ofrecer algo de luz ante un asunto de grandísima importancia para la evolución posterior de las facciones políticas en la “Década Ominosa”, importante temática de investigación como denota la publicación de varios estudios y monografías de profesores como Josep Fontana Lázaro o Rafael Sánchez Mantero, entre otros.
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Origen y actividad de Jorge (George) Bessières antes de 1822 Orígenes de Jorge Bessières (1780-1808) Motivo de fructífera controversia historiográfica se vincula el origen del futuro mariscal de Campo de los ejércitos de Fernando VII, don Jorge Bes-
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sières. Según Pedro Ortiz Armengol, George Bessières y Guillon nació en la pequeña localidad occitana de Siran, en la región de Hérault en torno a 1780-1781, en una familia de origen campesino. Allí pasó su juventud, de la cual no se conoce apenas nada, salvo que conseguirá librarse del servicio militar en la Francia napoleónica en el sorteo realizado en la quinta de 18042. La actividad de Bessières es desconocida hasta 1808, cuando la información policial napoleónica indica su estancia en Perpignan, de donde partió en primavera del mismo año hacia Barcelona dentro del cuerpo de ejército francés que quedará como guarnición de la ciudad catalana dentro del plan diseñado por Napoleón previo al estallido de la sublevación popular española. Otras fuentes, sin embargo, indican que llegó no como soldado sino como civil asentado desde años antes. Pese a esta divergencia, es cierto que en la Ciudad Condal casará con una joven originaria de Montpellier, apellidada Portes o Portas, entrando paralelamente al servicio del general Duhesne como cochero. Poco durará este oficio, ya que la información francesa expresa su ocupación como trabajador en una fábrica perteneciente al banquero Remisa y como tintorero asalariado en la empresa de su suegro. Poco después Bessières abandonaba su oficio al pasarse, de manera incomprensible, a las guerrillas españolas (la policía afirma que antes de hacerlo destruyó la fábrica del citado Remisa, en un acto típico del movimiento luddita, que puede considerarse el primero de esta orientación en España). La participación en la Guerra de Independencia española (1808-1814/15) Del paso de Bessières por las guerrillas catalanas no se conserva ninguna documentación, aunque parece plausible que por su condición de francés evadido pasase a formar parte de los cuerpos regulares del ejército español, dentro de las unidades destinadas a emigrados de Francia. Los datos del expediente militar de éste3, que abarca el periodo 1815-1827 (dado que continuará el proceso judicial iniciado tras su muerte en 1825), expresan su par-
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ORTIZ ARMENGOL, P., Avinareta y diez más. Madrid, Ed. Prensa Española, 1970, pp. 95-104, 199-201. Este autor se basará en fuentes documentales de la policía francesa conservadas en los Archives Nationaux de France (París), Cartón F7 11993, Expediente 77e. Recorriendo el periodo 1802-1825, sin embargo, no especifica en ningún caso de qué informe, nota u oficio se utiliza para cada información vertida sobre Jorge Bessières. Otras fuentes francesas corresponderían a Archives Nationaux de France (París), Cartón F7 6641-6642. 3 Archivo General Militar de Segovia (AGMS), Sección primera, Legajo B-2210.
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ticipación en el sitio de Tarragona contra los franceses, en el cual “[a] 28 soldados (...) guiava al enemigo el Capitan de Voluntarios Extranjeros Dn. Josef Besier (sic)”4. La causa penal, presumiblemente iniciada en 1812, evidenciaba que el aventurero Bessières, ascendido al rango de capitán de los Voluntarios de Extranjeros al servicio de la Regencia gaditana, había adquirido cierta notoriedad militar, pese a lo cual ya daba muestras de su postura ambivalente entre bandos enfrentados. El cinismo y la versatilidad que le atribuye Baroja5 se convirtieron en máximas rectoras de su actuación política y militar, aunque por ello mismo se oscureciese el personaje hasta cotas de total desconocimiento de las razones de su actitud ante los más diversos asuntos. Volviendo a su participación en la Guerra de Independencia, Jorge (o Josef, según le llaman las fuentes coetáneas) Bessières quedaba sin el mando de su exigua tropa, al fracasar su intento de evasión a las posiciones napoleónicas, la cual se había integrado en la División Mallorquina comandada por el mariscal de Campo Santiago Withingam6. A su vez, y con el objetivo de proceder jurídicamente contra su persona, el capitán hispanofrancés será preso en el castillo balear de San Carlos entre 1812 y 1815, fecha en que se produjo su definitivo juicio. En verano de 1815, tras diversas testificaciones, oficios y misivas dadas entre Bessières, el marqués de Coupigni y los funcionarios del Consejo Supremo de la Guerra, Ballesteros y Pires, se le notificará al aventurero la licencia absoluta y el despido del servicio de capitán de Voluntarios Extranjeros, además de su más que posible expulsión a Francia7. Estos datos niegan totalmente la tradicional aseveración de un Bessières enrolado en la “Legión de Borbón”, conformada por legitimistas franceses encuadrados en el ejército español, y por ello, también invalidan su supuesto ascenso a capitán pero “con categoría de teniente coronel”, a decir de Ortiz Armengol8. La politización de Bessières en la Cataluña de la Restauración fernandina El devenir de Jorge Bessières tras su licencia militar absoluta sentará, presumiblemente, las bases de toda su ulterior participación política en 4
AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Coupigni a Pires”, Palma de Mallorca, 15-VI-1815. BAROJA, P., “Jorge Bessières”, 26-XI-1933, cit. en ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 201. 6 AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Coupigni a Pires”, Palma de Mallorca, 15-VI-1815. 7 La documentación relativa al juicio militar de Bessières en 1815 (y que mantendría todavía algunos elementos por verificar en 1821) se compone de 7 oficios conservados en AGMS, Sección primera, Legajo B-2210. Su estancia en Francia se afirma en ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 98. 8 ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 98. 5
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España. A decir de las notas policiales francesas, permanece por muy escaso lapso de tiempo en Francia, ya que trabajaba entre verano de 1815 y la primavera de 1817 en varias fábricas españolas, en una tintorería mallorquina, en otra del mismo tipo en Puigcerdá y finalmente en otra de tejidos en Ripoll, ambas gestionadas por particulares franceses. Como se observará en su actitud posterior, Bessières entra en contacto con la realidad de la incipiente clase obrera, empapándose supuestamente de una ideología radical-revolucionaria que le granjearía el apoyo de ciertos grupos disidentes al restablecimiento del absolutismo por Fernando VII. El año 1817 evidencia sumo interés para analizar la evolución del aventurero hispanofrancés, ya que pretendidamente entrará en el juego político español. Habiendo viajado a Montpellier para dirigir la venta de varias propiedades agrarias pertenecientes a su familia, regresará a una Barcelona donde la asfixiante situación de represión política fernandina iba a motivar el alzamiento militar de los generales Lacy y Miláns del Bosch9. Tomando en consideración la filiación liberal de gran parte de la oficialidad acantonada en tierras catalanas y de amplios grupos pequeño-burgueses y obreristas, no es de extrañar que un revolucionario Bessières formase parte de los núcleos conspirativos, ya que un oficio judicial de 1821 expresa la petición realizada al mismo de “una Certificacion para acreditar haber sido uno de los comprendidos en la Causa del General Lacy en el año de 1817, y otras del Mariscal de Campo Dn. Francisco Milans, cuyas reclama el reo para que se unan á la causa” 10. Sólo un estudio mucho más profundo en torno a las disposiciones de la justicia fernandina contra los pronunciados en aquél año podría vislumbrar el papel de Bessières en este golpe liberal. Por tanto, lo escueto de la nota oficial solo permite dejar entrever la disposición de Bessières a la subversión política, no como militar o burgués, tipos paradigmáticos de los pronunciamientos liberales del momento, sino como representante de grupos obreros o manufactureros que menos de treinta años después protagonizarían una oposición consistente y políticamente concienciada frente al gobierno de Madrid, caso de la sublevación contra el líder progresista Espartero ahogada en sangre por este con suma violencia, o actuarían de catalizador del descontento obrerista contra los patronos ejerciendo una actitud luddita, caso de la quema de la fábrica Bonaplata en Alcoy (1835).
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ARTOLA GALLEGO, M., La España de Fernando VII, en JOVER ZAMORA (Dir.), Historia de España Menéndez-Pidal, Tomo XXXII. Madrid, Espasa-Calpe, 1983, pp. 627-629. 10 AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Fernández al Ministerio de la Guerra”, Madrid, 30-VI1821.
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El quinquenio 1817-1821 se corresponde con la etapa que denominada “de toma de contacto” con la ideología revolucionaria por parte de Jorge Bessières, a tenor de los hechos objetivos que se conocen de él. Sin embargo, siguiendo la pista ofrecida por Juan Francisco Fuentes, las razones de esta implicación han de pasar por un exhaustivo análisis historiográfico que permitiría a medio plazo comprender sus actos en un plano más complejo del que se presupone del personaje11. La supuesta conspiración republicana en Barcelona: hechos e interrogantes. Huída a Francia y “conversión” al ultrarrealismo (1821-1822) Durante el primer año de gobierno liberal, ya fuera por su pretendida fama de “demagogo y masón” (en verdad no es segura su filiación masónica, ya que en 1823 será considerado como uno de los grandes perseguidores de las logias españolas), o por ser reconocido como partícipe comprometido en la trama liberal de Lacy y Miláns de 1817, Bessières alcanza el grado de capitán de las Milicias de la Ley en Barcelona poco después del triunfo del pronunciamiento de Riego, facilitándole un puesto en las oficinas del Jefe Político, como indican las fuentes francesas. Desde esta posición político-militar parte la frustrada trama republicana que lideraría en 1821 en la Ciudad Condal, aliciente de otras dos también comandadas por refugiados franceses y exaltados españoles en Zaragoza en el verano del mismo año. Insertada por Fuentes dentro de un clímax político enrarecido por las propias pugnas entre liberales, y como consecuencia última de la conflictividad socioeconómica dada en el marco industrial catalán a causa de las exigencias proteccionistas catalanas, la conjura republicana de Bessières, el oficial Brotóns y el ex-presidente de la sociedad patriótica barcelonesa, el mexicano Oronoz, será atajada por las autoridades liberales el 22 de mayo12. Reconocido como alterador del orden público y teórico organizador de grupos republicanos franceses exiliados en Cataluña, según los oficios de la
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FUENTES, J. F., “La Conjuración republicana de Barcelona (1821)”, en GIL NOVALES, A. (Ed.), Ejército, pueblo y Constitución. Homenaje al general Rafael del Riego (Anejos de la Revista TRIENIO). Madrid, 1987, pp. 180-185. 12 Tras su absolución Luis Gonzaga Oronoz seguirá manteniendo gran influencia entre las Sociedades Patrióticas barcelonesas, ya que contactará por medio de manifiestos y notas exaltadas con Madrid, en las cuales avisa de las intentonas de realistas en contra del régimen constitucional, como la fracasada en Barcelona el 2 de diciembre de 1821, muy probablemente motivada por personajes no demasiado ajenos a su antiguo colaborador Bessières; en GIL NOVALES, A., Las Sociedades Patrióticas (1820-1823). Madrid, Tecnos, 1975, pp. 266-267.
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policía gala13, Bessières queda encarcelado en la Ciudadela barcelonesa, junto con sus compañeros de conspiración, quedando éstos absueltos o condenados levemente en sus juicios. En su proceso supuestamente vincula como participantes en la trama republicana a oficiales de renombre, como el general Espoz y Mina, el general Miláns del Bosch y el coronel Costa (y contar con apoyos de la talla de el Empecinado o el mismísimo Riego), además de numerosos intermediarios españoles y franceses, cuyo objetivo último sería crear “une république avec ses conséquences, la massacre, et le pillage des honnêtes gens de la ville de Barcelone, et de tous les riches”, una vez que se hubiera independizado Cataluña, se anexionase el Rosellón francés y fuera dirigido un ejército liberal unido de España y Francia contra los rusos. Tamaños dislates presumiblemente sean frutos de la imaginación de los agentes de espionaje francés, especialmente un tal Latour, aunque estas acusaciones se encuadran en la necesidad de gestar en las autoridades francesas un clima de preocupación por la evolución política española y la necesidad de una intervención militar abierta contra la España constitucional. El juicio de Bessières fue motivo de curiosidad por los grupos políticos del momento, especialmente por los diputados catalanes en Madrid, caso de Juan del Balle, quien no dudará, según Fuentes, en interceder por el reo para evitar la pena capital. Pese a afirmarse en repetidas ocasiones la orientación liberal del preso desde la época del levantamiento de Lacy y Miláns, y su exculpación de la causa penal de 1815 por la frustrada evasión al enemigo en Tarragona, el tribunal militar le condena el 11 de julio a pena de muerte por fusilamiento, no a garrote como expresan los documentos franceses14. Como ya ocurriera en las anteriores ocasiones Bessières conseguía in extremis librarse de este castigo ejemplar. Ya fuera por el clamor popular (es preciso recordar el fervor que expedía su figura en los medios obreros, o el factor de “reconducción” de la crítica de éstos a la situación económica, en claro beneficio de los patronos, a decir de Juan Francisco Fuentes), por intervención de altas instancias políticas o por la petición de que se le admitiera en el indulto general estipulado tras la victoria liberal en Salvatierra, el capitán general de Cataluña, Villacampa, liberó de su ejecución al aventurero estando éste ya en capilla, siéndole conmutada la pena de muerte por la reclusión en la fortaleza de Figueras, de donde no duda en escapar en
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Éstos se encuentran en Archives Nationaux de France (París), Cartón F7 6641-6642, cit. FUENTES, J. F., “La Conjuración...”, pp. 185, n. 5. 14 ARTOLA GALLEGO, M., “La España de Fernando VII”, p. 701.
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dirección a Francia, poniéndose a resguardo de la justicia y autoridades liberales españolas15. Observando la radical evolución política posterior de Jorge Bessières, desde puntos de vistas revolucionarios-republicanos al ultrarrealismo conservador, Fuentes sigue la pista ofrecida por los propios oficiales franceses, ejemplificado en el testimonio del prefecto de los Pirineos Occidentales efectuado tras una entrevista con el exiliado aventurero: “Je crois que cet homme était dans une conspiration de mécontent Royaliste”. Es un planteamiento reduccionista, pero resume la actitud de este personaje, como se indicará en el siguiente apartado. Para el propio Bessières, en un texto bastante posterior a los hechos, el “Manifiesto que hace á la Nacion Española el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos D. Jorge Bessières en junio de 1823”, comunica a “todos los españoles” las persecuciones y ataques de “noveleros” a su persona con motivo de ser supuestamente partidario del republicanismo en la Barcelona de 1821, del cual indica que “no conocí, y menos cometí jamás”, ya que sus sentimientos hacia Fernando VII y la Religión Católica siempre habían quedado inalterables en sí, llegando a ofrecer para su defensa su propia persona16. Por ello, tras su refugio en la Francia borbónica, “declaréme públicamente su defensor en 8 de marzo de 1822, sin aterrarme de los inmensos riesgos á que tamaña empresa infaliblemente habia de exponerme, y asi sufrí con prudente resignacion cuantos reveses de la fortuna se opusieron a su logro”. Por tanto, con estas declaraciones Bessières reafirmará su postura en sus posteriores actos, tras lo cual no sólo se ve un personaje aventurero, interesado y sin escrúpulos, sino una máxima que, por motivos que se escapan a los investigadores actuales, llevará a la práctica hasta el fin de sus días. En resumen, ¿a que se debe este radical cambio en la concepción política de Jorge Bessières? Escritores como Pérez Galdós o Pío Baroja, a partir de la tradición decimonónica, le juzgaron como un hombre de acción, sin escrúpulos y con un marcado cinismo, introduciéndole dentro de un estere-
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Para los historiadores y cronistas liberales, el alzamiento republicano de Bessières no tendría ninguna significación liberal, sino absolutista, pues insiste que tras huir a Francia, el aventurero volvería a España “con el negro pendón de la tiranía” del Antiguo Régimen fernandino, aunque también pudo servir de utilidad por parte de los jacobinos para lanzar una campaña de liquidación de los elementos absolutistas en la Ciudad Condal; en VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado de Fernando VII de España. Vol. II. Madrid, Imprenta de Repullés, 1842, p. 251; DE LA FUENTE, V., Historia de las Sociedades Secretas antiguas y modernas en España, y especialmente de la Francmasonería. Vol. I. Madrid, Imprenta de D. R. P. Infante, 1874, p. 270. 16 BNM, VCª 1000-47.
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otipo popular en su período, el “aventurero”. Así cobraron sentido los bruscos cambios del personaje, capaz de conspirar por la república en una nación sin tradición republicana (anteriormente solo se puede hablar del asunto Picornell) y, al poco tiempo, combatir en las filas absolutistas a favor de la Inquisición, como se indicará en el siguiente epígrafe. Sin embargo, el estudio más profundo de las fuentes reservadas, sobre todo las francesas, arroja luz a este complejo posicionamiento: para Fuentes y Ortiz Armengol, Bessières guarda sorprendentes similitudes “de fondo” con un reconocido provocador al servicio de las facciones realistas, caso del francés Cugnet de Monterlot: su programa político, el intento de entroncar la subversión con políticos y oficiales prestigiosos con el objetivo (pretendido por los absolutistas) de desprestigiarlos, o sus vínculos con los nidos de espías y delatores gubernamentales o de potencias extranjeras, evidencian la captación de estos “aventureros” por la oposición realista contra la que, en el caso de Bessières, posiblemente había luchado pocos años antes de forma sincera17. La venalidad, las limitaciones de su credo político (motivadas por su escasa formación intelectual) y su propia condición humana, motivaron esta fluctuación en el plano de valores y opciones ideológicas que, en estos periodos del siglo XIX, estaban luchando por imponerse frente al contrario. Los equívocos y dualidad de la actividad y pensamiento internos de Jorge Bessières dificultan, como se comentó en la introducción, la mayor profundización en el personaje y su obra. Hasta 1822 se ha observado cómo pasa de ser un soldado napoleónico para evadirse al bando español y combatir contra sus compatriotas, tanto en la guerrilla como en el ejército regular. Juzgado como potencial desertor en el asedio de Tarragona, es absuelto sin cargos; poco después se le verá en las manufacturas catalanas forjándose una identidad de líder carismático entre los obreros catalanes. Conspirador en 1817 con Lacy y Miláns del Bosch, la Justicia no le castiga severamente, lo que potenciaría a medio plazo su participación en la instauración del régimen liberal en Barcelona, llevando al extremo (por extraños motivos) su radicalismo al intentar crear una república con pretensiones universalistas. Su salvación del patíbulo dará paso a su refugio en Francia, donde contactará con la resistencia absolutista española y se convertirá en un afamado jefe de partidas realistas que entre 1822 y 1823 ayudará a derribar un régimen liberal que, en sus inicios y de manera externa al menos, había favorecido desde las posturas más revolucionarias.
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FUENTES, J. F., “La Conjuración...”, pp. 183-184; ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 104.
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Actuación bélica de Jorge Bessières durante el final del Trienio Constitucional y la intervención francesa (1822-1824) En el exilio francés. Primeros contactos con la Regencia absolutista Como se pudo observar en el anterior epígrafe, Jorge Bessières “evolucionaría” desde una postura política liberal (o mejor dicho, pseudo-liberal) hacia el más radical ultrarrealismo fernandino una vez haber escapado de una muerte segura en el patíbulo barcelonés y conseguir asilo y resguardo en Francia. Tras manifestarse abiertamente partidario del absolutismo en su país de acogida (Bessières habla de “esta patria que he adoptado con mi corazón”, a favor de la cual se sumará a la “justa causa” de Fernando VII y la Religión católica18), y lograr convencer, al menos parcialmente, a los prefectos del Languedoc de su ideología conservadora, entablará una conflictiva amistad con los representantes de la Regencia absolutista en el exilio, intentando que le ofreciesen medios para crear una guerrilla pirenaica que sirviese a los intereses ultras, a la par que le catapultase a puestos de mayor importancia en el espacio político de una futura España de nuevo absolutista. Como recogen Ortiz Armengol y Fuentes a partir de los datos policiales franceses, Jorge Bessières llega en marzo de 1822 a Perpignan, donde consiguió una entrevista con el prefecto. Allí le debió exponer una nueva versión sobre su participación en la intentona republicana, según la cual había actuado en contra del gobierno liberal y a favor de la restauración de un régimen absolutista, lo cual se convertirá en su “dogma político” durante todo el periodo posterior, a decir de su manifiesto de 1823 antes citado19. En fechas poco posteriores el aventurero, que parece contar con el apoyo decidido de agentes realistas españoles asentados en Francia (con el encargo de una guerrilla en Cataluña, se le ofrece el cargo de coronel de caballería y medio millar de francos de ayuda material), tomará la localidad pirenaica de Puigcerdá, donde posiblemente contaba con ciertos vínculos al haber trabajado en una fábrica sita en la ciudad en 1816-17. Poco durará esta ocupación militar, ya que fue “traicionado” y vigilado por las autoridades de la prefectura rosellonesa tildándosele de peligroso, versátil y de com-
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BESSIÈRES, J., “Manifiesto que hace á la Nacion Española...”, BNM, VCª 1000-47, fols. 2-2v. FUENTES, J. F., “La Conjuración...”, p. 183; ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., pp. 101-102.
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pleja filiación absolutista20. En verano de 1822 pasa con salvoconducto a Foix y Toulouse, donde se entrevistó con los prefectos de ambas ciudades, tratando de convencerle de lo veraz de su posicionamiento contrarrevolucionario y de la necesidad de encabezar con financiación y seguridad francesas un movimiento guerrillero en torno a la Cerdaña española, con el proyecto de la toma de la Seo de Urgell para convertirla en base de futuras actividades en contra del gobierno liberal21. La defensa de Mequinenza (invierno de 1822) El lapso de tiempo entre el verano y el invierno de 1822 son prácticamente desconocidos para la actuación de Jorge Bessières. Sin embargo, será el movimiento de guerrillas existente en la zona del Priorato tarraconense y el valle medio del Ebro la oportunidad de Bessières para hacerse un lugar entre los grandes líderes absolutistas. Bajo órdenes del general realista Francisco Badallo, una columna de unos 1500 hombres tomaba por sorpresa la plaza fuerte de Mequinenza, junto al Ebro, considerada la llave del Priorato y del valle del Segre, desde donde las partidas absolutistas intentaron cortar todas las comunicaciones entre Cataluña y Aragón. Sin embargo, a comienzos de noviembre de 1822, el general Badallo hacía defección, pasándose a las filas liberales lideradas por el oficial Mancha, abandonando la posición adelantada de Balaguer, llave de las comunicaciones entre el Segre, el Ebro y la ciudad de Lérida, y con ello facilitando la reconquista de Mequinenza por tropas regulares fieles a Madrid. En esta situación crítica para el bando realista será el coronel Jorge Bessières el encargado, por su graduación y mérito militares, de controlar las tropas y
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Esta no es sólo una idea de la policía francesa, sino que se corresponde a una opinión compartida con los miembros de la Regencia de Urgel, caso del marqués de Mataflorida, el cual desconfiaba de Bessières y le llamaba “traidor”, idea surgida de un informe enviado al Ministerio de Asuntos Exteriores francés, según el cual éste sería un aventurero republicano que trabajaba para revolucionar al país vecino, a partir de un “proyecto [surgido] después de marzo de 1820, y en Barcelona se trabajó mucho á este fin” (Archivo de la Regencia de Urgel, Legajo 18); en DE LA FUENTE, V., Historia de las Sociedades Secretas..., p. 271. 21 El texto de un oficio dirigido a París por el prefecto de Toulouse expone el cambio paulatino de la postura de las autoridades francesas respecto a Bessières, un potencial nexo de los intereses de Francia en España: “Monsieur Jorge Bessières dice que los españoles fieles han depositado en Francia toda su confianza; que solamente ésta, de acuerdo con las potencias aliadas, puede salvar a Fernando y devolverle su poder; que la insurrección que ha estallado en todas las provincias lindantes con nosotros se haría general ante la aparición de un ejército francés, pero que, si se abandona a ella misma, sin jefes ni municiones, no podría resistir mucho tiempo contra tropas regulares: que contaba con bastante oro que le había sido enviado desde Madrid a Toulouse”; en ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 102.
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partidas sitas en la región y, a su vez, fortificar Mequinenza para evitar un descalabro mayor de la Regencia absolutista22. Su cometido, plenamente satisfactorio para los intereses realistas, le valió el ascenso a brigadier y comandante general de las tropas absolutistas del Bajo Aragón, la jefatura en Mequinenza y su cantón y la elevación por la Junta Suprema al grado de mariscal de Campo23. La marcha hacia Castilla la Nueva (enero-febrero de 1822): acciones de Albalate del Arzobispo, Zaragoza, Guadalajara, Brihuega, Madrid y Huete Con la lealtad de sus hombres y la intrínseca debilidad de las tropas gubernamentales, el recién ascendido mariscal Bessières contaba con una tropa mucho más compacta y regular de lo que se ha insistido por parte de la historiografía liberal decimonónica. Siguiendo el texto de una orden de marcha de 26 de diciembre de 1822, su Columna Volante se compone por el Regimiento de Infantería de Fernando VII, compañías de cazadores del Priorato y Valencia, varios batallones de Mora, del Priorato, y las Compañías de Catalanes, además de una nutrida caballería, todo ella bien pertrechada, dirigida y amonestada por las órdenes supremas de Bessières, quien intentó evitar conflictos con las poblaciones que encontraran a su paso y, a su vez, ganar adeptos a la causa realista24. Tras partir de Mequinenza la columna Bessières marcha al sur, ascendiendo por las laderas del Maestrazgo, en una operación “relámpago”, ya que el 2 de enero de 1823 batía a las tropas liberales acantonadas en la localidad de Albalate del Arzobispo, lugar de expedición de una ordenanza previa a su partida hacia el Ebro, en donde recolocaba sus tropas bajo mando intermedio de los coroneles Monteagut, Chambó y Ulman y hacía conocer a sus soldados una serie de órdenes que convirtiesen a la tropa en un verdadero cuerpo de ejército regular, no un simple grupo de paisanos sin instrucción o armamento reglado25. El éxito que coronaba a las acciones militares contra los liberales llevará al mariscal Bessières a amenazar la ciudad de Zaragoza el día 5 de enero de 1823,
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AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Eroles a la Presidencia de la Junta Provincial de Aragón” Guardia, 8-XI-1822 23 AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Galicia y Salinas a Bessières”, Mequinenza, 6-XII1822. 24 AGMS, Sección Capitanía General de Valencia, Caja 6259, Carpeta 122, “Orden General del 26 de Diciembre de 1822”. 25 AGMS, Sección Capitanía General de Valencia, Caja 6259, Carpeta 122, “Ordenzª pª el 2 de Enero de 1823”.
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contando para entonces con más de 5000 soldados, cifra notablemente superior con la que defendió Mequinenza semanas atrás, lo cual se puede comprender por medio de la adhesión al líder realista de numerosas partidas aragonesas hasta entonces carentes de un firme liderazgo. Sin embargo, el ataque a la capital aragonesa no tuvo mayores consecuencias que enfrentamientos menores con tropas de la guarnición, posiblemente victoriosas para el bando realista, por lo cual Bessières decidió avanzar en una marcha inaudita hacia el “corazón de la monarquía”, para aumentar tanto su fama como su ejército, poniendo “en alarma la corte misma, donde residia el gobierno” 26. Según la narración del historiador liberal Estanislao de Kotska Vayo, para nada partidario de Bessières, el jefe realista avanzó sin ningún sobresalto hasta Guadalajara, a pocas leguas de la capital de España. Conocedores del grave peligro que surgía para el régimen liberal la columna Bessières, se encomendó al comandante general de Castilla la Nueva, O’ Daly, la reunión de tropas regulares y milicias nacionales que batiesen en sus posiciones a los realistas acantonados en la Alcarria. Al comandante O’ Daly se le sumaron los hombres de Bertran de Lis y El Empecinado (yendo éste más retrasado para liquidar cualquier resistencia que persistiese tras la más que presumible derrota de Bessières), quienes salieron de Madrid entre el 16 y el 20 de enero en dirección Brihuega, campamento de la columna realista27. La confianza depositada en sus experimentadas tropas llevó a los jefes liberales a plantar cara a Bessières sin contar con el apoyo que desde el lado derecho del camino real de Aragón traía Juan Martín, el Empecinado, el día 24 de enero de 1823. El ataque será desastroso, ya que en pocos minutos las partidas y tropas realistas batían sin contemplaciones al ejército de O’ Daly en las inmediaciones del pueblo de Brihuega, abandonando en su desbandada la artillería y centenares de prisioneros en manos de Bessières. A las pocas horas, aproximadamente a las nueve de la noche, el Empecinado entraba en la localidad alcarreña sin saber del desastre del resto del ejército liberal: una celada de las tropas realistas convertiría en verdadera masacre la penetración liberal en Brihuega, pudiendo salvarse milagrosamente el Empecinado con pocos de sus hombres28. 26
VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 43. VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, pp. 43-44. 28 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 44. La documentación de las operaciones del bando liberal se encuentran en AGMS, Sección Fernando VII, Caja 7357, Carpeta 12. La noticia del descalabro liberal de Brihuega llevó a las sociedades secretas veinteañistas a ejercer durísimas críticas sobre el gobierno y los mandos militares (a quienes se acusa de complicidad con los realistas, a excepción de Empecinado, considerado un héroe por sus acciones bélicas contra Bessières, realmente poco acordes con la realidad), vid. Apéndice al Zurriago, nº 3 (Madrid, 31-I1823), págs. 12-16. 27
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El enorme triunfo, ciertamente inesperado, de la columna de Bessières frente a las tropas enviadas desde la capital motivará una enorme preocupación del gobierno liberal, se dará orden de movilizar a la milicia nacional, crear batallones de gastadores e ingenieros para fortificar la capital y reunir en torno a las cercanías de Madrid tropas regulares de la guarnición, del descalabrado ejército expedicionario y parte del ejército aragonés, bajo mando de los generales Ballesteros, La Bisbal y Velasco (el cual poco tiempo antes no había contribuido al esfuerzo movilizador para frenar a Bessières en Brihuega). Dos días después de los combates, el oficial realista, conocedor de la incapacidad para alimentar y proteger a los prisioneros, consideró pertinente libertarlos a todos, oficiales y soldados, a los que “se han dado sus correspondientes pasaportes para que regresen en paz al regazo de sus familias; previo el devido juramento de no bolber a tomar las armas contra las banderas Realistas; por exigirlo así el berdadero bien de la humanidad, la conserbación del Pueblo Español y la armonía y comercio entre los mismos hermanos unidos por los lazos de la sangre y la sociedad”; asimismo, por medio de este documento garantiza la vida de éstos amenazando de muerte a quienes maltratasen o ejecutasen a los prisioneros juramentados29. Tras reagrupar sus tropas, a las que se le habían unido numerosos paisanos, Bessières avanzará hacia Madrid, quedando a la vista de las fortificaciones levantadas con toda urgencia, aunque sin atreverse a lanzar un ataque que podría haber resultado un verdadero desastre para sus tropas. Tras haber rebasado la capital, la columna Bessières pasará incólume el Tajo, ya que no fue atacada por el ejército bajo mando de La Bisbal, del cual Vayo dice “que ofreció al gobierno deshacer aquellas hordas donde quiera que las alcanzase”30. Bessières se atrincheró en Huete hasta el 10 de febrero, para que sus hombres se repusieran de las largas marchas a las que se habían visto sometidos desde hacía semanas31. Tras corroborar la escasa disposición de los mandos liberales para atacar sus posiciones, Jorge Bessières decidió licenciar a su ejército y retirarse a la sierra de Cuenca y Teruel antes de disponerse a una nueva campaña militar, ya que desde la caída de La Seo de Urgel en manos del general liberal Espoz y Mina (y la virtual caída en desgracia de su valedor ante la Regencia realista, el barón de Eroles) carecía de cualquier nexo fiable con la alta dirección de la oposición absolutista. 29
El texto de la proclama de Bessières se encuentra en Archivo de Palacio (Madrid), Sección Papeles reservados, tomo 21; en COMELLAS, J. L., Los realistas en el Trienio Constitucional. Pamplona, Universidad de Navarra, 1958, pp. 68-69. 30 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 44. 31 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 45; COMELLAS, J. L. Los realistas..., pp. 181-182.
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La campaña de Castilla la Vieja y el fracaso ante Madrid (abril-mayo de 1823) La conversión de las amenazas de las potencias absolutistas europeas en una verdadera intervención armada bajo mando francés, los conocidos “Cien Mil Hijos de San Luis”, comandados por el duque de Angulema en los primeros días de abril de 1823 facilitó la reorganización de la presión interna realista en el espacio castellano y aragonés de la mano del mariscal Jorge Bessières. A partir de un oficio reservado enviado por éste a la Regencia, se conoce el encargo de la creación de una Junta Gubernativa de Castilla en fecha de 16 de marzo de 1823, cuyo objetivo sería “tomar á su cargo las riendas del gobierno durante su cautibidad [de Fernando VII]”. Para apoyar este embrión de gobierno provisional Bessières reanuda su actividad como aglutinador de las partidas realistas, además de evitar con ellas la evacuación de la Corte hacia Sevilla. La orden no fructificó debido a la desobediencia de muchos de sus componentes quienes, al acercarse a las afueras de Madrid, abandonarán el campo absolutista impidiendo un teórico asalto realista a la capital. Este fracaso multiplicó las voces en contra del liderazgo de Jorge Bessières como mando supremo de los ejércitos de la Regencia en el centro de España, considerando una opción plausible su sustitución por Juan Sánchez Cisneros, lo cual finalmente no se llevó a cabo32. Con estas fuerzas, Jorge Bessières conseguirá reunir un pequeño ejército, claramente más anárquico que el que había licenciado meses atrás, con el que se dispondría a “desbrozar” el camino que las tropas francesas utilizarán para tomar Madrid y “liberar” a Fernando VII del yugo liberal. Por ello se dirigió primero a Cuenca, y posteriormente hacia tierras de Soria y Burgos, tierra de tradicional control por parte del cura Merino, para limitar la presión que ejercía el ejército liberal al mando de Santillán y, además, sacudirse de la presión que desde el Centro de la Península le estaba imponiendo el conde de La Bisbal33. La partida de Bessières llegó a territorio de Castilla la Vieja a mediados de febrero de 1823, ocupando temporalmente la pequeña ciudad de Burgo de Osma. Desde allí amenazará la columna liberal comandada por Ramón de Santillán, la cual se hizo fuerte en Burgos para rehacer su estructura y efectuar la planificación de futuros ataques contra Bessières y Merino, quie-
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AMGS, Sección primera, Legajo B-2210, “Bessières a la Regencia”, Madrid, 28-V-1823.
33 SANTILLÁN, R., Memorias (1815-1856). Vol. I. Pamplona, Estudio General de Navarra, 1960, p. 91.
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nes habían aunado sus esfuerzos para “liberar” territorio burgalés y facilitar la llegada de Angulema. El día 6 de abril se llegaba a la confrontación bélica en las cercanías de Aranda de Duero: la refriega presentó claras alternativas para ambos contendientes en los primeros momentos, debido a la carga de los lanceros realistas; sin embargo, la formación, disciplina y posición del ejército de Santillán y su lugarteniente Olave decantaron la victoria al bando liberal, que al poco se convertirá en una persecución sobre los restos de las partidas realistas, que dejaban más de 500 prisioneros en manos de la columna constitucional. Sin embargo, la flexibilidad de las tropas de Bessières facilitó su reagrupación y la toma de varias posiciones perdidas, incluyendo la localidad de Aranda, antes de marchar ya sin Merino hacia las montañas de Soria, donde tomaba sin problemas la plaza fuerte de Medinaceli, siendo incapaz de reconquistarla Santillán en su marcha forzada hacia Valencia34. Por medio de la aseguración de cualquier reacción de tropas liberales en sus flancos, Bessières, con el objetivo de adelantarse a Angulema en la toma de Madrid (ya que solo “hasta entonces habia servido de vanguardia á los extrangeros”), dispuso una marcha forzada para obtener la fama y el éxito que ello le depararía. Para entonces el ejército francés ya había ocupado Somosierra y Buitrago el 17 de mayo, motivo de la huída del grueso de la guarnición de Madrid hacia Extremadura, al mando de Castelldosrius y el Empecinado, quedando el teniente general Zayas con exigua tropa para mantener el orden hasta que se hiciese efectiva la rendición de la capital a los franceses. Tras conocerse en la Corte la noticia de la cercanía de las tropas de Bessières, se produjeron diversos altercados en los barrios bajos madrileños, con profusión de desenfreno y violencia, frenados a duras penas por la guarnición liberal (19-V-1823). Bajo una tensa atmósfera, Bessières llegó al día siguiente a las afueras de la capital, conminando a Zayas a que rindiese armas a sus tropas, a lo que éste se negará rotundamente. Para entonces “manolos y chisperos” armados, acompañados con mujeres y muchachos, se desperdigaron por la ciudad “con ánimo de saquear la villa y corte apenas penetrasen en ella los facciosos, con quienes estaban en inteligencia”35. Ante la inminencia del ataque realista, Zayas ordenará que un escuadrón de Dragones de Lusitania y los cazadores se establezcan en las inmediaciones de la Puerta de Alcalá, lugar de previsible entrada de Bessières en
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SANTILLÁN, R., Memorias. Vol. I, pp. 93-101, 107-111. VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 86.
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Madrid. Será el momento de llegada de los lanceros catalanes al Buen Retiro, donde se habían concentrado las masas populares, cuando actuaron las tropas de Zayas, quien combinando caballería, artillería e infantería, conseguirá repeler a los realistas y al vulgo hacia posiciones en el citado Retiro. La carga a la bayoneta de los granaderos del Regimiento de Guadalajara, y las batidas de la caballería comandada por Bartolomé Amor, provocaron la fuga de los hombres de Bessières y el inicio de una cruel e inhumana represión en el Paseo del Prado de las personas que “habían salido á esperar a los realistas y que estaban merendando por aquellos sitios”. El resultado de los combates condujo a la huída en desbandada de las tropas de Bessières (causante del desastre “por su estúpida majadería” y terca obsesión por tomar Madrid), de las cuales quedarán 700 prisioneros, y la muerte de más de 200 civiles que habían permanecido en el Buen Retiro y en el Prado. Asimismo, la reacción de la guarnición liberal no sólo ejerció una dura represión de los grupos populares que simpatizaban con los realistas en la propia ciudad de Madrid, ya que, según el testimonio de Fernando Fernández de Córdova, “muchos centenares de paisanos habían llegado hasta el inmediato pueblo de Canillejas con el fin de derribar la lápida de la Constitución, cuando la retirada de las torpas de Bessières los dejó abandonados al furor de las tropas constitucionales”, distinguiéndose la caballería del regimiento de Almansa por sus cargas contra los civiles desarmados36. Por la brutalidad de los sucesos, y para evitar males mayores que no habían sido previstos en las negociaciones con José de Zayas, Angulema aceleró su marcha sobre la capital, entrando sus vanguardias los días 22 y 23, y él con su plana mayor, triunfantes e invictos, el 24 de mayo de 182337. Bessières en el Madrid de la Regencia realista (fines de mayo-finales de junio de 1823) La enorme derrota que había sufrido el ejército del mariscal Jorge Bessières, un verdadero desastre sin paliativos, eclipsó momentáneamente la figura de este aventurero. Tras la batalla del Buen Retiro, Bessières hubo de escapar a alguna población cercana a Madrid, ya que poco tiempo después se le vuelve a ver en la capital en los días finales de mayo y en la primera
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FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA, F., Mis memorias íntimas. Tomo I. Biblioteca de Autores Españoles., 192. Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1966, p. 24. 37 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, pp. 86-87; DE LA FUENTE, V., Historia de las Sociedades Secretas..., p. 315; COMELLAS, J. L. Los realistas..., pp. 201-202; ARTOLA GALLEGO, M., La España de Fernando VII, p. 816.
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mitad de junio. Para entonces publicó el citado “Manifiesto que hace á la Nacion Española el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos D. Jorge Bessières en junio de 1823”, fechado en 6 de junio, en donde se defiende con vehemente prosa (donde denota una cierta formación cultural) de las acusaciones que sobre su postura política y sus acciones respecto a la defensa del absolutismo fernandino había lanzado el abogado Juan Ángel Adán Trujillo, al cual, sin embargo, Bessières acusa de estar en contacto con el comunero Mancha (quien asedió en 1822 la plaza fuerte de Mequinenza), de participar expresamente en las filas realistas para su propio beneficio, o de indecibles vicios y carencia de virtudes. Pocos días antes, el 28 de mayo, el militar ya se había exculpado en un oficio reservado dirigido a la Regencia ya asentada en Madrid, reafirmando su fidelidad al bando realista, y manifestando su interés por organizar una “Division respetable con la que pueda obtener el deseado fin de rescatar a su muy amado Rey del cautiverio en que actualmente se halla, cuya gloria es la que unicamente se desea y á la que aspira por su natural inclinación y en virtud de la confianza que ha depositado en este su mas rendido y obligado vasallo”38. Si bien había parecido poco más que imposible este intento de liberación de Fernando VII, que sólo con la ayuda militar francesa se podría lograr, incluso a costa de grandes pérdidas para el bando realista, la Regencia concederá el mando de una división a Bessières, quien a mediados de junio se lanzaba a reprimir los últimos focos de resistencia liberal en Cuenca y La Mancha, zonas en donde éstos permanecieron incólumes al no pasar por ellas el ejército francés de Angulema. El otro asunto conocido sobre la estancia de Jorge Bessières en la Corte madrileña previamente a su marcha hacia Castilla la Nueva será su intervención en el juicio de Ramón de Santillán, su vencedor en Aranda, formando parte de la acusación que le imputaba el fusilamiento de 33 prisioneros de los capturados en los combates anteriormente citados. En sus “Memorias” el antiguo militar liberal considera injusto este cargo, pero por aquellos días muy complicado de refutar debido a que “el calumniador [Bessières] tenía demasiado poder en aquellos aciagos días para vengarse impunemente de su derrota sobre mi persona”. Sin embargo, el retraso y complicación del juicio por motivos varios, así como el desplazamiento del líder realista a Cuenca, favorecerán a Santillán, quien fue indultado en Valladolid a comienzos de noviembre de 1824, evitando cualquier castigo de la represiva justicia fernandina39.
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AMGS, Sección primera, Legajo B-2210, “Bessières a la Regencia”, Madrid, 28-V-1823. SANTILLÁN, R., Memorias, Vol. I., pp. 123-129.
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Las campañas de Cuenca y La Mancha (finales de junio de 1823-febrero de 1824) La División Bessières partió hacia su destino a finales de junio teniendo un número relativamente corto de hombres lo cual no sería impedimento para una fulgurante campaña en dirección a Cuenca, ciudad que cayó en sus manos en torno al 5-6 de julio, sin pérdidas para éstos. Muestran más interés no los hechos bélicos sino los actos de represión sobre los miembros de las sociedades secretas de los francmasones y comuneros, grupos muy activos en la pequeña ciudad castellana, para cuyos procesos Bessières instaurará una Junta de Seguridad Pública, cuyo funcionamiento sería paralelo al de los Tribunales Diocesanos que, bajo autoridad eclesiástica, habrán de juzgar los casos de clérigos acusados de liberales o comuneros40. Por medio de sus avances militares y los resultados de su inicial represión de elementos desafectos al absolutismo, Bessières comunicó, de manera un tanto presuntuosa, a sus superiores en Madrid que a sus tropas se les debía la paralización de todos los proyectos de los constitucionales españoles, pese a la carencia de medios (armas, sueldos...) que tuviera en el momento de la ocupación de Cuenca y su territorio41. Gozando del completo apoyo del obispado conquense, Jorge Bessières inició una búsqueda minuciosa tanto de objetos como de personas ligados a estas posiciones políticas, sin hacer distinciones entre laicos y eclesiásticos, quienes fueron encerrados con custodia militar en la cárcel pública, la de la Inquisición y en el Seminario Conciliar de Cuenca42. En los días siguientes a creación de la citada Junta de Seguridad Pública, los hallazgos en torno a estas sociedades llevan a afirmar al militar realista que “sin mas que pasar á aclarar la identidad de los papeles y efectos [de comuneros y francmasones], declaran de tal modo sus remificaciones, que creo bastará este descubrimiento para el de toda la nacion”, lo cual intentó obtener por medio de requisas e inte-
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Los documentos originales sobre los procesos judiciales sobre clérigos por parte de los Tribunales Diocesanos (1823-1826) se encuentran en Archivo Diocesano de Cuenca, Sección Curia Diocesana. Audiencia. Legajos 1620, 1624, 1625, 1627, 1639. Respecto a las sociedades secretas, la merindad de los comuneros sería fundada por Manuel Ballesteros, con autorización del conde de La Bisbal; hubo otras agrupaciones menores, o torres, en numerosos pueblos de la provincia, como Villarrobledo, Saelices o La Roda. 41 AGMS, Sección Fernando VII, Caja 7358, Carpeta 12, “Bessières al Secretario de Estado y Guerra”, Cuenca, 6-VII-1823. 42 RECUENCO PÉREZ, J., “Ilustración y liberalismo en la diócesis de Cuenca (1750-1833)”, Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea, 5 (2005), pp. 66-67.
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rrogatorios realizados en el mes de julio de 1823, cuyos resultados serán inmediatamente notificados a la Regencia de Madrid43. Tras imponer en Cuenca un gobierno vinculado al nuevo orden absolutista, Bessières marchará en agosto de 1823 hacia el sur, con el objetivo de liquidar la presión que sobre tierras de Albacete estaban provocando las últimas tropas fieles al gobierno de Cádiz. Frente a la facilidad que había supuesto la toma de las provincias de Guadalajara y Cuenca en los meses anteriores, la movilidad de las columnas liberales llevará a Bessières a planificar un ataque contando con el apoyo de otro antiguo guerrillero realista, el mariscal de Campo Manuel Adamé. Las noticias sobre la llegada de los absolutistas produjeron el abandono de las tropas liberales de las villas de Hellín y Tobarra en 9 de agosto para fortificarse en Peñas de San Pedro. Sin embargo, al amanecer del día siguiente tres columnas de caballería (300 caballos), alertadas “por sus buenos espias, que lo son todos en este Pais” de la distribución del ejército realista, avanzaron sobre la cercana brigada de Bessières, situando en su retaguardia a la infantería (unos 500 hombres) y en sus flancos a las guerrillas. Rechazada su carga por un escuadrón realista al mando del capitán Lordan, la ofensiva de la infantería y caballería de Bessières provocó el hundimiento del frente liberal, retirándose a toda prisa a las fortificaciones en Peñas de San Pedro, dejando por el camino 5 muertos y 17 heridos, por uno y dos respectivamente entre los realistas. Sin embargo, la victoria realista no consiguió acabar con el foco de resistencia liberal, debido a su exiguo número de soldados, por lo que Bessières decidirá retirarse hacia su cuartel general de Chinchilla antes de iniciar el asedio a la fortaleza de los liberales44. En la semana siguiente, uniéndose con la división del mariscal Adamé en el lugar de Venta Nueva, Jorge Bessières ocupaba de nuevo la población de Tobarra, y lanzó su caballería contra Hellín, antes de atravesar el puente sobre el río Mundo, punto de evacuación de las tropas liberales. En la sangrienta refriega, que se mantendrá en las lomas adyacentes las divisiones de Bessières y Adamé, la derrota de los liberales fue total: 107 muertos, 140 prisioneros (un teniente coronel y siete oficiales, incluidos), e innumerables
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AGMS, Sección Fernando VII, Caja 7358, Carpeta 12, “Bessières al Secretario de Estado y Guerra”, Cuenca, 11-VII-1823. El encargado de entregar en Madrid los papeles de comuneros y francmasones sería don Rafael Puig Moltó, conde de Torrefiel, primer ayudante de campo del general Bessières, quien viajaría en misión secreta y reservada el 12 de julio, llegando a su destino cuatro días más tarde; AGMS, Sección Fernando VII, Caja 7358, Carpeta 12, “Bessières al Secretario de Estado y Guerra”, Cuenca, 12-VII-1823. 44 AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Bessières al Secretario de Estado y Guerra”, Chinchilla, 10-VIII-1823.
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pertrechos y armas entre la infantería rendida y huida, sin contar las pérdidas de la caballería, que había escapado hacia lugares más seguros. Por parte realista las bajas fueron escasas, con 5 muertos (caso del capitán Luciano Cortés), y varios heridos de distinta consideración45. Pese al descalabro sufrido en la batalla del río Mundo el 19 de agosto, los restos del ejército liberal reagruparon de nuevo en los días siguientes en torno a la fortaleza citada de Peñas de San Pedro, desde donde llevarán a cabo numerosas acciones punitivas contra los elementos realistas de la zona, caso de fusilamientos de paisanos adictos al absolutismo, no respetando a su vez la capitulación del general Ballesteros ante los franceses. Para acabar con el foco de resistencia (los víveres y agua eran escasos, a decir del propio Bessières) se dispuso un perímetro de asedio por parte de cuatro compañías de cazadores del Regimiento del Infante Don Carlos, junto con un centenar de caballos y una pieza de artillería, tropas que fueron atacadas por obuses y fusiles al grito de “Viva Riego”46. Como consecuencia del asfixiante sitio y de las penosas condiciones de vida dentro del fuerte, a fines de septiembre de 1823 capitulará la guarnición, con lo que toda la región de Albacete quedaba definitivamente en manos de la Regencia absolutista. La rendición de Peñas de San Pedro llevó a Bessières a proseguir la campaña de represión de los reductos liberales en La Mancha, hasta febrero de 1824, mientras que a su vez trataba de hacer validar su graduación de mariscal de Campo, concedida en 1822 por la Regencia de Urgel, motivo de varias visitas de aquél a Madrid47. La vigilancia y pacificación de las tierras manchegas, encomendada a Bessières por orden expresa del ministro de la Guerra, Benito San Juan, condujo a las tropas realistas a su alojamiento en el cuartel general de Villarrobledo, base de las columnas que partirían a las localidades cercanas todavía resistentes al restaurado sistema absolutista o que daban cobijo a liberales prófugos de la justicia fernandina. Así pues, bajo el punto de vista de Jorge Bessières, la realidad política manchega era compleja: 45
AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Bessières al Secretario de Estado y Guerra”, Hellín, 19-VIII-1823. Pocos días después, el día 24 de agosto el mariscal Bessières dirigiría un manifiesto ultrarrealista “a los religiosos y leales manchegos” donde criticaría la actitud moderada francesa desde la proclamación de la “Ordenanza de Andújar” de 8 del mismo mes; ver FONTANA, J., De en medio del tiempo. La segunda Restauración Española. Barcelona, Crítica, 2006, p. 189. 46 AGMS, Sección primera, Legajo B-2210, “Bessières al marqués de Campo Sagrado”, Chinchilla, 6-IX-1823. 47 En varios documentos de su expediente militar, Jorge Bessières pide a Palacio una entrevista a solas con el recién repuesto en el trono absolutista Fernando VII, ya a fines de diciembre de 1823, para referirse a asuntos de interés para el gobierno.
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“Resulta que los individuos de los Pueblos, de las cuatro partes, las tres están abierta y notoriamente declarados á favor del Trono y del Altar: A la mitad de la cuarta parte les ha hecho impresión las canciones, voces y esperanzas de los capitulados y estan indiferentes: Pero la última mitad que por ser la porcion acaso mas rica, tiene relaciones y manejo (y, por desgracia embebe parte del gobierno), ó se pronuncia por el Sistema Constitucional ó cuando menos entorpece bajo frivolos pretestos todo lo que tiene resabio de Real. Esta pequeña parte que á presencia de nuestras tropas aparentaba sumisión, ha celebrado en su ausencia juntas y reuniones secretas, casi en todos los pueblos en que las tenia en el ominoso sistema; mas por fortuna á copia de oro y de diligencias he llegado á descubrir la trama de alguna de ellas”48. En su relación de los sucesos en que su tropa tomó parte contra las sediciones liberales, descollaron acciones como la de El Toboso. Bajo petición expresa de los realistas y el ayuntamiento de la población de La Mancha, Bessières envió una pequeña fuerza para evitar alteraciones violentas, debido a la actitud del alcalde mayor interino, Lorenzo Martínez, ferviente partidario del régimen liberal y limitador de la acción de los absolutistas. La investigación de los enviados del oficial realista a El Toboso descubrió que el citado alcalde se negaba a castigar al jefe de los comuneros de la villa, además de acaudillar, con apoyo del boticario del pueblo y otros posibles comuneros, un movimiento subversivo de trascendencia regional, que afectaría no solo a El Toboso, sino también a Mota del Cuervo, Quintanar de la Orden y otras localidades cercanas. Todo ello evidencia el arraigo que en las primeras décadas del siglo XIX tendrá el liberalismo exaltado en esta zona castellana, y que sólo la represión armada por parte de fuerzas de choque realistas llegó a limitar o condenar al silencio de la Historia.
Los últimos años de Jorge Bessières: ascenso y caída de un líder ultrarrealista (1824-1825) La segunda Restauración Absolutista y la división del partido realista; el caso de Jorge Bessières El desarrollo de la guerra civil habida en España entre liberales y absolutistas, que tuvo como espectador privilegiado al ejército francés del duque de Angulema, futuro delfín de Francia durante el reinado de Carlos X de 48
AGMS, Sección Fernando VII, Caja 7362, Carpeta 16, “Bessières a San Juan”, Villarrobledo, 19XI-1823.
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Borbón, gestaría una nueva realidad sociopolítica en la nación española, que por sus luces (más bien escasas) y sombras (las más durante el periodo) servirá de puente entre el Antiguo Régimen, cada vez más caduco pese a los intentos por rejuvenecerlo por amplios sectores de la opinión pública, y el liberalismo que progresivamente iba calando en la sociedad europea de comienzos del siglo XIX. En esta “Década Ominosa” fernandina, cuyos avatares están siendo revisados y estudiados con mayor interés por los actuales investigadores, jugará un papel clave el personaje a quien dedicamos este estudio, debido a su actividad en pro de la restauración total del régimen absolutista tal y como pervivía en 1820. Jorge Bessières, héroe de guerra para los más exaltados realistas a causa de sus campañas normalmente victoriosas contra el gobierno liberal entre 1822 y 1823, dará comienzo a una nueva etapa de su vida política, reivindicando un puesto de importancia en la nueva España absolutista a los dirigentes y al propio monarca. Lo que puede ser considerado motivo de su paso del radical liberalismo en 1821 al exilio francés y a la adopción de un nuevo credo político al año siguiente, el interés por el ascenso social y económico en su país de adopción, le llevará a actuar de manera primero directa y posteriormente subversiva con respecto al régimen que tanto había contribuido a levantar. Por ello, antes de analizar en profundidad su participación en el frustrado pronunciamiento de agosto de 1825, será necesario tratar otros asuntos no necesariamente ligados a ello, pero sin los cuales no se podría conocer la situación personal previa de Bessières antes de su adhesión fiel e inquebrantable al ultrarrealismo borbónico. Las peticiones de Bessières a Palacio: ascenso militar y confesión de asuntos reservados (diciembre de 1823-enero de 1824) Como se indicó en el epígrafe anterior, estando todavía dirigiendo campañas de “limpieza” represiva contra los últimos liberales manchegos (disolverá su División del Ejército de la Fe en febrero de 1824), Jorge Bessières intentó contactar con Palacio para obtener ciertos favores como contraprestación por los servicios cumplidos a favor de Fernando VII. Una razón de ello radica en la necesidad de hacer validar legalmente su graduación de mariscal de Campo, concedida por la Regencia absolutista a fines de 1822. Las pesquisas oficiales y el trabajo burocrático sobre ello se extendieron entre enero y noviembre de 1824, teniendo que recurrir a numerosas acreditaciones expedidas por la cancillería de la citada Regencia de Urgel y por el Ministerio de la Guerra en el periodo bélico.
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El ascenso será finalmente concedido junto con un sueldo fijo de 24.000 reales anuales, una tasa nada desdeñable observando la situación crítica de la Real Hacienda española; para ello se incidía a la participación del militar en el conflicto: “Fernando VII... por cuanto atendiendo al mérito, servicios, circunstancias de vos, D. Jorge Bessieres en la pasada epoca de la Rebelión, y á los muy particulares que contrajisteis en las brillantes acciones de Albalate del Arzobispo, Zaragoza, Brihuega, Guadalajara y otras, he venido en concederos el empleo de Mariscal de campo de mis Ejércitos”49, aunque no se le pagaría hasta mes y medio después de su disposición50. Este caso de legitimación de los títulos, prebendas o cargos otorgados en plena guerra a los caudillos realistas, caso verdaderamente excepcional, ya que el gobierno fernandino se mostraba poco dado a apreciar a quienes habían participado en su restauración final; posiblemente tuvo mucho que ver en ello la amistad habida entre Bessières, Eroles, Adamé y Aymerich, o el aprecio dispensado por el monarca al aventurero hispanofrancés51. Sin embargo, la relación existente entre el mariscal realista y Palacio no sólo se circunscribía a la oficialización de su cargo militar, sino también poseía una vertiente más “política”. Las campañas que Jorge Bessières había realizado a favor del Trono y el Altar le habían convertido en un personaje popular y temido, conocedor de los entresijos de la realidad española. Si bien es casi imposible su adscripción inicial a sociedades secretas, sobre todo la masonería (de la que le acusarían Vicente de la Fuente, Benito Pérez Galdós y Pío Baroja), la represión que había llevado a cabo en Cuenca y La Mancha contra comuneros y francmasones le proporcionaría un amplio conocimiento sobre estos grupos, todavía influyentes en medios de poder. Posiblemente habría que incidir en este hecho para explicar el interés de Bessières de entrevistarse con Fernando VII en diciembre de 1823. Según se desprende de un oficio enviado al Ministerio de la Guerra a fecha de 4 de diciembre de 1823, Bessières se jacta de tener conocimiento de “asuntos interesantes, y habiendose mis cuidados por los abisos de fide49
AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Fernando VII a Bessières”, Madrid, 15-XI-1824. Asimismo se le concederían una paga doble por antigüedad de empleo (desde 6 de diciembre de 1822), el escudo de Fidelidad y la Cruz Militar de Fidelidad de Primera Clase; AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Aymerich a la Junta de Calificación de Empleos”, Madrid, 15-XI-1824. 50 AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Aymerich a Bessières”, Madrid, 30-XII-1824. 51 En un oficio elevado a Palacio se indica que el militar realista con “prontitud que con el baston de el se desprendió en Madrilejos (sic) para depositar en manos de V. M. la renuncia [del cargo de mariscal] que no se dignó aceptar [el monarca]”, un acto de modestia hasta ahora desconocido del orgulloso Bessières; AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Bessières a Palacio”, Madrid, 18XII-1824.
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dignos confidentes (de los cuales V. M. conoce algunos) y requiriendo los sigilosos asuntos de que se trata que V. M. se entere de ellos minuciosa y prontamente”, para lo que era preciso una entrevista ante el monarca finalmente concedida “por el corto espacio de dos horas”52. Sin embargo, si se analiza un memorial enviado en 19 de enero de 1824 al soberano, sólo se puede deducir que estas noticias secretas serían un señuelo para agradecer directamente a Fernando VII por la concesión del grado de mariscal de Campo, pedir mejoras en material y sueldos a sus hombres acantonados en Villarrobledo, y confiar su ulterior destino en manos de su monarca absoluto, al que había servido con “quarenta y cinco acciones ganadas, ocho fortalezas tomadas, ocho mil prisioneros entre ellos tres generales, ochenta y siete oficiales, trece piezas de artilleria con su tren é infinidad de municiones armas y vestuarios recogido todo sobre el Campo de Batalla”53. La participación de Bessières en las Juntas Apostólicas madrileñas (1824-1825) Como se ha expuesto a lo largo del trabajo, el mariscal Bessières fue un personaje complejo, controvertido, oscuro y peculiar, desde sus orígenes hasta su muerte. Por ello todavía persisten una serie de lagunas que con lo exiguo de la documentación hispanofrancesa no pueden ser subsanadas. Una de ellas correspondía a la iniciación de este aventurero, ya devoto del realismo y de la Tradición (abandonando sus orígenes mucho más “liberales”), en los conciliábulos ultras que desde los mismos momentos de la liberación de Fernando VII de su “prisión” gaditana proliferaban en las principales ciudades españolas. Los trabajos de Vicente de la Fuente, Luis Alonso Tejada, Juan Francisco Fuentes o Josep Fontana sobre la inicial configuración de un grupo de presión y posterior partido “apostólico” han logrado exponer de manera clara y concisa cuáles fueron los intereses, objetivos y funcionamiento de las asociaciones secretas que trabajaban por acabar con los gobiernos moderados, reinstaurar el Santo Oficio, e implantar un régimen verdaderamente absolutista, sin concesiones a los que poco antes habían ocupado el poder en España, los “negros”, que había de ser exterminados por los defensores de la Fe y el Trono. Jorge Bessières, que se consideraba un fiel vasallo y deudo de Fernando VII, ya fuera bien por cuenta propia bien por instigación de sus conoci52
AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Bessières a Fernando VII”, Villarrobledo, 4-XII-1823; AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Aymerich a Fernando VII”, Madrid, 9-XII-1823. 53 AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Bessières a Fernando VII”, Madrid, 19-I-1824.
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dos, comenzaba a postularse en el ala radical de los realistas ya a mediados de 1824, como indica un testimonio policial en donde se expone la connivencia del Barón de Eroles, el oficial Sempere y los mariscales Adamé y Bessières, los cuales se habían reunido en Tarancón para conferenciar sobre la necesidad de “obligar a Fernando VII a cambiar de política, o -probablemente- de proclamar a Don Carlos”54. Este hecho, que el propio profesor Comellas no se atreve a confirmar, muestra la temprana adscripción de estos conocidos militares a favor de un giro conservador de la situación, denunciando la pasividad del monarca restaurado a la hora de imponer un régimen por el que habían combatido durante años con todas sus fuerzas; por tanto, todo ello se resume en el concepto definido por Jean-Philippe Luis como “victoria traicionada”55. Observando los casos del fracasado pronunciamiento del general Capapé en Aragón, que sin embargo propició la caída del ministro Cruz (mayo de 1824), y la intentona que no llegó fructificar bajo mando del citado mariscal Adamé en La Mancha (septiembre de 1824), se puede indicar que era evidente la necesidad de forjar una conspiración con las suficientes ramificaciones tanto militares como civiles que pudiesen llevar a buen puerto los deseos del bando apostólico, ya reafirmado sobre presupuestos violentos, nada sutiles56. Para ello, escogieron como cabeza visible del movimiento conspirativo al oficial ultrarrealista más laureado y temido, pero también más vinculado por su trayectoria a conspiraciones y asuntos subversivos, el mariscal Jorge Bessières. Organizados en diversas células semiautónomas residentes la mayoría en Madrid, los conspiradores establecieron un complejo sistema de actuación no sólo con el objetivo de derrumbar el nuevo gobierno moderado, ahora en manos de Zea Bermúdez, sino para crear un embrión gubernativo que le sustituiría. El funcionamiento de estas juntas apostólicas, muy bien descrito por los citados Alonso Tejada y Fuentes, estaba caracterizado por una estructura piramidal, en cuya cabeza se disponían personajes ocultos, presumiblemente pertenecientes a la Familia Real (¿Carlos María Isidro? ¿María Francisca de Bragança? ¿El propio Fernando VII?) y el gobierno
54
El documento se encuentra en AHN, Sección Consejos, Legajo 51556, fols. 66 y ss; en COMELLAS, J. L. Los realistas..., pp. 221-222. 55 LUIS, J.-P., “La década ominosa (1823-1833), una etapa desconocida”, en SÁNCHEZ MANTERO, R. (Ed.), Fernando VII. Su reinado y su imagen. (Revista AYER, 41). Madrid, 2001, p. 98. 56 Sobre la insurrección de Capapé, ver FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 160-166; sobre la conspiración manchega de Adamé, ver FUENTES, J. F., “Madrid, en vísperas de la sublevación de Bessières”, en VV. AA., Revisión de Larra (¿Protesta o Revolución?). París, Les Belles Lettres, 1984, pp. 99-100.
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(¿Infantado? ¿Calomarde? ¿España?), quienes actuarían por medio de testaferros eclesiásticos y algunos laicos; en un nivel inferior se situaba el grueso de la conspiración, que se conformaría por los mariscales Bessières y Valero Podio, el general Chaperón, el vizconde de La Torre (quien no dudó en poner sus bienes al servicio de los conspiradores), el antiguo superintendente general de Policía, Mariano Rufino González, los canónigos Alameda, Bravo, Molle, Salomé, Solera, el cura guerrillero Merino, el marqués de Mataflorida, etc. Éstos fueron los encargados de dar cuerpo a la conspiración en sus habituales tertulias celebradas en casas de particulares y en conventos madrileños; su actividad también correspondía a inflamar a las masas populares, eminentemente absolutistas, y a oficiales del ejército en toda la Península para que se adhiriesen, en el momento adecuado, al levantamiento ultra57. Frente a lo que se pudiera pensar, este movimiento fue seguido en todo momento por las autoridades gubernamentales, como consecuencia de filtraciones de información de varios de los implicados en la trama, especialmente el canónigo Solera, y de los autos realizados por agentes policiales como Manuel Cerezo, José Barceló, Flont y Closas, etc58. Una vez conocida por el jefe de gobierno, Francisco de Zea Bermúdez, la trama conspirativa no actuó de inmediato para frenar el golpe que se preveía dar para verano de 1825, sino que “no quería caer en el error cometido por el Ministro Cruz cuando la conspiración del General Capape”, ya que si arrestaba a los promotores del alzamiento antes de que éste se produjera, se vería reducido el número de encausados y, con ello, sin descubrir el “cerebro” conspirativo59. La otra manera de limitar el alcance del previsible pronunciamiento de Bessières se fundamentaba en el cambio de los potenciales correligionarios de los ultras de sus puestos de gobierno. Así se sustituyó a Aymerich en la cartera de Guerra por el moderado marqués de Zambrano, poniéndose en puestos clave del ejército a realistas más tibios como Bassecourt, Carvajal, Pezuela, Caro, Campo Sagrado, Quesada y, como excepción, al conde de 57
ALONSO TEJADA, L., Ocaso de la Inquisición en los últimos años del reinado de Fernando VII. Juntas de Fe, Juntas Apostólicas, Conspiraciones Realistas. Madrid, Ed. Zyx, 1969, pp. 127-132; FUENTES, J. F., “Madrid, en vísperas...”, pp. 101-104. 58 La documentación policial sobre la conspiración de las Juntas Apostólicas de Madrid se encuentra en AHN, Sección Consejos, Legajos 12274, 12292 y 12293. 59 EGGERS, E. R. y E. FEUNE DE COLOMBI, Francisco de Zea Bermúdez y su época, 1779-1850. Madrid, CSIC, 1958, p. 99. El encausado principal, Capapé, acusó de colaboración en su pronunciamiento a Jorge Bessières, quien se defendió negando su inculpación; vid. VV. AA., Actas del Consejo de Ministros. Fernando VII. Tomo I (1824-1825). Madrid, Ministerio de Relaciones con las Cortes y de la Secretaría del Gobierno, 1989, “Sesión de 30-XII-1824”, págs. 107-108.
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España, nuevo comandante de la Guardia Real60. Con respecto a Bessières, a este se le otorgaron los cargos de Comandante General de la Provincia de Cuenca y Sub-Inspector de los Voluntarios Realistas de la misma provincia, posiblemente, para alejarle de sus contactos conspirativos, aunque por “motibo de los grabes y urgentisimos asuntos de que se vé rodeado el exponente como por sus achaques y enfermedades”, no podía tomar posesión de sus nombramientos, intentando poco a poco retrasar su marcha, o incluso suspenderla con solicitud al monarca, para hacerla coincidir con su sublevación61. Por medio de estos cambios quedaba muy debilitada la conexión militar del pronunciamiento, del cual sólo dependería la actitud de oficiales de menor graduación acantonados con sus hombres en provincias y de los Voluntarios Realistas más exaltados, ya que también existía una dura división de opiniones en este cuerpo paramilitar a la altura del verano de 182562. Antes de darse inicio al levantamiento definitivo (a tenor de los oficios policiales) la nueva situación hizo variar el proceso de expansión de los radios de acción militares, estableciéndose como centro a Madrid (donde los conjurados consideraban la obtención del apoyo de la Guardia Real y la Familia Real, especialmente, del Cuarto del infante don Carlos), y otros focos paralelos en Castilla la Nueva, Aragón, Cataluña, Galicia, Granada y Levante, desde donde convergirían para hacer triunfar la causa apostólica63. A finales de julio, en medio de los numerosos e infundados rumores políticos que salpicaban la vida diaria de Madrid, reuniones conspirativas tomaron la decisión sine qua non del liderazgo de Bessières, a quien se entregó una enorme suma de dinero para los gastos de su campaña hacia Cuenca y Aragón, y de la prontitud del estallido de la trama64. Conociendo la policía fernandina la cercanía del levantamiento armado, esta procedió al arresto de dos oficiales fieles a Bessières la noche del 15 de agosto, con lo que éste salió de Madrid sin comunicarlo a ninguno de sus colaboradores
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EGGERS, E. R. y E. FEUNE DE COLOMBI, Francisco de Zea Bermúdez..., p. 98. AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Bessières a Fernando VII”, Madrid, 13-VII-1825. 62 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 185-186. 63 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 187-188. 64 FUENTES, J. F., “Madrid, en vísperas...”, pp. 101-104. Según el testimonio del “traidor” Solera, en los primeros actos tras la sublevación se procedería a la captura de los ministros, jefes militares, miembros de los consejos y la Policía no utilizando la fuerza, sino un engaño perpetrado por la Guardia Real, a la que se creía adicta al ultrarrealismo, como habían evidenciado en 1822; vid. ALONSO TEJADA, L., Ocaso de la Inquisición..., p. 139. Asimismo, el encargado de negocios de Portugal comunicó la vinculación entre Bessières y José Agustín Fort con anónimos realistas residentes en Extremadura y Portugal; vid. VV. AA., Actas del Consejo de Ministros, “Sesión de 18-VIII-1825”, pág. 302. 61
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(ni los del bando de Eguía, al que pertenecía Jorge Bessières, ni los de Mataflorida -grupos fuertes del movimiento denominado ya por entonces “carlista”-)65, dando inicio al pronunciamiento que recibirá su nombre para la posteridad. El pronunciamiento de Bessières (15-26 de agosto de 1825) La realización práctica de la trama civil-militar apostólica gestada a partir de 1823 se produjo a mediados del mes de agosto, cuando los conjurados observaron que el laissez faire del gabinete Zea Bermúdez ya había estrechado su cerco policial. La huida precipitada del mariscal Bessières hacia su base de Brihuega, donde contaba con el apoyo de numerosos sectores realistas ya desde la época de su victoria en la localidad contra las columnas liberales en enero de 1823, sembró el caos en los grupos conspirativos madrileños, que a falta de una dirección única perdieron toda iniciativa política, esperando a observar cómo se desarrollaba la intentona de su líder militar. En la noche del día 15 Bessières ya había enviado por delante de sí varios emisarios a Guadalajara “para que divulgasen la falsa nueva de que en el alcázar real mandaban los masones, y que se habia vuelto á colocar la lápida de la Constitución”66, pretendiendo con ello que se sumasen en su levantamiento los voluntarios realistas de la ciudad alcarreña, algunos de los cuales partirán a reunirse con el mariscal sublevado en Brihuega la mañana del día 16. En esta villa ya estaban organizados los voluntarios, esperando la llegada de Jorge Bessières “con objeto de poner presos y matar a todos los reputados adictos al sistema constitucional”, como tuvo conocimiento el intendente de policía de la provincia de Guadalajara el día anterior67. La elección de Brihuega como epicentro del levantamiento ultra en Castilla la Nueva correspondía a las citadas amistades entre el mariscal Bessières y varios prohombres realistas (no así el alcalde mayor, de tendencia política moderada), quienes vigilaron el establecimiento de un arsenal que dotase de armamento a los insurrectos, algo que no pudo darse en otras ciudades de mayor envergadura, como Cuenca, Guadalajara o Molina de Aragón, poblaciones mejor controladas por los dirigentes de Madrid. Sin embargo, la soterrada actuación policial de Zea Bermúdez ya había anunciado la guarda de 65
ALONSO TEJADA, L., Ocaso de la Inquisición..., p. 135. VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 260. 67 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., p. 190. 66
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“efectos militares (...) con aprovacion de V. M. fueron entregados al Cuerpo de Voluntarios Realistas de Brihuega”, con resguardo del propio Bessières, los cuales se retiraron a dependencias policiales en Guadalajara ante la queja airada del propio mariscal de Campo68. Pese a las dificultades habidas tiempo atrás, la figura de Bessières seguía despertando firmes apoyos en la localidad y en la región misma, lo que facilitaría el éxito inicial de su pronunciamiento: contando con unos 400 hombres, tanto antiguos guerrilleros como voluntarios realistas, desarmará en Brihuega a 50 provinciales de Cuenca que se hallaban de guarnición de la villa. Para ese mismo día 16 de agosto, escaparon dos oficiales del Regimiento de Caballería de Santiago, siendo acompañados por media docena de soldados, sublevándose a continuación en sus cuarteles de Getafe el resto del Regimiento, al mando del comandante Valerio Gómez, quien puso al servicio de la causa apostólica tres compañías del mismo regimiento, aproximadamente 70 jinetes. Sin embargo, “al conocer el objeto de la marcha”, los soldados del comandante Gómez desertaron en masa a lo largo del camino, llegando a Brihuega en la tarde del día 16 sólo éste y cuatro oficiales69. Conocidos los sucesos alcarreños por Fernando VII, quien se encontraba en el palacio de La Granja de San Ildefonso con parte de la corte, éste no dudaría en castigar a los pronunciados, contando para ello con el apoyo de los consejeros moderados (Zea y Zambrano, especialmente), así como de “sus propios instigadores para acelerar su vencimiento [de Bessières] y ponerse á cubierto de las resultas del malogro de su empresa”70; en este sentido se redactó el Real Decreto de 17 de agosto de 1825 en donde se tomaron las medidas destinadas a condenar a los insurrectos y evitar, aludiendo a castigos ejemplares, toda ayuda del ejército o del pueblo a la causa de aquéllos, aunque todavía no se conociese al principal culpable de ello. Además de publicar este decreto Fernando VII promovió el envío de una expedición armada bajo mando de los mariscales Vicente Osorio y Carlos Sexti, encargados de acabar con los sediciosos71. 68
AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Bessières a Fernando VII”, Madrid, 13-VII-1825. Las disposiciones del Consejo de Ministros llevaron a interceptar “dos ó tres cajones de lanzas, algunos sables, cartucheras, fusiles, &a” a favor de Bessières, a quien se interrogó por ello; vid. VV. AA., Actas del Consejo de Ministros, “Sesión de 2-VIII-1825”, pág. 275. 69 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, pp. 260-261. FONTANA, J., De en medio del tiempo..., p. 190. 70 Al confirmarse el fin de la intentona de Bessières, Fernando VII condecorará a los artífices de la derrota, como España, San Román, Zambrano y Montealegre, pero también a muchos “que habian soplado la llama ó puesto el hacha incendiaria en manos de los sacrificados”; en VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, pp. 261, 263. 71 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 262.
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Previniendo el ataque gubernamental, la columna de Bessières avanzó por el camino real de Aragón, dirigiéndose en la noche del día 18 a la plaza fuerte de Sigüenza, para ampliar su número de soldados con los voluntarios realistas de esa ciudad y los del sur de Soria y Aragón, además de apoderarse, según Fontana, de los caudales de las salinas de la zona. Sin embargo, al conocer por palabras de un oficial realista de Sigüenza el decreto del día 17, abandonó el asedio a esta fortaleza y licenció a sus hombres de a pie, dirigiéndose con los oficiales hacia los Montes Universales y la Serranía de Cuenca, siendo seguidos por más de 3000 hombres dirigidos ya en estos momentos por el Conde de España72. Viéndose perdidos Bessières y sus compañeros decidieron entregarse a las autoridades locales antes que a las fuerzas enviadas desde Madrid; así pues en la tarde del 20 de agosto pidieron al alcalde mayor de Torrubia que aceptase su entrega para acogerse al indulto expresado en el artículo primero del Real Decreto del día 17, exponiendo que no lo habían hecho entes, en Sigüenza, por la negativa de sus dirigentes militares. Sin embargo, al día siguiente los sublevados intentarían jugar su última baza antes de la rendición, retirándose a los pinares conquenses, donde serán perseguidos por el teniente coronel Saturnino Albuín, el antiguo guerrillero conocido como “El Manco”, al mando de una avanzadilla del ejército del conde de España, guarnecido en Molina de Aragón73. El día 23 de agosto claudicaron Bessières y sus colaboradores, 14 oficiales, 3 sargentos y 4 soldados, en la pequeña localidad de Zafrilla, lindante con la provincia de Teruel74. Llevados por Albuín al cuartel general de Molina, en el trayecto conocieron las disposiciones dadas por el ministro Zambrano y corroboradas por Fernando VII el día 21 del mismo mes, en las cuales se retiraba a Bessières todos sus oficios y honores por “traidor”, al igual que al resto de sus hombres, los cuales en teoría no podrían ser ajusticiados por haberse rendido sin mostrar oposición alguna a las tropas reales. Sin embargo la realidad era muy distinta, ya que se estaba preparando un castigo ejemplar para acabar con cualquier intento posterior de alzamiento apostólico. La columna de Albuín regresó a Molina de Aragón en la noche del día 25 de agosto, ordenando su superior, el conde de España su reclusión en
72
VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 262. FONTANA, J., De en medio del tiempo..., p. 191. 73 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 191-192. 74 AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Blanco Cavallero al Secretario de Estado y Gracia y Justicia”, Molina de Aragón, 25 de agosto de 1825.
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“una casa de esquileo inmediata a su campamento, habiendo mandado colocar un crucifixo con dos velas en la sala de su prisión”75. A partir de este momento se da inicio al último misterio sin resolución sobre la vida de Bessières, como corresponde a la actuación que para con él y sus compañeros tendía el conde de España. Siguiendo la relación de los acontecimientos expuesta por el historiador liberal (y antifernandino) Estanislao de Kotska Vayo, España puso en capilla a los presos, “sin dar oidos á sus justos lamentos, pues esponian que obedientes á la real orden del 17 se habian rendido á la primera intimidacion sin oponer resistencia”. España no tomó siquiera declaración a Bessières, al menos sólo con lo relativo a cuestiones del alzamiento, “para que no descorriese el velo á la horrible máquina, y apareciesen en su verdadera forma los artífices de ello”76. Sobre la negación del jefe realista algunos autores han indicado que se trataría de una orden expedida desde Palacio, por el ministro Zambrano, y aprobada sin desacuerdo alguno por el propio monarca, ya que el traidor Bessières no lo hizo a la primera opción de hacerlo, en Sigüenza77; sin embargo, al atenerse a la poco explícita Real Orden de 17 de agosto (y no a la del 21, que todavía no se había publicado para la fecha en que la columna Bessières se hallaba en la localidad serrana), puede resultar poco creíble la postura de España. Además, ya fuera durante el coloquio que tuviera con Bessières, ya después de su ejecución, España quemó los papeles encontrados en el equipaje del mariscal, posibles cartas de recomendación o salvoconductos expedidos por personajes del gobierno o de Palacio, que podrían salpicar al propio España o desenmarañar la trama “en cuyos hilos estaban enredados obispos, generales, el clero y los realistas de todo el reino”, según un supuesto testimonio que “se le escapó” a Jorge Bessières en su interrogatorio de la madrugada del día 2678. Por su parte, Fernández de Córdova irá más allá, indicando que Bessières “llevaba del rey un salvoconducto” conseguido por su amistad con el infante Carlos María Isidro, lo que oscurece aún más el alcance de la trama conspirativa79. 75
FONTANA, J., De en medio del tiempo..., p. 192. Los condenados serían el mariscal Jorge Bessières, el coronel Francisco Baños, los comandantes Valerio Gómez y Antonio Perantón, el ayudante de campo Francisco Ortega y los tenientes José Velasco, Miguel Cisvona y Simón Torres; tanto esta lista como las afirmaciones citadas se encuentran en VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, pp. 263, 453. 77 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., p. 192. 78 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 263. Algunos autores, caso de Alonso Tejada, consideran que la rapidez del proceso se debería a la intención de Fernando VII para evitar que el nombre de su hermano Carlos María Isidro apareciera como el principal instigador del golpe fracasado; en ALONSO TEJADA, L., Ocaso de la Inquisición..., p. 135. 79 FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA, F., Mis memorias..., Vol I, p. 31. 76
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Tras la aplicación de los auxilios espirituales católicos, se fusilaba a los ocho presos a las ocho y media de la mañana del día 26 de agosto de 1825; Vayo explicita que “sufrieron tranquilos la muerte”80. Con este proceso se puso fin a la esperpéntica sublevación apostólica personificada por Jorge Bessières, aunque la trama conspirativa no fuera castigada con la crueldad que recibieron los testaferros encargados de su puesta en marcha. El fusilamiento de Bessières y sus oficiales llevó al fracaso asimismo a otras intentonas ultras desarrolladas en Zaragoza, Granada (por el portaestandarte de caballería Morales, que fue ejecutado), Tortosa (posiblemente por instigación del obispo Víctor Sáez, antiguo confesor y consejero real), Santander y Villena81. En la capital del reino se produjo el arresto de numerosas personalidades, tanto eclesiásticas (Rojas, Estolaza, Solera, Molle, Bravo) como laicos y militares (Gordón, Valero Podio, Ceberg), algunas de las cuales fueron confinadas en conventos, presidio o enviadas al exilio en diversas partes de España82. La negativa a investigar a personajes de mayor envergadura, sobre todo de Palacio, pudo haber sido propiciada por el ministro Calomarde, posible instigador de la conjura y partidario de don Carlos, el cual prefería un castigo ejemplar a los que se habían levantado en armas que un proceso judicial de desconocidas consecuencias para el “partido apostólico”83. Sin embargo, pese a todos los esfuerzos del gabinete moderado de Zea Bermúdez para evitar que se desarrollase con aún más fuerza el bando ultra en Palacio, por medio del procesamiento y castigo de los conjurados “más visibles” de la trama apostólica de verano de 1825, esta facción palaciega no vería demasiado mermadas sus filas y fuerzas, ya que poco tiempo después, un golpe silencioso alejaba progresivamente a Zea del favor del sobe-
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VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 263.
81 VAYO, E. K., Historia de la Vida y Reinado..., Vol. III, p. 263. FONTANA, J., De en medio del tiempo...,
p. 193. Sobre la causa de tres oficiales ultras de Villena y su vinculación a los rebeldes Monteverde y Bessières, consultar AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “Carvajal al Secretario de Estado y Guerra”, Valencia, 27-IX-1825; sobre la intentona del obispo de Santander y de los oficiales de los Voluntarios Realistas, vid. VV. AA., Actas del Consejo de Ministro, “Sesión de 9-IX-1825”, pág. 339. 82 No sólo se perseguiría a los posibles conspiradores apostólicos en Madrid, ya que las investigaciones formadas por autoridades civiles y militares se centrarían en localidades cercanas a Madrid o en la propia Brihuega, donde se encarcelaría a 127 voluntarios realistas que habían participado en la causa de Bessières; en la villa alcarreña las pesquisas durarían hasta bien entrado el año 1826, cuando se dejaría en libertad a los inculpados en la trama; ARChV, Sección Gobierno de la Sala del Crimen, Caja 0002.0015, “Real Orden para el Alcalde Mayor de Brihuega”, Palacio, 1826; AGMJ, Armario 16, Legajo 48, Cordel 82; AGMS, Sección primera, Legajo B- 2210, “España al Secretario de Estado y Guerra”, Madrid, 8-XII-1825; VV. AA., Actas del Consejo de Ministros, “Sesión de 28-IX-1825”, pág. 366. 83 ALONSO TEJADA, L., Ocaso de la Inquisición..., pp. 136-137. FUENTES, J. F., “Madrid, en vísperas...”, pp. 108-109.
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rano, siendo destituido de su cargo en 24 de octubre del mismo año, quedando en su lugar al frente de la administración del Estado el reaccionario Duque del Infantado, con lo que se respaldaba el viraje apostólico de la Corte española84.
Conclusiones Analizar la vida de un personaje nunca es una tarea fácil para cualquier historiador, ya que para ello se ha de tener en cuenta la parcialidad de muchas de las fuentes, la opinión de otros autores y la propia apreciación personal de quien rescata los actos y hechos de aquel a quien se dedica el estudio. Por ello se ha intentado evitar cualquier valoración sobre la moral o muchos de sus vivencias, mostrando un personaje sólo a partir de las fuentes que se han considerado fidedignas para su análisis. Así pues, es muy probable que no se haya dado una respuesta final sobre algunas de las incógnitas que perviven sobre el personaje, un “hombre de acción” complejo, novelesco y esquivo, del que no se conserva ninguna información personal fiable, ni de sus orígenes, de su familia o de su verdadero pensamiento. Por ello nos permitimos dejar en manos del lector la última opinión sobre Jorge Bessières, fundamentándose en los datos documentales e historiográficos que se han ofrecido a lo largo del trabajo. El mariscal Bessières, por tanto, aparece a los ojos de la investigación como un hombre de su tiempo, capaz de realizar cambios sorprendentes en sus opciones políticas, posiblemente porque fuera la propia política su mejor opción de vida en un país al que consideró su patria de adopción y al que, para bien de unos y mal de otros en su tiempo, ofreció su servicio de armas y de conspiración85. Su figura se mantuvo indeleble y mitificada durante al menos un decenio tras su muerte, ya que será tomado como un héroe por aquellos que combatirían por restablecer un régimen absolu-
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EGGERS, E. R. y E. FEUNE DE COLOMBI, Francisco de Zea Bermúdez..., p. 101. FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 200-201. 85 La mitificación popular no se hizo esperar, pues a la altura del 19 de septiembre de 1825 el intendente de Guadalajara notificaba al Consejo de Ministros el adoctrinamiento por clérigos de Cifuentes a sus feligreses sobre las “verdaderas” intenciones del pronunciamiento de Bessières, basadas en la “esperanza, de que poseeran los bienes de los pocos vecinos acomodados de aquella villa, y para esto han inventado las noticias de que S. M. está violentado por los Ministros, y que Besieres (sic) no ha sido traidor sino que se levantó para castigar a los malos”; vid. VV. AA., Actas del Consejo de Ministro, “Sesión de 19-IX-1825”, pág. 351.
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tista radical (pero también por su “clan” familiar86), y como un modelo de traición y volubilidad por quienes sufrieron su conspiración y pronunciamiento87. Con la derrota final del absolutismo, Bessières se convertirá en un personaje ya no mítico sino verdaderamente histórico, aunque es cierto que rodeado de una aureola cada vez más tendente a juzgar su singularidad política y no sus hechos; así se llegaba a literatos como Galdós o Baroja, quienes dependiendo de las obras de Vayo y De la Fuente así como de la tradición oral, le convertirán en un paradigma del citado “hombre de acción”, hecho a sí mismo sin ningún escrúpulo; esto le dio popularidad entre ciertos autores posteriores, aunque significase una falsificación del personaje histórico y el oscurecimiento de su vida. Sin embargo, la historiografía española ya desde los años 50 de la pasada centuria le rescataría “históricamente” para mostrarle como un importante artífice del movimiento carlista (aunque él nunca lo imaginase) durante la “Década Ominosa”, integrándole en los grandes procesos políticos de este desconocido periodo de la Historia española del siglo XIX. Por todo ello, la realización de esta breve revisión de la vida y obra del mariscal Jorge Bessières ha permitido conocer más allá de su existencia y su labor política, la realidad sociopolítica española del momento, sentando las bases de posteriores estudios que permitan arrojar algo de luz sobre la complejidad de este periodo clave para el análisis de la situación y el devenir de España desde el fin del Antiguo Régimen y la conflictiva implantación del liberalismo.
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Según se desprende de los catálogos de expedientes militares del Archivo General Militar de Segovia -Tomo I, p. 465. Madrid, Ed. Hidalguía, 1959-, los hijos de Bessières, ya plenamente españolizados pese al origen francés de sus progenitores (y sobre los que no se comenta nada en ninguna relación o documentos consultados para la confección del estudio), siguieron la carrera militar de su padre, teniendo una larga actividad como miembros del ejército y accediendo a altas dignidades: Luis Bessières y Portas será oficial de caballería en 1822, con condición de “noble”; por su parte, Juan Bessières y Portas será oficial de infantería en 1835 y ascenderá a brigadier de ejército. Entre sus cargos y dignidades sobresalen el de ministro fiscal del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, caballero gran cruz de la Orden militar de San Hermenegildo y las condecoraciones de San Fernando y de Isabel la Católica, además de alcanzar el estamento nobiliario como Conde de Cuba (morirá en Madrid el 13 de febrero de 1875); para su notificación de defunción, consultar La Ilustración Española y Americana, nº II (abril de 1875), p. 39. 87 FONTANA, J., De en medio del tiempo..., pp. 193-195. ORTIZ ARMENGOL., P., Avinareta..., p. 103-104.
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Para complementar el estudio han de sumarse los datos obtenidos por P. Ortiz Armengol y J. F. Fuentes en los Archives Nationaux de France (París), BESSIÈRES, exp. 77e del cartón F7 11993, y los cartones F7 6641-6642. Como complemento haría falta un rastreo documental de las conclusiones judiciales conservadas en el Archivo General del Ministerio de Justicia (Madrid), Armario 16, legajo 48. A lo largo del trabajo se ha expuesto diversa documentación archivística (caso del Archivo de Palacio -Madrid- y del Archivo Diocesano de Cuenca), que obviamos citar en esta catalogación al haberse clasificado con mayor detenimiento como parte integrante de varios estudios utilizados para su confección.
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Archivo Histórico Nacional (Madrid). Sección Consejos. Legajo 12274. Legajo 12292. Legajo 12293. Legajo 51556. Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (Valladolid). Sección Gobierno de la Sala del Crimen. Caja 0002.0015. Biblioteca Nacional de Madrid. Apéndice al Zurriago, nº 3, (Madrid, 31-I-1823). “Manifiesto que hace á la Nacion Española el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos D. Jorge Bessières en junio de 1823”. Madrid, Imprenta de Doña Rosa Sanz, 1823. VCª 1000-47. “Notificación pública de defunción del Excmo. Sr. D. Juan Bessieres y Portas”, en La Ilustración Española y Americana, nº II (abril de 1875).
APÉNDICES a) “Manifiesto que hace á la Nacion Española el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos D. Jorge Bessières en junio de 1823”. Madrid, Imprenta de Doña Rosa Sanz, 1823. Biblioteca Nacional de Madrid, VCª 1000-47. Cuando el hombre de sentimientos pundonorosos cifra todo su bien estar, y felicidad temporal en la estimación de sus contemporaneos, nada puede serle indiferente de cuanto le contrareste en tan noble empeño: y un empleado público debe á su Soberano, á la nacion toda, y á si mismo la conservacion justa de tan preciosos derechos; y hallándome en este caso, creo ser acreedor á la indulgencia del respetable público, sujetando á su imparcial juicio esta sencilla esposicion de unos hechos tan íntimamente enlazados con mi honor, por referirse á los graves cargos inseparables de los interesantes destinos que he desempeñado, desde que me decidí á contribuir con
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mis débiles fuerzas y cortas luces al restablecimiento del órden en este pais, que como mi patria amo, y que ví víctima de una faccion de revolucionarios, dedicados á destruirlo con capa de constitucionales. Notoria es á casi todos los españoles la inaudita cual atroz persecución que sufrí en Barcelona en el año de 1821, y que mi probada inocencia triunfó entonces contra el poder colosal de tales noveleros, por mas que viles testigos sobornados trataron de acriminarme el delito de partidario del republicanismo, que no conocí, y menos cometí jamas. Mis sentimientos á favor de nuestro augusto Soberano y de la religión que tenemos la dicha de profesar, siempre fueron inalterables y mi imaginación no conoció otro recreo que el de sacrificarme para tan interesantes objetos. Decláreme públicamente su defensor en 8 de marzo de 1822, sin aterrarme de los inmensos riesgos á que tamaña empresa infaliblemente habia de esponerme, y asi sufrí con prudente resignacion cuantos reveses de la fortuna se opusieron a su logro: la narracion de los detalles de las infinitas y casi diarias acciones, más o menos favorables á la causa realista, no pertenece éste escrito, que se limitará á refutar la pérfida acusación de un impostor aventurero, quien empleó irreligiosamente contra mí todas las armas de la astucia, del engaño, de la corrupción de hombres débiles é ingratos, y finalmente de la mas refinada malicia; sin otro fin que el de labrar su fortuna sobre la ruína de mi existencia política. Este hombre, perverso por todos estos estilos, es el abogado don Juan Angel Adan Truijillo, y ha llegado la época en que sus atrocidades han de ser publicadas á la faz de toda la nacion, por exigirlo asi la vindicta del honor de los injustamente atropellados. Dígnese pues enterarse este ilustrado público con la imparcialidad que le es tan característica del contenido de la adjunta esposicion pendiente ante la Regencia de las Españas, de cuya superior justificacion no cabe dudar serán competentemente indemnizados los agraviados por las vejaciones, encarcelamientos y estafas que han sufrido, sin mas motivo que el despótico capricho del ya mencionado Trujillo. En cuanto á su adhesion á nuestra justa causa; no podrá dudarse de ella, considerando las virtudes de su vida privada, su trato con el exaltado comunero Mancha, quien con la tropa de su mando bloqueó el fuerte de Mequinenza, demuestra la impudencia y desvergüenza de Trujillo; y sus espresiones sobre pasarse á los constitucionales, siempre que le concediesen el empleo de mariscal de Campo, con otras semejantes; sus viles sentimientos del mas negro perjurio, hermanado con una insaciable codicia, que le hizo cometer las mas indecentes estafas, y apropiarse descaradamente cuanto se le antojaba de los efectos acopiados en los almacenes de aquella plaza, según, sobre ser público y notorio, se vé en la adjunta esposicion. ¿Y tal sugeto quiere salir á la palestra para
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difamar mi reputacion? Esta no se escuda bajo el velo de pomposas frases y sofísticos alegatos, y sí en hechos que no admiten contradiccion. Combatí á los constitucionales armados, pero no á los demas: no encarcelé á persona alguna, escepto al convicto delincuente, y separado de un todo del manejo de caudales reservado á los empleados respectivos, me pude dedicar mas desembarazadamente á las operaciones militares, respetando en todas partes las vidas, haciendas y bienes de todos los vecinos, fuesen ó no del número de los alucinados: de este modo he tratado de grangearme la estimacion y confianza de autoridades y particulares. He aquí la diferencia que existe entre mí y el impostor Trujillo. Lisongeome de haber cumplido con mi deber, y haber hecho la guerra según los principios de probidad, humanidad y honor de que nunca se arrepienten los hombres de bien, sea cualquiera la conducta de sus enemigos, y la malignidad de sus adversarios. He defendido una causa sagrada y gloriosa hasta donde han alcanzado mis esfuerzos, y cuando la posteridad libre de prevenciones juzgue en su imparcialidad balanza los hechos de armas de esta guerra singular, los hijos de esta patria que he adoptado con mi corazon, me darán el lugar á que me ha hecho acreedor con mi conducta. Madrid á 8 de junio de 1823. Jorge Bessieres. MADRID: IMPRENTA DE DOÑA ROSA SANZ. 1823. Se hallará con la Representación á la Regencia en las librerías del Realista Español.
b) Real Decreto de 17 de agosto de 1825, condenando el pronunciamiento militar del día anterior. AGMS, Sección Fernando VII, Legajo 59. El Rey nuestro señor se ha servido dirigirme con fecha de hoy el Real Decreto siguiente: El escandaloso movimiento de insurreccion que ha tenido lugar en Getafe, dando principio por la deserción de dos Oficiales del regimiento de caballería de Santiago, 1º de línea, llevándose seis caballos y otros tantos Soldados, á que se siguió la de tres compañías completas del mismo Cuerpo alijadas en dicho pueblo de Getafe, ha llamado mi soberana atencion; y convencido mi Real ánimo de la necesidad de dictar
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providencias enérgicas para asegurar la tranquilidad pública, y con ella el reposo de mis amados vasallos, cualesquiera que hayan sido los pretextos para este movimiento de rebelion, y cualesquiera que fuesen los medios que se hayan empleado para seducir la tropa, deben ser castigados ejemplarmente. En este concepto he tenido á bien decretar lo siguiente: ARTICULO PRIMERO. Si á la primera intimidacion que se haga por los Generales, Gefes y Oficiales de mis tropas no se entregasen los rebeldes á discrecion, serán todos pasados por las armas. ARTICULO 2º. Todos los que se reunan á los rebeldes y hagan causa comun con ellos, serán castigados con la pena de muerte. ARTICULO 3º. No se dará mas tiempo a los rebeldes que se aprehendan con las armas en la mano que el necesario para que se preparen á morir como cristianos. ARTICULO 4º. Cualesquiera personas, fuesen ó no militares, que en otro diverso punto cometiesen igual crímen de rebelion, incurrirán en la peña señalada en los artículos anteriores. ARTICULO 5º. Serán perdonados los Sargentos, Cabos y Soldados que entreguen á sus Gefes y Oficiales rebeldes. Tendreislo entendido, dispondréis lo necesario á su cumplimiento, y lo mandareis imprimir, publicar y circular para que llegue á noticia de todos. De su Real orden lo digo á V. para su inteligencia y efectos convenientes. Dios guarde á V. muchos años. Madrid 17 de Agosto de 1825. Zambrano
c) Real Decreto de 21 de agosto de 1825, condenando el pronunciamiento del mariscal de Campo Bessières efectuado el día 16 de agosto de 1825. AGMS, Sección Fernando VII, Legajo 59. El Rey nuestro Señor se ha servido dirigirme con fecha de hoy el Real decreto siguiente: Cuando expedí mi Real decreto de 17 del que rige, referente al escandaloso movimiento de insurreccion que tuvo lugar en Getafe, no me eran conocidos suficientemente sus autores y promovedores. El activo zelo de varias Autoridades me habia designado al Mariscal de Campo D. Jorge Bessieres como uno de los principales agentes de este crímen; pero no habia pruebas para calificar tan horrendo delito, y era preciso esperarlas. Ahora, que la criminal conducta de este rebelde es bien conocida por haberse puesto á la cabeza de la rebelion en Brihuega, he tenido á bien decretar lo siguiente: Artículo 1º. Declaro á D. Jorge Bessieres traidor, y que como tal ha perdido ya su empleo, grado, honores y condecoraciones. Igual declara-
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cion hago respecto á los Gefes y Oficiales que le acompañen, y á los que cooperen con las armas en la mano á su criminal tentativa. Artículo 2º. Todos ellos serán, inmediatamente que sean aprehendidos, pasados por las armas, sin mas demora que la necesaria para que se preparen cristianamente á morir. Artículo 3º. Todos los que favorezcan ó auxilien, aunque sea indirectamente, lo que comuniquen avisos, mantengan, conduzcan ó encubran correspondencias con dicho Gefe rebelde, serán presos y juzgados breve y sumariamente con arreglo á las leyes del Reino. Artículo 4º. Los precedentes artículos comprenderán á cuantos, imitando la infame conducta de Bessieres, osaren cualquier punto de mis dominios, sin necesidad de nuevo decreto, conforme con lo que tuve á bien mandar en el de 17 del presente mes. Artículo 5º. Mi Alcalde de Casa y Corte D. Matías de Herrero Prieto procederá á instruir una sumaria informacion para averiguar los cómplices en este alzamiento revolucionario, arrestando á los que resulten implicados, cualquiera que sea su estado, clase y condicion. Artículo 6º. Todas las Autoridades de mis reinos desplegarán la mayor actividad y zelo en la persecución y arresto de cuantos tengan noticia que han tomado parte y esten complicados en esta rebelion. Artículo 7º. El Superintendente general de Policía empleará todos los medios que esten á su alcance para el descubrimiento de las ramificaciones que tenga esta conspiración contra la seguridad del Estado, y procederá al arresto de cuantos resulten complicados en ella, poniéndolos á disposicion de mi citado Alcalde de casa y Corte D. Matías de Herrero Prieto. Tendreislo entendido, y dispondréis lo conveniente á su cumplimiento, mandándolo imprimir, publicar y circular para que llegue á noticia de todos. De su Real orden lo digo á V. para su inteligencia y efectos correspondientes. Dios guarde á V. muchos años. Madrid 21 de Agosto de 1825. Zambrano
LA INTERVENCIÓN ESPAÑOLA EN SANTO DOMINGO DE 1861-1865 Manuel ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS1
RESUMEN Durante la última etapa del reinado de Isabel II, y entre los años 1861 y 1865, el gobierno español presidido por el general O´Donnell caería en la “trampa” de una supuesta “incorporación voluntaria” de la República Dominicana al reino de España, que terminaría convirtiéndose en una dura guerra colonial, que supondría la intervención de un Ejército expedicionario de 25.000 hombres, de los cuales cerca de la mitad resultaron muertos, como consecuencia de las enfermedades tropicales o de los enfrentamientos armados con los independentistas. El artículo describe las distintas fases del conflicto, desde el proceso de anexión y de ocupación militar de la isla, entre marzo y mayo de 1861, y las primeras insurrecciones de mayo de 1861, a la insurrección general de 1863 y la pérdida de la importante ciudad de Santiago, las últimas operaciones militares de 1864 y el abandono final de la isla en julio de 1865. PALABRAS CLAVE: Santo Domingo, años 1861-1865, Intervención militar española, Guerra colonial, fracaso y abandono final.
ABSTRACT During the last stage of Queen´s Elizabeth II kingdom, from 1861 to 1865, the Spanish government ruled by General O´Donnell was catched in the “trap” of a supposedly “voluntary incorporation” from the Dominican
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Investigador Histórico.
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Republic to the Spanish kingdom. This assumption led to a harsh colonial war that carried the intervention of an expeditionary army of 25.000 men, from which more than 50% died, either from tropical diseases or on the armed confrontations against emanicipation. This article describes the different stages of this conflict, from the initial process of attachment and military control of the island, from march to may of 1861, and the first revolts of may 1861, to the general revolt of 1863 and the important lost of Santiago city, the last military operations of 1864 and the final desertion of the island in july of 1865. KEY WORDS: Santo Domingo, years 1861-1865, spanish military intervention, colonial war, defeat and final desertion. ***** INTRODUCCIÓN Y ANTECEDENTES HISTÓRICOS Entre los años 1861 y 1865, y hace ahora casi siglo y medio, España llevaría a cabo una dura y desafortunada campaña colonial en la isla de Santo Domingo, que le supondría cuatro años de continua y terrible contienda militar con los independentistas (o “patriotas restauradores”, como ellos mismos se denominaban) dominicanos y el envío de un ejército expedicionario de cerca de 25.000 hombres, de los cuales cerca de la mitad resultaron muertos, como consecuencia de las enfermedades tropicales y de los enfrentamientos armados. Un estéril y altísimo sacrificio en vidas humanas y en esfuerzo económico, que en nada o en muy poco compensaría a ambos países, pero, sobre todo, a la extenuada población dominicana, cansada de tanta lucha política interna, invasiones haitianas, intereses e intrigas extranjeras y crisis política y económica prácticamente continua. La “Anexión o Guerra de Santo Domingo”, como se la conoce en la bibliografía española, o “La Restauración”, en la dominicana, se enmarca dentro de un período de campañas de intervención militar en el extranjero llevadas a cabo por los gobiernos de la Unión Liberal de la Monarquía de Isabel IIª, cuyo objetivo principal no fue otro que intentar reintegrar a España en el concierto europeo como potencia de primer orden, mediante una activa participación en conflictos extra peninsulares que le devolvieran su antiguo y disminuido prestigio internacional, aunque sin intenciones de llegar a alterar el statu quo vigente en el continente europeo. De acuerdo con esta política exterior intervencionista (que resultó una mala copia de la llevada a cabo, en aquellos mismos años, por la Francia del IIº Imperio de Napoleón IIIº, aunque con pretensiones de
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alcance y con medios muchos más limitados), entre los años 1848 y 1866 España intervendría militarmente en Italia en apoyo de los Estados Pontificios (1848), Conchinchina (1857) en apoyo a las pretensiones francesas en la zona, Marruecos (1859-1860), Méjico (1861-1862), Santo Domingo (1861-1865) y el Pacífico sudamericano (Guerra contra Chile, Perú y Bolivia de 1863-1866), que, a pesar de sus deficiencias y escasos resultados prácticos, si conseguirían obtener un amplio eco y aceptación en la opinión pública española de la época y abstraerla de los múltiples problemas internos del país. El caso concreto de la intervención española en la isla dominicana fue realmente peculiar, al encontrarse la parte española de la citada isla sumida, desde prácticamente finales del siglo XVIII, en una crisis de identidad casi permanente y en un continuo conflicto con su vecino Haití. En el último medio siglo, el país dominicano apenas si había conseguido permanecer independiente durante dos cortos períodos de tiempo y siempre bajo la amenaza violenta y continua de sus vecinos haitianos. Todo comenzaría en el año 1795, en el que, tras tres siglos de dependencia de la corona española, España cedería su parte de la isla a Francia por el Tratado de Basilea, aunque catorce años después (en julio de 1809) volvería a recuperar su antigua parte de la isla durante dieciocho años (período que se conocería como “la España boba”) hasta su declaración de independencia (totalmente incruenta) en noviembre de 1821. Esta primera etapa de independencia (conocida como la “Independencia efímera”), en la que los dirigentes dominicanos, encabezados por el prócer y antiguo rector de la Universidad de Santo Domingo, José Núñez de Arce, intentaron incorporar la isla a la nueva República de la Gran Colombia creada por Simón Bolivar tres años antes, tan solo duraría nueve semanas (de ahí lo de “efímera”), al ser ocupada y anexionada la antigua parte española de la isla en febrero de 1822 por el ejército haitiano del general Juan Pedro Boyer, que mantendría una dura ocupación y anexión al país vecino durante veintidós largos y difíciles años, entre 1822 y 1844. Derrocado el dictador haitiano por una sublevación interna en el propio Haití en el año 1843, los patriotas dominicanos conseguirían independizar nuevamente la antigua parte española de la isla en febrero de 1844 (el conocido ”Trabucazo de Santo Domingo”), comenzando un difícil período (denominado la “1ª República”) que se caracterizó por una continua inestabilidad política, producto de las permanentes luchas internas, agitaciones políticas y el temor de una nueva anexión por el país vecino (que seguía hostigándolo con continuas agresiones fronterizas, que se repitieron en 1844, 1845, 1849 y 1855-1856).
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Figura 1. Plano de la isla de Santo Domingo: La isla de Santo Domingo, situada estratégicamente a mitad de camino entre las islas de Cuba, Jamaica y Puerto Rico, tiene una extensión total de 77.914 km2, de los cuales sus dos terceras partes orientales (48.442 km2) corresponden a la República Dominicana. En el año 1861 la población dominicana se aproximaba a los 250.000 habitantes y en sus tres cuartas partes era de color. (Grabado de la obra del general La Gandara “Anexión y guerra de Santo Domingo”).
Durante casi dos décadas (entre 1844 y 1861) el poder de la nueva y joven 1ª República Dominicana (dominado bajo el signo del caudillismo militar) se lo repartieron de manera prácticamente alternante los generales Pedro Santana y Buenaventura Báez, quienes, ante las múltiples dificultades de mantener al país defendido de su amenazante vecino haitiano, llegaron a plantearse la imposibilidad material de su supervivencia como país soberano y que la mejor solución podía ser buscar la protección de alguna potencia extranjera de la época, ya fuera en forma de protectorado o incluso como anexión directa. El objetivo no era otro que ponerse bajo el amparo de una gran potencia, con la esperanza de que, junto con la protección militar frente a su belicoso vecino haitiano, acabara con las rivalidades internas y les proporcionara y pusiera en funcionamiento una administración eficaz que les garantizara la libertad de comercio necesaria para su desarrollo, además de permitirles una cierta autonomía política dentro del nuevo estado. Para conseguirlo, realizarían en los siguientes años diferentes consultas con Francia, España, los EE.UU, Inglaterra e incluso con el pequeño reino de Cerdeña.
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La primera propuesta la haría el general Buenaventura Báez a Francia en diciembre de 1843, e incluso dos meses antes de haber obtenido la independencia de Haití, a cuyo cónsul francés en Puerto Príncipe (Nicholas Levasseur) le ofreció un protectorado de la nueva República que esperaban establecer. Francia, comprometida histórica y culturalmente con los haitianos, y en aquellos momentos implicada en su difícil aventura colonial de Argelia, rechazó el ofrecimiento. Con España lo intentaron inicialmente también en 1843 y posteriormente en tres ocasiones más, en 1849, 1853 y 1858 (ya con el general Santana en el poder), aunque en estos primeros casos sin éxito, debido a los múltiples problemas internos que soportaba la monarquía española en aquellos momentos (rivalidades políticas entre liberales y moderados, dificultades económicas, intervención militar en Italia en apoyo de los Estados Pontificios, etc.). A los Estados Unidos de América del Norte el presidente Santana le ofrecería, por esos mismos años (1854), la venta de la bahía y península de Samaná, donde dicho país tenía interés de establecer una estación carbonera. Francia, Inglaterra y España se opusieron abiertamente a dicha venta y enviaron buques de guerra a la zona para impedirlo, lo que obligó al general Santana a retirar su propuesta. Las penúltimas propuestas se harían entre los años 1858 y 1859 a Inglaterra y al reino de Cerdeña, aunque no pasarían de meras insinuaciones que no progresaron por el escaso interés de los consultados. Y con ello se llegó al histórico momento de 1860-1861, en el que el presidente Santana (político ultra conservador y represor de todo tipo de libertades públicas) volvería a intentar las negociaciones con España, que, en este caso, terminarían, finalmente, en la aceptación de la anexión y en la intervención de militar de 1861-1865, que es el motivo principal de este artículo. El autor del presente estudio, Manuel Rolandi SánchezSolís, geólogo de profesión e investigador histórico, ha tenido la oportunidad de conocer profundamente este bello e interesante país hermano como consecuencia de haber dirigido entre los años 2002 y 2004 un proyecto internacional de la Unión Europea sobre la hidrogeología de la República Dominicana, lo que le permitió recopilar abundante información (desde ambos lados de los hechos) sobre dicho conflicto y visitar personalmente los lugares donde se produjeron sus principales acontecimientos, en los que, además, se da la circunstancia que, en algunos de ellos, participaron dos antepasados suyos , como jefes y oficiales de la Marina de Guerra española de la época (al mando de la denominada División Naval de Samaná, del vapor de guerra San Quintín y de la goleta Sirena).
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EL PROCESO DE ANEXIÓN (JULIO DE 1860 A MAYO DE 1861) Solicitud de ayuda militar española y demostración naval de Puerto Príncipe (julio de 1860). Se reinician las negociaciones con España. El Informe Gutiérrez de Rubalcaba A finales del mes de agosto de 1858 el general Pedro Santana volvería a asumir la presidencia de la República Dominicana tras conseguir derrocar al denominado Gobierno de Santiago, aunque su regreso al poder no supondría la resolución de los múltiples problemas del país, que seguían condicionados por los conflictos de intereses entre los comerciantes cibaeños y hateros, las intrigas políticas con los partidarios del ex presidente Báez y las casi continuas agresiones fronterizas de los haitianos, con los que acababa de librarse una dura y larga contienda militar de dos años, entre 1855 y 1856. Año y medio más tarde (en la primavera de 1860), y ante nuevas amenazas e incursiones fronterizas de los haitianos, el presidente Santana solicitaría directamente la ayuda militar española al capitán general de la isla de Cuba, general Francisco Serrano Domínguez, quien, tras pedir el correspondiente permiso al gobierno de Madrid, respondería con una demostración de fuerza naval frente a la capital de Haití, Puerto Príncipe, que se produciría el 6 de julio de 1860, como acción de fuerza y de presión ante dicho gobierno. La demostración naval estuvo mandada por el jefe de Escuadra Joaquín Gutiérrez de Rubalcaba (comandante general del Apostadero de La Habana) y en ella participaron tres fragatas de hélice (Princesa de Asturias, Berenguela y Blanca), dos vapores de ruedas (Isabel la Católica -buque insignia- y Francisco de Asís) y un vapor transporte (Velasco). Los buenos resultados de la impresionante demostración de fuerza española frente a los haitianos (que cesaron, automáticamente, las agresiones fronterizas) animarían nuevamente al general Pedro Santana y a un importante sector de la clase dirigente dominicana a reiniciar las negociaciones con los españoles, para llegar, lo antes posible, a un acuerdo de protectorado o de reincorporación total a la corona española. En octubre del mismo año, y tras recibirse la propuesta en Madrid, el presidente del gobierno español, general Leopoldo O´Donnell (desde el inicio partidario de la anexión), envió a la capital dominicana al citado comandante general del Apostadero de La Habana, Joaquín Gutiérrez de Rubalcaba, a bordo del vapor Pizarro, con el encargo de que conociera de primera mano la situación real dominicana y los verdaderos deseos de su población, y le informara al respecto. El informe de Gutiérrez Rubalcaba fue totalmente contrario a la anexión y
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Figura 2. General Pedro Santana: general dominicano de ideología conservadora y presidente de la República Dominicana en tres ocasiones (1844, 1853 y 1859). Artífice de la primera constitución dominicana (1844) y vencedor de las invasiones haitianas de 1844 y 1855, Santana sería el principal promotor de la Anexión española de la isla en el año 1861. Nombrado por los españoles capitán general y marqués de Las Carreras, serviría a la causa pro española durante las duras campañas de 1863 y 1864, hasta su muerte en junio de 1864. (Dibujo de la obra de Jaime de Jesús Domínguez “Historia Dominicana”).
reflejó fielmente el verdadero y lógico sentir de la mayoría de la población dominicana, que no era otro que mantener su sagrada independencia (por difícil que fuera) y no incorporarse ni a España, ni a ninguna otra potencia extranjera. Además, el enviado español señaló los recelos y los posibles problemas que podrían surgir con los gobiernos de los EE.UU y con otras repúblicas hispanoamericanas si llegaba a consumarse la anexión, por muy “voluntaria” que quisiera presentársela.
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Figura 3. General Leopoldo O´Donnell (1809-1867): destacado general y político español de las décadas intermedias del siglo XIX, sería, junto con el general Narváez, uno de los más firmes puntales de la denostada monarquía de Isabel IIª. Nombrado conde de Lucena y marqués de Tetuán por sus victoriosas actuaciones en la Primera Guerra Carlista (1839) y en la Guerra de África (1859-1860), ocuparía en varias ocasiones la cartera de Guerra y la presidencia del gobierno español, desde la que dirigiría la política intervensionista española en el exterior de la década de los 60 (1859-1866), entre ellas la intervención militar en Santo Domingo de 1861-1865. (Fotografía de J. Laurent. “España en Blanco y Negro”).
Las condiciones dominicanas A pesar de los informes desfavorables de Gutiérrez Rubalcaba, el presidente Santana continuaría insistiendo en sus negociaciones con el intrigante capitán general español de Cuba, general Francisco Serrano Domínguez, al que llegaría a presentar las condiciones mínimas que consideraba imprescindibles para que se consumara la anexión y que, básicamente, eran las siguientes: No restablecer la esclavitud en la isla y conceder la ciudadanía española a toda la población dominicana, incluida la de color. Este reconocimiento era fundamental para que la mayoría de la población de la isla (unos 250.000 habitantes, en su cuatro quintas partes de color) aceptara la anexión, aunque política y jurídicamente resultaba problemática, al mantener
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España legalmente por aquellos mismos días la esclavitud (aunque ya residual) en las vecinas islas de Puerto Rico y Cuba, la cual no se aboliría legalmente hasta varios años más tarde (en 1873 y 1880-1886, respectivamente). Aceptación del estatuto de provincia a la isla (como una provincia más del reino de España) y no de colonia, como mantendrían Cuba, Puerto Rico, Filipinas, las Marianas y La Guinea, hasta varios años después). Incorporación a la administración española de la isla del mayor número posible de dominicanos y, preferentemente, de los que hubieran prestado servicios al país entre los años 1844 y 1861 (es decir, a los amigos y protegidos de Santana). Que el Estado español reconociera y canjeara el antiguo papel moneda dominicano (las conocidas como “papeletas”, que circulaban fruto de emisiones incontroladas y casi sin valor real) por moneda de oro y plata española. Que la nueva administración española de la isla reconociera como válidos todos los actos y nombramientos del Estado dominicano desde su formación en febrero de 1844.
La anexión se materializa (marzo a mayo de 1861) El día 18 de marzo de 1861, y sin esperar oficialmente la respuesta del gobierno español, el presidente Santana proclamaba oficialmente en la ciudad de Santo Domingo la incorporación de su país a la corona española al grito de “¡Viva Isabel II!”, en una ceremonia en la que se izaron banderas españolas en todos los edificios públicos dominicanos y se saludaba a la bandera de la fortaleza de Ozama con 101 salvas de artillería. Ese mismo día, el general Santana enviaba una carta a la reina Isabel II con la notificación oficial del hecho consumado, en la que le decía, entre otras cosas, lo siguiente: “El pueblo dominicano, señora, dando suelta a los sentimientos de amor y lealtad tanto tiempo comprimidos, os ha proclamado unánime y espontáneamente por su reina y soberana, y el que hoy tiene la insigne e inmerecida honra de ser el órgano de tan sinceros sentimientos pone a vuestros pies las llaves de esta preciosa Antilla”. Dos meses más tarde (19 de mayo), el presidente del gobierno español, general Leopoldo O´Donnell, elevaba a la reina una exposición favorable a la propuesta, en la que afirmaba “No es posible desechar los votos de un pueblo que quiere volver al seno de la madre patria, después de una larga y dolorosa separación. Cualesquiera que sean los deberes, los compromisos que puedan ocasionar la reincorporación de Santo Domingo a la Monarquía, V.M., su Gobierno, España toda no vacilarán en aceptarlos”. Ese mismo día, y sin previa con-
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sulta, ni discusión parlamentaria en las Cortes españolas, un Real Decreto disponía la incorporación de dicho territorio a la Monarquía española. Los hechos consumados, y el ambiente belicista todavía reinante en España desde la reciente y victoriosa campaña de Marruecos de 1859-1860, terminaron por decidir al gobierno de Madrid a aceptar la incorporación dominicana a la corona española, que contaría con la aceptación de la mayor parte de la clase política y de la opinión pública española, al pensarse, ingenua y erróneamente, que se contaba con el apoyo unánime de la población dominicana y que la seguridad y salvaguardia de la isla podría realizarse, fácilmente y sin excesivos esfuerzos militares y económicos, desde las vecinas colonias españolas de Cuba y Puerto Rico. Y a este mensaje equivocado y engañoso sobre la futura aptitud de los dominicanos colaboraría muy activamente el propio general Santana, quien manipularía y falsificaría sin ningún tipo de recato las actas de adhesión y las supuestas consultas realizadas a las diferentes provincias sobre la pro-
Figura 4. Fortaleza de Ozama en la ciudad de Santo Domingo: fuerte de piedra mandado construir por el gobernador español Nicolás de Ovando a principios del siglo XVI como defensa estratégica del puerto de Santo Domingo. Sería uno de los edificios oficiales de Santo Domingo en los que el día 18 de marzo de 1861 se izaron las primeras banderas españolas como inicio de la “anexión” y desde cuya batería del mar se realizaría la ceremonia de saludar a la bandera española con 101 salvas de artillería. (En la parte superior grabado de la época con la bandera española ondeando en la Torre del Homenaje del citado fuerte y en la inferior fotografía del autor del artículo con el estado de dicha fortaleza en la actualidad).
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puesta de anexión, que serían presentadas a las autoridades españolas como aval indiscutible de que la operación iba a resultar un completo éxito.
La llegada de las primeras fuerzas españolas y la reacción del pueblo dominicano y de la comunidad internacional Por su parte, el capitán general de Cuba, general Francisco Serrano (instigador, desde el principio, de dicha anexión), procedió a hacer efectiva la
Figura 5. Palacio de la capitanía general de Santo Domingo y Puertas del Conde: En la parte superior las denominadas “Casas Reales” albergaron, desde el siglo XVI y durante toda la época colonial española, al palacio de los gobernadores y capitanes generales españoles, la Real Audiencia o Corte de Justicia y la Contaduría Real. Constituía el edificio administrativo más importante de la época colonial y durante la “anexión” de 1861-1865 seguiría siendo utilizado como sede de la capitanía general de la isla. En la parte inferior la fortaleza española de las Puertas del Conde, sede principal de la guarnición española en la ciudad de Santo Domingo. (Fotografías del autor del artículo).
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Figura 6. Uniformes de soldados y oficiales españoles de la época: durante la intervención española de Santo Domingo de 1861-1864 el gobierno español enviaría a la isla un Ejército expedicionario de cerca de 25.000 hombres, de los cuales cerca de la mitad resultaron muertos, como consecuencia de las enfermedades tropicales y de los enfrentamientos armados. (Dibujo de Valeriano Bequer publicado en la “Ilustración de Madrid”, año 1871).
declaración del presidente Santana y, también sin esperar a la aprobación del gobierno español, enviaría a Santo Domingo entre los días 5 y 8 de abril de 1861 un primer destacamento militar de 300 hombres (un batallón del Ejército procedente de Puerto Rico) y la misma división naval que había protagonizado la demostración de Puerto Príncipe ocho meses antes, a la que se uniría, como buque hospital, el mercante italiano Torino. El destacamento estaba mandado por el brigadier del Ejército Antonio Peláez de Campomanes y la agrupación naval por el jefe de Escuadra Joaquín Gutiérrez Rubalcaba, y rápidamente sus fuerzas se distribuirían por la capital, Santo Domingo, y los principales puertos de la isla, en los que desembarcaron pequeñas guarniciones de Infantería de Marina y del Ejército, con objeto de colaborar en el mantenimiento del orden interno en los primeros momentos de la adhesión. A principios del mes de junio de 1861 ya habían sido trasladadas a la isla cerca de 3.000 soldados del Ejército español y 2.000 marinos e infantes de Marina, todos ellos procedentes de las guarniciones y apostaderos de Cuba y Puerto Rico, que fueron sustituyendo progresivamente a las Milicias dominicanas, que, en una buena parte, fueron licenciadas (a petición propia) y entre las que se encontraban 57 generales dominicanos a los que el erario español cubrió sus pensiones y retiros voluntarios. En concreto, y entre abril y diciembre de 1861, desembarcarían en la isla las siguientes unidades: procedentes de Cuba dos bata-
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llones de Infantería de Línea (2º de la Corona y de la Reina), un batallón de Cazadores (Isabel IIª), las Milicias de color de Cuba, un escuadrón de Caballería (1º de Lanceros del Rey), una compañía de Ingenieros y un batallón de Artillería (1º del Regimiento de Montaña de Cuba); y procedentes de Puerto Rico tres batallones de Infantería de Línea (1º de Madrid, Puerto Rico y Valladolid). El ya ex presidente Santana sería nombrado por el general Serrano (14 de mayo de 1861) capitán general y gobernador de la isla y el brigadier español Antonio Peláez de Campomanes general segundo cabo de la isla, mientras que la mayoría de la población civil dominicana (con la salvedad de casos aislados) reaccionaba con una mezcla de indiferencia y de temor, ante tanto despliegue de fuerzas militares extranjeras, aunque no exenta de cierta esperanza y de deseo de que la tan traída “protección española” terminara por solucionarles todos los males endémicos del país. En cuanto a la reacción de las potencias extranjeras y países vecinos, Francia e Inglaterra manifestaron una cierta preocupación, los Estados Unidos de América del Norte protestaron abiertamente (pero no pasaron de ahí, al encontrarse, afortunadamente, ocupados con el inicio de su dura Guerra de Secesión), siendo las repúblicas hispanoamericanas (con Perú y Venezuela a la cabeza) las que demostraron una mayor indignación y rechazo a lo que consideraron el preludio de un peligroso neo imperialismo español. Finalmente, el vecino Haití (gobernado por el general Favre Geffrard), sería el que verdaderamente pondría el grito en el cielo, al ver truncadas sus aspiraciones anexionistas, y llegaría incluso a amenazar a España con la declaración de guerra, que pronto desestimaría al ver a las unidades de la Marina de Guerra española “enseñar bandera” frente a sus costas y su capital Puerto Príncipe. Tras cinco días de bloqueo naval español de la bahía de Puerto Príncipe y de amenaza de bombardeo, las autoridades haitianas accedieron a las demandas españolas, consistentes en un saludo a la bandera española con 21 salvas de honor, el compromiso de no inmiscuirse en los asuntos de la parte española de la isla y el pago de una indemnización de 200.000 duros. El segundo aviso a los haitianos volvía a resultar claramente efectivo.
SE INSTAURA LA NUEVA ADMINISTRACIÓN ESPAÑOLA. LUCES Y SOMBRAS SOBRE SU GESTIÓN EN LA ISLA. La visita a la isla del general Serrano diseña las necesidades de la nueva administración. Surgen los primeros problemas con el general Santana. Tras la llegada de las primeras fuerzas militares españolas y su distribución por las principales ciudades y guarniciones del país, a finales del
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verano de 1861 se trasladaría a la isla a bordo del vapor de guerra Isabel la Católica el propio capitán general de Cuba, Francisco Serrano, con objeto de entrevistarse con el general Santana y conocer personalmente la situación del país, para poder valorar sus necesidades más inmediatas. Serrano condecoraría al general Santana con la gran cruz de la real orden de América de Isabel IIª, pero redactaría y enviaría un extenso informe oficial a Madrid que no pudo ser más desalentador. El país carecía prácticamente de administración pública y de servicios del Estado básicos, como justicia, hacienda, sanidad, comunicaciones, industria y comercio regulado, etc. La única institución que, en su opinión, funcionaba razonablemente era la Iglesia, en la que recaía la limitada educación privada existente y, así y todo, con múltiples deficiencias y carencias. El demoledor informe del general Serrano terminaba afirmando que, hasta la fecha, prácticamente todos los fondos económicos que se habían enviado a la isla desde Cuba y la Península los había monopolizado el general Santana para pagar los abultados sueldos que se habían asignado él y sus colaboradores más próximos. Se hacía del todo necesario, por tanto, y con carácter urgente, la organización de una nueva y eficaz administración pública y, para ello, se solicitaba el envío inmediato de personal especializado desde Cuba y la Península, así como que se habilitaran importantes fondos económicos para poner en marcha la nueva administración de la isla. Asimismo, Serrano recomendaba el pronto relevo del general Santana como capitán general de la isla y su traslado a España con un título de Castilla como compensación (que ya le había prometido durante su visita a la isla). El gobierno español asumió la mayor parte de las recomendaciones del general Serrano y se tomó muy en serio su nuevo papel de protector de la isla, desplazando a la misma, en los siguientes meses (entre septiembre de 1861 y marzo de 1862), un importante número de funcionarios (posiblemente más que los que realmente se precisaban), juristas, ingenieros, médicos y sacerdotes, procedentes de Cuba, Puerto Rico y la Península, que comenzaron la ardua tarea de organizar y activar la nueva administración pública del país. En pocos meses se comenzó un bienintencionado programa de actuaciones urgentes, cuyas únicas limitaciones fueron la orografía y el clima de la isla y, como siempre, el tema presupuestario, que, en su mayoría, se destinaba, a cubrir los cuantiosos gastos del general Santana y su círculo de colaboradores e informadores y los sueldos de los mandos de la Milicia dominicana. En concreto, se iniciaron importantes estudios para el trazado de un ferrocarril entre Santo Domingo y Samaná y de nuevas vías de comunicación, construcción de puentes y puertos, prospección de minas, canalizaciones para riego en el río Yaque y delimitación de la problemática
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frontera con Haití, estableciéndose, asimismo, nuevos procedimientos jurídicos (quizás excesivamente complicados para la mayoría de los dominicanos) y económicos para intentar agilizar la administración pública y estimular los estratégicos cultivos de tabaco y algodón, básicos para el desarrollo de la isla.
Los errores de la administración española El programa reformista fue muy amplio y ambicioso, pero, muy posiblemente, pecaría de un exceso de prisas en su intento de llevarlo a cabo. En lo referente a la reforma militar, que constituía uno de los principales y más acuciantes problemas del país, en menos de un año se pretendió llevar a cabo una profunda reforma del Ejercito dominicano, que estaba compuesto por una especie de Milicia Nacional en la que la escasez de sueldos se había suplido con numerosos ascensos. El resultado era un exceso de altos mandos (generales y coroneles) cuya integración y equiparación con el Ejército español era prácticamente imposible. Se intentó resolverlo con la integración de las fuerzas dominicanas en una especie de Reservas Provinciales (con mandos exclusivamente dominicanos) a las que se les encomendaron misiones rurales secundarias, mientras que a las tropas españolas se les confiaron las guarniciones permanentes de las ciudades. No sin cierta razón, los mandos dominicanos se sintieron prontamente relegados y menospreciados por los españoles, a lo cual se uniría la desafortunada disposición de que una buena parte de los mismos dejara de percibir sus haberes (y sin ningún tipo de explicación) y que no se les reconociera sus grados militares e, incluso, se les prohibiera el uso de los uniformes del Ejército español. En el ámbito civil los desaciertos fueron también muchos e importantes. Se instauró una dura censura previa en las publicaciones y se impusieron continuas dificultades al canje por moneda española del antiguo papel moneda dominicano (las ya comentadas “papeletas”) que estuviera mínimamente deteriorado (caso muy habitual entre la población dominicana), a la vez que, en un acto de verdadera torpeza política y moral, a los administradores de la hacienda pública no se les ocurriría otra cosa que incrementar los impuestos a una población en grave crisis de subsistencia económica prácticamente continua. Pero donde se cometieron los mayores errores fue en los asuntos religiosos, donde el nuevo clero español desplazaría claramente al dominicano y desencadenaría una dura campaña en contra del matrimonio civil y las parejas de hecho (una práctica muy habitual en la
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Figura 7. Uniformes de diario y de campaña, insignias y armamento de los oficiales de infantería colonial española de la época: en la parte superior divisas para sombrero y chapas de cinturón para oficiales de cazadores, voluntarios e infantería de línea, en el centro anverso y reverso de los uniformes y en la parte inferior funda y revolver reglamentario AdamsBeaumont modelo 1855 y calibre 44, cartera de viaje, cantimplora, hombreras de gala y divisas del año 1859-1861 para capitanes, tenientes y subtenientes. (Dibujo ilustrado de la obra de José Manuel Guerrero Acosta “Ejército Español de Ultramar y África, 1850-1925“).
isla, desde tiempos muy antiguos) y el nuevo arzobispo de Santo Domingo (el polémico Bienvenido Monzón) ordenaba cerrar todas las logias de la Masonería e impedía las prácticas de cultos ancestrales y de otras religiones muy arraigadas en la isla, sobre todo entre las poblaciones de Samaná y Puerto Plata. A estos desaciertos reales, también se unirían contra la administración española una serie de temores infundados que sirvieron de caldo de cultivo para inquietar a la población dominicana, como fueron los extendidos
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rumores sobre una próxima implantación de un monopolio de la producción de tabaco (como existía en la Cuba española) y sobre la pérdida de la condición de ciudadanos libres de la población de color (como existía en las vecinas islas de Cuba y Puerto Rico), a la que se presumía que sería enviada como esclavos a Cuba. Nada de ello era cierto, pero cumpliría su papel propagandístico y desestabilizador. El primer año de administración española de la isla se cerraba, por tanto, con un triste balance, que no auguraba nada bueno para ninguna de las dos partes. Y todavía no habían empezado los verdaderos problemas, que quedarían relegados para los siguientes y difíciles tres años.
SURGEN LAS PRIMERAS INSURRECCIONES. LOS LEVANTAMIENTOS DE MAYO DE 1861 Y LA SUSTITUCIÓN DEL GENERAL SANTANA POR EL GENERAL ESPAÑOL FELIPE RIVERO Primeras protestas y actos hostiles contra la anexión española Los actos hostiles y de protesta contra la anexión española comenzarían muy pronto e incluso el mismo día en que el general Santana proclamaba oficialmente la anexión (18 de marzo de 1861) se producían por todo el país diferentes actos de protesta y desacuerdo, que, en muchos casos, tuvieron que ser reprimidos por la fuerza. En San Francisco de Macorís, el general dominicano Juan Esteban Ariza tuvo que ordenar disparar sobre la multitud que protestaba (incluso con una pieza de artillería), para conseguir izar la bandera española. Sucesos parecidos se produjeron en Puerto Plata, donde Ildefonso Mella se pasearía a caballo por delante de las tropas dominicanas que rendían honores a la bandera española al grito de “¡Viva la República Dominicana!”, y en Bani, donde la joven Canela Mota arengó al pueblo para que impidiera la anexión.
Los levantamientos de Moca y del Valle de San Juan de mayo de 1861 Pero la primera insurrección verdaderamente seria comenzaría a principios del mes de mayo de 1861 en la ciudad de Moca (Valle de la Vega Real, en el norte del país), que sería rápidamente controlada por las propias Milicias dominicanas al mando del general Juan Suero, que detuvieron y fusilaron a sus cuatro principales dirigentes (el coronel José Con-
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treras y los civiles Cayetano Germosén, Inocencio Reyes y José Mª Rodríguez). Pocos días después la insurrección se reinició en el suroeste del país, donde una partida armada de un centenar de hombres penetró desde territorio haitiano (y con cierta benevolencia y apoyo de las autoridades de ese país), apoderándose fácilmente de las localidades de El Cercado y Neyba (en la Sierra de Neyba) y las Matas de Farfán (en el Valle de San Juan). La expedición, encabezada por el general Francisco del Rosario Sánchez y José Mª Cabral, no encontró el apoyo esperado entre los habitantes de la zona, quienes encabezados por el dominicano Santiago de Óleo se enfrentaron a los insurrectos en El Mangal, río Cañas, Hondo Valle y Cañada Miguel, consiguiendo matar a veinte expedicionarios y detener a Sánchez y a otros veintitrés seguidores. Los detenidos fueron conducidos a San Juan de la Maguana, sentenciados a muerte y ejecutados por orden directa del general Santana, a pesar de la opinión en contra del comandante español y jefe del batallón de La Corona, Antonio Luzón, y de la petición expresa de clemencia solicitada por toda la oficialidad española y por el propio brigadier Antonio Peláez, que no querían iniciar el proceso de anexión con un baño de sangre. Como protesta a la ejecución de las duras sentencias de muerte, las tropas españolas abandonaron San Juan de la Maguana y se retiraron a Santo Domingo. Mal empezaban las ya difíciles relaciones entre el polémico general Santana y los militares españoles y, a partir de ese momento, serían una fuente de continuos conflictos a lo largo de toda la contienda.
Sustitución del general Santana por el general español Felipe Rivero Paralelamente a los primeros conatos insurreccionales, los problemas organizativos empezaron a surgir por todas partes. En marzo de 1862 llegaría a la isla un experto jurídico español (Eduardo Alonso Colmenares) con el encargo de reorganizar el sistema judicial de la nueva provincia y, pocas semanas después, denunciaba que el general Santana (todavía, por aquellas fechas, capitán general de la isla) se oponía a toda acción de reforma y de modernización del país, incumpliendo la nueva legislación que se estaba estableciendo y actuando como un verdadero dictador. Como Serrano varios meses antes, Colmenares recomendó el relevo urgente del capitán general Santana y su separación del ámbito dominicano para facilitar la labor de modernización y pacificación de la isla. El gobierno de Madrid era perfectamente consciente de las dificultades que la permanencia en la isla del general Santana suponía para la
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implantación del programa de reformas y de modernización pretendido, aunque no podía olvidar que este general era su único aliado de confianza dentro de la isla y que, desgraciadamente, todavía lo necesitaba durante algún tiempo. Pero las dificultades continuaron aumentando. A principios de enero de 1862, y molesto por las limitaciones que empezaban a ponerle los españoles, el general Santana renunciaba a su cargo de capitán general de la isla. Dos meses después (28 de marzo) se aceptaba oficialmente su dimisión y, finalmente, el 19 de julio de dicho año (1862) el gobierno español nombraba como nuevo capitán general a Felipe Rivero Lemoine, aunque sin decidirse a trasladar a España al general Santana. Como compensación, Santana continuaría con el grado de capitán general del Ejército español y, además, se le otorgaría el título nobiliario de marques de Las Carreras, condecorándose y ascendiéndose a treinta de sus principales colaboradores. El nuevo capitán general de la isla, general Felipe Rivero, con la ayuda de un nuevo general segundo cabo, el brigadier Carlos de Vargas Machuca y Cerveto (que sustituía al brigadier Peláez) comprobarían enseguida las actuaciones arbitrarias y dictatoriales del general Santana, que seguía controlando de forma unipersonal toda la política de la isla, mediante la práctica habitual de nombrar a las autoridades de los pueblos y ciudades únicamente entre sus amigos personales y seguidores, fomentando con ello la marginación y la oposición de los seguidores de Báez. A las arbitrariedades y prácticas dictatoriales del general Santana (que pretendía seguir siendo el dueño de la situación real de la isla), se uniría una equivocada y desastrosa política administrativa de los funcionarios españoles, que, en ningún momento, conseguirían acercarse y comprender verdaderamente la idiosincrasia y las costumbres más arraigadas del pueblo dominicano. Se cometieron numerosos errores, abusos y desprecios de carácter racista (realizados directamente por los funcionarios españoles o consentidos por los mismos) con una población mayoritaria de color, lo cual, además de incumplir los acuerdos que habían posibilitado la adhesión, propiciaron el que, poco a poco, la mayor parte de los dominicanos empezaran a ver a los españoles más como un nuevo problema, que como una ayuda. Y de esta manera terminaría el año 1862 (segundo de la anexión española), en el que las autoridades españolas, quizás ingenuamente, confiaron en que el relevo del odiado general Santana por un nuevo capitán general con fama de benevolente y de negociador, podría suponer el comienzo de la reconciliación con el pueblo dominicano y de la pacificación de la isla.
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LA INSURRECCIÓN GENERAL DE 1863. COMIENZA LA GUERRA DE EMANCIPACIÓN La revuelta de febrero-marzo de 1863 en Neyba, Sabaneta y Santiago Finalizado el período de asentamiento y de transición que supuso el bienio de 1861-1862, la verdadera insurrección contra los españoles se produciría a lo largo del duro año 1863 (el peor, desde el punto de vista militar, de toda la intervención española en la isla). La fecha de comienzo sería el mes de febrero de 1863 y el lugar elegido sería nuevamente la frontera haitiana del suroeste y del noroeste. La primera revuelta se inició el 9 de febrero en Neyba (Valle de Neyba, en el suroeste del país) y sería sofocada rápidamente por las fuerzas combinadas de la Milicia dominicana y del Ejército español destacadas en San Juan de la Maguana, Barahona y Azua. Pero esto no sería más que un primer amago y una mera acción de distracción. Pocos días después (el 18 de febrero) la insurrección se reavivaba por la frontera noroeste, de acuerdo con un amplio plan en el que se combinó una conspiración en el norte de Haití para derrocar al presidente Gaffard (que se
Figura 8. Vista aérea de la frontera del noroeste de la República Dominicana: por este sector fronterizo con Haití, en el que se distingue el histórico Cerro del Capotillo a la izquierda, se iniciaron las insurrecciones independentistas de febrero y agosto de 1863.
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oponía a facilitar ayuda a los independentistas dominicanos, por temor a las represalias españolas), con un intento de echar a los españoles de la parte oriental de la isla, y en el mismo estaría implicado el jefe del departamento fronterizo haitiano de Fort Liberté, general Tiresias Simón Sam, que finalmente sería detenido y ejecutado por sus propios compatriotas. Los insurrectos, encabezados por Benito Monción y Santiago Rodríguez, conseguirían ocupar la población de Sabaneta y otras zonas próximas, así como que se produjeran intentos similares en la importante ciudad de Santiago (capital de la región del Cibao y segunda ciudad del país). La importancia de la acción obligó a que intervinieran las tropas españolas acantonadas en Santiago (compuestas por los batallones de Infantería de Línea 2º de la Corona y de San Marcial, y mejor adiestradas y pertrechadas que las Milicias dominicanas), que con relativa facilidad conseguirían controlar a los sublevados en Santiago el mismo 24 de febrero. Cuatro días más tarde, el capitán general de la isla, Felipe Rivero, declaraba el estado de sitio y el 2 de marzo conseguía derrotar a unos 3.000 insurrectos en Mangá (cerca del pueblo de Guayubín), en cuyos duros combates contra la artillería rebelde destacarían las actuaciones de los capitanes españoles de Infantería Valenzuela (herido de varios machetazos) y de la Casa, y del teniente de Ingenieros Hermida. Dos días más tarde (4 de febrero) el brigadier pontevedrés Manuel Buceta Villar (gobernador político militar de Samaná desde octubre de 1861, donde había fundado la población de Flechas de Colón) desembarcaba en Montecristi (al noroeste del país) con dos compañías de Cazadores del Regimiento de Bailén y una sección de Artillería, que se desplazaron hacia Dajabón (para bloquear la frontera con Haití), y al día siguiente (5 de febrero) el brigadier dominicano José Hungría (gobernador de la plaza de Santiago), al frente de una fuerza combinada de mil hombres de la Milicia dominicana y del Ejército español, conseguía ocupar la población de Sabaneta. En esta acción, en la que destacaría la oportuna y arriesgada carga de caballería realizada por la sección del general Gaspar Polanco, los españoles sufrirían 13 muertos y numerosos heridos, mientras que los insurgentes dejaron sobre el terreno más de cien muertos y heridos, así como un importante número de prisioneros. La toma de Sabaneta significó el final de la sublevación de febrero-marzo de 1863, que en la bibliografía española se conoce como la “Zaragata de Guayubín”. Muchos de los rebeldes (entre ellos los cabecillas Benito Monción y Santiago Rodríguez) conseguirían huir a Haití, pero más de un centenar serían hechos prisioneros. Se creó una Comisión Militar Ejecutiva para instruir sumarias a los implicados, que terminaría sentenciando a muerte a
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Figura 9. General dominicano José Hungría: este brigadier sería uno de los muchos militares dominicanos que serviría fielmente al Ejército español durante la campaña de 1861-1865. Nombrado por los españoles gobernador de la plaza de Santiago en 1862, en febrero del siguiente año participaría en las operaciones contra los insurrectos del Valle del Cibao y dirigiría la ocupación de la población de Sabaneta, que supondría el final de la insurrección de febrero de 1863. (Grabado de la obra de Pedro María Archambault “Historia de la Restauración”).
treinta de los principales cabecillas y al resto a diferentes penas de prisión y destierro en la plaza norteafricana de Ceuta. La mayor parte de las sentencias (incluidas veinticuatro de las de muerte) serían indultadas por presiones de los mandos españoles, aunque no conseguiría impedirse el que fueran finalmente cumplidas las sentencias de muerte de varios generales y oficiales de la Milicia dominicana aliadas del Ejército español que se habían pasado a las fuerzas insurgentes y de dos ayudantes personales del jefe de la revolución Santiago Rodríguez, como serían los casos de los generales dominicanos Antonio Batista (comandante militar de la plaza de Sabaneta) y Pedro Ignacio Espaillat, de los coroneles dominicanos Eugenio Perdomo, Carlos de Lara y José Vidal Pichardo y del coronel haitiano Pierre Thomas, que serían fusilados en Santiago (días 16 y 17 de abril) y Sabaneta (6 de mayo siguiente). Un mes más tarde (27 de mayo) la reina Isabel IIª promulgaba un decreto de Amnistía General para todos los implicados en las revueltas de febrero-marzo, con la única condición de que juraran fidelidad a la corona española. La gran mayoría de los detenidos y huidos se acogieron a la misma y regresaron pacíficamente a sus casas.
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El citado perdón real les llegaría también a los militares dominicanos deportados a Ceuta y que habían embarcado en Puerto Plata en el vapor de guerra Hernán Cortés. Entre ellos, se había incluido al coronel José Antonio (“Pepillo”) Salcedo, a pesar de que no había participado en la mencionada sublevación. El general dominicano gobernador de Santiago, José Hungría, y los altos mandos españoles de la isla intervinieron en su favor y conseguirían que el vapor de guerra Isabel la Católica los interceptara a seis días de navegación y los devolviera a la ciudad de Santo Domingo, donde, tras firmar su compromiso de no volver a alzarse en armas (que la mayoría de ellos incumplirían pocos meses después) serían puestos en libertad. La benignidad de los españoles no sería correspondida por el citado coronel Salcedo, que, pocos meses más tarde, encabezaría la dura revuelta del mes de agosto y sería nombrado primer presidente del Gobierno provisional dominicano. Finalizada la sublevación de febrero-marzo, se iniciaría una política de doble acción. Por un lado, se adoptaron una serie de importantes medidas militares. El general dominicano José Hungría sería nombrado jefe de la Línea del Noroeste (la problemática frontera con Haití, desde Montecristi a Capotillo) y se reforzaban sus tropas de la Milicia dominicana con fuerzas españolas al mando del coronel Campillo, que montaron sus campamentos en la localidad fronteriza de Beler (en las proximidades de Dajabón) y vigilaban las zonas más conflictivas de los pasos fronterizos hacia los campos de Sabaneta a Capotillo. Asimismo, el brigadier español Manuel Buceta sustituía al general Hungría como gobernador militar de Santiago y comandante general del Cibao (31 de marzo) y el general Carlos Vargas era nombrado jefe superior de la provincia de Santiago, cuya guarnición se reforzó con importantes fuerzas de los Batallones de San Quintín y Vitoria, el Escuadrón de Caballería de África y una sección de Artillería de Montaña llegadas desde la ciudad de Santo Domingo (10 de marzo), y se ordenaba trasladar numerosas piezas de artillería desde Montecristi (y a bordo de la fragata Petronila) a Puerto Plata (primeros días de abril). Con gran acierto, aunque con escaso resultado práctico (como se comprobaría pocos meses después), se reforzaba no solo la frontera del noroeste, sino el importante y estratégico eje de comunicaciones Santiago-Puerto Plata. Por otra parte, se puso en marcha una inteligente y bienintencionada política de perdón y benignidad con los sublevados, que se combinó con otra de amenazas a las autoridades haitianas para que dejaran de apoyar y facilitar armas a los rebeldes. Las acciones de acercamiento a la población dominicana, incluida a la no adicta a los españoles y partidaria de la lucha armada, fueron realizadas a todos los niveles, al ser conscientes tanto las
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autoridades españolas de la isla, como los dominicanos fieles, que el aplastamiento de la sublevación de Guayubín había sido solo aparente y que, si no se adoptaba una política de perdón y de verdadera reintegración, la insurrección podía volver a reiniciarse en cualquier momento. Su principal valedor sería el general dominicano José Hungría (gran conocedor del país y de sus gentes), quien, desde su nuevo cargo en la frontera del noroeste, enviaría continuos mensajes a los cabecillas rebeldes huidos para que se acogieran a la amnistía concedida y regresaran a sus casas sin ningún temor a ser perseguidos. Por su parte, el propio capitán general de la isla, general Felipe Rivero, apoyó activamente la política pacificadora e indulgente del general Hungría mediante el envío urgente a Madrid del regente de la Audiencia Eduardo Alonso Colmenares para que activara y acelerara la firma del perdón real por parte de Isabel IIª, que finalmente se haría realidad a finales del mes de mayo de 1863. Por último, se realizaría también una acertada política de intimidación al gobierno de Haití, para que abandonara su apoyo a los rebeldes, que incluiría el envío de una nueva división naval a Puerto Príncipe, compuesta por la fragata Petronila y los vapores de guerra Isla de Cuba, Blasco de Garay, Pizarro y Hernán Cortés, que conseguiría que las autoridades de dicho país ejercieran un mayor control sobre la admisión en su territorio de fugitivos dominicanos y el que aceptaran la rectificación de la línea fronteriza de acuerdo con lo contemplado en el antiguo Tratado de San Ildefonso de agosto de 1796, integrando en el territorio dominicano a las localidades de Hincha, Las Caobas y San Rafael, y haciendo regresar a Haití a numerosos haitianos problemáticos que se habían establecido en las zonas de Dajabón y Capotillo.
El Grito de Capotillo. La sublevación se extiende por toda la Línea del Noroeste y el Valle del Cibao. El brigadier Buceta se retira a Santiago Tras el descalabro de Sabaneta, la denominada “trilogía directora del movimiento revolucionario” no permanecería inactiva, sino que, por el contrario, continuaría con sus acciones insurreccionales. José Cabrera y Benito Monción se retiraron a la zona montañosa fronteriza entre Elías Piña y Dajabón y encabezaron reducidas partidas armadas con las que siguieron hostigando a pequeños destacamentos aislados y columnas españolas. Por su parte, Santiago Rodríguez se internó en Haití y se instaló en la zona de Cabo Haitiano en una quinta conocida como “Habitatión Paraisse” y propiedad de monsieur Macajou. Con la protección y el apoyo económico de la
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masonería dominicana y haitiana, de comerciantes de ambos países (a los que se sumaron algunos venezolanos) e incluso del delegado del gobierno haitiano en el “Departament du Nord”, general Laguerre Obart, conseguiría volver a reorganizar y a armar a un importante número de seguidores. A principios del mes de agosto de 1863, y después de casi cinco meses de relativa tranquilidad en todo el país, Benito Monción conseguía reunir 500 hombres en Capotillo (nuevamente en la frontera del noroeste) y se preparaba para atacar la ciudad fronteriza de Dajabón. Los españoles conocieron lo que se preparaba por la información proporcionada por la amante dominicana de un comandante español destinado en la zona, aunque estas noticias se verían distorsionadas por otras engañosas enviadas por las propias autoridades militares de Haití (general Nöel), en las que se señalaba que la sublevación iba a iniciarse en las Lomas de David y con ayuda norteamericana. De acuerdo con la información recibida, el brigadier español Manuel Buceta (gobernador militar de Santiago y comandante general del Cibao) se desplazó a Dajabón y reforzaría su guarnición con tropas procedentes de los destacamentos fronterizos de Capotillo y el Clan de los Blancos, mientras que ordenaba que el batallón de Infantería de Línea de La Corona se dirigiera a Puerto Plata y que toda la artillería disponible en la zona se concentrara en la ciudad de Santiago. El día 15 de agosto comenzaba la nueva insurrección con el cruce de la frontera haitiana de Santiago Rodríguez, el capitán Eugenio Beliard y doce seguidores más, y la ocupación del Cerro de Capotillo español, donde izaron una bandera dominicana. Dos días más tarde se les unían los grupos de José Cabrera y Benito Monción (cerca de 500 hombres) con abundante armamento y equipo, con los que ese mismo día (17 de agosto) conseguían ocupar el puesto de guardia fronterizo de Barón (hoy Clan de los Blancos), desalojado días antes por los españoles. Prosiguieron en rápido avance hacia el norte, donde, pocas horas después, tendrían su primer enfrentamiento con una columna española en Pimentel de Macabón, a la que dispersaron, y al día siguiente atacaban la Carbonera de Dajabón. El día 19 ocupaban Las Patillas (ya en el Valle del Cibao) y se volvían a enfrentar a los españoles en el duro combate del Arroyo Macabón (Sabana Larga), en el que consiguieron hacer retroceder hacia Guayubín a una fuerte columna española mandada por el propio brigadier Manuel Buceta. Los españoles intentaron hacerse fuertes en la población de Guayubín (junto al río Yaque del Norte), pero los duros ataques de los dominicanos y el incendio provocado por éstos en el casco urbano obligaría a que se retiraran en dirección a Santiago, en cuya operación serían duramente hostigados por los rebeldes, que les producirían 47 muertos en el sector de Villalobos (20 de agosto).
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Figura 10. Emboscada de los insurrectos en la campaña de Santo Domingo: típica forma de combate de los independentistas dominicanos, peor preparados, pertrechados y dirigidos que los españoles, pero que contaban con el factor sorpresa y un mayor conocimiento del terreno que pisaban. En una buena parte de los combates no llegaba ni a verse al enemigo, que operaba oculto tras la espesa vegetación, utilizando la característica táctica de guerrillas con rápidos ataques y retiradas, que apenas daban oportunidad de acciones de persecución eficaces. (Grabado del “El Mundo Militar”, 1864).
La retirada hacia Santiago sería un verdadero calvario para los españoles y para intentar protegerla el general Hungría acudiría en ayuda de la columna de Buceta, aunque con escaso éxito, al ser también sorprendido en varias ocasiones por los rebeldes, que, tras cerrarles el paso en la Loma de Tabaco de Guaraguanó, le obligaría a retirarse. El brigadier Buceta y su ya reducida escolta de 20 hombres sería nuevamente emboscado en los pasos de Barranquita y Barrancón (junto a Villalobos), donde, tras un combate de diez horas (siete de ellas sin munición) perdió la mayor parte de sus hombres y sus dos únicos caballos, estando a punto de ser capturado. En su desesperada huida, y ya con tan solo dos escoltas (un cabo y un soldado), tendría la fortuna de toparse con una columna española que había salido de Santiago en su auxilio al mando del capitán Ríos. Esta columna, compuesta por tres compañías de Infantería, una sección de Artillería de montaña y 40 hombres del Escuadrón de Caballería de África, acababa de batir en un duro combate en Los Guayacanes a las tropas de Monción y Pimentel, y conseguiría finalmente dar escolta,
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sano y salvo, al brigadier Buceta hasta la ciudad de Santiago. El día 25 Buceta, ya en Santiago, ordenaba replegar todas las tropas españolas hacia el triángulo compuesto por Santiago, Moca y La Vega (en la confluencia del Valle del Cibao con la comarca de la Vega Real) y desalojar San José de las Matas y otras poblaciones del Valle del Cibao occidental.
Defensa de Puerto Plata. Llegan nuevos refuerzos españoles desde Cuba y Puerto Rico. Ataques a La Vega y Moca En su imparable avance hacia el centro del Valle del Cibao y el norte de la isla, el 27 de agosto una fuerte columna de insurgentes mandada por Juan
Figura 11. Guía nativo al servicio del Ejército español: el Ejército expedicionario español contaría en la campaña de Santo Domingo con la colaboración de importantes fuerzas nativas, ya fuera como Milicias o Reservas provinciales, que lucharon codo con codo junto con las tropas regulares españolas en los principales combates y acciones militares de la campaña, o como guías, informadores y colaboradores de diferente tipo. Al producirse la retirada española de la isla en julio de 1865 muchos de ellos acompañaron al Ejército español y se establecieron en Cuba y Filipinas. (Dibujo de la Revista “Blanco y Negro”, 1895).
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Nuezí Lafite y el general Gregorio de Lora, y compuesta por unos 450 hombres de la Sección de Los Ranchos y de las Reservas provinciales de Puerto Plata, conseguía atacar la importante ciudad costera de Puerto Plata (en el norte de la isla) y ocupar todo el centro de la población, incluidos el edificio de la Gobernación y los cuarteles, obligando a las tropas españolas y de la Milicia dominicana (al mando del general dominicano y gobernador militar de la plaza, Juan Suero, conocido como “el Cid negro”) a refugiarse en la fortaleza de San Felipe. Cuando ya la situación resultaba desesperada para los españoles, en la noche del mismo 27 de agosto llegaban a Puerto Plata, y procedentes de Santiago de Cuba y Puerto Rico, importantes refuerzos a bordo de los vapores de guerra Isabel IIª, San Francisco de Borja y Santa Lucía, y de varios vapores mercantes (entre ellos el Pájaro del Océano). En concreto, llegaron y consiguieron desembarcar en la puntilla de la fortaleza de San Felipe 750 hombres de los batallones de Caza-
Figura 12. Fuerte de San Felipe en Puerto Plata: esta fortaleza, de época colonial, jugaría un importante papel durante la intervención española de 1861-1865 en la isla de Santo Domingo. Permanecería en poder de los españoles durante toda la contienda (a pesar de los diversos sitios a la que fue sometida) y en ella se producirían los desembarcos de los numerosos refuerzos que llegaron a la isla desde Cuba y Puerto Rico.
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dores de Isabel IIª y de La Unión, del 1º de Infantería de Línea del Rey, del 1º de Madrid y de una brigada de Artillería de montaña de Cuba (1ª y 2ª compañías del Regimiento de Cuba), con su tren de batir y acémilas correspondientes. En los siguientes días los refuerzos se completaban con la llegada del Batallón de Puerto Rico (29 de agosto) y del resto de los cazadores de Isabel IIª, al mando del coronel de Estado Mayor Mariano Capa. Con los primeros refuerzos recibidos, las tropas españolas (unos 1.500 hombres) atacaron, en la madrugada del mismo 27 de agosto, a los rebeldes que los sitiaban en Puerto Plata, a los que conseguirían vencer fácilmente y desalojarlos de la ciudad, aunque en los duros combates resultaría muerto el coronel de Ingenieros Salvador Arizón. El mismo día 27 los insurgentes atacaban también la plaza de La Vega (en el centro de la isla y en el estratégico camino de Santiago a Santo Domingo), donde el coronel español Esteban Roca consiguió rechazarlos, y una semana más tarde (3 de septiembre) asaltaban y lograban ocupar la población de Moca (a unos 30 km al este de Santiago), tras una dura resistencia de cuatro días de la guarnición española en el interior de su iglesia. En tan solo quince días, los independentistas dominicanos habían conseguido ocupar prácticamente todo el Cibao y una buena parte de la Vega Real, obligando a las guarniciones españolas a encerrarse en tres puntos estratégicos del norte de la isla, las ciudades de Santiago y Puerto Plata y el sector oriental de la península de Samaná, fuertemente defendidas y artilladas. La insurrección había resultado todo un éxito y había demostrado, con inusitada rapidez, la fragilidad y puntos débiles de las fuerzas de ocupación españolas y de sus aliadas de la Milicia dominicana, aunque, también, había quedado patente la decidida voluntad de resistencia de los españoles. Ambos bandos estaban dispuestos a combatir hasta el final, lo que hacía presagiar una larga y dura contienda militar.
La heroica defensa de Santiago Tras su derrota y retirada de Puerto Plata, los independentistas dominicanos concentraron sus esfuerzos en el estratégico Valle del Cibao, a cuya capital (y segunda ciudad del país), Santiago de los Caballeros, se acercaron peligrosamente el 31 de agosto comandados por el general Gaspar Polanco. A intentar detener su avance saldría el general español Manuel Buceta y los dominicanos José Hungría y Antonio Abad Alfau, al frente de una columna mixta de 817 hombres formada por tropas de los batallones de Infantería de Línea de la Victoria y Cazadores de San Quintín, caballería del Escuadrón de África y un obús de la batería de montaña del Regimiento de
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Figura 13. Fortaleza de San Luis en Santiago de los Caballeros: constituía la principal defensa militar de la ciudad de Santiago (la segunda ciudad del país) y de todo el rico Valle del Cibao. Durante la insurrección de agosto de 1863 (y entre los días 1 y 6 de agosto) sufriría un duro asedio y seis asaltos por parte de las fuerzas independentistas dirigidas por el coronel y futuro presidente del país José Antonio Salcedo. Tras resistir heroicamente y ser liberada por tropas de refuerzo llegadas desde Puerto Plata, sería finalmente abandonada el 13 de septiembre por el general español Manuel Buceta y cerca de 5.000 defensores y familiares. (Grabado de la obra de Pedro María Archambault “Historia de la Restauración”).
Cuba. El encuentro se produciría entre el Alto del Yaque y La Herradura, ya casi a las puertas de Santiago, y en él las repetidas cargas de la caballería española no conseguirían detener a los rebeldes, que llegaron a apoderarse de las entradas de la ciudad de Santiago, obligando a las fuerzas españolas y de la Milicia dominicana a refugiarse en el fuerte de San Luis, el castillo y la Cárcel Vieja de Santiago. El día 1 de septiembre los independentistas, y a su cabeza el coronel José Antonio Salcedo (acogido, meses antes, al indulto de la reina Isabel IIª), atacaban el castillo de Santiago y obligaban a los españoles y a sus aliados dominicanos (unos 900 defensores y doscientas familias de los mismos) a abandonarlo y retirarse al fuerte de San Luis. Dos días más tarde, los sitiadores completaban el bloqueo y comenzaron a bombardear el fuerte con tres piezas de artillería que habían conseguido traer desde Moca y La Vega, mientras que desde Puerto Plata los españoles enviaban una columna de socorro con 1.800 hombres de los batallones de Cazadores de Isabel IIª, 2º de la Corona, Madrid, Puerto Rico y Cuba, con dos piezas de artillería de
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montaña y 100 hombres de las Reservas dominicanas, todas ellas al mando del general dominicano Juan Suero y del coronel de Estado Mayor español Mariano Capa, que inicialmente fue atacada y rechazada por fuerzas rebeldes en el paso del Bajobonico y en los bosques de Hojas Anchas y Pérez, pero que, finalmente, conseguiría proseguir su avance hacia Santiago. La columna contaba solamente con cinco paquetes de cartuchos por individuo y raciones para tres días. El anuncio de la inminente llegada de la columna de refuerzos a los sitiados de Santiago obligó a acelerar los planes de ataque de los independentistas, los cuales, con unos 2.500 hombres mandados por el general Gaspar Polanco, intentaron a las dos de la madrugada del día 6 de septiembre un desesperado asalto final, que sería rechazado en todas las líneas. Nuevamente lo intentaron a las nueve de la mañana, consiguiendo en esta segunda ocasión llegar hasta las mismas puestas de la fortaleza (en el que resultó gravemente herido el general rebelde Gregorio de La Lora), y así hasta en cinco ocasiones, que fueron todas ellas rechazadas por los defensores españoles. Para facilitar sus ataques los rebeldes incendiaron las casas próximas al fuerte, que se vio afectado en parte por los citados incendios, de cuyo hospital tuvieron que ser desalojados los heridos y enfermos y ser dejados a la intemperie. Los fuegos provocados fueron tan intensos que, según se refleja en algunas hojas de servicio de la época, “el sofocante calor inflamaba la pólvora en las mismas cartucheras de los soldados”. A medio día del 6 de septiembre la columna de refuerzo española ya estaba a las puertas de la ciudad, lo que incitó al general rebelde Gaspar Polanco (y futuro presidente del gobierno provisional) a ordenar el incendio de la mayor parte del casco urbano y a preparase para combatir en dos frentes opuestos. Hacia la una de la tarde se producían ya los primeros enfrentamientos con la columna recién llegada, que consiguió desalojar con la artillería y una carga a la bayoneta a los rebeldes de sus posiciones (defensas que habían denominado Dios, Patria y Libertad) y cuatro horas más tarde ocupar la Plaza de Armas, la Iglesia Mayor (que fue convertida en Hospital de Sangre) y la Cárcel Vieja. La recuperación de Santiago había costado 153 bajas a los españoles y cerca de medio millar a los independentistas dominicanos. Al anochecer, los rebeldes ya habían sido desalojados de sus últimas posiciones en la ciudad y huían desordenadamente hacia los campos próximos, tras incendiar todo lo que encontraban a su paso. La ciudad de Santiago había quedado prácticamente reducida a cenizas. La ruptura del asedio de Santiago y la recuperación de la ciudad había constituido un indudable éxito para las armas españolas, pero tam-
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bién suponía el inicio de una serie de problemas de difícil solución. Tras la quema de la ciudad por los insurrectos, los víveres escaseaban de manera preocupante y el incremento de la tropa no había hecho sino agravar la ya difícil situación de abastecimiento. Solo quedaban víveres para seis días y las raciones debieron reducirse a cuatro onzas de arroz por individuo. Para intentar solucionar esta difícil situación, se realizaron diferentes salidas por destacamentos, siendo la más fructífera la llevada a cabo el día 11 de septiembre por fuerzas del Regimiento de la Corona, que, tras cruzar el río Yaque del Norte por el Vado Chico y ser atacados por fuerzas rebeldes, conseguiría regresar a Santiago con víveres y agua para varios días. Pero la situación de abastecimiento seguía siendo preocupante y empeoraba con el paso de los días. Las dos únicas soluciones a medio plazo eran recibir nuevos refuerzos desde Puerto Plata o Santo Domingo que permitieran recuperar de forma permanente los campos vecinos o realizar una retirada general hacia Puerto Plata, hasta esperar un mejor momento para volver a intentar, con posibilidades de éxito, la ocupación de los ricos valles del Cibao y de la Vega Real. Se solicitó el envío de una nueva columna de refuerzos desde Puerto Plata, que partió el día 7 con 2.000 hombres recién llegados de La Habana al frente del general Ramón Primo de Rivera y el coronel Eduardo Palanca, pero cuatro días después debió regresar hacia Puerto Plata, debido a la fuerte resistencia que encontró en el camino. Un segundo intento resultó igualmente infructuoso. La primera posible solución acababa de esfumarse y ya solo cabía la retirada hacia Puerto Plata o que ocurriera un inesperado milagro que modificara la difícil situación, y los tiempos no estaban, precisamente, para milagros de ese tipo.
Abandono de Santiago y retirada española hacia Puerto Plata El fracaso de la columna de Primo de Rivera y el desastroso estado de la ciudad de Santiago (incendiada y sin víveres) terminaría por decidir al general Buceta y a su Estado Mayor a abandonar provisionalmente Santiago y replegarse hacia Puerto Plata. A lo largo del día 12 de septiembre se realizaron unas primeras tentativas de salidas por el sector de Mari López, que fueron interceptadas y rechazadas por las partidas de rebeldes. Ante las dificultades de salidas, Buceta se vería obligado a solicitar un armisticio a los independentistas y para ello utilizaría como intermediario al presbítero francés Francisco Charboneau, pero no habría acuerdo formal al exigir
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como condición imprescindible los dominicanos que las fuerzas españolas entregaran sus armas y se retiraran hacia Montecristi y no a Puerto Plata. Nuevos intentos de negociación por medio de comisionados españoles con el general dominicano Polanco, que se desplazaron al campamento rebelde de Guarabito, terminaron igualmente en fracaso e incluso con riesgo de sus propias vidas, al ser amenazados por algunos exaltados de ser quemados vivos y tener que intervenir en su defensa el propio coronel dominicano Pepillo Salcedo. Solamente se terminaría acordando que los heridos y los enfermos podrían permanecer en Santiago y bajo la custodia y seguridad de los jefes insurrectos. Aún sin acuerdos, ni garantías definitivas, Buceta terminaría abandonando la ciudad de Santiago a las cuatro de la tarde del día 13 de septiembre, al frente de su fuerte columna mixta (cerca de 5.000 personas, entre militares y civiles), llevando en retaguardia a un importante numero de heridos, familiares y civiles, protegidos por tropas españolas del 2º Batallón de Infantería de Línea de La Corona. En el Hospital de Sangre de Santiago y en el fuerte de San Luis quedaron numerosos heridos y civiles, con la promesa (y la esperanza) de que serían respetados por los rebeldes. La retirada española hacia Puerto Plata constituiría uno de los episodios más sangrientos y luctuosos de la guerra, al tener que avanzar la extensa columna en medio de un infierno continuo, rodeados de múltiples incendios provocados por los rebeldes, franqueando obstáculos en los caminos y casi siempre bajo el terrible fuego de fusilería enemiga. A lo largo del día 14 la columna sería atacada en numerosos puntos de su recorrido (Guarabito, río Quinigua, arroyo Negro, paso del Bajonico y cuesta de San Pedro), en los que hubo que desalojar el camino de rebeldes con heroicas cargas a la bayoneta realizadas por los batallones de Madrid y San Quintín, que produjeron cerca de medio millar de muertos a los atacantes dominicanos del general Nuezí (alias “Lafit”). El día 15 la columna debió abandonar la carretera (obstruida por el enemigo) y adentrarse por un espeso bosque, donde sería atacada por todas partes, llegándose a combatir cuerpo a cuerpo y al arma blanca. Finalmente, y agotadas las municiones, a las 6 de la tarde del día 15 la diezmada y fatigada columna conseguía entrar en Puerto Plata, causando una gran alegría entre la guarnición española de la plaza. El coste de la retirada entre los españoles y los dominicanos aliados había sido tremendo y altamente doloroso. Se contabilizaron más de 1.500 bajas, entre muertos, heridos y extraviados, entre los que se incluirían el apresamiento (y posterior represalia) de múltiples familias de dominicanos pro españoles.
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Figura 14. Vista aérea de la ciudad de Santiago y de la Cordillera Septentrional: tras el abandono de la ciudad de Santiago (13 de septiembre de 1863) las tropas españolas en retirada hacia Puerto Plata tuvieron que atravesar entre los días 13 y 15 de septiembre de 1863 la Cordillera Septentrional a través de complicados pasos y veredas, en las que sufrieron continuos ataques y hostigamientos por parte de los rebeldes independentistas.
La ocupación dominicana de Santiago. Publicación del Acta de Independencia y nombramiento de un Gobierno Provisional dominicano. Las fuerzas españolas pierden el control real de la mayor parte de la isla El 14 de septiembre de 1863, y mientras la columna española sufría su trágica retirada hacia Puerto Plata, las fuerzas independentistas del recientemente ascendido a general José Antonio Salcedo hacían su entrada triunfal en la destruida ciudad de Santiago. Ese mismo día publicaron un “Acta de Independencia”, firmada por 10.000 dominicanos, y nombraron un gobierno provisional (que se estableció en la “Casa de los Altos” de Madame García), con el citado general Salcedo como primer presidente provisional de la Restauración. Con la pérdida definitiva de Santiago (los españoles ya no conseguirían recuperarla durante los siguientes dos años de su intervención en la isla)
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Figura 15. Típico despliegue de una columna militar española de la época colonial: en punta de vanguardia y retaguardia fuerzas de caballería, en el centro infantería e impedimenta y en los flancos observadores y patrullas a caballo y a pié desplegados en guerrilla. En la retirada de Santiago a Puerto Plata, llevada a cabo entre los días 13 y 15 de septiembre de 1863, la columna española alcanzaría los 5.000 componentes, entre militares, familiares y civiles. Su extensión, por tanto, debió de superar los dos kilómetros, lo cual, unido a lo abrupto y dificultoso del terreno, facilitó el que fuera emboscada y atacada en diferentes puntos de su recorrido, que le producirían la perdida o el apresamiento de casi 1.500 de sus componentes. (Dibujo a plumilla de F. Rueda, de la obra de Barrios y Carrión “Sobre la historia de la Guerra de Cuba”, 1890).
se inició una nueva etapa de triunfos para los partidarios de la nueva independencia. Las noticias del éxito de los rebeldes se extendió rápidamente por todo el país y atrajo nuevos seguidores a la causa revolucionaria, produciendo, por el contrario, una honda preocupación y temor entre las distintas guarniciones españolas distribuidas por la isla. Finalmente, en la capitanía general de Santo Domingo no terminaban de creerse que hubiera podido producirse un descalabro militar de esa magnitud y que, en menos de un mes y medio, se hubiera perdido el control de prácticamente la mitad norte de la isla, con las importantes poblaciones de Santiago, Moca, La Vega y Montecristi, y los productivos y estratégicos valles del Cibao y de la Vega Real.
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Figura 16. Calle comercial de la ciudad de Santiago en la segunda mitad del siglo XIX: en esta ciudad, y en la conocida como “Casa de los Altos” de Madame García, el 14 de septiembre de 1863 se publicaría el “Acta de Independencia” y se establecería el primer gobierno provisional de la Restauración, con el general Pedro Salcedo como primer presidente provisional del mismo. (Fotografía obtenida del libro de Jaime de Jesús Domínguez “Historia Dominicana”).
Una de las primeras medidas del autoproclamado gobierno provisional dominicano sería abrir otros dos frentes de lucha (en el sur y en el este u oriental), con objeto de dividir y debilitar las previsibles acciones de respuesta de los españoles. Para ello nombró al general Gaspar Polanco jefe del ejército de operaciones contra Puerto Plata (la única ciudad del norte de la isla todavía en poder de los españoles) y al general Benito Monción jefe de operaciones de la Línea del Noroeste, así como al coronel Santiago Rodríguez jefe de operaciones de la Línea del Sur y al general Gregorio Luperón jefe de todas las fuerzas del sur y del este y encargado de detener a las tropas del general Pedro Santana que habían partido recientemente hacia el Cibao. Finalmente, se declaraba “fuera de la Ley y culpable de alta traición” al citado general Santana, autorizándose que fuera pasado por las armas en cuanto se le consiguiera apresar.
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Figura 17. Vista general de la Vega Real desde la Colina del Santo Cerro: la Vega Real, junto con el Valle del Cibao, ambas situadas en el Norte del país, constituían las dos zonas más ricas de la isla, donde se desarrollaba la mayor parte de la agricultura y la industria tabaquera y azucarera. (Dibujo de Hazard, S. procedente del libro “Geografía Dominicana”, de Santiago de la Fuente S.J.).
Junto con la euforia de los iniciales momentos de éxito comenzaron también los primeros problemas y rencillas entre los independentistas. El general Luperón y el sanguinario coronel Manuel Rodríguez (apodado “el Chivo” y partidario de asesinar a los heridos y refugiados españoles y dominicanos que se quedaron en Santiago) se opusieron abiertamente a la elección del general Salcedo como presidente de la nueva República y comenzaron a conspirar contra este. Pero, disidencias aparte, los independentistas se pondrían rápidamente en acción, reclutando el general Luperón numerosos seguidores en Moca y La Vega, con los que se desplazaría hacia el sur y establecería su campamento en Cotui (en el antiguo camino del Cibao a Santo Domingo). Por su parte, en Yamasá (a tan solo 40 km de la capital, Santo Domingo), la guarnición de la Milicia dominicana (con su teniente gobernador a su cabeza, general Eusebio Manzueta) se pasaban a los independentistas y apresaban al coronel español Gardiano (portador de mensajes), que sería fusilado pocos días después. Por otra parte, y por esos mismos días, el gobierno provisional dominicano llevaría a cabo un intento de finalizar la guerra contra los españoles
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MANUEL ROLANDI SÁNCHEZ-SOLÍS Figura 18. Generales del movimiento independentista dominicano y presidentes del gobierno provisional de la Restauración Salcedo, Polanco y Pimentel: José Antonio Salcedo (conocido como “Pepillo Salcedo”) establecería en la recuperada ciudad de Santiago el primer gobierno provisional dominicano de la Restauración en septiembre de 1863 y lo presidiría hasta su destitución en octubre e 1864, tras ser acusado de “excesiva confraternización con el enemigo”. Sería finalmente fusilado por sus mismos compatriotas en Maimón (Puerto Plata) un mes más tarde; Gaspar Polanco dirigiría los frustrados ataques contra el fuerte San Luis de Santiago en septiembre de 1863 y el Ejército de operaciones contra Puerto Plata, siendo nombrado presidente del gobierno provisional en octubre de 1864; Pedro Antonio Pimentel sustituiría a Polanco en la presidencia en enero de 1865 y en mayo de ese mismo año le correspondería llevar a cabo las negociaciones finales de paz con los españoles, de los que recibiría la entrega de sus últimas guarniciones entre mayo y julio de dicho año. (Dibujo del libro de Jaime de Jesús Domínguez “Historia Dominicana”).
mediante un acuerdo político y, para ello, redactaría y enviaría el 24 de septiembre de 1863 un documento a la reina Isabel IIª, en el que enumeraba los desaciertos de los gobernantes españoles en la isla y solicitaba la retirada de sus tropas y el reconocimiento de la soberanía y la independencia dominicana. En el citado documento se proponía que se nombraran plenipotenciarios por ambas partes, para que “establecieran las bases de un arreglo del cual surja en hora feliz un tratado, que nos proporcione los inapreciables bienes de la paz, la amistad y el comercio”. No hubo respuesta oficial ni de la reina Isabel IIª, ni de su gobierno (porque ello suponía el reconocimiento “de facto” del gobierno dominicano), pero el citado documento (unido a la llegada de las propias noticias del desastre militar de Santiago) si conseguiría, de alguna manera, el efecto deseado, al favorecer el que comenzara a crearse, tanto en Madrid, como en Cuba, un sentimiento creciente y favorable al reconocimiento de la inde-
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pendencia reclamada por los dominicanos. Muy posiblemente, una de sus primeras consecuencias pudo ser, precisamente, la desafortunada orden de repliegue general hacia Santo Domingo de pocos días después.
La reacción española: el desaprovechado combate de Arroyo Bermejo. Orden de retirada general hacia Santo Domingo Tras reponerse de las inesperadas y desastrosas noticias del abandono de Santiago y de la retirada hacia Puerto Plata, la capitanía general de Santo Domingo reaccionaría con celeridad organizando una fuerte columna militar bien equipada, que, al mando del temido general Pedro Santana, partiría el mismo 15 de septiembre con el encargo de intentar recuperar el Cibao. La columna estaba compuesta por 2.100 hombres del Ejército español (batallones de Cazadores de Bailen y de Infantería de Línea de San Marcial y Vitoria, una compañía de Ingenieros y dos piezas de Artillería de Montaña del Regimiento de Cuba) y de la Milicia dominicana (60 caballos del Escuadrón de Cazadores de Santo Domingo y 400 voluntarios de Infantería y Caballería de las Reservas de San Cristóbal), y contaba entre sus mandos con los generales dominicanos Juan Contreras y José Mª Pérez Contreras y con el coronel español Joaquín Suárez de Avegonza. Posteriormente, se incorporarían a la columna los batallones de Cazadores de San Quintín y de Infantería de Línea de La Habana y Puerto Rico. En su marcha hacia el norte, la columna se detendría en Monte Plata (día 17), donde se enterarían del pase al enemigo del general Eusebio Manzueta (amigo personal de Santana) y de toda la guarnición de Yamasá, así como que el enemigo les estaba esperando, atrincherado, en la posición de La Zambrana, uno de los mejores pasos montañosos hacia El Cibao. Este acontecimiento supondría una verdadera contrariedad para la suerte de la columna del general Santana, como se comprobaría poco después. Tras permanecer unos días detenido en Monte Plata, el 27 de septiembre la columna de Santana se dirigió hacia el NO, con la intención de cruzar los pasos de Sierra de Yamasá y alcanzar el camino de Cevicos y Cotui, ya en las puertas de la Vega Real. Su primer objetivo era el campamento rebelde de Arroyo Bermejo, que tras un fuerte intercambio de disparos entre las vanguardias de ambos contendientes y la actuación de la artillería española, sería finalmente ocupado hacia las cinco de la tarde. Al día siguiente (28 de septiembre) la columna española se movió hacia la población de San Pedro, que ocupó sin dificultad, prosiguiendo hacia La
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Luisa para intentar batir al tránsfuga general Manzueta. Al no encontrarlo en esa posición (que quedó ocupada y guarnecida con una compañía de Cazadores de Bailén, bajo el mando del general Pérez), la columna prosiguió su marcha hacia Sanguino, cruzando el caudaloso río Ozama con el agua hasta el cuello. En la noche del 31 de septiembre al 1º de octubre los francotiradores independentistas (o “patriotas restauradores”, como ellos se denominaban), tirotearon el campamento español, contraatacando los españoles hasta el pueblo de Bermejo, donde se consiguió desalojarlos. Al amanecer las tropas españolas se desplazaron hacia Guanuma, enfrentándose nuevamente a los rebeldes en el paso de La Bomba, donde se habían atrincherado y fortificado. Una compañía de Infantería de Línea del Batallón de San Marcial, el batallón completo de Vitoria y las Reservas dominicanas franquearon el paso y avanzaron hacia las posiciones rebeldes, protegidos con una carga lateral de la caballería. La artillería debió protegerse de los continuos contraataques enemigos y llegó a lucharse a la bayoneta en el mismo cauce del río, que, finalmente, conseguiría pasarse, con 6 muertos españoles y cerca de medio centenar de bajas rebeldes. Cruzado el caudaloso río y desalojados los rebeldes de sus posiciones fortificadas, los españoles tomaron posiciones en la Sabana de Juan Álvarez, junto a Guazuma, donde montaron su campamento y formaron en orden de batalla, con la artillería en el centro y la caballería en retaguardia, mientras el propio general Santana al frente de 200 hombres de las Reservas dominicanas, medio batallón de Cazadores de Bailén y una pieza de artillería batían los bosques próximos en dirección a Santa Cruz. Los españoles establecieron nuevos campamentos en Sanguino, instalando los depósitos de municiones y un hospital de guerra en el paraje de La Bomba. Todo parecía ir muy bien para los españoles, aunque los combates realmente no habían hecho más que empezar, puesto que los insurgentes no habían enfrentado, hasta el momento, más que sus fuerzas de vanguardia. Pocas horas después llegaría a la zona el grueso de la fuerza independentista mandada por el general Luperón, que ocupó Bermejo y se atrincheró en los desfiladeros del Sillón de la Viuda. Todo hacía presagiar un combate decisivo en las próximas horas y en un arroyo (el arroyo Bermejo) que pasaría a formar parte de la historia de esta desafortunada contienda. El general dominicano Gregorio Luperón (jefe de todas las fuerzas independentistas del sur y del este), escribiría sobre esta acción lo siguiente: “En las márgenes de aquel arroyo, flotaban frente a frente los pabellones
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Figura 19. General dominicano y cabecilla del movimiento independentista de la Guerra de Santo Domingo o de Restauración Gregorio Luperón: este general, a partir del mes de septiembre de 1863 sería nombrado jefe de operaciones de las fuerzas independentistas del sur y del este, y el primero de octubre de dicho año conseguiría contener al ejército del general Santana en el histórico combate de Arroyo Bermejo. (Fotografías del libro de Jaime de Jesús Domínguez “Historia Dominicana”).
Figura 20. Vista aérea de la Sierra de Yamasá: el paso de esta sierra, en las estribaciones orientales del Sistema Central, constituía el camino obligado entre la capital Santo Domingo y el norte de la isla y los fértiles valles de La Vega Real y El Cibao, y en ella, y en sus proximidades, se desarrollaron algunos de los principales episodios bélicos de la campaña, como el histórico combate del Arroyo Bermejo, el 1º de octubre de 1863, entre fuerzas españolas dirigidas por el general Pedro Santana e independentistas encabezadas por el general Gregorio Luperón.
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de la Monarquía y de la República (...). El general Santana sabía que la derrota de su tropa, significaba el sitio de la capital y el levantamiento del Sur y del Este. Para Luperón, dejar que el general Santana pasara a Bermejo y escalara la pendiente del Sillón de la Viuda, era decapitar la revolución (...). Allí, por segunda vez, venían a chocar a muerte los opresores y los libertadores, la Monarquía y la República, la dominación y la independencia”. Entrada la noche del 1º de octubre, el general Santana cometería un grave error táctico, al dejar tan solo una parte de sus fuerzas en Bermejo y retirarse con el resto a San Pedro. Luperón aprovecharía esta división de las fuerzas españolas para pasar el arroyo Bermejo y derrotar a las retaguardias españolas (a las que hizo varios prisioneros) y antes del amanecer del día 2 atacó San Pedro, obligando a Santana a replegarse hacia Guazuma y Sanguino, donde se le informaría que el capitán general, Felipe Rivero, había ordenado un repliegue general y una concentración de todas las guarniciones de la isla (con la excepción de las de Puerto Plata y Samaná) hacia Santo Domingo, hasta “iniciar un nuevo plan de vigoroso ataque y ante la necesidad de la unidad de acción”. Santana, desconcertado, no acataría las órdenes de Rivero y permanecería acantonado en la zona de Sanguino, aunque sin realizar ninguna nueva acción ofensiva contra los rebeldes, a los que dejó la iniciativa de actuación. Las fuertes lluvias, los caminos intransitables y la deserción de la mayor parte de las Reservas nativas obligaría al general Santana a permanecer en la zona, pero inactivo, durante varios meses, sufriendo todo tipo de enfermedades y de privaciones. Efectivamente, la orden de retirada general hacia Santo Domingo había constituido un nuevo error táctico del Estado Mayor español, pues, además de crear un indudable efecto negativo en la moral de combate de las fuerzas españolas, al ordenárseles una retirada sin haber sufrido ninguna derrota de importancia, propiciaría el que aumentaran de forma creciente las deserciones en las Milicias dominicanas y que éstas se pasaran al enemigo en un número superior al medio millar de hombres. La orden de retirada si se materializaría entre las guarniciones del suroeste, en las que el general de las Milicias dominicanas Eusebio Puello (jefe del distrito del Sur) embarcaría sus tropas en Azua en tres vapores de guerra rumbo a Santo Domingo, junto con las familias pro españolas. Este abandono del suroeste (todavía sin que existiera amenaza de fuerzas enemigas de importancia en la zona) sería muy criticado en Cuba y en España, y terminaría por favorecer la causa de los que recomendaban el abandono de la isla y el final de la intervención española.
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Los efectos negativos de la orden de retirada general a Santo Domingo. El gobierno provisional dominicano se envalentona Después de la injustificada retirada española en Arroyo Bermejo, el nuevo presidente dominicano, José Antonio Salcedo, viajaría a San Pedro y se haría cargo personalmente de las operaciones en dicho frente. Pocos días más tarde Salcedo y Luperón se reunirían en la ciudad de Santiago (convertida en capital de la nueva República), comenzando, desde este momento, una serie de intrigas entre ambos líderes dominicanos. Salcedo, deseoso de mantener lo más lejos posible de Santiago al intrigante Luperon, nombraría al citado general jefe de operaciones en el sur, con el encargo de que ocupara las guarniciones desalojadas recientemente por los españoles, mientras que en el norte nombraba al general Benito Monción comandante de armas de Montecristi, con el objeto de que rechazara los nuevos envíos de refuerzos españoles desde Cuba (con destino a Puerto Plata y Montecristi). Luperon marcharía hacia el suroeste atravesando toda la Cordillera Central por el difícil camino de Constanza hacia el Valle de San Juan, que previamente había sido ocupado por el general dominicano Durán. Por su parte, los generales Pedro Florentino y Aniceto Martínez ocupaban varias poblaciones del sur y los coroneles Norberto Tiburcio y Pedro Antonio Casimiro las poblaciones de Bonao (en la Cordillera Oriental) y San Cristóbal, esta última a apenas 30 kilómetros al oeste de la capital Santo Domingo. Finalmente, en el noreste de la isla, el coronel dominicano Eusebio Núñez ocupaba la península de Samaná y obligaba a la guarnición española de la zona, compuesta por tropas del 2º Batallón de Infantería de Marina y del Batallón de Infantería de Línea de Cádiz, a refugiarse en el Fuerte de los Cacaos, próximo a Punta Balandra.
Dimisión del capitán general Rivero y últimas operaciones militares del año 1863: las acciones de Puerto Plata, Sabana Cruz, San Cristóbal y del río Jaina. El Ejército español recupera el sur y el suroeste de la isla La únicas guarniciones que el Ejército español y sus aliados conservaban en octubre de 1863 en el norte de la isla eran las de Puerto Plata y el Fuerte de Cacaos, esta última en la parte oriental de la Península de Samaná. El día 4 de octubre los españoles realizaron una fuerte salida sobre las trincheras sitiadoras de Puerto Plata, consiguiendo desalojarlas momentáneamente e incendiarlas para facilitar la defensa del fuerte de San Felipe. Los rebeldes, tras incendiar toda la ciudad (táctica de tierra quemada, aun-
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que fuera la suya propia, que utilizaron repetidamente a lo largo de toda la contienda) se replegaron al otro lado del arroyo de Los Mameyes y hacia sus campamentos de Las Jarillas y Malvis, que eran bombardeados a diario desde las baterías del citado fuerte de San Felipe y los vapores de guerra fondeados en su bahía. En el frente del centro, el 11 de octubre de 1863 el general Santana (que seguía desplegado por la zona de Monte Plata y sin obedecer una segunda orden general de repliegue hacia Santo Domingo) enviaba una carta al ministro de Ultramar español, Francisco Permayer, en la que le transmitía sus quejas por la desastrosa situación a la que se había llegado, debido a la puesta en práctica de una política colonial desacertada y repleta de abusos y atropellos (olvidando que la mayor parte de ellos habían sido realizados por él mismo o por sus protegidos), y le anunciaba las graves dificultades por las que pasaba la campaña militar. Dos días más tarde (13 de octubre) Santana y sus tropas levantaron su campamento de Sanguino y se dirigieron a Yamasá, donde batieron e hicieron huir en Sabana Cruz a fuerzas rebeldes que operaban por la zona. Pero, tras este nuevo combate favorable a sus topas, Santana desaprovecharía nuevamente la ocasión de seguir avanzando hacia el norte en dirección a Cotuí y La Vega, y amenazar seriamente a Santiago y el Valle del Cibao. Una operación de este tipo hubiera modificado importantemente el escenario de la guerra, obligando a replegarse hacia Santiago al grueso de las fuerzas rebeldes y a abandonar su política de ocupación del suroeste y el noreste. Pero nada de eso se hizo y las tropas del general Santana permanecieron prácticamente inactivas y acantonadas en la zona de la cabecera del río Ozama, sin decidirse a avanzar hacia el norte o replegarse hacia Santo Domingo. El desánimo cundió a todos los niveles dentro de las filas españolas y buena prueba de ello sería que el propio capitán general de la isla, general Felipe Rivero, desanimado por el fracaso de su política contemporizadora y por la falta de apoyo recibido desde Madrid, terminaría abandonando la isla el 23 de octubre (a bordo del vapor de guerra Pizarro) rumbo a Puerto Rico, dejando el mando al mariscal de campo Carlos de Vargas Cerveto, quien comenzaría su mandato con una proclama tranquilizadora para la población de color dominicana, en la que anunciaba que el gobierno español había declarado abolida la esclavitud de forma definitiva y sin limitaciones. Días antes de hacerse interinamente cargo del mando de la isla, el general de Vargas iniciaba una amplia operación militar para intentar recuperar la recientemente abandonada parte suroeste de la isla, partiendo de Santo Domingo (15 de octubre) al frente de una fuerte columna de 3.000 hombres de los batallones de Cazadores de Isabel IIª y La Unión y de Infantería de
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Figura 21. Acción del río Jaina: durante el paso de este caudaloso río el 7 de noviembre de 1864, el entonces comandante de Estado Mayor Valeriano Weyler (portador de mensajes para el capitán general De Vargas) y su reducida escolta serían atacados por francotiradores independentistas. Weyler conseguiría escapar, a pesar de que su cabalgadura resultara herida y que él mismo recibiera un impacto de bala en su sombrero. “Las ventajas de ser pequeño”, comentaría años tarde el futuro capitán general Weyler. (Dibujo ilustrado de la obra de José Manuel Guerrero Acosta “Ejército Español de Ultramar y África, 1850-1925“).
Nápoles, un escuadrón de Caballería de 200 hombres, la 4ª Compañía de Artillería de Montaña y Milicias dominicanas al mando del general nativo Eusebio Puello. El 17 de octubre entraban en San Cristóbal (que encontraron totalmente desierto) y el 24 avanzaron hacia Doña Ana, donde se situaba el campamento del presidente Salcedo, en cuyos alrededores se trabó un reñido combate en el que se utilizó artillería con botes de metralla y se luchó cuerpo a cuerpo y con repetidas cargas a la bayoneta dirigidas por el coronel español Suárez Avegonza. Finalmente, se conseguiría desalojar a los
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rebeldes de sus posiciones y proseguir avanzando hacia Yaguate, donde nuevamente encontraron una fuerte resistencia. La columna española regresó a San Cristóbal (guarnecida, mientras tanto, por el coronel Julián González Cadete) donde permanecieron durante cerca de un mes, en el que siguieron produciéndose pequeñas escaramuzas con el enemigo a la salida del río Jaina (en la que participaría el entonces comandante español Valeriano Weyler, que lograría salvar su vida milagrosamente). Tras recibirse nuevos refuerzos desde Santo Domingo, el 15 de noviembre se pondría nuevamente en marcha una poderosa columna de 3.000 hombres, con la que el día 16 se conseguía ocupar Jagua y Nizao (tras un pequeño combate). El día 17 se produciría un combate más serio en Sabana Grande, con uso de artillería y cargas a la bayoneta, y continuos enfrentamientos hasta el paso por el vado del río Nizao y las encrucijadas de los caminos de Yacuate, Doña Ana y Baní. Finalmente, el día 18 se ocupaba Baní (previamente incendiado por los rebeldes en su huida), donde serían muy bien recibidos por sus irritados habitantes, exasperados por los continuos abusos, saqueos y crueldades cometidas en la población por el cabecilla independentista Pedro Florentino. Tras un breve descanso en Baní, la columna española proseguiría su imparable avance hacia el oeste, ocupando el día 23 Matanzas, tras un duro combate al arma blanca (con cargas a la bayoneta y de caballería) en Sabana Buey que produjo 27 muertos a los rebeldes y el apresamiento de numerosos pertrechos y cuatro de sus banderas. En los siguientes días se ocuparía sin resistencia Sabana Buey, donde permanecieron hasta el 4 de diciembre, y posteriormente Azua (día 6), San Juan de la Maguana (día 9) y Banica (día 11), esta última población ya en la misma frontera con Haití. En apenas dos meses se había conseguido recuperar, y con escasas pérdidas propias, todo el sur y el suroeste de la isla. La esperanza y el ánimo volvía a reinar entre las tropas españolas y sus aliados en los últimos días del duro año 1863, aunque no sería por mucho tiempo.
Memorandum del gobierno provisional dominicano a los gobiernos de Inglaterra, Francia, EE.UU. y de la Repúblicas Hispanoamericanas A mediados del mes de diciembre de 1863 (día 14) el gobierno provisional dominicano, y por medio de su ministro de relaciones exteriores, Ulises F. Espaillat, enviaba un memorandum a los gobiernos de Inglaterra, Francia, EE.UU. y de las Repúblicas Hispanoamericanas exponiendo la situación de su lucha contra el Ejército de ocupación español y desmintien-
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do las acusaciones de actos de violencia y de atrocidades que la prensa española e internacional vertía sobre sus tropas. Unos días más tarde (23 de diciembre) emitía una primera proclama general llamando a las armas al pueblo dominicano “para que libertéis de la bárbara opresión de los Borbones españoles”, y una segunda (25 de diciembre) auto proclamándose gobierno legítimo de la nación y declarando en su Artículo 2º la guerra a España: “Queda decretada la guerra por mar y por tierra entre la República Dominicana y la Monarquía española”. En su Artículo 4º (y, quizás, animado por los éxitos que la Marina confederada norteamericana estaba consiguiendo, por aquellas mismas fechas, sobre su rival unionista) concretaba que “El Departamento de guerra y Marina procederá sin pérdida de tiempo a armar los buques necesarios para hacer la guerra por mar y expedir patentes de corso a aquellos que la soliciten”. Unos días después (27 de diciembre) emitían un tercer decreto fijando las reglas a aplicar en la guerra con respecto a los prisioneros, indicando que se “procuren hacer el mayor número de prisioneros posibles” (Artículo 1º) y ordenando que “serán tratados con humanidad, particularmente los heridos” y recordando que “mientras que el enemigo no obligue a ello, no se observará por ningún jefe u oficial que esté al mando de tropas, el odioso recurso de las represalias“ (Artículo 2º). Por último, se emitía una nueva proclama (también el 27 de diciembre) en la que se animaba a los dominicanos a unirse a la lucha contra los españoles y anunciaba que “bien pronto cruzarán los mares corsarios nuestros”.
LA DESAPROVECHADA CAMPAÑA MILITAR DEL AÑO 1864 Sublevación de la provincia de Seibo y victoria española de San Pedro (Enero de 1864) Hacia finales del año 1863 caía enfermo de gravedad el general Pedro Santana y se retiraba a recuperarse a la ciudad de Santo Domingo, mientras que, por esos mismos días, llegaban noticias de que en la provincia del Seibo (al este de la isla y en el borde sur de la Cordillera Oriental), hasta la fecha pacífica, se levantaban nuevas partidas de rebeldes encabezadas por un antiguo amigo de Santana pasado al enemigo, el general Antonio Guzmán (que se había enriquecido comerciando con el propio Ejército español), y al que ayudaban los cabecillas Antón (apodado “el negro Antón”) y Genaro Díaz.
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Restablecido de su enfermedad el general Santana, que tenía importantes propiedades en la provincia del Seibo, solicitaría al nuevo capitán general la autorización para encabezar las tropas que se dirigieran a dicha provincia y, obtenida ésta, el 12 de enero de 1864 partía a pacificar la zona al frente del Batallón de Infantería de Línea 1º del Rey y en el pueblo de los Llanos se le informaba que el general recién pasado a los rebeldes, Antonio Guzmán, le retaba a combate en los campos del Rincón de Pulgarín. Santana aceptó el reto y el 17 de enero sus fuerzas batieron primero a las de el negro Antón y, poco después, en Hato Mayor, a las de Guzmán, con el refuerzo de dos compañías de Infantería de Línea del Regimiento de La Habana, que se había desplazado desde Bayaguana. En este encuentro moriría el coronel rebelde Santiago Mota y, pocas horas después, el general Santana al frente de sus tropas entraba triunfalmente en Hato Mayor, dando por acabada, de momento, la sublevación de la provincia del Seibo. Prosiguiendo con la cadena de éxitos de los últimos meses de las armas españolas y de sus aliados, el 23 de enero de 1864 el general dominicano al servicio de España Antonio Abad Alfau atacó el campamento del presidente Salcedo en la localidad de San Pedro, con la intención de forzar los pasos de la Cordillera Central, hasta ahora en poder de los rebeldes. El ataque se produciría en el paraje de la Sabana de San Pedro, próximo a Guanuma, con 2.000 hombres del 1er Batallón de Infantería de Línea España, al mando del general Deogracias Hevía, cuatro piezas de artillería y una sección de caballería, a los que se unieron algunos refuerzos llegados de Monte Plata al mando del general dominicano Juan Suero (conocido como “el Cid negro”). En el citado ataque, iniciado a las ocho de la mañana, intervino con gran acierto la artillería española y fue rematado por decididas cargas a la bayoneta y de sables de la caballería, que consiguieron arroyar a los rebeldes y causarles 40 muertos (entre ellos los coroneles Florencio Hernández y Antonio Caba, el primero de los cuales moriría en duelo personal con el general Abad Alfau) y numerosos heridos y prisioneros, junto con el apresamiento de dos cañones y abundante material de guerra y pertrechos. Se produjo una verdadera desbandada general de los insurgentes, con persecución y caza con la caballería, en la que a punto estuvo de ser capturado el propio general Luperón, que quedó envuelto por la caballería española, perdiendo su chaqueta y la silla de la mula que montaba. Tras recibir tres heridas de sable, se salvaría in extremis gracias a la valerosa ayuda prestada por tres de sus ayudantes. También en esta acción corrió peligro la vida del propio general Alfau, quien, tras salvar la vida a un dominicano amigo que reconoció entre los rebeldes que huían perseguidos por las bayonetas de los cazadores españoles, éste se volvió e intentó dispararle con su arma, tras de
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lo que el propio general lo mató con su espada. La guerra (como casi todas) se tornaba cruel e impredecible, enfrentado a hermanos contra hermanos en una lucha despiadada que nunca debió de producirse. La victoria hispano-dominicana de San Pedro traería consigo varias consecuencias inmediatas. Por un lado demostraría a los independentistas la imposibilidad de enfrentarse con posibilidades de éxito al Ejército español en combates frontales y en campo abierto, debido a sus evidentes diferencias de preparación militar, disciplina, armamento y disponibilidad de mandos cualificados, y la conveniencia de volver a la tradicional guerra de guerrillas y a los combates por sorpresa en pasos y bosques cerrados, donde era más fácil sorprender y dividir a las columnas y convoyes de suministros españoles. Por otro lado, obligaría al mando rebelde a desalojar Arroyo Bermejo y retirarse al emblemático refugio del Sillón de la Viuda, donde el presidente Salcedo recibiría, pocos días después, a una comisión del gobierno de Santiago, que recomendó solicitar una tregua a los españoles. La propuesta sería rechazada por todos los jefes militares rebeldes y obligaría al presidente Salcedo a realizar un viaje relámpago a Santiago para reunirse con su gobierno y solicitar nuevos recursos con los que continuar la costosa guerra, mientras nombraba al general Luperón jefe de la Línea del Este y al general Juan de Js. Salcedo jefe de operaciones del sur.
Operaciones en el suroeste de la isla Después de la importante victoria de San Pedro y de los triunfos en la Línea del Sur, los españoles se propusieron como siguiente objetivo pacificar nuevamente todo el suroeste de la isla. Con esta pretensión, el 31 de enero de 1864 los generales Gándara y Puello partieron de Azua al frente de una fuerte columna de 3.000 hombres pertenecientes a los batallones de Isabel IIª, Vitoria, La Unión y Nápoles, Milicias dominicanas, dos secciones de Caballería y la 4ª Compañía de Artillería de Montaña, con la que a primeros de febrero (día 2) cruzaron el caudaloso río Yaque del Sur por el vado de Quita Coraza y sostuvieron unos primeros combates con las guerrillas rebeldes del general Ángel Félix, a las que obligaron a retirarse. Dos días más tarde (4 de febrero), y tras nuevos combates en Las Marías, ocuparon la localidad de Neyba y el día 6 La Salina, donde el Batallón de Cazadores de Isabel IIª registraría varias bajas por disparos de la artillería rebelde. La forzada marcha terminaría el día 7 de febrero con la entrada en la ciudad costera de Barahona (la capital de la provincia del suroeste), en cuya ocupación colaboraría muy eficazmente, y desde el mar, el vapor de guerra Isa-
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bel la Católica, que sufriría cuatro muertos y varios heridos a bordo por disparos de los rebeldes. Conseguida la pacificación de todo el suroeste de la isla, el general Gándara regresó a Santo Domingo, dejando al mando del denominado Ejército del Sur al eficiente general dominicano Eusebio Puello, que, pocos días después, sería nombrado mariscal de campo del Ejército español por la reina Isabel IIª. Los españoles y sus aliados de las Reservas dominicanas volvían a tomarle el pulso a la campaña y la guerra parecía volver a ser controlada por ellos, a pesar de que todavía permanecía en poder de los rebeldes todo el importante norte de la isla, con las excepciones de la plaza de Puerto Plata y del fuerte de los Cacaos de Samaná, donde un antepasado del autor de este artículo, el entonces capitán de fragata Federico Anrich Santamaría (y futuro ministro de Marina de la 1ª República española, diez años después) mandaba, por aquellos días, la sufrida guarnición de Marina de dicho fuerte y el vapor de guerra San Quintín. El éxito español en el suroeste de la isla se debió a dos causas fundamentales. La eficacia de los dos generales que dirigieron la campaña (uno español, Gándara, y otro dominicano, Puello) y la propicia actitud y colaboración de los propios habitantes de la zona, hartos de los desmanes del cabecilla rebelde Pedro Florentino, que causó el terror entre los propios dominicanos y, con especial ensañamiento, entre los partidarios del odiado general Santana.
El general Gandara nuevo capitán general de la isla. Operaciones en el área de San Cristóbal. Llegan importantes refuerzos y se recupera Montecristi En reconocimiento a los éxitos obtenidos en la pacificación del suroeste, a mediados del mes de marzo de 1864 el general José de la Gándara Navarro era ascendido a teniente general y quince días después (el 31 de marzo) recibía el nombramiento oficial de nuevo capitán general de la isla. El general Gándara continuaría con la política de benignidad con los insurrectos ejercida por su antecesor, propiciando nuevas amnistías para con los que decidieran abandonar las armas y, por el contrario, severos castigos a los oficiales y soldados españoles o de las Milicias dominicanas aliadas que realizaran actos de represalias contra los prisioneros, incluso contra aquellos que hubieran hecho armas previamente contra ellos. Su política contemporizadora la combinaría con el deseo de acabar lo más rápidamente posible con la ya larga guerra de desgaste y, para ello, nece-
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Figura 22: Llegada de un Ejército Expedicionario español al puerto de Veracruz: Una imagen parecida debió producirse el 16 de mayo de 1864 en Manzanillo (hoy Pepillo Salcedo), en el noroeste de la isla de Santo Domingo, donde desembarcó un importante Ejército expedicionario español procedente de Santiago de Cuba y al mando del mariscal de campo Ramón Primo de Rivera. Este Ejército expedicionario estaba compuesto por 7.600 hombres distribuidos en dos brigadas de Infantería, un escuadrón de Caballería, tres compañías de Artillería, dos compañías de Ingenieros un hospital de campaña y personal de Administración Militar. (Dibujo ilustrado de la obra de José Manuel Guerrero Acosta “Ejército Español de Ultramar y África, 1850-1925“).
sitaba renovar y reforzar sus agotadas tropas. Una de sus primeras medidas sería abandonar el insalubre campamento avanzado de Guazuma (en los pasos de la Cordillera Central) y reenviar a Cuba a los diezmados Batallones de Infantería de Línea 1º de España y 2º de la Habana, que venían combatiendo, casi ininterrumpidamente, desde su llegada a la isla en septiembre de 1863. Para reemplazarlos solicitaría nuevos refuerzos a la península y a Cuba, de donde, poco después, llegaron cuatro batallones provisionales. En el mes de abril de 1864 se reanudaron las operaciones militares y en esta ocasión nuevamente hacia la zona de San Cristóbal, que había sido ocupada semanas antes por partidas rebeldes dirigidas por Aniceto Martínez y Norberto Tiburcio, tras ser abandonada previamente por los españoles. Para recuperar esta localidad partiría una columna de 3.000 hombres al frente del competente general dominicano Antonio Abad Alfau, que en pocos días volvería a ocupar dicha localidad y pacificar la zona, aunque sufriendo importantes pérdidas en diversos combates con los rebeldes.
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Pero el verdadero y lógico deseo del nuevo capitán general era recuperar el norte de la isla y para ello necesitaba de la llegada de nuevos refuerzos. Por fin, el 16 de mayo desembarcaba en Manzanillo (hoy Pepillo Salcedo), en el noroeste de la isla, un importante Ejército expedicionario procedente de Santiago de Cuba, al mando del mariscal de campo Ramón Primo de Rivera y con el competente coronel de Artillería Félix Ferrer Mora como Jefe de Estado Mayor. El Ejército expedicionario estaba compuesto por cerca de 7.600 hombres (45 jefes, 320 oficiales, 280 sargentos y 6.942 cabos y soldados), distribuidos en dos brigadas de Infantería, un escuadrón de Caballería, tres compañías de Artillería, dos compañías de Ingenieros un hospital de campaña y personal de Administración Militar. Al citado Ejército acompañaban 297 caballos, 112 mulos para artillería, 126 acémilas de administración, 100 bueyes, 30 carretas, 500 tiendas de campaña, 2.000 útiles de zapador, 500 disparos de artillería por pieza, un millón de cartuchos y un millón doscientos mil cápsulas de fusil. Todo un verdadero Ejército expedicionario, perfectamente pertrechado y experimentado en la lucha de guerrillas cubana, que parecía presagiar que la guerra iba a decantarse, rápidamente, a favor de la causa española. De acuerdo con la revista El Mundo Militar de agosto de 1864, la composición del mencionado Ejército expedicionario, era la siguiente: • 1ª Brigada de Infantería: al mando del brigadier Villate y con el comandante Valeriano Weyler como Jefe de Estado Mayor. Estaba formada por el 1º y 5º Batallón de Infantería de Marina, el 1er Batallón de España y el Batallón de Cazadores de Isabel IIª. • 2ª Brigada de Infantería: al mando del brigadier Izquierdo y con el comandante Villar como Jefe de Estado Mayor. Estaba formada por el 1er Batallón del Regimiento de La Habana, el Batallón de Cazadores de la Unión y el 4º Batallón provisional. • Caballería: compuesta por el 2º Escuadrón del Regimiento de Lanceros del Rey. • Escolta del Cuartel General: formada por 25 jinetes. • Artillería: compuesta por dos Compañías del Regimiento de Montaña (con 12 piezas rayadas), una Compañía del Regimiento a pié (con 6 piezas de posición y 67 artilleros) y una fragua de campaña. • Ingenieros: compuesto por dos Compañías con 300 hombres. • Sanidad: compuesta por un hospital de campaña con 400 camas y 200 acémilas. • Administración: con 100 obreros disponibles.
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Tras desembarcar en las solitarias y bellas playas de Manzanillo, y ante el asombro de los lugareños, que nunca habían visto tamaño despliegue de tropas y de buques de guerra y de transporte juntos, el general Gándara se uniría al Ejército expedicionario y se pondría al frente del mismo y, al día siguiente (17 de mayo), se iniciaría un ataque general contra la ciudad de Montecristi, que solamente contaba con unas débiles fortificaciones defendidas por antiguos cañones de hierro del siglo XVIII. En el mencionado ataque los batallones de La Habana y los cazadores de La Unión se distinguieron en el asalto a las posiciones enemigas, que consiguieron desalojar sin necesidad de apoyo de la caballería. En su retirada general, los rebeldes atravesaron en desbandada el propio campamento del general Primo de Rivera, en el que se entabló una dura lucha cuerpo a cuerpo, con varios muertos y heridos entre la escolta personal del general en jefe, que a punto estuvo de ser arroyado. Finalmente, los españoles ocuparon la ciudad de Montecristi, en la que se reforzaron sus defensas y se construyó un nuevo fortín, denominado San Pedro. La noticia de la recuperación de la ciudad de Montecristi causaría una gran alegría entre las fuerzas españolas destacadas en la isla y tendría una gran repercusión en toda la prensa española e internacional, sobre todo en la europea. La guerra se consideró ganada (quizás un poco ingenuamente) y tanto en Madrid, como en La Habana (aunque no en Santo Domingo, donde se conocían las verdaderas dificultades del conflicto) llegó pensarse que en pocas semanas se recuperaría todo el norte de la isla, incluida la ciudad de Santiago, y que el gobierno provisional dominicano y el Ejército rebelde se apresurarían a aceptar una paz negociada, con abandono de las armas incluido. Nada de ello resultaría cierto y se desaprovecharía una magnifica oportunidad de explotar el éxito obtenido y marchar hacia Santiago. El Ejército expedicionario español perdería un tiempo irrecuperable y, sorprendentemente, permanecería estacionado en Montecristi, donde habilitarían un amplio campamento con barracones de madera y techos de cinc, instalando unas máquinas desaladoras adquiridas en los Estados Unidos para paliar la escasez de agua potable. En los siguientes meses, y debido a las fuertes lluvias que se registraron en la zona y a lo intransitable de los escasos caminos disponibles, solamente se realizarían pequeñas escaramuzas con los rebeldes en los alrededores de Montecristi, sin decidirse a desplazarse hacia el este y ocupar el estratégico y rico Valle del Cibao y su capital, Santiago, sede del gobierno provisional dominicano.
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Últimas operaciones militares: Nuevas actuaciones en el Seybo, fallecimiento del general Santana, abandono de Samaná, levantamiento del cerco de Puerto Plata, ataque a Puerto Caballo, emboscada de Neyba y combate frente a Montecristi Mientras el recién llegado Ejército expedicionario español permanecía inexplicablemente inmovilizado en Montecristi y sin aprovechar su indudable superioridad militar sobre un enemigo que se batía prácticamente en retirada en todos los frentes abiertos, en la primavera del año 1864 los españoles y sus aliados llevarían a cabo unas últimas operaciones militares de la contienda en el este y en el norte de la isla. Pero, en medio de la preparación de las nuevas operaciones militares, las discrepancias entre el nuevo capitán general de la isla, general Gándara, y el general Santana empezaron a surgir de forma creciente. Junto con las críticas del primero hacia la forma en que el general Santana había llevado la guerra y a su desobediencia repetida a cumplir las órdenes recibidas desde la capitanía general, se uniría el nombramiento del brigadier español Baldomero de La Calleja como segundo jefe de la provincia del Seybo, en sustitución del general dominicano Juan Suero, protegido de Santana (hecho que éste consideró como un grave insulto hacia los generales dominicanos aliados de España). El desencuentro entre ambos militares llegaría a alcanzar tal grado de deterioro que de La Gándara se plantearía incluso la posibilidad de enviar a Santana a Cuba y enfrentarlo a un Consejo de Justicia Militar por sus reiteradas desobediencias, aunque esto no llegaría a producirse por tener que iniciarse nuevamente las operaciones en la provincia del Seybo, en las que la presencia del general Santana resultaba necesaria. Efectivamente, y a lo largo de los meses de mayo y junio de 1864, el general Santana reemprendería las operaciones en la citada provincia del Seybo, con fuerzas de los Batallones de Infantería de Línea de Nápoles y de San Marcial y del 3º provisional de Infantería recién llegado de la península dos meses antes (mes de abril), con las que conseguiría batir a varias partidas rebeldes en el Paso del Muerto y Yerba-Buena, aunque las operaciones serían suspendidas al ordenársele regresar a la capital (orden que, en esta ocasión, si obedecería). En Santo Domingo, Santana enfermaría de fiebre amarilla y, finalmente, fallecería a finales del mes de agosto. El fallecimiento del general Santana supondría un duro golpe para las relaciones entre los españoles y las Milicias dominicanas aliadas. La mayor parte de sus mandos y de sus componentes servían realmente a Santana y su fidelidad a la causa española pasaba por la existencia del citado general y por un compromiso personal con el mismo. Al desaparecer éste, la mayo-
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Figura 23: Bahía de Samaná en la segunda mitad del siglo XIX: situada en el noreste de la isla, y codiciada por los norteamericanos para establecer el ella una estación carbonera para sus buques de guerra, sería una de las últimas posiciones que abandonaría el Ejército y la Marina española en su intervención de 1861-1865. Finalmente, sería definitivamente desalojada por la Marina de Guerra en la segunda semana de julio de 1865. (Dibujo ilustrado de Leslies´s procedente del libro de Jaime de Jesús Domínguez “Historia Dominicana”).
ría de los dominicanos colaboracionistas abandonaron sus puestos y se retiraron de la guerra o se pasaron directamente al Ejército independentista. Solamente un reducido grupo, entre los que se encontraban el general Eusebio Puello y el coronel Máximo Gómez (futuro cabecilla de la insurrección cubana de 1895-1898) permanecerían fieles a España hasta el final de la contienda y saldrían de la isla con el ejército español un año después. Mientras tanto, en el noreste de la isla, y ante la dificultad de mantener y abastecer a las guarniciones aisladas de la península de Samaná, durante el mes de julio de 1864 todas las fuerzas del 2º Batallón de Infantería de Marina y del Batallón de Infantería de Línea de Cádiz se replegaron desde el Fuerte de Los Cacaos y otras posiciones costeras hacia la bahía de Samaná, realizando penosas y largas marchas (transportando enfermos y heridos) a través de difíciles caminos y trochas en los bosques, y, casi siempre, bajo
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Figura 24: Fuerte de Cacaos en la Península de Samaná: protegido por fuerzas del 2º Batallón de Infantería de Marina y del Batallón de Infantería de Línea de Cádiz, sería una de las guarniciones que abandonarían los españoles en el mes de julio de 1864 en su repliegue hacia la bahía de Samaná. En la actualidad (año 2004) se encuentra totalmente invadido por la vegetación tropical. (Parte superior: vista desde el mar; Parte inferior: vista desde una playa próxima. Fotografías del autor del artículo y de Pedro González Vázquez).
el fuego de invisibles francotiradores enemigos. En la bahía de Samaná conseguirían finalmente embarcar en unidades de la Marina española, que les trasladarían a Puerto Plata. A finales del mes de agosto se conseguiría también levantar, por fin, el ya largo y penoso cerco de la ciudad de Puerto Plata, que, con pequeñas variaciones, se mantenía prácticamente desde un año antes. Efectivamente, y con
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Figura 25: Plano del combate de Puerto Plata del 31 de agosto de 1864: En la madrugada del 31 de agosto de 1864 los españoles conseguirían finalmente desalojar a los sitiadores independentistas de las trincheras desde las que les hostigaban y destruir una batería en Punta de Cafemba, donde disponían de cañones con los que alcanzaban a los buques españoles y a los hospitales de la fortaleza de San Felipe. En el ataque participarían, desde el mar, varios buques de la Marina española (vapores de guerra Hernán Cortés, Ulloa, San Quintín y una cañonera). (De la obra del general La Gandara “Anexión y guerra de Santo Domingo”).
el objetivo de desalojar a los independentistas de las trincheras desde las que hostigaban a las posiciones españolas y de destruir una batería en Punta de Cafemba, donde disponían de cañones con los que alcanzaban a los buques españoles y a los hospitales de la fortaleza de San Felipe, en la madrugada del 31 de agosto el propio general Gándara encabezaría cinco columnas de ataque al mando del general de las Reservas dominicanas José Hungría y de los coroneles españoles Argenti, Quirós y Jiménez Bueno. El ataque, que contaría con el apoyo de la artillería de varios buques de la Marina española (vapores de guerra Hernán Cortés, Ulloa, San Quintín y una cañonera) resultaría todo un éxito para los españoles, que consiguieron ocupar y posteriormente incendiar todas las trincheras y campamentos enemigos, así como apresar seis cañones y producir un importante número de bajas al enemigo. En esta operación moriría el general independentista Benito Martínez, que caería defendiendo valerosamente la mencionada batería en Punta de Cafemba. El siguiente paso de los españoles era intentar nuevamente recuperar el Valle del Cibao y la ciudad de Santiago, avanzando desde dos direcciones,
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el norte (desde Puerto Plata) y el oeste (desde Montecristi). Para ello, el general Gándara solicitó nuevos refuerzos a la península, desde la que le prometieron el importante envío de 30.000 nuevos hombres para el próximo otoño. Pero la situación iba a cambiar radicalmente en Madrid y, con ella, la política a seguir con respecto a la molesta nueva “provincia” de Santo Domingo. El gobierno de la Unión Liberal presidido por el general Leopoldo O´Donnell (el promotor de la anexión dominicana) entraba en crisis y se presagiaba un inmediato cambio gubernamental que podía modificar todo lo anteriormente previsto. Desde prácticamente mediados de octubre del año 1864 la posición del gobierno de Madrid con respecto al conflicto dominicano fue de congelar las operaciones militares hasta que las Cortes de la nación resolvieran al respecto. La oposición a continuar con tan costoso conflicto iba tomando cada vez más fuerza entre todos los grupos políticos españoles y cada vez se hacía más evidente que el abandono de la isla era irremediable. Junto con la congelación de las operaciones, el gobierno de Madrid ordenaba al general Gándara comenzar a concentrar las tropas de las diferentes guarniciones en el más reducido número posible de posiciones del litoral, con objeto de poder facilitar una posible evacuación general. Finalmente, el 16 de noviembre caía en Madrid el gobierno del general O´Donnell y se le encargaba formar nuevo gobierno al conservador general Ramón Mª Narváez, quien, de acuerdo con su política de oposición a las intervenciones en el extranjero de la etapa unionista, congelaría inmediatamente el envío de nuevos refuerzos a Santo Domingo y confirmaba la concentración de fuerzas en determinados puntos de la costa. La posible operación de avance convergente sobre Valle del Cibao y Santiago quedaba totalmente anulada y, con ella, las esperanzas de acabar la guerra con una victoria militar rápida. Pero la orden de suspender las operaciones militares no sería obedecida inmediatamente por el general Gándara, quien en las siguientes semanas emprendería dos últimas expediciones en diferentes zonas del país. La primera tenía como objetivo intentar impedir el tráfico marítimo de armas, municiones y otras mercancías que los dominicanos realizaban por Puerto Caballo y para ello se enviaría varias unidades de la Marina de Guerra con 800 soldados a bordo, que desembarcaron en dicha localidad costera y apresaron una docena de pequeñas embarcaciones de contrabandistas. La operación se cerraría con un enfrentamiento armado con las fuerzas rebeldes que protegían la posición y el incendio del citado poblado y de sus instalaciones portuarias y depósitos de tabaco y cera. La segunda operación constituyó una hábil trampa urdida por el general dominicano José Mª Cabral, jefe superior de los independentistas en el sur, quien haría llegar un falso
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Figura 26: Parte de bajas del combate de Guanumá: una de las últimas operaciones militares de la Guerra de Santo Domingo de 1861-1865 sería el combate de Guanumá, en el que un comboy español que regresaba desde esta localidad hacia Santo Domingo, protegido por fuerzas de los batallones de Vitoria, San Quintín, Puerto Rico y de las Reservas Dominicanas, sufriría, entre los días 13 y 15 de octubre de 1864, un ataque por parte de las guerrillas independentistas, que le producirían tres muertos y once heridos de diferente consideración. (Documento del “Archivo General Militar de Madrid”. Sección Ultramar. Santo Domingo. Caja 70).
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mensaje a la guarnición española de Azua solicitando ayuda de los habitantes de Neyba. El general nativo al servicio de España, Eusebio Puello, enviaría una columna en su socorro que sería emboscada por 600 insurgentes en el sector de El Cambronal. El resultado final sería la pérdida de 71 hombres (2 capitanes, 2 subalternos y 67 bajas más de tropa y reserva) y el regreso precipitado a Azua de los supervivientes. Finalmente, el último hecho de armas del conflicto dominicano se produciría el 28 de diciembre de 1864 frente a Montecristi. Los españoles habían sido informados por un prisionero español que había conseguido fugarse del campamento enemigo que se preparaba un ataque sobre sus posiciones, aunque no dieron demasiado crédito a la citada información por lo descabellado que suponía un ataque frontal del enemigo a posiciones artilladas y bien defendidas. Pero la información resultaría finalmente cierta. En la mañana del citado 28 de diciembre el presidente Polanco se presentó ante Montecristi al frente de abundantes fuerzas (unos 1.700 hombres), parte de las cuales ocultó en unos bosques próximos con la intención de sorprender a las incautas tropas españolas que aceptaran salir a presentar combate. El general español Izquierdo ordenó abrir fuego de artillería sobre los insurrectos desde el fuerte de San Pedro e hizo salir dos columnas armadas por los caminos de Santiago y de Los Pozos, que ocuparon las alturas próximas, pero que no cayeron en la trampa de perseguir a los rebeldes (lo que les hubiera supuesto ser atacados por la caballería enemiga oculta en los bosques próximos). En sus posiciones ventajosas los españoles esperaron un primer ataque de 400 jinetes de la caballería rebelde, que se detuvo a 1.000 metros de distancia para provocar la salida de los españoles, y ante la pasividad calculada de éstos, Polanco se precipitaría y se lanzaría alocadamente sobre las sólidas posiciones españolas, siendo barrido por su artillería. El combate, que los españoles denominaron “La inocentada de Polanco” (por la fecha en que se produjo), se saldaría con más de un centenar de bajas dominicanas y ninguna por parte española.
EL ABANDONO FINAL DE LA ISLA La decisión política de abandonar la isla A finales del año 1864, y a pesar de los últimos éxitos de las armas españolas, la guerra continuaba estancada. Tras tres años y medio de duro conflicto los españoles tan solo controlaban de forma permanente cinco plazas en el sur (Santo Domingo, San Cristóbal, Bani, San José de Ocoa y
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Azua) y tres en el norte (las plazas costeras de Puerto Plata, Montecristi y Samaná) y de forma intermitentemente la provincia de El Seibo (Hato Mayor, Los Llanos y Salvaleón) y Sabana de la Mar, en la costa de la Cordillera Oriental. El resto del país estaba bajo control de los rebeldes y las comunicaciones tan solo podían realizarse de forma segura por mar y bajo la protección de los buques de la Marina de Guerra española. La continuación del conflicto no iba a suponer más que nuevos sacrificios para ambos contendientes y nuevos problemas de imprevisibles consecuencias para el gobierno español con los EE.UU, Inglaterra y las Repúblicas Hispanoamericanas. Se hacia necesario, por tanto, terminar lo antes posible con el ya largo y costoso conflicto y proceder al abandono final de la isla. En el mes de diciembre de 1864 el nuevo gobierno español, presidido por el general Ramón Mª Narváez, remitía un cuestionario de diez puntos al capitán general de Santo Domingo en el que le recababa su opinión sobre la conveniencia o no de continuar con la costosa campaña militar y permanecer en la isla. El general De la Gándara contestó que el prestigio de España recomendaba no abandonar la isla sin que previamente la insurrección estuviera totalmente dominada, pero, comprendiendo que el final estaba ya muy próximo, se apresuró a intentar entablar conversaciones de paz con los independentistas y para ello utilizaría los buenos oficios del presidente haitiano, general Geffrard, al que envió una comisión a Por-au-Prince compuesta por los coroneles Van Halem y Velasco. El presidente Geffrard aceptaría su papel mediador y enviaría a Santiago una delegación con el encargo de que concertara con el gobierno provisional dominicano la suspensión de las hostilidades y el canje de prisioneros, y que aconsejara a dicho gobierno que enviara una exposición a la reina Isabel IIª solicitando formalmente el final de la intervención militar en la isla. La citada exposición la enviaría el presidente Gaspar Polanco el 5 de enero y en ella, junto con un resumen de los sacrificios que estaba suponiendo la ya larga guerra para ambas partes y del estado de ruina en que estaba sumido el país, terminaba diciendo lo siguiente: “Que V.M. quiera que la paz se haga. Que esta porción de tierra, patria de los dominicanos, sea desprendida por vuestra Real y magnánima voluntad de las vastas posesiones que forman la monarquía española. Esta nación aplaudiría tan generoso proceder, porque ella no será por esto ni menos grande ni menos poderosa. Que la paz y la tranquilidad sean por vuestra real disposición, devueltas al pueblo dominicano, y esta concesión será uno de los hechos más gloriosos de vuestro reino, porque será un acto de humanidad y de resplandeciente justicia”. La respuesta española no se haría esperar. El 7 de enero de 1865 se presentaba a las Cortes españolas un proyecto de Ley para el abandono de la
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isla, en el que se derogaba el anterior decreto de 19 de marzo de 1861 de incorporación del territorio dominicano a la corona española y se autorizaba al gobierno “a dictar las medidas necesarias” para llevarlo a cabo. La Comisión del Congreso emitía su dictamen favorable el 3 de marzo y, finalmente, la reina Isabel IIª lo firmaba el 1º de mayo de 1865. En esta decisión final influiría el deseo prácticamente unánime de todos los sectores políticos españoles de acabar con una larga y costosa guerra, cuyo final no se veía ni cercano, ni claro, así como el temor de que los EE.UU (cuya guerra civil ya estaba a punto de finalizar con el triunfo del bando unionista) reiniciara sus presiones intervencionistas sobre la isla de Cuba, en la que se necesitarían, en los próximos años, todos los recursos militares y económicos disponibles. A todo ello se sumaría el que, como consecuencia del alargamiento del conflicto, Inglaterra acababa de reconocer por aquellos mismos días el derecho de beligerancia a los independentistas dominicanos (lo que suponía que, en breve, procedería a abastecerlos de armamentos) y que Francia, los EE.UU y Venezuela aceptaran secretamente a los representantes del Gobierno provisional dominicano.
Intercambio de prisioneros Las noticias sobre las previsibles próximas ordenes de evacuación y de abandono de la isla llegarían a Santo Domingo el día 12 de enero de 1865 y caerían como un jarro de agua fría entre los mandos españoles, pero sobre todo entre los dominicanos que habían servido fielmente a la causa española durante cerca de cuatro años, los cuales temieron (y no sin razón) por su seguridad y la de sus familiares y propiedades. Para evitar situaciones de represalias similares a las vividas durante las jornadas de abandono de la ciudad de Santiago en agosto de 1863, las autoridades españolas ofrecieron a los dominicanos leales su traslado a la Península o a los archipiélagos canario, balear o filipino, evitando con ello el problema que podía suponer la aparición en Cuba o Puerto Rico de un importante número de población de color como ciudadanos libres. A pesar de estos planes, la mayor parte de ellos terminarían en Curaçao y en la vecina isla de Cuba, donde, defraudados con la prácticamente nula política de protección oficial española, muchos de ellos terminarían formando parte activa de las guerrillas cubanas de las siguientes décadas (caso, por ejemplo, del general Máximo Gómez, que encabezaría la Guerra de Independencia cubana de 1895-1898). Junto con las ordenes de ir concentrando y evacuando progresivamente las diferentes guarniciones del país se procedió a negociar un intercambio
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Figura 27: Veteranos dominicanos de la Guerra de Restauración: grupo de antiguos soldados dominicanos que participaron en la Guerra de Restauración en el bando independentista o patriota, fotografiados a finales del siglo XIX en la ciudad de Santiago. (Fotografía de la obra de Pedro María Archambault “Historia de la Restauración”).
de prisioneros, para lo cual se mantuvieron negociaciones en Puerto Plata con una comisión del gobierno provisional dominicano integrada por los generales Melitón Valverde, Ramón Almonte y Manuel Tejada. Los españoles defendieron la fórmula del intercambio global y reciproco, tipo “todos por todos” y sin excepción alguna, que resultaba más fácil y rápida, mientras que los dominicanos preferían la del “uno por uno”, es decir, permutando hombre por hombre y clase por clase. Aceptada, finalmente, la propuesta dominicana, a pesar de su mayor complejidad y lentitud, se procedió al intercambio final de prisioneros durante los meses de marzo a julio, en los que se permutaron centenares de prisioneros y familias retenidas como rehenes por ambos bandos. De los penales de Cuba y Puerto Rico llegaron a finales de marzo 209 prisioneros dominicanos a bordo del vapor de guerra Colón y del Transporte nº 3, y a principios de mayo otro centenar provenientes de la Península y de Ceuta, mientras que, por parte dominicana, entre los días 8 y 17 de abril se entregaron 172 prisioneros españoles (entre ellos 15 oficiales), cuatro familias completas españolas y tres esposas de oficiales retenidas, que el día 22 llegaron a Santo Domingo y fueron objeto de un gran recibimiento oficial por parte de las autoridades españolas. Al
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haber quedado sin entregar 21 oficiales españoles retenidos por los dominicanos, los españoles tomaron nuevos rehenes entre las familias más significadas de la isla (unas setentas personas), como garantía de que se realizaría la entrega más adelante, lo cual finalmente se llevaría a efecto en Puerto Plata y Santo Domingo. En general, y salvo casos excepcionales y puntuales, el trato a los prisioneros fue, por ambos bandos, razonablemente bueno y exento de actos de violencia y vejación, lo cual honraría, una vez más, a ambos contendientes.
Acuerdo de paz y salida de las últimas tropas españolas En la segunda semana del mes de mayo de 1865 (día 9) el capitán general de la isla, José de La Gándara Navarro, enviaba al nuevo presidente dominicano, Pedro Antonio Pimentel, una comunicación “confidencial” proponiéndole el intercambio recíproco de prisioneros y el comienzo de negociaciones para la firma de un acuerdo o tratado de paz final, tras el que se llevaría a cabo, lo más rápidamente posible, el abandono de la isla por parte de las tropas españolas. El presidente Pimentel contestó favorablemente dos días después (día 11) y envió tres comisionados a Santo Domingo (generales José del Carmen Reinoso y Melitón Valverde, y presbítero Miguel Quesada) con poderes especiales para la firma del tan deseado y esperado tratado de paz. Las conversaciones de paz se celebraron en la quinta El Carmelo de Güivia, en las afueras de Santo Domingo, y finalizaron el 6 de junio con la firma de un Convenio de ocho artículos, en el que se reconocía que el pueblo dominicano recobraba su independencia y que España había actuado “dentro de los límites de su buen derecho (...) mientras pudo creer que contaba con la adhesión del país en la gran mayoría de sus habitantes”, así como que “ha suspendido el uso de la fuerza y renuncia para siempre a la posesión de Santo Domingo”. El citado convenio incluía el firme propósito del pueblo dominicano de “conservar la generosa amistad de la nación española (...) y de celebrar con España un tratado de reconocimiento, paz, amistad, navegación y comercio”, e incorporaba acuerdos concretos sobre el canje de prisioneros, la exención de responsabilidades por ambos lados, el respeto a las “personas, familias y propiedades” de los españoles y dominicanos partidarios de la causa española que decidieran permanecer en la isla, la obligación del gobierno dominicano de pagar a España una indemnización de guerra (que nunca se llevó a efecto, ni se reclamó posteriormente por parte española), el trato a España de nación más favorecida, la
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salvaguardia de los heridos y enfermos que, por su gravedad, tuvieran que permanecer en la isla, y la obligación, por parte del gobierno dominicano, de “no enajenar el todo ni parte de su territorio, a ninguna nación ni pueblo, ni establecer ningún convenio que perjudique los intereses de España en sus posesiones de las Antillas, sin la intervención y consentimiento del Gobierno español”. Los “Acuerdos de El Carmelo” fueron rechazados y declarados nulos por el presidente Pimentel, al considerarlos una imposición unilateral y contrarios a la Constitución dominicana. Acto seguido, desautorizó a sus propios comisionados, a los que ordenó regresar a San Cristóbal, y suspendió las conversaciones de paz, lo cual provocaría inicialmente la sorpresa y, posteriormente, las iras del capitán general español Gándara. En los siguientes días, el presidente Pimentel nombraría nuevos comisionados (general José Mª Cabral y D.C.S. Heneken), los cuales entregaron al general Gándara unas nuevas “Bases del convenio propuesto entre la República dominicana y S.M.C. Doña Isabel II, reina de España”, en las que se suavizaban y retocaban los acuerdos anteriores, aunque en esencia respondían a las bases anteriormente mencionadas, con la salvedad de lo referente a la imposición de la indemnización de guerra y la ilógica obligación del gobierno dominicano de consultar con España una posible enajenación futura de parte o de la totalidad del territorio dominicano. El 26 de junio el general Gándara comunicaba al Gobierno Provisional dominicano que consideraba el anterior convenio del Carmelo “por válido, legal y subsistente estaba decidido a sostenerlo sin alteración ni modificación alguna”, así como que “llevaría a cabo la evacuación del territorio hasta donde le conviniese a él, en las circunstancias que correspondan a sus proyectos ulteriores, y que continuaba la guerra en la forma a los intereses y al honor de la causa que representaba”. Dos semanas después (5 de julio) emitía una proclama al pueblo dominicano en la que protestaba por el incumplimiento del gobierno dominicano de los acuerdos firmados y amenazaba con continuar el estado de guerra y el bloqueo de todos los puertos y costas del territorio dominicano. Pero, a pesar del enojo del capitán general Gándara, las órdenes de evacuación recibidas desde Madrid eran muy claras y debían cumplirse sin discusiones ni pérdida de tiempo. Las primeras evacuaciones ya se estaban llevando a efecto desde el pasado mes de febrero, con concentración de tropas procedentes de las diferentes guarniciones en cuatro puntos principales de la isla. Las guarniciones del norte se concentraron en Puerto Plata y Montecristi, y las del sur en Azúa, Bani y Santo Domingo, desde donde, en los siguientes meses (entre mayo y julio) embarcaron hacia Cuba y Puerto Rico
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Figura 28: Salón del trono del Palacio de la capitanía general de Santo Domingo: en este salón del trono de capitanía y de las denominadas “Casas Reales” se vivieron los principales actos políticos durante la época colonial española. Al finalizar la intervención española de 1861-1865 sería uno de los últimos edificios de Santo Domingo en ser abandonado por los españoles el 12 de julio de 1865. Previamente se había inutilizado la artillería de la plaza que no pudo llevarse y se embarcó en el puerto de Calderas toda la guarnición, el parque y el material militar y administrativo existente.
en diferentes unidades de la Marina de Guerra española. Previamente (principios del mes de junio) ya se habían abandonado las guarniciones de Neiba, Barahona, San Juan de la Maguana, San José de Ocoa, Hato Mayor, El Seybo y San Pedro de Macorís. Las últimas guarniciones en ser abandonadas fueron las de Santo Domingo (donde se encontraba la sede de la capitanía general de la isla), Puerto Plata, Montecristi y Cayo Levantado, en la península de Samaná. La capital, Santo Domingo, sería desalojada entre los días 11 y 12 de julio de 1865, previa inutilización de la artillería de la plaza que no pudo llevarse y el embarque en el puerto de Calderas de la guarnición, el parque y el material militar y administrativo existente. Pocas horas después, y todavía bajo la atenta mirada de las fuerzas españolas embarcadas, entraban en la ciudad las tropas dominicanas de los generales Cabral, Manzueta y Adón, que se
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hicieron cargo de todos los edificios administrativos e instalaciones militares de la ciudad. El día 13 zarpaban las unidades navales españolas y las tropas embarcadas hacia Cuba y Puerto Rico, mientras el brigadier de la Armada, José Lozano, hacía una última entrada en la ría del Ozama para reclamar la entrega de los últimos prisioneros españoles, que finalmente serían intercambiados por los rehenes retenidos nueve días después en Puerto Plata. En Montecristi se reembarcó a todo el numeroso Ejército expedicionario que había llegado un año antes (cerca de 7.500 hombres), tras volar los fuertes de San Pedro y San Francisco con dos hornillos cargados con 43 quintales de pólvora. Nada más embarcase, las tropas españolas pudieron contemplar, desde los buques, como las avanzadillas de las fuerzas dominicanas ocupaban e incendiaban sus antiguos campamentos e instalaciones. Finalmente, las últimas guarniciones en evacuarse fueron las de Monte Plata (el día 15) y Cayo Levantado (el día 16), en la nororiental península de Samaná. Era el final de cuatro largos y duros años de campaña militar, que dejaban tras de si un importantísimo esfuerzo y sacrificio en vidas humanas y en presupuesto económico desaprovechado. Tras la evacuación general, la última actuación española en la isla correría a cargo de la Marina de Guerra y, en concreto, del ya citado brigadier José Lozano al frente de tres vapores de guerra, con los que se desplazaría a Puerto Plata para realizar el último canje de prisioneros el día 22 de julio de 1865. Lozano se entrevistaría con el general dominicano Luperón y efectuaron, sin ningún tipo de restricciones, el cambio de los últimos prisioneros y rehenes, transportando hasta Santo Domingo en un vapor de guerra español a cuantos dominicanos lo necesitaron y solicitaron. Asimismo, Lozano se comprometió a devolver el archivo de la ciudad de Puerto Plata (promesa que cumplió en el plazo de quince días) y a no hacer cumplir la descabellada amenaza del general Gándara de continuar con el bloqueo de todos los puertos y costas del territorio dominicano. El estado de guerra entre los dos países hermanos terminaba, felizmente, con un pacto entre caballeros y con actos de cordura y cordialidad que, además de honrar a sus protagonistas, ayudarían a cerrar las múltiples heridas abiertas a lo largo de los cuatro años de dura contienda militar.
EPÍLOGO Y VALORACIÓN FINAL DE LA CAMPAÑA La intervención española en Santo Domingo de los años 1861-1865 puede considerarse como uno de los errores más claros y evidentes de la política intervencionista española desarrollada por los gobiernos de la Unión Liberal de la década de los sesenta del siglo XIX. Se aceptó inge-
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nuamente el engaño, hábilmente tramado por el general Santana y sus seguidores, sobre una población dominicana leal y pacífica que solicitaba su reintegro voluntario en la corona española y se infravaloró el costo real que podía suponer una casi segura campaña militar contra los opositores a la reintegración, así como los probables problemas derivados que podrían surgir con los gobiernos de los EE.UU, Inglaterra, Francia y las Repúblicas Hispanoamericanas. Además de una desacertada y poco realista y eficaz administración civil, en el ámbito puramente militar la contienda constituyó una dura guerra fratricida y típicamente colonial, con continuas operaciones de columnas, marchas y contramarchas, combates aislados y en muchos casos al arma blanca y cuerpo a cuerpo en los que se produjeron numerosas bajas por ambos bandos. Las casi continuas lluvias, las altas temperaturas y los caminos prácticamente inexistentes o intransitables durante la mayor parte del año, dificultaron en gran medida los movimientos de las columnas españolas, que tenían que enfrentarse a un enemigo peor preparado, pertrechado y dirigido, pero que contaba con el factor sorpresa y un mayor conocimiento del terreno que pisaba. En una buena parte de los combates no llegaba ni a verse al enemigo, que operaba oculto tras la espesa vegetación, utilizando la característica táctica de guerrillas con rápidos ataques y retiradas, que apenas daban oportunidad de acciones de persecución eficaces. Se combatía hasta el último cartucho disponible y, agotado este, se echaba mano del arma blanca, con la que, desgraciadamente, si que se veía al enemigo y desde muy cerca, sobre todo a sus temidos machetes de largas dimensiones. Hubo episodios verdaderamente legendarios y típicamente decimonónicos, con retos y duelos personales y acciones caballerescas y humanitarias, que se entremezclaron con otros de gran crueldad y violencia, con deleznables actos de represalias, fusilamientos, asesinato de heridos y prisioneros indefensos y venganzas contra familiares y propiedades. En resumen, una dura guerra colonial de las muchas que desarrollaría España a lo largo del siglo XIX (continente americano, Cuba y Filipinas, Indochina, Marruecos, etc.), que, en este caso concreto, dejó como resultado unos 13.000 muertos españoles (casi el 52% de los efectivos totales enviados a la isla, estimados en unos 25.000 hombres) en acciones de guerra (los menos) o como resultado de las enfermedades tropicales (los más). El general de La Gándara, en sus memorias sobre esta guerra, da las cifras de 486 muertos españoles en combate (38 jefes y oficiales y 448 de tropa), 6.854 muertos por enfermedades (69 jefes y oficiales y 6.785 de tropa), 2.290 heridos, enfermos e inutilizados (163 jefes y oficiales y 2.127 de tropa) y 634 prisioneros y desa-
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parecidos (31 jefes y oficiales y 603 de tropa). Por su parte, el Archivo General Militar de Madrid contempla la cifra global de 11.000 bajas hasta marzo de 1864 y de 1.260 muertos por enfermedades de diverso tipo entre 1861 y 1863, a lo que habría que añadir, según Moreno Fraginals, otros 8.174 enfermos fallecidos en los hospitales de Cuba y 2.825 en los de Puerto Rico. A estas importantes cifras, habría que sumar otras miles de bajas de dominicanos aliados de España (de las Milicias o Reservas dominicanas, entre ellas cinco generales, Juan Contreras, Reyes, Juan Suero, Pascual Ferrer y José Mª Pérez) y las de otros 5.000 dominicanos rebeldes o patriotas, según se mire, y cuatro generales (Gregorio Lora, Antonio Caba, Santiago Mota y Benito Martínez) que lucharon por su sagrada y comprensible independencia. En resumen, demasiados muertos, heridos y enfermos, junto con un importante esfuerzo económico perdido (las cifras presentadas en las Cortes la estimaron en 35 millones de pesos españoles de la época), en una guerra fraticida e injustificable que no produjo ningún beneficio práctico ni para España, ni para los dominicanos, y que, por lo tanto, nunca debió de haberse producido. A pesar del absurdo y estéril sacrificio que supuso la contienda, ambos contendientes supieron cumplir sobradamente con su deber y, entre ellos, dos antepasados del autor de este artículo, que prestaron sus servicios a bordo de buques de la Marina española y participaron en diversas acciones de guerra en mar y en tierra (Puerto Príncipe, Puerto Plata, Barahona, Montecristi, defensa del fuerte de Los Cacaos, en la nororiental península de Samaná, y Santo Domingo). Vaya para ellos, por tanto, y en su recuerdo y memoria, la dedicación del pequeño esfuerzo (comparado con el suyo) que ha supuesto la realización de esta investigación histórica, siglo y medio después de que se produjeran aquellos acontecimientos históricos.
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HUMANISTAS Y CONQUISTAS MILITARES DE ULTRAMAR (SIGLOS XV-XVI) Eustaquio SÁNCHEZ SALOR1
RESUMEN Las conquistas militares de ultramar llevadas a cabo por portugueses y españoles en los siglos XV y XVI produjeron críticas en determinados ambientes europeos de la época, sobre todo en los círculos humanistas de tendencia erasmista: se criticaba en esos círculos la política expansionista y colonizadora de Portugal y, en menor medida, la de España. Pues bien, para justificar esas conquistas ante esos círculos cultos europeos, en los cuales la lengua de comunicación culta era el latín, los humanistas portugueses y españoles ponen su pluma al servicio de la defensa de la política de conquistas militares de ultramar. Ello es más evidente en el caso de los humanistas portugueses que en el de los españoles. Los humanistas españoles se entretienen más, a este respecto, en discusiones internas, como es el caso ya citado de Sepúlveda y Las Casas. Los portugueses son más propensos a defender la política de sus monarcas ante los foros cultos europeos; y sus obras sí fueron publicadas en ciudades europeas. PALABRAS CLAVE: Humanismo, conquistas, ultramar, Portugal, España.
ABSTRACT The overseas military conquests carried out by Portuguese and Spanish in XVth and XVIth centuries led to criticisms in some European environments at that time, particularly in humanist circles that followed Erasmus doctrine: there, the Portuguese expansionist and colonizing politics, and to 1
Catedrático de la Universidad de Extremadura.
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a lesser extent the Spanish politics, were criticized. Thus far, in order to justify these conquests to those European learned circles, where the communication language was Latin, the Portuguese and Spanish humanists serve to the defense of the overseas military conquests. This is even more obvious in the case of the Portuguese than in the Spanish humanists. To this respect, the Spanish humanists linger over internal discussions, as in the case of Sepúlveda and Las Casas. The Portuguese are more willing to defend their monarch’s politics in front of the learned European fora; and indeed their works were published in European cities. KEY WORDS: Humanism, conquest, overseas, Portugal, Spain. ***** as conquistas militares de ultramar durante los siglos XV y XVI son patrimonio casi exclusivo de portugueses y españoles. Es decir, son patrimonio de la península ibérica. Estas conquistas militares produjeron ciertas críticas en determinados ambientes europeos de la época. La cuestión era la siguiente: ¿era justo llevar las armas más allá de los mares para conquistar nuevos territorios? Es una cuestión que en España produjo una dura polémica entre Juan Ginés de Sepúlveda y el padre Bartolomé de las Casas; el primero era el defensor oficial de la conquista, colonización y evangelización de América, justificando el derecho de unos pueblos a someter a otros para evangelizarlos y culturizarlos; el segundo defendía la igualdad genérica del ser humano al margen de cualquier posición política, y la necesidad de que los españoles abandonaran América, limitándose a enviar predicadores para evangelizar, sin apoyo militar alguno. Pero no vamos a entrar en esa polémica sobre la cual se ha escrito ya mucho. Sí vamos a tomar como punto de partida de nuestro trabajo el hecho de que esas conquistas militares de ultramar produjeron críticas en los círculos humanistas, sobre todo los de tendencia erasmista, de Europa: se criticaba en esos círculos las políticas expansionista y colonizadora de Portugal y, en menor medida, la de España. Pues bien, para justificar esas conquistas ante esos círculos cultos europeos, en los cuales la lengua de comunicación culta era el latín, los humanistas portugueses y españoles ponen su pluma al servicio de la defensa de la política de conquistas militares de ultramar. Y ello es más evidente en el caso de los humanistas portugueses que en el de los españoles. Los humanistas españoles se entretienen más, a este respecto, en discusiones internas, como es el caso ya citado de Sepúlveda y Las Casas; y el que resultó derrotado fue precisamente el defensor de las armas, Sepúlveda, de manera que su obra cayó en el olvido y se mantuvo en el mismo durante siglos. Los portugueses son
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más propensos a defender la política de sus monarcas ante los foros cultos europeos; y sus obras sí fueron publicadas en ciudades europeas. Por ello, prestaremos atención sobre todo al caso de los portugueses, aunque sin olvidarnos de exponer en algún caso las correspondencias de los españoles. Es conocido por los estudiosos del humanismo portugués el hecho de que una de las características de los humanistas portugueses -que les distingue precisamente de otros humanistas europeos- es la de ser difusores por los círculos cultos de Europa de las glorias portuguesas, sobre todo de sus descubrimientos, de sus hazañas militares, y de la condición portuguesa de baluarte militar frente al enemigo de la Europa del momento: el turco y el islam. Y para ello se sirvieron de la lengua culta de la Europa del momento, la latina. Los humanistas portugueses se convirtieron, en efecto, en mediadores entre el Portugal de los descubrimientos y el resto de Europa, utilizando para este fin la universalidad del latín. Gracias a ellos, circulan por Europa, en la lengua del Lacio, las noticias sobre las conquistas militares de ultramar protagonizadas por los portugueses2. Nos proponemos en este trabajo recoger algunos aspectos interesantes de esa relación entre humanismo y milicia en el caso de los humanistas portugueses de los siglos XV y XVI, aunque, en aquellos casos en que encontremos paralelos con los españoles, recogeremos también la obra de éstos.
1. Documentos en latín relativos a las conquistas militares 1.1 Primeros documentos. Ya antes de la introducción del humanismo en Portugal, que se suele atribuir a la llegada del italiano Cataldo Sículo en 1485, tenemos testimonios en latín de la expansión militar portuguesa. El primer testimonio es la crónica de la conquista de Ceuta en el año 1415, escrita por un italiano de la corte de Alfonso V, llamado Mateo de Pisa; se trata de los Gesta illustrissimi Regis Ioannis de Bello Septensi, que fueron publicados en el siglo XVIII y traducidos en 1915 con motivo de las celebraciones del quinto centenario de la conquista de Ceuta por los portugueses. 2
Diferentes trabajos ha dedicado a este tema el profesor A. da Costa Ramalho, en Para a Historia do Humanismo en Portugal I-II-III; por ejemplo, “Cataldo e a expansão portuguesa”, t. III, 1998, pp. 36-41 y “Os humanistas e a divulgação dos descobrimentos”, pp. 135-154. También se trató de esta cuestión en el Congreso celebrado en Tours sobre el humanismo portugués y Europa en 1978 cuyas actas han sido publicadas con el título de L´Humanisme portugais et l´Europe. Actes du XXI Colloque International d´Etudes humanistes. Tours, 3-13 Juillet 1978, París, 1984.
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El segundo documento literario testimonio de la expansión militar portuguesa, en latín, es de 1481 y es obra de un portugués que estudió en Italia, el obispo de Évora, D. García de Meneses. Estando al mando de una escuadra que marchó en ayuda de Otranto, ciudad del sur de Italia tomada por los turcos, D. García se detiene en Roma donde pronuncia un conocido discurso ante el papa Sixto IV: es un discurso que sorprende por la calidad de su latín, del mejor nivel humanístico, dice el profesor Ramalho3. Delante del papa, el obispo habla con elocuencia y orgullo de los hechos del rey Alfonso V y de su hijo D. Juan en las campañas del norte de África; recuerda la colaboración que tuvo el hijo, a pesar de sus 16 años, en la conquista de Arzila y Tánger; evoca también dramáticamente la participación que su propia familia tuvo en las campañas de África, campañas que supusieron un duro golpe al poderío musulmán, aliado de los turcos que entonces amenazaban a Europa. Recuerda D. García que es gracias a los portugueses por lo que el poderío turco no ha llegado ya a Europa a través de Granada: si Granada no es ya un peligro, si va a ser derrotada4, ello se debe a la ocupación de las plazas y fuertes del norte de África por los portugueses; esa ocupación así como la presencia continua en las aguas de Gibraltar de la escuadra portuguesa impide el paso de ayuda mora para Granada. D. García exhorta a Sixto IV a una gran empresa europea contra los turcos: en esa empresa cada pueblo participaría con lo que tiene: italianos, españoles, británicos, germanos, panonios con su infantería y su caballería; franceses, con su artillería; portugueses, con sus navíos. En las orationes de obedientia, pronunciadas por humanistas portugueses delante del papa, se alude también con insistencia a las campañas marítimas de Portugal y a su legitimidad5. El discurso anteriormente citado de D. García no es, por las circunstancias en que se pronunció, propiamente un discurso de obedientia,
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A. da Costa Ramalho, “Os humanistas e a divulgação dos descobrimentos”, pp. 135-154. De hecho Granada caería 11 años después de ser pronunciado este discurso en Roma. 5 El proceso normal de las orationes de obedientia era el siguiente: siempre que un soberano subía al trono o siempre que cambiaba el papa, se enviaba una embajada a Roma con un orador escogido que hablaba delante del pontífice, de los cardenales y de los embajadores de otros países, en la lengua internacional de entonces, el latín. En este discurso se exponían los problemas, los puntos de vista en materia de política internacional y se hacía el elogio del soberano, de la ciudad independiente, o del país que enviaba la embajada. Uno de los tópicos habituales era la presentación de los servicios que el país en cuestión podría prestar a la cristiandad. En este sentido, el discurso de D. García de Meneses, si bien no es una oratio de obedientia, se aproxima al modelo tradicional de este tipo de discursos. De ellos tenemos una reimpresión de 1988 (Orações de Obedientia. Séculos XV a XVI, Lisboa, 1988), promovida por Martim de Alburquerque, que hizo un prefacio y un comentario de las mismas, siendo la traducción de Miguel de Meneses. 4
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aunque sí lo es por su contenido. Entre los discursos de obedientia se puede citar el de Vasco Fernándes de Lucena, sin duda el más estudiado de cuantos fueron pronunciados. Lucena hace una larga relación de los combates contra el enemigo tradicional de la cristiandad y muestra cómo Portugal nació a raíz de la expulsión del invasor moro de la península ibérica. Llega así al reinado de D. Juan II y relata los viajes de exploración a lo largo de de la costa africana realizados hasta el momento en que habla, que es el año siguiente a la elevación al papado de Inocencio VIII, en 1484. El orador portugués anuncia para pronto el paso del promontorio Prasso y la entrada en el océano Índico; esto, para 1485. Como se sabe, ello no ocurrió hasta tres años después con Bartolomeu Dias. Los discursos ante el papa, pronunciados en latín, fueron, pues, uno de los medios humanistas con los que Portugal daba noticias a Europa y justificaba sus conquistas militares de ultramar. El introductor del humanismo en Portugal, Cataldo Sículo, se dio ya cuenta del ambiente de epopeya que se vivía en Portugal en 1485, año en que él llega allí6. En sus escritos latinos encontramos con frecuencia referencia a las conquistas portuguesas. Entre el año 1495, fecha de la subida al trono del rey D. Manuel, y 1499 escribió una carta al rey, que se encuentra en el libro I de sus Epistolae, publicado en 1500, en la que dice: Celebrant Aeneam, quod bis denis biremibus a Phrygia in Italiam tandem uenerit. Et cur non immortalibus laudibus extollent maiores tuos, qui nauibus quater centum et pluribus in Africam contra Mauros saepius traiecerunt, duobus alteris inimicis, longo loci interuallo, marique medio obstantibus, nullo unquam christianorum praesidium ferente? (Cataldo, EpistolaeI) “Celebran a Eneas los romanos porque con veinte naves vino de Frigia a Italia. ¿Por qué no ensalzar con inmortales alabanzas a tus mayores, los cuales pasaron muchas veces a África para luchar contra los moros con más de cuatrocientas naves, a pesar de los dos obstáculos que tenían: la larga distancia y el mar en medio; y a pesar de que ningún otro pueblo cristiano les ayudó?”7 6 7
A. da Costa Ramalho, “Cataldo e a expansão portuguesa”, pp. 35-41. Las traducciones que aparecen tras los textos latinos en este trabajo son traducciones del autor del mismo.
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Las referencias a griegos y romanos, como las que vemos en este texto, para calificar y ensalzar las hazañas portuguesas se va a encontrar frecuentemente en la literatura portuguesa del XVI hasta cristalizar en los versos de Os Luisadas. En esta carta se alude además a las dificultades con que se encontró Portugal, en opinión de los propios portugueses del momento, a la hora de llevar a cabo sus hazañas: la lejanía y la soledad. Sólo ellos, dicen, se enfrentaron al Islam en estos momentos. Hay otra carta famosa de Cataldo a Martinho de Sousa, africani exercitus praefecto (“capitán del ejército de África”), en la que el humanista le pide al capitán informaciones para incluirlas en las crónicas de África que está escribiendo; aprovecha la ocasión par felicitar a Sousa por su amor a las letras en medio del estrépito de las armas y por haber hecho venir de Sevilla un profesor de latín -Ramalho cree que se trata de Cavaleiro8- para instruir a los mozos que combatían en su ejército. En otras cartas de Cataldo hay solicitudes frecuentes de información de las campañas portuguesas en África y en Asia. Algunos de los héroes de África aparecen en los versos o en las cartas de Cataldo. Uno de ellos es D. Martinho Castelo Branco, conde de Vila Nova de Portimao, sobre el que escribió el poema Verus Salomon Martinus (“Martín, verdadero Salomón”); su participación en la heroica, aunque infeliz, empresa de la Graciosa en 1489 es descrita en la carta con que Cataldo envía el citado poema a D. Pedro de Meneses. Otro guerrero de África, D. João de Meneses, conde de Tarouca, era considerado por Cataldo como héroe de epopeya. De Miguel Corte Real9, que intervino en la escuadra mandada por el citado D. João de Meneses, probablemente en 1501, cuando éste prestó auxilio a los venecianos en el norte de África, hace Cataldo un retrato moral y psicológico de gran interés; lo hace en un poema que termina así: Denique Maeonidem fuerat si nactus, haberet / Nomen inextinctum perpetuumque decus. / Heu quantum refert quali nascaris in aeuo: / Saecula felices prisca tulere uiros. “Si D. João hubiera contado con un Homero, tendría un nombre imborrable y una gloria eterna. ¡Ay! Cuánta importancia tiene la época en la que naces. Los siglos antiguos ensalzaron a sus hombres ilustres”.
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Conocido y polémico gramático latino-portugués de comienzos del siglo XVI. Este personaje ha sido celebrado en nuestros días en uno de los más bellos poemas de Fernando Pessoa: Noite de Mensagem.
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Otro epigrama de Cataldo está dedicado a un navío, símbolo por excelencia del Portugal de la época; se trata de la nave de la casa de Vila Real; pero esa nave adquiere dimensiones metafóricas inauditas; el título es Ad Marchionem de miranda eius naui; se trata de una glorificación de la Casa de Vila Real; el navío, se dice en el epigrama, tiene la proa en Roma, el mástil y las velas en África, y la popa en Lisboa; y es que diferentes miembros de la casa de Vila Real están en esos lugares: D. Juan de Noronha está de embajador en Roma, en la corte papal; D. Pedro de Meneses, conde de Alcoutim, es gobernador de Ceuta, y el padre, el marqués D. Fernando, preside la familia en Lisboa10. Los epigramas latinos en los que se celebra a personas y cosas de la época de los descubrimientos y de las conquistas de ultramar seguirán apareciendo, después de Cataldo, en las dos primeras décadas del siglo XVI; e incluso después. Y, al lado de los epigramas, surge la oda latina para exaltar también a los héroes militares de la expansión. También los descubrimientos marítimos son objeto de alabanzas por parte de Cataldo. Él estaba seguro de que los portugueses habían descubierto el camino marítimo a la India antes del primer viaje de Colón en 1492. En efecto, ya en 1490, en el discurso de recepción a la infanta Isabel de Castilla, Cataldo hablaba del descubrimiento de ese camino marítimo por los portugueses como cosa cierta; en ese discurso, entre otros méritos del rey de Portugal, mencionó este: que era hasta tal punto investigador de las cosas más profundas que recientemente casi había alcanzado ya la India, sobrepasando con sus navíos las playas del sur y descubriendo lugares recónditos, nunca encontrados en tiempos de los romanos. En carta escrita a Lucio Marineo Sículo, que vivía ya en Castilla, entre 1491 y 1495, Cataldo se refiere a D. Juan II como el soberano qui orientem occidenti in totius christianitatis commodum coniunxit (“el que ha unido oriente con occidente para bien de toda la cristiandad”). ¿Qué sucede en España en la época en que Cataldo, el introductor del humanismo portugués, se dedica a defender en latín las conquistas portuguesas? Pues bien, en España, el que pasa por ser el introductor del humanismo italiano en España, Antonio de Nebrija, se queda dentro de las fronteras nacionales y no lleva a Europa la defensa de la política de conquistas de ultramar. En primer lugar, porque tiene que defender su papel de cronista real frente a Marineo Sículo, que había venido de Italia: se trata de una
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En la casa de Vila Real, el heredero utilizaba el apellido Meneses, y sus hermanos el de Noronha.
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lucha interna11. Y, en segundo lugar, porque sus obras historiográficas se quedan también dentro de las fronteras nacionales; él es autor, en efecto, de unas Gestas de los Reyes Católicos12 y una historia de la Guerra de Navarra. Se queda, pues, en monografías de ámbito nacional13. No se observa ese espíritu de defensa y propaganda, en lengua latina, de las hazañas guerreras y marítimas que se ve en los humanistas portugueses de finales del XV y comienzos del XVI. En Portugal, no sólo se trata de Cataldo. Su discípulo predilecto, D. Pedro de Meneses, en discurso pronunciado en la Universidad de Lisboa, en sesión solemne presidida por el rey D. Manuel, con motivo de la apertura de curso el 18 de octubre de 1504, discurso sin duda inspirado por su maestro, dice que los historiadores futuros han de encontrar in rebus enim tam Africanis quam Asiaticis non unum sed plures Achiles, Hectores, Epaminondas, plures Decios, plures Scipiones, Marcellos, Camillos ... Et certe si tales scriptores quales Roma et Graecia, cum florebant, habuerunt, gens nostra aliquando fuisset nacta, non minore studio laudeque legeretur, quam ii ipsi quos nominaui leguntur (Cataldo, Epistolae II E ii vº: el discurso de Meneses está publicado en la Cartas de Cataldo). “en las hazañas de África y de Asia, no uno, sino muchos Aquiles, Hectores, Epaminondas, muchos Decios, muchos Escipiones, Marcelos, Camilos… Y no me cabe duda de que si nuestro pueblo hubiera tenido escritores como los que tuvieron Grecia y Roma cuando eran poderosas, nuestros héroes serían conocidos no con menor interés y alabanza que lo son los que acabo de citar”. De nuevo vemos aquí la comparación con militares griegos y romanos que dieron gloria a sus naciones. Hemos dicho que, aparte de Cataldo, hay otros poetas latinos de Portugal que cantan en epigramas las hazañas lusitanas. Vamos a recordar otro, Diego Pires (1517-1599), que es significativo por dos razones: en primer
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Cf. J. M. Maestre Maestre, “La Diuinatio in scribenda historia de Nebrija”, Euphrosyne, Lisboa, 1995, pp. 141-173, donde el autor demuestra que ese opúsculo de Nebrija no es sino un alegato contra Marineo Sículo y una defensa de sí mismo como cronista oficial de los Reyes Católicos. 12 Aelii Antonii Nebrissensis ex grammatico et rhetore historiographi regii rerum a Ferdinando et Elisabe Hispaniarum felicissimis Regibus gestarum Dedaces duae. 13 Cf. G. Hinojo Andrés, Obras historiográficas de Nebrija. Estudio filológico. Salamanca 1991.
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lugar porque se trata de un judío portugués en el destierro el cual, como otros judíos desterrados, se mantiene fiel, a pesar de haber tenido que marchar al destierro, a su patria y a su rey, y en prueba de esa fidelidad, defiende y canta las conquistas portuguesas. En segundo lugar, porque uno de sus poemas más significativos, en lo que al tema que estamos tratando se refiere, es un epigrama dedicado al primer sitio de Diu, fortaleza india defendida por los portugueses en 1538 ante los ataques musulmanes; este tema del primer sitio de Diu será objeto de una obra historiográfica latina escrita por Damião de Góis, de la que más adelante hablaremos; se trata, pues, de una hazaña militar portuguesa en la India que es cantada por un poeta, Pires, y contada por un historiador, Góis; el segundo sitio de Diu (1546) será también contado por otro historiador: Diego de Teive. Pues bien, Pires en su epigrama resalta hechos como los siguientes: – la bravuconería de Solimán, que enviaba todos los días mensajeros a los sitiados para que se entregaran: Utque erat ingenio uano, ni Thracia signa / protinus obsessa ciuis in arce locet, / excidio genti uenturus et illa minatur / quae solet irato uictus ab hoste pati (vv. 21-24)14. “Como era un vanidoso, amenaza, si no se ponía la bandera tracia de inmediato en la fortaleza asediada, con venir a eliminar a todo el pueblo y con aquellas bravuconerías con que suele amenazar un enemigo al derrotado”. – La vergonzosa huida de Solimán: Ut vero auratas Quinas circumtulit heros / inclitus, arripuit semiuir ille fugam. / Non secus incestam Ptolemaida classe subacta / nigra per Ionium uela dedisse ferunt; / sic fugientem una uidit rate Nereus illum / a quo indigna modo uincula pertulerat (vv.25-30). “En cuanto nuestro ínclito héroe rodeó a su ejército dorado, aquel medio varón se puso en fuga; no de otra forma cuentan que la incestuosa hija de Tolomeo echó al mar Jonio sus velas tras la derrota de su flota; de igual forma Nereo vio cómo huía en una sola nave aquel que le había sometido a indigna esclavitud”. 14
Este texto y los siguientes del poema de Pires están tomados de Carlos Ascenso André, Um judeu no desterro. Diogo Pires e a memoria de Portugal, Coimbra 1992, p. 79-80
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Pires describe la huida de Solimán comparándola de una forma poética con la huida de Cleopatra tras la batalla de Accio (31 a.C.) o la huida de Jerjes tras la batalla de Salamina (480 a.C.); huidas vergonzosas en todo caso. Y de nuevo encontramos, como es propio de humanistas, recuerdos de hechos clásicos como las citadas batallas. - La gloriosa victoria de Antonio Silveira. Pires la canta, con una licencia poética y de forma poética, al comienzo, antes de cantar el sitio, el cortejo triunfal de Silveira tras la victoria sobre los musulmanes; y lo hace con tópicos poéticos como el del laurel, el del carro victorioso seguido por los vencidos, todos ellos bárbaros que hablan diferentes lenguas: Iam mihi uictor equis Siluerius ibit in albis / aureus et lauru tempora uincta geret. / Pone duces bello capti, captaeque triremes, / atque expresa nouis oppida imaginibus. / Inde peregrinae gazae et captiua sequentur / agmina tot linguis dissona barbaricis (vv. 7-12) “Delante de mis ojos marchará, vencedor, Silveira, vestido de oro sobre caballos blancos y llevará su sien adornada de laurel. Detrás, los generales cautivos de guerra, los barcos capturados, y, en nuevas representaciones, las ciudades vencidas. Después, seguirán los tesoros extranjeros y los ejércitos cautivos, todos ellos de lenguas diferentes” Estos mismos hechos que son cantados aquí por Pires, fueron contados en prosa por Góis, como después veremos. De hecho el poeta Pires se inspira para su poema en el historiador Góis. Y tanto uno como otro se sirven del verso o de la prosa latinos para dar a conocer las hazañas militares de los portugueses en el asedio al que sometieron los musulmanes a los portugueses en la fortaleza india de Diu en el año 1538.
1.2. Documentos en relación con los viajes de conquistas. La cultura portuguesa de los siglos XV y XVI está totalmente impregnada del espíritu de los descubrimientos. Esto es algo conocido, J. Barradas de Carvalho15 señala que los grandes descubrimientos son el hecho esencial 15
“Sur la spécificité de la Renaissance portugaise”, en L´Humanisme portugais et l´Europe. Actes du XXI Colloque International d´Etudes humanistes. Tours, 3-13 Juillet 1978, París, 1984, pp. 5186; el tema de los descubrimientos lo trata en p. 57 ss.
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del Renacimiento y que para demostrar esto no hace falta que vengan grandes autoridades como la de Georges Lefebvre. Pues bien, en relación con ese espíritu nos encontramos con toda una literatura portuguesa de viajes de los siglos XV y XVI y en la literatura científica y técnica de la misma época. Esa literatura recoge tanto las hazañas de conquista militar como los conocimientos técnicos y científicos para navegar por los mares. Barradas, el ya citado estudioso moderno, distingue varias etapas cronológicas desde el punto de vista de esta literatura. Para el periodo que va del año 1453, año en que aparece la Chronica de Guinea de Gomes Eanes de Zurara, al año 1508, en el que se edita el Esmeraldo de situ orbis de Duarte Pacheco Pereira, aparecen unas quince obras relacionadas con las conquistas, los viajes y los conocimientos marinos. Entre una y otra fecha nace toda una literatura hecha por autores muy diferentes entre sí, pero también muy diferentes de los medievales: entre ellos, hay cronistas, descriptores de tierras y países, escritores de abordo, técnicos de la navegación que describen las rutas, y surgen geografías, cosmografías y guías náuticas; en la Edad Media las noticias de este tipo se daban en crónicas; sólo había crónicas; con la nueva época este subgénero es sustituido por los que acabamos de señalar y cambia también radicalmente la mentalidad de los escritores. De todas las obras de viajes que se escribieran en los años indicados conservamos unas quince; son muy pocas si tenemos en cuenta que debieron ser muchas más las redactadas; quizás muchas han desaparecido o quizás estén todavía esperando en los archivos. Entre ellas, Barradas cree que merece la pena recordar las siguientes: la ya citada Crónica de Guinea de Gomes Eanes de Zurara, que es la única obra contemporánea a Enrique el Navegador y la única que da cuenta de sus descubrimientos y conquista africanos. Tres descripciones de países: la De prima inuentione Guinee, redactada en 1500 por Martin Behaim a partir de un relato oral de Diego Gomes, antiguo marino del tiempo de Enrique el Navegador; la Descripción de Ceuta y Las islas del mar océano, atribuidas ambas a Valentim Fernandes. De diarios de abordo, conocemos, para la época delimitada, media docena de textos: La carta al rey Manuel, escrita por Pero Vaz de Caminha en 1500; el Diario anónimo del viaje de Cabral a Brasil y a las Indias, diario conocido con el título moderno de Relato del piloto anónimo; el Diario del viaje de Dom Francisco de Almeida a las Indias, de 1505-1506; los Diarios de los viajes de Vasco de Gama a las Indias; y otros. Entre los mapas de rutas, se puede citar el Livro de Rotear, de 1500 y de autor desconocido, y parte del Esmeraldo de situ orbis de Duarte Pacheco de Pereira. Y entre las guías náuticas, las más conocidas son la Guía náutica de Munich, para la que se
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propone la fecha de 1509, y la Guía náutica de Evora, para la que se establece la de 1516 ó 1517, aunque quizás no fueran de estos años las primeras impresiones. Para el periodo que va de 1509 a 1563, Barradas habla de cinco crónicas, doce descripciones de países, ocho diarios de abordo, ocho mapas de rutas, y once obras científicas y técnicas. En todas ellas hay una característica común: la conciencia, expresada con frecuencia, de que ellos, los portugueses, superan a todos los demás geógrafos, tanto antiguos como modernos, en exactitud de datos y en la descripción de viajes y tierras. A comienzos del XVI había escrito Duarte Pacheco Pereira: “…en estos temas nuestra nación portuguesa supera tanto a los antiguos como a los modernos, de manera que podemos decir sin miedo que, comparados con nosotros, no sabían nada”. Hay conciencia de novedad y de superioridad en el mundo de la literatura de viajes y descripción del orbe. El descubrimiento de América genera tambén en el caso de España toda una literatura de viajes, que ha sido recientemente estudiada por Blanca López de Mariscal16. En esa literatura nos encontramos con diferentes subgéneros literarios: décadas17, diarios de viajes, cartas de relación, crónicas, historias generales y naturales. Muchas de las producciones españolas relacionadas con los viajes al Nuevo fueron recopiladas en 1556 por el Giovanni Battista Ramusio el Terzo Volume delle Navigazioni e Viaggi. Ahí están las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería; las Cartas de relación de Hernán Cortés; la Relación de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; º; la Relación de la gran ciudad del Temistitán, del Conquistador anónimo, gentilhombre de Cortés; Relación del descubrimiento de las siete ciudades de Fray Marcos de Niza; Cartas del viaje hecho por Fray Marco de Niza de Francisco Vázquez de Coronado; La Conquista del Perú atribuida a Cristóbal de Mena; y otras Relaciones. Aparte de la literatura recogida por la autora citada, habría que recordar también los escritos de Colón y su hijo y las relaciones de Diego Méndez y Diego Porras. De la literatura portuguesa de viajes dijimos que tenía como uno de sus objetivos demostrar ante los círculos europeos que los geógrafos portugueses superaban a todos los demás en la técnica de recopilación de datos y de descripción de tierras y mares. Sin embargo, la literatura española de viajes es de consumo interno: son sobre todo relaciones con las que los protago16
Cf. B. López de Mariscal, Relatos y Relaciones de viaje al Nuevo Mundo en el siglo XVI, Madrid 2004. 17 Monografíaa historiográficas agrupadas en periodos de diez años.
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nistas o sus cronistas tratan de explicar al monarca y a la corte su actuación; en este sentido, las producciones narrativas no dejan de ser una memoria de la propia actuación. Cuando Ramusio recopila esta literatura en su volumen de las navegaciones y viajes y la da a conocer a Europa lo hace con una finalidad erudita; dice la citada Blanca López que la colección de Ramusio “implica un público receptor europeo que se encontraba ávido de obtener información sobre lo que estaba sucediendo en el Nuevo Mundo”18. De manera que no se ve en la literatura de viajes de España la misma finalidad apologética hacia el exterior europeo que se ve en la portuguesa; cuando es dirigida a Europa por Ramusio, la finalidad es erudita más que apologética.
1.3. Relatos de los jesuitas. Los jesuitas también se engancharon a la corriente humanística portuguesa de cantar y contar las glorias lusitanas en los descubrimientos y expansión ultramarina. Muchas de las cartas de los jesuitas, sobre todo las destinadas a una mayor distribución dentro de la comunidad, para ser leídas en los diferentes países donde la compañía estaba establecida, están escritas en latín; son particularmente interesantes las del padre Anchieta, en las que hay datos notables sobre las costumbres de los indios y de las plantas y animales de Brasil, hoy traducidas por el padre jesuita Serafim Leite. Anchieta, que había estudiado en el Colegio de Artes de Coimbra, era un excelente prosista latino y, como poeta, excepcional, dice Ramalho19; basta con recordar, dice el mismo Ramalho, el De gestis Mendi de Saa sobre los tres primeros años de gobierno de Mem de Sá en Brasil, entre 1558 y 1561. Se puede citar también aquí un libro, apadrinado por la Compañía de Jesús, perteneciente a la literatura que podríamos llamar de viajes. Es la obra impresa en Macao, en 1590, con el título de De missione legatorum Iaponensium ad romanam curiam, rebusque in Europa, in toto itinere animaduersis Dialogus (“Diálogo sobre la misión de los delegados de los japoneses a la curia romana y de las cosas que le sucedieron en Europa y en todo el viaje”) y escrita por el padre Duarte de Sande, de la Compañía de Jesús20; es, dice Ramalho21, uno de los libros de viajes más extraordi18
Op. cit., p. 24. A. da Costa Ramalho, “Os humanistas e a divulgação dos descobrimentos”, en Para a Historia do Humanismo en Portugal III, 1998, pp. 135-154; la cita está en la página 147. 20 El sentido de la obra ha sido recientemente analizado por J. Gil, Europa se presenta a sí misma, Lisboa, 1994 21 “Os humanistas e a divulgação dos descobrimentos”, p. 148. 19
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nario del s. XVI y sin duda uno de los que describen uno de los más largos viajes realizados en aquella época; cuatro japoneses de la más alta jerarquía, convertidos al cristianismo por los jesuitas, vienen como embajadores a Roma a prestar obediencia al papa Gregorio XIII en nombre del rey de Bungo y de los príncipes de Arima y Omura; eran muchachos de 13 a 14 años cuando salieron; sus nombres, Mancio, Miguel, Martinho y Julião eran nombres cristianos, nombres recibidos en el bautismo que tomarían de manos de jesuitas portugueses; Mancio es incluso un nombre de tradición eborense. Los embajadores japoneses vinieron acompañados de dos jesuitas portugueses: el padre Nuno Rodrigues, rector del Colegio de Goa, y el padre Diego Mesquita, como traductor. Salen de Macao; hacen escala en Goa; de Goa se dirigen a Cochim; parten de Cochim el 21 de febrero de 1584, casi dos años después de haber salido de Japón; pasaron el Cabo de Buena Esperanza, con buen tiempo, el 10 de mayo de 1584; llegan a la isla de Santa Elena el 27 de mayo, donde descansan algunos días y reponen provisiones; y llegan a Lisboa el 8 de agosto del mismo año, habiendo tardado, de India a Portugal, menos de seis meses, que era el tiempo que normalmente se tardaba en ese trayecto. En la obra del padre de Sande se cuenta también el trayecto por Portugal; la permanencia de los embajadores en Roma, donde fueron recibidos cariñosamente por el papa Gregorio XIII, a quien prestaron obediencia en nombre de su soberano, y por su sucesor, el papa Sixto V, a quien renovaron la misma obediencia. Y es que sucedió que, estando en Roma los embajadores japoneses, falleció Gregorio XIII y los jóvenes legados asistieron a sus funerales y tomaron parte, en lugar destacado, de las ceremonias de coronación del nuevo papa, Sixto V; el libro del padre de Sande describe pormenorizadamente estos acontecimientos. En su paso por Madrid camino de Roma, donde saludaron a Felipe II, a la sazón rey de los dos reinos peninsulares, éste los trató como príncipes, de igual a igual; esta consideración del monarca español, entonces el más poderoso de Europa, les confirió un status político y social que nadie se atrevió a discutir; ni siquiera los papas, incluido el rudo Sixto V, quien los trató como a hijos queridos de la Iglesia. También los recibieron con respeto los príncipes de las ciudades italianas: algunas, como Venecia y Milán, estaban incluso interesadas desde el punto de vista comercial en entablar relaciones con los legados japoneses. El libro describe con todo lujo de detalles la estancia en Venecia donde hicieron en su honor un majestuoso desfile. También la llegada y estancia en Milán. El libro, en definitiva, es uno de los más interesantes del humanismo portugués y de las relaciones de éste con las conquistas de ultramar.
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2. Historiografía latina del XVI. El tema de las conquistas Hemos visto cómo diferentes manifestaciones escritas en latín por humanistas portugueses -cartas, epigramas, discursos etc.- centran su atención en la defensa y canto de las hazañas militares de los portugueses en ultramar. Pero es sobre todo la historiografía el género literario que van a utilizar por encima de todo los humanistas para defender y contar las glorias guerreras de sus compatriotas. La historia se convierte así en una defensa de las conquistas militares. En esto, la historiografía latina del siglo XVI no hace sino seguir los pasos de la historia clásica de Roma. El presupuesto primero de la historiografía clásica era el de salvar los hechos del olvido, ya que los hechos que no son escritos y salvados del olvido no existen. Con frecuencia los romanos se quejan de que ellos no han tenido escritores de la talla de los griegos; si los hubieran tenido, su historia sería aún más grande de lo que es. Es conocida la anécdota de Alejandro ante la tumba de Aquiles: Alejandro le dice a Aquiles que su fama se debe a los escritores que tuvo a su lado y que le hicieron grande. El propio Alejandro se hace acompañar por historiadores y cronistas para que recojan sus hechos y los lancen a la fama. Es un tópico, el primer tópico, de la historiografía clásica. Este tópico se encuentra también en el humanismo portugués, según ya hemos visto: hemos visto, en efecto, cómo Cataldo recuerda a D. Manuel que si los romanos celebraron a Eneas por venir en barco desde Frigia a Italia, también los portugueses tienen derecho a celebrar a sus paisanos que han ido en barco a África y Asia. Y ¿para qué salvar los hechos del olvido?. En la historiografía romana triunfa la idea de que se salvan los hechos del olvido para que, el recuerdo de esos hechos de Roma, de la Roma grande, siga haciendo grande e incluso eterna a esa Roma. En este sentido, el historiador hace una función tan importante como el político o el militar; engrandece a Roma como lo hace el hombre de acción. Es lo que dice el historiador romano Salustio en el prólogo de su monografía histórica sobre Catalina: la labor del historiador es parangonable a la del militar. Esta idea la encontramos, por ejemplo, en el historiador humanista portugués Diego de Teive. En la dedicatoria de Juan III de su Commentarius de rebus a Lusitanis in India apud Dium gestis anno salutis nostrae MDXLVI, Diego de Teive desarrolla su doctrina sobre el humanismo comprometido como servicio público22. Él, como ciudadano y patriota se pregunta cómo 22
Cf. Luis de Sousa Rebelo, “Diogo de Teive, historien humaniste”, en L´Humanisme portugais et l´Europe. Actes du XXI Colloque International d´Etudes humanistes. Tours, 3-13 Juillet 1978, París, 1984, pp. 465-486.
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podrá ser útil a su país y a sus conciudadanos; y concluye -siguiendo la vieja tradición de la historiografía pragmática clásica, de la que es un ilustre representante Salustio- que la actividad del historiador es idéntica a la acción del soldado sobre el campo de batalla, ya que cada uno debe servir a la comunidad con el talento que posee. ¿Cuántos hechos salvar del olvido? El mayor número posible. De todas formas, hay y debe haber selección en función del tipo de historia que se cultive. Es más, el historiador debe resumir en algún momento, porque los hechos a contar son muchos más de los que pueden ser recogidos en una obra historiográfica; este es un viejo tópico historiográfico, cuyas formulaciones más corrientes son: “si dijera todo lo que hay que decir, me faltarían....”, “y muchas más cosas que callo”; es un tópico que en parte puede responder a la realidad -puede ser cierto que haya más cosas que contar y no se cuentan porque falte tiempo, papel, o porque se pueda cansar al lector- y en parte puede tener una motivación retórica: decir que no se dice todo lo que se podría decir no deja de ser un procedimiento retórico de exageración. El tópico, de todas formas, está en la historiografía antigua; en la cristiana; y también en la portuguesa del Renacimiento. Así, Gomes Eanes de Zurara, en la Chronica de Guinea cuenta las aventuras de Juan Fernandes, el primer marino portugués y quizás el primer europeo que pasó tiempo entre los bereberes -“azenegues” en los textos portugueses- y se queja con frecuencia de las dificultades que tiene para poder resumir todo lo que sabe y ha visto. Dos grandes géneros historiográficos pueden distinguirse en la literatura latina: los Anales y la Historias. Los Anales responden al principio de la totalidad: van recogiendo año por año, los hechos dignos de recuerdo; el mayor número posible de hechos, aunque, a la postre, como hemos dicho, siempre haya que resumir o seleccionar; en Roma se hacen Anales desde los orígenes de la historiografía hasta Tito Livio; por supuesto que hay mucha diferencia entre los primeros Anales y los de Livio; pero siempre se trata de una historia general de Roma. Las historias eran monografías sobre hechos históricos puntuales que merecían ser historiados; en ellas se hace una selección del hecho que se va a historiar. Pues bien, la historiografía latina portuguesa del XVI, y también la española, cultiva sobre todo el género de las Historiae, es decir, el de las monografías históricas. La razón es clara: se trata de dar a conocer al mundo político y cultural de Europa las hazañas de los portugueses en ultramar; y esas hazañas son puntuales. De ahí que se trate, sobre todo, de monografías históricas. La diferencia entre la portuguesa y la española es que la primera narra hazañas que, en la mayoría de los casos, van dirigidas sobre todo con el enemigo más peligroso de la Europa del momento: el islam; mientras
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que la segunda narra hazañas que se libran frente a indígenas que no suponen ningún peligro para Europa. Ello determina que la orientación histiográfica sea diferente en un caso y otro.
2.1. Principales manifestaciones. Entre las monografías históricas que tratan de las conquistas portuguesas se pueden citar las siguientes: La crónica en latín de la conquista de Ceuta de Mateo de Pisa; se trata de los Gesta illustrissimi Regis Ioannis de Bello Septensi. “Hechos gloriosos del ilustrísimo rey Juan en la guerra de Ceuta”. que ya citamos más arriba. La Crónica de Guinea de Gomes Eanes de Zurara23. En los años 30 los portugueses que están en el extranjero comunican a toda Europa, en latín, lo que pasa en Asia. En 1531, André de Resende publica en Lovaina el Epitome Rerum Gestarum in India a Lusitanis, anno superiori, iuxta exemplum epistolae quam Nonius Cugna, dux Indiae max. designatus, ad regem misit, ex urbe Cananorio III. Idus Octobris. Anno MDXXX. “Epítome de los hechos gloriosos protagonizados por los portugueses el año pasado en la India, de acuerdo con el relato epistolar que Nonio Cugna, general en jefe de la India, envió al rey desde la ciudad de Cananorio. Cuatro de Octubre. Año 1530” En 1539, igualmente en Lovaina, Damián de Góis publicó unos Commentarii rerum gestarum in India citra Gangen a Lusitanis, anno 1538.
23 Hay una traducción francesa: Gomes Eanes de Zurara, Chronique de Guinée, prólogo y traducción de Léon Bourdon, Dakar, 1960.
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“Memorias de los hechos gloriosos protagonizados por los portugueses en el año 1538 en la India, al lado de acá del Ganges” Y en 1544 se suman, del mismo autor, los Aliquot opuscula “Algunos opúsculos” sobre temas variados de África y de Asia. Cinco años después, también en Lovaina, el De bello Cambaico Vltimo Commentarii tres. “Tres memorias sobre la guerra Cambaica última” En el año anterior, en Coimbra, había publicado Diego de Teive el Commentarius de rebus a Lusitanis apud Dium gestis anno Salutis Nostrae MDXLVI “Memoria sobre las gestas de los portugueses en el sitio de Diu del año de nuestra salvación de 1546” que es una crónica monográfica sobre el segundo cerco de Diu. En 1571 salió en Lisboa el De rebus Emmanuelis Lusitaniae inuictissimi virtute et auspicio gestis libri duodecim “Doce libros sobre la hazañas llevadas a cabo bajo el valor y la fortuna del invicto Manuel, rey de Portugal” de Jerónimo Osorio, cuya reputación como buen latino, con estilo elegante y simple, de ritmo ciceroniano, consiguió que la obra tuviera gran repercusión en Europa y que llevara el nombre de Portugal por ella, cuando ya el país se encontraba en el ocaso y a las puertas de sufrir la ocupación española. Las traducciones en lenguas modernas fueron frecuentes: francés, alemán, holandés y portugués24. 24 cf. Francisco Leite de Faria, “As muitas edições de obras de Dom Jerónimo Osório”, Revista da Biblioteca Nacional, 1,1, Lisboa, 1981, pp. 116-135.
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Los jesuitas también se engancharon a la corriente humanística portuguesa de cantar y contar las glorias lusitanas en los descubrimientos y expansión ultramarina. Se puede recordar la obra del padre Anchieta De gestis Mendi de Saa “Sobre las hazañas de Mem de Sá” que trata de los tres primeros años de gobierno de Mem de Sá en Brasil, entre 1558 y 1561. Vamos a analizar, brevemente y desde el punto de vista histórico, la obra de dos los historiadores humanistas portugueses más significativos: Damião de Góis y Diego de Teive. Añadiremos también algo sobre la posición de un español, Sepúlveda, sobre las conquistas de ultramar.
2.2. Damião de Góis. La condición de humanista que difunde por Europa el nacionalismo portugués es bien conocida en el caso de Damián de Góis; los estudios de Bataillon25, Teyssier26, Amadeu Torres27 y otros han puesto de manifiesto esa condición. Góis es, pues, un genuino representante del humanismo portugués que difunde en lengua latina las hazañas ultramarinas de los portugueses. Viajó con frecuencia a la Europa del Norte y a Italia, de manera que su cosmopolitismo28 le convirtió en un agente de difusión eficaz. Su correspondencia latina nos permite hacernos una idea de sus relaciones; entre sus destinatarios se encuentran intelectuales, pero también comerciantes, hombres de negocio y diplomáticos; laicos y eclesiásticos, católicos y protestantes. Sus obras historiográficas escritas en latín son:
25
M. Bataillon, “Le cosmopolitisme de Damião de Góis”, en Etudes sur le Portugal au temps de l’ humanisme, París, 1974, pp. 121-154. 26 P. Teyssier, “L’humanisme portugais et l’Europe”, en L´Humanisme portugais et l´Europe. Actes du XXI Colloque International d´Etudes humanistes. Tours, 3-13 Juillet 1978, París, 1984, pp. 821-845. 27 Diversos artículos de su obra Ao Reencontro de Clio e de Polímnia. Ensaios histórico-literários e outros estudos, Braga 1998, están dedicados a Góis y sus relaciones con el humanismo europeo. Ya antes había dedicado un amplio estudio a la epistolografía goisiana: Noese e crise na epistolografia latina goisiana I: As Cartas latinas de Damiâo de Góis; II: Damiâo de Góis na mundividência do Renascimento, París 1982. 28 Este cosmopolitismo de Góis fue estudiado por M. Bataillon, en el artículo ya citado “Le cosmopolitisme de Damiâo de Góis”.
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Legatio Magni Indorum Imperatoris Presbyteri Ioannis ad Emanuelem Lusitaniae Regem, anno Domini M D XII, Antuerpiae, 1532 “Delegación del presbítero Juan enviado por el Gran emperador de la India al rey de Portugal Don Manuel en el año 1532” (Publicado en Amberes 1532) Commentarii rerum gestarum in India citra Gangen a Lusitanis anno 1538, Lovaina 1539 “Memorias de los hechos gloriosos protagonizados por los portugueses en el año 1538 en la India, al lado de acá del Ganges” (Publicado en Lovaina en 1539) Fides, religio, moresque Aethiopum sub imperio Pretiosi Ioannis, Lovaina, 1540 “Fe, religión y costumbres de los etíopes bajo el mando de Don Juan” (Publicado en Lovaina, 1540) Hispania Damianis a Goes Equitis Lusitani, Lovaina, 1542; “Hispania de Damián de Góis, caballero portugués” (Publicado en Lovaina en 1542) Damiani Goes Equitis Lusitani de bello Cambaico ultimo commentrii tres, Lovaina, 1549. “Tres memorias de Damián de Góis, caballero portugués sobre la última guerra Cambaica (Publicado en Lovaina 1549) Un ejemplo claro en el que Damião de Góis juega ese papel de informador de lo portugués son sus Commentarii rerum gestarum in India citra Gangem a Lusitanis anno 1538, con los que da a conocer a toda la Europa humanista la gesta portuguesa. En estas memorias narra cómo los portugueses, que ocupaban la fortaleza de Diu, al noroeste de la India, resisten el asalto de los mongoles ayudados por los turcos de Soliman Pacha; las páginas de estos comentarios desbordan patriotismo y ese espíritu de cruzada que caracterizaba a los humanistas portugueses; en ellos Portugal aparece como el único país que, en la lejana Asia, sabe tener a raya a los turcos con las armas. En ellas se insiste en hechos que ya hemos visto en el caso del poeta Diego Pires y que son los siguientes:
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– la bravuconería de Solimán, que enviaba todos los días mensajeros a los sitiados para que se entregaran Commeabant enim hac crebrae solimani de deditione legationes, quae non solum ab ipso Antonio receptae non fuere, sed ne auditae quidem29 “Llegaban, en efecto, frecuentes delegaciones de Solimán exigiendo la rendición, delegaciones que no fueron, no ya recibidas, sino ni siquiera oídas por Antonio” – La vergonzosa huida de Solimán, aterrorizado por las armas portuguesas: Solimanus longe plus perterritus, nullo seruato ordine, omnia tormenta, comeatum, castraque integra relinquens, se eadem nocte in naues cum suis contulit. Et tanta celeritate nauigare coepit, ut orto sole, nullum eius classis uestigium appareret30 “Solimán, aterrorizado, sin mantener el orden, abandona todas las armas, y todo el campamento y se refugia esa misma noche en las naves. Y se echó a la mar con tanta rapidez, que, al salir el sol, no quedaba ni rastro de su armada” – La gloriosa victoria de Antonio Silveira. Góis la narra con datos históricos, como la cuantificación del botín y el informe oficial del general vencedor a su superior: Nostri ex ea pugna ingentia spolia praeter omnia tormenta bellica, quae circiter centum et quinquaginta numero erant, obtinuerunt. Fuga itaque hostium facta, confestim Antonius a Sylueira, celocem ad proregem Gratianum a Noronha mittit eique res ibi gestas indicat...omnes gaudio magno affecti sunt31. “Los nuestros, además de las armas de guerra, que eran unas ciento cincuenta, consiguieron ingente botín. En cuanto el enemigo huyó, Antonio de Silveira, envió a Graciano de Noroña al prorrey y le comunicó los hechos…Todos se alegraron mucho”.
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Commentarii...fol. Di Commentarii...fol. Ei 31 Commentarii...fol. Ei v 30
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Otro caso en el que Góis es transmisor del patriotismo portugués al resto de Europa es el de la polémica sobre el monopolio portugués en el comercio de las especias. El rey de Portugal se reservó este monopolio, hecho que suscitó protestas en Europa, en particular en los medios humanistas; Erasmo mismo se extraña de que el rey Juan III no le respondiera al prefacio dedicatoria de sus Chrysostomi lucubrationes, ya que, en el mismo, Erasmo había introducido una frase en la que condenaba el monopolio de especias por parte de Portugal32; el historiador humanista italiano Paulo Jovio lanza también duras críticas contra el monopolio del comercio de especias33. Pues bien, Góis responde a esas críticas en un opúsculo titulado De rebus et imperio lusitanorum ad Paulum Iovium disceptatiuncula (1539), donde sostiene que, si Portugal mantiene ciertas ventajas comerciales como resultado de sus conquistas en ultramar, son ventajas que merece por los sacrificios enormes que dichas conquistas le han costado. Góis es, pues, un genuino representante del humanista portugués que se convierte en el transmisor por toda Europa, en latín, de los derechos portugueses derivados de sus conquistas militares.
2.3. Diego de Teive. Nace en Braga en 1513-1514. A los doce años abandona su lugar de nacimiento para ir al Colegio de Santa Bárbara en París, como hicieron otros muchos jóvenes de talento. En Francia lleva a cabo toda su formación humanista. En 1547, formando parte del equipo de profesores humanistas, constituido por portugueses y extranjeros, encargado por Juan III de dirigir y enseñar en el Colegio de Artes recién fundado en Coimbra, vuelve a Portugal. Muere en 1569. Dentro del programa ideado por Juan III, cuyo instrumento fundamental era el Colegio de Artes de Coimbra, para proclamar por toda Europa las glorias no sólo militares, sino también culturales de Portugal, Diego de Teive se distinguirá por la importancia que da a la necesidad de historiar en latín los éxitos alcanzados por los portugueses, éxitos que de otra forma quedarían olvidados. Es una actitud, por lo demás, que coincide con una vieja aspiración nacional. Y en los años 40 es en Diego de Teive en el que
32
Todo el affaire está contado en M. Bataillon, “Erasme à la cour de Portugal”, en Etudes sur le Portugal au temps de l’ humanisme, París, 1974, pp. 35 ss. 33 Pauli Jovii Novocomensis episcopi Nucerini Moschovia, Basilea 1561.
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la intelectualidad lusitana coloca sus esperanzas, ya que ella le consideraba como el escritor más dotado para llevar a cabo esa tarea. Un suceso de importancia capital ofrece al humanista la oportunidad de corresponder a ese interés colectivo y de cumplir lo que él consideraba como un deber y una obligación impuestos por el talento que el sabía poseer. En agosto de 1547 llegan a Juan III noticias de la India en las que se informaba sobre la situación en que se encontraban los portugueses en Diu: la fortaleza india, tras un largo asedio de siete meses, había sido finalmente liberada por D. Juan de Castro el 10 de noviembre de 1546; la continuidad de la presencia lusitana en la India estaba garantizada. El relato de los sucesos de Diu, con su respectiva documentación, fue ofrecido por Juan III a Diego de Teive, y tras la lectura del humanista, el rey le encargó que escribiera la historia del sitio en latín. Teive pone manos a la obra y la misma está terminada el 1 de marzo de 1548; en ese mismo año salía a la luz de la imprenta de João Bareira y João Alvares, en Coimbra, el Commentarius de rebus a Lusitanis in India apud Dium gestis anno Salutis Nostrae MDXLVI “Memoria sobre las gestas de los portugueses en el sitio de Diu del año de nuestra salvación de 1546” La obra muestra humanismo y tradición clásica, por un lado, y propaganda de las gestas guerreras portuguesas por otro.
2.3.1. Neologismos militares. De la conexión entre humanismo y milicia es una prueba clara la solución que da Teive a la expresión latina de términos militares para designar armas o elementos militares nuevos. En efecto, uno de los problemas que se plantea Diego de Teive, como se lo tienen que plantear los otros historiadores humanistas, es la expresión con términos latinos de instituciones políticas y militares y de máquinas militares con el léxico latino. Teive sigue el principio de la latinitas expuesto por Valla a este respecto: la lengua no puede olvidar y dejar a un lado los cambios que afectan a todas las cosas y debe, en consecuencia, ser lo suficientemente maleable para poder expresar el nuevo mundo en toda su riqueza y complejidad. Esta posición de Valla es un reflejo del relativismo histórico del gran humanista, al cual se va adherir Erasmo posteriormente, como lo prueba la dura crítica que hace del ciceronianismo excluyente. ¿Cómo expresar entonces las instituciones políticas y
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militares y las nuevas cosas en latín? Guillaume Budé había reflexionado largamente sobre este tema y había adoptado ciertas normas metodológicas; fascinado por las invenciones de su siglo y orgulloso de ellas, sobre todo las de dominio militar, Budé establecía con frecuencia relaciones entre los términos vulgares empleados para expresar las nuevas cosas u objetos y términos que responderían a la norma latina y que serían sus paralelos teóricos en latín; lo mismo hace con las instituciones: establece analogías entre las modernas y las antiguas, tratando de determinar, en la medida de lo posible, la equivalencia exacta entre ellas. Pues bien, este es el método empleado por Teive en su Commentarius. Sigue la línea de Valla y de Erasmo, en el sentido de que el latín no es una lengua que no pueda expresar cosas nuevas; así cuando debe designar al vicerrey, que era el cargo de Juan de Castro en Goa, el humanista se sirve del término latino clásico praetor, pero indicando inmediatamente su equivalente en lengua portuguesa (“gobernador”), como lo habría hecho Guillaume Budé: praetorem, quem gubernatorem vulgo appellant “pretor al que en lengua vulgar llaman gobernador” A veces alterna incluso el término latino praetor y el vulgar gubernator, con el neologismo prorex (“prorrey”). Y cuando se encuentra con la necesidad de designar las nuevas máquinas de guerra acumuladas por el sultán Mahmud III (1537-1554) contra los portugueses, explica claramente las razones del criterio léxico utilizado: accedebant ad haec belli tormenta, quae domi parata habebat, quinque maxime basilisci (sic res nouas et ante incognitas nouis ac suis cuiusque gentis vocabulis nuncupare cogimur) “se sumaban además las máquinas de guerra que tenía preparadas, sobre todo cinco basiliscos (así nos vemos obligados a nombrar a las nuevas máquinas, antes desconocidas, con vocablos nuevos y propios de cada pueblo)” Junto a la expresión típicamente latina, belli tormenta, recurre a la exégesis vulgar, basilisci. Podrían darse más ejemplos. Entre los neologismos, pueden considerarse como felices hallazgos los términos latinos reutilizados para designar una mina (cuniculus), una contramina (transversus cuniculus), un arcabucero (sclopetarius) y, particularmente, “la panela de polvora” (amphora ignea), que tanta importancia tuvo
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en el sitio de Diu y que es considerada como precursora de la granada de mano moderna.
2.3.2. La historia-propaganda de las hazañas militares. Desde el punto de vista del contenido, en la dedicatoria a Juan III, Diego de Teive desarrolla su doctrina sobre el humanismo comprometido como servicio público34. El conjunto de la nación gobernada por el rey es siempre citado como un conjunto de ciudadanos (tui ciues), en lugar del término medieval “vasallos” o “subiecti”; y a sus compatriotas los llama ciues mei; cada vez que nombra a los portugueses lo hace como hombres libres con el término latino ciues. Ya dijimos que como ciudadano y patriota él se pregunta cómo podrá ser útil a su país y a sus conciudadanos; y concluye que la actividad del historiador es idéntica a la acción del soldado sobre el campo de batalla, ya que cada uno debe servir a la comunidad con el talento que posee. Por otra parte, los sucesos que va a historiar son de tal naturaleza -de nuevo se trata de un recuerdo de Salustio y también de Livio- que merecen más alabanzas que admiración de sus contemporáneos; y es que la grandeza del hecho, manifiesta en la táctica militar adoptada por los comandantes sobre el campo de batalla, en los peligros que habían afrontado los asediados y en las nuevas máquinas de guerra utilizadas, encuentra fáciles paralelos en gloriosas batallas del pasado. Este tópico del bellum maxime omnium memorabile (“la batalla más memorable de todas”) lo había encontrado Teive en Livio, en el exordio del libro XXI, el de la narración de la segunda guerra púnica; comparemos el texto de Teive: Nam ut alia bella maiorum temporibus gesta aut numero copiarum, aut diuturnitate temporis maiora ideri possunt, ita hoc vel imperatorum prudentia, vel militum virtute et tolerantia, vel periculorum magnitudine, euentus varietate nouorumque machinamentorum excogitatione cum maximis cuiusuis aeui bellis facile comparari potest (fol, 2v) “En efecto, de la misma forma que otras guerras de nuestros antepasados pueden parecer más importantes ya por el número de tropas, ya por su duración, así también esta guerra puede fácilmente ser comparada con las guerras más importantes de
34
Cf. El artículo ya citado de Luis de Sousa Rebelo, “Diogo de Teive, historien humaniste”.
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cualquier época por el valor y aguante de los soldados, por la magnitud de los peligros, por las vicisitudes de los sucesos, por la invención de nuevos tipos de armas” con este de Tito Livio: Nam neque validiores opibus ullae inter se ciuitates gentesque contulerunt arma, neque his ipsis tantum unquam virium aut roboris fuit, et haud ignotas belli artes inter sese expertas primo Punico conferebant bello (Livio 21.1.2) “Nunca se enfrentaron militarmente entre sí ciudades y pueblos más poderosas; incluso estos que se enfrentaban ahora estaban en su momento de mayor poderío; y aportaban tipos de armas no desconocidas por ellos, ya que los habían probado en la primera guerra púnica”. La caracterización que Teive da al sitio de Diu es idéntica a la que da Livio a la segunda guerra Púnica. El manifiesto programático desde el punto de vista historiográfico es el mismo. Es sobre todo en el método seguido por el autor del Commentarius en el que se puede ver que el orden y la forma de organizar la materia narrativa le acercan sobremanera al historiador romano. Así, Teive lleva a su propia obra los comentarios iniciales de Livio sobre la extrema violencia que caracterizó el enfrentamiento entre romanos y cartagineses; Tito Livio afirma que las guerras púnicas estuvieron marcadas por el odio y la saña con que lucharon hasta el exterminio de uno de ellos, odio que fue mayor que las propias fuerzas (odiis etiam prope maioribus certarunt quam viribus, 21.1.3); pues bien, Diego de Teive, cuando relata la masacre final, que termina con la victoria portuguesa, pone de relieve que cristianos y musulmanes habían luchado con la intención de aniquilar totalmente al adversario: Nam ab initio huius belli non de imperio aut gloria, sed de interitu alterius partis certatum est “Desde del comienzo de esta guerra se luchaba, no por el dominio ni por la gloria, sino por la eliminación total del contrario”. Es este un viejo tópico de la historiografía clásica y medieval. Diego de Teive reviste, además, al pueblo portugués de romanitas; es decir del viejo espíritu del pueblo romano que hizo de esta ciudad una ciu-
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dad grande y eterna con sus conquistas y sus armas. Pero se trata de una romanitas profundamente imbuida de christianitas; la empresa que llevan a cabo sus compatriotas en las lejanas tierras de Oriente es sobre todo una lucha por la fe contra la barbarie; esta simbiosis ideológica -identificar romanitas con christianitas y barbarie con islam-, común a otros humanistas de su tiempo, permitirá a Diego de Teive calificar la campaña como un iustum ac pium bellum. En este orden de ideas, nada más natural que establecer una paralelismo entre, por una parte, los cartagineses, enemigos de los romanos en las guerras púnicas, y los musulmanes de Gujarat, enemigos ahora de los portugueses cristianos; y, por otra, entre Aníbal, el general cartaginés, y Cogesofar, el musulmán que dirigía el asalto de Diu. No debe extrañar, pues, que el retrato de Cogesofar trazado por Teive tenga sorprendentes similitudes con el que Tito Livio nos da de Aníbal, ya por sus dotes guerreras, ya por sus cualidades de políticos hábiles y simuladores; el de Aníbal está en Livio 21.4.-8-10; el de Cogesofar es este: Is...multus ei rei militaris usus, multa peritia, idem imminentia primus uidere, praesentibus periculis obuiam ire, hostium explorare consilia, suis in tempore praecauere, amicis atque inimicis cum res posceret; iuxta comis, ac facilis, simulator ac dissimulator.... “era muy experto en la técnica militar, de mucha experiencia, él mismo era el primero en ver lo que iba a suceder, en enfrentarse a los peligros del momento, en analizar los planes del enemigo, en precaver a tiempo a los suyos, agradable y accesible a amigos y enemigos, según lo exigieran las circunstancias, simulador y disimulador...” Está presente en todo momento, en el retrato de Cogesofar, la perfidia plus quam punica de la que habla Livio: como el cartaginés de Livio, Cogesofar es por naturaleza un traidor poco fiable. Es este el momento de hacerse la siguiente pregunta: ¿Es la obra de Teive pura propaganda del imperialismo y de la expansión portuguesa en Oriente? No se puede negar que hay mucho de ello; pero es una propaganda profundamente humanizada por los principios humanistas, que tienen como bandera la vieja libertas por cuya pérdida se quejan también en la obra de Livio aquellos pueblos que la perdían ante el empuje arrollador del imperialismo romano: los griegos, por ejemplo. Teive tiene además una excusa para justificar las quejas de los musulmanes gujaratis. En efecto, un tópico de gran importancia en el discurso his-
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tórico de Diego de Teive es la fidelidad al documento que le sirve de base para escribir su obra historiográfica. Esta fides historiae (“fidelidad a la verdad histórica”), escrupulosamente respetada por el humanista, constituye la norma capital y el método histórico instituido por Lorenzo Valla. Teive sigue con fidelidad historiográfica (quanta potuimus fide retulimus) los documentos que sobre el sitio de Diu habían llegado a manos de Juan III. Lo que hace Teive es dar forma retórica a esos hechos, porque ello es también un principio humanista. Pero no enmascara los hechos: reconoce las causas del conflicto; las culpas de Portugal en el mismo; las injusticias lusitanas cometidas en Oriente, que van desde la muerte del sultán Bahadur (1537), el tío de Mahmud III, a manos de los hombres de Nuno da Cunha, hasta la acusación de piratería y de pillaje. También es explícito Teive a la hora de exponer las causas económicas del conflicto, causas que tienen su punto de partida en el monopolio mercantil de Portugal en Asia. Ello no quiere decir que Teive esté condenando la obra de Juan III y de Portugal en Oriente; una crítica lanzada contra ciertos aspectos del sistema no implica necesariamente una condena global del mismo. Por otro lado, el humanista portugués no está sino siguiendo la fides historiae; la acusación de piratería y de pillaje contra los portugueses estaba en la documentación oficial que entraba en la cancillería real y no se podía hacer oídos sordos a ella; esta acusación aparece en la carta del rey de Camboya enviada a Samorin de Calicut transcrita por Leonardo Nunes, testigo ocular de los hechos, en su primera versión del segundo sitio de Diu, publicada por Antonio Baião, con el título de História Quinhenista (Coimbra, 1925, p. 98); la documentación aneja a este volumen ofrece datos interesantísimos para el estudio de las fuentes del Commentarius; el propio Leonardo Nunes, en su Cronica de Dom Johã de Castro (Harvard University Press, 1936) reproduce una vez el texto acusador. Por otra parte, los abusos de los portugueses no eran desconocidos por Juan III; las cartas de portugueses que estaban en la India dirigidas al rey eran frecuentes y en ellas le pedían medidas enérgicas contra los gobernadores y capitanes que no respetaban los acuerdos, en virtud de los cuales los indígenas podían transportar mercancías por el mar; y es que los propios gobernadores y capitanes portugueses tomaban al asalto en alta mar las mercancías que navegaban legalmente. Cartas que le dan noticias a Juan III de estas y otras pillerías son, por ejemplo, las siguientes: una de Juan de Castro al rey, fechada en Goa en Octubre de 153935; y otra de residentes en Chaul, dirigida al rey en diciembre de 1546, en la que se analizan
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Cf. Elaine Sanceau, Cartas de D. João de Castro, Lisboa, 1955, p. 28.
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las causas que han empujado a los gujaratis a asaltar Diu. Por ellas, el rey Juan III estaba al corriente del comportamiento de sus gentes en la India. Teive, al recoger este ambiente de queja contra los portugueses, no hace sino respetar la fides historiae (“fidelidad a la verdad histórica”), lo cual es un principio clásico y un principio humanista. Quizás también esté siguiendo otro principio historiográfico clásico: el de dramatizar la historia; y la mejor forma de dramatizar es presentar en escena dos antagonistas: lo hizo Salustio en Catilina, lo hace Livio constantemente; Teive lo haría aquí poniendo, a un lado, a Mahmud y los gujaritas, y, por otro, a los portugueses. Primero los gujaritas. Hay varios pasajes, de gran altura retórica, en los que se ponen de manifiesto las razones de los musulmanes. Así, el pasaje en el que los mandarines exhortan a Mahmud III a comenzar la guerra contra los portugueses; en él se acude al orgullo y al prestigio nacional; desde el punto de vista retórico, es un modelo de elocuencia ciceroniana, la más admirada en el Renacimiento para defender la libertad ciudadana. El lector del XVI, ante una oratoria y una temática ciceronianas, no podía sustraerse a la legitimidad de la causa y a la razón de los gujaritas. Toda la argumentación se desarrolla en una serie de periodos, separados por anáforas, que recuerdan fácilmente a la primera Catilinaria de Cicerón: Quo tandem animo illum (Mahmud) ferre oportere optimi auunculi necem indignissimam? tantum regem, in suo regno, ab exteris hominibus immaniter fraudulenterque occisum? Cum grauissimae cladis autoribus pacem, ac prope amicitiam esse: nec tam acerbam ipsam esse contumeliam quam pudendos eius auctores: paucos piratas comercii simulatione irrepsisse, qui nec externis auxiliis fidant, nec a suis, alium pene orbem incolentibus, quicquam opis sperare possint. Eos arcem capitibus ueterum incolarum imposuisse, unde uelut captiuis ac uinctis seruitutem minantur. Quousque tandem haec ferenda regi opulentissimo, in regno omnibus rebus ad bellum necessariis instructissimo...? “¿Hasta cuándo Mahmud va a tener que soportar el indigno asesinato de su tío? ¿que un rey tan grande, en su reino, haya sido asesinado cruel y traidoramente por hombres extranjeros? ¿que tengamos paz y casi amistad con lo autores de tan dura matanza? ¿que la propia desgracia sea tan dura como desvergonzados sus autores? ¿que con la excusa de hacer comercio, nos hayan invadido unos pocos piratas que no tienen ayuda de
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tropas auxiliares extranjeras, ni tampoco pueden recibirla de los suyos, que habitan en otro continente? ¿que hayan levantado sus fortalezas en las capitales de los viejos habitantes de aquí, desde las cuales nos amenazan con la esclavitud como si fuéramos cautivos y vencidos? ¿hasta cuándo, pues, va a soportar esto un rey poderoso que tiene en sus manos todo lo necesario para la guerra? Y el recuerdo a la vieja libertad perdida es traído con vehemencia: Nunc rebus compositis ac tranquillis nec a Magoribus alioue hoste periculo imminente, non magno negotio nuper acceptam uindicari posse iniuriam: et antiquam gloriam a maioriobus relictam, iam pene mortuam, et consepultam erigi, excitarique possse... “Ahora, recuperada y tranquila la situación, sin que los mongoles ni ningún otro enemigo nos apremie, podemos vengarnos por la reciente afrenta sin gran esfuerzo y podemos recuperar y resucitar la antigua gloria de nuestros mayores, ahora ya casi muerta y enterrada” En definitiva, todo este pasaje de Teive reproduce en líneas generales las ofensas hechas por los portugueses contra los gujaritas, recogidas en la carta enviada por Mahmud III a Samorin en abril de 1546. La misma fuente, la carta de Mahmud, sigue estando presente en otros episodios. Así en el pasaje en que se refiere la acción diplomática desplegada por Mahmud III para conseguir una coalición militar con los mandarines que le debían vasallaje. El tópico de la libertad perdida aparece con fuerza en los mensajes que envía el joven sultán a los señores que gobiernan los estados vasallos; en ellos se resalta, con amplificaciones de gran intensidad, la sumisión al dominio portugués de pueblos que habían sido siempre libres; Mahmud acentúa el hecho de que jamás tantas gentes habían sido sometidas por tan pocos (paucos piratas, paucos istos latrones, dice), y que no es difícil echar de la India a estos extranjeros, qui aut occultis insidiis, aut bello nefario aliena occuparunt; he aquí parte del texto: orat atque obtestatur ut tanta occasione arrepta foedissimum seruitutis iugum a ceruicibus excutiant. Quid enim non modo foedius, sed etiam miserius esse, quam tot uiros fortes, et qui perpetuo in summa libertate uixerint, paucis hominibus exteris,
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quibus cum nec moribus, nec legibus, nec lingua conuenirent uectigales esse. “Mahmud les pide con imprecaciones que se sacudan de sus cervices el vergonzoso yugo de la esclavitud. ¿Qué hay, en efecto, no sólo más vergonzoso, sino incluso más miserable que el hecho de que gentes tan fuertes y que han vivido siempre en absoluta libertad sean esclavos de unos pocos extranjeros, con los que no coinciden ni en costumbres, ni en leyes, ni en lengua?”. Y también recoge Teive los esfuerzos de Rumi Khan, tras la muerte de su padre Cogesofar, para continuar la lucha con el mismo ejército, para que libertatem a maioribus relictam posteris suis relinquant (“dejar a sus descendientes la libertad que sus mayores les dejaron a ellos”) En los pasajes analizados es evidente una oposición retórica entre libertad y esclavitud; y esta oposición constituye el eje paradigmático de todos los discursos y de todas las palabras del musulmán; pero esta antítesis no figura en las fuentes que conocemos y que sigue Teive. Es, pues, una creación del humanista, siguiendo un modelo retórico clásico. Y concretamente un modelo ciceroniano. En los discursos mencionados, Teive utiliza adjetivos que están presentes en Cicerón para calificar la misma situación. Así, para calificar la privación de libertad, Teive utiliza los adjetivos miser y foedus; los mismos que vemos en Cicerón; por ejemplo, en una de las Filípicas leemos: Nihil est detestabilius, nihil foedius seruitute (Phil., 23.14.36). Y en la misma filípica Cicerón proclama a los cuatro vientos el gran derecho del ciudadano: ad decus et ad libertatem nati sumus; proclama que Teive tendría en cuenta cuando recurre al tópico de la libertas a maioribus relicta, tópico que hemos visto en el Commentarius. Y es que Diego Teive nos presenta, frente a los musulmanes, a los portugueses, en una especie de antagonismo dramático y casi trágico; ello no deja ser un procedimiento de composición de profundas raíces clásicas y humanistas. De manera que el canto a las quejas contra los portugueses y a la libertas puesto en boca de los gujaritas sería, eso sí, un respeto a la fides historiae, porque de hecho existían esas quejas y motivos para ellas, pero también un procedimiento retórico y literario de contraposición entre unos y otros. Si se comparan los discursos de los jefes militares musulmanes con los proferidos por los portugueses (D. João Mascarenhas, el capellán franciscano, D. João de Castro) se podrá comprobar que, mientras aquellos se centraban en el ideal de la libertad, los de los portugueses tienen como ejes el
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honor, el patriotismo lusitano y una virtus militar que sólo se puede comparar con la de Roma. Se trata, pues, de un contraposición literaria en la que, a la postre, terminan ganando los portugueses, aunque también se ponen en evidencia los derechos de los indígenas.
2.4. Juan Ginés de Sepúlveda. Si los historiadores humanistas portugueses defienden y justifican en latín ante la Europa culta las conquistas de ultramar, Juan Ginés de Sepúlveda defiende también y justifica la conquista y colonización de América por parte de la corona española. Pero ya apuntábamos una diferencia sustancial entre unos y otro: en el caso de los portugueses el enemigo contra el que se enfrentan en sus conquistas es también enemigo de Europa: el turco, el islam, el enemigo oriental que en definitiva puede caer en cualquier momento sobre el viejo continente; en el caso de los españoles en América el enemigo contra el que se enfrentan no es enemigo de Europa: son unos indígenas que viven ajenos a toda política internacional. Por ello, la defensa de las hazañas portuguesas en el Oriente cercano y lejano podía encontrar mejor acogida en Europa que la defensa de la conquisa de América por parte de los españoles. Y de hecho los humanistas portugueses difunden por Europa, en latín, sus hazañas, mientras que los españoles no lo hacen con la misma intención e intensidad. De todas formas, la conquista de América también es criticada en los círculos humanistas y, más concretamente, en los de corte erasmista. Por ello es también necesario defender la acción española ante esos círculos. Y es lo que hace Juan Ginés de Sepúlveda. Lo que sucede es que lo hace en círculos internos de España y, además, en un ambiente de polémica interna; no sale a Europa con la misma intención que lo hicieron los humanistas portugueses. Es, en efecto, un hecho conocido que Sepúlveda justificaba no solamente la validez y legitimidad de la conquista de América sino que defendía también la justicia de la guerra y de la esclavización de los indígenas. Pero su defensa se queda en España y se concretiza en la polémica con Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas. En el invierno de 1537-38, Francisco Vitoria pronuncia sus tres famosas tesis sobre la cuestión que después resumiría en sus obras De indis y De iure belli de 1539; su posición es contraria a la conquista militar. Sepúlveda entra en la polémica en 1545 con su Democrates secundus, que es una apología de la licitud de la guerra de con-
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quistas que llevaban a cabo los españoles en América. Y en el enfrentamiento el perdedor resulta ser Sepúlveda. De manera que su obra cayó en olvido, de la misma forma que cayó en olvido la obra historiográfica que escribió años después sobre los hechos de los españoles en América: De rebus hispanorum ad Novum Terrarum Orbem Mexicumque gestis (1563); esta obra no sería publicada hasta el siglo XVIII. De manera que, si las crónicas de los humanistas portugueses sobre las hazañas de sus soldados en el África y en Oriente se publicaron y tenían como destinatarios los círculos cultos de Europa, ante los cuales se defendían y propagaban esas hazañas, las de los humanistas españoles sobre la conquista de América eran más de consumo interno. Incluso aquellas que defendían la legitimidad de las conquistas no tuvieron apenas eco. La situación es, pues, muy diferente en un caso y otro. En lo que sí coincide el español Sepúlveda con los humanistas portugueses es en la utilización del léxico latino militar. Ya vimos cómo Diego de Teive, para designar técnicas o armas militares, o bien recurría a términos que ya existieran en latín, a los cuales, en la mayoría de los casos, modificaba su significado para adaptarlos a las nuevas cosas, o bien recurría a neologismos ya latinos, ya de lenguas no latinas. Pues bien Sepúlveda hace lo mismo. Como buen humanista, recurre, siempre que ello es posible, al término técnico clásico, ya manteniendo su significado, ya adaptándolo a la nueva realidad. Así encontramos en él el término catapulta con el significado que tenía en época clásica de máquina para lanzar grandes dardos; y scorpio, que en latín era una máquina para lanzar piedras y flechas, Sepúlveda lo utiliza para designar la ballesta; tormentum era igualmente en latín un arma para disparar armas arrojadizas y en Sepúlveda lo encontramos para designar el cañón; vinea, en el lenguaje militar romano era un mantelete, y con ese valor lo utiliza el humanista español: tria bellica instrumenta quae ueteres uineas nominabant (6.20.3). Pero lo más normal es que, cuando utiliza un término clásico, lo haga adaptando su significado a las armas de la época. Así, spatha, que en Plinio significaba “espátula”, es utilizado por Sepúlveda con el significado de “espada”; pero lo hace mediante un procedimiento muy propio de los humanistas: escribe el término clásico, en este caso gladium, y lo explica diciendo que es lo que en su época se llama “espada”: longioribus gladiis, quas espadas nostri vocant (7.1.2); glans, en latín, era la bellota; Sepúlveda, mediante un cambio semántico, lo convierte en “bala”: sin duda porque la bala se parece físicamente a una bellota. Cuando no encuentra término latino con el que poder designar un arma de su época recurre a neologismos de la época o de época poco anterior.
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Para designar el cañón, en general, hemos visto que recurre al término latino tormentum; pero si se trata de tipos concretos de cañón utiliza neologismos como bombarda, palabra originaria del Sur de Francia o Cataluña, cuya forma primera era lombarda: con ella se designaría un arma arrojadiza propia de los lombardos; en Italia, por influencia de bomba, se convirtió en bombarda, que es el término que utilizan los humanistas para designar determinados cañones; así la define un diccionario de la época: machina aenea vel ferrea satis nota, a bombo et ardeo, quod cum sonitu et flamma ferreos globos emittat (“máquina de bronce o hierro muy conocida, llamada así a partir de bomba y de arder, la cual lanza globos de hierro con sonido y llamas”). Para designar las lanzas, Sepúlveda recurre al neologismo picas (7.1.2). Un arma que, lógicamente no tenían los romanos era la escopeta; y tampoco tenían, por supuesto, escopeteros; pues bien, los humanistas, y entre ellos Sepúlveda, recurren a un neologismo formado a partir del término italiano schioppio, procedente del latín tardío stloppus, y que significaba “estallido que se produce con un dedo dentro de la boca”; un diminutivo de schioppio es schioppetum, que es el término utilizado por Sepúlveda para designar la escopeta; y un derivado de schioppetum es schioppetarius, “escopetero”. Otro neologismo utilizado por Sepúlveda para designar un arma arrojadiza es trabucus: machinatio quaedam ad saxa magni ponderis et trabes iaculandas accommodata (7.35.5), traducido como “cierta máquina adaptada para lanzar piedras de gran tamaña y leños”.
3. Conclusión Entre los humanistas portugueses de los siglos XV y XVI, no es uno sólo el que se lanza a difundir en lengua latina las hazañas militares de los portugueses en esos siglos; son varios historiadores, varios poetas, varios humanistas, en fin, los que lo hacen. Ni tampoco es un solo género literario el utilizado para ese mismo fin. Hemos visto cómo se utiliza la carta, el epigrama, la oda, la literatura de viajes y científica, la monografía histórica para dar a conocer las conquistas y hazañas militares de los portugueses en África y Asia, sobre todo. En este sentido, se puede decir, como apuntábamos ya al comienzo de ese trabajo, que el humanismo portugués, en general, se convierte en el medio cultural mediante el cual la nación portuguesa da a conocer a Europa, a través de la lengua culta del momento, el latín, sus acciones militares en el mundo no europeo. Y al mismo tiempo que las da a conocer, justifica también las mismas. El humanismo español a este res-
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pecto no es tan patriota a la hora de defender las conquistas de ultramar; se enzarza incluso en luchas internas al respecto, de manera que se diferencia claramente de portuguĂŠs en este sentido.
ALMANSA (1707): LA NUEVA INFANTERÍA ESPAÑOLA EN ACCIÓN Germán SEGURA GARCÍA1
RESUMEN La batalla de Almansa es uno de los episodios bélicos más conocidos de la Guerra de Sucesión española (1702-1714) en el teatro de operaciones peninsular. Pocas batallas en el siglo XVIII tuvieron un resultado táctico tan completo, sin olvidar las consecuencias políticas que la victoria borbónica implicó para los territorios del levante español. En el presente artículo nos hemos querido centrar de modo general en el combate de la infantería y particularmente en las prestaciones de la reorganizada infantería española en dicha batalla. Con ello queremos contribuir al tercer centenario de la batalla y rememorar el sublime esfuerzo de los soldados que sirvieron honradamente sus banderas en aquel 25 de abril de 1707. PALABRAS CLAVE: Guerra de Sucesión española, empleo táctico de la infantería, ejército español.
ABSTRACT The battle of Almanza was one of the most famous engagements of the War of Spanish Succession (1702-1714) in the peninsular front. Few battles in the 18th century had tactically a result so complete, not to mention to the political consequences that the Bourbon victory implied for the territories of the Spanish east. In this article, we focused on the combat of infantry as a whole and, particularly, on the performance, during this battle, of the reorganised Spanish infantry. In this way, we would like to contribute to the cen1
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tenary of the battle and to recall the sublime effort of those soldiers who served honestly under theirs flags on that April 25, 1707. KEY WORDS: Spanish Succession War, tactical handling of the infantry, Spanish Army. ***** Introducción Trescientos años han transcurrido desde que, en el marco de la Guerra de Sucesión al trono español, se enfrentaran en los llanos de Almansa, al pie de su imponente castillo, las fuerzas de los dos pretendientes a la monarquía hispana: Felipe de Borbón, duque de Anjou, y Carlos de Habsburgo, archiduque de Austria. Mucho se ha escrito desde entonces sobre esta batalla, un cruento combate que inauguró una nueva era para la infantería española y que tuvo consecuencias importantes en el desarrollo bélico, pero sobre todo ideológico, de la contienda. Porque Almansa, además de significar la derrota sin paliativos del ejército aliado, condujo a la ocupación de Valencia y Aragón por parte de las fuerzas borbónicas y a la aniquilación del sistema político y de las instituciones que habían imperado en estos reinos desde tiempos medievales. Aunque Aragón sería recuperado por los austriacos en el curso de la campaña de 1710, Valencia quedaría en manos borbónicas hasta el final de la guerra y Almansa marcó ciertamente su destino. También para Cataluña, partidaria de primera hora del archiduque, Almansa anunció su más que posible futuro en el caso de que el pretendiente austriaco saliera derrotado, una fatalidad que había sido prevista por los más avisados en 1706, cuando las Cortes catalanas prestaron juramento a Carlos III de Austria como rey de la monarquía española y depusieron a Felipe de Borbón, el monarca que habían jurado con las mismas formalidades cuatro años antes. Si desde el punto de vista ideológico las consecuencias políticas de la derrota austracista en Almansa tuvieron una importancia capital en el desarrollo de la Guerra de Sucesión, la batalla propiamente dicha merece nuestra atención por haber sido la más importante que se entabló en el teatro de operaciones peninsular y también por el hecho de haber sido calificada por Federico II de Prusia, el mayor genio militar del siglo XVIII, como la más científica de la centuria. Además, como referiremos más adelante, fue la primera batalla en la que la infantería española puso a prueba su nueva organización táctica después de los cambios introducidos por Felipe V en 1704. En efecto, la Real Ordenanza publicada en ese año eliminó de un plumazo
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el Tercio, unidad de encuadramiento emblemática de la infantería española, para ser sustituido por el Regimiento al estilo francés. La liza entre los partidarios del orden de combate profundo y el lineal, con las virtudes y defectos de cada sistema, parecía inclinarse decididamente hacia los segundos ya que las grandes masas de infantería, cuyo paradigma era el Tercio, habían perdido de forma gradual su eficacia en el campo de batalla en detrimento de formaciones más flexibles que combinaban inteligentemente las formas de la acción típicas de la infantería: fuego, movimiento y choque. La batalla de Almansa sería la primera ocasión en que las unidades españolas combatieron de forma sistemática en orden lineal, un cambio que conllevó el nuevo adiestramiento de la infantería y el abandono definitivo de la pica, toda una revolución táctica propiciada por la necesidad de imitar los sistemas de combate de los ejércitos punteros del momento: el anglo-holandés y el francés. En cuanto a los estudios realizados sobre la batalla, es de agradecer la gran variedad de trabajos que existen en nuestras bibliotecas. Desde las relaciones contemporáneas que podemos leer en Castellví y Bacallar, pasando por los juicios sobre la batalla escritos en el mismo siglo XVIII por Santa Cruz de Marcenado o Serrano Valdenebro, hasta llegar a las obras publicadas más recientemente. En especial, consideramos de gran interés los trabajos realizados sobre el tema por José Luís Cervera y Juan Luís Sánchez Martín que citamos en la bibliografía y que difícilmente podríamos igualar con el presente artículo. Tampoco perseguíamos traer a estas páginas un mero trasunto de los estudios mencionados sino, más bien, tratar de aportar un granito de arena, complementar de alguna manera las investigaciones realizadas por otros autores. Por ello, sin olvidar el contexto general de la batalla, nos hemos querido centrar en el combate de la infantería y sobre todo en las prestaciones de la reorganizada infantería española. Es nuestra humilde contribución al centenario de la batalla de Almansa y al sublime esfuerzo de los soldados que sirvieron honradamente sus banderas en aquel 25 de abril de 1707.
La Nueva Infantería Española La derrota de la monarquía española en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) señaló para los Tercios de infantería el principio del fin de su reinado en los campos de batalla de Europa. Teniendo en cuenta el abandono material y moral en que la monarquía había sumido a su ejército, la derrota de los Tercios no nos debería sorprender, sí, en cambio, el que
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hubieran podido dilatar durante tantos años su hegemonía con los pobres medios que sustentaban la maquinaria bélica hispana. A inicios del siglo XVIII, el estado del ejército español era cuando menos deprimente: la nobleza ya no estaba interesada en nutrir sus filas, las pocas tropas que quedaban (alrededor de 20.000 hombres, la mayor parte repartidos entre Italia y Flandes) se hallaban faltas de moral, deficientemente equipadas y, lo que es aún peor, mal disciplinadas2. Pero por si esto fuera poco, desde el primer tercio del siglo XVII, se estaba produciendo una verdadera revolución en el empleo táctico de la infantería que contribuiría decididamente a la decadencia de la unidad tipo Tercio. Nos referimos a la organización de la infantería tomando como base el Regimiento o Batallón, sinónimo éste de orden de combate lineal en contraposición del orden profundo representado por el Tercio. Introducido por Gustavo Adolfo de Suecia en la Guerra de los Treinta Años, el orden lineal procuró a sus ejércitos éxitos espectaculares contra las fuerzas imperiales, fruto de la mayor movilidad de sus unidades y de la considerable potencia de fuego de su infantería al presentar al enemigo más frente que fondo. El rey sueco, uno de los mayores genios militares de la centuria, adoptó para su infantería una formación de tipo rectangular reduciendo a ocho el número de filas, una cifra que era acorde con la evolución del mosquete y que permitía mantener una correcta cadencia de fuego de la unidad tipo Regimiento. Posteriormente, Turenne y Montecuccoli redujeron a seis filas la profundidad de sus batallones y eliminaron la distinción entre piqueros y mosqueteros al haberse generalizado por entonces el uso del fusil con bayoneta3. En cualquier caso, a finales del siglo XVII parecía que el tiempo de las grandes masas de infantería era ya historia y el ejército español no tendría más remedio que adoptar, antes o después, la organización y táctica de los otros ejércitos europeos si quería recuperar el prestigio perdido en las últimas décadas.
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Para un análisis más detenido de la situación del ejército español a inicios del siglo XVIII ver en CLARO, Manuel: “La Guerra de Sucesión y la creación de un nuevo Ejército”, en La Guerra de Sucesión en España y América, Actas X Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla 13-17 de noviembre de 2000, pp. 495-539. 3 Raimondo Motecuccoli (1609-1680), italiano de nacimiento, entró en el ejército austriaco en 1625 y combatió en las batallas más importantes de la Guerra de los Treinta Años. Como generalísimo del ejército imperial, venció a los turcos en San Gotardo (1664) y entre 1672-1675 combatió a Turenne en el Rin. En cuanto al vizconde de Turenne, Henri de La Tour d’Auvergne (1611-1675), es considerado como el mejor general del siglo XVII. Nieto de Guillermo I de Orange, inició su carrera militar con 12 años en el ejército holandés. En 1635 fue nombrado mariscal de campo del ejército francés para después comandar las fuerzas francesas en Alemania, Flandes y el Rin, hallando la muerte en Alsacia en 1675.
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La reforma del ejército español llegó con el cambio de dinastía tras la muerte sin descendencia de Carlos II. Recaída en un príncipe de la Casa de Borbón la responsabilidad de reinar la monarquía española en un ambiente de preguerra, uno de los primeros expedientes no pudo ser otro que la modernización del ejército. El reinado del duque de Anjou, entronizado con el nombre de Felipe V, estuvo marcado desde el primer momento por la guerra que le declaró el emperador de Alemania, Leopoldo, quien consideraba que la sucesión correspondía por derecho a su hijo Carlos, archiduque de Austria. Por ello, las tropas imperiales se pusieron pronto en marcha con el fin de ocupar los territorios que aún mantenían los españoles en Flandes e Italia. Ante la necesidad de afrontar esta amenaza y consciente de los males que aquejaban a las unidades emplazadas en esos dominios, Felipe V empezó por restablecer la disciplina de sus tropas y procedió a completar sus efectivos con nuevas levas. Las Ordenanzas de Flandes fueron la primera tentativa borbónica de crear un nuevo ejército sobre la base de regular sistemáticamente las cuestiones relativas a la organización, el gobierno y la disciplina de las tropas, un ejército que sería edificado casi de nueva planta sobre las cenizas de las obsoletas estructuras de la época de los Austrias4. El inicio de las reformas borbónicas coincidió con la generalización del conflicto sucesorio tras la entrada en guerra de Inglaterra y Holanda al costado del Imperio. Unidas estas potencias en la Gran Alianza de La Haya y quejosos de que Luis XIV se hubiera hecho el amo de la monarquía española, declararon en mayo de 1702 el principio de las hostilidades contra las Dos Coronas: Francia y España. La Guerra de Sucesión sería el banco de pruebas del nuevo ejército español y marcaría de alguna manera la agenda de reformas del rey Felipe. Precisamente, la alianza con Francia, potencia temible y reputada casi invencible, facilitó la adecuación de las reformas introducidas en el ejército español con los preceptos y ordenanzas que estaban en vigor en el ejército francés. La copia de los sistemas del país vecino tenía dos ventajas: en primer lugar, si las tropas españolas y francesas debían combatir codo a codo, resultaba muy conveniente que hubiera unidad de doctrina y que la táctica de ambos ejércitos fuera pareja; por otro lado, los españoles copia-
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Las Ordenanzas de Flandes consisten realmente en dos ordenanzas distintas: la primera fue promulgada el 18 de diciembre de 1701 por el marqués de Bedmar, Capitán General de Flandes, de orden del rey Felipe y trata de los Consejos de Guerra y de la subordinación y disciplina de las tropas; la segunda, firmada en Bruselas el 10 de abril de 1702, trata sobre el mando y preeminencia de las tropas españolas y de sus auxiliares francesas.
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ban un modelo que había sabido adaptarse óptimamente a las nuevas necesidades del campo de batalla y que había demostrado su valía en las últimas guerras. De hecho, el modelo francés era tan eficiente que incluso el archiduque Carlos se inspiró en él al redactar las ordenanzas para su ejército, también español, en 17065. Después de las Ordenanzas de Flandes, el rey Felipe quiso dar un paso adelante en la nueva organización del ejército y decretó en septiembre de 1704 una ordenanza que daba el golpe de gracia al Tercio y adoptaba el Regimiento como unidad de encuadramiento de la infantería. Esta Real Ordenanza fue, según señalan algunos historiadores, el paso más importante para la modernización del ejército español, uno de los instrumentos más completos relativos a su reorganización, y situaba a España en las corrientes militares del momento6. La Ordenanza de 1704 estaba en la misma línea que la sancionada por el rey Luís XIV para sus tropas en marzo de 1703. Según la Ordonnance francesa, el batallón se organizaba tomando como base doce compañías de fusileros más una de granaderos. El total de efectivos de esta formación era de 690 hombres dispuestos para el combate en cinco filas y dirigidos por el coronel, teniente coronel, mayor y ayudante. La versión española se componía, en cambio, de un total de doce compañías, incluida la de granaderos. Los tres oficiales superiores eran el coronel, el teniente coronel y el sargento mayor, y el total del regimiento de infantería borbónico -en realidad un batallón hasta 17097- tenía una fuerza de alrededor 650 hombres. Antes de la batalla de Almansa todavía tuvo tiempo el rey Felipe de disponer otras ordenanzas encaminadas a unificar criterios y continuar con la modernización de su ejército. Entre ellas podemos destacar la de 30 de
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“Haviendo sido, y siendo la Milizia la unica Conservación de los Estados, y no pudiendo tener Subsistencia sin una exacta disciplina, y Considerando de quanto perjuicio ha sido a nuestros Antecesores la falta de esta, por los muchos abusos introducidos de el tiempo, y de las varias Naciones, y que sin duda seria de nuestro deservicio, particularmente por las nuevas Reglas, que han ideado, y practicado los Franzeses, hemos estimado necesario a nuestro Real Servizio y para la Conservacion de nuestros Estados de hazer este nuevo Reglamento...”. AHN, Sección de Estado, Libro 984 d. “Ordenanzas Militares” de fecha 20 de marzo de 1706. 6 Ver especialmente en La Guerra de Sucesión en España y América, Actas X Jornadas Nacionales de Historia Militar, Sevilla 13-17 de noviembre de 2000, los trabajos de CLARO, Manuel: “La Guerra de Sucesión y la creación de un nuevo Ejército”, pp. 495-539; DE PABLO, Antonio: “La infantería de Felipe V (1700-1718)”, pp. 383-397; PAREJO, María Josefa: “Las Ordenanzas Militares durante la Guerra de Sucesión”, pp. 461-480; y DE SALAS, Fernando: “Las Ordenanzas de Felipe V para su nuevo Ejército”, pp. 481-494. 7 En la Ordenanza de 30 de diciembre de 1706, se estableció que algunos Regimientos pasaran a tener dos batallones, sin embargo, esta medida no se generalizó para todos los Regimientos hasta la Real Orden de 9 de junio de 1709.
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diciembre de 1706, por la que se introdujo el uniforme blanco para la infantería (exceptuando las Guardias españolas y valonas8) y la de 28 de febrero de 1707, por la que se resolvió nombrar a perpetuidad los regimientos que se encontraban entonces en España, con excepción de las unidades valonas e italianas, acabando así con la costumbre de denominarlos como a sus coroneles o los colores de sus uniformes. A partir de entonces, casi todos los regimientos adoptarían el nombre del lugar donde se habían formado o estaban apostados, aunque con el paso del tiempo y según las vicisitudes de cada unidad, la procedencia de las tropas dejara de tener relación alguna con el topónimo de muchos regimientos. Esta profusa reglamentación no sólo implicó un cambió en la organización del ejército o en su régimen disciplinario, sino también en la doctrina que hasta entonces había imperado en el empleo de las distintas Armas, en especial, la infantería. A inicios del siglo XVIII, la infantería mantenía su primacía con respecto a las otras Armas debido a su menor especialización y a su mejor adaptación a todo tipo de combates9. Los avances armamentísticos habían conducido a la desaparición de la pica en detrimento del fusil con bayoneta, transición que no se realizaría completamente en España hasta la reforma borbónica. Para hacernos una idea de estos avances hemos de pensar que la proporción de armas de fuego en las unidades de infantería había ido aumentando a lo largo del siglo XVII, pasando del 60% en torno a 1630, hasta el 80% en 1690 y, con la introducción de la bayoneta de cubo, el 100%. El uso del fusil con este tipo de bayoneta, generalizado en Europa al comenzar la Guerra de Sucesión, permitía al infante realizar el disparo sin necesidad de desarmar la bayoneta, lo que concentraba en el mismo hombre la potencia de fuego de los mosqueteros y la consistencia de choque de los piqueros, las dos formas de acción principales de la infantería10. El aumento considerable de la capacidad de generar fuego condujo a la infantería a
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Los Regimientos de Guardias de infantería española y valona estaban constituidos inicialmente por dos batallones a trece compañías, incluida la de granaderos. A diferencia del resto de la infantería y al igual que sus homónimas al servicio de Luis XIV, las Guardias continuaron usando casacas de paño azul con vueltas encarnadas. 9 “Si tu infantería es buena, conviene hacer de su gran número la fuerza de tu ejército; porque ella pelea en todos los terrenos, sirve para los ataques y defensa de plazas y en un día de batalla no deja de hacer su función tan útilmente como la caballería, la cual sólo se emplea para los combates en paraje llano y ancho y poco en los sitios”. NAVIA, Álvaro (Marqués de Santa Cruz de Marcenado): Reflexiones Militares, Ministerio de Defensa, Madrid, 2004, p. 263. 10 “Toda la fuerza de este ilustre y formidable Cuerpo (la infantería) consiste en el uso de los dos artículos principales: Masa, o Espesor, y Fuego”. SERRANO, José: Discursos varios del Arte de la Guerra. Viuda de Joachin Ibarra, Madrid, 1796, p. 2.
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disminuir paulatinamente el fondo de sus unidades y a buscar formaciones más lineales con el objeto de poder disponer más bocas de fuego hacia el enemigo. Como hemos mencionado antes, el mismo nombre de batallón, adoptado en España en 1704, dio nombre a un sistema táctico que implicaba la disposición para el combate en orden lineal11. Los regimientos recién creados por Felipe V y compuestos inicialmente de un solo batallón, entraban en combate formados en cinco líneas, al igual que sus homólogos franceses. Sin embargo, a partir de 1706 el número de filas se redujo a cuatro con el fin de aumentar aún más el frente de las unidades y equipararlas, en cierta medida, a la longitud de los batallones ingleses. Uno de estos batallones al completo podía llegar a tener cerca de 800 hombres dispuestos en tres líneas, lo que le daba un frente de aproximadamente 250 metros, una longitud bastante superior a los 150 metros del batallón borbónico. Sin embargo, los ejércitos del momento tenían verdaderos problemas a la hora de mantener sus unidades con todos los efectivos, incluso al principio de una campaña. Precisamente, con el objeto de que las compañías se mantuvieran al completo de personal de tropa (50 hombres), el rey Felipe asignaba una gratificación a los capitanes que conseguían mantener sus unidades con más de 44 hombres. La progresiva disminución de fondo de los batallones redujo considerablemente la capacidad de choque de estas unidades a favor de una hipotética potencia de fuego que pocas veces se vio corroborada en el campo de batalla12. Siendo el fuego no tan efectivo como decían los partidarios del orden lineal y habiendo perdido los batallones de infantería la consistencia 11
“Un Batallón en orden dilatado y poco fondo, aventaja en fuegos a otro formado con espesor (...) de aquí es, que mientras menos fuese el fondo de un Cuerpo de Infantería tendrá más conveniencia para el uso del fuego. El ser incompatibles en una formación estas dos propiedades, ha sido el origen de los opuestos sistemas de Batallón y la Columna. (...) Los partidarios del Batallón se lisonjean encontrar en su extenso orden, y en el poco fondo de sus hileras, un fuego superior al de otro cuerpo de espesor. Con esta ventaja cuentan llevar en su frente el exterminio y la ruina. Pretenden también hallar en su composición flexibilidad tal para las maniobras, que los hace capaz de toda formación, siéndole fácil tomar en el lance la que más se acomode a las circunstancias”. Ibídem, pp. 2-3. 12 Mauricio de Sajonia (1696-1750), general alemán al servicio de Luis XV, era particularmente hostil al empleo del fuego como forma de acción principal de la infantería: “He visto salvas enteras no matar cuatro hombres, y jamás he visto, ni creo haya quien lo pueda asegurar, que el fuego causase daño capaz de contener al contrario, imposibilitándolo de marchar adelante, para vengarse a bayonetazos y tiros a quemarropa”. Cit. por SERRANO, Op.cit. p. 37. Con respecto a la Guerra de Sucesión, el general alemán apuntaba: “Si la guerra hubiera durado aún algún tiempo, se habría luchado indudablemente de una parte a la otra con arma blanca, porque se comenzaba a conocer el abuso del fuego (tirerie), que hace más ruido que daño, y que acaba siempre con la derrota de los que lo utilizan”. MAURICIO DE SAJONIA, Les Revêries. Ed. De Viols, Dresde, 1757, p. 51.
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que clamaban los parciales de la columna, las principales batallas que tuvieron lugar durante la Guerra de Sucesión fueron decididas por la caballería, eso sí, apoyada de cerca por la infantería13. A pesar de ello, ésta ocupaba el lugar preeminente de la línea de batalla y sin su concurso poco podía hacer la caballería. Llegados al combate en campo abierto, los ejércitos se enfrentaban en largas líneas paralelas, tratando de que la infantería sacara el mayor partido del fuego y manteniendo la caballería en las alas, presta a destruir a la caballería enemiga sin desamparar a su infantería desplegada en el centro. Cuando dos ejércitos con grandes efectivos se enfrentaban utilizando este orden lineal carente de marcado elemento ofensivo, la batalla se convertía en una encerrona mortal en la que ambos contendientes perdían muchos hombres y cuyo resultado final era poco satisfactorio para el vencedor de la jornada. Sólo en el caso de que un ejército superior en efectivos fuera capaz de mantener ordenadas sus líneas podía conseguir en el combate un resultado más positivo. Sin embargo, pocas batallas en esta época fueron tan decisivas desde el punto de vista táctico y tan contundente en cifras como la de Almansa. A inicios de 1707, el año de Almansa, la infantería española había renovado considerablemente su organización y tácticas para adecuarse a las empleadas por los mejores ejércitos del momento. Las unidades habían sido encuadradas en regimientos de un solo batallón, se les había proporcionado vestuario y armamento reglamentarios,14 se les había instruido para combatir en orden lineal y hacer el mejor uso del fuego, se había reglamentado las pagas de las tropas, el régimen disciplinario al que estaban sujetos, e incluso se había señalado a los regimientos el nombre que habrían de llevar en adelante. Todo estaba dispuesto para que la infantería española, después de tantos años de decepciones, diera un golpe de timón al curso de los acontecimientos y recuperara su prestigio en el campo de batalla. Este esfuerzo organizativo tuvo su primera gran prueba de fuego en una llanura manche13
“A pesar del creciente énfasis puesto en la potencia de fuego, es importante señalar que la mayor parte de los principales combates de la guerra fueron ganados, en último término, por la caballería, apoyada de cerca por la infantería”. CHANDLER, David: The Art of Warfare in the Age of Marlborough. Spellmount Limited, Kent, 1990. 14 Según las Ordenanzas de 1704, cada compañía debía recibir anualmente 25 uniformes completos (casaca, chupa y calzón), 12 fusiles con bayoneta, 12 cinturones, 12 espadas y 12 cartuchos. Por otro lado, a cada sargento, cabo de escuadra, soldado y tambores se le entregaban 2 pares de zapatos, 1 par de medias, 1 sombrero, 1 camisa y 2 corbatas. Por último, se entregaban a las compañías 5 tiendas que tenían una vida de dos años. El precio del vestuario completo de un soldado de infantería era de 110 reales de vellón y 20 reales el armamento, una cantidad elevada si tenemos en cuenta que equivalía aproximadamente al sueldo de medio año de un soldado sin graduación.
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ga, durante la campaña de 1707, cuando las tropas españolas y sus aliadas francesas se enfrentaron a la mejor infantería de Europa en un combate muy reñido que acabó con la destrucción del ejército principal del archiduque Carlos en España.
Guerra de Sucesión: la campaña de 1707 A inicios de 1707, la lucha por el trono de la monarquía española no estaba ni mucho menos decidida y pocos podrían prever su desenlace final. La guerra en Europa parecía inclinarse decididamente hacia el partido austracista después de las victorias de Ramillies y Turín (1706) que supusieron para los borbónicos la pérdida de los dominios españoles en los Países Bajos e Italia. En España, el archiduque Carlos había ocupado Barcelona en 1705 y rechazado en 1706 el intento de las tropas borbónicas, al mando del mismo Felipe V, de recuperar la Ciudad Condal. La retirada del rey borbónico señaló el inició del avance del archiduque sobre la capital de la monarquía, que cayó en poder de las tropas aliadas en junio de 1706. Sin embargo, las fuerzas franco-españolas se mantuvieron próximas a Madrid y en disposición de amenazar seriamente las líneas de comunicación del ejército austracista, por lo que éste no tuvo más remedio que retirarse hacia Levante tras mantenerse en la ciudad poco más de un mes y sin que el rey Carlos, en ruta hacia la capital, pudiera llegar más al sur de Guadalajara15. El final de 1706 se saldó con la ocupación de Murcia, Cartagena y Zaragoza por parte de las fuerzas borbónicas que, además, presionaban sobre el reino de Valencia. En marzo de 1707, tras la parada invernal, los ejércitos de los dos pretendientes estaban preparados para entrar de nuevo en campaña. El mando del ejército borbónico en las fronteras de Valencia debía ser ejercido por un sobrino de Luis XIV, el duque Felipe de Orleáns, si bien, como éste se hallaba de camino hacia La Mancha con más refuerzos, el mando acabó recayendo sobre James Stuart Fitzjames, duque de Berwick, hijo del depuesto rey de Inglaterra, Jacobo II. Las fuerzas con que contaba el ejército de Berwick eran cerca de 30.000 infantes y 7.000 caballos. En cuanto al ejército aliado que se encontraba en Valencia, se componía principalmente de unidades inglesas y portuguesas lideradas conjuntamente por milord Galway y
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Las tropas portuguesas, al mando del marqués de la Minas, quisieron en un primer momento regresar a Portugal cruzando Extremadura, pero al tener noticia de que los paisanos estaban armados y que las partidas borbónicas podían caer sobre sus fuerzas acabó consintiendo en hacer ruta hacia Levante.
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el marqués de las Minas16, y su fuerza estimada era de 14.000 infantes y cerca de 5.000 caballos. En los Consejos de Guerra que tuvieron los aliados antes de la campaña, se había llegado inicialmente a la resolución de defender Cataluña frente a la amenaza que representaban las tropas francesas desplegadas en el Rosellón. A pesar de que los generales ingleses Stanhope y Galway consideraban prioritario que las fuerzas aliadas marcharan de nuevo sobre Madrid, se consideró que habría gran dificultad en cruzar el Tajo ante un ejército superior en caballería y que la mejor forma de entrar en Castilla era por la ruta de Aragón. Sin embargo, la presión internacional sobre el archiduque provocó un cambio de estrategia. A mediados de febrero llegó a Alicante una flota anglo-holandesa con 7.000 hombres de refuerzo e instrucciones de la reina Ana de Inglaterra para que todo su ejército se encaminara por la cabeza del Tajo hacia Madrid. Los ingleses, partidarios de la guerra ofensiva, buscaban una victoria rápida sobre Felipe V y consideraban que cuanto antes el rey Carlos se instalara en Madrid antes acabaría la guerra. Así, en el Consejo de Guerra de fecha 21 de febrero, el archiduque se vio obligado a transigir ante sus aliados y dispuso que un ejército portugués avanzara hacia Ciudad Rodrigo mientras el grueso de las fuerzas en Valencia hacía lo propio en dirección a Madrid. Carlos comunicó igualmente, contra el parecer de los generales, que tenía pensado partir hacia Barcelona y que se uniría más adelante al ejército, marchando desde Aragón con las tropas que había en Cataluña. Tras la marcha del archiduque, quedaban en Valencia el marqués de las Minas y el general Galway, siempre recelosos el uno del otro, al mando de un ejército multinacional inferior en número al borbónico pero con una infantería de mejor calidad17.
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Henri de Massue (1648–1720), marqués de Ruvigny, conde de Galway, era un hugonote francés que se había trasladado a Inglaterra tras la revocación del Edicto de Nantes en 1685 (inicio de la persecución de Luis XIV contra los protestantes) y que fue elevado por el rey Guillermo III a la dignidad de conde en 1697. Desde 1704 comandaba las fuerzas aliadas en Portugal. Antonio Luis de Sousa (1644–1722), marqués de las Minas del Duero, conde de Prado, era uno de los generales portugueses más prestigiosos y, a pesar de su edad avanzada, el rey de Portugal le había encargado la preparación y dirección de las tropas portuguesas en la frontera castellana. 17 “El (ejército) de los Aliados, por la retirada de Peterboroug, quedó a cargo del Marqués de las Minas y de Milord Galloway, entre sí enemigos, y hombres de menor autoridad (de la) que necesitaban aquellas tropas, compuestas de tantas y tan variadas Naciones, que reconocían distintos Jefes”. SERRANO, Op.cit. p. 120. Peterborough, el general inglés con más prestigio en España, conocía de primera mano las graves deficiencias del ejército aliado y la dificultad de ejercer el mando en organizaciones de este tipo. Desde Barcelona, “Milord Peterborough decía públicamente que Galway y Minas no convendrían en seguir el dictamen de la mayor parte de los consejeros y que las tropas peligrarían, y añadía que el ejército aliado era hiedra de siete cabezas, que eran necesarias las monstruosidades”. CASTELLVÍ, Francisco de: Narraciones Históricas. Fundación Elías de Tejada y Erasmo Pèrcopo, Madrid, 1998, vol. II, p. 348.
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Berwick, por su parte, tomaba las primeras medidas para disponer gran cantidad de almacenes con forrajes y grano en la frontera de Valencia y Murcia. El 8 de marzo ocupó Elda y Novelda, mientras sus avanzadas reconocían insistentemente la frontera y conseguían éxitos tan espectaculares como la captura de un regimiento inglés en las proximidades de Alicante18. La concentración del ejército aliado en las proximidades del boquete de Almansa -paso natural de acceso a la meseta- desveló a los ojos de Berwick las intenciones de los generales enemigos. El jefe borbónico estaba todavía a la espera de unir sus fuerzas y por ello obró con extrema precaución durante los compases previos a la batalla de Almansa. Sabedor que los aliados marchaban hacia su campamento en Yecla, el duque de Berwick eludió el combate y se internó en La Mancha seguido de cerca por las fuerzas enemigas19. Era consciente de que el ejército que tenía a sus órdenes era el único que se interponía entre el trono de la monarquía española y el archiduque Carlos. Por ello, a pesar de las quejas que comienza a percibir en su entorno sobre la forma como estaba conduciendo la campaña, el general borbónico no quiere aventurar un combate sin antes haber tomado todas las precauciones necesarias para aumentar al máximo sus posibilidades de victoria20. Con el fin de situar su ejército en terreno ventajoso, Berwick marchó el día 18 de abril hacia Almansa, donde se encontraba almacenado suficiente grano para sus tropas, mientras que los aliados, después de haber arruinado los depósitos borbónicos de Caudete, Yecla y Montealegre, se concentraban en la toma de Villena21. Descartado el auxilio de esta plaza debido a la for-
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El 12 de marzo, el general Cereceda al mando de 250 hombres realizó una emboscada a un contingente inglés de cerca de 400 hombres, de los cuales varias decenas murieron y el resto quedó capturado junto a las tres banderas del regimiento Montendre Foot. Sobre esta acción ver en CASTELLVÍ, Op.cit. pp. 351-352. 19 “Los aliados iban marchando, acampando en los mismos acampamientos que dejaban las Dos Coronas. (...) Hicieron varios movimientos para llegar a combatir a Berwick. Éste no tenía unidas las tropas. Variaba acampamientos, mejorando terreno, dudando exponerse a combate. Movíale la reflexión de estar en marcha un refuerzo de 14 batallones franceses y 16 escuadrones con el duque de Orleáns que sabía había salido de París en 1 de abril y podía llegar por instantes”. Ibídem, p. 352. 20 “Rehusaba cuando podía Berwick venir a las manos, o por esperar al duque de Orleáns, o por no aventurar en una acción la Corona, porque en toda España no había más ejército, y sólo en Extremadura estaban algunos regimientos”. BACALLAR, Vicente (Marqués de San Felipe): Comentarios de la Guerra de España. Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1957, p. 129. 21 “Los enemigos tomaron el castillo y estrechaban la plaza, y para socorrerla (se propuso) se situase el exército en Almansa, frontera de Castilla, en cuya Villa había 120 quintales de grano y una campiña sembrada, con lo que lograría la Caballería subsistencia con abundancia para más de quince días, (...) y así se les obligaría a levantar el sitio, por la poca seguridad de sus convoyes, que quedaban cortados en esta posición, por la inmediación de Almansa a los desfiladeros de sus precisos tránsitos”. SERRANO, Op.cit. p. 122.
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Mapa antiguo del Reino de Valencia. Abraham Orfelius, 1584 taleza del dispositivo aliado, Berwick optó por dirigir un destacamento hacia Ayora con el objeto de entorpecer los convoyes del ejército enemigo y conseguir forrajes para el suyo. Los avisos que tenían los aliados de los movimientos borbónicos les obligaron a levantar el sitio de Villena y acampar a 20 km. de Almansa, en los alrededores de Caudete. Reunidos los generales aliados en Consejo de Guerra para determinar la estrategia a seguir, quedó de nuevo patente la falta de liderazgo y la heterogeneidad de pareceres en el seno del ejército austracista. Mientras los portugueses consideraban que se debía atacar a Berwick antes de la incorporación del duque de Orleáns, los ingleses y holandeses insistían en que se habían de proteger las comunicaciones con Valencia y no estaban dispuestos a entrar en combate general con tropas tan poco experimentadas como las portuguesas22. Sin embargo, la obstinación del marqués de las Minas,
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Según un oficial portugués, el general Galway le dijo a las Minas: “Todas las historias hacen justicia al pundonor y valor de la nación portuguesa(...)Mi reparo consiste en que aunque les sobra el valor les falta la disciplina y la experiencia a la mayor parte de ellas. Ésta se adquiere llevando por algunos años las armas en las manos para aguerrirse perfectamente, que aunque es verdad que la campaña pasada han sufrido penosas marchas, con todo los más no han visto combate como el que vamos a emprender”. Carta de un oficial portugués escrita desde Tortosa el 12 de mayo de 1707. Cit. por CASTELVÍ, Op.cit. p. 452.
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junto con la noticia de que Berwick había enviado un destacamento hacia Ayora y peligraban seriamente las vías logísticas aliadas, acabó inclinando el parecer de Galway y se resolvió finalmente atacar a las fuerzas borbónicas en su campamento de Almansa. Mientras tanto, el duque de Orleáns había salido de Madrid el 21 de abril para tomar el mando del ejército borbónico. Berwick había acampado inicialmente a poniente de Almansa en una posición que no era del todo ventajosa, ya que el enemigo, marchando en pequeñas columnas, tenía opción de caer sobre su flanco. Por ello, al tener noticia de que el ejército aliado iniciaba la marcha desde Caudete, el general borbónico modificó su dispositivo y emplazó a su ejército al este de la ciudad con el objeto de controlar todas las avenidas que convergían en los llanos de Almansa23. Así mismo, consciente Berwick del trance en el que se hallaba, hizo regresar a sus forrajeros y a las tropas que se encontraban cercando Ayora, manteniéndose puntualmente informado de la actividad enemiga por medio de continuos destacamentos de caballería. Los aliados se habían puesto en marcha antes de la madrugada del 25 de abril y recorrieron la distancia de 18 kilómetros que separa Caudete de Almansa en algo más de cinco horas. Marchaban en cuatro columnas precedidas por pantallas de caballería, con la infantería en el centro y el resto de la caballería en las alas. En esta disposición podían pasar del orden de marcha al de combate con gran rapidez y estaban decididos a batir a los borbónicos antes de que pudieran retirarse del campo. Berwick aún tenía reparos de entablar el combate, pero viendo que el ejército aliado se le echaba encima comprendió que difícilmente podría eludirlo y por ello formó Consejo de Guerra para dar las últimas disposiciones para la batalla. Los generales borbónicos representaron a Berwick que era conveniente replegarse de nuevo a poniente de Almansa ya que parecía que la embestida aliada se dirigía contra la izquierda franco-española y ésta corría el riesgo de quedar completamente flanqueada. Además, dejando Almansa en el centro del dispositivo borbónico, la infantería aliada debería primero empeñarse en ocupar la plaza, una operación ardua que consumiría buena parte de las fuerzas del enemigo. No fue de este parecer Berwick, al considerar peligroso realizar esta maniobra a la vista del enemigo por lo
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“A las nueve de la noche del 24 de abril tuvo aviso que el ejército contrario estaba en movimiento para venir el otro día a darle batalla. Mandó doblar tiendas y que la tropa sobre las armas se preparase a marchar al primer orden. A las tres de la mañana desfiló el ejército por el centro en dos columnas, dirigiéndose la una por medio del pueblo y la otra por el lado del castillo, desplegándose al entrar en el campo demarcado”. SERRANO, Op.cit. p. 124.
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complicado de ejecutarla sin descomponer las líneas y dar pábulo al pánico entre sus tropas. Sin embargo, ante la insistencia de sus generales, Berwick tuvo que ordenar el repliegue general. Al observar esta maniobra, los aliados se apresuraron a desplegar en la llanura para obligar a los borbónicos a combatir. Sería poco antes del mediodía cuando el ejército aliado se dejó ver formado en dos líneas paralelas sobre la llanura de Almansa. El general borbónico ordenó de inmediato detener el repliegue y volver a ocupar las posiciones preestablecidas. El combate entre las principales fuerzas de los dos pretendientes a la sucesión española en la Península era, a estas alturas, inevitable. En los campos de Almansa, al pie de su imponente castillo, se iba a decidir el éxito o el fracaso de la campaña que acababa de iniciarse.
La Batalla de Almansa Las fuerzas que se enfrentaron el 25 de abril de 1707 en Almansa y los órdenes de batalla utilizados por ambos ejércitos siguen siendo, hoy día, objeto de controversia. Las relaciones contemporáneas más acreditadas estimaban en 18.000 infantes y 5.000 caballos las fuerzas aliadas frente a un total de 30.000 borbónicos. Las últimas investigaciones mantienen la superioridad del ejército de las Dos Coronas en aproximadamente 8.000 hombres, dando al aliado entre 16.000 y 18.000 hombres en total24. En cualquier caso, la superioridad franco-española era manifiesta tanto en infantería (proporción de 4 a 3) como en caballería (3 a 2). Observando estas cifras puede resultar sorprendente que el ejército aliado buscara y se enzarzara en un combate tan desigual. Sin embargo, Galway tenía mucha seguridad en su infantería, reputada como la mejor del mundo, y era consciente de que con la llegada de los refuerzos del duque de Orleáns la desventaja numérica haría aún más impracticable una batalla campal25. De las Minas, por otro lado, anhelaba una acción decisiva que pudiera permitir a sus
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“Se dice que aquel 25 de abril, las tropas de las Dos Coronas presentaron 52 batallones y 76 escuadrones frente a los 44 batallones y 57 escuadrones rivales; aunque tales cifras, a expensas de un estudio riguroso, han de entenderse todavía como aproximadas o provisionales”. SÁNCHEZ MARTÍN, Juan Luis: “Documentos relevantes sobre la batalla de Almansa”, en La Batalla de Almansa: un día en la historia de Europa, VIII Jornadas de Estudios Locales, Almansa, mayo de 2001, pp. 95-125. 25 Santa Cruz de Marcenado consideraba casi indispensable solicitar batalla “cuando sepas que, si tardas en derrotar a los enemigos, estos reforzarán mucho su ejército con tropas suyas o de antiguos o nuevos aliados”. NAVIA, Op.cit. p. 415.
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tropas regresar a Portugal por la vía rápida. Además, las marchas y contramarchas de Berwick durante las semanas previas al combate y la actitud ofensiva del ejército aliado habían creado en sus tropas un sentimiento de superioridad y un exceso de confianza que resultó fatal para la causa austracista. En cuanto al orden de batalla de los dos ejércitos, existen también discrepancias entre los distintos autores26. Nosotros hemos aceptado los órdenes elaborados por Juan Luís Sánchez Martín, sin lugar a dudas el historiador que más ha investigado sobre este tema y que, aunque no se pueda decir ni mucho menos que deje zanjada la cuestión, sí que la sitúa en un estadio muy avanzado27. Analizando el despliegue de los dos ejércitos habría que reseñar algunas particularidades interesantes. Los costados del ejército austracista estaban formados por caballería intercalada con unidades de infantería. Al emplear esta disposición, los generales aliados buscaban dar mayor consistencia a sus alas ya que la caballería franco-española era superior en número y en calidad. El centro queda ocupado por la infantería, cuyas unidades, en un esfuerzo de igualar el frente del enemigo, despliegan con dos hombres de fondo en lugar de los tres reglamentarios. En cuanto al ejército borbónico, Berwick despliega con la caballería en las alas, toda la infantería en el centro y diez escuadrones de reserva que tendrán un papel decisivo en el combate. 26
Por poner un ejemplo, Juan Luis Sánchez distingue hasta seis órdenes de batalla en el ejército borbónico, “todos ellos tienen en común que ninguno es idéntico a otro; (y) que ninguno de ellos es exacto”. SÁNCHEZ MARTÍN, Op.cit. p. 100. Y un tanto de lo mismo pasa con el ejército aliado. 27 Ver en los anexos 1 y 2 el orden de batalla de los dos ejércitos, y en el Anexo 3, el plano de la batalla.
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La infantería española alineada en el bando borbónico sumaba un total de 18 batallones: 10 en la primera línea y 8 en la segunda, agrupados todos en brigadas al mando de un brigadier o del coronel más antiguo. Así, en la primera línea a la derecha estaba la brigada Glymes (compuesta de dos batallones del regimiento de Guardias españolas y otros dos de su homólogo valón), la brigada Charny (formada por los regimientos Castilla, Murcia, Trujillo y Badajoz) y la brigada Castillo (con los regimientos Sevilla, Osuna, Burgos y Valladolid). En la segunda línea, intercaladas con unidades francesas, se encontraba la brigada Dávila (integrada por los regimientos Córdoba, Bajeles, Armada y Zamora) y, por último, la brigada Chaves (con los regimientos Guadalajara, Palencia, Salamanca y Jaén). La infantería española se presenta en Almansa tras un alud de reformas que todavía no han tenido tiempo de fructificar. Sus unidades han recibido una instrucción acelerada en las nuevas técnicas de combate y en el uso generalizado del fusil. A pesar de ello, la fuerza de la costumbre hace que muchos hombres inutilicen la boca de fuego y confíen su fortuna únicamente a la bayoneta. Las unidades se encuentran mermadas en efectivos y muchas provienen de tercios provinciales. La ocupación de Madrid por tropas portuguesas en 1706 desató un ferviente patriotismo entre los castellanos, resueltos a mantener a Felipe V en el trono hispano, lo que favoreció un amplio reclutamiento en las filas borbónicas. Sin embargo, muchas unidades llegan a Almansa escasamente instruidas y poco fogueadas en el combate si tenemos en cuenta que la batalla se produce al inicio de la campaña. Todo ello incidiría en las prestaciones de la infantería española aquel 25 de abril de 1707 en Almansa. Volviendo al campo de batalla, en torno al mediodía el combate tenía ya visos de ser inevitable y las tropas se estaban preparando para tal eventualidad28. Los ejércitos habían desplegado en líneas paralelas, el borbónico con Almansa a espaldas de su infantería y el aliado barrando la ruta principal entre La Mancha y Levante.
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Un testigo presencial dibuja el siguiente cuadro de los momentos previos a la batalla: “En todo el llano que limitan los montes de las sierras de Enguera, Yecla y Caudete, notábase, desde primera hora, general inquietud; observándose movimientos de tropas tomando posiciones. De un lado, infantes, escalonando guerrillas, y, de otro, (artilleros) emplazando baterías. La caballería caracoleaba, ejecutando evoluciones; y la luz solar ponía deslumbres de plata en alabardas, picas y sables. Flameaban las banderas, cuajadas de leones y (de) lises. Todo el terreno se veía ocupado por miles y miles de soldados vistiendo variados uniformes, pues los había no sólo españoles, sino también franceses en batallones de infantes, y, en escuadrones de caballería, irlandeses, dragones y guardias de corps. Aquella bella estampa, (...) se preparaba a destrozar o ser destrozada por otros hombres hermanos, diferenciados sólo por sus casacas inglesas, portuguesas, holandesas e italianas, formando el ejército imperial, que se avecinaba”. Cit. por MARTÍNEZ DE CAMPOS, Carlos: “La victoria de Almansa; 25 de abril, 1707 (Reportaje de un ermitaño)”, en Boletín de la Real Academia de Historia, Tomo CLIX, Cuaderno I, Madrid, 1966, pp. 101-115.
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Después de un ineficaz intercambio de disparos por parte de ambas artillerías, el ala izquierda aliada, al mando de Galway, inicia el ataque sobre una batería apostada en la derecha borbónica. La guardia de Corps española rechaza esta primera acometida e intenta dar alcance al enemigo, pero la infantería inglesa intercalada entre sus escuadrones cubre la retirada de su caballería y obliga a la española, después de varias cargas, a volver a sus líneas. La caballería aliada encabezada por el mismo Galway tratan a su vez de contraatacar sin conseguir romper la consistencia del flanco borbónico, cuyas unidades estaban inteligentemente dispuestas en escaque para evitar que la retirada de las de primera línea pudiera descomponer a la segunda. Mientras tanto, en el centro borbónico, las cosas no iban del todo bien para la infantería franco-española. En el extremo izquierdo del centro borbónico, la brigada Polastron (fr.), tras una impetuosa carga a la bayoneta, se había avanzado excesivamente de la línea y es atacada de flanco por infantería y caballería portuguesa29. Dicha brigada y la de Sillery (fr.), que había acudido a sostenerla, sufrieron duras pérdidas y la mayor parte de sus batallones fueron rechazados hasta Almansa30. Únicamente el regimiento La Couronne (fr.), a pesar de haber perdido un centenar de hombres, consigue recomponerse y rechaza las acometidas de los escuadrones portugueses al amparo de un pequeño barranco. Mientras tanto, en el extremo derecho de la línea, la infantería española se enfrenta contra los aguerridos regimientos anglo-holandeses. La infantería aliada, después de sostener un fuego continuado durante media hora, inicia el avance contra la línea enemiga eludiendo los regimientos de Guardias que cierran la derecha borbónica. La brigada Breton (ing.), donde se encuentra el regimiento de la Reina Ana, acude desde la segunda línea para empeñar a las Guardias españolas y valonas, mientras que las brigadas MacCartney (ing.) y L’Isle-Marais (hol.-hug.) embisten en oblicuo a las brigadas Charny (esp.) y Castillo (esp.). El centro borbónico no puede resistir el formidable empuje aliado y las unidades españolas se retiran hacia su segunda línea31. Algunos batallones franco-españoles comienzan a desordenarse y huyen hacia Almansa para 29
Para identificar con más facilidad la nacionalidad de las unidades, se indicarán en adelante entre paréntesis con los siguientes símbolos: esp.=española; fr.=francesa; ing.=inglesa; por.=portuguesa; hol.=holandesa; hug.=hugonote. También hay que señalar que, en ocasiones, se le da a la brigada el nombre de su regimiento más antiguo. Por último, en el Anexo 4 se muestran una serie de gráficos con las distintas fases de la batalla. 30 Las brigadas Polastron y Sillery fueron las que sufrieron más bajas durante la batalla, sumando entre ambas cerca del 50% del total de las bajas de la infantería francesa y más de un tercio de toda la borbónica. 31 “No encontrando apoyo en los batallones de segunda línea, que debían sostener derechamente, por componerse de tropas españolas de primera ocasión, que en vez de tenerse firmes, retrocedieron, no podían rehacerse, ni sustentar la pelea”. SERRANO, Op.cit. p. 135.
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sustraerse de la acometida enemiga. En este punto, la brecha en el centro borbónico es tan profunda que algunas unidades aliadas llegan hasta los muros de Almansa32. Resisten en ambos extremos de la brecha dos brigadas francesas (Mailly y Polastron) y los regimientos de Guardias de infantería. El día parece de los aliados, pero Berwick todavía no ha dicho la última palabra. El general borbónico observa que su centro está partido en dos y que su caballería de la derecha tiene graves problemas para neutralizar la infantería intercalada entre los escuadrones enemigos y que amenaza también con atacar el flanco de sus Guardias de infantería. La caballería del ala izquierda, por el momento, ha rechazado un ataque de la caballería portuguesa y se mantiene imperturbable en sus posiciones. Así las cosas, Berwick ordena una serie de maniobras que darían un vuelco a la situación y acabaría con las expectativas de victoria de los aliados. En primer lugar, ordena a la brigada Belrieu (fr.), liderada por el regimiento Maine, atacar a la infantería inglesa que ha sostenido firmemente el ala izquierda aliada. La maniobra de esta brigada francesa acabó con el peligro que representaba la infantería enemiga y dejó vía libre a la caballería española para rechazar y descomponer completamente el flanco aliado33. Para una unidad de infantería, esta maniobra constituye uno de los mejores ejemplos de precisión en el movimiento, control del fuego y contundencia en el choque. El avance de los batallones sin perder la alineación, la capacidad de ejecutar evoluciones mínimas para afrontar los imprevistos del
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“La infantería inglesa y la holandesa estaba tan fuertemente empeñada en el centro que rompió la primera y segunda línea de los enemigos, mató a todos los que le impedían su camino y penetró hasta los muros de Almansa”. Relación de la batalla de Almansa que se escribió de orden de milord Galway. Cit. por CASTELLVÍ, Op.cit. pp. 449-450. “Rompió el marqués de las Minas la primera y segunda línea y pasó adelante con más que probables esperanzas de victoria, porque era inútil la que los españoles habían tenido por la derecha, cuando estaba su centro dividido en dos cuerpos”. BACALLAR, Op.cit. p. 130. 33 Así relata un historiador contemporáneo este momento decisivo del combate: “Cinco batallones ingleses (...) tenían la idea de venir a tomar por el flanco la infantería de la derecha del ejército de las Dos Coronas, separado entonces de la caballería, pero el mariscal Berwick, habiéndose apercibido de la trama de los cinco batallones, hizo marchar la brigada Maine que cerraba la derecha de la infantería de la segunda línea para ir a encontrarlos. Estos cinco batallones enemigos que pasaban siempre por su izquierda obligaron a la brigada Maine a hacer poco más o menos los mismos movimientos y después de haber marchado bien la brigada por su derecha y los batallones enemigos por su izquierda, se encontraron tan cerca los unos de los otros que se dispusieron a combatir. Los enemigos dieron media vuelta (90º) a la derecha y la brigada de Maine media (90º) a la izquierda. Los enemigos empezaron a dar una descarga a 30 pasos, la que recibió dicha brigada, y marchó a cabeza baja, y habiendo hecho su descarga les cargó a la bayoneta y los puso en tal desorden que se fueron sin haberse podido reunir y como se vieron precisados a volver a pasar huyendo el barranco por delante de la brigada se hizo entonces una gran carnicería de dichos cinco batallones”. Relación de la batalla de Almansa que escribió el partido de las Dos Coronas. Cit. por CASTELLVÍ, Op.cit. pp. 445-446.
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combate y la estricta disciplina de fuego eran, sin lugar a dudas, habilidades que no todas las unidades de infantería podían llevar a cabo con éxito. En cuanto al centro borbónico, Berwick decide sacar partido de su reserva de caballería y envía varios escuadrones a detener la progresión de los batallones aliados hacia Almansa. Simultáneamente, ordena a sus batallones que permanecen en el campo a girar para dar frente a los enemigos34. En pocos instantes varios batallones aliados quedan entre dos fuegos y son completamente destruidos por la acción conjunta de los escuadrones españoles, que cargan impetuosamente sable en mano, y por el ataque de flanco de los repuestos batallones de la línea borbónica. La infantería aliada, abandonada por su caballería, cae en una trampa mortal de la que únicamente consiguen escapar algunos de los batallones que no se habían internado profundamente en las líneas borbónicas35. Mientras tanto, la caballería franco-española del ala izquierda ataca la derecha aliada, que aún se mantiene en cierto orden y resiste los primeros embates borbónicos. Sin embargo, la desarticulación del centro e izquierda aliado permitió a parte de la caballería borbónica cruzar el campo para sumarse al ataque de aquél ala. Las Minas se percata entonces de que el combate está perdido y ordena la retirada de la caballería portuguesa protegida por su infantería. Los batallones portugueses se retiran lentamente sin dar la espalda al enemigo y ofrecen una porfiada resistencia a los escuadrones borbónicos que les perseguían36. Pero cualquier esfuerzo era ya en 34
“Aquí fue donde brilló con admiración la pericia de Berwick; pues observando desde las alturillas de la derecha todo lo que pasaba en la extensión de las líneas, destacó cuatro escuadrones de los que no habían podido entrar en formación, contra los que habían penetrado por la siniestra del centro (aliado), y orden a los batallones (...) de que convirtiesen, presentando las caras a sus flancos”. SERRANO, Op.cit. pp.135-136. 35 “Acometiendo por las espaldas del centro de los enemigos con dos regimientos de caballería, los sorprendió que fue menester valor para pelear con orden. Entonces estrecharon las dos partes del centro, divididas, y cogieron en medio a los que se habían internado tanto que no podían escapar. Los ingleses y alemanes sostuvieron la acción con imponderable brío. Alentaba a sus portugueses el marqués de las Minas; pero en vano, porque habían descaecido los ánimos y, ceñidos en círculo de sus enemigos, rindieron las vidas”. BACALLAR, Op.cit. p. 130. “La caballería iba con ferocidad destrozando la infantería enemiga, bien que ésta sufría el estrago, sin atropellarse, buscando a su caballería, para que la protegiese; pero no habiéndola ya, y ceñidos en círculo, fueron pocos los que se escaparon”. SERRANO, Op.cit. p.137. Posiblemente quedaran embolsados en el centro de las líneas borbónicas un total de 8 batallones (3 portugueses, 1 holandés, 1 hugonote y 3 ingleses). 36 “La infantería (...) que no se retiró a tiempo, sufrió el mayor estrago; pues aunque se defendía con imponderable brío, rodeada de nuestra caballería, avanzaba con trabajo, y aunque procuraba romperla, no le era fácil; porque usaba de las bayonetas con arte pocas veces visto, tan estrechas las filas, que no podía hacer en ellas impresión la caballería; (...) fue tan porfiada la resistencia, señaladamente de parte de los portugueses, que se dejaron matar en sus propias filas los batallones enteros: más al fin, desbaratados, quedaron los más muertos, o prisioneros”. SERRANO, Op.cit. p.139.
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vano. La victoria se estaba inclinando decididamente hacia el bando borbónico y acabaría conllevando la destrucción del principal ejército aliado en España. Las acertadas disposiciones de Berwick durante la batalla habían obligado a las alas derecha e izquierda aliada a abandonar el campo, donde sólo resistía infructuosamente la infantería que había quedado copada y que acabó muerta o prisionera de los borbónicos. La llegada de la noche puso el punto final a la sangrienta jornada y dio a las tropas una cierta tregua, mientras el pueblo de Almansa se volcaba para auxiliar a los heridos de todas las nacionalidades37. A la mañana siguiente, trece batallones aliados (cinco ingleses, dos holandeses, tres hugonotes y tres portugueses) se entregaron a Berwick y acabaron de consumar el desastre de la infantería austracista. Según los datos más fiables respecto a las bajas de ambos ejércitos, las pérdidas de los aliados en esta jornada se elevaron a 5.000 hombres, entre muertos, heridos y desaparecidos, y cerca de 8.000 prisioneros, además de abandonar en el campo 122 banderas, 22 cañones y la mayor parte del bagaje. La magnitud de la derrota se pone de manifiesto semanas después, cuando los generales Las Minas y Galway, en franca retirada, llegan a Tortosa con los restos de su ejército y pasan revista a poco más de 4.000 caballos y 1.500 infantes38. Por otro lado, el partido de las Dos Coronas tuvo en Almansa un total de 2.500 bajas, de las cuáles 1.500 eran infantes y de éstos no llegaban a 400 los españoles39. Las pérdidas borbónicas fueron pequeñas si consideramos el desarrollo del combate y el alcance de la derrota infligida al ejército aliado. Mientras éste se había esfumado del mapa, el borbónico, con los refuerzos del duque de Orleáns, se encontraba a finales de abril casi intacto y dispuesto a invadir el Reino de Valencia que la victoria de Almansa le había puesto en bandeja. 37
Según el testigo presencial antes mencionado (Nota 27): “Muchos cuerpos enterré y muchos heridos auxilié durante toda aquella noche y los siguientes días. El comportamiento del vecindario fue verdaderamente abnegado, realizando acciones sublimes de piedad y caridad cristianas y grandes sacrificios de todo orden. La Villa habilitó edificios para hospitales, entregando cientos de colchones y jergones, más de 600 mantas, todo el lienzo necesario, que no fue poco, para hilas y vendas, 400 escudillas, 600 barriles, vino, pan, carne y la gente necesaria para dar sepultura a los muertos”. Cit. por MARTÍNEZ DE CAMPOS, Op.cit. p.108. 38 En un carta escrita en Tortosa el 12 de mayo de 1707, un oficial portugués se duele de la magnitud del desastre: “Lo cierto es que hemos perdido toda la infantería, que de los nuestros acá no llegan al número de 1.500 los reunidos y de los otros, muy pocos. (...) Nos dicen que un número considerable de infantería ha sido hecha prisionera en los montes y que parte de la infantería se ha retirado a Denia, Alicante, Alcira y Játiva”. Carta que escribió desde Tortosa en 12 de mayo un oficial portugués a otro que se hallaba en Barcelona. Cit. por CASTELVI, Op.cit. p. 452. 39 Ver en el Anexo 5 un recuento por regimientos de las bajas de la infantería borbónica.
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Reflexiones finales Trascendiendo las consecuencias estratégicas de la derrota austracista en Almansa, nuestro propósito en este trabajo es valorar la actuación de la infantería, sobre todo la española, en dicha jornada. Pero antes de ello, queremos apuntar algunas de las posibles causas de la derrota aliada y las opiniones que sobre este asunto tienen los diferentes historiadores. Para comenzar, todos los autores se ponen de acuerdo a la hora de recriminar a los aliados la inexistente unidad de mando en su ejército. Éste es un mal que padeció el bando austracista en España durante toda la Guerra de Sucesión. El carácter multinacional de las fuerzas aliadas, la disparidad de intereses entre sus miembros y la falta en la Península de comandantes de la talla de Marlborough o del príncipe Eugenio de Saboya hacían del ejército austracista un conglomerado ya de por sí muy difícil de gestionar. Pero lo que empeoró aún más las cosas fue que se desarrollara dentro del bando aliado una callada pugna por el mando, no exenta de recriminaciones continuas entre los distintos generales y sostenida desde lejanas cortes europeas que veían en España un teatro secundario de la guerra y que fueron siempre reacias a dejar sus tropas en manos de generales de otras potencias. En la campaña de Almansa hemos hecho ya mención de la enemistad mutua que existía entre los dos comandantes aliados, Galway y Las Minas. El general hugonote, desde su llegada a la Península en 1704, había sido muy crítico con la actuación de sus aliados portugueses. Según Galway, las iniciativas provenían siempre de los ingleses, mientras que las dificultades de ponerlas en práctica eran achacables a los portugueses y a las características negativas de su grupo étnico40. Con estos prejuicios no es extraño que chocara con un hombre tan fogoso como Las Minas. El mismo Galway fue un gran panegirista de su propia actuación en España y, aún hoy, buena parte de la historiografía inglesa considera que ejecutó honrosa y exitosamente sus cometidos hasta Almansa, achacando la derrota principalmente a la ineficacia del general portugués y a la baja calidad de sus tropas. La historiografía portuguesa, en cambio, tilda a Las Minas de general emprendedor cuyas iniciativas fueron paralizadas permanentemente por la ineptitud de Galway. Centrándonos en la batalla de Almansa, el general Galway señala como origen de la derrota la conducta de la caballería portuguesa del ala
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DORES, Fernando: “A participaçao portuguesa na Guerra de Successao de Espanha: aspectos militares”, en O Tratado de Methuen: diplomacia, política, economia, XXIII Encontro da Associaçao Portuguesa de História Económica e Social, Coimbra 7-8 de noviembre de 2003, Panel 1, Trabajo 7.
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derecha41. Según la relación escrita por Galway, los ingleses y holandeses habían obrado con valor durante el combate y, de los portugueses, sólo había sobresalido el conde de Atalaya, sin hacerse ninguna mención de la actuación de Las Minas42. La floja calidad de los caballos lusitanos fue uno de los motivos que se esgrimieron por todas las partes para justificar las bajas prestaciones de la caballería portuguesa. Sin embargo, tras este pretexto, difícilmente se puede disimular el enorme error cometido por los comandantes aliados al minusvalorar la entidad de las fuerzas a las que se estaban enfrentando. Poca armonía entre los generales y defectuosa información sobre el enemigo no auguraba un final feliz para los aliados43. Por lo menos, en una cosa sí que parecía que Galway y Las Minas se habían puesto de acuerdo: ambos eran de la opinión de que se había de pasar resueltamente a la ofensiva para alcanzar Madrid cuanto antes; los anglo-holandeses, porque no querían alargar una guerra tan costosa para sus bolsillos y buscaban una victoria decisiva; los portugueses, porque la ruta hacia Portugal pasaba por Madrid. En cuanto a las acusaciones contra los portugueses, es de justicia señalar que la propaganda inglesa cargó las tintas muy negativamente sobre su concurso en Almansa. En primer lugar, insistiendo en que Galway tenía fundados motivos para no entrar de forma inmediata en combate, ya que consideraba que las tropas portuguesas estaban mal disciplinadas y poco expe-
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“Luego que los enemigos se apercibieron que la caballería de nuestra derecha no se adelantaba tanto como la de nuestra izquierda, destacaron algunos escuadrones, que fueron arrojados a atacar la derecha de los portugueses, mientras el resto de su línea marchaba a paso menudo para sostenerlos. Pero no llegó a tiempo de empeñarse porque los escuadrones destacados rompieron a los portugueses, de suerte que toda la ala derecha se fue y abandonó su infantería, que fue envuelta, destrozada o hecha prisionera.”. Relación de la batalla de Almansa que se escribió de orden de milord Galway. Cit. por CASTELLVI, Op.cit. pp. 449-450. Según el general Hawley, que sirvió en Almansa como capitán en los Essex’s Dragoons: “La mayor parte de los regimientos portugueses de nuestra derecha ni avanzó ni disparó, sino que se mantuvieron inmóviles, arrojaron sus armas y solicitaron cuartel, como oímos más tarde”. Memorias del general Henry Hawley, publicado por SÁNCHEZ MARTÍN, Juan Luis, en La Batalla de Almansa: un día en la historia de Europa, VIII Jornadas de Estudios Locales, Almansa, mayo de 2001, pp. 120-124. 42 “El conde de Atalaya, que mandaba la caballería portuguesa que estaba mezclada con nuestros dragones, fue herido y sacado del campo de batalla. (...) Si todos hubieran imitado a los ingleses y holandeses, que atacaron con un valor increíble y rompieron el centro de los enemigos, no hay que dudar que los costados se hubieran llevado la victoria o a lo menos hubieran hecho una retirada honrosa”. Relación de la batalla de Almansa que se escribió de orden de milord Galway. Cit. por CASTELLVÍ, Op.cit. p. 451. 43 Según un oficial portugués: “Mi sentir es que la poca unión entre los generales ha sido la causa de nuestra derrota, que nuestras tropas eran pocas para atacar a un ejército tan superior y fortificado. Continúa aún la desunión”. Carta que escribió desde Tortosa en 12 de mayo... Ibídem, p. 452.
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rimentadas: únicamente las seguridades dadas por Las Minas y su pertinaz insistencia inclinó el parecer del general hugonote, optándose al fin por la ofensiva. En segundo lugar, señalando incisivamente la pasividad de los portugueses y los errores cometidos durante la batalla por falta de experiencia.44 Lo cierto es que la caballería portuguesa empezó a retirarse cuando el ala izquierda aliada, al mando de Galway, ya había abandonado el campo y que la infantería portuguesa, apretada por la caballería enemiga, luchó en el ala derecha con remarcable valor y heroísmo. Las críticas inglesas llegaron a poner en entredicho la actuación del mismo rey Carlos, a quién se le censuraba haber forzado la marcha sobre Madrid después de llevarse parte de las tropas a Cataluña.45 Hasta tal punto llegaron las recriminaciones en el bando aliado tras la derrota. Sin embargo, a pesar de intentar disfrazar lo ocurrido, Galway no pudo eludir las críticas por el descalabro sufrido en Almansa. Además de estar mal informado sobre la entidad de las fuerzas borbónicas, se le recriminó el haberse expuesto innecesariamente en el combate, sufriendo múltiples heridas, en lugar de dirigir, como jefe más cualificado, la maniobra de toda la línea.46 También se le reprochó haber diseñado el orden de batalla al inicio de la campaña y no tomar en consideración el terreno donde se había de combatir ni las circunstancias particulares del enemigo. Por último, el ejército aliado había llegado al campo después de una larga marcha durante la noche previa y sus 44
“Dos batallones portugueses que estaban apostados a alguna distancia, cuando se retiró su caballería pensando que eran los enemigos que venían a echarse sobre ellos, le descargaron su mosquetería, de los cuales hubo gran número de muertos y heridos”. Relación de la batalla de Almansa que se escribió de orden de milord Galway. Ibídem, p. 451 45 Según escribió un ministro del archiduque Carlos: “Lo cierto es que la relación de la batalla de Almansa impresa en Londres nos ha parecido muy extraordinaria. Se pretende que las medidas con que se entró eran concertadas y tomadas de común consentimiento y que la batalla se ha perdido porque el rey se había llevado consigo un gran número de tropas a Cataluña. (Con respecto a este punto, las unidades que imaginariamente se había llevado el archiduque a Cataluña) no tenían otra existencia que la del papel o tal vez no había 50 hombres en todo el cuerpo. (...) Por lo que mira al otro punto, eran diversas las opiniones de la campaña y el marqués de las Minas y milord Galway decían tener órdenes positivas de sus superiores que los precisaban a marchar directamente a Madrid y de no consentir en ninguna manera a una división de tropas”. Carta de 15 de julio de un ministro de la corte de Barcelona al conde de Gallas (ministro imperial en Inglaterra). Ibídem, p. 453. 46 “En todo este negocio, de acuerdo con mi pobre capacidad de juicio, se han cometido graves faltas, así como ignorantes suposiciones, según he reflexionado desde entonces. En cuanto a Las Minas, que era por el número de fuerzas el Comandante en Jefe, porque siempre había dado las órdenes, estaba en el ala derecha y huyó con sus tropas y poco importaba lo que le pudiera pasar, porque era una perfecta vieja; pero milord Galway, que era realmente el Comandante, después de comportarse como un idiota y haber cargado con un escuadrón como un voluntario y recibir una herida de bala, debería haber enviado a alguien a buscar al siguiente General, para notificárselo”. Memorias del general Henry Hawley. Cit. por SÁNCHEZ MARTÍN, Op.cit. 2001, p. 123.
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tropas entablaron el combate mucho más fatigadas que las borbónicas, que apenas se habían movido de los alrededores de Almansa en varios días. A pesar de ello, la infantería aliada peleó largas horas con ardor y coraje, teniendo que ceder finalmente a la multitud y a la superioridad táctica de Berwick. Hora es de detallar la actuación de la infantería en la batalla de Almansa. Por parte de los aliados, toda la infantería realizó su función con gran eficacia, tanto la intercalada entre los escuadrones de caballería como la desplegada en el centro de la línea. La intercalada dio a los costados una consistencia que hizo olvidar durante muchas horas la aplastante superioridad numérica de la caballería borbónica.47 Los batallones del ala izquierda (ing.) rechazaron vigorosamente a la caballería española y amenazaron a las Guardias de infantería, que podrían haber sido flanqueadas de no ser por la actuación de la brigada Belrieu (fr.). Los del ala derecha (por.), a pesar del incidente que se produjo al disparar un batallón sobre unidades propias, se defendieron bravamente cuando su caballería les había abandonado y, así como los ingleses y holandeses se señalaron por el uso inteligente del fuego, los portugueses hicieron verdaderos prodigios con la bayoneta y tuvieron que ser reducidos por la infantería borbónica en combate cuerpo a cuerpo. De todas formas, el comportamiento de los batallones portugueses dependió en gran medida de la experiencia de sus jefes y, ante una misma eventualidad, el proceder de cada uno de ellos distó mucho de ser parejo.48 47
Con respecto a la mezcla de infantería y caballería en las alas, el general Hawley escribía: “Cada día estoy más convencido, y cuanto más leo más lo creo, que para alcanzar la victoria es necesaria esta disposición”. Ibídem, p. 124. 48 Veamos como actuaron tres batallones portugueses de la segunda línea, ala derecha, ante el ataque de la caballería borbónica: “A mitad de la pendiente, los tercios portugueses fueron tomados de flanco por la caballería francesa. El de Manoel Leitao (Velho de Almeida), que cayó herido y quedó prisionero, se defendió con valor. El de Jorge de Azevedo (Velho de Penamacor) se perdió estúpidamente. Su Sargento Mayor ordenó una descarga cerrada sobre los jinetes de Vignau, largándola toda a la vez y con poco efecto; agotada su reserva de fuego, desarmado y sin tiempo de embutir sus bayonetas, fue "hecho picadillo". El de Nicolao de Tovar (Novo de Penamacor) dio la espalda al enemigo, tratando de ganar la seguridad de su línea, pero muchos perecieron acuchillados por la retaguardia”. SÁNCHEZ MARTÍN, “Almansa 1707: Las Lises de la Corona”, en Researching and Dragona, nº 8, Madrid, 1999, pp. 89-90. Otro ejemplo lo tenemos en la actuación del tercio Novo de Chaves, que fue acometido por tres escuadrones también en el ala derecha aliada. Según Antonio do Couto, su comandante: “El primer escuadrón que se quiso mostrar más atrevido intentó acometerme, llegando casi a dar contra mis bayonetas, pero recibiendo fuego de dos pelotones cayeron muertos algunos soldados y caballos. Entonces hizo un cuarto de conversión sobre mi derecha, de lo que me aproveché para darle más pelotones, causándoles mayor daño. Creyendo que mi tercio había largado todo el fuego, el que le seguía buscó mi retaguardia, pero les dimos otros dos pelotones con el mismo buen suceso que al primero; entonces hizo el mismo movimiento aquél, pero le di más pelotones y cuantos entendí fueron necesarios. El tercer escuadrón, solamente con el desengaño de los otros dos, no hizo más que observarnos algún rato hasta retirarse”. Comentários de António do Couto Castelo Branco sobre as campanhas de 1706 e 1707 em Espanha. Cit. por SÁNCHEZ MARTÍN, Op.cit. 1999, pp. 90-91.
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En cuanto a los regimientos que ocuparon el centro del dispositivo aliado, su actuación estuvo a punto de darles la victoria. Las brigadas de primera línea, después de lanzar sus andanadas continuas durante más de media hora, buscaron el punto más débil de la línea borbónica y se introdujeron enérgicamente en la misma. Los ingleses de la brigada MacCartney pusieron en retirada a las brigadas españolas Charny y Castillo, mientras el regimiento de la Reina Ana se encaraba con las Guardias de infantería borbónicas. Más al centro, los hugonotes al servicio de Holanda se lanzaban sin más preámbulos sobre la brigada Sillery (fr.) y alcanzaron rápidamente las unidades de segunda línea hasta que, faltas de apoyo, sucumbieron tras ser rodeadas por las unidades borbónicas.49 Solamente una excelente instrucción en el uso del fuego y un ímpetu propio de la infantería más experimentada permitió que estos batallones, que habían formado con dos hombres de fondo para igualar el frente del contrario, pudieran romper tan fácilmente no una sino las dos líneas del dispositivo borbónico. Sin embargo, este enérgico avance fue el germen de su ruina. En efecto, buena parte de la infantería aliada se internó en las líneas borbónicas sin el apoyo cercano de su caballería, empeñada especialmente en el ala izquierda. En esos momentos decisivos del combate, la balanza se pudo inclinar definitivamente hacia los aliados, pero las acertadas medidas adoptadas por Berwick dieron un vuelco radical a la situación. Pocos batallones pudieron escapar de la trampa mortal a la que se vieron abocados y algunos debieron utilizar expedientes poco ortodoxos para lograrlo.50 La infantería que pudo replegarse, abandonada de su caballería, fue acosada por la borbónica hasta que exhausta, cercada y sin expectativas de poder ir más lejos, se rindió a la mañana siguiente a poco menos de 10 km. del campo de batalla. La aniquilación casi completa de la infantería aliada fue
49 Jean Cavalier, líder de los camisards y jefe de un regimiento hugonote en Almansa, escribía meses después de la batalla: “La única consolación que me queda es que el regimiento que tuve el honor de mandar nunca miró atrás y vendió cara su vida en el campo de batalla. Luché mientras quedó un hombre en pie a mi lado y contra fuerzas muy superiores, perdiendo también mucha sangre por la docena de heridas que recibí”. Carta del 10 de julio de 1707. En cambio, el regimiento L’Isle-Marais, también hugonote, fue uno de los pocos que logró escapar de la primera línea. 50 El general Hawley explica: “Nosotros, en el centro, no sabíamos nada de los demás, aunque pensábamos que el día era nuestro, hasta que el General (Erle) vio escuadrones y batallones moviéndose desde su derecha e izquierda hacia nosotros. Entonces el General me mandó ir junto al Conde Dohna (segunda línea) que tenía los batallones holandeses bastante enteros en un cuerpo, para decirle que se retirase lo antes posible. Me dijo que viera como hacerlo, pero sugirió que se quitaran los verdes de los sombreros (ramitas que distinguían a las tropas aliadas) y batieran una marcha francesa”. Memorias del general Henry Hawley. SÁNCHEZ MARTÍN, Op.cit. 2001, p. 122.
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el triste corolario de un ejército que tuvo que ser más cauto a la hora de enfrentarse a un enemigo que tenía más y mejor caballería.51 Analicemos ahora la actuación de la infantería borbónica. Todas las brigadas de infantería ocupaban el cuerpo central del orden de batalla, dispuestas, como era usual en dos líneas. A las Guardias de infantería les cupo el honor de ocupar el primer puesto, esto es, el extremo derecho de la primera línea.52 Las brigadas francesas Mailly, Polastron y Sillery ocupaban a su vez el extremo contrario y enlazaban con la caballería española del ala izquierda. En el centro de la primera línea quedaban las brigadas menos experimentadas, Charny (esp.) y Castillo (esp.). En la segunda línea, Berwick optó por intercalar las dos brigadas españolas de reciente recluta (Chaves y Dávila) entre las tres francesas (D’Epinay, Bourdet y Belrieu). Los batallones desplegaron con cuatro hombres de fondo, intentando sacar el mejor partido de su fuego, si bien los españoles optaron en algunos casos por inutilizar sus armas y combatir a la bayoneta. Inició el combate la brigada Polastron (fr.), abandonando la línea y quedando su flanco expuesto al ataque de la caballería portuguesa. Esta brigada, liderada por el regimiento La Couronne, se defendió bien ante fuerzas superiores y fue la que sufrió más bajas en el curso de la batalla. La secundaron las brigadas Mailly y Sillery, que también tuvieron fuertes bajas y algunos de sus batallones se retiraron hasta Almansa. Mientras tanto, en el otro extremo de la línea, las Guardias españolas y valonas hacían frente con éxito a la brigada Breton (ing.-hol.).53 Fue el centro del dispositivo borbónico el que se descompuso tras la carga realizada por las brigadas MacCartney (ing.) y L’Isle-Marais (hol.-hug.), que arrollaron a las brigadas Charny (esp.), Castillo (esp.) y Sillery (fr.). La combinación de fuego y choque resultó letal para unas unidades españolas que todavía no estaban suficientemente experimentadas en las nuevas tácticas de combate.
51
Según una máxima de Santa Cruz de Marcenado: “Irás a perder más que a ganar si la principal fuerza de los enemigos consiste en caballería, particularmente cuando es más ligera que la tuya, pues venciendo tu ejército sólo se perderá la infantería enemiga; y si los contrarios vencen, ambos cuerpos tuyos quedarán de todo punto deshechos”. NAVIA, Op.cit. p. 516. 52 “La regular disposición es que los Generales de cada grado toman lugar en cada línea, según su antigüedad, esto es, el más antiguo a la derecha, el segundo a la izquierda, (…) y así prosiguiendo. Lo propio sucede con las brigadas de infantería. (…) La infantería en sí misma se divide en derecha, izquierda y centro, al cual tocan las brigadas más modernas; y cada brigada, (…) toma el nombre del regimiento más antiguo en ella”. Ibídem, p. 427. 53 “El Regimiento de Reales Guardias Españolas padeció mucho, pero hizo maravillas, haciendo frente a las Guardias Inglesas, que se batieron con fiereza. No quedaron inferiores las Walonas, pues un batallón resistió la furia de dos Ingleses y los deshizo, lo que contribuyó mucho a conservar entera aquel ala”. SERRANO, Op.cit. p.142.
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Algunos batallones españoles, significativamente los de la brigada Charny, fueron los que tuvieron menos bajas de la primera línea (una media de 20 bajas por batallón mientras que la media de los batallones de primera línea asciende a 40 bajas). Esto parece indicar que el empeño de estos batallones no fue muy elevado y que fueron rechazados con gran facilidad. La brigada Castillo (esp.) tuvo mayores bajas (el 40% del total de la infantería española) y tuvo que ceder también al empuje enemigo, especialmente el regimiento Valladolid que, diezmado, huyó en desbandada. Mientras las brigadas de los extremos se mantienen en sus posiciones, el centro se derrumba sobre la segunda línea y pone en fuga a algunos de sus batallones. Los españoles de la brigada Chaves son, de nuevo, los que tienen menos bajas de la segunda línea (una media de 10 bajas por batallón de una media total de 25 para toda la línea).54 Sufre más la brigada Dávila (esp.), cuyo coronel es el único de la infantería española que muere en el combate, y especialmente su regimiento Zamora, que ha quedado frente a la brecha abierta en la primera línea borbónica. Sin embargo, los españoles no pueden brillar a la altura de las brigadas Bourdet (fr.) y sobre todo Belrieu (fr.). Esta última brigada, encabezada por el regimiento Maine, cerraba la derecha de la segunda línea borbónica y le cupo el honor de realizar la maniobra que destruyó definitivamente el poder de la infantería inglesa del ala izquierda aliada. Como hemos referido al relatar la batalla, esta maniobra fue decisiva en el combate ya que provocó la retirada de la caballería inglesa, perseguida de cerca por la española, y el desamparo de la infantería austracista que se había internado en el centro borbónico. Tras las disposiciones tomadas por Berwick, los batallones franco-españoles maniobran para atacar de flanco a la infantería enemiga y para tratar de envolverla. La actuación de la reserva de caballería española, acudiendo hacia el centro del dispositivo, fue determinante para frenar el avance de los batallones aliados y ayudó a recomponer la infantería borbónica que había estado próxima al colapso. Rodeando al enemigo y apoyados de cerca por su caballería, la infantería franco-española no deja escapar la jornada y acaba destruyendo o rindiendo a los batallones aliados que quedan en el
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“Las bajas miden también el grado de aplicación e implicación de una unidad en el transcurso del combate, cuyo rastro queda impreso en ellos. Guadalajara y Palencia (brigada Chaves) fueron los dos regimientos de Infantería que menos bajas experimentaron y el primero fue el único de toda la Infantería borbónica que salió del campo absolutamente indemne. Eso ya es muy sintomático”. SÁNCHEZ MARTÍN, Op. Cit. 2001, p.106.
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campo. Una vez más, como era habitual en este periodo, la caballería y la infantería actuando al unísono se llevan la partida. Para terminar con estas reflexiones y con las valoraciones sobre la actuación de la infantería española en Almansa, debemos apuntar en primer lugar que las reformas borbónicas, aunque habían permitido avanzar mucho en poco tiempo, todavía no habían cuajado completamente ni habían dado los frutos deseados por su monarca y sus ministros. Hemos señalado cómo uno de los objetivos perseguidos por estas reformas era la modificación de las tácticas de combate de la infantería española con el fin de equipararla a la de las otras potencias. Este cambio implicaba una nueva organización de las unidades (el regimiento) y la utilización de nuevas técnicas (empleo generalizado del fusil con bayoneta), en definitiva, un nuevo guión de una obra que tuvo su primera puesta en escena en Almansa. Si dejamos de lado la actuación de las Guardias de infantería, sin lugar a dudas unidades de élite muy aguerridas en múltiples combates, los dieciséis regimientos españoles que combatieron en Almansa encuadrados en cuatro brigadas tuvieron un comportamiento inferior a las brigadas francesas. Esto parece lógico si pensamos que casi todas las unidades francesas, exceptuando algunos regimientos de reciente recluta, eran veteranas y estaban muy bien instruidas. Sabemos, en cambio, que muchos de los regimientos españoles provenían de antiguas milicias provinciales, que casi todos habían sido recientemente completados y que muy pocos estaban completamente instruidos. La historiografía contemporánea califica de reclutas a las brigadas españolas que cedieron en la primera línea (Castillo y Charny), a pesar de ser estas las más antiguas y las que mejor se comportaron en la batalla. Sin embargo, la infantería anglo-holandesa era un hueso duro de roer y a los españoles les faltaba todavía experiencia en las nuevas tácticas de combate, una experiencia que difícilmente podrían haber alcanzado al inicio de la campaña de 1707, en Almansa, pero esta falta fue suplida con creces por la consistencia de algunas brigadas francesas y, en especial, por la superior calidad de la caballería borbónica, todo ello sin quitar méritos a la excelente visión táctica del duque de Berwick. La infantería española había cumplido en Almansa como mejor supo y, una vez certificada la victoria, todos estaban dispuestos a olvidar los angustiosos momentos pasados en el fragor del combate. Lo único que contaba era que la derrota aliada había sido aplastante y todo el ejército borbónico quería participar de ella. Sin embargo, todavía deberían pasar algunos años para que las reformas borbónicas enraizaran firmemente y para que la nueva infantería española volviera a brillar, una vez más, con luz propia en los campos de batalla del siglo XVIII.
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«(Las reformas borbónicas junto) con las importantes victorias logradas en Almansa, Brihuega y Villaviciosa, contribuyeron a elevar la moral de las tropas y al resurgimiento de las antiguas virtudes militares, dando lugar al nacimiento de un nuevo ejército. (Los éxitos conseguidos en las expediciones a Italia) y otras que se llevaron a cabo en el reinado de Felipe V, confirman cómo el ejército que surgió en el siglo XVIII era distinto y diferente de aquél que en desorden, indisciplinado y carente de moral de combate, languidecía en las últimas décadas del siglo XVII».55
55
CLARO, Op. cit. p. 538.
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ANEXO 3 PLANO DE LA BATALLA DE ALMANSA
SERRANO VALDEBRO, José: Discursos varios del Arte de la Guerra. Viuda de Joachin Ibarra. Madrid, 1796.
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ANEXO 4 DISTINTAS FASES DE LA BATALLA DE ALMANSA*
3. Combate en toda la línea.
4. Ataque de la reserva de caballería borbónica. El centro borbónico cede. Ataque de la brigada Belrieu (Maine).
5. La caballería de Gaway se retira.
6. Los aliados abandonan el campo. La segunda línea de infantería aliada se retira. La infantería aliada es embolsada
(*) V.V.A.A. Almansa, 25 de abril 1707: un día en la historia de Europa. Coordinador Alberto Prego. Ed. Erein. Donostia, 2005, pp. 88-93.
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ANEXO 5 BAJAS DE INFANTERÍA BORBÓNICA EN LA BATALLA DE ALMANSA*
En cursiva - Regimientos con dos batallones (*) Service Historique de L’Armée de Terre (S.H.A.T.A-1, 2049, fol, 17 y ss.) Trascrito por: SÁNCHEZ MARTÍN, «Estadillo de bajas del Ejército Franco-Español en la Batalla de Almansa. Murcia, 11-5-1707», Op.cit. 2001, p.125. Nota: las sumas totales difieren con el original, ya sea por error en la trascripción de algún número o por error en la suma.También hemos incluido en la columna de oficiales a los jefes.
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DOCUMENTO
LA FUNCIÓN REPRESENTATIVA DE LA HERÁLDICA ESTATAL José Luis SAMPEDRO ESCOLAR1
Lección inaugural del XXII Curso de Heráldica Militar, pronunciada el día 4 de mayo de 2005, en el Instituto de Historia y Cultura Militar
xcelentísimos señores, señoras y señores, amigos todos: para quien les habla es un alto honor tener esta oportunidad de colaborar con la familia militar en una tarea tan atractiva como la celebración del curso de Heráldica Militar, prestigioso y acreditado Curso que, fiel a su cita de tantos años, organiza el Instituto de Historia y Cultura Militar y en el que ya tuve la satisfacción de intervenir en similar ocasión en 1996, disertando entonces acerca de la Insigne Orden del Toisón de Oro, de cuya vinculación a la Casa Real de España se cumplía en aquellas fechas el VI centenario. Muchas gracias, pues, por su presencia, por la atención que pudieran prestarme y, sobre todo, por brindarme esta nueva oportunidad de compartir con Vds. tan grata experiencia.
E
Introducción En diciembre de 2003, coincidiendo con las celebraciones del XXV aniversario de la Constitución, quien tiene el honor de ocupar esta tribuna participó en las VII Jornadas Monarquía y Universidad, que bajo el título Corona y Sociedad tuvieron como escenario el Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad a Distancia (UNED). En aquella ocasión pareció oportuno estudiar la función representativa de la Familia Real española, pero ya 1
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entonces afirmábamos que tanto la bandera nacional y las de las diferentes comunidades autónomas, como sus correlativas armas heráldicas y los correspondientes himnos son diferentes emblemas representativos del Estado y de otras entidades políticas. Dado que entonces nos centrábamos en las funciones representativas del Monarca y de la Dinastía, dejamos el estudio de esas mismas funciones representativas cuando las desempeñaban los demás emblemas mencionados para mejor ocasión, y creemos que es llegado el momento de sistematizar algunas ideas acerca de la representatividad de la heráldica estatal con motivo de la inauguración del Curso que hoy comenzamos. En los próximos minutos nos plantearemos, sin carácter exhaustivo, algunas reflexiones que se suscitan respecto a unos emblemas y símbolos, los escudos heráldicos estatales, asunto en el que se mezclan indisolublemente la historia, la tradición y la leyenda con las ideologías políticas y la propaganda. Los escudos estatales, en algunos casos, han ampliado enormemente su capacidad representativa, sobre todo a raíz del hundimiento de los regímenes marxistas en la Europa de finales del siglo XX. De todo ello hablaremos con detalle en su lugar correspondiente. Me van a permitir una pequeña digresión terminológica, pues, a lo largo de nuestra exposición, hemos de utilizar por fuerza muy repetidamente el término emblemático, del que se abusa en nuestros días hasta la saciedad, así como el término simbólico y creemos necesario que los alumnos del curso tengan claro desde el primer día que ambas palabras, similares, no tienen exactamente el mismo significado. Símbolo es aquello que representa algo inmaterial: el color verde es el símbolo de la esperanza, que no es tangible, como el blanco lo es de la pureza o el negro, en nuestro ámbito cultural, lo es del luto. También puede haber símbolos de lo general, como ciertos elementos de la naturaleza: aur es el símbolo del oro, arg el de la plata, o so es el símbolo del sodio. Emblema es algo que representa cosas existentes: una sociedad, una marca comercial, una persona, una familia, un gremio o un cuerpo profesional, una ciudad,… En el caso que hoy estudiamos, los escudos heráldicos estatales, es forzoso reconocer que participan de ambos caracteres, el emblemático y el simbólico, pues el escudo de un estado representa a sus elementos conformadores materiales, como son el territorio y la población, pero también a los inmateriales, como su organización política y social, su historia, sus tradiciones, sus orgullos y sus complejos y un tan largo etcétera como queramos añadir en ese campo. Una vez formuladas estas precisiones terminológicas, quizás premiosas pero creemos que muy necesarias, señalaremos que hay elementos emblemáticos y simbólicos de dos clases: vivientes, cuales son el Rey y la Fami-
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lia Real y la Dinastía, y otros objetivos, como la bandera, el escudo, el himno y la corona y las joyas que los anglosajones llaman regalia.
De las monarquías medievales a nuestros días: la evolución de la representatividad de la heráldica regia Al margen del Imperio de Occidente, en la Europa medieval van surgiendo reinos y condados independientes, cuya propia Historia determina su carácter. Se van consolidando las grandes monarquías medievales de Inglaterra y Francia mientras que en la península Ibérica el condado de Castilla (que luego será reino) se desgaja del reino de Asturias y León, que se reunirán definitivamente, en la persona de San Fernando, a la par que el poderoso reino de Aragón une sus destinos a los diferentes condados catalanes que luego dieron en llamarse principado de Cataluña. El grado de identificación que llegan a conseguir los monarcas con los diferentes reinos se observa en multitud de datos coincidentes. La denominación de la estirpe o linaje a que pertenecen los monarcas es la del reino o condado (Aragón, Castilla, Navarra, Francia), debiendo resaltarse aquí que las denominaciones de Trastámara, Borgoña (para los Reyes de Castilla o los soberanos de Portugal), Plantagenet, etc. no son más que inventos de eruditos decimonónicos y genealogistas apócrifos, surgiendo a veces de los títulos ostentados por líneas secundarias o bastardas. Así, los príncipes de la Casa de Francia no se apellidaron nunca Capeto; se titulaban oficialmente Hijos e Hijas (o Nietos y Nietas) de Francia, que es el equivalente casi literal de los Infantes e Infantas de Portugal, Castilla, Aragón y Navarra, alguna vez aplicado a los miembros de las familias reales de los reinos de Taifas, como cuando las fuentes hablan de los Infantes de Granada. Precisamente por ello, los miembros de muchas dinastías exiliadas, para evitar conflictos políticos y diplomáticos, adoptan a modo de apellidos antiguas denominaciones de castillos o posesiones históricas de su familia para ostentar un apellido en sus documentos, como hizo el Archiduque Otto al abandonar el patronímico de Austria y adoptar el de Habsburgo. Algo similar ha ocurrido a la casa Real griega, surgida de la danesa, al perder el trono heleno las autoridades republicanas han dado en apellidar Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg al Rey Constantino II y a su familia, para resaltar su carácter extranjero, particularmente alemán. Todas estas consideraciones acerca de la onomástica referente a tan diferentes dinastas sirven para subrayar la vinculación de los monarcas y las dinastías con sus respectivos reinos a través de la heráldica y la sigilografía.
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Una pequeña matización antes de seguir adelante en nuestra exposición. Los escudos heráldicos pueden representar a personas, familias, corporaciones, gremios, regimientos, clubs deportivos, pueblos, provincias, comunidades autónomas, regiones, reinos y estados. Hoy dejamos de lado la heráldica personal, gentilicia, municipal, etc. de las que habrá ocasión suficiente de hablar detenidamente a lo largo del curso, para referirnos solamente a algunos aspectos de la heráldica estatal. Es tan alto el grado de identificación entre las armas del reino y las del rey que Juan II de Castilla utiliza unas armas heráldicas personales diferentes de las del reino, las que se conocen como de la banda, para separar sus emblemas de los de Castilla y León, pero rápidamente este nuevo escudo también se incorpora al conjunto de representaciones del reino, y así aparece en las monedas de curso legal que, a fin de cuentas, lo que hacen es certificar el altísimo nivel de asimilación que, sin depurar aún la Ciencia Política, tenían en el siglo XIV, a los ojos de la sociedad toda, la figura del Rey y la del territorio en el que ejerce su soberanía.
Izquierda, armas reales de Castilla y León en el Monasterio del Paular. Derecha, moneda de Juan II de Castilla con su escuedo de la banda
La separación de las armas del reino, diferenciándose de las de la persona que lo encarnan es patente incluso en la Santa Sede: las armas del Vaticano, las llaves cruzadas, de oro y de plata, que representan a la Iglesia militante y a la Iglesia triunfante, permanecen a lo largo de la Historia, mientras que cada pontífice adopta unas para su reinado. Un argumento más, relacionado también con la heráldica, para atestiguar esta identificación que afirmamos: los heraldos, cultivadores de la Ciencia Heráldica, funcionarios de la Corte y asesores Reales en estas materias, se llamaron Reyes de Armas y, para distinguirse unos de otros, utilizan el nombre del reino o posesión soberana al que dedicaban su trabajo; así aparecen Castilla Rey de Armas, Borgoña Rey de Armas, etc. El término Rey y el nombre del reino o dominio soberano, se juntan envuel-
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tos por la heráldica, la representación de ambos mediante los emblemas representativos. Esta identificación del Rey con el Reino, asentada durante la Edad Media, tiene su lógico reflejo en la patrimonialidad que se predica de los dominios del Rey respecto a la Dinastía, de tal manera que el monarca puede partir sus estados entre sus hijos, como en repetidas ocasiones ocurrió, o darlos en dote. Así se explica el origen de la independencia de Portugal, o de la soberanía española ejercida hoy en Ceuta, aportada por la Emperatriz Isabel de Portugal al casar con Carlos V. Para lo que a nosotros nos interesa aquí, resaltemos que en las armas heráldicas de Portugal, rodeando las quinas, hay una bordura de gules con castillos de oro, representación gráfica de la vinculación con Castilla a través de los matrimonios interdinásticos. Más claro aún es el escudo de Ceuta, bajo soberanía española, que es exactamente el escudo de Portugal.
El escudo de la república de Portugal (izquierda) y el de Ceuta
Durante el periodo de vigencia de las Monarquías absolutas, el sistema cristaliza en la frase El Estado soy yo; debiendo precisarse que no es que todo lo hiciera el Rey sino que todo se hace en nombre del Rey, desde acuñar moneda a impartir justicia, pasando por cobrar impuestos, levantar ejércitos, declarar la guerra, ajustar la paz, acreditar y recibir embajadores, dictar leyes,... Por ello, las armas del Rey son las armas del reino, y por eso, en las monedas de curso legal, siguen apareciendo los emblemas heráldicos del monarca. Todo este sistema se viene abajo con la Revolución Francesa de tal manera que surgen en Europa los primeros símbolos nacionales independientes de los símbolos del Rey, por una necesidad obvia: la bandera tricolor (basada en los colores de la municipalidad parisina) en lugar de la de las lises capetas, y la marsellesa como canto del pueblo en armas, que pasa a llamarse Ejército Nacional, contra los Ejércitos Reales. La heráldica desparece y con ella el escudo real de lises de oro sobre fondo de azur y timbrado por la corona real francesa, substituído por un emblema de la república, ajeno a las leyes de la heráldica y cambiante con los tiempos.
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El escudo de los reyes de Francia (izquierda) y el actual emblema de la República francesa
Así, al subir Napoleón I al trono, se produce una mezcla de símbolos: mantiene la bandera tricolor, pero crea, tomándolos del pasado lejano arcaico y de la simbología masónica, nuevos símbolos, como las coronas de laurel y las abejas de oro, adoptando un escudo con un águila imperial de oro sobre azur.
Izquierda, las armas del I Imperio francés (1804). Derecha, las armas de Francia durante la monorquía usurpadora de Luis Felipe I, rey de los franceses entre 1830 y 1848: la carta constitucional de 1830 de oro, sobre fondo de azur
Llegados al momento del siglo XIX en que se produce la desaparición de Napoleón de la escena histórica, se pone de manifiesto con todo su rigor el conflicto que surge entre las monarquías de corte liberal (encabezadas por el Reino Unido) y las que tratan de salvaguardar el Absolutismo, basado en el pretendido origen divino de su poder (encabezadas por Rusia y Austria). En el primer grupo terminaron integrándose España y Portugal, después de sendas guerras civiles entre los seguidores de uno y otro principio, la Francia de Luis Felipe I y la Bélgica de Leopoldo I. Todo ello tiene su importante reflejo en la titulación adoptada por los reyes, que origina la denominación de Rey de los franceses o Rey de los belgas, recalcando así una función regia de primer ciudadano, alejándose de las tesis patrimonialistas del Reino. A imitación de los citados, cuando Grecia
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y Bulgaria accedan a la independencia del yugo otomano, titularán a sus monarcas como Reyes de los helenos y Príncipe2 de los búlgaros. Decimos esto porque sirve para subrayar que los monarcas ejercen su autoridad sobre los ciudadanos, pero que el territorio es para ellos intangible. Y todo ello se refleja en la heráldica de cada estado, diferenciada de la de sus monarcas. Uno de los fenómenos más interesantes que nos deparó el final del siglo XX, a raíz de la caída de los regímenes comunistas, ha sido el de la recuperación de los emblemas antes tenidos como exclusivamente monárquicos por parte de estados que conservan la forma republicana pero que encuentran en estos mismos emblemas una representación ajustada de su soberanía, de su historia y de sus tradiciones.
Las armas del Imperio ruso vigentes hasa la Revolución de 1917 y las actuales armas de Rusia
Desaparecido el régimen comunista en la antigua U.R.S.S., las autoridades substituyeron el antiguo escudo de la hoz y el martillo por una composición heráldica que reproducía en muy gran medida el antiguo escudo de la Rusia zarista. Un águila de dos cabezas de oro (la anterior a la revolución era de sable), coronada con el mismo modelo de corona que usaron los Emperadores, y, sobre su pecho, un jinete cabalgando un corcel blanco, ataca con su lanza a un dragón. Aunque la nueva legislación no lo menciona como tal, este jinete no es otro que San Jorge, Patrón de Moscú, por ser el fundador de esta ciudad Yury Dolgoruky. Una última y sutilísima diferencia entre las armas heráldicas rusas modernas y las antiguas es que, en nuestros días, el jinete se orienta hacia la derecha del espectador, contraviniendo la tradición heráldica más asentada, respetada en el anterior diseño, en el que miraba a la izquierda del espectador.
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Titulado Rey de los búlgaros desde 1908.
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La República de Hungría adoptó nuevamente sus antiguas armas, anteriores a la dominación soviética, tal y como eran en tiempos de la Monarquía Dual, es decir, la Monarquía de los Habsburgo, y bajo la Regencia del Almirante Horthy.
Las armas del Imperio ruso vigentes hasa la Revolución de 1917 y las actuales armas de Rusia
Por lo que respecta a las armas heráldicas de la república de Bulgaria, quien les habla tuvo el raro privilegio de conocer muy directamente las discusiones que se suscitaron acerca de la adopción de un nuevo escudo por la república de Bulgaria, ante la necesidad de substituir el emblema de la dictadura marxista por otro que representase la personalidad búlgara ante su propio pueblo y ante la comunidad internacional. En 1995, en el Boletín de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía3, abogué por la adopción de las antiguas armas de la Monarquía búlgara, en un momento en el que se defendían proyectos realmente pintorescos y, afortunadamente, este fue el modelo aprobado finalmente por el Parlamento búlgaro, con la única y pequeña modificación de ciertos detalles de la corona heráldica. La corona original había sido diseñada por el Zar Fernando I, con florones en forma de flor de lis, como homenaje a su madre, Clementina de Orleáns. Cuando se adoptaron nuevamente las armas reales como escudo del Estado, se restauró la Corona Real, pero los florones en forma de flor de lis diseñados por Fernando I se substituyeron por otros en forma de cruz, para evitar reminiscencias francesas en las armas de la República de Bulgaria. No deja de ser curioso, sin embargo, que no se suscitase ningún debate reseñable acerca de la aconfesionalidad del Estado búlgaro al adoptarse esta solución.
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BRAMHG, año V, nº 15, abril de 1995.
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Las actuales armas heráldicas de la república de Bulgaria, a la izquierda, y las armas personales del Rey Simeón, Obsérvese la diferencia entre los florones de ambas coronas reales
En España, al no haber una revolución en puridad hasta 1868, se aplazó hasta este momento la discusión de la representatividad nacional de los símbolos del Estado, al margen de la persona que encarnara su Jefatura, hasta esos días el Monarca (concretamente, la Reina Isabel II). El Gobierno Provisional busca para representar a España un emblema heráldico diferente del de la ex Reina Isabel II. Insistimos, para representar al Estado, configurándose así el primer escudo nacional español.
Escudo de la II República española (1931-1939), siguiendo el modelo adoptado por el Gobierno Provisional tras la Revolución de 1868
Este escudo señalaría la presencia de la Administración civil y militar en el territorio nacional y en el extranjero. La sede de un Gobierno Civil o Militar, la de un Ministerio o la de una Embajada serían identificables no sólo por la bandera que ondearía en lugar visible, sino también por la exhibición igualmente notable del escudo. El escudo, además, tiene la ventaja de que, por poder reproducirse a más pequeño tamaño y en materiales diferentes a la tela, puede y debe figurar en documentos escritos, monedas y medallas, condecoraciones, emblemas militares, monumentos pétreos, en lápidas marmóreas o de bronce… significando la participación del estado en lo que se represente con esos objetos,
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ya sean tratados internacionales, normas legales de carácter interno, timbres postales y servicios públicos, diplomas acreditativos de méritos o titulaciones, etc., etc., etc. Hablamos, en el título de nuestra conferencia, de la función representativa del escudo estatal. Esta es la que sirve, junto a la bandera, para identificar lugares, edificios, buques, aeronaves, vehículos, tropas, etc. como pertenecientes o relacionados directamente con un Estado. Otra función muy importante del escudo, y previa en el tiempo, es la de validar ciertos documentos, como tratados internacionales, leyes o nombramientos, con el sello Real (que después será, como hemos visto, el sello estatal). Este sello solía figurar en el anillo del Monarca, y podía ser una representación alegórica o meramente estética, pero, rápidamente, se adoptó la forma heráldica para cubrir esta función. Reminiscencia viva de este carácter legitimador de los documentos es el anillo papal que ostenta las armas del Pontífice de Roma y se destruye en el momento de producirse la sede vacante.
La separación del emblema estatal y del utilizado por el Jefe del Estado: Arriba: a la izquierda, el escudo vaticano y, a la derecha, el del Papa Juan Pablo II
No debemos entrar en detalle ahora en el estudio de la evolución histórica del escudo de España porque será objeto de una clase específica a lo largo del curso que hoy comienza. Sólo avanzaremos que, tras emitir la Academia de la Historia un muy sensato dictamen, en 1868 4, se adoptó un escudo en el que se representaba la heráldica de los reinos peninsulares (Castilla, León, Aragón, Navarra y Granada) con las columnas de Hércules, con las filacterias que dicen NON PLUS ULTRA, que ya habían pasado a representar a la España tras oceánica, y, al timbre, corona mural, que no significaba estrictamente a la República, pues en ese momento aún no se había definido la
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Informe publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, nº 4, de 1884, pp. 186-191.
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Arriba, el escudo del Estado español desde 1938 a 1977
Es escudo modificado en 1977, en el texto original de la Constitución de 1978 (Palacio del Congreso, Madrid)
forma de gobierno que iba a adoptar para España la Constituyente. Luego, con Amadeo I volvería a utilizarse la corona real y se incorporó la cruz de plata sobre fondo de gules, propia de la dinastía saboyana. La restauración alfonsina de 1874, la II República, entre 1931 y 1939, y el Régimen de Francisco Franco (desde 1938) usarán sus peculiares com-
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posiciones que serán objeto de detallado estudio durante nuestro curso, en su adecuado momento5.
Los emblemas de España y la Constitución de 1978 La Constitución hace mención de la bandera de España, que define textualmente en su artículo 4, pero no menciona ni el escudo ni el himno. El Título II del Capítulo Quinto (artículos 56 y siguientes) se enmarca bajo la rúbrica De la Corona aunque a ésta, estrictamente, se refiere siempre de una manera indirecta, pues trata más bien del Rey, del Príncipe heredero y de la figura del Regente. Esta situación parece indicarnos una cierta prelación de los símbolos y emblemas del Estado que estamos analizando aquí. El Rey y la bandera son, pues, los únicos emblemas o símbolos del Estado español tratados por la Constitución, debiéndose matizar que si bien el escudo de España aparece en la bandera, no se menciona su descripción en el texto constitucional. Entre estos emblemas y símbolos se observa un curioso protocolo que no nos permite discernir cual fuera más importante, pues el Rey saluda a la bandera con respeto, mientras que ésta se inclina a su paso, y a ambos se rinden honores militares parejos.
El escudo del Estado español vigente desde 1981, al que habitualmente se denomina, de manera impropia, “constitucional” 5
Un buen estudio sobre la evolución de la Heráldica regia española es el libro de Faustino Menéndez Pidal El escudo de España, publicado por la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía en 2004, al que ha de añadirse alguna norma legal omitida, como el Decreto de 27 de abril de 1931(Gaceta de Madrid del día siguiente) sobre la adopción por la II República del escudo …que figura en el reverso de las monedas de cinco pesetas acuñadas por el Gobierno Provisional en 1869… (sic. en el original), así como reseñar expresamente la modificación del escudo usado durante el periodo franquista, realizada por el decreto 1511/1977, de 21 de enero, es decir, después del fallecimiento del Jefe del Estado pero años antes de la promulgación de la Ley de 1981.
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El estudio detenido de las menciones que a ambos se hacen en el juramento que prestan los soldados de las fuerzas armadas tampoco aporta luz al respecto, pues este juramento se presta ante la bandera, no a ella, y las menciones que se hacen al Rey son más en su calidad de Jefe Supremo de los Ejércitos que como símbolo representativo de la Patria, por lo que parece circunscribirse más este juramento a la disciplina militar que al sentido más general que queremos estudiar6. Curiosamente, la única fórmula en la que se prometía adhesión a la persona del rey, sin más especificaciones, era la correspondiente al reinado del intruso José Bonaparte, la cual rezaba: ofrezco y prometo obediencia y sumisión al rey Don Josef Napoleón de España y de las Indias, y a las leyes del Estado. El Juramento a la bandera, en realidad, no recibe esta denominación de manera oficial. En la actualidad se regula en el artículo 428 de las Reales Ordenanzas del Ejército de Tierra, modificado por la Ley 17/1999, en su artículo 3, de cuyo tenor literal reproducimos la fórmula siguiente: Soldados, ¿juráis por Dios o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si es preciso, entregar vuestra vida en defensa de España? Como puede verse, en estas palabras se puede interpretar que la obediencia y respeto que se han de guardar al Rey tienen su fundamento más en su situación en la cúspide de los mandos militares que en su carácter de símbolo del Estado, teniendo en cuenta, además, que un símbolo indiscutido, cual es la bandera, sólo tiene aquí la consideración de un testigo cualificado de la ceremonia considerada, no del receptor de tal juramento. Por su parte, el artículo 543 del Código Penal7, bajo la rúbrica de De los ultrajes a España dice literalmente: Las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses. No se dice cuáles son estos símbolos, pero sobreentendemos que son las banderas, escudos e himnos. El mismo Código Penal trata, en su Título XXI, los delitos contra la Constitución. En el Capítulo II (artcs. 485 y ss.) se emplazan los delitos contra la Corona, y en el capítulo VI los ultrajes a España. El estudio comparado de estas normas puede
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Vid. el estudio de Julio Serrano Carranza en el nº. de abril de 1992 de la revista Ejército, titulado “Historia del Juramento de Fidelidad a la Bandera”, cuyo conocimiento agradecemos al Teniente Coronel don Eduardo García Menacho y Osset. 7 Ley Orgánica 10/1995 de 23 de noviembre.
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ser ilustrativo. En primer lugar, resaltamos que los delitos contra la Corona lo son, realmente, contra el Rey, la Reina Consorte, la Reina titular de la Corona o el Consorte de la Reina, el Príncipe Heredero, los descendientes y ascendientes del Rey en cualquier grado, el Regente o los miembros de la Regencia, pero no se define ningún delito estricto contra la Corona, por lo que parece que, a efectos penales, debemos entender que todos los personajes citados forman la Corona; esta tesis parece avalada en alguna medida por el tenor del artículo 491, que pune al que usare las imágenes de las personas citadas de cualquier forma que pueda dañar el prestigio de la Corona. Dicho lo cual puede deducirse, a tenor de la protección que otorga a unos y otros, cómo resuelve el Código Penal un orden de prelación de los símbolos del Estado. El Escudo de España, regulado por la Ley 33-1981, de 5 de octubre, es cuartelado y entado en punta. En el primer cuartel, de gules (rojo), un castillo de oro, almenado, aclarado en azur (azul) y mazonado de sable (negro). En el segundo, de plata, un león rampante, de púrpura, linguado, uñado, armado de gules, coronado de oro. En el tercero, de oro, cuatro palos de gules. En el cuarto, de gules, una cadena de oro, puesta en cruz, aspa y orla, cargada en el centro de una esmeralda de sinople (verde). Entado en punta, de plata, una granada al natural, rajada de gules, tallada y hojada de dos hojas de sinople. Acompañado de dos columnas, de plata, con base y capitel, de oro, sobre ondas de azur y plata, superada de corona imperial, la diestra, y de una corona real, la siniestra, ambas de oro, rodeando las columnas, una cinta de gules, cargada de letras de oro, en la diestra "PLVS" y en la siniestra "VLTRA". El Escudo lleva escusón de azur, tres lises de oro, puestas dos y una, la bordura de gules, propio de la dinastía reinante. Al timbre, corona real, cerrada, que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto, visibles cinco, interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur o azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro, la corona forrada de rojo. Es este momento para subrayar que este escudo es, comúnmente, denominado constitucional, de manera equivocada y errónea, puesto que se puso en vigor varios años después de promulgarse la Constitución de 1978. En el Palacio del Congreso de los Diputados se conserva el ejemplar de la Constitución firmado en 1978 por S.M. el Rey, en el que, tanto en la encuadernación como en el cuerpo del volumen, aparecen las armas heráldicas vigentes en aquel momento en el reino de España, y que no son otras que las del águila de San Juan adoptadas en 1938, levemente modificadas en 1977.
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La armas heráldicas correspondientes a S.M. el Rey Don Juan Carlos I
Las armas heráldicas de Su Majestad el Rey de España Un símbolo de la monarquía, y de alto poder representativo, es el escudo de armas de Su Majestad (también utilizado como emblema de Su Casa), que, aún siendo muy similar al escudo del Estado, presenta notables diferencias con este, y con funciones representativas diferentes, pues sólo las realiza respecto de la persona, familia y Casa de Su Majestad, pero no en relación con el Estado. Al definir las armas de Su Majestad seguimos el Reglamento de Banderas, Estandartes, Guiones, Insignias y Distintivos, aprobado por Real Decreto de 21 de enero de 1977, que las blasona indirectamente al describir el guión y el estandarte del Rey de España, lo que se hace según las pautas marcadas ya en el Decreto de 22 de abril de 1971, por el que se dotó oficialmente de armas a S.A.R. el Príncipe de España. Cuartelado: I, en fondo de gules, un castillo donjonado, de tres torres, de oro, mazonado de sable y aclarado de azur, que es Castilla. II, sobre campo de plata, un león rampante de gules8, linguado de gules, coronado y uñado de oro, por León. III, en campo de oro, cuatro palos de gules, que son las armas del antiguo reino de Aragón. IV, de gules, una cadena de oro puesta en orla, cruz y aspa, cargada en el abismo con una piedra de sinople, que representa al reino de Navarra. En punta, una granada de su color, tallada de sinople, sobre campo de plata, que es Granada. Sobre el todo, escusón de azur con tres lises de oro 8
Según la tradición heráldica, este león debía ser de púrpura, el color de la Realeza, pero ha sido frecuente representarlo de gules (rojo) y así ha quedado fijado en las armas actualmente vigentes de Su Majestad, mientras que en el escudo nacional y en el del Príncipe de Asturias se representa de púrpura.
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bien puestas y bordura de gules, que son las armas de la Dinastía de Borbón de España, también llamadas Anjou Moderno por ser las que usó el Rey Felipe V antes de ser proclamado Rey de España, cuando utilizaba el título de Duque de Anjou. Al timbre, la corona real de España. A diestra y siniestra de la punta del escudo, las divisas de los Reyes Católicos: un yugo de gules con cintas de lo mismo, en su posición natural, divisa del Rey Fernando, y un haz de cinco flechas, también de gules, con las puntas hacia abajo, por la Reina Isabel. Ecotada, la cruz de San Andrés, elemento de origen borgoñón, enraizado en la heráldica y en la vexilología españolas desde los tiempos de los monarcas de la Dinastía de los Austria. Acolado, el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, de la que S.M. es Soberano como heredero de los Duques de Borgoña, fundadores de esta alta cofradía. Mención especial nos merece la titulación que el texto constitucional, en su artículo 56.2, reserva a Su Majestad, diciendo que ostentará el título de Rey de España “y los que correspondan a la Corona”, extraña fórmula que, creemos, merece una puntualización. El tenor de este artículo puede tener reflejos en la heráldica. Es sabido que, por tradición, los monarcas españoles sumaban, en el llamado Título Grande, dignidades tan dispares como las de Reyes de Castilla, León, Aragón, Sevilla y Navarra con las de Conde de Barcelona y Señor de Vizcaya, todas ellas netamente españolas, con otras de origen foráneo, como Duque de Borgoña, Archiduque de Austria, Duque de Milán, Duque de Brabante, Conde de Flandes y del Tirol, etc. Parece adecuado pensar que la declaración de nuestra Carta Magna vigente debe referirse a los títulos y dignidades de origen patrio, pero que nada podría decir el legislador español respecto a títulos que solamente en pretensión pueden ostentar nuestros monarcas. Por ejemplo, ¿qué legitimación tienen los representantes de la Soberanía popular española de 1978 para pronunciarse acerca de la posibilidad de que Don Juan Carlos use la dignidad de Rey de Jerusalén9? Viene todo ello además a colación pues, desde hace algunos años, el Congreso de los Diputados ha dado en utilizar, de manera extraordinariamente abusiva, las denominadas Armas Grandes de la Monarquía Hispánica, en la que se amalgaman las representaciones heráldicas de estos estados, condados y principados españoles y extranjeros. Se pidió dictamen al respecto por parte de la Cámara Baja a la Real Academia de la Historia, y esta 9
Curiosamente, durante una visita de estado realizada a nuestro país, el Presidente de Israel se dirigió a Don Juan Carlos como Rey de Jerusalén en uno de los párrafos del discurso pronunciado en la cena de gala que se le ofreció en el Palacio Real de Madrid.
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Las Armas Grandes de Carlos III en el Salón del Trono del Palacio Real de Madrid
docta corporación se decantó por desaconsejar la utilización de estas Armas Grandes por el Congreso de los Diputados. No obstante lo cual, y con posterioridad a la emisión del mencionado dictamen por la Academia de la Historia, aún en las invitaciones de la recepción celebrada en diciembre de 2003 se utilizaban las representaciones heráldicas de Flandes y Tirol, por poner sólo dos ejemplos, como representativas del Legislativo español que, evidentemente, no guarda ninguna vinculación política con esos territorios que justificase esta utilización. Muy diferente asunto es que el salón del trono del Palacio Real de Madrid esté presidido por una representación de las armas que usó el Rey Don Carlos III, propias de la época en que se decoró esta pieza, y que guardan cierta similitud con las Armas Grandes usadas, respectivamente, por Don Alfonso XIII en sus últimos años, y por Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, en su calidad de Jefe de la Dinastía mientras ostentó esta alta calidad (19411977). Como es lógico, Su Majestad el Rey podría ostentar como armas personales una combinación de esta índole, si así lo estimase pertinente, como lo hicieron sus egregios antepasados a lo largo de la Historia, puesto que en su persona concurren derechos dinásticos de muy variada especie, conservando en unos casos la titularidad efectiva de los mismos (Castilla, Aragón, Navarra
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o Guipúzcoa), mientras que en otros no queda más que la pretensión basada en el Derecho Tradicional histórico, como ocurre con los mencionados ducados de Borgoña y Milán, o en el reino de Jerusalén. En el contenido de los párrafos anteriores queda clara la función representativa que cumplen las armas heráldicas: el escudo del Reino de España, el escudo del Estado, representa unas instituciones y unos conceptos, y el del Rey de España, el Jefe del Estado, representa otros, a veces, lógicamente, similares, pero no necesariamente iguales. El escudo del Legislativo, es decir, el escudo de las Cortes Generales, debe corresponderse con el del Estado para no producir mensajes incoherentes, aunque pudiera adoptar diseños claramente diferenciados en formas o proporciones, pero manteniendo en su esencia la composición del escudo nacional.
La Corona de España pudo verser por vez primera por la mayoría del pueblo español a través de los receptores de televisión el 22 de noviemmbre de 1975, durante la Proclamación del Rey Don Juan Carlos I. A la Derecha, la representación heráldica de la Corona Real Española
La Corona Real como joya simbólica en la heráldica En las representaciones heráldicas de las armas de los monarcas y de los reinos, nacidas en el siglo XIII, es casi unánime que se timbren con coronas adecuadas a su rango (imperiales, reales, principescas,...). En ocasiones, cuando tales emblemas son relativamente modernos, incorporan el dibujo que reproduce con toda verosimilitud un objeto existente en la realidad, como ocurre en el caso de las armas de Hungría, citadas en otro punto de este trabajo, que muestran fidedignamente la corona de San Esteban. Hay muchos modelos de coronas heráldicas: imperiales, derivadas de las mitras de los sumos sacerdotes de Israel, reales abiertas, típicas del Medioevo, coronas cerradas con diademas recamadas de perlas y modelos atípicos y exó-
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ticos. La triple tiara pontificia muestra una corona representando la soberanía espiritual, una segunda, símbolo del poder territorial de los Pontífices, y, una tercera, símbolo de la suma de las anteriores, contando el tesoro vaticano con una docena de ellas, pero, después de Pablo VI, los Papas han prescindido de su uso, restringiendo el emblema de su condición el palio y la mitra episcopal. En la España posterior a los Reyes Católicos no hubo ceremonia de coronación, por lo que no eran necesarias joyas de esa índole. Nos limitamos a utilizar, a modo de símbolo, una corona de plata sobredorada, fabricada como elemento simbólico visual para coronar el catafalco de la Reina Isabel de Farnesio, es decir, nacida para desempeñar esta función puramente teatral, similar a la que hoy se le da, pues, además de seguir usándose para su original papel fúnebre, ha presidido, la ceremonia de Proclamación de los monarcas españoles desde 1843 hasta 1975. Así se vio esta pieza en las Juras de Isabel II al llegar a su mayoría de edad, la de Amadeo I, la de la Regente María Cristina, la de Alfonso XIII y la de Juan Carlos I10. Las coronas hoy existentes en el tesoro de la Torre de Londres son de factura relativamente moderna, pero siguiendo los modelos establecidos por la Heráldica del Reino Unido desde hace varios siglos.
El escudo real británico, timbrado por la corona de Inglaterra, llamada de San Eduardo
La corona del Rey de Prusia, hoy conservada en el castillo de los Hohenzollern, reproducida con total exactitud al timbre de las armas de ese reino vigentes hasta 1918 10
Vid. Fernando Rayón y José Luis Sampedro: Las joyas de las reinas de España. Planeta, Madrid, 2004.
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Pero en otros muchos casos las representaciones heráldicas obedecen a un acabado esquema, de características muy singulares, que debe repetirse en sus elementos conformadores para ser correcto, aunque ese símbolo así representado no exista en la realidad como un objeto tangible: así es el caso, justamente, de la Corona Real heráldica española, que se define como un círculo de oro guarnecido de esmeraldas y rubíes, con ocho florones, cinco de ellos visibles para el espectador, coronada con ocho diademas de oro enriquecidas de perlas (de las cuales tampoco se ven más que cinco), que se juntan en su parte superior en un orbe de azur con el hemisferio y el meridiano de oro, todo ello sumado de una cruz de oro, y forrado con un bonete de gules. Esta corona, tan detalladamente descrita en los textos heráldicos, no existe en la realidad, como tampoco existe, ni ha existido, la equivalente, y parecida, de Príncipe de Asturias. Como queda dicho más arriba, la corona que se usa en las proclamaciones y en los funerales es bien diferente, sin florones, pedrería ni perlas ni esmaltes y con una ornamentación de motivos heráldicos que se aparta de esta descripción tan precisa. Y con estas referencias, que no tratan de ser exhaustivas, a la utilización de las coronas regias en la heráldica estatal de diferentes naciones, finalizamos nuestra intervención, no sin antes agradecerles nuevamente su atención y la oportunidad que han brindado, a quien les habla, de compartir sus intereses acerca de estos asuntos, que van mucho más allá de la pura estética por reflejar nuestra Historia común y nuestros proyectos de convivencia futura como comunidad organizada políticamente. Muchas gracias.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR EDITADAS POR EL MINISTERIO DE DEFENSA
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
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Revista de Historia Militar Números 51 al 96, ambos inclusive. Números extraordinarios dedicados a: • Francisco Villamartín, escritor militar (1983, agotado). • III centenario del marqués de Santa Cruz de Marcenado (1985, agotado). • V centenario de Hernán Cortés (1986, agotado). • Índice general números 1 al 85 (1999). • Primeras jornadas sobre historia de las Órdenes Militares (2000). • Conquistar y defender. Los recursos militares en la Edad Media hispánica (2001). • Historia militar: métodos y recursos de investigación (2002). • Los franceses en Madrid, 1808 (2004). • Patria, Nación y Estado (2005). • Entre el Dos de Mayo y Napoleón en Chamartín (2005).
Historia del Ejército español
• Tomo I: Los orígenes (desde los tiempos primitivos hasta la invasión musulmana). Segunda edición, 1983, 448 páginas con 30 láminas. • Tomo II: Los ejércitos de la Reconquista. 1984, 235 páginas con 32 láminas, (agotado).
Tratado de heráldica militar
• Tomo I, libros 1° y 2°, 1983, 288 páginas sobre papel ahuesado, 68 láminas a ocho colores y 50 en blanco y negro (escudos de armas, esmaltes heráldicos, coronas, cascos, etc.). • Tomo II, libro 3° (diferentes métodos de blasonar y lemas heráldicos) y libro 4º (terminología armera y el arnés), 1984, 389 páginas sobre papel ahuesado, 8 láminas a ocho colores y 1 en blanco y negro.
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OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
El Ejército de los Borbones
• Tomo I: Reinados de Felipe V y Luis I (1700-1746). 1990 (agotado).
• Tomo II. Reinados de Fernando VI y Carlos III (17451788). 1991 (agotado).
• Tomo III: Las tropas de ultramar (siglo XVIII). 1992, dos volúmenes, 1.058 páginas, 143 láminas a color (agotado). • Tomo IV: Reinado de Carlos IV (1788-1808). 663 páginas y 143 láminas a color. • Tomo V: Reinado de Fernando VII (1808-1833). Tres volumenes. Tomo VI: Reinado de Isabel II (1833-1868).
Historiales de los Cuerpos y del Ejército en general
• Tomo I: Emblemática general del Ejército. Historiales de los Regimientos de Infantería núms. 1 al 11 (agotado).
• Tomo II: Regimientos de Infantería núms. 12 al 30 (agotado).
• Tomo III: Regimientos de Infantería núms. 31 al 40 (agotado).
• Tomo IV: Regimientos de Infantería núms. 41 al 54. 1973, 403 páginas, 17 láminas en color.
• Tomo V: Regimientos de Infantería núms. 55 al 60. 1981, 35 láminas en color y 14 en blanco y negro. • Tomo VI: Regimiento de Infantería «Alcázar de Toledo» núm. 61 y Regimiento de Infantería «Lealtad» núm. 30. 1984, 288 páginas, 20 láminas a cuatro colores y 5 en blanco y negro. • Tomo VII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Arapiles» núm. 62. 1986 (agotado). • Tomo VIII: Regimiento de Cazadores de Montaña «Barcelona» núm. 63 y Batallones «Cataluña», «Barcelona», «Chiclana» y «Badajoz». 1988, 347 páginas, 31 láminas en color y 5 en blanco y negro. • Tomo IX: Regimientos «América» y «Constitución», y Batallón «Estella». 1992, 350 páginas, 42 láminas a color y 9 en blanco y negro. • Tomo X: Regimiento de Infantería Cazadores de Montaña «Sicilia» núm. 67 (batallones de Infantería «Colón» y «Legazpi»). - Tomo XII: Regimientos, de Caballería Ligero Acorazado “ Santiago nº 1, Husares de la Princesa, Cazadores de Jaén, 2º y 6º Provisional.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
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Regimiento de Caballería «Dragones de Santiago» núm. 1 (agotado). Regimiento mixto de Artillería núm. 2. 1965 (agotado). Regimiento de Zapadores núm. 1 para cuerpo de ejército. 1965 (agotado). Historial del regimiento de Caballería «Lanceros del Rey». 1989, facsímil con 121 páginas en papel couché mate a cinco colores (agotado). Organización de la Artillería española en el siglo XVIII. 1982, 376 páginas (Agotado). Las campañas de la Caballería española en el siglo XIX. 1985, tomos I y II, 960 páginas, 48 gráficos y 16 láminas en color.
Bases documentales del carlismo y guerras civiles de los siglos XIX y XX. 1985, tomos I y II, 480 páginas, 11 láminas en blanco y negro y 9 en color.
Evolución de las divisas en las Armas del Ejército español (agotado). Historia de tres Laureadas: «El regimiento de Artillería núm. 46». 1984, 918 páginas, 10 láminas en color y 23 en blanco y negro.
Blasones militares. 1987, Edición restringida, 440 páginas, tamaño folio, en papel couché (ciento cincuenta documentos (pasaportes, licencias, nombramientos, etc.) con el sello de las autoridades militares que los expidieron; ciento veinticuatro escudos de armas, en color, de ilustres personalidades militares de los tres últimos siglos; catorce retratos y reseñas de otros tantos virreyes del Perú).
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Galería militar contemporánea
• Tomo I: La Real y Militar Orden de San Fernando (Primera parte). 2ª edición, 1984, 435 páginas.
• Tomo II: Medalla Militar. Primera parte: Generales y coroneles (1970). 622 páginas, (agotado).
• Tomo III: Medalla Militar. Segunda parte: Tenientes coroneles y comandantes. • • • •
1973, 497 páginas, (agotado). Tomo IV: Medalla Militar. Tercera parte: Oficiales. 1974, 498 páginas, (agotado). Tomo V: Medalla Militar. Cuarta parte: Suboficiales, tropa y condecoraciones colectivas, (agotado). Tomo VI: La Real y Militar Orden de San Fernando (Segunda parte). 1980, 354 páginas, (agotado). Tomo VII: Medalla militar. Quinta parte. Condecoraciones en las campañas de Africa de 1893 a 1935. 1980, 335 páginas, (agotado)
Carlos III.Tropas de la Casa Real. Reales cédulas. Edición restringida del Servicio Histórico Militar, 1988, 350 páginas, tamaño folio, en papel verjurado, 24 láminas en papel couché y color, 12 de ellas dobles (agotado). Índice bibliográfico de la Colección Documental del Fraile. 1983, 449 páginas. Catálogo de los fondos cartográficos del Servicio Histórico Militar. 1981, 2 volúmenes. Cerramientos y trazas de Montea. Edición en colaboración entre Servicio Histórico Militar y CEHOPU.
Historia de la música militar de España. Ricardo Fernández de Latorre, Instituto de Historia y Cultura Militar, 2000, 688 páginas tamaño holandesa, contiene CD de música militar.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
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Carpetas de láminas:
• Ejército austro-húngaro. Carpeta de Armas y carpeta de Servicios, 4 láminas cada una.
• Caballería europea. 4 láminas. • Milicia Nacional Local Voluntaria de Madrid. Dos car-
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petas de 6 láminas. • Ejército alemán, siglo XIX. 6 láminas. • Carlos III. Tropas de Casa Real. 6 láminas. • Ejército francés (siglos XVIII y XIX). 6 láminas. • Carlos III. Estados militares de España. 6 láminas. • Primer regimiento de la Guardia Real de Infantería. Vestuario 1700-1816. 6 láminas. Tropas de ultramar. 6 láminas. El ejército de los Estados Unidos (siglo XVIII). 6 láminas. Comitiva regia del matrimonio de Alfonso XII y la archiduquesa María Cristina. 14 láminas. El ejército de Fernando VII. 8 láminas. Colección marqués de Zambrano I (carpetas 1 y 2).
Ultramar: Cartografía y relaciones históricas de ultramar
• Tomo I: América en general (dos volúmenes). • Tomo II: EE.UU y Canadá. Reeditado en 1989 (dos • • • • • • • •
volúmenes). Tomo III: Méjico. Reeditado en 1990 (dos volúmenes). Tomo IV: América Central. Reeditado en 1990 (dos volúmenes). Tomo V: Colombia, Panamá y Venezuela (dos volúmenes). Tomo VI: Venezuela. Editado en 1990 (dos volúmenes). Tomo VII: El Río de la Plata. Editado en 1992 (dos volúmenes). Tomo VIII: El Perú. Editado en 1996 (dos volúmenes). Tomo IX: Grandes y Pequeñas Antillas. 1999 (cuatro volúmenes). Tomo X: Filipinas. Editado en 1996 (dos volúmenes).
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OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
Historia: Coronel Juan Guillermo de Marquiegui: Un personaje americano al servicio de España (1777-1840). Madrid, 1928, 245 páginas, 8 láminas en color y 12 en blanco y negro.
La guerra del Caribe en el siglo XVIII. Reedición de 1990, aportación del Servicio Histórico Militar a la conmemoración del V Centenario (agotado).
La conquista de México. Facsímil de la obra de Antonio Solís y Ribadeneyra editada en 1704 en Bruselas (agotado.)
Fortalezas: El Real Felipe del Callao. Primer Castillo de la Mar del Sur. 1983, 96 páginas, 27 láminas en color y 39 en blanco y negro.
Las fortalezas de Puerto Cabello. Aportación del Servicio Histórico Militar a la conmemoración del V Centenario, 1988, 366 páginas en papel couché y 137 láminas.
El Castillo de San Lorenzo el Real de Chagre. Ministerio de Defensa, Servicio Histórico Militar y M.O.P.U.
OBRAS DE CARÁCTER HISTÓRICO-MILITAR...
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África: Dos expediciones españolas contra Argel (1541-1771) (agotado). Historia de las campañas de Marruecos • Tomo I: Campañas anteriores a 1900 (agotado). • Tomo II: 1900-1918 (agotado). • Tomo III: 1919-1923. 724 páginas (agotado). • Tomo IV: 1923-1927. 270 páginas.
OBSERVACIONES Todas estas obras pueden adquirirse, personalmente, en el Instituto de Historia y Cultura Militar y en la Librería de Defensa (calle de Pedro Teixeira, s/n, planta baja), o por teléfono al 91 205 42 02.
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