AÑO LVII Núm. 113
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2013
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I N S T I T U T O D E H I S T O R I A Y C U L T U R A M I L I T A R
Año LVII
2013
Núm. 113
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Sumario Artículos
Páginas
−− El Código de Justicia Militar durante la Guerra Civil: 19361939, por don Eladio BALDOVÍN RUIZ, coronel de Caballería DEM ®, Licenciado en Derecho........................ 11 −− Guerreros y constructores de un imperio, el último baquiano, por don Mariano CUESTA DOMINGO, Catedrático de Historia de América, Universidad Complutense de Madrid.. 53 −− Mozos, maridos y soldados. Informes de libertad y soltería ante el provisorato palentino (1761-1775), por doña María Jesús DEL EGIDO HERRERO, Licenciada en Historia y Diplomada en Estudios Avanzados..................................... 81 −− Preparación y toma del zoco el Jemis de Beni Arós en 1927, por don José Ignacio EL MALKI ESCAÑO, Licenciado en Historia............................................................................... 113 −− El brigadier Barradas y la reconquista de México, 1829, por don Jesús RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Doctor en Historia.......................................................................... 145 −− Los ejércitos micénicos, por don Arturo SÁNCHEZ SANZ, Licenciado en Historia y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad..................................................................... 177 −− Batalla de Tamames, por don Juan José SAÑUDO BAYÓN, coronel de Infantería ®........................................................ 213 Difusión: V CICLO DE INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA...................................................... 255 NUEVAS NORMAS PARA LA PUBLICACIÓN DE ORIGINALES................................................................... 257 BOLETÍN DE SUSCRIPCIÓN............................................... 261
ARTÍCULOS
Revista de Historia Militar Número 113 (2013), pp. 11-52 ISSN: 0482-5748 RHM.01
El Código de Justicia Militar durante la Guerra Civil: 1936-1939, por don Eladio BALDOVÍN RUIZ, coronel de Caballería DEM ®, Licenciado en Derecho
EL CÓDIGO DE JUSTICIA MILITAR DURANTE LA GUERRA CIVIL: 1936-39 Eladio BALDOVÍN RUIZ1
RESUMEN Al iniciarse la Guerra Civil estaba en vigor el viejo Código de Justicia Militar de 1890, después de sufrir numerosas reformas, especialmente durante la II República, pero desde los primeros momentos del conflicto, los ejércitos enfrentados procedieron a introducir las novedades que su ideología y necesidades iban imponiendo. Esta es la evolución del Código posterior al 18 de julio de 1936 y quedan excluidos todos los excesos, abusos y crímenes que se ejecutaron ajenos a él. PALABRAS CLAVE: Ejército, Guerra Civil, justicia, código, delitos y tribunales militares. ABSTRACT At the start of the Spanish Civil War it was in use the old Code of Military Justice of 1890, after experiencing numerous reforms, especonflict, the opposing armies proceeded to introduce the innovations that their ideology and needs were imposing. This is the evolution of a compendium of military laws after July 18th 1936, and excludes all the outrages, abuses and crimes that were committed alien to it.
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Coronel de caballería DEM ®. Licenciado en derecho.
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ELADIO BALDOVÍN RUIZ
KEY WORDS: Army, Spanish Civil War, justice, code, crimes and court-martial. ***** ANTECEDENTES
A
l iniciarse la guerra estaba vigente el viejo Código de Justicia Militar de 1890 que había sufrido múltiples reformas, especialmente al iniciarse la Segunda República. Durante la primera semana del Gobierno provisional fue derogada la ley de Jurisdicciones de 1906, que había modificado su artículo séptimo, atribuyendo a la jurisdicción de guerra el conocimiento de las causas que se instruyan por razón del delito, contra cualquier persona, por atentados o desacatos a la autoridad militar, injurias o calumnias a estas y las corporaciones o colectividades del Ejército, cualquiera que fuera el medio empleado, siempre que dicho delito se refiera al ejercicio de destino o mando militar, tienda a menospreciar su prestigio o a relajar los vínculos de disciplina y subordinación en los organismos armados, y la instigación a apartarse de sus deberes militares a quienes sirvan o estén llamados a servir. Un decreto del 3 de mayo anulaba el entonces vigente código Penal Civil y restituía el de 1870, reforma que también afectó a la jurisdicción militar. Hasta que las nuevas cámaras legislativas aprobasen otro nuevo se introducían algunas modificaciones, pues el venerable Código tenía origen en la monarquía y creaba una especial protección del rey, pero en el nuevo régimen la demanda era la salvaguardia penal de la República. Con esta finalidad, no solo el código común precisaba modificaciones, también necesitaban reformas los códigos del Ejército y la Marina, en lo que se refiere al delito de rebelión militar. Así el artículo 237 de código militar quedaba redactado: «Son reos del delito de rebelión militar los que se alcen en armas contra la Constitución del Estado republicano, contra el presidente de la República, la Asamblea constituyente, los cuerpos colegisladores o el Gobierno provisional y legítimo, siempre que lo verifiquen concurriendo alguna de las circunstancias siguientes: Primera, que estén mandados por militares o el movimiento se inicie, sostenga o auxilie por fuerzas del Ejército. Segunda, que formen partida militarmente organizada y compuesta por diez o más individuos. Tercera, que formen parte en menor número de diez, si en distinto territorio de la nación existen partidas o fuerzas que se proponen el mismo fin.
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Cuarta que hostilicen a las fuerzas del Ejército antes o después de haberse declarado el estado de guerra». Pocos días después otro decreto del 11 de mayo decía: «La República, como todo régimen de su misma tendencia, ha de significar un proceso resuelto hacia la unificación de fueros y restablecimiento, en sus naturales límites, de la jurisdicción ordinaria, completando así la obra ya iniciada la anterior revolución española de 1868». Entre los acuerdos de todas las fuerzas representadas en el Gobierno provisional, figura, como lógicamente debía suceder, el propósito de reducir la jurisdicción militar a aquello que le es propio o sea al delito esencialmente militar. Gobiernos manifiestamente reaccionarios, extendieron la jurisdicción castrense a hechos totalmente extraños a su cometido y razón de ser. Reflejo y consecuencia de todas las indebidas expansiones de la jurisdicción militar fue un Consejo Supremo con proporciones y permanencia suntuarias y excesivas, que no podía subsistir reducido el fuero a su campo natural y estricto. Por todo ello, la jurisdicción de los tribunales de guerra queda reducida a los hechos y delitos esencialmente militares de que aquella conoce por razón de la materia, desapareciendo la competencia basada en la calidad de la persona o el lugar de ejecución. Estas limitaciones serán aplicables a la jurisdicción de Marina, sin perjuicio de que la misma siga conociendo de los delitos y faltas que actualmente le están sometidos y que se relacionan con el tráfico marítimo. Queda derogada la ley de 8 de enero de 1877 (disponía la formación de consejos de guerra permanentes para juzgar a los secuestradores) sometiendo las causas por la misma prevista a la jurisdicción ordinaria. También quedan sin efecto los preceptos que en las leyes penales posteriores hayan ido sometiendo a la jurisdicción castrense hechos que anteriormente conocía la ordinaria. Los capitanes generales dejaban de intervenir como autoridad judicial en todos los asuntos reservados a la jurisdicción de guerra2 y correspondía a las auditorias respectivas designar los jueces, sostener las competencias, llevar los turnos para la composición de los consejos de guerra e interponer los recursos contra sus fallos, cuando no los creyeren ajustados a derecho, los recursos de casación o de apelación. Las atribuciones judiciales, que hasta entonces correspondían al Consejo Los capitanes generales de provincia y de ejército ejercieron jurisdicción militar desde su creación. Inicialmente, hasta 1875, los tribunales de guerra estaban formados por esta autoridad y su auditor. En los consejos de guerra intervenían ambos y para ser firmes las sentencias debían contar con la aprobación de ambos; en caso de desacuerdo con el consejo o entre ellos se elevaban al Consejo Superior.
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Supremo de Guerra y Marina3, que se declaraba disuelto y suprimido, pasaban a la Sala de Justicia Militar que se organizaba en el Tribunal Supremo, compuesta por dos magistrados de mismo, tres procedentes del Cuerpo Jurídico del Ejército y uno del de la Armada. A las órdenes del fiscal general de la República se destinaron los auditores que representaban al ministerio público ante la jurisdicción militar y nueva Sala. Para dar cumplimiento al anterior decreto, otro de 2 de junio siguiente disponía que los auditores de las regiones, distritos y ejércitos asumieran todas las funciones judiciales que el código atribuía a los capitanes generales y que eran compatibles con la nueva organización de la justicia militar. Cuando en un territorio declarado en estado de guerra, los capitanes generales dictasen los bandos oportunos, en uso de las facultades que les concedían las leyes, los procedimientos judiciales por delitos comprendidos en los mismos debían ser tramitados y resueltos por los auditores. Correspondiendo también a los auditores el ejercicio de la jurisdicción disciplinaria. No se producían cambios en los procedimientos judiciales, salvo la concentración de poderes en manos de los auditores, pero desaparecían los tribunales de honor. Pocos días después, el 16 del mismo mes, otro decreto suprimía la dignidad de capitán general del Ejército y la categoría de teniente general, quedando como la categoría más elevada del generalato la de general de división. El mismo día también desaparecían las ocho regiones militares que abarcaban la península y los dos distritos insulares de Baleares y Canarias, sustituidas por ocho divisiones orgánicas. A la vez se suprimía el cargo de capitán general de región y quedando abolidos los títulos, funciones, prerrogativas y honores anejos al mismo. Como excepción a las disposiciones sobre las atribuciones de las autoridades militares en la jurisdicción castrense, por orden de 17 de junio aquellas no eran de aplicación en la zona del Protectorado de Marruecos, salvo en los territorios de soberanía. Por la ley sobre reclutamiento de los oficiales de 12 de septiembre de 1932 el personal de justicia militar no tenía asimilación ni categoría militar alguna y se le asignaban categorías, consideraciones y derechos iguales a los de la carrera judicial. El 28 de julio de 1933 se promulgó la ley de Orden Público, que tenía como fundamento «el normal funcionamiento de las instituciones del 3 El
Consejo Superior de Guerra y Marina era el tribunal de más antiguo abolengo del Ejército. Hay historiadores que remontan sus orígenes al siglo VIII y en el siglo XVI se encuentra como Real y Supremo Consejo de Guerra, investido de funciones jurisdiccionales.
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Estado y el libre y pacífico ejercicio de los derechos individuales, políticos y sociales definidos en la Constitución». Establecía el «estado de prevención», cuando las alteraciones, sin llegar a justificar la suspensión de las garantías constitucionales, exigían medidas no aplicables al régimen normal; el «estado de alarma», cuando las medidas anteriores eran insuficientes y se suspendían las citadas garantías, y el «estado de guerra», cuando la autoridad civil una vez empleados todos los medios ordinarios y extraordinarios, no pudiera por sí sola, ni auxiliada por la judicial y por la militar dominar en breve término la agitación, ni restablecer el orden. Lo declaraba en un bando, que publicaba con toda solemnidad, y se ponía urgentemente en relación con la autoridad judicial ordinaria, la militar y el auditor de la jurisdicción y disponía la inmediata declaración del estado de guerra, procediendo seguidamente la autoridad militar a la adopción de las medidas que reclamaba la paz pública; publicando los oportunos bandos y edictos con las prevenciones necesarias. A primeros del año siguiente, por orden de 6 de enero, se resolvían las dudas que en la declaración del estado de guerra podían surgir. Aclaraba que en lo concerniente a las facultades de las autoridades militares al publicar los bandos, para determinar los hechos constitutivos de delitos que una vez declarado el estado de guerra y transcurrido el plazo establecido habían de quedar sometidos al conocimiento de la jurisdicción militar, no se había introducido ninguna variación con la anterior derogada ley de Orden Público de 1870. Pues, si bien el decreto elevado a ley de 11 de mayo de 1931 redujo la competencia de la jurisdicción castrense, no era menos cierto que la Constitución al determinar que no podía haber fuero por razón de la persona ni lugares, expresamente exceptuaba el caso del estado de guerra con arreglo a la ley de Orden Público4. Devolver la jurisdicción militar a sus auténticos límites era una aspiración general. Desde los primeros ejércitos fue necesario asegurar la disciplina con premios y castigos y con la regulación de los segundos aparece la justicia militar; que tenía que ser rápida y severa para contener a los hombres que tenían el monopolio del uso de las armas. Jurisdicción que hace siglos tenía un amplio campo, propio de la mentalidad de la época, pero que se fue progresivamente reduciendo con el paso del tiempo. Especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX se produjeron dentro del Ejército estudios, informes, propuestas, debates y críticas de la situación, en los medios oficiales y particulares, con la idea de perfeccionar el sistema y de limitar el campo de la jurisdicción militar a lo imprescindible. Los distintos códigos regularon su ejercicio, pero los gobiernos de todos los signos en situaciones excepcionales recurrieron frecuentemente a la intervención del ejército para mantener el orden interno, pero esencialmente al empleo de su justicia, regulando esta acción por leyes ajenas a las castrenses, como las conocidas como leyes
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En la práctica, no obstante las reiteradas manifestaciones del ministro de la Guerra y después presidente del Consejo de Ministros, Azaña, de que «El Ejército no era la prolongación de la Guardia Civil», nada más proclamarse la República, utilizando la heredada ley de Orden público, el día 16 de abril de 1931 graves incidentes en Sevilla obligaron a las autoridades a declarar el estado de guerra y tropas de infantería y caballería se situaron en los lugares estratégicos de la ciudad y procedieron a fijar el bando, se disponía que serían juzgados en juicio sumarísimo cuantos atentasen contra la libertad de trabajo, ataques a la propiedad o causaran perturbaciones de orden público. Poco después para asegurar la paz social en Barcelona con motivo del primero de mayo intervino el ejército y el mismo mes se declaró el estado de guerra en Madrid, Alicante, Cádiz, Málaga, Sevilla, Murcia, San Sebastián y Valencia. En los meses y años posteriores se siguió la misma conducta y después de sofocada la revolución de 1934, sucesos extraordinarios que motivaron un aumento de trabajo en los servicios de la jurisdicción militar y una acumulación excesiva de procedimientos, cuya resolución se fue retrasando, se publicó la orden de 24 de diciembre de 1935: «con el fin de obviar tal dificultad, consiguiendo al mismo tiempo la mayor eficacia de la jurisdicción de guerra que radica especialmente en su rapidez, sin que por ello se dañen las garantías fundamentales de todo procedimiento judicial». Los auditores por orden telegráfica debían exigir a todos los jueces instructores la mayor rapidez en la tramitación de las causas, prescindiendo de las diligencias que no eran necesarias y autorizando traslados para recibir declaraciones, evitando los exhortos. En las causas que se encontraban en estado de sumario, en las que había procesados presos, prescindiendo de los trámites que no fueran esenciales, había que elevarlas a consulta, para que con la misma rapidez las autoridades judiciales decidieran el sobreseimiento o la elevación a plenario. En las causas en plenario, sin dejar de observar los plazos establecidos, los funcionarios judiciales debían evitar el utilizar su totalidad y los auditores o fiscales, sin levantar la mano, despachar los asuntos con la mayor urgencia. Para evitar las repetidas suspensiones de los consejos de guerra, se tenía que nombrar un defensor suplente, y en general todas las autoridades militares debían proceder con la máxima rapidez y urgencia, considerando
de Orden Público. En 1835 entró en el ordenamiento español la figura del estado de sitio, por una disposición del ministerio del Interior, a la que siguió la de 1870.
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los asuntos de justicia prioritarios a todos los efectos y los auditores de guerra hacer uso de sus facultades disciplinarias cuando fuese preciso. El mismo 1935 también sufrió la justicia militar otra nueva reforma por ley de 17 de julio, que la reorganizaba conforme a la Constitución, el vigente código, las modificaciones introducidas en él por los decretos de 1931 y las comprendidas en el texto, que derogaban varios artículos de los anteriores, con relación a la intervención en materia de justicia de las autoridades militares. En tiempo de paz y en territorio no declarado en estado de guerra, correspondía a las autoridades militares superiores el conocimiento de la iniciación de los procedimientos previos, expedientes judiciales por falta grave y causas por delito de que debía conocer la jurisdicción de guerra en el territorio y fuerzas a su mando; nombrar los jueces instructores o confirmar los nombramientos. Terminados los sumarios, confirmar o disentir de las resoluciones de los auditores con las que decretaban el sobreseimiento; conformarse o disentir de las resoluciones de los auditores imponiendo correctivos por faltas graves; la designación de los vocales de los consejos de guerra, excepto el ponente, y señalar el día, hora y local donde se celebraban, y aprobar o disentir, previo dictamen del auditor, en los casos que estos no hubieran recurrido por su parte, las sentencias dictadas por los consejos de guerra. Para el despacho de los asuntos relacionados con sus atribuciones judiciales, la autoridad militar disponía en su cuartel general de un jefe del Cuerpo Jurídico con la denominación de secretario de justicia. En campaña en tiempo de guerra, en territorio declarado en tal estado o en el que tuviesen lugar operaciones de campaña o ejercían su actuación tropas de ocupación, la intervención de las autoridades militares superiores se extendía además a la inspección de toda clase de procedimientos judiciales, la confirmación de los nombramientos de los jueces de todas las causas, pudiendo designar otro si lo considerase conveniente, resolver los recursos contra las diligencias de procesamiento o contra prisiones decretadas y conceder la libertad provisional. En las materias que se refería este artículo, las atribuciones de las autoridades militares superiores, dentro de las normas constitucionales sobre competencia, tenían la extensión prevenida por el Código de Justicia Militar con anterioridad a la publicación de los decretos de marzo y junio de 1931. Las disconformidades entre los informes o resoluciones de las autoridades militares y los auditores debían elevarse a resolución a la Sala de Justicia Militar del Tribunal Supremo, en la que en sus vistas o reuniones asistían con voz y voto, además de los magistrados que la
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componían, dos generales de división en activo o en situación de primera reserva. Esta ley también rectificaba la de 1932 sobre reclutamiento de la oficialidad y atribuía al personal del Cuerpo Jurídico Militar carácter militar con categorías iguales a las del Ejército, que habían perdido en 1931. La ley de 26 de julio de 1935 modificó el articulado del código relativo a los delitos de espionaje y de la vista ante el consejo de guerra. Dispuso que estos eran públicos, «sin embargo, cuando por razones de moralidad y otros aspectos lo exigieran o cuando así convenga para la conservación del orden o de la disciplina, así como cuando se trate de los delitos de espionaje, la autoridad judicial podrá acordar que se verifique a puerta cerrada». También las autoridades competentes podían sin incurrir por ello en responsabilidad demorar la detención de los espías, suspender la tramitación de las denuncias y la incautación de las instalaciones o elementos de los que se valieran y las de sus cómplices, auxiliadores o encubridores, siempre que esas suspensiones o demoras tuvieran lugar por estimar que así conviene a los intereses de la defensa nacional. Además, las autoridades judiciales debían comunicar urgentemente al Estado Mayor Central, con carácter reservado para no comprometer el secreto del sumario, cualquier antecedente, dato, circunstancias, objetivos o personales que se averigüen con ocasión de la comprobación de los hechos que pudieran constituir alguna de las especies del delito, así como la detención de cualquier persona sospechosa. Estas mismas autoridades solicitaban todos los datos y antecedentes que pudieran existir en el Estado Mayor que guardasen relación con el caso y que pudieran servir para mejor resultado del procedimiento. A los fines peculiares de información para la persecución de estos delitos y la mejor organización y funcionamiento de los servicios preventivos y sin que ello significase intromisión alguna en el procedimiento judicial, cuando el Estado Mayor tuviese noticias de la detención de sospechosos o de algún sumario de esta especie, podía designar un funcionario para que de acuerdo con la autoridad judicial presenciase los interrogatorios e indicase los particulares que fueran conveniente esclarecer. El 17 de febrero de 1936, por acuerdo del Consejo de Ministros, se declaró en todo el territorio nacional, incluso en las plazas de soberanía, el estado de alarma y el 11 de julio siguiente comunicaba el Gobierno al presidente del Congreso de los Diputados que «Considerando necesario el Gobierno prorrogar por treinta días más el estado de alarma que se declaró por decreto de 17 de febrero último, con sujeción a lo preceptuado en la vigente ley de Orden Público, tengo el honor de ponerlo en
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conocimiento de VE. a los efectos de la autorización de las Cortes a que se refiere el art. 42 de la Constitución». En esta situación se inició la guerra el 18 de julio y fue el punto de partida para la evolución y desarrollo posterior de la justicia militar en los dos ejércitos, enfrentados durante tres años. Los párrafos posteriores se refieren exclusivamente a la justicia militar, mejor dicho al Código de Justicia Militar, porque no tratan de su aplicación, que fue motivo de muchos abusos; como tampoco de los excesos y crímenes ejecutados sin control durante la guerra, que únicamente tienen explicación en el irracional odio que separaba a ambos combatientes, que no pueden incluirse en el ámbito de la justicia. ZONA REPUBLICANA Primeras medidas Como primeras medidas para enfrentarse a la sublevación, la Gaceta de Madrid publicó el 19 de julio de 1936 los decretos, firmados el día anterior, que anulaban la declaración del «estado de guerra» en todas las plazas de la península, Marruecos, Baleares y Canarias donde se hubiera dictado. Quedando incursos en las máximas responsabilidades los infractores, relevadas de obediencia a los jefes facciosos las fuerzas militares, disueltas todas las unidades del Ejército que habían tomado parte en el movimiento insurreccional y licenciadas las tropas cuyos cuadros estaban frente a la legalidad republicana. Con la misma fecha, cesaban en el mando de la primera división orgánica el general Cabanellas; de la comandancia militar de Canarias el general Franco y de la inspección de Carabineros el general Queipo de Llano. El día 21 siguiente causaban baja definitiva en el Ejército, con pérdida de empleo, prerrogativas, sueldos, gratificaciones, pensiones, condecoraciones y demás que les correspondieran los generales Franco, Goded, Cabanellas, Queipo de Llano, Fanjul y Saliquet. El Gobierno, ante el acto de rebelión realizada por el buque de guerra de la Marina crucero Almirante Cervera, colocándose fuera de la ley, por decreto de 25 de julio lo declara excluido de las listas de la Marina y sin derecho a usar el pabellón español, perdiendo todo carácter militar la dotación que lo tripulaba, debiendo, en consecuencia, ser considerado como buque pirata, que podía ser detenido y apresado en alta mar o en cualquier puerto, para ser juzgados los tripulantes con arreglo a
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las normas internacionales que perseguían la piratería y conforme a la legislación penal del país que realizase la captura. El día 23 del mismo mes, un decreto declaraba «zona de guerra» todo el territorio del Protectorado español en Marruecos y plazas de soberanía, así como sus aguas jurisdiccionales, y otro del 10 de agosto lo ampliaba en consideración a las obligaciones contraídas por los convenios internacionales y la necesidad de reducir cuanto antes la rebelión: «A partir de la publicación de este decreto en la Gaceta de Madrid se consideran zonas de guerra y quedarán por consiguiente sometidos a bloqueo los territorios de las provincias de Canarias, Ifni y Colonia de Río de Oro, las plazas de soberanía de las costas marroquíes y las zonas de Protectorado e influencia confiadas a España en Marruecos y en la costa occidental de África». «Esta declaración será comunicada inmediatamente a las potencias extranjeras, para que surta todos los efectos, y muy especialmente a las signatarias del Acta de Algeciras, que impuso a España las obligaciones internacionales de las que aquella es consecuencia indeclinable». No obstante, no declaraba en los citados territorios ni en el resto de la península el «estado de guerra», como situación jurídica sujeta a la ley de Orden Público, y el 15 de agosto se prorrogaba por treinta días más el «estado de alarma», que se declaró el 17 de febrero pasado en todo el territorio nacional. Situación que se mantendrá hasta enero de 1939. Pero para juzgar los delitos de rebelión y sedición o los cometidos contra la seguridad del Estado por cualquier medio, previstos y penados en las leyes, se creó en Madrid, por decreto de 23 de agosto de 1936, un «tribunal especial» compuesto por tres funcionarios judiciales que debían juzgar como jueces de Derecho y catorce jurados que decidirían sobre los hechos de la causa. Los funcionarios judiciales los tenía que nombrar el Ministerio de Justicia, correspondiendo la presidencia del tribunal al de superior categoría, y a los jurados populares los designaban los partidos que formaban el Frente Popular y organizaciones sindicales afectas, atribuyéndose dos miembros a cada uno. «El procedimiento será sumarísimo y se acomodará a las reglas que previamente determine el propio tribunal al constituirse». Reglas que debían ser publicadas para conocimiento de cuantas personas compadecieran ante el tribunal, el cual podía modificarlas por acuerdo del pleno y en casos de notoria urgencia. El tribunal podía estar presidido por un solo magistrado, quien actuaba como juez de derecho. Quedaban derogadas cuantas disposiciones se oponían al decreto, que comenzaba
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a regir desde el día de su fecha y era de aplicación a todos los procedimientos en trámite y a los detenidos y presuntos culpables de los delitos expresados. Como complemento de estos tribunales populares especiales, por decreto de 10 de octubre, se organizaron con carácter de jurisdicción especial, y mientras durasen circunstancias de guerra, juzgados de urgencia que, con las debidas garantías procesales, entendían de aquellos hechos que, siendo por su naturaleza de hostilidad o desafección al régimen, no revestían carácter de delito. «Porque los autores de tales hechos constituyen un riesgo para la República en las actuales circunstancias y en ellos se ofrece un verdadero estado de peligrosidad que reclama la aplicación de medidas asegurativas». Esto juzgados debían constituirse por un presidente juez de derecho y los jueces de hecho designados por los partidos del Frente Popular y organizaciones sindicales. El procedimiento era sustancialmente el establecido para las faltas en la ley de Enjuiciamiento criminal. Ambos decretos poca o ninguna crítica jurídica podían soportar. Militarización Para encauzar el esfuerzo necesario para la guerra, reglamentar y organizar las milicias, por el decreto de 3 de agosto se crearon en Madrid los batallones de voluntarios, que podían extenderse a otras provincias si se estimaba necesario. Unidades que debían estar mandadas por oficiales y clases del Ejército, Guardia Civil, Asalto o Carabineros. Los voluntarios que iban de uniforme y llevaban un distintivo especial, tenían derecho a alojamiento, manutención y vestuario en las mismas condiciones que los soldados del ejército y disfrutar de sus mismos haberes y pluses; así como de los grados que hubieran adquirido en el servicio de las armas. Ningún voluntario podía abandonar el servicio mientras durase la campaña, pero sería dado de baja, con pérdida de todos los derechos, si su comportamiento no se ajustaba a las normas indispensables de obediencia y disciplina, sin perjuicio de las sanciones de otra índole en que pudieran incurrir. Poco después, para tratar de dar una solución a la caótica situación creada por la independiente y partidista actuación de las milicias, se procedió a su integración en el ejército regular con dos decretos de 28 y 29 de septiembre del mismo año. Por el primero pasaban a las escalas activas del Ejército todos aquellos jefes, oficiales y clases de milicias,
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que debidamente controlados por la Inspección General de Milicias, en cuanto se refería a su capacidad militar, como a su conducta social y política, fueran acreedores a ello. El segundo decreto disponía que «se inicia así la formación del futuro ejército del pueblo, pero para que este, desde sus comienzos, responda a su importante cometido, precisa, paralelamente, que las fuerzas que lo constituyan tengan los mismos derechos y deberes que corresponden a las fuerzas militares designados o ratificados por el pueblo, expresión de la necesaria disciplina en toda colectividad de carácter militar o social». Por ello, partir del día 10 de octubre siguiente, las fuerzas de milicias voluntarias del Ejército del Centro y a partir del 20 los demás, en tanto durasen las actuales circunstancias, tenían carácter, condición y fuero militar en todas las categorías y clases que las componían, y consiguientemente al expirar dicho plazo quedaban sometidas a los preceptos del Código de Justicia Militar y demás disposiciones de recompensa, punitivas y de procedimientos vigentes aplicables a las fuerzas militares permanentes del Ejército leal a la Nación. Los individuos que no deseaban sujetarse a esta nueva modalidad de las milicias voluntarias tenían que manifestarlo para proceder a su baja. El personal no militar adscrito a los servicios sanitarios, tanto en los frentes de combate como en la retaguardia, con excepción de las enfermeras, también queda comprendido en lo anterior y por lo tanto militarizado. Un mes después se dio el paso siguiente con la militarización de los organismos obreros que trabajaban en los servicios de retaguardia, «por disposición espontánea de las organizaciones y sindicatos afectos al régimen» según decía el decreto de 29 de octubre de 1936. Medida que se amplió a todos aquellos ciudadanos que se considerasen necesarios sus servicios para la defensa de los intereses públicos y también para aquellos que, careciendo de domicilio propio o siendo transeúntes, fuera conveniente aprovechar en forma útil para las necesidades de la campaña. Quedaban militarizados y puestos al servicio del Gobierno, con tal carácter militar, todos los ciudadanos varones de los veinte a los cuarenta y cinco años y con buen estado de salud; estando obligados a presentarse en los días y lugares que se les designase por disposición del ministro de la Guerra, de los generales de los ejércitos o divisiones o de los comandantes militares, y sometidos al fuero de guerra, con todos los derechos y deberes propios exigibles a los soldados del ejército leal a la causa de la República. Los individuos que desatendiendo la obligación de presentarse no concurrieran a los llamamientos efectuados por el ministerio de la Guerra, debían ser castigados como responsables de un
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delito de primera deserción simple, cometido en tiempo de guerra; con las penas que para cada delito señalaba el Código de Justicia Militar, sin que para ello se precisaba la lectura previa que determina el artículo 207 del mismo texto, a estos exclusivos efectos. Por el contrario, por un acto de desconfianza hacia los mandos del Ejército, el decreto de 17 de octubre traspasaba al ministerio de la Gobernación las facultades que el Código de Justicia Militar atribuía a los mandos militares para publicar bandos. Al mismo tiempo creaba unos juzgados de guardia, que posteriormente recibieron su cometido. Tribunales La orden de 8 de octubre de 1936 disponía: «la capital de la República sufre el asedio del Ejército faccioso que impone dotar de la máxima eficacia a los servicios militares y civiles, necesarios para la victoria». Declaraba el toque de queda en Madrid y establecía restricciones en la circulación nocturna, sin darle carácter marcial. Pero, el 5 de noviembre, el Ministerio de la Gobernación publicó un bando, haciendo uso de las facultades que le había transferido el decreto de 17 de octubre, por el que se manifestaba dispuesto mantener a todo trance el orden público, la seguridad colectiva y la regularidad de los servicios del Estado. Eran considerados como actos facciosos y repelidos por la fuerza, todos los hechos de violencia susceptibles de perturbar o que perturbasen el orden público y los cometidos contra edificios públicos o particulares, fábricas, bancos o establecimientos custodiados por las fuerzas de la República. Quedaba toda la población residente en Madrid sometida a lo establecido en el bando. Debían ser reputados como actos de adhesión a la rebelión militar y castigados con las penas que a los mismos señalaba el Código de Justicia Militar, el empleo de la violencia cuando causando perturbación en el orden público tuviere como objetivo alguno de los señalados anteriormente, los disparos de arma de fuego con propósito de producir alarma y las señales luminosas o no con ocasión del vuelo de aviones facciosos, la tenencia ilícita de armas en número que suponga depósito o de explosivos, materias incendiarias, gases o cualquier otro medio capaz de producir graves daños; la mera tenencia de emisoras de radio sin autorización legítima, el utilizar con fines de espionaje cualquier medio de expedir o recibir noticias, el repartir propaganda facciosa, el difundir con intención hostil a la República noticias que produzcan alarma o depresión
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en el espíritu público; el establecer depósitos de piezas o armamentos, pertrechos, materias, insignias o uniformes susceptibles de ser utilizados para cooperar al movimiento rebelde; la mera tenencia, sin autorización de documentos, planos o escritos referentes a las operaciones militares y el realizar subrepticiamente, con disfraz, falsedad u otro medio, actos expresamente prohibidos u otros que no lo estén, cuando existan claras sospechas del propósito de cooperar al movimiento insurreccional. Estaban considerados como actos de auxilio a la rebelión y sancionados con las penas que establecía para ellos el Código de Justicia Militar: los enumerados anteriormente en los que concurriesen circunstancias que aminoraban su gravedad o faltaba alguno de los elementos requeridos; los que causaban o podían causar desperfectos en las vías o medios de comunicación, líneas telefónicas, etc. y los que tendían a impedir o perturbar el abastecimiento de artículos de primera necesidad o servicios de carácter público; los de sabotaje y demás con propósito de alterar las condiciones de trabajo o producir discordia entre los obreros; los de injuria, insulto, amenaza, desacato o calumnia contra las autoridades militares y civiles, fuerzas armadas u organismos políticos o sindicales, sea cualquiera el medio empleado; la tenencia ilícita de armas, los contrarios al orden público, las denuncias falsas por móviles de resentimiento o venganza personal; los registros domiciliarios o detenciones practicados sin la debida autorización o rebasando el objeto de esta, los de pillaje y apropiación indebida; los realizados con fines derrotistas, los de excitación a cometer cualquiera de los hechos enunciados y la apología de los mismos. Los reos de los delitos comprendidos en este bando debían entregarse a los juzgados de guardia, que establecieron los decretos del 17 de octubre y sometidos a juicio sumarísimo con arreglo al código castrense. El decreto de 7 de mayo de 1937 establecía que «la Jurisdicción penal militar será ejercida por las autoridades y tribunales que determina este decreto». Creaba «los Tribunales Populares de Guerra» para juzgar los siguientes delitos militares, cometidos por militares: sedición, insubordinación, extralimitaciones en el ejercicio del mando, abandono de servicio, negligencia, denegación de auxilio, delitos contra los deberes del centinela, abandono de destino o residencia, deserción, delitos contra el honor militar y fraude. También conocían de todos los demás delitos militares previstos en el código, de los de espionaje que definía y sancionaba el decreto de 13 de febrero de 1937 y de los delitos comunes que cometiesen en operaciones de campaña o en ocasión de las mismas los militares que prestaban servicios efectivos en fuerzas del ejército,
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exceptuándose los de rebelión militar y los que por el código causaban desafuero. Se consideraban operaciones de campaña toda actividad desarrollada por las fuerzas armadas del ejército contra enemigos exteriores o sediciosos, y debía entenderse que el delito había sido cometido en ocasión de ellas cuando se realizaba durante el curso de las mismas, con infracción de los deberes que impone al militar su permanencia en el Ejército o su ejecución era susceptible de perturbar o perturbase el normal desarrollo de dichas operaciones. Cualquiera que fuera la categoría o clase de la persona delincuente eran juzgados por el tribunal correspondiente al sector, subsector, división o cuartel general donde hubieran realizado el delito. Siempre que en los preceptos del código o de las leyes penales comunes se empleasen las expresiones de «zona de guerra», «en tiempo de guerra», «estado de guerra» u otras análogas, se entendía de aplicación dichos preceptos por todo el tiempo que durasen las operaciones de campaña que se realizaban para combatir el movimiento insurreccional, con independencia del estado jurídico de la nación en relación con la ley de Orden Público. Para la vista y fallo de los sumarios seguidos a tenor de lo previsto en este decreto, se constituían los tribunales populares formados por un presidente, el delegado del Comisariado General de Guerra que actuaba en el sector, división o cuartel general o quien aquel designase; un vocal técnico, funcionario jurídico o, en su defecto, militar que fuera letrado y tres vocales militares, de la categoría igual o superior al inculpado. Cuando fueran varios los inculpados debía procurarse que los vocales fueran de categoría igual o superior a la del más caracterizado de ellos. El auditor determinaba la categoría de los miembros del tribunal dentro de los límites previstos y por sorteo se verificaba el nombramiento de los vocales titulares y suplentes. Actuaba de fiscal un funcionario jurídico o en su defecto un militar letrado y el acusado designaba libremente al defensor entre abogados o militares, pudiendo designar también a un hombre bueno. Si no lo hiciese, el juez le presentaba una relación de militares, preferentemente letrados, para que entre ellos lo designase; caso de negarse, lo nombraba el auditor. Los sumarios se tramitaban con arreglo a las normas del código con las modificaciones establecidas en el decreto y el fallo se notificaba a las partes, salvo que la pena fuera de muerte, en cuyo caso se practicaba una vez firme el acuerdo de ejecución. Las sentencias habían de someterse a la aprobación del auditor, del jefe militar y del delegado del comisario de guerra, quienes emitían su dictamen por este
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orden. Obtenida la triple conformidad la sentencia era firme, pero en el caso de disentir aquellos entre sí o con la sentencia, se debía elevar a la Sala Sexta del Tribunal Supremo, que resolvía definitivamente. Si la pena fuera la de muerte, no era firme hasta recibir el enterado del Gobierno. Para la constitución de los tribunales populares en plazas o fortalezas sitiadas, bloqueadas o de difícil comunicación, se seguía las normas del código adaptadas a este decreto. Las faltas militares graves definidas y sancionadas en el código, eran corregidas por un consejo de disciplina compuesto por un presidente, jefe u oficial, nombrado por el jefe militar del sector, división o cuartel general, y de dos vocales entre los de la categoría del culpable, siempre que, por lo menos, pertenecieran a alguna de las categorías del Cuerpo de Suboficiales. Designados uno por el jefe del cuerpo o unidad a que pertenecía el infractor y otro por el delegado del comisariado de guerra. En caso que el acuerdo del consejo no fuera unánime, su ratificación, rectificación o anulación correspondía con fallo inapelable al jefe militar que ordenó la celebración del consejo, previo dictamen del auditor. La responsabilidad criminal se extinguía, además de por lo dispuesto por el código militar, por la rehabilitación penal militar. En su virtud, los militares procesados o condenados en tiempo de campaña a penas de cualquier naturaleza, excepto la de muerte, o esta misma si les fuera conmutada, podían ser destinados a su instancia, previo informe del auditor y por acuerdo del Consejo de Ministros, al puesto de servicio que se considerase conveniente, en que debían ser objeto de la debida observación durante un periodo mínimo de seis meses, y si por su valor, disciplina al frente del enemigo, respeto a las instituciones de la República y arrepentimiento se les conceptuase merecedores de ello, eran propuestos por el jefe superior para la rehabilitación. Debía ser acordada por el Gobierno, previo informe del Tribunal Supremo, instruyéndose para ello un expediente de carácter judicial, ajustado a los trámites establecidos para los de indulto, pues producía los mismos efectos, pero que se revocaba en caso de reincidencia. Sin perjuicio de lo dispuesto en el decreto de 1936, transfiriendo al ministerio de la Gobernación las facultades que el Código de Justicia Militar confería a las autoridades militares para dictar bandos, estas autoridades conservaban esta facultad en casos excepcionales y previa autorización del Ministerio de la Guerra. Quedaban derogadas varias disposiciones de la República y el artículo 207 del código, por el que la ignorancia de las leyes penales militares no excusará de su
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cumplimiento, debiendo, sin embargo, velar los jefes militares, bajo su estricta responsabilidad, para que les fueran leídas a todos los soldados. El decreto de 18 de junio de 1937 modificaba los delitos y el de 21 siguiente modificaba preceptos del código y establecía como excepción de los delitos que conocían los tribunales militares la rebelión. En consecuencia, debían inhibirse a favor de la jurisdicción ordinaria, no solamente en el caso de rebelión, sino de auxilio, inducción, etc., que comprendía el código castrense. El del día 22 organizaba un tribunal especial de espionaje y regulaba los actos que entraban dentro de este concepto, y el del 26 del mismo mes no solo ampliaba los delitos en que debía instruirse el sumario por el procedimiento sumarísimo, sino que modificaba sus trámites. Poco duraron los tribunales populares de guerra. El decreto de 21 de octubre de 1937 alteraba el de 7 de mayo pasado, modificando radicalmente el ejercicio de la jurisdicción castrense, haciendo desaparecer totalmente los consejos de guerra tal como los regulaba el Código de Justicia Militar5 y los artículos relativos a los jueces de instrucción, fiscales, secretarios y defensores. Justificaba la reforma en «Las exigencias de la lucha mantenida por las fuerzas armadas de la República contra la rebelión que ensangrienta los territorios nacionales, determinan la conveniencia de reformar la estructura y el funcionamiento de la justicia militar, recogiendo la experiencia de las disposiciones dictadas con posterioridad al diecisiete de julio de 1936 y dando un sentido de sencillez y de eficacia a los órganos de esa justicia, la cual debe funcionar cerca del justiciable, dentro de los ejércitos de operaciones, por razones de ejemplaridad. Además, es necesario que en la administración de la justicia militar intervengan elementos que representen la competencia técnica y la especialidad adecuada, A la vez, procede corregir en actuación sumarial el diligente esclarecimiento de los hechos, de tal suerte que no le estorbe una lentitud no exigida por la recta instrucción, sin que la celeridad necesaria impida la profundidad de las investigaciones. Todo esto puede lograrse con tribunales que, por su carácter permanente no originen dificultades de constitución y que por la calidad de los funcionarios que los integren, aseguren las garantías de acierto. A ello tiende
A principios del reinado de Felipe V, en 1701 se publicó la Ordenanza llamada primera de Flandes, que introdujo en el Ejército español la novedad del consejo de guerra. Para castigar los delitos esencialmente militares se entendía que era necesario un tribunal de carácter profesional, técnico-militar; circunscrito en su origen para juzgar a la tropa y ampliado posteriormente a todas las clases del Ejército.
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el presente decreto que conserva, con modificaciones de detalles y perfilando su actuación propia, el procedimiento sumarísimo». La jurisdicción penal militar era ejercida en la zona de los ejércitos y en la del interior por: «tribunales permanentes de Ejército», «tribunales permanentes de Cuerpo de Ejército», «tribunales permanentes de unidades independientes» y «de las zonas del interior» que tenían competencia para conocer de los mismos delitos militares que los tribunales populares de guerra anteriores, salvo que quedaban excluidos los de espionaje. Los tribunales permanentes de Ejército conocían de los delitos de su competencia cometidos por militares que, cuando menos, tuvieran la categoría de mayor o asimilado; los de Cuerpo de Ejército de los delitos cometidos por oficiales, clases, soldados y asimilados; los de unidad independiente y de las zonas del interior tenían dentro del territorio correspondiente la competencia atribuida a los de Ejército y Cuerpo de Ejército. Los delitos comunes que debían conocer los tribunales militares, eran siempre de la competencia de los tribunales permanentes de Ejército o, en su caso de unidad independiente y zona del interior. Las faltas militares graves sancionadas en el código y en disposiciones especiales seguían las mismas reglas de competencia de los tribunales. Los tribunales de Ejército, unidad independiente y zonas del interior estaban compuestos de un auditor-presidente del Cuerpo Jurídico Militar, en cualquiera de las dos escalas, activa o de campaña; de un vocal militar, con la categoría de jefe; otro vocal, comisario político con la categoría mínima de comisario de batallón, y de un secretario relator instructor del Cuerpo Jurídico. Los tribunales de Cuerpo de Ejército tenían la misma composición, salvo que la categoría de los vocales podía ser la de oficial. El auditor-presidente tenía conjuntamente las facultades y obligaciones que el código atribuía al presidente y vocal ponente de los consejos de guerra, y el secretario relator las de los jueces instructores. En cada tribunal permanente había una fiscalía, constituida por funcionarios del Cuerpo Jurídico Militar, con las facultades y obligaciones que los preceptos legales les señalaban. Correspondía al ministro de Defensa Nacional designar a todo el personal de estos tribunales. El procedimiento se iniciaba con un parte, denuncia o querella que promovía el fiscal y que el auditor-presidente pasaba al secretario relator para practicar las diligencias procedentes. Acordada la celebración de la vista y notificada a los encartados para designar defensor, el secretario exhibía los autos durante cinco días comunes al fiscal y defensas.
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Durante la vista se practicaban las pruebas admitidas, después los informes, que no podían durar cada uno más de una hora, y oídas las alegaciones de los procesados, el tribunal dictaba sentencia, por unanimidad o mayoría de votos, que era redactada por el auditor- presidente. Sentencias que no eran firmes hasta ser aprobadas, previo informe del asesor jurídico, por el jefe militar y el comisario respectivo. En caso de disentir estos de la sentencia, se elevaba la causa al Tribunal Supremo. Sin embargo, las sentencias dictadas sobre delitos comunes por los tribunales competentes, eran firmes sin la aprobación citada, pero podía interponerse ante el Supremo los recursos de casación por infracción de ley o quebrantamiento de forma. Para pronto castigo y ejemplaridad, eran juzgados por los tribunales militares en juicio sumarísimo los reos de flagrante delito militar con pena señalada de veinte años a muerte. A tales efectos se debía tener presente lo establecido en el código, además, sin perjuicio de lo dispuesto en los bandos de los jefes militares, eran juzgados en juicio sumarísimo los reos de los delitos de deserción. Para dar rapidez al proceso, el auditor-presidente que recibía parte, denuncia o querella sobre hechos que, a su juicio, debían tramitarse por este procedimiento, disponía lo necesario para que sin dilación el secretario, o en casos excepcionales el jefe u oficial designado, procediese a la instrucción de la causa; orden de proceder que se comunicaba al fiscal para que pudiera presenciar todas las actuaciones. Acordado la celebración del juicio sumarísimo y nombrado el defensor, durante un tiempo no superior a cuatro horas, podía con el fiscal examinar las actuaciones y proponer pruebas. Terminada la vista, el tribunal en sesión secreta dictaba sentencia, en tanto el relator levantaba el acta del juicio, que firmaban con él los demás componentes. Las sentencias una vez aprobadas por el jefe militar y el comisario eran ejecutivas y las de pena de muerte, si su inmediato cumplimiento fuese aconsejado por las circunstancias, a juicio del jefe militar y el comisario, podían cumplirse sin esperar el enterado del Gobierno; pero fuera de este caso, se notificaba la sentencia al Ministerio de Defensa Nacional por el medio más rápido y no se ejecutaba hasta recibir la autorización correspondiente. En los juicios sumarísimos, el instructor no estaba obligado a someterse en las diligencias a las formas habituales de procedimiento, bastando que expusiese con claridad las declaraciones recogidas, los datos reunidos y los acuerdos adoptados. La duración del procedimiento no podía exceder de noventa y seis horas. En las plazas sitiadas o bloqueadas y en fuerzas aisladas, el jefe militar asumía las facultades judiciales
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y oído el comisario político y el asesor, si los hubiere, constituirá un tribunal con las mismas atribuciones que los de una unidad independiente. En los cuarteles generales que tenían adscrito algún tribunal, actuaba como asesor del jefe militar un jefe u oficial del Cuerpo Jurídico Militar, nombrado por el Ministerio de Defensa; siendo sus facultades las no judiciales atribuidas a la auditoría de guerra, como informar en expedientes administrativos, de reclutamiento y gubernativos, y sobre la aprobación o disentimiento de las sentencias que fueran elevadas a los jefes militares. Estos asesores dependían directamente del asesor jurídico del ministerio, quién además tenía a su cargo la inspección general de los tribunales militares, sin perjuicio de las facultades de la Sala Sexta del Tribunal Supremo. Volvía a recordarse que estaban excluidos de la competencia de los tribunales permanentes, dejando para la jurisdicción civil, aquellos delitos que atacaban más fundamentalmente al Estado, poniendo en peligro, por su importancia y gravedad, las instituciones del régimen, como los de rebelión y espionaje. En un texto de la Escuela Popular de Guerra de Barcelona aparece el curioso comentario: «Uno de los mayores aciertos del decreto fue sin duda la constitución de los tribunales permanentes. Los tribunales así formados, forman una semejanza real de nuestro Ejército: el aspecto militar, técnico militar, en el vocal militar. El pueblo, con su deseo de defensa al soldado con el vocal comisario. El elemento técnico jurídico, presidiendo y siendo el ponente, el rector, el director de la marcha jurídica del tribunal. No olvida nada el legislador y así organizados los tribunales podrán prestar un servicio importantísimo a la justicia militar. Lo que hay que desear es que los vocales se adentren cada uno en el papel importante y diverso que en el tribunal tienen señalado y se sopesen las distintas orientaciones con que cada vocal ha de ver y señalar los casos». «Queremos hacer resaltar esto, porque de ello dependerá el prestigio de la nueva justicia militar. Un tribunal permanente modelo no será aquel en que los vocales y el presidente se constituyan en una reunión de amigos para resolver sin discusión los casos. Un tribunal permanente modelo será aquel, en cambio, en que el vocal militar trate de velar por la disciplina, por los efectivos militares, porque el tribunal sea la mejor salvaguardia de esa gran unidad que se llama ejército, y de sus postulados principales y básicos; en que el vocal comisario cuide de estudiar las necesidades de los acusados, los casos subjetivamente considerados, las circunstancias en que los hechos se cometieron, velando por la tropa y su moral; y en que el presidente vele, en cambio, por el cumplimiento de
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la ley, siendo el magistrado responsable del tecnicismo del fallo, de que se acomode a la legislación penal. Los tres vocales del tribunal tienen una distinta función y han de aportar sus distintos conocimientos con un solo objeto: la justicia». Para la ejecución de este decreto se publicó la instrucción de 15 de diciembre siguiente, sobre «Organización, atribuciones y funcionamiento de los tribunales militares permanentes y de las asesorías de los ejércitos y demarcaciones del interior». Lo mismo que la orden de 29 de octubre de 1938, que entre otros asuntos regulaban el Cuerpo Jurídico Militar y los elementos auxiliares. Delitos de deserción El delito de deserción ha sido tradicionalmente en el Ejército español el que encabezaba las estadísticas de criminalidad militar y el que más tinta gastaba y espacio consumía en los tratados de justicia castrense, pero durante esta guerra alcanzó tal incidencia que se convirtió en uno de las más graves problemas del Ejército republicano. Al año de operaciones el decreto de 18 de junio de 1937 trató de cortar esta sangría reuniendo bajo el mismo título este delito y otros que atentaban gravemente a la disciplina, otra de las lacras que padecían las unidades: «La necesidad de asegurar la disciplina a todo trance, lograda en las filas de los defensores de la República con la organización del Ejército popular, exige su afianzamiento, mediante las normas penales de orden militar necesarias para que en todo momento tengan su adecuada sanción las infracciones de la disciplina que se cometan». Para ello, era considerado como delito de deserción frente al enemigo, la falta de incorporación de los reclutas al ser llamados a filas, dejado transcurrir tres listas; la ausencia del cuartel, residencia o de filas, no hallándose en acto de servicio, por el mismo tiempo; el abandono del puesto mandando o formando parte de una guardia, patrulla, avanzada o de cualquier fuerza en servicio de armas o servicio en aparato telegráfico, telefónico o cualquier clase de comunicaciones al frente del enemigo, rebeldes o sediciosos en campaña o en zona de guerra; el abandono de destino o residencia por los oficiales; la inutilización voluntaria para eximirse del servicio militar o que con medios supuestos o cualquier otro pretexto se excuse de cumplir sus deberes; el facultativo que libere certificado falso con el fin de eximir a una persona del servicio militar; el que encontrándose en acción de guerra o dispuesto para entrar en
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ella fuera el primero en volver la espalda al enemigo; el militar que en actos del servicio o con ocasión de él maltratare de obra o de palabra a un superior en empleo o mando y el que al frente del enemigo, rebeldes o sediciosos desobedezca las órdenes de sus superiores relativas al servicio. El decreto establecía penas desde el internamiento en campos de trabajo a la de muerte, sin perjuicio de que los que no sufrieran la última pasaban a prestar su servicio en batallones disciplinarios. El abandono de las filas y el paso a la zona nacional iban acrecentando el problema, situación que reconoció una orden de la Presidencia del Consejo de Ministros de 8 de abril de 1938: «En los actuales momentos en que la República necesita el concurso de todos los ciudadanos en funciones de guerra y, de manera especial, en el deber fundamental de defender con las armas las libertades populares, ningún español puede eludir, bajo pretexto alguno, el servicio de guerra que le corresponda» y «Como algunos, faltando a su deber militar, han abandonado el frente y se mantienen en retaguardia con la tolerancia explicita de sus conciudadanos, para evitar que el mal ejemplo cunda, he dispuesto que se pongan en práctica las siguientes medidas». Se crearon los centros de recuperación de personal, dependientes de los ejércitos o de la Subsecretaría del Ejército de Tierra, según la zona donde estaban enclavados, y establecía la obligación de las autoridades locales, centro fabril o entidad de cualquier orden, de dar cuenta a la autoridad militar de toda persona que se encontraba en el término municipal que por su edad le correspondía prestar el servicio militar, bien directamente en las poblaciones menores de diez mil habitantes o, en las mayores, auxiliados por las delegaciones de la Dirección General de Seguridad o de la Comisaría General de Recuperación. Concedía el plazo de setenta y dos horas para que todos los que se hallaban indebidamente fuera de filas se presentaran en los centros de recuperación o en los de reclutamiento más próximo. Pasado este tiempo, todos los que se encontrasen eludiendo el servicio militar sin plena justificación debían ser entregados a los tribunales militares para ser juzgados por «el delito de alta traición». Quedaban caducados todos los permisos y la situación de alta y cura, debiendo incorporarse todo el personal a su destino en un plazo no mayor a cuarenta y ocho horas; teniendo en cuenta que incurrirán en el mismo delito si no lo hacían. Ningún jefe, oficial, ni clase de tropa, podía desplazarse fuera de la zona de acción de su unidad sin llevar un documento, en el que taxativamente se le hubiera concedido el lugar y
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el tiempo de la comisión. Para atender al cumplimiento estricto de esta orden en todas las comandancias militares se nombraba un servicio de vigilancia para control del personal transeúnte. Todos los jefes y oficiales que se hallaban en situación de disponible tenían que presentar en el plazo de setenta y dos horas solicitud de destino y ninguna unidad estaba autorizada para justificar mayor número del que le correspondía en plantilla. Las autoridades locales civiles estaban obligadas a velar por el cumplimiento de lo establecido, dando parte urgente por telégrafo o teléfono a la autoridad militar más próxima y las que consientan estas infracciones debían ser juzgadas como cómplices del delito de deserción. El decreto de 16 de agosto de 1938 fue consecuencia de que las distintas disposiciones del Ministerio de Defensa Nacional en orden a la regulación del voluntariado, recuperación de personal y encauzamiento de situaciones creadas en los frentes de combate, hubieran motivado contrapuestas interpretaciones en su aplicación por los diversos tribunales de justicia, tanto civiles como militares. Se trataba de salir al paso de la confusión y evitar llegar a contradictorias resoluciones; al mismo tiempo, que la experiencia aconsejaba reiterar el contenido de las leyes, sin que los términos gramaticales de las circulares dadas para su ejecución pudieran, en modo alguno, ser entendidas más que como aplicación adecuada de ellas. Las razones expuestas se consideraban fundamento bastante para la publicación de este decreto, mas a ellas se sumaba la fecha en que fue concedido y otorgado. La necesidad de la República de poder oponer un Ejército regular a quienes se sublevaron hacía dos años, aconsejaba recoger precisamente en estas fechas un sentido de generosidad que permitiese reintegrar al cumplimiento de sus deberes militares a aquellos que por motivos diversos no respondieron a su llamamiento cuando fueron movilizados. El decreto concedía un plazo que expiraba el quince de septiembre a todos los individuos pertenecientes a los remplazos movilizados no incorporados o que hubieran abandonado sus destinos, para que se presentasen en los centros de reclutamiento, autoridades, jefes o directores de los establecimientos penitenciarios, campos de concentración y brigadas de fortificación. Los tribunales de todas clases debían sobreseer los expedientes incoados contra los prófugos y desertores hasta el 19 de julio de 1938. Igualmente, tenían que revisar de oficio todos los juicios en los cuales hubieran sido penados los hechos citados, cualesquiera que fuese el estado de las causas, incluidas las que hubieran recaído sentencia firme. Los interesados, los defensores y sus padres o tutores, si fueran menores
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de edad, estaban facultados para instar la formación de expediente de revisión, y los reclusos o incluidos en batallones disciplinarios podían presentar su instancia al jefe de unidad o establecimiento. Quedaban solamente excluidos de los beneficios del decreto el delito de deserción frente al enemigo y el cometido por militar que hubiera intentado pasarse al enemigo. En los casos en que los tribunales juzgasen hechos determinantes del delito de deserción, debían tener en cuenta necesariamente, consignándolo bajo pena de nulidad en las sentencias, si el individuo se presentó voluntariamente o fue detenido, sus antecedentes militares, ciudadanos, políticos, sindicales, personales y familiares, si se trataba de autor, cómplice o encubridor y si el delito se consumó, quedó frustrado o solo hubo tentativa. De igual modo debían considerar los tribunales el carácter del delito, la diversidad de conductas y todas las modalidades que recogía el código castrense, usando para ello del arbitrio que les atribuía, con el fin que las infracciones fueran sancionadas sin la injusticia que podía derivarse de interpretaciones literales opuestas al sentido de la ley. Pero con la adecuación y severidad que exigían en cada caso las propias circunstancias del hecho delictivo. En las sentencias tenían que figurar las circunstancias necesarias para clasificar a los procesados como desertores frente al enemigo, al enemigo, al extranjero, desafectos y otros motivos singulares y expresos de ejemplaridad que debían tenerse en cuenta. Porque la aplicación de este decreto de 16 de agosto planteaba cuestiones jurídicas y procesales de la mayor importancia, se estimó conveniente hacer las oportunas prevenciones, por medio de la circular del Tribunal Supremo del siguiente día 31, dando sentido de unidad a las resoluciones que se dictasen con arreglo a lo dispuesto en esta norma. La circular comprendía algunas instrucciones de orden general que debían tener presente todos los jueces y tribunales. Unas que afectaban especialmente a los tribunales del Ejército y Marina y otras al Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición, al de igual índole de Cataluña y a los tribunales especiales de guardia. El sentido y alcance de la disposición lo expresaba la exposición de motivos al destacar el momento en que se dictaba y el propósito de generosidad que lo inspiraba. «La República se muestra generosa porque es fuerte, en tales circunstancias se dicta el decreto que permite reintegrarse al cumplimiento de sus deberes militares a los que por motivos diversos no respondieron al llamamiento de la ley cuando fueron movilizados», «Jurídicamente, este decreto, sin ser una amnistía, produce los
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mismos efectos legales que si lo fuera, porque determina en unos casos el sobreseimiento por extinción de la acción penal, en otros la revisión de las sentencias por extinción de la responsabilidad contraída y en algunos la suspensión del procedimiento hasta que se cumpla el requisito de presentación que condiciona el otorgamiento de la gracia». Era, por consiguiente, una gracia condicionada, siendo la condición de más relieve el arrepentimiento del presunto reo, acreditada por la rectificación de su conducta anterior, que dejaba de ser delictiva si se reintegraba al cumplimiento de sus deberes militares. Voluntad que habían de expresarla los interesados inequívocamente, bien presentándose o solicitando el sobreseimiento o la revisión por sí, por allegados o defensores, a cuyo efecto a los privados de libertad se les debía dar conocimiento del decreto. Esto obligaba a que los jueces y tribunales dejasen constancia en las actuaciones de tan importante requisito. Para que el decreto tuviera la debida efectividad y los tribunales encargados de aplicarlo pudieran hacerlo con las máximas garantías de acierto, se llamaba la atención respecto a la diversa naturaleza de los preceptos que lo integraban. Un primer grupo, que eran los que otorgaban a prófugos y desertores los beneficios que constituían el objeto del decreto, fueron de carácter excepcional y por lo tanto debían interpretarse restrictivamente, no ampliando sus beneficios a personas y delitos que no se hallaban comprendidos de un modo expreso en sus disposiciones. El segundo grupo era de carácter procesal y señalaba los requisitos específicos que tenían que contener en lo sucesivo las sentencias que se dictasen en los procesos por delitos de deserción, sin que se modificase la legislación sustantiva vigente sobre el particular. Por último, el decreto contenía una cláusula derogatoria de cuantos preceptos se oponían. Los beneficios solo podían ser concedidos a los prófugos y desertores que se encontraban dentro de las condiciones fijadas en el decreto, quedando excluidos de los mismos los participantes en los expresados delitos en concepto de inductores, cómplices, auxiliares o encubridores. Ello era aplicación del fundamento de la gracia, que tenía como justificación el arrepentimiento del reo, manifestado por el hecho de su reincorporación a filas; quienes, por no tener la edad militar o por cualquier otro motivo, se encontraban en la imposibilidad de reparar su conducta, no les alcanza el beneficio. La característica de este decreto era obtener, a cambio de la gracia, la prestación del servicio militar.
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Declaración del estado de guerra en la zona central Terminada la reunión el Consejo de Ministros el 22 de enero de 1939, bajo la presidencia de Negrín, se dio a conocer a la prensa: «El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona. El Consejo de Ministros ha examinado la situación creada por la ofensiva de invasores y rebeldes, acordando nombrar una ponencia, compuesta por el ministro de Trabajo, consejero de asistencia social de la Generalidad y el alcalde de Barcelona, para proceder a organizar la evacuación ordenada y metódica de la población civil afectada por las obras de fortificación y defensa. Finalmente el Gobierno acordó declarar el estado de guerra en todo el territorio de la República». El mismo día se publicó el bando: «Don José Miaja Manat, general del Ejército republicano, jefe del Grupo de Ejércitos de la Región Centro, hago saber: De conformidad con lo dispuesto en el decreto de esta fecha queda decretado el estado de guerra en todo el territorio dependiente de esta zona central, o sea las provincias de Valencia, Alicante, Murcia, Almería, Jaén, Granada, Córdoba, Badajoz, Ciudad Real, Toledo, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Teruel, Castellón y Albacete y, en consecuencia, con arreglo a lo prevenido en el párrafo tercero del artículo 95 de la Constitución de la República Española y en los artículos 53 al 58 y 61 de la ley de Orden Público, ordeno y mando». Por el artículo primero quedaba declarado el estado de guerra en toda la zona que comprendían las provincias citadas. Estaba prohibida la formación y circulación de grupos de tres o más personas, que serían disueltas por la fuerza si se resistían, considerando en este caso, si desobedecieran, como rebeldes o sediciosos; quedaba prohibido aproximarse desde la puesta a la salida del sol a las vías férreas, de energía eléctrica, conducciones de agua, cuarteles, polvorines y dependencias militares, bancos y establecimientos fabriles e industriales y edificios públicos. También debían ser repelidos por la fuerza sin previa intimidación todos los actos de violencia realizados contra ellos y en general todos los atentados contra los medios de acción y vida del ejército. Quedaban sometidos a la jurisdicción de guerra y juzgados con arreglo a los preceptos legales correspondientes, como actos contrarios al
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orden público: «los delitos de traición, espionaje, rebelión, sedición y sus conexos, los atentados y resistencia a la autoridad y sus agentes, cuantos actos causan o tienden a causar desperfectos en las vías de comunicación, líneas telegráficas, telefónicas, radio o a impedir la circulación de medios de transporte o abastecimiento de artículos de primera necesidad o servicios de carácter público y cualquier coacción colectiva o tumultuaria contra la libertad de trabajo; los de incendio, robo o cualquier otro atentado contra las personas o la propiedad, cualesquiera que sean la clase de medios utilizados para realizarlos; los de agresión, injuria, insulto o amenaza a todo militar o asimilado que desempeñe funciones propias del servicio o cumplimentar órdenes, cualquiera que sea su graduación, cuyos delitos se considerarán de insulto a la fuerza armada, y los actos que exciten a cometer los delitos comprendidos en este bando». De todos los delitos enumerados, cuya competencia con anterioridad estaba atribuida a tribunales de las jurisdicciones especiales u ordinarias no militares, podían los tribunales militares inhibirse para que continuasen aquellos su tramitación durante la vigencia del bando, en auxilio de la justicia y por delegación de la jurisdicción de guerra, sin perjuicio de que los tribunales militares pudieran recabar o retener el conocimiento de cualquiera de los aludidos delitos en todo momento. Las jurisdicciones aludidas no militares continuaban conociendo de todos los procedimientos en tramitación por hechos anteriores y de los enviados en inhibición de los tribunales militares, siempre que no fueran de la competencia exclusiva de estos por tratarse de un delito típicamente militar. Los reos de los delitos que juzgase la jurisdicción de guerra aprehendidos in fraganti lo eran en procedimiento sumarísimo. Las autoridades y corporaciones civiles continuaban funcionando en todos los asuntos que no estaban relacionados con el orden público, limitándose en este a las facultades que la autoridad delegase. ZONA NACIONAL Declaración del estado de guerra El 18 de julio de 1936 en varias provincias sublevadas se declaró el estado de guerra con arreglo a ley de Orden Público, como en Valladolid: Don Andrés Saliquet Zumeta, general de división y jefe de las fuerzas armadas de la 7ª División. Ordeno y mando: «Queda declarado el
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Estado de Guerra en todo el territorio de esta división y, como primera consecuencia, militarizadas todas las fuerzas armadas, sea cualquiera la autoridad de que dependían anteriormente, con los deberes y atribuciones que competen a las del Ejército sujetas igualmente al Código de Justicia Militar». No precisaba intimidación ni aviso para repeler por la fuerza las agresiones a las fuerzas armadas, a los locales por ellas custodiados, atentados o sabotajes y para impedir los intentos de fuga de los detenidos. Quedaban sometidos a la jurisdicción de guerra y tramitados por procedimientos sumarísimos los hechos citados, los delitos de rebelión, sedición y los conexos de ambos; los de atentado y resistencia a los agentes de la autoridad; los de desacato, injuria, calumnia y amenaza a los anteriores, personal militar o militarizado cualquiera que fuera el medio empleado; los cometidos contra los que desempeñaban funciones de servicio público y los de tenencia ilícita de armas. Se consideraban también como autores de los delitos anteriores los incitadores, agentes de enlace, repartidores de propaganda subversiva, los dirigentes de las entidades que patrocinaban o fomentaban tales delitos, así como los que tomasen parte en atracos y robos a mano armada o cualquier otra coacción o violencia. Estaban totalmente prohibidos el lockout y huelgas; se consideraba como sedición el abandono del trabajo, el uso de bandera, insignias, uniformes y distintivos que fueran contrarios a este bando, las reuniones de cualquier clase y manifestaciones públicas. Debían ser depuestas las autoridades que no ofrecieran confianza o no prestasen el auxilio debido y quedaban en suspenso todas las leyes y disposiciones que no tuvieran fuerza de tales en todo el territorio nacional, excepto las que por su antigüedad eran ya tradicionales. Los reclutas en caja, los soldados de primera y segunda situación de servicio activo y los de reserva que fueran acusados de delitos comprendidos en este bando o en el código militar quedaban sometidos a la jurisdicción de guerra. Los jefes más caracterizados de la Guardia Civil, Carabineros, Seguridad y Asalto, se hacían cargo del mando civil en los territorios de su demarcación, siempre que en ellos no hubiera fuerzas del Ejército. Quedaban sometidas a la censura militar todas las publicaciones impresas y todas las comunicaciones eléctricas urbanas e interurbanas. La radiodifusión y los periódicos estaban obligados a la inserción de las noticias oficiales, únicas que sobre el orden público y política podían publicarse. Estaba prohibido por el momento el funcionamiento de las estaciones radioemisoras particulares de onda corta y extra corta.
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Ante el bien supremo de la Patria quedaban en suspenso todas las garantías individuales establecidas en la Constitución, aun cuando no se hubiera consignado especialmente en este bando. El 24 de julio «se constituye una Junta de Defensa Nacional que asuma todos los poderes de Estado y represente legítimamente al país entre las potencias extranjeras», bajo la presidencia del general de división D. Miguel Cabanellas, que el 28 de julio publicó un bando, haciendo extensivo a todo el territorio nacional el estado de guerra declarado en determinadas provincias. Los insultos y agresiones a todo militar, funcionario público o individuo perteneciente a las milicias, que habían tomado las armas para defender la nación, debían ser considerados como insulto a fuerza armada y perseguidos en juicio sumarísimo, aun cuando en el momento de la agresión o insulto no estuvieren aquellos desempeñando servicio alguno. Los funcionarios, autoridades o corporaciones que no prestasen inmediato auxilio cuando fuera reclamado para el restablecimiento del orden o la ejecución de lo mandado en este bando, debían ser suspendidos de sus cargos sin perjuicio de la responsabilidad criminal, que les sería exigida por la jurisdicción de guerra. También serían juzgados por procedimiento sumarísimo todos los delitos comprendidos en los títulos V (contra la seguridad de la Patria), VI (contra la seguridad del Estado y del Ejército), VII (contra la disciplina militar) y VIII (contra los fines y medios de acción del Ejército) del tratado segundo del código castrense. Además quedaban sometidos a la jurisdicción de guerra y sancionados del mismo modo los delitos de rebelión, sedición y sus conexos, atentados, resistencia y desobediencia a la autoridad y sus agentes y demás comprendidos en el título tercero del código penal ordinario (contra el orden público); los de atentado contra toda clase de vías o medios de comunicación, servicios, dependencias o edificios de carácter público; los cometidos por móviles políticos o sociales y los realizados por medio de imprenta u otro medio de publicidad. Se consideraban como rebeldes a los efectos de Código de Justicia Militar y eran juzgados en la forma expuesta, los que propalasen noticias falsas o tendenciosas con el fin de quebrantar el prestigio de las fuerzas militares; los poseedores de armas de fuego o sustancias inflamables o explosivas; los que celebrasen cualquier reunión o manifestación pública sin previo permiso; los que tendieran a impedir o dificultar el abastecimiento de artículos de primera necesidad o elevasen injustificadamente los precios y aquellos contrarios a la libertad de contratación y de trabajo o abandonasen este.
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Quedaban sometidos a la previa censura dos ejemplares de todo impreso o documento destinado a la publicidad, se declaraban incautados todos los vehículos y medios de comunicación de cualquier clase y estaba prohibido, hasta nueva orden, el funcionamiento de todas las estaciones radio-emisoras particulares de onda corta o extra-corta, considerándose a los infractores como rebeldes. La jurisdicción de guerra podía dejar de conocer, remitiendo a la jurisdicción ordinaria las causas incoadas que, hallándose comprendidas en este bando, no tuvieran a juicio de las autoridades militares relación directa con el orden público. Las autoridades civiles y judiciales continuaban desempeñando sus funciones en todo lo que no se oponía a lo anteriormente mencionado. Inmediatamente, el 31 de agosto, por decreto se dispuso que todas las causas correspondientes a las jurisdicciones de Guerra y Marina se instruyeran por los trámites del juicio sumarísimo que establecía el Código de Justicia Militar y la Ley de Enjuiciamiento de la Marina de Guerra, a los que se introducían algunas modificaciones. Como que no era preciso que el reo fuera sorprendido in fraganti, ni que la pena a imponerse fuera la de muerte o perpetua. Pero, en todo caso, la autoridad militar, previo informe del auditor, podía convertir este procedimiento en ordinario si lo estimaba indispensable en justicia. También, podían desempeñar los cargos de jueces, secretarios y defensores todos los jefes y oficiales del Ejército y sus asimilados, aunque estuviesen en situación de retirados, y todas las dudas que en el orden judicial se presentasen debía resolverlas la autoridad militar, previo informe del auditor, o por este si en él delegaba la primera. Se consideraban plazas o puertos sitiados o bloqueados a los efectos del código, fuera cualquiera el delito que se tratase, no solamente los que realmente pudieran estarlo, sino aquellos a los que las conveniencias del servicio militar o atendida la dificultad de comunicaciones les diera las consideraciones de tales los generales en jefe del Ejército y la Armada, los de las divisiones orgánicas o las autoridades de Marina correspondientes. Como estas normas se dictaban ante lo excepcional de las circunstancias, el decreto recomendaba que durante el plazo de vigencia cuantos intervienen en la administración de justicia en las jurisdicciones de Guerra y Marina procurasen acercarse lo más posible en su aplicación, al interpretarlas, a lo que para cada caso disponían los códigos respectivos.
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Tribunales Como el Tribunal Supremo estaba en Madrid, en el lado republicano, para cubrir una manifiesta necesidad, por decreto de 22 de octubre de 1936, se crea un Alto Tribunal de Justicia Militar, al que competía la resolución de los siguientes asuntos: a.- Decidir las competencias de jurisdicción que se susciten entre los tribunales de Guerra y Marina. b.- Conocer de las causas falladas por los consejos de guerra en los casos que hubiese disentimiento entre las autoridades militares y los auditores. c.- Informar sobre las conmutaciones de pena que puedan sometérseles. d.- Resolver los recursos de queja que se promuevan contra los acuerdos judiciales en los casos en que estos se adopten con infracción o quebrantamiento de forma, e impliquen privación de las garantías concedidas a los recurrentes. e.- Declarar la nulidad de todo o parte de lo actuado y la reposición a sumario en las causas de que conozca. El Tribunal estaba integrado por un presidente de la categoría de teniente general o general de división y cuatro vocales, dos oficiales generales del Ejército, uno de Marina de Guerra y un vocal auditor del Cuerpo Jurídico Militar o de la Armada, según la jurisdicción de que procedían los autos, actuando de secretario-relator un teniente auditor de primera. El Tribunal debía reunirse periódicamente, decidiendo sus resoluciones por mayoría de votos y acordando las pertinentes dentro del plazo de ocho días contados a partir del siguiente al de entrada. Quedaban subsistentes en cuanto no se oponía a lo preceptuado en este decreto, los artículos del promulgado el 31 de agosto último. Por decreto de 17 de febrero de 1937 se modificaron y ampliaron las atribuciones del Alto Tribunal. Por decreto de 11 de noviembre de 1936, seguramente con la esperanza de la inmediata entrada de las tropas en la capital, se creaban en la plaza de Madrid ocho consejos de guerra permanente; formados por un presidente de categoría de jefe del Ejército o de la Armada, tres vocales oficiales y un asesor jurídico, con voz y voto, perteneciente al Cuerpo Jurídico Militar o de la Marina, y en su defecto por un funcionario de las carreras Judicial o Fiscal. El ministerio fiscal estaba representado por un
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miembro de las carreras citadas, por un licenciado o doctor en derecho o en su defecto un jefe u oficial, designados libremente por el general en jefe del Ejército del Norte; el cargo de defensor estaba desempeñado en todo caso por un militar. Los consejos de guerra permanentes eran una anomalía respecto a lo dispuesto en el código, que el presidente, los vocales y asesor eran nombrados para cada uno; seguramente así se dispuso para que los oficiales no tuvieran que moverse de sus destinos y nombrar a retirados o inválidos6. Era competencia de estos tribunales el conocimiento de los delitos incluidos en el bando que al efecto debía publicar el general en jefe, y la preparación de las actuaciones que debían someterse a los consejos de guerra quedaban conferida a dieciséis juzgados militares. En el procedimiento sumarísimo que debía seguirse en todas las causas, el decreto introducía algunas modificaciones en las normas que lo regulaban. Por otro decreto de 26 de enero de 1937 se hacían extensivas las anteriores disposiciones a todas aquellas plazas liberadas o que se liberasen. Para ello los generales de los ejércitos norte y sur debían solicitar el número de consejos de guerra que estimasen indispensables. Tribunales de honor Por el decreto de 11 de noviembre de 1936 se restablecía la vieja tradición de los tribunales de honor en el Ejército y la Marina de Guerra7: «Las instituciones militares rinden fervoroso culto al honor, fuente que alumbra las excelsas virtudes de la lealtad y el heroísmo. De ahí la necesidad de confiar a quienes visten el uniforme del Ejército y la Armada un medio eficaz que impida se mancille la más apreciada de sus divisas». Tribunales que habían desaparecido con las reformas de la República.
Los consejos de guerra permanentes tampoco eran ninguna novedad, pues existieron desde 1784, con este nombre o el de comisiones militares, cuando se facultó a los capitanes generales para perseguir a los contrabandistas y malhechores, para juzgar militarmente a todos los que fuera aprehendidos por las tropas. Después se ocuparon también del conocimiento y castigo de los crímenes políticos y continuaron más o menos en vigor hasta la mitad del siglo XIX, siendo muy criticados por los tratadistas militares. 7 Los tribunales de honor tuvieron su origen en un proyecto de las Cortes de Cádiz en 1811 que no llegó a buen término y que posteriormente fue aprobado en 1867 por real decreto, que contemplaba el retiro para prevenir los actos deshonrosos que pudiera cometer un oficial. Hechos que nunca serían mejor estimados que por sus propios compañeros. 6
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Estaban sometidas al fallo de estos tribunales todas aquellas conductas que a juicio de la colectividad militar, representada en la forma que el decreto establecía, empañasen el buen nombre o caballerosidad de sus autores, fueran estos generales, jefes u oficiales. De igual forma quedaban sujetos a su examen y resolución los hechos deshonrosos que, enjuiciados por los órganos judiciales competentes no se consideren en estos en forma condenatoria o que sancionados, la pena impuesta no llevaba como accesoria la de separación del servicio. Tan pronto como fuera conocida la comisión de un acto de carácter deshonroso para sí, para el cuerpo que servía o para el Ejército, los compañeros del empleo del autor lo debían poner en conocimiento del más antiguo destinado en la misma unidad o plaza, para que solicitase autorización para reunirse al objeto de aportar las pruebas que del hecho existían y puntualizar su alcance y naturaleza. Si las cuatro quintas partes de los reunidos estaban conformes en que la conducta estudiada debía someterse al tribunal de honor, después de los oportunos permisos de la autoridad militar, se constituía formado por lo menos de once, todos de mayor antigüedad que el sometido al fallo, debiendo estar destinados en la misma unidad, grupo orgánico u oficina; completándose en caso necesario con destinados en la brigada o división y en su defecto en las regiones limítrofes. Si por la categoría o puesto en el escalafón del acusado no se encontrasen suficientes, se debía acudir al empleo inmediato superior, siguiendo el orden de moderno a antiguo. El tribunal de honor calificaba los hechos, consignado si estos eran deshonrosos, acordando en consecuencia la propuesta de separación del general, jefe u oficial que los hubiera cometido; que si se habían cumplido todas las formalidades necesarias era decretada por la Secretaría de Guerra. Milicias La misma necesidad que había sentido el gobierno republicano se presentó inmediatamente en la zona nacional y por decreto de 20 de diciembre de 1936, todas las milicias y fuerzas auxiliares movilizadas quedaban sujetas al Código de Justicia Militar en todas sus partes y sus formaciones o agrupaciones militares o armadas debían estar mandadas y encuadradas por jefes y oficiales del Ejército. Las fuerzas auxiliares que guarnecían frentes o provincias estaban a las órdenes de las autoridades militares y las que prestaban servicios de
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orden público en retaguardia quedaban sujetas en sus procedimientos a la cartilla de la Guardia Civil. Los correctivos o detenciones que debían sufrir por faltas de carácter militar o del servicio, los sufrirían en el cuartel de las milicias o locales militares que se determinasen. A las fuerzas de milicias y auxiliares se les debía dar periódica lectura de las leyes penales, ordenanzas del Ejército y, en la parte que les afectaba, de la cartilla de la Guardia Civil. Prisioneros de guerra En todos los tiempos, como ya se ha citado, la deserción fue el delito militar que requirió más atención del legislador, pero en el Ejército nacional no representó el grave problema que tenía el Ejército rojo, que motivó las ya mencionadas disposiciones para recuperar todos los efectivos. Pero los desertores que de la otra zona llegaban, el número extraordinario de prisioneros y el previsto incremento de unos y otros al compás del éxito continuado de las operaciones; al mismo tiempo que las heterogéneas condiciones y procedencias que formaban en las filas del enemigo, donde muchos sirvieron en ellas obligatoriamente, originó la necesidad de una clasificación que pudiera separar por una parte todos aquellos que siendo afectos a las ideas de los nacionales, no tuvieron otro remedio que formar en el ejército republicano y, de otra, los que voluntariamente sirvieron en él, mostrando adhesión a la causa que seguían. Además existían otros dos grupos, compuesto el primero por los que en el ejército enemigo llegaron a ostentar alguna categoría de oficial o procedían de partidos o actividades políticas en los que tuvieron puestos destacados y también los que posiblemente pudieran ser responsables de delitos sociales o políticos. El último grupo estaba formado por los presuntos responsables de delitos comunes y contra el derecho de gentes. Por la orden circular de 11 de marzo de 1937, la primera disposición que regulaba este asunto y que anormalmente no se publicó en el boletín oficial, los prisioneros tomados al enemigo y la personas civiles y militares que voluntariamente se presentasen debían clasificarse según su condición, antecedentes, intervención en la campaña, presuntas responsabilidades y circunstancias de su presentación o captura en alguna de las categorías:
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a.- Prisioneros o presentados que justifique ser afectos al Movimiento Nacional o al menos no hostiles y que en caso de haber formado en las filas enemigas, lo hiciesen forzados u obligados a ello. Presentados a quienes alcanzan los beneficios de las proclamas arrojadas sobre el frente enemigo, para estimular la presentación, aunque figuren voluntariamente en las filas enemigas b.- Prisionero incorporados voluntariamente a las filas del enemigo y que no aparezca afectados por otras responsabilidades de índole social, política o común. c.- Jefes y oficiales del ejército enemigo; individuos capturados o presentado que se hayan destacado o distinguido por actos de hostilidad contra nuestras tropas, dirigentes y destacados en los partidos y actividades políticas o sociales, enemigos de la Patria y del Movimiento Nacional, posibles y presuntos responsables de los delitos de traición, rebelión u otros de índole social o política, cometidos antes o después de iniciarse la guerra. d.- Individuos capturados o presentados que aparezcan más o menos claramente presuntos responsables de delitos comunes o contra el derecho de gentes, cometidos igualmente antes o después de producirse el Movimiento. Todos los prisioneros y presentados, después de ser interrogados, pasaban con toda la documentación disponible a las comisiones clasificadoras de prisioneros y presentados, formada por un jefe y dos oficiales, uno de ellos a ser posible del Cuerpo Jurídico. Sin procedimiento escrito, ni formulismos procesales, se practicaban las indagaciones precisas para su clasificación, pudiendo utilizar cuantos medios brevísimos creyesen conveniente, en un tiempo que no exceda de tres días. Las actas de clasificación eran remitidas a la respectiva auditoría de guerra para su aprobación u ordenar, cuando se considerase absolutamente preciso, nuevas diligencias. Las actas aprobadas determinaban: a.- Propuesta de libertad, con la calidad de sin perjuicio ni prescripción de responsabilidades de quienes se encontraban clasificados en el apartado A. b.- Continuación en detención de los clasificados en el apartado B, en calidad de prisioneros hasta que se disponga otra situación. c.- Formación de causa o de diligencias previas, si los elementos de juicio son poco precisos respecto a los apartados C y D.
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Esta reglamentación sobre prisioneros fue ampliada y modificada de acuerdo con la práctica, teniendo como finalidad abreviar en lo posible todos los trámites y dar mayores garantías de justicia a las decisiones de las comisiones de clasificación. Así la orden de la Secretaría de Guerra de 23 de julio de 1937, disponía que siempre uno de los oficiales de las comisiones fuera del Cuerpo Jurídico y que la libertad que se concedía en las actas de clasificación fuera cumplimentada inmediatamente, sin perjuicio de la aprobación posterior que había de solicitarse precisamente de las autoridades judiciales. Se creaba un subgrupo en el apartado A, que comprendía a todos aquellos que no pudiendo demostrar su adhesión al Movimiento Nacional, tampoco podían titularse claramente opuestos, que no debían quedar en la situación de detenidos, sino se les fijaba un punto de retaguardia como lugar de residencia. Los presentados en edad militar se ponían a disposición de la autoridad militar cuando no estaban afectos a responsabilidades de orden criminal, a fin de que pudieran ser utilizados en batallones de trabajadores o incorporados a las unidades de las armas. En esta disposición se mencionan la existencia de campos de concentración, órganos que servían no solo para la concentración las unidades de trabajadores, sino también para organizar y dar trabajo adecuado a todos aquellos prisioneros y presentados que por estar en el grupo B no eran puestos en libertad y estaban sometidos a un régimen de detención compatible con un trabajo provechoso para el Estado. La Inspección de Campos de Concentración, creada por orden de 5 de julio de 1937, centralizaba todo lo relacionado a los prisioneros. Debía ser un centro que conociese todas las vicisitudes de los prisioneros y al cual podían dirigirse los que intentaban conocer la situación de cualquiera de ellos o los mismos prisioneros cuando deseaban variar la clasificación que les había sido atribuida. Otras disposiciones regularon el trabajo de los prisioneros y la cantidad que debían percibir, que era igual a la de los soldados salvo el plus. Consejo de guerra especial permanente de oficiales generales En cuanto a todo el personal perteneciente a las armas, cuerpos y servicios del Ejército y la Armada, procedentes de la zona roja, cual fuera el medio empleado para su evacuación, por el decreto ley de 5 de junio de 1937 debían presentarse a la autoridad militar, en el plazo de veinticuatro horas siguientes al momento en que se pasó, a fin de que le
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fuera facilitado un impreso, en el cual y en forma de declaración jurada, expresará los servicios que había desempeñado desde el 18 de julio de 1936, vicisitudes acaecidas, informes que estimase debía ser conocidos por el mando, nombre de dos jefes u oficiales de los residentes en el territorio nacional a cuyas órdenes o en cuya unidad hubieran servido y que pudiera avalar su conducta, nombre de testigo que pudieran aseverarle y procedimiento del que se valió para llegar a la zona nacional. La autoridad militar tenía que designar con toda urgencia juez instructor a fin de que depusiesen los testigos invocados por el declarante y aportase cuantos otros medios de prueba fueran pertinentes, en cuya tramitación no debía invertirse nunca un tiempo superior a quince días. Ultimadas las actuaciones, se remitían a la Secretaría de Guerra, a fin de que los presentados pudieran clasificarse en los siguientes grupos: a.- Aquellos que por haber estado presos, escondidos o acogidos no habían prestado servicios de ninguna clase a la causa roja. b.- Los que no obstante haber desempeñado algunos cometidos, habían logrado señalados servicios para la causa nacional, justificando su permanencia en aquella zona como medio para lograr dichos fines y pasarse a nuestras filas. c.- Los que después de haber servido en las filas rojas, sin las circunstancias aludidas anteriormente, pasaron a la zona ocupada, bien por evacuación o entregándose voluntariamente. d.- Cogidos prisioneros en combate o a consecuencia de él, sin ánimo de presentarse a nuestras autoridades. Los comprendidos en el primer grupo podían ser empleados en destinos activos, teniendo carácter de reintegrados provisionalmente en el Ejército, sin perjuicio de que el instructor designado incoase las actuaciones encaminadas a la comprobación de los hechos. Los pertenecientes al segundo grupo quedaban afectos a procedimiento judicial hasta que por el consejo de guerra de la clase correspondiente se dicte el «pronunciado», continuando la tramitación de los autos con carácter preferente, durante la cual habían de permanecer los encartados en situación de libertad. Los incursos en el tercer grupo, seguían las mismas vicisitudes procesales, sin otra diferencia que la de permanecer en la situación de prisión atenuada o libertad provisional. Los afectados a la última clasificación eran inmediatamente privados de libertad y sujetos a la jurisdicción de los consejos de guerra permanentes.
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Dada la rapidez de las actuaciones y la ausencia de testimonios en algunos casos o el aplazamiento en cuanto a la aportación de datos o pruebas, las resoluciones que recaían a los comprendidos en el segundo y tercer grupo tenían el carácter de «pronunciados», siendo revisables, en sentido favorable o adverso, si por consecuencia de la obtención de ulteriores datos hubiese lugar a su cambio. Al final de la campaña el Alto Tribunal de Justicia Militar procedería a una revisión general de cuantas informaciones, expedientes y causas se hubieran instruidos a los presentados, a fin de lograr la más exacta y precisa unidad de criterio. El Alto Tribunal con fecha del 11 de agosto de 1937 dictó unas normas para aplicación de este decreto ley. Como el personal a que se refería era el que estaba o había pertenecido a los escalafones de todas las armas, cuerpos, institutos o servicios del Ejército y la Armada, siempre que los procedentes de la zona roja fueran generales, jefes, oficiales o tuvieran asimilación a alguna de estas categorías, en cada ejército se constituía un consejo de guerra especial de oficiales generales permanente8, al cual habrían de someterse todos los procedimientos sumarísimos instruidos contra los que se clasificaban en el segundo y tercer grupo. Consejos que se componían de un presidente y seis vocales, dos generales del Ejército, dos de la Armada, un auditor del Cuerpo Jurídico Militar y otro de la Armada; como suplente un general o coronel del Ejército o de la Armada. Todos nombrados por la Secretaría de Guerra. Hecha por el último organismo citado la clasificación de los presentados, los incluidos en los grupos segundo y tercero quedaban sujetos a procedimiento judicial, para lo cual se remitían las actuaciones a la auditoría de la plaza donde se hallaba el consejo de guerra. Por el contrario, los cogidos prisioneros sin ánimo de presentarse, eran privados de libertad y sujetos a los consejos de guerra permanentes establecidos por el decreto de 1 de noviembre de 1936. El consejo de guerra especial tenía que aplicar el Código de Justicia Militar a los encartados pertenecientes al Ejército, el Código Penal de la Marina de Guerra a quienes formaban parte de ella, y las leyes comunes a unos y otros cuando procediese, sin que pudieran someterse a un único procedimiento individuos pertenecientes a ambas instituciones. Si 8
El consejo de guerra de oficiales generales fue instituido por las Ordenanzas de 1768, para conocer y fallar las causas por delitos militares contra los oficiales de cualquier graduación. También se denominó consejo de guerra extraordinario al creado en 1799 para juzgar a las clases de tropa graduadas de oficial, fueran sargentos, cabos o soldados. En 1875 se unificaron todos los consejos de guerra que debían conocer de todos los delitos, variando únicamente las categorías del presidente y los vocales.
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el consejo apreciaba que de la conducta del presentado no se derivaba responsabilidad alguna y podía ser empleado en destino activo, lo consignaba así en un pronunciado que se comunicaba telegráficamente a la Secretaría de Guerra, a los efectos oportunos Ley de responsabilidad política, 28 de febrero de 1939 «Ante la próxima y total liberación de España, el Gobierno, consciente de los deberes que le incumben respecto a la reconstrucción espiritual y material de la Patria, considera llegado el momento de dictar la Ley de Responsabilidad Política contra aquellos que por acción u omisión grave hayan fomentado la subversión roja o la hayan mantenido viva durante más de dos años o hayan entorpecido el triunfo providencial e histórico del actual Movimiento Nacional». Los tribunales encargados de establecer las sanciones debían constituirse con representación del Ejército, la Magistratura y la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que daba a su actuación el tono que inspiraba el Movimiento. Para conseguir el funcionamiento perfecto de todos los tribunales y organismos a los que se encomendaba la aplicación de la ley, se creaba un Tribunal Superior y un organismo adecuado anejo que, bajo una sola dirección, de acuerdo con el Gobierno, impusiera la unidad necesaria para conseguir los resultados cívicos que se pretendían. Estos tribunales por su composición mixta recordaban los creados por el bando rojo en octubre de 1937, cuando desaparecieron los consejos de guerra. La responsabilidad política alcanzaba a las personas, tanto jurídicas como físicas, que desde primeros de octubre de 1934 y antes del 18 de julio de 1936 contribuyeron a agravar la subversión de todo orden de que se hizo víctima a España y de aquellas otras que, a partir de la segunda fecha, se opusieron al Movimiento Nacional con actos concretos o pasivos. Quedaban fuera de la ley los partidos políticos y agrupaciones políticas y sociales que convocaron las elecciones de 16 de febrero de 1936 o integraron el Frente Popular, así como los partidos y agrupaciones aliados o adheridos y las organizaciones separatistas y todos aquellos que se hubieran opuesto al triunfo del Movimiento Nacional». En el articulado de la ley se relacionaban los partidos políticos que quedaban fuera de la ley, sufriendo la pérdida de los derechos de todas clases y de sus bienes. Además, quedaban incursas en responsabilidades políticas y sujetas a sanción las personas comprendidas en los siguientes
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casos: haber sido o ser condenadas por la jurisdicción militar por delitos de rebelión, adhesión, auxilio, inducción o excitación a la misma o por traición en virtud de causa criminal seguida con motivo del Movimiento Nacional; haber desempeñado cargos directivos, públicos o administrativos en el Gobierno del Frente Popular, partidos u organizaciones sindicales; haberse manifestado públicamente a su favor o haber contribuido con su ayuda económica; haber intervenido en tribunales u organismos encargados de juzgar a personas por el solo hecho de ser adictos al Movimiento o haber permanecido en el extranjero desde el 18 de julio de 1936. Se formaban tres grupos; de restricción de actividades, de inhabilitación absoluta o especial y limitación de libertada de residencia. Que comprendían: extrañamiento, relegación, confinamiento y destierro. Incluían sanciones económicas de pérdida total de bienes, pago de cantidades fijas o de bienes determinados y en casos excepcionalmente graves la pérdida de la nacionalidad española. La parte orgánica determinaba la forma en que habían de constituirse los tribunales. DESPUÉS Terminada la contienda, por orden de 12 de julio se restableció con todo su vigor el Código de Justicia Militar con la redacción que tenía el 14 de abril de 1931, sin otras modificaciones que las introducidas por la ley de 26 de julio de 1935 y las promulgadas por el nuevo Estado con carácter de ley a partir del 18 de julio de 1936.
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BIBLIOGRAFÍA Colecciones legislativas DÍAZ LLANOS, Rafael: Leyes penales militares. Edición de 1938. JIMÉNEZ RUIZ, Francisco y BALLESTEROS USANO, Salvador: Código de Justicia Militar y disposiciones complementarias. 1938. Periódicos y revistas de la época.
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Guerreros y constructores de un imperio, el último baquiano, por don Mariano CUESTA DOMINGO, Catedrático de Historia de América, Universidad Complutense de Madrid
GUERREROS Y CONSTRUCTORES DE UN IMPERIO, EL ÚLTIMO BAQUIANO Mariano Cuesta Domingo1
RESUMEN Se presenta a los protagonistas de la expansión de fronteras en el Nuevo Mundo en su contexto. Se hace énfasis en dos personajes: Vargas Machuca y Hernán Cortés, como prototipos de una época. PALABRAS CLAVE: Guerreros, “baquianos”, Bernardo Vargas Machuca, Hernán Cortés. ABSTRACT We present the main characters of frontier expansion in the New World and their context. Emphasis is on two of tem as prototypes of an era: Vargas Machuca and Hernán Cortés. KEYWORDS: Warriors, “baquianos”, Bernardo Vargas Machuca, Hernán Cortés. ***** a cuestión está en permanente vigencia porque sigue provocando algunas reacciones exageradas; en ocasiones, puede resultar irritante porque se halla en la esfera de lo tópico y, como las golondrinas en primavera, volverán de nuestros balcones sus nidos a colgar,
L
1 Catedrático
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reiterativamente, tozudamente, como el bolero de Ravel. Descontento, manipulación, incompetencia, saqueo, tropelías diversas, abusos de todo orden, violencia, empobrecimiento… suscitan a veces indignadas culpabilidades, anacrónicas, injustas e inoportunas y chascarrillos para recreo insustancial pero que en verdad, oportunamente, pretenden distraer la atención del oyente sobre los problemas que los preocupan2; unas actitudes que pueden provocar respuestas sarcásticas, como cuando un escritor y diplomático destinado en América Latina en la época en que se divulgó el lema «Por Castilla y por León Nuevo Mundo halló Colón», ante la realidad que percibía, prosiguió, animus jocandi, mediante un pareado de cuyo texto no quiero acordarme. No obstante, seremos consecuentes con el programa propuesto que atienda a una faceta constructivista y aparentemente contradictoria. A tal efecto, la secuencia irá tratando de las cotas de la obra y de sus constructores, haciendo énfasis, en un personaje paradigmático y en otro epigonal. LAS COTAS DE LA OBRA En consecuencia nada mejor que establecer los puntos clave, las coordenadas que toda obra necesita y que la historia exige al que no quiera perderse en el nebuloso magma de sus contenidos. En la historia de América, quizá más que en otros secciones, los datos son abundantes y diversos, tanto que no es difícil establecer las necesarias referencias. En cuanto a la temporal, la fecha más pertinente y fácil es 1493 (annus mirabilis), el de la apertura de nuevas rutas del mundo; cuando se encontraban en plenitud la edificación de los dos grandes imperios amerindios, cuando ya estaba diluido el otro gran imperio mesoamericano, cuando se comenzó a construir el imperio más importante de la Edad Moderna. Un desvelado que cabe en una temporalidad generacional que podría concluirse, en primera instancia, en torno a 1513 (toma de posesión del océano Pacífico) o 1519 (annus admirabilis por la concurrencia de tantos acontecimientos) o 1542 (sanción de las Leyes Nuevas, concluida la exploración del incario). Respecto al territorio, el teatro de operaciones fue el Nuevo Mundo (y más). Las Indias, sobre todo durante los siglos XVI y XVII, con un primer énfasis en el Caribe; un espacio inconmensurable, heterogéneo y magnífico; un escenario formado por un complejo mosaico, el universal2 Su
incapacidad para resolverlos les lleva a recrear otros cuya música y letra suena a los que escuchan y, de tal manera, quedan sin abordar los asuntos trascendentales. Es un «viva Cartagena» de otras latitudes.
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mente establecido en el fin de la Edad Media. Un contexto en que aparece el Viejo y el Nuevo Mundo, ambos como archipiélagos culturales en busca de la isla global, de un orden mundial; puede considerarse como una utopía casi lograda con el emperador y su hijo y sucesor. La tercera coordenada está formada por el hombre. Y aún cabe una cuarta que filosóficamente es la constituida por el propio hombre respecto a su propia experiencia; es la sociedad, es la cultura; es la historia. Fue particularmente compleja por la composición del reparto que se mueve sobre el escenario; por los roles que cada uno representaron y porque la obra iba siendo escrita por los propios protagonistas aunque hubiera varios directores de la función. Los actores lo fueron en la representación de un drama aparentemente improvisado; el equipo humano siempre es la clave y el conjunto fue extraordinario y de una actuación memorable. Si se estableciera un esquema formado por un grupo paciente (el indígena) y otro agente (el inmigrado) no sería exacto; el reparto es mucho más enmarañado y en continua complicación conforme fue desarrollándose la trama. Unos y otros tenían sus valores, sus costumbres arraigadas pero simultáneamente fueron adquiriendo otras y se efectuaron cambios que fueron emergiendo e imponiéndose; el mestizaje en toda su extensión fue imparable que dio por resultante un gran impacto en Europa y en las Indias. Por eso es tan importante el descubrimiento de América. Así pues hubo un sujeto aparentemente paciente que no lo fue tanto, el indígena. Agrupado en formaciones de distinta índole con variantes regionales que, en 1492 habían alcanzado su cima poblacional. De tal manera que, en consonancia con esa valoración demográfica se han alcanzado conclusiones paradójicas sobre la acción hispánica: cuanto más numerosos, mayor hazaña; cuanto más abundantes, mayor destruición, más culpabilidad, más interpretaciones más interesadas, incluso mayores frutos personales y rentabilidad para quien, transcurrido tanto tiempo, lo interpreta en su propio provecho. Hay un dato objetivo, el legado de aquellos pueblos hallados fue excelente: máximo rendimiento de recursos, domesticación de plantas autóctonas, desarrollo propio de una farmacopea, vestimenta, etc. Resultó importante para Europa. El otro equipo, el considerado agente fue de menor cuantía, en un número impreciso pero calculado; arribados por mar, con aparente don de ubicuidad. Era la punta de lanza de la expansión europea que despegaba en la mar océano y se culminó en aquella época tras Pizarro. Fueron quienes efectuaron la ruptura del aislamiento de las Indias y eso se produjo mediante una sucesión de fases y circunstancias de difícil síntesis.
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IMAGEN-1. Ocupación, seguida de adaptación y diversificación, además de contactos efímeros. Comunicación, merced al uso de unas técnicas que evidenciaban una potencia cultural y capacidad de adaptación; descubrimiento y lucha por la supervivencia. Todo condujo al conocimiento como consecuencia de una potencia cultural y ruptura de un aislamiento multisecular; lo cual conducía a un control mediante una aceptable información geográfica y organización de un mundo frágil por su enclaustramiento. La resultante fue una colonización modélica en que convivió el mundo de lo privado con lo oficial; donde tuvo un desarrollo especial y no sin contradicciones la ética. Se modificaron los respectivos modos, escalas y formas y se efectuaron transferencias, una transculturación y un trascendente mestizaje. En fin, todo condujo a una nueva reordenación del territorio, difusión de un nuevo modo de vida previa alteración de la existente. Todo un proceso que llevó desde la supervivencia a la supremacía y que fue caro y costoso
Fue la construcción del imperio y, en una visión comparativa, se percibe que siempre parece haber habido alguno y todos muestran ciertas características y capacidades comunes concordantes con su respectiva época y espacio: las expansivas hasta su límite máximo, hasta convertirse en su talón de Aquiles; la potencia cultural frente a la fragilidad de los grupos más o menos próximos; unos y otros se consideran los mejores. Son imperios a los que se les puede achacar defectos análogos y un final parejo. Como para no ser vivido.
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LOS CONSTRUCTORES Un imperio se construye a base de unos hombres con unas herramientas, mediante una estrategia, logística y táctica; con medios y técnicas eficientes. Los imperios son fruto de una acción colonizadora y la colonización en la América hispánica fue consecuencia de vivencias y de convivencia, un proceso de ósmosis bidireccional en que el conquistador también fue conquistado3 dando lugar a algún «efecto llamada» cuyo nombre habitual, las Indias, ejercían tal función por su sonoridad que evocaba la legendaria India, el Oriente. El proceso, utilizando el símil constructor, comenzó con la elección el solar (1492-1513/16), fue el cometido de una generación que hizo los trabajos básicos de contacto, comunicación, conocimiento, evaluación, establecimiento y raíces; fue una generación asombrosa, testigo y gestora de prodigios. A continuación, en segundo lugar, fue la preparación del terreno y la cimentación (1516-1536), otra generación que se ocupó de la exploración, conocimiento y control de grandes imperios de magnos territorios; de conformación de algún gran señorío en las regiones más extraordinarias; fue el gran futuro de América. Más tarde se produjo, un tercer lapso, el de la gran atracción y realidad de una nueva sociedad, fue la edificación propiamente dicha a la que, finalmente, siguió una burbuja de la construcción del imperio movido por las riquezas de América y que condujo a unos intereses con un diferencial grande respecto a la Centroeuropa beneficiada que conducía a la ruina. Para entonces la nueva sociedad estaba estructurada (lengua-religión-derecho, virreinatos, gobernaciones, audiencias, obispados, universidades, imprentas…, ciudades y organización social, política, económica…). Pero cabe preguntarse, cuántos fueron aquellos constructores. Los registros hablan de unos 5.500 viajeros (incluyendo frailes, funciona3
El ejemplo, en la carta de Valdivia a Carlos V: «y para que haga saber a los mercaderes y gentes que se quisieren venir a avecindar, que vengan; porque esta tierra es tal que, para vivir en ella y perpetuarse, no la hay mejor en el Mundo. Dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento, tiene cuatro meses de invierno no más que en ellos -si no es cuando hace cuarto la Luna, que llueve un día o dos- todos los demás hacen tan lindos soles que no hay para qué llegarse al fuego. El verano es tan templado y corren tan deleitosos aires que todo el día se puede el hombre andar al sol que no le es importuno. Es la más abundante de pastos y sementeras y para darse todo género de ganado y plantas que se puede pintar. Mucha e muy linda madera para hacer casas, infinidad otra de leña para el servicio de ellas y las minas riquísimas de oro e toda la tierra está llena de ello y donde quieran que quisieren sacarlo. Allí hallarán en qué sembrar y con qué edificar y agua y leña y yerba para sus ganados, que parece la crió Dios a posta para poderlo tener toda a la mano».
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rios…) para una extensión considerable. En México, en una de las empresas más complejas, un protagonista, Bernal, recodaba «éramos 508» más pilotos, marineros, maestres (otros 109) a los que habría que añadir 397 que fueron con Narváez incluso 147 más que arribaron en años posteriores. En Perú, inicialmente, debieron ser 112, finalmente desembarcaron 180; luego llegaron Almagro y Pedro Alvarado… Y es que en el total de lo que se denomina la conquista participaron los que citan los registros; no hubo muchos clandestinos en aquellos años. Si se hiciera un cálculo considerando la distribución de aquellas huestes por la América nuclear e intermedia (donde los grupos de conquistadores fueron insignificantes) a lo largo de medio siglo, incluso ignorando que no todos vivieron tanto, daría una media despreciable en proporción al tamaño del territorio4. Estos grupos ocasionalmente devenidos en guerreros, lato sensu, luchaban por la supervivencia. No pertenecían a la elite, arribaban sobre un medio desconocido que podía llegar a ser extremadamente hostil (exótico y temible); eran fruto del otro mundo lejano del que aprendieron lo que sabían y que iban a aplicar en otro mundo distante y distinto. Constituían una clase social mixta pero incompleta en la que abundaban los plebeyos; era gente joven y predominantemente masculina. Fue, genéricamente, un hombre nuevo creador de sociedad única, rara, específica y especializada –o no– como lo era él mismo. Con todas las excepciones que hubo desde el primer momento, estos individuos eran arrogantes, atraídos por lo desconocido y esperaban mejorar lo que ya conocían; tenían amor por la honra, por la fama de los hidalgos y su tanta avidez como la de plebeyos ambiciosos; arribaban con necesidades que esperaban poder satisfacer en las Indias. En consecuencia, la «conquista» fue una empresa joven, para gente joven, algo impertinente, no poco ambiciosa, alocada, con toda la vida por delante y muy generosos con ella; tipos bisoños, juveniles, inmaduros, jactanciosos, deseosos de correrías, ilusionados que, cuando se decepcionaban, podía devenir en rebeldes (Lope de Aguirre, como ejemplo). Ahora cabe la duda sempiterna sobre si las guazábaras fueron tan rentables como se les atribuye. Los actores arriesgaban todo, incluso lo que no tenían; también, cuando se daba la ocasión, comprometían lo ganado y hasta la propia cabeza (no era excepcional que lo perdieran todo incluida la vida); hay ejemplos de todo tipo (Almagro, Soto, Coro4
Posteriormente, hasta la llegada del siglo XVII, las cifras de Boyd Bowman y otros, incluyendo los clandestinos, no sobrepasaron los doscientos mil.
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nado, etc.). Las leyendas jugaron un papel dinámico y en el horizonte tuvieron siempre como meta el retorno, anhelado y generalmente frustrado. Había quienes querían volver aunque siguieran siendo pobres (recuerda Motolinia) y quienes triunfaron y reinvirtieron (su recuerdo vaga por las páginas de la Historia); ya uno de sus protagonistas más ilustres (Vargas Machuca), en el propio siglo, se encargó de deslucir cualquier espejismo recordando cuánto habían caído en la consideración social.
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Entonces se reitera también siempre la misma pregunta, para qué ir; el viaje era caro, incómodo, peligroso y estaba lleno de incertidumbres. Solo parece justificarse por el recuerdo, la certidumbre de lo que quedó atrás. O mejor, como decía Bernal, también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos; si los hechos dieron la hidalguía en la Edad Media acaso la aventura indiana no podía dar lugar a nuevos apellidos linajudos. La ocasión era propicia; el romancero estaba vivo (mis arreos son las armas, mi descanso, el pelear; mi cama, las duras peñas; mi dormir, siempre velar) y las acciones eran consideradas honoríficas per se (en palabras de Cervantes, la honra que se alcanza por la guerra, como se graba en láminas de bronce y con puntas de acero, es más firme que las demás honras). Por otra parte, la literaria y real ansia de oro era impulsada por
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la procedencia de un país empobrecido; eran individuos originalmente sin horizontes o con escasas expectativas ante las que el oro, y a veces la apariencia de tenerlo, cubriría todas las aspiraciones sociales; daban lugar a la aparición de un personaje equidistante entre el tacaño y el derrochador, una de cuyas cualidades estaba en una mezcla de desprendimiento de manirrotos y de la generosa liberalidad que se hallaba entre el conjunto de prendas del capitán, en cuyo don se basaba gran parte del éxito en Indias; con la riqueza se alcanzaba la gloria, sabiéndola emplear, como diría el que denominamos «último baquiano». Y aunque llegaran a colmarse sus aspiraciones de nobleza o hidalguía, por más que alcancen alguna riqueza, pronto comenzaron a sentirse mal considerados y peor pagados por la corte. Por otra parte el acrecentar a la Corona e ir a valer más era complementado con otro elemento cultural, el providencialismo; todo era aducido con afán por agrandar las cosas que se descubrían y que se contaban (Las Casas como ejemplo). La polémica ya fue servida por la autocrítica contemporánea a los hechos. Las acusaciones formuladas con una intencionalidad de competencia combativa, fueron difundidas, exageradas, manipuladas y usadas como elementos beligerantes de propaganda política, en conflictos de apelativo religioso, en confrontaciones de toda índole entre las que sobresalen las comerciales; después fueron amplificadas avanzado el siglo XVIII y llevadas al paroxismo durante el proceso de ruptura, como es lógico. LOS GUERREROS-CONSTRUCTORES Parece paradójico. Pero son verdaderos constructores aquellos a quienes la obra se les tiene en pie, bien cimentada, estructurada y acabada aunque también –andando el tiempo– tengan necesidad de reformas de todo orden y hasta de reconstrucción. Los romanos construyeron (en su actividad puede hablarse de oro, plata, cobre, aceite, trigo, vino… esclavos, acueductos, calzadas, ciudades, teatros, el idioma, la religión, el derecho; se habla de colonización), otros pueblos también lo hicieron; los incas, los aztecas, levantaron un imperio; es casi un universal, es la biografía de América. Pero aquellos agentes eran guerreros que no militares; debe ser subrayado porque no son términos unívocos. El militar puede definirse como un hombre profesionalizado, especializado, institucionalizado, formado en técnicas específicas, fuertemente jerarquizado, uniformado, normalizado; a costa de la Corona, con determinada ética y una estética;
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funcionarizado, con un salario escaso y una consideración excesiva cuando eran imprescindibles que llegó/llega a ser ínfima si no eran indispensables. Un hombre que producía un impacto importante y que tenía por objetivo la supremacía a impulsos de la sociedad a la que pertenecían y de los poderes que los habían enviado. Así sucedió en los ejércitos chino o romano o mogol… en el incaico y en el azteca. Así sucedió en las Indias más tarde, cuando los reinos estaban formados, cuando aparecieron enemigos muy activos. Por su parte el guerrero es un individuo que ocasionalmente luchaba, surgía de forma súbita y actuaba de manera improvisada. Procedentes de oficios diversos, realizaban actividades concretas en un tiempo corto y con la intencionalidad de obtener premios y mercedes para volver, a continuación, a una pretendida vida ordinaria mejorada. Entre ellos eran más apreciados los que habían acreditado adaptación al medio y experiencia; los baquianos. De entre ellos surgía el líder nato (Balboa, Cortés, Pizarro) y los miembros de la compaña. Se podía enrolar como tripulantes y podían ser gente diversa que mostraron unas aptitudes idóneas ante el medio y sus propios compañeros llegando a desarrollar una capacidad extraordinaria ante las adversidades de todo tipo y exhibiendo unas cualidades de todo orden para lograr el éxito. Se unían para efectuar entradas o conquistas; los más característicos constituyeron grupos que actuaron, inicialmente, en tierra firme y el Darién. Evolucionaron de inmigrados a guerreros,si fijaron como residentes y se hicieron pobladores, primeros constructores que efectuaron la elección del solar, el desbroce y la cimentación de la obra (Santo Domingo y las fundaciones ovandinas, Panamá, México…); lo solían hacer muy bien. Así pues eran gente «embarcada»; descubridores que, en tierra, se convirtieron en exploradores, devinieron en guerreros y actuaron como colonizadores. Enfrente se encontraron con gentes con sus propios modos de vida y escalas de valores. Y se produjo una transculturación o trasplante y autotransformación; el español que llegaba a América, se hacía un hombre nuevo en un Nuevo Mundo decía Ortega; es la historia de España y, después, la historia de España y América como incesante asimilación de culturas ajenas y en evolución continua. Una nueva frontera; generadora de hombres especiales, «de frontera», baquianos que se enrolaban esperanzados y solían acabar desesperados (también emergieron otros hombres «sin frontera»). De facto arribaron con armas propiamente dichas y otras de colonización; mostraron peculiares estrategia, logística, táctica; portaban diferente potencialidad cultural y respondieron con una fragilidad
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diferencial en que, por ejemplo, Santiago parecía tener mayor fuerza activa que un Quetzalcoatl más proclive a la catástrofe. En consecuencia puede sacarse una primera conclusión: América no fue hija del descubrimiento5 que ni siquiera fue un hecho fulgurante que deslumbra a Europa ya que solamente se difundió en las ciudades cultas por y para grupos cultos; la exaltación del descubrimiento fue fruto del romanticismo hipertrofiado por el nacionalismo. América fue hija de la colonización. Explorando España no renunció al objetivo planificado a pesar de la desesperanza inicial; la importancia de las Indias fue ofreciéndose una generación más tarde. Descubrimiento y exploración fue una etapa breve y concreta en la cual la Corona canalizó y fue introduciendo nuevos criterios. Los indios fueron considerados súbditos, vasallos libres, pero necesita tutela (fue la clave de los abusos tan investigados) y la mejor titularidad plena estaba en la Corona; se dio fin a los privilegios colombinos y se cercenó cualquier ensayo de señorío. Los descubridores y exploradores y conquistadores, también eran súbditos, pobladores. La colonización dio lugar a una naciente sociedad indiana que sería la obra la construida y por construir. Se aprecia un éxito deslumbrante en la estructura de un imperio, con fechas clave como podrían ser la mencionada 1493 u otras como las de 1503, 1521, 1536, 1542, 1573… Descubrimientos y exploraciones gozan de un atractivo romántico que le dota lo dramático, es una historiografía épica medieval tardía, cuando Portugal, con tenacidad, podía mostrar cien pájaros en mano y Castilla, con tozudez, solo tenía un pájaro volando. Fue toda una prodigiosa epopeya cuyo episodio central duró poco y tuvo unas secuelas que no solo no fueron ocultadas sino que quedaron magnificadas hasta la saciedad por la propia sociedad que los había originado. La fase marítima, en una sinopSe trataba de unas cuantas islas no representativas y un puñado de indios semidesnudos no representativos y poco menos; nada valioso. No fue un acto, fue un proceso. Era un Nuevo Mundo proclive al éxito por lo que tenía de hallazgo, de belleza tropical, pero que se mostró decepcionante, un obstáculo con habitantes pronto hostiles. Ni tan siquiera el nombre fue bienvenido, el topónimo América, solamente fue una anotación en un mapa durante siglos. Lo trascendente fue política internacional, la hispano portuguesa con intervención papal; en seguida se preguntó retóricamente por el testamento de Adán. En los siglos XX y XXI ya no se busca tan hipotético documento cuando se habla de la Antártida, el Ártico o de aguas jurisdiccionales que solo la fuerza y la distancia hacen aceptables.
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sis elemental, podía darse por concluida con Elcano; la fase espectacular terrestre alcanzó, al menos, hasta la promulgación de las Leyes Nuevas y pervivió. Habían quedado fijadas las bases de la colonización, del imperio. Una colonización que comenzó desarrollándose mediante capitulaciones en las que el capitulante iba a su propio riesgo y la Corona ponía más que papel y buenas palabras; quedó implicada de hoz y coz y tuvo que crear inmediatamente un puesto de gerente (Fonseca) que fue necesario transformar en un estado mayor o consejo de administración (Casa de la Contratación) y dotarlo de unas ordenanzas que eran un monumento a la desconfianza. Posteriormente entraron en juego multitud de factores. Todo se iba complicando con la erección de diversos centros y su ampliación de forma radial hacia sus respectivas periferias. El fruto fueron los Reinos de las Indias (1550-1750); un periodo menos grandilocuente, de acabado, estructuración y consolidación de la construcción de aquel imperio; con menos gestas pero no con menos gastos.
IMAGEN-3. Centro y periferia. Sevilla-Santo Domingo, Panamá, México, Lima, Quito, Bogotá, Manila
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EL ÚLTIMO BAQUIANO La existencia de sendas fases, antillana y continental, han sido consideradas siempre; cada una con características distintivas que las hace complementarias. La primera, la antillana, es la de adaptación de «vivero» y vivaqueo en que sobresalieron unos personajes que gozaron de tanta maravilla aunque también soportaron e hicieron padecer cuanto de cruel puede hallarse en la naturaleza y de perverso en la condición humana; asimismo, eran unos individuos que presentaron cualidades idóneas para quienes supieron aprovechar su actuación. Son los más experimentados. Fueron elementos extraordinariamente útiles en su tiempo y en las regiones en las que actuaron; unos territorios donde había un complejo mundo poliétnico, plurilingüísticos y multicultural (un mosaico tan complicado como presentaba el resto del mundo), sobre un medio enormemente refractario para el recién arribado, cuyo aislamiento permitió la acción sistemática y contundente de las armas de colonización (idioma, religión, derecho…) y herramientas decisivas entre las que la carga bacteriana fue categórica y mucho más decisiva que las convencionales; la náutica permitió la comunicación y el control como bien concluyó Pedro Manuel de Cedillo en 1745 «el que es dueño de la mar, lo es de la tierra»); y las armas stricto sensu fueron alguna superioridad en las armas convencionales (no tamaña como la que se ha descrito)6 así como el colaboracionismo, el miedo, el factor sorpresa (menor de lo que se ha dicho y muy breve). Pero ahora importan la actuación en tierra firme y sus protagonistas. La acción de los baquianos propiamente dicha tuvo lugar a lo largo del siglo XVI y como prototipo de los tiempos iniciales surgen con nombre propio los Vasco Núñez de Balboa o los Fernández de Enciso; en la trayectoria final se halla, con derecho propio, Bernardo de Vargas Machuca. Su experiencia fue amplia, la dedicación absoluta; los frutos escasos y en el primer caso mencionado, lamentables, en el último legando 6
Entre las indígenas, las de pedernal y obsidiana, cerbatanas, las psicológicas (vestidos y peinados, adornos, pintura), venenos (lo más temidos por los foráneos) y gases, terreno amigo así como ruido y música: la calidad de las maderas daban lugar a piezas extraordinariamente artísticas y de magnífica sonoridad y como recuerda Bernal como si lo viera entonces: Tornó a tocar el tambor de Huichilobos y otros muchos atabalejos y caracoles y cornetas y otras como trompetas, y todo el sonido de ellas espantable y triste. Y miramos arriba al alto cu, donde los tañían, y vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba… a nuestros compañeros… que los llevaban a sacrificar… y luego los ponían de espaldas encima de unas piedras… y con unos navajones de pedernal les aserraban por los pechos y les sacaban los corazones…
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una obra maestra en su género. Los Pedrarias, Cortés, Pizarro, Valdivia, Soto y Cabeza de Vaca fueron de otra subespecie que ofrece algunas variantes.
IMAGEN-4. Falconete y espada de lazo del siglo XVI
La forja de un baquiano La trayectoria de Vargas fue nítida y su capacidad de interpretación y valoración no fue pequeña, de tal manera que su Milicia y descripción7 constituye el estado de la cuestión respecto a las relaciones hispano indígenas sobre territorios de frontera realizadas por gentes de frontera. Por un lado es un prontuario8 para aquellos grupos pero, sobre todo, es el legado de un actor así como la reclamación de un protagonista. Durante la etapa de fundación de los reinos de las Indias o de construcción del imperio, que viene a ser lo mismo, el drama, la epopeya, la tragedia e incluso la comedia tuvieron su desarrollo en aquel inconmensurable y hermoso escenario. La extensión incaica, el imperio mexica, la expansión europea, la conformación regional que dio lugar a las Américas exigió la presencia de innumerables protagonistas. El teatro de operaciones era multifacético, los actores heterogéneos, la representación tuvo mucho de improvisación y, cuando estaba dirigida, no poco de espontaneidad; era preciso rectificar continuamente. Era un proyecto en ejecución continua y, frecuentemente, como suele suceder, los premios y El libro incluye unas páginas en que, de forma sucinta, se exponen algunas imágenes etnográficas, sobre la naturaleza, las plantas cultivables y las semillas y simientes, los animales domésticos, aspectos hidrográficos, minerales… Sin excluir algunas notas sobre los reinos de las Indias, otra breve sobre la esfera y un vocabulario para inteligencia del lector. 8 CUESTA DOMINGO, M. y LÓPEZ-RÍOS, F.: «Guía y vademécum del conquistador». Trocadero, n.º 16: 253-282. Cádiz 2004. 7
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condecoraciones fueron para los no participantes. Bernardo de Vargas Machuca9 fue uno de los escasamente tomados en consideración y es un testimonio de los muy esforzados y poco premiados (sobre él existe abundante documentación y su expediente muestra su curriculum). Con trece años Bernardo acompañó a su padre10 en las campañas contra los moriscos granadinos (1567-1570); fue la escuela inicial del personaje como él mismo indica «desde el día que ceñí espada», siguiéndola en Italia durante seis años. Después prosiguió llenando una hoja de servicios sin grandes fazañas pero con muchas acciones, su escuela secundaria. Cundo regresó a Castilla contaba ya 23 años e inmediatamente se inscribió como pasajero a Indias rumbo a Nueva Galicia como criado del Oidor de la Audiencia; un huracán le hizo aterrar en Santiago de Cuba (1578). Su biografía le condujo por Nueva España, Panamá, Perú, Chile y Nueva Granada y el Mar del Sur; en 1585 era vecino de Tunja, donde casó ventajosamente dos veces, y alcanzó la condición de encomendero. Era un lugar estimulante para reconocer el entorno y la cercanía del famoso Dorado lo era a todas luces, fue su escuela superior de formación profesional. Res non verba Había recorrido muchas tierras y ciudades como para que sus aspiraciones se limitaran a una encomienda. Como tantos otros, hizo una buena buena aportación y se posicionó como capitán de la caballería y reclutador de una hueste con 150 hombres; estaba formando una expedición por su cuenta, a su riesgo, con su titularidad; ya era un baquiano sobre un territorio poco hospitalario poblado por indios temibles en una geografía intrincada; se hallaba capacitado para descubrir, describir la tierra y apreciar las cualidades de los hombres. Y, con toda lógica, su interés estaba en la recuperación de inversiones y obtención de premios; a tal efecto, en su momento, realizó reiteradas peticiones de mercedes a las que acompañaba una exposición previa de méritos y servicios. Bernardo nació en Simancas hacia 1555 en la familia constituida por Juan de Vargas y Águeda de Soto; podría decirse que debía tener algunos genes oportunos para lo que fue su trayectoria biográfica. El origen familiar hace una referencia, en tiempos de Fernando III, a su enardecimiento que el propio Cervantes recoge en su inefable Quijote (parte 1, libro I, capítulo 8) como aquel antecesor suyo, rota la espada, con una rama de una encina, fabricó un estaca con las que realizó algunas proezas machucando enemigos de donde le vino el sobrenombre de «machuca». 10 Juan tenía un largo historial de participación en las guerras europeas, incluidas las peninsulares, del Emperador y Felipe II. 9
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En verdad Bernardo de Vargas Machuca fue construyendo su carrera a base de hechos, mediante su propio esfuerzo y a costa de su oportuno patrimonio. Aspiró a varios de los numerosos cargos que vacaban; sucesivamente las gobernaciones de Potosí, Trujillo, Huamanga, Muzo, Nicaragua, La Habana, Santa Marta, Veragua, Río Hacha, pero siempre le daban largas; a ojos de los oficiales de la Corte, que carecían de méritos, los suyos eran escasos. Por fin obtuvo el de corregidor y justicia mayor de la ciudad de Santiago de las Atalayas (1592) y eso le incitó a ir la Corte (1595) para solicitar más y mejores mercedes11; lo único que logró fue la convicción de la necesidad de seguir haciendo méritos. Y por fin llegó el momento de un cargo apreciable, de los premios escuálidos y castigos simbólicos. De vuelta a las Indias, obtuvo el de alcalde mayor de Portobelo (con una duración de seis años y un sueldo de 600 ducados/año) y comisario de fortificaciones (el cargo conllevaba las obligaciones de ser el pagador del personal, de los materiales y abastecimientos, controlador de la distribución del trabajo, del horario de los operarios así como, a manera de juez, resolver en los conflictos del personal). Portobelo tenía un gran valor estratégico, era importante en el control del tráfico y del área y centro clave en aspectos económicos entre el virreinato limeño y la península (1609). Para entonces Vargas había escrito ya su Milicia y descripción. Cuando caducó su nombramiento (1614) sufrió el preceptivo juicio cuya resolución fue condenatoria (una multa de 800 pesos, 2 reales y 8 maravedíes); era menos un castigo que un recordatorio para los demás funcionarios pero, indudablemente, no podía dejar de ser vejatorio para el interesado que ya en su libro se preguntaba por el «premio que se dará al caudillo que a tanto acude». A lo largo de cinco años fue consumiendo su capital y fortuna en la Corte; finalmente recibió el nombramiento de gobernador de Antioquia. Era el final de su trayectoria. Logró obtener, hipotecando su herencia en Simancas, un préstamo suficiente para poder acceder a su gobernación colombiana. Fue entonces cuando cayó enfermo (1622) y poco después fallecía en Madrid (17 de febrero). Moría uno de los baquianos más conspicuos de la empresa indiana. Los ciudadanos se ríen del que sigue la milicia, había escrito, quizá fue el ambiente que captó en Simancas entre sus paisanos después de tantas idas y venidas… Vargas Machuca, además de los hechos, dejó una interesante obra escrita que no dejan de serlo, puede estructurarse en tres líneas. Una tenía VARGAS MACHUCA, B.: Milicia y descripción de las Indias. Ed. y estudio de M. Cuesta Domingo y F. López-Ríos. Valladolid 2001.
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por objeto refutar a quienes se manifestaban contra la acción hispano indiana12. La segunda (1600) constituía una trilogía sobre el caballo y sus utilidades, subrayando su delicadeza, su utilidad sobre «sabana y tierra rasa» (2, IV, 1)13. La tercera obra, Milicia y descripción de las Indias, fue el fruto de su experiencia14 y constituye un testimonio extraordinario más allá de los habituales memoriales y crónicas; no en balde Vargas Machuca (Milicia: 1, II, 20) está convencido de su primacía en la originalidad porque «después que se descubrieron las Indias, nadie ha querido ni ha hecho este discurso ni escuela de él, siendo tan importantísimo y no menos digno de saber que otro». Algunos de sus epígrafes son antológicos. Sobre el «buen caudillo» Era el líder natural general; un tipo que debía ser de prudencia permanente y de agresividad calculada no exenta de instantes de crueldad ante el enemigo para que este no se engañara con falsas expectativas pues solo hallará dos opciones: de sometimiento y amistad manifiesta, en cuyo caso el caudillo debe excusarle, dejándole libre, obligándole a la amistad con buenas obras; o el de hostilidad y, en este caso, aconseja un castigo ejemplar sin dilación. Se aplicó con los denominados indios y se empleó entre los propios españoles y europeos. Pero para concluir con éxito aquellas operaciones había que superar grandes riesgos y aquí jugaban su respectivo papel el providencialismo, el colaboracionismo de los pueblos indígenas, pero sobre todo, el capitán y la compaña, la hueste, protagonista de su obra. Vargas exigía del caudillo condiciones idóneas y a la hueste ser digna de gran señor. En tales circunstancias, que se daban, Vargas considera imprescindible en el capitán la nobleza que importa más que la riqueza porque pocas veces coincide premiado con real merecedor y, prosigue Se plasmó en sus Apologías y Discuros o Defensa de las conquista occidentales; fue escrita por Vargas Machuca durante su estancia en Portobelo. 13 Libro de Exercicios de la Gineta; Teoría y Exercicios de la Gineta, primores, secretos y advertencias della, con las señales y enfrentamientos de los caballos, su curación y beneficio; y, Compendio y doctrina nueva de la Gineta. En estos libros el autor hace referencia a las características de un buen caballo y sus arreos (forma de la silla, estribos, espuelas), tipos de carreras para el ejercicio ecuestre (con adarga, con lanza, con capa y espada), torneos (con rejón, juego de cañas), y, sobre todo, rendimiento del caballo y forma de sacar el máximo juego posible del noble animal que era susceptible de transformarse en un elemento primordial en la lucha. 14 En cuatro libros con nociones de medicina aplicada más unas notas de geografía y cosmografía, 1599. 12
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Vargas arrimando el ascua a su sardina: algunas veces eligen personas bajas que se levantan de sus oficios y granjerías desvanecidos con un título de capitán, que son las alas de la hormiga que les nacen para perderse; y lo peor es que se pierden a sí y con causa de perderse muchos, porque había muchos soldados presuntuosos en Indias y pocas cabezas en tanto que, por el contrario, el buen pensamiento engendra buen ánimo, el buen ánimo, valor. Pero hay que tener en cuenta que el acceso al cargo no se producía por nombramiento sino por capacidad de seducción, ganándose la confianza de la hueste mediante la libre inscripción en su empresa; otra cosa es la relación con el artífice de la aventura y las autoridades que le autorizaban o de las que recibía una capitulación. Tratándose pues de una elección los que iban a alistarse a su llamada examinaban sus cualidades antes de emprender unas acciones de alto riesgo; las que Vargas inventaria son: bueno además de noble, rico, liberal y de edad idónea; fuerte, diligente, prudente y afable; determinado, discreto, dichoso, cauteloso, ingenioso y honesto. Tal panoplia de dones encarnados en un personaje se contrapone por lo general a un hombre modesto ayuno de todas ellas o carente de muchas y que ante tan cúmulo de fracasos no es de extrañar que el propio autor, que tanto las pondera, termine por considerar –aun estando en desacuerdo– que la acción merece la pena pero la sociedad beneficiada no: «ya casi no hay ciudadano que no se ría del que sigue la milicia, y no solo se ríen pero aun le tienen por falto de juicio» (1, IV, 4). Alcanzada la capitanía en tales condiciones no es de extrañar que importe mucho la riqueza del líder, porque con la riqueza se alcanza la gloria pues estaba consagrado el don dinero; el pensamiento de la época que Vargas muestra, es que «si un hombre es rico, es poderoso, discreto, amado, reverenciado y servido; y si tiene enemigos los avasalla; y si comete delitos, se libra; si quiere ser medianero, todo lo compone y tiene mano; y si con discreción la sabe distribuir, toda la República es suya» (1, V, 1); nihil novum sub sole. Y tiene razón el autor, porque necesitaba riqueza quien pretendiera incrementarla mediante grandes expediciones, cruzando anchos mares y extensos territorios; queda bien expresado lo de «pobre caudillo», por rico que fuere. Unida a la riqueza aparece la liberalidad pues «el que da lo que merecen, dando, recibe» (1, VI, 4) que equivale a aquel lema aristocrático dar es señorío, recibir es servidumbre, tan elegante como no general ni duradero. Pero también es cierto, recuerda, que quien todo lo quiere, todo lo pierde, como lo atestigua el episodio en que «los indios han hecho beber oro derretido a algunos españoles» (1, VI, 5). Importa en el caudillo una edad en que
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se conjugue la experiencia con la fuerza, ni muy joven ni muy viejo; ni menos de treinta ni más de cincuenta años, porque al mozo se le pierde el respeto y al viejo la fuerza porque en las Indias –subraya– no es como en Italia. En fin, una preocupación continua. Cuidando para no hacer daño innecesario y desagraviar si fuera preciso (3, II); atendiendo el orden cerrado de sus hombres; controlando la carga de la impedimenta (nunca «más de dos arrobas» por persona) y el ganado detrás, portando cuerdas encendidas, en una marcha silenciosa, realizando altos en la marcha, reconocimiento del terreno, con prevención, etc. (3º, II), pasos, puentes, vados y movimientos fluviales (3, III y IV); con máximo cuidado en posibles las trasnochadas (3, VI), prevención de emboscadas (3, VII) y formas de ataque y defensa (3, VIII). Trazado de un campamento o Real y ardides defensivos (3, V) con especial atención al centinela. Para todo lo cual era imprescindible gozar de fortaleza y resistencia de cuerpo, disposición a sufrimientos, enfermedades, esfuerzos y hambre. Con una alta moral militar como los grandes capitanes de Indias que Vargas cita (Colón, Cortés, Pizarro, Jiménez de Quesada y otros clásicos). Diligente y humilde, sin renunciar a tomar consejo de sus soldados más baquianos o prácticos; justo e imparcial ya que es preferible el capitán prudente al robusto; afable, no vanidoso, cauteloso y determinado. Y no ser gafe naturalmente también como producto llegado de la providencia divina: la buena dicha viene del cielo y la da Dios. Tampoco deben faltarle honestidad y preparación idónea para desplazamiento sobre campo enemigo, con sigilo y valorando el secreto, con ingenio para hacer fortificaciones de castillos, minas o contraminas y otras máquinas de fuego, puentes y balsas. Y hay que darle por supuesto la valentía para cumplir con un hábito bien establecido: el caudillo está obligado en tierra de guerra ir en la vanguardia al entrar en ella y al salir, en la retaguardia. Y una hueste digna de tan gran señor La utópica descripción del buen caudillo no desmerece de la ilusoria visión del subordinado. A finales del siglo XVI ya se pensaba en estructurar y jerarquizar la hueste15; la hueste era el germen del que «Nombrará su teniente general y maestre de campo, capitanes y sargento mayor, alférez general y alguacil mayor del campo (2, I, 2)».
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nacerá la milicia propiamente dicha en América; en todo caso los partícipes en la hueste debían estar –el capitán deseaba que estuvieran– sanos, que preferiblemente fueran baquianos y no chapetones; de buena edad (mayores de 15 y menores de 50 años), bizarros, no obesos ni torpes (2, I); sensatos; ni fanfarrones ni espadachines (2, IV, 1); dándoles trato afable, que merece, porque aunque en Indias parece que el guerrero recibe más que en Italia, en proporción al trabajo es mucho menos «pues así, lo que falta en paga al soldado debe sobrar en el buen tratamiento» (1, XI, 4); porque su participación es voluntaria y ellos podrían tener otras oportunidades. Se les exigía lealtad y buena disposición (pues el soldado que fuere enemigo de cargar las armas se puede presumir pondrá la esperanza de su vida más en los pies que en las manos).
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Pero Vargas es consciente de que el indiano guarda bien mal la humildad y obediencia; por el contrario tenía arrogancia sobrada y cree saber tanto como su caudillo… y que no ha menester quien le gobierne y fiados de esto hacen mil yerros dignos de castigo. Asimismo, el guerrero debe tener mucha atención en el cuidado y ejercicio de las armas, porque la ociosidad acarrea un millón de vicios; también la seriedad en la vigilancia
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para no dar alarma incierta pero con atención máxima ya que el que se durmiere piérdela honra y aventura la vida en consecuencia merece la pena de muerte y en estos yo no pondrían ningún escrúpulo en quitársela… con castigo infame. Consecuentemente, entre sus aptitudes ineludibles debería hallarse la humildad, orden, discreción, trabajador, ejercitación, vigilancia, lealtad, competencia, bravura, tranquilidad (3, I).
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Un elemento interesante en los enfrentamientos es el formado por las herramientas o armas tanto en esta primera fase, epidérmica, como en la posterior, continental; junto a ellas el autor pone atención en sus efectos, secuelas y alivios. Con brevedad y con precisión habla Vargas del dolor y el remedio; unas páginas que constituyen un verdadero vademécum16, fruto de la experiencia con los soldados y los indígenas y para uso de los propios componentes del grupo; no para el médico ni el cirujano ni incluso el barbero, que frecuentemente están ausentes en estas expediciones. En ocasiones, las realizaban personas que tenían habilidad C , M. y López-Ríos, F.: «Guía y vademécum del conquistador». Trocadero, UCA, 16: 253-282. Cádiz 2004.
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y afición, otras veces la atención y el oficio recaía en ignorantes y truhanes. Las dolencias (2, III) podían tener su origen en problemas alimentarios (recomendaba laxantes como el mechoacán, y purgas, vomitivos, tabaco y bálsamos para las heridas). Este era el gran problema, las heridas y las infecciones subsiguientes; las producidas por cualquier medio voluntario o fortuito pero especialmente las originadas por los flecheros (las puntas de hueso, piedra, espinas, unidas al vástago por un vínculo frágil que las libera dificultando su extracción e incrementando el daño)17. Era un arma temible de largo alcance (de 60 a 120 m), potente penetrabilidad, efectividad, silenciosas, con puntería, efectividad y cadencia rápida (de 6 a 12 flechas por minuto, se lanzaban en gran número hasta «oscurecer al sol»). Un elemento verdaderamente dañino que incidía sobre las partes más expuestas, de abundante sangrado (extremidades y rostro) o, lo que era peor por su gravedad, las heridas que originan grandes hemorragias (las abdominales que lesionan vísceras); un miedo que podía trastocarse en pánico si la flecha estaba impregnado de alguno de los venenos usados en aquellas latitudes. Si la flecha era el elemento indígena clave, las armas más contundentes del conquistador, como ha sido mencionado, fueron de otro orden: la náutica, la metalurgia, el colaboracionismo, el idioma, la religión y el derecho; las que dieron lugar a una transculturación en toda regla. Las convencionales también jugaron su papel más allá de mitificaciones. UN CAUDILLAJE ARQUETÍPICO Las denominadas conquistas son las que ofrecen las características esenciales, pero la más representativa ha sido la mexicana por su origen, preparación, desarrollo y excepcional conclusión; parece ajustarse al programa de Vargas o quizá el ejemplo le sirviera al autor para escribir su libro. Como dice Vargas Machuca el capitán, que tenía enorme responsabilidad, gozaba también de un poder omnímodo, suficiente para mandar, mediar y, sobre todo, pagar a su gente, aunque fuera poco. Porque en las Indias, insiste Vargas pensando en sí mismo, todo el trabajo es del caudillo: «el gobierna, castiga y compone y media, reparte su gente Defensas acolchadas, armas de pedernal, tambor, ocarina, trompetas, ruido, flecha, macana, lanza, lanzadera, veneno, gases, honda, boleadora, canoa, balsa. Estrategia captura, sacrificios humanos, participación fugaz, todo el pueblo, corta, táctica dominio, control, observación, contacto, sistemática, de tiempo, supervivencia, adaptación, actitudes, aptitudes. Experiencia múltiple frente a la experiencia limitada.
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sargenteándola y, sobre todo, es pagador de ella. También, a ratos, es médico y cirujano y, enfermo o herido, es el primero» y hace oficio de padre. Entonces se pregunta por el premio para quien a tanto acude (1, II, 22). Y, a renglón seguido subraya que las riquezas entran en España por la barra de Sanlúcar mientras los particulares que las procuran con su sudor y su sangre solo hallan la miseria, «mueren en la pobreza»; y he aquí otra interrogante del autor que tiene su enjundia formulada en el propio siglo XVI: «quien fue para ganar la tierra también será para gobernarla, tan bien como otros y aún mejor, por el mejor derecho, práctica y obligación que para ello tienen, sin les preferir gentes nuevas desnudas de todo mérito en aquellas partes»18. Cortés partió de Cuba como un rebelde; gracias a la colaboración de los pilotos que habían participado en viajes anteriores, llegó rápidamente a Yucatán y en la Isla Mujeres halló a Jerónimo de Aguilar y después a la Malinche o Marina o doña Marina; ambos fueron excelentes intérpretes más que traductores (hubo otros por encima de consideraciones errónea sobre la incapacidad del indio para los idiomas). Sobre la costa yucateca experimentaron varias guazábaras; observaron la forma india de pelear, su huida táctica, su reacción ante la victoria y su mentalidad ante la derrota, su aprovechamiento de la topografía bien conocida, amiga o propicia; su agilidad, sus sistemas de comunicación a distancia y su valor. Cada vez que se producía un contacto, se efectuaban intercambios de productos y oían hablar de «Motecuhzoma», el señor de la tierra. Pensaban que era una forma de rescate, que podrían obtener buenos beneficios en el intercambio en aquel comercio plenamente satisfactorio para ambos (como el actual intercambio de abalorios por oro en forma dineraria o de tarjeta de crédito); lo que ofrecían (cuentas de vidrio) era más valioso que el oro que tenía un valor muy diferente para los respectivos miembros de aquellas culturas; además aquellos europeos se sintieron engañados pronto por aquella tumbaga. No obstante era lo mejor que se había visto en Indias e inmediatamente dieron noticias al Emperador. Pero esa no es la cuestión; el tema clave es el de la supremacía y eso está plagado de una serie de actuaciones complejas y problemáticas de interpretación simple: la célebre quema de las naves fue la imposibilidad de retorno sin triunfo, nolens volens; el miedo como factor de cohesión. E insiste (IV, 5) en que cada miembro de aquella milicia indiana se le puede «encargar el gobierno de las Indias».
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La fundación de una efímera Veracruz sobre un arenal inhóspito constituyó la inteligente acción legalista para romper lazos con el gobernador de Cuba y entrar bajo la directa sumisión al Emperador. La actuación en Cempoala, ganando amigos y distanciando enemigos, fue una medida estratégica clave ante el proyecto de penetrar en el interior continental sin dejar enemigos a la espalda y cuando hasta los propios compatriotas de Cuba eran manifiestamente hostiles. En cuanto a Tlaxcala se aúnan la estrategia y la táctica y obtendrán una óptima base logística; en Cholula donde brilló el miedo y la supervivencia y, finalmente, el círculo se cerró en Tenochtitlán, donde se percibe un triunfo de la táctica en la explotación del éxito y donde se manifiesta un error singular de un personaje considerado como el más notable en los acontecimientos durante el siglo XVI. Ciertamente Cortés y Pizarro con sus peculiares características actuaron de forma igualmente alocada o al menos pudiera decirse que irreflexiva. El gran Cortés, acaba de ser subrayado, destruyó sus barcos, se metió de cabeza en la más grande ciudad insular conocida y enemiga, Tenochtitlán, y quedó atrapado, aislado, en un lago lejano tierra adentro, con su propio gobernador que, como adversario, solo pensaba en anularle, y su Emperador con la esperable adversidad; no podía aguardar ayuda alguna. El inefable Pizarro se halló aislado en el infinito, en Cajamarca, no se sabe dónde; quién podía pensar en rescatarle. En el mundo indígena también menudearon los errores, Moctezuma reaccionó tarde y mal; Atahualpa, con curiosidad ante un «enemigo pequeño» pagó cara su desvergüenza. Los resultados son bien conocidos por paradójicos que parezcan. Debió haber otras realidades más. Examinando los hechos y sus circunstancias, como dice el prof. De Rojas, se percibe la decisiva actuación de las naciones indias, su división, su modus operandi en la guerra y en la sucesión de un «emperador» (los mexicas necesitaban que Moctezuma muriera para poder tener otro jefe, era la única manera posible); su hermano Cuitlahuac se hizo con el poder de la «triple alianza» (Tenochtitlan, Tlacopan y Texcoco) y a partir de entonces las huestes de Cortés se vieron tan desamparados que tuvieron que huir a la desesperada (30 de junio de 1520), fue la denominada Noche Triste. Refugiados en Tlaxcala, el reposo y la tranquilidad permitió trazar planes de reconquista; mucho más difícil. Sin embargo se comenzó el asedio a la capital: los jinetes y guerreros controlando las calzadas y con trece «bergantines» se bloqueó la ciudad por agua. El hambre y la viruela hicieron lo demás; el victorioso Cuitlahuac murió y su continuador,
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Cuauthemoc, fue capturado (13 de agosto de 1521) pasando a representar la derrota indígena en el imaginario mexicano. Se afirma que fue una gran hazaña de un puñado de hombres, quizá fuera la superioridad del armamento europeo, acaso una consecuencia de la presencia de Santiago o la creencia del retorno de Quetzalcoatl. La respuesta es negativa en todos sus extremos. Las armas foráneas no eran óptimas en escenarios indianos: pesadas, opresivas, inapropiadas tanto en ataque como en defensa, sufrían el efecto de la humedad y eran anuladas con facilidad; las de fuego resultaron más espectaculares que efectivas por la lentitud en la carga, escasez de munición y mala calidad de la pólvora, inconvenientes del agua ambiental, además podían ser esquivables, por otra parte caían en manos de los enemigos19. Los españoles adoptaron el ichcahuipilli (la cota de algodón) muy resistente a las flechas y macanas pero también a las espadas que se embotaban en su fibra20. Los indígenas eran muy efectivos con sus armas, podían cortar –quizá hiperbólicamente– la cabeza de un caballo de un solo tajo y los cronistas no dejaban de encomiar la excelencia de los arqueros. Los caballos causaron mucha impresión, pero el asombro fue muy breve; los perros también y de forma más efectiva, pero eran pocos y los indios estaban acostumbrados a habérselas con jaguares y pumas que parece que no eran menos peligrosos. Por otra parte, el combate en sí mismo no fue decisivo y causaban menores quebraderos de cabeza a los indios que a los españoles que, conscientes de las críticas que se les hacía, afirmaron pues de aquellas matanzas que dicen que hacíamos, siendo nosotros cuatrocientos y cincuenta soldados los que andábamos en la guerra, harto teníamos que defendernos no nos matasen y nos llevasen de vencida, que aunque estuvieran los indios atados, no hiciéramos tantas muertes, en especial que tenían sus armas de algodón, que les cubrían el cuerpo, y arcos, saetas, rodelas, lanzas grandes, espadas de navajas de como a dos manos, que cortan más que nuestras espadas y muy denodados guerreros. En estas condiciones, despreciado el factor sorpresa de armas europeas, caballo, perro, y demás subterfugios, cabe preguntarse por la explicación plausible al Usan hierros que han ganado y rescatado a nuestros españoles, cosa bien digna de castigo ejemplar que casi es traición o especie de ella, porque aunque se rescatan a indios de paz y con sano intento, son arcabuces por donde pasan a manos de sus enemigos. 20 Lanzas y lazos, macanas, porras, hachas y otros (maderas tan duras como el metal, ni flotan (guayacán, chonta). En forma de as de bastos, con cabeza de piedra estrellada con punta de metal trabajada en formas de aristas puntiagudas, magnitud, peso, fuerza centrífuga, espadas con filos dentados. 19
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triunfo de un puñado de hombres ante una población muy numerosa con una ciudad capital con tantos habitantes como Sevilla y Granada juntas. Las supersticiones sobre la presunta divinidad de los arribados por mar procedentes del oriente, lo que enlazaría con el mito de Quetzalcoatl, ha sido magnificado y recogido por cronistas (Sahagún). Rojas afirma acertadamente que la interpretación que se ha hecho de que los españoles eran tenidos por dioses, teules, fue un error originado al derivarlo del concepto teotl (dios) en vez de hacerlo proceder de teuctli (señor)21; un carácter de deidad que se vio anulada en poco tiempo tanto por verificaciones acerca de su inmortalidad que resultaros funestas para los españoles (morían y tenían una anatomía igual que ellos; o, nueve meses después del encuentro con las indias nacían unos preciosos niños iguales que los suyos lo que tampoco era una novedad como se demuestra la primera familia hispano-maya de Gonzalo Guerrero22); el propio Cortés relata una escena, en su segundo encuentro con Moctezuma; entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo, diciéndome a mí: Vedme aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable. En la táctica había diferencias importantes; la guerra de eliminación europea era desconocida. Los indígenas intentaban capturar al enemigo para sacrificarlo; una presa que propiciaba beneficios y ascenso social; una actividad antropofágica que alcanzó importantes cifras anuales en la época prehispánica. Una táctica que bien pudo facilitar la supervivencia a algunos españoles. El problema se resolvió mediante la actuación indígena. Rehecho Cortés con ayuda de los señores de Tlaxcala, Huexotzinco y Cholula –que podían haberlo barrido– tuvo algunas guerras contra los de Tepeaca y otras partes sujetas a las ciudades de Tezcoco y México, y fácilmente les sujetó y atrajo a su devoción; y viéndose con grandísima suma de amigos, y que casi toda la tierra estaba de su parte, acordó de venir sobre México, y salió de Tlaxcalan día de los Inocentes, y trajo consigo 40 de a caballo El que se les incensara con copal no era por ser dioses sino como desodorante para unos guerreros que llegaban sudorosos, que dormían armados; en tanto que muchos indios practicaban un baño de vapor, al deseo de mitigar el hedor de españoles sudorosos que ni se quitaban la ropa para dormir, como aconsejaría Vargas. 22 La «ofrenda de mujeres» se inscribe en la política de alianzas matrimoniales indígenas. En consonancia, hubo recompensas a los amigos y recuperación de los vencidos que pudieran ser útiles. Cortés, Carta Cuarta, explicó lo inconveniente de Temistitlán y lo oportuno de residir en Cuyuacán, porque como siempre deseé que la capital se reedificase, por la grandeza y maravilloso asiento de ella; y entregó los cargos indígenas a amigos que los habían tenido y «les di señorío de tierras y gente, en que se mantuviesen… y he trabajado siempre de honrarlos y favorecerlos; y ellos lo han trabajado y hecho tan bien». 21
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y 540 de a pie y 25.000 tlaxcaltecas, huexotzincas, chololtecas, tepeacanenses y de otras partes, que fueron los que él escogió, que no quiso traer más porque en Tezcoco le darían todo cuanto hubiera menester. Las cifras oscilan según las informaciones pero siempre se habla de cantidades excesivas de indios que aunque puedan estar abultadas no dejan de ser formidables: El segundo día de Pascua, hizo alarde Cortés con sus españoles, y lo mismo hizo Ixtlilxochitl, y eran en todo el ejército: 200.000 hombres de guerra, y 50.000 labradores para aderezar puentes y otras cosas necesarias si a ellos se suman los efectivos de los aliados (tlaxcaltecas, huexotzincas y chololtecas), la suma sobrepasaría los 300.000, incluidos los 50.000 remeros de las 16.000 canoas que apoyaban a los bergantines. Cortés efectuó una nueva aportación de datos en la tercera carta de relación (15 de mayo de 1522), cuando relató los sucesos que ocurrieron entre la huida de Tenochtitlan y la reconquista de la capital. Pues bien, el conquistador habla de unos efectivos constituidos por dieciocho de a caballo, treinta ballesteros, diez escopeteros y 3.500 indios amigos. Pero al paso por Tezcoco el número se había incrementado ostensiblemente en unas cifras que, se lee, sumaban 60.000, 75.000, 80.00, 150.000 hombres de guerra hasta tal punto que constituían un inconveniente porque no pudieron contener el saqueo que los indígenas hicieron de la ciudad23 porque nosotros éramos obra de 900 españoles y ellos más de 150.000 hombres de guerra. El bagaje español fue importante pero el éxito se cimentó en los aliados. La capacidad para percibir lo que de óptimo podía aprovecharse del contrario fue equivalente entre ambos pueblos; los enemigos de los mexicas se apoyaron en un enemigo común contra Moctezuma; Cortés supo percibir la oportunidad que los indios ganados le ofrecían. No fue fácil; las diferentes actitudes en el combate debieron fueron definitivas, la cohesión del grupo y el excelente trabajo de intérpretes de Aguilar y Marina hicieron el resto. «Entonces comenzó el saqueo, el degüello y la destrucción. Corrían por las calles llevando arrastras riquísimos ornamentos, preciosos vasos de oro y plata; nobles, sacerdotes y mercaderes eran apresados, insultados y escarnecidos; otros cubiertos de heridas, tendidos en las calles y plazas y, no pocos, hechos sus cuerpos pedazos, yacían en tierra cubiertos de fango y por su misma sangre… Madres, esposas, hermanas e hijas y vírgenes consagradas, todas sufrieron el efecto de la brutal lujuria de los soldados vencedores… La ciudad cayó presa del pillaje atroz, interminable, total y, a la vez, desorganizado…». La descripción del saqueo de Roma por los lasquenetes, por las tropas imperiales, unos años más tarde, describe cómo se actuaba en aquel tiempo; Por más que se trataran de príncipes cristianos contra el propio papa.
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La gran conquista fue un conflicto entre aztecas y las naciones mesoamericanas que se aliaron con Cortés. Fue una guerra civil mesoamericana que los aztecas perdieron. De hecho, Moctezuma perdió su reino pero muchos pueblos indios, como Texcoco y Tacuba, no. Decía Cortés que «aunque estaban en cabeza de vuestra majestad… estaban todos los señores en su gravedad y autoridad antigua, muy obedecidos de sus súbditos, y los servían en su modo y manera antigua, acudiéndoles con sus tributos y servicios»; resultaba muy interesante para los españoles que el cobro de los tributos recayera en los señores indígenas y que ellos fueran los pagadores a los españoles, era importante para los jefes locales porque mantenían la autoridad, legitimidad y eran afines. Las viejas luchas interindias no cesaron totalmente; siguió habiendo indios vencedores y vencidos; también españoles victoriosos y derrotados. Y algunos españoles e indios recibieron premios, mercedes y hasta blasones24. CONCLUYENDO Cuando finalizaba el siglo (XVI) el «último baquiano» recordaba genéricamente los beneficios que los de su género y demás emigrados a Indias habían reportado a la Corona y el injusto olvido o el indigno trato recibido a cambio (la riqueza –(1, II, 23)– entra por la barra de Sanlúcar en nuestra España, muchos millones de dinero, plata y oro; y esta riqueza resulta del trabajo de sus personas [indianas] y del valor de sus espadas… También deslizaba una advertencia suave pero insistente sobre la preferencia debida a los méritos y servicios de los baquianos frente a los advenedizos que solían recoger la cosecha sin ningún esfuerzo; su expresión fue nítida: quien fue para ganar la tierra también será para gobernarla tan bien como otros y aún mejor, por el derecho, práctica y obligación que para ello tienen, sin preferir gentes desnudas de todo mérito en aquellas partes. Vargas sabía que en Italia se operaba de forma distinta mientras que en Indias era el caudillo quien toma a su cargo la ocasión sin intervención de «pagadores reales»25. Consecuentemente, los premios, mercedes y cargos deben ser otorgados a personas beneméritas. Desconfiado, sugiere ROJAS, J. L. de: La etnohistoria de América. Los indígenas, protagonistas de su historia. Buenos Aires, 2008. 25 En las Indias, cuando llega el trabajo y el peligro y el hambre, siempre pasa primero por el rancho del buen caudillo. En la milicia de Italia, en cambio, el trabajo está repartido en el general, el maestre de campo, sargento mayor y su ayudante y en los capitanes y alféreces y sargentos y cabos de escuadras y otros oficiales ordinarios y extraordinarios. 24
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que los protagonistas guarden –algo al menos– para sobrevivir y reclamar, poder venir ante su príncipe a pedirle mercedes justas. En todo caso el objetivo era la obra (2,I,1), la construcción de un imperio que se identificaba con la paz y armonía; en ella se produciría la colonización con prevención (el viejo adagio si vis pacem, para bellum lo tradujo Vargas en «la paz sin armas es muy flaca», 4, I, 7) y conservación de lo que pacificare y poblare (4, II). Era notable la erección de ciudades con su ceremonial y demás actos jurídicos fundacionales, cabildo, juramentos, bandos y se procuraría «saber los secretos de la tierra» (4, II, 5-19); se atendería el buen tratamiento al indio; y también el reparto de premios, siempre demasiado escasos para tanto gasto y tanto esfuerzo, para tantos peligros y crueldades soportados (4, V) era lo que –por su escasez– terminaba irritando más a los partícipes y manchaba las manos del jefe. Tras los descubrimientos y exploraciones se ejecutó de forma inmediata la obra, la colonización, América; con materiales y operarios autóctonos (imprescindibles y numerosos) y foráneos (necesarios pero en principio muy escasos). Entre estos últimos destacó una especie singular, los baquianos; unos guerreros y constructores iniciales del imperio más importante de la Edad Moderna que aquí aparecen, especialmente el capitán, idealmente tratados por uno de ellos, el más distinguido, quizá. Esa fue su parte en la acción cuyo modelo fue expuesto por escrito por uno de sus protagonistas más destacados, a finales del siglo XVI26. Fue una obra colonizadora y mestiza escasamente comparable con la colonializadora ejercida por diversas potencias sobre Asia, África o el Pacífico; eran otros tiempos. En todo caso nunca el resultado fue tan satisfactorio como era deseable para los protagonistas ni lo es, extemporáneamente, para cada observador en cada momento. Fue una obra humana et errare humanum est.
Es cierto que en la Europa de entonces ya podía hablarse de militares y de manuales específicos como, en España, los de Martín de Eguiluz, Cristóbal de Rojas, Vázquez de Castro, Pedro Perret, Diego González, Lázaro de la Isla, Diego de Álava, Andrea Pescioni, Bernardino de Escalante…
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Mozos, maridos y soldados. Informes de libertad y soltería ante el provisorato palentino (1761-1775), por doña María Jesús DEL EGIDO HERRERO, Licenciada en Historia y Diplomada en Estudios Avanzados
MOZOS, MARIDOS Y SOLDADOS. INFORMES DE LIBERTAD Y SOLTERÍA ANTE EL PROVISORATO PALENTINO (1761-1775) María Jesús DEL EGIDO HERRERO1
RESUMEN En una época de fuerte militarización social como lo es la Carolina, el provisorato palentino tendrá que entender en expedientes matrimoniales que nos hablan de hombres que fueron reclutados como soldados y de sus contactos y conflictos con las mujeres de su diócesis. La firma del Tercer pacto de Familia por Carlos III, la preocupación de los ilustrados por la población desocupada y el interés de la Iglesia por la estabilidad matrimonial son factores fundamentales para entender la sociedad del siglo XVIII y el estudio de sus informes de libertad y soltería arroja una luz sobre las estrategias de supervivencia de este sector de población. PALABRAS CLAVE: Soldados, mujeres, expediente matrimonial, informes de libertad y soltería, estrategias de supervivencia. ABSTRACT In an era of strong social militarization like that of the Carolina, the Palencian Provisorato needs to understand about the matrimonial processes that tell us about the men who were recruited as soldiers and of their contacts and conflicts with the women of the Diocese. The sig1
Licenciada en Historia por la Universidad de Valladolid. Diplomada en Estudios Avanzados (DEA).
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ning of the Third agreement of Family made by Carlos III, the worries of the Illustrated about the unemployed population and the interest of the Church in the matrimonial stability are fundamental factors in order to understand the society of the 18th century. The study of Liberty and Bachelorhood Reports sheds a light on the strategies of survival for this sector of population. KEY WORDS: Soldiers, Women, Matrimonial Process, Reports of Liberty and Bachelorhood, Strategies of survival. ***** INTRODUCCIÓN
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n los años de 1761 a 1775 del reinado de Carlos III (1759-1788) Palencia fue territorio donde estuvieron acuartelados en diferentes momentos los regimientos reales; lo que unido a que contaba con un Regimiento de Milicias Provincial hizo que la presencia de milicianos en la ciudad fuese frecuente y que en el Tribunal Eclesiástico se incoasen abundantes expedientes matrimoniales en los que sus protagonistas son o han sido soldados. La política exterior desarrollada por los Borbones a lo largo del siglo XVIII, que orientada a frenar el avance del poderío de Inglaterra lleva a una reorganización y modernización necesaria del Ejército y a un Tercer pacto de Familia con Francia, aparece estrechamente unida con las directrices ilustradas seguidas por los monarcas borbónicos para convertir en un activo del Estado a la numerosa «población baldía» y con la preocupación de la Iglesia por el control de vagos, nómadas y extranjeros en aras de evitar los conflictos relacionados con los matrimonios clandestinos y la bigamia. Son precisamente estos tres factores los que nos van a dar luz sobre el momento que vive la ciudad de Palencia en estos años. Entre las corrientes de investigación actuales existe un gran interés por el estudio de la familia y del matrimonio como forma de explicar la realidad histórica. Partiendo del ámbito de lo privado y de lo afectivo se busca llegar a un entendimiento más profundo de la realidad social, económica, política y moral de cada época. Por ello, los expedientes matrimoniales incoados en los tribunales eclesiásticos han pasado a ser una fuente de información fundamental. En el Archivo Catedralicio de Pa-
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lencia tenemos la suerte de contar con un fondo documental muy completo de lo que fue la actividad judicial del provisorato. De un total de 856 Matrimoniales contabilizados en el Libro Maestro n.º 9, se han vaciado 509 de los cuales noventa y nueve son expedientes de soldados en los que aflora todo el espectro de problemas que era común a dichos tribunales: En siete de los expedientes se denuncia el incumplimiento de esponsales mientras que tres hacen referencia a su disolución y otros siete al impedimento de padres y parientes. Hay un matrimonio de consanguinidad y cuatro matrimonios por poderes. En cuatro casos los interesados acuden al tribunal porque han tenido hijos y en uno se denuncia el abandono de la esposa tras el matrimonio. Además, en quince de ellos la estancia del soldado en la guerra de Portugal exige la información de libertad y soltería durante la campaña y en otros cuatro expedientes, al ser la contrayente viuda de soldado debe justificar su viudedad. Por otra parte, la procedencia de los soldados es dispar: Andalucía, Cataluña, Extremadura, Madrid e incluso Francia o Italia por lo que hay cincuenta expedientes en los que los interesados deben justificar su libertad y soltería en el pueblo de su naturaleza. En setenta y cinco de los casos incoados ambos contrayentes son solteros; con la particularidad de que en sesenta y tres de ellos uno o ambos contrayentes son huérfanos de padre, de madre o de ambos y en veintidós uno o ambos interesados son viudos, siendo viuda la mujer en quince de los expedientes. De su estudio no se deduce una única línea argumental –el matrimonio como estrategia– en todo caso la línea de fondo sería la de vivir y sobrevivir; dentro de ella, la relación entre sexos ¿vida en pareja?, ¿matrimonio?, como muy bien defiende la Iglesia, es un derecho natural al que los seres humanos tienden. En esa tesitura de búsqueda de la supervivencia mujeres y hombres hacen y deshacen contratos matrimoniales, entran en el ejército o se libran de él, trabajan en el servicio doméstico o a jornal cuando les es posible y viven su vida al margen de las directrices y convenciones sociales marcadas por la Iglesia o la Monarquía utilizando todos los recursos a su alcance; siendo un dato significativo de este afán el alto número de personas sin padres o viudos que pretenden llevar a buen término su contrato matrimonial. Mientras la Iglesia, en su papel de velar por una feligresía que no se escape al ideario del buen cristiano –que está debidamente preparado en doctrina cristiana, cumple con sus obligaciones de confesión y comunión anual y es tenido por persona honrada dentro de su comu-
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nidad– busca la integración de ese sector de la población y, por ello, se ve abocadada a resolver sus conflictos de pareja o matrimoniales en el tribunal eclesiástico, al mismo tiempo que intenta desarrollar su tradicional labor de ayuda y protección a las personas pobres y desamparadas. La Monarquía, en su preocupación por hacer de España un Estado ilustrado a la vez que salvaguarda su imperio colonial, necesita un ejército fuerte y moderno pero la falta constante de hombres, el desprestigio del soldado y el empeño por controlar y dar ocupación a su población baldía hace que la realidad deje mucho que desear como así lo recalcan los ilustrados. La estrategia fundamental del sector de población estudiada es la supervivencia y en función de ella utiliza los recursos que las instituciones les ofrecen, a veces el matrimonio, a veces el ejército o ambos; del mismo modo que Monarquía e Iglesia se mueven entre la protección y la represión. El artículo es el reflejo de este dualismo entre los deseos de la Iglesia y de la Monarquía y la realidad social y política que se impone. Partiendo del estudio del procedimiento judicial seguido por el Tribunal Eclesiástico palentino se hace un análisis de las consecuencias personales y sociales que tuvo la política militar de Carlos III para la ciudad y sus habitantes. Los expedientes matrimoniales nos hablan de personas concretas, de su vida cotidiana, de lo que piensa y siente cada una de ellas como es palpable en lo expresivo de sus testimonios. Tanto las certificaciones de los párrocos y las pruebas instrumentales que se presentan ante el tribunal diocesano –escrituras de apartamiento, contratos de esponsales o cartas– como las pruebas testificales de libertad y soltería o las declaraciones juradas de los interesados son un claro exponente de cuál es el problema de fondo. EL FIN DE LA NEUTRALIDAD BORBÓNICA Y SU REFLEJO EN LA PROVINCIA DE PALENCIA Las monarquías absolutas concebían el Ejército Real como una institución armada para apoyo y defensa del sistema. Pero como monarquías ilustradas, también intentaron racionalizarle y humanizarle en aras de una mayor eficacia teniendo en cuenta que el Ejército era considerado puntal de su política exterior. Los ejércitos de la época tenían como arquetipo a un soldado profesional procedente de los sectores improductivos de la sociedad. Dado el interés de la monarquía por el reclutamiento voluntario, que evitaba tensiones con la población y
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reducía los riesgos de deserción, se buscó permanentemente aumentar su calidad pero resultó harto difícil pues la necesidad de completar las dotaciones nunca se logró del todo. Esta preocupación por tener el ejército al completo fue determinante para explicar algunas de las características y de los problemas que definieron al ejército del s. XVIII, sobre todo tras firmar Carlos III el Tercer Pacto de Familia con Francia en 1761que supuso el enfrentamiento abierto con Inglaterra y el fin de la política de neutralidad de Fernando VI. Dos hechos precipitan este final: la Guerra de los Siete Años (17561763) y el Motín de Esquilache (1766) porque, al comenzar su gobierno, Francia e Inglaterra estaban enzarzadas en una guerra por la supremacía colonial en Norteamérica e India y el monarca veía el posible hundimiento del imperio francés como preludio del subsiguiente ataque británico al imperio español mientras el Motín de Esquilache puso también sobre la mesa la imperante necesidad de mantener el orden interno. De manera que en el s. XVIII convivieron tres formas de reclutamiento: La recluta, era voluntaria y la forma esencial de alistamiento y se hacía fundamentalmente entre indigentes. Para llevarla a cabo los regimientos nombraban una partida de recluta para la que comisionaban a un oficial, un sargento y varios soldados que recorrían los pueblos en busca de voluntarios. La leva forzosa, se efectuaba por las justicias entre vagos y maleantes cuando por medio de la recluta no se conseguía cubrir las plazas vacantes por muerte, enfermedad o deserción. Las quintas, eran un servicio militar obligatorio por sorteo y por ello mejoraba la calidad de la tropa enganchada pues se reclutaba generalmente entre campesinos dadas las numerosas exenciones existentes. Palencia fue una de las provincias de Castilla la Vieja donde estuvieron acantonados diferentes regimientos como el de Infantería de España acuartelado en 1761, el Regimiento de Dragones de Pavía en 1762, el Regimiento de Infantería de Aragón en 1763, el Regimiento de Caballería de España estante en Palencia en el año de 1775 o el de Caballería del Rey que lo estuvo en 1764 y cuya presencia fue especialmente significativa, como lo prueba el que veinticuatro de los noventa y nueve expedientes incoados pertenezcan a soldados de dicho Regimiento. Como anteriormente se señala, esto tuvo que ver con la política exterior de Carlos III pues poniendo fin a la etapa de neutralidad fernandina firmó el Tercer Pacto de Familia que supuso un enfrentamiento abierto con Inglaterra y tuvo como primera consecuencia la
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llamada guerra de Portugal (1762-1763), lo que se tradujo en una concentración de tropas en toda la frontera de Castilla, siendo el Fuerte de la Concepción y la plaza de Ciudad Rodrigo los puntos base de partida del ataque a la plaza portuguesa de Almeida. Al menos quince de los expedientes hacen una referencia directa a esta campaña (aunque se puede suponer que otros soldados han participado en ella con sus regimientos) y podemos constatar la presencia en Palencia del comisario de guerra y teniente coronel de Infantería de los Reales Ejércitos de S.M. Don José Diez Durán y Monrreal2 quien refiere cómo su mujer falleció a fines del año de 1762 hallándose en la campaña de Portugal y sitio de Almeida por lo que desea contraer nuevo matrimonio con la hija del capitán del Regimiento de Milicias Provinciales de Valladolid, para lo que pide dispensa de las tres moniciones «por las ocurrencias de gravedad y peso que le asisten en el servicio». Como también la estancia del coronel del Regimiento de Caballería del Rey, el excelentísimo señor conde de Valdehermoso brigadier de los Reales Ejércitos en el año de 1766.3 La mayoría de los regimientos acantonados en las diferentes plazas españolas rotaban en sus destinos de forma regular. La denominada muda solía efectuarse en verano siguiendo las directrices fijadas por un cuaderno de ruta donde se señalaban las leguas entre cada pueblo, el número de días de marcha y los lugares de destino. En las mudas cada oficial o sargento podía llevar consigo a su familia y como la vida sigue, pese a todo, los soldados aprovechaban sus estancias para arreglar asuntos personales y uno importante era casarse. Así lo hicieron Juan Pedro Hernández y María Teresa Cozo4, formalizando en 1762 el matrimonio tratado seis meses antes estando en la villa de Épila en Aragón. Él es natural de Aujar, en el reino y arzobispado de Granada, residente en Palencia hace dos meses por estar sirviendo al capitán del Regimiento de Dragones de Pavía don Juan Puche y anteriormente ha estado doce años en el Real Servicio de soldado a caballo en el Regimiento de Caballería de Flandes sentando plaza en el Campo de Gibraltar en 1740. En la declaración de la contrayente –soltera natural de Ínsula del Cantón, reino de Italia obispado de Milán– hay una descripción detallada del desplazamiento del Regimiento de Dragones de Pavía: ACP. Provisorato. Legajo 518. Don José Durán y Monreal y doña María Josefa Navarro Villafañe. Año 1767. 3 ACP. Provisorato. Legajo 519. Francisco Tomás y Manuela Guerra. Año 1766. 4 ACP. Provisorato. Legajo 518. Juan Pedro Hernández y María Teresa Cozo. Año 1762. 2
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«Ha estado desde la edad de 7 años en compañía de sus padrinos María Antonia Cozo y Andrés Ribera sargento en el Regimiento de Dragones de Pavía… desembarcó en Barcelona y en este viaje tardó 22 días y después de 8 que se mantuvo en ella marchó a Villafranca del Penedés en la que se mantuvo 2 años desde donde hizo viaje a la villa de Naba del Rey, Abadía de Medina del Campo y en dicha villa estuvo 8 meses, luego pasó a Extremadura, Navarra, Calahorra, Bilbao, Logroño y otras ciudades, villas y lugares de estos reinos y señoríos de España. Ha caminado y hecho mansión siempre en compañía de sus padrinos y con el Regimiento de Dragones con quienes vino a esta ciudad».
Los oficiales también se desplazaban con sus criados lo que permitía el establecimiento de relaciones afectivas entre ellos como les sucedió a Domingo del Espíritu Santo y Clara Borro5 quienes tenían tratado matrimonio «de siete meses a esta parte estando en la Villa y Corte de Madrid», ella sirviendo al teniente capitán del Regimiento de Mallorca don Pedro Pasperí desde los nueve años y él primero como soldado de dicho regimiento y luego como criado del coronel del Regimiento de España don José Prado y Malleza. Como sea que en el año de 1761 el Regimiento de España se encuentra acuartelado en Palencia, Clara –que sigue en Madrid – se desplazará a esta ciudad para casarse por lo que su procurador, Alonso Cano, intentará abreviar en lo posible los trámites pidiendo la dispensa de una de las tres canónicas moniciones «a fin de que dicho matrimonio tenga efecto con la brevedad posible y se obvien los inconvenientes que de la dilación se pueden ocasionar por la sanidad de sus conciencias». Sin embargo, ya desde el s. XVII el matrimonio era considerado como un serio impedimento a la hora de sentar plaza como soldado, sobre todo para la Real Hacienda pues implicaba no solo tener que facilitar a los casados un alojamiento especial aislado del resto de la tropa sino también el incremento del sueldo para atender a la familia, lo que llevó a conceder solo en casos excepcionales la autorización para casarse si se quería permanecer como soldado. Preferencia que también queda reflejada en los informes de libertad y soltería que constan en los expedientes matrimoniales del Tribunal Eclesiástico palentino cuando los soldados en sus deposiciones señalan:
ACP. Provisorato. Legajo 519. Domingo del Espíritu Santo y Clara Borro. Año 1761.
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«… a ninguno de los que en ellos ejercen y sirven a Su Majestad se les da y permite licencia alguna para poder contraer matrimonio y si alguno lo intenta se le castiga y echa del Regimiento sin licencia»6.
Dada esta restricción –Ordenanza de 19 de enero de 1742, sobre prohibición de matrimonio a oficiales y soldados– quienes habían hecho de la milicia su carrera debían solicitar licencia del rey7 para poder casarse, mientras que los demás soldados tenían que esperar a finalizar el Real Servicio y esta dificultad va a crear problemas entre las parejas que se dan palabra de matrimonio pese a que para garantizar su cumplimiento se firmasen documentos en los que se obligaban a esperar el tiempo de la licencia8: «Digo yo María Cardeñosa, hija de Lucas Cardeñosa vecino de esta ciudad de Palencia como por este papel me obligo a cumplir la palabra de matrimonio a Manuel Alcarraz hijo de Pedro Alcarraz vecino de Villalva que pasaron de una mano a otra delante de los testigos que este firmaron y por ser de buena voluntad do este que firmo en dicha ciudad a uno de septiembre del año de mil setecientos setenta y cuatro Testigo a sus ruegos Marcelino Nieto y Martín González Valga con la condición que le he de esperar el tiempo que le falta».
Detrás de algunos incumplimientos de esponsales nos encontramos con el hecho de que al contrayente le ha «tocado la suerte de soldado», evidencia que lleva a las parejas a disolver el contrato de mutuo acuerdo. Así lo refiere el párroco de Santa Marina en el caso de María Mariscal9 cuando al certificar la libertad de la contrayente señala que aunque tuvo anteriores esponsales con otro mozo y se ha leído una de las moniciones por dispensa en las otras dos, no hay impedimento alguno pues optaron por disolverlos y así se lo hicieron constar. A veces el pertenecer al ejército o estar vinculado a él por motivos de trabajo dificultaba el matrimonio, no solo por la necesidad de tener el permiso real o por la espera de la licencia sino porque el destino requería una presencia permanente e imposibilitaba el desplazamiento para casarse. En estos casos se recurría al llamado matrimonio por poderes que ACP. Provisorato. Legajo 519. Manuel Miguel Rebollar y María de Villagra. Año 1763. ACP. Provisorato. Legajo 516. Don Carlos María Brunachy y doña María Francisca Díez. Año 1768. 8 ACP. Provisorato. Legajo 549. Manuel Alcarraz contra María Cardeñosa. Año 1775. 9 ACP. Provisorato. Legajo 519. Feliciano Espinosa y María Mariscal. Año 1762. 6 7
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solían hacer personas con cargos de cierta relevancia como Don Juan Courtoy,10 miembro del Cuerpo de Ingenieros Militares con el grado de jefe de Reales Ingenieros, natural de la Villa y Corte de Madrid, quien se hallaba en 1762 viviendo en Herrera de Pisuerga por estar empleado en la operación del Real Canal y teniendo tratado matrimonio con Vicenta Castaños Zorrilla, soltera natural de Palencia y «por no poderse detener el Real Servicio en el que se halla empleado» solicitó la dispensa de las tres moniciones y permiso para casarse por poderes –para lo cual se exigía hacer una escritura ante notario dando «poder bastante» a una persona para que le representase en el momento del enlace – presentando su Real Licencia certificada por el Comisionado de Guerra de los Ejércitos de S.M. Ministro Principal de las Reales Obras de Canales de Castilla. Es cierto que a lo largo del siglo se fue generando una creciente impopularidad del servicio militar que no solo tenía que ver con factores como la duración del servicio, la desvalorización del soldado por su escasa calidad social o las injusticias existentes en el reclutamiento sino también con los peligros inherentes a la vida castrense como los largos desplazamientos de los regimientos en situaciones de penuria evidente. Algo que queda reflejado en el informe de libertad que presenta María Escobar11 para demostrar la muerte de su marido en el mes de diciembre del año de 1743, estando el Regimiento de Infantería de Milicias de Palencia en campaña en el Ducado de Saboya, cuyos testigos señalan que fue sepultado en San Miguel de Moriana: «… y para dar al cadáver sepultura en dicho sitio fue forzoso para transitar con él, abrir el camino por las muchas nieves que en semejante ocasión se experimentaron en aquel paraje…». De manera que, ante la inminencia del sorteo, muchas familias sopesaron las posibilidades legales existentes para poder librar a sus hijos del alistamiento y una de estas posibilidades era el matrimonio. Cuando Francisco Alonso12 entabló pleito contra Antolina Sánchez por Jactancias de Esponsales (un hombre o una mujer aseguraban públicamente que se les había dado palabra de matrimonio) una de las pruebas que ordenó el juez fue el careo entre partes: en presencia del ordinario los implicados se hacían una serie de preguntas y repreguntas a través de las cuales se intentaba clarificar la verdad de los hechos; una de las preguntas que ella presentó hace referencia al problema de las quintas y la estrategia del matrimonio como forma de librarse de ellas: ACP. Provisorato. Legajo 518. Don Juan Courtoy y doña Vicenta Castaños. Año 1762. ACP. Provisorato. Legajo 515. Bernardo Guillén y María Escobar. Año 1761. 12 ACP. Provisorato. Legajo 519. Francisco Alonso contra Antolina Sánchez. Año 1765. 10 11
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«Preguntó también… si es cierto que el martes siguiente al lance que refiere la anterior pregunta fue a la casa de los padres de dicha Antolina Sánchez la madre del expresado Francisco y estuvo con la de la que pregunta y la dijo que su hijo la había dicho tenía dada palabra de casamiento a su hija y que quería que acabasen luego con ello porque las quintas estaban cerca y así iba a ver como lo querían disponer en cuanto al gasto a lo que respondió la madre de la que pregunta: la muchacha ya me ha dicho como se tienen dada palabra de casamiento los dos, yo ya ves que no puedo ayudarles en nada por los tiempos tan malos y así puedes venir a tratar con su padre el domingo, a que dijo mujer yo quería que el domingo se leyesen las moniciones por lo que te he dicho de las quintas y así quisiera que esto se compusiese cuanto antes a lo que su madre respondió pues mujer, bien está ven cuando tú quieras…».
Pero también es evidente que el Ejército era para muchos hombres una forma de subsistir; bien como criados que se ocupaban en el servicio de los oficiales13 y de los capellanes castrenses14 como panaderos del regimiento15o como zapateros16 que asistían de su «oficio de obra prima». Bien por ser hijos de soldados que viven en el regimiento y se incorporan a él al dar la talla17, así nos encontramos en el Regimiento de Caballería del Rey con una familia de músicos, la familia Peix18 o bien alistándose voluntarios tras buscar otras alternativas de ganarse la vida como así lo refiere Antonio Cabrero19: «… hasta los 18 años en la ciudad de León y luego por la miseria y fatalidad de los años, carestía de alimentos en aquel país y los cortos medios con que se hallaba por haber fallecido su padre se marchó a ganar la vida al Reino de Portugal en el que, de lugar en lugar, consumió un año en cuyo tiempo sentó plaza de soldado en el Regimiento de Saboya…».
ACP. Provisorato. Legajo 518. Francisco Manuel de Lara y Vicenta Valencia. Año 1770. 14 ACP. Provisorato. Legajo 518. Cayetano Cartujo y María Manuela del Varrio. Año 1766. 15 ACP. Provisorato. Legajo 818. Antonio Teisender y María Mallís. Año 1768. 16 ACP. Provisorato. Legajo 519. Esteban Rodrigo y Ángela Peña. Año 1766. 17 ACP. Provisorato. Legajo 518. Julián Sánchez Marqués y Antonia Quintanal. Año 1761. 18 ACP. Provisorato. Legajo 518. Francisco Peix y Luisa Álamo. Año 1764. 19 ACP. Provisorato. Legajo 518. Antonio Cabrero y Antonia Fernández. Año 1763. 13
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Y podía suceder que el ingreso en el Ejército fuese la manera de escaparse de un matrimonio que no interesaba como así se desprende del litigio presentado por Manuel de Villalba20 contra su mujer cuando pide a los testigos que contesten: «… y si saben que todo lo articulado en la antecedente que les consta de cierto como también haber la tal María vendido públicamente la ropa que extrajo de su marido y casa, lo ha sido todo con escándalo y a mal parecer culpando y atribuyéndolo todo al genio de dicha María y a los influjos de sus padres quienes aun con otras les han practicado iguales habiendo sido causantes de haber sus maridos tomado plaza de soldados. Digan dando razón que concluya la pregunta».
O la manera de realizar aquél que se impedía, caso de Manuel Sanz21 que ante las amenazas y malos tratamientos por parte de su familia sentó plaza de soldado en el Regimiento de Infantería de León en La Coruña. Dada la imposibilidad de Manuel para concurrir a esta ciudad a efectuar el matrimonio será la contrayente quien pase a la Coruña a casarse. Además del ejército regular, ya Felipe II tuvo en mente la formación de un ejército peninsular de reserva basado en el sistema de milicias que pudiera ser utilizado en caso de ataque a los territorios de la península ibérica y que permitiera contar con el máximo de hombres disponibles sin apartarlos de las actividades productivas del país. Su idea fue retomada en la Real Ordenanza de 1734 por la que se crearon 33 Regimientos de Milicias Provinciales que fueron reclutados únicamente en Castilla, siendo Palencia uno de esos municipios. También los miembros de estas milicias debían pedir permiso expreso del responsable del regimiento para casarse si querían evitar las penas y sanciones estipuladas de no hacerlo así22, cumpliendo con el capítulo 64, página 113, de sus Reales Ordenanzas. Sin embargo, el objetivo inicial de su utilidad en caso de conflicto en el interior no siempre se cumplió como lo prueba la participación activa que la milicia palentina tuvo en la campaña de Portugal: en diez de los dieciocho expedientes encontrados pertenecientes a este Regimiento de Milicias de Palencia los informes de libertad y ACP. Provisorato. Legajo 513. Miguel de Villalba contra Manuela Bartolomé. Año 1764. 21 ACP. Provisorato. Legajo 514. Manuel Sanz y Manuela Gordoncillo. Año 1765. 22 ACP. Provisorato. Legajo 516. Bernardo Montoto y Rosa Prieto. Año 1765. 20
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soltería señalan la ausencia de la ciudad de sus «milicianos» por los once meses que duró la guerra23: «Saben y les consta que en los 11 meses que estuvo en compañía de los testigos en el Reino de Portugal en esta última campaña en la que se hallaron como tales cabos se conservó en el estado de libre y soltero…además de que si hubiera llegado el caso de haber contraído alguna obligación se la hubiera comunicado a los testigos por la mucha amistad que han profesado y profesan con cuyo motivo durante dicha campaña comieron y asistieron todos juntos en una misma habitación y alojamiento que se les dio en diferentes villas del Reino de Portugal como fueron la de Alcántara, Miranda, Chabes y otras».
EJÉRCITO Y POBLACIÓN BALDÍA A esta complejidad de interacciones entre matrimonio y ejército se añade la marcada tendencia que, en aras de conseguir la recuperación económica del país, tuvieron los gobiernos del setecientos por utilizar a la población desocupada al servicio del Estado y en concreto del Ejército. Y también los expedientes matrimoniales del Archivo Catedralicio de Palencia nos dan información de esta política y sus consecuencias. En los tiempos medievales los valores de la resignación y la austeridad defendidos por el pensamiento tomista, eran para el pobre una manera de alcanzar la salvación al igual que el valor de la caridad lo era para el rico; de modo que la mendicidad fue considerada una cuestión privada que tenía una utilidad en sí misma. Sin embargo, llegada la Edad Moderna los sectores marginales de la sociedad pasaron a ser un problema público, un peligro social que requería la intervención de la autoridad en la medida en que la crisis rural y el crecimiento urbano del s. XVII habían provocado un gran incremento de la población desocupada. Este proceso va paralelo a un cambio de mentalidad, un cambio en la manera de entender la pobreza, que pasa a ser sinónimo de delincuencia, vicio y depravación moral. Mucho tuvieron que ver en ello las consignas del Concilio de Trento –Decreto Tametsi– y las ideas de pensadores como Juan Luis Vives que, siguiendo a Erasmo de RóterACP. Provisorato. Legajo 515. Manuel de Paz y Beatriz de Riol. Año 1764.
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dam, escribió el Tratado del Socorro de los Pobres en el que introdujo la dualidad existente entre una pobreza verdadera de niños, ancianos o enfermos y una pobreza fingida de personas válidas para el trabajo, a los que denominaba como vagos y holgazanes. Surge así una necesidad creciente de buscar ocupación para todos estos pobres fingidos, muchos de ellos antiguos campesinos y jornaleros que vagaban por Europa sin ocupación rentable alguna. En España la preocupación por esta población vaga llega a su culmen en el s. XVIII convirtiéndose en uno de los rasgos estructurales de la administración borbónica –otro lo fue la reorganización de su Ejército– dada la urgente necesidad de mantener el orden público tras la Guerra de Sucesión, por un lado y la de poner freno a una larga crisis económica, por otro. Detrás de esta tendencia también estaba la nueva ideología ilustrada y su convicción de que la felicidad del pueblo se lograría necesariamente con el desarrollo económico. Economía política, tutela social del Estado y seguridad pública estarán en la base de la política seguida por los Borbones y, por supuesto, por Carlos III y sus ministros ilustrados. Desde esta perspectiva, la necesidad de salir de la crisis económica del siglo anterior pasaba por utilizar la masa de población inútil o baldía al servicio del Estado, como así lo expresa Campomanes en su respuesta fiscal sobre vagos de 1764 en la que apunta su valor para el Ejército de Tierra. Los esfuerzos de los gobiernos ilustrados se dirigirán a llevar a la práctica esta política no sin dificultades. Desde la Ordenanza de 1733 se obligó a las justicias ordinarias a poner presos a vagos y holgazanes con el objetivo de destinarlos al Real Servicio. Pero las decisiones políticas siempre tienen sus consecuencias para la población que vive sus dramas personales de la mejor forma que puede. Así nos lo refiere, a través de su procurador, Ana Bernal palentina casada con Gabriel González24 quien en el año de 1867, estando ambos en Medina de Rioseco, quedó «sola y embarazada» porque su marido fue destinado por las justicias al Real Servicio. La situación crítica en que pueden encontrarse las mujeres de estos soldados favorece la entrega de los hijos habidos al hospicio de San Antolín y San Bernabé aunque, en este caso, lo que Ana Bernal pide es que en los libros correspondientes «se note y escriba la partida de bautismo de su hijo con la cláusula de serlo de legítimo matrimonio»:
ACP. Provisorato. Legajo 516. Ana Bernal. Año 1867.
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«… Se retiró de esta ciudad en la que de dicho embarazo dio a luz un niño hallándose viviendo en el Corral intitulado de don Gabriel y como inmediatamente que salió de dicho patio la hubiese sobrevenido enfermedad con varios accidentes, Josefa Mazuelas y otras vecinas movidas de caridad tomaron el niño y lo condujeron del Santo Hospital en el que y con arreglo a su práctica en los libros maestros se notó y posteriormente a este hecho el cura de la Santa Iglesia se le bautizó y dándole por nombre Gregorio y por su abogado a San Felipe Neri y en los libros del hospital se le puso a dicho Gregorio por hijo de la casa. Pero como mi parte a los 15 días se hubiese restablecido de sus accidentes habiéndosela informado lo mismo que he expuesto concurrió a dicho santo hospital donde refirió lo mismo y cercioradas las personas de cuyo cargo está de la verdad la entregaron al niño a quien ha criado y está criando a sus pechos…».
Ante la evidente dificultad para determinar de manera clara quienes eran considerados como vagos, la Real Ordenanza de Vagos de 1745 proyectada por el marqués de la Ensenada hizo una extensa relación de «vagos y malentretenidos» que, entre otros, incluye a los forasteros no avecinados y a los soldados licenciados. De hecho, en los expedientes raramente aparece la licencia del Real Servicio aunque sí el informe de libertad y soltería del capellán castrense, pues los soldados, que la han presentado al tribunal para poder casarse, reclamarán su devolución entre otras cosas para acreditarlo ante las justicias.25 Don Domingo Bernardí, brigadier de los ejércitos de S.M. coronel del Regimiento de Infantería de Mallorca e inspector de la Infantería Española y Extranjera de los Ejércitos de Aragón, Navarra y Guipúzcoa, en la licencia de retiro del servicio dada a Domingo del Espíritu Santo26, hace referencia a esta posibilidad que existía para los soldados de ser interferidos por las justicias: «… Por la presente concedió licencia a Domingo del Espíritu Santo soldado de la Compañía del Coronel una de las del Regimiento de Infantería de Mallorca… su edad de 24 años, pelo castaño claro, ojos pardos, frente ancha con un lunar en ella al lado izquierdo, sentó plaza en este Regimiento en Madrid a veinte y cuatro de diciembre de mil setecientos cincuenta, para que pueda pasar a donde más le convenga y pido y encargo a las justicias de las villas y lugares por ACP. Provisorato. Legajo 487. Manuel Alonso e Isabel Martínez. Año 1768. ACP. Provisorato. Legajo 519. Domingo del Espíritu Santo y Clara Borro. Año 1761.
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donde transitare no le pongan impedimento ni embarazo alguno en su viaje y que antes bien le den el favor y auxilio que necesitare. Dada en Zaragoza a 20 de marzo de 1760».
Determinar el procedimiento que debían seguir los corregidores y justicias ordinarias para su detención y custodia, evitando que se vieran destinados al servicio de la guerra muchos hombres que no eran vagabundos, es lo que pretendieron las instrucciones de 1751 y de 1759, junto con su suplemento de 1765. Sin embargo, los expedientes matrimoniales dejan constancia de este problema, que en muchas ocasiones se vincula con una muerte temprana de los padres. El caso de Manuel Martín es claro indicativo de lo señalado pues al quedar huérfano con 6 años pasó a trabajar como labrador con su tío hasta que a los 19 años fue aplicado por las justicias de Segovia al Real Servicio en el Regimiento de Infantería de Asturias en el que permaneció durante 9 años27. De acuerdo con estas ordenanzas los detenidos serían custodiados en las cárceles públicas de cada lugar, donde los intendentes se encargaban de recibirlos y enviarlos a las llamadas cajas militares así como de los posibles recursos de estos contra su detención. A partir de este momento pasaban a ser responsabilidad de la jurisdicción militar quien los enviaba a su destino en función del siguiente criterio: los mayores de 18 años y menores de 50, sanos, robustos y que dieran la talla de 5 pies a cualquiera de los regimientos del Ejército; los mozos de 12 a 18 años o quienes no tuvieran la estatura al servicio en los arsenales mientras que los no aptos para ninguno de los destinos anteriores pasaban a obras públicas. Los expedientes matrimoniales son un claro reflejo de esta realidad, de la larga vida que como soldados, obligados o no, tuvieron muchos de los hombres de la época dado que el haber sido soldados en un Regimiento no les eximía de volver a ser reclutados, como le sucedió a Bernardo Montoto28que con 15 años entró a trabajar en el Real Canal, luego sentó plaza de soldado en el Regimiento de Infantería de Saboya en el que permaneció 10 años y posteriormente, estando de paisano en Palencia, le tocó soldado por suerte en el Regimiento de Milicias. Bernardo nos habla de su estancia en el Real Canal una de las obras públicas emblemáticas de la época borbónica; hay otros expedientes que hacen referencia a los arsenales como el de Ferrol29 o la Carraca en Cádiz; en este último estuvo ACP. Provisorato. Legajo 517. Fernando Martínez y Lorenza Antolín. Año 1765. ACP. Provisorato. Legajo 516. Bernardo Montoto y Rosa Prieto. Año 1765. 29 ACP. Provisorato. Legajo 518. Pedro Marselle y Nicolasa Pérez. Año 1764. 27 28
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Manuel Fernández, de 29 años de edad y natural de Madrid,30 que en su declaración jurada nos refiere: «… a la de diez y seis sentó plaza de soldado en dicha Villa y Corte en el Regimiento de Infantería de la Reina en el que estuvo dos años después se fue a la carraca de Cádiz donde también residió dos años y habiéndose publicado el indulto se presentó y volvió a la expresada ciudad de Puerto de Santa María y con el motivo de haber llegado a ella el Regimiento de Caballería de Dragones sentó plaza en él donde se ha mantenido estos últimos seis años».
Disposiciones posteriores como la Ordenanza de Levas de 1775 o la Ordenanza de 1779 fijaron la realización de levas anuales y el tiempo de servicio en 8 años respectivamente; mientras que la Real Cédula de 1783 amplía la consideración de vagos a los buhoneros y a los romeros peregrinos que se extravían del camino y vagan en calidad de tales romeros. También queda constancia de la existencia de los romeros y de su posible reclutamiento en el provisorato palentino, al que llegan expedientes solicitando letras testimoniales por «ser persona de buena vida fama y costumbres, quieto, sosegado, honesto y recogido y todas buenas calidades y circunstancias» pues pretenden hacer su peregrinación pidiendo y demandando limosna por los pueblos y quieren evitar que se les tenga por persona vaga o sospechosa en su viaje31. LA LABOR DE LOS PÁRROCOS Y CAPELLANES CASTRENSES. LOS INFORMES DE LIBERTAD Y SOLTERÍA A lo largo de su historia el matrimonio ha ido evolucionando desde el ámbito de lo privado hasta convertirse en una institución pública con un importante papel en el sostenimiento del sistema social y sus posibilidades de movilidad, de manera que las relaciones familiares han servido como modelo de relaciones sociales y políticas. Pero además, tiene un carácter sagrado e indisoluble conferido por la Iglesia –Concilio de Trento, Canon 1– siendo esta indisolubilidad la que justifica la jurisdicción eclesiástica en materia matrimonial. No obstante, esta jurisdicción no siempre existió y la Iglesia fue elaborando lentamente su doctrina ACP. Provisorato. Legajo 518. Manuel Fernández y María Antolín Simón. Año 1770. ACP. Provisorato. Legajo 513. Joaquín Izquierdo. Año 1761.
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porque el peso de la herencia judía, germánica y, sobre todo, la romana la obligó a conjugar ideas muy arraigadas en la tradición y en la cultura. Para los romanos el matrimonio se contrae de forma instantánea en el preciso momento en que la pareja emite el consentimiento mutuo al que preceden unos esponsales sin efecto jurídico alguno; son meros actos sociales aunque después puedan servir para demostrar lo que es esencial: la emisión del consentimiento mutuo. De manera que la oposición entre el derecho romano y el cristiano radica en el concepto mismo y en la naturaleza de esta institución. Para el cristianismo el matrimonio es por definición un vínculo permanente e indisoluble, en cambio los romanos lo entienden como vínculo que dura tanto cuanto el consentimiento mutuo de los contrayentes. Tanto el derecho hebreo como el germánico distinguen dos momentos en la constitución del matrimonio; para los hebreos, primero está la desponsatio o desponsación que es un matrimonio comenzado que culmina con la entrega de la mujer al marido, mientras que los germanos hablan de verlobung o acto del compromiso concretado por el padre de los novios o a veces por ellos mismos y de acto de la entrega de la mujer al marido. Las teorías de Lombardo –diferenciando entre matrimonio por palabras de presente y matrimonio por palabras de futuro– y de Graciano –que refiere dos momentos del matrimonio: desponsatio o matrimonio initiatum y commixtio sexuum– se hacen eco de esta idea de dualidad. En los primeros siglos la Iglesia se atiene a esta realidad sin conseguir crear unas normas propias. La presencia simultánea de estas tres tradiciones en el cristianismo condicionó una cierta ambigüedad no solo en la terminología sino también en los conceptos. De este modo, cabe hablar de matrimonio initiatum para los esponsales, son las «palabras de futuro»; matrimonium ratum para las «palabras de presente», momento en que quedaba creado el vínculo y matrimonium consummatum para la unión sexual, cuando pasaba a ser indisoluble. El Concilio de Trento (1545-1563) es un hito fundamental en este proceso de definición del matrimonio al establecer la necesidad de realizar el matrimonio in faciae eclesiae (en presencia de la Iglesia) y de forma especial el Decreto Tametsi que impuso, siguiendo lo dispuesto por el Concilio de Letrán en 1125, la obligación de la forma canónica para contraer matrimonio –publicación de las moniciones en la parroquia durante tres días festivos consecutivos, presencia del párroco o de sacerdote delegado y de dos o tres testigos –. El decreto intentaba poner remedio a los matrimonios clandestinos que propiciaban el abandono del cónyuge por unas nuevas nupcias declarándolos nulos, pero se hizo una excep-
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ción con aquellos celebrados sin el consentimiento paterno dado que en la esencia del sacramento está el consentimiento mutuo de los contrayentes. Asimismo teniendo en cuenta la frecuencia de casos de divorcio entre los llamados nómadas y entre quienes no tenían residencia estable el Concilio exigió a los sacerdotes que comprobaran cuidadosamente su estado de soltería antes de autorizar el matrimonio. En su sesión XXIV (11 de noviembre de 1563) establece: «Muchos son los que andan vagando y no tienen mansión fija, y como son de perversas inclinaciones, desamparando la primera mujer, se casan en diversos lugares con otra, y muchas veces con varias, viviendo la primera. Desenado el Santo Concilio poner remedio a este desorden, amonesta paternalmente a las personas a quienes toca, que no admitan fácilmente al matrimonio esta especie de hombres vagos; y exhorta además a los párrocos, que no concurran a casarlos, si antes no hicieren exactas averiguaciones y dando cuenta al ordinario obtengan su licencia para hacerlo».
Por tanto, nos vamos a encontrar, por un lado, con la tradición consensualista vigente en la Iglesia desde tiempos medievales que considera imprescindible la libertad de los contrayentes y, por otro, con una cierta indefinición del Decreto Tametsi en lo relativo a los matrimonios clandestinos y el consentimiento paterno32. Si a esto le añadimos la teoría de los impedimentos33, que convirtió a la Iglesia en la instancia responsable de la concesión de la dispensa necesaria para los matrimonios de consanguinidad, podemos explicarnos que durante la Edad Moderna los Tribunales Diocesanos entendieran en todos aquellos procedimientos relacionados con la institución matrimonial: matrimonios clandestinos, matrimonios impuestos por los padres, separaciones matrimoniales, incumplimientos de esponsales y matrimoniales apostólicos. Las reformas de Trento pasaron a considerarse leyes del reino por Real Cédula de julio de 1564. Los Sínodos provinciales y los Mandatos Generales de Visita, realizados bien por el obispo bien por el visitador general, fueron los instrumentos utilizados para difundir y hacer cumplir los cánones establecidos en Trento. En el caso de la provincia de MIGUÉLEZ DOMÍNGUEZ, L.; ALONSO MORÁN, S.; CABREROS DE ANTA, M.; LÓPEZ ORTIZ, J.: Código de Derecho Canónico y legislación complementaria. Biblioteca de Autores Cristianos. Octava edición. 1969. Su capítulo V. Del consentimiento matrimonial. 33 Ídem: Su capítulo II. De los impedimentos en general. 32
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Palencia se destacará la labor del obispo Don Álvaro de Mendoza que fue el primero en incorporar de forma detallada la doctrina de Trento reajustando toda la legislación anterior en el Sínodo de 1582. Las Asambleas Sinodales celebradas en la diócesis durante la Época Moderna fueron frecuentes hasta 1678 –Fray Juan del Molino Navarrete– pero a partir de esta fecha los Mandatos Generales de Visita tomaron cada vez más importancia destacando en el siglo XVIII los de Andrés de Bustamante en 1764 y los de José Cayetano Loaces en 1768. Y por supuesto se hicieron referencias al matrimonio y a la forma de aplicación de las disposiciones del Concilio que debieron ser tenidas en cuenta por los provisores en sus Tribunales de Justicia. Para el tema que nos ocupa es de señalar el Sínodo de Luis Cabeza de Vaca (17 de mayo de 1545) que en su Libro IV, De Sponsalibus et Matrimoniis establece: «Que los clérigos no desposen ni velen a ningún estrangero, si no truxeren testimonio de sus tierras de como son libres: Muchos estrangeros estando en sus tierras desposados o casados, se ausentan dellas, e, veniendo <a> algunos lugares deste nuestro obispado diciendo que son libres se desposan e casan otra segunda vez, en gran peligro de sus animas e perjuycio de las segundas esposas o mujeres, porque las dexan perdidas e afrentadas quando se vine a saber de los primeros desposorios o matrimonios que tenían hechos. E otros que estando en sus propios lugares, los curas de ellos no los quieren desposar ni velar porque saben que ay entre ellos impedimento por donde con buena conciencia no se pueden desposar ni velar, y estos tales se van a otros lugares, adonde los curas y clerigos dellos, por no saber el tal impedimento, los desposan y casan, de donde resulta asimesmo estar los tales en continuo pecado mortal. Y porque conviene que los semejantes males sean remediados, sancta synodo aprobante, estatuimos que ningún cura ni clérigo deste nuestro obispado despose ni vele a estrangero alguno que viniere de otros obispados, ni a los que fueren de otros lugares de este nuestro obispado, si no truxeren testimonios bastantes de sus tierras de como son libres para se poder desposar y casar, so pena que el cura o clérigo que lo contrario hiziere, incurra y caya en pena de dos ducados para obras pias que nos señalaremos, por cada vez que desposare o casare a qualquier forastero o estrangero que no truceren el dicho testimonio de como son libres»34. GARCÍA Y GARCÍA, A. (Dir.): Synodicon Hispanum, vol. VII, Burgos y Palencia, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pág. 651.
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Gran parte de los expedientes matrimoniales que se incoan en el Tribunal Eclesiástico o provisorato de la diócesis palentina en el período estudiado corresponden a personas procedentes de sectores populares como jornaleros, criados y soldados; pobres de solemnidad muchos de ellos –sin bienes muebles ni raíces juros ni rentas que excedan de 3000 maravedís35– como así se constata por las numerosas informaciones de pobreza (fundamentalmente declaraciones juradas de testigos avalando la pobreza de los contrayentes) presentadas ante el tribunal. Todos ellos, por su falta de residencia fija, escapaban al conocimiento que los párrocos tenían de sus feligreses no pudiendo recoger en sus libros cuál era su estado de libertad, bien por haber hecho «ausencia considerable de la parroquia», por ser «de ajena Diócesis» o por ser «extraños de Castilla la Vieja»36, bien por no constarles si cumplían con sus obligaciones religiosas o si estaban instruidos en doctrina cristiana como era costumbre hacer durante la lectura de moniciones.37 De modo que la labor de los párrocos era fundamental para la institución matrimonial pues además de leer las proclamas, ser los responsables de «desposar, casar y velar y dar las demás bendiciones de la Iglesia» a los contrayentes anotando la partida de dicho casamiento en el Libro de Casados y Velados, también debían de cuidar que la libertad y soltería de ambos estuviese plenamente demostrada pidiendo autorización al provisor en caso de duda. Los «curas propios» de las parroquias palentinas, ante las dificultades para determinar el estado de algunos contrayentes y obedeciendo las directrices dadas por la diócesis en Autos de Visita, se excusaban de autorizar el matrimonio sin licencia especial del provisor. Es por ello que llegaron al Tribunal Eclesiástico múltiples pedimentos de contrayentes que siendo o habiendo sido soldados –muchos de ellos de otros obispados– querían demostrar su libertad y soltería; lo cual podía resultar complicado cuando se exigía información del tiempo que vivieron en «el pueblo de su naturaleza» bajo la potestad de los padres, de los distintos lugares en que habían «hecho mansión» y de su estancia en el regimiento. Lo estipulado era que el juez ordinario expidiera una Carta Requisitoria al Tribunal Eclesiástico de la diócesis a que pertenecía el «pueblo de la naturaleza del contrayente», para que ordenara al párroco de dicho pueblo que leyera las proclamas en su Iglesia y certificara de sus resultados en cuanto a posibles impedimentos, estado de libertad duranACP. Provisorato. Legajo 518. Manuel Carbajano contra María Prieto. Año 1763. ACP. Provisorato. Legajo 518. José Antonio Vázquez y María Núñez. Año 1770. 37 ACP. Provisorato. Legajo 519. Diego Quiñones y Teresa Fernández. Año 1763. 35 36
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te el tiempo que vivió en él y de su fe de bautismo. En muchos casos, los interesados pretendían sustituir estas costosas diligencias por pruebas testificales alegando que tenían testigos en la ciudad que les habían conocido y podían deponer sobre su estado; eran los llamados informes de libertad y soltería que, por lo general, requerían las declaraciones contestes de tres testigos quienes solían ser, a su vez, soldados que habían coincidido con el contrayente en el momento de sentar plaza y en el mismo regimiento. En ocasiones, el celo del juez ordinario era tan exhaustivo a la hora de considerar como suficiente la prueba testifical que pedía nuevas declaraciones de testigos antes de dar como bastante probada la libertad y soltería de los contrayentes. Especialmente insistente se muestra el juez en el caso de Mariano Boal38, mozo soltero de 27 años, residente desde hace 15 días en Palencia y natural de Valencia, que en el año de 1766 solicita permiso al Tribunal Eclesiástico para casarse con Manuela Orejón moza soltera natural de Palencia. En el pedimento al tribunal se explica que los curas de la parroquia de San Lázaro se han excusado por Autos de Visita, dado que es de ajena diócesis y hay dudas de su libertad y soltería además de que ha estado en el servicio de S. M. y en el Regimiento de Caballería de Montesa por espacio de 8 años. Mariano presenta como es preceptivo su licencia de haber cumplido el tiempo de servicio y la certificación de libertad del capellán del regimiento y solicita se le reciba información de su libertad y soltería a fin de acreditarla previa su declaración jurada. Designa para la información a dos testigos vecinos de Palencia que han sido soldados en el mismo regimiento quienes declaran «conocieron muy bien de vista, trato y comunicación» a Mariano Boal y no oyeron decir que se hallara con impedimento alguno lo cual es «público y notorio» en el referido regimiento. No obstante, el provisor López de Cangas consideró que debía de justificarla más en forma dado que los testigos no le han conocido en su época anterior a sentar plaza y para ello, la ofrece de nuevo con otros dos soldados del Regimiento del Rey que se encuentra acuartelado en Palencia y le han conocido desde su niñez. Pese a todo, el provisor reclama que acredite más en forma su libertad y su procurador, intentando evitar «los gastos y dilaciones que se le han de seguir» si se libra requisitoria a Valencia, presenta como testigo a Juan Lucas sargento soldado del Regimiento de Montesa que se encargó del reclutamiento. Nuevamente el provisor considera en su auto que debe «justificar más en forma su libertad y soltería por lo tocante al ACP. Provisorato. Legajo 518. Mariano Boal y Manuela Orejón. Año 1766.
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tiempo que estuvo en el pueblo de su naturaleza» y el procurador Piñeyro presenta dos nuevos testigos soldados del Regimiento de Caballería del Rey naturales de Valencia y Nulles que le conocieron en compañía de sus padres, antes de que entrase en el Real Servicio, libre y soltero. Finalmente, el provisor concede Licencia en forma al párroco para que les despose. Al año siguiente Manuela Orejón, como su mujer legítima, presenta un pedimento que deja claro lo justificado del celo del provisor: «Digo que mi parte habrá cosa de un año a corta diferencia que casó y veló con el citado y a pocos días se ausentó para la ciudad de Valencia pueblo de su naturaleza prometiendo restituirse luego que compusiese la amistad con su padre en cuya casa se ha mantenido y mantiene y no obstante que mi parte deseosa de habitar con su marido le ha escrito repetidas cartas, faltando a la cristiana obligación a que está ligado no da respuesta alguna y lo que es más que disponiendo la mía ponerse en camino en su busca se la ha informado que dicho su padre intenta ausentarle para la ciudad de Alicante todo con el fin de impedirle la habitación con su conjunta parte y no siendo justo se tolere en perjuicio de sus ánimas y conciencias: Suplico a Vmd se sirva expedir su Carta Requisitoria Suplicatoria en forma dirigida al Señor Ordinario de aquella Diócesis a fin de que previa su aceptación se sirva mandar se notifique al dicho Mariano Boal que bajo de censura previa de latae sententiae se restituya a vivir con mi parte y a José Boal su padre que no se lo impida por ser así de justicia que pido y recibirá merced».
Había todavía otra posibilidad cuando no quedaba suficientemente probada la libertad, era la Información de Abono de Testigos por la que otros deponentes avalaban la identidad y honradez de los anteriormente presentados por el interesado. Esto le sucede a Joaquín Garbio soltero natural de Madrid y «soldado que ha sido» del Regimiento de Caballería del Rey39, quien teniendo tratado matrimonio en 1768 con María Rodríguez soltera natural de Palencia, y alegando pobreza de solemnidad pide se le dispense de la lectura y publicación de moniciones en Madrid, cuyos testigos de abono son según su procurador «unos y otros de honrados procedimientos, amigos de tratar la verdad y realidad que por lo propio la han dicho y declarado en las deposiciones que han ejecutado».
ACP. Provisorato. Legajo 518. Joaquín Garbio y María Rodríguez. Año 1768.
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Una vez concedida la licencia del tribunal el matrimonio debía de celebrarse en un tiempo prudencial pues de no hacerlo así era necesario solicitar una nueva licencia justificando las causas que habían motivado la dilación.40 Como ya hemos dicho, si los mozos habían sentado plaza de soldado debían demostrar su libertad durante el tiempo de su estancia en el Real Servicio, con la Licencia y con el Certificado del Capellán Castrense del Regimiento a que habían pertenecido. Los certificados debían estar avalados a su vez por las declaraciones de otros soldados del regimiento y autentificados por un superior del mismo reconociendo la persona y la firma del capellán. Su celo por identificar claramente al soldado de quien se certifica les lleva a veces a hacer descripciones como la siguiente, expedida por don Cosme Fernando Corral Capellán del 1º Batallón del Regimiento de Infantería de Aragón a Francisco Viseo41: «Francisco Viseo, 22 años, estatura cinco pies, una pulgada y tres líneas, pelo castaño obscuro, ojos pardos, color moreno, nariz pequeña, una cicatriz al nacimiento del pelo sobre la ceja izquierda, dos lunares pequeños en la nariz y en el párpado derecho, algunas pecas en el rostro…».
El Cuerpo Eclesiástico Castrense también fue objeto de reforma en la etapa borbónica, siendo un momento importante cuando el papa Clemente XII en 1736 otorgó un Breve en el que se atribuía al vicario general o capellán mayor de los Ejércitos y sus delegados jurisdicción no solo sobre los militares, sino sobre las demás personas de uno y otro sexo que de cualquier modo pertenecen al ejército en todas las cuestiones ligadas a la vida religiosa en tiempo de guerra. Posteriormente, siendo rey Carlos III, el papa Clemente XIII en Letra de 10 de marzo de 1762 suspendió a los componentes de los Reales Ejércitos de la jurisdicción eclesiástica de los ordinarios y los sometió a la del patriarca de las Indias y vicario general castrense. Por tanto, cuando el interesado está «sujeto a la tropa» se requieren las Letras de atención del vicario general castrense y licencia matrimonial de este para que el cura de la parroquia correspondiente les case con la presencia del padre capellán castrense del regimiento. Así lo hace constar el teniente vicario general de los Reales Ejércitos de S.M. en Zamora en las letras de atención que entrega a ACP. Provisorato. Legajo 519. Francisco Bolado y Alfonsa Romero. Año 1762. ACP. Provisorato. Legajo 518. Francisco Viseo y María González. Año 1763.
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José Martínez Alarcón42 en las que hace referencia a la bula apostólica a favor de los Reales Ejércitos que reparte los «derechos de la estola» entre el capellán castrense y el párroco de la contrayente. CONSECUENCIAS DE LAS RELACIONES AFECTIVAS Y SOCIALES A través del estudio de los expedientes matrimoniales se va adquiriendo un conocimiento de muchos aspectos relacionados con el Ejército Real en el setecientos: el nombre de los regimientos, sus reestructuraciones y fusiones (caso de los Regimientos de Caballería de Milán y de Flandes que pasaron a ser del Rey)43, sus mandos, rutas y lugares de acuartelamiento y sobre todo, las consecuencias que para la vida diaria de una población supone la llegada de los regimientos y el inevitable contacto con sus gentes. La presencia de soldados de otras tierras propicia el contacto con las mujeres palentinas y el consiguiente matrimonio una vez obtenida la licencia del Real Servicio lo que exige, como ya hemos visto, una autorización especial del tribunal con las consiguientes diligencias para demostrar la libertad y soltería no solo del tiempo en el Ejército sino también en el pueblo de su naturaleza. Pero también crea conflictos que llegan al provisorato como embarazos, abandono de niños en el Santo Hospital de San Antolín y San Bernabé, problemas de legitimidad de hijos, dificultades para demostrar el estado de viudedad o contratos de esponsales que se rompen y miedo a que el soldado se vaya una vez conseguida su licencia «dejando burlada» a la mujer. Una gran mayoría pide que el matrimonio se celebre con brevedad «para obviar los perjuicios que en la dilación se pueden seguir a sus ánimas y conciencias». Estas situaciones, motivo de escándalo en la parroquia, podrían explicar que las relaciones con soldados no siempre fueran bien vistas por la población y que intentaran evitarse; por los padres separando a la hija del contacto continuo con el soldado si se dilataba la realización del matrimonio,44 o por el propio párroco intercediendo ante el provisor45: ACP. Provisorato. Legajo 519. Don José Martínez Alarcón y Margarita Gallegos. Año 1769. 43 ACP. Provisorato. Legajo 518. José de Villegas y Gabriela García. Año 1766. 44 ACP. Provisorato. Legajo 518. Don Carlos María Brunachi y doña María Francisca Díez. Año 1767. 45 ACP. Provisorato. Legajo 518. Joaquín Garbio y María Rodríguez. Año 1768. 42
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«Al señor Provisor y Vicario General de esta ciudad: Señor Joaquín Garbio mozo soltero natural de la Villa y Corte de Madrid soldado que fue del Regimiento del Rey está tres veces amonestado y ha tiempo con María Rodríguez mi feligresa y por varias causas no se ha concedido por Vmd licencia para casarse y en atención a que dicho Joaquín come, duerme y habita y vive en la casa y habitación del padre de su esposa sin tener otra parte donde vivir originando y causando notable escándalo a todos los demás vecinos con notable perjuicio de sus almas de que haber remedio acudo a Vmd: Suplico se digne para evitar estos daños conceder licencia para casarse o en su defecto providencie lo que convenga porque temo haga fuga dicho Joaquín con no poca nota de infamia en su esposa…».
La relación de las mujeres con los soldados podía ser motivo de escándalo entre los vecinos o de chanza por parte de algún soldado como queda reflejado en esta carta escrita por José Alcaraz46: «Mui Sº mio, veo las ynstanzias que Vmd me hace por don Bernardo el zirujano atento del impedimento que le ponen a María Prieto sobre su casamiento por lo que digo a Vmd que por mi no tiene embarazo pues ni aun en chanza tengo el menor escrúpulo de que por mi sea detenido y asi puede hazer lo que le parezca…».
Y también utilizada como argumento de peso para romper una palabra de matrimonio si se encontraban testigos que lo declarasen por haberlo visto, como lo hizo Blas Nozal testigo presentado por Francisco Miguel en su litigio con María Alonso: «ha tenido conversaciones con soldados de los blanquillos al sitio de la cárcel real y vio que con ellos tenía mucha cháchara y la dieron pasas y higos…»47. En ocasiones los soldados no llevaban más de 15 días en Palencia con su licencia y ya tenían tratado matrimonio porque buscando sus acomodos daban palabra de futuro matrimonio que luego rompían en función de sus intereses o circunstancias. Como Antonio San Juan48 que decidió voluntariamente sentar plaza de soldado dejando libre a Bárbara Penche para casarse con Francisco Manso y así lo aseguran en su Escritura de Apartamiento
ACP. Provisorato. Legajo 518. Manuel Carbajano contra María Prieto. Año 1763. ACP. Provisorato. Legajo 518. Francisco Miguel contra María Alonso Moro. Año 1765. 48 ACP. Provisorato. Legajo 514. Francisco Manso y Bárbara Penche. Año 1766. 46 47
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(escrito por el que se dejaban libres el uno al otro del compromiso adquirido): «… bien vistos hoy y atendiendo a no haber causa que se lo impida ya que el referido Antonio San Juan de su voluntad ha sentado plaza para el Real Servicio en el Regimiento de Infantería del Príncipe dando a entender no tener voluntad de tomar dicho estado de matrimonio en lo que ambos estamos conformes por lo cual y para que cada uno libremente pueda usar de su persona y tomar el que la majestad divina les disponga y permita…».
Pero el incumplimiento de la palabra dada no siempre venía por parte del soldado (4 de los 7 expedientes por incumplimiento de esponsales son de mujeres) pues, ante la necesidad de tener licencia previa del servicio y la larga espera que suponía, mujeres y hombres optaban finalmente por contraer nuevos esponsales con otras personas como así lo hizo María Cardeñosa49 quien, pese a haber firmado un Escrito de Esponsales y haber dado prendas, fe, mano y palabra como prueba de dichos esponsales a Manuel Alcarraz, soldado del Regimiento de Caballería de España, estante en Palencia en el año de 1775, pretende casarse con otro mozo. El contrayente presentó en el oficio del notario como Pruebas Instrumentales un escrito en el que ella se comprometía a esperarle y un relicario y cinta que le había dado como prenda; sin embargo de lo cual terminan por desistirse mediante una Escritura de Apartamiento que otorgan ante notario y en cuya justificación nuevamente se evidencia el problema de la subsistencia: «… y ahora más bien vistos y reflexionados teniendo presente las pesadas cargas de dicho matrimonio y pocos medios con que para llevarlas se hallan y otras justas causas que les mueven se desisten y apartan…». No era frecuente que los contrayentes hicieran escritos de esponsales, ni en privado ni ante notario, pero sí había ocasiones en que se entregaban prendas como prueba de esos esponsales que solían ser pañuelos, cintas, pequeñas joyas o incluso la partida de bautismo.50 Los soldados tenían contacto con la población palentina y las relaciones personales y afectivas no siempre se materializaban en un matrimonio y es entonces cuando llegaban al Tribunal Eclesiástico en demanda de una solución que no siempre era a gusto del reclamante quien, en unos casos terminaba por hacer un Escrito de Desistimiento o ACP. Provisorato. Legajo 549. Manuel Alcarraz contra María Cardeñosa. Año 1775. ACP. Provisorato. Legajo 519. Bernardo Alonso y Bernarda Tejedo. Año 1761.
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de Apartamiento –sea ante notario o mediante su procurador– por el que se apartaba y dejaba libre a la otra persona para que hiciese lo que mejor la conviniese y, en otros, ante la evidencia de las pruebas generalmente testificales y la realidad de la Cárcel Pública de Corona del Obispado –en el caso de los hombres la reclamante podía solicitar del tribunal su aseguramiento para evitar su posible fuga– los demandados optaban por el allanamiento, reconociendo los hechos, «allanándose y estando prontos» a cumplir con el compromiso contraído. A veces los contratos matrimoniales no eran del agrado de padres y parientes, quizá considerando la posible desigualdad (económica, social) o la edad de los jóvenes contrayentes; la solución entonces era pedir al tribunal la dispensa de las tres moniciones para evitar que los familiares llegaran a enterarse y tratasen de impedirlo. En estos casos el tribunal, antes de aprobar la dispensa y el matrimonio que era lo habitual (en los 6 expedientes encontrados la decisión del tribunal fue favorable) se informaba –llegando a pedir en ocasiones el secreto bajo pena de excomunión– mediante la declaración de los contrayentes por separado, la certificación del párroco y las declaraciones de testigos sobre las causas y motivos que se exponían para la dispensa, de si de no hacerlo se podían o no seguir algunos inconvenientes y de si entre las familias se daba considerable desigualdad. Así se hizo en el caso de don José Blanco de la Yera51, palentino de 22 años, hijo del administrador del Real Alfolí de la Sal y Municiones de Palencia, quien proveía al Regimiento de Dragones de Pavía, del que era capitán don Ciriaco Antonio Tarrazas, padre de la contrayente, de 17 años y residente en Palencia un año y medio. En el certificado e informe del capellán de San Miguel se dice: «Debo informar que el contrayente es natural de esta ciudad, mi parroquiano en la que le he conocido antes y después de cura todo el tiempo de su edad, le he tenido y tengo por mozo libre y soltero... A la contrayente no la conozco pero si a los padres del contrayente quienes están en este pueblo reputados por distinción y por lo mismo el padre ha obtenido en esta Iglesia el empleo honorífico en ella como Mayordomo de su fábrica y actualmente se halla administrador del Real Alfolí de la Sal. Y por no conocer a la familia de la contrayente no puedo asegurar ni decir si entre las dos se da o no desigualdad pero informado como estoy de que ignoran este contrato los padres ACP. Provisorato. Legajo 518. Don José Blanco de la Yera y Doña Francisca Tarrazas Dubrul. Año 1763.
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de uno y otro por el genio de el contrayente y empleo de la contrayente me parece será conveniente la dispensa que solicitan así para la sanidad de sus conciencias como para evitar otros inconvenientes que puedan resultar».
En estos casos en que se oponen padres o familiares era frecuente que el interesado solicitara al tribunal la extracción de la casa de sus padres y el Depósito de la contrayente en «casa decente y desinteresada» 52 para que en plena libertad pudiese hacer su declaración jurada que se ratificaba a las 24 horas. El notario eclesiástico en compañía del nuncio del tribunal y si era necesario con la ayuda de la Real Justicia, un alcalde de vara autorizado por el señor corregidor de la ciudad, se personaba en casa de los padres de la contrayente y cerciorándose de que era cierto el compromiso la extraía de la «habitación y morada» de sus padres y la depositaba en casa de algún vecino que se constituía legalmente como depositante. Y los conflictos también llegaban a oídos de los propios regimientos, pues existía la posibilidad de acudir a las autoridades militares para pedir justicia como lo hizo María Vela53 que tenía tratado matrimonio con Sebastián Sica, soldado granadero del Regimiento de Caballería del Rey, residente en Palencia por estar acuartelado en el año de 1766. Ella escribe el siguiente Memorial al coronel Valhermoso: «María Vela de estado soltera natural de esta ciudad P.A.S.P. de su excelencia con el mayor rendimiento dice que con el motivo de haber tomado trato y comunicación con la que expone la persona de Sebastián Sica soldado del Regimiento de su excelencia solicitó la bajo de la palabra de matrimonio lo que tuvo efecto y en fuerza de lo cual la exploró su virginidad de que resultó estar en cinta y haber dado a luz una niña, y habiendo sido reconvenido con lo expresado expuso que era casado por cuyo motivo condescendí a la compostura de que dicho Sebastián corriese con la obligación de la lactancia de dicha criatura habiendo hecho otras demostraciones que de uno y otro caso ofrezco la competente información esto mediante y haber sabido ser el susodicho de estado soltero a vuestra excelencia suplico tomar la providencia que fuese de su agrado no siendo justo que dé lugar a que yo me quede deshonrada y desflorada en mi honor el que espero recobrar…». ACP. Provisorato. Legajo 519. José Martínez Alarcón y Margarita Gallegos. Año 1769. ACP. Provisorato. Legajo 514. María Vela contra Sebastián Sica. Año 1766.
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A partir de este memorial se puso en marcha el engranaje judicial eclesiástico pues la respuesta del coronel fue: «siempre que esta interesada haga constar lo que expone se le hará justicia». Aunque el expediente está inconcluso, por las pruebas testificales que se presentaron conocemos que el soldado había intentado por distintos medios que ella «no de parte ni cuenta de ello porque le perdía y quitaba su ascenso» y que la niña había sido llevada al Santo Hospital de San Antolín y San Bernabé. De todo lo referido hasta ahora parece evidente que los expedientes matrimoniales son una excelente fuente de información para comprender la importancia del matrimonio y las estrategias empleadas tanto por las instituciones como por la población. El Estado para controlar y captar a los hombres en edad que quiere en el Ejército y la Iglesia como intermediaria necesaria de los contratos matrimoniales y garante de la institución matrimonial resolviendo los posibles conflictos entre partes. Mientras, mujeres y hombres buscan sus acomodos y dan palabra de futuro matrimonio a diferentes personas que luego rompen en función de sus intereses o circunstancias. La obligación o la necesidad de alistarse en el Ejército hicieron que se disolvieran muchos matrimonios tratados mientras se concertaban otros con la intención de librarse de las quintas. La situación de subsistencia de muchas de estas personas es la base de muchos de estos conflictos y tratos matrimoniales. Mujeres viudas y soldados licenciados que debían reintegrarse a la vida civil encontraron una solución en el matrimonio mientras que muchos jóvenes se alistaron en el Ejército para salir de su situación de pobreza ante la falta de expectativas.
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Revista de Historia Militar Número 113 (2013), pp. 113-144 ISSN: 0482-5748 RHM.04
Preparación y toma del zoco el Jemis de Beni Arós en 1927, por don José Ignacio EL MALKI ESCAÑO, Licenciado en Historia
PREPARACIÓN Y TOMA DEL ZOCO EL JEMIS DE BENI ARÓS EN 1927 José Ignacio EL MALKI ESCAÑO1
RESUMEN Sobre las campañas de Marruecos del siglo pasado se ha escrito mucho en la historiografía reciente pero se observa un importante vacío tras el desembarco de Alhucemas en 1925, pudiendo parecer que una vez ocupada Axdir no hubo más operaciones. El objetivo del artículo es analizar, a modo de ejemplo, una de las operaciones de las campañas más olvidadas de Marruecos, las últimas realizadas en Ketama y Senhaya de Srair, Gomara y Yebala. En estas, muchas veces se encontró una resistencia enconada, encabezada por líderes locales o antiguos lugartenientes de Abd el Krim huidos, a los que se combatió con las armas unas veces y, en otras, con una combinación de astucia y diplomacia, destacando aquí el papel del Servicio de Intervenciones Militares, que alcanzó resultados espectaculares. En el artículo, en primer lugar, se hará una aproximación al contexto de la cabila y un recorrido general por las operaciones posteriores a 1925, a continuación se hablará de las negociaciones políticas y de las operaciones previas para pasar, finalmente, a la decripción de las operaciones del Zoco el Jemis, comentando alguno de sus aspectos más destacados. PALABRAS CLAVE: España, Marruecos, Beni Arós, Zoco el Jemis, Idalas, Intervenciones, Regulares, Mehal-la, harca de Beni Urriaguel, Majzén. Licenciado en Historia.
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ABSTRACT There is a lot of recent historiography about 20.th century campaigns of Morocco, but not much about military operations after the Alhucema’s landing of 1925, giving the impression that they were interrupted after the occupation of Axdir. The objective of the article is to show a case study of one of the latest actions in the forgotten Moroccan’s campaigns of Ketama and Senhaya de Srair, Gomara and Yebala, in which there often was a big resistance, leaded by local chiefs or by former fled lieutenants of Abd el Krim, either fought against hardly or succeeded by the combination of cunning and diplomacy, where the implication of Military Intervention Service was paramount. First, it will be described the context of Beni Aros kabyle with a brief analysis of the operations since 1925, paying also attention to the political actions and preliminary maneuvers been done; winding up with a detailed study of Zoco el Jemis operation. KEY WORDS: Spain, Morocco, Beni Aros, Zoco el Jemis, Idalas, Military Interventions, Regulares, Mehal-la, harca of Beni Urriaguel, Majzen. ***** APROXIMACIÓN A LA CABILA DE BENI ARÓS
A
ntes de entrar a estudiar las operaciones sobre el Zoco el Jemis de Beni Arós en la primavera de 1927 es necesario conocer los antecedentes de esta operación, tanto la situación de la cabila y sus antecedentes más inmediatos, por una parte, como las operaciones que se estaban desarrollando en ese momento y que se venían desarrollando desde 1925 en el conjunto del Protectorado, por otra. La cabila de Beni Arós está situada en la parte occidental de nuestro antiguo Protectorado, en los límites entre las zonas de influencia de las Comandancias Generales de Ceuta y Larache, en la Yebala, área eminentemente rural a medio camino entre Tetuán, Larache y Xauen, las tres poblaciones más importantes de esta zona. Su población era mayoritariamente árabe, al contrario que en el Rif donde era bereber; sin embargo, había cierta cercanía entre unos y otros al estar muy próxima ya de la Gomara, zona donde confluían yeblíes y rifeños. Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 113-144. ISSN: 0482-5748
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Imagen 1: Mapa de la zona. Cuerpo de E.M. del ejército. Depósito de Guerra: Mapa de Marruecos. Protectorado español. Escala 1:200.000, curvas de nivel a 50 metros. 1927 (detalle). CGE, cartoteca, MAR-C.1-31/Arm.24-T.4-C.2-34. Añadido en rojo, lugares destacados
Hablar de Yebala y especialmente de Beni Arós durante la época del Protectorado hace necesaria por fuerza la aproximación a El Raisuni, caudillo de origen chorfa que atemorizó y gobernó la región como auténtico sultán de las montañas, unas veces en nombre del Majzén y otras en el suyo propio, y que no dudaba en cambiar de bando en función de sus intereses, pasando varias veces de colaborador de España a enemigo. Khallouk dice de él que era un «jefe impulsivo, orgulloso y caprichoso […] sus intrigas y sus calumnias han impresionado a los testigos marroquíes y extranjeros», concluyendo: «ejercía una verdadera tiranía y actuaba como el auténtico “Sultán de los Yebala” Era un símbolo de terror y pánico»2. En diciembre de 1921 comenzaron los ciclos de operaciones en la zona occidental programados para, entre otros objetivos, someter la cabila de Beni Arós, donde Ahmed El Raisuni tenía su cuartel general. En las operaciones se combinaron columnas enviadas desde Ceuta y Larache, ocupando la procedente de Ceuta la casa de Hamido Succan, lugarteniente de El Raisuni, y conectando Buharraz y Afermín a finales de aquel mes. Entre el 6 y el 10 de febrero de 1922 se reanudaron las 2 KHALLOUK
TEMSAMANI, Abdelaziz: País Yebala: Majzén, España y Ahmed Raisúni. Universidad de Granada y Diputación Provincial de Granada, Granada, 1999, pág. 145.
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operaciones y convergieron las dos columnas, no reiniciándose aquellas nuevamente hasta el 28 de abril, cuando culminaron con el sometimiento de la cabila mediante la toma de Tazaruzt el 12 de mayo, centro del poder y auténtica alcazaba de El Raisuni. Este escapó de los españoles, y huyó del asalto. En su transcurso murió el teniente coronel González Tablas, lo que hizo que se recuerde este acontecimiento envuelto en un aura de romanticismo heroico. Los avatares políticos y la necesidad de mantener en calma la Yebala para poder estabilizar la zona oriental llevaron a volver a intentar pactar con Raisuni en sucesivas ocasiones, la última de ellas recién instaurada la Dictadura de Primo de Rivera, para que mantuviese en orden su zona de influencia y, quizás, aprovechar la manifiesta antipatía de El Raisuni por Abd el Krim y su República del Rif. Estas negociaciones no llegaron a ningún acuerdo al ambicionar el primero nuevamente el Jalifato por la muerte de su titular. El dominio más nominal que real de la zona y el acatamiento forzoso de la cabila al Majzén y a su país protector hicieron que esta fuera una de las zonas abandonadas en el plan de repliegue a la línea Primo de Rivera en 1924, con vistas a la búsqueda de una solución definitiva contra Abd el Krim, siendo ya en estos momentos El Raisuni más una molestia que una verdadera preocupación. Con el Majzén y las tropas españolas retiradas de Beni Arós, El Raisuni volvió a hacerse fuerte; sin embargo, no duró mucho este dominio pues su influencia estaba en franca decadencia frente a la de Abd el Krim, que en estos momentos estaba en su mayor apogeo, acabando la situación como resume García Figueras: «Abdelkrim, con el apoyo de los cabecillas que ya estaban en relación con él, extendía su acción a Yebala, ocupando Xauen y atacando en 1925 al Raisuni en Tazarut, haciéndole prisionero y llevándoselo al Rif»3. Una vez capturado, los rifeños le trasladaron a Beni Bufrah y, definitivamente, a Tamasint, en Beni Urriaguel, dónde murió el 3 de abril de ese mismo año por causas naturales4. OPERACIONES DE 1925 A 1927 Como ya se ha mencionado; en 1924, Primo de Rivera se mostró decidido a resolver de una forma definitiva la cuestión marroquí. El diseño del 3 GARCÍA
FIGUERAS, Tomás: Marruecos. La acción de España en el norte de África. Ediciones FE, Madrid, 1941 (2.ª edición), pág. 203. 4 KHALLOUK TEMSAMANI, Abdelaziz: op. cit., pág. 144.
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plan se basó en dos proyectos bien definidos. En primer lugar, una política de semiabandono en el que se reducía drásticamente la zona controlada por el Majzén, especialmente en la zona occidental, al objeto de asegurar una línea fuerte capaz de resistir cualquier ataque, quedando solo bajo control del gobierno zonas realmente pacificadas y no las poco sumisas. El segundo punto era el ataque directo al centro de poder de la rebeldía rifeña en la zona de Alhucemas mediante un desembarco en su bahía. La idea del desembarco no era nueva, planteándose por primera vez en 1911, mejorando la idea inicial Gómez Jordana en 1913. En 1921 el general Silvestre volvió a plantear el desembarco en un plan que incluía también un avance terrestre simultáneo por Tensaman, desarrollando el proyecto una comisión de Estado Mayor presidida por el coronel Pardo y que se malogró por el importante descalabro sufrido en Annual. Este último proyecto es el antecedente más directo de la operación posterior, pues en él se incluía la acción combinada de mar y tierra además de innovaciones estratégicas como demostraciones simultaneas para confundir al enemigo. En 1922 se volvió a reunir una comisión que estudiase el desembarco y que se disolvió a la caída del gabinete de Maura. La idea del desembarco la retomó el gabinete de Primo de Rivera a principios de 1925, comenzando su planificación y preparación5.
Imagen 2: Panorámica del abrupto paisaje de Beni Arós. Fotografía anónima sin título. CA. 1920. GR54 5 Servicio
Histórico Militar: Historia de las Campañas de Marruecos, tomo IV. Ed. BeCeFe, Madrid 1981, pp. 23-26.
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En mayo de 1924 las tropas francesas sufrieron un ataque por parte de los rifeños en la zona de Taza que lograron repeler y que se repitió un año más tarde con una fuerza aún mayor, llegando estos a las puertas de Fez y haciendo que Abd el Krim se planteara un objetivo mayor que la independencia del Rif: convertirse en sultán de Marruecos. Esta derrota, similar a la española de 1921, pero mucho mejor tratada públicamente, hizo cambiar de opinión al gobierno francés y a su partido colonialista, que dejaron de ver con indiferencia, cuando no con complacencia, los reveses españoles, al albergar aún la esperanza de extender sus dominios a la totalidad del Imperio xerifiano. La colaboración francesa se concretó en la Conferencia de Madrid, celebrada en junio y julio de 1925, que planificaba una serie de maniobras ofensivas conjuntas de las que la acción principal sería un desembarco en Alhucemas.
Imagen 3: Casa de Raisuni en Tazarutz después de la conquista. Fotografía Anónima: Casa de Raisuni en Tesarut ocupada en las operaciones de mayo, norte de África, gelatina sobre papel baritado, 1922. ACMM, fototeca, F.13761
No es el objetivo de este trabajo hablar del desembarco. Sin embargo, es necesario señalar que la importancia de esta operación conjunta residía en abrir un frente ofensivo nuevo junto al centro de poder de Abd el Krim y que, además, cambiaba la tónica ofensiva de nuevo, al llevar la iniciativa el Majzén y las potencias protectoras conjuntamente.
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Las operaciones del desembarco desentrañaban una gran complejidad, comenzando la ofensiva el 8 de septiembre con una primera operación en cuatro fases que se desarrolló en dos días. Las operaciones en Alhucemas y en la zona de Axdir para consolidar una zona fuerte se prolongaron durante todo el otoño e invierno de 1925-1926 y se derarrollaron con una violencia increible en un lugar que además de ser centro de poder de la rebeldía nunca había sido atacado hasta entonces, no dudando los harqueños de Abd el Krim en hacer ataques en frentes lejanos para dividir fuerzas, como fue el caso del ataque a Cudia Tahar. El 22 de mayo Abd el krim intentó negociar una salida y el 27 se rindió a las tropas francesas tras entregar los prisioneros de esta nacionalidad y los pocos españoles que le quedaban tras ordenar que mataran a la mayoría. Con Abd el Krim detenido y la rebeldía descabezada no finalizó la campaña y los rifeños y las tribus yebalíes sometidas a estos, siguieron resistiéndose de manera enconada y de forma casi desesperada. El desmoronamiento de la República del Rif y la pérdida de su líder volvieron la resistencia otra vez a un carácter más tribal, propio de cada cabila, pero respetando aún el valor que podían tener algunos líderes que eran seguidos con fidelidad por varias cabilas y que mandaban harcas aguerridas, como pudo ser, por ejemplo, el caso de Jeriro. En el verano de 1926 se decidió ocupar la región de Gomara, junto a la recién ocupada zona de Alhucemas, en una operación rápida encargada al comandante Capaz que, al frente de tropas indígenas, realizó un raid de sometimiento que sorprendió por su eficacia y rapidez. La operación comenzó el 12 de junio y el 10 de agosto entró en Xauen tras someter diez cabilas rebeldes6. El 2 de agosto partieron de Tetuán las columnas de Pozas, Canis y Martínez Monge, mandadas por el general Federico Berenguer, para operar en la zona de Yebala y converger, a la vez que Capaz, en Xauen, cosa que hicieron también el 10 de agosto tras someter Beni Hassan, Beni Hosmar y parte de Ajmás. Se había conseguido unir por tierra Ceuta-Tetuán y Melilla por primera vez. Terminadas estas operaciones, comenzaron el 12 de agosto las últimas de importancia de nuestro Protectorado, la sumisión de Ketama y las cabilas de la confederación de Senhaya de Srair. Cuando llegó el invierno de 1926-27 quedaba ya poco por pacificar en el Protectorado 6 MESA
GUTIÉRREZ, José Luis de: «1919-1927, casi una década de sangre» en Carrasco, Antonio (coord.): Las Campañas de Marruecos (1909-1927). Almena, Madrid, 2001, pág. 158.
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español siendo tan solo dos los focos que se mantenían en rebeldía: por una parte algunas fracciones de Ketama y Senhaya y, por otra, la región central de Yebala. ACCIÓN POLÍTICA Y PRIMERAS OPERACIONES La situación política de Beni Arós en julio de 1926 era de cierto desgobierno, con la práctica totalidad de aduares sin chej y sin un caíd de cabila; situación que contribuía a mantener una personalidad guerrera en la yemaa. Por otra parte, tampoco había un líder poderoso opuesto al Majzén, quedando tan solo algunos caudillos con sus partidas de afectos7. La existencia de esta situación facilitó la labor política encargada a las Intervenciones Militares que además de supervisar las cabilas controladas tenían la responsabilidad de informar tanto en las zonas dominadas como las cercanas que permanecían en rebeldía8. Las negociaciones las materializó el capitán García Figueras, consistiendo en el acercamiento a las principales personalidades de las fracciones, algo que le facilitaba su fama de «hombre justo» entre los indígenas. Según la memoria del propio capitán interventor, la población de Beni Arós anhelaba la paz y aún recordaban los atropellos de los rifeños, aunque preferían vivir en anarquía, en completa independencia, que era lo que verdaderamente los apartaba en la fecha del Majzén. La acción política consistió en una serie de entrevistas con la yemaa de la fracción de Beni Umeras en la que, como gesto de buena voluntad, se permitió que comerciasen en los zocos y aduares pacificados, una gran ventaja económica, además de comprometerse a que el Majzén reconocería al chej que eligiesen libremente. A cambio, se exigía el reconocimiento de la autoridad del gobierno jalifiano y que las autoridades locales, que debían de encargarse de restablecer el orden, diesen cuenta al interventor de todo cuanto aconteciese. Las mayores complicaciones las encontró en dos asuntos. El primero fue el de la existencia en poder de España de unos prisioneros, huidos de la cabila en tiempos de la ocupación rifeña, y la petición de la asamblea de que se revisara su situación y, por otra parte, las reticencias al desarme, 7 GARCÍA
FIGUERAS, Tomás: Memoria relativa a las gestiones políticas para la sumisión de la fracción de Beni Umeras (Beni Arós). Julio de 1926. BNE, Alcalá de Henares, AFR.GFC/373/16. 8 VILLANOVA VALERO, José Luís: Los interventores. La piedra angular del Protectorado español en Marruecos. Edicions Bellaterra, Barcelona, 2006, pág. 111.
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ya que temían el ataque de otras fracciones o por parte de partidas de ladrones o rebeldes. El gobierno solicitó que el chej hiciese una relación de fusiles, los cuales pasarían a pertenecer al gobierno, y que controlase su uso9. La política de desarme del momento consistía en un primer registro de fusiles por parte de la autoridad local indígena, los cuales pasaban a pertenecer al Majzén, para pasar con posterioridad a un desarme completo de la cabila. Sin embargo, existía un paso previo en las llamadas cabilas «de contacto» (las cercanas a las zonas de operaciones) que consistía en la retirada sólo de las armas automáticas, dejando las de un solo tiro; de este modo las autoridades interventoras serían alertadas por el sonido de los disparos en caso de que los aduares fueran atacados. La política de desarme de las cabilas era un cambio sustancial en el modo de vida tribal del norte de Marruecos, pues pasaban de una tradición de autodefensa, con la utilización de armas, objetos muy preciados; a que esta defensa fuese proveida por el Majzén mediante las Mejaznías y las demás fuerzas jalifianas, además de las fuerzas metropolitanas protectoras10. La intención de García Figueras no era proceder a un desarme inmediato de la fracción sino la posibilidad de poder contar con hombres armados que constituyesen una Idala, algo que se demuestra en el detalle que pone en el informe a la hora de describir a los diferentes líderes y su mayor o menor capacidad para aglutinar hombres armados. Finalmente, era objetivo en Beni Umeras estructurar la fracción, para lo que se pretendía repoblar aduares y trasladar la oficina de intervención hasta Rokba el Gozal11. Había otra fracción importante para la Intervención y donde se irradió una importante actividad política, Yercud; sin embargo, fue más difícil por su relación con Hamido ben Mohamed el Harrax, más conocido como Hamido Succan, hombre fuerte de Jeriro y antiguo colaborador de Raisuni12. 9 GARCÍA
FIGUERAS, Tomás: Memoria relativa a las gestiones políticas para la sumisión de la fracción de Beni Umeras (Beni Arós). Julio de 1926. BNE, Alcalá de Henares, AFR.GFC/373/16. 10 Capitán X: «Actividad Militar y Política en Marruecos, el desarme de las cabilaszona de Larache», en África, Revista de Tropas Coloniales. Octubre de 1926, pp. 233-234. 11 GARCÍA FIGUERAS, Tomás: Memoria relativa a las gestiones políticas para la sumisión de la fracción de Beni Umeras (Beni Arós). Julio de 1926. BNE, Alcalá de Henares, AFR.GFC/373/16. 12 Cabecillas de Yebala (de 1913 a 1927), pp. 15-16, BNE, Cervantes, AFR. GF.DOC/12/14 y Micro 13941.
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Ya en el plano militar, la sumisión de Beni Arós se planeó junto con las de Beni Ider, Beni Lait, Beni Scar, Beni Gorfet, Beni Issef, Sumata y algunas fracciones del Ajmás; últimas que quedaban sin someter en Yebala. Beni Arós representaba el centro de todas estas cabilas, además de ser la más grande de las rebeldes. En el verano de 1926, entre el 16 de junio y el 12 de septiembre, una columna de Larache al mando del teniente coronel Asensio Torrado, con fuerzas majzenianas en la vanguardia, ocupó la práctica totalidad de las cabilas de Beni Issef, Beni Scar y el Ajmás occidental, parte de esta cabila que quedaba sin someter; es decir, las cabilas y fracciones que quedaban en rebeldía situadas entre el borde sur de Beni Arós y el límite de la zona española con la del Protectorado francés. La operación, para mayor eficacia, se hizo simultáneamente con otra del ejército galo que sometió a su control las cabilas del otro lado de la frontera13. En el norte y con fuerzas de Ceuta, los días 3, 4, 5 y 6 de noviembre se realizó el ciclo de operaciones para la ocupación de la cabila de Beni Ider mediante tres columnas. La columna López Gómez avanzó por la derecha hasta Telafta. Por la izquierda, mandada por el coronel Paxot, se tomó Buharratz, base fundamental para la posterior sumisión de Beni Arós. La columna central estuvo compuesta por tropas de la Mehal-la n.º 1 de Tetuán y por la harca organizada por el comandante López Bravo en Beni Urriaguel. La harca de Beni Urriaguel se reclutó entre los antiguos enemigos más fieros de España, los fieles de Abd el Krim, famosos por su acometividad; manteniendo las particularidades de esta tribu en cuanto a organización y mandos, que fueron todos de la misma cabila.; siendo, además, una unidad muy numerosa, con unos 1.500 harqueños. La columna de la izquierda, en Kudia Servet, encontró mucha resistencia que cesó de repente al morir Jeriro. La muerte de este caíd afectaría con posterioridad a la resistencia y fue un factor determinante en las operaciones que se darían con posterioridad14. Beni Ider fue atacada con una dureza extrema como castigo por haber servido de refugio de los cabecillas huidos de otras regiones y por su clara oposición al gobierno del Majzén. En estas operaciones se emplearon a fondo las aviaciones de Tetuán y Larache, además de la artillería;
13 VIAL
DE MORLA: «Actividad militar en la zona española. Las operaciones de la columna de vanguardia en la zona de Larache», en África, Revista de Tropas Coloniales. Noviembre de 1926, pp. 257-260. 14 Servicio Histórico Militar: op. cit., p. 151.
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se quemaron más de quince poblados e, incluso, se razziaron por parte de la harca de Beni Urriaguel más de 5.000 cabezas de ganado15. Una vez acabadas las operaciones de castigo y ocupación de Beni Ider y habiéndose llegado a Rokba el Gozal por el oeste, en el interior ya de Beni Arós, y al límite sur; se buscó aumentar el espacio de contacto con esta cabila mediante la ocupación de Beni Lait, última operación previa al asalto del Zoco el Jemis.
Imagen 4: Grupo de harkeños beniurriagueles con el comandante López Bravo en Beni Lait. Lázaro: El Comandante López Bravo con un grupo de harqueños de Beni Urriaguel. 1926. Aparecida en: África, Revista de Tropas Coloniales, diciembre de 1926, pág. 283
La Intervención de Beni Hassan informó de la presencia de rebeldes en Tayansá de Uld Rambok liderados por el Hartiti y Abselam de Hiba, además de Hamed Si Feddul en Lahsen con unos pocos partidarios. El ataque se hizo mediante una pequeña columna del Zoco el Arbáa de beni Hassan y una principal, con la harca de López Bravo en extrema vanguardia, desde Buharratz. Las operaciones estaban previstas para el primero de diciembre, realizandose al final entre el 5 y el 10 por el mal tiempo; fecha en la que la práctica totalidad de aduares, a excepción de Taiensa, Uriaguen y Timisant, presionados por huidos, hicieron acto de sumisión al gobierno de Tetuán16. L.M.: «Actividad militar en la zona española. Operaciones sobre la cabila de BeniIder», en África, Revista de Tropas Coloniales. Noviembre de 1926, pp. 260-262. 16 L.M.: «Actividad militar en la Zona Española. Acción sobre la kabila de Beni Lait», en África, Revista de Tropas Coloniales. Diciembre de 1926, pp. 283-284. 15
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El camino habia quedado abierto para la sumisión de Beni Arós, última cabila insumisa de la zona occidental. OPERACIONES La fase principal de ocupación de la cabila tuvo que retrasarse a la primavera por fuertes temporales de lluvia que hubiesen dificultado las operaciones, a pesar de las ventajas alcanzadas con la desaparición de Jeriro y la ejemplaridad del sometimiento mediante el empleo de la máxima fuerza en Beni Ider. El capitán García Figueras consiguió además la adhesión de Sidi Abdselam de Tagueratz, jefe de la fracción de Abiat, y de Aixa del Yebel, jefe de Yercud; lo que hacía de esta operación una combinación de fuerza y negociación. Más fracciones de la cabila accedieron a negociar la sumisión tras haber conocido la muerte de Jeriro17. A pesar del parón bélico no se dejaron de hacer pequeñas operaciones de desgaste en los límites de las zonas controladas; efectuando las fuerzas del Majzén reconocimientos, tendiendo emboscadas y consiguiendo sorprender algunas partidas enemigas18. Con vistas a la operación que se había previsto para la primavera, se realizaron diferentes trasvases de fuerzas para conformar las tres columnas, puestas bajo el mando del general Federico Berenguer, comandante general de Ceuta, que realizarían el esfuerzo principal sobre el Zoco el Jemis de Beni Arós19. La columna de la derecha, asignada al general Souza, general de la zona de Larache, secundado por el coronel Castelló20; tenía su base de partida en Mensah (Beni Gorfet). El comandante Reigada y el capitán La Hoya estaban en el Estado Mayor, el teniente coronel Asensio Torrado figuraba como jefe de la vanguardia y el teniente coronel Pacheco como jefe del grueso; el comandante Lacasa mandaba, por su parte, los escuadrones de caballería. La columna estaba compuesta por las Idalas de Ahl Xerif y Beni Gorfet, las Intervenciones de Beni Gorfet, dos taboServicio Histórico Militar: op. cit., pág. 151. GARCÍA FIGUERAS, Tomás: «Actividad militar en Marruecos. Zona española. Actuación político-militar en los meses de diciembre y enero», en África, Revista de Tropas Coloniales. Enero de 1927, pág. 17. 19 En el Archivo General Militar de Madrid (AGMM) podemos encontrar numerosas órdenes de movimiento de tropas. África, rollo 138, legajo 79, carpeta 5. 20 GÓMEZ-JORDANA SOUZA, Francisco: La tramoya de nuestra acción en Marruecos. Alzagara, Málaga, 2005 (2.ª edición), pág. 218. 17 18
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res de la Mehal-la de Larache, tres mías montadas de la Mehal-la, cinco secciones indígenas de cazadores de Larache, dos tábores de regulares de Larache, dos escuadrones de regulares y, como fuerzas peninsulares, los batallones de África números 8 y 10. La fuerza artillera la componía tres baterías de Larache, una de 7 centímetros y dos de 10,5, con el parque móvil de artillería de Larache; en los servicios, una compañía de zapadores de Larache, un grupo de transmisiones del mismo batallón, una compañía de intendencia de montaña de Larache y una sección de ambulancias de Larache con un equipo de camilleros con personal de infantería21. Componían la columna un total de 4.750 efectivos. La columna del centro estaba mandada por el coronel Balmes, con base en Rokba el Gozal, ya en territorio de Beni Arós. El Estado Mayor estaba compuesto por el teniente coronel Martín Prat y el capitán Matilla, más el comandante Badilla (en prácticas de Estado Mayor); el teniente coronel Valcázar asumió el mando de la vanguardia y el teniente coronel March, el del resto de la columna. Como en la columna de Mensah, la caballería contó con mando propio, en este caso a cargo del comandante Monasterio; la artillería, a su vez, al del comandante Yeregui. La columna se componía de las Idalas de Beni Arós y la Garbia, las Intervenciones de Beni Arós, al mando García Figueras, que ya había ascendido a comandante; el 4.º tabor de regulares de Larache, el 2.º de Alhucemas, y la 5.ª bandera del tercio. De tropas peninsulares, tres compañías y ametralladoras de batallón de África n.º 4 y una compañía y media del África n.º 9; la caballería estaba compuesta por tres escuadrones de regulares de Tetuán y el escuadrón de lanceros del tercio; Las fuerzas de artillería las compusieron la 1.ª batería de Ceuta de 7 centímetros y la 3.ª de Ceuta de 10,5; además del primer grupo de campaña del batallón de zapadores de Larache y un grupo de transmisiones, como fuerzas de ingenieros; la intendencia corrió a cargo de la compañía de montaña de Ceuta y la sanidad de una sección de ambulancias de Larache, reforzada con 40 camillas de las Palmas n.º 6622. El total de la fuerza de esta columna sumaba 3.950 hombres. «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta». Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 22 «Operaciones sobre Beni Arós, columna del coronel Balmes (centro); 30 de abril de 1924» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 1; «Operaciones sobre Beni Arós, columna del cen; 3 Mayo 1927» AGMM, África, Caja 213, legajo 10, carpeta 1; «Operaciones sobre Beni Arós, columna del coronel Balmes; 4 de Mayo de 1927» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 1; y «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta». Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejérci21
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La tercera columna era la de la izquierda, con base en Buharratz (Beni Ider), mandada por el coronel Canis. El Estado Mayor lo componía el comandante Clemente, el capitán Arniches y, en prácticas, el también capitán Barba, la vanguardia estaba al mando del teniente coronel Varela y el grueso del teniente coronel Álvarez Coque; el grupo de baterías lo mandaba el comandante Echanove. La fuerza estaba compuesta por unos 5.300 hombres. Se componía de Idalas de Wad-Ras, Intervenciones de Beni Ider23, la harca de Beni Urriaguel, 1.º y 2.º tabores de regulares de Ceuta n.º 3, el 1.er tabor de regulares de Tetuán n.º 1, 1.er tabor de la Mehal-la n.º 1 de Tetuán, la 7.ª bandera del tercio, un batallón de cazadores de África n.º 6, la compañía expedicionaria de Navarra, la 2.ª batería de montaña de 7 centímetros y la 4.ª de 10,5 a lomo de Ceuta. Además estuvieron acompañados por servicios compuestos por sanitarios de la Comandancia de Sanidad de Ceuta, 1.ª compañía de ingenieros-zapadores de Ceuta, 5.ª compañía de intendencia de Ceuta, grupo de transmisiones, unidades del parque móvil de Ceuta y una compañía de ambulancias de Ceuta24. La maniobra planeada fue converger en el Zoco el Jemis las tres columnas tras someter a su paso diferentes puntos: la columna de Beni Gorfet, Mensah; la de Beni Arós, el poblado de Bab el Sor y, la de Beni Ider, que llevaba el esfuerzo sobre la zona de mayor resistencia prevista, Afermín y Bab Aixa. Las operaciones comenzaron el 29 de abril de forma simultánea. COLUMNA CASTELLÓ Tenemos menos información de lo que realizó esta columna, dependiente de la Comandancia de Larache, en comparación con las otras dos, dependientes de Ceuta. Tal y como pedía la primera orden geneto de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 23 Hay cierta contradicción en las fuentes documentales al asignarse a esta columna en algunos documentos las Intervenciones e Idalas de Beni Arós, lo cual contradice la mayor parte de la información trabajada (N. A.). 24 De «Señores oficiales y jefes que han participado en las operaciones de 30 de abril de 1927» AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpeta 20; «Señores oficiales y jefes que han participado en las operaciones de 3 de mayo de 1927» AGMM, África, rollo 703 legajo 526, carpeta 21; y «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920.
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ral25, las fuerzas se mantuvieron cerca de sus bases hasta el último momento, constando que el 25 de abril los efectivos adscritos a esta columna se repartían entre Gozal, Mesah, T’Zenín Aulef e, incluso, parte de los servicios permanecían aún en la ciudad de Larache26. Antes de las operaciones principales se programó que una columna eventual adscrita a Mensah realizara una acción preliminar para ocupar Tesar y Akra, algo que debía venir facilitado por la acción política realizada con anterioridad en Chefrauex y las ocupaciones previas de Aiun y Buserut27. Operaciones del 30 de abril
Imagen 5: Columna Castelló. Zona de las operaciones preliminares y del 30 de abril. Alta comisaría de España en Marruecos. Gabinete Militar. Aviación – Servicio de información – comisiones topográficas: Región de Yebala, escala 1:100.000. 1920 (detalle). CGE, cartoteca, Arm.24-T.10-C.2-353. Añadido en rojo, lugares destacados y movimientos principales
Según se preveía en la orden, la extrema vanguardia, al mando del teniente coronel Asensio y formada por tropas indígenas, debía pernoctar en Chefrauex y partir muy temprano para realizar la acción prelimi«Orden General del día 12 de enero de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 26 «Situación de la columna Castelló. Día 25 [de abril]» AGMM, África, rollo 138, legajo 79, carpeta 6. 27 «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta, BNE, Cervantes, MSS/22920. 25
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nar, asaltando así por sorpresa Tesar con sus propias fuerzas y con el apoyo de adictos. De este asalto se pasó al de las Chejas y Akra. La fortificación de Tesar se habría de realizar de modo que la artillería de 10,5 pudiese batir el valle del río Zaarora y los poblados de Jerba y Taula. La columna, en su totalidad, realizó el avance por Nuader, Maixera, que había entablado relaciones de sumisión, y Ain Hedid, que preveía resistirse28. Por su parte, la masa artillera batiría el río Mehacen con fuego progresivo, teniendo siempre en cuenta las zonas excluidas, ya que fuerzas del Majzén de la columna de Gozal tenían previsto hacer una demostración hacia Ain Suar y Bu Kamú. A lo largo de la jornada la columna Castelló entraría en contacto con la columna del centro. Tal y como se ha mencionado antes, fuerzas de Intervenciones e Idalas de la columna de Rokba el Gozal, al mando de García Figueras, realizarían una demostración, entrando a continuación en contacto con las fuerzas de extrema vanguardia de Asensio en Tesar. El contacto también se repetiría al finalizar la jornada al entrar en contacto los gruesos de las columnas Gozal y Mensah, enlace que se mantendría durante la siguiente fase de operaciones, el salto al Jemis de Beni Arós29. Operaciones del 3 de mayo En esta segunda fase, la columna debía converger en el Zoco el Jemis. A tal efecto cruzó por el río Mehacen, cubierto por la artillería desde Tesar, que hacía fuego de cobertura sobre su cauce y los pequeños afluentes provenientes de Sumata. Especial interés mostró la artillería en el vado del río, ya que era un punto de extremo interés que, peligrosamente, era cubierto desde diferentes alturas. El avance no fue del todo lineal, teniendo por objetivo el establecimiento de un destacamento entre Ain Hedid y el Mehacen, a fin de controlar más firmemente el vado. Para proteger la entrada al Zoco el Jemis, que encabezaría la columna de Beni Arós, se ocuparon las alturas de Buyaria tras sobrepasar Silos, donde esperarían para entrar30. «Telefonema oficial reservado, 29 de abril de 1927», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 29 «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 30 «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 28
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De ninguna de las fases de la operación nos ha llegado información de bajas, haciendo del todo descartable la idea de que hubiese muertos aunque sí heridos de escasa entidad o contusos, al igual que en las otras columnas. COLUMNA BALMES La operación principal comenzó el día 30, sin embargo tenemos constancia de que se hizo el día anterior alguna de entidad menor y, sobre todo, de agrupamiento de fuerzas. La orden general del comandante general para la columna del Centro preveía su avance por Sidi Buquer hasta Bab es Sor protegido por la batería de 15,5 que batiría Beni Resdel desde la posición de Mahayedit, a fin de facilitar el avance; del mismo modo se ordenaba que esta misma batería también atacase Yebel Alam, cuidando de no dañar la marcha de la harca de Beni Urriaguel, adscrita a la columna Canis31.
Imagen 6: Zona de operaciones de las columnas. Comisión Geográfica de Marruecos: Croquis de la Kabila de Beni Aros, escala 1:50.000. Enero de 1927 (recorte parcial). CGE, cartoteca, Arm.24-T.10-C.2-339. Añadido en rojo, lugares destacados y movimientos principales
El avance se debía realizar muy cerca de la columna de la derecha, la de Beni Gorfet; a la que podría ayudar mediante fuego de preparación Telefonema oficial, 29 de abril de 1927» y «Telefonema oficial reservado, 29 de abril de 1927», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10.
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sobre Ain Hedid con la batería ligera desde Ansak, donde debía trasladarse lo antes posible. Una vez terminada la misión de apoyo a la columna de la izquierda, la batería ligera debía proseguir su avance hasta Bab es Sor, escoltada en todo momento por las fuerzas del África n.º 432. Caso de permitirlo, la orden preveía que se tomara la posición de Yor y que se guarneciera con una sección de regulares, al igual que Sidi Buquer; en Bab es Sor la guarnición debía de ser de una compañía, dejándose las demás posiciones guarnecidas con entre 15 y 20 hombres del África n.º 9. Finalmente, la caballería debía regresar a Rokba el Gozal tras operar ese día33. Operaciones del 30 de abril El avance de esta columna se presumía que no tendría demasiadas complicaciones al no esperarse demasiada resistencia, tal y como reflejaba el telegrama del día anterior del jefe del grupo de aviación, quien informó de que la aeronave de reconocimiento, el aparato 142, no había observado ningún enemigo en todo el frente34. Después de la operación previa del día 29, los efectivos quedaron concentrados en Rokba el Gozal. Las fuerzas del Majzén constituyeron una primera columna que desplegó a las siete y cuarto de la mañana sus primeros elementos, seguidos a cierta distancia, a una media hora, del resto de la fuerza y que actuó como retaguardia en la misión de ocupar y fortificar las posiciones del blocao de Beni Resdel 4, T’Kara y, finalmente, Sidi Buquer y Bab es Sor. El avance de las dos agrupaciones, extrema vanguardia y principal, fue sucesiva, entablando por primera vez contacto con el enemigo a las ocho y cuarto; participando en el fuego las Idalas, ametralladoras de Larache y fusiles y ametralladoras del tercio. El avance no revistió demasiadas incidencias, aunque se dieron varios momentos de intercambio de fuego, siendo el periodo de mayor intensidad durante el último avance, desde Bab es Sor a Sidi Buquer ya que el enemigo hostilizó desde el Morabito: haciéndose necesarias dos horas de fuego para alcanzar el objetivo. «Telefonema oficial, 29 de abril de 1927», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 33 «Telefonema oficial reservado, 29 de abril de 1927», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 34 «Telegrama», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 32
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El avance se realizó en todo momento con flanqueo de la caballería que, además, estableció enlace con la columna de Mensak mediante un escuadrón enviado al camino de Nuader y que, por su parte, quedaba protegido por la artillería de las posiciones ocupadas y fortificadas35. Durante las operaciones del día 29 no sufrió la columna ninguna baja, recibiendo además por tal éxito la felicitación del comandante general36. Operaciones del 3 de mayo Tras las primeras operaciones se dieron unos días de descanso a la fuerza, utilizados para la intensificación de la actividad política por parte de las Intervenciones37. Sin embargo estos días de descanso no fueron de incompleta actividad, pues se aprovechó para colocar un puesto intermedio en Yor que actuara como avanzada de Bab es Sor38. La orden general del día previo establecía que la extrema vanguardia se pusiese en marcha a las seis y media de la mañana precedida de la caballería, que haría funciones de exploración; saliendo para ello a las cinco de la mañana todos los escuadrones menos uno que cubriría la pista de Nuader39. La operación se concibió en dos grandes saltos a realizar por dos agrupaciones distintas, la primera, de extrema vanguardia, formada por fuerzas de Majzén, y la segunda, compuesta por grueso de la columna, como apoyo. La concentración de efectivos se hizo en las inmediaciones del puente de Sidi Hedi, desplegándose los de la extrema vanguardia a las siete menos cuarto y el resto de la fuerza una hora después. El avance de las columnas quedó cubierto por las Idalas de las fracciones afines de Beni Arós y la caballería; quedando un escuadrón de regulares de Tetuán en Yor que serviría después como enlace de la columna Castelló. En el primer salto se ocupó la posición de Xumara, como enlace con el avance de la columna Canis, y la artillería se estableció como apoyo al avance de las agrupaciones en la explanada de Yor hasta su traslado «Operaciones sobre Beni Arós, columna del coronel Balmes (centro); 30 abril de 1924» AGMM, África, Caja 213, legajo 10, carpeta 1. 36 «Telegrama oficial. 30-4-27» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 37 «Telegrama oficial. 30-4-27» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 38 «Operaciones sobre Beni Arós, columna del cen; 3 mayo 1927» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 1. 39 «El Comandante General al Coronel Balmes; 2-5-27» AGMM, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 35
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a Tahar Yarda, lo que se hizo para facilitar los trabajos de fortificación del puesto en un punto destinado a la concentración de una importante parte de las fuerzas tras la convergencia de las tres columnas en el Zoco el Jemis de Beni Arós. La operación no encontró ninguna resistencia, constando solo que se estableció fuego con fuerzas rebeldes a las diez y veinte por parte de las ametralladoras de regulares de Larache; además del fuego realizado por las dos baterías40. La columna Balmes, al ir encabezada por gentes de la cabila de Beni Arós, fue la primera en entrar en el Zoco el Jemis41. La columna del coronel Balmes tampoco sufrió ninguna baja este día en un avance marcado por la facilidad conseguida mediante la negociación por parte de los interventores. COLUMNA CANIS No hay noticias de que la columna Canis comenzara a operar el mismo día 29. A las nueve de la noche de ese día se firmó la orden general para las operaciones de los sucesivos días, que comenzarían al día siguiente. Un telegrama, mandado por el mando desde Mensah42 (Beni Gorfet) preveía un avance lineal por Ain Gorra y Afermín hasta el Zoco el Jemis, además de un desbordamiento por la izquierda, con la harca de Beni Urriaguel, que ocupase las casas de Hamido, Hamedes y Ayalia, donde conocían que habría fuerte resistencia. Las mismas informaciones apuntaron concentraciones enemigas en Ain Gorra y alguna otra de menor entidad por la derecha, en Begagas. Las operaciones se realizarían en dos fases, describiendo en la orden tan solo la primera. En esta primera fase, que se desarrolló el 30 de abril, el jefe del grueso de la columna, teniente coronel Álvarez Coque, confió el mando de las operaciones al teniente coronel Varela, jefe de la extrema vanguardia. Se previó que el tabor de Mehal-la ocupase Yebel Anesoud partiendo a las tres de la mañana, debiendo apoyarle en caso necesario el de regulares de Tetuán. «Operaciones sobre Beni Arós, columna del cen; 3 Mayo 1927» AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 1. 41 «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta» Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 42 Aparece escrito como Menla en varios documentos (N.A.). 40
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Por su parte el comandante Galvís debía conducir las Idalas y Mehaznías de Intervenciones para ocupar el collado de Ain Gorra. El apoyo a la fuerza lo hizo el primer tabor de regulares de Ceuta; la operación debía comenzar a las tres y media de la mañana. El segundo tabor de Ceuta y la bandera del tercio se encargaron de proteger los servicios, a los que también se dieron instrucciones sobre municionamiento, evacuación de bajas y enlaces. A la extrema vanguardia fue también asignada la batería de montaña de 7 centímetros que debía facilitar el acceso a Ain Gorra pero con solo el fuego preciso43. Es interesante el punto de fuego preciso y se comprende mejor cuando vemos el capítulo de prevenciones de la orden general donde se lee la buena disposición que había mostrado la cabila, por lo que solo debían incendiar aduares si mostraban resistencia, además de respetar especialmente los aduares seguidores de Sidi Abdselam de Tagueratz, líder que siempre se mostró partidario de España y fiel al Majzén. También se incluyeron otras; aparte de que las unidades operaran dejando su impedimenta en el campamento y las instrucciones de notificación de bajas; en las que se pedía que las unidades mantuviesen el factor sorpresa, debiendo guardar silencio en los movimientos, además de no deber hacer fuego innecesariamente o poder fumar para no ser descubiertos44. Estas observaciones en la orden de la columna de Buharratz es fácil suponer que existieron también en las otras columnas aunque no nos hayan llegado. Operaciones del 30 abril Tal y como estaba previsto, a las tres de la mañana salió el tabor de la Mehal-la de Tetuán apoyado por el de regulares n.º 1 que ocuparon el monte Anesoud sin complicaciones por su extremo más septentrional. Por otra parte, las tropas de Intervenciones, mandadas por Galvis, y el primer tabor de regulares de Ceuta salieron también a las tres de la mañana, media hora antes de lo previsto, y ocuparon Telefta, permaneciendo a la espera. Antes del amanecer ocuparon la posición del collado situado entre Ain Gorra y Telefta. Las instrucciones para el 2.º tabor de regulares de Ceuta, la bandera del tercio y la batería de montaña son difíciles de comprender por estar la hoja correspondiente del documento dañada (N. A.). 44 «Orden general nº1 dada en Menla a 29 de abril de 1927 a las 21 horas», AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpeta 21. 43
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La bandera del tercio y el segundo tabor de Ceuta en este momento ocuparon la línea defensiva de Ain Gorra con instrucción de atender cualquier incidencia. El enemigo se había visto sorprendido por lo que la resistencia fue muy escasa. Las Intervenciones y el primer tabor ocuparon con alguna resistencia las avanzadillas del collado y dos crestones cercanos para evitar hostigamientos. Finalmente tomó la iniciativa el 2.º tabor de regulares de Ceuta y dos compañías del tercio, que ocuparon la posición de Ain Gorra, quedando una compañía del tercio como protección de la batería de vanguardia. Finalmente, el 2.º tabor de Ceuta avanzó por el sur ocupando un espolón del collado y, por su parte, las Idalas y Mehaznías, con el 1.er tabor de regulares ocuparon las crestas rocosas de Afemín y sus avanzadillas; siendo relevados por los regulares de Tetuán que habían avanzado por la izquierda como apoyo al esfuerzo principal45. La combinación de negociación y el factor sorpresa hicieron que las actuaciones del día 30 de abril fueran todo un éxito y que se produjesen muy pocas bajas en la columna. Registrándose tan sólo en el 1.er tabor de regulares de Ceuta un cabo y un soldado heridos leves y un soldado herido grave, todos ellos indígenas; en el 2.º tabor del mismo grupo se registró un soldado indígena grave y dos askaris leves46. Operaciones del 3 mayo De las operaciones de convergencia en el Zoco el Jemis de Beni Arós no se conserva la orden general de columna como sí la había para las operaciones previas de sometimiento de la zona montañosa del norte de la cabila. En esta operación el objetivo fue el acercamiento a este aduar, simultáneo con el de las otras columnas, pero no entrar. Tal y como se puede leer en el informe del teniente coronel de la extrema vanguardia, Varela, se dio orden de formar a las unidades que operarían a las siete y media de la mañana del día 3 de mayo, no estando preparada la fuerza hasta las diez, empezándose entonces a operar.
«Parte de la extrema vanguardia sobre la intervención del 30 de abril al jefe de la columna», AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpeta 20. 46 «Relación de bajas de jefes y oficiales en las operaciones del 30 de abril» y «relación de bajas de clases y tropa en las operaciones del 30 de abril», AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpeta 20. 45
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A vanguardia marchó el segundo tabor de regulares de Ceuta desbordando las posiciones elevadas de Afermín donde se encontraba la avanzadilla. Una vez verificaron la seguridad de la operación, se establecieron como guardaflanco del resto de la columna principal que llevaba en extrema vanguardia a la Mehal-la. Sobre las diez y media el 2.º tabor de Ceuta ya había alcanzado las alturas de Rokba Alia. En esa posición fueron relevados los miembros de la Idala de Beni Ider por una compañía de regulares de Tetuán. Una vez quedó asegurada esta posición, el resto de los regulares de Tetuán avanzó envolviendo y reconociendo el poblado de Ain Ahbar, lugar donde la información había señalado que había resistencia. No se encontró ninguna oposición hasta que la extrema vanguardia avanzó hasta el llano situado entre Acab y Sunna, momento en el que fueron atacados desde las alturas del flanco izquierdo. Llegado este momento, el teniente coronel Álvarez Coque ordenó que el tabor de flanqueo, el 2.º de Ceuta, avanzase y ocupase las alturas de Acab y alrededores al tiempo que el de la Mehal-la ocupaba las alturas inmediatas a su posición, protegidos por una compañía de ametralladoras de regulares de Tetuán, que se situó en las proximidades del cementerio del aduar de Ain Ahbar. El 2.º tabor de Ceuta actuó en estos momentos de apoyo al de Tetuán y constituyó, cesado el peligro, su reserva. El 1.er tabor de Ceuta se situó en extrema vanguardia de columna principal una vez se aseguró la situación alcanzando las alturas de Xunna y Xerquia, constituyendo una posición fuerte defensiva el tabor de vanguardia. El resto de la fuerza de extrema vanguardia continuó el avance al Zoco el Jemis. La compañía de regulares de Tetuán, situada en Rokba Alia, la Mehal-la y los regulares de Ceuta fortificaron sus posiciones con sus propios medios para poder vivaquear. Para asegurar los objetivos, una compañía de regulares de Tetuán fue enviada a ocupar las alturas de Tahar Tarda, en donde también pernoctó47. Pese a lo descrito en las acciones de este día se contabilizan pocas bajas. En la Mehal-la de Tetuán hubo dos askaris heridos, un mehazni de las Intervenciones herido, un soldado herido en el batallón de Cazadores de África n.º 6 y un cabo y un legionario de la 7.ª bandera del tercio; el mayor número de bajas, finalmente, las sufrió el 1.er tabor de regu«Parte de la extrema vanguardia sobre la intervención del 3 de mayo al jefe de la columna», AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpeta 21.
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lares de Ceuta con un cabo español herido, un sargento y dos soldados moros heridos y un askari contuso48. ASPECTOS DE LA OPERACIÓN Entre los días 4 y 7 de mayo se terminó de controlar la práctica totalidad de la cabila49, a falta de la sumisión total de Tazarutz, antigua alcazaba de El Raisuni, y que fue sometida después de ser controlado Beni Issef el 3 de junio de 1927, tan solo una semana antes de que Sanjurjo diera por concluida una guerra que nunca se declaró50. Las operaciones de Beni Arós y de sumisión de la Yebala culminaron con una ofrenda del Majzén y de España en el santuario de Muley Abd-es-Selam; morabo más importante de la cabila y señor protector de Yebala, a cargo del gran visir y del alto comisario en junio51. Hay dos aspectos en los que me gustaría hacer especial incidencia respecto a las operaciones. El primero es la poca información encontrada acerca del papel desarrollado por la harca de beniurriagueles del comandante López Bravo y la función de las Idalas e Intervenciones en el difícil trabajo político-militar. El segundo es el papel que jugó la aviación y la utilización del bombardeo para facilitar el avance de las fuerzas terrestres. Harca, Idalas e Intervenciones El papel de la harca de Beni Urriaguel fue muy intenso en las actuaciones previas a este ciclo de operaciones. Sin embargo, la harca no participó en el avance principal, destinándose a un objetivo paralelo pero de gran importancia: la toma de las casas de Hamido Succan. Aunque el Harrax había muerto poco antes52, había constancia de que sus partidarios opondrían resistencia, algo que podría venir facilitado por la presencia en la zona de otro de sus colaboradores, Lahasen53. «Relación de bajas de jefes y oficiales en las operaciones del 3 de mayo» y «relación de bajas de clases y tropa en las operaciones del 3 mayo», AGMM, rollo 703, África legajo 526 carpeta 21. 49 MESA GUTIÉRREZ, José Luis de: op.cit., pág. 160. 50 La informaciós sobre los últimos movimientos de tropas en Beni Arós están en AGMM, África, Rollo 138, legajo79, carpeta 5. 51 «Mientras se consolida la paz… La ofrenda del Majzen a Muley Abd-es-Selam Ben Mechich», en África, Revista de Tropas Coloniales, junio 1927, pp. 173-175. 52 ABC (Madrid), 20 de febrero de 1927, pág. 37. 53 «Orden General del día 12 de enero de 1927 en Ceuta», Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 48
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Lahasen uld Lahsen Hayana era natural de Beni Mesuar e íntimo de Jeriro e hizo carrera en la oposición al Majzén durante la invasión rifeña. Con la muerte del primero se refugió en Beni Arós, de donde huiría a El Fash para abandonar después, definitivamente, la zona española54.
Imagen 7: Foto posada de un askari en operaciones. Fotografía anónima: Askari de una mehala de caballería con uniforme de servicio, norte de África, gelatina sobre papel baritado. CA. 1930. ACMM, fototeca, F.14017
Queda claro que la elección de la harca para reducir el núcleo previsto con mayor resistencia respondía al conocimiento de la efectividad de los beniurriagueles y al significado psicológico que podía tener en sus adversarios. En este último sentido, el psicológico, es por el que se entiende que no se les hiciera avanzar de esa posición cuando las operaciones pasaban a un plano de igualdad con la diplomacia, donde se buscaba la sumisión pacífica y no la simple conquista; siendo sustituidos para ello en vanguardia por la Idala de Yercud. Quedaba, por tanto, la Cabecillas de Yebala (De 1913 a 1927) pp. 30-31, BNE, Cervantes, AFR. GF.DOC/12/14 y Micro 13941.
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harca de López Bravo como reserva, con la posibilidad de ser empleada en caso de que se encontrara una mayor resistencia y que se necesitase el empleo de la máxima fuerza y la disuasión. El papel de las Intervenciones y las Idalas también se puede interpretar en esta misma línea ya que se ve en la orden general un patrón similar para todas consistente en que no rebasasen el límite de la cabila, viéndose aquí un claro respeto desde las Intervenciones de la idiosincracia tribal yeblí, en la que se podía considerar ofensivo que una tribu entrase en otra cabila de forma armada. La clara excepción a esta no intervención de Idalas y Mejaznías es la de Beni Arós, que adquirió un papel fundamental, tanto político como exclusivamente militar; destacando aquí el papel de las Idalas formadas en las fracciones amigas. Finalmente, se encomendó también a las Idalas el desarme de los sometidos, tanto en Beni Arós como en las posiciones situadas en otras cabilas, haciéndolo siempre hombres de la propia tribu55. Aviación y bombardeos En la orden de general del 25 de abril se estableció que la escuadrilla ligera de Tetuán acompañara en misión de apoyo el avance de la columna Canis, haciendo lo mismo la Breguet de Larache con las otras dos. Caso de ser necesarios los bombardeos, estos los haría una escuadrilla pesada de Larache, siempre con el consentimiento previo del mando de la operación, es decir, del Estado Mayor del comandante general de Ceuta, Federico Berenguer56. La función asignada a la aviación no cambió mucho respecto a órdenes previas, donde la única modificación fue que la escuadrilla ligera de Larache debía ocuparse de acompañar a la columna Castelló y la de Breguet de Tetuán de actuar con las otras dos columnas, debiendo, para ello, dividirse en dos agrupaciones de cinco aparatos cada una. Esta orden previa dedicó más detalle a la pormenorización de la organización, especificando que la aviación de Larache dependiera del general Souza, Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta», Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 56 «Orden General del día 25 de abril de 1927 en Ceuta», Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 55 «
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jefe de la columna de la derecha, y no directamente del jefe supremo de la operación57. En las fases previas a la ocupación de Beni Arós, aparte de la actividad política, hay constancia de varias órdenes de bombardeo de dos tipos. En primer lugar, peticiones de bombardeos hechas los días previos, como la de 25 de abril, en la que la columna de Buharratz pidió que se bombardeasen los días sucesivos el espacio de avance de la columna58. Más alejado en el tiempo es el telegrama del 23 de marzo, donde se pedía a la aviación de Larache que bombardease el poblado de Tazia por haberse localizado una partida enemiga59, no siendo estos ejemplos los únicos.
Imagen 8: Croquis adjunto al telegrama del 19 de marzo de 1927 donde se muestran los espacios que debían y no debían ser bombardeados. Calco del plano de E.M. Escala 1:15.000. ACMM, África, Caja 213, legajo 10, carpeta 10 Orden General del día 12 de enero de 1927 en Ceuta», Operaciones enero-julio 1927; Órdenes del Ejército de España en África y de la Comandancia General de Ceuta. BNE, Cervantes, MSS/22920. 58 «Telegrama del 25 de abril (por duplicado y croquis)», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 59 «Telegrama del 23 de marzo», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 57 «
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Por otra parte, se ordenaron bombardeos de carácter más indiscriminado en fechas anteriores, como por ejemplo el que se solicitó el 19 de marzo y en el que se pedía que se bombardeasen todos los aduares en los que se tenía constancia que seguían aún a El Bakar. En la orden adjunta no se dudó en pedir en el bombardeo que el ataque se hiciese contra toda persona, incluyendo los que estuviesen labrando, e, incluso, al ganado60, algo que ya pidió el general interventor el 9 de marzo61. La utilización de estos bombardeos indiscriminados habría que situarlos como complemento de la acción política. La intención del Majzén parece que fue la de la sumisión pacífica de los aduares y fracciones mediante la negociación de los interventores, recurriéndose a la demostración de fuerza y, si era necesario, el ataque directo, para la sumisión de las partes más reacias y que seguían aún a algún cabecilla rebelde. A modo anecdótico, los bombardeos no atacaron solo al enemigo, constando que, a pesar del cuidado, el 23 de marzo a las cinco de la tarde un aparato de Larache bombardeó a una mía de la harca de Beni Urriaguel en Aonzar, sin que aparezcan documentadas bajas. Desde el mando se justificó que el aparato soltó las bombas por una avería62. No se ha localizado ningún documento que mencione la utilización de gases tóxicos durante los bombardeos, a diferencia de lo que ocurre con gran parte de los que hacen referencia a Beni Ider63. Del mismo modo, tampoco se hace referencia alguna a la utilización de «bombas especiales» por parte de la artillería, siendo toda la munición empleada por estas, según los estadillos, «rompedora»64. El concepto de la utilización de gases tóxicos en las campañas ha sido muy difundida por Balfour que, también es cierto, matiza que su empleo descendió considerablemente en 1926 y 192765. Aparte de las consideraciones generales en torno al descenso del empleo de gases hay que entender que estas operaciones eran de ocupación de una zona en la que ya se contaban apoyos; unos de mucho tiempo y otros más recientes, «Telegrama 19 de marzo», «copia que se cita» y «calco del plano de E.M. Escala 1:15.000», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 61 «Comunicación. Inspección General de Intervención y Tropas Jalifianas, 9 marzo 1927», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 62 Nota manuscrita y «Telegrama 23 de marzo», AGMM, África, caja 213, legajo 10, carpeta 10. 63 Varios documentos, AGMM, África, Caja 213, legajo 10, carpeta 10. 64 «Relación de munición empleada durante las operaciones», AGMM, África, rollo 703, legajo 526, carpetas 20-21. 65 Balfour, Sebastian: Abrazo mortal. De la guerra colonial a la Guerra Civil en España y Marruecos (1909-1939). Península, Barcelona, 2002, pág. 295. 60
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por lo que un ataque con iperita u otro gas podría suponer la pérdida de apoyos ganados duramente en diplomacia. CONCLUSIONES En las operaciones para el sometimiento del Zoco el Jemis de Beni Arós hay aspectos a destacar. En primer lugar, desde el punto de vista operativo, se buscó un frente amplio al ser una maniobra convergente, dificultando la posible resistencia de opositores. En este mismo sentido no fue una operación plenamente militar pues se combinó continuamente negociación y fuerza. En este último aspecto destaca la figura de Tomás García Figueras al frente de las Intervenciones de Beni Arós y que recuerda en su actitud a otros militares de campañas anteriores como el coronel Morales Mendigutia o el general Marina Vega. El objetivo fundamental de esta operación no era la mera conquista sino la sumisión al Majzén, una verdadera pacificación, y que hacía necesaria la negociación, que se ve reflejada en la cautelosa utilización de la fuerza y las indicaciones que pedían no razziar la población sometida a menos que se mostrara claramente hostil.
Imagen 9: Tranquilidad. Grupo de soldados en el aduar pacificado. Fotografía anónima: Jemis Beni Arós 7-10-31. JLGB
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Otro punto fundamental es la elección de la fuerza y su empleo. La utilización en vanguardia de la Mehal-la y las Mejaznías lleva aparejada la asociación de la idea de que es el Majzén quien manda la operación y que no es una operación de conquista extranjera. Del mismo modo se puede considerar psicológica la utilización de la harca de Beni Urriaguel como elemento de reserva ante posibles adversidades; a diferencia de lo ocurrido en Beni Ider donde, dada la función de castigo, constituyeron la vanguardia del ataque. Los harqueños habían sido hasta un año antes de las operaciones los más enconados enemigos de España; además eran conocidos por todos los marroquíes por su carácter fiero en la lucha. En este sentido, y manteniendo así aún más su carácter propio e intimidatorio; excepto López Bravo, todos los mandos eran indígenas y muchos de los caídes de la harca lo habían sido hasta hacía poco de Abd el Krim. Finalmente se utilizaron tropas de Intervenciones de Beni Arós, es decir, soldados propios de la cabila, pues una de las características fundamentales de los mehaznis de estas unidades era su carácter local al ser estas una policía territorial más que una fuerza de choque y que solía estar compuesta en su mayoría por chivanis de la Mehal-la y regulares; además de Idalas formadas entre las fracciones ganadas por la diplomacia y que facilitaron tanto el ataque, al ser perfectos conocedores del terreno, como la diplomacia, demostrando ser los mejores valedores en las negociaciones con otros aduares y fracciones.
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Revista de Historia Militar Número 113 (2013), pp. 145-176 ISSN: 0482-5748 RHM.05
El brigadier Barradas y la reconquista de México, 1829, por don Jesús RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Doctor en Historia
EL BRIGADIER BARRADAS Y LA RECONQUISTA DE MÉXICO, 1829 Jesús RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO1
RESUMEN A pesar de lo reducido en lo temporal y espacial, el intento de reconquista española de México resultó de gran trascendencia para ambas naciones en liza. Todavía hoy es poco conocido en España este enfrentamiento debido a que se trató de un sonoro fracaso militar que llevó definitivamente a la pérdida de las colonias americanas continentales, y para México este acontecimiento supuso la confirmación de su independencia alcanzada en 1821, además de un profundo enaltecimiento patriótico al repeler la invasión española. Al mando de este ejército reconquistador se encontraba el brigadier Isidro Barradas y su imagen quedó unívocamente unida a la quimérica reconquista española de México, a la difamación y el olvido. De lo acontecido en el verano de 1829 a las tropas mexicanas y españolas en las costas veracruzanas y en el puerto de Tampico, versa este trabajo, fruto de la monografía Barradas: El último conquistador español. La invasión a México de 1829. PALABRAS CLAVE: Barradas, reconquista, México, 1829, ejército, independencia, Tampico.
1 Doctor
en Historia. Profesor Colaborador Honorífico y miembro del grupo de investigación PRESDEIA de la Universidad Rey Juan Carlos.
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ABSTRACT Despite of the fact that the period of time and the space were really short, the spanish attempt in order to conquest Mexico was really important for both nations this confontation is almost unknown in Spain because of being a huge military defeat and the main reason of the loss of the Continental American colonies. Moreover, it was the historical event that confirm the independence of Mexico reached in 1821 and the patriotic exaltation against the spanish invasion. The leader of this army created in order to conquist was the Mayor General Isidro Barradas and he become in the image of the chimeric spanish reconquest of Mexico, the slander and obscurity. This is the work refered to the fight happened between the spanish and mexican troops on the coast of Veracruz and in the port of Tampico, the result of the monograph Barradas: The Last Spanish Conqueror. The Invasion of Mexico, 1829. KEY WORDS: Barradas, conquest, Mexico, 1829, army, Independence, Tampico. ***** Isidro Barradas, el fiel soldado
I
sidro Plácido del Rosario Barradas y Valdés nació en el Puerto de la Cruz (Tenerife) el 6 de octubre de 1782 en el seno de una familia dedicada a la mar que, según en el primer empadronamiento realizado por la Real Sociedad Económica del País de Tenerife, era de escasos recursos. Cuando Isidro contaba pocos años, la familia se trasladó a Venezuela en donde se encontraban varios parientes de sus padres, Matías Barradas y María Valdés, tales como Sebastián Miranda, padre del futuro prócer de la independencia de Venezuela, Francisco Miranda. Se establecieron en la ciudad de Carúpano, en la costa del mar de las Antillas, dedicándose al transporte de cacao y café por mar. Al cumplir los veinte años, el joven Isidro entró a servir en las milicias de su ciudad como soldado distinguido. Pronto pudo demostrar su valor cuando, al año siguiente, evitó el desembarco de tropas inglesas que arribaron en el bergantín Victoria. No tardó en estallar la guerra por la independencia en Costa Firme y en 1812 participó en el apresamiento del bergantín
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patriota Botón de Rosa; luchó con éxito en la defensa del oriente venezolano desde las costas de Güiria hasta su ciudad de Carúpano. Un año después su padre fue asesinado y confiscados todos sus bienes por el insurgente José Francisco Bermúdez. La carrera militar de Barradas fue espectacular; teniente en 1814, es ascendido a capitán tan solo seis meses después, al mando de una compañía en los hechos de armas de los Cerros de Barquisimeto en julio del año siguiente. Asimismo participó en la toma por sorpresa de San Fernando de Apure con su Regimiento de Infantería Sagunto y en la batalla de Mucuchíes o de Niquitao en el páramo merideño. De esta unidad fue destinado a la de Numancia como comandante militar de San Fernando de Apure en Los Llanos que, al mando de 435 hombres, tuvieron que enfrentarse a una fuerza muy superior compuesta por 3.600 patriotas que a las órdenes del general José Antonio Páez habían sitiado la plaza. Barradas y sus hombres dieron finalmente batalla a los libertadores en las cercanas llanuras de Mucuritas, ante una caballería mucho más numerosa. Gracias al valor mostrado pudieron resistir y los esperados refuerzos del general Morillo rechazaron al enemigo. Este hecho de armas supuso el ascenso al grado de teniente coronel. En su hoja de servicios se puede leer la opinión de sus superiores: «valor, bastante; aplicación, regular; conducta, buena»2. En 1818 Barradas, al frente de la columna de Paya, se infiltró en terreno enemigo (Llano de Casanare) con el objetivo de arrear ganado para mantener sus tropas, tal como realizará años más tarde en la futura campaña en tierras de Altamira de Tamaulipas. Pocos meses después fue requerido para incorporarse a la tercera División del Ejército Expedicionario a Nueva Granada, destacándose en la batalla del Pantano de Vargas en la que desalojó con sus 80 granaderos a medio millar de enemigos que habían tomado el alto que dominaba el camino de Toca. Pero no todo fueron éxitos; en 1819 el Ejército Expedicionario de Costa Firme fue derrotado en la decisiva batalla de Boyacá quedando la tropa dispersa y desconcertada. Es en ese momento cuando Barradas, en compañía de varios de sus oficiales, procedió a reunir los restos dispersos de las fuerzas españolas, recogiendo a cerca de 270 hombres entre los de su batallón y los del ligero de Tambo. Embarcados en el río Magdalena el 17 de agosto se dirigió por Muro a Santa Fe, pero llegados a esta ciudad la encontraron ocupada por los enemigos, por lo que
2 AGS,
Archivo General de Simancas, Guerra Moderna, leg. 7298, cxx, folio 3.
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decidieron continuar la navegación hasta Monpox, no sin soportar el continuo hostigamiento de las fuerzas independentistas. El 23 de enero de 1820 es derrotado por el insurgente José Antonio Maíz en la batalla de Peñón de Barbacoas, consiguiendo escapar. Cartagena sería su próximo destino. Allí, el jefe de la plaza, el brigadier Gabriel de Torres y Velasco, dijo de él que cumplía su cometido «con la constancia, exactitud y celo propio del oficial pudoroso y aguerrido». Pronto, la ciudad fue sitiada y Torres le encomendó el mando de una compañía de granaderos del regimiento de León con 400 hombres. Salió de esta plaza para enfrentarse a 1.400 enemigos en Turbaco arrebatando la vida de 300 de ellos y las piezas de artillería que portaban. Una bala de fusil le atravesó el muslo derecho por lo que tuvo que ser evacuado a Cartagena en donde su vida corrió serio peligro. Esta acción no pasó desapercibida a sus superiores y fueron estos los que declararon la acción como «servicios militares distinguidos, en grado heroico», proponiendo que le fuera otorgada la Cruz Laureada de San Fernando. Tras la rendición de Cartagena en octubre de 1821, Barradas se dirigió a La Habana en donde se curaría de sus heridas. Ya en enero de 1823 Barradas abandona la isla y parte rumbo a Maracaibo con refuerzos para aliviar el continuo azote de los patriotas. Durante la travesía, la escuadra colombiana apresó a la corbeta María Francisca que viajaba con la misión de proteger al convoy, hecho este que no impidió que Barradas, una vez más, mostrase su enorme arrojo y salvase a los 240 leales de Coria que iban con él. Morales3, en agradecimiento a su valentía, decide otorgarle la faja de color rojo para que la porte por encima de la casaca. En virtud a los «buenos servicios, constante lealtad y amor al Rey y a la Constitución política de la Monarquía, especialmente por los buenos servicios que ha hecho en el continente», el 21 de febrero Morales le asciende a comandante de batallón de Infantería de línea, y días después, el 15 de marzo, le confiere una misión de gran trascendencia para la supervivencia del ejército expedicionario en Costa Firme. Se trataba de que Barradas se dirigiera a la corte para que el gobierno enviase refuerzos urgentemente. Finalmente, la derrota de la Marina Real en el lago Maracaibo el 24 de julio de 1823, obligó al capitán general Morales a capitular el 3 de agosto. Entre octubre y diciembre de este año llegaron a La Habana los 3 Francisco
Tomás Morales nació en Carrizal de Agüimes, Las Palmas de Gran Canaria, en 1781. Antes de la guerra regentaba una pequeña pulpería y alcanzó el grado de mariscal de campo. Fue el último capitán general de Venezuela. Falleció en Las Palmas en 1845.
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restos del extinto ejército de Costa Firme, siendo recibidos con una frialdad que rozó el desdén; Barradas informaba de que «varios semblantes, y casi aseguraría a ustedes que si pudieran muchos pasarse a Costa Firme, lo harían a costa de sus vidas, prefiriendo vivir en los montes con perjuicio de su existencia, mejor que habitar donde son aborrecidos de todas las Autoridades y Empleados, sin más causa que ser beneméritos servidores del Rey y tener la satisfacción de haber servido a las órdenes del general Morales». El arribo de Barradas a la península coincidió con el final del periodo constitucional y con la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis. El rey recibió en Sevilla al emisario del general Morales y muy buena impresión tuvo que causarle para que le fuera encomendada la delicada y trascendental misión de llevar a la isla de Cuba los Reales Decretos de 3 y 20 de octubre de 1823, en los que se proclamaba el retorno al absolutismo y el fin del Trienio Liberal. Fiel cumplidor de las órdenes de su rey, embarcó en el puerto de Cádiz el 29 de octubre de 1823, dando la vela en la fragata de guerra francesa L’Euridice. El capitán general Vives acusó recibo de Real Orden por la que se instauraban todos los poderes reales el 15 de diciembre y así lo reflejó la prensa habanera en el Diario del Gobierno de La Habana: «El teniente coronel don Isidro Barradas salió de Cádiz para La Habana con cartas reales para aquel capitán general, el ayuntamiento, comandante general del Apostadero y del prebendado Obispo en las cuales mandaba Su Majestad que tan luego como llegase el expresado oficial, se restableciese su legítima autoridad y todas las cosas al mismo ser y estado en que se hallaban antes del 7 de marzo de 1820»4. Tan pronto cumplió las órdenes regresó a Cádiz el 29 de enero de 1824, tras navegar desde La Habana en la misma fragata francesa, en donde notificó al capitán del puerto gaditano el éxito de su misión. Barradas informó satisfecho al primer secretario de Estado del objetivo cumplido y de los cambios que, a su juicio, se debieran producir en la Isla para el mejor servicio al rey: «Sin embargo de este feliz suceso La Habana encierra dentro de sus muros toda clase de malvados, perjudiciales a los intereses y justa causa de Su Majestad por lo que me apresuro a hacer presente a Vuestra Excelencia lo urgente que es en esta ciudad la presencia de tres mil hombres, mandados por jefes conocidos por su fidelidad para mantener la autoridad del Rey Nuestro Señor»5. Días 4 Diario
del Gobierno de La Habana. La Habana, 10 de diciembre de 1823. Archivo General Militar (Segovia), Sección 1, leg. B-836. Bahía de Cádiz, 28 de enero de 1824.
5 AGM,
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después, ya en la capital del reino, escribió una nueva carta al secretario de Estado en la que se ofrecía al rey para alistar en estas islas un destacamento que velase por los intereses reales en Cuba, fundamentales para el comercio español: «El Rey Nuestro Señor pensó enviarme desde Sevilla en octubre último [1823] por medio de su ministro de Estado antecesor de Vuestra Excelencia a las Islas Canarias, con el objeto de sacar de allí dos mil hombres para remitirle al general del Ejército expedicionario de Costa Firme, mariscal de campo D. Francisco Tomás Morales, esto no tuvo lugar entonces por la comisión que Su Majestad tuvo a bien confiarme en 21 del mismo a La Habana, y sin embargo de la evacuación de Costa Firme con aquel ejército, considero vigente la necesidad de sacar este número de hombres de las expresadas islas Canarias, pues estos naturales con mucha facilidad y con muy poco riesgo del vómito se aclimatan en La Habana». Barradas, habituado a los rigores de la guerra en tierras venezolanas, sabía cómo obtener el mayor rendimiento de los hombres y de los recursos. Es por ello que ofreciera sus servicios para enviar un batallón desde Canarias a La Habana que según sus estimaciones reduciría el costo una tercera parte de lo que supondría hacerlo desde la península. Para ello las tropas serían remitidas en pequeñas partidas que se embarcarían gratuitamente en los numerosos barcos mercantes que partían hacia Cuba. No cabe duda de que para Barradas sus paisanos habían demostrado su fidelidad al rey en donde «más de diez mil han muerto en la Venezuela, donde en gran número estaban establecidos, y los que han escapado han vuelto a su país», y no era menos importante su esfuerzo personal, «quien había derramado su sangre en distintas ocasiones, y perdido un padre idolatrado, a quien degollaron los insurgentes»6 . Tan solo una semana después, Isidro Barradas volvió a redactar una fogosa carta plena de intenciones y acusaciones que con el tiempo supondría un grave antecedente. Solicitaba al rey el envío de al menos dos batallones a La Habana y Puerto Rico para garantizar la seguridad de estas islas. Barradas no duda en acusar al poderoso intendente de La Habana, Claudio Pinillos, de defender los intereses del consulado de comerciantes en vez de velar por el bien de la corona, por lo que recomienda enviar a esta isla a un hombre «de toda la real confianza para que se ponga a la cabeza de la Real Hacienda, que arregle los varios ramos de
6 AHN,
Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 5276, exp. 128. «Carta de Barradas al secretario de Estado». Madrid, 18 de febrero de 1824.
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esta: de este modo Vuestra Majestad podrá sacar la inmensa utilidad de que es susceptible esta rica colonia». El rey reconoció la fidelidad al régimen del capitán general Vives, aprobó su conducta y manifestó su entera satisfacción por su lealtad, por todo ello, que le confirmaba en su cargo en la Capitanía General y le concedía la Gran Cruz de Carlos iii. Asimismo dice: «Al oficial D. Isidro Barradas que Su Majestad ha quedado muy satisfecho de la actividad y celo con que ha desempeñado su comisión, concediéndole en recompensa la Cruz de Comendador de Isabel la Católica, libre de todo gasto y además se le recomienda a Guerra»7. Fernando VII aceptó la iniciativa y una semana después, el 8 de marzo de 1824, se resolvió por real orden que se reclutase un batallón expedicionario en Canarias, quedando dicho batallón bajo las órdenes de su promotor, Isidro Barradas. Pocos días después, el brigadier desembarcaba en Santa Cruz y era recibido por el brigadier Isidoro Uriarte y Gálvez, quien había llegado a las Islas Canarias como nuevo capitán general en el mes de noviembre pasado [1823], con la misión de emplear su autoridad y firmeza entre los insulares para el restablecimiento de la autoridad real y prevenir cualquier conato de resistencia que se opusiese a la voluntad del rey. El capitán general prestó el máximo apoyo y amparo a la petición de su colega Barradas. Los métodos utilizados por Uriarte y Barradas sorprendieron a la sociedad canaria por la manera de cubrir las plazas de voluntarios que debían componer este batallón8. Por medio de las reales órdenes de 8 y 20 de marzo, el rey ordenaba que se reclutase una fuerza en las Islas Canarias de 1.500 a 2.000 quintos. Como era costumbre, primero se solicitaba voluntarios y, en caso de no cubrirse el cupo, se reclutaba a todo hombre soltero, desocupado, mal entretenido o vago y, si no fuera suficiente, efectuaría un sorteo (24 de agosto de 1824). El corregidor de la isla, Isidoro Uriarte, informaba que, debido a distintas circunstancias, el cabildo no se había podido reunir hasta el 6 de octubre. Distintas excusas de los concejales, enfermedades y diversas ausencias prolongaron lo que para el cabildo suponía un duro golpe a la comunidad tinerfeña. Finalmente la cifra designada para formar el batallón de voluntarios sería de 1.200 hombres.
7 AGM.
Expediente personal del brigadier Isidro Barradas. (Archivo del Ayuntamiento de San Cristóbal de la Laguna), M-V, I. S-II. Tb. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel: La emigración canaria a América (1765-1824). Ayto. de La Laguna-Ayto. de Icod de los Vinos-Centro de la cultura popular canaria, Tenerife, 1996, pág. 229.
8 AASCL
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La Gazeta de Madrid se hizo eco de esta expedición y el nombre de Barradas empezó a ser conocido entre los lectores españoles. La noticia fechada en marzo de 1825 decía: «El 3 de febrero de 1825 salió con destino a América una expedición compuesta por varios buques de transporte y guerra [6 barcos] que conducen a su bordo un lucido cuerpo de tropas organizadas y equipadas en aquellas islas [1.036 hombres]. Añade que los jóvenes de que se compone son todos robustos y de bella presencia en general y que lejos de mostrarse pesarosos de abandonar por algún tiempo sus hogares, se han embarcado contentos en medio de alegres y repetidos vivas al Rey nuestro Señor, y llenos de confianza en su benemérito jefe el coronel D. Isidro Barradas. La actividad, inteligencia y el amor a la augusta persona de Nuestro Soberano que distinguen al comandante general de las islas Canarias el brigadier D. Isidro de Uriarte y al referido Barradas, han facilitado la pronta y completa organización de este hermoso cuerpo; y Su Majestad, satisfecho del celo de ambos, les ha mandado dar las gracias en su Real nombre». Tan pronto llegaron a La Habana, el capitán general Vives procedió a la disolución del cuerpo expedicionario, integrando a sus componentes entre los diversos regimientos de la plaza, medida que no agradó al coronel Isidro Barradas. Una Real Orden de 5 de julio de 1825 lo instó a que regresase a la península. En la corte, el rey escuchó las acusaciones que este lanzó contra los máximos mandatarios de Cuba, entre los que se encontraban el intendente Martínez Pinillos, el capitán general Francisco Dionisio Vives y el gobernador de Cuba, brigadier Francisco Illas, tal como quedaron reflejadas en las Actas del Consejo de Ministros. Barradas acomete sin rubor y también, por qué no decirlo, sin prudencia alguna, graves acusaciones a varios militares entre los que destacan el citado Francisco Illas y el coronel expedicionario López, y se anticipa a vislumbrar un triste episodio que se produciría dos años después: la traición del coronel Feliciano Montenegro, quien tras obtener la confianza del capitán general Vives fue nombrado su secretario particular. Barradas alertaba a su majestad de que este coronel: «se halla de secretario del general Vives, disfrutando de toda su confianza, y que es probable haya enviado ya a los insurgentes el plan de defensa de la expresada isla, por todo lo cual juzga muy difícil que pueda sostenerse esta preciosa parte de la Monarquía»9. 9 ACM,
Actas del Consejo de Ministros, vol. I. Documento n.º 7. «Carta de Isidro Barradas al Rey». Madrid, 17 se septiembre de 1825.
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El 25 de septiembre de 1825 el rey confiere el gobierno civil y militar de Cuba (Santiago de Cuba) al destacado servidor real Isidro Barradas. Este dirigió un escrito a su majestad en el que daba su opinión de cómo debía solucionarse el conflicto americano: «El territorio que voy a mandar es el que está más expuesto a los insurgentes de Costa Firme como igualmente a los negros de Santo Domingo por su parte oriental, es decir está rodeado de un volcán: ofrezco a Vuestra Majestad que por mi parte nada quedará que hacer, no habrá sacrificio que me sea costoso pues el de mi vida en servicio de Vuestra Majestad es el que miro con más indiferencia; más este mismo sacrificio será enteramente aislado si de la Capitanía General de La Habana no van las providencias bien dirigidas porque al cabo soy un subalterno y un subalterno que siempre ha procurado llevar las órdenes de los jefes, porque en campaña no hay cosa más peligrosa que examinarlas o interpretarlas»10. Pocos meses permaneció Isidro Barradas en su nuevo destino, pero a pesar de la brevedad de su gobierno, tuvo tiempo de enfrentarse con las autoridades municipales y la élite comercial de la plaza, quienes seguían manifestando su simpatía por el recién depuesto gobernador y recelaban del canario. Esta postura era compartida a su vez por el resto de autoridades de la isla. La defensa de Barradas consistió en arremeter contra su antecesor Francisco Illas y el mismo Cabildo de Santiago de Cuba, así como contra el fiscal del Consejo de Indias; del primero sentenciaba que era el «motor de estas quejas, y sostenidos todos por el señor fiscal del Consejo de Indias D. Juan Gualberto González11, su cruel enemigo, pues contando con él dan este paso». Juan Gualberto González-Bravo, quien llegaría a ser ministro de Gracia y Justicia en 1833, fue durante catorce años oficial de la Real Hacienda en La Habana, manteniendo una estrecha relación con otro 10 Ibídem. 11 Juan
Gualberto González-Bravo (1777-1857). Nacido en la localidad onubense de Encinasola, diócesis de Sevilla, estudió la carrera de leyes y ejerció como abogado de los Reales Consejos. En 1803 solicitó el puesto de fiscal de la Real Hacienda de La Habana (AGI, Ultramar, 150, n.º 66). Posteriormente fue fiscal del Consejo de Indias entre los años 1816 y 1828 (AGI, Ultramar 131, n.º 67), siendo nombrado el 25 de marzo de 1833 ministro de Gracia y Justicia, ocupando el cargo hasta el 29 de septiembre del mismo año. Durante estos meses firmó el Acta de Proclamación de la Reina Niña Isabel ii. En 1845 fue nombrado senador vitalicio, perteneciendo durante estos años al sector moderado de los absolutistas muy cercano a posturas liberales. Falleció en 1857.
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personaje importante en esta historia, el intendente Claudio Martínez Pinillos, conde de Villanueva. Lo cierto es que Barradas conocía muy bien a Illas ya que los dos habían hecho la guerra en Venezuela. Francisco Illas y Ferrer era miembro de una rica familia de comerciantes dueños del bergantín Palomo que participó en la repatriación de Puerto Cabello el 4 de noviembre de 1821. En ese mismo año ya era coronel de milicias que, a diferencia de Barradas (quien tuvo que alcanzar su grado por méritos de guerra), lo consiguió por la importante suma de dinero aportada a favor de la causa española. El Consejo de Indias decidió aconsejar al rey la reposición en el cargo del brigadier Illas y una nueva Real Orden autorizaba al depuesto coronel a que: «regrese a la península, siempre que no se encuentre inconveniente para ello», cosa que hizo embarcándose rumbo a la corte, vía Martinica y Francia el 14 de octubre de ese mismo año. A su vez, Illas tocaba tierras cubanas ese mismo mes. Barradas llegó a España a finales de diciembre de 1826. Destinado a Sevilla fue nombrado comandante en jefe del Regimiento de Infantería de la Corona Octavo Ligero12. El 22 de marzo de 1828 el Rey ascendió a Barradas a brigadier con el sueldo de doscientos escudos de vellón (4.000 pesos)13. La Gazeta de Madrid se hizo eco de la salida del regimiento de Barradas ocurrida el 17 de mayo rumbo a la Isla de Cuba con 180 oficiales y 2.000 hombres de tropa. Esta noticia no pasó desapercibida a las autoridades mexicanas en Francia. El representante de negocios mexicanos en Burdeos informó a su superior en París Mr. Murphy de este suceso que ponía en prevengan a la nueva nación de un inevitable ataque español a tierras mexicanas14. Como ya empezaba a ser habitual en la vida de Isidro Barradas, fue corta su estancia en la isla antes de regresar a la península. El rey volvía a solicitar su presencia y, antes de de embarcarse, delegaba el mando de su regimiento a su compañero de armas, el teniente coronel Antonio En el año 1823 con la nueva reorganización de la infantería en batallones sueltos, reciben los nombres de «Batallón de Infantería n.º 15» y «Batallón de Infantería n.º 16», para que en 1827 vuelven a reorganizarse los regimientos y toma el nombre de «Regimiento Provincial de Infantería» con el que es trasladado a Cuba y reorganizado en 1828 como «Regimiento de Infantería Octavo Ligero” y el año siguiente como «Regimiento de Infantería de la Corona n.º 8» y posteriormente se transforma en «Brigada Ligera de la Corona». Tras el fracaso de la expedición de Barradas, en 1835 pasaría a llamarse «Regimiento Ligero de la Corona n.º 5». 13 AGM, Sección 1, leg. B-836. 14 RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO, Jesús: La expulsión de los españoles de México y su destino incierto (1821-1836). Universidad de Sevilla-CSIC-Diputación Provincial de Sevilla, Madrid, 2006, pp. 156-161. 12
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Vázquez. Barradas regresaba de nuevo a la península y el rey decidió que este fuera quien dirigiera la expedición reconquistadora. A su vuelta a Cuba hizo escala en su Santa Cruz de Tenerife, en donde se encontró con su protector y amigo, el Mariscal Francisco Tomás Morales, quien gobernaba en el archipiélago canario. El capitán general hará embarcar a cuatro compañías del Regimiento Albuera 7.º Ligero que permanecían en esta isla de guarnición desde 1827 y, en cuatro buques de guerra y varios de transporte, llegará a La Habana el 28 de mayo de 1829, con la misión de poner a punto el ejército expedicionario en el menor tiempo posible. La Real Orden de 21 de agosto de 1828 dispuso que los brigadieres Ángel Laborde Navarro, comandante general del Apostadero de La Habana, y Isidro Barradas, comandante en jefe del Regimiento de Infantería Ligera de la Corona, desembarcaran en algún N.os 1 y 2. Bandera del Batallón y Coronela lugar de las costas de Nueva Esde la División expedicionaria paña para iniciar la reconquista. Un día después de la llegada de Barradas a La Habana, las órdenes emitidas por el mismo rey y por sus ministros de la Guerra y de Hacienda empezaron a transmitirse entre los distintos cuerpos del ejército implicados en la expedición. Las órdenes directas del monarca decían de este modo: «El Rey Nuestro Señor ha resuelto que la Brigada de la Corona se ponga al completo disponible de 3.000 hombres y por los cuerpos de La Habana, 1.º de Cataluña, España, Barcelona y Galicia por iguales partes, deberán darles el número de reemplazos que les quepa, siendo voluntad de Su Majestad que sean soldados hechos por
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ser preceptivo para la fatiga de la campaña»15. En mayo de 1829, la Brigada quedó constituida por los tres batallones con un total de 3.376 hombres. Barradas creía firmemente que la actitud recta, conciliadora y respetuosa con las vidas y pertenencias de los mexicanos por parte de sus tropas, en contraposición con la anarquía reinante en el ejército americano, sería motivo suficiente para ser recibidos «como sus salvadores». El 18 de junio de 1829 se reunían en la casa de gobierno el capitán general Francisco Dionisio Vives, el comandante del Apostadero Ángel Laborde y el brigadier Isidro Barradas para tratar sobre qué punto de la costa mexicana resultaría más conveniente para efectuar el desembarco. En palabras de Vives, la preferencia de realizar esta acción en las costas yucatecas, tal como se rumoreaba en todo el Caribe, no era la más acertada porque consideraba que con la expulsión de los españoles de la provincia de Yucatán se habían roto las comunicaciones con aquella península y, por consiguiente, se ignoraba el ánimo y las fuerzas con que contaban para su defensa, además de que el gobierno revolucionario de México se hallaba persuadido de las intenciones españolas. La exposición de Vives fue aprobada por unanimidad, por lo que se decidió buscar otra ubicación para el desembarco de las tropas expedicionarias. Acto seguido se pasó a meditar sobre los puntos en que podría dirigirse el desembarco, seleccionando tres destinos: la isla de Lobos, un punto de la costa frente al continente, la entrada o inmediaciones de La Barra de Tampico y las inmediaciones de Soto de la Marina. El día 24 de ese mismo mes volvieron a reunirse los tres citados miembros de la Junta acordando por unanimidad hacerlo en un punto que se hallase entre el Cabo Rojo y la Barra de Tanguijo cercano al pueblo de Tamiahua. La premura con la que se realizaron los preparativos de la expedición -cuarenta días- provocó el malestar en prácticamente todas las instancias militares y civiles de la isla. Al margen de la opinión de las autoridades respecto a la conveniencia o no de esta expedición, fueron tantos los trastornos que padecieron los distintos cuerpos del ejército y de la armada por este motivo que la figura del brigadier Barradas fue tachada de caprichosa y exigente. Pero lo cierto es que este general no hacía otra cosa que cumplir debidamente las órdenes del rey y sus ministros.
ANC, Archivo Nacional de Cuba. Asuntos políticos, leg. 34, exp. 26. El marqués de Zambrano al señor Comandante de la Vanguardia del Ejército Real de Su Majestad brigadier D. Isidro Barradas. Madrid, 21 de marzo de 1829.
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De La Habana al primer enfrentamiento en tierras veracruzanas A pocos días de que la división partiera, el general Barradas se dirigió a sus hombres, primero, para señalar las expectativas que albergaban y, por otra, inflamar el espíritu bélico y patriótico de los últimos conquistadores españoles16: «Españoles: vais a partir para Nueva España, teatro donde hace 300 años se inmortalizaron los antiguos y denodados españoles, mandados por el valeroso Hernán Cortés. Aquellos conquistaron ese hermoso país, vosotros vais a pacificarlo, a hacer olvidar el pasado, y a establecer el paternal gobierno del mejor de los Reyes. Los mexicanos no son nuestros enemigos, son nuestros hermanos; los unos alucinados y los otros subyugados por sus tiranos. Emprenderemos marchas penosas; acaso tendremos que combatir como obstinados; pero la disciplina y el valor atraerán a nuestras filas la victoria. Soldados: mantened siempre el orden en las filas; acordaos que sois españoles, y que en las batallas os necesitáis los unos a los otros. La primera cualidad del valiente es ser indulgente con el vencido; respetad su desgracia, no le echéis en cara sus pasados extravíos; el absoluto olvido de lo pasado es la base fundamental de nuestra empresa. El pillaje enriquece a pocos, envilece a todos; destruye los recursos, hace enemigos de los pueblos, cuya amistad se quiere granjear. A nombre de Su Majestad premiaré vuestras virtudes militares, y las acciones heroicas; pero seré inexorable contra aquel que con su conducta pretenda deshonrar el nombre español». Por fin la expedición, no exenta de fuertes enfrentamientos entre Barradas y las distintas autoridades militares de la isla, se embarcó el cinco de julio y, un día después once embarcaciones se dieron a la vela transportando un contingente de 3.376 hombres. Tras 21 días de navegación el brigadier Barradas coincide con la exposición del capitán de navío Ángel Laborde y así se lo comunica al capitán general Vives: «Según el plan concertado con Vuestra Excelencia debíamos desembarcar en las playas de Tamiahua, más el temporal que fue el Sureste y los vientos que después de pasados siguieron venteando, por este rumbo, hicieron impracticable en aquella costa inaccesible el desembarco. En consecuencia de esto convenimos el comandante general Laborde y yo en buscar un punto más fácil de atracar que aquel dirigiéndonos a la playa de AGI, (Archivo General de Indias). Documentos de Cuba, 2144. «El comandante general de la vanguardia, Isidro Barradas». Cuartel de Regla, junio de 1829.
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Punta Jerez en donde dimos fondo el veinticuatro como a dos leguas de tierra»17.
N.o 3. Mapa de la expedición reconquistadora del general Barradas realizado por el subteniente Joaquín Rodríguez Campos, 1829. IHCM, México 10/14
El desembarco en palabras de Barradas se produjo: «El general Laborde con sus sabias maniobras y con una fuerza sutil, formó un muelle con la lancha del navío Soberano que hizo fondear en la reventazón de la playa, y en este muelle ambulante desembarcaban los soldados, en donde yo los esperaba, les hacía dejar el fusil y cartuchera en dicho muelle o lancha y enseguida les hacía botar al agua por la popa de dicha lancha vestidos y con morral a cuestas y en donde les daba el agua por los pechos, más teníamos marineros apostados desde la lancha a tierra a la que con su ayuda saliesen a tierra, los marineros que luego conducían los fusiles y cartucheras sin que hubiere perdido arriba de diez fusiles y como unos mil cartuchos mojados…»18. Las declaraciones de cerca de cincuenta oficiales que fueron llamados a testificar en el sumario abierto al comandante en jefe de la expeANC (Archivo Nacional de Cuba), Asuntos Políticos, leg. 34, exp. 10. «Oficio nº 311. Isidro Barradas al capitán general de la isla de Cuba». Cuartel general en la playa de Punta de Jerez, 28 y 29 de julio de 1829. 18 Ibídem. 17
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dición pacificadora, Isidro Barradas, en enero de 1831 nos ha permitido acceder a información inédita de los acontecimientos. Los oficiales que participaron en primer lugar en el desembarco así como los que estuvieron encargados de la vanguardia aprobaron las decisiones del general, y por el contrario, los que marcharon sin información de lo que sucedía a su alrededor criticaron severamente la actitud de su comandante en jefe. A la compañía de cazadores del 1.º Batallón mas treinta granaderos del 3º Batallón le correspondió el honor de ser los primeros en saltar a tierra. A estos le siguieron el resto de granaderos y cazadores «que sin dilación alguna tomaron posición dando frente a la campaña, hasta que reunida la de granaderos pasó a situarse como a un cuarto de legua más adelante». Mientras, la quinta compañía del segundo batallón fue la última en desembarcar19. Al fiscal, coronel Miranda y Madariaga, le interesó especialmente conocer qué medidas se tomaron durante las dos noches y un día que estuvo acampada la expedición en el mismo punto del desembarco. El teniente coronel Faustino Rodríguez explicó «que el campo se estableció sobre los médanos de arenas elevados inmediatos al punto del desembarco, y las compañías de granaderos y cazadores del primer batallón apoyaban la derecha; y la del tercero la izquierda defendiendo la parte del O, por un cantil inaccesible, varias avanzadas grandes, guardia de campo, y patrullas, todo debido al infatigable celo, y actividad del jefe de la plana mayor teniente coronel D. Fulgencio Salas; sin ocurrir más novedad en las dos noches. Al día siguiente, después de formadas las compañías, a la hora de la lista, se procedió a leer la proclama del general Barradas que les recomendaba, entre otras cosas, la más severa disciplina y el buen comportamiento con los naturales del país»20. Finalmente se comunicó la decisión del brigadier de cambiar el nombre a la hasta el momento llamada Brigada de la Corona por la de División de Vanguardia del Ejército Real y designar a los batallones de la siguiente manera: el primer batallón pasó a llamarse Rey Fernando, el segundo Reina Amalia y el tercero Real Borbón. México defiende su patria: la emboscada en Los Corchos Por fin, el día 29 de julio el general Barradas dio la orden de emprender la marcha pero antes decidió desembarcar de la fragata Lealtad ANC, Asuntos Políticos, leg. 34, exp. 26. Declaración del Tte. Col. Bernabé Molina. IHCM (Instituto de Historia y Cultura Militar), sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829.
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122.400 pesos, a pesar del terreno arenoso rodeado de grandes lagunas sin acémilas para su conducción. La tropa tuvo que soportar un peso excesivo al verse obligados a portar los innumerables enseres además de su fusil, doce paquetes de cartuchos y raciones para ocho días. A diferencia de Barradas, que alabó el trabajo del marino Laborde, este último no cita en ningún momento el esfuerzo y tesón del comandante general de Tierra durante la peligrosa maniobra de desembarco. A lo largo de la expedición se volverán a producir momentos en que el brigadier elogiará la labor de otros sin recibir ningún reconocimiento cuando se trataba de su persona. De cómo se desarrolló la marcha y de si se tomaron las medidas precautorias propias de un ejercicio como este, la opinión de los oficiales es contradictoria; no obstante la mayor parte sostenía que el general Barradas actuó según las ordenanzas y artes de la guerra. El Capitán José Mínguez certificó que tan pronto como se hacía alto en el punto destinado para pernoctar, se formaban pabellones en el orden de columna cerrada, y se establecían por el Estado Mayor las correspondientes guardias y avanzadas para cubrir toda la avenida, de modo que ninguna noche se interrumpió a la tropa el descanso21. Todas las declaraciones coinciden en las penurias que padeció la tropa: el calor extremo, la falta de agua potable, las picaduras del temible mosquito jején, las largas marchas por terrenos de arena suelta y el exceso de peso que debían portar los sacrificados soldados españoles.
Banderas españolas en la batalla de Tampico, 11 de septiembre de 1829. Catálogo de la Colección de Banderas, Museo Nacional del INAH, Secretaría de Gobernación, México, 1990, págs. 53 y 54
ANC, Asuntos Políticos, leg. 34, exp. 26.
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Durante la última jornada por las arenosas playas de Tampico: «La división emprendió la marcha a las 4 de la mañana llevando algunos enfermos y observando la vanguardia la tropa enemiga de ayer en doble número y que seguían todos nuestros movimientos, a las 2 de la tarde, hicimos alto en un rancho, cerca de la laguna de Tamiahua, donde se mojó la tropa, con un muy fuerte aguacero. Este alto fue para comer y seguir la marcha por la tarde, dándose la orden de preparar los ranchos, pero algunas compañías no lo pudieron cumplir por falta de víveres para hacerlo, pues los soldados fatigados, regaban la playa con el arroz y la galleta que llevaban de ración, por cuyo cansancio murieron algunos soldados y 4 o 5 desertaron. A las 3 de la tarde continuaron la marcha volviendo a tomar la playa y el enemigo comenzó el fuego sobre nuestra 1.ª compañía de cazadores. Se mandó a esta que avanzase y sin interrumpir la marcha se sostuvo el fuego de una y otra parte hasta que oscureció, haciendo alto y estableciendo el campamento en el orden acostumbrado y relevándose la compañía de descubierta 1.ª de cazadores por la 3.ª del mismo, sin haber tenido por nuestra parte más que dos soldados heridos, a las 9 de la noche llegó la compañía que cubría la retaguardia y dio parte de haber dejado tendidos en la playa a tres soldados muertos de cansancio y que a la vista había notado una partida de caballería enemiga de observación»22. Al día siguiente se produciría el primer enfrentamiento importante, el de Los Corchos «las compañías de cazadores de vanguardia y retaguardia destacaron flanqueadores por la izquierda, que reconocieron los médanos más bajos, no pudiendo hacerlo en los más elevados a causa de las dificultades que ofrecía su piso de arena suelta y movediza, la espesura del monte bajo de espinos que los cubre, y el estar casi perpendiculares, pues para ello hubiera sido preciso detener por muchas horas la marcha de la columna» declaró el comandante Marcelo Corbalán23. El teniente coronel Molina explicó detalladamente en su comparecencia en el juico contra su comandante en jefe, cómo se produjo el primer enfrentamiento entre ambas tropas: «Cuando la guerrilla descubridora se hallaba inmediata al vigía y parapetos, los enemigos se vieron en el caso de romper fuego, verificándolo sobre las dos compañías de cazadores, primero y segundo Batallón, a cuyo acto el declarante se arrojó con su compañía sobre los parapetos IHCM (Instituto de Historia y Cultura Militar), sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829. 23 ANC, Asuntos Políticos, leg. 35, exp. 19. 22
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enemigos logrando tomarlos, y pasarlos persiguiendo a los dispersos en dirección de Pueblo Viejo […] el primero y segundo Batallón se dirigieron con la mayor intrepidez sobre la cordillera y parapetos y que el tercer Batallón marchaba en columna sobre la caballería que se hallaba en la playa […] que emprendió la marcha la división en dirección a Tampico el Alto, pernoctando esa noche en una hacienda nominada La Sosa. Este primer encuentro se saldó con pérdida española de 3 oficiales, 20 soldados muertos y 8 oficiales y 70 soldados heridos, habiendo sido las bajas del enemigo en más que doble número de soldados heridos, 20 prisioneros con un oficial, una pieza la artillería de campaña, fusiles ingleses y algunos caballos. A las 6 de la mañana del día siguiente, 2 de agosto, emprendimos la marcha para Tampico Alto, el cual distaba una legua del rancho de Sosa, y después de marchar una hora avistamos el pueblo y un grupo de caballería enemiga a su izquierda, ocupando la falda del bosque. El general determinó dejar en es este punto a 200 hombres para custodiar a los enfermos y heridos. Al día siguiente la división emprendió marcha a Pueblo Viejo, distante 3 leguas llegando a la una de la tarde encontrando el pueblo abandonado como el anterior y sólo con tres o cuatro casas de comerciantes extranjeros en donde les informaron que el general La Garza con 3.000 hombres ocupaba La Barra y que tenía preparada una emboscada en el paso llamado Las Piedras que toda la emigración de los pueblos estaban sobre las armas a sus órdenes y las mujeres, niños y ancianos andaban ocultos por los montes […] El coronel Vázquez con las 4 compañías de su regimiento, quedó en Pueblo Viejo de guarnición y el resto de la división emprendió la marcha para La Barra. Todos los cuerpos marchaban por esta sabana formados en columnas ocupando la derecha la columna de cazadores, con una compañía de flanqueadores, la izquierda ocupaba el 1º regimiento y el 3º y el centro la caballería a pie, la artillería, guías y rancheros de cada compañía, precediendo toda esta marcha un prolijo reconocimiento por el piquete de lanceros, y durante esta marcha teníamos a la vista la infantería y caballería enemiga a la orilla opuesta en el río, y observamos gran humareda por parte del sur de La Barra donde estaban los enemigos fortificados, por lo que dedujimos que habían quemado sus acuartelamientos, repuestos y población»24. Un preocupado Barradas escribía al capitán general de Cuba: «[…] es asimismo urgente, el que Vuestra Excelencia se sirva auxiliarme con ANC, Asuntos Políticos, leg. 34, exp. 26.
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toda la mayor fuerza posible, tanto más cuanto que con el extravío de la fragata transporte y sobre ciento cincuenta bajas tenidas hasta llegar a él, me deja en una paralización que me priva de la ventaja de mantenerme en la ofensiva con notable perjuicio del buen servicio de Su Majestad. En Vuestra Excelencia consisten los buenos resultados sucesivos»25. El comandante en jefe había logrado lo que se esperaba de la expedición de vanguardia en los primeros días de campaña, pero a pesar de esta primera ventaja, sin el apoyo de los mexicanos y sin la ayuda procedente de la isla, se perderían los bastiones de Tampico y La Barra. Barradas invitó a parlamentar al general La Garza pero este rechazó todas las ofertas del español señalando que «ni toda España era capaz de alterar el orden del Gobierno Mexicano y destruir la República». El día siete, la división emprendió la marcha para Tampico de Tamaulipas a las 6 de la mañana bajo el mismo orden y precaución que en los anteriores días, más el apoyo de las lanchas cañoneras de la escuadra que río arriba seguían a la División que marchaba en columna, para mantener expedita la comunicación con La Barra. A una legua y media encontraron un atrincheramiento de palizada abandonado, e inmediato al paso llamado de Doña Cecilia, y continuaron la marcha, con el lodo hasta las rodillas, pues no cesaba de llover y todo aquel terreno era cenagoso. A las 12 entraron en Tampico de Tamaulipas, situado en la orilla del río Pánuco, por la parte del sur, y por el norte. Allí no quedaba nadie, todo el pueblo había emigrado. El ocho de agosto se dio pasaporte a los prisioneros y a los oficiales mexicanos después de pagar por sus caballos la cantidad que pidieron. Los heridos de Tampico Alto fueron evacuados a Pueblo Viejo26 y para el 10 de agosto llegaban al Cuartel General, excepto una poca fuerza que permaneció en Pueblo Viejo con el objeto de recoger los catres y canoas. El avituallamiento escaseaba y el bergantín Tres Amigos, que traía víveres no pudo arribar en Tampico por el poco fondo que tenía La Barra. Esta novedad obligó al general a partir con el grueso de la división hacia Altamira el 16 de agosto, con el doble objetivo de batir al enemigo y capturar ganado. El punto octavo de la orden del día 15 de agosto disponía las tropas que habían de permanecer en Tampico hasta el regreso de la División de Altamira: «A las órdenes del Señor gober-
ANC, Asuntos Políticos, leg. 34, exp. 10. «Oficio n.º 314. Barradas al Capitán General». Cuartel General de Tampico de Tamaulipas, 11 de agosto de 1829. 26 IHCM, sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829. 25
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nador de este Cantón (Salomón) quedarán todos los enfermos, y ciento cincuenta hombres con seis oficiales»27. El ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos nos describe pormenorizadamente lo sucedido durante estos días: «A las cuatro leguas de Tampico, observó nuestra descubierta, algunos enemigos dentro del bosque, a orilla de la Laguna de La Puerta, hízoles fuego, pero todos huyeron, dejando dos muertos y a la inmediación un grupo de 20 caballos, en pelo, cuya presa fue oportunísima a la División, porque pudimos ya montar 30 soldados del Escuadrón, a estas horas que serían las 4 de la tarde hizo alto la División y campo inmediato a esta Laguna». A las 9 de la mañana del 17 de agosto: «Se formó la División y continuó la marcha atravesando la laguna con el agua por la rodilla […] hallamos al enemigo atrincherado en una cortadura que había hecho al camino, cuyo paraje es llamado Las Lagunas de la Puerta y Punta de los Araos, y el parapeto de dicha cortadura muy mal construido tenía cinco pies de espesor y una tronera que ocupa una pieza de Campaña de pequeño calibre […] Fruto de esta jornada se contaron por parte española ocho muertos y heridos entre ellos Juan Zuloaga, el Alcalde de Tampico, que murió a los cuatro días.
N.o 4. Plano del coronel José Ignacio de Yberri, 1829. Mapoteca Manuel Orozco y Berra, México D.F ANC, Asuntos políticos, leg. 35, exp. 19. «Cuaderno del Estado mayor de la División». Orden del día 15 de agosto de 1829.
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El día siguiente a la emboscada de camino de Altamira se formó la División al amanecer para marchar, en el mismo orden que el día anterior para entrar en Altamira, precediendo un largo reconocimiento del camino, veredas y emboscadas. Encontraron Altamira abandonada y después que la tropa hubo descansado se mandó salir una avanzada de 50 infantes y veinte caballos con dirección al rancho de El Chocolate distante tres cuartos de legua de Altamira, con objeto de recoger algunas vacas en donde se encontraron y batieron las avanzadas enemigas, recogiendo cuatro caballos, una docena de reses y algunos paisanos vecinos de Altamira que se habían refugiado allí, y volvieron a reunirse a la División a las cuatro de la tarde»28. El diecinueve se dio descanso a la tropa; el veinte la columna fue hasta el rancho de El Chocolate, como legua y media de Altamira, que era en donde se observaban los enemigos. Este enclave fue abandonado por los mexicanos, encontrándose un buen número de vacas que se decidió llevar a Tampico. El gobernador del cantón de Tampico de Tamaulipas, Coronel Salomón, avisó a las seis de la tarde a Barradas (entonces en Altamira) de que el general Santa Anna se encontraba en Pueblo Viejo; tal como se lo había notificado el coronel Antonio Vázquez, comandante de las fuerzas de La Barra, por el que le anunciaba que las tropas del general mexicano habían entrado en el expresado Pueblo Viejo. Salomón le recuerda a Barradas que: «Según indiqué a Vuestra Señoría en dicho parte; tomé todas las medidas de precaución que exigían las circunstancias, reconcentrando mis fuerzas en la plaza de la Aduana, y ocupando las bocacalles y azoteas más elevadas. La fuerza de que podía disponer consistía en menos de doscientos hombres enfermos, convalecientes y cansados, a más cuarenta guías que llegaron aquella tarde del Cuartel General de Altamira conduciendo reses vacunas, y la mayor parte de ellos estaban estropeados del cansancio y lastimados de las espinas de los montes»29. Era el 20 de agosto y en: « […] menos de un cuarto de hora ocupó el enemigo toda la población a excepción de la plaza, y engrosado considerablemente, hacia un fuego muy vivo por todas las avenidas de ella. Continuó el fuego por una y otra parte hasta las dos; y advirtiendo el enemigo la resistencia que oponíamos a cuerpo descubierto en las calles y desde las azoteas, trató por tres ocasiones de forzar un ataque con la mayor parte de sus tropas para apoderarse de una pieza de a dieciséis que tenía colocada IHCM, sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829. 29 ANC, Asuntos políticos, leg. 34, exp. 10. «Oficio n.º 349». 28
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en una de las bocacalles; pero todos sus esfuerzos fueron vanos porque las cortas y valientes fuerzas que defendían aquel punto le opusieron la resistencia más tenaz, hasta el extremos de atacarles a la bayoneta. Advirtiendo que la idea del enemigo era la de ocupar a todo trance la plaza, y considerando muy débiles mis fuerzas para contrarrestar a mil quinientos hombres que me atacaban, despaché a Vuestra Señoría a las seis de la mañana un extraordinario dándole cuenta de mi crítica situación, y que me sería inevitable sucumbir sino me socorría con prontitud». Salomón recordaba que cuando vio la bandera blanca mandó cesar el fuego en todos los puntos. Su objeto era ver si podía entretener al enemigo por algunas horas con una suspensión de armas para socorrer, curar y alimentar a los enfermos y heridos y de este modo ganar tiempo para que el brigadier Barradas llegase con la división. Suspendido el fuego enemigo Salomón, acompañado de Eugenio Aviraneta, secretario político de la división, tuvo una entrevista con el general mexicano Antonio López de Santa Anna en la que se limitó a pedir una suspensión de hostilidades por algunas horas con el objeto anteriormente indicado. Salomón dijo sobre esta reunión que: «Santa Anna pretendía que capitulásemos bajo la base de que seríamos conducidos a La Habana a costa del gobierno con armas y equipajes. Se le contestó con arrogancia, que teníamos suficientes fuerzas y víveres para resistir veinte días a las suyas y que primero seguiríamos el ejemplo de Sagunto y Numancia, sepultándonos bajo las ruinas, que rendir las armas. Me resta ahora decir a Vuestra Señoría que la resistencia que ha hecho la tropa de mi mando en el día de ayer y noche anterior, es de las más heroicas que puedan contarse en los anales de la historia atendiendo al número y clase de individuos que quedan expresados al principio de este parte: hubo rasgos de heroicidad, constancia y valor en los individuos de todas clases, sin exceptuar uno solo. Las bajas consistieron en un oficial muerto, un jefe y tres oficiales heridos y de tropa siete muertos y treinta y siete heridos, entre los cuales se cuenta un marinero muerto y otro herido de la lancha cañonera»30. Mientras, y en un tiempo sorprendente, las tropas de la división llegaron a Tampico. El general estaba ya dispuesto a entrar en combate cuando supo que su subordinado Salomón había comenzado negociaciones. Esta razón y el hecho de que 3.000 enemigos a las órdenes del general La Garza se acercaban a la plaza hizo que Barradas tomase una Ibídem. «José Miguel Salomón al Sr. Brigadier D. Isidro Barradas». Tampico de Tamaulipas, 22 de agosto de 1829.
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decisión muy polémica. Dejar que las fuerzas de Santa Anna evacuasen la ciudad, ante la mirada atónita de los hombres de la expedición. Para Barradas, con esta decisión menoscababa la opinión y prestigio de Santa Anna, prefería hacerle pasar por esta humillación que emprender una acción sangrienta; que «aunque segura de ganarla, por lo que respecta a Santana, seis u ocho horas de resistencia que podía hacer al favor de las casas y azoteas en que estaba situado me ponían en el gran peligro de empeñarme entre él y los tres mil hombres de la Garza situados a la espalda». Al parecer, los generales en jefe habían decidido continuar parlamentando al día siguiente, hecho este que el mexicano rechazó al día siguiente. Con este episodio Eugenio de Aviraneta se encargará de difamar al general Barradas en su obra Mis Memorias Íntimas. Barradas debía cumplir con la palabra dada por su coronel, porque hacerle prisionero hubiera supuesto una grave falta al honor de Salomón y el buen nombre del Ejército español se hubiera visto empañado. Además, si hubiera declarado públicamente que se había rendido la plaza de Tampico le habría supuesto al coronel Salomón un consejo de guerra provocando una sangrante herida en la moral de la tropa. Por tanto, Barradas optó por dejar en libertad al general mexicano y hacer como si no hubiera pasado nada irremediable; recomendó al veterano militar para el grado de brigadier, sabiendo además que había hecho todo lo posible por salvar una plaza mal protegida (responsabilidad del comandante en jefe), y de esta manera continuar luchando por su rey. Esta decisión fue realmente su acta de defunción política; el tener en sus manos al jefe del Ejército mexicano y permitirle que evacuase sus tropas constituyó sin duda un error mayúsculo, sin precedentes. Barradas no era un militar que hubiera hecho su carrera entre despachos, más bien todo lo contrario, era un soldado breado en mil acciones de guerra como para errar de esta manera, por tanto debe existir otro elemento determinante que desconocemos. A nuestro entender el papel jugado por ese extraño personaje llamado Aviraneta fue decisivo para el final de la expedición. Este en su Mis Memorias manifiesta la buena amistad que mantuvo con el general Santa Anna mientras vivió en Veracruz. Desde el día 23 de agosto la enfermedad de la fiebre amarilla pasó a grado de epidemia. Cuatro días después, ante la enfermedad y muerte que sufrían la expedición, el general en jefe decidió formar una junta con todos los jefes de la división y se decidió que el ayudante Alechandre y el vista Delgado, fueran en una polacra a Nueva Orleans para
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comprar víveres, pólvora y medicinas, portando para ello 10.000 pesos31. Barradas escribió a Vives informándole que la tropa se hallaba atacada de la enfermedad estacional epidémica del país con más de 700 hombres enfermos en los hospitales -consecuencia de los rigores del clima y de las rápidas marchas que han sido preciso emprender- y, por tanto, la división no se encontraba en circunstancias de poder emprender salidas para batir al enemigo, ni hacer la requisición de víveres por la escasez y extenuación de la fuerza. Para desgracia de la división, no solo estaban enfermos la tropa de Tampico, sino que eran muchos los soldados que llegaban en barcazas procedentes del fortín de La Barra a esa plaza. Respecto a las medidas de fortificación y líneas de seguridad que se dispusieron para protegerse de nuevos ataques mexicanos, solo se hizo a finales del mes de agosto una cortadura por algunas partes y una estacada que apenas llegaba a cubrir la cuarta parte de la línea defensiva que se había marcado. Para estas fechas no quedaba disponible la suficiente fuerza para llevar a cabo esta operación por lo que el brigadier dispuso «gruesas patrullas y fuertes retenes con partidas avanzadas de la poca caballería montada que había, e infantería de noche y día en los caminos de las avenidas de La Barra (labor que hizo el Batallón Rey Fernando) y Altamira (el Batallón Real Borbón), y trincheras con fosos y estacadas, cerrando enteramente los citados pasos desde la laguna que mora a la parte del Este del pueblo hasta el río por la parte del Oeste»32. El día 2 de septiembre el general Santa Anna en persona, a bordo de una lancha fue a reconocer el fortín que los españoles estaban terminando de construir en La Barra del río Pánuco y pudo percatarse de que la fortificación estaba erigida sobre un médano, que tenía una planta circular como de 60 metros de diámetro, conteniendo un parapeto común para la infantería y la artillería, construido con sacos terreros asegurados por medio de una estacada; que todo estaba rodeado por un foso como de 2,50 m de ancho, por 0,75 m de profundidad y finalmente, que del lado exterior del foso, salía un camino cubierto de unos 3 m de anchura, provisto de un parapeto como de 2 metros de altura, sostenido como el anterior, por medio de una estacada. En resumen, se dio perfecta cuenta de que dicho fortín era una
IHCM, sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos. 1829. 32 ANC, Asuntos políticos, leg. 35, exp. 19. Declaración del teniente coronel Faustino Rodríguez. 31
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buena obra de fortificación construida conforme a las reglas de la ingeniería militar33.
N.o 5. Detalle del plano del coronel mexicano José Ignacio de Yberri, 1829. Mapoteca Manuel Orozco y Berra, México D.F.
El día 3 por la mañana una patrulla española que realizaba labores de descubierta fue atacada en el camino de Altamira por una avanzada enemiga emboscada, muriendo dos lanceros, el sargento que los mandaba y siendo tomado un prisionero. Al día siguiente la balandra española, tan necesaria para comunicarse con el fortín de La Barra, fue capturada por el enemigo. Barradas consideró que la situación era ya insostenible y ordenó convocar una junta para decidir qué destino tomar. Los víveres escaseaban aún más y tan solo quedaban para alimentar a la tropa cinco días; no había medicinas, ni médicos, pues todos estaban enfermos, los hospitales albergaban a 1.000 moribundos y a esto hay que añadir que no quedaba pólvora ni balas de cañón. Ante la crítica situación se acordó pasarle una nota al general Santa Anna solicitando se iniciase proceso de capitulación. Durante los siguientes dos días las posiciones españolas de Tampico sufrieron el castigo de la Artillería del reducto de El Humo, en donde los mexicanos habían colocado «una culebrina de a 8 y un obús de 12 pulgadas, cuyo fuego de bala y granadas de bronce no cesaba de caer en todo el día». SÁNCHEZ LAMEGO, Gral. Miguel A.: La invasión española de 1829. Editorial Jus, Colección México Heroico, México, 1971.
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Por la tarde salió el comandante Cruces, con 100 hombres para reforzar La Barra pues sospechaban un ataque sobre ella34. La nota del brigadier español decía: «Señor Don Antonio López de Santa Anna: la división a mi mando, después de haber cumplido con honor la misión a que fue destinada por orden del rey, mi amo, y deseoso por mi parte de que no se derrame más sangre entre hermanos por cuyas venas circula una misma, he determinado evacuar el país, a cuyo efecto propongo que entre usted y yo se celebre un tratado sobre el particular, bajo las bases que se detallarán, nombrándose dos comisionados por cada parte, suspendiéndose entre tanto todo género de hostilidades, para dejar franca la comunicación en este punto y La Barra». Por la mañana del día 9, el enviado pasó a Pueblo Viejo y después de seis horas regresó con la respuesta de Santa Anna, en el que seguro de sus fuerzas superiores, rechazaba toda proposición que no fuese la de entregarse a discreción. Santa Anna responde: «Cumpliendo con tan caros como precisos deberes, he bloqueado por todas partes a Vuestra Señoría, le he cortado todo auxilio, he puesto a cubierto las costas de una nueva tentativa, y apenas puedo contener el ardor de mis numerosas divisiones, que se arrojarán sobre su campo sin dar cuartel a ninguno, si Vuestra Señoría para evitar tan evidente desgracia, no se rinde a discreción con la fuerza que tiene en esa ciudad de Tampico de Tamaulipas a sus inmediatas órdenes, y de los pocos que guardan el fortín de La Barra, pertenecientes a su División, para cuya resolución le doy el perentorio término de cuarenta y ocho horas, el cual pasado, acometeré a Vuestra Señoría sin admitir más parlamento, ni medio alguno que retarde la justa venganza que reclama el honor mexicano, de los ultrajes que le han inferido sus invasores»35. Barradas reúne a toda la oficialidad y testigo de sus palabras, el subteniente Rodríguez Campos escribió: «Señores, Santa Anna nos quiere degollar, –exclamó el general– no quiere entrar con nosotros en un partido prudente, y hacer una capitulación, que no nos degrade… quiere sí, que nos entreguemos a discreción para a su antojo, sembrar de cadáveres el suelo mejicano, inmolando los valientes que componen esta división, pero yo pienso que con un poco IHCM, sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el Ayudante de Campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829. 35 SÁNCHEZ LAMEGO, Gral. Miguel A.: La invasión española de 1829. Editorial Jus, Colección México Heroico, México, 1971, pág. 74. «Antonio López de SantaAnna al Sr. D. Isidro Barradas». Cuartel general en Pueblo Viejo, 8 de septiembre de 1829, a las ocho de la mañana. 34
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de paciencia le haremos entrar en razón, cuando vea que no doblegamos nuestro cuello. ¿Cuál es el parecer de los Señores Oficiales en este caso? preguntó el general, aquí todos opinaban que debíamos defendernos. Pues bien, dijo el general, ¡Viva el Rey!, a reunir cada uno su compañía y proclamar la tropa diciéndoles, que van a ser degollados sino se defienden, que todos hemos de morir, pero morir batiéndose es menos sensible» (subrayado del texto)36. A las 10 de la noche, comenzó un temporal de viento del norte y lluvia, que aumentándose por momentos, impedía salir a la calle sin peligro de ser arrastrados. Se inundaron las trincheras y se deshicieron muchos parapetos. Esa misma tarde el general Barradas escribió a su amigo y compadre coronel Vázquez, comandante del fortín de La Barra, informándole de las disposiciones tomadas por la junta de oficiales y aprovechó asimismo la nota para despedirse de este. Santa Anna decidió atacar el fortín de La Barra a pesar de las difíciles condiciones meteorológicas y quién mejor que el coronel Vázquez para relatar los hechos acaecido esa noche, en la que ambos ejércitos se emplearon al máximo, derrochando un valor extraordinario que sería elogiado por ambas partes. «[…] el día de ayer amaneció el fuerte de mi mando inundado enteramente de agua, por efecto del tenebroso huracán del anterior. Tiendas, municiones y gran parte de la estacada, todo nadaba sobre el líquido elemento […] Todo fue horror, confusión y espanto, y hasta las mismas armas único patrimonio de mi fidelidad y honor, sufrieron entonces momentánea destrucción. En tan patético estado determiné a evitar daños mayores, abandonar el fuerte como lo hice refugiándome a un cerro distante 6.000 toesas [1.170 m], donde en el centro de las armas y mis valientes soldados permanecí entre lluvias e intemperies hasta la hora doce que cedió el temporal en algún tanto». Tan pronto como regresaron al fortín las tropas, el coronel Vázquez emprendió la ardua labor de reparar todos los desperfectos, salvar la pólvora menos húmeda y poner «corrientes y disponibles la Artillería y fusiles, cuya operación duró hasta anochecido que se hicieron hogueras para secarse la tropa». Un oficial enviado por Santa Anna se presentó a las nueve y media de la noche en el campamento español. El parlamentario –recordaba el coronel Vázquez–: «Me hizo a nombre de su General proposiciones ventajosas y aparentando compadecerse de mí y del estado de mis tropas, me añadió que si no cedía sería en IHCM, sig. 5-2-4, n.º 9. Diario reservado de la Campaña de México, expedición de Barradas por el ayudante de campo D. Joaquín Rodríguez Campos, 1829.
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pocas horas atacado por columnas muy respetables. Desoí su misión y le dije terminantemente me disponía desde luego a hacer la defensa que me inspiraba el honor y mi estrecha obligación». Tras dos horas sin novedad, y sobre las doce de la noche, varias lanchas desembarcaron tropas mexicanas en las playas de las Casas de Comercio, a escasos 1.000 metros del fuerte. Inmediatamente se hizo fuego de artillería consiguiendo que se retirasen a muy pocos cañonazos. Vázquez intuyó que un ataque frontal y directo iba a producirse, por lo que dio orden de prepararse para el inminente combate. Este no tardó en llegar y, cuando no había pasado ni una hora, tres numerosas columnas (unos mil hombres) arrollaron las avanzadas y se agolparon en orden y semicírculo sobre la misma estacada. La fuerza española en el fuerte de la Barra no superaba los 300 hombres, muchos de ellos enfermos, y casi todos exhaustos por los trabajos y falta de alimento. Vázquez recuerda que: «Se empeñó la acción con el mayor calor y encarnizamiento por ambas partes. Fueron rechazados los contrarios, y tornaron con entusiasmo a la estacada, y más y más veces rechazados y más y más tornaban nuevamente, agarrándose siempre de las mismas estacas, y con igual denuedo que el principio. Mis Soldados firmes en la resistencia y sobre todo fieles Españoles manifestaron en este día el valor heredado en la magnánima Nación donde nacieron. Se generalizó el fuego de fusilería tocándose y agarrándose sus bayonetas, atacados y atacantes. Mi artillería a pesar de tener que economizar los tiros por sus pocas destruidas municiones, hizo fuego con oportunidad y recomendable acierto». En el fragor del asalto, el coronel Vázquez resultó gravemente herido, hecho este que no impidió que continuase dirigiendo la posición española. El jefe español decía que: «Continuó la acción con iguales ataques, el propio calor y mayores ardimientos inundose con cadáveres de ambas partes lo interior del fuerte, su foso y externas orillas. En este estado rayó la aurora del día de la fecha y a pesar de mi total debilidad y pérdida de cerca de la mitad de la fuerza, dispuse saliesen inmediatamente cuarenta hombres, y que cargasen a la bayoneta, lo que se practicó con entusiasmo y denuedo, consiguiendo con tal arrojo la precipitada fuga de los Mexicanos alejándolos como a tiro de fusil de mi posesión. Al recibo de esta fuerza se presentaron dos columnas de Infantería y Caballería de cuatrocientos hombres cada una, por lo que se retiró la partida. En seguida tiró la Artillería dos cañonazos de metralla con los que desordenó y logró la
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huida de dichas Columnas, quedando desde aquel momento el campo por las tropas Españolas regada de cadáveres». La pérdida mexicana, según las apreciaciones españolas, ascendería a 150 muertos y 250 heridos, mientras que entre las filas realistas serían 56 de los primeros y 86 de los segundos, y en ambas partes un buen número de jefes y oficiales37. El dramático campo de batalla que observó el coronel español tras la acción, lo obligó a llegar a un acuerdo con el general mexicano Terán para recoger todos los heridos «para que enviase por los suyos igualmente que por los míos si lo hallaba por conveniente propuesta que desde luego admitió remesando lanchas y conduciéndolos todos a Pueblo Viejo». La resistencia heroica española mostrada en la noche del 11 de septiembre de 1829 en el fortín de la Barra «guardada la proporción tan heroica, como muchas otras que se tienen por memorables ocupando páginas distinguidas en la historia. Finalmente si se hiciera de ella el aprecio que se merece, sería honorífico, su acuerdo a las armas Españolas, recordaría lo de que son capaces en los mayores apuros Soldados exhaustos de víveres y alimento, y demostraría creíble lo que acaso la posteridad presumirá fabuloso. No recomiendo a ninguno de los de la guarnición en particular porque sería agraviar virtualmente a la totalidad. Todos se han distinguido a porfía, todos excedieron a los límites del valor, todos se han hecho dignos de la consideración del Soberano; y por todos ruego a Vuestra Señoría impetre las gracias que por sus méritos les correspondan», recordaba el coronel Vázquez38. Al amanecer del día 11 y, después de once asaltos a la bayoneta, el ejército del general Santa Anna se retiró a la posición de D.ª Cecilia en donde a lo largo del día se le fueron uniendo más efectivos. A pesar de vencer en todos los enfrentamientos al enemigo, la fiebre amarilla (que llegó a matar a cerca del millar de soldados españoles), el hambre y las difíciles condiciones atmosféricas, hicieron que la expedición no tuviera la más mínima posibilidad de éxito. Todo ello obligó a capitular en el cuartel general de Pueblo Viejo de Tampico ese mismo día. El 11 de septiembre, el general Isidro Barradas firmó finalmente la capitulación del ejército expedicionario. Convocó la junta de jefes para informarles Las cifras ofrecidas en el diario del subteniente Rodríguez Campos son: «Tuvo el enemigo de pérdida 500 hombres muertos y heridos, la mitad de los Oficiales, y todos los Jefes, incluso tres ayudantes de Santa Anna, de los cuales ciento cincuenta muertos estaban sobre las mismas estacadas del Fortín, siendo nuestra pérdida la de quedar heridos ambos jefes que mandaban el fuerte, 5 oficiales y 85 de tropa, y muertos 58 hombres y cuatro oficiales». 38 ANC, Asuntos políticos, leg. 34, exp. 10. «Oficio n.º 56. Antonio Vázquez». Fortín de La Barra de Tampico de Tamaulipas, 11 de septiembre de 1829. 37
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de que iba a enviar a La Habana al brigadier Salomón y al subteniente Joaquín Rodríguez Campos para que dieran a conocer la triste noticia al capitán general de Cuba, tal como había expresado su voluntad la Junta reunida el día anterior y, a su vez, el propio general marcharía a Nueva Orleans en busca de transportes para desalojar a la tropa que moría en las costas mexicanas. El general Barradas permaneció en Nueva Orleans hasta que supo que la flota de la Armada española se ocupaba de la repatriación de sus hombres. Hemos podido comprobar cómo el brigadier mantuvo correspondencia con su jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Fulgencio Salas, preocupado por conseguir un flete que transportara la división y enviar comestibles y medicinas a los que aún permanecían en Tampico. Seguramente el general pudo ser informado de que había orden, o al menos intención, de juzgarle en Cuba por la capitulación, por lo que decidió dirigirse a España para explicar al rey los pormenores de la campaña ya que temía que las autoridades de Cuba actuaran arbitrariamente contra su persona.
N.o 6. Copia fiel de un plano español de la época de 1829 del teniente norteamericano James Hagner (hacia 1847). Biblioteca del Congreso de los EE. UU.
A partir de estos momentos el Brigadier de los Reales Ejércitos Isidro Barradas pasó la fina divisoria entre historia y leyenda. Han sido y
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son muchas las historias que sobre este personaje se cuentan, desde que se cambió de nombre y vivió en el anonimato en las montañas de México hasta que se suicidó en Nueva Orleans, tal como llegó a aparecer en un rotativo. Pues bien, ni una ni otra, a Barradas le esperaba un futuro aciago, lleno de sufrimiento y soledad, vagando durante años por Francia, esperando fielmente a que fuera llamado algún día a presencia de su rey para poder defender su honor y la de los valientes que lucharon en tierras mexicanas. Pero no pudo ser, y el 14 de agosto de 1835 falleció en la ciudad de Marsella cuando contaba 52 años. A modo de conclusión La condena a Barradas por ambas partes en conflicto fue unánime. Para los republicanos mexicanos reconocer que la derrota española se debió a factores no vinculados a la superioridad militar mexicana era menospreciar el hecho de armas. Políticamente resultaba difícil vender a su ciudadanía la idea de que habían sido las enfermedades y el hambre quienes habían derrotado al ejército invasor y no el arrojo y destreza del general López de Santa Anna y sus hombres. Aunque, lógicamente, los argumentos no fueron los mismos para las autoridades españolas, resultaba más sencillo criminalizar al brigadier Barradas quien, con fama de fanático servidor del rey y de exaltado carácter, no gozaba de buena prensa entre las autoridades de la Isla de Cuba, y de este modo, enmascarar la pésima organización de la expedición y el dramático final de la Brigada de la Corona. A su vez, hay que constatar que para la historiografía española del siglo xix, embebida de una ideología imperialista sin imperio, no era concebible que el glorioso Ejército español hubiera sido derrotado por un ejército como el mexicano, por lo que era más fácil acusar de todas las desgracias al hombre que dirigió la expedición. Es por todo ello que Barradas haya sido tan vilipendiado. Al coincidir ambas partes, se han aceptado como verdaderas estas acusaciones. La historia o, mejor diríamos la investigación rigurosa de esta, tiene la obligación de recuperar la imagen de un militar como Barradas quien, a pesar de sus limitaciones, no dudó en cumplir fielmente las órdenes de su rey y proteger con determinación a sus hombres.
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Los ejércitos micénicos, por don Arturo SÁNCHEZ SANZ, Licenciado en Historia y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad
LOS EJÉRCITOS MICÉNICOS Arturo SÁNCHEZ SANZ1
RESUMEN La cultura micénica se convirtió por méritos propios en la más importante de la Grecia continental durante más de cuatro siglos a lo largo del II Milenio a.C. Su importancia comercial, gracias en parte al aprovechamiento de las rutas de intercambio minoicas tras su decadencia y a su propio interés económico, alcanzarían lejanas regiones incluso del Mediterráneo central y Oriente Próximo. Pero todo ello habría sido difícil de no haber contado con un poderoso ejército en el que sustentar sus aventuras coloniales y comerciales. Numerosas tablillas en lineal B, restos pictóricos y arqueológicos dan fe de la importancia que el mundo militar tuvo para los antiguos micénicos. Es por ello que, a través de este artículo, se intentarán mostrar diversos aspectos relacionados con el ejército micénico, sobre el cual sustentaron su poder en la Grecia continental, pero que a la postre no evitaría, ni siquiera tras las reformas que en el siglo XIII a.C. se llevaron a cabo, que la cultura micénica, tal y como la conocemos, terminara por desaparecer tras la destrucción de sus asentamientos. PALABRAS CLAVE: Micénicos, Micenas, Tirinto, Pilo, guerrero, wanax, panoplia de Dendra, muros ciclópeos, carro de guerra.
1 Licenciado
en Historia (UCM) y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad (UCM/ UAM). C/ Arroyo Fontarrón, nº 107, 3º C (28030-Madrid). Telef.: 636101441. Correo electrónico: asblade@msn.com.
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ABSTRACT Mycenae culture became due to its own merits, the most important one in continental Greece for more than four centuries all along the II Millennium B.C. Its commercial importance due to the fact they took advantage of the minoans exchange routes and their own economic interests made them reach far regions even in Central Mediterranean and the Near East. But all of that must’ve been difficult if they hadn’t encountered a powerful army who support their colonial and commercial adventures. Numerous Lineal B writings, pictorial and archaeological remains are witness to the importance the military world provides to those former Mycenaean. Therefore, in this article we will try to show the diverse aspects related to the Mycenaean army who supported its power in continental Greece in spite of this, neither the reforms taken in 13th century B.C. got that mycenaeans culture survival, when their settlements were destroyed. KEY WORDS: Mycenaeans, Mycenae, Tiryns, Pylos, warrior, wanax, Dendra panoply, cyclopean walls, war chariot. ***** LOS EJÉRCITOS MICÉNICOS
A
unque en muchos casos debamos aventurarnos hacia el terreno de la especulación, es de suponer que hasta c. 1.600 a.C. no debió existir un ejército micénico como tal sino más bien hordas o bandas tribales que se enfrentaban entre sí2. Sería en este periodo cuando aparecerían los primeros ejércitos micénicos organizados como tales3, aunque en un primer momento aún muy influenciados por la cultura aún hegemónica minoica. En este sentido, el fragmentario Rhyton del asedio demuestra que ya desde el inicio los micénicos conocían y valoraban las habilidades de la guerra de sitio y los grupos de combate con unidades especializadas de espadas, lanceros y arqueros, más que los ejércitos para las incursiones y los duelos, o las bandas de guerreros. La propia monumentalidad de los recintos defensivos micénicos indiDE SOUZA, Philip: La guerra en el Mundo Antiguo. Akal, Madrid, 2008, pág. 92. GRGURIK, Nicolás: The Mycenaeans. Osprey, Oxford, 2005, pág. 6.
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ca que estos se diseñaron meticulosamente para dificultar un posible asedio, a través de grandes murallas, sofisticados sistemas de entrada, construcción de pozos interiores, etc., aunque no contamos con evidencias arqueológicas o pictóricas de que los propios micénicos hubieran llevado a cabo el sitio de alguna ciudad, lo que no excluye que sucediera. En cuanto al exterior, este es también el periodo de las aventuras micénicas económicas y militares. Primero como enclaves comerciales y luego como colonias, ya que los micénicos establecieron la primera presencia griega en lo que luego llegarían a ser las grandes ciudades griegas de Asia Menor, Jonia y Chipre. Si las referencias hititas a los ahhiyawa, se refieren realmente a los aqueos, este sería un testimonio verídico de la capacidad militar de los micénicos, aunque solo fuesen una leve molestia para la superpotencia anatólica4. Así, se cree que los primeros ejércitos micénicos estaban formados por un contingente de lanceros pesados, apoyados por portadores de espadas, infantería ligera, escaramuzadores y carros pesados. Una estructura sencilla y eficaz para el enfrentamiento con otros sistemas políticos típicos de los estados-palacio, y cuyos ejércitos se organizaban del mismo modo, o contra las hordas de enemigos “barbaros” que se ubicaban en regiones más alejadas y montañosas. Este sistema sería eficaz durante varios siglos, hasta el XIII a.C. en que la organización y estructura del ejército micénico cambió, por motivos quizá relacionados con el posterior colapso de la civilización micénica. Ello se conoce gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas en Pilo5, en la región de Mesenia, en cuyo palacio se han localizado restos de gran cantidad de tablillas escritas en lineal B entre los años 1939-1966, así como frescos con temas militares que muestran un ejército más ligero para favorecer la maniobrabilidad. Es quizá tentador pensar que este cambio pudiera estar directamente relacionado con un nuevo tipo de enemigo que, desde sus embarcaciones, realizaba rápidas incursiones en territorio micénico que había que rechazar, como pudo suceder con los conocidos como «Pueblos del Mar», aunque los verdaderos motivos se desconocen. Sabemos que a partir de este momento se enviaron tropas a las zonas costeras cercanas desde la propia Pilo, con el fin de prevenir ataques desde el mar, e igualmente fue a partir de este periodo cuando se han constatado en distintas ciudades micénicas, como la propia ciudad de Agamenón, la construcPara Philip de Souza el establecimiento de estas colonias micénicas sería el antecedente del interés aqueo por Troya. DE SOUZA, Philip: Opus cit., pág. 95. 5 Por Carl William Blegen que las inició en 1939 y las continuó entre 1952-69. 4
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ción de nuevos baluartes de piedra para proteger las ciudadelas, lo cual refleja un claro temor ante un posible ataque. Es claro que se trataba de un temor real y lo suficientemente importante como para modificar la estructura del ejército micénico, invariable durante cientos de años, y para reestructurar los sistemas defensivos de sus principales ciudades. No tardarían dichos temores en hacerse realidad ya que, poco después c. 1200 a.C., la propia Pilo, y con ella otras muchas ciudades micénicas, fueron parcialmente destruidas durante la misma época. Desconocemos los motivos ni quienes fueron, en realidad, los agresores, pero si bien algunas de estas ciudades serian más tarde reocupadas, estos acontecimientos supusieron el final de la civilización micénica tal y como la conocemos. CLASES DE TROPAS Infantería pesada Como en cualquier ejército del Mundo Antiguo, la infantería pesada se conformaba como la espina dorsal del ejército. Entre c. 1600-1300 a.C. esta se armaba con lanzas largas (llamadas enchos) y espadas. No se utilizaban armaduras y por vestimenta lucían un paño atado a la cintura o una especie de falda, sin ningún tipo de calzado. Como elementos defensivos portaban un casco y un gran escudo (sakos) con el que cubrían casi todo el cuerpo. Armados de este modo se cree que actuarían y combatirían a la manera de la típica infantería pesada, que se desarrollaría más tarde en los ejércitos del Mundo Antiguo, en formaciones numerosas y cerradas, habiéndose abandonado hacía tiempo la lucha en combates individuales y aislados. Los grandes escudos (cuyo tamaño sugiere un considerable intercambio de proyectiles antes del contacto) dispuestos unos junto a otros, formaban un verdadero muro acorazado que cubría toda la línea de batalla, desde el cuello hasta el tobillo del guerrero. En una formación masiva de este tipo, de varias filas de profundidad, la larga lanza que empleaban era ideal tanto para arrasar una línea de infantería enemiga como para defenderse de los carros de guerra. Mientras que las tropas ligeras, que habrían sido letales para un soldado de infantería pesada aislado en campo abierto, eran muy vulnerables si intentaban enfrentarse a una formación de este tipo.
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Soldados micénicos, frescos de Akrotiri en Thera
Los escudos utilizados por las tropas micénicas, y de los cuales nos ha llegado noticia, son básicamente de dos tipos: el ya mencionado y típico en forma de «8» y los de forma rectangular también llamados «de torre». Ambos se concibieron con la misión de proteger por completo el cuerpo del guerrero sacrificando con ello su movilidad, aunque el estilo de combate en formaciones cerradas ya la limitaba y hacía más útiles este tipo de escudos. Su elaboración se hacía con mimbre sobre una estructura de madera, cubriéndose con varias capas de cuero. Para su transporte se les añadían correas o telamón que los colocaba sobre el hombro izquierdo en diagonal para liberar ambas manos. Su enorme tamaño y su curvatura lateral (lo cual no sucedía en el de «torre») facilitaban la protección del guerrero ante todo tipo de armas, tanto de corta distancia, como espadas, dagas, etc., como de proyectiles tipo jabalinas, flechas o piedras lanzadas con hondas, aunque su elevado peso limitaba la movilidad del guerrero, siendo este su gran defecto, ya que les impedía correr o realizar movimientos rápidos. De ambos escudos, para Grgurik6 se habría utilizado en primer lugar el escudo de «8», aunque Fields7 opina lo contrario, indicando que la forma del escudo de «8» ofrecía mayores ventajas para la protección que el escudo de «torre», por lo que el escudo de «8» habría sido una GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 13. FIELDS, Nic: Bronze Age War Chariots. Osprey, Oxford, 2006, pág. 38.
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evolución del escudo de «torre» que se habría utilizado en primer lugar. En cualquier caso no contamos con restos arqueológicos de los escudos de «torre», y solo conocemos ambos por restos pictóricos cuyas representaciones nos muestran la utilización del escudo de «8», en Micenas8, entre 1660-1550 a.C. En cualquier caso conocemos que se llegaron a utilizar simultáneamente9 pero se desconoce si ello se debía a motivos económicos. Ambos tipos contaban con un elemento saliente en la parte exterior central, llamado «umbo», que permitía utilizarlos también como armas ofensivas, llegado el caso. Pero, en cuanto a las aberturas laterales del escudo en «8», aún desconocemos su función exacta al no contar con representaciones donde se muestre. Se cree que en las formaciones cerradas estas aberturas, que tendrían forma de diamante, se utilizarían para acomodar o pasar por ellas las lanzas en el ataque10 o para clavar las espadas al enemigo sin abrir la formación, ya que estas aberturas quedarían a la altura de su mano derecha donde empuñaría su arma de ataque, mientras que con la otra sostendría el escudo como protección. Existen muchas representaciones de escudos en el arte micénico. Los grandes escudos en forma de «8» del período Micénico temprano se emplearon más tarde frecuentemente como decoración, como en el fresco de los escudos del palacio de Knossos. Sin embargo, no parece existir un ideograma que se refiera al concepto «escudo» y ello hace pensar, a autores como Chadwick11 o Ruipérez y Melena12, que quizá los palacios no se encargaran de proveer de este tipo de armas a las tropas, o al menos no a quienes no formaran parte de los cuadros de oficiales, debiendo quizá proveerse de ellas por sí mismos. Lynn Budin opina que este tipo de escudos fue tomado por los micénicos de los minoicos. LYNN BUDIN, Stephanie: The Ancient Greeks. New Perspectives. ABCCLIO, Santa Bárbara (California), 2004, pág. 353. 9 Como se aprecia en el puñal de bronce perteneciente al siglo XVI a.C. y localizado en el Círculo de Tumbas A de Micenas (Tumba de fosa IV) se representa una cacería de leones donde se muestran ambos escudos representados simultáneamente. 10 Grgurik indica que ello sería poco probable ya que no contamos con textos o representaciones que lo avalen y porque el soldado siempre la sostiene, en aquellas, con las dos manos, por lo general a la altura del hombro y con el escudo colgado de la espalda; además de que la lanza utilizada por estas tropas era muy pesada, por lo que es probable que el soldado no pudiera manejarla solo con la mano derecha, como hubiera debido hacer si la utilizara para atacar a través de las aberturas del escudo, además, si la lanza se sostenía cerca del punto central de equilibrio, se perdería la mitad de su longitud y molestaría a los soldados que marchaban detrás. GRGURIK, Nicolás; Opus cit., pág. 11. 11 CHADWICK, John: El Mundo Micénico. Alianza, Madrid, 1977, pág. 208. 12 RUIPÉREZ, Martin S. y MELENA, Jose Luis: Los Griegos Micénicos. Historia 16, Madrid, 1990, pág. 199. 8
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Sabemos que las hachas de bronce también fueron empleadas por los soldados micénicos en combate. Al menos eso es lo que opinan autores como D´amato13, para quien las representaciones que aparecen en un anillo de oro en Micenas datado en el siglo XV a.C. donde se muestra una figura portando un hacha de doble filo o también de un resto cerámico de Tebas donde se muestra una figura similar, son inequívocas. Restos similares se han atestiguado en Creta y Pilo, e incluso podría tratarse de este mismo tipo de hachas las que se muestran en un fragmento de la cratera de Kynos que representa a varios guerreros en plena batalla naval fechada en el HR IIIb. En cuanto a ello, se me antojan demasiado escasas estas pruebas, y si bien no podemos descartar tampoco su uso, que pudo ser frecuente tanto en la vida diaria como en el ámbito militar, quizá sería un aspecto sobre el que aún no contamos con suficientes datos para posicionarnos claramente, ya que estas representaciones (a excepción de la cratera) podían estar refiriéndose a la tala de árboles o a algún tipo de ceremonia religiosa de influencia minoica. En cuanto a las lanzas, los primeros modelos utilizados por los micénicos se sabe que llegaron a medir alrededor de 3,60 m, con la punta forrada de bronce y una forma en la que la hoja, de dos lados, tenía el encaje en uno de ellos, por donde se insertaba el asta de madera. Pero apenas contamos con representaciones de este tipo y solo se han localizado algunos ejemplares en Sesclo, Léucade, Asine y Micenas. La punta más habitual, que los micénicos utilizaron a lo largo de su historia, parece haber tenido un origen cretense y mostraba una forma foliácea con una sólida costilla central y pedúnculo ahuecado, la punta se aseguraba en la pértiga con una anilla metálica situada en la base del pedúnculo, además de con unos clavos que se insertaban en unas aberturas practicadas en dicho pedúnculo. De ella se han localizado algunos ejemplares en las tumbas de Micenas y aparece en varias representaciones pictóricas. Todos los modelos solían tener una longitud, desde la punta hasta la base, de entre 23-40 cm. Gracias a las representaciones pictóricas sabemos que la posición de ataque con este tipo de arma consistía en sujetarla con ambas manos en posición horizontal, a la altura del hombro, para cargar con ella, aunque también aparecen sujetándola con una sola mano, por lo que con la otra portarían el escudo como protección.
D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Bronze age greek warrior, 16001100 BC. Osprey, Oxford, 2011, pp. 17-18.
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Cabeza de guerrero
Casco de colmillos
Por sí mismo, el escudo proporcionaba una cobertura completa al soldado micénico, pero otro de los elementos esenciales de su equipamiento defensivo era el casco (ko-ru), ya que aquel no protegía la cabeza14. El modelo más característico, y del que conservamos restos no solo arqueológicos sino también pictóricos, es el llamado «casco de colmillos de jabalí»15. Para su fabricación se cortaban los colmillos de dicho animal en láminas rectangulares y, practicándoseles orificios en las esquinas para coserlos, se generaba la característica estructura cónica de este tipo de cascos. Solían constar de entre 4-5 hileras de colmillos, cuya dirección, en cuanto a la curvatura de estos, variaba en cada hilera, mientras que la parte más alta del casco terminaba en una pluma o en una pieza en forma de nudo, pudiendo o no incluir protecciones para las mejillas que también servían para mejorar su sujeción16. Existen numerosas representaciones gráficas de los cascos de colmillos de jabalí Según Deger-Jakoltzy los cascos, junto con espadas/dagas, espinilleras y escudos, así como elementos de higiene como pinzas, peines y cuchillas de afeitar serían elementos muy comunes en las tumbas de guerreros micénicos localizadas y fechadas en el HR IIIc. DEGER-JALKOTZY, Sigrid y LEMOS, Irene S. (Eds.): Ancient Greece: from the Mycenaean palaces to the age of Homer. Edinburgh, Edinburgh University Press, 2006, pág. 172. 15 Homero nos da muchos detalles de este tipo de casco aunque en su época hacía mucho que había dejado de usarse. HOMERO: Ilíada, X, 254. 16 Es posible que este tipo de casco también tuviera su origen en Creta ya que a ambos lados de un hacha de bronce de doble filo, al parecer procedente de Knoso, aparecen sendos grabados de un casco de colmillos de jabalí, pero se ha fechado entre el 1700-1450 a.C. por lo que solo si hubiera sido elaborado en la fecha más 14
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en el arte micénico. Lo llevan los soldados que aparecen en anillos y grabados, es un motivo popular en los trabajos de marfil y figura en los fragmentos del llamado «Rhyton del asedio»17. Pero este no era el único tipo de casco empleado por los soldados micénicos a lo largo de su historia. Sabemos que desde principios del HR se emplearon diferentes tipos de cascos, aunque la mayoría realizados con materiales perecederos. En un anillo de oro y en un sello, procedentes del círculo de tumbas A de Micenas y fechados en el siglo XVI a.C., aparecen otros dos tipos de casco. En el primero se observa una factura en bronce o cuero grueso adornada por lo que parece una pluma18, mientras que en el segundo se aprecian dos espesos «rollos» sobre los que se elaboró un nudo compuesto y un cuerno. En la tumba de un soldado de Knoso se halló un casco cónico, de lámina de bronce y dotado de carrilleras, que presenta unos orificios practicados para sujetar una pieza de fieltro o de cuero. Se ha datado alrededor del 1450 a.C., por lo que es probable que pertenezca al período en que los micénicos controlaron la región. Por otra parte, en un vaso cretomicénico procedente de una tumba de Isópata, cerca de Knoso, aparece representado otro tipo, formado por seis bandas concéntricas, que algunos interpretan como bandas de cuero y otros como un espeso acolchado cosido a intervalos. Otra de las armas características de los soldados micénicos eran las espadas/dagas o pa-ka-na19, de las que se han recuperado numerosos ejemplares en las tumbas de fosa. En ellas se aprecian tanto formas con ricas decoraciones como otras más sencillas y prácticas. Las espadas más primitivas (tipo A) presentan características que las hacen herederas de la cultura minoica, tienen arriaz para proteger la mano20, espigas cortas y costillas centrales pronunciadas. Se han localizado algunas de antigua podría haber sido el precursor de los cascos micénicos. GRGURIK, Nicolás; Opus cit., pág. 11. 17 En cualquier caso, autores como D´amato indican que la gran cantidad de colmillos necesarios para elaborar cada casco de este tipo podría indicar que solo serían utilizados por los guerreros de más alto rango. D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 23. 18 Homero nos ofrece numerosas descripciones de este tipo de cascos. HOMERO: Ilíada, V, 681 y VI, 469-470. 19 Chadwick llama la atención acerca de que este término es similar al homérico phasgana y en Homero es esta una de las tres palabras en uso para «espadas». Pero la analogía con otras palabras sugiere que «dagas» sigue siendo una traducción igualmente plausible. CHADWICK, John: Opus cit., pág. 216. 20 SNODGRASS, Anthony M.: Arms and Armor of the Greeks. Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1999, pp. 16 y 28.
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ellas como en la Tumba de Fosa IV del Círculo de Tumbas A de Micenas (siglo XVI a.C.) que muestran representaciones en la hoja, en este caso una cacería de leones21. De los modelos posteriores (tipo B) solo se ha hallado un ejemplar en el círculo de tumbas B; tienen arriaces cuadrados o puntiagudos y una hoja más corta. Una variante del tipo B es la espada con cuernos, cuyo arriaz puntiagudo se extiende para formar dos cuernos, mientras que las espadas halladas con empuñadura en forma de cruz parecen una evolución de las espadas de tipo A.
Cacería, espadas Círculo A
Espada micénica 1
En Knoso, Evans estudió un grupo de veinte tablillas (Serie Ra), que muestran representaciones de lo que parecen ser espadas cortas a modo, quizá, de inventario guardado en la armería de la guardia del rey, ya que las tablillas se encontraron en un corredor al este del patio central, no lejos de los departamentos regios, y habría sido necesario que la guardia tuviera las armas cerca en caso de necesitarlas de inmediato. Una de las tablillas sirve de total a esta serie (Ra 1540): TOSA pa-ka-na PUG 50[ TOSSA phasgana PUG 50[/ «TANTAS dagas DAGA 50 [» Esta muestra un número no inferior a 50 para estas espadas o dagas. Algunas de ellas tienen descripciones que no son fáciles de interpretar; Lynn Budin opina que este tipo de espadas o dagas, al estar decoradas tendrían más una función de ostentación y quizá mortuoria que una utilidad militar práctica. LYNN BUDIN, Stephanie: Opus cit., pág. 353.
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«provistas de una correa» que puede hacer referencia, para Chadwick, a un tahalí en el que el arma podía ser colgada y llevada, pero para Ruipérez y Melena22 se referirá más a una «empuñadura» hecha de marfil o cuerna, ya que algunas están descritas como «unidas con marfil» (Ra 984, 1028). De forma que cada documento está encabezado por un antropónimo, al que le sigue un nombre de oficio, bien pi-ri-je-te bien ka-si-ko-no, oficios que deben tener relación con la fabricación de este tipo de armas y en concreto con el trabajo del marfil, el primero, y con el acabado del metal el segundo, pero otros términos se resisten hasta ahora a una interpretación satisfactoria. En este sentido, Ruipérez y Melena indican que las dagas mencionadas no pertenecerían a la armería de un cuerpo de guardia, sino que se trataría del registro de dagas de lujo destinadas a la exportación23, ya que el comercio de este tipo de dagas cretenses era una práctica antigua. Son estas dagas las que aparecen como importaciones de lujo desde Creta (Kaptara) en los inventarios de Zimrilim en Mari. En Pilo, esta palabra para «espada» o «daga» no aparece y en su lugar se ha atestiguado en una extraña tablilla, que pertenece al inventario de vasijas y mobiliario (Ta 716), el registro de dos espadas mediante la palabra xiphos24. La tablilla que estipula las contribuciones de bronce (Jn 829) establece que estas se necesitan para hacer puntas para lanzas y pa-ta-ja. Esta palabra vuelve a aparecer en Knoso en algunos precintos (Ws 1704, Ws 1705, Ws 8495), que muestran una corta vara con punta que Evans calificó como «puntas de flecha» pero estudiosos como Chadwick o Ruipérez y Melena25 la asemejan más a jabalinas ligeras o lanzas. Aunque las escenas pictóricas, que son con certeza militares, muestran el uso de una única pica pesada de estoque, llamada enkhos en las tabli-
Realizada por dos «juntas» o cachas de marfil o cuerna a ambos lados de la base. RUIPÉREZ, Martín S. y MELENA, José Luis: Opus cit., pág. 207. 23 En este sentido Sigrid Deger-Jalkotzy indica que también podrían haber sido utilizadas, quizá en menor medida como objetos de prestigio utilizados en enterramientos de guerreros. Para saber más sobre la importancia de elementos militares como armas o armaduras en las tumbas micénicas del periodo tardío véase el interesante estudio de Deger-Jalkotzy «Late Mycenaean warrior tombs» en DEGERJALKOTZY, Sigrid y LEMOS, Irene S.: Opus cit., pp. 151-181. 24 Para Ruipérez y Melena el empleo de este término en Pilo diferente al más habitual de pa-ka-na les hace pensar que había dos tipos de espadas en el mundo micénico, una más grande llamada Xiphos y una de menor tamaño y asemejada a una daga o puñal llamada pa-ka-na. RUIPÉREZ, Martín S. y MELENA, José Luis: Opus cit., pág. 206. 25 Ibídem, pág. 206. 22
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llas como la R 1815 del arsenal de Knoso que nos refiere doce de ellas hechas en bronce. Se cree que a principios del siglo XVI a.C. empezó a extenderse el uso de un nuevo tipo de espada, aunque manteniéndose aún en toda esta centuria el uso de los modelos anteriores. Se trataba de un arma de doble filo con un arriaz cuadrado, su hoja era amplia, ensanchándose hacia la punta, y carecía de costilla central26. Los soldados de infantería micénicos guardaban sus espadas en vainas, que llevaban sobre la cadera izquierda, colgada de una correa que se ataban al hombro. Esta espada sirvió como arma secundaria para los primeros soldados de infantería pesada, ya que era muy útil cuando se rompía la lanza o cuando el empuje inicial de las lanzas degeneraba en una melé cuerpo a cuerpo, lo que a menudo era inevitable.
Espadas Círculo A 1
Espadas Círculo A 2 Para Grgurik el cambio a este nuevo modelo de espadas se debió al cambio que sufrió la infantería pesada micénica durante este periodo, en el que se habría pasado a una lucha en formaciones más abiertas. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 16.
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Espadas Círculo A 3
Sería ya en el siglo XIII a.C., en los momentos finales de la cultura micénica, cuando en esos tiempos tormentosos las espadas utilizadas presentarían un nuevo desarrollo (tipos F, G y el Naue II) al elaborarse más cortas que las de periodos anteriores y un poco más anchas. Pero las dos mejoras más importantes son la sustitución de la nervadura central por un triángulo aplanado (que hace a la espada más sólida) y el desarrollo del filo recurvado (lo que hace una lámina en forma de hoja), cuya ventaja era que mejoraba la eficiencia de la acción de corte, especialmente el corte que acarrea desgarro (donde se corta tirando hacia sí más que impulsando hacia delante), en combates que degeneraban en una melé.
Pomos de espadas
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También se han hallado en las tumbas de fosa27 de Micenas diversas espadas de un solo filo y fabricadas en una única pieza sólida de bronce, miden entre 66-74 cm de longitud y se aprecia como el mango es demasiado grueso como para estar recubierto por una empuñadura de madera, por lo que debieron utilizarse tal como han aparecido. En la parte final el metal forma una especie de anillo que probablemente sirvió para llevarla colgada del cinturón o a la espalda, pero no se puede descartar que sirviera como sujeción a algún tipo de decoración pendiente. Autores como D´amato28 opinan que no habrían sido utilizados tanto para la guerra como quizá para el sacrificio de animales. Pero las lanzas y las espadas no solo se emplearon como armas ofensivas, ya que las hondas y los arcos continuaron utilizándose durante el período micénico29. Seria alrededor del 1300 a.C. cuando parece que se dio una nueva fase en cuanto al armamento dentro de la cultura micénica, ya que los grandes escudos y largas lanzas anteriores cayeron en desuso. Estas últimas se sustituyeron por otras más cortas (de entre 1,5-1,8 m) que permitieron su manejo con una sola mano, para poder sostener el escudo y protegerse con la otra. En cuanto a las espadas, estas se pasaron a fabricar más cortas y anchas, ya que de su función primigenia, que era la de golpear, se pasó a que sirvieran para cortar, (tipo B) siendo utilizadas durante siglos por los griegos una vez desaparecida la cultura micénica. Los escudos también se vieron modificados, apareciendo dos nuevos modelos como fueron el escudo redondo30 o aspis y el «pelte invertido», los cuales ya no buscaban proporcionar una protección completa sino solo para el torso del soldado, a cambio de lo cual eran mucho más manejables y ligeros para emplearlos en combates cuerpo a cuerpo. El elemento que no varió fue el umbo característico, mientras que la curvatura también se mantuvo para ayudar así a desviar los golpes del enemigo. Por su parte, el «pelte invertido» era un escudo casi redondo, pero su borde inferior estaba cortado en forma de media luna; de forma que cuando se llevaba delante del cuerpo, protegía el torso del soldado, pero su peculiar forma le permitía correr sin que el borde inferior le golpeara en los muslos. Para Deger-Jakoltzy las tumbas de guerreros micénicas típicas incluirían una espada/daga y una o dos jabalinas, aunque existirían excepciones. DEGER-JALKOTZY, Sigrid y LEMOS, Irene S. (Eds.): Opus cit., pág. 169. 28 D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 12. 29 Incluso se piensa que existieron artesanos dedicados profesionalmente a la fabricación de arcos y puntas de flecha llamados en las tablillas to-ko-so-wo-ko. Ibídem, pág. 18. 30 Ejemplos de estos aparecen en los frescos de Micenas, Tirinto y Pilo. 27
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La aparición de estos escudos llevó aparejada la fabricación de armaduras que protegieran el cuerpo del soldado frente a la merma, en este sentido, derivada de dichas novedades. Así, hacia el 1200 a.C. se introdujo en la panoplia de los soldados micénicos la coraza, de las cuales contamos con numerosas representaciones pictóricas como el famoso «Vaso de los guerreros» y la «Estela del guerrero», ambos procedentes de Micenas. Parecen haber sido realizadas de piel, con placas de bronce o de cobre cosidas sobre la superficie. Los soldados representados en estas pinturas también llevan faldas de piel hasta media pierna, que, asimismo, podían estar reforzadas con escamas de bronce. Otro elemento de la panoplia pudieron ser las grebas metálicas, cuya primera aparición se produjo como parte de la armadura de Dendra31 (finales del siglo XV a principios del XIV a.C.), pero debido a que la parte superior de estas piezas aparece rota no sabemos con certeza si estas alcanzaban solo hasta la parte baja de la rodilla o se proyectaban más hacia arriba. Estas eran extremadamente delgadas, por lo que su eficacia debía ser relativa (apenas 2 mm de grosor). Contaban con pequeños agujeros en los laterales posiblemente para fijar un revestimiento interior y poder sujetarse mediante correas. Con todo, parece que a mediados del siglo XII a.C. estas dejaron de aparecer en el registro arqueológico32. Por su parte, los cascos de colmillos de jabalí continuaron siendo de uso en el Heládico Reciente33, aunque también surgieron nuevos modelos, como el llamado «casco con cuernos» que aparece en las representaciones, pero de los cuales no contamos con restos que nos permitan especular sobre su proceso de fabricación, quizá realizado en cuero rígido. Este presentaba sendas proyecciones dirigidas hacia abajo en la parte frontal y trasera para proteger la frente y la parte trasera del cráneo de los soldados. También se aprecia en el «vaso de los guerreros» su forma D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 36. Para Grgurik ello sería derivado de las piezas de cuero que los agricultores micénicos utilizaban desde antiguo para protegerse las piernas cuando trabajaban en el campo. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 18. 33 En el llamado «fresco de los cazadores» de Orcomeno se muestra un grupo de cazadores armados con lanzas y portando cascos con colmillos de jabalí. Es por ello que autores como D´amato y Salambeti, indican que junto con el deporte, la caza sería la principal forma de adiestramiento de los guerreros micénicos. De forma que los buenos cazadores contarían con suficientes colmillos de jabalí como para fabricarse su propio casco, el cual sería muestra tanto de esa destreza como, por añadidura, de su habilidad para el combate. Incluso se ha mencionado la posibilidad de que la caza del jabalí pudo haberse constituido como un rito de iniciación para los jóvenes guerreros. D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 53. 31 32
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cónica y una proyección superior en este tipo de cascos, a la que se sujetaba una pluma, estando también cubierto de púas cortas. No podemos pasar en este punto sin hacer mención a la conocida como «armadura de Dendra», localizada en una cámara mortuoria en las excavaciones greco-suecas llevadas a cabo en Dendra, en la Argólida, cerca de la ciudad micénica de Midea. Se trata de una armadura de bronce fechada c. 1400 a.C. que demuestra el amplio conocimiento que los micénicos poseían sobre la metalurgia en esa época. Las piezas que componen la armadura eran: un coselete simple, peto, espaldar, un gran gorjal que cubría el cuello y la parte inferior de la cara, hombreras metálicas con curvas para proteger los hombros y una faldilla a la altura de la cintura de laminas superpuestas, que permitía el movimiento de la cadera y las piernas, siendo una armadura casi completa34. Estaba construida toscamente con láminas de bronArmadura ce semicilíndricas, curvadas para adaptarse al cuerpo, pero sin el detalle de elegancia anatómica de la posterior armadura hoplítica. Las piezas se ensamblaban entre sí y se fijaban con correas de cuero para que se deslizaran unas sobre otras, permitiendo al soldado cierta libertad de movimientos del cuerpo y las articulaciones. Junto a la armadura se hallaron las partes de un casco de colmillos de jabalí con carrilleras, así como un protector del cuello que descansaba sobre los hombros, grebas de bronce y protectores de brazos. También se halló un cuchillo o daga de un solo filo cortante, así como una espada, de la que solo se conservaban dos ribetes dorados de la empuñadura. Es posible que hubiera un SNODGRASS, Anthony M.: Opus cit., pág. 21.
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carcaj y un escudo, objetos de los que solo se conservan trozos de tela de un material negruzco. Este no es el único ejemplo de este tipo de armadura de la Edad del Bronce Reciente en el Egeo, ya que se han hallado restos de otras nueve, con canilleras y cascos, que parecen proceder del mismo tipo de armadura que el ejemplar de Dendra35. En Festo, en Micenas y en otro enterramiento de Dendra se han hallado piezas de esta clase e incluso han aparecido tablillas con ideogramas relacionados con este tipo de panoplias en Knoso (serie Sc), Pilo (serie Sh) o Tirinto (serie Si). El problema es que no sabemos si es la armadura típica micénica, o un ejemplar inusual, ya que no se ha encontrado ninguna completa en otras tumbas, ni aparece representada en imágenes. Las interpretaciones modernas se centran en la apariencia incómoda de la armadura, y las reconstrucciones que se han hecho sitúan al guerrero que porta esta armadura sobre un carro36, en la creencia de que es demasiado pesada para que su portador la utilice en un combate singular. Para De Souza37 esta armadura habría sido empleada no como equipo de batalla sino para su utilización en duelos. Pero para D´amato38 este tipo de armadura habría sido lo suficientemente cómoda como para permitir su uso en combates tanto a pie como sobre un carro. A pesar de ello, junto a la armadura se hallaron los restos de quien probablemente fue su dueño, un varón de aprox. 1,75 m de altura, de complexión delgada y con un peso de entre 60-65 Kg. Quizá demasiado poco como para portar una armadura que pesaba ella sola 18 Kg con soltura en el campo de batalla, ya que habría que añadir el propio peso de las armas. Así pues, parece que esta clase de armadura pudo emplearse de forma bastante generalizada entre el 1500 y el 1400 a.C. aproximadamente en el mundo micénico39, bajo la cual debía llevarse, como protección GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pp. 50-51. Sobre ello, Arthur Cotterell no está de acuerdo al indicar que el peso de la armadura habría sido, igualmente, demasiado elevado para ser soportado por un carro que debería transitar por terrenos irregulares. COTTERELL, Arthur: Chariot: The astounding rise and fall of the world´s first war machine. Pimlico, London, 2004, pág. 112. 37 DE SOUZA, Philip: Opus cit., pág. 93. 38 D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 28. 39 Una serie interesante, pero incompleta, de Knoso (Sk) se ocupa con detalle de armaduras de cuerpo entero, pero no hay indicación alguna de los materiales empleados. Hay un yelmo (korus), cuatro «objetos suspendidos encima» (o-pa-wota) del yelmo (¿placas metálicas de refuerzo sobre una base de cuero o fieltro?), dos carrilleras, dos qe-roj, dos hombreras y un número desconocido de otros opa-wo-ta que Chadwick piensa se referirían a la principal protección corporal. CHADWICK, John: Opus cit., pág. 204. 35 36
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para el roce con el cuerpo, algún tipo de túnica de lino40. Es interesante destacar que en las tablillas escritas en lineal B de Knoso y Pilo aparecen ideogramas que parecen referirse a estas corazas. En Pilo, en el juego de tablillas Sh (doce documentos) se ha atestiguado la palabra clásica para coraza (thorax) en unión de un ideograma que, aparentemente, representa una túnica con mangas cortas coronada por un yelmo. La fórmula es similar en cada tablilla y cada coselete aparece inventariado como integrado por veinte o-pa-wo-ta («objetos suspendidos encima» que seguramente debieron coserse a la túnica de lino interior) grandes y diez pequeños. En el encabezamiento de los documentos 736-740 la fórmula de inicio es similar «Corazas, trabajo de Amias en la casa de Mesene, nuevas [PARES]5 viejas corazas pares 5??? apliques mayores A 20 menores 10 del yelmo A 4 CA 2». Tras el encabezamiento seguían dos series de tablillas con sendas panoplias, cuatro de ellas con la proporción de apliques «22 mayores y 12 menores». Se trataba, pues, de láminas de metal que irían cosidas a un forro de lino o de cuero, de forma que el modelo viejo o del año anterior llevaba 20 y 10 de ambos tamaños, mientras que las corazas de la última producción del año tenían 22 y 12 respectivamente. Dado que el espacio por cubrir presenta dos superficies claras, el pecho y la espalda, hemos de dividir las cifras por dos, de modo que tendremos diez (u once) apliques mayores y cinco (o seis) apliques menores para peto y espaldar. Como en el modelo antiguo la cifra de apliques mayores es el doble de la de menores, no es arriesgado suponer que aquellos estaban dispuestos en dos filas. Aunque la representación pictórica del ideograma apunta hacia una disposición de láminas horizontales, al estilo de la coraza de Dendra, resulta difícil disponer 5+5+5 apliques, a menos que los 5+5 mayores cubran pecho/espalda y faldellín, y los costados bajo el brazo sean protegidos con los 5+5 apliques menores.
Sin embargo, para Chadwick la mayor parte de las armaduras micénicas no habrían sido del tipo de la hallada en Dendra sino de cuero o lino grueso reforzado con elementos metálicos. Un documento de Knoso (L 693) habla de «lienzo fino», al parecer, para una «túnica» (khiton), pero el final del asiento reza «1 kg de bronce»; la segunda línea hace referencia también a «aditamentos sobre la túnica (epikhitdnia) 1 kg de bronce». Entre las razones que nos ofrece el autor, sorprendentemente no apuesta por el aspecto económico en cuanto al claramente diferenciado coste entre ambos modelos, sino que refleja la mayor cantidad de obras artísticas en las que guerreros micénicos aparecían sin apenas vestimenta de ningún tipo frente a aquellas en que iban protegidos por armaduras y ello lo achaca al excesivo calor que deberían soportar con ellas en cuanto al cálido clima estival de Grecia. Ibídem, pp. 203-204.
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Para Chadwick41 la zona del pecho se cubriría con las láminas de mayor tamaño colocadas, por el contrario, en sentido vertical, luego una fila de laminas de menor tamaño se colocaría debajo para dar flexibilidad a la cintura y una última línea inferior de laminas, nuevamente mayores, se emplearía para proteger la zona del faldellín, siendo la cantidad exacta de láminas que debía llevar cada fila lo que se recogería en las tablillas. La coraza de la panoplia de Knoso es más sencilla: tiene dos piezas llamadas qe-ro, un peto y un espaldar, y dos hombreras. Es el tipo de defensa que aparece en las tablillas Se y hay indicios de que quizá fuera de lino. Por su parte, las tablillas Sk de Knoso muestran panoplias enteras con mención del yelmo (ko-ru) con dos aditamentos (elopi-ko-ru-si-jola) y dos carrilleras (pa-ra-wa-jo), así como la entrega de al menos 36 corazas. En nueve tablillas se ha borrado la coraza, y en su lugar se ha insertado un lingote, que quizá indicaría una entrega de metal necesaria para fabricar corazas. En un caso (Sh 740), en el que se recogen cinco coseletes «viejos», tenemos la abreviatura para «pares» frente al numeral. Ello podría interpretarse como que tuvieran coseletes hechos en pares que casen para el guerrero y su auriga, como podríamos deducir de la serie Se de Knoso, o que se refiriera a las dos mitades en las que normalmente se divide un coselete para permitir al usuario meterse dentro del mismo. Las tablillas de Pilo ofrecen una lista de veinte corazas, donde en la parte superior del ideograma de «coraza» aparece un signo de forma triangular que pudiera referirse al casco. Del mismo modo, casi todas las tablillas vienen introducidas por el nombre de un hombre y se pormenorizan los detalles de corazas, carros de ruedas y caballos, lo que sugiere que al menos los soldados de carro utilizaban estas corazas. En cuanto al calzado utilizado por los guerreros micénicos, este comenzó a utilizarse solo en el periodo tardío, según lo que se desprende de los restos arqueológicos, de forma que en el empeine de los soldados representados en el «vaso de los guerreros» se aprecian cordones entrecruzados que pudieran referirnos la utilización de sandalias. También sabemos de la utilización de un tipo de botas de color oscuro o blanco, presumiblemente de cuero entrelazado y con cordones también de cuero, a tenor de las representaciones en que han aparecido en Micenas o Pilo42.
CHADWICK, John: Opus cit., pág. 207. D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 12.
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Infantería ligera La infantería ligera no era un complemento bélico desconocido para los ejércitos micénicos, como así se refleja en numerosas representaciones. Lo interesante es que en todas ellas aparecen junto a la infantería pesada, por lo que de ello puede inferirse que ambos tipos de tropa colaboraban en un contexto táctico. Estos aparecen en el «Rhyton del asedio» (segunda mitad del siglo XVI a.C.) del círculo de tumbas A de Micenas, y se representan totalmente desnudos (a veces con un simple paño o falda corta), sin escudos ni cascos y solo portando armas de ataque como hondas o arcos. Este tipo de armas arrojadizas indican que, seguramente, se trataría de tropas cuya misión era la de instigar al enemigo al comienzo de la batalla, con el fin de romper o desordenar su formación para que ello fuera aprovechado por la infantería pesada aliada, pero nunca llegando al combate cuerpo a cuerpo. Al parecer se presentaban en el campo en formaciones poco rígidas y entremezcladas, donde arqueros y honderos actuaban juntos sin agruparse por especialidades. En cuanto al empleo de arqueros en el mundo micénico, ya hemos visto que los soldados que actuaban como tropas auxiliares aparecen representados empleando este tipo de arma, e incluso existen representaciones micénicas de arqueros y carros actuando en cacerías de ciervos y datadas en el siglo XVI a.C.43 por lo que su utilización fue muy temprana. Dichas representaciones muestran que se trataba de lo que conocemos como «arcos compuestos», que combinaban capas de cuerno, madera y tendones para obtener un arma con un equilibrio de fuerza frente a tensión y compresión que proporciona una transferencia de energía muy eficaz y una mayor precisión que los arcos simples utilizados desde el Neolítico44. Aunque en el «Rhyton del asedio» de Micenas también aparecen tropas auxiliares portando, lo que parecen, arcos simples (ya que son de mayor tamaño que el anterior), quizá debido a su inferior coste y por tratarse de este tipo de tropas peor equipadas45. Grgurik opina que en esta representación se muestra claramente que se trataría de arcos compuestos ya que el arco estaría a medio tensar, pero cree que podría tomar dicha forma semicircular al tensarse completamente. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 22. 44 Cotterell no duda de la existencia y uso ya en este periodo de dicho tipo de arcos por la cultura micénica. COTTERELL, Arthur: Opus cit., pág. 128. 45 Grgurik es de la opinión de que las armas de las tropas auxiliares bien pudieron haber sido suministradas a estas por el Estado. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 23. 43
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En lo que se refiere a las flechas empleadas por las tropas micénicas, se han hallado numerosas puntas en varios yacimientos. Normalmente, eran de bronce, pero estas se utilizaron conjuntamente con las de sílex y obsidiana hasta el 1400 a.C. debido al inferior coste de las últimas (aunque muchas puntas de flecha de sílex y obsidiana conservadas se han hallado en enterramientos de guerreros de élite). Es difícil saber qué tipos de flechas llevaban los arqueros en sus carcajes pero, es de suponer que, combinarían distintos tipos. De esta forma, tendrían a su servicio flechas de punta más pesada para disparar a corta distancia, a fin de perforar la armadura del enemigo, y flechas de punta más ligera para usarlas en ataques a mayor distancia. En cuanto a los sistemas de engarce de dichas puntas, se cree que en aquella época existían tres sistemas básicos: mediante una espiguilla, una base con huecos o un pedúnculo hueco. Estas últimas solo podían ser metálicas, mientras que las puntas de flecha con espiguilla o con base ahuecada podían ser de bronce o de piedra, y fueron bastante más numerosas que las de pedúnculo hueco, quizá por razones económicas ya que se cortaban directamente de la lámina de bronce. Los tipos de punta de flecha más utilizados, y desde más temprano (desde c. 2000 a.C.) por los micénicos, fueron las fabricadas a partir de una lámina de bronce, con una base en forma de «V» que formaba púas cuando se fijaba en la varilla, ya que era sencilla su fabricación en gran cantidad. Pero, aparte de los arqueros y honderos, los ejércitos micénicos también contaban entre la infantería ligera, con soldados armados con espadas, los cuales se cree que podían actuar tanto en formaciones compactas como en otras más abiertas. Estos eran especialmente eficaces en terrenos montañosos o irregulares, muy típicos de la geografía griega, de ahí su gran importancia y necesidad al tratarse de terrenos poco aptos para el despliegue de la infantería pesada, que maniobraba con dificultad en ellos. Los arqueros y honderos que también formaban parte de las tropas ligeras eran igualmente aptos y ágiles como para desplegarse en estas condiciones con facilidad, pero como carecían de armas de choque y armaduras, no podían enfrentarse directamente al enemigo. Por ello era necesario que se equiparan mínimamente para resistir un combate cuerpo a cuerpo si era necesario. Como vestimenta utilizaban únicamente el típico faldellín y como armas ofensiva una espada larga y recta o una espada corta que bien podría ser también una daga, según se muestra en un anillo y un sello cilíndrico hallados en tumbas de fosa de Micenas y fechados en el siglo XVI a.C. La ligereza de su equipamiento les hacía ser mucho más ágiles que las tropas de infantería pesada y esa
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velocidad era una gran ventaja frente a la lentitud de movimientos de sus oponentes. Pero para ello sacrificaban su propia protección, ya que no portaban escudos ni armadura (aunque si a veces aparecen representados con cascos, e incluso siendo estos de colmillos de jabalí, ya que les proporcionaba cierta protección sin mermar su capacidad de movimiento). Históricamente, cuanto más ligero era el tipo de soldado, mayor era su pobreza, y en consecuencia, menos respetado por parte del resto del ejército en base a su bajo estatus social. Sin embargo, en el mundo micénico se contradice esta percepción e incluso parece que disfrutaban de cierto reconocimiento a la manera de un «campeón» (promachoi) por su actitud heroica, al ser representados en diversas ocasiones en plena lucha contra oponentes mejor equipados, lo que sugiere que constituían una parte integral del ejército. Su principal misión debía consistir en enfrentarse a la infantería ligera enemiga y, de ser posible, hacer lo propio después con la infantería pesada buscando abrir huecos que luego aprovecharía su propia infantería pesada. En caso de que los enemigos huyeran desorganizadamente estos serían también de gran utilidad, ya que su velocidad les ayudaría a atacarlos en su huida con más eficacia que la infantería pesada. Aunque también pudieron encargarse de proteger los flancos de la infantería pesada durante la batalla, ya que con ello evitarían que fueran rodeados por el enemigo. Los portadores de jabalina eran otro de los elementos integrantes del ejército micénico. De este tipo de tropas contamos con un fresco hallado en Knoso y llamado el Capitán de los negros en el cual Sir Arthur Evans ya interpretó que en una de sus partes aparecía un soldado micénico con una jabalina o pa-ta-ja, en micénico, junto a otros personajes de piel negra. Por ello pensó que aquella figura debía representar a un oficial que dirigía tropas mercenarias de origen africano46, por su tocado de plumas característico, aunque bien podía tratarse de Thomas Martin está de acuerdo en lo habitual que habría sido el empleo de tropas mercenarias como combatientes a pie por parte de los micénicos. MARTIN, Thomas R.: Ancient Greece. From Prehistoric to Hellenistic Times. Yale University Press, New Haven, London; 2000, pág. 30. Driessen también apoya la teoría de que se trataría de mercenarios. DRIESSEN, J.: “The Archaeology of Aegean Warfare” en Polemos, Le contexte guerrier en Egee a VAge du Bronze. Liege, 1999, pág. 12. Por su parte Grgurik afina aún más apostando por el origen nubio de los mercenarios utilizados como infantería ligera ya que estas gentes eran consideradas como buenos soldados ligeros y habitualmente contratados por los ejércitos egipcios. Del mismo modo comparte la opinión de Evans indicando que los soldados nubios estarían bajo el mando de un oficial griego, que llevaría las mismas plumas nubias como enseña de su unidad y para que los hombres lo identifiquen como su oficial. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 30.
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soldados del mismo rango que luchaban en la misma unidad, ya que su indumentaria y armas son idénticas. Este tipo de soldados formaban parte, por su atuendo con faldas cortas y sin protección, de la infantería ligera y solían portar dos de estas jabalinas, según las representaciones. Es interesante ver cómo, en diversas tablillas que han llegado hasta nosotros, desde el palacio se encargaban de la logística de los ejércitos, recogiéndose listas donde se trataba, entre otras cuestiones, de las ropas que se debía suministrar al ejército. De ello parece que se entregaban el eqeta (sobre cuya figura hablaremos más adelante) y el keseno, en el caso de Knoso. Así, dichas tablillas nos hablan de un tipo especial de vestimenta llamada pawea de la cual se habían almacenado 453 ejemplares, por lo que se trataría de uniformes. Estas ropas son mejor definidas por adjetivos tales como peneweta («en forma de cuña»), ama («de mejor calidad»), reukonuku («con flecos blancos»), eutarapi («con dibujos en rojo») y otros. El keseno parece haber sido una especie de alternativa al eqeta, pero de inferior rango, ya que nunca se le entregan ropas «de mejor calidad», sino las que presentan una decoración uniforme. Es probable que la palabra keseno designara a los guerreros extranjeros a los que el palacio entregaba las ropas. Esta idea queda reforzada por el fresco del Capitán de los negros de Knoso, que muestra al guerrero nubio ataviado con el mismo tipo de falda micénica con motivos en forma de cuña que su homólogo micénico. En cuanto a los cambios que pudieron afectar a las tropas ligeras en ese momento antes mencionado de c. 1300 a.C., parece que las evidencias encontradas indicarían que no les afectó tanto como a la infantería pesada, ni en su panoplia ni en su doctrina táctica. Ello podría explicarse desde el punto de vista de que, realmente, no era necesaria una transformación en estas tropas, como sí que ocurriría con la infantería pesada, para hacerlos más ágiles y maniobrables, ya que esta faceta la cumplían con creces. En cualquier caso, los restos pictóricos hallados indican que su vestimenta si habría cambiado, pasando del faldellín típico a una túnica de lino de manga corta y recogida en la cintura para extenderse hasta las rodillas. Aunque en el palacio de Pilo existen representaciones donde aparecen aun con el faldellín, pero sobre el cual se ponía una prenda de cuero cortada, de manera que sus extremos formaran borlas puntiagudas colgantes, portando a su vez los conocidos cascos de colmillos de jabalí. Su armamento seguiría consistiendo en espadas
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y lanzas cortas o jabalinas, así como arcos (no contamos con evidencias de la existencia de honderos en un periodo tan reciente47). Carros de guerra Los carros de guerra fueron siempre una de las armas características del mundo micénico, si bien sabemos que los carros de dos o incluso de cuatro ruedas también fueron utilizados tanto como elemento de ostentación de las elites como para la articulación de un importante sistema de comunicaciones. La aparición de los carros de guerra empleados por los micénicos se ha retrotraído a la influencia del Próximo Oriental, como en el caso de los hititas, así como al mundo egipcio, donde su uso ya era entonces tradicional. Así, durante todo el periodo de tiempo en el que sabemos que se desarrolló la cultura micénica, los carros de guerra sufrirían modificaciones y adaptaciones como sucedió con el resto de elementos que formaban parte de los ejércitos. De esta forma, los primeros carros de guerra micénicos se muestran bastante más robustos que los fabricados en los últimos momentos de esta cultura, donde la fuerza se sustituyó por la agilidad, buscando que fueran más ligeros y veloces. Ello quizá podría contradecirse con el atestiguado entorno geográfico de la Grecia Continental, donde la superior amplitud de los terrenos abruptos habría dificultado no solo su utilización, que en combate necesitaría de espacios abiertos, sino también su mero empleo como elemento de transporte si no hubiera habido vías acondicionadas para su uso. Es por ese motivo que los carros micénicos, aun siendo aligerados, nunca dejaron de emplear ruedas de cuatro radios más resistentes que las de dos, y del mismo modo, el sistema de suspensión se pensó para que las correas de cuero o lino entrelazadas que formaban el suelo de los carros sirvieran también como amortiguación para contrarrestar las irregularidades del terreno. Así, sabemos que los carros de guerra solían portar dos ocupantes, el soldado y el auriga, aunque en ocasiones contamos con representaciones de un único ocupante. Se desconoce de qué forma fueron empleados en combate pero existen diversas representaciones en que aparecen enfrentándose a enemigos, por lo que su utilización con fines militares Para Grgurik ello no significaría que no existiera y apuesta porque fueran reclutados de entre la población civil cuando fuera necesario, y que llevaran consigo sus armas, al igual que sucedía en el período temprano. GRGURIK, Nicolás: Opus cit., pág. 32.
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es indudable. Estos pudieron emplearse formando unidades compactas estacionadas tanto al frente del grueso del ejército, como en las alas o en la retaguardia, y su misión bien pudo dirigirse al hostigamiento de la infantería pesada enemiga (siempre evitando el choque frontal) como al enfrentamiento con los carros enemigos. Parece que los soldados de los carros micénicos iban armados con una larga lanza, algo más corta que la de la infantería, como arma principal, pero portando una espada para utilizar en caso de que fueran derribados del carro. Aunque no se descarta el empleo de arqueros en los carros como se muestra en algunas representaciones. En cuanto a su fabricación, parece que esta se organizaba desde los centros político-administrativos micénicos, que articulaban todas las esferas productivas necesarias para ello. De forma que estos solían almacenarse desmantelados en los almacenes de los palacios para optimizar el espacio, haciendo uso de ellos cuando fuera necesario. En cualquier caso, si bien no es demasiado lo que sabemos sobre ellos, si nos es posible mostrar que se trató de un elemento importante para la cultura micénica, que no dejó de ser empleado a lo largo de toda su historia y cuyo desarrollo ha quedado patente gracias a la constatación de, al menos, cinco modelos de carros micénicos cuya estructura fue variando a lo largo del tiempo para adaptarse a las necesidades, aunque varios tipos de ellos llegaron a convivir al mismo tiempo. Caballería En el ejército micénico, la caballería fue la unidad bélica sobre la cual contamos con menos indicios, tanto arqueológicos como documentales, ya que solo disponemos de los datos que nos aportan escasos fragmentos cerámicos fechados en el último periodo de la cultura micénica. Así, uno de estos fragmentos procedente de Micenas nos muestra a un soldado a caballo vestido con una túnica y portando armadura que le cubría solo la parte superior del cuerpo. En esta época las sillas de montar aún no existían y probablemente, en este sentido, se utilizaría una sencilla manta acolchada48, mientras que la experiencia obtenida con los carros sí que había resultado importante para el desarrollo de las bridas y las riendas. Los soldados a caballo a veces aparecen representados portando grebas, casco y corazas ligeras. D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 47.
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Desafortunadamente no hemos localizado representaciones pictóricas de batallas que nos muestren a jinetes en plena acción, y de las pocas que existen en que aparezcan, aunque sea de forma aislada, no se aprecia la presencia de armas49. Es posible que las figuras representadas en estas pinturas personifiquen una clase social que, aunque no fuera lo bastante rica ni gozara de suficiente prestigio como para poseer un carro, podía permitirse el lujo de tener un caballo como medio de transporte y lucha. Para Deger-Jalkotzy50 la cría de caballos y la equitación pudieron haberse configurado como parte de los rasgos definitorios de la clase dominante micénica, a tenor de las representaciones de estos que se han localizado en tumbas de guerreros de Naxos del HR IIIc. Para Fields51, el desarrollo de los soldados a caballo pudo haberse acelerado a partir del HR IIIB como consecuencia de los cambios socioeconómicos y políticos que se dieron en el mundo micénico en ese momento. Estos cambios, en la vertiente militar, habrían desembocado en la reestructuración del ejército, de forma que los recursos necesarios para su formación y mantenimiento se habrían reducido hasta tener que desarrollar nuevos vehículos como los «carros de raíles», más ligeros y por tanto menos costosos, así como el desarrollo de la caballería también por su coste inferior. Por su parte, Chadwick52 es de la opinión contraria e indica que no se habría dado la existencia de caballería micénica, a pesar del testimonio de que los caballos utilizados por ellos podían ser cabalgados, probablemente por la falta de potencia y de resistencia de esta raza. LA MARINA DE GUERRA MICÉNICA Aunque parezca la tónica general en muchos de los aspectos que, en cuanto al mundo militar, rodean a la cultura micénica, una vez más debemos ser conscientes de que, si bien los micénicos debieron contar con poderosas y numerosas flotas no solo comerciales sino también militares, apenas contamos con datos sobre ello. El famoso Fresco de la flota de Akrotiri podría mostrarnos la forma de las naves militares micénicas que en ese momento surcaban el Egeo, ya que una nave similar a Para Grgurik la naturaleza estilizada y fragmentada de la evidencia pictórica hace posible que la espada fuera omitida o que quedara oculta en el lado derecho de la figura, ya que en estas pinturas las figuras siempre miran a su izquierda. GRGURIK, Nicolas; Opus cit., pág. 53. 50 DEGER-JALKOTZY, Sigrid y LEMOS, Irene S. (Eds.): Opus cit., pág. 162. 51 FIELDS, Nic: Opus cit., pág. 37. 52 CHADWICK, John: Opus cit., pág. 210. 49
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ellas se muestra en un anillo de oro hallado en Tirinto y fechado c. 1500 a.C. Así, el modelo de barco de mayor envergadura empleado por los micénicos sería muy similar al de los minoicos y podemos especular que albergaría una tripulación de entre 42-46 remeros, además de la tripulación, los oficiales y los guerreros asignados. Parece que el capitán de cada embarcación habría contado con una especie de cabina, situada en la parte posterior de la embarcación y formada por postes de madera recubiertos con pieles que habrían sido desmontables para poder colocarse en distintos barcos, y quizá decoradas con símbolos religiosos53. Sobre ello, contamos con dos fragmentos de una cratera recuperada en Enkomi (Chipre) y fechada c. 1350 a.C., donde se muestran escenas navales protagonizadas por embarcaciones micénicas. En ellas se muestran dos barcos y sobre ellos dos tipos de tripulantes: los soldados (de mayor tamaño, situados de pie sobre la cubierta, vestidos con túnicas y portando cascos y espadas) y los remeros (de menor tamaño, desnudos y colocados debajo de la cubierta). El diseño posterior de las naves aqueas se caracterizaría por tener un casco alargado y delgado, una proa vertical decorada con símbolos minoicos, un espolón y plataformas ubicadas en la zona de popa. Debieron emplearse velas de gran tamaño pero la existencia de remeros implicaría que solo se usarían con el viento a favor y sabemos que empleaban un gran timón colocado a popa de la nave54. Un buque de guerra micénico también aparece representado en el sarcófago del tholos de Tragana, cerca de Pilo, y fechado en el HR IIIc. Se trata de un barco alargado y delgado, de borda baja (por lo que podrían haber sido fácilmente varados en cualquier playa, lo que facilitaba su atraque) y equipado con un espolón. Consta de un alto mástil central y lo que parecería una vela cuadrada. Sabemos que se utilizaban anclas de piedra que podían llegar a pesar unos 220 kg, a veces equipadas con dos estacas de madera para evitar que fuera arrastrada por el lecho marino y decoradas con figuras de pulpos55. ORGANIZACIÓN MILITAR Como hemos visto y a lo largo de prácticamente toda su historia, el ejército micénico se componía de diversos tipos de tropas bien organiD’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 48. CASTLEDEN, Rodney: Mycenaeans: Life in Bronze Age Greece. Routledge, New York, 2005, pág. 186. 55 D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 49. 53 54
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zadas y equipadas, cada una con su propia formación característica y sus usos tácticos. Así, cada cuerpo es muy probable que se equipara de forma similar, mostrando cierta homogeneidad, para lo cual también deberían haber recibido cierto entrenamiento. De ello se infiere también que las distintas unidades debían estar bajo la tutela y supervisión de mandos experimentados y estructurados que, a su vez, responderían a algún tipo de líder del ejército, ya se tratara del propio rey, lo más probable, o de algún general enviado por este, debiendo, en cualquier caso, contar con un sistema logístico bien desarrollado para los estándares de su época. Sobre ello, diversas tablillas halladas en Pilo y Knoso, escritas en lineal B, nos refieren la existencia temprana de una burocracia palacial muy desarrollada que se ocupaba de asuntos militares, mostrándonos la composición de las unidades, el despliegue, las guarniciones, la panoplia de las tropas y los suministros. Esto sugiere que el ejército micénico debió de estar bien organizado e institucionalizado para garantizar su mantenimiento. En cuanto a la organización en el campo de batalla, desafortunadamente debemos basarnos prioritariamente en suposiciones ante la ausencia de pruebas pictóricas o documentales sobre ello. De este modo, en base a su preeminencia en cuanto a los restos pictóricos y arqueológicos, parece que la infantería pesada micénica se habría constituido como la unidad básica y principal de sus ejércitos. Así, lo más habitual, como sucedería siempre a lo largo de la historia, era que estas tropas fueran colocadas en el centro de una formación donde distintos tipos de tropas, infantería ligera, carros, etc., luchaban de manera conjunta y coordinada. Por su parte, la infantería ligera de arqueros y honderos debió de situarse cubriendo los huecos entre las distintas secciones de infantería pesada o en primera línea, para descargar sus armas arrojadizas antes del choque directo. En los flancos se colocaría el resto de la infantería ligera como eran los portadores de jabalinas y espadas. Por su parte, los carros pesados del período temprano, organizados en una o más unidades, pudieron haberse desplegado de una de estas tres formas: enfrente de la infantería pesada, detrás de esta o por los flancos. La primera disposición permitiría a los carros cargar contra los carros enemigos o contra la infantería pesada, pero no parece que fuera posible, porque tendrían que cargar de frente contra los lanceros o contra unos carros bien organizados. Parece ser que estos eran más eficaces contra tropas desordenadas o rebasadas por el flanco, por lo que si se desplegaban los carros detrás de la línea principal de batalla, podrían utilizarse para asestar el golpe de gracia después de que la infantería
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pesada y las tropas ligeras hubieran conseguido romper las líneas enemigas. La tercera posibilidad les daría la oportunidad de derrotar a los flancos enemigos y desbordar las alas de su propia línea de batalla, y es posible que se tratara de la opción más probable puesto que la emplearon los propios hititas en Qadesh. La estructura de mando que debieron adoptar los ejércitos micénicos es otro de estos importantes asuntos en los que nos movemos en el más puro espectro de la especulación. En este sentido, debió de haber un comandante en jefe, cuyo papel consistiría en planificar las rutas de marcha de un ejército en campaña y diseñar el plan de ataque en cuanto se hubiera elegido el campo de batalla, adjudicándose el mérito de la victoria y cargando con la culpa en caso de derrota. El oficial superior del ejército micénico era, casi con toda seguridad, el wanax (Na 334, 1356, Ta 711) de uno de los ricos palacios como Micenas, Knoso, etc. Aunque se ignora casi todo sobre ellos, a excepción de algunos de sus privilegios como clase gobernante, que se encargaría también de los aspectos militares. Eran estos quienes se harían enterrar en las tumbas más lujosas y de las cuales tenemos diversas evidencias, como en la propia Micenas. La Grecia micénica estaba formada por pequeños estados autónomos gobernados por jefes independientes, por lo que es posible que se establecieran alianzas y pactos entre palacios mediante lazos familiares, pero nada definitivo se sabe sobre la relación entre los distintos asentamientos. Es posible que estos estados mantuvieran relaciones militares flexibles en un momento u otro, que podrían haber sido el origen de la idea de confederación de la que habla Homero. Probablemente, el wanax ejercía la autoridad suprema sobre todas las unidades del ejército y procedía de la clase más alta de la sociedad. Su segundo inmediato, probablemente también de origen noble y quizá de la propia familia del wanax, era el lawakete o eqeta56 (An 724, Un 219, 728), término que puede traducirse por «líder de los combatientes» y por ello es probable que fuera el verdadero comandante en jefe de las tropas, encargado de la estrategia del ejército. Por debajo de este, y siempre dentro de un esquema jerarquizado, nos encontraríamos con el tereta (Am 826, Ed 411, Uf Para Ticchioni Jasink el cargo de e-qe-ta sería provisional, vinculado a necesidades concretas y encomendado a altos dignatarios, especialmente vinculados a la esfera cultual. TICCHIONI JASINK, A. M.: «L’e-qe-ta nei testi micenei», en SMEA 17,1976, pp. 85-92. Por su parte Hooker considera que el término e-qe-ta implica un estatus personal, no una función definida, lo que también aplica al tere-ta. HOOKER, J. T.: «Minoan and Mycenaean Administration: a comparison of the Knossos and Pylos archives», en Function, pp. 313-315.
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839) que según Fields57 estaba al servicio del wanax y debía contribuir al arsenal de su señor aportando, si podía, soldados, panoplias y carros completos o de lo contrario algunas de las partes de estos. Por último, vendría el moroppa del que solo sabemos que se le asignaba una parte de tierra (Ag 64, un 519, Jo 438), pero podemos pensar que todos ellos también llevaban a cabo funciones militares. A las órdenes de estos líderes del Estado estarían los comandantes «de regimiento» y los basileis. Entre estos últimos se encontraban los administradores de los estados provinciales, mencionados en las tablillas de Pilo como adjudicatarios de nuevas tierras. En cualquier caso, para Deger-Jalkotzy58 todos los territorios dependientes de los reinos micénicos también habrían tenido que aportar, como parte de sus obligaciones tributarias, recursos militares tanto materiales como humanos, de forma que estos últimos serían colocados a cargo de un oficial instructor al servicio del palacio para que los adiestrara en instalaciones ubicadas en el palacio. Así, el palacio era el centro desde el que se controlaba el ejército y desde el cual se impartían las órdenes para el despliegue y acciones de las tropas, como se deduce de lo dispuesto en diversas tablillas halladas en Pilo y fechadas en el siglo XIII a.C. (podría suponerse que en periodos anteriores ocurriría del mismo modo). Se trata de cinco tablillas encabezadas por esta frase: «Así guardan los vigilantes las regiones costeras». Ello quizá se deba a que Pilo era una ciudad costera sin amurallar, por lo que temía un ataque por mar y las autoridades del palacio decidieron enviar pequeñas unidades para montar guardia en caso de incursiones. Como veremos detalladamente más adelante, la costa fue dividida en diez sectores y las tablillas recogen el nombre del oficial responsable de cada sector, seguido de algunos otros nombres que debían ser sus oficiales subordinados. También se especificaba el despliegue de tropas en diversos puntos a lo largo de la costa de Mesenia. Cada una de ellas estaba formada por un comandante, varios oficiales y un grupo de soldados. En cada contingente había un noble con el título de eqeta, sobre lo cual algunos han interpretado que era una especie de oficial de enlace entre la unidad de campo y el palacio. En cuanto a quienes formaban las filas de los ejércitos micénicos, es difícil pensar que solamente desde las capas aristocráticas se suministraran los efectivos suficientes para conformar ejércitos tan numerosos como los que podríamos suponerle a la cultura micénica, por lo que es FIELDS, Nic: Opus cit., pág. 35. DEGER-JALKOTZY, Sigrid: Opus cit., pág. 125.
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muy posible que la mayor parte procedieran de la clase media de una determinada región. Ello implicaría que habría sido necesario que el «Estado» (centrado en el palacio) fuera el encargado de equiparlos y armarlos59. En este sentido Ruipérez y Melena60 apuestan por un sistema, al igual que ocurre en los regímenes coetáneos del Levante y Mesopotamia, basado en la prestación de servicios como contrapartida de la cesión de tierras por parte del monarca, como ocurriría en Pilo y se puede apreciar mejor en el caso de la armada. En esta, sabemos por varias tablillas de una leva de remeros en cinco localidades de la costa pilia (An 1), que, comparado con las contribuciones de las mismas en otro documento (An 610), muestra que se trataba de levas rutinarias. Pero aparte de dos tablillas más de levas de tripulaciones marineras (An 610 y 724), no tenemos más documentación relativa a precauciones navales que garantizaran la defensa de Pilo. Para que una unidad de infantería ligera micénica desempeñara de manera eficaz su papel táctico, sus escudos debían tener unas dimensiones uniformes y unas lanzas de la misma longitud. Este era el caso de los guerreros del siglo XVI a.C. representados en un fresco procedente de Akrotiri, en Thera, al igual que las representaciones de la infantería ligera de Knoso y los soldados pesados que aparecen en el «Rhyton del asedio», más antiguo. Además, el Estado habría tenido que organizar el entrenamiento de los soldados según la clase de tropa a la que pertenecieran, para que pudieran luchar en formaciones apropiadas y maniobrar sin provocar el caos. En resumen, debían de ser instruidos, y para ello era preciso disponer de un sistema militar bien organizado. Sobre el uso táctico de la caballería micénica, los escasos datos con los que contamos en este sentido nos sitúan en un ámbito totalmente especulativo a excepción de las conjeturas que podemos extraer sobre ello en la obra de Homero61. En cualquier caso pudieron actuar en cuerpos homogéneos tanto como caballería como infantería montada62 y tampoco podemos descartar que su uso sirviera también con fines exploratorios. Una característica del ejército micénico, en comparación con el egipcio o el hitita, es que el equipamiento micénico era menos uniforme. Es posible que los escudos, los cascos y otros materiales de los Para Gracia Iglesias las armas del pueblo llano las guardara cada cual en su casa y por ello no aparecerían en los inventarios de palacio. GARCÍA IGLESIAS: Los orígenes del pueblo griego. Síntesis, Madrid, 1997, pág. 113. 60 RUIPÉREZ, Martín S. y MELENA, José Luis; Opus cit., pág. 208. 61 XI, 151. 62 D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 47. 59
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diferentes palacios tuvieran una decoración característica, lo cual, a su vez, sugiere la existencia de varios estados centralizados. La cría y la importación de centenares de caballos para tirar de los carros, además de su entrenamiento -una habilidad muy costosa y especializada-, también debieron de estar organizados bajo alguna clase de autoridad central. En cuanto a las dimensiones de las unidades, la escasa información que puede inferirse de las tablillas escritas en lineal B y fechadas c. 1300 a.C. es bastante interesante. Estas tropas siempre se dividían en múltiplos de diez, por lo que las unidades debían organizarse basándose en el sistema decimal, lo cual podría extrapolarse con cierta seguridad a periodos más antiguos. Por otra parte, si bien apenas contamos con datos acerca de la relación entre el ámbito religioso y el militar, algunos autores como D´amato y Salambeti han incidido en la posibilidad de que se dieran sacrificios de animales a los dioses con el fin de obtener su favor para el combate. Si bien no contamos con ninguna prueba sobre ello, es posible que registros como una lista de bueyes hallada en Pilo, y relacionada con otros textos de carácter militar, este mostrándonos esta práctica63, aunque no podemos descartar que lo que se esté registrando sean los suministros de alimentos que estarían destinados a las tropas. Así, el palacio parece haber sido el centro de la producción de armas para uso militar. Las pruebas de esta afirmación proceden, en su mayor parte, de las tablillas de Knoso, pero también de los hallazgos arqueológicos. Existen pruebas de la producción e inventario de puntas de flecha, lanza y jabalina, así como de espadas, lo que cubre, más o menos, todo el armamento de los tipos de tropas conocidas, a excepción de los honderos. Sin embargo, la ausencia de munición para hondas en los inventarios y en las tumbas es un argumento de peso contra la teoría general. Después de todo, los honderos eran tropas irregulares, procedentes de levas locales y organizados de manera flexible, y es posible que continuaran utilizando la primitiva arcilla sin cocer o proyectiles de piedra más que balas de plomo, como las posteriores glandes griegas y romanas. Así, en la llamada «armería» de Knoso se han localizado tres impresiones en sellos que avalan esta teoría, pues aparecen junto a los restos chamuscados de dos cajas de madera que contenían varas y puntas de flecha carbonizadas. En el mismo edificio se descubrió una tablilla con el símbolo de la flecha, seguido de las cifras 6.010 y 2.630.
D’AMATO, Raffaele y SALIMBETI, Andrea: Opus cit., pág. 56.
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CONSTRUCCIONES DEFENSIVAS Parece que en el periodo HR IIb (1350-1200 a.C.) la civilización micénica se convirtió en dominadora de gran parte del Mediterráneo oriental. En Grecia, fue el momento de las grandes ciudadelas amuralladas, si exceptuamos Pilo, cuya estructura y organización demuestran una importante y avanzada planificación arquitectónica. Un ejemplo de ello podemos observarlo no solo en Micenas sino también en Tirinto, donde las puertas de acceso a la ciudad, practicadas en las murallas, estaban dispuestas en ángulos con los muros principales, de manera que los flancos de los potenciales agresores quedaran expuestos al fuego de los defensores. Ambos yacimientos incorporan también en su plano acceso a las fuentes cercanas, para disponer de agua en momentos de asedio, y poternas para que los defensores huyan o tiendan emboscadas a los atacantes. A pesar de esta apariencia defensiva sobrecogedora que ofrecían los palacios micénicos, estos solo se fortificaron a partir del HR IIb – HRIII64 como es el caso de Micenas65, Tirinto y Gla66, aunque otros no llegaron a dotarse nunca de murallas como Pilo y Yolco, ya que durante toda la historia anterior de la cultura micénica los palacios no contaron con murallas. Estas solían ser de un enorme tamaño, tal que se ha denominado como «ciclópeo» debido a que para los propios griegos posteriores sus dimensiones eran tan grandes que, unido a su desconocimiento acerca de sus ancestros constructores, les hizo pensar que las habían Incluso García Iglesias llega a afirmar que ningún elemento ni resto de fortificación parece anterior al Heládico Reciente III A (GARCÍA IGLESIAS, Luis: Opus cit., pág. 77) a excepción del posible caso particular de Tebas (SYMEONOGLOU, S.: The topography of Thebes. From the Bronze Age to Modern Times. Princeton, Syria, París, 1985, págs. 21, 26 y ss.). 65 Wace (WACE, Alan J.: Mycenae: an archaeological history and guide. Princeton, Biblo and Tannen, 1949, pp. 62, 69, 84-87) identificó en Micenas lo que entendió como restos de fortificación en el Heládico Medio, pero Mylonas y Iakovidis (MYLONAS, George E.: Mycenae and the Mycenaean Age. Princeton, Princeton Univ Press, 1966, págs. 15-16 y 22; y IAKOVIDIS. S. E.: Mycenae-Epidaurus: Argos-Tiryns-Nauplion. Boston, E P. Dutton, 1983, pág. 70) demostraron que se trataba, en realidad, de un contrafuerte perteneciente al Heládico Reciente. 66 Thomas Martin opina que la aparición de murallas en palacios como el de Gla, tan alejado de la costa, no se habrían levantado para prevenir ataques de fuerzas invasoras llegadas desde el mar, sino para defenderse de un peligro más cercano como serían mercenarios rebeldes o frente a otros asentamientos micénicos cercanos, ya que estos centros se habrían enfrentado entre sí por la supremacía y el dominio comercial y político de forma permanente. MARTIN, Thomas R.: Opus cit., pág. 34. 64
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construido los Cíclopes67. Se trataba de enormes piedras colocadas unas sobre otras y rellenando los espacios que pudieran quedar entre ellas, por el trazado irregular, con piedras de menor tamaño.
WARRY, John: Warfare in the Classical World. University of Oklahoma Press, Norman, Oklahoma, 1995, pág. 22.
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Batalla de Tamames, por don Juan José SAÑUDO BAYÓN, coronel de Infantería ®
BATALLA DE TAMAMES Juan José SAÑUDO BAYÓN1
RESUMEN En el otoño–invierno de 1809, el gobierno español decide lanzar una ofensiva principal desde Andalucía para recuperar Madrid y con ello atraer la perdida participación británica en la guerra. Previamente otra ofensiva secundaria partirá desde Ciudad Rodrigo e intentará atraer la atención francesa. Este trabajo trata del comienzo de la segunda que se traducirá en la batalla campal de Tamames el 18-X-1809. PALABRAS CLAVE: Guerra de la Independencia española. Guerra de España. Guerra Peninsular. Duque del Parque. Estrategia napoleónica. Táctica napoleónica. ABSTRACT During the autumn-winter of the year 1809, the Spanish government decided to launch a major offensive from Andalusia in order to recover Madrid, and to get the British forces involved again in the war in the Peninsula. Another secondary offensive started previously from Ciudad Rodrigo, trying to attract the French attention. The subject of this work is the beginning of this secondary offensive, that resulted in the battle of Tamames, held on October, 19th, 1809. 1
Coronel de Infantería ®.
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KEYWORDS: War of Spanish independence. War of Spain. Peninsular War. Duque del Parque. Napoleonic Strategy. Napoleonic tactic. Battle of Tamames. Spanish Army, !809. Salamanca. General Marchand. Junta Central Nota previa: Los números figurados entre paréntesis tras frase en cursiva, se corresponden con la referencia citada al final del presente artículo. ***** DECLARACIÓN DE INTENCIONES
U
na de las escasas victorias españolas, habidas en batalla campal durante la Guerra de la Independencia, merece bastante más atención de la otorgada, no porque las habilidades tácticas de los contendientes constituyan motivo de estudio especial, sino porque se enmarca con éxito, en el ámbito de la más ambiciosa campaña española en los seis años de la guerra. Carente de todo apoyo británico o portugués, junto con las victorias en Bailén, Alcañiz, San Marcial y otras menores, demuestra que dicho apoyo no era imprescindible, cuando la situación táctica se resolvía adecuadamente. ANTECEDENTES 1809 es el año de las grandes ofensivas españolas, ordenadas por la Junta Central Suprema Gubernativa. Son intentos desesperados para resolver una guerra imposible contra el imperio francés y sus aliados: Alemania, Polonia, Suiza, Bélgica, Holanda, reinos de Italia y Nápoles. La desigualdad de fuerzas económicas y militares convierte en absurda cualquier esperanza al respecto. Pero... La victoria en Bailén, «el cañón que resonó en toda Europa», anima la esperanza de Austria y reverdece el espíritu de la antigua alianza contra la vocación hegemónica francesa en Europa. El imperio austríaco ordena una movilización de 500.000 hombres, que convierte en secundario al teatro de la guerra peninsular. Napoleón se traslada a París para preparar otro ejército que le permita anticiparse a la amenaza, España puede esperar, derrotados sus ejércitos no le suponen ninguna preocupación
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seria. Ocupado Madrid, el río Tajo constituye una buena línea defensiva francesa para esperar acontecimientos... La Junta Central Suprema Gubernativa española dirige la guerra Desde Sevilla, lleva a cabo un esfuerzo económico y de movilización sin precedentes, equipa y refuerza sus exhaustos ejércitos, pero sin darles tiempo para organizarse adecuadamente, los lanza atolondradamente una y otra vez a ofensivas descabelladas. El cumplimiento de sus órdenes se traduce en las derrotas de Uclés en enero, Ciudad Real y Medellín en marzo. En el mes de mayo, el teniente general Blake, logra una victoria en Alcañiz frente al general de división Suchet, pero su débil caballería no puede explotar el éxito y la incompetente dirección de la Junta, a pesar de sus advertencias, le obliga a marchar sobre Zaragoza, para acabar derrotado en María de Huerva y Belchite, terrenos aptos para la siempre superior caballería francesa.
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La esperanza se renueva con el desembarco en Portugal de un nuevo, aunque pequeño, ejército británico al mando del general Arthur Wellesley, futuro duque de Wellington, quien rápidamente avanza sobre el Duero y obliga a una no menos rápida retirada del mariscal Soult desde Oporto hasta Galicia. Sin embargo el británico no le persigue, sus órdenes se limitan a Portugal. En realidad se trata solamente de una diversión estratégica en favor de Austria, pero a petición de la Junta española, accede a colaborar en una ofensiva contra el mariscal francés Victor, para él limitada en el valle del río Tajo, con la colaboración del general Cuesta y el ejército de Extremadura. Para los españoles es el esfuerzo principal de una gran maniobra hacia Madrid, convergente con el ejército de la Mancha, que culminará con victoria en Talavera el 28 de julio, y derrota en Almonacid el 10 de agosto.
Julio de 1809
Pero es en Austria, tras la victoria de Napoleón en Wagram el 7 de julio, y consiguiente armisticio de Znaim, la razón que decide el fin de la diversión estratégica británica. Arthur Wellesley debe retirarse de una guerra sin esperanza y para justificarlo, acude a toda una serie de acusaciones contra sus aliados, los españoles son incompetentes, tienen la manía de combatir batallas, no me dan víveres, no me dan carros… No volverá a combatir en España hasta la primavera de 1811. En el ínterin,
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los españoles serán los únicos que mantendrán la guerra contra el imperio francés y sus aliados. Otra razón, frecuentemente olvidada para tal abandono, es el colosal desastre en Walcheren, principal diversión estratégica británica en favor de Austria, que comienza en julio y finaliza en diciembre. El desembarco en el insalubre islote, posición clave ante Amberes, situado en la coincidencia de las bocas del Rhin, Mosa y Escalda, cuesta 29.000 bajas de los 40.000 británicos desembarcados, aunque tan solo 900 por combate. El tifus y los vientos del mar del norte hicieron el resto. Los ministros británicos de la guerra y asuntos exteriores, Castlereagh y Canning terminarán batiéndose en duelo por sus responsabilidades.
Duelo CANNING vs. CASTELREAGH
Richard marqués de Wellesley, hermano mayor del general y embajador en España, desde el primero de agosto, sustituye a Canning y su otro hermano, Henry Wellesley hace lo propio como embajador plenipotenciario ante la Junta. La poderosa familia, con el partido Tory en el gobierno, harán posible que prevalezca la tesis de Arthur Wellesley, fundada en que resultaría posible conservar su pequeño ejército británico en Portugal, a salvo de los franceses, y con él su mando independiente, en tanto continúa la resistencia española. Mientras tanto, se organiza el nuevo ejército portugués, y si ceden los españoles, siempre podrían retirarse a Lisboa y reembarcar hacia Gran Bretaña.
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Henry
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Arthur
Richard
El citado fracaso de la ofensiva de verano hacia Madrid, hace que la Junta Central Suprema Gubernativa quede una vez más en entredicho, no solo ante la opinión pública española, sino ante las presiones políticas internas, que propugnan con fuerza otras soluciones, y buscan el poder. Básicamente el clan Palafox: Francisco, su cuñado Montijo y Castelar, abogan por nombrar una regencia y obviamente ser ellos los regentes. La opción para convocar Cortes, es apoyada por el secretario de la Junta Martín de Garay, entre otros, aunque en realidad ninguno sabe formalmente como se debería llevar a cabo. LA DECISIÓN Francisco de Saavedra, hombre fuerte de la Junta, de muy larga carrera política y acreditada inteligencia, habrá de resolver tan crítica situación y lo hará con prioridad de la solución política, sobre la militar, para ello funda la llamada Comisión ejecutiva en el seno de la Junta, un reducido triunvirato, al objeto teórico de simplificar y agilizar las decisiones, así como su transmisión a los ejércitos en operaciones. La realidad es que sustrae del gobierno la facultad de decisión. Los vocales representantes de los ministerios serán renovados trimestralmente, en la práctica Saavedra podrá mandar de forma absoluta. Martín de Garay, secretario de la Junta, dimite voluntariamente con pase bien remunerado al Consejo del reino, los Palafox quedan anulados, y los más díscolos como su cuñado Montijo serán detenidos.
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Francisco de Saavedra
Solucionado el problema político se aborda la cuestión militar, el gobierno no podría soportar otro fracaso. Pero la habilidad política demostrada tan brillantemente, no se corresponde con la clarividencia ni conocimientos militares necesarios para enfrentar la situación. Recurrir a un acreditado general no resulta factible, porque durante el año transcurrido con gobierno de la Junta: Destituyó, encarceló y sometió a procedimiento al teniente general D. Gregorio García de la Cuesta, capitán general de Castilla la Vieja, por negarse a obedecer a la Junta regional. Además se encuentra enfermo con apoplejía. Misma conducta con el capitán general D. Francisco Javier Castaños, destituído del mando del ejército del Centro, por una falsa y ridícula acusación del clan Palafox, comisionado al efecto por la Junta Central.
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Destituyó del mando del ejército de Extremadura al conde de Belveder por ineptitud y dos veces al general D. José Galluzo: una por pedir munición y vestuario y otra por retirarse ante un enemigo netamente superior. Destituyó al general Vives del mando del ejército de Cataluña, por la misma razón e incompatibilidad de entendimiento con la Junta regional, como todos. Destituyó sucesivamente del mando del ejército del Centro, por idénticas razones a los tenientes generales duque del Infantado, y conde de Cartaojal. Destituyó del mando del ejército de la Izquierda al teniente general D. Joaquín Blake, que en estas fechas dimite del mando en Aragón y Cataluña, por la absurda orden del triunviro teniente general Cornel, para que levante el sitio de Gerona, mediante ataque con los paisanos de los pueblos del entorno. Sometió a procedimiento al teniente general D. Francisco Ramón de Eguía, por negarse a tomar el mando del imaginario ejército de entre Madrid y los puertos, y que en el momento se encuentra al mando accidental del ejército de Extremadura. Destituyó al capitán general de Granada D. Ventura Escalante, por negarse a entregar sus fondos a la Junta de Sevilla, presidida por D. Francisco de Saavedra... Con semejantes antecedentes en poco más de un año, unidos entre otros a los asesinatos por motines populares de los tenientes generales Solano, Filangieri y duque de la Torre, capitanes generales en Andalucía, Galicia y Extremadura, no debe extrañar la dificultad para encontrar mandos proclives a dirigir una nueva campaña, ni la imposibilidad de adquirir la experiencia en campaña necesaria para enfrentarse a los generales franceses que llevan más de quince años de guerra continua. LA IDEA DE MANIOBRA Como hemos visto, en julio se intentó una maniobra consistente en dos esfuerzos simultáneos convergentes sobre Madrid, el principal por el valle del río Tajo, y el secundario desde Despeñaperros hacia Aranjuez y la capital. Pero la irrupción en el citado valle de tres cuerpos de ejército franceses desde Salamanca, por el puerto de Baños hasta Plasencia, abortó el intento y a punto estuvieron de copar al ejército combinado, que solo in extremis consiguió pasar al sur del Tajo por el puente del Arzobispo. Se debería haber aprendido que las maniobras por
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líneas exteriores, como la expuesta, conducen a otorgar ventaja al enemigo para hacerlo por el interior, máxime si además goza de superioridad numérica y capacidad de maniobra. Pero...
Teniente general Antonio Cornel Ferraz Doz y Ferraz
La acreditada inteligencia y habilidad política de D. Francisco de Saavedra no va unida a la militar, y su mentor y compañero, el triunviro teniente general D. Antonio Cornel Ferraz Doz y Ferraz, de avanzada edad, al asumir un cargo político, como se acostumbra, sus decisiones profesionales se subordinan a los intereses del gobierno. En consecuencia y a la búsqueda de un éxito militar, que acredite la viabilidad de la causa española, atraiga nuevamente la ayuda británica, y el favor popular, se organiza una nueva ofensiva sobre Madrid, para los próximos meses de octubre y noviembre, antes que el armisticio de Znaim se convierta en tratado definitivo de paz entre los imperios Austríaco y Francés. Pero... Una cosa es la elección del objetivo, deseable pero pretencioso, dadas las fuerzas que se van a enfrentar, y otra distinta es la forma de lograrlo con la idea de maniobra acertada, la equilibrada distribución de medios y misiones que lo posibiliten y sobre todo un mando hábil y competente, que dirija la fase de realización. En principio se decide repetir la misma maniobra del verano, pero complementada con otra previa, que parta de Ciudad Rodrigo, atraiga sobre sí la atención del enemigo, y prevenga que este pueda repetir su acción por el puerto de Baños sobre la retaguardia del esfuerzo principal en el valle del Tajo. Dicha acción, en su comienzo, es el objeto de este trabajo.
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Octubre-noviembre de 1809
MANDO, MEDIOS Y MISIONES El veinticuatro de agosto, el marqués de La Romana es relevado del cargo de general en jefe de los ejércitos de Galicia, Asturias y Castilla, y sustituido por el teniente general D. Vicente María Diego de Cañas y Portocarrero duque del Parque y marqués de Castrillo, en calidad de capitán general de Castilla la Vieja, cuyo mando anterior fue el de la primera división del Ejército de Extremadura, donde cesa en julio, poco antes de la batalla de Talavera. La fuerza para llevar a cabo tal acción ofensiva debe constituirla sin desamparar por ello su frente operativo, que transcurre desde Asturias, Puerto del Manzanal, y Ciudad Rodrigo hasta la Sierra de Gata. Está integrada por un abigarrado conjunto, donde se mezclan unidades reconstruidas con reclutas, a partir del antiguo ejército de la Izquierda, destruido el once de noviembre en la batalla de Espinosa de los Monteros, y otras de nueva creación con mandos de circunstancias, surgidas espontáneamente por la sublevación gallega e integradas originalmente en la llamada división del Miño. Conjunto numeroso pero desequilibrado, por la casi absoluta falta de caballería, que reduce sus posibilidades a terreno montañoso y en consecuencia poco apto para la misión pretendida.
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Sin embargo, la moral es alta por el triunfo conseguido, en junio, al expulsar de Galicia y el Bierzo a los dos cuerpos de ejército franceses, II y VI, al mando de los mariscales Soult y Ney, quienes tras agria disputa entrambos, y fracaso del segundo en Puente Sampayo, se retiraron separada pero simultáneamente por Puebla de Sanabria y Manzanal. Los tres meses transcurridos han permitido al ejército de la Izquierda mejorar su nivel de instrucción y armamento, pero no así la carencia de caballería que continúa casi inexistente, por falta de ganado y en consecuencia de jinetes entrenados. El grueso del ejército de la Izquierda marcha por el interior de Portugal, paralelo a la frontera hasta el fuerte de la Concepción y Ciudad Rodrigo, a salvo de los franceses centralizados en Salamanca.
Duque del Parque
A primeros de agosto, la división asturiana, tercera del ejército de la Izquierda, al mando del mariscal de campo D. Antonio Vallesteros (9, en adelante ver fuentes documentales al final del artículo), parte de Gijón por el Puerto de Pajares hacia Castilla, pero en lugar de hacerlo hacia Ciudad Rodrigo, lleva a cabo una acción de diversión hacia Santander. Combate así en Carmona (Palencia) el día 23 y en Cabezón de la Sal (Santander) el 25, diversión que se traducirá en un mes de marchas y contramarchas, hasta que se presente ante Benavente (Zamora) el también 25, pero de septiembre.
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El 25 de septiembre, el Mariscal de campo D. Pedro de Alcántara Tellez Girón Alonso y Pimentel, príncipe de Anglona, procedente del ejército de Extremadura, se incorpora al de la Izquierda con su división de caballería, 1.050 hombres y 995 caballos de los regimientos de Borbón, Sagunto, Granada de Llerena y 1º de Lusitania (dragones de Cáceres); faltos de moral, instrucción y armamento, así como deficientes monturas, pero su presencia jugará un importante papel, en misiones de reconocimiento y vigilancia. EL OTRO LADO DE LA COLINA El VI Cuerpo de Ejército francés merece una consideración particular porque desde su constitución a finales del mes de octubre de 1808, en la zona de La Guardia–Logroño, al mando del mariscal de Francia Ney, duque de Elchingen, tiene un recorrido digno de mención. En principio su orgánica obedece a la usual de cuatro divisiones de infantería: 1ª Marchand, 2ª Lagrange, 3ª Mermet, 4ª Dessolle, y la brigada de caballería ligera Colbert. El general Lagrange es herido el 23 de noviembre en la Batalla de Tudela y sustituido por Maurice Mathieu. El día 30 la división Mermet pasará agregada al II Cuerpo del mariscal Soult y no se reintegrará al VI hasta el mes de septiembre. La división Dessolle, agregada al IV Cuerpo del mariscal Lefevbre marchará hacia Madrid por el puerto de Guadarrama, y permanecerá en la capital como guarnición el resto del año y siguiente, en tanto que el mariscal Ney, con el resto del VI Cuerpo, divisiones Marchand, Mathieu y brigada Colbert, lo harán por Almazán–Tarazona–Guadalajara. Descubierta la ubicación del ejército británico del general Moore, Napoleón con su Guardia Imperial y el disminuido VI Cuerpo, marcharán en su persecución hasta La Coruña, precedidos por el muy reforzado II Cuerpo del mariscal Soult, quien tras la batalla de Elviña o La Coruña, el 16 de enero, forzará su embarque hacia Gran Bretaña. Ney quedará en Galicia para impedir un nuevo desembarco británico y consolidar su ocupación, con las divisiones: 1ª Marchand y 2ª Mathieu, además de 4 regimientos de caballería en la brigada Lorcet. Tampoco el mariscal Ney, el más valiente entre los valientes según Napoleón, o el más tonto entre los tontos según su jefe de estado mayor Jomini, es el más apropiado para intentar un acercamiento político a la población, muy al contrario, su orden a todos los pueblos y ciudades para la entrega del dinero existente en los ayuntamientos, así como el
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saqueo sistemático y sacrílego de cuantos objetos de valor poseían las iglesias, provoca el alzamiento general de los gallegos. La fuerza de ocupación será demasiado pequeña, para enfrentar a la virulenta y generalizada sublevación gallega y asturiana. Incapaz de enfrentar la insurrección, Ney abandona Galicia a finales de junio, en contra de las órdenes recibidas y envía a Jomini a Austria para dar explicaciones al emperador, al que no le convencen, y terminará por llamar a su presencia al propio mariscal Ney. Comparecencia que otorga el mando del VI Cuerpo, con carácter accidental, al general de división Marchand. Situación siempre anhelada para todo militar que desea distinguirse, y por ello no exenta de riesgo. En resumen, el tan repetido VI Cuerpo, ubicado en la zona de Salamanca, vigilante de una posible aparición aliada desde Ciudad Rodrigo, tiene una fuerza de tan solo dos divisiones de infantería, la mitad de la normal, una división de caballería Jean Lorcet, de seis regimientos, pero reducidos a dos escuadrones cada uno y entre 14 y 18 piezas de artillería. Es decir la fuerza conveniente para poder contactar y evaluar una fuerza enemiga considerable, pero demasiado reducida en infantería para aventurarse en batalla campal, máxime si parte de ella debe guarnicionar los hospitales, parques y almacenes dejados a retaguardia. Además de lo expuesto, dicho VI Cuerpo de Ejército está apoyado desde Valladolid, por la cabecera del incipiente ejército del Norte del mariscal Kellerman, quien hará notar su presencia en el transcurso de estas operaciones. MOVIMIENTOS PREVIOS A finales de agosto (4), los refuerzos españoles llegados a Ciudad Rodrigo, permiten al duque del Parque llamar la atención de los franceses con pequeños movimientos en dirección a Salamanca, sin mayor objeto que el expuesto y un mayor conocimiento del terreno. Naturalmente no dejan de inquietar al general Marchand, pero no consiguen moverle de su posición centrada en Salamanca,
General de división Marchand
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aunque las partidas españolas recolectoras de víveres y forraje crecen con el tiempo, así como sus reconocimientos... «el general Marchand envió al general Mermet con 4 regimientos de infantería y toda la caballería para hacer un reconocimiento exacto, pero no habiéndolo adelantado bastante, no adquirió más que relaciones de paisanos ó de prisioneros». (1) «El general Marchand, jefe del sexto cuerpo francés en ausencia de Ney, llamado a Paris por el emperador, ocupaba la ciudad de Salamanca con siete mil infantes y mil caballos; Kellerman la de Valladolid y Carrier con tres mil de los primeros las márgenes del Esla y del Orbigo; los tres estaban atentos a los movimientos de los españoles por la izquierda del Agueda».(6)
El citado 25 de septiembre, la división Vallesteros, con 8.000 hombres (4), tras un brusco giro hacia el sur, ataca por sorpresa la ciudad de Benavente, defendida por el III batallón del 50º regimiento de infantería de línea y al parecer lo apresa. Animado por el éxito, el general Vallesteros prosigue en su dirección de marcha y el 1 de octubre, a las 07.00 horas, intenta repetir la suerte en Zamora, con el brigadier Jaime Carvajal en vanguardia y los regimientos provincial de Oviedo, Covadonga, Castropol, Navarra, Pravia, Princesa y Cangas de Tineo. Pero defendida la plaza por el regimiento de infantería ligera de Hannover y por un batallón del 8º de línea francés, la sorpresa no tiene lugar, y la guarnición se defiende con éxito a pesar del empecinamiento de los atacantes, que no disponen de la artillería de sitio necesaria. La inminente llegada de Kellerman con su caballería, inexistente en la división Vallesteros, obliga a este a cesar en la empresa a las 18.00 horas (7), retirarse a Almendra, que alcanza a las 22.00, y marchar por Alcañices y Portugal en dirección al fuerte de la Concepción y Ciudad Rodrigo. Esta llamada de atención desde el norte se simultanea con otra desde Ciudad Rodrigo. «A fines de septiembre se movió el duque del Parque con diez mil infantes y mil jinetes en dirección de Fuente Guinaldo; Marchand abandonó Salamanca y corrió tras él; el 5 de octubre regresaron ambos á los puntos de partida». (6)
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Movimientos previos
Visto lo cual, a mediados de octubre, el ej茅rcito del duque del Parque, reitera el movimiento y parte de Fuenteguinaldo, para acortar su distancia con la divisi贸n Vallesteros, explorar el terreno y obtener informaci贸n del enemigo (4). Esta vez su movimiento decide al general Marchand, quien abandona Salamanca el d铆a 17, para batir al duque antes de la llegada de Vallesteros.
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En este mismo día, la Junta Central nombra al teniente general Areizaga para el mando del ejército del Centro, que deberá llevar el esfuerzo principal de la ofensiva desde Despeñaperros hacia Madrid. Tomará posesión de su cargo seis días después, e iniciará su avance inmediatamente. A pesar de todas las dificultades, la correlación de esfuerzos resulta correcta en el tiempo para su realización, pero fatalmente escaso para que Areizaga, que nunca ha mandado un ejército pueda adquirir la experiencia necesaria. INFORMACIÓN Después de varias marchas y contramarchas, el duque del Parque tiene noticia de que el enemigo avanza a su encuentro, y decide ocupar la posición de Tamames para esperarle, pues reconocida con anterioridad, era la mejor en la zona. (4) ¿Constituyó este movimiento una marcha retrógrada, que confundió a Marchand con una retirada de los españoles? Así se desprende de la afirmación sobre la posición de Tamames, «reconocida al paso cuando ívamos hacia Salamanca y era la más ventajosa de toda aquella comarca para sostener un ataque». (4)
Posición española
¿Adoptó el duque esta decisión, que conduciría inevitablemente a la batalla, por conocer la imposibilidad de evitarla, dada la mayor velocidad de marcha francesa y superior caballería? Desconocedores de
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la situación exacta en esta fecha de ambas fuerzas, en relación con la de Vallesteros, no podemos responder a la interrogante expuesta, y seguramente tampoco pudieron saberlo sus protagonistas. En consecuencia, debemos convenir que el duque optó por la decisión más prudente, para no ser sorprendido en retirada y campo abierto, a pesar de tener que aceptar batalla antes de la incorporación de Vallesteros. «Acaloró su pensamiento (Marchand) quando supo que aquél (exército español) había sentado su quartel general en Tamames, llegando sus avanzadas hasta Matilla, cuya posición le era muy desagradable por el efecto que esto producía en todo aquel país, no menos que por el acarreo de subsistencias para sus tropas. Sin la previsión pues de la fuerza del enemigo, y de sus verdaderas posiciones, requisito tan necesario para el feliz éxito de qualquiera empresa de esta naturaleza, resolvió atacar al exército español¸ y dexando en Salamanca al regimiento número 50 con dos piezas de artillería, y en Fuentesauco quatro compañías de cincuenta dragones, partió el 17 con el resto del exército hacia Matilla, donde entró sin tropiezo alguno». (5)
Aunque a posteriori los franceses se muestran bien informados sobre la situación española suponen: «el éxercito enemigo, reforzado con tres regimientos de caballería enviados de Andalucía y con la guarnición de Ciudad Rodrigo, vino a tomar posición en Tamames, y sus puestos avanzados llegaban hasta Matilla. Todas las relaciones estaban contextes en que constaba de 30.000 hombres, 3.000 caballos y 30 piezas de artillería».(1) El esforzado lector de este trabajo, puede contrastar esta y otras cifras con el Orden de Batalla que se acompaña, sin que ninguna se pueda considerar más que simple orientación. «Sabemos por los prisioneros, que el general Marchand publicó en Salamanca su intención de aniquilar á las 2 de la tarde del 18 a 30.000 paisanos insurgentes: la órden á su exército era que se posesionase de las alturas al mediodía, con pena de muerte si no lo executaba, pues se proponía destruir la división de Ballesteros, después de haber dispersado y aniquilado á este exército». (3) Realmente el general francés ha combatido durante seis meses contra los paisanos insurgentes gallegos, quienes encuadrados por un puñado de oficiales y ausentes de unidades regulares, han provocado el abandono francés de Galicia y el Bierzo, pero no su admiración. Sin embargo, transcurridos tres meses están mejor instruidos y encuadrados.
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DESPLIEGUE «Entonces el general Marchand, mortificado por la posición que había tomado el exército español, y todavía más por el efecto que esto producía en el país para el acarreo de las subsistencias, resolvió marchar al enemigo para desalojarlo y saber exactamente quantas eran sus fuerzas. Dexó el regimiento número 50 en Salamanca con 2 piezas, 4 compañías en Fuentesauco con 50 dragones para la correspondencia, y partió el 17 con el resto del cuerpo de exército. El mismo día tomó posición en Matilla».(1)
Necesitamos saber cuando se ocupó Tamames por los españoles y si se dejaron elementos avanzados en misión de vigilancia y seguridad. La afirmación de Pérez de Herrasti: «Desde la noche estaban los nuestros en posición» (4), parece referirse a la totalidad de la noche y de la fuerza española, y aún concreta el orden de izquierda a derecha: divisiones de vanguardia, de reserva y de la derecha, mandadas respectivamente por los mariscales de campo Martín de la Carrera, conde de Belveder y Francisco Javier de Losada conde de San Román. A retaguardia la caballería, del príncipe de Anglona. Todos al mando el teniente general duque del Parque, auxiliado por los también mariscales de campo Gabriel de Mendizábal y Pérez de Herrasti. La artillería en tres baterías, izquierda, centro y derecha. De todo ello parece desprenderse la ausencia de elementos avanzados, en contra de toda práctica militar, pero también concreta: «… el Pueblo que defendíamos con el batallón del general y otro de tropas ligeras» (4). Esta fuerza de unos 1.500 hombres, defenderán Tamames sin idea de retroceso, amparados en sus edificios ante la superior caballería francesa. «El duque se encaminó a la villa de Tamames, la ocupó al anochecer del 17, y al amanecer del 18 colocó sus fuerzas en orden de batalla para librarla con Marchand que bajaba de Salamanca, la primera división mandada por Don Francisco Javier de Losada (conde de San Román) se situó en el centro y derecha de la línea, terreno muy quebrado; la de vanguardia en la izquierda y la caballería en dos líneas y en un bosque inmediato; la segunda división, á cargo del conde de Belveder, formó en reserva y dentro de Tamames quedaron 1.500 hombres sacados de distintos cuerpos. A Zaragoza (Regimiento de) le designó el general Don Martin de la Carrera el punto más débil del ala derecha (izquierda española)». (6)
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Vista desde el centro español
Por todo lo expuesto resulta clara la situacion de las divisiones de Martín de la Carrera y de Losada, pero debemos matizar la del conde de Belveder, pues si bien aparece en Reserva, guarnece Tamames con dos batallones, Voluntarios de Navarra y Batallón del General. CONTACTO «Siguió (Marchand) al día siguiente (día 18) su camino hacia Tamames, no hallando en el tránsito destacamentos ningunos, ni aún en la misma villa más que algunos tiradores, que creyó fuesen los que cubrían la retirada de su exército que iba a toda priesa retrocediendo según informes del paisanage, y que igual objeto tenía una u otra columna que se divisaba en las alturas del rededor, ó circunferencia del pueblo» (5). Efectivamente los paisanos informan correctamente al general francés, pues ante su avance, el duque del Parque ha retrocedido hasta la sierra de Tamames, y a la vista del enemigo, los infantes ligeros españoles adelantados se han refugiado en el pueblo, que junto con la sierra ocultan el despliegue español.
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«Al día siguiente (día 18) se hallaron los campamentos del enemigo abandonados, y los paisanos, decían que se retiraban á toda prisa. Llegamos pues hasta Tamames de donde parecía también que se retiraba, no dexando más que algunos tiradores emboscados en el lugar». (1)
Flanco izquierdo español
«Hallándome en la vanguardia di aviso al general Marchand, que el enemigo se sostenía en el pueblo, y que si quería atacar, la derecha parecía ser el punto más accesible y el que conducía á su comunicación con Ciudad Rodrigo. Entonces hizo marchar al general Maucune con la caballería ligera».(1) Es decir, Iª Brigada Maucune, de la 1ª División de infantería Marchand, apoyada por los húsares y cazadores.
El día 18, frente a Tamames, Marchand ordena desplegar su fuerza a «tres cuartos de legua» (4), de la posición española y se prepara para atacarla, convencido de que se trata, como en repetidas ocasiones anteriores, de una fuerza de retaguardia que protege la retirada del grueso español: «se creyó que no había en la posición más que una retaguardia que se disponía á proteger la retirada del exército, cuyos movimientos estaban perfectamente ocultos». (1) Desde su dominante altura los españoles evalúan con claridad la fuerza enemiga en «12.000 infantes, 500 jinetes y 8 piezas de artillería de diversos calibres». (4) «el general Marchand, se adelantó ayer por la mañana con la fuerza de 10.000 infantes, 1.200 caballos, y 14 piezas de artillería, á atacar el exército español, en donde me hallo». (3)
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«Despreciando tal vez nuestros muchos soldados visoños, formaron a nuestra vista sus columnas de ataque, con el aparato de una ostentosa parada, y como si estuvieran seguros de la victoria, y seguidamente destacaron una división de 4.000 infantes y 700 caballos á nuestra izquierda y 3.500 de infantería a nuestra derecha».(2) «Dividieron los franceses sus fuerzas en tres columnas, que avanzaron contra la derecha, centro e izquierda de nuestra línea; y no tardó en conocerse que el principal objeto de su ataque era forzar y envolver nuestra izquierda, siendo el punto en que nuestra posición era más débil». (3) «Estas primeras disposiciones no me dexaron duda que sus intenciones eran forzar uno de los flancos para envolver por la espalda nuestra posición: en vista de esto expedí las órdenes convenientes al general de la segunda división conde de Belveder, que en este día formaba la reserva, excepto algunos cuerpos que tenía a la derecha de la primera división, para que con la mitad de sus fuerzas se dirigiese a la izquierda, si observaba que era necesario refuerzo en aquel flanco, y que con el resto atendiese á los puntos mas amenazados del centro y derecha, ínterin que yo reconocía el orden con que realizaban sus ataques los enemigos». (2)
El dispositivo de ataque francés se muestra con toda claridad a los españoles, que varían su despliegue ya que efectivamente dibuja su esfuerzo principal hacia el punto más débil de la posición, el ala izquierda. Es decir, los españoles son conscientes de la inminente batalla, en tanto que los franceses maniobran contra una supuesta fuerza menor de retaguardia. ATAQUE «A las ocho de la mañana la división del centro enemiga empezó su ataque hacia el pueblo». (4)
Inicialmente los franceses, se aproximan en tres columnas, de unos 5.000 infantes y 400 jinetes en su ala derecha, 3.000 infantes en el centro y otros 2.000 con 100 jinetes en su izquierda, pero los dos batallones españoles que guarnecen el pueblo, en el centro, «los rechazaron siempre con su fusilería, sin que jamás llegasen a forzar la entrada en él» (4). Re-
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sulta obvio que la columna central francesa se constituye en reserva del dispositivo de ataque, sin hacerlo decididamente hacia el pueblo y se limita a fijar a sus defensores, para evitar que puedan flaquear a las otras dos columnas, pero sin penetrar él.
Plano Arteche
La simple visión del terreno, unida a la resistencia española en Tamames, que canaliza su avance, ofrece y provoca en el general Marchand su lógica idea de maniobra de ala contra la izquierda española, conducente a un ataque de flanco, contra la misma. «A poco tiempo, una columna de 5.000 infantes sostenidos de 400 caballos y dos piezas de artillería, que venía rodeando por nuestra izquierda, emprendió su ataque á aquel punto con la resolución más decidida». (4) «Esta columna (de infantería francesa), luego que llegó á la altura de la eminencia, se formó en cabeza de coluna á la izquierda, y avanzó rápidamente sobre el flanco del enemigo. Al mismo tiempo se hacía un ataque de izquierda con 3 regimientos, para envolver lo que solo se creía ser una retaguardia». (1) «En esta creencia (Marchand) no dudó un instante de la victoria, y dio principio al ataque por todos los puntos que ocupaba el enemigo, siendo mas obstinado y vivo por el de la ala izquierda, que era la vanguardia del español, comandada por el Mariscal de campo Don Martín de la Carrera, que le sostuvo con la mayor firmeza, á pesar de que le acometieron quatro mil infantes con setecientos caballos». (5)
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«A las nueve de la mañana se presentó Marchand con diez mil infantes, mil doscientos jinetes y catorce piezas de artillería y á poco comienza la lucha. Tres columnas arremeten á nuestra línea, una sobre el centro y dos á la izquierda, punto el más accesible y por tanto el más débil y donde se encontraba (el Regimiento de) Zaragoza que mostrándose digno de sus antecesores rechazó á los regimientos franceses sexto de ligeros y sesenta y nueve de línea». (6) Es decir el primer ataque de la Iª Brigada de infantería Maucune, es rechazado o al menos contenido. Pero... «Reforzados por otros cuerpos vuelven a cargar de nuevo; la división de vanguardia no cede, animada por su jefe Don Martín de la Carrera resiste al grueso de la infantería de Marchand y ya iba éste á ceder cuando la caballería imperial, mandada por el general Maucune, aprovechándose de una maniobra ejecutada por la nuestra con poco tino, la destroza, rebasa la línea por la izquierda, nos toman algunos cañones y carga por retaguardia sobre aquella extremidad». (6) «Pero una columna de estos se tiró con tal presteza é ímpetu sobre la brigada española que apoyaba la vanguardia, que la hizo perder terreno; y dexando al descubierto su artillería, perdió igualmente siete piezas de esta arma, y algunos de los que la manejaban. Este accidente acarreó algún desorden en el resto de la tropa que había empezado á retroceder, y fué necesario todo el valor y espíritu de sus Generales y Oficiales para volverla a poner en orden». (5) «Nuestra segunda brigada en el intermedio, deseando aprovecharse de los movimientos enemigos, y que las 4 piezas de artillería a caballo que la sostenían obraba mas libremente, intentó variar un poco su posición á retaguardia, pero la enemiga luego que lo percibió, al momento precipitó su carga á gran galope consiguiendo por el pronto hacerla retroceder algún terreno y poner en duda unos instantes el éxito de la acción, en los que quedó descubierta parte de la artillería, y fueron acuchillados algunos individuos de esta distinguida arma». (2) «El enemigo al principio ganó alguna ventaja de posición sobre nuestra izquierda, por haberse retirado una pequeña partida de nuestra caballería, destinada a cubrir aquella parte de la línea. Sin embargo, ésta ventaja fue momentánea». (3)
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«... acometiendo á la vez su Caballería a la nuestra, que estaba evolucionando para cambiar la posición que tenía en el llano, y cubrir el flanco de nuestra vanguardia que hacía frente al ataque, y cargados con ventaja en esta aparición no pudieron menos de retroceder, con algún desorden...». (4)
Se dice que la caballería francesa solo sabía hacer una maniobra, cargar directamente hacia el enemigo, pero la sabía hacer mejor y más decididamente que nadie, y esta vez no es ninguna excepción. «... aunque nuestra Caballería excedía a la enemiga en tres o cuatrocientos hombres, era la de ellos muy superior en calidad de gente aguerrida y maniobrera, por el contrario los nuestros que eran los más visoños, y mal armados y montados». (4) Los jinetes españoles no esperan el choque, se desordenan y retiran, «luego contenidos por su Gefe el Príncipe de Anglona y los demás oficiales de su Arma, que los detuvieron, reformaron y bolvieron á su posición». (4) «Marchand dá por suya la victoria; y a gritos le proclaman su soldados. La vanguardia española pierde terreno y comienza a desordenarse, Pero en aquellos momentos un cuerpo de Infantería de la del duque del Parque recobra la serenidad perdida; se rehace instantáneamente de la sorpresa que le había causado la carga de la caballería por retaguardia, se ordena y forma dos cuadros, en uno de los que entró el General Carrera, desmontado y herido de dos balazos y una cuchillada. Aquél cuerpo era el regimiento de Zaragoza que con fuego a quemarropa contuvo a la caballería de Marchand, la rechaza segunda vez y ayuda a los suyos a ordenarse». (6) «El plan de ataque del general francés, aunque poco juicioso, se executó hasta cierto punto con la mayor bravura, y con aquella intrepidez que puede inspirar la confianza del suceso» (3). El ejército francés siempre hizo gala de un gran valor y decisión en la conducción y realización de sus ataques, pero cuando sus columnas de infantería llegaban al momento y distancia críticos, en que debían desplegar en línea, para efectuar una descarga general y atacar a la bayoneta, si sus enemigos conservaban la calma y formación, disparando con eficacia, el citado despliegue fallaba estrepitosamente, porque los soldados eran muy reacios a perder la seguridad del parapeto humano que les proporcionaban los granaderos en cabeza de la columna.
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Entretanto la infantería de la división de vanguardia española, apoyada por la batería de la izquierda, recibirán el ataque conjunto de la fuerza enemiga, que busca la resolución de la batalla, «subía ya á la altura atacando nuestra izquierda la columna referida de Infantería enemiga al paso de carga, y haciendo fuego a metralla con un cañón de a 12 y un obús que llevaba á su frente, con tal ímpetu que hizo al pronto titubear, y perder algún terreno á nuestras tropas de aquél costado, mandadas por el Mariscal de Campo Dn. Martín La Carrera, que con mayor bizarría los contenía y procuraba animar». (4) «La vanguardia al mando de su general el mariscal de campo D. Martín de la Carrera, que ocupaba nuestra izquierda, por ser donde principiaba la altura en que estábamos situados á terminar la llanura por una suave pendiente muy accesible, recibió el decidido y violento choque de los 4.000 infantes y 700 caballos, con una firmeza inexplicable, para dar lugar á que nuestra caballería, que tenía a su izquierda y flanco, colocada en un bosque, saliese como yo había prevenido á atacar repentinamente las columnas enemigas». (2) «pero se vió bien pronto, que el enemigo (español) se mantenía en el pueblo á pesar de este movimiento, y que todo el exército se hallaba en aquella parte. Efectivamente se encontraba en masa á espaldas de la sierra que ocultaba sus movimientos. Entonces hizo frente por todas partes y obtuvo toda la ventaja de una línea concéntrica. La nuestra vino entonces a ser excéntrica con todos sus inconvenientes». (1)
Contenido el ataque francés contra el ala izquierda española. Tanto por la decidida actitud de esta y del resto, como por la aparición de refuerzos procedentes de la reserva del conde de Belveder. Hacen comprender a los atacantes el error de su apreciación inicial. No se trata de una fuerza española de retaguardia que cubre la retirada de su ejército, sino de la totalidad del mismo, que apoyado en una posición naturalmente fuerte presenta batalla campal, actitud española desacostumbrada que ha propiciado la equivocación de los franceses. CONTRAATAQUE Comprobada por los atacantes la fuerza real española, se produce en ellos un momento crítico de vacilación, que coincide con la reacción española. Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 213-254. ISSN: 0482-5748
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«No bien el General en Gefe Duque del Parque, el Mariscal de Campo Dn. Gabriel Mendizábal y yo, que nos hallábamos en observación del ataque que se hacía al mismo tiempo por nuestra derecha y había empezado poco después del referido, notamos la ventaja de los enemigos en la izquierda, corrimos a ella, tomando yo de paso dos Batallones de la reserva mandada por el Mariscal de Campo Conde de Belveder, que me ordenó el Gral. llevar, y reforzando con ellos aquel punto, y haciendo cargar á la bayoneta á los enemigos, restablecimos en un instante la función, recuperamos nuestra batería que se había perdido en el retroceso, les tomamos un cañón de a 12” suyo, e hicimos poner en huída» (4). Que intencionadamente se utilicen tan solo dos batallones para unirse al contraataque, nos permite apreciar que la situación en el flanco izquierdo español no fue tan crítica como algunos han relatado. «... animada por los Generales, que marchaban al frente de ella, acometió al enemigo con tal furor, que llegaron a usar de la bayoneta, fue este derrotado completamente, y precisado a retirarse con la mayor precipitación, abandonando los siete cañones que había tomado, y otro más de a 12». (5) «la vanguardia, conducida por los generales Mendizabal y Carrera, cargó con el mayor espíritu y bizarría, derrotó al enemigo, y recuperó á punta de bayoneta 6 cañones, que habían caído en su poder durante la retirada de la división de nuestra caballería. En esta carga hizo la vanguardia gran carnicería en las filas del enemigo, tomándole un cañón de a 8, con cantidad de municiones». (3) «y con el auxilio de una parte de la división del conde de Belveder y la caballería del príncipe de Anglona a tomar una ofensiva vigorosa, recobra los cañones perdidos y a obligar al enemigo a retirar de su frente». (6) «La firme intrepidez, desplegada por la segunda división, entre cuyas filas pasó la partida de caballería (española) quando se retiró, y el espíritu y prontitud con que avanzó hacia el enemigo, en el momento en que envolvía nuestra izquierda, merecen la más alta aprobación». (3)
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Esta afirmaci贸n del teniente coronel Carrol, muy probablemente un goose (8), o descendiente de alguno, tanto por su apellido como por su mando del regimiento de Hibernia, perteneciente a la segunda divisi贸n, nos introduce la duda sobre el momento en que los dos batallones acudieron en refuerzo de la vanguardia, tambi茅n puede referirse a los otros dos batallones que defendieron el pueblo de Tamames. Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 213-254. ISSN: 0482-5748
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Sorprendida por el contraataque español, la brigada de infantería Maucune se hunde moralmente y perdido el orden, sus soldados corren para salvar la vida. «La derecha (francesa) hizo prodigios de valor, y la caballería ligera se apoderó de 7 cañones, pero no pudiendo ser sostenida a tiempo, tampoco pudo resistir á las diferentes líneas de fuego, y se vió obligada á arrojarse á la pendiente de la sierra descendiendo con velocidad; un batallón del 69, (el. de M. Duteya) sostuvo solo los esfuerzos del enemigo para salvar la artillería tomada y la nuestra, pero al cabo perdió aquella y una pieza más. El 27 marchó inmediatamente para restablecer el combate, pero estaba lejos, y se vió en seguida obligado a retirarse». (1)
Similar suerte corre, con mayor razón, el ataque secundario francés por su ala izquierda, pues la fuerte pendiente se une a la inferioridad numérica de su infantería e imposible apoyo de su también escasa caballería. «El Conde de Sn. Román que mandaba nuestra derecha (española), había a esta sazón rechazado igualmente el ataque que quasi al mismo tiempo le dieron 2.000 hombres de Infantería sostenidos de 100 de Caballería». (4) «Entretanto la izquierda (francesa) que se encontraba en las alturas tenía que vencer obstáculos grandes por las malezas; y sufriendo un fuego terrible sin poder corresponder, viendo que la derecha ciaba, se replegó igualmente y se expuso á un fuego por su flanco, de una multitud de tiradores que salieron del pueblo. Allí perdimos el mayor número de gente. En un instante el 76 tuvo 400 hombres fuera de combate, y el 25 y 39 tuvieron igualmente mucha pérdida» (1). Al ver retirarse batidos a los franceses, los dos batallones españoles: voluntarios de Navarra y el del general, flanquean la columna enemiga en retirada y son causa del mayor número de sus bajas. En esta fase del combate se aprecia la falta de acción de la caballería francesa.
RETIRADA Y PERSECUCIÓN Decidida la retirada francesa, como siempre en las escasas victorias españolas, se produce la imposibilidad de la explotación del éxito y per-
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secución, dada la superioridad de su caballería que cubre eficazmente la maniobra. «Después de un largo y obstinado empeño, los franceses, no pudiendo ganar un palmo de terreno, empezaron a retirarse en todos sus puntos, y á las 3 de la tarde se entregaron a una fuga precipitada y sin orden». (3) «con tal desorden y confusión, que (los franceses) empezaron á arrojar armas y mochilas, y se desvandaron en términos que en un momento se cubrió todo el llano de sus fugitivos, que perseguidos por nuestras tropas, sembraron el campo de cadáveres, y nos dieron el expectáculo más glorioso en la contraposición del terror que manifestaron media hora después de haver emprendido el ataque, con tantos gritos de jactancia, superioridad y desprecio nuestro». (4) «Rechazados también los franceses en el centro y a la derecha cedieron la victoria a los españoles que los persiguieron durante una hora haciéndoles bastantes prisioneros; la noche impidió continuar la persecución». (6) «Solo la Caballería fue la única tropa enemiga de la que vino a los ataques que se retiró en orden, aunque perseguida hasta el bosque por la nuestra, y la reserva que el General Francés había dejado formada en él, que constaría de unos 3.000 hombres, tubo bastante que hacer para sostener á los restantes fugitivos» (4). Esta reserva parece corresponder a la columna central, fracasada en su intento de penetrar en el pueblo. «Desde este momento se determinó la retirada (francesa). Había detrás de nosotros un desfiladero que pasar, y los tiradores enemigos se lanzaban con furor sobre nuestros flancos; pero el 27 y el 59 les impusieron, así como á su numerosa caballería, que manifestó en esta circunstancia quan poca confianza tiene de sus fuerzas». (1) «El total de la caballería (á excepción de aquella partida de 300, agregada a la vanguardia, que viéndose acosada por fuerzas superiores, tuvo la necesidad de retirarse) manifestó la mayor firmeza y resolución
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en mantener el puesto que le estaba señalado, y refrenó la caballería enemiga. No obstante es sensible que nuestra caballería no se hallase en situación de sacar ventaja de la desordenada huída del enemigo por medio de un llano de una legua de largo entre estas alturas y el lugar de Carrascalejo; pues si 500 ó 600 caballos hubiesen cargado á los fugitivos, la victoria hubiera sido más decisiva». (3)
La opinión crítica hacia la prudencia excesiva de la caballería española, que no acosa a los franceses en su retirada, es general y resulta una constante en la mayoría de los combates. Las razones estriban en la ínfima calidad de sus monturas y débil estado por mala alimentación, unido al desconocimiento de la equitación de sus improvisados jinetes, ajenos también al manejo del sable, que nadie les había enseñado. (10)
Plano Omán-Priego
«Nuestras tropas ligeras persiguieron é incomodaron la retaguardia del enemigo; y algunas partidas, entre ellos 200 hombres del regimiento de Barbastro no han vuelto aún, habiendo expresado su determinación de perseguir al enemigo por sus flancos, mientras pudiesen hacerlo auxiliados de los bosques» (3). Es decir con alguna posibilidad de protección contra la caballería francesa, que desaparece al volver a terreno llano y despejado.
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ESTIMACIONES DE PÉRDIDAS «Perseguidos por el espacio de más de 3 leguas nos diera el resultado efectivo de dos mil ciento y tantos hombres muertos y tres mil y tantos heridos, habiendo los primeros sido contados por los comisionados que al día siguiente se nombraron para la operación de quemar los cadáveres, y los segundos identificado por la relación misma que dieron en los hospitales de Salamanca luego que entramos en ella de resultas de esta victoria y constaban en los libros de asiento» (4). «Pasa de 800 el número de franceses muertos que se han hallado ya y quemados, y no dudo que otros muchos se hallaran en los montes expesos» (3). La práctica de quemar los cadáveres obedece a una medida de higiene y a resultar más factible que la excavación de tantas tumbas; no siempre se llevó a cabo en los campos de batalla y muchas veces permanecieron expuestos a las alimañas hasta su dispersión. «(Los franceses perdieron) una bandera del regimiento número 76, dos carros de munición, dos mil fusiles, varias caxas de guerra y otros efectos, después de haber dexado tendidos en el campo mil y trescientos cadáveres: de modo que la pérdida del enemigo en este día no baxó de tres mil y doscientos hombres entre muertos, heridos y prisioneros, no habiendo pasado la de su contrario de seiscientos setenta y dos entre unos y otros, con noventa y dos caballos que perecieron». (5) «Marchand se retiró a la ciudad de Salamanca, llevando de menos mil quinientos setenta hombres, entre muertos, heridos, extraviados y prisioneros, gran cantidad de material, un cañón, varios carros de municiones y la bandera del Regimiento setenta y seis; Zaragoza (Regimiento de) tuvo 95 bajas y 700 todo el ejército español». (6) «La nuestra (pérdida española) ha sido comparativamente muy ligera, pues no excede de 300. Una águila imperial, un cañón de a 8, 3 carros de municiones, 12 tambores, 400 ó 500 fusiles, una inmensa cantidad de cartuchos, carros de provisiones, y mochilas cargadas de botín, cayeron en nuestras manos». (3) «Nuestra pérdida (española) en la batalla no pasó de 200 hombres entre muertos, heridos y extraviados». (4)
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«Nuestra pérdida (española) exacta y total consiste en un xefe herido y 2 contusos, 3 oficiales muertos, 16 heridos, 7 contusos y 1 extraviado; 109 individuos de tropa muertos, 392 heridos, 49 contusos, y 122 extraviados, con 40 caballos muertos y 52 heridos, según por menor se expresa en los estados de las tres armas que acompaño. De modo que nuestra baxa en ellos asciende a 672 hombres y 92 caballos». (2) «Los resultados de la acción han sido, que el enemigo ha dexado en el campo de batalla mas de 1.300 muertos; y sobre el camino de Salamanca un crecido número que no puede prefixarse: sus heridos han pasado de 1.800, según las noticias que he tenido en esta ciudad por sugetos fidedignos que los contaron, por lo que toda su pérdida ascenderá á 3.500 hombres: también les hemos cogido la bandera del regimiento núm. 76, un cañón de a 12, dos carros de municiones, más de 2.000 fusiles, un crecido número de caxas de guerra, mochilas y otros efectos: la clase de ataque que hizo el enemigo, y el vigor con que fué rechazado, no permitió hacer mas prisioneros que algunos heridos en el campo de batalla. Entre los muertos ha habido dos coroneles, un comandante de batallón, otro de escuadrón y muchos oficiales, según las insignias presentadas, y entre los heridos un general de brigada, y varios oficiales de graduación». (2) «El cuerpo de exército (francés) ha tenido en esta desgraciada acción 1.500 hombres fuera de combate; menoscabo excesivo relativamente a su fuerza y a la especie de hombres que ha perdido. Han sufrido principalmente las cabezas de coluna y los oficiales. Entre los heridos se encuentra el coronel Anselme, ligeramente y los xefes de batallón Foussengul, más gravemente, St. Jean y Maurice. El xefe de batallón Berelly fue muerto». (1)
COROLARIO El enterramiento de tres soldados del regimiento de infantería Cangas del Morrazo, que figura el día 30 de septiembre, previo a la batalla, en El Ahigal de los Aceiteros, lugar próximo a Tamames, no llamaría la atención sino fuera por que fueron hallados muertos por enfermedad: en un pajar, una cuneta y un campo, aislados entre sí. También se menciona la atención a un oficial enfermo de viruela. Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 213-254. ISSN: 0482-5748
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Dos días antes de la batalla, figura enterrado en Tamames un soldado del Regimiento de la Unión. Como ya sabemos el día de la acción no figuran enterramientos. En noviembre se entierran en Carrascalejo de Huebra: el día nueve un soldado del Regimiento de Lemos y el doce un zapador de la 1ª compañía. El trece, en Anaia de Huebra otro soldado del Regimiento de la Unión. Por último, el 24 de diciembre, también en Carrascalejo de Huebra, un soldado del Regimiento de Grado. Posiblemente se trataría de heridos convalecientes o enfermos de difícil traslado a hospital. SITUACIÓN POSTERIOR Y EXPLOTACIÓN «La vanguardia de la división del general Ballesteros está a la vista, y solamente se espera su llegada para perseguir y aniquilar el exército derrotado» (3). La moral del ejército español resulta proclive a tal persecución, que se llevará a cabo nada menos que hasta Medina del Campo, en terrenos aptos para la siempre superior caballería francesa y se pagará caro en la batalla de Alba de Tormes. «Incorporadas los días 19 y 24 las divisiones de Don Francisco Ballesteros y el Marqués de Castro–Fuerte, 3ª y 5ª, el ejército del duque del Parque se elevó a veintiséis mil hombres que tuvieron la ocasión de volver a luchar en Castilla aún no transcurrido un mes del día de Tamames». (6) «... se les hechó enseguida (a los franceses) de Salamanca que evacuaron a nuestra aproximación pocos días después». (4) «Las consecuencias que debían resultar de esta acción no eran menos funestas: la evacuación de la provincia de Salamanca parecía una de ellas. Sin embargo el general Marchand, esperando algún refuerzo del general Kellerman, se mantuvo en Salamanca cinco días, y no dexó aquella ciudad hasta que el enemigo pasó el Tormes en Ledesma y amenazaba el camino de Toro. La posición sobre el Duero le pareció demasiado importante para que la dexase tomar de antemano por el enemigo, cuyas fuerzas se hallan, según se dice, aumentadas con una división». (1) Efectivamente se trata de la división Vallesteros.
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«Entretanto parece que el rey da disposiciones de reunir tropas en este punto. Se ha puesto una brigada del mariscal Soult á las órdenes del general Kellerman; una brigada de la división de Dessoles marcha sobre Salamanca, y todas estas tropas y las del general Kellerman, y el sexto cuerpo estarán al mando del mariscal Mortier, que se espera aquí muy en breve». (1)
CONCLUSIÓN Desde el punto de vista táctico, se evidencia que dado el habitual sistema francés, que confía la victoria al ataque decidido, a la superioridad de su caballería y artillería, la única posibilidad de victoria española consistió en esperar el ataque en posición naturalmente fuerte, que neutralizara tal superioridad, de suerte que la batalla se decidiera fundamentalmente en un combate de infantería por ambas partes. Cuando este hecho se produjo, la victoria se inclinó casi siempre del lado español: Bailén, Alcañiz, Tamames, San Marcial... Otra cosa es la capacidad de aprender de resultados evidentes por la experiencia del combate, que parece reiteradamente negada a todos los ejércitos de la época. No es objeto de este reducido trabajo evidenciarlos, pero el esforzado lector puede comprobar como ninguno aprendió de sus errores ni aciertos, a lo largo de tan dilatadas campañas. Desde el punto de vista estratégico, la operación en forma y tiempo oportunos, tuvo todo el éxito encomendado al duque del Parque y fuerzas encargadas de llevarlo a cabo, relacionados con la gran ofensiva por La Mancha hacia Madrid, del teniente general Areizaga. Otra cuestión es la conveniencia de esta operación, dado que el reducido VI Cuerpo de ejército francés nunca hubiera podido repetir la maniobra que en julio llevaron a cabo los IIº - Vº y VIº cuerpos al mando del mariscal Soult, al descender por el Puerto de Baños y situarse por Plasencia en la retaguardia del Ejército combinado hispano-británico. Pero la “dirección de la guerra”, era y es materia reservada para los gobiernos, que deben combinarla con la economía, política interna, internacional y otras materias fundamentales. A los militares solo compete el cumplimiento de la misión encomendada, su esmerada realización y la optimización de los medios puestos a su disposición. Lamentablemente, algunos historiadores no han sabido entenderlo, tal vez porque no se les ha explicado convenientemente, o tal vez por otras cuestiones...
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FUENTES DOCUMENTALES: (1) Delachasse Veriguli. Archivo Histórico Nacional. Colección Estado legajo 12. Gazeta del Gobierno 6-XII-1809. Pág. 537. (2) Parte del duque del Parque al teniente general Cornel, Ministro de la Guerra. Archivo Histórico Nacional. Colección Estado. Legajo 12. Suplemento a la Gazeta del Gobierno. 16-XI-1809. (3) Relato del teniente coronel William Parker Carrol. Coronel del regimiento de Hibernia. Archivo Histórico Nacional. Colección Estado. Legajo 12. Suplemento a la Gazeta del Gobierno. 16-XI-1809. (4) Relato del general D. Andrés Pérez de Herrasti. Archivo Histórico Nacional. Diversos Colecciones. Legajo 152. 14-VIII-1816. (5) P. Maestro Salmerón. Instituto de Historia y Cultura Militar. Colección Documental del Fraile. Rollo 88. Tomo II. Pág. 301. (6) Historial del Regimiento de Infantería Zaragoza. Instituto de Historia y Cultura Militar. Historiales. Rollo 3. Legajo 5. (7) Historial del regimiento de Oviedo. Colección Blake. Archidoc. IHYCM. (8) Anade salvaje, apelativo dedicado por los británicos a los irlandeses que huían de Irlanda, para enrolarse en cualquier ejército que les proporcionase la oportunidad de luchar contra ingleses. También en plural geese. El capitán Carrol llego a La Coruña, desde Gran Bretaña, en julio de 1808, en un convoy de 16 velas, mandado por el teniente coronel Doyle, que traía prisioneros españoles, criollos y vizcaínos. Tres eran los regimientos irlandeses en el ejército español, Irlanda, Hibernia (Irlanda en latín) y Ultonia (Ulster). (9) El general Vallesteros firmó siempre sus escritos con uve. (10) Reiterada afirmación del general Venegas a lo largo de sus memorias. No debe extrañar pues el manejo del sable, para la tropa, se entendía intuitivo en casi todos los ejércitos de la época.
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BATALLA DE TAMAMES. ORDEN DE BATALLA EJÉRCITO ESPAÑOL DE LA IZQUIERDA −− General en jefe teniente general D. Vicente M.ª Diego de Cañas y Portocarrero, duque del Parque y marqués de Castrillo. CUARTEL GENERAL −− 2.º jefe Mariscal de campo D. Gabriel Mª Álvarez de Mendizábal e Iraeta. −− Mayor general de la infantería mariscal de campo D. José M.ª Carbajal. −− Mayor general de la caballería mariscal de campo D. Antonio Retama. −− Coronel del Regimiento de la Reina. −− Mariscal de campo empleado D. Andrés Pérez de Herrasti. −− Comandante general de la artillería brigadier D. José García de Paredes. −− Comandante general de ingenieros brigadier D. Carlos Lemour. División de vanguardia −− Mariscal de campo D. Martín de la Carrera. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Mando
Inf. Lin. Aragón
336
VII-09
0
12
1º Batallón
Inf. Lig. 1º de Barbastro
303
XI-09
1
17
¿?
Inf. Lig. 1º de Cataluña
297
VII-09
3
32
Cor. A. de la Cuadra
Inf. Lig. 2º de Cataluña
256
VII-09
6
17
Cor. J. García Orozco
Inf. Lig. V. Ciudad Rodrigo
¿400?
¿?
3
15
Sg. My. Aº. Palma
Inf. Lig. 1º de Gerona
222
VII-09
2
19
¿?
Inf. Lin. Lemos
230
IV-09
3
41
¿?
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BATALLA DE TAMAMES Inf. Lig. Escolares de León
182
VII-09
1
7
¿?
Inf. Lig. Vol,s. de Monforte
694
VII-09
2
37
¿?
Inf. Lin. Vol,s. de Morrazo
747
VII-09
0
14
¿?
Inf. Lin. Victoria o Muerte
¿725?
¿?
1
6
¿?
Inf. Lin. del Príncipe
¿600?
¿?
1
17
¿?
Inf. Lig. Vol,s de la Victoria
417
VII-09
3
33
¿?
Inf. Lin. Zaragoza
¿700?
¿?
0
11
¿?
Drg,s. 1º de Lusitania
250/250
¿?
¿?
¿?
¿?
Cab. Lz,s. Ciudad Rodrigo
¿50/50?
¿?
0/4
5/2
Cte. A. Reguilon
Artillería
¿100?
¿?
1
13
Tcol. J. Camaño
TOTAL DIVISIÓN
6.509/300
27/4
296/2
2ª División de reserva −− Mariscal de campo D. Ramón Fernando Patiño Castro Osorio conde de Belveder. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Mando
Inf. Lig. Vol,s. Benavente 985
III-10
¿?
¿?
¿?
Inf. Lin. Hibernia
355
VII-09
0
0
Cor. W. Parker C.
Inf. Lin. Lobera
¿500?
¿?
4
5
Tcol. Fco. Hano
Inf. Lin. 1º de Mallorca
354
VII-09
¿?
¿?
¿?
Inf. Lig. Vol,s. de Navarra
776
VII-09
0
10
Tcol. Antonio Cano
Inf. Lin. Inmemorial Rey
952
VII-09
1
¿?
Cor. F. Berenguer
Inf. Mil. Prov. Salamanca
950
III-09
¿?
¿?
¿?
Inf. Lig. Vol,s. de Santiago
500
X-09
3
6
¿?
Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 213-254. ISSN: 0482-5748
250
JUAN JOSÉ SAÑUDO BAYÓN
Inf. Lin. 1º de Sevilla
599
VII-09
0
0
Brg. José Imaz
Inf. Lin. 1º de Toledo
546
VII-09
0
0
Cte. A. Margado
Inf. Lin. Zamora
901
VII-09
1
4
Brg. A. Darcourt
Inf. Lig. Guías del General
¿60?
¿?
0
1
1 compañía
Inf. Lin. Bón. del General
¿937?
¿?
2
15
Cap. Rafael Calvo
Artillería
¿100?
¿?
0
1
Cap. J. Ramírez P.
TOTAL DIVISIÓN
8.515
11
42
1ª División de la derecha −− Mariscal de campo Losada conde de San Román.
Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Mando
Inf. Lin. Aragón
336
VII-09
0
12
2º Batallón
Inf. Lig. 1º de Barcelona
517
VII-09
0
19
Cor. Felix Prat
Inf. Mil. Prov. de Betanzos
551
VII-09
9
55
Cor. Fco. Armero
Inf. Lig. Vol,s. de la Corona
654
VII-09
10
40
Cor. M. Herrero
Inf. Lig. G,s. N,s. de Galicia
¿80?
¿?
¿?
¿?
1 Compañía
Inf. Lin. 4ª Div. Grd,s. Prov
638
VII-09
1
11
Brg. Cond. Priegue
Inf. Lin. 1º de León
504
VII-09
2
9
Cor. Pedro Linares
Inf. Mil. Prov. de Orense
371
VII-09
5
16
Cor. Fdo. Vázquez
Inf. Lin. de la Unión
900
¿?
0
1
Cor. Pablo Morillo
Inf. Lin. Bón. del General
¿500?
¿?
3
10
¿?
Artillería
¿100?
X- 09
0
0
Cor. A. Roselló
TOTAL DIVISIÓN
5.151
28
173
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BATALLA DE TAMAMES
5ª División −− Brigadier marqués de Castrofuerte. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Mando
Mil. Prov. de Valladolid 796
VIII/09
¿?
¿?
¿?
Art. Cía. Ciudad Rodrigo
¿80?
X/09
7/5
24/36
¿?
TOTAL DIVISIÓN
876
7/5
24/36
Caballería −− Mariscal de campo D. Pedro de Alcántara Téllez Girón Alonso y Pimentel, príncipe de Anglona. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Mando
Czd,s. Granada de Llerena
246/179
VII-09
5/2
8
Br. José Pineda
Czd,s. del General
¿200?
¿?
8/4
22/15
¿?
Cab. Línea Borbón
214/200
IV-09
11/11
18/16
Cor. Casquero
Cab. Línea 2º Algarve
200/
XII/08
1/5
3/
Br. C. Tassier
Cab. Línea del Infante
282/230
X/09
0/0
0/0
Br. C. Tassier
Drg,s. de Villaviciosa
424/378
VII-09
0/0
0/0
Cab. Línea Montesa
260/260
III-09
¿?
¿?
1 escuadrón
Drg,s. de Pavía
¿?
¿?
¿?
¿?
¿?
Cab. Línea 2º de la Reina
266/266
VIII-09
5/9
7/8
Tcol. Taberner
Drg,s. de la Reina
¿50/50?
IX-09
0/0
0/0
Cap. C. Pérez
Cab. Línea 1º del Rey
¿100?
VII-09
¿?
¿?
Cor. J. Rivas
Drg,s. de Sagunto
300/300
V-09
9/10
8/3
Sgt. My.J.Yuste
TOTAL DIVISIÓN
2.542/2.363
39/41
66/42
TOTAL EJÉRCITO 23.593/2.663
112/50
601/80
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JUAN JOSÉ SAÑUDO BAYÓN
6º CUERPO DE EJÉRCITO IMPERIAL Mando interino, general de división conde Jean Gabriel Marchand 1ª División Marchand
−− Ala derecha 1ª Brigada barón Antoinette Louis Popon Maucune. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Rgt. Inf. Lin. Nº 69
2.294
XI-08
¿50?
¿250?
Rgt. Inf. Lig. Nº 6
2.046
XI-08
¿10?
¿60?
TOTAL BRIGADA
4.340
¿60?
¿310?
−− Ala izquierda 2ª Brigada barón Pierre Louis Binet de Marcognet. Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Rgt. Inf. Lin. Nº 39
1.600
XII-08
¿40?
¿120?
Rgt. Inf. Lin. Nº 76
1.995
XI-08
¿70?
¿150?
TOTAL BRIGADA
3.595
¿110?
¿270?
M
H
2ª División −− Reserva 1ª Brigada Labasse. Unidad
Fuerza
Fecha
Rgt. Inf. Lin. Nº 27
2.000
V-09
¿20?
¿20?
Rgt. Inf. Lin. Nº 59
1.300
IV-09
¿50?
¿150?
Rgt. Inf. Lig. Nº 25
1.720
XII-08
¿40?
¿70?
TOTAL BRIGADA
5.020
¿110?
¿240?
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BATALLA DE TAMAMES
División de Caballería general de brigada Jean Lorcet Unidad
Fuerza
Fecha
M
H
Rgt. Dragones Nº 25
¿400?
¿?
¿5/5?
¿10/10?
Rgt. Dragones Nº 15
¿400?
I-09
¿5/5?
¿10/10?
2 esc,s.
Rgt. Dragones Nº 20
387
VII-09
¿5/5?
¿10/10?
3º- 4º esc,s.
Rgt. Húsares Nº 1
490
XII-08
¿5/5?
¿10/10?
Rgt. Húsares Nº 3
450
XII-08
¿5/5?
¿10/10?
Rgt. Cazadores Nº 15
450
XII-08
¿5/5?
¿5/5?
TOTAL DIVISIÓN
2.577/2.577
¿30/30?
¿55/55?
¿?
¿8/8?
¿20/20?
¿?
¿2/2?
¿5/5?
−− Artillería 14 – 18 piezas
¿300?
−− Tren de Equipajes 4º Batallón
¿130?
TOTAL 6º CUERPO 15.962 / 2.577 ¿320 / 40? ¿900 / 80? Nota. No existe orden de batalla contemporáneo, el que se ofrece es el resultado de recopilar datos dispersos y de atribuir los más próximos en fecha conocida, que se figura en la casilla correspondiente. Los aventurados se expresan entre signos de interrogación. Tampoco los testigos presenciales coinciden en sus apreciaciones. Las casillas M y H corresponden a muertos y heridos. Comparación de datos según las fuentes. Ejército español Fuente
Infantería
Caballería
Artillería
Bajas
Internet Wikipedia
20.000
1.500
18 piezas
700
““
20.000
1.400
30 “
672
Delachasse
30.000
3.000
30 “
------
Salmerón
---------
-------
-----------
672/92
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JUAN JOSÉ SAÑUDO BAYÓN
Duque del Parque
---------
-------
-----------
702/92
Tcol. Carrol
---------
-------
-----------
Menos de 300
Rgt Zaragoza
---------
-------
-----------
700
Herrasti
---------
3.300
-----------
Menos de 200
Ejército francés Fuente
Infantería
Caballería
Artillería
Bajas
Internet Wikipedia
14.000
2.000
14 piezas
1.400
““
9.000
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1.300
Delachasse
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1.500
Salmerón
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Más de 3.200
Duque del Parque
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3.500
Tcol. Carrol
10.000
1.200
14 piezas
Más de 1.000
Herrasti
12.000
3.000
8“
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Rgt Zaragoza
10.000
1.200
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1.570
Revista de Historia Militar, 113 (2013), pp. 213-254. ISSN: 0482-5748
Difusión: V CICLO DE INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA
V CICLO DE INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA Se desarrollará en el IHCM del 14 de octubre al 28 de noviembre de 2013 Abierto el plazo de inscripción
NUEVAS NORMAS PARA LA PUBLICACIÓN DE ORIGINALES La Revista de Historia Militar es una publicación del Instituto de Historia y Cultura Militar. Su periodicidad es semestral. Puede colaborar en ella todo escritor, militar o civil, español o extranjero, que se interese por los temas históricos relacionados con la institución militar y la profesión de las armas. En sus páginas encontrarán acogida los trabajos que versen sobre el pensamiento militar a lo largo de la historia, deontología y orgánica militar, instituciones, acontecimientos bélicos, personalidades militares destacadas y usos y costumbres del pasado, particularmente si contienen enseñanzas o antecedentes provechosos para el militar de hoy, el estudioso de la historia y jóvenes investigadores. Los trabajos han de realizarse en idioma español, ser inéditos y deberán precisar las fuentes documentales y bibliográficas utilizadas. No se aceptará ningún trabajo que haya sido publicado en otra revista o vaya a serlo. Los originales deberán remitirse en soporte papel y digital a: Instituto de Historia y Cultura Militar. Revista de Historia Militar. Paseo de Moret, núm. 3. 28008-Madrid, pudiendo remitirse con antelación, vía correo electrónico, a la siguiente dirección: rhmet@et.mde.es. El trabajo irá acompañado de una hoja con la dirección postal completa del autor, teléfono, correo electrónico y, en su caso, vinculación institucional, además de un breve currículum. El procesador de textos a emplear será Microsoft Word, el tipo de letra Times New Roman, el tamaño de la fuente 11 y el interlineado sencillo. Los artículos deberán tener una extensión comprendida entre 10.000 y 20.000 palabras, incluidas notas, bibliografía, etc., en páginas numeradas y contando cada página con aproximadamente 35 líneas, dejando unos márgenes simétricos de 3 cm. En su forma el artículo deberá tener una estructura que integre las siguientes partes: −− Título: representativo del contenido. −− Autor: identificado a través de una nota a pie de página donde aparezcan: nombre y apellidos y filiación institucional con la dirección completa de la misma, así como dirección de correo electrónico, si dispone de ella.
−− Resumen en español: breve resumen con las partes esenciales del contenido. −− Palabras clave en español: palabras representativas del contenido del artículo que permitan la rápida localización del mismo en una búsqueda indexada. −− Resumen en inglés. −− Palabras clave en inglés. −− Texto principal con sus notas a pie de página. −− Bibliografía: al final del trabajo, en página aparte y sobre todo la relevante para el desarrollo del texto. Se presentará por orden alfabético de los autores y en la misma forma que las notas pero sin citar páginas. −− Ilustraciones: deben ir numeradas secuencialmente citando el origen de los datos que contienen. Deberán ir colocadas o, al menos, indicadas en el texto. Notas a pie de página. Las notas deberán ajustarse al siguiente esquema: a) Libros: Apellidos en mayúsculas seguidos de coma y nombre en minúscula seguido de dos puntos. Título completo del libro en cursiva seguido de punto. Editorial, lugar y año de edición, tomo o volumen y página de donde procede la cita (indicada con la abreviatura pág., o págs. si son varias). Por ejemplo: PALENCIA, Alonso de: Crónica de Enrique IV. Ed. BAE, Madrid, 1975, vol. I, pp. 67-69. b) Artículos en publicaciones: Apellidos y nombre del autor del modo citado anteriormente. Título entrecomillado seguido de la preposición en, nombre de la publicación en cursiva, número de volumen o tomo, año y página de la que proceda la cita. Por ejemplo: CASTILLO CÁCERES, Fernando: “La Segunda Guerra Mundial en Siria y Líbano”, en Revista de Historia Militar, nº 90, 2001, pág. 231. c) Una vez citado un libro o artículo, puede emplearse en posteriores citas la forma abreviada que incluye solamente los apellidos del autor y nombre seguido de dos puntos, op.cit., número de volumen (si procede) y página o páginas de la cita. Por ejemplo: CASTILLO CÁCERES, Fernando: op.cit., vol. II, pág. 122. d) Cuando la nota siguiente hace referencia al mismo autor y libro puede emplearse ibídem, seguido de tomo o volumen y página (si procede). Por ejemplo: Ibídem, pág. 66.
e) Las fuentes documentales deben ser citadas de la siguiente manera: archivo, organismo o institución donde se encuentra el documento, sección, legajo o manuscrito, título del documento entrecomillado y fecha. Por ejemplo: A. H. N., Estado, leg. 4381. «Carta del Conde de Aranda a Grimaldi» de fecha 12 de diciembre de 1774. Se deberá hacer un uso moderado de las notas y principalmente para contener texto adicional. Normalmente las citas, si son breves se incluirán en el texto y si son de más de dos líneas en una cita a pie de página. Recomendaciones de estilo. −− Evitar la utilización de la letra en negrita en el texto. −− Utilizar letra cursiva para indicar que se hace referencia a una marca comercial, por ejemplo fusil CETME, o el nombre de un buque o aeronave fragata, Cristóbal Colón. También para las palabras escritas en cualquier idioma distinto al castellano y para los títulos de libros y publicaciones periódicas. −− Se recomienda que los cargos y títulos vayan siempre en minúscula, por ejemplo rey, marqués, ministro, etc. y los organismos e instituciones en mayúscula inicial: Monarquía, Ministerio, Región Militar, etc. −− De la misma manera, se escriben con mayúscula todas las palabras significativas que componen la denominación completa de entidades, instituciones, etc. −− Los términos «fuerzas armadas» y «ejército» se escribirán con minúscula cuando se haga referencia genérica a ellos. Si se habla de «Ejército» o «Fuerzas Armadas» como institución debe emplearse la mayúscula inicial. Otro tanto viene a ocurrir con las Armas y Cuerpos de los Ejércitos y con las Unidades Militares; por ejemplo tropas de infantería y Arma de Infantería, artillería de campaña y Cuerpo de Artillería, un regimiento y el Regimiento Alcántara. −− Las siglas y acrónimos más conocidos se escriben sin intercalar puntos y conviene relacionarlos entre paréntesis inmediatamente después de utilizarlos por primera vez, Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN). −− Se utilizarán siglas para referirse a archivos y publicaciones periódicas que vayan a aparecer con frecuencia en el texto, Archivo General Militar (AGM).
Evaluación de originales. Para su publicación los trabajos serán evaluados por, al menos, cuatro miembros del consejo de redacción, disponiéndose a su vez de un proceso de evaluación externa a cargo de expertos ajenos a la entidad editora, de acuerdo con los criterios de adecuación a la línea editorial y originalidad científica.
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AÑO LVII Núm. 113
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SUBDIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES Y PATRIMONIO CULTURAL
2013