El trabajo
soñado
La lucha y sacrificios de las mujeres trans por insertarse en el mercado laboral
texto Gianna C. García fotos C.D.
E
n el Perú, ser una mujer trans y tener un trabajo «normal» (esos con horario de oficina) es una proeza y lo es por muchas razones: por tener que afrontar miradas y cuchicheos diariamente, por tener que demostrar que sí podemos ser competentes, e incluso es una proeza el estar regias todos los días a las ocho de la mañana, con pestañas y maquillaje en su punto, porque sí, algunas somos algo vanidosas. Debido a la falta de garantías para poder estudiar libres de discriminación y burlas en el colegio, en los institutos y universidades, hay pocas chicas trans con títulos de carreras técnicas o universitarias, lo que conlleva a que el mercado laboral no cuente con muchas de nosotras. Debido a la falta de oportunidades, algunas terminan realizando el trabajo sexual, aunque algunos se refieren a él como comercio sexual, ya que un trabajo significaría tener vacaciones, horarios, beneficios, etc. Soy Gianna, periodista y activista trans, y mi historia como parte de la población económicamente activa empezó cuando me faltaba un año para acabar la universidad y por supuesto, en ese entonces no tenía los objetivos que tengo hoy.
Una adolescente soñadora Siempre tuve las cosas claras, yo quería romper el molde que la sociedad imponía a los jóvenes que habíamos nacido en la parte de la ciudad donde la pobreza y la delincuencia convivían armoniosamente, en el papel tenía todas las de perder. Pero yo soñaba con una vida cómoda donde
mi mamá no tenga que levantarse a las cuatro de la mañana para preparar sánguches y desayunos que luego vendía. En mi adolescencia ya sabía lo que era tener varios amigos gay, ya disfrutaba del vóley de barrio y ya iba conociendo a las primeras mujeres trans, sin embargo, una intromisión de mis padres hizo que me alejara de ese ambiente al que ya le estaba agarrando el gusto y quizás ese alejamiento forzado marcó mi futuro como profesional. Mis amigos gay decían que, por ser demasiado amanerada, yo sería travesti, que me ganaría la vida dando caricias y ofrecería sexo en las calles de Lima, y no lo decían con desdén, lo decían como una opción válida para nosotras. Pero había un pequeño detalle: en mis sueños yo no ganaba dinero con mi cuerpo, lo ganaba creando contenidos noticiosos.
La cachimba de periodismo Cuando ya estuve en carrera universitaria iba entendiendo la importancia de los derechos humanos, entre ellos, uno que «dignifica a la persona», el trabajo. Y es cierto, una persona lleva una vida digna cuando tiene trabajo porque se siente útil, es capaz de desarrollarse, tiene posibilidades de ayudar a su familia a salir adelante, todo esto sube la autoestima de una persona. Por el contrario, el no tener trabajo hace que una persona experimente frustración, pesimismo, marginación, entre otras sensaciones negativas. 69