01 Crónicas y Leyendas DESDE ESTA NOBLE, LEAL Y MEFÍTICA CIUDAD DE MÉXICO

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CONTENIDO NÚMERO 01 Marzo 2021

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Editorial 6

El mercado de

La Merced

a 63 años de su inauguración Maricela Ochoa

14 ¡Bueno y con vida! María Alvarado

Jermán Argueta DIRECTOR

Editada por

DISEÑO

Juana Araceli Ordaz Ortiz “El Ánima” FOTOGRAFÍA DE PORTADA

Jermán Argueta

17 Temascalcingo

MEMORIA, TIEMPO Y NIÑEZ La luciérnaga se asoma de vez en vez Amanda Argueta foja 3


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La corona de la Virgen frente a mis ojos ¡Joyas en la portada del templo de JESÚS NAZARENO! Jermán Argueta

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CRONISTAS INVITADOS DE OTROS TIEMPOS

ESTAMPAS ACUÁTICAS de la Ciudad de México

La ciudad lacustre en la mirada de varios autores

PUBLICACIÓN VIRTUAL DE

CRÓNICAS Y LEYENDAS MEXICANAS QUEDA PROHIBIDO EL PLAGIO, pues aquél que lo haga estará condenado a vivir eternamente en el fuego del estigma. El contenido y redacción de cada artículo son responsabilidad de su autor.

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cronicas_leyendas@hotmail.com jermanarguetahotmail.com Tel. 55 55422899 en la Ciudad de México www.cronicasyleyendasmexicanas.com.mx

El Hijo del Santo José Argueta García In memoriam

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FACEBOOK: Crónicas y Leyendas Mexicanas TWITTER: leyendasmexico INSTAGRAM: leyendas_mexicanas YOUTUBE: Jermán Argueta REVISTA NO APTA PARA LA CLASE POLÍTICA, PUEDE CAMBIAR POSITIVAMENTE SU MANERA DE PENSAR.


Editorial

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or fin! El principio nace con una finalidad. Y aquí tienen nuestra revista digital Crónicas y Leyendas desde esta Noble, Leal y Mefítica Ciudad de México, que debió haber salido a principios del mes de enero de este año 2021, pero estos avatares de la pandemia nos llevaron a otros proyectos y fuimos postergando el nacimiento de nuestra revista digital. La publicación que tienen frente a sus ojos hoy se suma a nuestra revista impresa, Crónicas y Leyendas Mexicanas. Pero bien, ya estamos aquí para compartir con ustedes crónicas, sucesos, leyendas y ensayos sobre nuestro patrimonio histórico, simbólico y de lo imaginario. Y pues ahora a trabajar para que, periódicamente, ustedes tengan nuestra revista de manera gratuita en el ciberespacio. No desmayamos, aquí estamos porque sabemos que la cultura es la segunda trinchera, después del equipo médico, para sanar el espíritu y crear un mejor sistema inmunológico con la alegría que entra en el cuerpo a través de todas las manifestaciones culturales. Dicho está, somos sanadores con nuestro trabajo en la cultura. Pues ahora lo que queda es que ustedes hagan crecer nuestro grupo de lectores y videntes de esta revista digital Crónicas y Leyendas desde esta Noble, Leal y Mefítica Ciudad de México. Compartan cultura, compártanla con amor para los suyos y los otros en nosotros. Abrazos y bienvenidos.

Jermán Argueta Director

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l mercado de La Merced. ¿Qué tan grande y qué tan viejo es este sitio? Los primeros dos adjetivos que le endilgo pueden ser un tanto imprecisos. Los achaco a mi ignorancia en el tema. Desde niña he visitado ese lugar unas diez veces. Esta es una oportunidad de conocer más acerca de su historia. Comencemos por decir que es el sitio que inspiró a Pérez Prado para escribir ¡El mambo la Merced, la Merced, la Merced, El mambo la Merced, del mercado la Merced!... Fue inaugurado el 23 de septiembre de 1957 por el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines y el jefe del Departamento del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu. Se ubica en la colonia Merced Balbuena de la alcaldía Venustiano Carranza. Sus diferentes naves están delimitadas al norte por la avenida General Anaya, al

oriente la calle San Ciprián, al sur la calle Adolfo Gurrión y al poniente la avenida Anillo de Circunvalación. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto guanajuatense Enrique del Moral, a quien llamaban “El gringo del Moral”. Óscar Zúñiga Torres señala que en el portafolio de Del Moral también está el plan maestro de Ciudad Universitaria, la Torre de Rectoría (que trabajó en conjunto con foja 7


Mario Pani), la Procuraduría General de Justicia y la Tesorería del D. F., su casa en Tacubaya (que está frente a la de Luis Barragán), la Secretaría de Salud, el Club de Yates y el aeropuerto de Acapulco, Guerrero.

¿Qué tanto es tantito?

El autor refiere que el mercado de La Merced fue uno de los más importantes proyectos gubernamentales desarrollados en la segunda mitad del siglo XX y se convirtió en un ícono de la arquitectura mexicana. De acuerdo con esta fuente, la superficie total construida es de 80 mil metros cuadrados (ocho hectáreas) que albergan cinco mil locales comerciales. Tan sólo la nave mayor ocupa 39 mil metros cuadrados. Algunos autores han establecido que la obra costó alrededor de $60 millones de antiguos pesos. En opinión de Zúñiga Torres, el conjunto presentó innovaciones en el planteamiento y aprovechamiento del espacio, como incluir ocho guarderías, áreas de asistencia local, 150 baños para cada sexo y un auditorio para 800 personas, lo que en su momento posicionó a este mercado como el más grande, moderno y completo de América Latina. Dame, dame, dame, dame, dame la cebolla dame, dame, dame, dame, dame la carne el tomate, la lechuga, el picante. ¡Mambo!

Inauguración del mercado de la Merced. Foto: Archivo General de la Nación. Sobre hmcr 11587.

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Las instalaciones actuales del mercado minorista constan de varios espacios: 1 NAVE MAYOR: frutas y legumbres. Número oficial 101; construida en 1957. 2 NAVE MENOR: carnes, aves con anexo de comida. Número oficial 102; construida en 1957. 3 MERCADO MERCED MIXCALCO: venta de ropa. Número oficial 108; construido en 1958. 4 MERCADO MERCED AMPUDIA: venta de dulces. Número oficial 52; construido en 1949. 5 MERCADO MERCED COMIDAS: expendios de comida preparada. Número oficial 104; construido en 1957. 6 MERCADO MERCED FLORES: venta de flores. Número oficial 105; construido en 1957. 7 MERCADO MERCED DESNIVEL: artículos para el hogar y jarciería. Número oficial 103; construido en 1957. *Fuente: www.dgacd.df.gob.mx/historia/mercados/merced.html

¡Ah! Esta precisión da mejor idea de las dimensiones y la edad del mercado que visitamos.

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El mambo la Merced, del mercado la Merced...

El incend

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9. io del 201

Las instalaciones no se han salvado de incidentes. En las últimas tres décadas, el lugar ha sufrido varios incendios. Los percances listados por el diario El Economista [* 2] han sido los siguientes: En 1988 se dijo que hubo una explosión en un puesto de cohetes. En 1998 otro incendio destruyó dos terceras partes de la sala principal del mercado, 572 puestos se vieron afectados; esa vez se dijo que el origen había sido un desperfecto en la instalación eléctrica. En 2013 otro incendio destruyó al menos 70% de la nave mayor del mercado y afectó 2,000 locales. Posteriormente se dictaminó que el fuego se debió a un sobrecalentamiento originado por conexiones eléctricas irregulares. En enero del 2014 se registró otro incendio. Alrededor de 400 puestos fueron destruidos. El más reciente se registró la Nochebuena de 2019; en esa ocasión, el fuego tardó cuatro horas en ser sofocado.


Mi visión de los mercados Dame, dame, dame, dame, dame la carne dame, dame, dame, dame, dame la cebolla el tomate, la naranja, picante. Además de ser un lugar de abastecimiento, para mí los mercados representan pequeños refugios para momentos nostálgicos, como me sucede con el Mercado de Medellín cuando extraño Colombia: Ahí encuentro arequipes marca alpina, chocolatinas Jet, lulo o curada para hacer un juguito que combata el “Síndrome del Jamaicón”. Ese sábado, al ir caminando por los pasillos de La Merced encontré un oasis yucateco: un puesto donde vendían miel fabricada en la península. No me resistí. Hice un alto para comprar un litro de miel natural de abeja “Saramiel”. ¿Y si pierdo a mis compañeros?, pensé. —Pues me regreso y me voy al Metro, ¿qué chingaos?

Vistazo al pasado

La revista México Desconocido [* 3] relata que en la década de 1860, se decidió ubicar al mercado bajo un mismo techo y se construyeron edificios en los terrenos del antiguo monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos. En 1863 se construyeron los primeros edificios permanentes. Claudia Verónica Soto Abdala y Lía Zamorano González [* 4] afirman que la versión previa del mercado de La Merced, que fue construido en 1890, tenía 83 m de longitud por 11.40 m de anchura. Su techo era de fierro galvanizado y acanalado, tenía piso embaldosado, amplitud y luz suficiente. Contaba con dos pequeñas tiendas de carne y 72 cuartos interiores y exteriores; al centro tenía una fuente de agua. Las autoras señalan que para 1900, ya era significativa la importancia de la Merced: según informe de la Tesorería Municipal, en ese año, de los 14 mercados existentes, fue el que produjo mayores ingresos y representó 39% del total. Desde entonces, este mercado vio aumentar año con año el número de bodegas y puestos con comerciantes de diferentes partes del país y apuntaló su carácter hegemónico en la distribución de alimentos, a pesar de los cambios económicos y sociales que se presentaron en la zona. A principios del siglo XX, la Merced fue el principal mercado al mayoreo y menudeo de la Ciudad de México, especialmente de productos alimenticios. Soto y Zamorano indican que “entre 1920 y 1940, La Merced se constituyó como un conjunto de puestos fijos y semifijos que rodearon 53 manzanas en el centro de la ciudad. foja 11


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Se invadieron calles, se ocuparon edificios señoriales transformándolos en bodegas, viviendas y hacinamientos. A partir de 1930, aumentó el número de bodegas, puestos, fondas, entre otros establecimientos de comerciantes provenientes de diferentes estados de la República, entonces surgieron las primeras asociaciones gremiales de defensa sectorial, como la Sociedad Mutualista de Comerciantes en frutas y legumbres, hoy conocida como la “Unión de Comerciantes en Frutas y Legumbres”.

Divague final

El sitio que dio nombre al mercado de La Merced permanece en mi lista de lugares que quiero conocer. Sé que es complicado el acceso a lo que queda del claustro del monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos, establecido en 1594. Pero no pierdo la esperanza de poder conocerlo algún día…

FUENTES DE DONDE ABREVÓ LA AUTORA * 1: ZÚÑIGA TORRES, Óscar. Tesis Mercado de la Merced Programa de maestría y doctorado en arquitectura Rehabilitación del patrimonio arquitectónico. Arquitectura de la Revolución Mexicana, UNAM, noviembre de 2018 https://www.researchgate.net/.../333250336_EL_MERCADO_DE..., consultada a través de Internet el 30 de octubre de 2020 a las 21 h. * 2: Diario El Economista, 25 de diciembre 2019 https://www.eleconomista.com.mx/.../Los-origenes..., consultado vía Internet el 21 de octubre de 2020 a las 16:20 h. * 3: Revista México Desconocido, 17 de septiembre de 2019 https://www.mexicodesconocido.com.mx/historia-del-mercado..., consultada a través de Internet el 21 de octubre de 2020 a las 17 h. * 4: SOTO ABDALA, Claudia Verónica y ZAMORANO GONZÁLEZ, Lía Tesis de licenciatura Remodelación y rehabilitación del mercado Miguel Hidalgo Departamento de Arquitectura y Diseño. Escuela de Ciencias Socuales, Artes y Humanidades, Universidad de Las Américas Puebla, 15 de mayo de 2007 http://catarina.udlap.mx/.../lar/soto_a_cv/capitulo3.pdf, consultada a través de Internet el 21 de octubre de 2020 a las 16:30 h.

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l abuelo Marcelino tendido en una cama, enfermo, ¿de gravedad? No, de edad. El tiempo no perdona a aquellos que alguna vez fueron fuertes y hermosos, Cronos los desgrana como secas mazorcas. El abuelo Marcelino realizó algo fantástico, logró reunir a toda la familia. Sus nueve hijos lo rodeaban, junto con un manojo de nietos —niños y jóvenes— que llenábamos la casa de juegos, risas y alegría mientras los adultos, entre la preocupación y los cuidados, disfrutaban de la gracia del tío Daniel, el humor etílico del tío Arturo y la gruesa voz de don Rubén. La tía Sor Corazón de Jesús, que era monja y en realidad se llamaba Guadalupe, y que todos conocíamos como la hermana Corazón, prodigaba al abuelo devotos cuidados al igual que mi madre, las dos únicas mujeres, entretejidas en esa maraña de 9 hijos foja 14

que, a decir de mi abuela, su marido nunca supo de dónde salían, al parecer el hombre o era muy inocente o no era muy listo. Aquello se sentía como una fiesta, sí, una verdadera (aunque extraña) celebración, el festejo pre-mortem de mi abuelo, mas nadie podía sentirse culpable de disfrutar la grata compañía de la familia. Los más pequeños corríamos por toda la casa, esa enorme casa llena de pasillos y puertas siempre abiertas que se conectaban creando imaginarios laberintos donde, al pasar, encontrabas siempre la sonrisa de un adulto que te permitía ser, o te contaba una historia fantástica que te elevaba al cielo, o una ruda voz que te gritaba amorosamente: ¡Lárguese de aquí! Una semana y media de agonía, terribles sustos de media noche... Con los ronquidos de la tía monja, y pánico traumante cuando a las cuatro de


la mañana se levantaba y la mirábamos sin hábito, ni cabello, rezando el rosario de rodillas en medio de los colchones de la párvula sobrinada, pues como nadie podía dormir con ella cerca, nos la colgaron como el rosario que cargaba en la cintura de su sagrado atuendo. Los días pasaban y el abuelo poco a poco se desintegraba. El médico hacía ronda por la tarde y le preguntaba: ¿Cómo se siente señor Marcelino? Y él contestaba: ¡Bueno y con vida! Poco antes de partir, ante la pregunta aún respondió balbuceante esa frase que se quedó prendida en mi mente:

El tiempo no perdona a aquellos que alguna vez fueron fuertes y hermosos, Cronos los desgrana como secas mazorcas.

Aquello se sentía como una fiesta, sí, una verdadera celebración, el festejo pre-mortem de mi abuelo... foja 15


En la casa del tío José

La familia De la Rosa menos un pétalo

Festejando al abuelo y a sus cuates.

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Terminó todo, murió el abuelo que nos congregaba en esa casa llena de puertas y pasillos, y desde entonces no se ha vuelto a reunir así la familia. Cada día van quedando menos hilos en esa madeja que fuera la honesta, culta, religiosa y casi bien portada familia de la Rosa Quezada, que cada día se va haciendo más pequeña. Luego recuerdo la voz de mi abuelo rodeado de sus nueve hijos y su manojo de nietos en esa casa de muchas puertas y pasillos.


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frío de noviembre me recordó que vas a venir a verme, como desde hace varios años. Años que se evaporan en el camino balsámico a copal, a flor de cempasúchil, a memoria que habita en lo efímero, como el tiempo que me ha llevado a rememorar a mis muertos. Temascalcingo de trazo colorido, con tu nombre de origen náhuatl que significa “lugar del pequeño temazcal”. José María Velasco Gómez nació en este hermoso poblado. Sí, el hombre que se dio cuenta de la necesidad de conocer aquello que dibujaba y pintaba y que se relacionó con el impresionismo francés. Fue profesor en la Academia de San Carlos y tuvo como estudiantes a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, pintor que recreó la realidad con la vista en una armoniosa danza de colores. Temascalcingo de mis ancestros, pueblo de travesía y de tantos gozos en las andanzas familiares. Reunidos en casa, resguardados en el sueño, escuchábamos el ring ring del teléfono a las cinco de la mañana para salir de prisa a la estación. El ferrocarril ya estaba listo para “zarpar” completamente lleno, las gallinas cacareando, los guajolotes cloqueando, abriendo paso a un mar de gente, todos apretujados en la clase económica. Los trayectos en clase económica son un poco pesados, sobre todo si ya no hay asientos. Pero ahí nos acomodábamos, con maletas de sueños, costales de ropa y mercancías pasajeras para un buen porvenir. Un día, al llegar al destino anhelado, esperamos que el tren se detuviera, pero nada, el chofer nos estaba jugando una broma (bueno, hasta la fecha seguimos pensando eso) siguió andando ¡y tuvimos que dar el brinco! Mi papá me tomó en brazos y saltó. Mis tíos, mis primos… todos igual se aventaron; pero estábamos preocupados por mi tía Vicky, quien saltó al último (y cómo no preocuparnos si ella traía la radiograbadora en la que íbamos a escuchar las canciones de Juan Gabriel). Afortunadamente mi papá se la quitó antes de que echara el brinco. No sé si todavía alcanzó a decir mi padre “de tin Marín de do pin güe”, y pues decidió salvar la integridad de la grabadora. Una aventura recorrer las calles empedradas de “Temas”, llegar a la peluquería de mi abuelito Filomeno, quien nos recibía con tanta alegría. Nos daba la bienllegada con una rica comida (¡llegábamos hambrientos!), compraba siempre una caja de refrescos y a sus nietos nos daba unos centavos para comprar alguna golosina que nos endulzara el paladar y el corazón. foja 18


Los asientos de la barbería eran geniales, nos servían para dar vueltas y terminar con una sonrisa mareada. Así corría la Semana Santa. El Sábado de Gloria era tan esperado, se desplazaban las camionetas y los camiones con tambos de agua y mojaban a toda la gente a su paso para purificar su alma y lavar sus pecados. Mi abuela ahora es viento, es ese andar que canta y baila en el tiempo. Era contadora de historias, escucharla era un deleite. “¿Y qué crees?”, nos decía, para dar paso a sus relatos que no faltaban en las reuniones. Como lo ocurrido aquel día de su infancia en que se robó un vestido. Estaba lavando en el pozo junto con una señora que tenía unos vestidos bien bonitos... ¡Pues que le gusta uno y que se lo lleva! Casi voló por el callejoncito, se imaginaba el siguiente domingo vestida con él, pero no pasó más de una hora y que llega la señora a casa de mi abuelita. Le dijo: “Niña, ¿tú te trajiste mi vestido?” —“¡No, yo no!”, le contestó mi abuelita. —Nada más estábamos tú y yo lavando. Me lo das ¿o qué pasa? ¡Si no me lo das, te demando! Le dijo la vecina. “¿Y qué hacía? Pues que se lo devuelvo. Estaba bien bonito el vestido, con unas floresotas”, nos contaba mi abuelita con nostalgia. Y luego nos cantaba: “¡No volveré, te lo juro, por Dios que me mira, te lo digo llorando de rabia, no volveré… Ajúaaa!” Ja, ja, ja, ja, se escuchaba la carcajada traviesa de mi abuela. Claro que no podía faltar el aplauso: ¡Bravo, bravo! “Que Dios me los bendiga”, decía la Güera Vicky para quedarse en Aguacatitlán, Temascalcingo, entre aquellos cerros esmeralda tarareando: “Amor chiquito, acabado de nacer, tú eres mi encanto, eres todo mi querer, ven a mis brazos, te amaré con ilusión, porque te quiero y te doy mi corazón. Sufro por ti, muero por ti, quiero que me hagas feliz como yo a ti…” Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles. Mi abuela, desde siempre, sigue tejiendo con sus manos bellas mis sueños y mi sonrisa. foja 19


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El azar luego se nos presenta como algo que define la aventura como destino y alumbramiento. El alumbramiento es la luz exterior que penetra en el interior de nosotros. Yo soy mi destino de vez en vez como antropólogo, fotógrafo y escritor. El destino para mí ya no es tan fortuito. Así tomé estas fotos y... foja 21


ENTRE LA RUTINA QUE NO ATRAPA LA RETINA Sí, es demasiado común que miles y miles y miles de personas hayan pasado frente a la entrada lateral de la iglesia de La Purísima Concepción, mejor conocida, como la de Jesús El Nazareno, que pertenece al Hospital de Jesús, y nunca hayan visto que la escultura de la Virgen, flanqueada por la Fe y quizá por la Esperanza, tenga una corona de plata muy bella y ostentosa. Quizá nadie repara en ella porque ha perdido su brillo y las piedras que acompañan el trabajo de orfebrería no se ven porque la Virgen Inmaculada está muy alta, arropada en su nicho. Y mírenme ustedes que por enésima vez le tomo fotos a la portada lateral de la iglesia llamada de Jesús porque le gente así es, porque así es ya que ante tantos milagros de esa imagen en escultura, que según dicen la rifó una indígena cacica y se la ganó la iglesia del Hospital de Jesús, pues que ya dejaron de llamar al hospital como lo llamaban con el nombre del Marqués. Porque Hernán Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca fue su fundador por el año de 1522, aunque algunos dicen que en 1524, tres años después de la derrota del imperio mexica por el mismo Cortés y sus huestes de españoles. Pero la iglesia de la Purísima Concepción legó su nombre porque a la escultura rifada por Petronila, indígena cacica, se le empezaron a atribuir muchos milagros y esto permitió una mayor bonanza para la iglesia, porque luego no alcanzaban las rentas que había dejado Cortés para el mantenimiento del hospital. De este hospital hay que decir que es el primero que se fundó en el continente americano y el tercero que abrió sus puertas en todo el mundo occidental de aquel tiempo. Pues nada, que por los muchos gastos y la mala administración de los herederos del patronato, luego hacía falta dinero para el mantenimiento del hospital. Y hay que decir que quienes administraban los bienes como mandones mayores fueron, después de la muerte de Cortés, sus herederos, herederos de marquesado del Valle de Oaxaca hasta el año de 1932, sí en el siglo pasado.

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PERO ¿Y LA CORONA DE PIEDRAS PRECIOSAS DE LA VIRGEN DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN? Pues ya decíamos que luego hacía falta plata para el mantenimiento del hospital, hasta que en el siglo XVII un heredero administró mejor los bienes y rentas que había dejado Cortés, pero esto ya fue posterior a los cuarenta de ese siglo del mil seiscientos. Sí, porque aunque en el año de 1601 se destinaron varios miles de pesos para hacer la nueva iglesia, pues se juntaron desidia y corrupción, y el maestro arquitecto dijo que ahorita regresaba pero ya no regresó. Desapareció dejando la nueva iglesia apenas y avanzada, aunque ya con bóveda. Y así servía para tener a presos que mandarían a las Islas Marías o Filipinas. También lo utilizaban luego para que se quedaran refugiados o para que pernoctaran los indígenas que vendían en el mercado del Baratillo de la Plaza Mayor. Pero los vientos cambian y la construcción de la iglesia se retomó por 1650, siendo el año de 1665 cuando se termina, dedica e inaugura. Y la iglesia capilla, pequeñita, llamada de la Santa Escuela, sigue ahí. Sigue junto a la entrada poniente de la iglesia grande. Bien vale agregar que la portada poniente de la bella y nueva iglesia de la Concepción, de la Purísima, es nada más y nada menos que la portada de la Catedral vieja de la Plaza Mayor que se montó piedra por piedra en 1691. ¿Y la corona de la Virgen de la Limpia o Purísima Concepción? Pues que ya don Carlos de Sigüenza y Góngora, contemporáneo y amigo de Sor Juana Inés de la Cruz, describe que la iglesia era muy bella, de buena fábrica y muy lujosa. Y es aquí donde podemos decir que era tanto el lujo de la iglesia del Hospital de Jesús que le hicieron una corona a la Virgen Inmaculada, pieza de orfebrería que todos en ese siglo XVII y gran parte del XVIII, bien pudieron mirar con sus piedras preciosas. Sí, vean en mis fotos que dan inicio a este artículo, al trabajarlas y darles luz y “limpiar” la imagen SALIERON A RELUCIR el verde de las esmeraldas, el azul de los zafiros, el rojo de los rubíes, la transparencia de los brillantes. En las imágenes: el conjunto de Jesús Nazareno (República de El Salvador y Pino Suárez). Fotografías: Jermán Argueta.

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¡Ufff!, y sí, pues aquí tienen este hallazgo que ahora pueden ver con mi trabajo como fotógrafo y con una cámara que me permite estos acercamientos y con aplicaciones para brindarles lo que ahora miran con sus propios ojos. Un día, es promesa, les invitaré para visitar esta joya de nuestro querido y sufrido Centro Histórico. Y veremos también el interior precioso y virreinal de la gran obra pía de Hernán Cortés, el Hospital de Jesús, con el que quiso expiar sus culpas por tantos pecados cometidos en vida. Disfrutaremos los patios, corredores, jardines, murales, busto de Cortés, escaleras señoriales, hierro forjado de sus barandales, el remanso de otros tiempos virreinales en este tiempo de la modernidad que se reinventa. Pasaremos al interior de la iglesia para mirar nichos y mausoleos en sus muros. Además, esa obra del Apocalipsis que hizo José Clemente Orozco en el coro de este templo. Toda un joya que deslumbra y maravilla a nuestros ojos. Los asombros de vez en vez viajan a los tiempos de nuestro patrimonio arquitectónico, histórico y cultural. Y sí, hay quien hace destino como vocación al navegar en los mares del asfalto y en el oleaje que corona nuestra mirada en la levedad de la memoria.

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y niñas! ¡Padres de familia! ¡Aquí venimos a traerles las maravillosas y coleccionables estampas a colores de los personajes de la historia, la lucha libre y la televisión!”. Echaba el verbo, pero nada más de acordarme, la lengua se me traba y el cerebro me suena como si trajera las tuercas sueltas. Parecía un trabajo fácil, pero tenía su chiste andar por las calles vestidos de luchadores enmascarados. Había que saber gritar y convocar: “¡Niños y niñas! ¡Padres de familia! ¡Maestras y maestros! ¡Aquí venimos a traerles las maravillosas y coleccionables estampas a colores de los personajes de la Historia, la lucha libre y la televisión! Traemos a sus artistas favoritos: Chabelo, El Tinieblas, Thalía, El Vampiro Canadiense, Lucerito. Y los héroes patrios en bonitas estampas: Hidalgo, Morelos, doña Josefa Ortiz de Domínguez… Todos en maravillosos cromos que ayudarán a sus hijos y alumnos en las tareas escolares”. “¡Niños, que sus maestros no los reprueben por burros!”. Así nos presentábamos a la salida de las escuelas, siempre vestidos de El Hijo del Santo (mi compadre Sabás), Octagón (tomaba vida en la figura de don Ceferino) y El Rayo de Jalisco (o sea, yo). Y así pasábamos una semana en una escuela y la siguiente, en otra. Al vernos, los escuincles se nos iban en bola para rodearnos y picarnos las costillas, a ver si éramos de verdad. “El Hijo del Santo está muy chaparro y barrigón. ¡Qué se me hace que eres puro ojo!”, decía algún cábula, sólo para llegar a chotear la mercancía. “¡Largo chamaco, no estorbes!”, lo cuchileábamos. Don Ceferino tampoco le daba parecido a Octagón: más flaco que un churro, las mallas se le escurrían sobre sus piernas flacas, como si fueran unos calzonzotes, percudidos por cierto, porque nunca les daba su lavadita. Y ahí estaban los chamacos: “¿A poco son los de a de veras? Pues no se parecen a los de la televisión. ¡Para mí que son puro ojo de perro!”. Al compadre Sabás le picaban las nachas con alfileres; a don Ceferino lo bolseaban y luego le daban gane con las tortas, y a mí, no faltaba el escuincle que me echara refresco o el jugo del coctel de fruta en los calzones de luchador o que me pegara un chicle en mi capa de terciopelo y lentejuela. Porque eso sí, yo iba bien vestido para dar el gatazo de ser El Rayo de Jalisco. Mi hermano Roberto nos dirigía desde su oficina donde la hacía también de ingeniero, abogado, consejero matrimonial. “Ahora váyanse a la Etiopía… Ahora a la Héroes… Ahora a la Benito…”. Todo se le iba en mandar y quienes aguantábamos los calores, los aguaceros, los fríos, éramos nosotros. “¿Cuánto han vendido? ¿Tan poquito? foja 26


Se fueron a echar sus pulques, ¿verdad?”. Como si fuera tan fácil llegar y decir: “¡Ya llegamos, chamacos hijos de la guayaba, cáiganse con la feria!”. Aunque sí, buscábamos alguna pulquería para refrescarnos con un curado de ajo y darle a las tortillas y a la salsita de molcajete. ¡Cómo sonreían el Hijo del Santo y el Octagón al empinar gustosos el tornillo! “¿Nos echamos otro litro, compadre?” “¡Pues nos lo echamos, ya qué!”. Y ahí íbamos con nuestros trajes de superhéroes de la lucha libre; Sabás, pandeándose como si se le fuera moviendo la banqueta; don Ceferino bronqueando a medio mundo: “¿Qué me ves buey?”, y yo, como si trajera las tuercas sueltas en el cerebelo. “Párese derechito, don Sabás, ¿qué van a pensar los niños si lo ven borracho?”. Y don Sabás, o El Hijo del Santo (pues de repente uno tampoco sabía), respondía desde su máscara: “¡Qué borracho ni qué nada, estoy contento! ¿Qué tiene de malo echarse unos litros del muchachero?”. A don Sabás, lo que más gusto le daba, era cuando los escolapios lo rodeaban: “¡Santo! ¡Santo!”. Y don Sabás que se la creía, le daba por caminar igualito que el luchador, alzaba las manos y hacía sus dengues. Eso sí, lo que sea de cada quien, El Hijo del Santo sí que vendía, aunque no faltaban los escuincles que se lo transaban con la cuenta: “¡Ya te pagué, pinche Santo! Se me hace que no sabes hacer cuentas, ¡hulero!”. Los chamacos problemáticos eran como duendes diabólicos y ni cómo ponerse con ellos. Pero nunca falta una de malas. Y ahí está que llegamos a una escuela, allá por los rumbos de Iztapalapa, y el Rayo de Jalisco (o sea, yo) empezó a echar el verbo. “¡Niños y niñas! ¡Señores padres de familia! ¡Maestras y maestros! Aquí venimos a traerles las maravillosas y coleccionables estampas a colores de los personajes de la Historia, la lucha libre y la televisión. Con sus artistas favoritos: Chabelo, el Tinieblas, El Vampiro Canadiense, Lucerito (la que se casó sin saber que en este corazón ya tenía su lugarcito); y los héroes patrios, coleccionables

Parecía un trabajo fácil, pero tenía su chiste andar por las calles vestidos de luchadores enmascarados.

¡Aquí venimos a traerles las maravillosas y coleccionables estampas a colores de los personajes de la Historia, la lucha libre y la televisión!

“¡Santo! ¡Santo!”. Y don Sabás que se la creía, le daba por caminar igualito que el luchador, alzaba las manos y hacía sus dengues. foja 27


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en bonitas estampas culturales: Hidalgo, Morelos, don Benito Juárez… Todos en un álbum para que lo llenen y sus maestros burros no los regañen (la coma, ese día, se me tergiversó por el efecto de un cara blanca bien pegador). Pues ahí estábamos. Los chamacos habían desaparecido y sólo quedaban el señor de los helados, la señora de las pepitas y un grupo de señoras platiconas. La venta había sido buena, hasta que al compadre Sabás se le ocurrió quitarse la máscara; sí, la de la incógnita, la de El Hijo del Santo. Se quitó la “icónita”, como decía él, en contra de una de las más sagradas normas de nuestra política laboral: no revelar nunca nuestra verdadera identidad. ¡Y el broncón que se nos armó! ¿Pero, quién iba a adivinar que nos toparíamos con una señora a la que también le patinaban las tuercas? —¡Ahí están! ¡Ahí están! —gritó la mujer, de esas meras necias— ¡Estos son los robachicos que se llevaron a una niña el otro día! ¡Yo los vi! —gritaba y nos señalaba con su dedo acusador. —Ahí le habla su vieja, compadre. ¿Qué no le dejó para el gasto? —dijo el Octagón a El Hijo del Santo mientras orinaban a la par en la esquina de un terreno baldío. —¡La suya, compadre, porque a esa vieja ni la conozco! —¿Nosotros qué? Usted está bien loca, señora —respondí y me quité la máscara de El Rayo para que la señora se diera cuenta de que yo más bien me parecía a John Travolta. —¡Sí, ese también es! —me señaló y me soltó un guantazo que me hizo ver estrellas. La cosa sí que se estaba poniendo fea. —¡Vamos a pirarle de aquí porque esta señora ya nos está metiendo en un lío! —chilló don Sabás y los oclayos le bailaron del puritito miedo bajo la máscara plateada. —¡Se quieren escapar! —La señora seguía tras de nosotros. —¡Son los que se robaron a la niña el otro día! -—¿Cuál robar y cuál niña, señora? Pero ya teníamos a una turba encima y empezaron a zumbarnos los trancazos. Trancazos y rocazos que no sabíamos de dónde venían ni cómo atajarnos. Por todas las calles salían señoras y señores con palos, piedras, escobas. Y ahí nos tenían a puro remoquete. El Hijo del Santo (¡pues cuál Hijo del Santo, ni qué nada!) trastabillaba, caía al suelo, se levantaba y lo volvían a tundir peor que si la moquetiza viniera de los Hermanos Dinamita, los Villanos y los Hermanos Brazos, todos juntos. A mí me arrancaron a tiras la máscara de El Rayo y nada más sentía cómo me sonaban los pedradones en mi cabeza. A don Ceferino le arrancaron a pedazos el traje de Octagón y lo dejaron en los puros calzones (ahí quedaron expuestos todos los remiendos que doña Paula, su mujer, les iba zurciendo por el desgaste). —¡Me rindo, me rindo! —gemía. Pero cuál me rindo: ¡Duro con él! Quien corrió la peor suerte fue don Sabás, porque lo traían de un lado a otro, como foja 29


si la calle de plano fuera un ring. Ahora sí que como al Santo, pero al Santo Cristo: ¡Zas, zas! Moquetes y moquetes. No sé por qué a él, precisamente a él, era a quien más le tupían. Por suerte llegaron varias

patrullas y nos llevaron presos a la delegación. Sí, presos

La señora miró fijamente a la cara a don Sabás, a don Ceferino y a mí, y ahí se le fueron los chones a los tobillos. Se puso pálida, pálida y ya no dijo nada. ¡Vaya madrina la que nos acomodaron, nos dejaron como campeones! Desde aquél día don Sabás no la vio llegar, todo pálido y ojeroso; le cayó encima la diabólica (la diabetes) del tremendo susto

por puritita suerte, porque al compadre Sabás ya le habían rociado gasolina y le habían escogido el arbolito donde lo colgarían del pescuezo; eso sí, bien bonito y frondoso y con la mejor vista a la avenida Guelatao. En la delegación, la señora aún insistía: —¡Estos son, yo los vi con mis propios ojos! El jefe del Ministerio Público revisó nuestras mochilas y me permitió hablar por teléfono con mi hermano Roberto para que él aclarara nuestra situación. —¿Dónde diablos andan metidos? ¿Qué los confundieron con quiénes? Roba chicos… ¡Chicos bobos! —Mi hermano Roberto se zurraba de la risa. Mientras, el jefe del Ministerio Público, muy serio, interrogaba a la mujer que nos acusó: —Mire bien a estos hombres, señora. ¿Está segura de que ellos son quienes se robaron a la niña que usted dice? foja 30

y tanto mamporro que le sonaron en la mollera. Esa enfermedad fue la causa de su muerte. Don Ceferino colgó el traje de Octagón, pero lo que nunca dejó fueron los curados de ajo y de melón, y los tacos de suadero y de cachete. Y yo, que nada más de acordarme se me traba la lengua, se me tergiversan las ideas y se me atraganta la voz: “¡Aquí venimos a traerles sus maravillosas estampas de personajes de la Historia, la lucha libre y la televisión! Bonitos cromos con sus artistas favoritos: Tinieblas, Hidalgo, Morelos… Y grandes héroes patrios como Chabelo, Thalía, Lucerito”. ¡No, pues cuándo! Como que con tanto guamazo en el cerebelo también se me acabaron de aflojar las tuercas. Publicado originalmente en Crónicas y Leyendas Mexicanas. Tomo 18, 1a época. 1998.


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