E L “Q U I J O T E” D E D O N A N T O N I O D E S A N C H A (1 7 7 7)

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CUADERNOS DE

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______________________ HOMENAJE A

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E L “Q U I J O T E” DE DON ANTONIO DE SANCHA (1 7 7 7)

Nadie duda, por poco frecuentador que sea de bibliografías y repertorios dieciochescos, que don Joaquín Ibarra y don Antonio de Sancha fueron los dos más grandes impresores y editores con que contó España en tal época. Como tipógrafos nos han legado una obra copiosísima, en la cual se admira el buen gusto y la delicadeza con que sabían reunir los elementos más bellos para construir un libro digno de emparejarse y aun superar a los que franceses e italianos realizaban por aquellas calendas. Hace un cuarto de siglo calculaba el laborioso don Juan Hurtado que la producción tipográfica de Ibarra rebasa las dos mil quinientas obras. Murió el bondadoso amigo sin ultimar la extensísima biobibliografía del maestro aragonés para la que durante casi cuarenta años estuvo reuniendo materiales con aquella melindrosa paciencia que era una de sus características. Es de lamentar la pérdida de una obra que, sin duda, hubiera sido magistral en todos los aspectos si nuestro erudito, teniendo en cuenta el aforismo viejo de que “lo mejor es enemigo de lo bueno”, hubiera dado forma literaria al montón de apuntes y notas, copias de documentos y fichas, dejándonos un testimonio de cuanto había averiguado sobre el impresor dieciochesco. Por lo que respecta a Sancha, son más cortos los cálculos hechos por el benemérito académico don Emilio Cotarelo, en la linda monografía que al torijano dedicó en 1923: suponía que durante los años de su vida editorial, “dejando aparte otras muchas de menor importancia, o que hizo sólo de encargo y batalla”, salieron a luz pública setenta y nueve obras importantes de casa de Sancha. Teniendo en cuenta lo que hemos visto por bibliotecas y librerías, no creemos equivocarnos mucho si ciframos la labor de Sancha en un conjunto de hacia mil impresiones o poco más. Bien es verdad que trabajó casi una década menos que Ibarra. 3


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Es un hecho curioso el que ni don Antonio ni don Joaquín, con ser tan excelsos propagadores de nuestros clásicos, hicieran nunca por su cuenta y riesgo una edición del Quijote. Mientras sacaban a luz obras de Quevedo, de Lope, de Villegas, de Mondéjar, de Cascales, etc. nunca se les logró embellecer la imprenta española con un Quijote suyo, no obra de encargo. Si nuestras noticias son exactas, sólo en 1771 salió un Quijote de Ibarra, impreso en su casa, pero editado por la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino. En 1780 apareció la soberana de cuatro tomos en folio, a costa de la Academia Española, juntamente puesta en primera fila entre las obras maestras de todos los tiempos. Y, finalmente, en 1782, la chiquita también editada por la Academia, “sin más variación –con respecto a la de 1780- que reducir el tamaño, suprimir algunas de las láminas y aumentar otras”, según afirma Cotarelo. Don Antonio de Sancha tan sólo una vez estampó en su casa el Quijote: en 1777 y a costa de la Compañía de Impresores mencionada. Su proyecto de publicar las obras completas de Cervantes, iniciado con el Persiles (1781, dos volúmenes) y continuado con las Novelas ejemplares (1783, dos volúmenes), La Galatea (1784, dos volúmenes) y el Viaje al Parnaso, La Numancia y el trato de Angel (1784, un volumen), quedó interrumpido, sin que en los seis años que transcurrieron desde 1784 hasta que falleció don Antonio volviera a salir ninguna obra más. ¿Tan abastecido estaba el mercado de ediciones del Quijote que no era provechoso poner más en circulación? Quizá. Pero no era hombre Sancha que se detuviese en una empresa honrosa por cuestiones económicas: recuérdese la Enciclopedia y las obras de Lope. Desde 1750 hasta 1790 contamos con las insignes ediciones hechas en España, excepto las mencionadas antes: 1). 1750. Madrid, por Juan de San Martín (dos tomos). 2). 1750. Madrid, por Pedro Alonso y Padilla (dos tomos). 3). 1751. Madrid, por Pedro Alonso y Padilla (dos tomos). 4). ¿1755? Barcelona, por Juan Solís (cuatro tomos). 5). 1757. Tarragona, por Joseph Barber (cuatro tomos). 6). ¿1762? Barcelona, por Juan Solís (cuatro tomos). 7). 1764. Madrid, por Pedro Joseph Alonso y Padilla (dos tomos). 8). 1765. Madrid, por Manuel Martín (cuatro tomos). 9). 1777. Madrid, por Manuel Martín (cuatro tomos). 10). 1782. Madrid, por Manuel Martín (cuatro tomos). 11). 1787. Madrid, por la Viuda de Ibarra (seis tomos). Es indudable que estas ediciones, en su mayoría desaseadas y mendosas, no hubieran podido competir con la posible de Sancha. Repasando la Bibliografía, de Ríus, floreamos algunos comentarios curiosos: de la que hemos señalado con el número 1) dice que “el texto 5


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se copió de la edición de 1741, con sus mismos malísimos dibujos; tanto ellos como el texto están pésimamente impresos, y el papel corre parejas con la impresión”. De la 2) opina: “Ya no puede darse mayor decadencia en el arte.” De la 3) indica “está arreglada por la de San Martín del año anterior y es tan mala como ella”. De la 4) señala que “los dibujos de las estampas se grabaron nuevamente en madera, reduciendo su tamaño, y tan tosca y groseramente que no merecen el nombre de estampas…, edición de surtido e impresa en mal papel”. Con respecto a la 5), anota Ríus que es copia de la 4), “pero impresa peor y con caracteres más pequeños y gastados; también lo están las tosquísimas estampas”, siendo la 6) “copia exacta, línea por línea”, de la 4), así como la 7) lo es de la 3); las 8) y 9) van arregladas a la 1), sólo que con mejor papel en la 8); repitiendo la 10) el texto de la 9), pero esta vez en papel delgado e inferior, tipos gastados e impresión pésima. Si se tiene en cuenta que la 11), aparecida en 1787, se hizo por estar agotada la académica de cinco años antes, y que las diez restantes son asimismo reimpresiones comerciales frecuentes y con poca diferencia cronológica, no creemos que haya que buscar como motivo para la abstención de Sancha el de la saturación del mercado. Sea cual sea, el caso es que, salvo en 1777, y por cuenta de una Editorial, nunca se estampó, en vida de don Antonio, el Quijote en el edificio de la Aduana Vieja. Y ni siquiera en primera edición, puesto que a costa de la misma Empresa ya había salido en 1771 de los talleres de don Joaquín Ibarra. La de Sancha es, pues, segunda. No creemos que en nuestro país, en donde tanta penuria de documentos tipográfico-económicos antiguos existe, sea ocioso consagrar unas líneas a esta edición de Sancha. Por una parte, cualesquiera precisiones sobre el Quijote son bien acogidas por la falange cervantística; por otra, bueno es ir exhumando viejos testimonios relativos a las artes del libro para en su día recomponer el panorama histórico de la imprenta y la encuadernación hispánicas en el siglo XVIII. La Real Compañía de Impresores y Libreros, editora del Quijote de Sancha (1777), se había constituido en 1763 y estaba integrada por los profesionales que aceptaron los estatutos corporativos: al principio fueron muy pocos, pero con el tiempo crecieron en número y llegaron a cuajar una de las Empresas editoriales más fuertes que ha habido en España y, desde luego, la de mayor duración, puesto que sólo se extinguió a comienzos del siglo actual. Aunque gozó de la protección decidida de Carlos III y del gran ministro Campomanes, por respeto a los intereses creados no se autorizó a tener imprenta hasta el año de 1787, y así, hubo de servirse de los talleres de sus asociados durante los treinta primeros años de su existencia, ya que sólo en 1794 inauguró sus prensas bajo la regencia de 7


don Juan Crisóstomo Gómez, al cual sustituyó en 1804 el insigne don Juan José de Sigüenza y Vera. Desde los comienzos de sus tareas hubo, pues, de distribuir los libros que editaba entre los principales tipógrafos madrileños. El primer año de actividad (1764) repartió distintas obras a Joaquín Ibarra, José Martínez Abad, Angela Aponte, Juan de San Martín, Gabriel Ramírez, Pedro Marín y Miguel Escribano. En 1765 incorporó a Antonio Pérez de Soto y Francisco Manuel de Mena; en 1766, la Imprenta Real y Pantaleón Aznar; en 1767, Antonio Sanz y Antonio Mayoral; en 1771, José Doblado y Antonio de Sancha; en 1773, Francisco Xavier García, y en 1776, Blas Román y Andrés Ortega. Solamente en el primer decenio (1771-1780) estampó don Antonio de Sancha treinta y ocho libros para la Compañía, en latín y castellano, algunos de dos tomos, como las Instituciones de Berarde (1774), el Catecismo de Fleury (1774) o las Epístolas latinas de Plinio (1776); otros cuatros, como los Breviarios en 4.º (1776 y 1780, dos ediciones), en 18.º (1779), el Augustiniano (1780), o el Quijote a que nos referimos hoy, sin contar otros más voluminosos: el Año Cristiano de 1779 comprende nada menos que doce tomos. Si don Antonio de Sancha no fué de los primeros en incorporarse a la Compañía, y por ello hasta 1771 no comienzan sus actividades para ella, en su copioso archivo figuran numerosos testimonios de la asiduidad con que trabajó desde esa fecha en adelante. Con respecto a las ediciones del Quijote, que es lo que más nos interesa de momento, vemos que a él se le entregan en 1771 once ejemplares de los tomos estampados por Ibarra para que los vistiese con un atuendo digno: cuatro en tafilete con las armas reales, sin duda destinados a la familia reinante; tres sin ellas y cuatro en piel de becerro con los cortes dorados y filetes de oro en las tablas, acaso para ministros y Consejos. Percibió por los tafiletes a razón de cien reales cada ejemplar, y por los becerros a cuarenta y ocho cada uno: está fechada esta cuenta en 10 de octubre de 1771. Pero en 1777 no iba ya a intervenir en obra ajena cuando se tratase del Quijote. La Compañía le encarga la realización de una tirada similar a la hecha por Ibarra, en cuatro volúmenes en octavo. Llevaba esta edición la Vida de Cervantes, escrita por don Gregorio Mayans y Siscar; el texto según el de Manuel Martín (1765), con harta razón censurado por don Leopoldo Ríus, y algunas modificaciones atrabiliarias de los editores. No incumbía a don Antonio lo que pudiéramos llamar parte puramente literaria de la edición, y así no puede hacérsele responsable de un equivocado criterio ajeno ni aun de la mayor o menor perfección con que don Manuel Monfort grabó las láminas que figuran ilustrando el tex8


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to, y que eran obra del dibujante don José Camarón: con respecto a ellas hemos de consignar que la tirada es excelente. Corrigió también Sancha muchas de las erratas que se habían escapado a la meticulosidad y diligencia del regente de Ibarra, don Rafael Sánchez y Aguilera, y en nada tienen que envidiar en la elegancia de sus tipos, intensidad uniforme de las tintas y excelencia y cuerpo del papel los tomos que salieron de su casa a los que seis años antes había lanzado el maestro de la calle de la Gorguera. Vamos a finalizar estas páginas consignando algunos datos nuevos y desconocidos relativos a este único Quijote de Sancha, según constan en el Archivo de la Compañía de Impresores y Libreros del Reino. Tenía esta entidad la costumbre de abrir un expediente a cada una de sus publicaciones, en la cual siempre figuraban las cuentas de las ediciones presentadas por el impresor, la conformidad del contador corporativo y correspondiente orden de pago. Además de este documento, suele incluirse también el recibo del guardalmacén de la Compañía, en el que se expresa el número de ejemplares recibidos, y muchas veces las facturas de grabadores, prensistas y encuadernadores que trabajaron para la obra. En el expediente del Quijote de 1777 sólo existe la cuenta presentada por don Antonio de Sancha, escrita toda de su puño y letra, y el recibo del almacén. En la cuenta, como podrá ver el lector, se especifica con todo detalle el origen de las partidas, desde lo que proviene de molde y tirada hasta el íntimo gasto que supone treinta y ocho reales invertidos en “cuerda en empaquetar”. Como dato curioso consignaremos que se tiraron mil quinientos ejemplares tan sólo y que en los ciento treinta pliegos y medio de que constan los cuatro tomos se invirtieron trescientas noventa y ocho resmas y media mano de papel. El perdido se calculaba en una mano por cada pliego, y el costo del papel era de “cincuenta reales” por resma. ¿Cuánto valdría hoy la unidad de aquel soberano papel de hilo, blanco, terso, mate, limpio de impurezas y granos? ¡Felices tiempos en los que por quince mil reales se metían en casa trescientas resmas de papel como el que utilizaba don Antonio de Sancha! Y téngase en cuenta que no se trataba de ninguna clase de lujo, sino que su destino era para un libro en cierto modo económico, para las clases populares. El volumen que entonces utilizaría un público modesto de oficinistas, maestros, empleados de poco sueldo y artesanos distinguidos, se lo disputan hoy los más pudientes bibliófilos como si se tratara de una joya. Son tan escasos los que actualmente circulan en comercio que llegará el día en que esta edición compita, si no en precio, sí en rareza, 10


con la gloriosa, con la excelsa que tres años después estampó Ibarra para la Real Academia Española.

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Nada añadiremos por nuestra cuenta al texto harto claro y significativo de los documentos que reproducimos. Con objeto de que el lector recuerde las características tipográficas de la edición, hemos obtenido facsímiles de la portada de uno de los tomos y de una página de texto, a las cuales acompañan la cuenta de encuadernaciones de 1771 y la de la edición del 77. Si estas nuevas noticias son útiles para los cervantistas, nos daremos por muy satisfechos, sabiendo, desde luego, que ninguna gloria han de añadir a la del insigne manco de Lepanto, que tampoco han de suministrar valiosos elementos para los que disciernen sobre el espíritu y la mente cervantinos, pero que sí han de servir a los que, como yo, son aficionados a conocer los entresijos y recovecos bibliográficos de una edición ilustre del sin par Don Quijote: la de Sancha de 1777. A. RODRÍGUEZ-MOÑINO Madrid, 21-22 setiembre 1947.

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