LA MÚSICA Y LOS MÚSICOS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
2 de mayo de 1808
Asunto preferido de la musa elegiaca fue el levantamiento del pueblo madrileño el día Dos de Mayo de 1808, y es natural que así fuese, porque, a más de haber sido éste el primer grito de guerra contra Napoleón, y lanzado en la capital de España, son tales las circunstancias que rodean aquella primera hazaña, que los mártires de aquel día se conquistaron las simpatías de todos los españoles, haciéndose acreedores al respeto y veneración más profundos, y mereciendo, con toda justicia, ser considerados como el modelo de héroes, rindiendo tributo a santo entusiasmo que aquellas víctimas despertaron, la Junta Central Suprema decretó que, «para perpetuar contra Napoleón y su aborrecida raza el odio nacional, y honrar al mismo tiempo la memoria de los valientes que en aquel día de muerte se sacrificaron por la libertad de la patria, el día Dos de Mayo se celebrase en todos los dominios españoles, con honras solemnes, en sufragio de aquellas víctimas, eternizándole como el más memorable en los fastos de nuestra historia». La primera fiesta cívica y religiosa que se celebró por ellos, tuvo lugar en Cádiz el día Dos de Mayo de 1810. Hay de este suceso una relación impresa a los pocos días, y en la misma ciudad; en ella se dice que, animados de los más altos sentimientos patrióticos, los emigrados de Madrid, residentes en Cádiz, «imaginaron hacer por sí una función patriótica en conmemoración de la lamentable tragedia de que fueron testigos»: Aprobó el Gobierno la idea, y la dio su apoyo oficial, tomando parte en la fiesta. Se escogió la Iglesia del convento de Carmelitas Descalzos, para la ceremonia religiosa, y en la plaza de San Antonio se levantó el monumento trazado por D. Ángel Monasterio, que había de servir para la función cívica. Dos coros de música debían de estar «entonando himnos y canciones patrióticas, que se compusieron al intento por los más célebres poetas y compositores». Una orquesta numerosa, «compuesta de músicos la mayor parte de la Real Cámara y Capilla, entre los cuales sobresalieron los célebres Marineli y Ledesma», cantó la Misa de Réquiem, y después de la oración fúnebre, pronunciada por el M. R. P. Fr. José del Salvador, cantó la Capilla «un nuevo himno patriótico, de exquisita música y poesía». Así terminó la función religiosa, cuya brillantez completaban «las músicas militares que en la puerta principal de la Iglesia halagaban el oído de los concurrentes». Poco dice la Relación de la manifestación patriótica y civil, ante el monumento de la plaza de San Antonio, aunque a los himnos que en aquel acto se cantaron, deben de referirse las siguientes líneas: «Para que nada faltase a la celebridad de este día, también ejercitaron sus ingenios nuestros poetas. Arriaza, Gallego, el Duque de Híjar, la Iglesia, Colón y otros, estimulando, con la dulzura de sus versos, los talentos músicos de Ledesma y Codina, nos dieron cantares patrióticos, llenos de fuego, que, fomentando la energía del entusiasmo, contribuyen a eternizar en la boca del pueblo tan memorables sucesos». Añade alguna noticia a las dadas, la última nota que a la canción elegiaca: Recuerdos del Dos de Mayo, de Juan Bautista Arriaza se pone: «Esta canción –dice- con una música de enérgico y severo gusto, se hizo para el aniversario del Dos de Mayo; que con toda magnificencia fúnebre conmemoraron, en el mismo día 2 del año 1810, los buenos patriotas de Madrid refugiados en Cádiz, después de la ocupación de la capital»; y la música que viene al fin del libro, es de D. Benito Pérez. Esta circunstancia de haber publicado la música de la canción al
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Dos de Mayo, en la colección de poesías patrióticas de Arriaza, impresas en Londres el mismo año de 1810, induce a creer que este fue el «nuevo himno» que se cantó al fin de la misa en la primera función y aniversario del Dos de Mayo que se celebró en Cádiz; pues si bien Ledesma puso música a otra canción en forma de himno, de Juan Nicasio Gallego, al Dos de Mayo, la fecha que se señala en la colección de las poesías de este autor que hizo la Academia Española, es el año 1812 (2), y aunque pueda suponerse equivocada tal fecha, con todo, la distinción hecha en favor del himno de Arriaza y Pérez, de darle a luz pública aquel mismo año, es testimonio bastante fuerte de que éste fue el himno compuesto por encargo de los organizadores de la fiesta para el acto más solemne de ella; y es probable que haya sido así, porque Pérez figura en esta época como director del teatro de Cádiz, y cabe suponer que a él encargasen la dirección de la orquesta, y con ello la composición del himno escrito por el poeta más oficial del siglo XIX. Ledesma era entonces tenor de la Real capilla, y a Codina no se le conocen por estos años más títulos que el de músico de cámara, y sólo en el año 1815, aparece como organista supernumerario de la Real capilla. Resuélvase como se quiera el litigio, lo cierto de todos modos es, que la canción elegiaca Recuerdos del Dos de Mayo, de Arriaza, se cantó con la música, de Pérez en la fiesta conmemorativa de 1810 en Cádiz; que Ledesma compusiera entonces el de Nicasio Gallego, es tan sólo una hipótesis probable. Según se ha indicado, el himno de Pérez se encuentra impreso en una reducción a piano con la parte cantante, en la referida colección de poesías patrióticas de Arriaza, después de otros dos de Fernando Sors. Es una composición puerilmente efectista, y que sólo ante la veneración que se merecen aquellos mártires y aquellos patriotas, puede ser acreedora a algo más que a un respeto histórico; todos los lugares comunes que para la expresión de lo tétrico, de lo apasionado, de lo furioso, tiene la música teatral, y todos los desplantes architrágicos de los temores indignados, se han amontonado aquí. Solamente aquellos que de antemano se encontraran dominados por el frenético entusiasmo del patriotismo, podrían en la sublime exaltación de su alma sentir la impresión de tal música, que ella de por sí bien poco dice. Al considerar a aquella gente, echando fuego por los ojos, hinchadas las venas, sedientos de sangre y de venganza, dominados de un furor belicoso horrible, y que para desahogar su sentimiento toman los acentos melodramáticos del virtuoso de la ópera, se siente uno sobrecogido de cierto respeto misterioso. Inmenso debía ser el patriotismo de aquellos hombres, cuando con tal música se animaba y encendía. El himno de Arriaza y Pérez, fue, no obstante, de los que más éxito tuvieron. En la fiesta de Santa Bárbara que celebraron los artilleros de Granada, y como justo obsequio -dice El Conciso- a los beneméritos oficiales Luis Daoíz y Pedro Velarde, se cantó a grande orquesta por la Correa y los Sres. Blanco y Mesa, «el acreditado himno patriótico del Dos de Mayo y en presencia del mismo Arriaza, que acudió sin duda a la fiesta como antiguo alumno del colegio de artillería. Al año siguiente, ya en Madrid, al hacer el traslado solemne de los restos de los dos invictos artilleros, el cuerpo de artillería celebró funerales con tal pompa y
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aparato, que durante varios días en el teatro de la Cruz, se hacía una «manifestación pintoresca análoga a los funerales celebrados por el cuerpo de artillería española en elogio de los inmortales héroes Daoiz y Velarde y demás gloriosos patriotas del Dos de Mayo. En esta manifestación se presentaran los actores de cantado, y el Sr. Carretero recitara un monólogo, y seguirán los demás entonando un himno del Sr. Arriaza» El poeta había ampliado el primitivo himno para el actual caso, publicándole por aquellos días con el siguiente título: «El Dos de Mayo, himno patriótico de D. Juan Bautista Arriaza, dispuesto para escenas, con la adición de un monólogo (el que decía el actor Carretero) j por el mismo autor, por encargo del cuerpo de Artillería, con el objeto de que se execute en el Coliseo de la Cruz, en el aniversario de este día memorable»; y en esta nueva forma con monólogo preliminar y algunas estrofas más, es como siguió cantándose de orden del gobierno algunos años en los teatros de Madrid el día 2 de Mayo. La música no necesitó reforma alguna. Aunque es de sobra conocido el himno de Arriaza, teniendo en cuenta que es el señalado para cantarse en las fiestas del centenario, copiamos su principio: Recuerdos del Dos de Mayo. CORO ¡Día terrible y lleno de gloria, lleno de sangre, lleno de horror!. Nunca te ocultes a la memoria de los que tienen Patria y honor.
VOZ Este es el día que con voz tirana, ya sois esclavos la ambición gritó; y el noble pueblo que lo oyó indignado, muertos si, dijo, pero esclavos no. El hueco bronce atronador del mundo, al vil decreto se escuchó tronar: más el puñal que a los tiranos turba, aún más tremendo comenzó a brillar.
Por no conocer la música de los restantes himnos que se escribieron al Dos de Mayo nos limitaremos a señalarlos.
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Mariano Rodríguez de Ledesma puso música, según se ha dicho, a la Canción de Juan Nicasio Gallego, en el año 1812, según reza en la colección de sus poesías publicadas por la Real Academia, aunque sospechamos que lo fuera en 1810, y con motivo de la primera fiesta celebrada a la memoria de tal día. El coro es así; En este infausto día, recuerdo a tanto agravio, suspiros brote el labio, venganza el corazón; y suban nuestros ayes del Céfiro en las alas, al silbo de las balas y al trueno del cañón.
Otra canción al Dos de Mayo se publicó en El Conciso (2 de Mayo) el año 1812, con todas las señales de haberse compuesto para ser cantada. Está firmada L. he aquí su principio: De los mártires fuertes de Mayo el valor inmortal recordemos y su ejemplo imitando logremos nuestra augusta y feliz libertad. Si en paciente constancia esperamos la injusticia sufrir de la suerte, las fatigas, el hambre, la muerte con que el cielo nos quiere probar.
Destinada a la música fue, sin duda, la canción Memoria del Dos de Mayo, de Cristóbal de Beña, escrita en 1812, y es casi seguro que se cantaría en aquellos días de guerra. Véase: ¿Quién reprime su enojo y su llanto, recordando aquel fúnebre día, que la noche con cárdeno manto empapado de sangre cubrió; cuando Mantua sus hijos veía oponer a la bárbara gente la desnuda, la impávida frente que al tirano del orbe arredró?
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Cien falanges de acero cubiertas, avezadas al pérfido halago, no creyeron que frágiles puertas abrigasen valor sin igual; y sedientos de ruina y estrago, de su rostro la máscara tiran, y las calles frenéticas giran, esgrimiendo el oculto puñal
El 2 de Mayo del año 1814 se celebró en Madrid la primera función cívico-religiosa del Dos de Mayo, haciéndose la traslación de los restos de los héroes desde los sitios en que habían sido enterrados a la iglesia de San Isidro. En este día, además del himno de Arriaza, que él mismo por encargo del Cuerpo de Artillería arregló, según se ha referido, se cantó otro, composición poética del presbítero D. Antonio Sabiñón y musical de un maestro que ha quedado completamente oculto en las sombras del anónimo y que El Universal, periódico de Madrid, publicó aquel mismo día. Comienza así: Renovando la augusta memoria de aquel día de triunfo y espanto hoy sucedan al fúnebre llanto ledos himnos de grato placer; y laureles de eterna victoria den honor a las victimas fuertes que muriendo con inditas muertes libre a España lograron hacer. Aún resuena confuso al oído el crujir de las armas feroces, aún se miran los hechos atroces con que al pueblo el tirano irritó; y se escucha el fatal alarido, y del bronce el estrépito hueco; más al par zumba placido el eco que ¡venganza! implacable gritó.
Aunque el asunto del Dos de Mayo no se presta a otra cosa que a elegías patrióticas sin levaduras de pasión política, no faltó tampoco ésta miserable nota a sus canciones, y en Reus, con motivo del aniversario de este día, se cantaron el año 1814 en el teatro de la villa, las siguientes coplas que ellos, confundiendo la idea de Patria con un ideal político
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determinado, llamaban canciones patrióticas y que fueron aplaudidas y mandadas repetir dice El Universal copiando al Diario Político y Mercantil de Reus- por el numeroso público con un entusiasmo extraordinario: Los mártires madrileños que Murat asesinó, gritan desde el Paraíso ¡Viva la Constitución!
El Sr. Blanco, tenor dramático, de quien ya se ha hecho mención y que estaba entonces con su compañía en Reus, remachó la patriótica fiesta lanzando algunos cantares de repente, según era costumbre por aquellos años, de cuyo patriotismo dará idea el que sigue: Una justa insurrección nos ha vuelto un rey amado, y una Constitución pía los derechos más sagrados.
Tanto de unas como de otras, son desconocidos músico, música y poeta. Y, en fin, hasta se publicó pocos días antes de la traslación de los restos de los héroes a San Isidro un wals, en diez partes, a Daoiz y Velarde. Menos abundantes que el Dos de Mayo en composiciones poéticas y musicales que les celebren, los demás acontecimientos de la guerra fueron cantados, según se iban sucediendo, ya en festejos conmemorativos, ya para dar a los ejércitos cantos de guerra con que animar su valor. La primera vez que los españoles vieron rendirse ante sus pies los prestigios militares de los ejércitos de Napoleón, fue en la batalla de Bailén. Aquel acontecimiento obligó a los franceses a evacuar a Madrid en 1° de Agosto de 1808, y el mayor entusiasmo se desparramó por la capital en himnos y canciones patrióticas. Empezaron después a llegar a Madrid las tropas de las provincias; primero los aragoneses y valencianos, después las de Andalucía y de la Mancha. Unas y otras traían sus himnos y canciones. Las de Aragón, con las conocidas coplas de la jota, cantaban el himno victorioso del primer Sitio de Zaragoza: Zagalas del Ebro laureles tejed y a nuestros guerreros ciñamos la sien.
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El sol quince veces batida la vido y quince vencido tornar vio al francés. El héroe animoso que nos acaudilla tuviera a mancilla dejarse vencer
composición, cuya música y autores son del todo desconocidos, pues si bien en Zaragoza vivía entonces, lleno de prestigios y respetos como artista, y adorado por sus convecinos a causa de su patriótica y cristiana conducta, D. Francisco Javier García el Spagnoletto no hay razón alguna para suponerle autor del himno copiado. Con las de Andalucía y Mancha vino esta otra especie de himno y de copla, alusiva a su victoria, y que, sin ser popular, se acerca mucho al género: Dupont, terror del Norte, fue vencido en Baylén, y todos sus secuaces prisioneros con él.
Toda la Francia entera llorara este baldón al son de la Caramañola jMuera Napoleón! , ¡Muera Napoleón!
Para todas estas tropas de aragoneses, valencianos, manchegos y andaluces, Arriaza, que acababa de escribir la Profecía del Pirineo, compuso el Himno de la victoria: ¡ Venid vencedores, de la Patria honor! recibid él premio de tanto valor.
que se cantó con música del célebre guitarrista y compositor Fernando Sors, y que dos años más tarde se publicó junto con la letra en Londres.
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De estas y otras poesías patrióticas de Arriaza, dice Zamacola, que «se entonaron con gran entusiasmo en los campos de batalla al acometer al enemigo, y en el tranquilo recinto de los hogares al celebrar las victorias de las armas nacionales». El mismo Arriaza califica de bella música la que Sors puso a su himno; así debió de parecer entonces; hoy no pasa de ser una especie de contradanza con resabios de sonata mal imitada. Dicen, también, de esta canción, que fue el modelo para todas las que después se compusieron, y a poco que se hojee en la lírica de aquel tiempo y bastantes años después, se ve que, efectivamente, ha sido así; de la música no puede decirse con tanto conocimiento, porque menos afortunada que la poesía, ha desaparecido casi toda ella; pero quien se tome la molestia de comparar el himno más conocido que hoy corre de los tiempos próximos a la canción de Arriaza y Sors, el Himno de Riego con la dicha canción vera que las analogías son bien patentes. Poco tiempo después de la acción gloriosa de Bailen, todas las alegrías callaron; Napoleón, al frente de un grande ejército y arrollándolo todo, colocó por segunda vez en Madrid a José Bonaparte, y sus soldados triunfaban de los irregulares ó improvisados ejércitos españoles. Mal año fue el 1809 para la causa española, y entonces, con el fin nobilísimo de reanimar los espíritus, abatidos por los grandes reveses experimentados, volvió a empuñar Arriaza la lira patriótica, dando a la publicidad aquella hermosa canción, Los defensores de la patria: ¡Vivir en cadenas cuan triste vivir! Morir por la patria, ¡que bello morir!
que también entregó a Sors para que la pusiera en música, unida a la cual, recorrió toda España, levantando los ánimos y causando prodigiosos efectos, al decir de los que fueron testigos de aquella épica lucha, no obstante la flojedad de la música que lleva. Ante un patriotismo como el de aquellos hombres, nada había malo. Las dos composiciones de Sors, con la de Pérez, al Dos de Mayo, obtuvieron el ruidoso éxito que el entusiasmo bélico de aquellos días le proporcionaron, y juntas fueron publicadas en Londres con las Poesías patrióticas de Arriaza, siendo las únicas composiciones que han llegado a nuestras manos. Trasladada a Cádiz la capital de España, en ella se refugiaron todos los personajes de más viso y representación en el orden político, literario y artístico. Nuevas ideas inspiran con perturbadora influencia los espíritus de los poetas. La Constitución liberal, que había sido puesta en solía en Madrid por los vates callejeros y populares, en expresión del sentimiento patriótico, que la consideraba, como en realidad era, producto francés, fue aceptada por gran número de los que no aceptaban la dominación francesa, encendiéndose así una guerra crudísima y sin tregua, entre los patriotas defensores de la independencia de España. En lo que nunca hubo diversidad de pareceres, fue en la salvación de la patria, en la adhesión al Rey en la persona de Femando VII y en la Religión, y estas dos
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ideas: Dios, Patria y Rey que unían, y la de constitución que separaba, son las dos musas inspiradoras de este período de doble lucha. Liberales y serviles se combatían con tal apasionamiento, que ni aun para expresar las ideas más respetables y amadas de todos, la Patria y el Rey, convenían los espíritus y las lenguas en un mismo cantar. Puestas las miras de todos en la marcha de la campaña que contra el odiado corso, nombre que daban a Napoleón, hacía al frente de los ejércitos aliados Wellington, y los amores monárquicos en su querido rey Fernando, al manifestar sus entusiasmos y alegrías por los felices acontecimientos de la guerra, y al cantar sus afectos hacia el prisionero de Bayona, casi siempre mezclan conceptos que herían, punzadas que estaban muy distantes de juntar corazones aun en aquellas cosas que tan hondamente sentían todos. Y en efecto: llegaba a Cádiz la noticia de haberse abierto brecha en Ciudad Rodrigo; se leían los partes en las dos funciones de teatro del domingo 26 de Enero de 1812, y en seguida llenaban los aires los himnos patrióticos ya conocidos, substituyendo las letras que tenían con otras alusivas a las glorias de los sitiadores, con el siguiente estribillo que acabó de inflamar -dice El Conciso, sin perjuicio de que otros periódicos de distinta cuerda dijeran lo contrario- a todo el numeroso concurso: A la guerra, a la guerra, Anglo-Hispanos. ¡Muera Napoleón! Y vivan nuestra Cortes y la Constitución.
El 20 de Marzo volvieron a sonar canciones patrióticas, tocadas por la música del regimiento portugués núm. 20, durante la iluminación de la casa del Sr. Conde de Palmella, en celebridad de la publicación de la Constitución española. Se repitieron los himnos patrióticos el día 29, al promulgarse solemnemente la Constitución Ronda José primero con un ojo postizo y el otro huero.
que salía: Ya se fue por las ventas el rey Pepino con un par de botellas para el camino.
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que no bajaba al despacho: -Pepe Botellas: baja al despacho. — No puedo ahora, que estoy borracho .
que los faroleros no quisieron encender los faroles el día de su santo : El día de su santo, a José Primero, le dejaron a obscuras los faroleros.
Sin contar estas otras que en un pliego suelto titulado La Constitución de España, puesta en canciones de música conocida aparecieron entre Agosto y Setiembre de 1808, para ser cantadas al son del Fandango: Es mi voluntad y quiero, ha dicho Napoleón, que sea Rey de esta nación mi hermano José primero. Es mi voluntad y quiero, responde la España ufana, que se vaya a cardar lana ese rey José postrero;
y calculo que si se pudieran reunir todas las que en tal sujeto se inspiraron, tendríamos una biografía excesivamente completa del pobre rey intruso. Coplas políticas.— Entre todas las coplas y canciones de este tiempo, las que desde el principio hasta el fin de la guerra y un poco más allá corrieron con más favor del pueblo madrileño, fueron La Cachucha y La Marica. No sabré yo decir si se cantaban ya antes de la guerra y si son parto derecho del pueblo, o fueron en su origen canciones de ciego; lo que es indudable es que tienen sabor popular muchísimo más pronunciado que otras. Por Agosto de 1808, los ciegos mendigos de Madrid cantaban al son de ambas, ya los heroicos lances del Dos de Mayo, ya los sentimientos patrióticos del pueblo contra Napoleón, ya el afecto y amor hacia el legítimo rey Fernando VII. Pero por lo mismo que tales canciones se hicieron
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muy populares, fueron las escogidas para manifestar las ideas que con más fervor y entusiasmo se abrigaba, y como muy pronto la lucha política ocupó el alma y el corazón de los españoles, La Cachucha y La Marica se convirtieron en arma de combate para unos y para otros. Contra la constitución de Bayona, se cantó al principio Tráelo, Marica, tráelo La libertad de la imprenta a Napoleón, disfrutara la Nación, tráelo y le pagaremos ¡Pobre del Papa y del clero! la Constitución. ¡Pobre de la Religión!
pero después se adoptó el mismo molde a las ideas rabiosamente liberales, quedando convertida en La Marica o canción patriótica del español libre que vomitaba sus entusiasmos a este estilo: Los inicuos pancistas, con grande orgullo, gritan vengan pitanzas y que arda el mundo. Tráiles, Marica, tráiles a estos malvados, la miseria que pasan nuestros soldados. Entre Grandes de España y Prebendados, nos tenían a todos descamisados. Tráiles, Marica, tráiles la Constitución, y diles que la lean renglón por renglón. Vienen los extranjeros a nuestra nación, y llevan a las suyas la Constitución.
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Cantales, Mariquilla, que somos libres, a pesar de la trama de los serviles. Tenemos en el día célebre función, con un fraile llamado Monsieur Oudinot. Tráile, Marica, tráile porque conviene el que todos sepamos de dónde viene.
Siendo La Marica un campo de batalla, en ella pelearon los absolutistas, volviéndola al primitivo destino para que fue inventada, con coplas en que ponían a la Constitución y a los liberales de chupa de dómine. Otro tanto sucedía con La Cachucha que, virgen al principio de toda pasión política, ya era decididamente liberal, ya se convertía en realista, según quien la cantaba. Hasta la llegada de Fernando VII a Madrid fue La Cachuchita de Cádiz número obligado de casi todas las funciones de teatro. Habiendo presentado un ejemplar de La Cachucha, no es menester más para comprender lo que era. Y no sólo con estas canciones populares o de calleja tuvo lugar eso, con otros himnos de procedencia menos plebeya aconteció lo propio. Véase una muestra: ¡Viva nuestro rey Fernando, y viva la religión. Viva nuestra amada Patria y muera la Constitución!
que a la legua se ve ser contestación al copiado pocas hojas antes, sobre igual asunto, sólo que hecha nueve años más tarde. La lucha de ideas políticas confundió de tal manera los conceptos más sencillos, que se dio por llamar coplas patrióticas, a canciones en que tan solo se hablaba de la Constitución y sus adherentes. Del gran número de las que corrían aparte de las Marica, Cachucha y demás que formaban géneros en los teatros de Madrid, se cantaban muchas de semejante ralea. Ejemplo: la dedicada a la Regencia, y que se hizo repetir tres veces en el teatro de la Cruz:
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Constitución, señores, cuenta con ella, que el Pueblo soberano castiga y premia.
Soplaron vientos de paz con el anuncio de la venida de Fernando, y esta paz se ofrecía en cantares como estos que salieron a luz pública en el teatro del Príncipe, después de la representación de Roma libre, tragedia de Martínez de la Rosa: Siendo la Constitución remedio de todos males, estan demás en el mundo Serviles y Liberales. Tengamos unión y nuestra nación haga ver a Europa la guarda un León. Si a la presente Regencia sostenemos con tesón, dentro de poco no hay guerra, Ni Francia, ni Napoleón. Y así algunos hay contra esta opinión, vivan condenados a eterno baldón.
Linda manera de ofrecer paz, cuando precisamente la Constitución era el principio de las rabiosas discordias que envenenaron la causa patriótica de la Independencia española. El cancionero del Sitio de Cádiz es sumamente regocijado y burlón. En Marzo de 1812 se cantaba: De las veinte granadas que Soult envía se quedan diez y nueve en la bahía: y la que llega rompe vidrios y espanta
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perros y viejas. En Agosto corrían éstas: Con las bombas que tira el farsante Soult hacen las gaditanas toquillas de tul. Con las bombas que envían los fanfarrones hace la gaditana tirabuzones.
Cuando vino a Chiclana el farsante Soult, para el botín de Cádiz trajo un gran baúl.
Lo que a Soult, sobre todo le desespera es que le pongan fuego por la trasera. Los indignos gabachos del Trocadero, pueden irse a la m... con sus morteros
Reflejan impresiones generales de la guerra, las que siguen: Napoleón subió al cielo a pedirle a Dios la España, y le respondió San Pedro: ¿Quieres que te rompa el alma? Todos le temen a Francia, como si en la Francia hubiera algún animal feroz que la gente se comiera.
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Con la carne francesa que van matando, se ha de poner el puerco a cinco cuartos. La casaca encarnada de los ingleses, hace muchas cosquillas a los franceses.
A las que se pueden sumar estas coplas de Marica, que aunque publicadas en un pliego de los que vendían los ciegos, puede otorgárselas igual categoría que a las que pasan por populares: Entre el señor Castaños y el lord Wellingtón han de volver tarumba a Napoleón. Traylo, Marica, traylo; traylo del Norte, si es que tienes del ruso su pasaporte.
Entre el señor Castaños y el lord Wellingtón han puesto una ventosa a Napoleón.
Traylo, Marica, traylo: a Napoleón, le daremos el premio de su gran traición. El Águila Imperial de Napoleón, mala esta de viruelas y sarampión.
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Traylo, Marica, traylo, etc..
Aludiendo a los afrancesados que se marchaban de España después de la entrada en Madrid de los aliados, corría esta: Ya todos los traidores que hay en España, piden su pasaporte para irse a Francia.
Finalizando con estos vivas: Viva el pueblo de Cádiz y el embajador. Vivan los madrileños, y el Lord Wellingtón. Que vivan los ingleses. Viva Fernando, que viva el Lord Wellingtón por muchos años.