MARTÍN ÁLVAREZ GALÁN, HISTORIA Y LEYENDA DE UN HUMILDE SOLDADO EXTREMEÑO EN LA BATALLA NAVAL DEL CABO DE SAN VICENTE, 14-2-1797
Busto del granadero en su pueblo de Montemolín
Cuando hablamos de Extremadura, de su Historia, de sus hombres, casi siempre aparecen como sus símbolos más representativos los nombres de aquellos fabulosos titanes que durante los siglos XVI y XVII fueron capaces, tan solo con su esfuerzo y tesón, de conquistar para la corona española inmensos territorios en desconocidas y peligrosas tierras al otro lado del mar. Naturalmente, no voy a ser yo, que me siento muy orgulloso de ser extremeño y que, naturalmente, asumo con gusto y responsabilidad lo bueno y lo menos bueno de su historia, quien reniegue de aquellos hombres que en palabras de Fray Bartolomé de las Casas, hicieron las hazañas más grandes jamás vistas por todos los tiempos, pero quisiera matizar, como acertadamente lo hace el profesor Víctor Chamorro en su libro Extremadura, afán de miseria, algunas apreciaciones sobre estos héroes, que más que ayudar a conocer realmente Extremadura y sus circunstancias 1
históricas y sociales de cada momento de su larga y ajetreada historia, la desvirtúan o la dirigen hacia otros parámetros completamente opuestos y en muchos casos dañinos o, cuanto menos, la orientan hacia intereses espurios. Nos dice el profesor Chamorro al respecto que: alrededor de estos titanes se tejió una brillante leyenda aderezada con todas las especies heroicas al uso. Pero es preciso decir que estos caudillos legendarios no se representaron más que a ellos mismos. Constituyeron prototipos individuales de valor, ambición y cuantos adjetivos quieran añadirse. Luego les mitificaron para crear con sus hazañas una falsa síntesis de extremeñismo: idiosincrasia particular y forma de ser que nos distingue. Pero entre ellos y la mayoritaria representación de porquerizos, pastores, vaqueros, pequeños ganaderos, braceros y yunteros, parados y pedigüeños, no existe el más leve hilo conductor. (pág. 111) Cubriendo o enterrando la verdadera y real historia de Extremadura de aquellos años, nadie nos cuenta que por aquellos mismos años de gloria llegó a nuestras tierras la peste negra y que infinidad de personas murieron como consecuencia del contagio, principalmente por cebarse ésta en los organismos depauperados, toda vez que la falta de trabajo y las condiciones sanitarias brillaban por su ausencia. Como será enterrada la Extremadura de los emigrantes sin brillo, de los heroicos conquistadores que fueron tras las onzas de oro, que conocían de oído, y que sin saber qué, sin saber nada, se encontraron con el diente del ofidio, la cerbatana y el curare, el rayo de la altitud, la fatiga de la selva y desiertos que abonaron con unos huesos “heroicos”. (pág.114) Y sin embargo, aquellos años de heroicas conquistas y búsqueda de oro que solo sirvieron para sufragar guerras en Europa o para levantar casas solariegas, ermitas o conventos, son al mismo tiempo y sin que nadie le preste la menor atención, los años de los mayores logros en el mundo de la cultura o de la ciencia en nuestra tierra. Seguramente influenciados por los altos conocimientos que desde Guadalupe fueron expandiéndose por todo el territorio nacional, de Extremadura fueron conociéndose los nombres de hombres de letras o relacionados con la medicina como lo puedan ser: Benito Arias Montano, Francisco Sánchez de las Brozas El Brocense, fray Diego de Chaves, el zafrense Ruy López de Segura primer campeón del mundo de ajedrez, Torres Naharro precursor de Lope de de Calderón, los placentinos Micael de Carvajal y Luis de Miranda, Francisco Soria, Cándido Osuna, Pedro de Valencia, los médicos Fernán Sánchez Rivera, Gonzalo Correas, o el mismo Sorapán de Rieros, los pintores Morales y Zurbarán, por nombrar algunos de los más significativos nombres de unos años en que al mismo tiempo que se agrandan las fronteras de la nación, se 2
achicaban en Extremadura los límites de las tierras de labranza como consecuencia de los beneficios de la Mesta, se roturaban nuevas Cañadas reales o se quemaban por parte de los pastores los frondosos bosques extremeños para que hubiera más hierba para las merinas en la próxima temporada de invierno. Hoy quisiéramos rescatar del olvido a unos de esos verdaderos héroes de nuestra tierra que, bien por su condición de soldado de extracción social humilde o porque no formó parte de ese restringido número de afortunados señalados por la veleidosa y arrogante diosa que es la Fama, duermen para siempre entre el infinito número de hombres que prefirieron la aventura y el peligro, al siempre humillante ofrecimiento de sus fuertes brazos en la plaza de su pueblo a caciques y capataces desaprensivos y explotadores. Nos estamos refiriendo a Martín Álvarez Galán, un humilde muchacho nacido en el pueblo de Montemolín (Baja Extremadura) y a quien su valor, su honradez y su amor a su patria le valieron el reconocimiento de sus propios enemigos en la fragosidad de la batalla naval de San Vicente ocurrida un 14 de febrero de 1797.
Típica calle de Montemolín, con reminiscencias andaluzas
Y quisiéramos hacerlo acercándonos más desde la leyenda que sobre su persona y sus hechos heroicos se ha escrito, que desde la propia realidad de unos datos personales poco relevantes y, por lo tanto, desconocidos o de poco interés para estos apuntes. Hemos dicho en otro lugar, que la historia la escriben siempre los vencedores para justificar, muchas veces, sus desmanes, mientras que la leyenda es una enorme matrona que todo lo absorbe y que sin tener en cuenta castas ni privilegios es capaz de levantar el sólido edificio que permanece a lo largo de los años en la memoria de los pueblos, como bien hemos podido ver en otros trabajos nuestros en el que hablábamos sobre la figura de Eloy Gonzalo, héroe, según la leyenda, de la 3
defensa de Cascorro, en Cuba, mientras se ocultaba la historia real en la que sobresale el capitán extremeño Francisco Neila y Ciria, o el siempre recordado lugar de Baler, en Filipinas, donde el extremeño Martín Cerezo dio lugar a la leyenda conocida como Los últimos de Filipinas. Martín Álvarez Galán nació en Montemolín (Baja Extremadura) en el año 1766, siendo único hijo del matrimonio formado por Pedro Álvarez, carretero que hacia su trayecto de ordinario entre Montemolín, Olivenza y Badajoz, y de Benita Galán, hija de un antiguo soldado que se batió valientemente, y por un sueldo de miseria, defendiendo la causa de Felipe V, primer rey de la dinastía de los Borbones en España, a la muerte de Carlos II El Hechizado, último vástago de una dinastía enferma y degradada, como lo llegó a ser la, en otros tiempos, poderosa e invencible Casa de los Austria. Cuenta la leyenda, y nosotros los que tenemos más de cincuenta años y hemos vivido nuestra infancia en un ambiente campesino lo podemos confirmar, que en las largas noches de invierno, sentados a la lumbre de la chimenea, la madre de Martín, durante las largas ausencias de su hombre le contaba historias de guerras en las que su marido había combatido hasta alcanzar el grado de sargento, antes de que perdiera un brazo en la toma de Badajoz, ocupada por parte de tropas inglesas, portuguesas y austriacas. Nos sigue diciendo la leyenda que el joven Martín, fuerte y emprendedor, acompañaba desde los 16 años a su progenitor en los viajes a los mencionados pueblos de la provincia, cuando al pasar por unos de los lugares más frondosos de Sierra Prieta, mientras el “tío Pedro” iba durmiendo en lo alto del carro y Martín cantaba montado en los lomos de una mula, un hombre a caballo les salió al paso solicitándoles: la bolsa o la vida. Frente al susto inicial, el joven Martín salta de la mula y se arma con dos buenas piedras mientras el del caballo le apuntaba con la pistola, y le dice: Procura hacer buena puntería pues como falles eres hombre muerto. A sus gritos se despierta su padre, a la vez que desde un pinar se les acercan el tío Bruno con dos hombres más a caballo y conociendo que se trataba del tío Pedro y su hijo, le dice al primer bandolero: Guarda la pistola Zurdo, que ahora no es menester. Y acercándose al tío Pedro le dice: ¡saque la bota tío Pedro!, mientras le solicitaba noticias nuevas sobre el pueblo y le pedía disculpas por la actitud del Zurdo, que era nuevo en la partida y no conocía a los lugareños. Y mirando a Martín le pregunta: ¿Y a todo esto qué pensaba hacer el jovencito para defenderse? A lo que Martín contesta: Lo que hiciera cualquier hombre honrado a quien intentan quitarle lo único que tiene, defenderme y si es preciso hasta perder la vida. A lo que contesta el jefe de la partida: ¡Bravo! Tío Pedro. Qué lástima que 4
su hijo en vez de carretero no se dedicara a la milicia, le pronostico que había de ser un buen soldado. Y contesta el bueno del tío Pedro, pensando tal vez en sus años de servicio en el ejército: Eso es lo que hace falta, señor Bruno, que a los cuentos que su madre le tiene metidos en la cabeza venga usted diciendo eso. Y después de confraternizar y dar fin a la bota, los bandoleros se marcharon entre cordiales saludos. El muchacho siguió acompañando a su padre hasta la muerte de éste, y después él mismo siguió algunos años recorriendo los caminos extremeños con el carro. La poca rentabilidad del negocio y el fracaso en unos amores no correspondidos con María, hija del mesonero de Montemolín que no veía con buenos ojos las relaciones de su hija con un simple carretero, cambiaron el curso de la historia. A la vuelta de uno de sus viajes se encuentra con la triste noticia de la muerte de su madre y del casamiento de María con el hijo del molinero, hechos que decidieron al joven Martín a hacerse soldado.
Restos del castillo moro de Montemolín
Marcha a Sevilla donde muestra su deseo de alistarse en un regimiento de caballería, pero se encuentra con los de la Armada, donde había un pequeño destacamento de reclutación compuesto por un capitán, un sargento, dos cabos y doce granaderos escogidos, uno de los cuales era Lucas García, granadero de marina, el cual vestía con arrogancia una buena casaca azul turquí, con solapa encarnada vuelta hacia fuera, calzón azul, charreteras encarnadas, gorra de pelo con manga grana terminada en borla amarilla, cuyo uniforme lucía adoptando un aire marcial que impresionaba1, de quien quedó encantad Martín con su amistad. Pero éste, viendo la preferencia de Martín por servir en caballería, para no decepcionar e impresionar al aspirante, llamaba a su Regimiento Los
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Dragones del Viento, y a sus barcos, caballos con nombres de Santos. Convencido con su nuevo destino, pasó a ser soldado de la Tercera Compañía del Noveno Batallón de Infantería de Marina, un 26 de abril de 1790, dando su talla cinco pies y siete pulgadas2. De Sevilla marchó a Cádiz. Tras la instrucción y una temporada de vigilancia en los Arsenales, el 16 de septiembre de 1792 embarca como soldado en el navío “Galindo”, de 74 cañones, pasando de Cádiz a Cartagena. Las circunstancias históricas que derivaron en la muerte del rey francés Luis XVI con quien los soberanos de España e Inglaterra tenían tratado de amistad, hicieron que en 1793 fuera encargado de una Escuadra el teniente general de la Marina don Francisco de Borja, quien tenía que salir de Cartagena y dirigirse a Barcelona para bloquear las costas francesas, previa llamada de ayuda del almirante inglés Hood que bloqueaba Marsella y Toulon. Uno de los barcos enviados fue el Gallardo donde servía el soldado extremeño Martín Álvarez. Cuando llegaron a su destino ya el puesto de Toulon había sido conquistado por ingleses y españoles, a cuyo mando quedó el heroico militar español don Francisco Gravina. Tan fácil victoria envalentona a don Francisco de Borja quien decide desalojar a los franceses de las islas de San Pedro y San Antíoco, al sur de Cerdeña. Conseguido el objetico, el buque Gallardo regresa nuevamente a Cartagena. En 1794 figura el nombre del soldado Martín Álvarez en la lista de tropa del buque San Carlos, destinado a convoyar a los buques y transportes que conducían gentes y pertrechos para la defensa de Filipinas. En 1796 su nombre figura en la guarnición del navío Santa Ana, de 112 cañones, para pasar poco después a la guarnición del Príncipe de Asturias, también de 112 cañones, y el 1 de febrero de 1797 nos lo encontramos en las listas del navío San Nicolás de Bari, de 74 cañones, al mando del capitán de Navío don Tomás Geraldino, que se hizo a la mar con la Escuadra que desde Cartagena partió rumbo a Málaga y al Atlántico donde debía de recibir a un gran convoy. La Batalla del Cabo de San Vicente fue un combate naval que tuvo lugar el 14 de febrero de 1797 frente al Cabo de San Vicente, en el extremo occidental de la costa portuguesa del Algarve. España se encontraba en aquel momento aliada a la Francia revolucionaria merced al Tratado de San Ildefonso, que la comprometía a enfrentarse a Inglaterra en el marco de las Guerras Revolucionarias Francesas. 6
La escuadra española, formada por 27 navíos de línea, 11 fragatas y un bergantín, con un total de 2.638 cañones, partió de Cartagena en febrero de 1797 al mando del teniente general José de Córdoba. Entre los buques de la flota española se encontraba el Santísima Trinidad, entonces el mayor buque de guerra del mundo con 136 cañones y el único con cuatro cubiertas de artillería. Poco antes de su llegada a Cádiz fueron sorprendidos por un fuerte temporal, al tiempo que la flota inglesa, con 15 navíos de línea, 4 fragatas, 2 balandros y 1 cutter, con un total de 1.430 cañones y al mando de John Jervis, interceptaba a la escuadra española.
Navío San Nicolás de Bari
Al amanecer del día 14, los barcos de Jervis se encontraban en posición para enfrentarse a los españoles y viceversa. Fue entonces cuando vio claro que su inferioridad numérica era de dos barcos españoles por cada barco inglés, pero en cualquier caso suponía ya mayor riesgo para los ingleses tratar de evadirse que enfrentarse a la escuadra española, por lo que Jervis se decidió a atacar para tratar de impedir que esta escuadra se uniera a la flota francesa que les esperaba en Brest. Para ventaja de los ingleses, la escuadra española estaba formada en dos grupos tácticamente mal dispuestos para el combate, mientras que los ingleses conservaban la línea. Jervis ordenó a su flota que pasara entre ambos grupos, lo que optimizaría el uso de los cañones de sus barcos, mientras impedía que la flota española pudiera usar todos los suyos. En todo momento maniobró la flota con el fin de impedir que los barcos españoles pudiesen escapar hacia Cádiz.
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La batalla que se desarrolló a lo largo del 14 de febrero acabó en una derrota para la armada española. De los 27 navíos de línea con los que contaba la flota española, entraron en combate 7, perdiendo 4, e incluso podría haber llegado a perder a su buque insignia de no ser por la actuación de Cayetano Valdés, al mando del Infante don Pelayo, que acudió en su socorro cuando ya había arriado su bandera. Se dice que amenazó al buque insignia español con cañonearle si no levantaba de inmediato su pabellón. Otros cuatro buques de la flota quedaron muy seriamente dañados. Los ingleses apresaron los navíos San José, Salvador del Mundo, San Nicolás y San Antonio.
Nelson recibiendo la rendición del navío San José en la batalla de San Vicente
La batalla costó la vida de 250 hombres por parte española. La flota inglesa, al mando de John Jervis, demostró que, a pesar de estar en inferioridad numérica, la disciplina y el entrenamiento de sus marinos eran cruciales para convertirla en un arma de guerra imbatible, cosa que años más tarde se demostraría de nuevo en la batalla de Trafalgar. En la posterior retirada española, algunos barcos huyeron hacia Cádiz, mientras que otros lo hicieron con rumbo a Algeciras. El grueso de la escuadra española entró en Cádiz el 3 de marzo, siendo objeto del escarnio de los gaditanos por su humillante derrota. A consecuencia de la misma, el jefe de la escuadra José de Córdova tuvo que enfrentarse posteriormente a un Consejo de Guerra, donde fue degradado. Si hubiera mostrado más decisión y hubiera atacado a los navíos británicos, varios de ellos destrozados y a remolque como el Captain de Nelson, hubiera podido evitar que se llevaran 4 presas y, quizás, hasta habrían apresado alguno, dado que los ingleses estaban dañados y casi sin municiones mientras que en la escuadra española, salvo los siete barcos que combatieron, el resto estaban intactos.3 8
El navío Captain donde ondea la insignia del Comodoro Nelson
Veamos la crónica que un oficial inglés le envía al entonces teniente de Marina Bermúdez de Castro cuando revisaba en Gibraltar la exposición de la Marina en el año 1885 y en la que se encontró pertrechos del navío San Nicolás de Bari: …Pero en el barco español “San Nicolás de Bari” queda algo por conquistar. Sobre la toldilla arbola la bandera española que flota al viento cual si todavía el barco no se hubiera rendido. Un oficial inglés que lo observa va a ella para arriar la bandera. Antes de llegar un soldado español, de centinela en aquel lugar, sin apartarse de su puesto, le da el alto, el oficial no le hace caso y se acerca, el sable del centinela lo atraviesa con tal fuerza que lo queda clavado en la madera de un mamparo. Un nuevo oficial y soldados se acercan y el centinela no logrando desasir su sable de donde se hallaba pinchado, coge el fusil a modo de maza y con él da muerte a otro oficial y hiere a dos soldados. Da después un salto desde la toldilla para caer sobre el alcázar de popa donde lo acribillan a tiros los ingleses. Nelson que ha presenciado la escena se aproxima al cadáver silencioso. Urge desembarazar los barcos de muertos y ruina y se comienza a dar sepultura a los muertos. Todos tienen el mismo trato. Una bala atada a los pies. Un responso del capellán y por una tabla deslizarse hundiéndose en el mar. Al llegar al turno al centinela español, Nelson ordena que se le envuelva en la bandera que había defendido con tanto ardor.4
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A Horatio Nelson, futuro vencedor de Trafalgar se debe que el nombre de este granadero Martín Álvarez no quedase en el anonimato y figure en la casamata que se encuentra en Gibraltar, un cañón de su barco. Cuando los soldados ingleses se aproximan al que creían cadáver se encuentran con que no está muerto, sino mal herido. Lo curan, lo llevan a una población del Algarve portugués, de donde dicen las fuentes que consiguió escapar y regresar a España, concretamente a su pueblo de Montemolín. Meses después fue llamado a Cádiz con motivo de testificar sobre la causa abierta para la verificación de la conducta del comandante y oficiales del San Nicolás de Bari, a quienes se les acusaba de haber abandonado el barco y rendirse sin resistencia al enemigo. Martín Álvarez, con la gallardía de la que siempre hizo gala, fue capaz de convencer al Fiscal de la causa, el Mayor de la Armada don Manuel Núñez Gaona de que el barco solamente fue hecho prisionero cuando fueron muertos y malheridos todos sus tripulantes:
El navío Captain de Nelson atacando al Santísima Trinidad
Porque el “San Nicolás de Bari” no se rindió, sino que fue abordado y tomado a sangre a fuego. - ¿Y a qué llamáis entonces rendirse? 10
- Yo creo, que no habiendo ningún español cuando se arrió su bandera, mal pudieron haber capitulado. - ¿Pues dónde estaba la tripulación? - Toda se hallaba muerta o malherida.5 Tras la investigación sumaria que se instruyó por el combate el fiscal se expresa: No puedo pasar en silencio la gallardía del granadero de Marina Martín Álvarez, perteneciente a la tercera compañía del noveno batallón, pues hallándose en la toldilla del navío San Nicolás de Bari cuando fue abordado, atravesó con tal ímpetu al primer Oficial inglés que entró por aquel sitio que al salirle la punta del sable por la espalda la clavó tan fuertemente contra el mamparo de un camarote, que no pudiendo librarla con prontitud, y por desasir su sable, que no quería abandonar, dio tiempo a que cayera sobre él el grueso de enemigos con espada en mano y a que lo hirieran en la cabeza, en cuya situación se arrojó al alcázar librándose, con un veloz salto, de sus perseguidores.6 Por los méritos reconocidos en esta batalla, se le quiso como premio ascender a cabo, impidiéndoselo el no saber leer ni escribir. Su afán de servicio hizo que en pocos meses superara esta prueba y fuera nombrado cabo el 17 de febrero de 1798 y en agosto de ese mismo año cabo primero, embarcando en el navío Purísima Concepción, de 112 cañones de la escuadra de Mazarredo. Y aquí empieza el verdadero reconocimiento a un hombre valiente que antepuso su obligación de defender la bandera de su patria a su propia seguridad personal. El 12 de noviembre de 1798 llegó una urca destinada a la correspondencia, y una de las cartas era un escrito oficial que se refería a Martín. Entonces se izó una bandera encarnada como señal infalible de algo extraordinario, por lo que fue dada la orden para que toda la guarnición y tripulación formara en cubierta. Una vez formada la tripulación, el comandante del navío mandó salir de la formación al Cabo Primero de granaderos Martín Álvarez, leyendo un Decreto Real por el cual se le concedían cuatro escudos mensuales como pensión vitalicia. Estando la escuadra del general Mazarredo en Brest (Francia) en cumplimiento de los planes de Napoleón, una mañana en que el Cabo Primero estaba de guardia en su navío sufrió un accidente golpeándose en el pecho. Fue desembarcado y enviado al Hospital de Brest, donde murió el 23 de febrero de 1801.
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Como recuerdo a tan memorable personaje, como homenaje a su demostrado valor, la Armada, en una Real Orden de 12 de diciembre de 1848, dispuso que permanentemente un buque llevara el nombre de este glorioso marino español. Muchos años más tarde, en 1936, se inauguró en su pueblo natal de Montemolín un paseo donde se levantó una estatua del valiente soldado, a cuyo acto acudieron las autoridades civiles y religiosas de la provincia, así como el Almirante Bastarrechey y una compañía de Guardias Marinas de San Fernando, con banda, que desfiló por la población.
Homenaje en Montemolín al soldado Martín Álvarez
Como homenaje a nuestro paisano, queremos transcribir íntegramente la Real Orden de 12 de diciembre de 1848, resolviendo que haya permanentemente en la Armada un buque que se denomine “Martín Álvarez”: Excmo. Sr: La Reina Nuestra Señora, de conformidad con el parecer emitido por V. E. en su comunicación 1354 de fecha 5 del corriente mes, referente a la propuesta del Mayor General, se ha dignado resolver que en lo sucesivo haya perpetuamente en la Armada un buque del porte de 10 cañones para abajo que se denomine Martín Álvarez, para constante memoria del granadero de Marina del mismo nombre perteneciente a la 3ª Compañía del 9º Batallón, que hallándose embarcado en el navío San Nicolás se distinguió por su bizarría sobre la toldilla del mismo el 14 de febrero de 1797, al rechazar el abordaje de un buque inglés de igual clase, el Capitán, donde arbolaba su insignia el Comodoro Nelson, siendo en consecuencia la Real voluntad que desde luego lleve el referido nombre la goleta Dolorcita. 12
Quiere al mismo tiempo S. M. que esta soberana decisión se lea al frente de banderas a los batallones de Marina, como premio debido al mérito que contrajo aquel valiente soldado cuya memoria sebe ser eterna en los anales del Cuerpo al queu perteneció.7 Desde esta fecha hasta la presente, varios han sido los buques de la Armada que han llevado el nombre de tan valiente personaje: La goleta “Dolorita”, de 7 cañones fue llamada con el nombre de Martín Álvarez durante los años 1849-1850. Naufragó en la costa de Burdeos (Francia)
Último buque de la Armada española, el L-12 que llevó el nombre de “Martín Álvarez”
Después un falucho guardacostas de 1ª clase. Cañonero de hélice de 207 toneladas 1871-1876. Construido en La Habana, pereció en el río Canto. Cañonero de hélice de 173 toneladas, 1878-1882, prestó servicios en Filipinas. Buque de desembarco (L-12), 1971-1995, construido en los Astilleros de Cristy Corporation de EE.UU. Fue entregado a España el 15 de junio de 1954.
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Actualmente, la memoria del granadero Martín Álvarez sigue viva tanto en su pueblo de Montemolín como en la capital de la alta Extremadura, Badajoz, donde hay una calle son su nombre. También su famoso sable que ocasionó la muerte de un oficial inglés es motivo de curiosidad en un museo de la capital inglesa. Desde 1986 y en su memoria, los granaderos de la Cofradía Marraja le rinden un homenaje en el muelle de Alfonso XII, frente al monumento a los Héroes de Cavite, al granadero que fue modelo de hidalguía y entrega a su patria.
Parada de los granaderos Marrajos
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NOTAS 1.- Sacado de la nota de Javier Galván Campano, publicado en Internet. 2.- Si utilizamos el pie castellano (25,86 cms.) y la pulgada (25, 4 m/m) nos dará la altura aproximada de 1 m y 57,8 cms. 3.- Crónica de la Batalla Naval del Cabo de San Vicente por el General Bermúdez de Castro. 4.- Idem. 5.- Del proceso Fiscal. 6.- Del proceso Fiscal. 7.- Real Orden de 12 de diciembre de 1848.
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