Mercedes Andrade, la innombrable de Raquel Rodas Morales.

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Mercedes Andrade Chiriboga a los 14 años, Cuenca, 1891. Carte de visite de Juan Francisco González. En la página anterior: reverso de la foto con nota manuscrita por la retratada, que dice: «Yo, al siguiente día de mi compromiso de matrimonio con I. Ordóñez Mata. Tengo 14 años de edad. 12.10.91». Archivo Felipe Díaz Heredia.


Mercedes Andrade (1877 - 1973)


Mercedes Andrade, la innombrable © Raquel Rodas Morales © 2019, GAD Municipal del cantón Cuenca Pedro Palacios Ullauri Alcalde de Cuenca Adriana Tamariz Valdivieso Director General de Cultura, Recreación y Conocimiento Edición: Silvia Ortiz Guerra Revisión de textos: Juan Pablo Castro Rodas, Marcia Peña Andrade Diseño: Juan Pablo Ortega Fotografía: Archivo Felipe Díaz Heredia Portada: Mercedes Andrade Chiriboga, París, ca. 1945 Impresión: Imprenta LNS-Editorial Don Bosco ISBN: 978-9942-8822-2-6 Cuenca-Ecuador, diciembre de 2019



Mercedes Andrade Chiriboga en ParĂ­s, ca. 1940


Raquel Rodas Morales



NOTA BENE

Empecé a revisar el libro de mi madre cuando ella estaba ya incapacitada para hacerlo, debido a un feroz tumor cerebral. Entre la fascinación por su prosa límpida y sensible, y el esfuerzo de investigación y escritura que le tomó diez años de su vida (sin ningún auspicio que no fuese su inagotable tenacidad), descubrí que había continuado con la empresa que se propuso meses atrás: la ficción histórica, es decir, una versión recreada, a partir de la pulsión dramática, de los eventos históricos que surgen del archivo y de las entrevistas. Esta ficción histórica, decía mi madre, permite que la historiadora asuma una capacidad narrativa más libre sin que eso implique, ni de lejos, una alteración de los datos. Se trata, más bien, de dotar al pasado de un elemento de plasticidad narrativa. Celebro que esta obra –a la que yo definía como el libro interminable, cuando visitaba a mamá, mientras ella me miraba con alegría, pero también con preocupación (diez años son muchos años)– haya culminado, pues, se constituye en el legado de una mujer que concibió siempre a su ejercicio como un proyecto de amorosa responsabilidad intelectual. Juan Pablo Castro Rodas Quito, octubre de 2018 - enero de 2019

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PRÓLOGO

Mercedes Andrade, la innombrable, es el último libro de Raquel Rodas, prolífica escritora azuaya, autora de numerosas obras literarias, educativas e históricas. Dentro de estas últimas, las biografías de mujeres tienen un lugar central. Podría decirse, sin exageración, que la historia ecuatoriana y la causa feminista le debe a Raquel buena parte de la recuperación de la memoria de varias mujeres valerosas, contestatarias, irreverentes frente a normas arcaicas de vida, que abrieron caminos de libertad individual y colectiva. Las biografías de Dolores Cacuango1 y de Tránsito Amagua2 ña, líderes indígenas, nos permitieron conocer sus orígenes, sus luchas por la autodeterminación de sus pueblos y por conquistas democráticas y sociales en el Ecuador de mediados del siglo XX. La de Luisa Gómez de la Torre y Laura Almeida,3 comunista y socialista que se hermanaron en la lucha por las reformas sociales, en las mismas épocas. La de Teodosia Robalino,4 maestra rural de orígenes sociales humildes que se destacó por su entrega a la enseñanza y por su liderazgo gremial. La de Zoila Ugarte de Landívar,5 mujer liberal y precursora del feminismo ecuatoriano, periodista y defensora del

1

Dolores Cacuango, gran líder del pueblo indio. Banco Central del Ecuador, Biografías Ecuatorianas N.° 3, Quito, 2005. 2

Tránsito Amaguaña: su testimonio. Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas, Quito, 2007. 3

Nosotras que del amor hicimos… Editorial Trama, Quito, 1992.

4

Teodosia Robalino. Crear Gráficas editores, Quito, 2008.

5

Zoila Ugarte de Landívar. Patriota y republicana. Heroína ejemplar del feminismo. Banco Central del Ecuador, Quito, 2010.

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derecho al sufragio para las mujeres. Las de treinta y cuatro Maestras que dejaron huellas, reseñas biográficas, escritas por varias autoras del Grupo GEMA (Grupo de Educadoras María Angélica) alentadas por Raquel, quien hizo de editora de esta publicación6. La de la poetisa cuencana María Ramona Cordero y León, Mary Corylé,7 adelantada de su tiempo, prolífica autora de piezas literarias, algunas de las cuales escandalizaron, por su vuelo erótico, a la pacata sociedad cuencana de inicios del siglo XX. Cierra el repertorio, la biografía de Mercedes Andrade, otra cuencana, nacida en 1877, que llegó a ser visible por su entronque con la familia Ordóñez Mata, una de las más pudientes e influyentes en la ciudad de Cuenca, en la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX, y que se volvió famosa, pero también innombrable, por su audaz fuga a París, para unirse con el famoso científico francés Paul Rivet, de quien fue su compañera y esposa hasta su muerte. Extractos de esta última biografía, aparecieron como artículos en AFESE8 y en la Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana9. Este libro que ahora tenemos en nuestras manos, Raquel lo terminó poco antes de su muerte, y como lo señala en su introducción, es una biografía inscrita en lo que ella denomina narrativa histórica: «por acudir tanto a la formalidad de la historia en la mayor parte del texto, como a la desinhibición de la literatura en ciertos pasajes». Esto último le confiere una riqueza mayor, puesto que transporta a 6

Maestras que dejaron huellas. Aproximaciones biográficas. Grupo GEMA. CONAMU y Taller Manuela, Quito, 2000. 7

Mary Corylé, poeta del amor: estremecimientos del cuerpo y la palabra. Fondo editorial del Ministerio de Cultura del Ecuador, Biografías ecuatorianas N.° 14, Quito, 2012. 8

Narrativa histórica. Madame Rivet. En AFESE. Revista del Servicio Exterior Ecuatoriano, N.° 62 (204-238). Quito, 2015. 9

Entre la ciencia y el amor: Paul Rivet y Mercedes Andrade. En Revista Casa de la Cultura Ecuatoriana, Año LXII, N.° 26, Quito, segundo semestre 2016.

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los lectores y lectoras a paisajes comarcanos y metropolitanos, a sentimientos y pensamientos de las personas que se cruzaron en la vida de Mercedes Andrade y a su propio mundo interior, imaginado a partir de la inmersión de la autora mujer en la historia de la otra, la protagonista. Y es que Raquel Rodas cuando escribió biografías de mujeres, lo hizo con alma y corazón; identificándose con sus vidas, con sus anhelos, con sus luchas; comprendiéndolas. Son biografías intencionadas, porque ponen de relieve no solo las vidas biografiadas, sino sus contextos difíciles, ásperos, marcados por paredes, murallas o rejas culturales –y a veces materiales– que han configurado las sociedades patriarcales y clasistas en las que se desenvolvieron. Esto es particularmente claro en la biografía de Mercedes Andrade, de quien Raquel opina «que no fue una heroína de las que son consagradas ante un hipotético altar de la patria. Lo fue de otra manera. Un ejemplo de mujer que cargó todo el peso de la sociedad patriarcal tal como esta ejercía su poder a finales del siglo XIX y la mayor parte del siglo XX. Una mujer al límite, como tantas otras hasta ahora, en perpetua tensión entre lo que buscan y lo que obtienen; entre lo que quieren ser y lo que la sociedad les deja ser»10. La narrativa histórica de Raquel Rodas sobre Mercedes Andrade, aparte de los giros literarios que le dan belleza y profundidad subjetiva y que transmiten la empatía de la autora con su protagonista, no es equiparable con la producción novelística que ha empezado a aparecer sobre este personaje11. Todos los géneros son válidos para reinventar y redescubrir personas que confrontaron los paradigmas femeninos del patriarcado y, en ese sentido, son bienvenidos, pero el sustento histórico de la larga y paciente investigación de Raquel, 10

Revista AFESE N.° 62, 2015 (204).

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Como por ejemplo la novela de Felipe Díaz Heredia (2016): Madame Rivet. Entre el amor y la razón, Eskeletra.

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que le tomó, a decir de su hijo Juan Pablo, nada menos que diez años, no tiene precedente. Sesenta y ocho textos consultados, nueve entrevistas realizadas y la indagación de fuentes primarias en veintiséis archivos, le permitió a Raquel ofrecernos un libro que, partiendo de la vida de una cuencana valiente, nos conecta con la historia económica, política y cultural de Cuenca y el Ecuador en los siglos XIX y XX, con la del mundo occidental de entreguerras, y con el conocimiento de una parte de la historia científica mundial enraizada en el descubrimiento de dimensiones desconocidas de nuestro país, por parte del etnólogo Paul Rivet, que unió su vida a la de Mercedes Andrade. En realidad, se trata de una doble biografía –la de Mercedes Andrade y la de Paul Rivet– intercaladas en la narrativa porque intercaladas estuvieron sus vidas, desde los años mozos de ambos personajes. El tiempo histórico que les tocó vivir, los espacios que transitaron y la trascendencia intelectual de Rivet obligó a la autora a una amplísima investigación para recrear los contextos en los que vivieron, con la profundidad suficiente para comprender sus trayectorias humanas. El libro se organiza en tres partes que describen a Mercedes adolescente y precoz esposa y madre; a la audaz enamorada que huye del cautiverio social; y a la mujer madura que enfrenta las vicisitudes de una relación compleja, en cuyo marco se reconfigura como mujer y ciudadana. En la segunda y tercera parte del libro, es Paul Rivet el protagonista descollante, primero por su transformación humana acaecida en el encuentro con el otro americano y luego por su proyección mundial como científico y como político comprometido con las causas de la justicia y la supervivencia humana, en el contexto desgarrador de las dos guerras mundiales. En la primera parte del libro, se atisba la procedencia familiar de Mercedes, sus años juveniles, tempranamente coartados por su

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boda arreglada a sus espaldas, y la desventura de los primeros años de matrimonio que provocaron su primera fuga para separarse de su esposo. Esta historia se imbrica con acontecimientos derivados de las realidades económicas y políticas de Cuenca en el siglo XIX. La descripción de la familia paterna del esposo de Mercedes, Ignacio Ordóñez Mata, es la trama que hilvana la comprensión del tejido de poderes que sustentaban la vida de las élites cuencanas. Los Ordóñez Lazo, dinastía familiar a la que pertenecía José Miguel, padre de Ignacio, basaban su poderío en los negocios de la cascarilla y del cacao, en el mercado mundial. y de los cereales, en el mercado interno. En lo político, se hallaban entroncados con el presidente García Moreno, de cuya administración fue gobernador por algunos años, el tío Carlos Ordóñez Lazo, quien luego de la muerte del padre de Ignacio, contrajo nupcias con su madre, la señora Hortensia Mata. Y no faltaba el poder religioso, ostentado por el otro tío mayor, monseñor Ignacio Ordóñez, arcediano de Cuenca, a quien el presidente García Moreno le encargó negociar la venida al Ecuador de las religiosas francesas de los Sagrados Corazones, que fundaron sendos establecimientos educativos en Quito y Cuenca, en julio de 1862. Monseñor Ordóñez fue un fiel defensor de las políticas garcianas, cuando actuaba, entre el púlpito y la legislatura, como en ese entonces era común. Se relata los distintos brotes de oposición de los cuencanos al garcianismo y, por ende, a los Ordóñez Lazo. La reticencia a la construcción de la vía Cuenca-Molleturo-Naranjal que atravesaría los fundos de varios terratenientes y propiciaría la movilidad de los indios, fue una de las razones principales de confrontación, pese a que aquella vía servía a todos para sacar sus productos hacia el litoral y traer los bienes importados para adornar las suntuosas casas de las élites; no obstante, se hacía todo a lomo de mula y de guandos, por lo que no urgía la necesidad de mejorarla.

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Algunos terratenientes cañarenses levantaron a sus peones contra el garcianismo, aliándose con el urbinismo; otros terratenientes cuencanos que eran competidores de los Ordóñez en el negocio de la cascarilla, como Miguel Heredia y Luis Cordero, usaban los periódicos para hacer su oposición. Los obispos cuencanos Tadeo Torres y Estévez de Toral no fueron sumisos a las políticas garcianas, especialmente a las restricciones del Concordato al poder de la Iglesia, específicamente en los curatos rurales. Intelectuales y estudiantes también se oponían a lo que consideraban excesos de autoritarismo en la conducción del Estado. Este hervidero de luchas y confrontaciones es el telón de fondo, muy bien expuesto, de la historia de Mercedes. La otra veta de la narrativa se refiere a la suegra Hortensia Mata, una poderosa mujer, madre de innumerables hijos, dos veces casada con dos Ordóñez Lazo, promotora de toda obra cultural y filantrópica de la ciudad, y dueña de la más grande fortuna, administrada y heredada por ella, al quedar viuda del segundo esposo. Ella se atribuyó el acuerdo para la boda de su primer hijo Ignacio con la guapa quinceañera Mercedes Andrade, para desviarle al chico de su amorío con una pueblerina, que resultaba inadmisible en los círculos cerrados de su élite. Ella fue también el ojo vigilante de la vida de su nuera, a la que cedió la casa diagonal a la suya, en el parque central de la ciudad, para que se instalara con sus pequeños hijos, una vez que Mercedes escapara de Paute, para huir de su marido. El misterio rodea la historia de Hortensia Mata. Raquel Rodas expone algunas hipótesis referidas a la predilección que tuvo por ella el presidente García Moreno, quien, al parecer, fue el artífice del relacionamiento de Hortensia con la familia Ordóñez Lazo, a través de la alianza matrimonial con su hijo menor, que determinó su venida desde Guayaquil a Cuenca, donde se afincó hasta el final de sus días. En la segunda parte del libro, el protagonista es Paul Rivet, médico francés que acompañó a la segunda misión geodésica fran− 18 −


cesa, y llegó al país en 1901, para prestar atención médica a sus integrantes. En su experiencia en Ecuador, además de médico tuvo que suplir en su trabajo a varios de los expedicionarios, que no resistieron las condiciones difíciles, climáticas y sociales en las que se desenvolvía la investigación científica. Pero, sobre todo, a partir de su encuentro con este otro mundo, otras gentes y otras culturas, se transformó en un científico amante del conocimiento de los pueblos originarios del país y de América. En esta segunda parte, el escenario que describe Raquel Rodas nos traslada a la recién inaugurada época liberal, luego de la Revolución alfarista. Ya no es solo Cuenca y su relación con un gobierno, sino el resto del país y, en particular las ciudades y regiones donde instaló sus operaciones la misión geodésica, que son retratadas en sus características físicas y sociales. También alude al acervo creciente de conocimientos e impresiones que acumula Rivet en sus sitios de visita, en su contacto con los pacientes, especialmente indígenas, y en la relación con investigadores como Federico González Suárez y otros, que le acercan a descifrar nuevas lenguas, costumbres, ambientes naturales y sociales, de los que no había tenido idea antes de pisar el Ecuador. La misión geodésica llegó a Cuenca en diciembre de 1905 y Rivet se dedicó frenéticamente a continuar sus investigaciones; fue a pueblos aledaños para conocer otros grupos autóctonos y realizó varias excavaciones arqueológicas. Este capítulo desentraña los hitos de su transformación humana y científica y la influencia que tuvieron en él algunos ecuatorianos, así como su contribución al mejoramiento de los horizontes investigativos en el país. «Impactado por los hallazgos arqueológicos y antropológicos que obtuvo a la par de su trabajo geodésico en el Ecuador, el joven francés al regresar a París, se dedicó al estudio de la antropología cultural y particularmente al de la etnografía», señala Raquel. El libro reúne al final una lista de veinte artículos de Rivet − 19 −


sobre el Ecuador y otras treinta y tres obras escritas por el científico con base en sus investigaciones en el país. Se relacionó con Mercedes Andrade en una visita casual a casa de su hermana Leticia, que lo requirió para una consulta médica, situación que fue aprovechada también para otra atención a la quebrantada salud de Mercedes. De ese encuentro surgió el flechazo de Cupido en los corazones de ambos jóvenes, que continuaron viéndose discretamente bajo el amparo de su hermana y su cuñado Federico Malo, floreciente empresario de la comarca. Aquí se relata la segunda audaz fuga de Mercedes, disfrazada de monja, por los difíciles parajes del Cajas, hacia Naranjal y Guayaquil y la posterior despedida del científico Rivet de la ciudad de Cuenca, fingiendo no conocer nada de este escape, que había sido minuciosamente planeado por los dos. En el puerto principal, otra hermana de Mercedes, Gertrudis, que residía allí, les daría abrigo, antes de su partida al otro lado del Atlántico. «La conmoción en la ciudad de Cuenca fue tremenda. Entre el silencio y la rabia no encubierta, el drama no se desvanecía. El nombre de la fugitiva no volvería a ser pronunciado en la ciudad deshonrada». La tercera parte del libro está ambientada en el regreso a París del ya renombrado científico Rivet, en 1906, y el descubrimiento y adaptación de Mercedes a la gran metrópoli y a su nueva vida de pareja, que es descrita como desafiante, placentera, pero también difícil, en tanto la vocación científica del francés y luego, su opción política como diputado socialista, le ocupaban la totalidad de su tiempo y su atención. Mercedes añoraba a sus hijos, a quienes pensó unirse pronto, acariciando la falaz ilusión de que el padre y la abuela procurarían que no estuvieran lejos de su madre. No obstante, estuvo presa de la formalidad de su matrimonio, del que no pudo liberarse sino hasta la muerte de su esposo Ignacio Ordóñez, en 1931. Fueron

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vanas sus peticiones al obispo de Cuenca, al santo Padre y también las de su suegra, que en 1918 le comunicó que buscaría la autorización eclesiástica para anular el matrimonio de su hijo, a que él pudiera contraer nuevas nupcias. Mercedes y Paul pudieron casarse recién en 1932. El libro sintetiza varios de los aportes epistemológicos del científico Rivet, que combatió las teorías biologistas de la antropología, que daban pie al racismo y a una visión discriminatoria de las culturas y de los pueblos; también su defensa del internacionalismo científico frente a las visiones sectarias de otros científicos que se negaban a relacionarse, por las diferencias nacionales en la conflagración mundial de la primera guerra (1914-1918). La guerra fue el atroz escenario en el que le tocó vivir a la pareja. Rivet hizo un forzado paréntesis en su actividad científica y se enroló en las filas socialistas para luchar por la paz. Actuó como médico de los heridos de guerra y Mercedes lo acompañó como enfermera, sufriendo una herida de bala que comprometió parcialmente la capacidad de movimiento de su brazo derecho. Concluida esta espantosa guerra que devastó varios países del norte occidental, con la muerte de cerca de setenta millones de combatientes, Paul Rivet profundizó su actividad científica. Fue nombrado autoridad de instituciones académicas francesas de prestigio y fundó otras, siendo la más significativa el Museo del Hombre que «se convirtió en una especie de laboratorio de investigación antropológica para el orbe entero, un espacio científico al que podían asistir investigadores de cualquier parte del planeta, a estudiar las muestras recogidas en el museo». En el último piso del palacio de Chaillot, donde este funcionaba, Paul y Mercedes tenían su departamento, incluso después de que le retiraron de la dirección del Museo, por su opción política de izquierda. Allí se hicieron vibrantes y enriquecedoras reuniones de intelectuales franceses y de

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otros países y llegaron también ecuatorianos, que fueron amablemente acogidos por la pareja. Rivet viajaba mucho a los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, promoviendo discusiones, dictando conferencias y alentando investigaciones, pero llegó la Segunda Guerra Mundial, frente a la cual redobló su activismo político antifascista y de oposición al avance del antisemitismo. El libro detalla su batalla por resistir a la invasión de Francia, hasta que finalmente emigraron, para salvar sus vidas, primero a España y luego a Colombia. Mercedes regresó a Cuenca, no solo para encontrar reposo de la tensión guerrerista del momento, sino para intentar recuperar el amor de sus hijos que se mostraban distantes, y al parecer también por un distanciamiento con su amado Paul, que se había involucrado en una relación con una científica matemática, de quien él decía que era una compañera intelectual. Por el retorno de Mercedes, vuelven las páginas sobre Cuenca, en los inicios de la cuarta década del siglo XX, una ciudad de cincuenta y tres mil habitantes, «de aire recoleto, sobrio y sosegado», donde todos se conocían. Ella fue recibida hasta con un tedeum de acción de gracias en la Catedral, porque ya era Madame Rivet, legítimamente casada. Rivet no regresó con ella; en esos años publicó su obra cumbre El origen del hombre americano que le catapultó a la fama mundial. Con el fin de la guerra, él regresó a París, pero para dedicarse de lleno a la política, contribuyendo desde la diputación, a la redacción de la nueva Constitución de la IV República Francesa. Las últimas páginas del libro, basadas en varias cartas entre Paul y Mercedes, retratan el tipo de relación entre ambos, afable, amistosa, pero marcada por un tono de fatiga, debido a la enfermedad que a él le aquejaba y las decepciones que vivía por la actitud displicente de las nuevas autoridades del Museo, sumadas a las carencias que se experimentaba en la ciudad de París, después de la guerra. «Desde que me instalé en el departamento del museo, desde − 22 −


que madame Voucher me dio su criada Ana y vino a ocupar una parte del piso bajo de la habitación, mi vida ha cambiado del todo. Como bien, mi ropa está cuidada. La criada no me roba y gasto la mitad de lo que gastaba antes… Yo comprendo que esto te disguste, pero no hay duda que ella después de haberme salvado la vida en febrero de 1941, me la salvó una vez más en el último invierno. Todo esto debes saberlo. Como te dije, ella no fue ni es mi querida, pero es una amiga incomparable», le decía con franqueza en una de sus misivas, en 1947. En ese año, Mercedes dejó nuevamente Cuenca y regresó a París, pero de lo que se desprende de las cartas, siguió sola, por los constantes viajes de Paul a distintos países del mundo, y a disfrutar de días de descanso en casas de amigos, en las afueras de París. En 1951, pasó por Cuenca, en una de sus giras, y fue recibido con amabilidad y muestras de afecto por familiares de Mercedes y por las familias prestantes de la ciudad. Siguió viajando febrilmente, como para no tener tiempo de pensar en la cercanía de la muerte, que al parecer le aterraba. Esta llegó el 21 de marzo de 1958, a los 82 años de edad. Vivió sus últimos días y murió rodeado de cuatro mujeres: su hermana Madeleine, la señora Voucher que fungía de secretaria particular, la criada Ana y la cuencana enamorada, Mercedes Andrade. Ella regresó dos años después a radicarse definitivamente en Cuenca, donde vivió hasta los 89 años. Con el patrimonio dejado por su esposo Rivet, compró una casa y pudo vivir con una cierta holgura, además, recibió una renta vitalicia del Estado francés otorgada a la viuda de su ciudadano ilustre. «Inauguró un nuevo modo de envejecer que desconcertaba a las cuencanas. Caminaba sola, viajaba a la playa, vestía con gracia y no se sometía al traje oscuro que las mujeres de su edad usaban. Leía y recibía a sus escasas amigas de antaño. Enseñaba a sus sobrinas nietas los bailes de salón y a hablar en francés, su segunda lengua».

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¡Gracias Raquel por dejarnos este último legado de tu lúcido y comprometido trabajo intelectual! ¡Gracias por donarnos la memoria de las Dolores, Tránsitos, Luisas, Lauras, Teodosias, Zoilas, Ramonas y Mercedes, que abrieron caminos por los que hoy transitamos las mujeres! ¡Gracias por haber rescatado las contribuciones científicas de Paul Rivet, inspiradas en el patrimonio de la maravillosa diversidad de nuestros pueblos americanos! Silvia Vega Ugalde Quito, abril de 2019

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INTRODUCCIÓN

Un chiquillo de quince años sube desde su colegio Benigno Malo por la cuesta del Batán y se encuentra con una señora mayor elegantemente vestida, que baja muy lentamente por la misma cuesta. El chico se acerca y amablemente le pregunta si puede ayudarla a bajar hasta la avenida. ¿Sabes quién soy?, le dice. No, señora, responde Soy Madame Rivet, viuda del sabio Paul Rivet. Una vez que le ha ayudado a bajar hasta la avenida el chico se despide. Cuando llega a su casa le cuenta la escena a su protector, que es nada menos que el Chugo Muñoz. Hoy una señora mayor se burló de mí, le confiesa. Me dijo que se llamaba Madame Rivet. ¿Cómo era? Muy linda y dulce, responde el chico. Pues efectivamente ella es Mercedes Andrade, viuda de Rivet.

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Cuando yo era niña, las referencias a la mujer que huyó a París con un médico francés que visitaba Cuenca, asomaban en las conversaciones casuales de las familias antiguas de la ciudad. Se hablaba de alguien en voz inaudible, cubriéndose la boca y mirando a todo lado para asegurarse que no escucharan otras personas. De tanto presentir una historia –contada a medias y entre susurros– aquella imagen brumosa se volvía cada vez más enigmática, fascinante e imperiosa. Solo conocía fragmentos mínimos de su vida y muy débilmente cómo se llamaba. Décadas más tarde, su nombre volvió a sonar frente a mí, a través de las afirmaciones de algunos visitantes de la ciudad que se referían con sorna a ella y a las supuestas virtudes de las mujeres cuencanas. Aquellas declaraciones crueles centradas en la figura de Mercedes las escuché en varias ocasiones, años después, pronunciadas por intelectuales de reconocida prestancia. Esas declaraciones sarcásticas constituían una especie de amenaza o burla contra todas las demás mujeres que vivían en Cuenca precautelando aún viejos cánones de comportamiento. Mientras tanto, en las crónicas escritas sobre Cuenca, incluso en aquellas que se referían a su familia más cercana, o que eran producidas por sus descendientes, se esquivaba su nombre. Hasta principios del siglo XXI Mercedes seguía siendo una figura evanescente y misteriosa. Era una mujer innombrable. Una muy difundida entrevista, realizada a ella cuando era ya muy mayor, por Juan Cueva, embajador del Ecuador en Francia, tenía cierto sesgo que la ponía en ridículo. Este juicio poco amistoso le valió a Cueva una respuesta contundente por parte de los descendientes de Mercedes Andrade. Me pregunté entonces: ¿Cuán tenebrosa era la culpa de Mercedes… si tenía alguna? ¿Cuánto daño hizo a la reputación de su ciudad? ¿O fue la ciudad la que engendró comportamientos perniciosos e indiferencia castigadora en torno a algunas mujeres señaladas como culpables de romper las normas? − 28 −


Me pregunté también: ¿No fue esta mujer –asombrosamente bella– la esposa y compañera del sabio francés, Paul Rivet, calificado junto a Einstein, Huxley, Marconi, Leví Strauss y otros, como uno de los diez pensadores más importantes del siglo XX? ¿Si Mercedes era tan insignificante, por qué un sabio la escogió como su compañera de vida?

En fin, ¿quién era ella?

Esta serie de interrogantes y paradojas me estimularon a indagar datos concretos entre familiares, amistades e individuos que la conocieron. Cada persona entrevistada guardaba retazos inusitados en torno a su memoria. Al embrujo de estas evocaciones, Mercedes se me fue volviendo más corpórea. Tomaba consistencia y se encarnaba en un ayer concreto, entre personas y hechos reales. Datos e informaciones de familiares cercanos, poco a poco restituían los colores a una vida escondida en la penumbra, aún a riesgo de que el tono particular de cada testimonio hubiera sido intensificado o desvanecido en el paso del tiempo y por el flujo natural de la palabra. Consideré respetable esa singularidad porque así es como ha quedado impreso su recuerdo en la memoria colectiva. Particularmente yo no creo válida una historia de mujeres, hecha solo de fechas y datos precisos, una historia que repita estereotipos y que no ahonde en la subjetividad de ellas como protagonistas inmersas en la trama de un suceso. Pretendí siempre reconstruir la vida de los personajes mediante nuevas interpretaciones de la realidad que rompieran el discurso hegemónico del poder, tanto político como religioso o económico-social, dentro de la vida pública y en la vida privada. Sin duda, esos aconteceres determinaron mi interés por reconstruir su historia que con diferentes estratos de significación representa la historia de la mayoría de mujeres.

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La realidad social tiene varias capas. Unas evidentes, palpables; otras subtextuales, más recónditas, que proyectan seductores o tenebrosos matices propios de la condición humana, frecuentemente capturada entre dos metáforas divulgadas por el cristianismo: los fulgores del paraíso y las llamaradas del infierno. En esta exposición trato de combinar la historia pura –apegada a los documentos que fueron posibles de hallar y estudiarlos– con una incursión en la interioridad de los personajes, especialmente de la protagonista de esta historia que, siendo una y única, cruza tangencialmente la vida de muchas mujeres, a quienes se les impuso un destino, se les truncó la vida, para luego acusarlas de ir contra la norma, culparlas de buscar su libertad y reprocharlas el haber puesto en evidencia la simulación de la verdad. Me reto a conformar un estilo al que denomino narrativa histórica por acudir tanto a la formalidad de la historia en la mayor parte del texto como a la desinhibición de la literatura en ciertos pasajes claramente señalados. Cito la conocida reflexión de Pablo Palacio: «Sucede que se tomaron las grandes realidades, las voluminosas, y se callaron las pequeñas realidades por inútiles. Pero las realidades pequeñas son las que, acumulándose, también constituyen una vida”. A lo que Alejandro Morano añade: “Esa vida individual puede portar dentro de sí las relaciones y los conflictos de toda una comunidad». A partir de estas consideraciones, debo afirmar que no eran solamente mi suspicacia y mis nebulosos recuerdos los que me incitaban a indagar sobre la vida de Mercedes. Otras personas también tenían un interés profundo, aunque silencioso en el sentido de que fueran recogidos los fragmentos verdaderos de una figura considerada indecorosa por la mentalidad sesgada de su época. El último impulso a mi decisión de establecer un diálogo con el pasado de esta incógnita mujer, lo dio Lautaro Pozo Malo, entonces agregado permanente del Ecuador ante la Unesco, quien habien-

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do leído otros trabajos míos sobre genealogía femenina sugirió que me dedicara a recuperar la vida de Mercedes Andrade. De eso hace diez años, un largo tiempo en el que he escarbado en archivos públicos y privados y he revisado textos que aludían a Rivet y fragmentariamente a Mercedes. He dialogado con sus descendientes y recogido versiones dispersas en la memoria de las gentes, especialmente de quienes conversaron con ella en los últimos años de su vida, cuando volvió a su ciudad natal donde murió en 1964. El retazo de la historia cuencana que presento es un paisaje de vida, en medio de una realidad social compuesta por un mosaico de episodios: políticos, económicos, científicos, sociales y personales. He podido observar cómo ciertas historias particulares se imbrican con las tramas de poder, soterradas o abiertamente expuestas, realidades que inciden en las trayectorias individuales que en principio pudieron ser ajenas y lejanas a dichas redes. Al estudiar el caso de Mercedes saltan a escena personalidades que son parte de la historia nacional como García Moreno, sus colaboradores y sus opositores en la antigua provincia de Cuenca, y por supuesto, actores locales, algunos de los cuales oscilan entre la historia y el mito como Hortensia Mata y otros miembros de la prominente familia Ordóñez Lazo. Para escribir este texto encontré la mejor disposición en las nuevas generaciones de cuencanos, en los descendientes directos de Mercedes, especialmente en su nieto y sus bisnietos, quienes, con un espíritu desprejuiciado y honesto, me facilitaron documentos muy valiosos, cartas, fotografías y testimonios sobre Mercedes. Otros parientes y amistades cercanas a ella tuvieron actitudes similares que facilitaron el trabajo de investigación y de composición de este libro. Lo relativo a Paul Rivet en su mayor parte lo encontré a través del servicio de bibliotecas de París donde reposan no solo libros y estudios sobre Rivet, sino más de 450 artículos y estudios sobre

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el Ecuador que él escribió sobre personajes y pasajes de la historia precolonial, recogidos en tierras ecuatorianas, con base en los cuales formuló sus primeras hipótesis antropológicas que revolucionaron el saber científico de inicios del siglo XX, hallazgos que transformaron su papel dentro de la segunda Misión Geodésica de la que formó parte. Rivet proyectó una visión humanista del conocimiento y de la práctica social universal y, sobre todo, con esos descubrimientos personales, logró crear una nueva ciencia: la Etnología. El resultado de toda esa indagación y ese análisis se proyecta en este relato histórico tejido con hilos de todos los colores: alegres y trágicos, primarios y secundarios, brillantes y oscuros. Se trata de la historia de vida –a principios del siglo XX– de una mujer perteneciente a los sectores más altos de la sociedad cuencana, una sobreviviente de graves episodios de violencia doméstica, contexto del que pudo liberarse gracias a su carácter especial y al entorno intelectual y social que su nueva pareja le dio, el doctor Paul Rivet, médico de la segunda Misión Geodésica Francesa. A partir de esta situación, o a pesar de ella, el caso de Mercedes Andrade no es solo el suceso en torno a una persona con nombre y apellido, sino que constituye un retazo de la historia cuencana, de sus modos de vida, relaciones, ficciones, prejuicios y alcances. Dentro de este complejo panorama, la figura de Mercedes se construye como un personaje de leyenda, con tintes de hechizo y desventura, un personaje que al mismo tiempo refleja los prejuicios, los retrasos, las carencias de la ciudad de Cuenca, más allá de todo su empeño real por proyectarse como ciudad culta y moderna. Al rescatar del pasado la vida de las mujeres, subsumidas bajo el poder patriarcal, pretendo consignar la presencia desapercibida de mujeres que frecuentemente fueron luchadoras valerosas, mujeres que se opusieron con variadas y sugestivas estrategias a la dominación de clase o de sexo y que, de alguna manera, modificaron

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las condiciones de vida de las mujeres que vinieron después de ellas, porque resquebrajaron los parámetros sociales de valoración del sujeto femenino. Mujeres que se dieron modos para evadir la subordinación ancestral en busca de su propio proyecto de vida y pudieron abrir paso –deliberadamente o sin pretenderlo– a la superación de sus congéneres. Algunas de esas heroínas desconocidas tuvieron reconocimiento público y con el tiempo ocuparon un lugar de prestigio dentro del imaginario social. Otras, como en el caso de Mercedes, fueron omitidas de los registros familiares y de la crónica social. Su nombre fue pronunciado entre murmullos para no levantar sospechas ni agitar culpas. Tanto las mujeres reconocidas como las olvidadas, fueron a su tiempo víctimas del dominio machista no solo ejercido por los hombres que estaban a su alrededor, sino también por otros hombres y también por otras mujeres que respetaban y reproducían el canon masculino. Las mujeres más fuertes, al tomar una decisión a contracorriente, se volvieron pioneras. Desafiando las viejas leyes y las rancias costumbres, dejaron salir la voz desde su yo más profundo, experimentaron la libertad de su pensamiento y de su voluntad o vivieron con dolor el inicio de los cambios. En tales casos se constituyeron en sujetos de su propio descubrimiento. Manifestado así el propósito del presente libro no se espere encontrar en él análisis y comentarios extensos sobre la obra científica de Paul Rivet, un estudio que está pendiente y que corresponde a los antropólogos, etnólogos y lingüistas ecuatorianos, tal como se ha hecho en otras latitudes sobre la obra del preclaro científico. La producción de Rivet alcanza más de cuatrocientos títulos. Su obra máxima: Origen del hombre americano está difundida en veintisiete idiomas, lo que permite deducir la cantidad impresionante de referencias y comentarios que hay en torno a la obra de Rivet.

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Pienso que este texto en torno a Mercedes hay que leerlo sin prejuicios ni rabia y encontrar alguna lección que nos ubique en el presente, un tiempo que parafraseando a Zygmunt Bauman podría considerarse un presente líquido, un presente que fue pasado y que probablemente se habrá esfumado en el futuro. Queda a juicio de las personas lectoras este trabajo de acercamiento biográfico social a la figura de Mercedes Andrade, casada en segundas nupcias con el científico de renombre mundial Paul Rivet, razón por la cual fue más conocida como Madame Rivet. Quito, agosto de 2018

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Mercedes Andrade Chiriboga, Ignacio Ordóñez Andrade (su hijo) y Paúl Rivet, París, ca. 1945. Archivo: Felipe Díaz Heredia



PRIMERA PARTE

Cuenca, una ciudad cargada de alma El contexto de la primera parte de esta historia se inicia en la ciudad de Cuenca en el último cuarto del siglo XIX y principios del XX. Según el relato histórico, Cuenca, fundada en 1557, por el español Gil Ramírez Dávalos y sus huestes, tomó el nombre de la ciudad de nacimiento de su mandante, el virrey Hurtado de Mendoza, natural de Cuenca de España. La nueva Cuenca fue levantada sobre los restos del poblado de Guapondélig que, en la lengua cañari, significaba llano grande como el cielo. Era la tierra de los rebeldes cañaris aniquilados poco tiempo antes de la llegada de los ibéricos por el último monarca mitad inca, mitad cacha, llamado Atahualpa. El paisaje, los rezagos cañaris aunados con la huella hispana marcaron la diferencia en la vida de la urbe cuencana en relación con otras del país. La connotación de ciudad cargada de alma no asomaba gratuita. Cuenca era una ciudad bella, inolvidable, dulce y grata cuando quería serlo. La ciudad creada por los españoles, alejada de los centros de poder político y económico, Quito y Guayaquil, pudo desenvolverse a su ritmo y a su gusto. Según señalan los antropólogos hasta finales del siglo XIX fue una ciudad pequeña, con menos de 20 000 habitantes. En ese entonces, y también en las primeras décadas del siglo XX, a partir de la plaza central corrían, en cuadrícula casi perfecta, las calles longitudinalmente desde El Chorro hasta el borde del río Tomebamba y transversalmente de San Blas a San Sebastián, dando

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lugar a una distribución habitable de 132 manzanas. A pesar del paso de los siglos no se extendía físicamente y mantenía intocables las costumbres sociales. Era una ciudad cargada de alma, pero también cargada de prejuicios. Entre el último cuarto del siglo XIX y principios del siglo XX las viviendas tenían paredes de barro, soportes de madera y techos de teja. Las casas más grandes, de dos pisos o uno solo, albergaban a las familias consideradas nobles que conservaban rasgos del fenotipo tradicional hispano. Los dueños eran ricos y medianos propietarios de tierras, sacerdotes, comerciantes, doctores, empleados del Gobierno civil o del clero. Las casas que tenían dos pisos contaban además de ventanas, con balcones o miradores que tenían múltiples funciones: tomar aire fresco y evaluar las condiciones del clima, mirar a los transeúntes desde los balcones, como una breve distracción de las mujeres, o participar de las procesiones mediante arreglos alusivos al acto pío. Aunque el sol encendiera los tejados, los grandes aleros de las casas daban la sombra necesaria en cualquier lugar de los corredores y a cualquier hora del día. Las casas grandes, espaciosas y bien mantenidas, contaban con portales interiores sostenidos por pilares de piedra, madera y hasta algún toque de mármol. Frecuentemente las paredes de los grandes corredores se engalanaban con frescos que reproducían escenas campestres o reproducciones de escenas mitológicas de la lejana cultura grecolatina. No faltaban en los pilares las macetas florecidas. Normalmente, contaban con un patio central empedrado, rodeado de aceras de mármol o piedra andesita; con un segundo patio convertido en jardín-huerto donde se alzaba ya un árbol de magnolia, ya un cedrón de hojas fragantes, ya una higuera que constituían la gran tentación de los chiquillos por arrancar esos frutos que manaban miel, unas cuantas achiras y geranios de variados tonos, algunos rosales, manzanillones, alverjillas, pomas, − 38 −


jazmines o dalias. Podían contar con un traspatio donde las gallinas y los pavos paseaban donosos, sin saber que su prosa acabaría en Navidad o en el santo de la señora de la casa. La puerta de calle de las casas grandes era ancha porque había sido hecha con la intención de que entraran sin dificultad el coche y el birloche que utilizaban las familias para trasladarse de un lugar a otro de la ciudad, o la carreta y los caballos que traían las provisiones desde las haciendas. En esas casas, además del propietario generador de los ingresos familiares, podía vivir un cultivador de las letras, de la pintura, de la música o de las leyes. El entorno paisajístico y el silencio melancólico de la urbe predisponían al cultivo de las bellas artes y al estudio. Cruzada por varios ríos, rodeada de azules montañas y envuelta en singular belleza, Cuenca era una ciudad fecunda para la poesía. Se dice que en cada casa principal había por lo menos un poeta en ejercicio o en proceso de componer versos: versos románticos, versos elegíacos, versos patrióticos, versos satíricos y por supuesto, versos marianos. Había una devoción acendrada a María, Madre de Jesús, bajo diversas advocaciones. Hombres y mujeres tenían por ella un respeto y amor profundo, como producto de una fe católica acrisolada. María era el modelo de virtud y sacrificio que debían seguir las mujeres de toda edad. Cual centinelas de la fe, las iglesias de San Blas, San Sebastián, El Vecino y Todos Santos se encontraban ubicadas estratégicamente en los límites urbanos del este y el oeste, del norte y del sur. No eran los únicos lugares de oración. Al menos otras tres iglesias y siete capillas estaban dispuestas en diferentes puntos de la ciudad para la oración de los fieles cristianos quienes en muchas ocasiones oraban en postura de cruz. Esta práctica religiosa casi obsesiva le llevó a decir al cronista Manuel J. Calle que en cada casa cuencana vivía un fraile confeso o camuflado. − 39 −


Lejos del centro, pero no tanto porque se podía llegar a pie, estaban las casas pequeñas y de un piso que alojaban a las familias de menores recursos, empleados a sueldo fijo o artesanos mestizos, quienes con sus hábiles manos se ganaban la vida elaborando cosas que necesitaban las familias según su condición social: ropa, calzado, muebles, joyas, trastos de hojalata o barro y productos alimenticios como el pan. Los artesanos, además de poner a la orden sus habilidades, también cumplían una labor cívica cuando los caudillos de la ciudad los buscaban. Con los artesanos se formaban los batallones en defensa de la religión y de los principios católicos, cada vez que las posesiones y el discurso de los señores entraban en peligro. A pretexto de defender los principios cristianos, la fe y a los ministros de la Iglesia, los artesanos salían con sus cirios a las procesiones o con sus armas a combatir contra los infieles, los masones o los rojos. Cuenca, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, seguía siendo una ciudad de formidable encanto paisajístico. Al sur de la ciudad se encontraba el ejido bañado por tres ríos: el Tomebamba, el Yanuncay y el Tarqui, vertientes que alimentaban los bosques vecinos. En medio de las arboladas estaban las quintas de las familias más prósperas, incluidas las de algunos extranjeros. En las colinas que rodeaban la ciudad vivían las familias indígenas. Hacia el norte, el río Machángara cerraba la guardia y comenzaba el agro, lo mismo que hacía hacia el sur el río Tarqui. Aunque tenían amplias casas en la ciudad, la mayoría de los terratenientes cuencanos y sus familias pasaban gran parte del tiempo en sus haciendas, gozando del aire y la paz del campo, vigilando de cerca la producción de los sembríos, el buen estado de la ganadería y el correcto desempeño de los peones quienes, al no tener vigilancia, podrían hurtar los granos cosechados, para saciar el hambre de su prole. Otros hacendados iban solo en tiempos de cosechas, época concertada para las vacaciones escolares. Además de la lengua − 40 −


castiza, los hacendados manejaban el quichua para su relación con los trabajadores de origen nativo, pero su trato con ellos era generalmente despectivo. Los trabajadores indígenas y sus familias eran los runas, los longos. Los fieles cristianos cuencanos estaban clasificados según su nacimiento, su fortuna y su sexo, lo que determinaba el grado de educación, la ocupación laboral, las alianzas matrimoniales y el bienestar familiar. Los ricos pertenecían al sector de quienes afirmaban ser descendientes de los españoles. Se consideraban a sí mismos superiores, aristócratas, nobles o de sangre azul, pues la blancura de su piel permitía mirar el color azulado de las venas. En la piel oscura eso no se podía observar. Hasta mediados del siglo XX los discursos solían enaltecer el privilegio de la sangre como un don excelso, un don cargado de virtudes y talentos intransferibles a individuos de otras clases sociales. La clase social alta o aristocrática evitaba cruzarse con gentes de otros grupos sociales para no desmejorar o manchar la pureza de su sangre. Pero si a los hombres blancos, la tentación les vencía, rompían a escondidas las normas y no asumían ninguna responsabilidad sobre la descendencia mal venida. Era probable que cuando se quedaran huérfanos de madre esos muchachos y muchachas, hijos de la pasión o de la perversión, fueran recibidos en la casa grande en calidad de protegidos o sirvientes. Normalmente a la muerte del señor no se les asignaba ninguna herencia. Los hombres de la clase social privilegiada tenían acceso a la educación, incluso universitaria. Según el monto de sus caudales podían viajar a otras ciudades, principalmente a Quito, para realizar estudios universitarios en la capital, representar a la provincia en las instancias políticas, o a Guayaquil, para hacer negocios y adquirir las últimas novedades que llegaban de ultramar. Entre ellos, los más poderosos estaban en capacidad de conocer países lejanos: Francia, España, Italia, Estados Unidos y de esa manera apropiarse de las cos− 41 −


tumbres civilizadas, de la única forma de vida que reconocían como culta. Algunos jóvenes que aprovechaban las ventajas educativas que les deparaba su situación familiar se educaron en el Seminario de Cuenca regentado por los jesuitas, o fueron enviados a la Universidad de Quito para estudiar una carrera en Leyes y adquirir una formación intelectual rigurosa. Los más destacados por su talento natural y su dedicación al estudio llegaron a altos sitiales dentro de las letras o la política. La fundación de la Universidad de Cuenca, en 1867, amplió las posibilidades de preparación a un mayor número de jóvenes varones blancos, entre ellos contados mestizos de talento que podían costearse los libros y el traje porque todos debían asistir con terno de casimir. Las desigualdades se presentaban también dentro del estrato superior. No todos los muchachos estaban en la misma posibilidad de educarse, situación que dependía de la capacidad económica familiar. Vale recordar que las familias comprendían un gran número de hijos, hijas, sobrinos, tías y tíos solteros, abuelos, cuya atención obligaba a tener muchos sirvientes. Las hijas jóvenes, aunque fueran talentosas, no recibían educación completa. Unas pocas se aficionaron a la lectura y exponían su criterio en medio de las discusiones. Las chiquillas no iban a la universidad y si no habían hecho un matrimonio de conveniencia, la opción era despacharlas al convento donde, solucionada la cuestión de la dote, estaba asegurado su sostenimiento, pues los conventos desde los tiempos coloniales permanecían favorecidos con la asignación de propiedades agrícolas y ganaderas que generaban buenas rentas. La sociedad juzgaba, examinaba, evaluaba, exigía y controlaba la vida de las mujeres. Algunas chiquillas «llegadas a la edad de merecer» escogían voluntariamente vivir dentro de un convento de monjas, librarse de un marido mandón y evitar el advenimiento de una multitud de hijos a quienes debían cuidar hasta que llegaran a la adultez. A su vez las que optaban por el matrimonio, las madres reales, ejecutaban − 42 −


bajo estricta obediencia las tareas a ellas asignadas. La maternidad significaba su consagración de vida. El parto era un acontecimiento reverenciado, pero al mismo tiempo temible, lo que alejaba a muchas jóvenes del proyecto matrimonial y buscaban la buena vida de los monasterios a donde ingresaban con sus juguetes, prendas de vestir propias de su clase y con una o más sirvientas. Los conventos de claustro desde su creación acogían a mujeres jóvenes que renunciaban «al mundo, al demonio y a la carne» y se recluían allí por varias razones: porque el convento les daba un cierto estatus de dignidad, se liberaban del matrimonio obligatorio o con una boca menos, disminuían las presiones económicas familiares. Investigaciones de Ana Luz Borrero, historiadora cuencana, han dado a conocer que la vida en los conventos de claustro para las mujeres de la clase alta era bastante regalada pues ingresaban con servidumbre propia para que atendiera el cuidado personal de su ama. En los conventos había más criadas que monjas. Las monjas recibían diariamente en el locutorio las visitas de sus parientes y amistades. La condición de monja daba un estatus de superioridad moral. Para finales del siglo XIX solo una mínima parte de las mujeres accedía a la primaria en la escuela conventual. Los conventos de monjas estaban obligados a ofrecer educación inicial lo que libraba del analfabetismo total a una parte de la niñez femenina. Por la misma época también se creó la escuela municipal para niñas pobres. Algunas jóvenes afanosas continuaron educándose por su cuenta a través de la lectura de obras que disponía –o conseguía– la familia. Según la lógica patriarcal para las mujeres adolescentes el matrimonio y la maternidad constituían su destino privilegiado. En lo íntimo las jovencitas sabían que con el matrimonio empezaba una era de discriminación y sometimiento. Como no había ningún control médico que limitara la procreación y en razón de que el número de hijos daba cierto prestigio biológico, tanto al hombre como a la mujer, la señora de casa grande − 43 −


necesitaba adquirir sirvientas –normalmente pobres que trabajaban por la comida– para que le ayudaran en la crianza de los hijos. La señora también requería contratar un ama de llaves encargada de la administración de los bienes domésticos de uso diario y de la dirección de la servidumbre. El ama de llaves conocía todas las intimidades de la familia, pero normalmente era una mujer tan leal que se llevaba a la tumba sus secretos. En muchas casas se procuraba tener una sirvienta por cada hijo y conste que en cada familia había hasta diez, doce, catorce descendientes inmediatos. Para el efecto se atraía a mujeres indígenas y campesinas mestizas o hijas de artesanos. Alguna vez escogían a una afroecuatoriana, quien por el color de su piel era más relegada que las otras. Estas niñas pobres eran ofrecidas por sus padres para servir en las casas grandes, pues así les aseguraban la subsistencia, el techo y la protección. Venían a tan tierna edad que prácticamente se criaban con la familia de la patrona. Por eso se las conocía como criadas. A la mayoría de ellas se las adjudicaba el calificativo de propias porque habían sido adquiridas para toda la vida mediante trueque o compra, gracias a una pequeña suma de dinero en efectivo o por el pago de una deuda contraída ante el señor de la casa por el padre pobre. Con el tiempo se creaban ciertos lazos de dependencia mutua, si se quiere de cariño, sin que por eso se disolvieran las diferencias de clase social y las desigualdades económicas. Estas lacras sociales hacían de la bella ciudad, una ciudad cargada de alma y de prejuicios. El mantenimiento de la casa implicaba un enorme esfuerzo para el padre de familia que era el único responsable de generar ingresos económicos. Los deberes de las mujeres criollas no incluían ese mandato, lo que no sucedía igual en las clases bajas, donde las mujeres estaban obligadas por la necesidad a encontrar estrategias económicas para sobrevivir. Y se veía normal que aceptaran ser concubinas de los señores a cambio de una pequeña paga. Las mismas señoras aceptaban con cierto sentido práctico que los maridos tu− 44 −


vieran su chola propia, una mujer mestiza, más indígena que blanca, para las urgentes y reiteradas necesidades sexuales de los señores. En la clase alta, de sangre pura, mandaban los capitales, mismos que permitían contratar empleados o peones para que hicieran la faena física, extenuante. Para los que se llamaban aristócratas, el trabajo manual era un descrédito, pese a que muchas veces la renta no alcanzaba, lo que predisponía a la familia a vivir crisis económicas agudas. Normalmente se ayudaban entre parientes y esa actitud permitía cubrir las apariencias a los menos dotados de recursos. Pero si esa caridad no llegaba, las familias pobres podían arribar a estados de grave penuria e incluso de pobreza soterrada. Una situación de escasez extrema que les volvía primero pobres vergonzantes (las mujeres salían a pedir caridad por la noche en casas de familias conocidas) y después pobres declarados (las mujeres convenientemente encubiertas pedían limosna en las puertas de las iglesias o a la faz pública golpeaban las puertas de las gentes ricas, especialmente de los comerciantes). En previsión de cuadros dramáticos de tal naturaleza, las alianzas matrimoniales se convertían en una suerte de emprendimientos económicos que debían ser estrictamente planificados. Las hijas, sobre todo, si eran agraciadas y dulces –dígase sumisas– garantizaban un buen porvenir económico para ellas y la apertura de nuevas posibilidades para la familia. Los varones tenían mayor oportunidad de educarse que las mujeres. Algunos podían llegar a estudios de nivel universitario lo que les permitía ejercer profesiones rentables como la abogacía, el sacerdocio y también aspirar a la política. Hasta que se creó la Universidad de Cuenca, 1867, los jóvenes aspirantes a la educación superior se trasladaban a Quito alejándose de sus familias por largos períodos. En condiciones favorables, el ambiente ecológico, bucólico de la ciudad cuencana y de la campiña a su alrededor, así como la falta de distracciones permitió el florecimiento de los talentos, es− 45 −


pecialmente de los talentos masculinos, en varios campos del saber académico y de las artes. De Cuenca se ha señalado con reiteración y orgullo el florecimiento de sus aptitudes ciudadanas y habilidades creativas. E igualmente, su valor en las batallas y la calidad de sus héroes. Al altar de las recordaciones han subido unos pocos seres humanos considerados predestinados a la gloria. Generalmente se trata de hombres singulares que hicieron magníficas obras materiales o intelectuales, producciones y labores, muy bien sostenidas por sus fortunas. Raramente se menciona en los capítulos de la historia comarcana a un campesino, artesano o un desprotegido de la sociedad que no había ido a la escuela y, por tanto, no iba a votar, porque al carecer de la letra no era ciudadano. Sin embargo, eran llamados a participar en las contiendas armadas, en las manifestaciones de apoyo a los señores o en las construcciones materiales que demandaba el progreso. Quizá en último plano, entre sombras, casi desdibujada o tratada con pinzas para no inmiscuirse en una sospechosa fama, aparecía alguna mujer. Pero algunos jóvenes de la llamada clase alta desperdiciaban las oportunidades. Friedrich Hassaurek, diplomático estadounidense que vivió en el país a mediados del siglo XIX, en su libro, Cuatro años entre los ecuatorianos, describió a la clase alta ecuatoriana como algo indolente, orgullosa de su herencia y racista. Efectivamente, si la familia era muy pudiente, los hijos, llegados a la mayoría de edad, no necesitaban trabajar. En su hogar tenían de todo y eran servidos por su madre, hermanas y sirvientas. Varios de ellos se convertían en unos mimados irresponsables y abusivos, lo cual no era patrimonio solo de Cuenca sino un mal nacional. «Moribundo que tiene algo por poco que sea se vuelve legislador… si es grande el caudal dispone que su heredero viva ocioso y manda que se le aguanten todas sus impertinencias», decía Simón Rodríguez, tal como lo cita Carlos Paladines en su obra Erophilia. En dichos individuos prevalecía el complejo aristocrático de raigambre colo− 46 −


nial que consideraba el orgullo de no trabajar como un rasgo de nobleza y superioridad sobre los otros; por tanto, podían hacer lo que les viniera en gana, especialmente cuando llevaban muchos tragos dentro. Ejemplos de esa prevalencia se vieron en Cuenca. Cito dos casos. Un joven montado en su caballo irrumpía en la oficina de la Gobernación ubicada en el segundo piso del edificio sin importarle que la autoridad estuviera en sesión. Otro, pedía a sus peones indios que se subieran al árbol solo por el gusto de hacerles caer a tiros. Cuencanas y cuencanos En el libro Cuenca, Santa Ana de las Aguas, de Ernesto Salazar, se refieren las diferencias encontradas entre mujeres y hombres en tiempos coloniales, de quienes se dice: Los habitantes de Cuenca son indolentes y perezosos, aborrecen todo género de trabajo, la gente ordinaria es inquieta, vengativa y mal inclinada. Las mujeres al contrario son trabajadoras, hilan lana y tejen bayetas y tienen fama. Las bayetas que ellas hacen son buscadas por los mercaderes que las llevan al Perú. Los hombres no se ocupan más que en la ociosidad y en los vicios. Hacen mucho si las acompañan.

Hasta la mitad del siglo XX, las mujeres nobles de Cuenca eran balconeras o se apostaban detrás de las ventanas para ver pasar la vida. Los enamorados veían a sus chicas desde lejos. Ellas desde la ventana y ellos desde la calle. Los jóvenes varones se reunían en grupo en las esquinas, charlaban y reían a grandes voces. Las chicas tenían temor de pasar por su lado, pero recónditamente, se preguntaban qué se sentirá al ser libres mirando en todas direcciones. Para las señoras era inadecuado salir a la calle cuando estaban embarazadas. − 47 −


Para algunos hombres, la lectura y el estudio eran formas de vencer el aburrimiento en una sociedad que permanecía inmovilizada en sus costumbres, creencias y normas sociales. Tan rígida, que era impermeable no solo ante las prácticas sociales sino ante las conquistas del pensamiento. La vida individual estaba normada, vigilada y sancionada con rigor. De ese control normado y vigilado por la Iglesia no se escapaba nadie. Jacinto Cordero, en el libro de María Rosa Crespo, Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra, cuenta que Luis Cordero, graduado como abogado, quien fuera el primer secretario de la Junta de Gobierno Universitario y después rector de la Universidad de Cuenca, presidente de la República, hombre de clara filiación católica, conservador moderado, defensor y actor de la democracia, identificado como progresista, sujeto de lecturas y reflexiones profundas, fundador de periódicos y revistas, escritor trilingüe, mecenas de la juventud, lingüista y botánico, académico de la lengua, el por mil títulos eminentísimo Luis Cordero, fue procesado por los canónigos por haber afirmado que «la autoridad civil no provenía de Dios sino del pueblo». En medio de ese sopor pegajoso bregaron por romper los moldes ciertos hombres de personalidades vigorosas como Luis Cordero, Antonio Borrero, Agustín Cueva, Rafael María Arízaga, Mariano Cueva y algunos otros que fueron señalados como liberales o rojos, enemigos de los azules, de valores conservadores. Cuenca era una sociedad absolutamente patriarcal. La palabra del pater familiae era incuestionable. Y, más aún, la del pater ecclesiae. El representante del orden divino tenía un sitial de mucha consideración y respeto. Se les saludaba arrodillándose frente a ellos. Normalmente el poder civil y la Iglesia a través de la historia tanto colonial como republicana hasta tiempos muy recientes, fueron instancias perfectamente coordinadas para mantener inalterable un orden que convenía a los intereses de ambos estratos de poder, aliados − 48 −


en cuanto compartían los mismos beneficios económicos, pues la Iglesia era también terrateniente y participaba políticamente. Varios sacerdotes cuencanos fueron legisladores. Un célebre orador en la legislatura de 1883 fue el padre Julio Matovelle, fundador de la Comunidad de Oblatos y de la Comunidad de Oblatas. Bajo el imperio del sistema patriarcal que regía en Cuenca, en todos los niveles las mujeres eran seres difuminados, sombras que se deslizaban sin interferir en la calma que necesitaban los señores. Las relaciones de poder dentro de la familia eran desiguales. El pater familiae funcionaba como dueño y señor de todas las cosas y personas que habitaban en su casa, incluso de la vida y la muerte de los hijos recién nacidos. Su poder se extendía hasta el ámbito de las relaciones íntimas, un ámbito de su exclusiva propiedad. Las mujeres callaban absolutamente sobre esos hechos, aunque hubiera violencia y repudio intrínseco. Solo quedaban el silencio y las lágrimas. En los estratos pobres, la mujer era ayudante y servidora sin ninguna garantía. Salvo casos excepcionales, no tenía voz ni fuerza para reclamar o protestar. Vivía para ayudar a los otros y conformarse con su destino. Era con frecuencia objeto de violencia dentro de la familia y en contextos más amplios. Había caído sobre ella la triple dominación de raza, de clase y de sexo. En estos estratos sociales se reproducía y exacerbaba el patrón de conducta machista. El hombre tenía la última palabra y el golpe listo si se sentía perdedor. Contradictoriamente, en momentos de conflicto social las mujeres sobrepasaron los límites consuetudinarios y actuaron reciamente para proteger a sus hombres y los mandatos de la autoridad que ellos defendían. Dentro de los estratos altos, la mujer era considerada el ama de casa, la señora. Además de disponer los quehaceres a la servidumbre, se entretenía con las labores de bordado de la lencería, el tejido a croché de tapetes, manteles, visillos, rodapiés, habilidades que eran ensalzadas entre parientes y amistades del mismo sexo. − 49 −


La mujer nunca salía sola de la casa. Necesitaba la asistencia de una dama de compañía o de una sirvienta que fuera con ella a los rituales de la Iglesia o a visitar a sus parientes. La enfermedad de los allegados era un buen motivo para salir de casa y una muestra de las relaciones de cortesía que primaban entre las gentes de un mismo sector social. Los hombres podían ser seductores de mujeres, pendencieros, bebedores y apostadores. Las mujeres aceptaban sin queja esa conducta o la justificaban. Hubo más de un caso en que el marido apostó a su mujer en una partida de dados o en un juego de cartas. Al perder el juego perdió también a la mujer. En el siglo XXI la periodista Josefina Cordero Espinosa cuando escribe sus Memorias es enfática al sostener que dentro de la casa señorial la mujer: «… no ocupaba espacio ni hacía sombra, vivía en función de su marido mientras él se divertía en grande fuera de la casa» y continúa: «Llegada la hora del remordimiento, como gran homenaje a la esposa, bautizaba con el nombre de ella a la quinta familiar. Quedan todavía con letras borrosas las villas María y las villas Mercedes». Igualmente, la historiadora Ana Luz Borrero reitera: «La presencia de la mujer pertenecía al ámbito invisible del quehacer cotidiano de la sociedad desde donde se transmitían valores, se aseguraba la reproducción del tejido social especialmente de las redes de parentesco». No obstante, la relegación que propiciaban los maridos, algunas intentaron llenar los vacíos que sentían en su ser más profundo. Cumplidas sus funciones diarias que garantizaban la marcha familiar normal, algunas señoras dedicaron tiempo a la lectura y ampliaron su horizonte de reflexión. No se explica de otra manera que diputados azuayos como Mariano Cueva dentro de la Legislatura de 1861, según testimonia el Diario de Debates de la Legislatura, defendiera el derecho de la mujer al voto, arguyendo que ella «tenía

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ilustración suficiente y razón bastante desarrollada». Otro político prominente que defendió a la mujer fue Benigno Malo, político y empresario, quien no solo le reconoció capacidades suficientes para administrar el hogar, sino para el ejercicio intelectual. Él escribió, tal como lo registra Claudio Malo, en la obra Benigno Malo, pensamiento fundamental: «No solo es poderosa por el amor… lo es por ese tacto seguro y delicado para la apreciación de las cosas; por esa sensibilidad viva y perseverante que se une en ella a la solidez del juicio». Utilizando sus dotes naturales en muchos casos, era la madre la que brindaba los consejos más prudentes y tenía una visión anticipatoria sobre el resultado de las decisiones familiares. Sin embargo, estas eventualidades no parecen suficientes para afirmar que Cuenca haya sido una sociedad matriarcal pues la representación del poder en cualquiera de sus formas estaba asignada al varón. El matrimonio temprano y la maternidad como ministerio ideal de la mujer eran estimulados y elogiados. Por encima de esa designación vital la norma estaba dada por la infravaloración o exclusión de la mujer de las tareas cívicas o culturales, situación que la llevaba a buscar consuelo en la oración, en la devoción a los santos patronos y en la guía de los sacerdotes a quienes confiaba sus preocupaciones no solo domésticas y personales sino también las que se originaban en la actividad política de sus esposos. Por esta vía intraconfesionem las mujeres colaboraban con la Iglesia en la supervivencia de un sistema social rígido y excluyente contra ellas mismas. Las mujeres eran consideradas el sexo débil a pesar de lo cual se las exaltaba como fuente de moralidad. Habiendo nacido y crecido descalificadas debían ser supuestamente el sexo invencible. De acuerdo con esta visión si las mujeres carecían de deseos, reprimían sus ansias vitales, daban ejemplo de moralidad y, sobre todo, si garantizaban la supremacía de la religión en el diario vivir, la sociedad mantenía el equilibrio. Una mujer que por amor o por abuso ma-

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chista saliera embarazada fuera de matrimonio o se enamorara de otro individuo, más acorde con sus características personales, era objeto de desprecio, de abandono y exclusión social. Pese a la idealización en torno a la mujer casta, los hombres festejaban la vida con las mujeres sexualmente transgresoras. La literatura cuencana normalmente se embriaga con la mujer que asume el riesgo y sacia el deseo masculino, generalmente mujeres de las clases más bajas, a las que contradictoriamente, les asignan los calificativos más estigmatizadores. Los casos de las mujeres de las altas esferas que protagonizaron escándalos amorosos en algunas ocasiones con crímenes pasionales fueron sepultados en el olvido para limpiar de manchas el prestigio de su sangre. El esfuerzo cotidiano y permanente de las mujeres por llevar una existencia modélica no solo tranquilizaba su conciencia; también garantizaba la superioridad de los hombres en el hogar, en la ciudad, en la Iglesia, en todas las instancias sociales y en todas las labores ciudadanas. Cualquier sospecha de cuestionamiento a ese dominio desde las mujeres; por ejemplo, el uso público de la palabra o un incipiente desafío a la institución patriarcal establecida, era condenado al ostracismo y reprimido sin piedad. En Cuenca, los casos de Dolores Vintimilla de Galindo, de Ramona Cordero León, de Mercedes Andrade Chiriboga y de Piedad Moscoso, lo testimonian. La Michita Sentí el golpe de la puerta de calle que se cerraba. Iba vestida con un traje blanco de lino, un sombrerito del mismo color, ladeado hacia la izquierda y unos zapatos plomos acordonados. Los pequeños tacones golpeaban rítmicamente las baldosas de mármol. Al pasar cerca de mí me acarició el pelo y sonrió. Tenía los ojos infinitamente azules y la sonrisa se derramaba sin recelo.

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¿Quién era? ¿En qué cuento de mi infancia la había visto antes? La seguí con la vista para percatarme si se desvanecía por el aire. Entonces pude apreciar como las amigas de cabelleras blancas se saludaban casi a gritos y abrazadas giraban reclamándose una a otra su ausencia. La Bella y el Sabio Hacía dos años de la muerte de García Moreno. La ciudad de Cuenca había vivido fuertes enfrentamientos entre partidarios y opositores del régimen del presidente conservador. Cuenca había entrado a un nuevo modo de producción y estatus económico liderado por la poderosa familia Ordóñez Lazo. En el hogar formado por Mercedes Chiriboga Tinajero y Luis Antonio Andrade Morales, el 1 de marzo de 1877 nació una nueva niña a la que bautizarían cuatro días más tarde en la iglesia de El Sagrario con el nombre de su madre. Así lo registra el libro de bautismos correspondiente al año mencionado. Por el lado de los Chiriboga, Mercedes Andrade tenía ancestros coloniales a través de migrantes españoles vasco-aragoneses de principios del siglo XVIII establecidos originariamente en Guayaquil y expandidos por la región central de la Audiencia de Quito. De las veintitrés familias terratenientes del Ecuador censadas en 1860, una de ellas asentada en las zonas de Guano, Alausí y Sigchos, provincia de Chimborazo, era la de los Chiriboga. Los varones de esas familias poderosas formaron parte del ejército independentista que apoyó a Bolívar. Para el siglo XIX algunos descendientes habían migrado a Quito y Cuenca donde adquirieron propiedades. El padre de Mercedes, Luis Antonio Pío Andrade Morales (1836-1897), pertenecía a las filas del ejército. Por el lado mater-

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no, nieto de Rosa Espinoza de los Monteros, descendía del primer matrimonio del general José Antonio Morales Galavís (1784-1852), prócer de la independencia latinoamericana, héroe notable que participó en las gestas libertarias en Colombia, Ecuador, Panamá y Guatemala. En Cuenca, el general Morales, junto al mariscal Antonio José de Sucre, cumplió importantes acciones entre las cuales destacan la creación de la Corte Superior de Cuenca, el reforzamiento militar de la tropa y la integración de Cuenca a la República de Colombia, al jurar la Constitución de Cúcuta el día martes 30 de abril de 1822, casi un mes antes de la Batalla de Pichincha. Con Sucre continuaron su camino hacia Quito reforzando el ejército con el mayor número de voluntarios que se aprestaban a pelear por la Independencia. La jornada llevó veinte días de camino gracias a varios enfrentamientos contra tropas adictas al Gobierno real. Después de esos eventos llegaron a Quito por el sur y caminaron por la noche hasta situarse en el lado occidental del Pichincha donde descansaron brevemente. El grito de Morales: «Soldados, ¡Adelante! En formación de tiradores y a paso de vencedores», rompió el silencio de la madrugada del 24 de mayo de 1822 con el grito previo, incandescente, que les llevaría a entregarse con furor en la pelea hasta vencer. Ese fue el día triunfal de la Independencia de Quito. José Antonio Morales Galavís se ganó el calificativo de Vencedor del Pichincha. Su nombre consta en las placas interiores del Templo de la Patria, levantado en las faldas del Pichincha en Quito, pero su participación en la batalla del 24 de mayo de 1822, es apenas una línea en el cuadro de sus contribuciones y merecimientos, antes y después del célebre combate que selló la emancipación de Quito. Morales, dos veces gobernador de Cuenca, dio nombre a uno de los parques de la ciudad de Cuenca. Sin embargo, creo que pocos saben de sus ejecutorias de importancia histórica, en las naciones en las que peleó por la independencia y ayudó a sostener los Gobiernos

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republicanos en los países a los que Bolívar le confió su gestión política. Baste decir que Bolívar le confió la dirección de la gesta revolucionaria al frente de los ejércitos colombianos que pelearon en Pichincha. Que luego le confió la organización de su encuentro con el general San Martín evento en el cual Bolívar conquistó la gobernación de Guayaquil. Y, por último, le confió la gobernación de Guatemala, país donde murió. Todo esto a costa de abandonar a su familia en Colombia y en Ecuador y sacrificando su fortuna en su país natal. Eso no quiere decir que Morales hubiera permanecido impoluto en cuanto a la seducción de las mujeres. La familia de Mercedes El nieto del general Antonio Morales Galavís, Luis Antonio Pío Andrade Morales (1836-1897), siguió la carrera militar, como lo había hecho su antepasado colombiano. En uno de sus viajes de carrera –siendo aún sargento mayor– Luis Antonio se encontró en Quito con una joven cuencana que residía allí. Se llamaba Mercedes Chiriboga (1841-1915). El historiador Fernando Jurado, en «Los Chiriboga», colección Amigos de la Genealogía, señala que la chiquilla era hija del coronel José Antonio Chiriboga y de la señora María Tinajero Llona, ambas familias de origen español, nuevas dueñas de las tierras de América. El coronel José Antonio Chiriboga se había vinculado a las guerras de la independencia y su esposa (abuela de Mercedes Andrade Chiriboga) era una muy rica propietaria de tierras en la provincia de Chimborazo, haciendas de El Molino y Rumichaca. Se llamaba Francisca Nájera, pero los nietos le llamaban cariñosamente mama Pancha. El tratamiento de mama a las abuelas o mujeres de edad avanzada provenía de la cultura indígena, pero fue asimilado en todas las clases sociales. Igual sucedía con el tratamiento de taita para los hombres mayores. Los ancestros de los Andrade provenían

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de la aristocracia más rancia de La Coruña en España –poseedores de escudos nobiliarios y castillos particulares– algunos de cuyos miembros emigraron a América en 1650 y fueron destinados por cédula real al Corregimiento de Cuenca. El flechazo entre Luis Antonio Andrade Morales y Mercedes Chiriboga Tinajero fue inmediato y definitivo, según lo narra el historiador Fernando Jurado. La jovencita, para entonces huérfana, estaba ofrecida en matrimonio a un hombre público, un político liberal que daría mucho prestigio a la actividad académica a través del estudio de la historia, la geografía y la lengua. Aunque se le consideraba un hombre casquivano, era una persona de talento y de iniciativas, se trataba del doctor Pedro Fermín Cevallos Villacreses (1812-1893) quien descendía de próceres de la Independencia. Nacido en Ambato y radicado en Quito, fue historiador. Fermín Cevallos fue el autor del Resumen de la historia del Ecuador desde su origen hasta 1845 (seis tomos) obra que comenzó a publicarse en 1871. Antonio Borrero le calificó de Padre de la Historiografía Ecuatoriana. Cevallos Villacreses fue geógrafo, jurista, editor, costumbrista, lingüista, traductor, biógrafo y periodista, lo que no impidió que fuera disipado y tunante. Representó a la provincia de Pichincha como diputado, fue ministro de Estado y, como secretario del Congreso Nacional en el gobierno del general Urbina, impulsó la abolición de la esclavitud y la expulsión de los jesuitas. Tuvo el honor de ser elegido por la Academia Real de España, primer presidente de la Academia Nacional de la Lengua, a la que renunció después de muchos años solo porque su avanzado estado de ceguera no le permitía más la actividad pública. En lo político, Cevallos se inició como liberal y terminó siendo un conservador a toda prueba. Mercedes Chiriboga Tinajero renunció al extraordinario hombre público porque no estaba segura de sus sentimientos hacia él. Cevallos le llevaba más del doble de edad. Quizá no quería repetir el destino de su abuela Francisca, quien casi niña se unió a un hom− 56 −


bre que le pasaba con 54 años. Doña Francisca diez años más tarde ya era viuda y tenía suficiente juventud como para hacer lo que hizo: casarse y enviudar dos veces más. Mercedes Chiriboga Tinajero prefirió al joven militar que era contemporáneo y con él se unió matrimonialmente bajo dispensa, en Quito, el 14 de diciembre de 1858, cuando ella tenía diecisiete años. Con el auspicio de ese amor profundo, mutuamente sentido, Luis Antonio Andrade Morales y Mercedes Chiriboga Tinajero formaron un hogar feliz, a pesar de que las condiciones económicas no siempre fueron boyantes. Ser oficial del ejército, a comienzos de la República, constituía para los jóvenes un enorme privilegio social y patriótico. Otros jóvenes de la clase alta se concretaban al estudio de las carreras universitarias que eran pocas. Preferentemente, cura o abogado. Salir de la hacienda, de la pequeña ciudad, y conocer otros mundos, otras gentes, entusiasmaba a los adolescentes. El fragor propio de los años mozos, el sentido cívico y esa vocación viril que llevaba a los hombres a desafiar el peligro, a enfrentar cara a cara a la muerte y a defender las creencias y los ideales de sus mayores, impulsaba a los jóvenes a enrolarse en el ejército, sabiendo que no era una profesión rentable, sino más bien de prestigio. Ganaban poco (porque ningún presupuesto abastecía los gastos de las guerras) y frecuentemente pasaban meses sin que la renta llegase. Si el desenlace era fatal, las viudas que no tenían bienes patrimoniales, se veían en el escabroso itinerario de acudir a las instancias oficiales de provincia y nacionales para demandar al Congreso Nacional una pensión de montepío que, si era concedida después de largos años de gestiones, escasamente suplía las necesidades cotidianas. Gozando del aprecio ciudadano, la pareja formada por Luis Antonio Andrade y Mercedes Chiriboga, asentada ya en la ciudad de Cuenca, procreó siete hijos y cuatro hijas. Uno de ellos de nombre Luis Antonio Andrade Chiriboga gozó de la confianza del presiden− 57 −


te García Moreno. En la época del gobernador Ordóñez colaboró como secretario de la Gobernación de Cuenca. Mercedes Andrade Chiriboga participó con sus hermanas Rosa Elena, Leticia, Cesárea y Gertrudis, de las habilidades y de las conversaciones hogareñas. Con ellas y los hermanos Agustín, Víctor Manuel, Luis Antonio, Leoncio y Alfonso compartieron la predilección por la vida social y la tertulia literaria. Mercedes siempre admiró mucho a su hermano Alfonso, menor a ella con seis años. Él demostró desde muy niño una sensibilidad especial para la música y la literatura. Hacía versos y relatos costumbristas, aunque no destacó como poeta ni como narrador, sino más bien como cronista, escritor, humorista y acucioso coleccionador de materiales escritos en su ciudad y en la región, pasión que le llevó a publicar la Hemeroteca Azuaya en varios tomos (material bibliográfico vendido a los jesuitas. Se encuentra en la Biblioteca Aurelio Espinoza Pólit, BAEP). En cambio, su hermano Luis Alejandro fue edecán de Eloy Alfaro. A través de las alianzas matrimoniales tanto las hermanas como sus hermanos robustecieron el prestigio de familias muy respetables de la ciudad de Cuenca. Toda la familia Andrade Chiriboga amaba la música. Alfonso y sus seis hermanos formaban un coro muy apreciado en las tertulias familiares. La afición por el piano, la guitarra, el arpa o el violín se extendía a probar las vibraciones sonoras con otros objetos sensibles, como un serrucho o la hoja del árbol de capulí, singular capacidad que se repitió en parientes de nuevas generaciones. Las tertulias familiares se matizaban con la lectura de las producciones poéticas de los miembros del grupo y las de sus invitados. Los Andrade tenían un peculiar aire muy altivo que conciliaba con su físico corpulento, su manera solemne de caminar y sus modos de relacionarse con los demás, maneras que siendo finas no excluían cierta arrogancia de sangre. Parte de ese espíritu de superioridad y desembarazo se manifiesta en la escritura de Alfonso Andra− 58 −


de Chiriboga. No obstante, una vez que se dio el episodio de la fuga de Mercedes, fue cruel en la apreciación masculina sobre la conducta de su hermana, cuando ella se ausentó del país y abandonó a sus hijos. La partida de Mercedes desencadenó su ira genética contra la adorada hermana. En circunstancias normales, Alfonso era amable y apreciaba la vida sencilla en medio del campo, lugar al que entregó con vehemencia su dedicación y experimentación en el agro. Con dichas influencias familiares creció Mercedes María Gertrudis Andrade Chiriboga: amando el arte, la lectura, la buena conversación y unas costumbres sutiles marcadas por su familia. La educación de Mercedes se fortalecería con el ingreso al colegio femenino que se creaba en la ciudad de Cuenca por disposición del presidente García Moreno. La presencia de esta figura nacional, personaje significativo en la trama de esta historia, concede mayor significación al hecho histórico lo que obliga a tener presentes dentro del acontecimiento algunos hitos claves. Gabriel García Moreno Gabriel García Moreno (Guayaquil 1821-Quito 1875) demostró desde muy joven poseer inteligencia excepcional y notoria avidez por el conocimiento. Son varios y destacados intelectuales quienes a su debido tiempo trazaron su perfil humano y su trascendencia en la vida política nacional. Señalamos algunas de esas obras: Gabriel García Moreno y la formación de un Estado conservador en los Andes, de Peter V. N. Henderson, 2010; García Moreno, su proyecto político y su muerte, 1916; Cartas políticas de Gabriel García Moreno a Carlos Ordóñez Lazo, 1860-1873, en el año 1923; Manuel Gálvez, quien escribió el libro Vida de don Gabriel García Moreno, en 1942; Luis Robalino Dávila, Orígenes del Ecuador de hoy, 1949; Ecuador, retrato de un pueblo, de Albert B. Franklin, 1945. El historiador Her− 59 −


nán Rodríguez Castelo, 2017, en un amplio texto, García Moreno, logra resumir, comentar y superar las anteriores biografías realizadas sobre el gran personaje político ecuatoriano. Rodríguez Castelo señala que, a los quince años, en 1836, Gabriel García Moreno se trasladó a Quito donde vivió austeramente, pues su familia había perdido toda su fortuna por la baja del precio del cacao. En Quito se dedicó por entero a estudiar y aprender varios idiomas. A pesar de su retraimiento, poseía una gran agudeza intelectual que superó su personalidad retraída, pero a momentos muy exaltada. Muy pronto, García Moreno en su periódico El Zurriago, se convirtió en un polémico periodista y poeta satírico de acendrada e incisiva pluma, atento siempre a los avatares de la política de la joven república ecuatoriana. En 1844, se graduó de abogado en la Universidad de Quito, profesión que no ejerció, pero cuyo conocimiento le permitió ser un activo ciudadano pendiente de las leyes y luego efectivo participante de los aconteceres políticos de la nación. Fue concejal de Quito, gobernador de Guayaquil, rector de la Universidad de Quito, senador de la República, presidente nacional encargado, presidente constitucional de la República, en dos períodos. Gabriel García Moreno se convirtió en una figura política poderosa durante cuatro décadas y sigue siendo un referente incuestionable y constante dentro de la historia nacional. Ese mismo año, no solo se graduó de abogado en la Universidad Central del Ecuador, sino que también se casó el 4 de agosto de 1846, con Rosa Ascázubi y Matheu, mujer muy inteligente que pertenecía a los círculos quiteños más connotados. Rosa tenía ocho años más que el político naciente, asunto al que García Moreno no le dio ninguna importancia. Con todos los méritos que poseía García Moreno, este acontecimiento le deparó un espacio de paz y encuentro familiar, en medio de la agitada vida pública que se imponía a sí mismo, en una de las épocas más convulsas de la vida republicana. − 60 −


A principios de 1850, llevado por su hermano Pedro Pablo, Gabriel García Moreno realizó su primer viaje al viejo continente, no sin antes detenerse en Nueva York, donde percibió el conflicto que se avecinaba para Estados Unidos por el enfrentamiento entre estados esclavistas y no esclavistas. Cuando llegó a Europa conoció de cerca su desarrollo industrial, pero también intuyó el fantasma de las guerras que se avecinaban. Mientras Gabriel permanecía en el exterior, desde Guayaquil su culta madre le escribía sobre los sucesos políticos que se vivían en el Ecuador lo que se convirtió en un asunto que le motivó a regresar en ese mismo año. Cuatro años más tarde, en 1854, volvió a salir del país para estudiar a profundidad las ciencias y humanidades en las mejores universidades de Francia, y en ese lapso recorrió otros países europeos, todo eso sin desinteresarse de lo que pasaba en su país, pues mantenía frecuente correspondencia con su familia y amistades. Esos viajes le permitieron valorar con mayor profundidad lo que significaba la educación y la cultura en el mejoramiento de la vida ciudadana. De paso, su carácter obsesivo encontró un modelo excepcional en el emperador totalitario, Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III. García Moreno no era solo un joven profesional del Derecho, sino también escritor, periodista y político. Participó con sus escritos, crónicas y reflexiones sobre la política y la vida ciudadana. En ese mismo tiempo ejerció como alcalde de Quito y más tarde como gobernador de Guayaquil. En 1858, García Moreno era ya senador. Entonces el país enfrentaba varios riesgos políticos y económicos. A consecuencia de la desatinada administración del presidente Francisco Robles el país se dividió en cuatro áreas de gobierno: Guayaquil, Quito, Cuenca y Loja. Cada área tenía sus propios mandatarios. Además, en esta misma época, Inglaterra exigía el pago de los empréstitos otorgados al Ecuador para financiar las guerras de la Independencia. Ante el − 61 −


reclamo de Inglaterra, el presidente Robles propuso un trueque con dicho país. Ofreció pagar la deuda con terrenos orientales de la orilla izquierda del Amazonas. Esta noticia exaltó los intereses del Perú que inmediatamente reclamó dichos territorios como suyos y amenazó con el bloqueo de los puertos ecuatorianos. García Moreno, en su calidad de senador, inició la discusión sobre la respuesta que debía dar el Ecuador frente a esta amenaza. El presidente Robles en cambio manipuló a ciertos legisladores, pero no consiguió éxito porque la confianza de la legislatura estaba depositada íntegramente en García Moreno. De los mismos legisladores García Moreno recibió el encargo de ejercer las facultades extraordinarias frente al peligro nacional que se avecinaba. En tal virtud, García inmediatamente disolvió el Congreso para actuar libremente. El presidente del Perú declara la guerra a Ecuador García Moreno se enfurece frente a la indiferencia de los políticos e inmediatamente actúa. El 13 de octubre de 1858 bloquea los puertos ecuatorianos. Con facultades omnímodas García Moreno se vuelve temible para el presidente Robles por lo que este le expulsa del país. García Moreno sale del Ecuador con destino a Paita, pero regresa poco tiempo después cuando una sublevación militar desconoce a Robles. Queda al frente de las tropas ecuatorianas, el general Francisco Franco quien sigue con la misma visión de su antecesor. Esto significaba continuar con el modelo propuesto, lo que representaba pagar la supuesta deuda con territorios orientales ecuatorianos. En Quito los políticos determinan elegir un gobierno provisorio. Esto es elegir a un triunvirato, el mismo que integra a García Moreno y, aún más, lo designa presidente del Gobierno provisional. Franco, por su parte, continúa la alianza con el Gobierno peruano intentado la supuesta devolución de las tierras orientales que Perú valora como territorios peruanos. − 62 −


En 1860, Perú declara la guerra al Ecuador y llega a las costas ecuatorianas con su arsenal bélico. García Moreno con la sagacidad que le caracterizaba, sorpresivamente compra un barquito inglés anclado en la bahía y lo carga convenientemente con 2505 soldados y lo adecua con las armas suficientes para enfrentar al enemigo. Inmediatamente, sin ser militar, en un acto insólito de audacia y de valor, dirige el enfrentamiento con tanta versatilidad que logra derrotar rápidamente a los barcos peruanos. Los peruanos se alejan completamente derrotados. La reconstrucción de la nación ecuatoriana y la primera presidencia de García Moreno Acto seguido, García Moreno recorre el país a fin de llegar a un acuerdo con las diferentes fuerzas disidentes y reconstruir la nación. Su efectiva labor al frente del Gobierno Provisorio le habilita para ser candidato en las próximas elecciones presidenciales de 1861, elecciones en las que sin ningún problema logra ganar la presidencia de la nación. García Moreno tenía una clara visión para modernizar al país y para detener las ambiciones y los manejos de las diferentes facciones interesadas en asumir el poder y dominar la economía. Todo lo tenía previsto y nada le detenía antes de cumplir su misión. Lograr la unidad del país era un objetivo capitular dentro de la visión política de García Moreno. Entró en ejecución este proyecto desde que triunfó sobre las fuerzas peruanas invasoras, pero lo había pensado con mucha anterioridad. Desde su primera presidencia (1861-1865) García Moreno propició el mejoramiento de la instrucción pública partiendo del mejoramiento de la infraestructura como a través de iniciativas pedagógicas dirigidas a cada uno de los niveles escolares, énfasis que mantuvo también en su segunda presidencia (1869-1875). Para en− 63 −


tonces contaba con un criterio ya marcadamente católico, lo que le enfrentaría con la ideología liberal difundida en el país a través de las logias masónicas. Como presidente interino en la Asamblea Constituyente de 1869 logró que se aprobaran el Código Civil, el Código de Procedimiento Civil y el Código Penal. García Moreno tenía una misión fundamental para la construcción de un país nuevo. Se trataba de mejorar la educación con el fin de que la educación predisponga al ejercicio ciudadano, contando, para iniciar la brega, con la capacidad de decidir sobre la base de conocimientos certeros. Desde esa convicción fomentó el mejoramiento de la educación. Paralelamente consiguió que se incluyera como mandato constitucional para todos los ecuatorianos la obligación de profesar la religión católica. El país debía ser un territorio educado a partir de una base sólida que provenga de los principios religiosos y se sustente en ellos. Es decir, la educación debía partir de principios y prácticas culturales. La educación femenina y el Colegio de los Sagrados Corazones García Moreno preconiza un programa educativo que se sustente en el principio de mejorar la educación de las mujeres. No aspira a dar educación a todas las mujeres, sino a quienes se relacionan con los grupos selectos del país, es decir, preconiza la educación de aquellas mujeres formadas en los principios culturales y morales que deben constituir el fundamento de la vida diaria, de la vida cotidiana tanto pública como privada. Entre los postulados garcianos de la modernización del Estado ecuatoriano estaba el desarrollo de la educación. Pero el proyecto garciano no concebía una educación nacional dirigida a todas las personas, sin exclusión ninguna. Las propuestas educativas estaban destinadas a los grupos sociales considerados capaces de aprender, lo que aseguraría el no desperdicio de los recursos presupuestarios. El proyecto educativo garciano te− 64 −


nía como objetivo principal disminuir el analfabetismo y aumentar el número de ciudadanos que pudieran acudir a las urnas. Parte de los sectores sociales beneficiados por la educación serían las mujeres de los estratos altos de la capital de la República del Ecuador, después de otras ciudades significativas. El presidente García Moreno concedía alta valoración a la pedagogía que se utilizaba en las escuelas francesas. El trabajo de negociación en Francia lo encomendó a su amigo y coideario, monseñor Ignacio Ordóñez, quien al aceptar el encargo solicitó al primer mandatario que la gracia se extendiera también a su ciudad natal, Cuenca. El Colegio de los Sagrados Corazones fue fundado por el presidente García Moreno en 1862, a un año de haber asumido la primera magistratura. Según reza el decreto del 2 de diciembre de 1861, aprobado por el Senado y la Cámara de Diputados reunidos en congreso, se aprobó el contrato celebrado en París por el Poder Ejecutivo a través de sus comisionados Antonio Flores Jijón, embajador del Ecuador en Francia, y el arcediano Ignacio Ordóñez quien conocía bien el medio porque había estudiado y permanecido en Europa varios años. El presidente García estaba convencido de que el país se regeneraría si se educaba a las mujeres. Ellas serían el instrumento ideal para redimir a sus «corruptos y pecadores esposos». Lo dice así, Peter Henderson, en la obra García Moreno y la formación de un Estado conservador en los Andes. Este anhelo garciano aspiraba a la transfiguración mística-política, de la mujer débil en mujer fuerte, puesta al servicio del poder instituido. Después de varios recorridos por la ciudad de París para conocer y evaluar los colegios de mujeres se suscribió el contrato con la superiora general de las Religiosas de los Sagrados Corazones. Según el obispo Ordóñez consideraba que «dicho instituto ofrece grandes y reconocidas ventajas para la educación de las niñas que es uno de los objetos preferentes de atención del Cuerpo Legislativo». − 65 −


Parece que en Quito la gestión se manejó de la manera más cordial. No así en Cuenca. La causa del debate era la selección del alumnado. Unos ediles proponían que en la nueva escuela se recibieran solo a las niñas bien nacidas, o sea, pertenecientes a familias con recursos, hijas de un matrimonio católico, de padres con reconocida moral cristiana. Otros concejales se oponían a tal discriminación. Entre los primeros estaban los doctores Manuel Coronel y Juan Jaramillo. En cambio, José Antonio Morales, nieto del general independentista del mismo nombre, y Jerónimo Carrión, lojano que vivía en Cuenca y que llegó más tarde a ser presidente de la República, argüían que se debían evitar distinciones odiosas y perjudiciales en un país republicano. Lo justo –decían– era fomentar la educación de la niñez de ambos sexos por todos los medios posibles: … aún de aquellos cuyos padres fueran inmorales, para sembrar en ellos desde temprana edad principios religiosos y de sana moral pues no teniendo ellos culpa alguna de haber nacido tales no debían ser condenados a vivir y morir en el cieno de la corrupción en que la suerte les había colocado. Decían los proponentes que no permitirles la educación a las niñas era cometer una gran injusticia, era negarles el único bien al que podían aspirar en la vida.

Pese a tan valiosos argumentos ganó la tesis contraria que de acuerdo con lo que argumentaban los proponentes: «… pretendía evitar que las niñas de nacimiento legítimo pudieran ser corrompidas por las otras que llevaban el germen de la corrupción y los vicios de sus padres». Así lo registra el Libro de Actas del Municipio del Cantón Cuenca alrededor de su sesión del 28 de enero de 1862. Una vez que monseñor Ordóñez cumplió en Francia con la petición del presidente y este acogió la sugerencia de su delegado sobre la contratación con las Hermanas de los Sagrados Corazones − 66 −


para la educación de las niñas, y la de los Hermanos Cristianos para la de los varones, la Municipalidad de Cuenca y las personas más representativas de la sociedad se pusieron en acción inmediata y febril. La confianza en el desempeño futuro del colegio francés llevó a cerrar el antiguo establecimiento educativo que existía en la ciudad, la Escuela Municipal de Niñas, que por cierto era una pobre escuela. Estuvo a cargo de José L. Murillo y luego de Manuel Vásquez Loyola. Además del director, la escuelita contaba con un maestro de música, otro de dibujo y una ponga (sirviente indígena) encargada de la limpieza y el cuidado de la escuela. En una ocasión un maromero de origen extranjero que recorría el país, ofreciendo su arte y recogiendo pesos para su propia subsistencia, se compadeció tanto de la situación de abandono de la escuela femenina que entregó toda su ganancia para mejorar los muebles del precario establecimiento. El célebre artista se llamaba Basilio Bello. Las Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María Las religiosas de los Sagrados Corazones elegidas para fundar los primeros colegios de su orden en el Ecuador emprendieron su viaje marítimo, vía Panamá. Atravesaron el istmo y navegando por el Pacífico arribaron a Guayaquil el 3 de junio de 1862. Un grupo de religiosas se dirigió a Quito donde inauguraron su colegio el 21 de julio de ese mismo año. Las religiosas destinadas a Cuenca fueron recibidas en Guayaquil por las autoridades del puerto, el cónsul de su país y tres delegados azuayos: Víctor Cuesta Jara, sacerdote; Francisco Eugenio Tamariz, militar; y Rafael Villagómez, escritor, quienes las acompañarían en su travesía hasta la capital de la provincia. El gobernador Manuel Vega se encargó de despachar a Naranjal veinticinco bestias, las monturas respectivas, los guanderos indígenas, víveres y útiles necesarios para el transporte de las herma− 67 −


nas. Los gastos sobrepasaron los 500 pesos y fueron provistos por el Municipio y los vecinos de la ciudad. Las diez religiosas francesas, luego de su largo viaje marítimo se embarcaron en frágiles chalanas hechas de troncos huecos para surcar durante diez horas la ría cercada por oscuros manglares desde los cuales asomaban sus mortíferas mandíbulas los caimanes y lagartos de hasta diez metros de largo. Para combatir a esas fieras estaban los campesinos contratados. Con calma beatífica las religiosas soportaron las inclemencias del clima y las sorpresas del viaje. Una vez que empataron con el río Babahoyo –o de Bodegas–, como se le conocía entonces, hicieron el trasbordo a otras embarcaciones más grandes, pero igualmente endebles, hechas de tablas. En esa tensión, apaciguada por el rezo silencioso, las monjas francesas navegaron hasta el puerto fluvial de Naranjal. Allí les esperaba el comisionado especial, Manuel Ordóñez Lazo, hermano del prelado negociador de su venida, para brindarles alojamiento en la hacienda de Pechichal, propiedad familiar. Al día siguiente, la comitiva partió hacia Cuenca. Viajaron cuatro días seguidos, solo interrumpidos para ingerir una ración alimenticia o para dormir en los tambos previstos con anticipación. Siguieron así, atravesando las exuberantes planicies costeras, los fangosos y tupidos flancos de la cordillera, los helados páramos de la serranía desde donde se avistaba el pacífico océano que quedaba a sus espaldas. Llegadas al Cajas a 4000 metros de altura comenzaron el descenso, previo al ingreso a la ciudad que las esperaba, la ciudad pequeña, plana, limpia y ordenada, «un placer para la vista», asentada en un valle privilegiado lleno de frescura y de verdor. Imposible hubiera sido para estas mujeres venidas de las uniformes llanuras europeas, esta aventura entre ríos turbulentos y amenazantes montañas sin la ayuda de los dóciles indios guanderos, uno delante y otro detrás, que las cargaron en hamacas sostenidas por un travesaño hecho de una rama gruesa y flexible. Otros indios − 68 −


arrieros sostenían las mulas que portaban los equipajes. Seguramente, para las tranquilas hermanas el trayecto habrá sido un motivo para reafirmar su condición de sacrificadas y valiosas servidoras de la causa de Dios. La llegada de las hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María y de la Adoración Perpetua desató un acontecimiento inolvidable, una fiesta singular en Cuenca. Las hermanas hicieron su arribo a la principal ciudad andina del sur del Ecuador, el día 23 de junio de 1862. El gobernador del Azuay, don Manuel Vega Dávila y ochenta señores más, fueron a encontrarlas en Sayausí, montados en enjaezados corceles, para darles respetuosa bienvenida haciendo una calle de honor. Las rubias monjitas de hábitos blancos entraron a la ciudad al caer de la tarde, escoltadas por los jinetes en su papel de airosos caballeros cuyas esposas y familiares aplaudían a la comitiva desde los balcones y la gente común desde las veredas. Al día siguiente se llevó a cabo una solemne Misa de Acción de Gracias, un tedeum, con la asistencia de autoridades, corporaciones y personas notables de la ciudad, que crepitaban de felicidad por ver a las serias monjitas. Cuenca se vistió de júbilo entre entusiastas anfitriones y curiosos. No da para pensar que las monjitas se sintieran abrumadas frente a tantas galanuras morlacas pues estaban acostumbradas a las gentilezas, toda vez que procedían de las casas nobles de Francia. La fundadora de la congregación francesa que había dispuesto todo este acontecimiento desde París era Enriqueta Aymer de la Chevalerie, canonesa de la Orden de Malta, con título de condesa. Llegadas a Cuenca, las hermanas se alojaron por unos días en la casa de doña Mercedes Cárdenas Arciniega viuda de Muñoz –abuela del futuro santo Hermano Miguel (niño que entonces tenía ocho años de edad). Mercedes Cárdenas y Josefa Lazo de Ordóñez, madre de monseñor Ignacio Ordóñez –artífice principal de − 69 −


este acontecimiento cuencano– se encargaron de la atención a las religiosas en la primera semana de su estadía en Cuenca, mientras los otros hermanos Ordóñez Lazo: Carlos, Manuel y José Miguel se aseguraban que quedara reparada y lista la casa de San Felipe, ubicada «en el punto más hermoso y ventilado del pueblo», lugar que la municipalidad había asignado para el funcionamiento del convento y el colegio. El local destinado a la escuela de monjas de los Sagrados Corazones tenía todas las ventajas y comodidades estipuladas en el contrato y la obra «despertaba el júbilo del pueblo y satisfacía el vehemente deseo de las autoridades». La hermosa y magnífica casa de tres patios donde fueron alojadas las jóvenes monjas que se encargarían de la futura escuela fue comprada años más tarde por el padre Julio Matovelle para funcionamiento de las oficinas de la Curia Diocesana, lugar donde sigue hasta ahora, cumpliendo las mismas funciones. Ocho días después de su llegada, las hermanas fueron ubicadas en la amplia y retirada casa situada en el barrio del Corazón de Jesús, lugar que era asiento semiurbano de los alfareros indígenas trabajadores del barro para macetas, ollas, platos, jarras y fuentes que vendían los jueves y domingos en la feria de San Francisco. Se debe anotar que monseñor Ignacio Ordóñez sugirió al Gobierno municipal que la abandonada Casa de San Felipe, que tenía un largo pleito irresuelto, se destinara para habitación de las religiosas y para aulas de enseñanza, hasta que la Municipalidad pudiera adquirir otro local. Cosa curiosa, el Colegio sigue hasta ahora, 2018, en el mismo lugar. La Municipalidad y el jefe político del cantón se encargaron por tanto de la reparación del local de San Felipe. El presidente de la República donó de su renta 3000 pesos con el mismo fin. La reparación del local tardó algunos meses, pero al fin se cumplió con todos los requisitos estipulados en el contrato pues, además de estar la casa situada en la parte «más hermosa y fresca de − 70 −


la ciudad», se reparó el camino que llevaba desde la iglesia de San Sebastián hasta el nuevo convento. Ignacio Ordóñez insistió en que la Municipalidad asignara una renta fija para apoyar el sostenimiento de las hermanas contratadas, pero este requerimiento del arcediano no fue aceptado. A clases El funcionamiento del plantel comenzó en el mes de julio de ese mismo año 1862 con la inscripción y selección de las educandas y la presentación del Programa Escolar al Concejo Municipal. Al inicio del nuevo año escolar, en el mes de septiembre, y con toda la pompa con que se revestían los actos civiles patrocinados por la Iglesia, el Instituto de los Sagrados Corazones empezó sus labores pedagógicas en la ciudad de Cuenca con cuarenta alumnas pensionistas. Aunque el colegio distaba solamente ocho cuadras de la plaza principal, el lugar era apropiado para el recogimiento que exigían el aprendizaje y la oración, puesto que, para satisfacción de los cuencanos, de acuerdo con la ideología vigente en esa época, se iniciaba una educación totalmente católica. La experiencia de recogimiento, en poco tiempo más tarde, cooptó para la vida conventual a jovencitas cuencanas muy ameritadas. Con excepción de una niña de la clase media, las demás que asistían al colegio de los Sagrados Corazones pertenecían a la clase alta de la sociedad cuencana. Eran hijas de propietarios de la tierra, cualidad que también les permitía ser políticos notables. Otras niñas eran hijas de funcionarios de la curia, de comerciantes ricos o de extranjeros afincados en la ciudad. Todas correspondían al casco urbano de la ciudad, pero no era raro que algunas niñas se encontraban viviendo en las haciendas y tardaron mucho en llegar al colegio. Algunas no querían dejar la vida del campo ni les entusiasmaba alejarse de su familia. − 71 −


Los primeros informes municipales señalaban que gracias al celo de las virtuosas institutoras fue apreciable el adelanto de las educandas en orden, aseo y moralidad y apuntaban también que era necesario dotar de becas a los padres de menores recursos o que tenían varias hijas. Para solicitar la concesión de una beca los representantes de las niñas debían argüir que estaban en incapacidad económica. De hecho, no todas las hijas de una misma familia se educaron en el colegio pagado. Escoger a una de ellas era un asunto de meditación concertada o de la decisión del padre, de la madre en el caso de ser viuda o de la abuela si cuidaba a nietas huérfanas. Partiendo del carácter ético que se atribuía a la gente cuencana, el examen de la nómina de solicitantes de becas que llegó a Quito durante varios años, da lugar a una severa inquietud: ¿era tan disimulada y a la vez tan indiscriminada la pobreza en Cuenca? Al parecer, no todas familias consideradas de alta sociedad contaban con suficiente dinero como para costear la matrícula y la pensión de sus hijas en el nuevo colegio creado por el presidente García Moreno. Algunas de esas familias decían poder sostener la educación de una sola hija. Las demás hijas, seguramente debían mirar con pena, con rabia o con resignación, que no serían parte de esa institución privilegiada. Entre las cartas que llegaron al Ministerio del Interior y pasaron luego al Archivo Nacional de Historia, Sección Ministerio del Interior, año 1867, hay más de un centenar de solicitudes de beca para niñas o jovencitas. Los padres o madres, incluso alguna abuela, solicitantes de becas argüían poseer limitados recursos, «extrema pobreza y un crecido número de hijos u orfandad de las chicas», como motivos para instar de la bondad del presidente de la República la concesión de una beca o media beca para una de sus hijas1. Los padres de otros grupos sociales ni lo pensaban. Sola1

Algunos nombres de peticionarios que constan en los documentos civiles del Archivo Nacional de Historia son: doctor Tomás Toral, doctor Eduardo Malo, doctor Ramón Borrero, − 72 −


mente un padre de estrato medio, hombre culto y afín con la acción política, ciudadano originario de Gualaceo, solicitó una beca para su hija. No tuvo ninguna respuesta a su petición. La Ley de Gastos fijaba 42 becas por año, pero solo llegaron a 32 las que se concedieron hasta abril de 1869. Llama la atención que, entre las comunicaciones que llegaron al Ministerio del Interior, entre 1862 a 1869, nunca se solicitó para un hijo, ya sea que este estudiara en el Seminario, en el Colegio Nacional, en el Instituto de Guerra o en la escuela de los Hermanos Cristianos. Se puede considerar que para la educación de los varones sí había posibilidades. Sabemos que los Hermanos Cristianos también vinieron por iniciativa y apoyo del presidente García Moreno. Fueron dedicados a la educación de los niños. Tenían sus propios métodos, pero el ingreso en sus establecimientos era un poco más democrático. Cada institución educativa tenía su propio programa de estudios. Los niños de las escuelas de los Hermanos Cristianos a más de la instrucción básica recibían Catecismo e Historia Sagrada, materias que debían saberlas de memoria. Se les exigía adhesión al orden y se estimulaba la competencia entre los alumnos mediante el sistema de «premios y castigos». Los establecimientos secundarios de varones recibían Latinidad, Humanidades Clásicas y Derecho; Idiomas: Griego, Francés e Inglés, más Botánica y Mineralogía. El pénsum que propuso el colegio de los Sagrados Corazones fue muy diferente al de los colegios masculinos. Comprendía Religión, Lectura y Escritura, Caligrafía, Gramática Castellana, Cálculo y Geometría, Historia Sagrada, Nociones de Ciencia Natural, Dibujo, Música y Canto, Costura, Bordado y Francés. Según lo registran los Documentos del Archivo Nacional, con este programa las famiIgnacia Muñoz, doctor Francisco Moscoso, Rosa Tamariz de Martínez, Ana Muñoz de Cordero, Victoria Muñoz de Vega, Rosa García viuda de Larrea, Miguel Fernández de Córdova, Sebastiana Ruilova de Piedra, doctor Manuel Dávila, doctor Juan Jaramillo, Guillermo Harris, Benigno Vega, Dominga Escudero. − 73 −


lias beneficiadas confiaron ciegamente en que el establecimiento de monjas transformaría «a la generación presente del bello sexo colocándole en un pie de completa civilización europea». Así quedó registrado en los Documentos del Archivo Nacional de Historia donde también se señaló que las autoridades civiles estaban siempre pendientes de subsanar las necesidades que se presentaban en el Colegio de los Sagrados Corazones, más aún, por conocer que el presidente García Moreno lo controlaba todo desde Quito a través de sus informantes oficiales. Al presidente le preocupaba de manera especial el rendimiento de las niñas becadas para ver si la inversión valía la pena. No hay que olvidar que el Supremo Gobierno Ecuatoriano había previsto para la educación de las niñas la responsabilidad de transformar a sus futuros cónyuges. Como problema principal de la niñez en edad escolar no tardó el Concejo Municipal del Cantón en darse cuenta de que los colegios franceses no traían una solución mágica para remediar el contexto de la educación de la niñez. Quedaba al margen de este privilegio una gran porción de niñas y niños sin escuela. Por lo tanto, se convocó a concurso de oposición a aspirantes de institutores puntualizando que debía concederse el título de tales a los candidatos que a juicio del Consejo Municipal demostraban mayor «ciencia, cultura y moralidad». Algunas personas se ofrecieron a servir voluntariamente –sin esperar remuneración–, solo por amor a la juventud. El 20 de noviembre de 1862, el Municipio de Cuenca acordó proveer de maestros tanto a la escuela femenina como a la escuela masculina. Por su lado, los alumnos mantendrían las becas si demostraban públicamente su aprovechamiento en «el examen oral frente a sus padres y a la autoridad cantonal». A su vez, los maestros serían evaluados públicamente por la Junta Supervisora formada por tres padres de familia presididos por el cura. − 74 −


Las colegialas La gruesa tapia que las religiosas solicitaran al presidente García Moreno para rodear el claustro mantenía en completo aislamiento a las jóvenes internas del plantel. Allá no llegaban los ruidos de los cascos de los caballos que golpeaban el empedrado de las calles aledañas ni el humo de las cocinas alimentadas con la leña de los bosques cercanos. Las reglas del nuevo colegio eran muy severas. Lo primero e insoslayable era que quien quisiera matricular a sus hijas tenían que probar… «su pureza de sangre». Esto es, no haberse mezclado con gente que no fuera de alcurnia. ¿Cómo lo hacían? Mediante testimonio de la autoridad eclesiástica que garantizaba la procedencia de los apellidos de padres y padrinos en las actas de bautismo. De paso también se probaba la creencia religiosa y la filiación política, como no podía ser de otra manera, al tratarse de una institución fundada por el presidente García Moreno, máxima expresión del catolicismo y el conservadurismo ecuatoriano en la segunda mitad del siglo XIX. Las niñas que se matriculaban en el Instituto de los Sagrados Corazones se educaban bajo el régimen de internado. Fueron cuarenta las alumnas fundadoras. Estaban distribuidas en «dos secciones con aulas y patios separados y secciones diferenciadas en la capilla». Correspondían al nivel más alto las niñas que pertenecían a la familia Ordóñez Lazo-Mata y las de la familia Morla, procedente de la élite cacaotera guayaquileña y domiciliada en Cuenca. En el segundo nivel estaba el resto de niñas internas consideradas de buena familia y con capacidad de pagar la pensión fijada por desembolso familiar o gracias a la concesión de la beca concedida por el Gobierno central. Un tercer nivel estaba compuesto por 23 niñas del pueblo que recibían clases gratuitas a través de atención externa. Al ser tan selectivo y estratificado el ingreso, muchas niñas quedaban fuera de la educación, razón que movió a la Municipali− 75 −


dad a reabrir la antigua escuela al año siguiente de la fundación del plantel de los Sagrados Corazones. La Escuela Municipal de Niñas Volvió a abrirse para dar cabida al resto de niñas interesadas en estudiar. Entre ellas estaban también las niñas rechazadas que eran niñas del pueblo o hijas ilegítimas. «Doscientas niñas asistían a la escuela municipal que era gratuita para la mayoría». Unas pocas niñas cuyos padres tenían un trabajo más o menos constante pagaban dos reales mensuales. A pesar de ser gratuita muchas familias estaban incapacitadas para enviarles a la escuela porque no tenían ropa suficiente o las hijas eran necesarias como ayudantes en la crianza de los hermanos menores que nacían uno tras otro. El director de la escuela de niñas fue el señor Benigno Palacios. Según estipulaba la Ley Orgánica de Instrucción Pública, no funcionaría ninguna escuela de niñas a cargo exclusivo de un hombre. Estaba normado que: «Si en el lugar no hubiera una mujer capacitada para enseñar, el preceptor debía dar clase en presencia de una mujer respetable de la localidad». En tal virtud se nombró una directora acompañante. Así entró a trabajar la señora Encarnación Saá como institutora de la escuela de niñas. Le asignaron un local espacioso, claro y cómodo. Al final del año las niñas que asistían a esta escuela obtuvieron buen aprovechamiento en Lectura, Escritura, Cálculo, Ortografía, Urbanidad, Moral, Doctrina Cristiana y Gramática Castellana. Por tanto, no recibían Geografía, Historia, ni Lengua Extranjera. Según consta en los expedientes del Archivo Nacional de Historia, el examinador que supervisó la demostración final aclaró que estos exámenes «son más que suficientes para la educación del bello sexo». Agregó también que «la costura y el bordado no han sido desatendidos y se vieron − 76 −


muestras de este arte que es el empeño inseparable de la mujer en toda su vida». A empeños del nuevo gobernador, doctor Benigno Malo, se inició la enseñanza de la música teórica. Él propuso que se incluyera también el aprendizaje de la música práctica, el dibujo del paisaje que sirve de base para el bordado y del calado y, además, el idioma francés. Malo criticaba el sistema de aprendizaje de memoria. Puntualizaba que era mejor enseñar por la explicación y la comprensión. Estaba en contra de que se dé tanta importancia al catecismo y a la historia sagrada, cuando lo primero se aprende en las casas y lo segundo es propio de la edad madura.

Igual como lo preconizaba el gran maestro de América, Andrés Bello: «la preocupación del doctor Malo por la educación, le llevó a proponer la creación de escuelas dominicales para los niños indígenas». El domingo era el único día que los niños indígenas tenían libre como para dedicarlo a otras actividades. Si bien era insuficiente el tiempo destinado podían al menos iniciar el conocimiento de las letras y los números. La señora Encarnación Saá, institutora de la Escuela Municipal de Niñas, también aspiró que su hija, Adriana Saá, recibiera la educación europea y la tenía asistiendo a clases cuando solicitó y consiguió del Supremo Gobierno una beca para su hija. Lamentablemente, le fue retirada al enterarse el presidente García Moreno, que dijo: «Que la niña Saá era hija de madre soltera». Desde entonces, para comprobar la condición moral de los progenitores, se pidió adjuntar a la solicitud de beca, el acta de bautismo de la niña. El gobernador B. Malo apoyó a la maestra Saá con una carta que aclaraba que: «Aunque la niña es ilegítima, la señora Saá es ahora de impecable conducta y tiene a su cargo la mayor escuela de niñas». − 77 −


Pero no hubo vuelta que dar. Se la separó del plantel porque era una niña contaminada de inmoralidad. Su beca se pasó a la niña María Vega y Ordóñez. Contratiempos en el Colegio de los Sagrados Corazones El alumnado del Colegio Sagrados Corazones crecía. No obstante, contar con todos los auspicios gubernamentales y municipales con que se dotó a la institución desde el comienzo de su labor, el colegio pasó por algunos apuros. Recibía asignaciones económicas, pero estas no alcanzaban a cubrir los requerimientos porque el Gobierno no cubría a tiempo el valor de las becas, o las niñas dejaban el colegio, ya sea por razones de salud de las educandas, ya por cambio de residencia, ya por incapacidad económica de los padres pues, ciertamente que muchos padres querían educar por igual a todas sus hijas, apelando a las frases consabidas: «Los conocimientos útiles moderan el carácter y la ignorancia es la madre de todos los vicios». Pero la organización familiar de entonces no siempre permitía. Algunas niñas que recibían becas no ingresaban al colegio en las primeras semanas, por ello el presidente ordenó que se quitaran las becas a las agraciadas, si no iban inmediatamente a clases. El gobernador Malo justificaba su ausencia argumentando que: «Estaban enfermas en las haciendas y que no se curaban fácilmente porque no había un médico que las atendiera». Otra dificultad era que, tratándose de una educación en régimen de internado, los rubros eran altos y los padres de familia no cancelaban a tiempo, hasta el punto de que las hermanas amenazaron con pedir el traslado a otra ciudad o decidir el regreso a su país si no se les pagaba el dinero que se les adeudaba. En conocimiento de este problema, el presidente García Moreno se encolerizó con los cuencanos porque no sabían resolver por

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su cuenta estas deficiencias y no devolvían sus afanes. Cuando ejercía su segundo mandato, quiso asegurarse de los efectos de su plan educativo y de los resultados del aprovechamiento de las niñas. Dispuso que se concedieran las becas solo a aquellas niñas que se comprometieran a educarse para luego ser profesoras. De esa manera se podría extender la instrucción de las niñas a cantones y parroquias. En 1866 en la provincia de Cuenca había 220 niñas sin ninguna instrucción. Muy pocas mujeres saben leer y dibujar letras, rezaba un informe del gobernador Vega al Ministerio del Interior. Igual que para las otras niñas, el Colegio de los Sagrados Corazones resultó ser para Mercedes Andrade un espacio de aprendizaje de nociones científicas, de saberes prácticos y de relaciones sociales. Aunque al principio las niñas y las adolescentes extrañaban la vida familiar, la comida casera y las golosinas preferidas, pronto se acostumbraron a la vida en el internado, lejos de los padres, hermanos y parientes. Conocían a chicas de la misma edad y hacían amistades indisolubles. Como las hermanas eran exigentes en cuanto al estudio, las alumnas debían adquirir una rutina de lectura y de trabajo intelectual al que no estaban acostumbradas. No a todas les complacía tales exigencias. Pero otras se sentían tan a gusto en el colegio que se quedaban más años de los debidos. El presidente tuvo que impedir tal costumbre que resultaba onerosa para el Estado. Aprender cosas nuevas, intercalar en las conversaciones referencias a personajes y ciudades, saber las costumbres de los países civilizados y practicar de forma sistemática maneras distintas de expresar las emociones a través del dibujo y la música, demandaba esfuerzos nuevos. Había dos maestras especiales: la de dibujo y la de historia. El personal del colegio se completaba con el capellán y el médico. Todas estas innovaciones contribuían a crear una perspectiva de educación de lujo.

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El colegio era riguroso. Se aplicaban evaluaciones periódicas. Las alumnas eran agrupadas en cuatro grados con denominación militar de I, II, III y IV divisiones. Según informó al Gobierno, sor Eulalia Amat, superiora del Instituto, por el rendimiento obtenido se asignaba a cada educanda el atributo de alumna óptima, buena, mediana y pésima. Según el talento que demostraban se estipulaba la apreciación de muy bueno, bueno o mediano. En los primeros años los resultados fueron alarmantes. Las niñas no tenían entrenamiento para el estudio y los temas que se abordaban seguramente les parecían extraños e inaccesibles. Dichos resultados iban a Quito y descontrolaban al presidente. El mandatario quería estar seguro de que la inversión produjera réditos y por ello, y por su carácter obsesivo, seguía con atención los progresos de las niñas, especialmente de las becadas, porque si su rendimiento no justificaba el egreso fiscal se les retiraría las asignaciones y se pasaría a otras niñas, pues había una larga lista de interesadas en educarse en el Colegio de los Sagrados Corazones. De igual manera, la demanda por las becas crecía de forma notoria. La exigencia pedagógica de las educadoras francesas despertaba esperanzas, especialmente en las madres. Se desarrollarían los talentos y las hasta entonces actitudes subsumidas de las mujeres cuencanas. Sin embargo, situaciones habituales defraudaban esas ilusiones como ocurrió cuando una chica del colegio, llamada Amalia Crespo, quien en todas las áreas obtenía las mejores calificaciones renunció a la beca para casarse con Manuel Ordóñez Lazo (9 de septiembre de 1868) suceso que, parafraseando la frase napoleónica, significaba exclamar: «Mi trono por un marido». Bueno, en este caso el marido estaba adornado con un capital de muchas cifras. Como ya se señaló, el pénsum del colegio comprendía Religión, Lectura y Escritura, Caligrafía, Gramática Castellana, Cálculo − 80 −


y Geometría, Historia Sagrada, Nociones de Ciencia Natural, Dibujo, Música y Canto, Costura, Bordado y Francés. Monseñor Ignacio Ordóñez Lazo vio necesario incorporar el estudio de la Geografía e Historia del Ecuador por lo que mandó a reimprimir en su propia imprenta los libros que ya se utilizaban en Guayaquil y en Quito para las dos materias. En la escuela externa –la de las niñas pobres– se daba solamente Doctrina Cristiana, Aritmética, Lectura, Escritura, Gramática y Costura. Esta segregación insistía en mantener la desigualdad y por tanto la distancia entre las clases sociales. Iba a cumplir quince años La capilla estaba siempre abierta. Las alumnas podían acudir en cualquier momento y refugiarse en la beatitud de ese espacio dedicado a la Adoración Perpetua del símbolo máximo de la fe cristiana representado en la Hostia Santa guardada en la custodia de brillante metal y piedras preciosas. Las niñas pensionistas leían los libros recomendados que incluían las biografías de santos y de personajes de la Iglesia. Pero desde alguna fuente anónima también llegaban a sus manos algunos libros de circulación restringida. Las adolescentes que despertaban con avidez a la sensorialidad y a los afectos, leían a escondidas libros prohibidos que hablaban de la pasión amorosa, como la vida del monje Abelardo y la novicia Eloísa, o las novelas de los Dumas. Luego el encanto de lo no permitido acrecentaba la complicidad entre las amigas. Los estudios de las muchachas tenían un toque de libertad y regocijo cuando se les permitía mirar las tapias con dirección al Otorongo, situado inmediatamente detrás de los predios del colegio. Este era un recodo bucólico y excitante en el curso del río Tomebamba. Las niñas querían mojarse el cabello y las manos, pero − 81 −


ese deseo no estaba permitido: no se podía mostrar… ni mirar, los pies de las compañeras. Y por supuesto, reprimían el deseo de chapotear en las orillas o zambullirse en las aguas profundas y quietas, como en algunas ocasiones pudieron mirar desde un hoyo en la pared, lo hacían con mínima vestimenta los muchachos, cada vez que lo querían. Entre tantas, dos amigas paseaban por los jardines o murmuraban en las bancas de la capilla, reían siempre y con los brazos entrelazados se divertían en el patio. Eran Mercedes Andrade Chiriboga y Olimpia Morales Valdivieso, compañeras de banca y parientes porque ambas descendían del prócer José Antonio Morales Galavís. Mercedes del primer matrimonio de Antonio Morales con la colombiana Ana María Espinoza de los Monteros y Olimpia del segundo enlace con la guayaquileña Dolores Vítores. Olimpia era una linda chica, rubia, delgada y de pálida blancura, pero también era una pequeña bandida. Nadie podía discutirle porque clavando sus ojos color trigo desbarataba a cualquiera con su réplica aguda y su risa irónica, cualidad desafiante que atraía a la dócil, sosegada y risueña amiga, Mercedes. Mercedes era alegre y bondadosa, de piel rozagante y de encendidos ojos azules. Quien la miraba se sentía atraído por una belleza singular. A su aire de princesa de cuentos de hadas añadía su amabilidad y ternura. Su temple amistoso y efusivo se frenaba un poco frente a las continuas admoniciones de la madre y de las monjas francesas celosas de formar a las futuras damas de sociedad con modales controlados. Las pequeñas travesuras de las dos amigas consistían en espiar, por sobre los muros de madreselvas, el refectorio de las monjas, reírse por lo bajo en las horas de bordado, o comerse de golpe alguna golosina mientras caminaban en silencio a la capilla. Al mismo tiempo que aumentaba el conocimiento de la gramática, la historia natural o la lengua extranjera, Mercedes se abrió a la adolescencia plena de inquietudes y alegrías. Crecía y su cuer− 82 −


po adquiría tempranamente formas de mujer. Pronto le bajarían el vestido para ocultar de la mirada masculina la sensualidad de los pies. En vez de las trenzas rubias amarradas por lazos del color de sus ojos, la peinarían con moño en lo alto de la cabeza o con rizos que caerían en cascada sobre los hombros, dando a su presencia la faz de una dama francesa de la sociedad decimonónica. Los padres de una y otra las visitaban cada domingo en el locutorio del colegio y cada quince días las llevaban a sus respectivas casas. Olimpia y Mercedes no se volvían a ver ni hablar hasta que retornaban a clases. Entonces tenían mucho que contarse. Según las percepciones de aquel tiempo en que la ciudad era de tamaño manejable, ciento treinta y dos manzanas, enmarcadas entre el barrio de El Chorro, al norte; el de Todos Santos, al sur; San Blas al oriente y San Sebastián al occidente. Las amigas se sentían distantes. Olimpia vivía en la calle Bolívar en intersección con la Mariano Cueva, dos cuadras antes de llegar a San Blas. Mercedes vivía en la Bolívar y Tarqui, esto es: a cuatro y tres cuadras, respectivamente, de la plaza principal. A Mercedes, el recorrido por la calle Bolívar hasta llegar a su casa le ponía contenta y orgullosa de caminar del brazo de su padre y se daba cuenta de que las personas la miraban con insistencia. Sabía que su porte, su piel fresca y sonrosada, sus ojos azules y su pelo rubio y ondulado conformaban una excelente imagen para la admiración de la gente, pero ella no se envanecía por eso, sino que saludaba cordialmente con los conocidos y agradecía con una sonrisa la deferencia de las personas. Alguna ocasión, en vez de los padres venía la vieja criada a llevar a Mercedes a la casa. Con ella se daba gusto de detenerse a escrutar las novedades del camino, a observar las tiendas de los artesanos que ahormaban sombreros de fieltro y de toquilla o del zapatero que reparaba los botines, del sastre que pasaba rápidamente la plancha caliente, de la tela al brasero o viceversa. Todos saludaban − 83 −


a la niña y Mercedes correspondía con una sonrisa y un saludo en nombre de Dios. Las nubes se precipitan Cierta vez, cuando era domingo, día de visitas en el colegio y frisaba los catorce años cuatro meses, Mercedes recibió de manos de su padre una extraña carta. Lo primero que buscó fue la procedencia de la misiva. La firma correspondía al joven Ignacio Ordóñez Mata a quien conocía de vista porque era amigo de su hermano mayor. En la carta, imprevistamente, Ignacio Ordóñez Mata le proponía matrimonio. Mientras leía rápidamente la carta la chica se ruborizó y miró a su padre. Iba a devolverla porque le parecía una impertinencia. Cuánto le habían reiterado en su casa sobre los cuidados que debía tener una mujer frente a las insinuaciones de los hombres, le habían advertido sobre el peligro de recibir cartas sin conocimiento de sus padres… Pero he ahí que junto a ella estaban su padre y su madre consintiendo ese inesperado envío. Mercedes dobló el papel sin acabar de leer su contenido. Estaba tan sorprendida, desconcertada, ofendida, molesta… Su padre, erguido como siempre, balbuceaba... No se atrevía a dar explicaciones. De pronto, poniendo ambas manos sobre sus blancos cabellos, exclamó: «Hija de mi alma, acepta. Hazlo por tus padres…». Y ante la actitud paralizada de su hija continuó: «Tienes que venir con nosotros ahora mismo. Hortensia quiere conocerte. No la podemos hacer esperar». Fueron minutos de turbación, el silencio pesaba como el anuncio de la tempestad. Aquella flor en promesa se doblegaba ante la vista de un deslumbrante jarrón de oro. Debía interrumpir sus estudios, renunciar a la alegría de la edad juvenil, debía adquirir la seriedad y el retraimiento de las señoras. Mirando entre lágrimas el sendero de ladrillos que la separaban del dormitorio general se dirigió hacia allá. El dormitorio era − 84 −


una sala muy grande. Cada cama estaba separada de las otras por el cortinaje. Junto al catre había un velador y una pequeña cómoda para la ropa. Mercedes llegó a su aposento mecánicamente. Recogió uno por uno sus vestidos, sus libros y cuadernos y los colocó en una petaca de mimbre. Estaba dentro de un silencio espeluznante. No sabía qué hacer… Tiró los lazos de colores y la muñeca de loza al cesto de la basura... Volvió al locutorio donde le esperaban su madre y su padre visiblemente acongojados… Sabía que desde ese momento dejaba de ser una niña. Ahora tendría otras tareas: visitar a la costurera… bordar el monograma OA en las sábanas de holán… aprender a disponer exquisitamente la mesa… escoger las flores para los jarrones… preparar el ajuar y otras banalidades de la vida en sociedad… Nada le entusiasmaba, pero debía hacerlo mecánicamente. Ciertamente estaban secuestrando la vida de una adolescente –lo que no era raro en esa época–, pero su matrimonio con un hombre de la sociedad Ordóñez Lazo no solo aseguraba económicamente el porvenir de ella y su familia, sino que le abría las puertas al nivel más alto de la sociedad cuencana… ¿Qué podía hacer ella ante el mandato paterno? Mercedes sepultó para siempre su sonrisa y se dio la vuelta. No tuvo tiempo de despedirse de su amiga Olimpia. Quizá nunca la volvería a ver. Su futuro estaba sentenciado. Tenía que casarse con un hombre mucho mayor a ella, al que no admiraba ni tenía particular interés, menos afecto… Tenía que hacerlo porque su padre le había pedido… porque así ayudaría a su familia… porque era su destino de mujer. Pero ¿quién era esta dama a la que no se la podía hacer esperar? Es necesario presentar algunos datos sobre ella y sobre su contexto mítico y real para delinear su figura social. Dicha trama se configura plenamente a partir de la influencia de los Ordóñez durante el gobierno de Gabriel García Moreno.

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Los Ordóñez La historia no se construye solamente a partir de documentos refrendados. No. Una parte de ella está hecha de la memoria personal y colectiva. Cada ser humano y cada etapa dejan huellas, noticias, comentarios que, al ser significativos, la memoria social las recoge y reproduce, de otro modo se habrían perdido para siempre. La narración que viene a continuación puede no ser la única versión sobre la ascendencia de los Ordóñez Lazo en Cuenca. Yo seguiré la que me ha proporcionado uno de los bisnietos de Mercedes por su carácter que confiere un aire de realismo maravilloso a la historia de los Ordóñez. Y en razón del tema que se aborda en este libro esta dimensión lo enriquece. Por otro lado, la historia es una interpretación social que no está solo en los documentos escritos sino también en las estructuras simbólicas que se construyen desde la realidad concreta, sensorial. La versión que incorporo a este texto tiene el mérito de explicar el inusitado y rápido enriquecimiento de la familia Ordóñez. Según la transmisión oral, el origen mítico de los Ordóñez se remonta al siglo XVIII. Como relatan los actuales descendientes de la familia Ordóñez, este apellido proviene de Pablo de Ordoño, conde de Castilla y La Mancha, quien habría venido de España a comienzos del siglo XVII (1629) juntamente con el IV Conde de Chinchón, Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, nombrado virrey de Lima. Los dos personajes se habrían interesado en la explotación del árbol mágico de la cascarilla, chinchona o quina, producto que en 1631 fue llevado a España y Roma por el jesuita Mesías Venegas, un hecho a partir del cual se difundieron los efectos benéficos de la planta descubierta en América, espécimen que los jesuitas ya lo procesaban secretamente y por eso al producto final se lo conocía como polvos de los jesuitas.

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Se atribuía a una mujer, Francisca Enríquez de Ribera, condesa de Chinchón, esposa del virrey del Perú, la mayor promoción de este vegetal, cuya corteza, hervida en infusión y bebida por varios días, la habría curado de unas fiebres extremas producidas por la picadura de un insecto. Por referencia a la condesa mencionada la mata fue conocida como la chinchona. La extraordinaria planta fue descubierta a comienzos del siglo XVII, en el Corregimiento de Loja, región de Malacatos, territorio de la Audiencia de Quito, bajo la jurisdicción del Virreinato del Perú. Esta es la razón histórica por la que la quina o cascarilla es conocida como planta originaria del Perú y la razón alegórica por la que aparece en el escudo nacional del Perú. En 1632 habría llegado la quina a Roma por manos del jesuita Alonso Mesías Venegas y seis años más tarde el Vaticano concedía permiso para que la explotaran y comercializaran. El negocio se mantuvo por más de trescientos años. La I Misión Geodésica Francesa, que llegó a la Audiencia de Quito con Carlos de la Condamine a la cabeza, después de efectuar las mediciones de la línea ecuatorial de Quito, visitó Cajanuma en el año 1737, porque los científicos estaban interesados en conocer y reproducir, mediante el dibujo a detalle, la planta de la cascarilla cuya lámina enviaron al científico Carl Linneo para que la estudiara y clasificara de acuerdo con la normativa botánica. El científico Carlos de la Condamine refirió haber encontrado plantas de cascarilla en 1737, en la ceja de montaña del bosque nublado lojano hasta los 2000 metros. Para entonces ya la planta era producto de comercio. La gente campesina que vivía cerca de estos parajes extraía la corteza con hacha y machete, la secaba y llevaba en bultos a los pueblos de la Costa. Los nativos de la zona la conocían de antaño y con su uso se mantenían sanos. La Condamine se encargó de divulgar las propiedades especiales de la corteza de este árbol para

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curar fiebres y enfermedades de aparición continua, de manera particular las tembladeras o calenturas que se presentaban en las tierras del trópico. La planta fue apreciada como uno de los mayores tesoros de América, pero fue sobreexplotada de tal manera que cuando el científico colombiano Caldas, en el año 1800, vino a conocer los páramos lojanos de la cascarilla, encontró que ya no quedaba ni un árbol. Pero la planta no se perdió. Fue buscada y encontrada la cascarilla en páramos de su provincia por empresarios azuayos. De acuerdo con la versión mítica que se asume aquí, el conde Pablo de Ordoño, de la región de Castilla y La Mancha, trajo con él catorce esclavos para aventurarse a buscar en las nuevas tierras, aquellos bosques de maravilla. Cuentan también, los informantes que, don Pablo de Ordoño, se había enamorado de la más bella de sus esclavas y había pedido autorización al virrey para desposarla legalmente, liberándola de la esclavitud. Esta petición no fue acogida por el virrey porque contradecía los códigos sociales de la época. El conde de Ordoño entonces habría acudido al mismo rey de España, sin resultado positivo. El rey tenía otras razones para negarse a la inusitada petición, más allá de las expuestas por el virrey. Para el monarca prevalecían las razones económicas. Un matrimonio desigual despertaría susceptibilidades entre los colonos españoles y podía provocar conflictos graves, situación que había que evitar pues se necesitaban esclavos para los cultivos de algodón que el rey quería introducir a breve plazo en sus colonias de América. Dicho cultivo necesitaba mano de obra de origen africano apta para soportar el trabajo a campo abierto expuesto a una radiación solar intensa. La posibilidad de que con la promoción de la amante de don Pablo Ordoño los negros presionaran por su libertad ponía en riesgo el futuro rentable de las colonias. Según esta leyenda familiar, Pablo de Ordoño desobedeció al rey, liberó a sus esclavos, se casó con la mulata que amaba, pasó a la clandestinidad y se internó en los bosques en busca de la planta − 88 −


mágica que curaba la enfermedad mortal llamada paludismo. Los Ordóñez habrían amasado su fortuna posterior a partir de la experiencia en el negocio de la cascarilla iniciado por su antecesor Pablo de Ordoño. Según lo registra la investigadora chilena Silvia Palomeque –que trabajó en la Universidad de Cuenca en los años de la dictadura de Pinochet– en los libros de cuentas del Corregimiento de Cuenca aparece en 1779, finales del siglo XVIII, el nombre de Josef Ordóñez e hijo, pagando los impuestos correspondientes a la Corona. No aparece como hacendado ni minero, sino como comerciante. Casi un siglo después, a mediados del XIX, la actividad económica familiar de los descendientes de Josef Ordóñez estaba claramente definida, pues se había conformado una entidad civil, una compañía comercial cuyos miembros eran: Carlos, Ignacio, Manuel, Salvador y José Miguel Ordóñez, hijos de Pablo Ordóñez Morillo y de María Josefa Lazo. Esta señora era hija adoptiva de una pudiente dama que probablemente habría contribuido con una fuerte dote matrimonial a la unión conyugal. Al establecerse como Cía. Ordóñez Hnos., el capital del grupo todavía no era el más importante en Cuenca. Tadeo Torres y Benigno Malo tenían para entonces un capital de 10 000 pesos y la Cía. Ordóñez acumulaba un capital de 6000 pesos. Benigno Malo (1807-1860), antes de ser reputado como político e intelectual fue empresario de una fábrica de alcohol, fabricante de textiles que se enviaban a Lima, Chile, Panamá y Perú y trabajaba como extractor de cascarilla, junto con Miguel Heredia. También fue exportador de alcoholes, terrateniente, comerciante exportador de quina y de sombreros de paja toquilla. Orador político y redactor de distintos periódicos. Su última realización práctica fue la creación de la fábrica de liencillo en el sector de El Batán y su última contribución intelectual la rectoría del colegio nacional que hoy lleva su nombre. Se recalca que Benigno Malo fue un hombre amable e infatigable, impulsor e − 89 −


innovador de múltiples proyectos económicos y educativos. A los veintiséis años ya incursionó en la política, a los treinta y dos ya era ministro juez, a los treinta y seis, oficial mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, luego fue diputado y ministro plenipotenciario del Ecuador en Lima. Aunque otros cuencanos, entre los que se citan a personajes que fueron cabezas de dinastías familiares como Gregorio Cordero y Benigno Malo, habían comenzado el negocio de explotación de la cascarilla, fueron abatidos en breve tiempo por la sagacidad y los capitales de los Ordóñez. Los Ordóñez Lazo acumularon una fortuna considerable gracias a una visión empresarial que multiplicaba rápidamente el caudal invertido en la explotación y comercio de la cascarilla, al colocarlo en nuevas inversiones y bienes de capital, a la vez que mejoraban los procesos de producción. Para la extracción y trasporte del producto cascarilla, la sociedad contaba con alrededor de mil peones trabajando en la extracción de la cáscara milagrosa dentro de los bosques húmedos situados en las estribaciones de la cordillera occidental, montañas de Oña y Nabón, que formaban parte de sus haciendas de La Victoria y Pallatanga. La bodega mayor donde se almacenaba la cascarilla estaba en la hacienda La Victoria a la que llegaban también las remesas de Amaluza y El Púlpito, bosques de las haciendas del mismo nombre, situadas en las estribaciones orientales, incluyendo la hacienda de la Cola de San Pablo, lugar donde el Estado inauguró en 1976 la central eléctrica más importante del país construida en dicho remoto paraje. La cascarilla era enviada a Londres y París, en cuyos laboratorios se extraía la quinina destinada a las tropas europeas, víctimas de la malaria, tropas que peleaban contra los nativos africanos en las colonias británicas y francesas. Las dotes ejecutivas de los hermanos Ordóñez dieron lugar a que la gente de Cuenca dijera que los Ordóñez tenían la virtud de convertir la cascarilla en oro. − 90 −


Su riqueza creció aún más al ingresar al negocio del cacao. Los Ordóñez Lazo aspiraban a ser parte de los grandes productores del cacao, pero no pudieron competir con los extensos imperios y capitales de los Aspiazu, los Seminario, los Caamaño, los Morla y otros. Los Ordóñez poseían medianas plantaciones de cacao en Pechichal y Río Grande. No obstante, sí se beneficiaron de su producción en las mejores épocas de exportación de la pepa de oro. Ciertamente que su riqueza se debió a su espíritu empresarial, a su capacidad y esfuerzo, a los beneficios que se derivaban de pertenecer a un círculo de relaciones de poder, pero no hay que desconocer que sin leyes que normaran un pago adecuado al esfuerzo de los trabajadores, su riqueza se expandió con relativa facilidad, lo que les permitió nuevas adquisiciones, en particular la compra de haciendas productoras de maíz y otros cereales, o, la siembra de caña de azúcar y la implantación de destilerías de alcohol. La desventaja inicial de los Ordóñez se revirtió totalmente casi un siglo después. En 1890 su capital ascendió a 212 000 pesos, sobrepasando a la fortuna conjunta de todos los conventos de Cuenca, circunstancia que los ubicó en el nivel económico más alto de la región. Cuando los depredados bosques de cascarilla cercanos a Loja casi habían desaparecido, pues cada año morían más de 15 000 árboles descascarados, los Ordóñez habían adquirido propiedades con parajes de árboles de quina en los bosques nublados de la Cola de Perro, cerca del nudo del Azuay, en la cordillera oriental; y en las estribaciones de la cordillera occidental de la hoya del Azuay, sectores de Nabón, Jima y Oña. De este modo, los Ordóñez se convirtieron en los dueños casi exclusivos del negocio de la cascarilla y sabedores de las consecuencias de la extracción indiscriminada, procedieron con más cuidado y más exigencia a sus trabajadores. Con el hacha se cortaban las ramas o los troncos; con los machetes se descascaraban los tallos y con excesivo cuidado se colocaba la cascarilla en bultos de yute, se cargaban los bultos en recuas de − 91 −


mulas que transportaban a los puestos de almacenaje en los pueblos aledaños. Los arrieros se trasladaban a pie vigilando durante varios días la preciosa carga y a los mulares que la trasportaban. La explotación de la cascarilla, quina o chinchona, requería de mano de obra muy esforzada que trabajaba en superficies nunca holladas, terrenos quebrados y riesgosos, con permanente llovizna y neblina, lo que les obligaba a los trabajadores a utilizar ponchos, sombreros y pantalones de caucho –elaborados en los tendales de la parroquia de Baños de Cuenca– para cubrir sus ropas habituales. El tinte que salía de la cascarilla teñía su vestuario. Cuando llegaban a los pueblos, al grito agitado de: ¡Ya llegan los arrieros!, unos se burlaban y otros se compadecían de sus fachas de fantasmas enlodados y pintarrajeados con un color rojizo. Los arrieros eran gente pobre y sacrificada que llegó a renegar de su forma de vida y se retiró enferma o en vísperas de morir. Los Ordóñez tenían que reponer constantemente las mulas y los trabajadores. La escasez de mano de obra nacional les obligó a contratar colombianos que laboraban intensamente, pero que tampoco se acostumbraron a las exigencias del fuerte compromiso. Se calcula en 7200 el número de trabajadores que estaban encargados de la recolección. Se dice que en las haciendas cercanas a Paute había 3500 trabajadores afrodescendientes. Para el transporte de la cascarilla desde Cuenca hasta Naranjal, situada al otro lado de la cordillera de los Andes, se requerían 5000 mulas y otras 5000 más para llevar la carga hasta la hacienda Pechichal, desde donde se conducía el producto por vía fluvial hacia el puerto de embarque. La cascarilla necesitaba de un tratamiento especial para que llegara intacta y fresca a su destino, por eso se acomodaban –casi geométricamente– las lonjas de la corteza del árbol en una caja de madera de cedro de 1,5 m de largo x 1 m de ancho x 1 m de profundidad. La caja estaba forrada interiormente con lienzo y exteriormente con tiras de cuero de borrego con la lana hacia adentro. La − 92 −


cascarilla de mejor calidad, pues había de varias especies, matices y texturas, se la enviaba en petacas de cuero tratado. La rentabilidad de la empresa permitió a los hermanos Ordóñez adquirir sus propios barcos para el transporte de la cascarilla. Tenían dos en el Pacífico y dos en el Atlántico, uno de ellos equipado con artillería para combatir a los barcos de los piratas. La familia Ordóñez se erigió en la más rica de la región con tanto poder económico que les permitió acuñar su propia moneda denominada: día, (de oro); medio día (de plata); y cuarto de día o cuartillo (de cobre). Cuando el presidente Ayora mandó a acuñar la moneda nacional, un sucre era igual a un ayora; y una laurita, a cincuenta centavos. Una moneda de los Ordóñez equivalía a un sucre o cincuenta lauritas. Había otra moneda, no acuñada, de uso ritual para los bautizos, matrimonios y ascensos eclesiásticos, consistía en una onza de oro. En las festividades de Carnaval los Ordóñez jugaban con polvo de oro en vez de talco para cubrir las caras de los convidados. Hasta comienzos del siglo XX todavía no había bancos en Cuenca ni se conocían los billetes. Las monedas de plata y de oro, producto de la venta de cascarilla entregada en el puerto de Naranjal, llegaban a la casa de los Ordóñez Lazo en zurrones de cuero bien sellados y transportados por recuas de al menos mil mulares. (Información proporcionada por Carlos Tamariz Ordóñez) La industria de la cascarilla y la elaboración de la quinina fue todavía un negocio muy rentable entre 1860 y 1924. La fiesta extractiva se acabó en medio de las rencillas territoriales que agotaron largamente al Ecuador. El primero de esos acontecimientos fue la Guerra del Golfo cuando los ingleses demandaron que se les pagaran los préstamos concedidos para las guerras de la Independencia, más los intereses respectivos que correspondían a esos préstamos. Ecuador ofrecía pagar la deuda con territorios en el Oriente ecuatoriano y Perú lo impedía esgrimiendo la propiedad histórica sobre esos. En ese contexto, un inglés de apellido Spencer aprovechó la − 93 −


confusión y tranquilamente armó su emprendimiento. No pretendía comercializar las plantas, sino producir semillas. En las cercanías de Ambato y Riobamba, sembró plantaciones de quina. Cuando las plantas maduraron Spencer recogió entre 2000 y 3000 semillas por día, semillas que empacó convenientemente y las comercializó en el exterior. Sin que a nadie le llamara la atención ni menos protestara, también en el período de la guerra de 1860, entre Ecuador y Perú, de la que volveremos a hablar más adelante, un jardinero inglés de apellido Cross, se embarcó en el vapor Pacífico con un cargamento de semillas y plantas de quina, rumbo a Inglaterra. En 1861, Cross regresó, ahora por la quina roja, que recogió en Cajabamba. Tranquilamente zarpó con 100 000 semillas. Como producto de estos emprendimientos silenciosos y arteros, veinte años después Inglaterra se autoabastecía y Holanda participaba de la fabulosa empresa. Los holandeses monopolizaron el mercado mundial de cascarilla con sus plantaciones en Indonesia. Los ingleses tenían plantaciones en otros países asiáticos y los estadounidenses producían la quinina en Costa Rica. Para entonces la cascarilla ya no se extraía de los bosques naturales extinguidos, sino de las plantaciones bien cuidadas y fácilmente reemplazables. Después, los laboratorios empezaron a sustituir la quinina natural con medicamentos antimaláricos sintéticos. Y esos nuevos adelantos farmacéuticos produjeron el fin de la milagrosa planta ecuatoriana2. Pero la baja exportación de cascarilla no significó el fin de la película para los Ordóñez. El auge del negocio de la cascarilla se dio entre 1860 y 1885 –época garciana y posgarciana ultraconservadora–. Para entonces la Sociedad Ordóñez Lazo había acumulado una inmensa fortuna. La Sociedad no solo invirtió los excedentes en haciendas cacaoteras exportadoras de la pepa de oro hacia los Estados Unidos y Europa, sino que adquirió haciendas en diversos sectores 2

Investigaciones del doctor David Larreátegui Romo. − 94 −


del Azuay. Tenían fundos en Paute, Amaluza, Gualaceo, Girón, La Victoria, Nabón, Molleturo, Cañar, Pallatanga, El Púlpito, Naranjal y Pechichal. Lo que efectivamente hizo la Compañía fue diversificar la producción. Las haciendas de las zonas altas de Cañar producían cereales y abundante ganado, entre 12 000 y 30 000 cabezas por año. Las de Paute y Girón estaban dedicadas al cultivo del maíz, de la caña de azúcar y los frutales. Las de la Costa, al cacao. La solvencia económica de la Sociedad Ordóñez Hnos., atrajo a los vendedores en apuros. Numerosas casas fueron compradas por la Sociedad en el centro de la ciudad de Cuenca y en sus alrededores. Predios rústicos en Chuquipata, Paute, Gualaceo y otros pueblos azuayos y de la actual provincia de Cañar fueron fácilmente adquiridos por los Ordóñez. Me remito al Archivo Histórico del Azuay donde se encuentran las escrituras correspondientes. Los miembros de la Sociedad Ordóñez Lazo ampliaron su radio de actividad. Salvador vendió sus acciones y con ese dinero invirtió en la hacienda Chillo Jijón, localizada muy cerca de la capital, Quito, propiedad que le entregaron los hermanos Aguirre Klinger en pago de una deuda contraída por ellos en París, según lo afirma el historiador ecuatoriano doctor Rodolfo Pérez Pimentel, en Biografías ecuatorianas, tomo 6. José Miguel Ordóñez Lazo se declaró ante el Estado como prestamista con un capital móvil de 20 000 pesos, de acuerdo con lo registrado por la historiadora Silvia Palomeque. La hermana Josefa, excluida de la sociedad varonil (digo también mercantil) compuesta por sus hermanos, no se quedó atrás. Diariamente recorría las calles de Cuenca ofreciendo o cobrando dinero de préstamo. En el Archivo Histórico de Cuenca reposan numerosos juicios a través de los cuales Josefa Ordóñez exige la cancelación o el pago de intereses de los capitales facilitados por ella. Su hermana Rosa no recibió ni exigió parte alguna en la Sociedad Ordóñez Lazo. Reglas de la época que excluían a las mujeres de sus derechos económicos. − 95 −


Con la nueva actividad mercantil, Cuenca se enlazó con el mundo. A finales del siglo XIX las ciudades más próximas a Cuenca eran Riobamba y Loja. Entre Cuenca y Riobamba se establecieron varios lazos familiares. Riobamba se encontraba a la mitad del camino hacia Quito, a cinco días de viaje en resistentes bestias que podían sortear las pendientes, los ríos y quebradas, el inclemente frío de los páramos, los nubarrones de arena, el aburrimiento de un interminable sendero entre matorrales y pencas. Y todo este largo recorrido con un incipiente fiambre de carne seca y mote, pan y quesillo, y un poco de aguardiente para las emergencias producidas por el soroche, una enfermedad que se producía por la disminución notable de la temperatura ambiental en los páramos. Esta situación mejoró notablemente a principios del siglo XX con la construcción del ferrocarril que llegaba primero hasta Sibambe, en la provincia de Chimborazo, y después hasta El Tambo, en la provincia de Cañar. El viaje a Loja seguía siendo dificultoso por la arriesgada orografía que separaba a las dos ciudades. Pocas personas, además de los comerciantes, se arriesgaban por esta ruta. Aunque políticamente estaban federadas, Cuenca y Loja culturalmente eran muy distintas. Guayaquil estaba más cerca, pero el recorrido implicaba ascensos y descensos agotadores. Solamente pasadas las ruinas arqueológicas conocidas como Paredones de Molleturo se avistaban ya los bosques y plantaciones de la Costa y se vislumbraba el mar. Esa proximidad determinaba que Cuenca estuviera más ligada con el puerto que con la capital de la República y que las influencias en ideas, costumbres y libros vinieran por esa ruta. Además, políticamente a Cuenca, Loja y Guayaquil les unían sus ideas federalistas. Querían ser provincias independientes. Si se comunica frecuentemente con el Suplemento Dominical del Expreso llamado Memorias Porteñas, se puede constatar que aún añoran esa posibilidad algunos guayacos de cepa. − 96 −


Cuenca progresaba con el despliegue de la nueva producción patrocinada en gran parte por los emprendimientos de la Sociedad Ordóñez Hnos., y otros propietarios emprendedores. Antes de este boom comercial, Cuenca exportaba ganado, trigo y derivados de la caña de azúcar. El aguardiente en especial tenía un mercado muy apetecido, rentable y seguro. ¡Quién no consolaba sus penas o alegraba sus momentos de ocio con el sabroso y puro aguardiente de caña! El Zhumir procesado en las haciendas de los Ordóñez sigue teniendo hasta la actualidad gran preferencial local, nacional y se ha implantado también en algunos mercados latinoamericanos. Cuenca rompió su aislamiento frente a otras regiones del país (Quito y Guayaquil) que ya habían inaugurado una corriente económica de mayores proporciones. Con la exportación de la cascarilla, la producción de azúcar para las provincias del centro del país; de aguardiente, maíz, trigo y ganado enviados a la Costa, Cuenca cambió su matriz productiva basada en la agricultura de autoconsumo y en la limitada exportación de tocuyos, bayetas, alfombras y fajas, destinadas al mercado nacional y llevadas al Perú, desde la feria de la Virgen del Cisne, en Loja. A finales del siglo XIX los mayores capitales de Cuenca se habían encauzado hacia la producción mercantil que vinculó a Cuenca con el mercado mundial. Otro rubro importante fue la exportación de sombreros de paja toquilla que comenzó en 1860, creció en el período de construcción del canal de Panamá a inicios del siglo XX y alcanzó buena fortuna para los exportadores y comerciantes mayoristas hasta 1940, año en que empezó a ser reemplazada en los mercados internacionales por el sombrero de procedencia asiática. La industria de la paja toquilla en Azuay comenzó en 1810 y había cooptado a la población pobre, a hombres y a mujeres de toda edad, desde niñas hasta ancianas. Azogues era el principal centro dedicado al tejido de sombreros y atraía a muchos campesinos sin tierras, procedentes de otras aldeas de la región, campesinos que no se animaban a migrar a las hacien− 97 −


das de la Costa en calidad de trabajadores temporales para la cosecha de arroz o el corte de caña. En Cuenca el trabajo de las sombrereras y proveedoras de la paja lista para el tejido estaba concentrado en el barrio de El Chorro. Con la inserción del sombrero de paja toquilla Cuenca rompió el monopolio comercial de Guayaquil y de Quito, pero la situación económica de la mayoría de la población siguió siendo deficiente. Otros hacendados cuencanos incursionaron en nuevas vías de comercio a través de la explotación de minas de oro, de plata y azogue; de la excavación de tesoros precolombinos, de la ampliación de la producción agrícola que tenía un mercado asegurado, o en la construcción de caminos. La situación boyante permitió invitar al bello sexo, poseedor de herencias, a invertir sus rentas en nuevos emprendimientos. Los indígenas, por supuesto, contribuyeron con su fuerza de trabajo al éxito de las nuevas empresas, aunque su situación económica y social nunca mejoró. Todo lo contrario, si se negaban a ser reclutados eran reprimidos por la fuerza pública. Los pobladores, hombres y mujeres del campo y la ciudad, solventaban escasamente las necesidades de sobrevivencia mediante el tejido de sombreros de toquilla. La tuberculosis aumentó en la región debido al trabajo de doce o más horas, en una misma postura sosteniendo entre el pecho y las piernas juntas la horma de madera y el tejido, esfuerzo que no era compensado con una buena alimentación. En cambio, las ganancias acumuladas por las prósperas empresas en torno a la toquilla y otros rubros permitieron renovar el comercio de importación. Se introdujeron en Cuenca nuevos bienes de consumo: telas, mantillas, jabones, cristales, porcelana, espejos e incluso bienes suntuarios para las familias más ricas de la ciudad que, además, podían darse el gusto de mandar a sus hijos a estudiar en centros académicos extranjeros, el lujo de viajar a Europa y comprar en las ferias más cotizadas –como las de Provenza y Nante– − 98 −


los nuevos insumos para el hogar, objetos producidos en plata, oro, porcelana, cristal, piedras preciosas y seda para decorar sus casas. De esta manera, quienes disponían de dinero en abundancia, modificaron los referentes de la cultura citadina cuencana que se sobrecargó de deseo, embeleso y disfrute. Al mismo tiempo, ese sector productor y mercantil se distanció más del grupo social de los artesanos, empleados y obreros, y por supuesto de los campesinos. Los hermanos Ordóñez La pareja formada por Juan Pablo Ordóñez Morillo y María Josefa Lazo de la Vega tuvo cinco hijos varones: Carlos, Salvador, Ignacio, Manuel, José Miguel y dos hijas mujeres: Rosa y Josefa. Los hermanos Ordóñez fueron muy afines con la política del presidente conservador Gabriel García Moreno. Dos de ellos destacaron en la política. Ignacio en el ámbito nacional y Carlos en la provincia de Cuenca. Los otros se relacionaron tangencialmente con el primer mandatario de la nación. Ignacio Ordóñez Lazo, primado de la Iglesia católica En su única visita a Cuenca, a finales de 1860, con el afán de consolidar el apoyo de las provincias del sur frente al gobierno provisorio, García Moreno quiso agradecer personalmente a la familia Ordóñez Lazo, por su decisivo apoyo. A este núcleo familiar pertenecían los miembros de la Casa Comercial Ordóñez Lazo Hnos., en quienes encontró algunas afinidades y la calidad necesaria para constituirse en sus posteriores aliados. Ignacio Ordóñez había estudiado en Europa y escogido la carrera sacerdotal. Casi inmediatamente de su consagración, García Moreno le escogió, el 4 de junio de 1861, como arcediano de la Catedral de Cuenca, cargo al que llegó Ignacio Ordóñez por encima de la − 99 −


oposición del Capítulo Catedralicio que argumentaba que no tenía el tiempo suficiente de magisterio eclesiástico ni poseía un previo título que acreditara su participación. Ignacio solicitó al Ministerio del Interior que le expidiera a la brevedad posible el título que correspondiera. No hubo respuesta que accediera a su requerimiento y el problema se desvaneció. El 3 de febrero de 1862, el Presidente pidió a los agentes diplomáticos del Ecuador en París y Roma una recomendación especial para tener protección y cooperación en su proyecto de fomento de la educación ecuatoriana. Como se dijo antes, encomendó a monseñor Ignacio Ordóñez la misión de viajar a París en busca de comunidades religiosas que podrían hacerse cargo de fundar colegios en Quito y en Guayaquil. La respuesta de Ordóñez pone de manifiesto su carácter y cierta arrogancia. Agradece la designación, pero al mismo tiempo señala cuánto dinero será necesario para ese viaje. De manera tajante termina escribiendo al ministro encargado del Despacho del Interior que: «… ese dinero lo esperaré aquí (en Cuenca) y saldré a mi viaje ese mismo día». Está registrado de esa forma en los comunicados del Archivo Nacional de Historia. El Ministro satisface su petición, ocho días después. Colateralmente se asegura que una vez que se finiquitaron las cuestiones relativas a su viaje, Ordóñez solicitó que el privilegio de contar con colegios de élite se extendiera a Cuenca, como lo anotamos antes. Después de algunas previsiones que hizo en su ciudad natal, Ordóñez viajó a Francia y cumplió eficazmente con lo que el presidente aspiraba. Recorrió varios institutos educacionales antes de elegir las instituciones que consideraba las más apropiadas para el Ecuador. Gracias a las gestiones de I. Ordóñez, con el apoyo del embajador Antonio Flores Jijón (hijo del primer presidente del Ecuador, Juan José Flores) se escogieron entre muchas órdenes visitadas, los primeros colegios extranjeros que vendrían al Ecuador, esto es de − 100 −


las Hermanas de los Sagrados Corazones, para niñas y señoritas; y el de los Hermanos Cristianos para los varones. Otra misión que se le encargó a monseñor Ignacio Ordóñez fue el establecimiento de un Concordato entre el Gobierno del Ecuador y la Santa Sede. Dicho acuerdo debía regular la relación del Estado con las órdenes religiosas que ejercían su ministerio en el país. La respuesta del Vaticano a esta demanda ecuatoriana despertó mucha polémica en la Iglesia y en los grupos políticos afines o adversarios al Gobierno, de tal manera que el encomendado Ignacio Ordóñez regresó a Roma. Después de revisiones y de enmiendas, y contando con la acción protagónica del plenipotenciario monseñor I. Ordóñez para que negociara con el Papa la precisión de sus resoluciones de acuerdo con lo pedido por el presidente García Moreno, al fin el célebre concordato entre Roma y Ecuador fue firmado el 26 de septiembre de 1862. Después de lecturas, discusiones, acuerdos y transacciones con la Iglesia, el pacto fue ratificado por el presidente García Moreno, el 17 de abril de 1863, de tal manera el Concordato afianzó la concentración de la propiedad territorial en manos de la Iglesia con ciertas particularidades que no fueron muy acogidas por algunos obispos. En el segundo período del presidente García, Ignacio Ordóñez, primado de la Iglesia católica, asistió como diputado a la Convención de 1869, Asamblea Legislativa Nacional en la que se dictó la IX Constitución. El carácter dogmático del mencionado cuerpo jurídico se percibe desde el encabezamiento del texto cuando puntualiza que dicha Carta Magna se ha dictado: EN EL NOMBRE DE DIOS UNO Y TRINO, AUTOR LEGISLADOR Y CONSERVADOR DEL UNIVERSO, TODOPODEROSO. Ordóñez fue uno de los más tenaces proponentes y defensores de dicha Constitución designada por la opinión pública como la − 101 −


Carta Negra porque, entre otras especificidades, sometía la educación nacional al control de la Iglesia y exigía la condición de profesar la religión católica para ejercer la ciudadanía. El obispo Ordóñez actuó con cargo relevante en la Convención Nacional de 1869 y puso su casa de Quito a disposición de los dirigentes conservadores para planificar acciones políticas de respaldo a García Moreno y a la política conservadora. Fue su más ferviente colaborador. El rey cacha Fernando Daquilema Después de su ejercicio político como legislador, I. Ordóñez regresó a Cuenca para continuar en sus funciones de arcediano. Más tarde, el presidente de la República le encomendó vigilar la conflictiva provincia de Chimborazo donde los cabecillas de la comunidad indígena de Cacha habían protagonizado fuertes levantamientos en contra del sistemático abuso y maltrato que ejercían los hacendados, la Iglesia y las élites rurales mestizas de Yaruquí. A los indígenas no solo se les explotaba en el trabajo agrícola gratuito, sino que también debían pagar tributos, diezmos y primicias. Además, debían encargarse de las fiestas religiosas, lo que implicaba gran consumo de comida y aguardiente, gasto estipulado que debían costear las comunidades indígenas para los mestizos del pueblo de Yaruquí. Entre el orgullo de ser priostes y el miedo de no cumplir con los mandatos de los blancos, los cachas quedaban completamente empobrecidos como lo ratifica Andrés Guerrero en su obra Semántica de la dominación, del 2000. A esta forma de expoliación de sus escasos recursos se agregó la sistemática explotación de la fuerza indígena para la construcción de carreteras y obras que el gobierno de García Moreno implementaba, con miras a entrar en una nueva etapa de producción agroex− 102 −


portadora. Todas esas cargas fiscales, maltratos y humillaciones continuas los tenían marginados de la educación y controlados por el poder eclesiástico y civil para que la indiada no aspirara a la categoría de ciudadanos. Uno de los célebres acontecimientos que en este contexto acontecieron en la época de García Moreno fue el alzamiento de los indígenas en torno a Riobamba. Uno de ellos, Juan José, atribuyéndose el rango de general, armó un regimiento de caballería con 2000 o 3000 hombres para tomarse el pueblo de los Yaruquíes. Aún en lucha desigual frente a los milicianos que portaban armas, los indígenas lograron invadir Sicalpa, Cajabama y Punín. Al tener conocimiento García Moreno de este motín, el 21 de diciembre de 1871 declaró estado de sitio en Yaruquí y multiplicó la fuerza represiva. La mayor respuesta indígena lo lideró Fernando Daquilema, rey de Cacha, coronado como rey indígena por su pueblo. Daquilema, de veintiséis años, valiente y perspicaz, era descendiente de los antiguos puruháes, de la dinastía Duchicela, de la cual procedía Atahualpa, según lo atestigua Enrique Garcés, en Fernando Rex, El último Guaminga. El foco de resistencia indígena aspiraba a abolir los diezmos, a negarse al pago de las aduanas, a no asistir a los trabajos de cantera; también a recuperar las tierras que antes de la conquista española les pertenecía; y, a negarse a trabajar para los blancos, aunque les pagaran en oro. Con 500 caballos y 3000 personas, entre hombres y mujeres, lucharon cuerpo a cuerpo con el ejército compuesto por 10 000 soldados. Mas, a pesar de todo el furor indígena, no pudieron superar el poderío de las armas militares. Por ello, de acuerdo con el ministerio de la Ley, Daquilema fue fusilado, el 8 de abril de 1872 por haberse adjudicado el calificativo de rey Cacha y haber sido el cabecilla de la sedición de 1871. En reemplazo del rey muerto, su mujer –según Oswaldo Albornoz, en Las luchas indígenas del Ecuador, 1991–, la cabecilla − 103 −


Manuela León, de treinta y dos años, agudizó la insurrección. Asumió la jefatura de la rebelión. Hombres y mujeres lucharon bajo su comando. Manuela enfrentó y derrotó con su lanza a la autoridad policial y ordenó el incendio del pueblo de Punín. Como resultado del suceso Manuela y muchos indígenas más, fueron exterminados. Lo dice Alfredo Pareja Diezcanseco en Fernando Daquilema, el gran señor. Para que no apareciera en los papeles judiciales que habían fusilado a una mujer le cambiaron el nombre. En los informes, constaba como Manuel León, según lo señala Alfredo Costales. La eliminación de las autonomías étnicas desde la mirada gubernamental era necesaria para legitimar el reconocimiento de la nueva autoridad designada por el régimen: el teniente político. En ese entonces se les consideraba a los indígenas incapaces de manejar sus propios intereses ante la Ley y el Estado. El otro objetivo fundamental consistía en asegurar las condiciones necesarias para mantener el trabajo indígena gratuito y con ello propiciar la alianza entre la oligarquía serrana con la burguesía costeña con miras a constituirse como bloque político dentro del sistema capitalista. Para mantener contenida la rebeldía indígena de Chimborazo, García Moreno llamó a monseñor Ignacio Ordóñez. En 1873, Ordóñez se puso al frente de la nueva Diócesis de Riobamba. La lealtad de I. Ordóñez hacia el líder político de posición ultraconservadora fue total. Juan Montalvo situó a Ordóñez como personaje de su célebre Mercurial eclesiástica. El escritor ambateño le caricaturizó desde diferentes ángulos y terminó sentenciando que: «Si no hubiera infierno yo pediría a Dios un infierno especial para Ordóñez». Ordóñez acompañó fielmente a García Moreno en sus proyectos y acciones y también en su trágico final. Por azar cupo al obispo Ordóñez, en ausencia del obispo titular de Quito, presidir la misa

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ritual frente al cuerpo masacrado de su entrañable amigo, Gabriel García Moreno, asesinado el 5 de agosto de 1875. Tres años después de la muerte de García Moreno, el obispo Ignacio Ordóñez fue perseguido por el general Ignacio de Veintemilla, sucesor de facto en la presidencia de la República. El prelado Ordóñez se vio obligado a huir a medianoche. Siguió camino a Tumbes desde donde tomó un vapor que le llevó a Europa. Después de recorrer Francia y el norte de Italia llegó a Roma para recibir la protección del Vaticano. Volvió al país dos años más tarde cuando los ánimos ya estaban calmados. Como era el obispo más antiguo, en 1882, le encargaron la dirección de la Iglesia ecuatoriana. Le correspondió al obispo Remigio Estévez de Toral, enfrentado más de una vez a los Ordóñez en Cuenca, imponer a Ignacio Ordóñez el palio arzobispal, dignidad que el prelado ejerció hasta 1893, año de su muerte. Carlos Ordóñez Lazo Carlos Ordóñez Lazo –hermano del tristemente célebre obispo que tuvo que enterrar a su amigo y prócer ecuatoriano– fue el primer hijo (nacido en 1824) de la pareja formada por Juan Pablo Ordóñez Morillo y María Josefa Lazo de la Vega. Carlos estuvo casado en primeras nupcias con Águeda Illescas, sin tener descendencia. Como hijo mayor de la familia obtuvo la representación de la Sociedad Ordóñez Lazo Hnos. Carlos Ordóñez no solo fue un empresario de éxito. Su otra vocación estaba en la política en la misma línea de su hermano, monseñor Ignacio Ordóñez. Carlos fue un apasionado defensor de García Moreno y un leal colaborador suyo. Creía ciegamente en las propuestas políticas del líder más conservador de todos los tiempos, en el Ecuador. Como conservador a toda prueba, aún antes de cono-

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cer personalmente al presidente García Moreno ya era un ferviente admirador y leal seguidor del mandatario. Contribuyó desde Cuenca para el triunfo del Gobierno Provisional entre 1859 y 1861. Desde los 36 años de edad se había autoimpuesto el control de la provincia de Cuenca. En 1862 comandó la tropa que combatió en Guapán contra Urbina haciéndole retroceder a galope. Continuó armando batallones con los indios peones que trabajaban en sus haciendas y con los sirvientes de sus propiedades para impedir que llegaran refuerzos militares franquistas a Guayaquil por la vía de Naranjal en la guerra de 1864 contra Franco, Robles y compañía, guerra que enfrentó García Moreno con una sagacidad y valor impredecibles. Carlos Ordóñez atribuía el carácter de causa nacional y causa santa a la propuesta del presidente católico y estaba dispuesto a servirle con bienes y personas. Entre los bienes se contaban los caballos, las vituallas y los peones –llamados peones propios porque servían bajo el régimen de concertaje– listos para las acciones militares que fueren necesarias cuando el patrón trataba de respaldar la hegemonía del proyecto en el poder. Los descendientes de los verdaderos propietarios de las tierras antes de la conquista española fueron considerados luego seres inferiores, serviles… menos que humanos. El presidente García Moreno mantuvo la amistad con Carlos Ordóñez y deferencia con toda su familia. En marzo de 1869 le encargó la gestión provincial y luego ratificó su nombramiento como autoridad titular de la Gobernación de Cuenca desde el 23 de enero de 1870, cargo que ejerció hasta el día 24 de mayo de 1873. Desde su puesto de gobernador, Carlos Ordóñez se propuso servir de la mejor manera al proyecto político y social de su mentor. El mayor empeño del gobernador Ordóñez, y también su mayor frustración, fue la construcción de la carretera Cuenca-Naranjal.

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La Cuenca-Molleturo-Naranjal El proyecto político garciano era de estilo conservador en cuanto al mantenimiento de las clases sociales y a la fe religiosa como guía de vida. Pero era moderno y liberal en cuanto a la introducción de una economía competitiva que impulsara la circulación de mercancías y el crecimiento del erario. En tal sentido la construcción de vías se constituía en prioridad para el Estado. Carlos Ordóñez Lazo, gobernador del Azuay, lo entendió así y asumió como tarea principal de su mandato la construcción de la carretera entre Cuenca y Guayaquil, la vía más rápida para acercarse al puerto. La Cuenca-Molleturo-Naranjal en calidad de camino de herradura lo había comenzado en 1860, el gobernador Mariano Cueva, como lo comenta Nicanor Merchán Luco en «El camino de los arrieros», de El Mercurio del día 21 de agosto de 2011. También lo impulsó el presidente Jerónimo Carrión en su breve mandato, contratando al ingeniero Cristhofer Hill para que realizara el mapa de trazado de la vía. Ordóñez suscribió ese compromiso. La mencionada obra fue para Ordóñez su mayor empeño y su mayor dolor de cabeza. El primitivo camino entre Cuenca y Naranjal era la ruta más directa para llegar al puerto de Guayaquil. A pesar de las dificultades que conllevaba la precaria vía, gracias a ella se exportaban gran parte de los efectos comerciales que producía la región y se importaban los bienes y enseres que llegaban del exterior. A partir de la visión garciana, que encontraba en Francia el mejor modelo de vida, cambiaron muchas costumbres y requerimientos materiales a nivel nacional. En Cuenca, especialmente, el afrancesamiento encontró su mejor balcón. Todas las suntuosidades que la clase pudiente traía desde fuera: pianos, muebles, alfombras, latones, vajillas finas y otros enseres, arribaron a Cuenca a lomos de los tristemente célebres, − 107 −


los indios más desposeídos e infelices entre todos: los guanderos. Más tarde por esa vía, Cajas-Naranjal, y siempre a lomos de los explotados y despreciados indígenas, vinieron: carros, maquinarias, toda la instalación para la planta eléctrica y otros implementos de progreso y muchos enseres que satisfacían la elegante vida de los sectores pudientes, ligados al comercio de los nuevos productos de exportación: la cascarilla, el cacao, los sombreros de toquilla y los minerales. También se fueron al exterior los objetos arqueológicos que se cotizaban con creces en el exterior. Considerada una prioridad del plan del gobierno central, el presidente Gabriel García Moreno quería que volara la construcción de la vía, pero no contaba con la oposición de muchos propietarios que ponían trabas a la construcción estatal de la obra pues, esta vía atravesaría sus fundos y les arrebataría la exclusividad de sus dominios, puesto que al ritmo de la época, los caminos no solo comunicaban a un pueblo con otro; también generaban derechos de pase, peajes de ayuda y otros ingresos económicos. Esta puja de poder y de interés continuó y se enardeció durante toda la administración de Carlos Ordóñez, siempre presionado entre la fogosidad imperiosa de la autoridad nacional y la suya propia, contra la reticencia de los propietarios cuencanos que pensaban que el nuevo camino serviría para incrementar las utilidades económicas de los Ordóñez. Por propio capricho, y por complacer a las presiones del presidente de la República, el gobernador Ordóñez a veces se excedió en sus disposiciones. Como respuesta a esas ínfulas de poder, los terratenientes hicieron ostensible su descontento y enfatizaron las arbitrariedades de Ordóñez. Por su lado, García Moreno se enfadaba porque no veía avances reales en la obra de la carretera a Naranjal y por ello no quería contribuir con fondos para ninguna otra obra en Cuenca. Ordóñez le sugirió que vendiera El Ejido de Quito para financiar este proyecto tan demandado por el presidente y tan necesario para los cuencanos. − 108 −


García Moreno no tomó en cuenta esta singular petición de Ordóñez ni quiso hacer ningún desembolso extra para Cuenca. En efecto, se negó a financiar la refacción de la Casa de Gobierno Provincial arguyendo que necesitaba el dinero para iniciar el ferrocarril Sibambe-Milagro y para la reconstrucción de la ciudad de Ibarra, destruida por el fuerte terremoto de 1868. Su enojo le llevó a prohibir las peleas de gallos en Cuenca, por considerar que eran causa de la inmoralidad y borrachera de los cuencanos. La aplicación de esta orden por parte del gobernador levantó críticas y burlas de los ciudadanos. García Moreno terminó su primera presidencia en medio de opiniones fuertemente encontradas. Mientras sus opositores: liberales católicos y liberales radicales combatían la tiranía garciana, sus coidearios apuntalaban su regreso al poder. La resistencia cuencana antigarciana Cuenca enfureció a Gabriel García Moreno en varias ocasiones. Cuenca no era la silenciosa y obediente ciudad conservadora que muchos han supuesto. La resistencia de los cuencanos incomodaba al mandatario conservador que no podía ejercer en esta zona su consabido absolutismo. Poniendo en juego una extraordinaria sagacidad, en 1859 logró abatir la idea de federalismo que defendían Guayas y las provincias del sur: Cuenca y Loja. A pesar de este triunfo, los representantes cuencanos defendieron la autonomía de las provincias en la Convención de 1861, evento en el que Cuenca no aceptó impávidamente las resoluciones absolutistas del presidente García Moreno. Los cuencanos se opusieron en varias ocasiones a sus acciones drásticas o desmedidas. No aceptaban fácilmente las órdenes del garcianismo. Entre esas respuestas contestatarias destacan cinco: el alzamiento de los cañarejos, el paro de los obispos, la rebelión de los estudiantes, la reacción de los hacendados y la protesta de los intelectuales. − 109 −


El alzamiento de los cañarejos Los rebeldes indígenas incitados por los hacendados José Félix Valdivieso, Félix María Pozo, José María Valdereis, Félix María Peña, Serafín Medina y los hermanos Carrasco: el cura Francisco Carrasco, presbítero de Tambo y su hermano Manuel, levantaron a la gente en contra del presidente García Moreno, cuando este ejercía su primera presidencia y se aliaron con el archienemigo antigarciano el general José María Urbina quien pretendía derrocar a García. A destruir este alzamiento antigarciano en noviembre de 1864 vino Carlos Ordóñez, terrateniente, con los soldados de la guarnición de Cuenca, una recua de mulas, más una columna compuesta por sesenta peones indígenas y sirvientes propios, todos actuando como soldados de infantería y caballería. Carlos Ordóñez intentó sofocar la sublevación de los cañarenses en la batalla de Tambo Viejo, parroquia del cantón Cañar, perteneciente en ese entonces a la provincia de Cuenca. Los amotinados cañarejos se enfrentaron a los guardias nacionales que intentaban sofocar la rebelión en Tambo Viejo y que no lograron ni una sola baja. Los cañarenses se mostraron bravísimos, derrotaron a los soldados en Yuracpungo, secuestraron a su comandante Carlos Ordóñez y le encerraron en la hacienda Pucuhuaico de los Carrasco. Carlos logró escapar en la noche pues convenció a una señora de la casa con súplicas y chantajes para que le ayudara a fugarse. Y lo logró, gracias a la ayuda de una señora de la misma familia Carrasco. Alentados por su triunfo y molestos por la fuga de Ordóñez, los cañarejos decidieron atacar a Cuenca. Un día y una noche de cabalgata a todo trote no les inmutaron, pero llegados a Cuenca cambiaron las circunstancias. Después de un mortífero fuego de la patrulla oficial, los cañarenses debieron retroceder precipitadamente, perdiendo a muchos de los suyos. Era el 6 de noviembre de 1864. − 110 −


Al ser informado de la novedad, García Moreno que estaba en Machala, uno de los pueblos insurrectos que apoyaban los planes de Urbina, tomó la vía de la Costa y en atroz carrera llegó dos días después en su cabalgadura a Cuenca para reprimir personalmente al líder indígena de la sublevación, el teniente político de El Tambo: David Campoverde, joven de 28 años, padre de siete hijos, quien fue sentenciado a la pena capital por un consejo de guerra. Después de hacer su testamento, Campoverde debió esperar amarrado a la picota de El Rollo hasta que llegara el presidente, quien al verlo allí «clavado en una cruz y escarnecido» ordenó que fuera fusilado inmediatamente frente a la mirada atónita de los vecinos. Ante las solicitudes de indulto que hicieron varias personas de Cuenca, incluso un grupo de señoras, el presidente contestó: Si invocáis la justicia, hacedme ver que este hombre no es culpable, y si es, por caridad, tened compasión de los inocentes cuya muerte vais a causar, porque si perdono a este criminal, mañana correrá la sangre de una nueva revolución.

Esa fue la respuesta del primer magistrado de la nación quien deseoso de imponer el orden, de acabar con la anarquía –según sus palabras– más tarde repetiría a sangre fría discursos y acciones parecidas, actitud que daría lugar a atribuirle el calificativo de tirano. Como en otras ocasiones, la justicia cayó no sobre el más débil, porque Campoverde era un valiente, sino sobre el más desprotegido de la sociedad. Los incitadores del levantamiento huyeron. Muchos años debieron permanecer escondidos. García Moreno nunca les perdonó. Mediante carta del 15 febrero de 1865 ordenó al gobernador de Cuenca que con los bienes de los traidores se indemnizara a las viudas de la Villa de Azogues. En cuanto al cura de El Tambo cuya liberación pidió la Curia de Cuenca, el presidente contestó subrayando que: «Carrasco no ha − 111 −


sido ni será indultado». Las condiciones de escarmiento a los demás participantes en la rebelión fueron extremadamente duras. Algunos permanecieron fugitivos largos años. El paro de los obispos Pese a que el Concordato afianzó la concentración de la propiedad territorial en manos de la Iglesia –como propietaria institucional– no mantuvo la fidelidad silenciosa de los jerarcas que se sentían perjudicados. Los obispos de la Diócesis de Cuenca, comandados por el obispo Tadeo Torres y su hermano Julio, también de la misma jerarquía, se negaron a realizar los oficios eclesiásticos en repudio a ciertos puntos del Concordato con la Santa Sede, que disminuían el poder de enriquecimiento de la Iglesia y el poder de los curatos en el campo. Con un alborotador repique de campanas alertaron al pueblo sobre sus exigencias y denunciaron la afrenta que les imponía el régimen garciano y así permanecieron varios días sin lograr que su petición fuera tomada en cuenta. Por otros motivos el obispo Estévez de Toral también se pronunció en contra del presidente García Moreno en varias ocasiones. Estuvo en contra de la reelección de García Moreno, condenándola públicamente. No sería la única ocasión, como veremos más adelante. La rebelión de los estudiantes Muchos jóvenes de la Universidad con toda su vehemencia se adhirieron a las protestas callejeras y a la censura contra los abusos que disponía el gobernador Carlos Ordóñez para continuar con la carretera a Naranjal por encima de los reclamos y protestas de los otros propietarios de las tierras. − 112 −


El 15 de diciembre de 1869 –segunda presidencia de García Moreno– ocurrió el alzamiento contra el gobernador, recurso coordinado con mucha precisión y audacia. Los jóvenes estudiantes lo secuestraron, amarrándole por más de veinticuatro horas a una silla ubicada en el piso bajo del edificio. Lo mismo hicieron con el tesorero provincial, Juan Bautista Vásquez, exigiéndole la entrega del dinero fiscal. El tesorero no cedió ante la presión de los jóvenes revoltosos y junto a la autoridad provincial aguantó estoicamente las amenazas y atropellos. Al día siguiente los estudiantes sacaron a Ordóñez a la plaza principal y lo ataron a un poste para amedrentarle haciendo la pantomima de fusilarle, una farsa que, por poco, no pasó a convertirse en un real hecho de sangre. En aquella circunstancia, entró en la escena política otro de los hermanos Ordóñez, Salvador Ordóñez Laso, quien armó a cuatrocientas personas, entre sirvientes y peones, para defender el cargo y la vida de su hermano. Al saber que se acercaba la cuadrilla vengadora, los estudiantes se dispersaron, no sin antes echarle tres tiros al gobernador. Dijeron luego que lo hicieron sin intención de matarle. Mas, cómo no iba a entrañar peligro mortal si le dispararon al cuerpo y él estaba inmovilizado. Varios jóvenes fueron fusilados por este atentado contra la autoridad. El gobernador Carlos Ordóñez Lazo quedó herido en el suelo con una bala incrustada en la hebilla del cinturón. Después de la ayuda que recibió de sus parientes y conocidos, el gobernador presentó su renuncia al cargo, pero el presidente de la República no aceptó su petición. Ordóñez continuó en el ejercicio de su puesto. No corrieron la misma suerte los rebeldes que debieron huir, esconderse por largos años o someterse a juicio militar. La represión se intensificó al difundirse el rumor de que este levantamiento estaba coordinado por grupos urbinistas de Guayaquil y de Quito que planificaban asesinar al presidente de la República.

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La reacción de los hacendados Uno de los que se opuso directamente a la utilización de sus peones en el trabajo de la carretera Cuenca-Naranjal fue Benigno Malo quien le escribió una carta al presidente en la que le echaba en cara con cierta sorna que, por su culpa, su familia se quedaría en la miseria y sus hijos y esposa tendrían que salir a la vereda a pedir caridad. Benigno Malo, intelectual y próspero hombre de negocios, debió aguantar etapas de dura subordinación en torno al gobernante, inmutable en sus decisiones y en su exceso de autoritarismo. El mandatario nacional se molestaba por el carácter de los cuencanos que, según expresaba «les induce a desconfiar de todo y de todos». También le molestaban las quejas continuas del gobernador que requería del apoyo presidencial para fortalecer su autoridad venida a menos en la provincia. Según se observa en las cartas llegadas al Ministerio de Gobierno y registradas en el Archivo Nacional, el presidente le contestaba con fastidio: «Desconfíe usted de los chismes de su tierra. Me asombra la credulidad de Ud. a ese tejido de calumnias». Para satisfacer la tenacidad y la euforia del presidente, el gobernador Ordóñez, reconocido como empecinado porque no oía consejos de nadie, aumentó el número de trabajadores sin reparar en las disposiciones legales –que impedían para entonces utilizar en obras públicas a los indios conciertos de las haciendas– ni acoger las peticiones de excepcionalidad que le presentaban ciertos hacendados poderosos de la zona. Contratado como abogado acusador de los terratenientes perjudicados, el abogado Agustín Cueva, según se registra en el Archivo Nacional, acusó oficialmente a Carlos Ordóñez Lazo en estos términos: Desde hace cuatro años entregada la administración política de esta provincia a un hombre toda especulación y negación, los pueblos que − 114 −


la componen empezaron bien, más pronto experimentaron las gravísimas consecuencias del enriquecimiento privado o sea solo de una familia, consecuencia que por cierto no pudo ser prevista por el jefe de Estado que siempre ha sabido buscar como condiciones precisas la pureza y el desinterés en todos sus efectos.

Señala este escrito remitido a Quito que el gobernador ha obrado indebidamente en tres asuntos: 1) ha rematado para sí el ramo de los estanquillos y destilaciones de aguardiente en los cantones Paute y Azogues; 2) ha rematado los diezmos de Nulti y San Cristóbal en el bienio presente, diezmos que ha negociado con otros individuos y 3) que ha forzado a los jornaleros a que trabajen en las diferentes obras particulares de él y de su familia. En conocimiento de esta denuncia el presidente García Moreno le exigió a su gobernador que se reivindicara. Ordóñez recogió testimonios de las autoridades políticas de Cuenca y de algunos cantones, personas que tenían la misma ideología, quienes refutaron dichas acusaciones y a la vez testimoniaban las contribuciones voluntarias que había hecho el sindicado en obras para la provincia. Estos respaldos fueron suficientes para levantar a juicio del presidente de la República cualquier sospecha sobre el gobernador, aunque el proceso judicial para desvirtuar estas acusaciones duró muchos años. En cada carta que García Moreno le escribía al gobernador Ordóñez –y lo hacía dos veces por semana– le preguntaba por el estado de avance de la vía y le reprendía: «No se queden atrás del progreso», «van a paso de tortuga», «ustedes, los cuencanos, quieren que todo les vaya hecho por la mano de Dios», «las obras no vienen llovidas del cielo», − 115 −


«me abstendré de apoyar toda obra pública si no hay suficiente control fiscal»

Estas son algunas de las sentencias que han sido recogidas en la publicación Cartas políticas de García Moreno a Carlos Ordóñez. Finalmente, la construcción de la carretera resultó un intento fallido. Lo cierto es que la construcción de la Cuenca-Molleturo se suspendió. El camino proyectado para convertirse en carretera que uniría Cuenca con Guayaquil quedó interrumpido desde un año antes de la muerte de García Moreno. A principios del nuevo siglo (XX) se había borrado gran parte del trazado de la ruta cubierta ya de maleza y piedras. El proyecto solo fue retomado ciento veinte años más tarde, a finales del siglo XX. Hoy, en el año 2019, es una vía fundamental entre Cuenca y Guayaquil pues ha simplificado el viaje entre las dos ciudades, de seis horas, por la vía Tambo-Durán, a dos, por la Cajas-Naranjal. El ejercicio político de Carlos Ordóñez puso de manifiesto su carácter vehemente y cierta testarudez para defender sus puntos de vista. Mas su intransigencia era incontrastable frente a la inflexibilidad del presidente García Moreno. La protesta de los intelectuales Por sobre la Constitución, García Moreno emitió un decreto que modificaba la forma de sufragio. El desacuerdo sobre esta medida se hizo manifiesto en la provincia de Cuenca. Mariano Cueva convocó a una reunión abierta del Consejo Municipal de Cuenca para protestar por esta nueva ley. No fue la única vez que el Azuay, Cuenca y sus hombres más eruditos manifestaran sus desacuerdos con la política absorbente y despótica de García Moreno, aunque luego algunos de ellos solían reconciliarse pacíficamente y «a su pedido» colaborar con él. − 116 −


Antonio Borrero Cortázar lo conocía desde los tiempos universitarios, pues ambos estudiaron en la Universidad en Quito. García Moreno respetaba a Borrero y muchas veces consultó con él antes de tomar importantes decisiones políticas, como lo registran historiadores entre ellos H. Rodríguez Castelo. Borrero fue uno de los pocos hombres sabios y honorables que mantuvo sus convicciones democráticas y la distancia crítica necesaria con el presidente ultraconservador. Por una vez que se extralimitó en sus críticas sobre la política del representante de García Moreno en la provincia no quedó nada de esa vieja amistad. La firmeza de sus convicciones y su honestidad ejemplar le depararon a Borrero el ostracismo y una vida plagada de sufrimientos y penurias que, sin embargo, no menoscabaron su paradigmática moral cívica y humana. La resistencia de los intelectuales cuencanos se puso en evidencia en varias ocasiones a través de algunos órganos de la prensa escrita como El Constitucional, La Tribuna, Crónica Diaria, El Porvenir y otros, durante los períodos presidenciales de García Moreno. Entre los opositores estaban Luis Cordero y Miguel Heredia, exportadores de cascarilla y, por lo tanto, competidores económicos de los Ordóñez. El pequeño círculo de políticos liberales, según lo estima María Rosa Crespo, acusó al gobernador Ordóñez de corrupción y abuso de poder. Eran pocos, pero eran intelectuales de prestigio que difundían sus ideas a través de la prensa. La oposición de este grupo fue evidente en el tiempo en que Carlos Ordóñez ejerció la gobernación de la provincia de Cuenca. La mayoría de ellos eran hacendados que se sentían afectados en sus intereses económicos y políticos. Estos contrataron al mejor abogado, doctor Antonio Borrero, para impedir las acciones abusivas de Ordóñez, a quien acusaron de prepotencia, malos tratos a los indígenas y mal manejo del dinero de la obra de construcción del camino que uniría Cuenca con Guayaquil a través del Cajas. − 117 −


Pero Ordóñez no se inmutó… Dispuso estado de sitio para poder expulsar de Cuenca al abogado demandante: Antonio Borrero. Los cuencanos protestaron. Fue la gota que derramó el vaso. Fueron apresados Luis Cordero y Miguel Heredia. Estos opositores fueron confinados a Loja. Heredia murió en el exilio. «¿Qué hizo el gobernador?... Inventó una revolución», escribió Borrero en el periódico El Porvenir. Con esta última decisión el problema adquirió mayor envergadura. Solidarizándose con Borrero, el obispo Remigio Estévez de Toral excomulgó al obispo Ignacio Ordóñez que, como sabemos, fue ferviente colaborador de García Moreno. Desde Quito, el presidente García se empeñó en detener un fallo de esa naturaleza contra su amigo y colaborador Ignacio Ordóñez. Pidió a la Santa Sede castigo para el obispo Estévez de Toral por instigador, quien tuvo que retractarse. Terminado su primer período presidencial (1861-1865) y para reconciliarse con los cuencanos, García Moreno apoyó la candidatura de Jerónimo Carrión como su sucesor para el período 1965-1969. Carrión ganó las elecciones y asumió la presidencia el 7 de septiembre de 1865, pero ya en ejercicio del mandato popular, García Moreno lo calificó como timorato y contribuyó tenazmente a su destitución. Carrión renunció el 6 de noviembre de 1867 y le sustituyó Javier Espinoza que no duró sino dos años, de 1867 a 1869. García Moreno participó en una sublevación militar que depuso al presidente encargado. En 1869 García Moreno fue reelegido con el «99,1 % de los votos». Con semejante apoyo ejerció su poder con éxito sin precedentes; pero no logró modificar la disposición de sus enemigos. En Cuenca el repudio al gobernador Ordóñez se hizo más evidente. En mayo de 1873 no le quedó otra medida que retirar a Ordóñez del cargo de gobernador aduciendo el haber generado discordia en la provincia, no haber respetado la Constitución e irse por encima − 118 −


de la autoridad del primer magistrado, puesto que solo el presidente de la República podía declarar estado de sitio. «Ud. me ha obligado a ser severo», le escribió al gobernador Carlos Ordóñez Lazo, quien aceptó el castigo. Le escribió al presidente: «No importa el sacrificio si eso me lleva a cumplir mis deberes de ciudadano y sincero amigo», se lee en Cartas políticas de García Moreno a Carlos Ordóñez Lazo, 1860-1873, publicado por su hijo, Alfonso Ordóñez Mata, en 1942. García Moreno revocó el estado de sitio, pero tuvo que consentir en los reclamos de los cuencanos contra la primera autoridad provincial. Carlos Ordóñez dejó el cargo en 1873, pero no renunció a sus convicciones políticas. Fue un obsecuente conservador y uno de los fundadores del Partido Conservador del Azuay. A la muerte del presidente García, en agosto de 1875, el cuencano Antonio Borrero fue elegido por votación popular para reemplazarle. Parece que su carácter sereno y mesurado no fue el adecuado para un momento de transición en el que bullían los enfrentamientos entre conservadores y liberales. Borrero no acabó su período porque fue derrocado en diciembre de 1876 mediante una revolución comandada por los generales Veintimilla y Urbina. El presidente Gabriel García Moreno era admirado y respetado por un cúmulo de cualidades. Se caracterizaba por ser austero, honesto, infatigable y de inteligencia superior. El historiador Luis Robalino Dávila señala que García Moreno en cualquier campo que él hubiera escogido para su actividad profesional: jurisconsulto, empresario, escritor o científico hubiera manifestado su calidad excepcional. Hernán Rodríguez Castelo apunta reiteradamente las cualidades intelectuales, la energía infatigable, la rapidez de sus decisiones y, sobre todo, el deseo de hacer de su patria una gran nación, erradicando del país la corrupción por cualquier medio, incluido el fusilamiento de quienes estuvieran implicados en ella. No se puede negar que García Moreno fue un político entregado a su misión y generó sustanciales cambios en todos los ámbi− 119 −


tos: económico, político, educativo e ideológico. Pero estaba acostumbrado a hacerlo todo desde sí mismo convencido de que nadie lo hacía mejor. Por su temperamento autoritario e intransigente actuaba con una porfía peculiar y no tenía contemplaciones al momento de aplicar el castigo. Admirador de Rocafuerte, lo superó con creces en proyectos y decisiones radicales. Luchó contra el regionalismo, la anarquía, la corrupción, la incultura. Estableció la escolaridad obligatoria entre los seis y los doce años de edad creando una multa para los padres que no matricularan a sus hijos en la escuela. Alió el deber de educarse con el derecho al sufragio. Solo podían dar el voto quienes habían terminado el ciclo escolar. Cuidó con terquedad la hacienda pública y no tuvo contemplaciones ni con el clero. Estableció sobre la Iglesia el control gubernamental mediante los informes periódicos que debían presentarle o enviarle desde las provincias. Al juzgarle con la debida distancia temporal, algunos críticos, entre los que se cuenta el historiador socialista Enrique Ayala Mora, en su libro García Moreno, su proyecto político y su muerte publicado por la Universidad Andina Simón Bolívar, le atribuye a García Moreno ser el verdadero creador del Estado moderno del Ecuador. Frente a su sobresaliente desempeño como constructor y reformador, García Moreno fue al mismo tiempo: intolerante, fanático, temible insultador, feroz y. sobre todo. carente de habilidades diplomáticas. Desde su interés de constituirse en el gran regenerador y caudillo insustituible, muchísimas veces aceleró la toma de decisiones, decisiones que al final resultaron equivocadas, cuando no sanguinarias. Frente a este juego de contradicciones, sus partidarios que constituían la mayoría de la población, admiraban los logros materiales visibles y apoyaban ciegamente el postulado garciano que emplazaba en la religión católica la base del orden social y la fuente inagotable de todo progreso de la humanidad. El celo religioso del presidente llegó a ser casi místico. En época de Semana Santa ordenaba que los empleados de Gobierno asis− 120 −


tieran a las procesiones y a la misa antes de empezar las labores burocráticas. Él mismo portaba la cruz en alto para inspirar devoción a los demás. Así lo señala Peter V. N. Henderson en su obra Gabriel García Moreno y la formación de un Estado liberal en los Andes, 2010 publicado por la Universidad de Texas. Algunos representantes diplomáticos informaban a sus países estas prácticas en tono de burla y escarnio. Vista desde la distancia de los tiempos, su severidad estaba en correspondencia con su obstinado deseo de gobernar en paz, de imponer el modelo católico y de acelerar el progreso económico y cultural del país, tal como había observado en los países europeos conocidos en sus recorridos por ese continente. Pero Ecuador era un país incipiente donde prevalecían los intereses oligárquicos y militaristas. En García Moreno batallaban dentro de su concepción política las ideas conservadoras y las propuestas de cambio radical que más adelante se identificarían con el liberalismo. Dentro de este panorama de intereses diversos y fuertes enfrentamientos políticos en Cuenca se ubican dos figuras femeninas, dentro de una misma familia, pero con caracteres e historias diferentes: Hortensia Mata y Mercedes Andrade. Hortensia Mata de Ordóñez3 (1849-1934) es un personaje excepcional dentro de la historia cuencana. Por ese carácter inusual la descripción de su vida tiene fulgores propios de la apología y fosforescencias que emanan de la leyenda y el mito. Era residente cuencana desde su matrimonio sorprendente con José Miguel Ordóñez Lazo, hermano de monseñor Ignacio Ordóñez y del gobernador Carlos Ordóñez. Por muchas razones, la vida de Hortensia Mata se vincula con el período garciano.

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La mitología cuencana del siglo XIX incorpora a su patrimonio simbólico al personaje Hortensia Mata, como la afortunada niña consentida y su padrino García Moreno en su mejor momento de delicadeza. − 121 −


Según cuentan las microbiografías elaboradas sobre Hortensia, la de Roberto Crespo, Señora Doña Hortensia Mata de Ordóñez, publicada en Cuenca en 1954; la de Cecilia Mejía de Rubira, Mamita Grande y su familia, publicada por el Centro de Investigaciones Genealógicas y Antropológicas, de Guayaquil en el 2001, Hortensia Mata pertenecía a la familia del general Antonio Mata, latacungueño, casado en primeras nupcias con Carmen Lamota Tello, natural de Esmeraldas. Se anota que Hortensia, nacida el 11 de mayo de 1849 en Guayaquil fue a vivir en Quito a los cuatro años de edad (1853) y desde los trece años estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones, institución creada por García Moreno en su primera presidencia. Una versión muy difundida asegura que Hortensia conoció a García Moreno cuando este presenciaba los exámenes de fin de curso, como acostumbraba hacerlo, con el propósito de vigilar personalmente la obra educativa emprendida. A más de su atractivo porte, al mandatario le habría sorprendido la seguridad y desenvoltura de aquella jovencita que con mérito suficiente se ganaba las medallas de honor en aprovechamiento, disciplina y piedad. Por la admiración que suscitaba la chiquilla en el Mandatario, este habría pedido a la superiora que la trajera ante él para felicitarla. Siguiendo la versión en curso, el jefe de Estado no contaba con que la joven Hortensia temblaba de miedo ante su mirada de hierro pulido y se negaba a aparecer delante de él. Entre otras cosas porque temía que se refiriera con dureza a su padre Antonio Mata, según colige Luis Robalino Dávila en su obra Orígenes del Ecuador de hoy, García Moreno. Por supuesto Mata, según esta versión, se encontraba escondido por haber participado activamente en una revuelta antigarciana (podría referirse a la del 24 de junio de 1864). Por eso sería que Hortensia temía las erupciones volcánicas del mandatario y bajo ese miedo la niña se negaba a acudir a su llamado. Mas, –dentro de la atmósfera idílica de la leyenda tan difundida– sucedió todo lo contrario: el pre-

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sidente fue muy amable con ella y, además, le pidió invitar a su padre a que le visitara en el palacio. Otra versión mitológica señala que cuando García Moreno estaba de visita en el colegio mencionado, en un fin de semana cualquiera, Hortensia, la jovencita de 16 años, lloraba porque ningún pariente había venido a visitarle, en vista de lo cual el presidente quería consolarla. Como la chiquilla no quería acercarse a saludarlo, a pesar de la buena voluntad que este le manifestaba, no le quedó más al presidente que ordenar a un edecán que le acompañaba, se dirigiera a la casa presidencial trajera el cofre de marfil que se encontraba sobre el piano –el cofre mencionado era un objeto de especial valor afectivo para García Moreno porque se trataba de un recuerdo de su madre con quien él mantuvo siempre una relación privilegiada–. Así y todo, le entregaba con placer a la bella y desconsolada niña. Con esta demostración de cariño, la adolescente temerosa se habría sosegado y acercado a conversar con el mandatario, y habría sido esa ocasión de su mayor derroche de bondad y delicadeza desde el presidente García Moreno, cuando le mandaría a llamar con ella al padre de Hortensia, el general Antonio Mata. Hortensia habría cumplido con la voluntad superior de García Moreno y conseguido que su padre fuera a dialogar con él en la residencia gubernamental del primer mandatario, el Palacio de Carondelet. Según la información que viene con esta explicación, Mata nació en Latacunga en 1809. Fue jefe político de Latacunga en 1826 a los 17 años de edad. Participó en la milicia, obtuvo varios ascensos, y en el curso de su vida ejerció varios cargos políticos como el de senador de la República, según lo atestigua el historiador Robalino Dávila. Indagando en fuentes apropiadas como el Registro de Matrículas de la primera escuela a la que Hortensia asistió, he descubierto

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que Hortensia estudió primero en la escuela de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Quito, desde 1857, cuando tenía 8 años de edad, hasta cuando quedó huérfana de madre al año siguiente, en 1858. Antonio Mata tuvo 11 hijos, Hortensia sería la cuarta. A la muerte de su esposa, el general Mata contrajo nuevas nupcias con Rosa Elvira Aristizábal Tinajero. En los archivos del Ministerio de Gobierno en Quito se encuentra que los diferentes períodos en que Mata ejerció funciones públicas no coinciden con los períodos de gobierno garciano. Esto prueba que no era partidario ni amigo de García Moreno. Antonio Mata Viteri era sobrino y edecán del general Urbina Viteri, hombre liberal y antagonista permanente del presidente conservador. Todos estos datos le sitúan a Mata distante de García Moreno. Hay otra versión que asoma en los testimonios familiares sobre Hortensia Mata según la cual la historia personal de Antonio Mata convulsionaba el ánimo del presidente García Moreno. Este Antonio Mata sería de procedencia colombiana ligada a un héroe de las gestas independentistas. Al morir su padre en acciones de guerra, la familia habría quedado desprotegida y su madre Josefa Loza, doña Chepa, habría tenido que colocar a sus hijos en un orfanatorio de monjas. García Moreno por alguna razón, no claramente establecida, se sentía culpable del infortunio de estos chicos y quiso recompensar sus antiguas penurias ligando a sus descendientes con gente de fortuna. Mas, si Antonio Mata no confiaba en García Moreno, si era un enemigo político, cómo podía acceder a conversar con él en el Palacio de Carondelet y, más aún, cómo podía manejar cierto tema de tono más íntimo y confuso. Si la conversación tomaría como asunto primordial el matrimonio de Hortensia, cómo podría ponerla en sus manos para que la casara con un hombre desconocido que pertenecía a otra ciudad, y que por ese hecho se separaría de su joven hija. O, ¿había un cierto entendimiento previo, cuyo guion no se conoce todavía? − 124 −


Una última hipótesis tiende a revelar una relación extramatrimonial del propio presidente García Moreno con Carmen Lamota que habría dado como fruto el nacimiento de Hortensia. Esta hipótesis está respaldada entre otras cosas por el extraordinario parecido entre el retrato de juventud de Hortensia y el retrato de juventud de Gabriel García Moreno. Además, se habla de la existencia de un documento, al cual no he tenido acceso, que probaría que García Moreno la habría bautizado el mismo día del nacimiento de Hortensia y confiado el documento en la Legación de Francia. Adicionalmente avalaría esta versión el dato que García Moreno al escribirle siempre le llamaba con el vocativo: Mi hija. Estos son rumores que circulan dentro de la familia, pero no pudimos conocer ningún documento que los confirmaran como hechos reales. Hay que tener presente que al presidente García se le atribuyeron enamoramientos juveniles con mujeres pertenecientes a la élite quiteña: Juanita Jijón, cuñada de J. J. Flores, Virginia Klinger casada con Carlos Aguirre, como también otros amores con mujeres de las clases pobres. Gabriel García Moreno, que había pretendido ser sacerdote en su adolescencia, cuando pasó los veinte años, se convirtió en un fogoso y violento joven, de tal manera que propuso utilizar el puñal como el medio más rápido y seguro para librar al país de la nueva tiranía del general Flores, ofreciéndose él mismo para llevar a cabo el homicidio. Por ese mismo tiempo «deja de practicar la religión y se entrega a los amoríos», tal como dice su biógrafo, Manuel Gálvez, en su obra Vida de don Gabriel García Moreno, editado en Buenos Aires en 19424. El autor Peter Henderson en su tratado histórico Gabriel García Moreno y la formación del Estado conservador en los Andes, reitera: García Moreno por ese tiempo «descubrió a las mujeres». 4

Gálvez, Manuel, Vida de Don Gabriel García Moreno, Edit. Difusión, Buenos Aires, 1942, p. 45. − 125 −


Henderson señala que, como resultado de una de esas uniones casuales, nació un hijo el 27 de julio de 1841 a quien nunca el padre reconoció. Este hijo ingresó a la milicia y fue quien capitaneó el pelotón de fusilamiento del general Tomás Maldonado. Según Robalino Dávila lo habría hecho por encomienda del mismo presidente. Luis Robalino Dávila señala que García Moreno no solo dejó un hijo, sino también una hija ilegítima. ¿Carmen Lamota fue seducida por el apuesto, brillante e impetuoso joven, aspirante a político, antes de viajar a Francia por segunda vez? Una respuesta positiva pondría en contradicción la conducta pública de Gabriel García Moreno quien en su juventud se mostró sexualmente impetuoso y en su edad madura persiguió a quienes vivían en concubinato o mantenían conductas que atentaran contra la santidad del matrimonio. Parece que sus aventuras de alcoba se detuvieron solo cuando tuvo 24 años y conoció a Rosa Ascázubi con quien se casó, por poder, el 3 de agosto de 1846, matrimonio con el cual García Moreno entró a formar parte de la élite terrateniente serrana y se comprometió a construir velozmente su carrera política. Por las cartas que se conservan se puede afirmar que entre Gabriel García Moreno y su esposa Rosa Ascázubi hubo una relación plena de respeto, solidaridad y amor mutuo lo que parece borrar de un tajo el supuesto asesinato de su esposa que sus enemigos le atribuyeron al presidente. En todos los casos la mayor interrogación gira en torno a la figura de Antonio Mata. A través de diferentes archivos hemos podido constatar que Mata fue un político de mucho prestigio. Está claro que Antonio Mata era urbinista y sustentaba ideas liberales, por ello resulta extraño que el primer magistrado le hubiera mandado a llamar con tanta confianza a su despacho. Y más insólito todavía que Mata acudiera con presteza a ese llamado, quien de esta manera accedería a perdonar la conducta de Mata por actos que el mandatario consideraba de alta traición. − 126 −


A ciencia cierta sabemos que Mata optó por la carrera militar y respaldó al militarismo de la primera época republicana. El ejercicio de la milicia le llevó a Guayaquil donde fue encargado de defender la artillería del puerto. En estas funciones conoció de cerca y apoyó al general Francisco Robles, candidato a la Presidencia, a quien se le calificó como hombre simpático y con buenas intenciones, pero sin ningún talento ni conocimiento. Siendo pariente y de la misma tendencia de Urbina, Mata le apoyó desde su rol de hombre vinculado al Ejército y como tal formó parte de la Marina ecuatoriana. Esto lo sabemos por documentos encontrados en los archivos de la Comandancia General del Distrito de Guayaquil, fechados el 1 de marzo de 1843 y de la Curia de la misma ciudad con fecha 13 de marzo de 1843, que certifican que el peticionario comandante Antonio José Mata: «No tiene ningún impedimento canónico o civil para contraer matrimonio con la señorita Carmen Lamota residente en Guayaquil». Como nota curiosa se puede agregar que Mata solicita al obispo de la Diócesis que el procedimiento se haga en el mayor sigilo porque «él ha debido casarse meses antes, pero tuvo que ausentarse para evitar el contagio de la fiebre amarilla y ha manifestado a sus conocidos que ya estaba casado». Su piadosa mentira podría haberle puesto en mal predicamento ante la gente por lo que para no faltar al decoro público solicitaría la exoneración de las proclamas oficiales. Declara también que ambos contrayentes son pobres y pide se le dispense de los estipendios respectivos. Según la fecha que registran estos papeles, Mata se habría casado en Guayaquil a los 34 años. Se deduce que en el puerto habrían nacido sus primeros cinco descendientes, entre ellos Hortensia. Antonio Mata fue considerado un hombre de gran capacidad y dignidad pues había ejercido representaciones importantes en la esfera pública. Como ciudadano de la provincia de León actuó como − 127 −


firmante del Acta de Separación de la Gran Colombia. Luego fue jefe político de su cantón y secretario de la Convención Nacional de 1851. Varias veces ejerció como senador y fue ministro de la Corte Superior. En tanto militar de prestigio, tuvo importante participación en la política entre 1843 y 1861, antes que se instaurara el régimen conservador. Antonio Mata desempeñó las máximas representaciones dentro del Ministerio del Interior, de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública en la época del gobierno del general Francisco Robles. Fue muy importante el informe que presentó a las Cámaras sobre el estado de la Instrucción en el Ecuador. En tanto senador se le encomendó la dirección de las Cámaras entre 1857 y 1858. García Moreno, cuando era senador en 1857, habría sugerido el nombre de Mata como candidato a la presidencia de la República. Entonces sería hombre mayor, muy honorable, pero no precisamente amigo del fogoso e impredecible joven líder. En la época de dominio conservador no se encuentra ningún cargo importante de representación en la persona de Antonio Mata. Su último cargo político fue como secretario de la Convención de Ambato en 1878, tres años después la muerte de García Moreno. La hora más tenebrosa de la Patria Se hace necesario retomar unos incidentes ya mencionados. Las fuerzas militares residuales de las guerras de la Independencia aún tenían fuerte injerencia en el país. Ejercía la presidencia de la República el general Francisco Robles y este contaba como aliados a expertos generales que luchaban en el puerto contra sus grandes enemigos: Francisco Franco y José Urbina. Franco se habría aliado con el presidente Castilla del Perú aspirando a llegar a la primera magistratura del Ecuador, favor por el cual, Franco cedería territorios ecuatorianos orientales a la vecina nación del sur. En aquel mo-

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mento se habían roto las relaciones entre Perú y Ecuador y el general Castilla del Perú intentaba bloquear toda la costa ecuatoriana. En medio de ese clima de agitación política en el Ecuador entre bandos levantados en armas, el 1 de mayo de 1859 se realizó en Quito un pronunciamiento por el cual se desconoció la autoridad de Robles y se designó un triunvirato presidido por Gabriel García Moreno, personaje que había ejercido hasta entonces cargos públicos menores, pero que en esta nueva atmósfera se consolidó en la escena pública como eficaz director de guerra. El fogoso y drástico político –con la condena de gran parte de la república que le calificó de traidor– buscó el apoyo del peruano Castilla para librarse de Robles y de Urbina. Mientras tanto, Perú y Colombia firmaban un protocolo secreto para dividirse el territorio ecuatoriano, documento oficial por el cual pasaban a poder del Perú los territorios de Guayas, Manabí y Loja y el resto del país a la República de Colombia. En esas circunstancias el general Francisco Franco se autoproclamó jefe supremo de Guayaquil y Cuenca. Loja resolvió mantenerse independiente. En tal escenario de confusión García Moreno se irguió como cabecilla de la nación poniendo en ejercicio el esplendor de todos sus talentos y su fogosidad incomparable. En tales circunstancias reapareció el general Juan José Flores para apoyar las acciones de García Moreno. Este militar venezolano cuando estuvo en ejercicio de su cargo, privilegió sus intereses personales sobre la organización de la nación ecuatoriana. Aparentemente había terminado su carrera presidencial al ser expulsado del país. Como consta en algunos registros históricos, Flores aceptó el castigo de la expatriación a cambio de una fabulosa renta que le permitiera vivir el resto de sus años en Europa. Quince años después, en 1861, volvió al Ecuador a comprometerse con Gabriel García Moreno, quien para entonces ya era su pariente político por el matrimonio de su hermano Pedro Pablo Gar-

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cía con la hija del general Flores, Virginia Flores Jijón. Para recuperar sus haciendas perdidas por el Tratado de La Virginia, Flores se ofreció a apoyar a García Moreno, el político que, con excepcionales dotes de mando y de audacia, anunciaba su intención de construir un país nuevo. Durante su ejercicio, Flores, indudablemente un experto militar, volvió a ser el líder imbatible de las campañas a favor de su patrocinador, al mismo tiempo que muy ágilmente, consiguió recuperar sus innúmeras propiedades que los gobiernos anteriores no consideraban de justicia devolverle. Quito, fusilamiento a un militar rebelde La Convención posterior al éxito de la guerra contra los traidores, Urbina y Robles, posesionó a García Moreno como presidente del Ecuador, en 1861. El mandatario comenzó con todo ímpetu a sentar las bases de la organización de un nuevo país en los ámbitos que él consideraba fundamentales: moralización, educación y vialidad. Su proyecto requería de un ambiente de paz, de ética, compromiso social y esfuerzo emprendedor, capacidades sociales que eran difíciles de conseguir de la noche a la mañana. Tanto por su carácter vehemente, intransigente y extremista, como por las mismas necesidades de concretar su proyecto político, García Moreno no reparó en ninguna circunstancia que detuviera el frenesí de sus impulsos reformadores. Acudió sin contemplaciones a la violencia más cruenta para frenar a la oposición y acabar con el militarismo que amenazaba su estabilidad. Una de esas muchas decisiones alarmantes y rechazables fue el fusilamiento del prestigioso comandante Manuel Tomás Maldonado, héroe de muchas batallas en las que había participado alejándose de Urbina y respaldando a García Moreno. Al rebelarse nuevamente, apoyando las demandas de sus compañeros de armas, Maldonado fue dado de baja y capturado con arresto domiciliario. Maldonado − 130 −


estaba bajo sospecha, pero permanecía tranquilo pensando que el presidente no sería capaz de eliminarlo. El día 30 de agosto de 1864 fue traído a Quito atado con grillos e impredeciblemente sometido a la pena capital. Maldonado fue fusilado públicamente en la plaza de Santo Domingo, en presencia de su esposa que abrazada al reo pedía que le salvaran a él o le mataran a ella junto con su hombre. García Moreno, entonces, no tenía ningún temor de afirmar que: «A quien le corrompe el oro lo redime el plomo». El asesinato de Maldonado fue parte de la furibunda y desquiciante arremetida de García Moreno en su primera presidencia contra los opositores a su proyecto de moralización del país, inspirado en la consigna que se había forjado de «limpiar al país del último bandido». No se sabe a ciencia cierta qué arguyó para ordenar la muerte del general Maldonado. Una interpretación señala que el presidente le acusaba de haberse vendido y, por lo tanto, de haber propiciado la derrota de las tropas ecuatorianas frente a las colombianas que invadieron el territorio nacional por orden del general Cipriano Mosquera. El mandatario del país vecino del norte era de tendencia liberal e intentaba el renacimiento de la mancomunidad grancolombiana, proyecto que no compartía el presidente ecuatoriano quien practicaba una política muy personal y omnipotente, ideológicamente opuesta a la de Mosquera. Otro juicio sugiere que García Moreno no admitía que el rebelde Maldonado se opusiera a la visión del orden garciano que no consentía ningún tipo de rebelión mientras él, en tanto presidente de la nación ejerciera el poder. En 1860, junto con otros militares, Maldonado protestó por el castigo contra el general Fernando Ayarza, comandante de la Guarnición de Cuenca, en la batalla de abril de ese mismo año. − 131 −


Una vez arrestado, a Ayarza se le acusó de organizar un complot contra el gobierno provisional presidido por García Moreno. Por esa sospecha Ayarza, de 70 años, y de ancestro afro, un héroe de la independencia, fue castigado con 500 latigazos, procedimiento racista y cruel que remitía a las relaciones esclavistas ya suprimidas y que, por supuesto, no correspondía a las prácticas del Ejército ecuatoriano. Ayarza murió poco después. Los cuadros más calificados del Ejército protestaron por este acto contra el honor militar, entre ellos Tomás Maldonado. Sea cual fuere el origen del fusilamiento de Maldonado, lo cierto es que la cruel decisión y represalia dejó muchas secuelas: destierros, prisiones y enemistades de larga duración entre las cuales aparecía la desaparición de Juan Montalvo, quien esgrimiría la propuesta de eliminar al tirano que esclavizaba al país. La revolución del 24 de junio de 1864 asumía ese enorme descontento popular y Antonio Mata estaría implicado en esa conjura. De tal manera que aparece extraña la presencia de Mata conversando de asuntos domésticos con el Gran Déspota. Un gran deseo incumplido García Moreno deseaba fervientemente tener descendencia. Su primera esposa, Rosa Ascázubi de 36 años y él de 24 años, se casaron el 3 de agosto de 1846. La unión matrimonial duró nueve años, tiempo en el cual procrearon cuatro criaturas, todas de sexo femenino, que perecieron antes de nacer o después de pocos meses de nacidas. Rosa y Gabriel tuvieron muchas horas de melancolía por esta causa. Seguramente Rosa sufría mucho más porque de acuerdo con la moral de la época la mujer era la responsable de la salud y la vida de la prole. García Moreno quería un hijo varón en quien proyectar sus ambiciones políticas y su liderazgo nacional, pero a falta de ese sucesor apetecido se conformaría con la compañía de una hija, aunque tenía − 132 −


cierta resistencia a esa eventualidad, invocando que una mujer sufre mucho cuando crece y ese destino no quería para sus hijas. Sin embargo, tenía una gran predilección por las hijas de sus amigos. Terminó adoptando como hijas propias a las cinco sobrinas, hijas de Rosario García Moreno, hermana del gobernante, casada con Manuel del Alcázar. Una de esas sobrinas, Mariana fue su segunda esposa, después del fallecimiento Rosa (diciembre de 1865). Circuló el rumor de que el mismo García Moreno la había matado con una dosis fuerte de láudano para quedarse libre y casarse con Mariana, pero no se ha encontrado una razón confiable para admitir dicha versión. El 1 de abril del año siguiente, 1866, Gabriel García Moreno con gran escándalo de sus adversarios se desposó por segunda vez. Mariana era una joven de 23 años y estaba feliz de casarse con su padre adoptivo. Todo hace pensar que tuvieron una vida muy placentera. Que García quería con pasión a su nueva mujer y que al igual que hacía con la primera esposa siempre le ponía al tanto a través de cartas y misivas sobre sus preocupaciones políticas y alrededor de los eventos que vivía cuando estaba lejos del hogar, solo que no se han encontrado las respuestas de Mariana a esas amorosas y atentas cartas. De su primera mujer sí se tienen muchas y sustanciosas respuestas. Los embarazos de su segunda esposa, Mariana Alcázar, tampoco fueron fáciles y las cuatro hijas nacidas no superaron la etapa de la niñez. Sobrevivió un hijo, de nombre Gabriel como su padre, hijo que pasó toda su vida escondido, en una u otra hacienda de los Alcázar, o en la casa construida por su padre en Quito, junto a la plaza de Santo Domingo, temiendo siempre ser descubierto y eliminado por los enemigos de su padre. Esa afición del presidente por las niñas podría alternativamente explicar su predilección por Hortensia, una chica llena de cualidades, en cuyo caso la simpatía por la chica equilibra la consabi− 133 −


da versión enunciada en primer lugar, según la cual, días después de la entrevista llevada supuestamente entre Mata y el primer magistrado, Hortensia, de 16 años, se uniría en matrimonio con José Miguel Ordóñez Lazo, de 25 años. Esto ocurría el día 20 de mayo de 1865, bajo dispensa del arzobispado y (de acuerdo con la versión idealizada) con el padrinazgo del presidente de la República, quien habría pagado los gastos de la boda en la iglesia colonial de La Compañía de Jesús, ofrecido un banquete en los salones del Palacio de Carondelet, puesto a órdenes de los flamantes novios la carroza presidencial para que la pareja fuera transportada hasta Tambillo y habría obsequiado a la novia su recio y bello corcel blanco sobre el que Hortensia cabalgaría las fatigosas ocho jornadas de camino entre Quito y su nueva ciudad. Sin duda es una seductora leyenda. Bajo tan conspicuos augurios habría comenzado en Cuenca el reinado de Hortensia Mata de Ordóñez. No hemos encontrado fuentes de la época que puedan confirmar el relato más difundido sobre el matrimonio de Hortensia. Estas explicaciones forman parte de la leyenda que rodea a los personajes que marcan una distancia insalvable con el común de la gente. Lo cierto es que Antonio Mata, padre real o adoptivo, de alguna manera consintió el matrimonio de Hortensia con el joven cuencano José Miguel Ordóñez y este se la llevó a vivir en Cuenca. No conozco alguna cercanía posterior de Mata con Hortensia, salvo que apadrinó en Quito a un hijo de ella. Pero en vez del protagonismo de García Moreno en la boda de Hortensia, los documentos hablan además del novio, de la participación importante de dos de los Ordóñez: el arcediano de la Catedral de Cuenca, Ignacio Ordóñez, nombrado por García Moreno; y el futuro gobernador de Cuenca, Carlos; también nombrado por el presidente. a quien conoció desde el levantamiento de los cañarejos y a quien encargó la administración gubernamental de la provincia de Cuenca años más tarde. − 134 −


El acta de matrimonio que reposa en los archivos de la parroquia El Sagrario de Quito dice: En el año de mil ochocientos sesenta y cinco, día veinte de mayo, después de concedida la dispensa de proclamas por el Sr. Gobernador del Arzobispado Dr. Manuel Orejuela con licencia del mismo señor Gobernador, el Sr. Dr. Ignacio Ordóñez, arcediano de Cuenca, casó con palabras de presente al Sr. José Miguel Ordóñez con la Srta. Hortensia Mata; fueron sus padrinos el Sr. Carlos Ordóñez y la Sra. Teresa Espinoza. Doy fe. Dr. Carlos Rafael Pizot. (Año: 1865, Tomo: 13, pág. 60).

Surgen varias interrogaciones en torno a esta boda: ¿Por qué los cuencanos Ordóñez escogieron a Hortensia como esposa del menor de sus hermanos? ¿Qué ligazón tenía Hortensia con el presidente García y cómo se enteraron los Ordóñez de esta cercanía?... ¿Intraconfesionem…? Sin dejar de importar los detalles más secretos de esta unión vale precisar dos cosas. Primero, la política frecuentemente se ha consolidado a través de las relaciones familiares, y la vida social ha sido un escenario ideal, por distendido o embozado que fuera, para asegurar compromisos políticos estratégicos. Segundo, independientemente del futuro promisorio que le esperaba a Hortensia en su nuevo hogar, su destino fue armado por la voluntad patriarcal. Un conciliábulo de cuatro o más hombres prominentes decidió por ella. El matrimonio entre Hortensia Mata y José Miguel Ordóñez podría haber sido una estrategia empleada por García Moreno y los Ordóñez para ampliar, en el un caso, y prestigiar en el otro, su liderazgo en el Azuay; para mantener la fidelidad a la política conservadora y detener a sus potenciales adversarios en Quito. Lo cierto es que Hortensia se ganó la voluntad de familiares y amistades y luego la admiración de unos, por su don infalible − 135 −


de mando y su capacidad para dirigir asuntos familiares, políticos y empresariales; y, el temor de otros, por su carácter autoritario. Hortensia Mata fue muy capaz de romper muchos paradigmas que la conventual ciudad asignaba a la mujer y se situó en un lugar de mucha respetabilidad y renombre histórico. Doña Hortensia Mata de Ordóñez (1849-1934) Nacida en Guayaquil el 11 de mayo de 1849, fue residente quiteña de 1855 a 1865 y luego domiciliada en Cuenca desde 1865 a 1934. En 1887, Hortensia Mata de Ordóñez Lazo tenía 38 años y ya llevaba más de dos décadas en Cuenca. Había construido alrededor de ella un marco social más que relevante, majestuoso. La casa en que vivía, construida frente a la plaza principal, daba vuelta a la cuadra. Dotándola de todos los adelantos que la civilización francesa difundía a través de sus envíos selectos como decorados, mobiliario, pianos y otros instrumentos musicales, más artículos de higiene, ajuares, utensilios e incluso menús importados de Francia, Hortensia convirtió a su casa en un cuasi palacio. La casa tenía tres pisos, graciosamente decorados, y un amplio y hermoso pasaje que comenzaba en la calle Bolívar –frente al parque principal de la ciudad y al Edificio Municipal– y haciendo un ángulo recto para salvar el Palacio de la Gobernación Provincial, terminaba en la calle Cordero. La vista exterior de la residencia, sin embargo, no permitía conocer a cualquier transeúnte la magnificencia de la construcción y el lujo interior inusual en Cuenca. Pero el rumor, circulaba de boca en boca, con un respeto entre reverencial y aprensivo. La crónica morlaca recogiendo parte de esa visión anotaba que la casa principal de Hortensia Mata, construida por el ingeniero Benet, contaba con lujosas estancias, galerías y miradores. Que los pasillos estaban sostenidos por columnas de estilo corintio bañados de pan de oro, las paredes revestidas de papel tapiz de brillante plata. − 136 −


Que, de trecho en trecho, ocupaban su lugar los grandes espejos de cristal de roca con esplendorosos marcos dorados. Que las alfombras persas cubrían los pisos a lo largo y ancho de los salones y los muebles estilo Luis XV estaban tapizados con terciopelo rojo oscuro. Que el gran comedor principal tenía un palco alto para la orquesta que brindaba sinfonías a la concurrencia mientras transcurría la comida. Los asistentes se deleitaban y ponderaban la experticia musical de los artistas contratados, entre los cuales destacaban el violinista búlgaro Andrés Dahin y el chelista ruso Bojumel Sykora. No se sabe a ciencia cierta el número total de empleados –entre veinte y treinta– que cuidaban ordinariamente los objetos valiosos de la casa y atendían a los huéspedes, salvo que entre los servidores había un cocinero y un repostero franceses y a tiempo completo una ameritada panadera de la tierra, la renombrada Filomena Parra, a quien doña Hortensia la incluyó en su testamento. Esta esplendorosa casa era un lugar especial que patrocinaba las relaciones sociales de alto nivel, especialmente cuando a la ciudad llegaban visitas de excepción. Hortensia presidía el escenario social de la época con visos de la cultura francesa reproducida en la ciudad de Cuenca. Todo personaje importante que visitaba la ciudad era agasajado en la residencia de Hortensia Mata y no había evento importante que no contara con el auspicio de doña Hortensia, la mujer más rica y más notable de la urbe morlaca. Por intermedio de su cuñado, monseñor Ignacio Ordóñez Lazo, obtuvo el permiso papal para tener un oratorio particular en la casa de Cuenca, otro oratorio en la quinta de Machángara y capillas en las haciendas de La Victoria, Yanuncay y Zhumir. A todos los recintos religiosos de su propiedad se les había concedido el derecho de celebrar los oficios religiosos y contar con la asistencia de capellanes particulares, a los que Hortensia siempre escogió entre los más conspicuos y esclarecidos oradores religiosos, uno de ellos, el célebre orador, José Víctor Cuesta. − 137 −


La mansión de Hortensia Mata de Ordóñez y las villas que poseía cerca de la ciudad, o más lejos de ella, se convirtieron en lugares de convites, ágapes y tertulias y, por qué no, de historias, crónicas, murmullos y murmuraciones. Hortensia estaba por fuerza de los hechos y por convicción propia relacionada con el Partido Conservador. Sin embargo, su casa estaba abierta para moros y cristianos si eran gente de prestigio. En una ocasión invitó al general Julio Andrade a disfrutar de su hospitalidad en su quinta de Machángara. Allí se dio un duelo amigable a florete entre el liberal general Julio Andrade y el archiconservador y enemigo acérrimo de Eloy Alfaro, el general Antonio Vega Muñoz. A la muerte de su esposo, José Miguel, ocurrida en 1888, Hortensia tenía 39 años. Había vivido felices 23 años con su primer esposo. Un lustro después, en 1893, contrajo nuevas nupcias con su padrino de matrimonio y cuñado, Carlos, exgobernador de Cuenca, viudo y sin descendencia, entonces de 68 años de edad. En 1892 había acompañado al matrimonio del primer hijo de Hortensia. Don Carlos, taita Carlitos, como le decían, murió en 1900, a los 76 años de edad, siete años después de su segundo matrimonio. Desde 1900, a su viuda, la acaudalada doña Hortensia, como todo el mundo la llamaba, entonces ya de 51 años –una edad avanzada según el prejuicio de ese tiempo, aunque indebido para ella que poseía enorme vitalidad–, le correspondió hacerse cargo de la propiedad y dirección de las empresas familiares y por supuesto recayó en ella la total representatividad de la familia. A su muerte acaecida en 1934, la enorme riqueza se repartió entre sus sucesores, los catorce descendientes inmediatos: 1. Ignacio, casado con Mercedes Andrade 2. Hortensia, casada con Roberto Crespo Toral 3. María del Carmen, casada con Alfonso Vintimilla Malo 4. María Teresa, casada con Pedro Moscoso y Tamariz − 138 −


5. Rosa María, casada con Fausto Moscoso 6. Francisca, casada con Josef Dávila 7. Alfonso, casado con Josefina Dávila 8. Antonio, casado con Guillermina Jaramillo 9. Isabel, casada con Alejandro Mata 10. José Eduardo, casado con María Teresa Solano 11. María Eudoxia, casada con Felipe Avellaneda 12. María Josefa, casada con Emilio Murillo 13. José Enrique, casado con Margarita Landívar 14. María Julia, casada con Arturo Muñoz Cuatro hijos murieron siendo infantes: José Miguel, José Antonio, Rosario y (otro) José Miguel. Esta suma da la valiosa cantidad de dieciocho descendientes inmediatos. Hortensia, nacida en Guayaquil, educada en Quito, y domiciliada en Cuenca, de madre esmeraldeña, se convirtió para la élite cuencana en una especie de símbolo de la nacionalidad,5 pues representaba a los tres ejes regionales, según los antiguos Departamentos del Distrito del Sur o de Quito, de la época grancolombiana. Una panegírica de Hortensia Mata escribió que ella resumía en sí: «El donaire de la mujer guayaquileña, la inteligencia de la mujer quiteña y la virtud de la mujer cuencana». La mencionada autora poco favor le hizo a la mujer cuencana al negarle las cualidades que adornaban a las mujeres de las otras regiones. Entre las suntuosas propiedades fue célebre su hacienda de Zhumir en las cercanías de Paute a la que doña Hortensia dotó del puente de Cobshal, sobre el ancho y peligroso río Paute, un armazón colgante de 220 metros de luz, construido con acero y mampostería de cemento, puente que reemplazaría al anterior con piso de tablas y 5

Isabel Moscoso Dávila, Abanico de recuerdos, Cuenca, 1974. − 139 −


sostenido por cables de hierro, y que fuera destruido por la creciente del río. Para obra tan novedosa contrató a los ingenieros que construyeron el ferrocarril de Guayaquil a Quito e importó los materiales desde Londres. Similar previsión desarrolló en el mejoramiento de los cultivos en sus propiedades mediante la utilización de maquinaria moderna. Para el diseño de las casas contrató al ingeniero Benet,6 residencias que después de construidas por obreros indígenas y decoradas por artesanos cuencanos, fueron destinadas a los miembros de su familia. «Su casa daba la vuelta a la cuadra», dice una de sus tataranietas. Sus casas estaban localizadas en pleno centro de la ciudad en las calles Bolívar y Luis Cordero, la una; y la otra en la Cordero, junto al capítulo diocesano, ambas frente al parque principal de la ciudad. Su segunda residencia estaba en Machángara, lugar de recreo y de reunión social. En ella se dieron acontecimientos importantes, como la III Fiesta de la Lira, suceso al cual, a pedido de su dueña, concurrieron por primera vez mujeres (esposas, hijas o parientes de los ilustres escritores) en calidad de espectadoras del entonces evento masculino de la poesía de Cuenca. En La Josefina, tenía su quinta de recreo para su extensa familia multiplicada ya con miembros de varias generaciones. El lugar también servía de alojamiento para ilustres visitantes. La casa principal era un palacete de veinte habitaciones en medio de una exuberante floresta a orillas del río Paute. Esta propiedad fue traspasada a la Guarnición de Cuenca. Las recepciones mayores en casa de doña Hortensia no solo eran de disfrute para el paladar y el deleite sensorial. Se trataba de reuniones que incluían manifestaciones literarias, musicales y dan-

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El octogenario Benet, originario de Alsacia, se quedó a vivir y a morir en Cuenca. Fue fiel lector de las obras de Fray Vicente Solano. No fue enterrado, según su deseo, en los prados de Zhumir, sino en el cementerio de Paute. − 140 −


císticas. Eran usuales los cuadros alegóricos. Todas estas expresiones constituían manifestaciones refinadas de la élite económica de la ciudad de Cuenca en las primeras décadas del siglo XX. Siempre en busca del progreso de Cuenca y en buen uso de su fortuna, Hortensia Mata fundó la primera cervecería del Azuay y apoyó la constitución de la primera empresa financiera del austro ecuatoriano, el Banco del Azuay. En la época de relación más estrecha con el presidente García, su gobernador en la provincia del Azuay, Carlos Ordóñez, pidió permiso para abrir un banco, pero se le negó este deseo porque perjudicaría el movimiento financiero de los bancos existentes en Guayaquil y Quito. Lo hizo Hortensia sesenta años después cuando las condiciones económicas de Cuenca habían cambiado sustancialmente. La Sociedad Ordóñez Hermanos compartía una parte de sus ganancias en obras para la ciudad y daba contribuciones a varias iniciativas educativas y religiosas, litúrgicas o de beneficencia. La familia tuvo ventaja evidente para educar en Europa a los vástagos que continuarían la tarea empresarial, o para que, simplemente, se enrolaran con el desarrollo de ciudades y países más adelantados y adquirieran una forma sofisticada de vivir. Doña Hortensia fue de las pocas mujeres azuayas que viajó con todos sus hijos a Estados Unidos y a varias naciones de Europa, países de los cuales trajo maravillas. Desde comienzos de la República la influencia de Francia era fuerte. Perduran en Cuenca edificios que proclaman la arquitectura francesa. No hay que olvidar tampoco que García Moreno quiso hacer del país un protectorado francés y que introdujo las primeras construcciones con estilo gótico en Cuenca y en otras ciudades del país. Cuenca, 1895 Mediante la nueva unión matrimonial con su cuñado Carlos, sin descendencia, Hortensia Mata amplió su influencia y consolidó en − 141 −


sus manos la fortuna familiar. En ese tiempo, el 5 de junio de 1895, triunfó la revolución de Eloy Alfaro, después de cuarenta años de intentos fallidos. El 15 de junio las tropas alfaristas se acercaron a Cuenca para proclamar su triunfo y obtener el reconocimiento público al nuevo líder del país, lo que era difícil conseguirlo en Cuenca porque era una ciudad conservadora con fuerte influencia del poder eclesial. Hortensia Mata tuvo que afrontar el asalto a sus propiedades y el combate entre las tropas alfaristas y las fuerzas conservadoras. Los primeros batallones liberales que lograron entrar en Cuenca invadieron su privilegiada quinta de Machángara y disfrutaron sin medida de sus comodidades. Después la privilegiada quinta pasó a manos del Ejército ecuatoriano. Los enfrentamientos entre liberales y conservadores se multiplicaron en las calles de la ciudad. Para esperar el paso de los batallones alfaristas las criadas de las casas grandes se apostaban en las ventanas y tejados, provistas de pailas de agua hirviente para tirar sobre los intrusos y obligarles a huir. Al mismo tiempo, fueron reclutados los obreros y artesanos de la ciudad para defender los haberes materiales y simbólicos de… «la Cuenca fanatizada desde la época de la Conquista», según la opinión de uno de los intelectuales orgánicos del liberalismo, Pedro Moncayo. Hortensia Mata logró formar un batallón con indios de sus haciendas cercanas para combatir a los montoneros. Los peones ya habían tenido acciones de armas, años antes, secundando los intereses conservadores. La refriega entre conservadores y liberales en Cuenca fue ardua. Antonio Vega Muñoz comandó en varias ocasiones las huestes reclutadas por los conservadores, las mismas que, enfervorizadas por las arengas eclesiales, lucharon infatigablemente para impedir la introducción del liberalismo en Cuenca y, por supuesto, para defender el uso y el mando absoluto en sus propiedades. En el libro de Pedro Moncayo, se lee: Eloy Alfaro, su vida y su obra: − 142 −


Durante las noches, iluminadas apenas por la luz de los faroles, gremios y cofradías, hombres y mujeres, ancianos, niños y adolescentes marchaban por las calles extendiendo sus cánticos y letanías por las plazas y barrios tradicionales en medio de las campanas de las iglesias que tocaban a rebato.

La Plaza de Cuenca combatía sin tregua. Fue necesario que el mismo general Alfaro se pusiera al frente de las tropas. El gran jefe ordenó nuevas operaciones militares para doblegar la resistencia que impedía consolidar la poco conocida ideología liberal en toda la nación. Alfaro entró gloriosamente en Cuenca, el 23 de agosto de 1896, después del combate con las fuerzas opositoras de El Portete y El Cebollar. Con esas batallas quedó pacificada la República después de tanto derramamiento de sangre y de muchas familias arrojadas a la orfandad y al desamparo. El jefe supremo indultó a los vencidos con lo cual consiguió que desaparecieran los temores que a la sazón tenían los moradores de Cuenca. Dialogó con la jerarquía eclesiástica y se comprometió a asignar un presupuesto para la continuación de trabajos de la Catedral de Cuenca. No hay que olvidar tampoco que en los primeros años de la década alfarista a inicios del siglo XX, Hortensia Mata viajo con sus hijos a Estados Unidos y Europa para conocer al apogeo de esas ciudades. Con todos los caudales con que contaba pudo lograr conocer las grandes ciudades de Estados Unidos y de Europa, viajes que le permitieron traer a Cuenca detalles impresionantes de la vida citadina más allá de los territorios y los mares locales. El matrimonio de Mercedes 1869- 1901 Regresamos a un hecho que quedó pendiente en el ajetreo y las motivaciones sociales de Hortensia Mata que ya tenía hijos casamente− 143 −


ros. Doña Hortensia, como todo el mundo le llamaba, quería que su primer hijo se casara. Ella había escogido a la mejor entre las mujeres más glamorosas de Cuenca. Su hijo debía obedecerla nada más. Debía escribirle una carta solicitando su complacencia ante el pedido. Esa carta llegó a las manos de Mercedes Andrade y le produjo un momento de grave depresión. Ella no sabía qué hacer. Era una chiquilla que no contaba todavía con quince años y su mayor empeño era seguir estudiando. Había recibido la carta a través de su padre. Peregrinamente fue presentada a la madre del novio, quien quedó encantada de la joven. Pensó inmediatamente que con esta unión hizo una transacción ultrasatisfactoria. Don José Miguel Ordóñez y doña Hortensia Mata quedaron muy complacidos. Se estableció un plazo perentorio para la boda hasta que la novia cumpliera quince años y se prepararan todos los dispositivos para la gran ceremonia. Después de ocho meses de la ceremonia de petición de mano, la novia quinceañera llamada Mercedes Andrade, fue llevada al altar el 3 de enero de 1892. En ella, los preparativos, ni la ceremonia misma despertaron una pizca de exaltación. Tampoco podía imaginar lo que sería el arrebato y la pasión de la próxima vida conyugal. Solo sabía que iba camino a la opulencia, fortuna que le caía de golpe, pero que no la ilusionaba. Ignacio, su flamante novio, tampoco mostraba gozo especial. También él había sido obligado a formalizar una unión prevista por su madre quien, en consideración de su poder, podía darse el lujo de escoger la excelencia en todas sus aspiraciones. Y entre las bellas y distinguidas jóvenes de Cuenca, Mercedes era para juicio de su suegra la más apropiada. Para Ignacio esta boda representaba el privilegio que solo él, como primer hijo de Hortensia –por sobre todos sus amigos– tenía de apropiarse de la belleza femenina más codiciada de su tiempo, puesta a su alcance en su total inocencia y plenitud. Mas, Ignacio también ya había manifestado su tempe− 144 −


ramento violento y su personalidad imprevisible protagonizando actos que en otros estratos serían sancionados como hechos vandálicos como apropiarse de una joven moza solo por el capricho de hacerlo. Después de todas las diligencias de rigor, que incluían el sacramento de la confesión, la gran boda de Mercedes Andrade Chiriboga e Ignacio Ordóñez Mata, se llevó a cabo el 3 de enero de 1892 en la parroquia de El Sagrario de la Diócesis de Cuenca. Actuaron como testigos del acto, doña Mercedes Chiriboga y don José Miguel Ordóñez, según lo registra el Libro de Matrimonios de la Parroquia El Sagrario, 1863-1892. Después de la ceremonia, llevada a cabo con todo el boato que se podía conceder la poderosa familia Ordóñez Lazo, Mercedes se convirtió en la primera nuera de Hortensia Mata y ante ella Mercedes estaba atemorizada pues veía que todo el mundo le manifestaba enorme respeto y cierto temor reverencial. No solo que la riqueza de su suegra era incomparable en relación con la posesión de los demás vecinos notables de la ciudad, sino que estaba aureolada por signos de talento empresarial que le daban un toque mayor a su vivacidad y a su encanto natural. Además, a la elegancia adquirida en su contacto con el mundo moderno, hacían de ella una figura de mucho ascendiente social. Era para sus admiradores y para sus amistades un reflejo del gran mundo más allá de las fronteras y una síntesis de la femineidad, en las proximidades del nuevo siglo. Con todos los atributos que recayeron en Hortensia, una mujer con altas dosis de prestancia, talento, simpatía, carácter, don de gentes, virtudes que conformaban el prototipo de una mujer excepcional que, sin ambages, disfrutó a plenitud del amor, la riqueza y el poder. Un modelo inalcanzable y por lo mismo, un personaje no solo favorito, sino exclusivo dentro del sector más alto de la sociedad cuencana. − 145 −


Esas prerrogativas que hacían de Hortensia una mujer fuerte, o quizá a causa de ellas, no evitaron que fuera autoritaria, al simple decir, una mandona dentro de su casa, como lo recuerdan algunos familiares; una señora a quien todos sus descendientes debieron obedecerla sin rechistar. Lo que por supuesto es de alguna manera comprensible. No sé de qué otra manera podía manejar una tribu tan grande. El matrimonio impuesto a su primer hijo, Ignacio, con Mercedes Andrade, para romper el amorío ardiente que él mantuviera con Cecilia Morales, una joven pauteña quien, al perder a su amor, terminará suicidándose, es un ejemplo vivo de su carácter dominante. Pero de qué manera ella podía admitir el casamiento de su primogénito con una pueblerina. Era una idea inconcebible. En ese marco social ingresó Mercedes: desprevenida, incauta e inocente, turbada en medio del desasosiego que penetraba y se instalaba en ella. Todo le era incomprensible e insoportable. Solo recordaba las palabras de su padre al retirarla del colegio: «Vas a ser rica…». Esa pesadumbre constante le paralizaba, le hundía, le volvía una mujer desconsolada y solitaria. El matrimonio para ella fue una tortura inaguantable. Para sacarla de su turbación y melancolía, en 1894, se le permitió a Mercedes inscribirse en la escuela de pintura. Esta actividad la distrajo de su abatimiento, le dio motivos para disipar la bruma que le envolvía, pero no eliminó la causa de su desazón vital que le atormentaba como una tempestad abrumadora. La suegra optó por imponer a la pareja un nuevo lugar de residencia. Ignacio dejaría de ver a sus amigos y se alejaría de su vida ligera y disipada. Debía hacerse cargo de la hacienda de Zhumir y de la destilería que correspondía a dicha hacienda. Hortensia pretendiendo alejar a su hijo de las malas amistades y las ocasiones de juerga dispuso que Ignacio y su familia se radicarían en el campo.

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En esas circunstancias, el matrimonio de Mercedes e Ignacio no fue un ejemplo de convivencia normal. Ambos fueron obligados a casarse sin previo conocimiento y sin amor. Las incompatibilidades se hicieron presentes y fueron tomando caracteres de mayor violencia y aún crueldad masculina. Mercedes estaba asustada frente a la realidad del matrimonio y de la vida sexual violenta y extenuante. Ella se rehúsa de la actividad sexual incontrolable y él busca a la huasicama, una y otra vez y alardea de ello frente a su esposa. Se embriaga en exceso. Se reúne con los amigos o invitados de las otras haciendas y protagoniza escándalos. Los embarazos y partos de Mercedes no alteran ni mínimamente su conducta. Los escándalos, la agresión continua asustan a los niños. Ignacio en uso de su poder titular monta en su caballo y en furiosa carrera se dirige a Paute a buscar la tumba de su amada Cecilia que no encuentra por ningún lado. Mercedes cae en depresión. Ningún médico logra curarla. Su madre va a acompañarla, pero el yerno no respeta su presencia y tiene con ella el mismo comportamiento desconcertante y cruel. Termina por echarle de su casa a doña Mercedes Chiriboga, de la manera más humillante. Mercedes se queda destrozada. Mercedes no fue la única que vivió, mejor dicho, que sufrió sorpresas perturbadoras en la noche de bodas. Fueron tantas las mujeres de esa época que, incapaces de soportar la violencia marital llegaron al suicido, a la locura o a la muerte natural. En Cuenca se contaban varios episodios de mujeres en estado de shock porque se unían en matrimonio a muy temprana edad, sin ningún conocimiento sobre la sexualidad, considerada pecaminosa, ni sobre la consuetudinaria vida marital. Las adolescentes crecían con una fuerte carga represiva alrededor del cuerpo y de la intimidad sexual, y llevaban interiorizado el rechazo al placer femenino, considerado pecaminoso.

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El amor era idealizado y envuelto en conceptos morales de pureza y castidad. Todo lo cual difería de la práctica común de los hombres que en cambio se iniciaban en la vida sexual en un contexto violento y machista, tempranamente, sin afecto y muchas veces obligados por la voz autoritaria del padre que exigía testimonio de virilidad al hijo y la capacidad de darle una descendencia propia comprobada. El caso de Mercedes tuvo relieves de tragedia y de asombro porque ocurría dentro del nivel más alto de la sociedad donde se suponía prevalecían las relaciones de fineza y de moral, calidades presentes en la mayoría de los hogares morlacos, pero no necesariamente en todos. Tres hijos llegados tempranamente al hogar Ordóñez Andrade: Carlos, Luis Mario e Ignacio, no apaciguaron los sentimientos encontrados dentro de la pareja. La vida se hizo insufrible especialmente para la persona más débil, incapaz de defenderse físicamente ni de oponerse con argumentos razonables. Como mujer estaba desprotegida ante las leyes civiles, las normas religiosas y la tradición moral. Su condición de adolescente le enfrentaba en total desventaja a un comportamiento masculino con experiencia en lances amorosos, un hombre que ejercía toda su fuerza física y su poder exigiendo sumisión y silencio ante sus caprichos. Muchas personas presumían o adivinaban los sufrimientos de Mercedes, pero todas le recomendaban resignación, frente a la cruz del matrimonio. Ella estaba lejos de la familia, estaba sola en la hacienda de Zhumir, rodeada de sirvientas y peones impotentes para ayudarla y más aún, de mujeres indias también sujetas a los abusos y desvaríos masculinos de su patrón ebrio y enloquecido. La respuesta al dolor y a la humillación se expresó en el cuerpo. Mercedes somatizó el sufrimiento que vivía. Se volvió más sensible ante las enfermedades, el clima y los sinsabores diarios. Numerosas muestras desconocidas le cubrían segmentos de la piel. ¿Qué puede ser…? Tal

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vez signos precoces de anormalidad femenina. Sin respuesta a estas dudas vivía en una depresión profunda. Las noticias de alguna manera llegaban donde doña Hortensia, pero ella estaba decidida a mantener esa unión, a salvar a su hijo y hacer prevalecer su voluntad. Seguramente pensaba en la situación de los nietos a los que quería asegurar un ambiente familiar estable, fuera del clima de incertidumbre y zozobra en que vivían. Eran tantos los comentarios que se filtraban, a pesar del mutismo impuesto a su alrededor, sin conseguir que la implacable suegra autorizara a Mercedes a dejar la hacienda y venir a la ciudad para cuidarla de cerca. La primera huida Ante esa falta de alternativas, Mercedes lo preparó todo. En una ocasión especial en la que él había salido de su casa, ante Mercedes se abrían dos alternativas como respuesta a su decisión. Huiiiir… Huiiir… Huiiir… sola… porque con los niños resultaba todo más complicado. Huiiiir… Huiiir… Huiiir con ellos…esta le parecía la menos complicada decisión. Y sin pensarlo de otra manera así lo resolvió. Conversó con los niños que debía viajar de urgencia a Cuenca, los preparó con la ropa adecuada y esperó que pasara el convoy de mercaderas cuando la luz del día no se veía completamente. Se filtró entre ellas. Las mujeres la saludaron y miraron con compasión a ella y a los niños. Solo con miradas silenciosas. No dijeron nada y prontamente les acomodaron entre las cargas. Mercedes decidió huir con sus hijos para recluirse en el convento del Buen Pastor a donde se enviaba a las mujeres de mala conducta entre las que se incluía a quienes intentaban librarse de las ataduras matrimoniales. O tal vez, lo que conseguiría sería someterse a la vigilancia estricta de su suegra. Con sus hijos huyó en la oscuridad de la madrugada desafiando todos los

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peligros naturales y humanos que pudieran presentarse. Contó con la ayuda silenciosa, respetuosa de las mujeres campesinas que traían frutas para vender en los mercados de Cuenca. Les pidió silencio, un silencio espantoso. Así transcurrieron las cuatro horas de la madrugada. Las mujeres respetuosas colaboraron calladamente. Llegaron a Cuenca a las cinco de la mañana. La ciudad estaba desolada. El mercado estaba a una cuadra. Pero lo pensó mejor y pasó a ver a su madre. Y esta, cuajada de sobresaltos, no la quiso retener. Cuidó brevemente a Mercedes y a los niños y luego, vio a la hija deprimida, silenciosa, asaltada de temores y llorando a mares la condujo donde su suegra. Fue un episodio terrible de dudas, de coraje, de insatisfacción. Ante ella, su suegra poderosa, venerable… permaneció oculta, silenciada. Doña Hortensia dispuso a Mercedes habitar en una de las casas del parque principal que le pertenecían y donde estaría sometida a estricta y cercana vigilancia. Le dieron la gran casa de la esquina de la calle Bolívar en intersección con la calle de El Sagrario, hoy calle Luis Cordero, junto a la Casa de los Canónigos, cuyo terreno fuera donado por la misma señora Mata. Ella molesta, pero impuesta de la situación, le prohibió a Mercedes volver a mirar a su marido. Ahí se quedó. En esa mansión la vida de Mercedes seguía siendo triste y descolorida. Había perdido su juventud en una relación sin satisfacciones. Solo la presencia de sus hijos aplacaba su desconsuelo, pero también ellos crecían y buscaban sus propias satisfacciones a través del juego o los amigos. Se creía que la separación temporal de los esposos permitiría un cambio de conducta del marido agresor, una solución para menguar el dolor y dar tiempo de reflexión a la pareja implicada en este conflicto. Mas, en situaciones de inconformidad marital, a la mujer se le atribuía siempre la mayor culpa y, por tanto, la mayor represión caía sobre ella. Se le mandó a llamar a Mercedes que era nada más que un cuerpo sufriente. Era un

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cuerpo subordinado al deseo masculino sobre el que se había inscrito toda la opresión humana. Doña Hortensia tenía suficientes noticias de la mala relación entre los cónyuges e intervino con recomendaciones severas a uno y otro para que se entendieran de mejor manera. Ignacio debía recapacitar sobre su comportamiento y Mercedes debía ser más solícita con su esposo. La veía muy deteriorada, debía cuidar de su salud y hasta le recomendó que se hiciera examinar con un médico francés que había llegado a la ciudad. ¿Quién era ese galeno tan afamado? Era nada menos que el doctor Paul Rivet, pero Mercedes se negó a verlo. Hortensia Mata, ciudadana ilustre Hortensia Mata tenía abundante dinero para gastar y sabía cómo hacerlo. Convertida en la figura principal de la familia fue la referente de una ciudad y de una época. La personera de las matronas azuayas, dicen unos, la dueña de Cuenca, sentencian otros, según se decía, repitiendo la frase del presidente Alfredo Baquerizo: «Conocer a Hortensia Mata en Cuenca era como conocer al papa en Roma, un privilegio». Fue la primera dama de la ciudad, respetada y querida, porque siendo culta y distinguida era también generosa y desprendida con ricos y pobres señalan los comentarios de sus descendientes. Digno de mencionarse es que teniendo como tuvo capitales sobrantes nunca prestó dinero a intereses porque consideraba un negocio repudiable, ni tampoco prestó a personas sospechosas de dar un mal uso al dinero. Cada vez que una institución estaba en apuros acudían sus personeros donde doña Hortensia a quien poco le costaba contar las monedas esterlinas. Pero, además, ella se implicaba en persona y convocaba a otras personas para que ayudaran a recoger fondos

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a través de una colecta, una kermés o un concierto. Así se sentía no solo mujer rica, sino una ciudadana activa. Con ese entusiasmo se comprometió a subsanar los saldos en contra, de los institutos educativos fundados por García Moreno: el Colegio de los Sagrados Corazones y la escuela de los Hermanos Cristianos, cuando el régimen liberal les restringió los fondos. Los personajes representativos de la economía y la política conservadora y de la tradición literaria acudían regularmente a la tertulia organizada por la señora Mata: a disfrutar del encuentro, la conversación y el té inglés con pastelitos franceses que la dueña de casa ofrecía regularmente a sus contertulios. En la segunda presidencia de Eloy Alfaro, 1910, cuando el país estaba a punto de enfrentar una guerra con el Perú y toda la nación unió sus recursos y fuerzas para oponerse al enemigo secular que intentaba apropiarse de territorios ecuatorianos. En Cuenca, Hortensia Mata presidió el Comité de Señoras que organizaron una cruzada de recolección de fondos y una kermés en la quinta de Machángara para ayudar al ejército que marchaba a la frontera sur, a defender el territorio ante la inminente guerra entre Ecuador y Perú, conflagración que finalmente no estalló. Con ella actuaron otras señoras de prestancia como Francisca Dávila y Herlinda Toral. Hortensia era naturalmente desinteresada porque tenía todo y más de lo que un ser humano normal podía aspirar. Pasó a la historia como la relacionadora pública ad honorem y la anfitriona ideal. Si la ciudad necesitaba un banquete para honrar a ilustres visitantes, políticos, científicos, doña Hortensia se encargaba de ello. No tenía más que bajar hasta las bodegas de su casa y medir los metros de lino y seda, telas importadas de Francia, que utilizaba para confeccionar los nuevos manteles y cojines. Ordenaba sacar de las alacenas doradas las vajillas de porcelana de Limoges y la cristalería de Baccarat, los búcaros de jade o los jarrones de plata; escogía las conservas, los

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vinos y licores más finos, porque todo lo tenía a mano y en abundancia. La servidumbre se encargaba de pulir el mobiliario francés y la vajilla de plata, mientras el maestro de capilla afinaba el piano. Mandaba a imprimir sofisticadas invitaciones con el menú que se serviría y el nombre del chef francés que había elaborado el menú con los potajes de sal y de dulce, al estilo de las grandes casas de París. Las reuniones eran una manifestación entusiasta de la vida, dice Isabel Moscoso Dávila y el coloquio una íntima necesidad del espíritu que muy pocas, poquísimas personas como ella podían dispensarse. En su residencia de Cuenca, o, en su quinta de Machángara, fueron agasajados personajes como los integrantes de la II Misión Geodésica Francesa que terminaría de medir en las cercanías de Cuenca el arco del meridiano terrestre (1906); el obispo Manuel María Pólit, cuando empezó a ejercer su obispado en Cuenca, (1907); el presidente Alfredo Baquerizo Moreno y su comitiva de ministros (1916). El arribo del primer aviador que aterrizó en los campos cercanos a Cuenca, Elia Liut, en el centenario de la Independencia de Cuenca, noviembre de 1920, fue celebrado con todo lujo y boato ante la presencia de invitados de las principales ciudades del país. Prestantes intelectuales y políticos de Cuenca como Remigio Crespo Toral, Honorato Vásquez, Rafael María Arízaga, Juan Jaramillo, con sus respectivas esposas, eran invitados asiduos a sus banquetes y algunas de esas parejas eran tan fraternalmente cercanas que tenían cuarto propio en la hacienda de El Cabo. Pese a su respetabilidad no faltaron quienes, quizá debido a su carácter extrovertido, afable y comunicativo, tan contrario a los modales reprimidos que para las mujeres establecía la cultura cuencana, le adjudicaban a Hortensia veleidades amorosas con los visitantes extranjeros que asistían a sus tertulias y convites. Era el injusto precio que pagaban las mujeres que rompían los moldes tradicionales.

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Sin embargo, la historia comarcana no puede olvidar sus acciones patrióticas, ni su intervención decidida como empresaria en la creación del Banco del Azuay (1913) del cual fue su accionista mayor. En el mismo sentido, su participación en la primera cervecería del Azuay levantada sobre el río Mazán en Sayausí (1917) para cuyo montaje trajo técnicos alemanes. Sus magnánimas donaciones para varias obras religiosas como los templos de San Alfonso y El Cenáculo hicieron decir al poeta Luis Cordero que «en sus manos la riqueza estuvo llena de gracia». Al final de su larga vida, doña Hortensia celebraba su cumpleaños con la asistencia de 14 hijos sobrevivientes, 110 nietos, muchos bisnietos y algunos tataranietos. Una familia asombrosa. El doctor Paul Rivet Paul Rivet era uno de los sabios que formaban parte de la II Misión Geodésica Francesa, personaje con quien cambió radicalmente la historia ligeramente encubierta en la memoria cuencana. De esa historia no se podía hablar. Si se lo hacía era entre susurros, cubriéndose la boca y cuidando que no hubiera niños que pudieran oír la conversación. ¿Cuenca era una ciudad santa? ¿O nunca fue? ¿O dejó de serlo cuando Mercedes rompió las ataduras y huyó? Huyó con el francés Paul Rivet. Curiosamente el escenario y los papeles se repiten: 1736: I Misión Geodésica Escenario: Cuenca Protagonista masculino: médico francés Luis Seniergues Protagonista femenina: Manuela Quesada Argumento: enamoramiento cuestionado, con final trágico Desenlace: asesinato del protagonista extranjero − 154 −


1906: II Misión Geodésica Escenario: Cuenca Protagonista masculino: médico francés Paul Rivet Protagonista femenina: Mercedes Andrade Argumento: enamoramiento cuestionado y matrimonio bastante infeliz Desenlace: asesinato simbólico de la protagonista

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SEGUNDA PARTE

Paul Rivet en el Ecuador El doctor Paul Rivet, médico militar, formó parte de la II Misión Geodésica Francesa que llegó al Ecuador en 1901 para medir una vez más un arco del meridiano terrestre y confirmar la esfericidad de la Tierra. Rivet, en la última etapa de su cometido, llegó a Cuenca en diciembre de 1906, ciento setenta años después de la I Misión. La I Misión Geodésica llevada a cabo en el siglo XVIII, de 1736 a 1745, obtuvo datos finales ligeramente diferentes entre sus dos comisiones responsables de la medición y del trabajo geodésico. La primera Comisión bajo la responsabilidad de Bouguer, La Condamine y Ulloa, midió el arco ecuatorial desde Cochasquí hasta Tarqui, en una amplitud de 3º 7’. La segunda comisión, a cargo de Godin y Jorge Juan, lo hizo desde Mira a Cuenca, midiendo un arco de amplitud 3º 27’. La diferencia de los resultados entre las dos comisiones se debió a una leve desviación de la vertical de partida en el macizo rocoso del monte Mira donde inició su labor Godin con su equipo. Esta anomalía permitió que la segunda versión, la de Godin no fuera utilizada. Con los datos obtenidos por Bouger se establecieron las primeras dimensiones, casi exactas, del elipsoide terrestre en su gran eje, su pequeño eje y su achatamiento, dando la razón a la hipótesis del científico inglés Newton que había previsto que la circularidad del geoide se deprimía en los polos. Al arco de Bouguer, se le llamó también Arco del Perú porque entonces la Real Audiencia de Quito pertenecía al Virreinato del Perú. Reemplazando a la antigua toesa, el arco de Bouguer sirvió de base para la determinación del metro, la unidad de medida equivalente a la décima millonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre. Según la definición de − 157 −


la RAE, la toesa es una antigua medida francesa de longitud, equivalente a la 1 946 000 parte del meridiano terrestre. Desde entonces el arco del Perú se constituyó en la base del Sistema Métrico Decimal en todo el mundo. Mas, en el siglo siguiente, el XIX, con el desarrollo de la ciencia, el arco de Bouguer, como se conocía en el mundo académico, ya no tenía la precisión que requerían las Ciencias de la Tierra. Se la consideraba sospechosa. Por otro lado, la moderna Geodesia no solo necesitaba la medida de la curvatura meridiana en su conjunto, sino las variaciones que debía haber dentro de ella, tomando en cuenta que la superficie de la Tierra no es una elipse perfecta. Desde estas consideraciones la Asociación Geodésica Internacional encomendó a Francia retomar los trabajos de comprobación de la medida del arco en el Ecuador, mientras Suecia y Rusia se hacían cargo de medir nuevamente el arco en Laponia. La misión de prospección desplazada a la República del Ecuador en 1899 por la Academia de Ciencias de París, a través del Servicio Geodésico Militar de Francia, recomendó medir un arco de mayor extensión, esto es entre Tulcán y Piura. Las mediciones debían hacerse en tres años. Debiendo sortear los problemas que se presentaron en terreno, en realidad las comprobaciones demandaron cinco años. Comienza la II Misión El 25 de abril de 1901 la expedición comandada por el comandante Bourgeois zarpó del puerto de Bourdeaux y empezó su travesía trasatlántica a bordo del navío Le Cuco. Formaban parte de la II Misión Geodésica Francesa, además de Bourgeois, el Condere de Foulongue y Massenet; los capitanes Maurian, Lacombe, Peyonet, Lallermand, Durand, Noiret, Perrier y el doctor Rivet, ayudante mayor, médico militar de la expedición. A este grupo se añadieron cuarenta hom− 158 −


bres de tropa. La misión portaba 20 000 kilos de peso entre material de campamento e instrumental científico. En su viaje por el Atlántico, mientras otros ocupaban su tiempo en pasear por la cubierta, jugar cartas y dados, Rivet disfrutaba de la vista del mar maravillosamente azul y registraba los detalles del viaje en su diario o en las cartas que escribía a su padre, a familiares y amigos. El gusto por registrar en su cuaderno de notas todo lo que le impresionaba fue fundamental en el desarrollo de su trabajo posterior. En medio del viaje, el 7 de mayo de 1901, Paul Rivet cumplió 25 años. En quince días de navegación cruzaron el Atlántico. Luego, el barco hizo escala en los puertos de las Antillas Pointe Àpiere y cortas escalas en los puertos de Venezuela. Luego cruzó el istmo con toda la pesada carga que debían trasportarla a la nueva embarcación, llamada Perú, encargada de trasladar a los expedicionarios por las costas del Pacífico. Los viajeros bordearon las costas de Colombia y Ecuador pasando frente al puerto de Esmeraldas, al puerto de Manta y a la isla El Muerto. Entraron al golfo de Jambelí para llegar a la isla Puná donde permanecieron en cuarentena hasta que un barco apropiado les dejara en Guayaquil, el puerto principal del Ecuador. A pesar de que aún no estaba en funcionamiento el canal de Panamá, el viaje fue corto. Apenas siete semanas después de haber dejado las costas francesas, los expedicionarios desembarcaron en el puerto de Guayaquil, el 1 de junio de 1901. La Misión y Guayaquil Guayaquil era la conexión indispensable entre Ecuador y Europa. Para entonces, inicios del siglo XX, la ciudad emanaba mucha actividad pues gozaba de su segundo boom cacaotero. Las fortunas se habían invertido en las construcciones elegantes, en las fábricas y en − 159 −


los primeros adelantos urbanísticos. La ciudad contaba ya con empresas de servicios públicos de agua, luz eléctrica, teléfono, telégrafo, transporte de carga y de pasajeros. Le faltaban las de alcantarillado y saneamiento cuya falta predisponía a la difusión de enfermedades propias del trópico mismas que atemorizaban a los viajeros que llegaban al puerto. Guayaquil tenía entonces astilleros, así como empresas de calzado, de fósforos, de curtiembre, también empresas de espectáculos públicos. Vivían en la urbe alrededor de cien mil habitantes. Las casas tenían un portal en la planta baja y ventanas voladeras con calados en la planta alta. Todavía los empleados cacahueros secaban el cacao que llegaba de las fincas del interior en largos tendales en las calles. Llamó la atención a los expedicionarios la distinción que se visualizaba en una parte de la población que parecía gozar de mucha prosperidad, en comparación con los rudos trabajadores del puerto y la gente común que caminaba por esas calles llenas de baches donde se alojaban los restos de las aguas servidas y pululaban los mosquitos. Los expedicionarios fueron recibidos en la ciudad por el cónsul y la colonia francesa residente en Guayaquil. El día 5 de junio de 1901, la Misión fue presentada oficialmente al presidente Eloy Alfaro y a su comitiva, que se encontraban en el puerto principal celebrando el VI aniversario de la Revolución liberal. Los militares franceses le entregaron una carta de saludo firmada por el presidente de Francia. Los franceses participaron en el desfile conmemorativo en medio del aplauso emocionado del pueblo ubicado en las calles. Al final del desfile les fueron presentados tres militares ecuatorianos que colaborarían con la Misión. Ellos les ayudarían en la preparación del viaje a la Sierra donde ejecutarían el trabajo geodésico. Como Guayaquil no era parte de las investigaciones se quedaron en la ciudad solamente tres días que los utilizaron para asegurar las provisiones que necesitaban en su viaje y para contratar a los trabajadores que ayudarían en las tareas de traslado por el río Guayas, − 160 −


hasta su confluencia con el Babahoyo y desde este punto al callejón interandino. Labores de la Misión La tarea más importante de la Misión fue la de trasladar el pesado equipaje desde el puerto a la Sierra o región interandina. La Misión necesitó contratar 320 mulas y 60 cargadores que transportaran los pesados y sofisticados instrumentos a los que había que prodigar los máximos cuidados porque eran irreemplazables en estas tierras. Según lo apuntó el médico Rivet en sus notas de viaje, fue impresionante el tránsito por las feraces llanuras de la Costa y luego el difícil ascenso a caballo por los flancos de la cordillera. Su mirada registró no solo el paisaje exuberante y novedoso, sino que concitó la atención en el colectivo de personas que acompañaban a la expedición. Rivet señaló con verdadero asombro sus impresiones. Se conmovió con la forma en la que el cabecilla mayor dominaba sobre el conjunto de los trabajadores del guando. Ese hombre era una especie de general con derecho a castigar con un látigo a los guanderos cuando creía que no estaban caminando lo suficientemente rápido. A Rivet le conmovió la presencia de esos hombres cabizbajos enganchados por un mestizo prepotente que hacía de capataz del grupo, individuo que en nada consultaba a los cargadores que permanecían en silencio, en actitud sumisa y ajena, aunque fueran azotados. Por lo visto Rivet comprobaba que no se les consideraba seres humanos, sino bestias de carga como lo habían señalado ya otros visitantes extranjeros. De tiempo en tiempo, el cabecilla permitía que los guanderos descansaran para ingerir algún bocado y luego continuaran el trayecto. En el camino murieron seis de ellos. El dolor de siglos de humillación se había impregnado en los rostros indígenas en forma de máscaras rígidas que no expresaban emociones. Rivet − 161 −


miraba y cavilaba en silencio. A diferencia de otros viajeros que le antecedieron, el doctor Rivet no encontraba en ellos solo miseria y fatalismo. No podían haber nacido para vivir así, pensaba el joven médico. Atisbaba en ellos una mezcla de heroísmo y de embrutecimiento. En su correspondencia constan las reflexiones sobre este hecho que le conmovía. El futuro científico se preguntaba qué clase de hombres eran estos americanos auténticos que mostraban condiciones de sobrehumanidad e infrahumanidad al mismo tiempo. Las cartas de Rivet no han sido publicadas aún. Son parte del Fondo P. Rivet del Museo del Hombre en París. Dejando atrás los tupidos bosques tropicales, los académicos comenzaron el ascenso por las estribaciones de la cordillera. No había caminos para peatones. Solo las acémilas podían afrontar el ascenso desafiando los lodazales, derrumbes, camellones y cortes a pique en la piedra viva, bajo un sol abrasador o una lluvia pertinaz que no daba sosiego. Aún las bestias subían a paso lento y forzado. Los viajeros franceses constataban con admiración que estos animales «nobles y mal comidos, enérgicos e infatigables seguían en la ruta sin desmayar», según lo apuntó en sus notas Bourgeois. Junto a ellos iban los arrieros que cobraban doce pesos por transporte. A los científicos, particularmente a Rivet, les parecía una especie humana rara porque eran indios fuertes, resistentes y sobrevivían con poco alimento y bebida. Poseedores de muslos de acero no sentían el frío ni el calor. Su vestido era simple: un corto pantalón y un poncho de algodón para la montaña, y todo el tiempo llevaban desnudos los pies. Iban siempre armados de un fuete con el que apuraban a las mulas. Los arrieros preferían dejarse aplastar por la bestia antes que desprenderse de su lado. Eran capaces de caminar doce horas sin parar acompañados de su machete con el que abrían el paso entre la maraña vegetal. A mediodía o al final de la tarde estos tradicionales transportistas se sentaban para alimentarse con un puñado de maíz − 162 −


cocido y un poco de chicha. Expuestos al frío de la noche se acostaban en el suelo cubiertos solo por su delgado poncho y volvían a partir a la madrugada del día siguiente sin una mínima queja. En el primer tramo los cargadores fueron repartidos en ocho guandos o convoyes a cargo de un cabecilla. Alineados de dos en dos, y ayudados por un bambú amarrado con sogas a los fardos, llevaban sobre sus hombros los pesados y delicados instrumentos de medida. Solo uno de esos instrumentos, la regla bimetálica de Brünner, pesaba 170 kilos y medía 4 metros y medio. Cuán difícil resultaba subir la montaña con esa carga. Cada cabecilla escogió el camino que mejor conocía. Debían reunirse en Ambato, después de pasar el temible páramo del Arenal, al pie del Chimborazo. La cordillera de los Andes se presentaba con su impactante fortaleza. Las crestas rocosas se encontraban entre los 3000, 4000 y más metros de altitud. El pico más alto del Chimborazo alcanzaba 6310 metros. Los franceses quedaron deslumbrados ante el imponente paisaje de las cumbres andinas coronadas de nieve, donde el viento era tan fuerte que tumbaba a los caminantes. De Babahoyo a Riobamba el convoy más rápido hizo siete días. Llegó a Riobamba el 1 de julio de 1901. Uno a uno los convoyes llegaron en los días siguientes. El cabecilla mayor fue el único que cobró los servicios y repartió la paga al final del viaje entre los ocho cabecillas arrieros y los cincuenta y tres cargadores sobrevivientes. La ciudad de Riobamba recibió con alborozo a la Segunda Misión científica que venía a medir un arco del meridiano terrestre en el Ecuador para comprobar la esfericidad de la Tierra. En medio del regocijo y la abundancia, el día 14 de julio los científicos fueron agasajados con un banquete al que asistieron las personas prominentes de la ciudad y también los grupos religiosos originarios de Francia que habían llegado casi medio siglo antes que ellos: las Hermanas de la Caridad, las Hermanas de los Sagrados Corazones, los Hermanos Cristianos y los Padres Redentoristas. En di− 163 −


cha ocasión los ilustres visitantes solemnizaron lejos de su patria el aniversario de la Revolución francesa brindando con champaña, el licor francés de las grandes celebraciones. Paul Rivet y la etnología Para Rivet, su estadía en el Ecuador entre 1901 y 1906 le fue de múltiples maneras muy importante. Se supo un hombre capaz de relacionarse con las demás personas de cualquier origen social, bajo signos de respeto y amabilidad. Abrió sus ojos a una nueva realidad que en principio despertó su sensibilidad humana y luego enrumbó su inteligencia y su esfuerzo hacia el conocimiento de las colectividades humanas. Se produjo en él, según dijo Claude Lévi-Strauss una revolución interior que le llevó a fundar una nueva rama de la ciencia social: la etnología, saber científico que estudia los pueblos y sus culturas, y que le catapultó a la fama mundial. En el plano personal le permitió encontrar a quien sería su esposa, colaboradora y testimoniante de su obra, la cuencana Mercedes Andrade Chiriboga. Rivet estaba encargado de cuidar la salud de los integrantes del equipo y de recoger muestras de la flora y la fauna ecuatoriana para los museos de Francia. Las descripciones anteriores de viajeros y exploradores sobre habitantes de tierras ignotas que se hacían antes de Rivet pueden considerarse apuntes de aventura y turismo, no estudios etnológicos propiamente dichos. Durante la investigación y dadas las condiciones hostiles que les tocó enfrentar a los miembros de la Misión, Rivet hubo de asumir otras tareas más directamente ligadas con las mediciones y el registro de datos. Se tornó un hombre indispensable en el equipo. Paul Rivet, dotado de muchas cualidades intelectuales, anímicas y sociales no encontró problema al relacionarse con los indios, a pesar de las condiciones de insalubridad, pobreza y falta de educación que manifestaban. Aprovechaba todo incentivo para examinar − 164 −


una realidad social muy diferente a la suya y para hacerse preguntas sobre este nuevo escenario humano. Una de esas cuestiones que intentaría contestar a través de los años de permanencia en el Ecuador sería entender por qué razón los indígenas fueron exterminados por el dominio colonial. Rivet nació el 7 de mayo de 1876 en Wasigny, localidad de la región de Champaña-Ardenas, célebre por sus castillos medievales. Paul era el segundo entre los seis hijos de una familia modesta, conservadora y católica. Sin renegar nunca de sus orígenes, de los que se sentía orgulloso, orientó sus estudios y su actividad profesional hacia el campo intelectual y hacia una posición radicalmente distinta. Rivet no tenía prejuicios ni reparos en su relacionamiento social con todo tipo de personas porque él mismo provenía de una familia de modestos artesanos y pequeños funcionarios y porque, tanto en su casa como en las instituciones en las que se había formado, había recibido enseñanzas de valor, sencillez y fraternidad. Tanto su padre como su abuelo fueron militares reconocidos por sus acciones patrióticas. El padre, Pierre Adolfo Rivet, fue herido gravemente en la guerra y en el hospital debieron amputarle el brazo. Pierre conoció ahí a Ana María Lajoux una enfermera, patriota también, mujer de carácter, muy católica y conservadora, originaria de la pequeña villa de Verdún, cuyo padre era un pequeño propietario de tierras. Declarado inepto para la milicia activa, a Pierre Rivet se le concedió el retiro. Pierre se empleó como cobrador de impuestos. Al término de este trabajo se estableció en París con sus hijos Paúl y Eugene para que hicieran la carrera de medicina. Desde que iba a la escuela de la pequeña villa de Meurthe y Moselle, Paul Rivet se destacó por su amor al estudio y obtuvo muy buenos resultados escolares. Pasó al Liceo de Nancy donde realizó brillantes estudios. Se distinguió en literatura y poesía y manifestó una gran disposición hacia la música. Como era normal en esa época, aprendió el latín. En julio de 1893 obtuvo su diploma de bachiller − 165 −


en Ciencias. En principio, quiso continuar su formación en la Escuela Normal Superior, una institución de altísimo prestigio; mas, por asegurar la asistencia a su familia, renunció a ello y siguió medicina militar, sin que le gustaran la medicina ni la carrera de armas. En razón de los modestos recursos domésticos y de los servicios prestados por su familia a la milicia a través de varias generaciones, su padre le consiguió una beca del Estado para la Escuela de Lyon. En los tres años de preparación Paul se ubicó entre los primeros de su clase. En 1897 recibió el título de doctor en Medicina. Un año después, 1898, se encontraba ya en París desempeñándose como doctor del Primer Regimiento de Soldados. Y este fue el puesto que dejó cuando lo requirieron para formar parte de la Misión Geodésica que venía al Ecuador. Ante la propuesta del general responsable de la preparación de la Misión que le dijo: «Estamos preparando una expedición al Ecuador que durará cinco años. ¿Te gustaría formar parte de ella?», el joven Rivet no lo dudó un instante. Aceptó el ofrecimiento sin preguntar cuánto le pagarían, qué riesgos implicaría el viaje ni hacia dónde se dirigirían. (También el futuro científico creía que Ecuador estaba cerca del Congo). Ninguna previsión tomó. Solo pensó en las grandes aventuras que viviría al estilo de Julio Verne cuyas novelas había devorado. Por su parte la Academia había tomado en cuenta de que era un joven de inteligencia superior, con conocimientos en varias áreas, un hombre amigable y querido por sus pacientes. Siendo ya elegido como integrante de la Misión, se le encargó, además de su labor médica, recoger muestras de la flora y la fauna y observar qué cultivos americanos podrían ser aprovechados por Francia, o por Argelia, su colonia africana. Para llevar a cabo con eficiencia las labores que le encomendaban, Rivet empezó a estudiar materias que nunca hubiera soñado conocerlas: mineralogía, paleontología, geología, paleografía y arqueología.

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Rivet y Quito Cuando llegó a Guayaquil le entregaron una larga lista de caballeros capitalinos y de sus señoras quienes habían solicitado ser examinados por el médico francés que llegaba al Ecuador. Desde que vinieron los geodestas de la I Misión, todo lo francés tenía mucho prestigio dentro de las élites, las cuales se sentían muy complacidas de imitar las costumbres francesas en el vestuario, la comida, la decoración de sus viviendas y sus formas recreativas. Por lo mismo, al atenderse con un médico venido de Francia, su estatus subía algunas escalas y garantizaba su comodidad, pues no tenían que viajar fuera del país para los tratamientos de salud que requerían. Por ello, Rivet fue muy bien recibido en Quito y otras ciudades ecuatorianas, entre ellas Riobamba, ubicada en el corazón de la patria, según la calificaban sus ciudadanos. La Misión en Riobamba Fue una casualidad feliz que la Misión decidiera comenzar las mediciones en Riobamba y hacer de ella su centro de operaciones: esa pequeña ciudad ubicada en la parte central del callejón interandino, ciudad trazada en damero perfecto que albergaba alrededor de doce mil habitantes. Riobamba se destacó desde la Colonia como centro productor agrícola y artesanal y contaba con una élite económica e intelectual muy respetable. Riobamba fue levantada en medio de un territorio poblado por nativos cachas y puruháes, indígenas que primero ejercieron una fuerte resistencia contra los invasores incas; luego, enfrentaron a los españoles y después se alzaron ante la dominación gamonal en tiempos de la república. Alrededor de Riobamba se encontraban grandes haciendas ganaderas y grandes propiedades donde se cul− 167 −


tivaban cereales, forraje y patatas. Eran posesiones que pertenecían al grupo de familias blancas que formaban la aristocracia del país, según lo comentaba el general G. Perrier a la Sociedad de Topografía de Francia en 1937, en su rol de miembro de la Academia de Ciencias de París. Estos linajes estaban situados en todos los niveles administrativos y de gobierno: Congreso, Judicatura, Poder Ejecutivo, Municipio y también en la Iglesia como en el Ejército. La historia nacional registra muchos momentos decisivos ocurridos dentro de la ciudad o en las cercanías de ella porque Riobamba se encontraba en el centro mismo del callejón interandino. Esa situación geográfica privilegiada le permitió ser en varias ocasiones una urbe políticamente estratégica. La ciudad tenía cierto orgullo de haber sido escenario de acontecimientos decisivos. Cerca de allí, en Cicalpa, a orillas de la laguna de Colta, se fundó la primera ciudad española, Santiago de Quito, el 15 de agosto de 1534. En Riobamba nace el Ecuador Cerca de Riobamba se dieron combates decisivos: la Batalla de Tapi, el 21 de abril de 1822, que abrió el camino para la Batalla de Pichincha, hecho heroico que consiguió liquidar la dominación colonial en la Audiencia de Quito. También cerca de Riobamba se dio la Batalla de Galte, una de las batallas con las que culminó la revolución iniciada en Guayaquil, el 8 de septiembre de 1876 por el general Ignacio de Veintemilla, con el objeto de derrocar a Antonio Borrero, un acontecimiento que dio paso a la Revolución liberal y que minimizó notoriamente la influencia de la Iglesia en el Estado. En el campo cultural, Riobamba destacó como el lugar de nacimiento de Pedro Vicente Maldonado (1704-1748), el científico que se incorporó a la I Misión Geodésica y que viajó a Europa donde fue muy bien recibido y apreciado por su calidad científica. − 168 −


Lamentablemente en Inglaterra murió tempranamente a la edad de cuarenta y cuatro años. Riobamba nos remite a la míticamente dolorosa historia de Isabel de Godin quien, a los 13 años se casó con Jean Godin des Odonais, integrante de la I Misión Geodésica del siglo XVIII. Ocho años después de acabada la Misión, Godin des Odonais salió de viaje hacia Las Antillas y nunca más volvió. Mientras los hijos crecían, Isabel esperó veinte años a tener alguna noticia de él. Cuando le dijeron que su marido había enviado un barco que le esperaba, la amorosa Isabel, acompañada de su padre y de sus hijos, salió en pos de su marido. Sus hijos, y la mayoría de sus treinta y cinco ayudantes que le acompañaban, sucumbieron. Solo ella y su padre, con insólitos gravámenes físicos y emocionales, finalizaron la asombrosa aventura en medio de la selva amazónica, y luego continuaron el viaje hacia el norte en una embarcación de alquiler. Flaca, envejecida y destrozada por las alimañas de la selva, encontró a Godin en 1769 en la Guayana Francesa. Con él y su padre partió a Francia donde murió veinte años después, sin recuperar nunca su salud y su tranquilidad. Riobamba, la tranquila ciudad con calles anchas y derechas y cinco plazas simétricamente construidas, además de bella podía preciarse de ser una ciudad amante de la cultura. A ella pertenecieron Magdalena Dávalos y sus hermanas, María Estefanía y María Josefa, reconocidas como mujeres de gran cultura y artistas exquisitas de la Colonia. Hablaban y escribían en francés sobre diferentes materias científicas o literarias. Pintaban y tocaban diversos instrumentos musicales. Discutían sobre temas de filosofía y política. La Condamine las conoció y les adjudicó el título de Musas Francesas de Riobamba. Magdalena Dávalos fue la única mujer de la Real Audiencia de Quito que formó parte de la Sociedad Secreta de Amigos del País, institución creada en 1791 por Eugenio Espejo, el precursor de la − 169 −


Independencia, según consta en las investigaciones de Carlos Ortiz Arellano, La rama femenina de la familia Maldonado, Discurso de Ingreso a la Academia Nacional de Historia, Quito, 2017. En tiempos de la República, jóvenes de las familias pudientes de la ciudad de Riobamba estudiaron en Europa, por ello muchas personas hablaban con soltura el francés. Todas estas excelencias les hacían enorgullecerse a los habitantes de la clase rica de la ciudad. A más de sus atributos físicos hay que reconocer otras bondades de la ciudad, principalmente que estaba rodeada de enormes extensiones de terreno fértil, razón por la cual se situaron allí los primeros propietarios coloniales. Riobamba está ubicada en el centro del país y atesora otros méritos. Fue la primera ciudad fundada por los españoles en nuestro territorio, el 15 de agosto de 1534, y podría haber sido la capital de la República si las razones históricas en torno a Quito no se habrían impuesto. Al pie del Pichincha, el 6 de diciembre de 1534, se fundó la actual ciudad Santiago de Quito. No obstante, la ciudad de Riobamba atesora otros hechos importantes de la vida histórica del país, de los cuales encontramos relevantes dos acontecimientos. Primero, cerca de la ciudad de Riobamba se dio la batalla de Colta que abrió paso al triunfo definitivo de las tropas de Sucre en el Pichincha, el día 24 de mayo de 1822. Segundo, en Riobamba se dio la Primera Constituyente que conformó legalmente la existencia de la República del Ecuador. Como si lo afirmado no fuera suficiente, a su llegada los sabios de la II Misión Geodésica vieron que Riobamba era una urbe pequeña y muy fría, azotada por fuertes vientos, ubicada en una amplia llanura de arena volcánica y rodeada por un marco de montes deslumbrantes: el Chimborazo, el Tungurahua, el Carihuairazo, el Altar y el Sangay. Los científicos de la II Misión vieron que en el centro de la ciudad estaban las amplias viviendas construidas de ladrillo o − 170 −


adobe con techos de teja, ventanas de doble puerta y algunas casas de dos pisos con balcones de hierro forjado y pilares de piedra o de madera, casas que pertenecían a los terratenientes y que por ello tenían patio y traspatio para las cabalgaduras. En las afueras de la ciudad estaban las pequeñas viviendas de los artesanos mestizos dedicados a producir tejidos, zapatos, ollas y otros objetos de uso cotidiano y las de los pequeños comerciantes de alimentos, ropa y otras baratijas necesarias para la vida diaria. También se asentaban en las afueras las cantinas y chicherías. Más allá estaban los campos de alfalfa y maíz de los grandes propietarios. Las familias indígenas vivían en las lomas en núcleos de chozas pajizas que se confundían con el suelo y que parecían cabezas cercenadas, esas casas no tenían ningún servicio más que el fogón de leña que calentaba la única habitación donde la familia se reunía a comer y se recogía para dormir. En ese entonces se aceptaba sin chistar que la ciudad era para los blancos y los montes para los indios. Aunque los servicios públicos fueron introducidos en Riobamba desde 1902, cuando llegaron los académicos franceses de la II Misión, todavía las calles de Riobamba eran de tierra y se iluminaban con faroles; por esas calles circulaban gente a pie, asnos, caballos, mulares, rebaños y carretas. Con la línea del ferrocarril que los vecinos de la ciudad obligaron al Estado a que pasara por Riobamba, esta población pronto se transformaría en una urbe próspera, al mismo tiempo que se debilitarían las estratificaciones tan marcadas. Los comerciantes extranjeros afincados en Riobamba: libaneses, italianos, chinos y árabes se impusieron en número y en capitales y contribuyeron a modificar las costumbres y usos cotidianos con nuevos productos nacionales y extranjeros. El arroz, por ejemplo, dejó de ser un lujo reservado a los días domingo pues se lo transportaba fácilmente desde la Costa. − 171 −


Si bien el paisaje deslumbraba a los franceses de la II Misión, las condiciones de vida de la población, tan dispares entre los diferentes grupos, les causaba desconcierto a los académicos franceses. En aquel tiempo circulaban discursos democráticos a través de los partidarios de Alfaro y de su revolución, pero las proclamas muy poco lograron incidir en la estructura social añeja y rígida. La clase dirigente tenía muchas comodidades. Ya no solo los terratenientes, sino también los comerciantes importadores, los letrados y los profesionales que se autocalificaban como blancos. Estos se creían poseedores del privilegio de despreciar a los otros: a los artesanos y a sus familias, a los sirvientes de uno u otro sexo, a los trabajadores de la tierra y con mayor prepotencia a los desocupados y mendigos. Las comunidades indias constituían un mundo aparte, aunque de verdad, los de primera clase no podían prescindir de los indígenas porque ellos constituían la fuerza de trabajo generadora de riqueza y, además, la que se encargaba de todas las tareas de servidumbre. El indio era visto como cargador, recadero, mendigo o huasicama (cuidador de casa grande). Por tanto, el indio Alfaro, quien a principios del siglo XX pretendía alterar este orden social, era combatido militar e ideológicamente en Riobamba donde era evidente el conflicto interétnico y de clase. Lo relata así Franklin Cepeda Astudillo, en Riobamba en el primer cuarto del siglo XX, tesis de Maestría en Estudios Latinoamericanos, UASB, Quito, 2003. Frente a tan rígida jerarquización y exclusión social que encontraba a su alrededor, el joven Rivet se sentía un ignorante. Todos los conocimientos acumulados en su formación no le eran ni lejanamente suficientes para desentrañar la complejidad de los habitantes americanos, entender las razones por las que los indios eran infravalorados, ni cómo lograban sobrevivir a pesar de las condiciones de esclavitud que pesaba sobre sus vidas. Así lo expresó en varias ocasiones: «Sentí una ternura muy especial en medio de la cual viví durante cinco años y por la cual guardé un profundo recuerdo de pro− 172 −


funda simpatía que solo la muerte podía destruir». Así lo hace constar Paulo Duarte en, Paul Rivet, por êle mesmo. Rivet buscó la intermediación de la ciencia para penetrar en la cultura y la identidad amerindia y vislumbrar un lugar de resignificación de esos sujetos dentro de la sociedad de los nuevos tiempos. El médico se ofreció a curar gratuitamente a los pobres en el dispensario de los curas redentoristas. Esos pobres siempre eran mestizos o indios. «Su encuentro con ellos produjo un choque sentimental que duraría en él hasta la muerte». Por su condición de galeno, Rivet estaba dispuesto a observar detenidamente las condiciones físicas del cuerpo de sus pacientes y dedicarse al estudio anatómico y antropométrico de los indígenas que acudían a su consultorio, quienes según deducía, eran tipos físicos puros, libres de mestizaje, lo que le permitiría estudiar sus orígenes, de qué tronco humano procedían y dilucidar cómo se habían dado las migraciones aborígenes. De esas primeras prácticas antropológicas recogió alrededor de trescientas muestras. Luego pasó a indagar sobre sus costumbres, su evolución histórica y su desarrollo antropológico. Más adelante acrecentó la información básica mediante la recolección de restos óseos. Interesado como estaba sobre esta nueva realidad que irrumpía ante sus ojos, Rivet dio gran importancia a la tarea de recuperar sus hechuras materiales y su sistema de signos lingüísticos. Recuperar su obra, entender la palabra de los indígenas y descifrar su lenguaje le permitiría interactuar con ellos en igualdad de condiciones. El Ecuador a inicios del siglo XX Para la II Misión Francesa el país de acogida políticamente era otro, respecto de la colonia española que conocieron los sabios de la I Misión. Sin embargo, a consecuencia de las guerras para independizarse más todas las subsiguientes para definir qué fracción política − 173 −


tomaba el poder, el país estaba desolado, las familias disminuidas porque muchos hombres habían dado su vida en los campos de batalla. La producción de las tierras era escasa. Caudillos de diferentes filiaciones políticas: conservadores y liberales habían mantenido al país en ascuas, cada caudillo procurando erigirse en amo absoluto de este nuevo territorio libre. Cada grupo político tenía una idea más o menos difusa de cómo consolidar una forma de economía que respondiera a sus intereses: la tierra para los hacendados de la región interandina o el comercio para los empresarios costeños. La desigualdad de clases era pavorosa e inflexible. Descendientes de los colonizadores poseían educación, riqueza, comodidades, incluso lujo, pero conformaban una parte mínima de la sociedad. En la otra banda, estaban los descendientes de los antiguos dueños de la tierra americana, los indios y sus derivados raciales: cholos, mestizos, y el estrato formado por los descendientes de esclavos, los afroecuatorianos. Para este sector poblacional su destino consistía en ser peones conciertos de las grandes haciendas y en las ciudades: artesanos, horticultores, sirvientes y –para los más desposeídos– guanderos. La mayoría de la población era indígena, pero había llegado a un estado tal de aniquilamiento que llamaba a la conmiseración de los visitantes. Rivet, en especial, se sentía muy conmovido. Por regla general, para los indios y sus familias solo existía la pobreza; más que eso, la miseria con sus secuelas de desnutrición, abandono y analfabetismo, calamidades que les llevaban a la inercia, a la enfermedad o al alcoholismo, a la muerte prematura y a la posible degeneración vital de las próximas generaciones. Esta observación pervivía en las reflexiones de Rivet. Más de medio siglo después, la intervención de monseñor Leonidas Proaño, a finales del siglo XX, logró modificar la situación de los indígenas. Él les levantó la cabeza enterrada en el suelo. Los afroecuatorianos descendientes de esclavos o cimarrones estaban recluidos por propia voluntad en lugares remotos, sin acce− 174 −


so a ningún servicio que ofrecía la civilización. Habían peleado por la independencia, pero la libertad no se había alcanzado para estos grupos sociales. En la presidencia del general José María Urbina, se hubo decretado la abolición de la esclavitud negra, pero la condición social de este sector humano seguía siendo irrelevante, miserable. La manumisión decretada por Urbina les llevó a engrosar los cuerpos militares de los oponentes políticos a la tradición conservadora. Los franceses de la II Misión vinieron a Ecuador cuando Eloy Alfaro había alcanzado la primera magistratura después de sucesivos y sangrientos combates en la Costa y en la Sierra contra los latifundistas serranos y contra los propietarios religiosos, dueños de inmensas haciendas y de grupos de indios conciertos.

El concertaje era una forma de trabajo precario (una nueva forma de esclavitud) de acuerdo con el cual los indios recibían por anticipado dinero para sus gastos, sobre todo para pagar sus compromisos con la Iglesia, y por esa deuda, que se incrementaba de año a año, estaban obligados a trabajar sin paga por toda la vida, de modo que morían sin acabar de pagar y sus hijos heredaban la obligación. De esta manera, el indio concierto era propiedad del terrateniente. El gobierno liberal de Eloy Alfaro estaba preocupado por detener las contrarrevoluciones, los alzamientos y la oposición totalitaria de la Iglesia. Alfaro no logró liberar de la ancestral condena a los indios ni a los negros. Es decir, ni la independencia ni el naciente liberalismo establecieron la igualdad ni la fraternidad que eran principios de la democracia. Alfaro se empeñó en hacer ciertas obras importantes para el país como la construcción del ferrocarril trasandino, la dotación del servicio telegráfico, adelantos que mejorarían la comunicación y el transporte entre la Sierra y la Costa e impulsarían una nueva forma de producción, la comercial. Los empeños del Viejo Lucha− 175 −


dor tomaron otro rumbo en las siguientes décadas después de su asesinato, el 29 de enero de 1912. La democracia real seguía siendo un sueño político o más precisamente una ficción en manos de los sucesivos grupos de poder que pretendían dominar el país y apropiarse de sus riquezas materiales y simbólicas. A pesar de las dificultades financieras que enfrentaba su gobierno, Eloy Alfaro comprendió la importancia de la II Misión Francesa, pues con las mediciones y triangulaciones se tendrían datos más precisos para elaborar el mapa del Ecuador. Por ello dio todas las facilidades para la intervención de los geodestas; puso a su disposición un grupo calificado de oficiales del Ejército y subvencionó en parte los trabajos científicos. La aventura científica Los científicos franceses se hicieron muy amigos de don Pedro, vicario de la Diócesis de Riobamba, un sacerdote rubicundo y de buen ánimo que les llevó a conocer los alrededores y les mostró unos pilares de piedra labrada que siempre le habían llamado la atención porque parecían ser una especie de señal. Y lo eran, efectivamente, como los geodestas lo manifestaron. En virtud de ese descubrimiento, el jefe de la Misión decidió comenzar los trabajos científicos desde Riobamba porque los pilares encontrados eran hitos colocados por la I Misión Geodésica (1736) que señalaban la base de las mediciones entre el río Chambo y la hacienda El Carmen. Decidieron que la ciudad sería el centro de operaciones de la II Misión y resolvieron construir cerca de Riobamba la primera base de operaciones, en julio de 1901. Al final del mismo año, el regimiento del norte empezó a medir el arco de meridiano terrestre en la sección entre Riobamba y Tulcán, ubicando un equipo de trabajo en la cordillera oriental y otro en la cordillera occidental. − 176 −


La sección sur –de Riobamba a Piura– solo pudo ser abordada a comienzos de 1904. Las mediciones continuaron en los flancos de los volcanes Pichincha, Chimborazo, Cotopaxi y Tungurahua. Ciertas mediciones se hicieron a los 4000 metros de altitud donde el aire se enrarecía y dificultaba la respiración. Eran elevaciones que no ofrecían las condiciones atmosféricas adecuadas para trabajar, circunstancia que les obligó a permanecer más tiempo del previsto. Solo en la elevación El Pelado estuvieron seis meses entre mediados de 1902 y principios de 1903, y el mismo lapso la segunda vez entre los años 1903-1904. Desde las cumbres donde estaban realizando las mediciones presenciaron dos erupciones volcánicas: la del Cotacachi y la del Cumbal. La mayoría del equipo francés no logró soportar las condiciones ambientales y se regresó a Francia. Por esa razón, Rivet pasó de ser el médico de la Misión a actuar como ayudante de campo. En abril de 1902, Rivet fue enviado como jefe de la Base de Troya, en la frontera con Colombia, donde permaneció tres meses. Para entonces ya manejaba aparatos complicados y junto con Perrier levantó la carta topográfica de Tulcán. Estos trabajos de investigación, más las visitas continuas para aprovisionarse de alimentos, le permitieron ir varias veces a Tulcán. La pequeña ciudad fronteriza había sufrido las consecuencias de las guerras entre conservadores de Ecuador y liberales de Colombia, y las de los liberales y conservadores ecuatorianos. Los destrozos en la Catedral y en los edificios públicos habían sido reparados, pero las casas de los habitantes, la mayoría indígenas, permanecían en estado deplorable. Las impresiones de Rivet describen un cuadro de pobreza y marginalidad alarmantes. Rivet nunca difundió estos comentarios porque quería evitar rechazo sobre el Ecuador por parte de los extranjeros. Al mismo tiempo, el espíritu sensible de Rivet y su vocación literaria, se proyectaron en las cartas enviadas a sus familiares y amigos. Rivet no salía de su estupor ante las miserables − 177 −


chozas de paredes de lodo y techos de paja cubiertas de musgo. Le alarmaba el silencio de los niños prematuramente envejecidos que dormían en el suelo sobre cueros de cordero. Las macilentas madres que sin una mínima muestra de dignidad se dejaban golpear y gritar por sus maridos, esos hombres alcoholizados que deambulaban por las calles gangueando trágicas canciones en quichua. «A Rivet le dolía y le espantaban la suciedad, la carencia de todo, el abandono estructural que soportaba la gente indígena. Todo constituía para la mirada extranjera un espectáculo inaudito de desolación, melancolía y miseria». En julio de 1902, Rivet y Perrier se instalaron en el Mirador a 3800 m s. n. m. donde esperaban permanecer unas horas haciendo las mediciones. Pero el temporal atroz de neblina les retuvo diez semanas. La situación empeoró al pasar a El Pelado. La lluvia, el viento, la niebla fueron factores adversos que demoraron interminablemente el trabajo. Durante su estadía en Riobamba, solo cinco meses, la II Misión pudo trabajar en paz, con un equipo completo y lleno de brío. Apenas cinco meses a los que Perrier, el jefe del equipo de investigación geodésica, calificó en su informe como la Edad de Oro de la Misión. Los avances de la Misión se vieron impedidos por tres razones que señalan tanto Perrier como Rivet en sus respectivos informes. Primer inconveniente El mal tiempo prolongado en las montañas impedía realizar normal y ágilmente el trabajo de las mediciones. En las alturas donde se realizaban las mediciones, la nubosidad era un problema casi permanente. Esperar que los rayos solares disiparan la neblina obligaba a perder muchas horas preciosas. De tal manera que, el trabajo que en una estación podía hacerse en cinco días en tiempo despejado, tomaba por lo general dos meses. El mal clima paralizaba el trabajo − 178 −


por días, semanas o meses y sumía en desolación, silencio y monotonía a las personas, incluso militares aguerridos, que se encontraban trabajando en los campamentos y operaciones del páramo o el desierto, lo que propiciaba un clima de inseguridad, desconcierto y melancolía. No solo trabajaban con la vista hacia el suelo. Sus mediciones debían hacerse en relación astronómica con la posición de las estrellas, lo que significaba esperar largas horas en la noche para captar el instante en que el cielo estuviera despejado y no hubiera interferencia de las nubes o el viento. «El viento apaga la lámpara, un vaho helado se asienta sin cesar en los objetivos y oculares, el agua golpea en todas partes sobre los instrumentos, sobre los cuadernos de apuntes», lo señalaba así Perrier en sus apuntes. Milagrosamente, algún día el cielo se manifestaba radiante, hermoso. La visión del panorama con un horizonte maravilloso inundaba de alegría y también de asombro a los miembros del equipo investigador ante la belleza del paisaje alrededor de las cumbres andinas. Fueron escasos días de deslumbramiento, tal vez horas, y volvía la sombra, la oscuridad.

La soledad hincaba el alma de los investigadores que al pie de su teodolito esperaban con el pie mezquino para continuar empeñosamente la labor en medio de esa naturaleza tremendamente hostil porque para ellos. «Cueste lo que costare los resultados científicos tenían que ser irreprochables». Como afirmaba Gonessiat: «Para esto he observado con el Círculo Meridiano más de cien veces la luna y más de cincuenta ocultaciones de estrellas tras de este satélite, con el Gran Ecuatorial».

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Segundo inconveniente La incomprensión de la población rural con la repetida destrucción de las señales por parte de los indígenas y mestizos. Dijo Perrier, jefe reemplazante de la II Misión Geodésica en su informe: Los obstáculos que los miembros de la II Misión encontraron para sus observaciones en la cordillera de los Andes eran los mismos contra los que tuvieron que luchar La Condamine y sus compañeros, porque en el siglo y medio que había transcurrido no se habían modificado ni el carácter de los indígenas, ni la naturaleza física del país. Los mismos problemas que obstaculizaron el trabajo de los científicos de la I Misión volvieron a presentarse casi dos siglos más tarde con relación a los nativos.

Los franceses estaban imposibilitados de entenderse con hombres que hablaban un idioma para ellos incomprensible, seres humanos que eran dueños de manifestaciones culturales distintas en relación con la naturaleza y sus fenómenos y las cuales eran vistas por los extraños como prácticas supersticiosas. Es conocido que la cultura andina mitifica a los montes, a las lagunas y demás accidentes geográficos, esas concepciones a los franceses les parecían «actos vacuos». Para los indígenas las diferencias físicas de la naturaleza eran –y quizá todavía lo son– espacios reverenciados y temidos porque se les adjudicaba reacciones emocionales y porque se asumía que tienen poder para controlar la conducta de los seres humanos: «premian o castigan sus actos». Prejuicios La cultura amerindia tenía observatorios astronómicos y hombres que se dedicaban a estudiar el movimiento de las estrellas, por tanto, era posible encontrar interlocutores válidos que facilitaran la tarea de los − 180 −


geodésicos. Pero ante el desconocimiento de los objetivos que perseguían los extraños, los indios fraguaron ideas falsas sobre el trabajo de los geodésicos a quienes veían como intrusos e interesados en las riquezas del suelo. Sin haber sido consultados o informados, siquiera someramente, sobre los objetivos de la Misión, las comunidades indígenas presumían que las mediciones servirían para imponerles nuevos impuestos. A partir de esos temores optaron por destruir o desaparecer las señales que los geodésicos colocaban en el suelo para comenzar las mediciones. Este era un gran inconveniente que obligaba a la frecuente repetición de los trabajos y producía la lenta marcha de la Misión. Cada vez que los geodestas tenían que reponer las señales sustraídas se perdían meses de trabajo. Hubo señales que fueron destruidas hasta tres veces. El malestar mutuo entre campesinos y geodestas hubiera continuado sin la intervención intuitiva y certera de don Pedro, el vicario de la Diócesis de Riobamba, quien les recomendó la intermediación de la Iglesia, una estrategia improbable que, sin embargo, dio resultado. El cura aconsejó que colocaran una cruz de piedra junto a la pirámide. Los científicos siguieron el acertado consejo de don Pedro. «La ceremonia se llegó a realizar con la complicidad del párroco y la presencia de los fieles indígenas. Después de esa liturgia los indios cambiaron su mirada». Esa piedra sembrada en el suelo se volvió sagrada para ellos. Al integrar los trabajos a su nueva cultura religiosa terminaron poco a poco los actos de boicot. Tercer inconveniente La precariedad del sistema de comunicaciones y la dificultad de aprovisionamiento debido a la incipiente calidad de las vías que apenas eran útiles para el transporte en acémilas. Los caminos eran entonces intransitables. − 181 −


En sus desplazamientos el equipo de investigación se encontraba frecuentemente con lodazales, camellones, derrumbes, ciénagas invisibles que ni siquiera los arrieros y sus mulares podían atravesar, lo que les obligaba a rodear hasta encontrar un paso favorable. Estos inconvenientes impedían llegar a tiempo a los lugares previstos y producían escasez de provisiones para la subsistencia. Para ir de un lugar a otro se utilizaban senderos y chaquiñanes donde los únicos animales que soportaban los camellones producidos por las lluvias continuas eran los mulares.

Otros problemas Las dificultades ya anotadas no fueron las únicas penalidades que debieron sufrir los geodestas de la II Misión. No solamente en relación con sus personas, sino a los instrumentos insustituibles en esta región. Cerca de Paita les sorprendió un torbellino de arena y en Tulcán una tempestad de grandes proporciones. En tales circunstancias los cuidados que sobre los instrumentos ponían eran más exigentes que los que pretendían para sí mismos. Diferentes enfermedades contrajeron en repetidas ocasiones las personas que formaban el grupo de colaboradores franceses e incluso los militares ecuatorianos. Adquirieron fiebre tifoidea en Guayaquil, disentería generalizada en Riobamba, neumonía en los páramos, fiebre amarilla y bubónica en Paita. En el año 1904 cuando ya estaban extenuados por el trabajo, casi todos sufrieron fiebre, incluso el médico Rivet. En esas circunstancias no es extraño que asolara la fatiga, la ansiedad, la nostalgia y aún las enfermedades entre los miembros de la tripulación, problema que obligó a renovar frecuentemente al personal. El comandante Bourgeois que dirigía la Misión solo alcanzó a estar seis meses en tierras ecuatorianas. La Misión tuvo cinco jefes sucesivos. Un oficial murió en Cuenca a consecuencia de un tumor − 182 −


al hígado. De los seis oficiales elegidos para la Misión, solamente uno, el comandante Perrier, y el médico Rivet trabajaron en terreno durante toda la Misión que duró de 1901 a 1906. Resultados de la II Misión La II Misión Geodésica levantó quince vértices geodésicos que consistieron en prismas de mampostería de un metro de alto y de sesenta centímetros por cada lado del cuadrado, pilares que servían para colocar los instrumentos para las observaciones. La II Misión determinó tres bases para sus cálculos de la cadena meridiana. La primera en el centro de Riobamba, la segunda en la extremidad norte, San Gabriel, y la tercera en el extremo sur, Bibiato. Todo este trayecto requirió de setenta estaciones principales y cuatro suplementarias. Por requerimiento de mayor precisión pasaron a ser 86 estaciones. Con telescopios, con microscopios y astrolabios, relojes astronómicos y cronógrafos midieron un arco más grande que el de los geodésicos de la I Misión. Sus principales trabajos fueron: la medición de un arco de la meridiana terrestre de 5º 53’ 34’’ con 52 estaciones geodésicas de observación y tres estaciones astronómicas. La Misión midió la gravedad de la Tierra en la zona ecuatorial, atracción que resultó ser menor que la encontrada en los polos. Con esta constatación cumplió un objetivo fundamental: «Probar los rasgos de circularidad de la Tierra». Junto con este resultado principal, otros aportes significativos fueron: Las triangulaciones en detalle, las observaciones meteorológicas recolectadas durante mil días, las retroobservaciones magnéticas. Todo esto constituía un buen conjunto de realizaciones que se colocarían en su Informe a la Academia de Ciencias de París. El equipo de la Segunda Misión Geodésica Francesa había contribuido a la profundización, precisión y avance de las mediciones geodési− 183 −


cas dando lugar a que se avanzara en el terreno de la investigación científica, cada vez más especializada e incisiva, ya no solo sobre la corteza superficial, sino sobre la constitución interna de la corteza terrestre, al agregar otros estudios y especificidades del geoide, especialmente en las regiones andinas ecuatoriales por la particular altura que presentan sus montañas. En medio de este conjunto de saberes científicos fue relevante el levantamiento cartográfico en detalle de la región, comprendida entre la frontera con Colombia y la ciudad de Quito, mapa levantado por Perrier con la colaboración de Rivet, el capitán ecuatoriano Giacometti, el sargento Lecomte y el cabo Aubry. La participación de los militares ecuatorianos en los trabajos de la Segunda Misión marcó el inicio de las ciencias geográficas y cartográficas en el país. A partir de esta experiencia se vio la necesidad de crear un ente oficial técnico especializado que se hiciera cargo de aplicar la geodesia al desarrollo científico, técnico y social del país, especialmente en el área de la defensa nacional, pues el Ecuador no tenía información topográfica de los sectores fronterizos. De esa necesidad partió la creación del Servicio Geodésico Militar, hoy Instituto Geográfico Militar.

Como en otras ocasiones, los científicos que visitaron el país no se contentaron solamente con cumplir su encargo específico, sino que aprovecharon su estadía para realizar investigaciones correlativas en el campo de la astronomía, la topografía, la cartografía, la geología y otras de carácter antropológico. Además, recogieron muestras de la variada y abundante fauna y flora ecuatorial que fue enviada a París donde fue clasificada y analizada en los laboratorios especializados de la Academia de Ciencias.

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En la segunda presidencia de Alfaro, el 16 de abril de 1911, se comenzó a levantar frente al Observatorio Astronómico,7 un monumento recordatorio de la titánica tarea científica llevada a cabo por las dos Misiones Geodésicas Francesas. El monumento se inauguró, dos años más tarde (Gobierno de L. Plaza) en conmemoración de un aniversario más de la Revolución francesa. En Ecuador nace el científico Rivet Aunque el doctor Paul Rivet desempeñaba con exactitud la tarea para la cual vino contratado que era la de cuidar la salud del equipo francés y de sus colaboradores, también asistió a los académicos en su cometido científico de precisar las medidas astronómicas que, entre 1735 y 1746, recogiera la I Misión Geodésica Francesa. Rivet también cooperaba con ideas valiosas y alentaba al equipo con su vivacidad y entusiasmo habituales. Paralelamente a toda esa gama de actividades Rivet empezó a reorientar sus actividades profesionales. Empeñó el acervo de conocimientos que poseía, su enorme capacidad de trabajo y su intuición científica para plantearse hipótesis. Pretendió dilucidar en qué estado de desarrollo se encontraba este hombre «primitivo» para lo cual empezó por buscar la relación entre el tamaño del cráneo y el grado de inteligencia. El conocimiento sobre el cuerpo y la fisiología humana como parte de su formación médica le fue de mucha utilidad en la realización de las mediciones antropométricas. Rivet no se alejaba todavía de su visión de hombre occidental convencido de la superioridad del blanco; pero en el fondo de él se sentía humilde frente al otro desconocido en su intrínseco valor.

7

El 26 de mayo de 1892, el presidente Antonio Flores inauguró el Observatorio Astronómico cuya construcción comenzó en 1873 en el Gobierno de García Moreno (Archivo Histórico Metropolitano, periódico El Municipio, 14 de junio de 1890). − 185 −


El conocimiento que acumuló y las reflexiones que provenían de ese nuevo conocimiento dentro de la realidad ecuatoriana, con todas sus sorpresas, limitaciones y contrastes, produjo en Paul Rivet una renovación en su interior que hizo de él un hombre nuevo. Así lo expresaba Claude Lévi-Strauss en una rememoración sobre su colega. Surge el antropólogo Un efecto trascendental de la II Misión Geodésica Francesa en tierras ecuatoriales fue la labor de Paul Rivet que se alistó como médico militar y salió de la Misión transformado en un científico de reconocimiento mundial. Pues, entre uno y otro desplazamiento, Rivet aprovechó para coleccionar las muestras naturales que luego enviaba a los museos de Francia donde serían catalogadas científicamente. Pero sobre todo fueron de trascendental importancia las investigaciones realizadas en el campo de la historia natural y la lingüística correspondiente a las poblaciones autóctonas del Ecuador. Las imágenes, sensaciones y casos que el país le proporcionaba, estimularon en el visitante francés un gran interés por descifrar la realidad que se le ofrecía ante sí. Los padres franceses con quienes se encontró en Riobamba le proporcionaron variada información sobre los grupos indígenas del Ecuador y sus manifestaciones culturales. Don Pedro, en especial, le familiarizó con la historia de esta región que le introdujo en la búsqueda de huellas de los tiempos remotos, un interés por el estudio arqueológico que en el país se había observado eventualmente. Fue Federico González Suárez –un hombre de Iglesia que no solo se destacó por su celo religioso, sino por sus principios de ética inquebrantable– quien emprendió con su acción pionera en la investigación del pasado. González Suárez se ha inscrito con caracteres de prestigio singular en la memoria ecuatoriana como

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un metódico estudioso de la historia y fundador de la historiografía nacional. Fue fundador de la Academia Nacional de Historia y su más ilustre presidente. Con los valiosos aportes brindados por el obispo González Suárez, Rivet se interesó más profundamente en sus investigaciones. Sus largos debates, observaciones y charlas esclarecieron el espíritu investigador de Rivet. En Riobamba, con el padre Pedro y un médico de la región, recorrió cavernas y lugares escondidos que contenían restos fósiles. Su interés por la arqueología y la etnografía creció considerablemente. Don Pedro le obsequió objetos y restos antiguos encontrados en los territorios de la provincia de Chimborazo. Más tarde, varios de los personajes importantes a quienes había atendido en sus requerimientos de salud, correspondían a sus servicios con obsequios arcaicos de singular valor. Entre uno y otro trabajo de campo en las provincias del norte, Rivet visitó varias veces Quito, la tranquila y pequeña ciudad encerrada entre el Pichincha, el Yavirac y el Itchimbía. Rivet, percibió que Quito siendo la capital de la República tenía más movimiento que Riobamba y le pareció que los grupos sociales, siendo igualmente diferenciados parecían compartir mejor el territorio; pero en estricto sentido las oposiciones de clase eran marcadas. Cuando estuvo unas semanas en Quito, entre julio y agosto de 1901, y luego en febrero de 1902, diplomáticos y hombres de gobierno requirieron atención para sí mismos y sus familias. Estas personas no acudían a las casas de salud mantenidas por el Estado. Rivet vio que dichos establecimientos estaban descuidados y adujo al hecho de que la gente de poder, salvo casos urgentes, no utilizaba los hospitales públicos de la localidad. Preferían viajar a Estados Unidos o Europa para curarse y por ello no se interesaban en impulsar el mejoramiento de los servicios estatales. Pudo darse cuenta también de la influencia que tenía la

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Iglesia sobre las creencias y prácticas de salud de la gente más pobre. La institucionalidad religiosa tenía un cierto carácter pernicioso que contribuía a mantener y exacerbar las diferencias de clase. Por sobre esta práctica desigual, aceptada y fortalecida diariamente, Rivet atendió a los enfermos con espíritu democrático y profesionalismo. Adquirió tal reputación, tanto por sus conocimientos como por su simpatía y trato, que las autoridades llegaron a ofrecerle una cátedra en la Escuela de Medicina para que se quedara en el país, ofrecimiento que Rivet no aceptó. Los importantes amigos que había hecho nutrían con su conversación y sus obsequios la curiosidad científica del médico visitante. Lo que para Rivet eran muestras culturales relevantes, para los ecuatorianos eran curiosidades simpáticas y gratificaban al amigo, sin ningún problema, con objetos arqueológicos y patrimoniales. El ministro de Educación le regaló una tsantsa, y el ministro Guerra una colección etnográfica de Cuenca, una momia y dos cráneos de hombres primitivos, preciosos objetos que se juntaron a los otros dos cráneos ya obtenidos, un diente de mastodonte y un pie de hombre. Su visión de las relaciones culturales y de los objetos arqueológicos obtenidos graciosamente despertaron el afán inquisitivo de Rivet en el campo de la antropología y la etnología. Con estos artefactos emprendió su estudio con mayor profundidad. Con la ayuda de los Padres Redentoristas y de las Hermanas de la Caridad que mantenían un dispensario se le facilitó el acceso a los indígenas de Riobamba. Comenzó por hacerles mediciones antropométricas y encontrar las características físicas que les particularizaban. Privilegió el estudio del desarrollo social y cultural de las poblaciones amerindias con un determinado físico. En Riobamba estudió las medidas antropométricas tanto sobre los vivientes como sobre las osamentas descubiertas dentro de las tumbas. Pasado y − 188 −


presente, un trabajo lento y minucioso, para el cual se valió del protocolo elaborado por el célebre profesor Paul Broca, fundador de la Sociedad de Antropología de París, en 1859. Para realizar las seiscientas mediciones antropométricas en Riobamba pudo contar con la colaboración de curas, monjas y médicos que atendían en el dispensario. Hay que anotar, además que, gracias a su sociabilidad, Rivet se ganó la simpatía de los indios, quienes permitían que Rivet recogiera también el vocabulario que utilizaban, muestras lingüísticas a través de las cuales se interesaba en estudiar la procedencia de estas poblaciones. En Riobamba, con el padre Pedro, recorrió cavernas y lugares escondidos donde reposaban restos fósiles y se familiarizó con los huaqueros, individuos que eran expertos en el arte de la excavación dedicados a encontrar tesoros y reliquias. También obtuvo en Carchi una magnífica colección de objetos de cerámica precolombina de gran calidad estética y diversidad. Rivet tenía muestras recogidas en tres provincias de la sierra norte (Carchi, Imbabura y Pichincha). También había recogido objetos y algunos datos sobre los jíbaros del Oriente a quienes había contactado en los mercados de Quito. No tenía ninguna muestra sobre alguna población indígena de la Costa. Su expectativa estaba centrada en los indígenas del pie de monte occidental. En busca de un punto de triangulación del meridiano, en agosto de 1903 Rivet visitó el país colorado (de los tsáchilas). Estaba vivamente interesado en acercarse al conocimiento de su original cultura. Este anhelo lo pudo realizar cuando le enviaron a encontrar un punto de triangulación del meridiano en las estribaciones de la cordillera de los Andes. Con el apoyo del profesor francés y hacendado de Santo Domingo de los Colorados, M. Giacometti, permaneció varias semanas indagando las costumbres, las creencias y mitos, las prácticas culinarias, curativas y el lenguaje de los colorados. − 189 −


Antes de Rivet, Otto von Buchwald en 1897 había recogido muestras de la lengua tsáchila. Hizo 35 mediciones antropológicas completas de indios e indias de diferentes edades, desde niños hasta personas ancianas, y también realizó tres excavaciones para recoger restos humanos. En su afán de coleccionista febril novato cometió algunos errores de procedimiento (como sacar osamentas de cadáveres enterrados hace poco tiempo). Estas colecciones, que Rivet mandó al Museo Natural de Francia, fueron estudiadas por los especialistas y sus comentarios publicados en revistas de prestigio. Las primeras reflexiones de Rivet pretendían crear un corpus teórico sobre la raza indiana, acervo que se incrementó con los hallazgos hechos más tarde por él mismo en la cuenca del Jubones. En el país colorado también coleccionó muchas muestras botánicas y zoológicas. En el campo de la historia natural acumuló 160 especies de pájaros y al menos una centena de plantas. Muchos de sus hallazgos fueron inéditos. En el mundo científico se les bautizó con el patronímico: riveti. Se cuentan 9 especies de insectos, 10 de moluscos, 11 de peces, 12 de aves, 1 de reptil, 1 de batracio, y 1 de mamífero8. En Santo Domingo recogió ciento sesenta especies de pájaros y al menos una centena de plantas. Igualmente empezó a formar un fichero lingüístico de elocuciones y otro de manifestaciones culturales del pueblo colorado,9 hoy reconocido con su nombre ancestral: tsáchila. 8

Dr. Luis A. León, «Contribución del Dr. Paul Rivet al conocimiento científico de la República del Ecuador, colaboración enviada al XXXI Congreso Internacional de Americanistas», publicado en Miscellaneam PAUL RIVET Octogenario Dicata, Universidad Autónoma de México, 1958. Reproducido en el Boletín de Informaciones Científicas Nacionales, N.º 76, pp. 681-706, Edit. CCE, Quito, 1956. 9

Se atribuyó el sobrenombre de colorado por la costumbre de teñir su cuerpo con un menjurje de achiote, una práctica medicinal que resultó eficaz para combatir el virus de la viruela, enfermedad, introducida por los españoles, que estaba diezmando a la población tsáchila. − 190 −


En la zona de los tsáchilas, volvió a sorprenderse del grado de alcoholismo practicado por los indios, uso nocivo que esta vez incluía a mujeres y niños, lo que pareció que estaba ocasionando un grado de degradación humana visible. Pudo observar que esta afición a la bebida era intencionalmente provocada por el hacendado quien, a través de esa táctica, les manejaba más fácilmente de acuerdo con sus intereses. Esta fue una primera explicación de Rivet sobre la aniquilación de la raza indiana, un problema que le había llamado la atención desde los primeros días de su inserción en el Ecuador y que era generalizado en las diversas provincias el país. Más adelante pudo determinar que solamente los indios orientales, que no habían permitido el asentamiento de los colonizadores, se habían librado de esa otra forma de esclavitud que era el endeudamiento con los patrones o dueños de las tierras. Cristine Lauriere, que estudió durante diez años la obra de Rivet, se impresionó hondamente al encontrar un poema inédito de Rivet en torno al personaje de referencia, de nombre Santiago Guamán. Este hallazgo le permitió comprender a la investigadora la profundidad del impacto y del afecto que Rivet sintió por los indígenas ecuatorianos: Santiago Guamán un indio viejo ha cometido una falta muy grave: en la quietud de… Su buey… ha pastado sin permiso durante toda una noche la hierba del prado del patrón. Encerrado cuatro horas en un cuchitril sombrío, los dos pies amarrados con una armazón de hierro. Echado sobre el suelo húmedo y frío el anciano… no puede extender sus miembros encogidos.

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Contra el muro, su mujer y su hija acuclilladas le esperan. La indígena suerte… Él va a donde el hombre blanco y le besa las manos. Él dice: Gracias patrón, pero sus ojos cubiertos por una especie de velo miran en el lejano horizonte la desgracia sin llanto de las razas vencidas.

Paul Rivet y González Suárez Paul Rivet conoció a González Suárez cuando este ejercía su obispado en Ibarra. Quedó muy impresionado del saber y la sencillez del obispo quien le prestó sus libros, le participó sus métodos de excavación arqueológica, le ofreció listas del vocabulario indígena recogido en Imbabura y el Azuay y le hizo conocer su colección osteológica y arqueológica. No se sabe con certeza sobre si esta colección fue adquirida más tarde por el Museo del Hombre. De acuerdo con el tema que se planteaban los americanistas de finales del siglo XIX y principios del XX, el naciente científico Rivet pretendía establecer los tipos raciales primitivos puros que habrían constituido las primeras poblaciones precolombinas que habitaron en el Ecuador y definir los flujos migratorios. Quería dilucidar si tuvieron una sola procedencia o múltiples orígenes.

Estos resultados no se obtendrían solamente a través de las mediciones antropológicas. Era indispensable hacer las investigaciones etnográficas necesarias y las comparaciones lingüísticas pertinentes. Lo hizo el mismo Rivet y su equipo, en los años subsiguientes. Rivet veía en esta obstinada búsqueda de restos ancestrales una necesidad de preservación y valoración de las culturas antiguas

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y una donación para la ciencia que se podría desarrollar a partir de los análisis y estudios más profundos a que dieran lugar los tesoros encontrados, asuntos pendientes de la ciencia. Puesto que las repúblicas hispanoamericanas no habían mostrado ningún interés específico en su cuidado ni estimación, Rivet, como otros americanistas de la época, pretendió salvar (lejos de su territorio original) la riqueza excepcional en cerámica, piedra y metal y otros materiales dejada por los antiguos pobladores del continente americano y mostrarla al mundo. Las 1318 piezas extraídas por Rivet se pueden visualizar a través del catálogo en línea10. Al momento, unos pocos objetos arqueológicos coleccionados por Rivet se encuentran visibles en las estanterías del Museo del Hombre en París. La mayoría de objetos están en las bóvedas del Palacio de Chaillot accesibles solo a unos pocos especialistas. Unas pocas piezas, no más de tres, pueden ser observados en el Museo de Quai Branly en medio de una variedad alucinante de muestras de todos los continentes. La visita a Cuenca Después de permanecer cuatro años en el norte del país, un año en los arenales de Piura y en los páramos del Portete, llevando a cabo las mediciones que se debían realizar en el Ecuador, la Misión Francesa arribó a Cuenca en diciembre de 1905. Como era habitual, la capa alta de la sociedad recibía con entusiasmo las visitas de extranjeros que siempre traían novedades y cambiaban el color de la vida cotidiana, apenas matizada con una que otra novelería que se acostumbraba según el calendario religioso u oficial del país. Entre estas fun10

Catherine Lara en Tesoros de la Arqueología ecuatoriana a orillas del Sena, 12 de febrero de 2011, http://arqueología–diplomacia–ecuador.blogsopt.com

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damentales novelerías de Cuenca estaban las de los Pases del Niño, el Jubileo, la Semana Santa, el Día de las Cruces, la Procesión de la Morenica, y también sobre dos fiestas profanas especiales: 1) El Carnaval que se jugaba con cascarones, talco y serpentinas, y una comilona de tres días de motepata (sopa de mote y cerdo) y una deliciosa variedad de dulces hechos, en su mayoría, de frutas del lugar llevadas a cocción y alimentadas con azúcar. Los cascarones se preparaban con cáscaras de huevo rellenas de agua con anilinas y cerradas con cera. 2) La quema del Año Viejo, representado por un muñeco de trapo que se exhibía toda una tarde en una esquina o en la puerta de una casa y se le quemaba a la medianoche del 31 de diciembre, entre gritos, risa, cantos y aún lloros. A principios del siglo XX, Cuenca, enmarcada en un paisaje encantador, risueño y tranquilo, era una ciudad silenciosa. Aunque las puertas de los contados almacenes y pulperías estaban abiertas había escasa gente en la calle. La ciudad a la que llegaba la II Misión Francesa era una ciudad taciturna. Los portales y veredas estaban hechos con piedra andesita, pero la mayoría de las calles eran de tierra. La Municipalidad cuidaba el mantenimiento del aseo y la corrida de las aguas de lluvia y contaba con un cuerpo de vigilancia para cuidar la seguridad de las personas y otro adicional para vigilar las diecinueve noches oscuras, de cada mes. No tenía luz eléctrica, agua potable, ni alcantarillado. Por la noche, las velas o lámparas de querosene en las casas de los ricos, y los mecheros en la casa de los pobres, iluminaban tenuemente las habitaciones. Con los impuestos que pagaban los pobladores se incentivaba la educación de una buena parte de los niños y las niñas y se ofrecían otros servicios para la población.

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En la plaza central de la ciudad se erguía una columna de bronce que representaba al Héroe Niño, Abdón Calderón, héroe de la Batalla de Pichincha, evento de armas con el que se selló la independencia del país y el fin de la era colonial. En una de las esquinas de la plaza se empezaba a construir la Catedral Nueva de Cuenca. Los demás edificios de gobierno eran sencillos y contaban con uno o dos pisos. Las calles eran rectas y albergaban casas con algún patio o jardín. Aquí introduzco una aclaración: a los franceses recién llegados les habrá impresionado favorablemente las suaves colinas de un verde oscuro cerrando el horizonte, el sonoro Tomebamba que corría entre puente y puente y bajo un cielo diáfano, la inmensa llanura del ejido sembrada de granjas y quintas rodeadas de flores, de árboles y huertos donde se alzaban capulíes, nogales y agaves (lo dice así Manuel J. Calle, el escritor renegado que dejó Cuenca y se quedó a vivir en Guayaquil). La primera planta eléctrica lo hizo instalar Remigio Crespo Toral en su quinta de El Batán, el 10 de agosto de 1914. Al año siguiente llegó la maquinaria de la planta eléctrica desde Huigra hasta Cuenca transportada en los hombros de los indios de las haciendas. Su propietario era Mr. Torrens y su mentor, el gobernador Abelardo Andrade. Dio servicio a la ciudad hasta después de la administración del presidente Galo Plaza. La planta de Monay, levantada por iniciativa del empresario Roberto Crespo Ordóñez Lazo, empezó a funcionar desde 1924. Ingresar al convento era una opción alentada en las jóvenes para evitar las tentaciones, renunciar al demonio y a la carne (y aligerar a la familia la carga de la alimentación). En medio de la rigidez conventual, algunas monjas pudieron dejar salir eventualmente su talento literario. En la ciudad no había vida cultural pública. Las veladas se daban casa adentro. Por esa ausencia, el establecimiento

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de la Fiesta de la Lira (1919) fue un acontecimiento que permitió la libre expresión de su poesía a numerosos vates morlacos. En los primeros festivales no se presentó ninguna mujer. Ramona Cordero y León, más conocida por su seudónimo Mary Corylé, que ya era una escritora con larga trayectoria, lo hizo apenas en 1931, a su regreso a Cuenca, pues sus primeros poemas románticos escandalizaron tanto a la gente cuencana que prefirió huir de la ciudad para evitar los comentarios nocivos que se esparcían sobre su trabajo creativo. La ruptura de esa monotonía se podía encontrar en la casa de Hortensia Mata. No en cuanto al rezo porque casi toda la gente cuencana era creyente y devota de algún santo o advocación mariana y ferviente adoradora del Santísimo Sacramento. Tan católica era Hortensia Mata que tenía un oratorio privado permitido por el papa, como solo Florencia Astudillo, benefactora de las comunidades religiosas, lo había logrado. Las casas de doña Hortensia se salían de lo común porque había introducido muchos adelantos y comodidades en el diario vivir, como producto de su riqueza, su buen gusto y sus viajes al exterior. Como era habitual, la capa alta de la sociedad recibió con entusiasmo las visitas de los extranjeros que siempre traían novedades y cambiaban el color de la vida cotidiana. Desde la venida de la I Misión Geodésica en 1736 y, sobre todo, desde la época garciana y la influencia de Hortensia Mata, la pequeña élite cuencana vivía ya una época de afrancesamiento tanto en el estilo de las construcciones, en el modelo educativo, en el gusto literario y en los refinamientos sociales. La llegada de los miembros de la II Misión constituyó un motivo de gran entusiasmo. Los científicos fueron invitados a un banquete de honor en la residencia de Hortensia Mata. Sabedores de que se trataba de la persona más rica y poderosa de la región, el grupo de los académicos acudió vestido como para una recepción real: de estricto frac y guantes blancos. Después de haber disfrutado co− 196 −


mida y bebida de su patria salieron impresionados por la exquisitez del trato que habían disfrutado a la usanza más estricta de Francia. Su patria estaba en Ecuador y brillaba en la mansión de la familia Ordóñez Mata. Se sintieron en casa. Conocieron en tal ocasión a los representantes de la intelectualidad y el poder de la sociedad cuencana. No era una reunión familiar, sino una reunión social a nivel de acto protocolario entre una ciudad y un país: Cuenca y Francia. Habría otras ocasiones para que los ilustres visitantes volvieran a la casa de Hortensia. En esta oportunidad sus hijos no estaban y menos su nuera, mujer que podía magnetizar con su hermosura, estaba interdicta y no podía aparecer entre las personas invitadas. En la morlaquía, el interés por el médico francés fue igual que en las otras ciudades ecuatorianas que Rivet había visitado. Algunas personas solicitaron su atención –en ese entonces el médico iba a ver a la persona enferma– y quedaban satisfechas por el trato amable y la fórmula precisa para curar su mal, receta que casi siempre era simple y barata, incluso con productos de la medicina andina. Federico Malo introdujo en Cuenca, año 1922, el primer automóvil, conducido por su cuñado, Leoncio Andrade, quien obtuvo en Guayaquil el primer brevete de chofer profesional. El ingreso del vehículo en las Fiestas del Centenario de la Independencia de Cuenca causó revuelo en la ciudad, y el arribo de Elia Luit en el primer avión biplano Telégrafo I, que rasgaba el cielo límpido y tranquilo de Cuenca y aterrizaba en los campos de Jericó en El Salado fueron signos que anunciaban el cambio de los tiempos. De tal manera que la comunicación con Rivet fue fluida y generó una admiración y aprecio mutuos. Rivet se convirtió en un amigo de la familia. Trascendencia científica de Rivet. Cuenca, 1905 Después de cuatro años de permanecer en el norte del país y en los páramos del Portete ejecutando las mediciones que debían realizar− 197 −


se en el Ecuador, la Misión Francesa arribó a Cuenca en octubre de 1905. Rivet dos meses después. Como hemos dicho antes, en el Ecuador Paul Rivet realizó una intensa actividad arqueológica. Al llegar a Cuenca, el científico Paul Rivet no perdió tiempo. Ya había recogido, en 1904, 78 cráneos en la cuenca del Jubones. En la ciudad buscó contactos que le facilitaran el acceso a los grupos indígenas más peculiares. Fue hasta Quingeo, Sígsig, Chordeleg, Bulgón Chico y Bulgón Grande. En el Azuay realizó al menos setenta excavaciones. Gracias al apoyo del doctor Cousin, médico francés asentado en Quito, pudo contactar con indígenas orientales conocidos como jíbaros (selváticos para los españoles), a quienes había visto por primera vez en el mercado de Quito. Desde Cuenca pensaba dirigirse al Oriente para recoger muestras etnográficas. Esperó varios meses la ansiada posibilidad de realizar esta expedición misma que, lamentablemente, no se llevó a efecto. No obstante, contactó con varias personas que podían darle la información que buscaba, entre las cuales estaban algunos comerciantes que tenían frecuente relación con los pobladores orientales. Estos individuos escribieron para él sus versiones sobre las costumbres de los jíbaros y le consiguieron algunos instrumentos de uso común como lanzas, trajes de plumas, vasijas y otros. Rivet declaró años más tarde que los jíbaros eran los indios más inteligentes que había conocido en América del Sur porque se habían dado cuenta del objetivo que perseguían los blancos y comprendiendo perfectamente sus intenciones, se habían opuesto valientemente al ingreso de los españoles a sus tierras y a la destrucción de su cultura. Según Rivet, los jíbaros, hoy conocidos con su denominación propia de shuar, eran amantes de su libertad y rechazaban los intentos de asimilación a la cultura traída por los blancos. Rivet los describió como personas con los ojos vivos, la mirada audaz, la cara − 198 −


expresiva, el gesto animado, la palabra fácil y segura. Se congratuló de su estado de autonomía frente a la dominación brutal que ejercieron los ibéricos sobre los indios serranos. La actividad científica, incansable y frenética de Rivet dio lugar a decenas de artículos sobre las culturas ancestrales del Ecuador. Paul Rivet mandó con cierta regularidad a Francia estudios y comentarios sobre los restos arqueológicos coleccionados y sobre las investigaciones lingüísticas que realizaba en el país. Durante el tiempo que estuvo la Misión en el Ecuador, Rivet dio un vuelco a su actividad profesional. Impactado por los hallazgos arqueológicos y antropológicos que obtuvo a la par de su trabajo geodésico en el Ecuador, el joven francés al regresar a París, se dedicó al estudio de la antropología cultural y particularmente al de la etnografía. A partir de sus prolíficas investigaciones iniciadas en el Ecuador y continuadas en otros países americanos. Rivet fundó el Museo del Hombre en la capital francesa, institución que se constituyó en un laboratorio de investigaciones antropológicas, con proyección mundial. Dejando de lado la antropología física se dedicó por entero a la antropología cultural. Creó una nueva ciencia la etnología y con ese hallazgo epistemológico entró por la puerta grande a la ciencia mundial del siglo XX. Según el doctor Max Muller: en el Ecuador en cien años de independencia para estudiar a los pueblos antiguos solo existían las lenguas, los tipos somáticos y las costumbres. No se contaba o no se acudía a fuentes fidedignas. Es lo que afirmaba sobre el desarrollo de la Prehistoria ecuatoriana en los primeros cien años de la república. A falta de datos precisos brotaban las fábulas y cuentos, una serie de invenciones en reemplazo de los hechos verdaderos. Uno de los más señalados en este arte de fabulación fue el jesuita Juan de Velasco con su imaginativa Historia del Reino de Quito. Él reunió un conjunto de versiones y narraciones sobre la historia natural sin ningún testimonio fidedigno y posiblemente fueron versiones ya deforma− 199 −


das por la transmisión oral, informaciones que luego no han podido ser comprobadas por ninguno medio. La versión velasquiana fue retomada por Pedro Fermín Cevallos en su Resumen de la Historia del Ecuador y era casi la única fuente de saber histórico para las nuevas generaciones. A inicios del XIX, se destacaban los estudios arqueológicos de González Suárez. El ecuatoriano González Suárez inició otro tipo de investigación a partir de la observación y análisis de las piezas incaicas que habían perdurado en el territorio. Por esa ruta trajinaron otros estudiosos interesados en la observación de restos arqueológicos. El eclesiástico González Suárez, cuando en su juventud residía en Cuenca como presbítero, fue invitado por Luis Cordero y por Julio Matovelle a recorrer sitios de la antigua ciudad inca Tomebamba y con su tradicional respeto de investigador expresó: «Para mí los indios son sagrados». El sacerdote Matovelle estudió tribus indígenas por más de veinte años. González Suárez se interesó en analizar los fragmentos históricos que se habían conservado en cuevas y terrenos inexplotados, restos sobre los que inició un apasionado y valioso estudio crítico de las culturas nacionales desvalorizadas hasta entonces. Al mismo tiempo, incorporó un análisis filológico de la lengua indígena y empezó a estudiar con más detenimiento los cráneos como rastros antropológicos, datos mencionados en su obra Juan de Velasco, Historia del Reino de Quito publicada entre 1842 y 1847. González Suárez asignó a la historia un valor pedagógico. Él estaba convencido que el análisis minucioso de la crítica histórica debía servir para depurar la verdad. En 1890 también propuso en sus escritos la creación de un museo nacional para rescatar, custodiar, estudiar y difundir los rasgos de las culturas nacionales prehispánicas. González Suárez predicó para la posteridad el plusvalor de la observación propia sobre las noticias difundidas sin rastros de constatación. − 200 −


González Suárez conoció a Paul Rivet cuando este joven investigador desarrollaba sus labores dentro de la II Misión Geodésica. El ilustre hombre de Iglesia encontró en Rivet un hombre sincero y un prospecto científico recomendable. No tuvo reparos en enseñarle las técnicas de excavación, de exploración y observación de los restos arqueológicos que se encuentran bajo o sobre la tierra. Rivet, que aprendió con González Suárez, es ahora más conocido en el Ecuador por sus grandes éxitos en el campo de la prehistoria nacional, que como profesional de la segunda expedición científica geodésica. A Rivet se le debe la clasificación de las lenguas antiguas más importantes. Historiadores ecuatorianos, como Jacinto Jijón y Carlos Larrea, deben el desarrollo de su vocación en gran parte a González Suárez y a Rivet. Los hallazgos hechos a partir del trabajo de estos historiadores en Quito y sus alrededores y de otros, como los de Max Uhle en Tomebamba, son importantes para valorar el prestigio y la influencia de las culturas cañari, puruhá en el desarrollo de gran parte de las poblaciones a lo largo de Sudamérica hasta Argentina. Colecciones de antigüedades, artefactos de piedra o metal extraídas en el siglo XIX de suelo ecuatoriano reposan en los museos de Leipzig y Bruselas. Después de tres décadas de estudio, ya en su país, Rivet afirmaba que no se puede negar la existencia de pueblos lamentablemente atrasados y la de otros de un maravilloso adelanto, puesto que las diferencias saltaban a la vista. Enfatizó que la cuestión no está en señalar su estado de desarrollo y autonomía sino en averiguar si todos los hombres de la tierra, a pesar de su color y aún de la forma de su cabeza, tienen o no el mismo potencial de desarrollo cultural y de habilidad física para conseguir adelantos en el campo de la materialidad. Hoy Paul Rivet es valorado en el mundo académico por su pasión por la etnología y su vehemencia humanista. En todos los cam− 201 −


pos en que incursionó desplegó inteligencia excepcional y pasión desbordante, por todo lo cual, junto a Einstein, Huxley, Marconi y otros personajes mundiales, se le incluyó entre los diez pensadores más influyentes del siglo XX. Rivet en su misión de médico En conocimiento de que dentro de la II Misión había un médico, algunas personas aquejadas de dolencias fuertes, imprevistas, o de larga data, solicitaron su atención profesional. Como ya hemos señalado antes hasta mediados del siglo XX el médico iba a ver al enfermo y quedaban satisfechas por el trato amable y la fórmula precisa para curar su mal, receta que casi siempre era simple y barata. En la morlaquía la solicitud por el médico francés fue igual que en las otras ciudades ecuatorianas a las que Rivet había visitado. Le impresionó la ciudad de Cuenca por la amabilidad de los vecinos llámense blancos, mestizos o indios. Los primeros no eran más que un 8 % de la población, tenían gran tradición española y conservaban rasgos fenotípicos de los hispanos y cierta arrogancia por su origen. A partir del estilo de las construcciones, Rivet apuntaría más tarde que Cuenca era la capital andaluza y extremeña sudamericana, aunque su predilección por los caballos provenía de sus orígenes gallegos. Cuenca era una ciudad tranquila, amante del paisaje, laboriosa y orgullosa de sus bienes. Los mestizos en cambio demostraban cierta vergüenza por sus ancestros aborígenes, situación de la que dependía su falta de recursos y su carencia de educación, a la que solamente accedían los descendientes de los conquistadores quienes eran los nuevos dueños de las tierras americanas. De tal manera que la comunicación con Rivet fue fluida y generó una admiración y aprecio mutuos. Rivet se convirtió en un amigo de la familia. Más adelante llegaron a hablar de negocios. Rivet estaba impresionado por la artesanía cuencana, en especial − 202 −


por el sombrero tejido con paja toquilla, descubrimiento sobre el cual publicó un estudio. Malo ya había iniciado contactos con casas comerciales francesas que se interesaban en este producto y por ello contar con un francés tan eficiente como Rivet le despertó un gran entusiasmo por la posible alianza. Rivet en principio mostró simpatía por el negocio de los sombreros, pero la ciencia le ganó y cuando regresó a Francia se olvidó por completo de sus simpatías mercantiles. Esta versión puede ser enriquecida por una carta de Malo del 5 agosto de 1906 dirigida desde la hacienda Santa Elena en Chaullabamba, una parcialidad cercana a Cuenca y hoy ya parte de ella, detalla las condiciones en que se llevará a cabo la coparticipación mercantil con utilidades entre el 40 y 80 % de ganancia. … Para cuando llegue el momento espero que Ud. me diga si sería de la conveniencia y del agrado de usted ocuparse en una sociedad conmigo, para las operaciones que podamos hacer en Francia, mediante la influencia, la cooperación y la intervención de Ud. –capitales a; por mi parte, todo el trabajo de compra y expedición; por la de usted, todo el de recepción y venta. Utilidades a medias. Confianza recíproca y mutua.

El encuentro En una de esas visitas a la casa de Federico Malo y Leticia Andrade. Rivet coincidió con Mercedes, cuñada de Malo, quien visitaba a su hermana. Mercedes era madre de tres hijos entre los 12 y los 15 años de edad. La habían casado a los 15 años con un hombre mucho mayor. Era una mujer muy admirada por su extraordinaria belleza, gracia y gentileza. Estaba separada de su marido debido a largos conflictos matrimoniales, pero amaba la vida y no guardaba rencores. Vivía en una de las casonas de Hortensia, en la esquina del parque principal, junto al Capítulo Diocesano. − 203 −


Mercedes requirió la atención del médico para curar una constipación que sufría en los últimos días. El médico le revisó el vientre porque para los franceses la constipación era una molestia intestinal. No cabe duda que fue la primera vez que Rivet tuvo ante sus ojos el esplendor y la atracción femenina en su plenitud. Igualmente, Mercedes se sintió un ser humano respetable desde la palabra afable del doctor. A pesar de su trato discreto y sobrio, Rivet se quedó impactado ante la presencia de la joven mujer y no lo pudo ocultar. Esa misma noche escribió a su amigo Anthony: «He conocido a una mujer muy bella que me ha trastornado el ánimo…». Para entonces, P. Rivet tenía treinta años y Mercedes veinte y nueve. Él era un joven de facciones finas y penetrantes ojos azules, de rostro limpio y terso que abrigaba una sonrisa enigmática, aunque era cordial y abierto en su conversación. Ella era por excelencia la hermosura y la seducción originarias. Al momento de la consulta médica, cuando el sabio le cogió la mano, Mercedes sintió una corriente vibratoria que la sacudió íntegramente. Y conmovida… estremecida, mientras en silencio le miraba directamente… dijo para sus adentros: «Este hombre ha llegado para salvarme. De él no me voy a separar nunca». Después de ese día, en Mercedes se produjo el milagro de la resurrección. Mercedes y Paul eran jóvenes. Se enamoraron con frenesí, con aquel ímpetu que genera episodios únicos de valentía, de desafío a todos los peligros, incluso a la muerte. Volvieron a verse en la casa de Malo una y otra vez, y después nadie sabe dónde. Lo cierto es que nadie, más allá de Federico y Leticia, su mujer, suponían la tormenta que se avecinaba. Mientras tanto, entre Mercedes Andrade y Paul Rivet la aventura afectiva continuaba in crescendo. Al cabo de seis meses de verse a escondidas, de hablarse con evasivas, de acercarse sin permisión, − 204 −


de soñarse y desearse mutuamente, el hechizo era inquebrantable. Hicieron un trato tan escrupuloso y secreto que parecía imposible prever el acontecimiento en sus implicaciones ni medir sus consecuencias. Se trataba de un acto de rebeldía y de heroísmo, de una batalla espiritual ante la cual solo cabía una forma de gloria: subvertir la vida, experimentar el amor con todas sus alegorías presentes y futuras. Mercedes era de una belleza excepcional. No solo era su rostro de completa armonía y su cuerpo de proporciones perfectas, sino su magnetismo personal, su don de gentes. Todos quienes la recordaban aludían a su imagen. Era tan bella. En Cuenca, donde las mujeres bonitas abundaban, faltaban epítetos para referirse al deslumbramiento que producía la Michita con sus casi treinta años, señora con sortija de matrimonio y largos vestidos que la cubrían del cuello a los pies. Hoy, segunda década del siglo XXI, todavía se cuentan escenas sobre su singular presencia. Hay varias personas que se refieren a un simple acontecimiento. Por las gradas del portal de la Gobernación subía un apuesto militar de alto rango, y viendo llegar con sincronizado paso y simpatía connatural a la esbelta Mercedes, el general se sacó su gorra militar y dobló la rodilla como si cobrara vida aquella imagen femenina que en suprema perfección representa a la Patria. Otra escena se refiere a un estudiante universitario que venía despreocupado por la calle, al doblar la esquina creyó ver la egregia figura de Afrodita, incapaz de procesar el hecho, se desmayó. Mercedes llamó la atención de un caballero para que atendiera al joven desmayado en plena calle Bolívar y siguió caminando algo desconcertada. No era la primera vez que algo parecido presenciaban sus ojos. Gente que se tropezaba por mirarla o que, frente a ella, se olvidaba lo que iba a decir. ¿No fue algo así lo que le pasó al científico visitante? − 205 −


Pero esta vez la delectación fue mutua. A pesar de su trato discreto y sobrio, Rivet se quedó impactado frente a la presencia de la joven mujer y no lo pudo ocultar. Su estadía en el Ecuador entre 1901 y 1906 le fue múltiplemente importante: se supo un hombre capaz de relacionarse con las demás personas de cualquier origen social bajo signos de respeto y amabilidad. Se produjo, según dijo Claude Lévi-Strauss, una revolución interior que le impulsó a enrumbar su inteligencia y esfuerzo hacia el conocimiento de las colectividades humanas cuyo estudio a profundidad le llevó a fundar una nueva rama de la ciencia social: la etnología,11 y en el plano personal a conquistar a la mujer de su vida12. Aparentó sorpresa cuando le contaron que Mercedes Andrade, la esposa de Ordóñez, la nuera de Hortensia Mata, la hermosísima señora que vivía en la esquina del parque principal, junto al cabildo, la señora que tenía tres hijos varones entre los 15 y los 12 años… había desaparecido. Rivet siguió con naturalidad los preparativos de su regreso a Francia, poniendo en orden los papeles y despidiéndose de las amistades que había hecho en Cuenca. Mientras tanto, doña Hortensia Mata discretamente ordenaba el seguimiento de la prófuga. En las casas de los parientes, en las quintas y haciendas, en los conventos… No encontró ninguna señal, ninguna pista… Estaba herida en lo más profundo de su orgullo y de su compromiso cristiano. Eso no podían hacerle a ella. Doña Hortensia contrató personas especializadas para que buscaran el rastro de Mercedes y la trajeran de vuelta al hogar. Llegó al fin a enterarse

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Las descripciones anteriores de viajeros y exploradores sobre habitantes de tierras ignotas que se hacían antes de Rivet, pueden considerarse apuntes de aventura y turismo, no estudios etnológicos propiamente dichos. 12

Es una frase común que se lee en las referencias sobre Cuenca y Rivet. − 206 −


que Mercedes, disfrazada de monja de La Caridad (dicen unos), con hábitos del Buen Pastor (dicen otros), y acompañada de dos arrieros, había atravesado algunos días atrás muy de madrugada el páramo del Cajas, infinitamente frío, infinitamente desolado. El del Cajas era un camino fragoso, lleno de obstáculos, intransitable en época de lluvias, por eso se lo cerraba siete u ocho meses al año. Mercedes había ido por ahí lo que a todos les parecía imposible. Pero era la verdad. Por ahí huía Mercedes. El extraño paisaje que alberga, una tras otra, grandes lagunas como jamás ella había imaginado, pasaba por su retina mientras procuraba cubrirse del furioso viento y la llovizna constante. Debía descansar un momento por la noche y avanzar. El camino ascendía a una gran altura. Después de mucho transitar en mula, arropada con cobijas y tomando agua de toronjil, la mula empezó a descender entre pequeños y raquíticos arbustos de flores acongojadas que resistían al insistente viento. Nadie lo podía imaginar. Nadie lo podía aceptar. Hortensia Mata entendió que esta loca aventura estaba planeada minuciosa e inteligentemente. Intuyó que, en la huida de su nuera, hubo algunos encubridores de alto rango y agentes bien pagados que no soltaban sílaba precisa. Las monjas podrían haberle prestado los hábitos… ¿O mandaron a confeccionar unos como si fueran para donar al convento?... Alguien conocedor contrató los mulares. … Mercedes saldría a la madrugada acompañada de dos arrieros que sostuvieran la bestia a través del largo viaje que demoraba diez días desde que se tomaba la vía de Sayausí, pasando por Surocucho, comienzo de una travesía de vientos y heladas… bordeando las lagunas del Cajas donde se multiplicaban los pájaros y las orquídeas de aire libre, un paisaje fascinante que seguramente habría maravillado a Rivet. … Después atravesaría, entre farallones de rocas húmedas, continuaría el camino en medio de campos desolados cubiertos de − 207 −


trecho en trecho con bosques primitivos, hasta llegar al tambo de Quinuas. … Pasaría la noche en un rincón, lejos de los arrieros que evitaban la mirada de los ensombrerados pasajeros que cabeceaban más allá, vencidos por el sueño reparador. La improvisada monja y sus acompañantes, conocidos arrieros de Malo, prefirieron refugiarse en una cueva cercana, que probablemente era un refugio de los contrabandistas o perseguidos políticos que se escondían de la justicia. … Con el rayar del alba continuaría la caminata rodeada de un silencio atemorizador que se disipaba un poco con la imagen de las tranquilas lagunas, la carrera apresurada de algún roedor que huía de la cercanía de los intrusos o el sonido rítmico de los arroyos cristalinos que bajaban entre los pajonales. … El camino seguía siendo lento y difícil hasta llegar al punto más alto de la cordillera antes de empezar a bajar por el pedregoso sendero que permite al final avistar Molleturo donde una rústica cabaña señalaba la posible presencia de un cura párroco que podría conceder posada a los peregrinos. Pero en el caso de Mercedes, disfrazada de monja, no convenía someterse a un interrogatorio. Sí, en esta capilla se hospedó el mismo García Moreno, en el único viaje que hizo a Cuenca. Se dice que el cura manifestó al intempestivo huésped que llegó a su pobre casa conventual, la angustia que tenía frente a su infeliz carencia de toda comodidad y la anunciada visita del primer mandatario. Sufría enormemente el cura al pensar que García Moreno lo mandaría a matar por no haberle atendido a la altura del rango de «Su Excelencia». El cura no sabía que estaba haciendo su confidencia al mismo aludido. Cuando el presidente se presentó como tal y desvirtuó el criterio de criminal que sobre él se tenía, el pobre cura cayó de rodillas y casi murió de congoja súbita. García Moreno contaría esta anécdota a sus anfitriones en Cuenca, los Ordóñez, en esa única vez que llegó a la ciudad morlaca. − 208 −


… Mercedes seguiría su trayecto en medio de la desolación y el espanto, pero también recónditamente feliz porque conocería el amor de un hombre excepcional y recuperaría el fragor de la vida a su lado. Desde la alta cima, si la neblina se despejaba, podía verse a lo lejos una línea azulada que señalaba el mar. Pero ¡qué lejos estaba! … Mercedes hacía el mismo viaje que habían realizado sus profesoras francesas, pero lo hacía en dirección contraria, casi en soledad absoluta, encubierta y dominada por la ansiedad… ¿Qué pasaría si la encontraban y la llevaban de vuelta a Cuenca?… ¿Qué le haría su marido?... ¿La fusilaría como hicieron con la rebelde Policarpa Salavarrieta?... ¿La quemarían en una fogata como a Juana de Arco?... ¿La sepultarían en el convento del Buen Pastor y tendría que fregar interminablemente docenas de ropas que la gente rica mandaba a lavar donde las monjas? ¿Y si Rivet, no llegaba?... ¿Si sufría algún accidente?... ¿Si se tardaba más de lo debido?... ¿Si desistía?... ¡No… eso no!... Confiaba en su integridad, en su palabra… Y sobre todo en su… amor. ¡Él vendría! Ese pensamiento la tranquilizaba. Él llegaría más temprano que tarde. Comenzaría para ella otra vida. Mejor, comenzaría su vida de mujer respetada. Comenzaría una vida de felicidad y de gloria para los dos… Rivet terminaría de curarla pues Mercedes había sido contaminada por obra de los desvaríos sexuales de su esposo. Atravesar esa trocha escabrosa era una aventura de valientes, una empresa que cobraba la vida de personas y aún de los recios mulares, únicos animales capaces de soportar las fatigosas jornadas. Algunos mulares sucumbían en el fango o en la corriente de los ríos. Después del resbaladizo descenso, que hasta las mulas bajaban zigzagueando lentamente, tomando precauciones… el clima cambiaba bruscamente. … Los extranjeros que recorrían el territorio, acostumbrados a la rectitud, anchura y belleza de las carreteras de sus países consideraban bárbaros a los caminos ecuatorianos. Del frío cortante se − 209 −


pasaba al calor que embotaba la cabeza y a la humedad que pegaba las ropas al cuerpo. Ni la lluvia calmaba el sofoco, más bien lo incrementaba. En esas condiciones la vegetación inusitada, intensamente verde y abundante producía una oleada de espanto. Una vez que llegó a Naranjal, Mercedes continuó el viaje en dirección a Yaguachi donde le esperaba una canoa que remontaría el río Babahoyo hasta la desembocadura en el Guayas, por cuyo cauce entraría en el puerto. Su hermana Gertrudis, casada con Alberto Muñoz, que vivía en Guayaquil, la esperaba. En su casa descansaría a la expectativa de la llegada del doctor Rivet. Quince días después de la primera alarma, Rivet dejaba Cuenca. Tomaba el camino de Girón, un camino largo, resbaladizo y difícil donde muchos se perdían. Pero él ya había desafiado antes estos parajes en búsqueda de restos arqueológicos. Por esa inusual vía, Rivet se dirigió al puerto principal del Ecuador. Debió atravesar los páramos de Tarqui, la pendiente de Girón, las pronunciadas y retorcidas laderas sembradas de camellones, la oscura garganta del Uzhcurrumi, el turbulento Jubones, las planicies sembradas de cacao donde el pie se hundía en el humus; todo eso antes de llegar al pequeño puerto de Balao donde cogería una chalapa que le acercara a Guayaquil. La vía no le era totalmente desconocida porque antes había estado operando en la cuenca del Jubones con los científicos y años antes extrayendo osamentas en Paltacalo. El encuentro de Mercedes y Rivet debió ser como una escena de amor romántico, el encuentro de los amantes que miran el futuro, seguros de que solo es posible la felicidad, los días cálidos y luminosos, aunque también, inteligentes como eran, seguros de que ese mismo futuro podría depararles tormentas y grises días de desasosiego. No es difícil imaginarlos en el abrazo cómplice de una aventura en común. Por si acaso les detuvieran en el barco que iba a Panamá, la pareja de amantes tomaría la vía marítima del sur. Rivet conciliaría − 210 −


sus noches de pasión, con días de trabajo, indagando en las costas peruanas y chilenas por probables nichos donde pudiera recoger muestras de las culturas prehispánicas. Después de seis semanas podría iniciar su retorno a su tierra natal. Mientras tanto la conmoción en la ciudad de Cuenca fue tremenda. Entre el silencio y la rabia no encubierta, el drama no se desvanecía. El nombre de la fugitiva no volvería a ser pronunciado en la ciudad deshonrada. Sería desde entonces Mercedes Andrade, la innombrable. Después de varios meses los Ordóñez Mata tuvieron información precisa de que Mercedes se encontraba en París. Tenían amigos que estudiaban o vivían en París y ellos se encargaban de enviarles referencias. A partir de esa certeza pensaron en lo que habría que hacer para escarmentar a la culpable. Días, semanas, meses, años pensando en el mismo tema y sin llegar a obrar de manera decidida. Al fin, con fecha 27 de octubre de 1908, Ignacio Ordóñez Mata inició un juicio de impugnación para rechazar la paternidad que se le pudiera adjudicar pues decía tener conocimiento de la venida de un hijo adulterino. Apelando al Código Civil en vigencia confirió poder al doctor Reinaldo Arízaga para que citara a la señora Mercedes Andrade, en su dirección en París. Pero el mencionado abogado nunca inició el juicio. Mercedes no contaba con la influencia de su padre para rescatar a sus nietos, pues don Luis Andrade Morales había muerto años antes (1897). Mercedes ingenua y cariñosamente imaginaba que su suegra y su marido no permitirían que los niños sufrieran la ausencia de su madre. Que sí los dejarían venir a París y que ellos crecerían en un ambiente de mucha comodidad y prestigio. Nada de eso fue posible. Todos sus anhelos y añoranzas no dieron ningún resultado concreto. Pasaron los meses, pasaron los años sin tener noticias. − 211 −


Días, semanas, meses, años, no se dejó de hablar entre susurros y con las manos cubriéndose los labios, de la intrépida fuga, de la ira señorial de doña Hortensia, del escándalo de los canónigos, pues la huida se había dado en sus narices. Los sermones del obispo, sin pronunciar el nombre de la innombrable, obligaban a penitencia a todos los fieles cristianos para redimir a Cuenca de su vergüenza. Los más cercanos parientes de Mercedes comentaban en voz baja y acaso le daban la razón pues sabían lo que había sufrido, las borracheras del marido, las infidelidades, la mancebía con las peonas de la hacienda, los gritos frente a los niños, el tirarle de los pelos y arrastrarle por toda la casa, la atrocidad de subirse con el caballo a la cama cuando ella recién había dado a luz, el repetirle a gritos cada vez que se emborrachaba: «Me aburre tu belleza. Odio tu rostro de blancura impoluta». La memoria y la lengua de la gente se desataron en murmullos ora compasivos, ora hirientes. Pero su efigie de mujer hermosa, dulce y violentada no se eclipsó nunca. Después vino el silencio, el mal pensamiento soterrado, las maldiciones, las advertencias: «Cuida tu virtud, niña, para que no seas deshonrada como la Michita… Reza, reza, hija. Pide a Dios que nunca quebrantes tu castidad como la Michita…». El hermano de Mercedes producía versos envenenados que en vida nunca publicaría. Sufrían los niños, sufría la madre de la entrañable prófuga, porque en su marco de virtudes no cabía de ningún modo la decisión de su hija. Doña Gertrudis en frases profundas expresaba el dolor de su ausencia. También la hija extrañaba a la madre lejana. A petición de Mercedes le envió su fotografía para que la tuviera cerca en sus horas de tristeza porque ninguna separación arranca de raíz los afectos profundos entre una madre y su hija.

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Mi retrato te lo envío y con él mi corazón que la pena va estampada en mi imagen abrumada de llanto y desolación. También va tu hogar sombrío, tu estancia fría y callada como una tumba olvidada como un sepulcro vacío. Cómo decirles Dios mío a tus hijos, ¿dónde estás? ¿Cuándo vendrás? A sus preguntas quizás, podré contestarlas, tirana engañándoles: «Mañana» o diciéndoles ¡jamás! Cuenca, enero 19 de 1908 Mercedes de Rivet

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TERCERA PARTE

¡París, París!, 1906 Todavía algunas personas a las que se pregunta si saben algo sobre el paso del doctor Rivet por Cuenca, lo primero que responden es: «¡Claro, el que se robó a una cuencana!… ¡Ah, sí, el sabio que se llevó a una mujer casada!». Rivet llevó a Mercedes a París, ciudad a la que llegaron el 17 de julio de 1906. Para Mercedes, el viaje y los primeros recorridos por París fueron una auténtica fiesta para el corazón y los sentidos. Llegaron por la noche a la primera ciudad del mundo totalmente iluminada con bombillas de gas… «La Ciudad Luz». Los primeros días fueron de breves recorridos para que la recién llegada sintiera la belleza natural y la grandeza arquitectónica de París: con sus monumentos y edificios que señalaban sus principales hitos históricos. Mercedes se enteró así que París fue construida como una ciudad fortificada por la tribu gala en el siglo III a. C. en una de las islas del río Sena. Después de la conquista romana, siglo IV d. C., se convirtió en una ciudad de banqueros mercantiles. En el siglo V, Atila el conquistador bárbaro, intentó adueñarse de la ciudad sin conseguirlo. A comienzos del siglo VI fue conquistada por los francos quienes hicieron de París la capital del reino. Desde el siglo XII, la ciudad ya contaba con construcciones monumentales como la Catedral de Notre Dame, la fortaleza de Louvre, la Universidad de París. Pero sobre todo a partir del siglo XVI fue un período de mucha prosperidad para Francia y especialmente para París que se volvió un lugar de mayor atracción, encanto − 215 −


y magnificencia. En el siglo XVII fueron levantadas las construcciones grandiosas como el Palacio de Louvre, el Palacio de los Inválidos y el de la Comedia Francesa, los célebres e inmensos jardines de las Tullerías y los jardines de Luxemburgo, exquisitamente diseñados. También fue construido el monumental Palacio de Versalles, no muy lejos de París, donde pasaban su tiempo de reposo los monarcas y sus familias disfrutando de sus riquezas y sus extravagancias. Mercedes conoció estos lugares emblemáticos en torno al mayor acontecimiento mundial ocurrido a finales del siglo XVIII, en la cárcel de la Bastilla, desde donde la multitud insurgente logró sacar a los presos recluidos en sus mazmorras por haberse opuesto al régimen monárquico. La Revolución francesa, fundamental hito de la historia mundial, comenzó precisamente con este episodio de la toma de la Bastilla. También Mercedes conoció el Palacio de Versalles a donde se dirigió la muchedumbre para obligar al rey que dejara su plácido retiro y asumiera sus funciones. Con esa arremetida, Luis XVI volvió a París, pero el 4 de julio de 1792, él y su presumida esposa María Antonieta, fueron decapitados. Con la liquidación de las figuras icónicas de la monarquía, en Francia nació la I República. Después de un período de terror, Napoleón Bonaparte asumió el poder, primero como cónsul y después como dictador de Francia. Vino luego la restauración de la monarquía de los Borbones, y posteriormente su caída, suceso que dio paso a la instauración de la II República. En este período, bajo la dirección del funcionario Haussman, se modernizó París mediante la construcción de edificios de vivienda bajo estrictas normas arquitectónicas y urbanísticas que incluían la incorporación de los servicios de salubridad. Haussman implementó la distribución radial de las amplias avenidas y levantó un número mayor de puentes sobre el Sena. Cuando Mercedes llegó a París, Francia estaba en la etapa de la III República, después de destronar a Napoleón III. Era una ciu− 216 −


dad fascinante para vivir y para disfrutar. Un lugar para pasear y admirar. Embelesarse al recorrer sus callejones y callejuelas estrechas del Centro que mantenían con respeto sus casas medievales, recorrer las angostas arterias que desembocaban en el Hotel de Villè, edificio del gobierno municipal, o pasear por los amplios bulevares arbolados, los jardines primorosamente diseñados con arabescos de flores, o tomar un día de descanso en los bosques de Bolognia y Vincennes, más allá de los cuales estaba la vida campesina, los huertos y sembríos en armoniosa composición de colores y fragancias. En París, la ciudad que dejaba atrás el siglo XIX y entraba a una época de cambios radicales, todavía podían verse elementos de los tiempos de la ciudad premoderna con sus carretas de ventas y transporte de comestibles, las casetas y puestos de mercaderes callejeros, los almacenes de ropa de mujer, que ofrecían para damas los corsés con cintura de avispa. Se podía admirar el modesto circo de plaza compitiendo con el organillo callejero nostálgico y dulzón. Qué diferente de Cuenca. París ya contaba con servicios públicos: telégrafo, cinematógrafo y revistas ilustradas. Tenía calles pavimentadas, amplias avenidas, agua potable, alcantarillado, línea ferroviaria, barcos de vapor que recorrían el Sena. De noche las calles se iluminaban con faroles y lámparas de gas. Acrecentaban su embrujo los ritmos que salían de los música halls y las salas de baile. A la distancia brillaba la silueta de la Torre Eiffel construida con motivo de la Exposición Universal de 1889 que servía para celebrar el I Centenario de la Revolución francesa. No hacía mucho tiempo que se había inaugurado la primera línea de metro. A pesar de todas las innovaciones París mantenía la armonía visual y soportaba sin perjuicio los innovadores estilos arquitectónicos del nuevo siglo. París entonces era una ciudad de apenas 106 km2, que albergaba a poco más de 2 000 000 de habitantes. Se destacaban las uniformes casas alargadas con tres o cuatro pisos simétricos en los que sobresalían los distintos tonos de gris de las fachadas adornadas − 217 −


con volutas y ondulaciones y los tejados de pizarra con ventanas entechadas que asomaban como ojos curiosos desde las buhardillas, edificios de vivienda que, si no tenían ascensor, había que remontarlos por interminables y estrechas escaleras. En contraste estaban los palacios reales rodeados de parques y espacios de esparcimiento, entonces ya convertidos en instituciones culturales. A los costados de la avenida de los Campos Elíseos, principal arteria de la ciudad, se encontraban novedosas tiendas de compras. París contaba con muchos jardines, parques y plazas que conservaban (y lo hacen hasta hoy) sus árboles antiguos: olmos, robles, plátanos, moreras; así como las fuentes, lagunas y estatuas que se integraban en la decoración de los espacios abiertos. Las huellas del Renacimiento se evidenciaban en el especial gusto por decorar los espacios libres y las entradas de los palacios con estatuas que representaban figuras emblemáticas de la cultura grecolatina. Por todo lado, persistían los rasgos de la riqueza y el poderío de los reyes y nobles que formaron las élites en el tiempo de las monarquías. Con el influjo de los cambios tecnológicos, esta ciudad embrujante fue capturada, recreada y reinterpretada por los nuevos artistas plásticos surgidos entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX: expresionismo, fauvismo, surrealismo, cubismo y otras tendencias vanguardistas. Los diarios traían páginas dedicadas a la poesía, al teatro, la música, la danza, el cine –la mágica invención de los hermanos Lumière– como también sobre ciencias humanas: el psicoanálisis y las ciencias matemáticas y experimentales. París pasaba desde finales del siglo XIX por el mayor florecimiento cultural. A partir de 1900, la Belle Époque dio a París un ambiente especial de libertad para crear y para vivir según la más íntima convicción de cada persona. Artistas y amantes del arte se daban cita en los cafés y las brassiere e impregnaban de bohemia el ambiente parisino. Vivir en París fue durante décadas el sueño más ferviente de escritores y artistas de otras partes del mundo. − 218 −


Encontrarse con esos portentos de las letras y las artes o siquiera mirarlos y escucharlos en sus charlas cotidianas en Montparnasse y Montmartre fue la gran ilusión de los viajeros cultos de comienzos y mediados del siglo XX. Frente a este admirable escenario, el deslumbramiento de Mercedes de la mano de Rivet, era un regalo de la vida que ella nunca imaginó tener. La vida nueva Paul y Mercedes empezaron su vida de pareja en el XIII Distrito de París en el bulevar Saint Marcel, en la calle Juana de Arco, muy cerca de la casa donde vivía la madre de Rivet y las hermanas Suzanne y Madeleine. Pese a sus actividades, mientras estuvo en París, Paul ningún día dejó de pasar por esa casa saludando a su madre. Mas, toda la felicidad y el deslumbramiento vividos junto a Paul Rivet, tuvo la consistencia de un segundo, los días brumosos, las tormentas que, quizás, imaginaron juntos cuando empezaron su aventura. Muy celoso de su libertad y de su autonomía, Rivet expresó caballerosamente a Mercedes su decisión de no tener hijos y dedicar su vida entera a la ciencia sin ataduras mentales ni formales. Ya no más paseos por el Sena ni susurros bajo las estrellas. La amaba y trataba con delicadeza, pero la obsesión que le caracterizaba era su vida de estudio. El tiempo libre se acabó para Rivet. Su vocación científica le fue totalmente imperiosa. Mercedes debió acogerse a los horarios intensos de su compañero y aprender a soportar la soledad en tierra extraña, lejos de los hijos y de su acogedora familia de Cuenca. Lúcido y febril, Rivet se dedicó a la investigación y al estudio al que le inclinaba su vocación intelectual y su preocupación por la humanidad. A su regreso de Ecuador, Rivet estudió y trabajó con tanta disciplina y ahínco, que sus hermanas y Mercedes temían por

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su salud. Gracias a esa tenacidad se convirtió en un antropólogo completo. Él nunca imaginó que se convertiría en un gran sabio y que su nombre se inscribiría en la historia de Francia y del mundo. Ese sitial lo consiguió con una dedicación total a su quehacer investigativo. Después de los primeros paseos no tuvo atención más que para la ciencia. En su nuevo entorno, Mercedes recuperó su capacidad para hacer amistades y mirar la vida con placidez. Era sociable, aunque su principal amistad, alegría y sosiego provenían de su pareja. Para Rivet ella fue su alegría y su sostén espiritual. «Delicadeza, belleza, ternura y amabilidad hacían de ella un ser adorable. Mercedes creía en él, en su potente inteligencia, en su pasión por el conocimiento, en su desinterés personal». Le dio el mejor ambiente posible para que pudiera concretar sus sueños. A cambio tuvo seguridad, amor y tranquilidad. Pudo recuperar la alegría que era parte de su ser más íntimo. Con Rivet volvió a sentir la efervescencia que le producían la música y la poesía cuyo gusto y solaz ambos compartían. Tomó clases de pintura en su tiempo libre. Rivet habría querido compartir más intensamente la actividad intelectual, pero era forzar la inclinación natural de su mujer que estaba modelada más para la paz hogareña, la compañía afectiva, el encuentro gozoso con los demás seres humanos. Sin embargo, la conversación frecuente, la vida compartida con un intelectual del calibre de Rivet cambiaron el pensamiento y la actitud de Mercedes, respecto de las relaciones humanas que debían ser siempre igualitarias. Al mismo tiempo, Mercedes amplió la comprensión sobre el mundo y los problemas de la sociedad de su tiempo. Cada día esperaba el regreso de su compañero con fervor. Su alegría natural iluminaba los ratos de descanso del joven sabio. Dedicado por entero a la reflexión solitaria, a un arduo estudio de textos precedentes, como a horas de intenso debate con otros

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especialistas y a la escritura de artículos consistentes y claros que permitieran la comprensión y difusión generalizada, bien pronto Rivet logró dar forma a planteamientos originales que revolucionaron la ciencia antropológica en su contenido y en su proyección social. Rivet se destacó como un hombre justo, amable con todos, que combatió con ardor y convicción al fascismo, el racismo y los prejuicios sociales. Años más tarde, se convirtió en un político, pero la militancia no eclipsó al científico. Mercedes compartió sus ideales, le ayudó a realizar su proyecto de fraternidad universal recibiendo en su casa a cuanto peregrino soñador de un mundo nuevo tocara sus puertas. Paul Rivet se dio a conocer como un hombre sobresaliente por la riqueza de su pensamiento, la belleza de su palabra, la nobleza de sus actos. También prontamente empezó a cosechar reconocimientos. La Sociedad de Geografía de París le confirió una medalla de plata y otra de oro, en mérito a sus trabajos realizados en Ecuador. Con todos esos reconocimientos, Mercedes se sentía muy complacida y orgullosa de los triunfos de Paul Rivet. Lo acompañaba a sus presentaciones públicas, le ayudaba en la escritura manual de sus trabajos y le prodigaba las atenciones, el calor de hogar y el sosiego que favorecía su actividad de científico. Mientras tanto, de Cuenca le llegaban noticias que no solo eran escuetas, sino también frías. Mercedes entendía que la murmuración seguía afectando su nombre. Decidida a formalizar su unión con Rivet, y con la asesoría de funcionarios diplomáticos y religiosos, siete años después de su arribo a París, Mercedes escribió una carta (14 de septiembre de 1913) al obispo de Cuenca, monseñor Manuel Pólit, pidiéndole encarecidamente que interviniera para que le fuera concedido el divorcio civil. Esgrimía como razones válidas dos argumentos: el haber sido obligada contra su voluntad a casarse y la incompatibilidad de caracteres. Le hacía saber al obispo Pólit que la autoridad de su parroquia religiosa en París, a quien había escrito en dos ocasiones, estaba dispuesta a concederle la anulación − 221 −


del matrimonio eclesiástico después de que hubiera obtenido el divorcio civil. Mercedes escribió al obispo de Cuenca presentándole una razón fundamental para que se invalidara su matrimonio: París, a 14 de septiembre de 1913 Ilustrísimo Señor Obispo Pólit: Permítame Ud. dirigirle la presente súplica que la hago con el consejo de personas fidedignas y serias como el Señor de Alzúa, Secretario de la Legación de Ecuador y del Señor Vicario, Savatier de la Magdalena, quienes escribirán a Ud. según lo que vuestra Ilustrísima disponga. Se trata de dos almas que quieren salvarse, gracias a la justicia y a la ayuda de usted. Soy la Señora Mercedes Andrade esposa del Señor Ignacio Ordóñez Mata, ambos nativos de Cuenca. Mi madre es la Señora Mercedes Chiriboga Vda. de Andrade, quien vive en esa ciudad y con la cual Ud. puede entenderse de viva voz. Mis padres, Señor, fueron pobres cuando fui niña y quisieron hacerme rica, uniendo mi suerte a la del Señor Ignacio Ordóñez Mata. En efecto yo tuve 14 años y medio cuando este joven propuso matrimonio a mis padres, sin haberme dicho una palabra de amor. Este joven venía a la casa de mi familia, como amigo de mi hermano mayor. La propuesta de matrimonio tuvo lugar, por medio de una carta dirigida a mí, la cual yo rehusé, asustada al ver que este joven me había escrito, faltándome al respeto puesto que mis padres me habían dicho que nunca una joven debía recibir cartas de un joven, sin poner en conocimiento de ellos. Yo ni leí dicha carta, sino mis padres quienes me dijeron su contenido, y mi padre, cogiéndose sus cabellos blancos, me dijo: Hija de mi alma, da gusto a tus padres. Así me obligaron de una manera disimulada a tomar el buen partido que se me presentaba. Por desgracia, Señor, ninguno sabíamos que a mi esposo le gustaba el licor, y divertirse fuera de su hogar. Poco a poco fui comprendiendo que mis padres se equivocaron en su elección. Todo soporté, Señor, por − 222 −


amor a tres niños a quienes consagré mis cuidados y afectos y como eran criaturas tiernas y necesitaban la vigilancia y el amor maternal. Doce años soporté así hasta que al fin viendo a mis niños crecer con el ejemplo triste del padre me despeché, Señor. No pude más. Me vine acá donde vivo con un joven a quien amo verdaderamente, es un francés de muy buena familia, de muchos méritos, y de un porvenir muy brillante. Él me ha hecho muy feliz. Señor, permítame decirle que delante de nuestra conciencia y delante de Dios nos consideramos como casados. Ayúdenos, Ilustrísimo Señor, a legitimar nuestra situación y a bendecirnos.

Monseñor Pólit, amigo de la familia Ordóñez Mata, especialmente de doña Hortensia, no quiso involucrarse en la acción –inusual para la Iglesia– que pedía la señora Mercedes Andrade y la gestión quedó ignorada y descartada. Desde el Ecuador, Paul Rivet ya había enviado a Francia sus impresiones y análisis basados en lo observado en el país de su misión. Eran informaciones relevantes que fueron bien acogidas por los núcleos científicos de París. Su primer artículo «Patología ecuatoriana» le permitió ser nombrado oficial de la Academia de Servicio Geodésico Militar de Francia y en el mismo año, miembro de la Sociedad de Antropología de París. Las primeras investigaciones de Rivet en el Ecuador tuvieron algunos errores de procedimiento y se explica fácilmente si pensamos que empezó a recoger muestras sin contar con la formación académica adecuada13. A su regreso a París profundizó en los estudios antropológicos y etnográficos. De tal manera que se convirtió en un antropólogo completo. Al mismo tiempo, se vio obligado a defender 13

Los cráneos de Paltacalo constituyeron la colección más importante recogida por él en el país, conjunto en el cual se basó para formular su hipótesis sobre la existencia de una raza paleoamericana cuyos representantes más conspicuos estaban en Lagoa Santa y Paltacalo. El arqueólogo Ernesto Salazar comenta sobre este hallazgo en su libro Entre mitos y fábulas. El Ecuador aborigen, 2008). − 223 −


tenazmente el derecho a participar en los estudios sobre el material y los especímenes recogidos por él en el Ecuador. Sus investigaciones sobre la procedencia de los indios americanos y sobre su lenguaje sobrepasaron el continente. «Sus clasificaciones lingüísticas integraron a los indígenas americanos en su totalidad», afirma Herves Baldus científico alemán-portugués considerado el mayor etnólogo del Brasil. De esta manera, Rivet se insertó en los cenáculos antropológicos y se convirtió en un científico de envergadura. En 1911 fue designado para laborar en el Museo Nacional de Historia Natural de París. Dos años después, 1913, le encargaron la Subdirección del Laboratorio de Antropología. De ahí en adelante los reconocimientos a su trabajo científico iniciado en Ecuador se sucedieron por décadas. Señalamos rápidamente estos logros. Desde Ecuador 1901 Escribe Patología ecuatoriana. 1901 Se le concede el nombramiento de Oficial de la Academia del Servicio Geodésico Militar de Francia. 1901 Es elegido miembro de la Sociedad de Antropología de París. 1902 Presentado por René Verneau, Paul Rivet se convierte en miembro correspondiente de la Sociedad de Americanistas de París, SAP. 1903 Se publica en París su primer artículo de índole etnográfico: «Estudio sobre los indios de la región de Riobamba». 1904 Publica El huicho de los indios colorados. − 224 −


1905 Envía a la Revista de la Sociedad de Americanistas su artículo «Los indios colorados. Informe de Viaje y Estudios Etnológicos». 1906 Publica en París dos textos claves, el primero: Cinco años de estudios antropológicos dentro de la República del Ecuador y luego, El cristianismo y los indios de la República del Ecuador. 1906 Ingresa al Laboratorio de Antropología como trabajador voluntario. Mientras profundiza en los estudios antropológicos y etnográficos en museos, bibliotecas públicas y privadas, debe defender tenazmente su derecho de participar en los estudios y análisis sobre las muestras recogidas por él en el Ecuador. Al mismo tiempo, acude a todas las obras antiguas y modernas que se han escrito sobre arqueología americana, leyendo –en siete idiomas diferentes– sobre antropología, etnografía, paleontología, arqueología y afines. 1907 Es un año de gran significación, pues organiza la primera exposición, con una parte de las muestras antropológicas y etnográficas recogidas en el Ecuador, trabajo por el cual obtiene su primer reconocimiento oficial de la Secretaría de Instrucción Pública. El mismo año es declarado miembro titular de la Sociedad de Americanistas de París, SAP y forma parte del Consejo de Redacción de la Revista de la SAP en cuyas páginas publica entre 1907 y 1914 más de setenta artículos sobre los pueblos precolombinos. Es importante anotar que, desde este sitial de privilegio, el científico no piensa solamente en incrementar su saber, sino en fomentar el conocimiento sobre los americanos entre los estudiosos de estas disciplinas, por lo que adjunta a

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la Revista de la Sociedad de Americanistas una sección destinada a difundir bibliografías que pudiera servir a los demás profesionales y estudiosos. Otro hito importante en el año 1907 es asumir la función que le encomiendan como secretario general de la Sociedad de Americanistas de París, SAP. Ese mismo año los miembros del Museo Nacional de Historia Natural solicitan que sea reconocido como Caballero de la Legión de Honor de Francia. 1908 La Sociedad Nacional de Antropología por unanimidad le confiere el premio Broca y le incorpora como uno de sus miembros. También se le confiere el premio Godard por sus estudios sobre las poblaciones indígenas del Ecuador. A su regreso a Francia, Rivet continúa con su entrega a la investigación y profundiza sus conocimientos acudiendo a cuanto centro de investigación le permita ampliar y profundizar sus conocimientos científicos. 1909 Es nombrado profesor asistente de la cátedra de Antropología en el Museo Nacional de Historia Natural. 1910 En este año entra a formar parte de la Sociedad de Lingüística de París de la que llegó a ser el más asiduo de sus miembros. Sus investigaciones sobre la procedencia de los indios sobrepasaron el ámbito ecuatoriano y sus clasificaciones lingüísticas integraron a los indígenas americanos en su totalidad. 1911 Es designado para laborar en el Museo Nacional de Historia Natural de París.

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Recibe un premio de la Sociedad de Topografía por sus trabajos de catalogación. Crea el Instituto Francés de Antropología. 1912 Le encargan la subdirección del Laboratorio de Antropología. Desde su alta posición académica tiene oportunidad de demostrar su gran tesón por la actividad científica y confrontar ideas con los especialistas más reconocidos de su país y de los países vecinos y con ese empeño reafirmar las conclusiones a las que ha llegado. 1913 Recibe un premio de la Biblioteca Nacional por su obra Etnología antigua del Ecuador. Entre 1906 y 1912, Rivet escribió otros estudios puntuales relacionados con el Ecuador, a saber: La industria del sombrero en el Ecuador y Perú, Las manchas pigmentadas lumbares y sacras, Los indios jíbaros Contribución al estudio de las lenguas colorado y cayapa, Estudios antropológicos de las razas precolombinas del Ecuador, Investigaciones anatómicas sobre las osamentas conservadas bajo las rocas de Paltacalo, La raza de Lagoa Santa en las poblaciones precolombinas del Ecuador, La familia lingüística zápara, La lengua jíbara o siwora, Prácticas funerarias de los Indios del Ecuador, Afinidades de las lenguas del sur de Colombia y el norte de Ecuador,

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La familia lingüística Peba, La mancha azul mongólica, Investigaciones sobre el prognatismo.

Cuando publicó este último estudio marcó diferencias con otros antropólogos que consideraban al prognatismo como un signo de inferioridad racial. Esa discrepancia fue el inicio de un distanciamiento y al final de ruptura con otros científicos que no admitían su visión igualitaria sobre el mestizaje (por discrepancias de enfoque teórico sobre el mestizaje se aleja de René Verneau quien considera el mestizaje como una categoría de inferioridad racial). Desde entonces se alejó de la antropología física y se ubicó en el campo de la antropología social. Rivet cuestionó las visiones biologicistas y racialistas de la antropología que creía en un determinismo físico, psicológico y moral de los seres humanos. Se declaró abiertamente en contra de las teorías que establecían categorías hereditarias de superioridad e inferioridad entre los grupos humanos. De tal forma que se convirtió en un crítico sin concesiones sobre el racismo y sobre la explotación de unos grupos sobre otros. En su lugar resaltó la diferencia como un valor de los seres humanos. A partir de su trabajo y reflexión en Ecuador, Rivet sostuvo que la fusión étnica es sostenible y necesaria. Así, frente a la subvaloración frecuente respecto a los afrodescendientes, el científico consideró que ellos son poseedores de una inteligencia y vitalidad admirables y que su mezcla con los nativos fortaleció las condiciones de los grupos originales de América. Enfáticamente ratificó la importancia y necesidad de crear sociedades más igualitarias y de acabar con los antagonismos entre humanos. Rivet propuso un nuevo programa de formación para los etnólogos y él mismo comenzó un programa de investigación de gran

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alcance, a fin de llegar a una síntesis sobre los orígenes del hombre americano y las sucesivas vías de acceso de las corrientes migratorias prehispánicas a Centro y Sudamérica. Con estos estudios, Paul Rivet entró por la puerta grande a la Academia logrando un reconocimiento internacional y en diálogo con los sabios de primer orden en el mundo. La obra más amplia y memorable de esta primera época constituye la Etnografía Antigua del Ecuador, 1912, escrita con la colaboración nominal, de René Verneau, trabajo que mereció varios premios internacionales. Este libro es un clásico de la literatura arqueológica, con una pormenorizada descripción de las diversas construcciones de tumbas encontradas en el Ecuador. Paul Rivet hizo descripciones precisas y detalladas de los objetos encontrados e insistió en la idea de la preservación de los restos arqueológicos. Con sus publicaciones, Rivet motivó la valoración de la cultura prehispánica de Ecuador, pues hasta entonces el crédito científico solo estaba dirigido a México y Perú. Con la misma convicción y lucidez, en sus conferencias abogó por la modificación de las condiciones de vida de los trabajadores indígenas, llamados conciertos. También sugirió la necesidad de modificar el régimen agrario y de devolver las tierras a las comunidades indígenas. Veía en todas estas alternativas formas necesarias de acabar con la injusticia social de cinco siglos que había recaído en los habitantes aborígenes. Con la misma convicción y claridad destacó, además, la oportunidad que tenía el Ecuador de desarrollar el comercio y la industria, gracias a sus recursos variados y abundantes. El lustre de los trabajos científicos presentados por P. Rivet dio paso a que René Verneau lo presente como candidato a miembro titular de la Sociedad de Americanistas en París (SAP) sugerencia que fue aceptada. En 1907 asumió la función de secretario general de la mencionada Sociedad, entidad a la que presentó la

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colección de objetos etnológicos que había recogido en el Ecuador. La Sociedad le recibió con aplausos y luego le promovió a jefe de la Legión de Honor. En 1908 la Sociedad de Antropología de París le confirió el premio Bioca y le recibió en su seno. En 1909 asumió la cátedra de Antropología en el Museo Nacional de Historia Natural. Lamentablemente, por discrepancias teóricas sobre el mestizaje, que ya hemos mencionado, se distanció de René Verneau. En 1910 disertó ante la Sociedad de Lengua de París. En 1911 creó el Instituto Francés de Antropología. En 1912 recibió el premio de la Sociedad de Topografía por sus trabajos de catalogación. En 1913 le entregaron el Premio de la Biblioteca Nacional por su obra Etnología antigua del Ecuador. París, 1914-1918. La Gran Guerra Mercedes y Paul ya estaban establecidos ocho años en París y disfrutaban de la vida en común, así como de los sucesivos reconocimientos que los estratos culturales de París le concedían a Rivet lo que llenaba de satisfacción a la pareja. Esta plenitud se interrumpió a partir del 28 de julio de 1914 cuando los periódicos empezaron a publicar informaciones intranquilizadoras como el hecho desconcertante alrededor del archiduque Guillermo de Sajonia, heredero al trono de Austria y Hungría, quien había sido asesinado. Este hecho de alguna manera anunciaba el estallido en Europa de un conflicto de grandes proporciones lo que efectivamente tuvo lugar. Se desató una conmoción total que fue conocida como la Gran Guerra, esto es la I Guerra Mundial (1914-1918), conflagración que comprendió una larga, comprometedora y dolorosa serie de incidentes y asedios territoriales entre las naciones europeas. Francia, el Reino Unido y el Imperio ruso tuvieron que unirse para enfrentar al Imperio alemán que estaba ligado con el austro-húngaro. − 230 −


En este contexto bélico la incansable labor del científico Rivet tuvo que ser interrumpida frente a la amenaza de una disyuntiva internacional de grandes proporciones. La guerra amplió su campo de intervención. Otras naciones de los cuatro continentes se unieron a la crisis. Intervinieron Japón, Italia, Estados Unidos, el Imperio otomano y Bulgaria. El conflicto involucró al mundo entero tanto por la ocupación de territorios como por las consecuencias del conflicto bélico que produjo la reducción de la economía, la intranquilidad social y la inestabilidad que recayó en la mayoría de naciones del mundo. En medio de esta espantosa guerra se empleó tecnología de última data: artillería pesada, tanques, submarinos de combate, aviones de bombardeo. También contó con el auxilio de los modernos sistemas de comunicación: el telégrafo y el teléfono. Por primera vez en la historia de la humanidad, Alemania implementó la guerra química ante la cual no se tenía ningún sistema de defensa. Gases asfixiantes, envenenamiento de pozos de agua, cultivos microbianos y otros procedimientos tremendos pusieron a la ciencia a servicio de la destrucción masiva. ¿Qué objetivos perseguían las potencias contrincantes?... En principio, apropiarse de territorios dentro de Europa, de Asia y de África. Luego, aumentar la expansión industrial de cada nación combatiente y erigirse sobre las otras para imponer sus condiciones de dominación política y económica. El 1 de agosto de 1914, Francia, aliada de Rusia, inició la movilización general para enfrentar la amenaza de Alemania que anunciaba invadir la nación. Los franceses, entre militares y civiles en armas, debieron combatir en las fronteras a los alemanes, durante tres años. El ejército y el pueblo francés no permitieron a los alemanes acercarse a París, aunque los pueblos y campos cercanos sufrieron los terribles desastres de la guerra. En ese contexto de atroz beligerancia, entre mayo de 1914 y noviembre de 1919, Rivet pospuso su actividad científica. Rivet y − 231 −


otros académicos convocaron a los demás científicos a discutir sobre la situación internacional, sobre todo, a diseccionar los objetivos y ambiciones que estaban detrás de las declaraciones políticas, a visualizar que los verdaderos móviles de las afirmaciones de defensa del honor nacional, a deliberar sobre la construcción de la paz; otros argumentos del poder estaban apertrechados detrás de los impulsos de competencia económica, la repartición de las colonias y la expansión de la influencia desde los grandes centros de poder hacia las regiones del mundo menos desarrolladas. En tales circunstancias y convencido de la necesidad de reorientar la práctica política, Paul Rivet tomó una opción impredecible. Decidió hacer militancia formal bajo la bandera del Partido Socialista. En tales circunstancias nació el político y se fortaleció el humanista. Más allá del discurso, Rivet probó con hechos su firme adhesión a la confraternidad universal por encima de los intereses nacionales. Entre otros detalles, lo prueba el hecho de solidaridad con que protegió a sus colegas, científicos alemanes, para que no recibieran represalias por parte de los franceses durante esta trágica situación que afrontaba el país. El conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial empujó a Paul y Mercedes a las calles de París, detrás de las barricadas, para atender a los heridos y defender la libertad de Francia. Llamado al campo de batalla cerca de Verdum en su calidad de médico militar, el mayor Paul Rivet fue movilizado para operar a los heridos en una ambulancia situada a pocos kilómetros de distancia de los campos de batalla. En la estación quirúrgica pudo constatar la precaria situación de los soldados que combatían en esa guerra cruenta. Con la perspicacia e ímpetu que le caracterizaban, Rivet abogó por mejorar las condiciones de atención básica y aumentar el número de ambulancias. El médico Rivet transformó su ambulancia en un puesto quirúrgico de primera línea para atender a los heridos

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y enérgicamente impidió que los lesionados fueran evacuados si no habían recibido el tratamiento urgente. Mercedes actuó como enfermera. Aprendió a curar heridas, a poner inyecciones y administrar sueros; a hacer transfusiones de sangre y atender a los agonizantes. También a soportar el traqueteo de las ametralladoras y el estallido de las bombas que caían cerca. Se vivía en una zozobra continua. Los teutones no respetaban nada. Confiscaron algunas ambulancias de la Cruz Roja y las utilizaron para portar municiones. O utilizaban engañosamente la bandera blanca, símbolo de rendición, para captar y luego masacrar a los soldados desprevenidos. Mercedes actuó al lado de Paul con similar brío. En medio de sus peligrosas tareas fue herida por un proyectil que le alcanzó en el codo de su brazo derecho comprometiendo los tendones. Tuvo que retirarse del lugar de campaña porque ya no estaba en condiciones de ayudar óptimamente. La herida se infectó y produjo septicemia total debido a los residuos de gases inoculados. Fue internada. Después de un largo tratamiento logró salvar su brazo, pero perdió parcialmente su capacidad de movimiento. Como consecuencia de la herida, Mercedes nunca recuperó la movilidad articular de su brazo derecho, pérdida que le incapacitó para acciones de la motricidad fina. Aprendió a escribir con la mano izquierda. Su letra se deterioró. Ya no tenía la elegancia y corrección que había aprendido en el colegio de monjas de su ciudad natal. Después de París, Rivet fue enviado a otros puntos de Francia y luego derivado a Serbia en la región balcánica. Tomó su cargo con gran capacidad organizativa y abnegación patriótica. Implementando medidas sanitarias apropiadas luchó contra las epidemias que acababan con las tropas: el paludismo y la disentería. Su labor médica fue comprometida y solidaria, por ello más tarde fue reconocido con la Gran Cruz de Guerra y su trabajo resultó

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encomiado como modelo de acción profesional en las condiciones difíciles de la guerra. Bregó en situación tan complicada por largo tiempo. Solo después de cinco años de ausencia, en 1919, Rivet se reintegró al Museo de Historia Natural. La primera conflagración mundial mató a 1 400 000 franceses, 90 000 de ellos eran parisinos. Esta guerra produjo la muerte de diez millones de combatientes dentro del conjunto de diferentes países participantes. Además de la muerte física de las huestes, hay que señalar la masacre de la ciudadanía pasiva, el saqueo de los bienes privados y de los bienes patrimoniales, la violación de mujeres y niños, la devastación de ciudades y campos y la secuela emocional que nunca acabó de irse. El hecho de palpar los desastres inauditos que la guerra ocasionaba a bienes y personas de los bandos enfrentados, reafirmó en Rivet sus convicciones pacifistas y le impulsó a proponer estrategias útiles para superar los conflictos entre países. Mientras científicos como Marcel Mauss se negaban a tratar con los científicos alemanes, Rivet reanudó las relaciones con la comunidad científica alemana, a partir de la convicción de que la ciencia debe estar por encima de la política. Rivet fue un ardiente promotor del internacionalismo científico. En esta aspiración encontró un aliado incondicional en Franz Boas, antropólogo estadounidense, de origen judío alemán, cuya amistad intelectual mantuvo hasta el final de su vida. Precisamente se juntaría con él en una reunión de científicos y a nombre de la Academia le saludaría. Apenas Boaz hubo comenzado su conferencia cayó sobre la mesa… Murió el 14 de enero de 1934. Así lo registra Maximiliano Borrero en Orígenes cuencanos. La I Guerra Mundial, 1914-1918, también afectó al Ecuador. El país vivió una época de pobreza por la reducción de sus ingresos, la disminución del circulante y la falta de mercaderías que provenían de los países ricos enfrentados.

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Hortensia Mata viaja por tercera vez a Europa A pesar de ese inestable ambiente de seguridad, la señora Hortensia Mata se dispuso a realizar su tercer viaje al exterior. El primero lo había realizado en 1887, aproximadamente, cuando viajó a Estados Unidos con todos sus hijos y el segundo a Francia donde permaneció varios meses hasta aprender el francés, lengua que llegó a dominar. Habiendo pasado muchos años de la intrépida fuga, la suegra de Mercedes parecía haberle perdonado el desaire y comprendido las razones del rompimiento de la pareja Ordóñez-Andrade, lo cual, de cierto modo, aceptaba la decisión de su nuera de alejarse del Ecuador. Hortensia escribió a Mercedes anunciándole su viaje a Europa. La noticia no le sorprendió a Mercedes, más aún, se alegró, porque ello facilitaría su proyecto de formalizar su unión con Paul Rivet y recuperar la relación con sus hijos. La guerra había amainado. Hortensia Mata acompañada de sus hijas Julia y Teresa y de su hijo Alfonso estuvo en París a finales de 1918 y acudió al encuentro con la pareja Rivet-Andrade. Fue una reunión socialmente diplomática con regalos y brindis de parte y parte. En París, año 1918, se producía la reconciliación familiar. Hortensia le anunció a Mercedes que iría a Roma y aprovechando viejos vínculos de la familia Ordóñez con la Santa Sede, solicitaría audiencia con el santo Padre para pedirle la anulación del matrimonio de su hijo Ignacio que estaba enamorado de Marina Barriga y quería contraer matrimonio con ella en breve plazo. Asunto que le alegró a Michita porque le facilitaría su matrimonio con Rivet. Después de permanecer unos días en París, la señora Mata y el grupo familiar recorrió en auto el norte de Francia, atravesó Luxemburgo y se dirigió a Italia. Ya en el Vaticano, en audiencia con su santidad Benedicto XV, la poderosa Hortensia Mata de Ordóñez, quien contó con serenidad y altivez los pormenores del asunto, no − 235 −


logró resquebrajar los principios morales del papado. Esto es, no consiguió la anulación del matrimonio de su hijo Ignacio y por lo mismo Mercedes seguiría siendo a la distancia su pareja. El papa deslegitimó el poder de la famosa matrona ecuatoriana y ella se retiró. Era la primera vez que debe haber sentido frustración. Solo el papa no consentía el poder de doña Hortensia. Ella cumplió con otros cometidos del viaje y regresó a su país. Mercedes también viajó a Italia a intentar la comprensión papal. Dice la crónica que Mercedes se tendió, cuan larga era, a los pies del sumo pontífice y le suplicó que le perdonara el haber abandonado a su marido y a sus hijos; que le perdonara haberse enamorado de otro hombre: –Perdón Padre Santo porque cometí pecado de amor. –Los pecados de amor siempre serán perdonados, le habría contestado el papa.

Pero más allá de la declaración romántica que se atribuye al primado de la Iglesia católica, no fue disuelto el matrimonio. Y Mercedes volvió y siguió casada –a la distancia– con Ignacio Ordóñez Lazo hasta que este falleció en 1931. Hortensia Mata murió el 14 de enero de 1934. Así lo registra Maximiliano Borrero en Orígenes cuencanos. La ruptura existencial de Hortensia Mata de Ordóñez Estando en cama, pero en su sano juicio, a la medianoche del 2 de enero de 1934, la señora Hortensia Mata viuda de Ordóñez, dictó su testamento final ante el escribano señor Emiliano Tamariz Larrea y los testigos señores Francisco Córdova, Elías Abad y Octavio Sarmiento.

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En el nombre de Dios Todopoderoso y de María concebida sin pecado, yo, Hortensia Mata viuda de Ordóñez, de edad de setenta años, más o menos, hija legítima de mis fallecidos padres Don Antonio José Mata y Doña Carmen Lamota, nacida en la ciudad de Quito y avecindada en la parroquia del Sagrario del cantón Cuenca, de la provincia del Azuay, República del Ecuador, encontrándome en pleno uso de mis facultades mentales, pero temerosa de la muerte que es natural a toda persona y confesando que mi religión es la Católica, Apostólica, Romana tengo a bien otorgar el presente testamento como expresión de mi última voluntad en los términos siguientes:…

Después de ordenar que después de su muerte se celebren en bien de su alma treinta series de misas gregorianas, por medio de los reverendos padres redentoristas, dominicos, salesianos y oblatos de la ciudad, estableció su mandato de reparto de bienes entre sus diez hijos vivos y los descendientes de los otros hijos ya fallecidos. Años después los herederos, no sintiéndose conformes con el reparto de bienes estipulado en el testamento, afrontaron un largo pleito, proceso judicial tan complicado que el Estado tuvo que intervenir. El general Enríquez, mandatario de la época juliana, nombró un tribunal arbitral que dirimió el complicado asunto. La ilustre dama dejaba como herencia patrimonial las acciones del Banco Ecuador y del Comercial y Agrícola de Guayaquil, la parte que le correspondía: el 40 % del Banco del Azuay; las 9 haciendas de Pechichal, Zhumir, Copshal, Pirincay, El Tablón, El Descanso, el Hato de San José, el de Nutpud; 6 casas en el centro de Cuenca, más otra casa para la fábrica de tejidos, la quinta de Yanuncay, muchas alhajas, cuatro pianos, muebles varios, entre otros bienes. Se completaba el monto de la herencia con cuatrocientas acciones del Banco del Azuay y seis acciones del Banco Agrícola y una del Banco del Ecuador. Indicaba también que quedaba por cobrarse las deudas de los peones, acción que encargó al hijo de mayor confianza, Alfonso. − 237 −


Pese a este final ineludible, Hortensia no ha desaparecido por completo. Su nombre resuena en el colectivo cuencano como una presencia permanente, ineludible, pues representa a la matrona grande de Cuenca. El científico se consolida Habíamos afirmado que, a finales de 1922, Rivet fue elegido secretario general de la Sociedad de Americanistas, cargo que lo mantuvo por treinta años. Por su parte Mercedes a pesar de su impedimento adquirido en la guerra continuó apoyando a Rivet en la traducción de textos al español y en la preparación de borradores de cartas a las que luego Rivet daba el toque final. En coautoría con Mercedes Andrade en 1923 Paul Rivet escribió «La protección de punta de las peruanas», un texto que reproduzco porque da fe de la colaboración intelectual cercana que Mercedes ofrecía a Rivet. La protección de punta de las peruanas Paul Rivet y Mercedes Andrade Encontramos muy frecuentemente en las tumbas de la época incaica, pequeños objetos en metal, de forma cónica, con la parte superior generalmente perforada, que se han prestado a diversas interpretaciones y que, creemos, se puede explicar de una forma muy satisfactoria por la etnografía moderna. Max Uhle señala la gran frecuencia de estos objetos en el Alto Perú y en el norte de Bolivia. A pesar del número de ejemplares publicados hasta ahora, incluso adicionando aquellos que están expuestos en los − 238 −


Museos de Etnografía de Trocadero y de Gutenbutgo, la cantidad es muy restrictiva. Aquí la lista de procedencia: Chile: Antofogasta y Caldera. Argentina: Grutas de Pucará. Bolivia: Tiahuanaco e Isla de Titicaca. Perú: (comprado en Puno), Macchu Picchu, Choquequira, Pachacamac, Valle de Virú, Trujillo. Costa ecuatoriana: Pueblo Viejo. Nosotros podríamos agregar a la misma serie dos pequeños objetos, el uno en forma de cono, el otro en forma de timbal en forma de vaso, proveniente de la provincia de Antioquia, que han sido descritos por Ángel Uribe. Estos son los únicos especímenes de la serie que son en oro. El ejemplar argentino de Pucará, los ocho ejemplares de Trujillo, los nueve del Valle de Virú y los dos ejemplares peruanos sin precedencia precisa son en plata; todos los otros son en cobre o en bronce. La forma es bastante variable. Algunos especímenes tienen una forma de vaso bastante pronunciada, lo que les hace parecer a una campana. Así son los especímenes de Tiahuanaco, de Macchu Picchu, de Choquequirao, dos de los ejemplares de la Isla de Titicaca y los siete especímenes chilenos. El objeto de Pucará se asemeja a una taza minúscula de fondo redondeado. Todos los otros tienen la forma de un cono alargado, regular, alargándose poco hacía la base. La muestra de Pachacamac descrita por Uhle tiene cerca de la punta dos prolongaciones en forma de púas; esto está presente también en nuestra pieza personal, donde, la parte terminal del cono, representa una cabeza humana, y sus dos apéndices corresponden evidentemente a brazos. El espécimen de Pachacamac presentado por Baessler tiene en su base un reborde circular.

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La repartición de estos objetos es tan clara, que, a pesar de la existencia de dos especímenes colombianos, no creemos que podamos dudar en atribuirles a la civilización incaica. Sus interpretaciones varían según los autores. Uhle, Bandelier y Latcha, les consideran como campanas; Eaton vería más como un ornamento para oreja; Boman describe su ejemplar de Pucará como una taza minúscula, finalmente, Ángel Uribe cree que uno de sus ejemplares es una campanilla, mientras que para el segundo se conforma, como Baessler, con una simple descripción sin interpretación. En realidad, esos objetos, a pesar de sus variantes en formas, nos parecen poder ser interpretadas como utensilios destinados a recubrir la punta del “alfiler” (tupu) con el cual la mujer indígena fijaba su chal adelante del pecho, de manera de no lastimarse y de no picar a su bebé. La mayor parte del tiempo, actualmente, la indígena se conforma con clavar la punta del “tupu” sea en una papa, sea en la parte central de la mazorca desgranada (tusa), sea en un fragmento del nervio central de una hoja de col; pero todavía hay regiones, especialmente en los alrededores de la ciudad de Paute (provincia del Azuay, Ecuador) donde ella emplea para el mismo objetivo un protector de punta metálico, en todos los aspectos comparable a los objetos pequeños prehispánicos que acabamos de describir. Para tal efecto, ella fija por presión en el pequeño cono de metal un pedazo de “tusa” o del nervio de la col, en el cual clava la punta del alfiler, y para evitar perder el protector de la punta le ajusta al “tupu” con la ayuda de un hilo de lana o de algodón. Así también se explican la existencia del orificio en la cabeza de la protección de punta y la perforación en los objetos que acabamos de describir.

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Una vez más, la etnografía viene a la ayuda de la arqueología, que, reducida a sus solos medios, arriesga frecuentemente en perderse en hipótesis erróneas14.

Rivet por su propia decisión o gracias a frecuentes invitaciones, que le hacían desde varios países de Latinoamérica, continuó coleccionando evidencias de la antigüedad indígena en los demás países sudamericanos que visitaba y recogiendo las huellas de su producción material y simbólica. Puso énfasis en la recolección de muestras lingüísticas destacando que «las formas de lenguaje son más estables que las formas materiales». Empezó a elaborar listas de vocabulario y con ellas estableció comparaciones entre diversas presencias lingüísticas para encontrar similitudes y derivaciones. Las invitaciones que le llegaban desde otros continentes le permitieron continuar y profundizar sus hipótesis científicas. Rivet sostuvo como hipótesis cierto parentesco entre las lenguas oceánicas y las lenguas americanas. Realizó publicaciones sobre trabajos de esta índole desde 1907, mas su contribución fundamental se expresó en su famoso estudio «Los melanesio-polinesios y los australianos en América», trabajo científico que anticipaba su obra fundamental escrita más tarde: El origen del hombre americano. Este libro le catapultó a la fama mundial y le abrió la posibilidad de viajar en calidad de conferencista dentro de Europa, Lejano Oriente, África del Norte y todo el continente americano. La publicación confirmó los objetivos del científico francés, amanecido como tal en Ecuador, desde donde publicó varios textos de etnología, obras que le permitieron profundizar en sus hipótesis y fortalecer su presencia dentro el ámbito científico europeo y mundial y, por consiguiente, atribuirle funciones acordes con su pensamiento. 14

Le Xaché-pointe de Péruviennes, L’Antrolologie, vol. 33, p. 189. Biblioteca Nacional de París, Traducción: Vladimir Rodas. − 241 −


En 1925, Rivet fue nombrado secretario general del Instituto de Etnología de París creado por Lucien Lévy Bruhl. En 1928, Rivet, fundó el Museo de Etnografía de Trocadero y realizó la primera gran exposición de arte precolombino en París. Simultáneamente, la profundización de los estudios antropológicos había determinado en Rivet una posición política de identificación con las poblaciones y grupos humanos sometidos a carencias y discriminaciones. Desde esa actitud de comprensión y respeto, el científico impulsó y sostuvo un catálogo importante en la capital de Francia, país que recíprocamente sostuvo y difundió sus ideas. De tal manera, contribuyó a la preservación y difusión, ya no solo de las culturas americanas, sino de todas las regiones del planeta. En 1937, Rivet, totalmente comprometido con el rescate y conocimiento de las culturas del mundo fundó el Instituto de Ciencias Etnológicas, institución que dio lugar a la creación del Museo del Hombre, su mayor realización material y simbólica, pues este lugar se convirtió en una especie de laboratorio de investigación antropológica para el orbe entero, un espacio científico al que podían asistir investigadores de cualquier parte del planeta Tierra a estudiar las muestras recogidas en el Museo. Con la realización de esta obra Rivet se situó en el punto más culminante de su carrera científica. El Museo se convirtió en un lugar referencial en París. Un espacio abierto y mantenido bajo una óptica planetaria con profundo sentido científico, ético y social. La modernización del Museo se debió exclusivamente a Paul Rivet, considerado el mayor americanista vivo, quien transformó el viejo Museo de Etnología de Trocadero con su modesto material antropológico, en el Museo con el mayor acopio antropológico del mundo, el más bello museo sociológico de cuantos existieran en el mundo. También seleccionó personal adecuado extrafrancés para ampliar y fortalecer la visión global de la historia. La obra fue reconocida por el criterio de grandes cientistas

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como Franz Boas, Marcel Mauss, Robert Lowie, Richard Thurnwald, Focillon, Langevin, Perrin y otros igualmente sobresalientes. Rivet, que provenía de una familia de artesanos y modestos propietarios de la tierra, gracias a su inteligencia, a su pasión por el estudio y a su honestidad intelectual reacia a toda discriminación, se ubicó en las cimas más altas de prestigio y reconocimiento internacionales. De provenir de una familia religiosa y creyente pasó a convertirse en un líder político vinculado a la III República, ardiente opositor del racismo y el fascismo. Rivet se declaró ateo, humanista y políticamente progresista, como intelectual típico de la III República y se destacó en adelante como un hombre justo, amigable con todos, un militante político que combatió con ardor y convicción al fascismo, el racismo y los prejuicios sociales. Mas, esa nueva actitud política que enfocaba la paz mundial como una necesidad común, como una potestad universal, le trajo problemas con uno de sus colaboradores que se sintió incapaz de comprender la óptica política y científica de Rivet. Este funcionario gestionó el despido de Rivet y lo reemplazó en el puesto de director del Museo a partir del mandato estatal que no concedía más tiempo de servicio al Estado, sino hasta los cincuenta años de edad. Esta terrible decisión indispuso fuertemente a Rivet. Cómo podía dejar de velar, de cuidar los propósitos que le habían llevado a crear esta nueva estructura sociocultural y política. Se sentía una vela encendida y vibrante agitada por vendavales imprevisibles e indómitos. Qué sería de él. A dónde llevaría sus libros recogidos con perspicacia y amor en sus largas carreras de tribuno de las ciencias antropológicas. El Ministerio de Francia acogió el mandato de la ley en cuanto a la edad para retirarse del trabajo público. Sin embargo, Rivet se desconsolaba porque no sabía a dónde podría mandar o ubicar su

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enorme y especial biblioteca. Pero el Ministerio dictó una resolución favorable. Le permitió mantener su departamento y su biblioteca hasta cuando él quisiera y eso tenía una sola dirección… hasta su muerte, lo que significaba un grito de resurrección para Rivet. Al mismo tiempo, perdió la colaboración de su amigo brasileño Paulo Duarte quien no admitía la existencia del Museo sin la sabia dirección del maestro Rivet que lo había constituido y sostenido con franca y valerosa inspiración y esfuerzo. La publicación del pensamiento de Rivet en «Testamento político» en la revista de Sartre, Tiempos modernos, en La Nation en inglés y O estado de S. Paulo fue una preclara manifestación del análisis del momento político que vivía Francia. El Palacio de Chaillot El departamento de Rivet, ubicado en el último piso del Palacio de Chaillot donde funcionaba el Museo del Hombre en la Plaza de Trocadero, a pocos metros de la Torre Eiffel, continuaría convirtiéndose cada fin de semana en un centro de educación y fraternidad universales. Mientras centenares de turistas de todas partes del mundo acudían a mirar las muestras etnológicas recogidas por Rivet y por diferentes antropólogos, otros concurrentes, invitados por él, acudían a su departamento. Políticos, escritores, científicos y artistas de cualquier país o continente acudían a verlo y conversar con el científico de palabra clara, precisa, afable y contundente. Amablemente Rivet compartía con sus invitados las inquietudes y aspiraciones que le impulsaban a su permanente acción y difusión de conocimientos e ideales humanistas. Predicaba con absoluta convicción la necesidad imperiosa para todo el mundo de recomponer la sociedad enfrentada por intereses económicos y al

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mismo tiempo incitaba a actuar decididamente dentro de las naciones polarizadas por la pugna de poderes y por el deseo de controlar del mundo. De manera particular, a Rivet le gustaba invitar a su departamento a latinoamericanos que visitaban París. Quería estar enterado de primera fuente sobre lo que pasaba en los diferentes países de donde procedían sus incontables amigos, al mismo tiempo que compartía con ellos los últimos adelantos en el campo de la Antropología y la Lingüística. A Rivet le complacía dialogar con sus amigos y visualizar intelectualmente reformas posibles para la ciencia y en torno a la vida en el planeta. Mercedes atendía a los invitados con la mayor amistad y gozaba íntimamente del papel de su esposo al frente de estos coloquios fundamentales de proyección social. Con ese espíritu abierto y leal, Rivet se convirtió en un mecenas espiritual de los historiadores ecuatorianos, Jacinto Jijón y Caamaño y Carlos Larrea, cuando llegaron a París. Acogió también a Juan Cueva y a otros jóvenes para que estudiaran en Francia. Le gustaba intercambiar por largas horas novedades y reflexiones con sus amigos en la terraza del Palacio de Chaillot desde donde se avistaba con facilidad todo París, veinte siglos de historia, según su clásica expresión. En estas reuniones intelectuales no perdía oportunidad para recalcar la necesidad de cambiar este mundo desequilibrado, competitivo y violento. También en la correspondencia que mantenía con los líderes, pensadores y creadores del mundo insistía en predicar la misma exigencia. Fueron visitantes asiduos al departamento de Rivet los intelectuales Teilhard de Chardin, Paul Valery, Marcel Mauss, Lucien Lèvy-Bruhl, Leon Blum, Irene Curie, André Breton, Anatole France, Henri Bergson, Jacques Maritaim, Lucien Lefebre, Carolina Voucher, Pablo Picasso, Charles de Gaulle y muchos, muchísimos más.

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La acción política de Rivet Casi simultáneamente a la concreción del gran sueño de Rivet: la creación de un museo que recogiera muestras de la cultura de todos los pueblos del mundo, el científico se involucró en el activismo político de oposición al avance del antisemitismo y el fascismo. Participó como orador en muchos mítines y con el respaldo de más de mil intelectuales franceses fundó el Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas. Igualmente, patrocinó la Comisión Internacional de Ayuda a los Refugiados Españoles que huían de la dictadura de Francisco Franco y se adhirió a la Liga Contra la Opresión Racial y el Imperialismo, creada en Bruselas bajo la dirección de Albert Einstein. Se avecinaban tiempos difíciles que no podían dejar impasible a un hombre de la enorme sensibilidad humana y política de Rivet. Sin menoscabar su interés científico, Rivet compartía con tesón sus inquietudes políticas y sus afanes investigativos. Conjugaba perfectamente la difusión de las nuevas perspectivas teóricas con sus propuestas políticas. Recorría los sitios de interés arqueológico con profesores universitarios y alumnos que se interesaban por esa temática y luego compartía la reflexión con grupos más amplios. Así lo hizo en julio de 1938 cuando recorrió México, Guatemala y Colombia. Al mismo tiempo, ampliaba la reflexión difundiendo su ideario político en torno a los derechos del Hombre y el Ciudadano. Consecutivamente viajó por Nigeria para indagar y reflexionar sobre el nivel de vida de los nigerianos. En 1939 presidió el Patronato de la Comisión Internacional para ayudar a los refugiados españoles que se oponían a la dictadura de Franco en España. A finales del mismo año dirigió la Comisión Internacional de Estudios en Perú, Bolivia, Argentina y Brasil países en los cuales sustentó conferencias sobre el origen del hombre americano y varias

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temáticas sobre el americanismo. En Bolivia se enteró de la nueva declaración de guerra que se había producido en Europa. A su regreso a Europa intentó organizar proyectos sobre organización de la respuesta a los invasores de París, pero muy poco se pudo hacer frente a la densidad atropelladora de los invasores alemanes e italianos. Pese a dicha fatalidad el Museo del Hombre no cerró sus puertas. Marcel Mauss, Henri Bergson y otras celebridades se inscribieron para recibir el apoyo de los Estados Unidos. Pero Paul se negó a recibir dicha oferta. Como un desafío al poder invasor el 1 de septiembre inauguró una exposición sobre el Asia. Durante los siguientes meses continuó desafiando a los invasores. Pero los que protestaban en las calles o junto a los centros de arte y educación fueron arrestados. Rivet continuó enviando cartas de oposición contra las autoridades francesas que aceptaban las imposiciones de los invasores. En ese contexto se volvía presa fácil de la represión que empezaba a buscarlo con mucho interés. Los amigos y colaboradores más cercanos le instaban a abandonar el país. Él se resistía denodadamente y solo al final, cuando nada se podía hacer desde su país, aceptó dirigirse hacia España donde permaneció varios meses intentando coordinar una respuesta efectiva contra los invasores. Meses y meses de combate silencioso, pero infausto. Finalmente, ante la insistencia de sus colaboradores, aceptó la invitación del presidente Eduardo Santos. Paul Rivet y Mercedes Andrade viajaron a Colombia. Mientras tanto los invasores llegaron hasta el Museo y apresaron a sus ocupantes. Dos de ellos, Ivonne Odon y Deborah Lifschitz, fueron sacrificados en las maniobras bélicas. En el ámbito familiar se libraba otra batalla. La distancia cobra sus amargos frutos: los hijos de Mercedes se alejan cada vez más de ella. No solo es la distancia física que los separa –un inmenso océano de por medio–, sino también esa brecha insalvable que se

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profundiza con el paso de los días. Por si fuera poco, al interior del matrimonio también las cosas han cambiado. El fervor del amor poco a poco, como una fantasma invisible, da paso a otro estado de las emociones: la calma, el reposo, el frío. La relación entre Mercedes y Rivet En esta época, del mayor fervor por la consolidación de la ciencia antropológica y de actividad política de primera línea, algo se quebró entre Mercedes y Paul. Intempestivamente la relación con Rivet se había convertido en una relación de camaradería, de roommate. Mercedes en Cuenca permanecía sola la mayor parte del tiempo. No manejaba ningún dinero y su vida social era precaria. Mercedes no dudó en reclamar a su esposo y pedirle explicaciones puesto que civilmente ya constituían una pareja pues se habían casado oficialmente en 1932. Ante las nuevas circunstancias y el reclamo pertinente de Mercedes, Paul Rivet contestaba que todo estaba normal y le pedía mantener la tranquilidad. Los hijos de Mercedes habían formado sus propios hogares. Carlos, el primer hijo, se había casado con Rosa Jerves; Luis Mario, el segundo, se unió en matrimonio con María Luisa Cordero Vintimilla. Ignacio fue el hijo más cercano. Antes de contraer matrimonio visitó a su madre en Francia y se quedó a vivir con la pareja Rivet-Andrade por dos años. Ocupó su tiempo en aprender música en el mejor conservatorio de París. A su regreso a Cuenca se casó con Virginia Andrade. Su hijo Carlos no perdonó nunca a su madre el abandono. Se dice que el segundo hijo, Luis Mario, por incitación de su propia mujer, fue victimado por su cuñado, en medio de una relación romántica confusa. La noticia de la muerte trágica de su hijo Luis Mario, el más impredecible de todos, llenó de dolor y de condena el ánimo de Mercedes. − 248 −


En esa época Rivet empezó a frecuentar más asiduamente a madame Carolina Voucher, una matemática de prestigio que dirigía al grupo de intelectuales Fenelón y que era una de las personas asistentes a las reuniones del Museo del Hombre. Madame Voucher entró a la vida de Rivet como una compañera intelectual. Aunque Rivet negó mantener con ella relaciones amorosas, esta empezó a tener un rol relevante en su vida particular. Nunca más se alejó de él. Se incorporó al Museo del Hombre como secretaria particular del director Rivet y llegó a manejar sus cuentas privadas y correspondencia. Viajó con él a varios países. Una autora que ha estudiado a Paul Rivet, Christine Laurière, considera a Caroline Voucher, amante de Rivet, a quien en sus viajes el sabio la presentaba como una pariente. Mas, Caroline no fue solamente la compañera sentimental, fue una asidua camarada en sus trabajos e investigaciones y en su labor de promoción de las ideas y propuestas que generaba la mente absolutamente lúcida y ferviente de Rivet. Caroline se unió a Rivet, en Colombia, después de soportar y evadir la represión de la Gestapo. Él la presentaba como una colaboradora. Después hicieron otros viajes por el mundo. París, 1940. Segunda Guerra Mundial El crecimiento de la sociedad capitalista y su cada vez mayor necesidad de territorios productores de materias primas para el desarrollo de las nuevas y potentes industrias desató en los países industrializados la ambición de conquista, la urgencia de dominio político e ideológico sobre regiones ricas en recursos. Estas posiciones estratégicas, ideológicas y económicas estaban en la raíz de los grandes conflictos que estallaron en Europa en el siglo XX con fuerte repercusión en los otros continentes. Con mejor tecnología bélica y mayor ambición, la segunda conflagración mundial se inició con el enfrentamiento de las poten− 249 −


cias del Eje: Alemania, Italia y Japón contra los Aliados que eran Inglaterra, Francia y la Unión Soviética. Estados Unidos compartía con los países aliados los mismos objetivos políticos y económicos y por ello entró a participar en el conflicto bélico. Su acción militar equipada de potentes recursos bélicos y humanos dejó instalada en la conciencia mundial la supremacía a que había llegado el gran país americano. El proyecto de la Segunda Guerra Mundial partió del interés alemán de recuperar su predominio en el planeta y resarcirse del orgullo perdido en la I Guerra Mundial. El líder nefasto de la II Guerra Mundial fue Adolfo Hitler. El plan de este jerarca comprendía no solo la supremacía alemana en Europa, sino, además, la apropiación de colonias y semicolonias del mundo menos desarrollado: África, el sudeste asiático y las islas del Pacífico. Hitler rompió con el Tratado de Versalles firmado después de la I Guerra. Con la utilización de los nuevos implementos militares desarrollados por la industria bélica de su país invadió y destruyó los países cercanos: Polonia, Dinamarca, Bélgica y Holanda. Luego se dirigió a Francia, país que, lastimosamente esta vez, no pudo enfrentar el poderío germánico. Por su parte Mussolini, aliado de Hitler y dictador de Italia, invadió Grecia, Egipto y la Unión Soviética. Estados Unidos entró a la guerra para oponerse a la ambición teocrática de Hitler. Desde el oriente, Japón intentó doblegar a los Estados Unidos, el aliado cuya participación podía definir la contienda. De forma sorpresiva el país nipón bombardeó la base naval estadounidense de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941 y con esa provocación se agudizó la conflagración mundial. En la II Guerra Mundial con el fin de aniquilar al enemigo se emplearon nuevas estrategias y nuevos recursos bélicos. Se utilizaron misiles de largo alcance y radares más sofisticados con el fin de lograr el exterminio de aquellos pueblos del mundo considerados − 250 −


de inferior calidad humana que, sin embargo, poseían una enorme riqueza material, lo que supuestamente siendo inferiores no les correspondía poseer. Colateralmente se trataba de aniquilar a los judíos de toda edad a quienes se les adjudicaba el demérito de ser trabajadores y ahorrativos. Hombres y mujeres, niñas y niños judíos debían ser exterminados. Con ese propósito se implementaron crueles estrategias de persecución y despojo de su patrimonio familiar en varios países de Europa, especialmente en Alemania, Rumania, Austria y Polonia. Finalmente, se les condujo por millones a los campos de concentración. La mayoría de dichas personas se consumieron en las cámaras de gas. Valiéndose de contactos privilegiados muchos judíos lograron viajar a otros países especialmente del continente americano. Otros, aquellos que pudieron huir hacia el oriente, a las tierras de sus antecesores lograron escapar y terminaron fundando Israel en 1948. La teoría política que se manejaba entonces en Europa, sostenía que hay grupos humanos indeseables en el planeta, como los judíos, porque no gastan el dinero que tienen y mantienen costumbres arcaicas que son nefastas y contrarias al progreso de las naciones. Con ese argumento se predicaba que conviene a las naciones más desarrolladas eliminar a dichos grupos, quitarles su riqueza para mantener la prosperidad, el bienestar creciente y el dominio de los mejores países sobre el planeta Tierra. Para lograr este objetivo se aplicaron inusitadas estrategias de usurpación de sus bienes y luego de aniquilamiento humano. Los judíos que pudieron salvarse, entre los cuales se cuenta a Einstein, cambiaron su estadía y sus saberes por el mundo llevando consigo algo que nadie podía arrebatarles porque estaba en sí mismos. En enero de 1937 el diario Paris Soir había llamado la atención de los lectores con este titular: «Una catástrofe puede acabar − 251 −


con nuestro mundo civilizado. Si sobreviven diez hombres nada está perdido. Este grupo de sabios podría volver a crear el mundo moderno civilizado». Dentro de estos personajes aludidos, junto a Albert Einstein, Marconi, Cushing, Broglie, Sabatier, Willstaeter, Nordstroen, Huxley y Tigsten, se encontraba Paul Rivet, erigido en figura tutelar del conocimiento que los seres humanos lograron detentar sobre sí mismos. Rivet era considerado un hombre protector y difusor del saber que la humanidad poseía sobre sus orígenes, su evolución y sobre su comunidad de destino, con todas las civilizaciones en el tiempo y en el espacio. La noticia de la declaración de la Segunda Guerra le sorprendió a Paul Rivet mientras estaba en Bolivia, en septiembre de 1939. Pese al discurso fascista que circulaba en Europa, a su regreso a París, Rivet inauguró una exposición sobre Oceanía y África, zonas que normalmente eran descalificadas por los fascistas. Como parte de las estrategias de la Segunda Guerra Mundial, la Italia fascista había declarado la guerra a Francia. El 13 de junio de 1940, París amaneció envuelta en humo por la quema simultánea de todos los depósitos de gasolina mientras los soldados alemanes, con su incontrastable potencia militar, estaban a las puertas de la ciudad. Al mismo tiempo, millones de personas se alejaban de ella en el vehículo que pudieran: coches, carrozas, carritos de crianza para bebés, bicicletas y miles a pie. Había que huir. Escapar, dispersarse porque París estaba bajo el yugo implacable de Hitler. El 14 de julio de 1940 entraron las tropas a la capital francesa. Bombardearon París y tomaron el control de la ciudad. Sería cuestión de días tomarse Londres. No había nada que hacer. Después de muchas dudas, Rivet tuvo el tiempo justo para evitar su exterminio. Por estar totalmente identificado con la resistencia, él estaba en peligro y tenía pocas horas para alejarse del Palacio de Chaillot donde vivía y donde funcionaba el Museo del Hombre. Rivet era buscado por los alemanes porque había fundado la − 252 −


Red de la Resistencia de los Intelectuales Antifascistas del Museo del Hombre y publicaba el periódico Resistencia. Él no quería huir, sino enfrentar a los enemigos de Francia y del mundo civilizado. Fueron sus amigos los que le insistieron que se protegiera y le urgieron a que huyera. Después de muchas dubitaciones y con la ayuda de sus amigos logró cruzar la frontera española y esperó un tiempo para decidir su destino. Mientras tanto sus colaboradores, entre ellos la señora Voucher, fueron encarcelados. Otros fueron fusilados o llevados a campos de concentración. El archivo sobre África Negra fue quemado. Para entonces, Rivet ya era considerado un hombre excepcional, no solo por sus cualidades intelectuales, su entrega total a una ciencia nueva: la Etnología creada por él, sino por ser un gran pedagogo sin fronteras, por estar animado de una extraordinaria fuerza de convicción puesta al servicio de ideales y convicciones humanistas y adornado por un carisma que operaba más allá del círculo de los etnólogos y amigos que le seguían. Apenas se hubo desatado la II Guerra Mundial, la Fundación Roosevelt –comprometida con el saber acumulado por un conjunto de personas que habían trabajado arduamente para organizarlo y darlo a conocer al mundo– había inscrito a Rivet entre los 27 hombres importantes a los que había que proteger y a los que ofrecía refugio en los Estados Unidos. Pero Rivet manteniendo la congruencia con su posición filosófica-política, notoriamente comprometida con la izquierda, se negó a aceptar dicho ofrecimiento. Paul Rivet, para entonces de 64 años, se vio obligado a abandonar Europa. Mercedes le acompañó a Bogotá donde recibieron una cálida y distinguida recepción que muy particularmente Mercedes lo recordaría siempre. Como todo en la vida, este amor aparentemente invencible, también empezaría a fisurarse. La relación próxima de Rivet como otra mujer, supuso para Mercedes un estruendo en su corazón − 253 −


enamorado. Ella no era mujer para soportar ese nuevo estado de las cosas. Los datos que se tienen dan cuenta de su regreso a Cuenca a partir, precisamente, de la distancia y el enfriamiento en la relación con el doctor Rivet. Cuenca, 1941 La ciudad a la que volvía Mercedes mantenía muchos rasgos de la ciudad de principios del siglo XX cuando alrededor de la plaza central se levantaban la catedral vieja y la nueva catedral iniciada en 1885 que aún estaba en construcción. Se inició en 1885 y se terminó de construirla en 1975. Estaban presentes los edificios administrativos del Municipio, la Gobernación, del Palacio de Justicia y el Seminario y también las casas con portales, que pertenecían a su antigua familia política, cuyo poderío se había venido a menos después de la división de la fortuna entre los numerosos descendientes de doña Hortensia Mata, fallecida siete años antes. Aunque Cuenca empezaba a extenderse a lo largo de la avenida Huayna Cápac y hacia la margen sur del río Tomebamba, su casco urbano se mantenía casi idéntico con sus calles simétricas y sus plazoletas soleadas. Para entonces Cuenca albergaba en su área urbana a 53 000 habitantes, todos o casi todos –en condiciones normales– eran vecinos moderados, respetuosos y creyentes. El temperamento morlaco impetuoso y porfiado se hacía evidente solo en ciertos momentos de amenaza a su tranquilidad y a sus convicciones. La mole de la catedral nueva era como la representación de la ciudad, visible desde cualquier barrio de la ciudad: El Sagrario, San Blas, San Sebastián, El Vado, Todos Santos, El Vergel, Las Herrerías, la Escalinata, La Convención del 45, El Chorro, María Auxiliadora, El Vecino, El Vado y La Gloria.

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Cuenca era todavía una pequeña urbe de aire recoleto, sobrio y sosegado. A ciertos visitantes les parecía Cuenca una ciudad tranquila, casi afligida, donde parecía que las personas se escondían para que nadie les viera o para no ver a nadie. Pero era también una ciudad bella, de aire limpio y cielo claro, una ciudad para vivir. Los ríos –un patrimonio singular– y sus riberas verdes con árboles antiguos que besaban las aguas. Desde el barranco y sus casas vigilantes se miraba cómo al otro lado del río Tomebamba –llamado también Julián Matadero– por sus furiosas crecientes que, algunas veces, se llevaba casas, ganado y aún personas en medio del campo oloroso a eucalipto y a retama, la ciudad crecía, se volvía adolescente, huraña y curiosa al mismo tiempo. Las innovaciones en el vestuario femenino habían tardado en introducirse. Todavía había señoras mayores forradas de negro de la cabeza a los pies. Y las empleadas domésticas de las señoras ricas cargaban en sus hombros los reclinatorios de esterilla para que sus amas no tuvieran que usar las bancas de madera en las que se arrodillaba el pueblo común. La obra municipal se notaba en el empedrado de las calles con bloques de andesita, los postes y cables que proveían de luz eléctrica y de teléfonos de auricular. Ya se contaba con alcantarillado y agua potable lo que permitía la instalación de duchas en una minoría de hogares. Alguna gente todavía se bañaba en el río porque le placía o porque no quería ir a los baños públicos de agua caliente que alquilaba un gringo del este europeo. Se destacaban pocos edificios nuevos, bellos, sobrios y funcionales como el de la Universidad de Cuenca en la esquina del Parque Calderón, edificio que ostentaba revestimientos rosados de mármol pulido; el Banco del Azuay, a una cuadra del parque principal; o el Colegio Benigno Malo que, construido con ladrillo visto, estaba situado lejos del bullicio urbano, en la Solano, avenida que se extendía desde el río Tomebamba hasta el río Yanuncay, al pie de la colina de

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Turi. Esta colina era el mirador natural de la ciudad y de la planicie cubierta de bosques que todavía la rodeaban. La artesanía local no había sido desechada aún como ocurriría tiempo después con la introducción del plástico. La mayoría de las familias utilizaba utensilios de hierro enlozado, hojalata, barro o madera. La losa y los cristales salían en los festejos. Pocos autos y buses circulaban, y no incomodaba que se estacionaran en las calles y allí amanecieran. Por supuesto, las primeras mujeres jóvenes y ricas que manejaban un vehículo de ruedas concursaban cada año para ser la Reina del Chofer. Todos los habitantes se conocían si no por el nombre al menos por la fisonomía. Por lo mismo era identificada al instante una persona forastera. Por ello, cuando volvió Mercedes, muchos la reconocieron y su historia volvió a estar en la mesa de todos y en el cuchicheo temeroso. Mercedes tenía sesenta y tres años, era para entonces una bellísima señora de pelo blanco vaporoso y brillante y de una tez límpida y tersa. A su regreso a Cuenca, fue recibida calurosamente. Habiendo fallecido su esposo, Ignacio Ordóñez Mata, en 1931, Mercedes Andrade había legalizado su unión con el doctor Rivet. Por tanto, era una señora casada. Era Madame Rivet. Después de tanta diatriba por su fuga, a su retorno las campanas de las iglesias de los diferentes conventos tocaron alborozadas. La jerarquía eclesiástica la liberaba de toda culpa y para festejar su llegada invitó al público selecto a un tedeum en la Catedral de Cuenca. Ofrecía al Altísimo una acción de gracias por su recuperación moral. Cuando recuperaba esta anécdota Mercedes sonreía, esa sonrisa no tenía una explicación normal. Dentro de la familia, la Michita era muy cariñosa y dulce. Trajo hermosos regalos para sus hijas e hijos, nietos y nietas y sobrinas y más descendientes. Era amena y locuaz y a veces exagerada en su conversación con acento francés. Le gustaba usar ciertos términos − 256 −


franceses y se renegaba de que su empleada indígena no pudiera memorizarlos. No descansaba de contar sobre las recepciones que ofrecía la pareja a sus ilustres invitados y las cosas curiosas de París. Los personajes que frecuentaban su residencia en el Palacio de Chaillot como Charles de Gaulle, Ho Chi Ming y muchos más. Mencionaba con cierto enojo a la cococa porque flirteaba con su marido. De Paul hablaba lo indispensable. A través de las cartas que se cruzaban entre la pareja se podía deducir que estaban separados no solo por la distancia y las circunstancias de la guerra, sino también por la presencia incisiva de otra mujer. Aunque Mercedes disimulaba ante sus parientes, pues minimizaba dicha cercanía o la justificaba como una respuesta de gratitud del científico a madame Voucher por haberle salvado la vida a Paul en los trágicos días del asalto al Palacio de Chaillot. En cambio, la relación con sus hijos fue difícil. Sobrevivían dos: Carlos, casado con Rosa Jerves e Ignacio casado con Virginia Andrade. La nuera, la poeta Rosa Jerves, que en sus escritos utilizaba el seudónimo Flor del Valle, mantenía a su alrededor un pequeño grupo de gente apasionada por la música, el canto y la poesía. Rosa Jerves fue la mentora de la formación del Club Femenino de Cultura de Cuenca, agrupación a la que pertenecieron: Esperanza Palacio, poeta; Zoila Aurora Palacios, catedrática; Isabel Moscoso D., escritora, entre otras. Rosa también fue parte de otras varias instancias culturales. Fue ella, Rosa Jerves, la que alojó en su casa con todas las finezas de rigor, a su suegra, la bellísima Mercedes Andrade de Rivet. En sus conversaciones íntimas con su nuera y las pocas amigas que le visitaban, Mercedes intentaba explicar los motivos que le llevaron a la decisión de alejarse de Cuenca: su profundo infortunio y su delicada salud. Decía que si no hubiera conocido a Rivet igualmente la habrían perdido porque hubiera muerto en aras de tanto sufrimiento que le provocaba su primer marido. Probablemente hubiera muerto perturbada o por consunción, lo decía una y otra vez. − 257 −


Los hijos se habrían quedado huérfanos. Ahora ella había vuelto y les daba por padre a un hombre ilustre. –Les he dado un nombre, decía Mercedes. –Diga mejor un sobrenombre, respondía el hijo mayor. Este hijo no aceptaba ninguna explicación. Estaba profundamente resentido. –Soy su madre, decía Mercedes. –Madre no es la que pare, sino la que cuida a los hijos, replicaba el hijo. Mercedes le explicaba que partió creyendo que pronto les iba a tener en París, pues el divorcio sería inminente y los abogados franceses lo iban a lograr sin mayor dificultad. Pero no se produjeron así los hechos. No lo logró. Escribió una súplica a monseñor Manuel Pólit para que intercediera en su favor, mas esa gestión eclesial fue evasiva. Quiso educarles en París bajo la influencia de un científico de renombre. Nada de eso logró. Ahora dos hijos estaban casados y uno había muerto. Los cuidados maternales no eran imperiosos. Mercedes tuvo que resignarse al comportamiento displicente con que la trataban. Se resignó a la frialdad de su hijo mayor. Parecía que Mercedes usaba una coraza sobre su corazón para desentenderse del impacto exterior demasiado fuerte. Rivet en Colombia permaneció dos años dedicado a un infatigable trabajo. Apenas a un mes de su llegada, en junio de 1940, Rivet le recuerda los episodios de la I Guerra que vivió desde dentro, como médico militar. Después de un breve escrito Rivet pide disculpas públicamente por no haber vivido junto a sus coterráneos el flagelo de la

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Segunda Guerra. «Me justifico ante los ojos de los franceses y ante los míos de haber abandonado la lucha en el territorio invadido», recalcó. En un mensaje radiofónico desde Nueva York llamó la atención sobre la emergencia de organizar el mundo para defender la paz y mantener el respeto a los derechos humanos. La guerra había amainado. Por un lado, el repliegue de los alemanes y por otro, el cansancio que originó la deserción de los escuadrones de combate. Al final de la II Guerra Mundial desaparecieron la mayoría de los imperios para dar paso a las repúblicas democráticas. Se creó la primera República Socialista Soviética y luego muchas más optaron por la misma decisión. Con la URSS y muchas naciones intentaron entrar en un diálogo civilizado que garantizara la paz mundial. No obstante, permanecieron ciertos resquemores debido a que el aliado de última hora, Estados Unidos, proyectaba ya una creciente sombra de dominio sobre los tradicionales países poderosos del mundo. En Rusia se afianzaba el gobierno de Kruschov con un carácter absolutamente dominante. En Colombia, Rivet inauguró el Instituto de Etnología y empezó a formar la primera legión de etnólogos. Con estos primeros especialistas desplazó sendas misiones etnográficas a varias regiones del país colombiano. A pesar de su nuevo trabajo en tierra americana no se olvidó que su país estaba invadido. Creó en Bogotá un punto de resistencia: el Comité de la Francia Libre. Lejos de su patria le producía enorme angustia la situación de Francia a la que no podía volver mientras la guerra continuara. Extrañaba su patria y extrañaba los libros. La condición de exiliado pesó profundamente en su alma. A veces se sentía abandonado de todos sus amigos franceses, pero él no se olvidaba de su país de nacimiento, asolado por la guerra. En 1942 fue invitado a Nueva York a dar una conferencia en la New School for Social Research sobre el racismo. Tomó como re-

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ferencia los cambios implementados en Brasil con comprensión y persuasión descartando la violencia y el odio. Su intervención logró la aceptación de los asistentes, catedráticos de prestigio entre los cuales él estaba. Al día siguiente dio otra conferencia sobre la unión de todos los pueblos del mundo. Se incluyó el último día una comida en la que Rivet habló sobre la unión de todos los pueblos del mundo formados en torno a una patria común que hiciera de los hombres a ser más hombres lejos de la estupidez de la guerra. Se dice que su estadía en Nueva York fue una delicia para sus amigos cientistas. Pese a una larga relación entre Rivet y Franz Boas, unidos por las cosas del espíritu era la primera vez que se veían, y también la última, porque el viejo profesor Boaz no alcanzó a decir más que cuatro palabras: «Mi querido Paul Rivet» y cayó muerto sobre la mesa… El hecho constituyó un golpe incisivo, directo y profundo para Rivet. Luego se desplazó a México. El nuevo país le deslumbró por su paisaje y su clima como por la riqueza de su creación artística e histórica, por los esfuerzos de desarrollo social y también por la abundancia de comida que se ofrecía y que suplantaba con creces la que él extrañaba. El año 1943 fue decisivo para Rivet. Fue el año de publicación de su obra mayor: El origen del hombre americano en cuatro idiomas: francés, inglés, español y portugués. También en ese año le encomendaron representaciones y se le otorgaron distinciones por su trabajo científico. Rivet fue nombrado, por el general Charles de Gaulle, consejero cultural para América Latina. Viajando de un país a otro, como parte de su misión, Rivet fundó el Instituto Francés de América Latina y la Librería Francesa en México, con la reimpresión de cien mil libros escolares que contenían las obras clásicas francesas. Creó también el Instituto Franco-Brasileño y las Cátedras de Literatura Francesa en México, Bogotá y Caracas. Al mismo tiempo,

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recibía comunicaciones de diferentes países del continente americano que le invitaban a compartir su saber. Mientras estuvo exiliado viajó a varios países del hemisferio occidental y aprovechó toda oportunidad para crear centros académicos donde se pudiera dar a conocer la cultura francesa de todos los tiempos. En 1944 se anunciaba la liberación de París. Esa novedad le traía nuevos bríos a Rivet. El Museo subsistía. Podía volver al Museo del Hombre. No tardó en hacerlo. Llegó a Francia a finales de 1944. Le colmaba el entusiasmo de retomar su obra en el Museo del Hombre en medio de un país devastado donde faltaban la comida y los instrumentos de trabajo, pero no las ideas. Rivet creó el Instituto de Altos Estudios Brasileños dentro del Museo del Hombre y le designó a Paulo Duarte la dirección de la alta oficina. Duarte se excusó de servir al Museo y retornó a Brasil. Rivet salió unos días de vacaciones y en ese momento le nombraron diputado por el Partido Socialista. Una vez electo se dedicó a la política totalmente. Mas en Francia la Ley fijaba en 50 años el límite de edad de los funcionarios, una novedad que trastornó a Rivet. Ese año debía dejar la dirección del Museo del Hombre, situación que se agravaba por haber hecho militancia política y conducido la organización de la resistencia dentro del mismo Museo. Fue una noticia que le traspasó de tristeza. Debía dejar el Museo del Hombre desde donde emprendía tantas acciones combativas y al mismo tiempo se quedaba sin casa donde vivir. París, 1944. Fin de la Segunda Guerra Mundial En una carta dirigida a Marechal, el 14 de julio de 1940, Rivet le recuerda los episodios que vivió en la I Guerra desde dentro, como médico militar.

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Esta declaración lo daba, en el contexto de la intervención de los aliados y la acción militar de Normandía. El 5 de junio de 1944 comenzó el repliegue de los fascistas y el fin de la II Guerra Mundial. Francia, gobernada provisionalmente por Charles de Gaulle, pudo respirar nuevamente un aire de libertad y regularizar la vida cotidiana después de la más grande zozobra de su historia, cruzada por una incertidumbre que duró varios años más, a causa de la escasez de alimentos básicos y atravesada por el dolor que le producía los millones de seres humanos sacrificados. Como diputado Rivet participó en la elaboración de la Nueva Constitución que regiría los destinos de la IV República. En la Asamblea Constituyente lideró posiciones radicales oponiéndose a las condiciones ambivalentes de Francia respecto de la paz y del desarrollo de las naciones emergentes. Se manifestó en contra de cualquier signo de alianza con el poder hegemónico de los Estados Unidos, considerándolo la nueva potencia mundial. Desde esa posición, entró a formar parte de la Unión Internacional Contra el Racismo y presidió la Liga Mundial de Derechos Humanos. En 1946 fue elegido diputado por siete departamentos de la Villa de París y al mismo tiempo alcalde del V Distrito. París, 1947 Rivet mantenía correspondencia con Mercedes y le ponía al tanto de sus actividades. Mientras ella estuvo en Cuenca, le escribía con la frecuencia que sus ocupaciones le permitían y le enviaba periódicamente una cantidad de dólares para su subsistencia. Le ponía al tanto sobre su actividad vigorosa tanto en la política como en la difusión de su obra cumbre El origen del hombre americano. La situación personal de Rivet, sobre todo, económica se agudizó en los años cincuenta. El nuevo rector del Museo del Hombre, Henry Vallois, desató una feroz resistencia contra Rivet. Volvió a − 262 −


publicar libros donde se encomiaba la obra de Rivet suprimiendo su nombre del texto y buscó argucias profesionales para eliminar su presencia en el edificio pues el burgomaestre de la ciudad le había concedido el derecho de seguir viviendo en los últimos pisos del Palacio de Chaillot. Rivet se sentía abrumado por el odio desplegado por el nuevo director y no sabía qué hacer frente a su precaria situación dentro de la cual tenía importancia fundamental la presencia y el uso de su riquísima biblioteca. En medio de la inestable situación económica de Francia y de su particular forma de vida, el cuadro de sus posibilidades de sobrevivencia era sumamente precario. En una de las cartas dijo que se sentía cansado y enfermo. La noticia sacudió a Mercedes, quien decidió regresar inmediatamente a París. A pesar de las circunstancias que le indujeron a distanciarse, ella no había roto afectivamente con su esposo. Siempre guardó frente a las otras personas admiración y respeto por el hombre que ella conocía profundamente. Y al saber que se encontraba cansado y enfermo iría a ofrecerle sus cuidados. Ante el anuncio de su venida, Rivet advirtió reiteradamente a Mercedes que lo pensara bien, que iba a encontrarse con muchas carencias, pues las secuelas de la guerra subsistían y no se había restablecido la paz cotidiana. Le habló también sin ambages de su situación de salud, de incomodidad y soledad sin esconder la relación de cercanía que conservaba con madame Voucher. También se refirió a la situación política mundial, lo cual permite comprender que veía en su esposa una interlocutora apropiada para hablar de temas sociales complejos. Por el tono de la carta: afectuoso, sencillo y sincero, se infiere que Rivet no había modificado sus sentimientos respecto de su cónyuge. Las siguientes cartas nos dan una idea de la relación conyugal algo atípica:

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París, 1 de mayo de 1947 Acabo de recibir tu carta. Estoy bien contento que hayas recibido mis cheques de la Sra. Larrea (representante de las ventas de su libro) antes de salir del Ecuador… Estuve quince días en Cannes, el clima estuvo bueno y me sentí bien. Tú pareces asustada con mi salud. La enfermedad que tengo es grave, pero no mortal. Me obliga a andar en coche y naturalmente me limita en mis actividades. Soy como un niño que necesita ayuda y protección; no puedo viajar solo. Pero desde que me instalé en el Departamento del Museo, desde que Mme. Voucher me dio su criada Ana y vino a ocupar una parte del piso bajo de la habitación, mi vida ha cambiado del todo. Como bien, mi ropa está cuidada. La criada no me roba y gasto la mitad de lo que gastaba antes. He podido tener una vida social, es decir, recibir a mis amigos cada domingo por la tarde. Ya no tengo la necesidad de comer con tanta frecuencia en el restaurante de la Cámara de Diputados, que es bastante mediocre. Mi biblioteca se arregló. Se sembraron flores en la terraza de la casa. Ana ha podido traer un gatito que me servirá de compañía. Yo comprendo que esto te disguste, pero no hay duda que Mme. V después de haberme salvado la vida en febrero de 1941, me la salvó una vez más en el último invierno. Todo esto debes saberlo. Como te dije, ella no fue ni es mi querida, pero es una amiga incomparable. Cuanto tú tendrás una idea de la vida dura de París, tú lo comprenderás. La vida material sigue mala. La ración de pan es suficiente para mí, pero para la gente del pueblo no. No hay carne. Hay que tener combinaciones para conseguir un poco de vez en cuando. Es preciso que tú sepas todo esto antes de regresar. Los efectos de la guerra durarán todavía tres años a lo menos. Tú me hablas del precio de las cosas en Ecuador. Qué dirás aquí. Ayer comimos un poco de chevreau (cabrito) para tres personas costó 360 francos. Acabo de comprar vino directamente del − 264 −


productor. 60 litros me costaron casi 9000 francos. Hay que ver que nos espera una vejez bastante dura. Por dicha el Gobierno me autoriza a ocupar el departamento del Museo durante toda mi vida, y mi biblioteca salvada como tú lo sabes y ahora bien arreglada vale una fortuna. Nuestros tapices, nuestros cuadros están ya todos aquí y bien cuidados. Espero el bargueño que no ha llegado todavía de México. La situación política interna y externa queda muy grave. El fracaso de la Conferencia de Moscú, la presión anticomunista en los Estados Unidos, la miseria de los países europeos, los disturbios en Indochina y Madagascar, todo esto constituye un conjunto de hechos poco alentadores. Hoy se habla de una crisis ministerial aquí.

En una siguiente carta le participa del desfile del 1 de mayo en el cual ya no pudo participar. Le cuenta del estado de salud de sus hermanas, quienes están de vacaciones, pero vienen a tomar café con él todos los días. Le anuncia su pronta jubilación y la tranquilidad que le produce saber que su renta le permitirá vivir sin mayores complicaciones, aunque –aclara– con más estrechez que antes. «Por dicha tenemos nuestro alojamiento», le recuerda a Mercedes e insiste en que lo importante es mantener «la comprensión entre los dos, una concordia sin celos que, ya serían ridículos a nuestra edad», enfatiza. El texto de la carta acude frecuentemente al plural como corresponde a una relación de pareja y mantiene el tono cordial que caracterizó a Rivet. Termina expresando: «Saluda a toda tu familia a quien agradezco una vez más las atenciones que tuvo para contigo». Continúa su carrera profesional Rivet se movilizó a São Paulo a dar una conferencia. El agregado del cónsul le llamó por teléfono para pedirle explicaciones de su trabajo sin notificar del hecho a la embajada. No lo conocía, porque el embajador venía de Indochina y la respuesta de Rivet fue tal, que la mis− 265 −


ma embajada tuvo que arreglar el asunto, asistiendo a la conferencia y luego invitándole a una cena que reconcilió los ánimos. A mediados de octubre partió para Uruguay atravesando el largo camino por la cordillera cubierta de nieve lo que le recordó a su país. Después de cumplir su compromiso con Uruguay pasó a Chile. En su carta de agradecimiento saluda a cada uno de los familiares cercanos a Pablo Neruda entre los incluye su afecto a los gatos. Mercedes tenía cerca de setenta años y estaba decidida a regresar con su marido. Según ella misma lo expresaba, debía ir «por muchas razones». Una vez que lo había pensado y organizado perfectamente su regreso, se apresuró a viajar, aunque esa decisión le significó muchas molestias. Tomó el vuelo que iba de Cuenca a Quito, otro de Quito a Guayaquil y un tercero que iba de Guayaquil a Barranquilla. Tenía los sentimientos cruzados: por un lado, la emoción de volver a viajar, el afán de encontrarse con nuevos pasajeros y trabar una amistad afectuosamente breve. Luego estaba el deseo de encontrarse con Rivet y por otro: el horror de la separación familiar, especialmente de sus hijos y nietos. Una vez conseguido el pasaje hasta Colombia, debió esperar varios días en Barranquilla, una ciudad grande envuelta en una humedad sofocante. Como ella, los demás pasajeros, esperaban en la capitanía del puerto el vapor que les llevaría a Francia y que, por alguna razón, probablemente laboral, no le permitían salir. Entonces, aprovechó el tiempo para escribir a sus hijos recordándoles las sensaciones tristísimas de la despedida. Aunque ellos ya eran hombres grandes, no por eso dejaría de importarles saber cuánto sufrimiento había supuesto para Mercedes la separación de sus familiares y especialmente de sus hijos y nietos queridísimos.

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19 de junio de 1947 … Todavía me agarro la cabeza con mis dos manos para que no reviente y lloro, lloro, lloro sin fin. Es todo lo me queda por hacer hasta que Dios se compadezca de nosotros y nos vuelva a reunir. Les bendigo y agradezco hijos míos por todo cuanto han hecho por mí. No me olviden. Su madre que tanto les quiere. Michita.

Aceptó con resignación las sensaciones disímiles del viaje: mareos, hastío, soledad y también la sorpresa de encontrarse con gente conocida, o con gente nueva de agradable conversación con quienes rompía por momentos la rutina. En agosto, Mercedes llegó al puerto de Le’Havre. Rivet le había aconsejado que se viniera en vapor directo, porque si iba por Nueva York podría demorarse semanas y tal vez meses pues la gente que regresaba a Europa después de la guerra tenía comprados los boletos con mucha anticipación. Paul no fue a recibirle porque a pesar de estar enfermo, cansado, decepcionado, continuaba dando cumplimiento a sus deberes cívicos y a sus afanes científicos. Viajaba de ciudad en ciudad dentro de Francia dando conferencias y procurando diálogos con personeros de la política. O, más aún, hacía recorridos por América ya en misiones diplomáticas, ya por razones de observación arqueológica. Después de quince días de travesía marítima, Mercedes puso pie en tierra francesa. Ante la ausencia de Paul optó por tomar un albergue en el pueblo cercano de Montauban. Estaba con poco dinero porque, como en otras ocasiones, era mínimo lo que había pedido a su marido para los gastos de viaje. En Montauban se quedó muchos días hasta que Rivet, que entonces estaba en Santiago de Chile, le contestara. La carta de su esposo, de acuerdo con su estilo, era lacónica: − 267 −


Me parece que has pedido poco dinero para seguir viviendo en Montauban pues hay que contar los gastos que habrás hecho en tu viaje de regreso y supongo que no querrás pedir más a las hermanas hasta que yo llegue. Debes avisar a las hermanas o a la señora Vaucher la hora de tu llegada para que alguien vaya a tu encuentro a la estación. Espero y deseo no pasará nada mientras yo estaré ausente y que la buena armonía reinará en la casa, como tú me lo ofreciste. Y ahora mi lindita te mando mil y mil besos cariñosos y mis mejores votos de salud y tranquilidad.

Mercedes no dijo nada. Debió tomar el tren desde Montauban Ville Boubor que le llevara hasta la estación de Montparnasse en París. Pero tampoco estaba allí alguien que viniera por ella. Entonces alquiló un coche hasta Trocadero para así evitar la línea de bus porque tenía maletas. Ciertamente los transportes que encontró eran entonces más veloces, pero el choque con otra realidad después de siete años de ausencia sí le causó gran desconcierto. Llegó al Palacio de Chaillot, dejó sus maletas en el suelo y se acostó para descansar. Durmió tres días seguidos. Tenía entonces setenta años. Con Paul Rivet se encontró solo días después de su llegada a París y por un momento. Su marido se cansaba mucho por la densidad de las reuniones y procuraba alejarse de la ciudad para descansar. No podía reposar bien si no estaba lejos de París. Tenía varias familias amigas que le ofrecían sus casas fuera de la ciudad donde podía dormir largas horas, comer comida casera, disfrutar del paisaje, de los cuidados y de la discreción de sus anfitriones, en suma, lograr la calma máxima que requería. A partir de su gran afición por la correspondencia, periódicamente enviaba cartas a su mujer para compensar su ausencia. Así ella estaba enterada detalladamente de sus viajes y le devolvía la información que podría interesarle. Ante − 268 −


los reclamos de Mercedes por no estar el 24 de septiembre, día de su santo, se disculpó de dejarla sola, a la vez que le recordó que ya eran viejos, que tenían pocos años para vivir juntos y que en vista de ello debían mantener entre los dos calma, tranquilidad y confianza. Además, le hizo presente que tenían una posición privilegiada, con una casa segura y suficiente dinero para vivir sin privaciones. Terminaba diciéndole: «Podemos esperar la muerte sin sufrir, felices a pesar de todo, en medio de la desgracia general». La inquietud y el placer de viajar En el noviembre siguiente, Rivet salió a una gira de observación, representando a la Unesco por varias ciudades de México, lugares en las que el científico recibió muchos aplausos por sus discursos hablados en perfecto español. Antes, pasó por Nueva York. Mientras tanto, Mercedes, muy asustada, dejó París y se refugió en una institución de socorro, porque la ciudad estaba convulsionada con huelgas y paros de transporte. Según decía Rivet, él estaba al tanto del ambiente inestable de París porque le informaba madame Voucher, aunque ella en realidad minimizaba la situación descrita por Mercedes. Rivet también le recomendaba que si necesitaba dinero le pidiera a Voucher. México, 21 de noviembre de 1947 Mi lindita, los días vuelan sin un momento de descanso. Sesiones de trabajo, convites, visitas se suceden a un ritmo abrumador… Recibí tus cartas y la lista de pedidos. Trataré de llevar lo que me solicitas tomando en cuenta mi disponibilidad de dinero y la capacidad de mi maleta si no exceden los 25 kg que se permiten. Saluda la Srta. Fourier (donde se aloja Mercedes) y si necesitas dinero pide a la señora Voucher quien tiene el cuaderno de cheques. Me inquieta la situación − 269 −


de Francia y especialmente París con tantas huelgas… Cuando veo la abundancia de todo aquí y aún del pillaje de todo lo que presencio, más y más creo que solo la organización socialista del mundo puede remediar este estado de cosas.

Aisey, 25 de diciembre de 1947 Mi lindita. Llegaré a París por la tarde para comer el lunes 29. Regresaré en auto, pues mis amigos Enock me conducen hasta Belleville y de allí regresaré con madame Voucher sea en mi auto sea en el auto de Jean. Mi reposo fue absoluto y muy agradable. Buena comida, excelente cuarto, buen tiempo. Espero que también estés mejor de tus dolencias. Te mando mil besos cariñosos.

Las sucesivas cartas tienen el mismo tono. Hablan de su tiempo de vacaciones, de las atenciones que recibe y de las comodidades del lugar. Rivet cuenta que se siente tranquilo y recuperado de su salud y, por lo tanto, no piensa regresar pronto a casa. A Mercedes le insta a visitar a las amistades, a asistir a ceremonias para distraerse y no sentirse sola. Atento a las preocupaciones de Mercedes –su lindita– por la salud de su esposo, las cartas llegaban casi diariamente a la dirección domiciliaria: Madame Rivet, Palacio de Chaillot, Plaza de Trocadero, Distrito XVI de París. En ellas le comunicaba a qué hora había llegado, las condiciones del clima, los amigos que encontraba, las entrevistas o charlas ofrecidas y las coordenadas de su regreso. Es decir, formalidades del esposo que halaga a la esposa hogareña y resignada.

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Cannes, 15 de abril de 1948 Mi lindita: Por fin estoy aquí y durante casi dos días voy a gozar de un reposo completo en la linda casa de mis amigos Balligne. Hace un tiempo magnífico. Tomaré mi desayuno en la terraza de donde se divisa el mar a través de un paisaje de palmas. Mañana viernes a las 8h55 de la mañana tomo el tren para París y llegaré a las 8h55 de la mañana del sábado en la estación de Lyon, donde Armand tendrá que venir a esperarme. Pienso pasar por la Cámara para recoger mi correo antes de ir a la casa donde llegaré a las 10 poco más o menos si el tren no tiene atraso. Encontré a la señora Voucher mucho mejor, pero todavía no muy bien y le aconsejé quedarse todavía algunos días más. Los acontecimientos de Colombia me tienen preocupado. Por la razón o por la fuerza, Santos va a tener que asumir de nuevo el poder, como lo había previsto. Personalmente estoy bien puesto que fuera de las dos conferencias no tengo fatiga ninguna lejos del correo y de las llamadas al teléfono. Supongo que también habrás descansado bien a pesar de que la radio dice que el mal tiempo sigue en París. Te mando, mi lindita, mil besos cariñosos. Paul

Las cartas comienzan y terminan siempre con las mismas frases. Además de las noticias, solía mandar saludos para sus incondicionales hermanas Magdalena y Susana, a su mucama Ana, caricias a − 271 −


su gata Varoma y a su gato Follette y esperaba a su regreso encontrar a sus nietos-gatos. Rivet era un apasionado por los gatos. En cualquier casa que los encontraba se encariñaba con ellos y les enviaba saludos a sus dueños, si estaba en condiciones de hacerlo. En mayo de 1948, Paul Rivet estaba nuevamente de gira. Vía Miami, Balboa, Guayaquil, llegó a Lima, para trasladarse de allí a Iquitos, la ciudad ribereña del río Amazonas desde la cual envió una carta a Mercedes contándole su rutina de trabajo. En 1949 se postulaba el cambio de director del Instituto Museo del Hombre. El asunto le preocupaba grandemente a Rivet porque el Instituto era su obra y estaba en peligro de pasar a manos hostiles transformándolo de un laboratorio de sociología a un gabinete de antropología física. Esto le ponía al sabio profesor Rivet en un estado crónico de tristeza e irritación que solo podía soportar contándolo a sus más íntimos. Rivet se sentía culpable de no haber hecho lo suficiente como interlocutor ante la ONU para ayudar a las naciones del mundo a encontrar el camino del entendimiento y de la paz y para acabar con el dominio de unas naciones sobre otras. De manera especial le preocupaba la situación de Argelia que pasó bruscamente de una guerra de liberación a una guerra de religión. Quería ayudar a su amigo Ho Chi Min y viajar a Hanói para reforzar ideológicamente el gobierno de Vietnam, pero siempre tuvo algún impedimento. En 1951, 1952 y 1953, Rivet se desplazó en misión científica por varios países de América del Sur. Asistió a varios congresos internacionales dentro de Europa, Asia y América dando conferencias no solo sobre sus descubrimientos científicos, sino también difundiendo sus convicciones humanistas y abogando por una paz mundial exenta de todo fanatismo, racismo y xenofobia. En todas partes fue admitido con enorme simpatía y admiración por profesores, cientistas, estudiosos y estudiantes, ante cuya audiencia enfatizó el poder de la ciencia para unir a los hombres separados por la estupidez de la guerra. − 272 −


Cuando estuvo en Lima en agosto de 1951 se permitió pasar a conocer el Cusco cuya originalidad le asombró. El siguiente mes fue a La Paz. Sus visitas a Lima y La Paz le permitieron recoger datos sobre los idiomas quichua y aimara que eran temas de su interés. Soportó bien la altura de 3640 m de La Paz y los 4150 de El Alto y luego bajó a las Yungas donde la altura varía entre los 600 y los 2500 m «a través de una carretera de curvas vertiginosas que serpenteaban a flanco de cerros enormes casi suspendidas encima de quebradas abruptas hondísimas». De ese modo, Rivet conocía asombrado una de las zonas más fértiles del continente americano en plena naturaleza tropical, exuberante en productos vegetales para la alimentación. Le escribió a su esposa que «fue uno de los viajes más bonitos de mi vida». Otro recuerdo muy apreciado de ese viaje fue el trato amable de los funcionarios, autoridades y gentes hacia su persona. Su salud estaba en buen estado. Conoció monumentos incaicos y coloniales de mucho interés que le maravillaron. Luego fue recibido con mucho cariño en Lima porque en su calidad de diputado había conseguido de la Cámara Francesa un fuerte aporte para la reconstrucción de la ciudad afectada por el terremoto. A pesar del cansancio propio de su edad (75 años) no dejó de visitar las bibliotecas más importantes y elaborar fichas bibliográficas sobre lo investigado. De Lima pasó a Quito donde asistió a una conferencia de la Unesco y dio conferencias en la Universidad Central. Para entonces los hijos de Mercedes tenían otra actitud respecto del segundo esposo de su madre. Querían ofrecerle muestras de afecto a su padrastro y estaban dispuestos a saludarle ya sea en Guayaquil o en Quito. En Cuenca, septiembre 1951, Rivet fue huésped predilecto, festejado con los honores que se merecía un científico de su alta valía. En aquel momento todo el mundo quería agasajarle. Se disputaban su asistencia a la casa, los hombres más ricos y prestantes de la ciudad. Los hijos, sobrinos e incluso los nietos de Mercedes no se − 273 −


apartaban de él. Fue alojado en el primer hotel de Cuenca –el Hotel París– recién construido y disfrutó de la ciudad distinta de la que había conocido en su juventud, una ciudad que había implementado algunos adelantos urbanísticos. Rivet estaba encantado de tanta gentileza de los cuencanos pues incluso la Iglesia celebró su llegada a la ciudad. El 30 de septiembre de 1951 le escribió a Mercedes anunciando el fin de su gira y el regreso a su vida normal: sin comidas y almuerzos, sin reuniones ni visitas. Pero aún le faltaba pasar por México donde tenía muy buenas amistades, mismas que habían asistido a las tertulias del Palacio de Chaillot y recordaban con vivo cariño a Mercedes y sus exquisitas muestras de acogida. En ese país Rivet se sentía en casa porque los mexicanos estaban agradecidos de su intervención en beneficio de la cultura y la educación. Luego se dirigió a Guatemala y de esa ciudad regresó a México para participar en las fiestas de conmemoración de la Independencia nacional. En todas partes Rivet fue siempre recibido con gran cariño y admiración. En tanto, Mercedes para apaciguar la inquietud por la salud de su marido, pasaba en casa de los amigos Dubelle. El 2 de octubre de 1951, Rivet le escribe a Mercedes que él había llegado a la capital francesa después de recorrer Cuba, Montreal, Glasgow y Ámsterdam y anunciaba en su carta que «va a dormir para descansar del todo». Como en otras ocasiones le pedía que le mandara una carta indicándole cuánto dinero necesitaba para enviarle inmediatamente. A su regreso Paul se acoge brevemente en su casa porque aprovecha su tiempo para departir con otros científicos y programar nuevas acciones en beneficio de la ciencia y de la paz mundial. Para el siguiente año se preparan actos académicos en varios países latinoamericanos con motivo del centenario del descubrimiento de América. Rivet tiene muchas invitaciones entre las cuales le falta la de Brasil. Se comunica brevemente con Duarte quien − 274 −


le responde entusiasmado sobre dicha posibilidad de inaugurar el Instituto de Prehistoria que se convertirá a imagen y semejanza del Museo del Hombre en París –como una forma de reconocimiento a su ilustre fundador– un lugar que será propicio para la recordación del Descubrimiento de América a través de constituirse en la sede de tres eventos significativos: el Congreso de Escritores Brasileños, el Reencuentro de Intelectuales y el Congreso Internacional de Americanistas15. La presencia y la palabra de Rivet en el evento despertaron un emocionado reconocimiento a su valor académico y personal. Fue una presencia impresionante según lo recalca P. Duarte en su memoria Paul Rivet por êle mesmo. Pasó un mes en São Paulo y participó de los efectos trascendentes, aunque trágicos que se daban en la ciudad, entre ellos, el suicidio de Getùlio Vargas, el polémico político brasileño, cuatro veces presidente. Después de los eventos de celebración programados en Brasil para el centenario del Descubrimiento de América, Rivet y su asistente pasaron a Montevideo donde se realizaba un congreso similar, luego a Argentina y después a Chile y Ecuador invitados con el mismo propósito y por último retornarían a Uruguay para asistir a la Asamblea de la Unesco. 24 de octubre de 1952 Le escribe a Mercedes desde Chile donde ha asistido a reuniones, cócteles, y demás eventos. Le cuenta que está encantado del clima, de la naturaleza y de los habitantes de Chile. Está en el país para dar algunas conferencias sobre El origen del hombre americano. Luego parte para el sur, hacia los fiordos de la costa chilena y la isla de Chiloé. Como era su costumbre le anuncia sobre muchas horas en la Bi15

En la carta de agradecimiento a su pronta respuesta, Rivet le comunica que viajará con madame Caroline Vaucher en quien confía le conforte en sus peligros de vejez. − 275 −


blioteca Nacional. Al regreso de su excursión asiste a la transmisión del mando al nuevo presidente, el general Ibáñez. De Chile pasa a Lima por unos días y se dirige después a Quito y a Cuenca. La visita a Cuenca tiene como propósito dar una conferencia sobre la temática de su libro fundamental, y otro motivo: departir con la familia que al fin le ha integrado en su seno con grandes muestras de respeto y cariño. En Quito Este tour científico incluyó a Guatemala donde llegaría a finales de noviembre, estaría en México la primera quincena de diciembre y regresaría desde allí a París. Las cartas a Mercedes incluyen las direcciones en cada uno de los países que visitará a fin de que sus comunicaciones lleguen sin problema. Las cartas, sin embargo, no se refieren a tópicos que se desprendan de las misivas de su esposa, excepto a sus solicitudes de dinero. Tal parece que las asignaciones que le daba o disponía Rivet no eran puntuales pues hay un reclamo constante de parte de su esposa. La tristeza de los viejos Si para Rivet la década de los cuarenta fue de zozobra, la de los cincuenta fue más convulsa y apremiante. Su inquietud parte de la embestida de los opositores de su posición política socialista quienes optaron por separarle de la dirección del Museo del Hombre, a finales de 1949. Esa obra construida enteramente por él, pasó a otras manos. En 1950 fue sustituido por Henry Valois en quien Rivet no confiaba tanto por sus condiciones personales como por su tendencia política.

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Rivet sufrió mucho al ver cómo se desvanecía el trabajo de su vida porque la administración del Museo era desastrosa y el público disminuía considerablemente. Valois quería tener absoluto control sobre el Palacio de Chaillot y tanto sobre los propósitos científicos concebidos por Rivet como por sus afanes de convertirlo en un nicho confiable dentro de sus afanes de solidaridad mundial. A Valois no le importaban esos afanes. Según el nuevo director estas actividades solamente servían para promocionar internacionalmente a Rivet. El nuevo director, Henry Valois, intentó también sacarlo del departamento que el sabio ocupaba en el Palacio de Chaillot donde tenía su enorme y valiosísima biblioteca. Esto puso a Rivet en grave situación de ansiedad con repercusiones en su salud. Entonces escribió su bellísimo «Testamento político» (1950) publicado en la revista Tiempos Modernos fundada por Jean Paul Sartre,16 filósofo y político de tendencia comunista. El año 1953 comienza con serias preocupaciones. Se anuncia el despojo del departamento que Rivet ocupa en el Palacio de Chaillot. Después de una noche de insomnio el 3 de enero de ese año, en carta a su amigo Duarte del Brasil, Paul Rivet le explica: Una verdadera catástrofe, un trastorno en mi vida. Debido a un reclamo de Valois el Consejo de Estado va a anular dentro de algunos días el decreto de Naegelen que me concedió el usufructo del apartamento del Palacio de Chaillot… Disculpe mi fiebre. Escribo después de una noche de insomnio. Estoy trastornado y desesperado como jamás en mi vida…

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Parece que Mercedes no conoció personalmente a Simone de Beauvoir, pareja del filósofo Sartre y autora fundamental de la teoría de liberación de la mujer. − 277 −


La convicción humanista y la posición socialista de Rivet no fueron admitidas por los intelectuales de derecha en varios países donde Rivet tenía influencia y credibilidad. En más de una ocasión fraguaron acusaciones para desprestigiar su ética personal. Por ejemplo, en 1948, cuando llegaba invitado para la inauguración del Museo Etnológico de Colombia fue aprehendido en el aeropuerto, acusado de haberse sustraído de la Biblioteca Nacional una Gramática Chibcha avaluada en $ 200 000, imputación malévola que fue desmentida inmediatamente y por tanto el científico difamado fue liberado de toda sospecha. No fue la única vez que jugaron con su prestigio: le robaban las cartas, le daban direcciones equivocadas en otros países. Todas estas represalias hacían que físicamente se le viera serio, envejecido; mas, la lucidez y agilidad de espíritu seguían siendo las mismas. Su cuerpo se desvanecía, pero su espíritu seguía vivo, sus ojos hablaban con la misma intensidad de todos los tiempos. Las preocupaciones sobre la guerra de Argelia continuaban, sobre cómo esta se transformaba de guerra de liberación en una guerra de religión, lo decía Rivet con profunda pena. Ese sería su último viaje para conversar con su amigo Ho-Chi-Min sobre la renovación de relaciones de amistad con Francia. Los viajes le entusiasmaban porque recibía muestras de aprecio y de respeto, pero también sabía que seguía enfermo y amenazado. No tenía confianza en su salud ni en las nuevas personas que le rodeaban en el Museo. El estado anímico del gran sabio en ese momento quedó claro en su artículo «La tristeza de los viejos» del cual extraigo el siguiente párrafo: La edad pesa cada día más sobre mis espaldas. Hay días en que me viene el deseo de sentarme al pie de la entrada y quedar mirando la multitud que pasa, pero los acontecimientos me lo impiden, y cada vez, un poco más flaco, un poco más decepcionado, debo levantarme − 278 −


y confundirme con esa multitud y continuar la caminada. Pero eso no durará mucho.

Recuperó en parte su tranquilidad cuando el Ministerio de Educación le concedió la oportunidad de mantener la propiedad de sus bibliotecas y el uso del departamento en el Palacio de Chaillot hasta su muerte. Este gesto le permitió disponer sobre el destino de su patrimonio bibliográfico. En sus últimos viajes veía la posibilidad de traspasar esos bienes tan íntimos a algún país que lo valorara. Varios estaban interesados. Logró trasferir a París su archivo científico y la Biblioteca General de Ciencias Humanas comprados para el Museo del Hombre. Su biblioteca especializada en temas americanos la vendió a la Biblioteca Nacional de Perú. A él, que amaba profundamente la vida y la acción, los padecimientos de la vejez le repugnaban. La melancolía se dibujaba en su sonrisa, aunque sus ojos permanecían vivaces. No contestaba cartas por no tener que referirse a sus achaques. Se dolía de sí mismo. Uno de sus amigos tan cercanos a él, el brasileño Paulo Duarte, le invitaba a ir a São Paulo. Le había construido un departamento junto al suyo para brindarle el cuidado que necesitaba y un retiro tranquilo. Por su parte, Rivet seguía interesado en sacar adelante los proyectos de investigación programados para Brasil, Uruguay y Chile. Duarte siempre confió en que la presencia de Rivet en suelo brasileño contribuiría a acelerar la creación del Instituto Brasileño de Prehistoria. Aunque le veía agotado, confiaba en que el trabajo que realizaban los investigadores de la misma formación e interés científico le llenaría de energía, y el mismo Duarte, aseguraría el cuidado mutuo como personas. Rivet amaba la vida como ningún otro lo confiesa Duarte. Rivet tenía repugnancia por la vejez y horror por la muerte. Los viajes le permitían desechar esa preocupación. En los últimos años de su vida dio dos o tres veces la vuelta al mundo. Tal vez pensaba que esa sería la mejor forma de morir, sin dar cuen− 279 −


ta a nadie de su último pensamiento. Ese pensamiento se viralizaba cuando estaba en tierra Tenía ochenta y un años. Por ese mismo tiempo moría un gran amigo de Rivet con quien había compartido pesares, incomprensiones, que provenía de la orden de los jesuitas a la que pertenecía Teilhard de Chardin, miembro de una orden que no admitía fisuras entre su disciplina científica alta y esclarecida, respecto de la disciplina conventual que le impedía publicar su obra. Rivet lo publicó y lo conocemos gracias a ese acto de valentía y de solidaridad con el trabajo científico, un acto que prestó un servicio inenarrable a la misma Iglesia, que había estado pendiente de estrangular su espíritu investigador durante toda la vida. No obstante, su precario estado de salud, Rivet mantenía su preocupación por los acontecimientos imprevistos e imprevisibles que eran parte de la situación mundial y pensaba en proyectos que se encaminaran en la dirección de reorganizar el orden mundial. Le escribía a su amigo Duarte: Si la situación de América cada día me inquieta más, la situación de Francia me preocupa terriblemente. Usted sabe lo que pasa en Vietnam cuya parte sur está virtualmente en manos de los Estados Unidos y sabe también que mañana Argelia podrá sufrir un destino igual… Acabo de terminar un artículo para «Le Monde» donde procuro definir un programa de reformas. El único capaz de restablecer la paz y la confianza. Bien que temo descontentar a todos. 8 de junio de 1955

Duarte subraya su impresión sobre el científico y humanista francés:

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Él seguía los acontecimientos con la cabeza y el corazón. El perfeccionamiento de los pueblos y de los hombres era su preocupación permanente, se veía en las palestras, en su vida política, en sus aulas, en sus trabajos. Y era así en todo. Se acordaba de mandar cariños a los gatitos o a los monos de la casa. Un día me preguntó si todavía vivía aquella simpática plantita de albahaca, de la cual él arrancaba una ramita todos los días para meterlo en el bolso a la hora de ir a sus clases de la facultad de Filosofía.

Lo que le preocupaba a Rivet era el problema de su envejecimiento que no le permitiría obrar más arduamente. Se encontraba con los amigos para conversar intensamente sobre la situación de Francia, debatiendo siempre entre dos sentimientos: su fidelidad instintiva con Francia y su decaimiento para proveer de las políticas más primarias que requería el pueblo; mientras se debatía sobre Indochina, sobre el affaire alemán, es decir, alrededor de los problemas de otros sitios, olvidándose por completo de la situación de escasez, de pobreza que se vivía en su propio país; mientras, al mismo tiempo, debía entregar revisado el texto para la publicación de la Bibliografía Aymará y Kichua; la nueva edición revisada para que en Gallimard se publique El origen del hombre americano. Y en mayo, como si se tratara de una pequeña fuga, debía ir a Haití, Santo Domingo y Cuba. Era una agitación febril que le alentaba, pero también le abatía y le remordía. Y a fines de año debe ir a Colombia, Bolivia y Ecuador. Le escribe a su amigo Paulo Duarte: Estoy decidido a esperar con paciencia. Vea donde estamos: Jamás los hombres políticos me parecieron tan abajo de su misión. Nunca el país se vio tan debajo de su miedo. Nunca se mostró tan indiferente por debajo de su misión. Mi vejez es triste. Mi obra en el Museo se desmorona. Todas mis esperanzas por el resurgimiento de mi país caen de una en una. − 281 −


En París, su esposa Mercedes se sentía animada por las nuevas tareas cívicas que emprendía su esposo que viajaba a cargo de importantes misiones. Pero la mayor parte del tiempo pasaba sola y prefería alojarse en casa de parejas amigas que vivían en poblaciones cercanas a París mientras Paul se desplazaba por el mundo. Esa serie de viajes transoceánicos tuvo una rápida y profunda interrupción cuando el estado de salud de Paul Rivet desmejoró. Le escribió a P. Duarte, el 11 de marzo de 1957: Mi querido Pablo: yo acabo de salir del hospital después de una grave operación de laringe… He vuelto a casa, mas estoy largamente separado del mundo por una afonía acentuada. Esta es la razón de mi largo silencio.

Y pasa luego a detallarle todas las tareas que le encomienda a Paulo. En abril, Paulo le contesta. Entre las cosas importantes le dice que venga a Brasil para continuar con su recuperación. Gentilmente le ofrece un hospedaje especial con garantía de todos los cuidados. Rivet le contesta brevemente que entra al hospital para una operación de próstata y que va con un temor grande. Sin embargo, le reitera su profunda amistad. El 1 de mayo, Rivet le comunica que se ha sometido a una operación de la próstata –lo cual considera una enfermedad grave–. Anuncia que saldrá del hospital tres semanas más tarde: «Si consigo salir de esta estaré nuevamente en casa en tres semanas más menos. Su amistad fue para mí una grande alegría de mi vida». Ideas fundamentales de Rivet Con base en todos los hallazgos encontrados en seis años de investigación en terreno y muchos más en laboratorio, descartó cualquier

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signo constitucional de inferioridad entre los seres humanos americanos y los de otras partes del mundo. En búsqueda de nuevas pruebas continuó sus viajes e investigaciones por otros continentes, constatando las condiciones de vida de los pueblos, sometidos a la brutalidad de los blancos colonizadores o predicadores, y, al mismo tiempo, profundizando su convencimiento de que todas las culturas, cualquiera sea su nivel de desarrollo, contribuyen al patrimonio común de la humanidad. Sostuvo Rivet que no hay razas superiores e inferiores, y, además, que el mestizaje es componente de todos los grupos humanos del mundo. Aceptó la diferencia entre humanos, pero no justificó su desigualdad. Esta inquietud epistemológica-ontológica fue el motor de su proyecto genealógico que le ocupó los años siguientes a su iniciación como científico en el Ecuador. Mantuvo su obsesión por preservar y mostrar al mundo los testimonios de vida de los seres humanos en su devenir histórico, por eso fundó y mantuvo el Museo del Hombre en París, convirtiéndolo en un núcleo de investigación y difusión de la riqueza creativa de los seres humanos en cualquier parte del planeta. Al mismo tiempo, rechazó la mirada racista que confería supremacía al hombre blanco, situándolo como medida de la excelencia, síntesis de la totalidad humana y como sujeto de la ciencia, mientras veía a los demás humanos pertenecientes a otros pueblos como seres de menor desarrollo y como objetos de conocimiento. Comprendió que la eclosión de la civilización, el progreso y bienestar de una parte del mundo había sido construida a costa del exterminio o de la degradación de las condiciones de existencia de la otra parte de la humanidad, especialmente de los llamados pueblos primitivos o salvajes, percibidos como inferiores, con menores atributos de humanidad.

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Rivet sostuvo que incluso la diferencia de nivel en el adelanto material se debía a razones históricas. Estaba convencido de que el día en que las poblaciones del mundo vivieran en igualdad de condiciones y pudieran encontrar a la mano los elementos de progreso, actualmente objeto de monopolio de unos pocos, se podría al fin hablar de una civilización humana, que ya no será blanca, sino de todos los que integran la población del planeta, porque todos gozarán de la cultura y el progreso compartiéndolos en fraternidad y hasta con amor. Estas ideas las sacó de «El racismo frente a la ciencia», conferencia dictada en la Universidad Central del Ecuador. 14 septiembre de 1951. La culminación de la fructífera investigación antropológica y lingüística iniciada en Ecuador y continuada en varios países de Sudamérica se expresó en su libro capital El origen del hombre americano, obra en la cual esclareció la diversa procedencia de los primeros humanos que poblaron el continente americano. Rechazó de plano la tesis de Florentino Ameghino que atribuía un origen vernáculo a la población americana. Rivet encontró aceptable la teoría de Ales Herdlicka que inscribió la procedencia de los indoamericanos como transeúntes, desde el Asia a través del estrecho de Bering y a través de la cadena de las islas Aleutianas, a finales de los tiempos cuaternarios, después de la desaparición de los grandes ventisqueros. Este ingreso, sostenía Rivet, habría producido un poblamiento lento y a través de varias olas. Esta sería la migración más antigua y la más amplia, pero no sería la única infiltración. Tomando en cuenta las grandes diferencias físicas, etnográficas y lingüísticas que se presentaban en los pueblos indígenas del continente americano, Rivet planteó que el continente sudamericano debía haber recibido otros aportes en épocas más tardías. Además de la influencia asiática, Rivet, siguiendo la idea del antropólogo portugués Mendes Correia, y después de análisis etnográficos y lingüísticos comparativos, entre el idioma chon de las tribus de Tierra del Fuego (del confín de la Pa− 284 −


tagonia) y las lenguas australianas, planteó una segura inmigración polinesia a través de una ruta polar antártica y de las islas australes, en un período interglaciario, hace 6000 años, aproximadamente. La experiencia de la guerra permitió a Paul Rivet enfrentar con claridad los problemas internacionales y los intereses que estaban detrás de las conflagraciones bélicas. Se comprometió con la política, pero la militancia no eclipsó al científico. Es más, fue un mal político según juicio de su gran amigo, Paulo Duarte, porque no transigía respecto de sus convicciones humanistas. Su robustez de pensamiento sobrellevaba las tristezas políticas que provenían de las cuestiones de Vietnam o de Argelia, asuntos que estaban obligando a restablecer la calma y la justicia. Lo mismo se puede aseverar respecto de su preocupación sobre los países centro y sudamericanos, y por Francia. Rivet los acompañaba con dolor ante la constatación de que eran países sin recursos, con un clima hostil, con gobiernos inconscientes, militares primarios, políticos negociantes, simuladores de cultura sin dignidad que burbujeaban en países sin formación. Me preparo para ir a México, Honduras y Costa Rica. Un mes y medio más o menos, pero la edad pesa sobre mis espaldas. Un momento estoy con fuerzas y escribo, pero me da ganas de coger la regadera y regar las plantas, dejo al lado ese deseo y prosigo.

Rivet acompañaba los asuntos de sus países hermanos con cabeza y corazón. Como buen etnólogo amaba la vida y tenía repugnancia por la muerte. «Prefería morir en un desastre de avión y no recostado en una cama», dice Duarte. Había hecho tres viajes alrededor del mundo en los últimos tres años con esa idea clave en su pensamiento. Y esa experiencia la constató Paulo Duarte después de la muerte de Paul Rivet, por cuyo hecho dejó la carrera política para siempre y se dedicó a la investigación. − 285 −


Rivet era un hombre que amaba la vida como ningún otro. Tenía repugnancia por la vejez y horror por la muerte. Hizo varios viajes más. Uno de ellos a Montevideo donde sustentaría una conferencia. Era pequeño, magro, pero cariñoso, lúcido y convincente en su discurso. Los días finales Hasta los 82 años, Rivet continuó viajando por el mundo distribuyendo su saber y difundiendo los ideales sobre la construcción de un mundo nuevo. Su cuerpo se había reducido, pero su mente seguía activa y lúcida y su corazón encendido de amor a la vida, a la justicia y a la humanidad. Su inteligencia y su pasión por el estudio y su honestidad intelectual reacia a toda discriminación le ubicaron en las cimas más altas de prestigio y reconocimiento. Siguió al frente de la Sociedad de Americanistas y de la Sociedad de Defensa de los Derechos Humanos. De provenir de una familia religiosa y creyente pasó a convertirse en un intelectual y líder político vinculado a la III y a la IV República, ardiente opositor del racismo y el fascismo. Se declaró ateo, humanista y políticamente progresista. La situación del mundo le originó una crisis de depresión. Constató que no había hombres en Francia. La población joven había sido diezmada por la guerra. Y la situación del Museo tampoco era óptima porque se había reducido la actividad de sus funcionarios y había disminuido el público. En 1957 hizo su último viaje a Nueva York donde, en representación de Francia, firmó a nombre de su país la I Declaración de la Organización de Naciones Unidas. Luego de haber asegurado el traspaso de los dos fondos más importantes de su Biblioteca decidió refugiarse en el departamento

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reservado para él en el Palacio de Chaillot. Quería compartir con su esposa y sus amistades más cercanas y sin preocupaciones el retazo de vida que le quedaba por vivir. Entre su departamento y el hospital pasó los últimos meses de su existencia atendido por cuatro ancianas que habían trabajado con él y para él desde la fundación del Museo del Hombre y que en diferente nota humana le idolatraban. Ellas eran: su hermana Madeleine, (Suzanne ya había muerto); su mujer, Mercedes Andrade Chiriboga; su secretaria particular, la matemática Carolina Voucher y la mucama Ana que le había asistido devotamente por largo tiempo. No faltaba de rato en rato su gato. Que se acercaba de un momento a otro a ver cómo seguía su paciente Paul. Falleció el 21 de marzo de 1958. Aquel día, en tanto era médico, Rivet registró la evolución de cada uno de sus signos vitales hasta que estos desaparecieron por completo. Constató su partida final y cerró los ojos, tranquilamente. Tal como lo había dispuesto se difundió la noticia de su muerte después de que fue cremado y enterrado, sin ninguna ceremonia funeraria, a la que él consideraba macabra y ridícula. Días más tarde se difundió la noticia de la muerte de Rivet. En el mundo entero lo lloraron porque había muerto aquel hombre que dio sentido a la presencia de los humanos en el mundo. Su amigo Pablo Duarte termina la narración sobre su muerte diciendo lo siguiente: En sus cartas está Rivet de cuerpo entero y en espíritu. Él ahí está de cuerpo entero, gran científico y mal político. El mal político porque nunca transigió, nunca pactó con malicia, nunca se conformó con las conveniencias. Sabía que la hipocresía estaba en sus foros, mas nunca respetó los foros con hipocresía. Siempre habló claro y alto. Ningún invasor armado de todas las brutalidades consiguió demolerlo.

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Por eso se decía que ningún hombre mejor que Rivet representa el carácter humanizador del socialismo. Solo hay que volver a leer sus últimos artículos escritos en 1957 para la difusión colectiva en los que se patentiza su convicción contra la guerra, ese sentimiento de humanidad de los individuos pulcros y convencidos de la verdad humanizadora del socialismo y su larga catedral caída, de sueños que no se realizaron: libertad, igualdad, justicia, progreso, solidaridad, confianza: … y en medio de las ruinas los hombres enloquecidos irremediablemente sumergidos en una noche sin esperanza de madrugada, con siniestra obstinación en los edificios siniestros de odio, de opresión, de egoísmo trágicos y grotescos monumentos a la estupidez y a la violencia…

Dice Pablo Duarte en Paul Rivet, por êle mesmo, mientras el mismo científico señala con mirada acusadora los erráticos Gobiernos que se imponen en el mundo para acabar con el socialismo y la actitud incipiente que los propios adictos a él supieron manifestar o exteriorizar. Con motivo del centenario del nacimiento del doctor Paul Rivet, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, a través del doctor Luis León, difundió parte del pensamiento del eminente investigador y americanista. La obra incluye artículos y conferencias de Rivet sobre temas antropológicos del Ecuador y América expuestos con ocasión de las visitas hechas por el científico a nuestro país y también artículos y conferencias de ecuatorianos alrededor del pensamiento de Rivet, luego de su fallecimiento. Las obras y cartas de Rivet referidas al Ecuador no han sido traducidas al castellano y por lo mismo son escasamente conocidas en el país. En Cuenca existe un Museo, con su nombre, dedicado a las Artes del Fuego. − 288 −


Despedida de la Ciudad Luz Mercedes, como única heredera, recibió el patrimonio que le correspondía por la venta de la biblioteca del sabio avaluada en 17 000 000 de francos. Cargada de recuerdos y de bienes, Mercedes volvió a Cuenca, la ciudad que había abandonado por un amor que se proyectaba sublime. En un vuelo de Air France regresó a Cuenca en octubre de 1960, llevando consigo algunos libros de la biblioteca personal de Rivet,17 el piano Player de ¾ de cola, que deleitara sus minutos como pareja amante de la música y el arte, y los más caros objetos-recuerdos de su esposo: su billetera, un recuerdo de bautismo, en el cofre propio los cubiertos plegables de campaña. Esta vez Mercedes se alojó en la casa de su hijo Ignacio y de su nuera Virginia Andrade. Seis años más tarde, Mercedes volvió por dos meses a París llamada por el notario Vicent, ejecutor testamentario, para recibir el legado de Rivet para su «lindita». Se trataba de una inversión en oro avaluada en dos millones de francos. Con ese patrimonio, Mercedes adquirió una modesta casa en Cuenca, en la calle Pío Bravo, alquilando el departamento del piso inferior. Trimestralmente recibía la renta vitalicia que le enviaba el Estado francés como protección a la viuda de un ciudadano francés. Mercedes continuó su existencia residiendo por temporadas como invitada en la casa de su cuñada u otras parientas muy cercanas y recuperando a quienes sobrevivían de entre sus amigas de infancia y adolescencia porque no las tuvo en su juventud. Eran pocas las que la visitaban y ninguna le invitaba a su casa. Mercedes

17

Años más tarde, los libros de la biblioteca de Rivet fueron entregados a la Fundación y Museo Paul Rivet en manos de la entonces directora de esta entidad, Alexandra Kennedy-Troya. − 289 −


añoraba a otras que no se atrevían a visitarla porque aún continuaba un severo criterio moral sobre ella entre sus familias. Esa situación le abatía. Poco a poco, Mercedes fue clausurando el llanto y la nostalgia. Empezó a salir a la calle y a enfrentar las miradas condenatorias. Visitó a una que otra amiga de la infancia. Con fortaleza renacida inauguró un nuevo modo de envejecer que desconcertaba a las cuencanas. Caminaba sola, viajaba a la playa, vestía con gracia y no se sometía al traje oscuro que las mujeres de su edad usaban. Leía y recibía a sus escasas amigas de antaño. Enseñaba a sus sobrinas nietas los bailes de salón y a hablar en francés, su segunda lengua, pues la había incorporado a su vida durante más de medio siglo. En casa de su pariente predilecta, Aída Andrade, después de una jornada de normal regocijo familiar, siguiendo en broma y en serio la danza de las alumnas de Osmara. A través de la televisión, Osmara, la bailarina de los pies descalzos (1928-2011): balletista cubana que después de una gira artística que incluía a Cuenca se enamoró de un pintor cuencano y se quedó a vivir en la ciudad donde emprendió una interesante labor que innovó en gran medida la actividad cultural cuencana, a través de la danza y también de sus programas culturales de televisión. Después de mirar y admirar esa noche de regocijo circunspecto, la Michita amaneció muerta, el día 3 de junio de 1973. «Tenía una expresión de dulce placidez en su rostro». Mercedes conservó hasta el último día su espíritu amigable, jovial, a veces socarrón, carácter que quizá le hizo interpretar equivocadamente la personalidad de Mercedes a Juan Cueva, el autor de «Aquí entre nos, con Madame Rivet» (Revista del Instituto de Altos Estudios sobre América Latina, 1993, París). Ella no fue una heroína peleando en los campos de batalla, ni una pensadora difundiendo nuevas ideas. Ella fue más bien el más descarnado ejemplo de una mujer víctima de la sociedad patriarcal: − 290 −


familia, Iglesia, Estado, tal como estos organismos ejercían su poder ideológico a finales del siglo XIX, disminuidos en su poder desde la mitad del siglo XX, pero aún recalcitrante en varios aspectos. Sus cualidades físicas, sociales e intelectuales (en hibernación) hacen de este personaje un arquetipo de novela pleno de evocaciones sombrías e intempestivos deslumbramientos. A partir de esta situación, o a pesar de ella, el caso de Mercedes no es solo el acontecimiento en torno a una persona con nombre y apellido, sino que se constituye en un retazo de la historia cuencana, de sus modos de vida, relaciones, mitos, prejuicios y efectos. Mercedes se convierte en un personaje testimonial de una época pasada. A la muerte del científico, Mercedes Andrade viuda de Rivet se estableció definitivamente en su ciudad natal donde murió a la edad de 89 años dejando una estela de interrogaciones, pero también de fascinación entre quienes la conocían de cerca, admiraban las vicisitudes personales teñidas con los matices del amor, la ilusión, el placer de vivir, la entrega a un ideal, la soledad, la disfrazada tristeza y la muerte. El tiempo de cooperación y convivencia con un sabio de la categoría de Rivet le había dado un alto grado de ilustración. «Con ella se podía departir de cualquier tema», «Ella nos abrió a una comprensión diferente del mundo y de la vida», dice uno de sus nietos, exmilitante de URJE (Unión Revolucionaria de la Juventud Ecuatoriana). Ella dio unos pasos de libertad cuando regresó a su lugar natal. Ya no tenía condición de vasallaje. Gracias a su experiencia subjetiva se dio cuenta de que con relación a las mujeres de su tierra no había andado en vano su camino. Tuvo vida propia. Rompió los paradigmas históricos y, al tiempo que huía hacia otro mundo, pudo también encontrarse a sí misma.

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Entrevistas: •

Doctora Ximena Andrade Dueñas

Arquitecto Carlos Tamariz Ordóñez

Señora Lina Rosa Tamariz Ordóñez

Señor Ignacio Ordóñez Andrade

Doctor Miguel Díaz Cueva

Señora Aída Andrade de Peña

Señor Fernando Andrade Dueñas

Señora Olimpia Morales Ordóñez

Señora Fanny Fernández de Córdova

− 300 −


Archivos consultados: •

Archivo Quay de Braly, París

Archivo Histórico de Cuenca

Archivo del Ministerio de Cultura (ex Banco Central del Ecuador)

Archivo de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay

Archivo Nacional de Historia del Ecuador, Quito

Archivo de la Academia Nacional de Historia del Ecuador

Archivo de la Escuela Militar Eloy Alfaro (Parcayacu)

Archivo del Palacio Legislativo, Quito

Archivo del Ministerio de Defensa, Quito

Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, Quito

Archivo Colonial de Cuenca

Archivo Municipal de Cuenca

Archivo de la Curia Metropolitana, Quito

Archivo de la Curia Metropolitana, Cuenca

− 301 −


Archivo del Ministerio de Cultura, Fondo Jijón y Caamaño

Archivo Histórico Metropolitano de Quito

Archivo de la Universidad Central del Ecuador

Archivo de El Sagrario de Quito

Archivo de El Sagrario de Cuenca

Biblioteca Nacional de París

Biblioteca de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Quito.

Biblioteca y Museo Aurelio Espinoza Pólit

Biblioteca de la Casa de la Cultura Núcleo del Azuay

Biblioteca de la Academia Nacional de Historia

Biblioteca del Ministerio de Cultura del Ecuador

Biblioteca Municipal Daniel Córdova Toral, Cuenca

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Artículos de Rivet sobre el Ecuador •

1903 Estudes sur les Indies de la región de Riobamba 22 p.

1904 Les indies de Mallasquer 8 p.

1905 Les Indies Colorados 41 p.

1906 Cinq ans dé etudes antropologuiques dans la reépublique de l`Equateur 8 p.

1908 Beauchat (Henry) La famile linguitique Zaparo 14 p.

1910 E Festa, Nel Darien en nell’ Equateur (Au Darien et en Equataser) 1 p.

1911 Preparation des tsantser 2 p.

1919 Federico González Suárez 2 p.

1919 Le Dr. Max Uhle en Equateur 1 p.

1920 Benalcazar ou Benalcazar 1 p.

1920 Bibliotecas Nacionales del Ecuador 1 p.

1921 Academia Nacional de la República del Ecuador 1 p.

1921Exploraciones arqueologiques dans les provincies Manabi et Esmeraldas, Jornal de la Societé ds Americanistes 1 p.

− 303 −


1921 Un esquelete ancien decouvert en Equateur 1 p.

1922 Revista del Centro de Estudios Históricos y Geográficos de Cuenca 1 p

1926 Découvertes prehistoriques en Equateur 1 p.

1927 Demographie del Equateur 1 p.

1930 Una revolte indiene en Equateur 1 p.

1933 Découvette arqheologique en Equateur 1 p.

1947 Indiennes Auka 2 p.

− 304 −


Obras escritas por Paul Rivet •

Pathologie de l’Equateur. París: Le Caducée, 21 de diciembre 1901, p. 137.

«Étude sur les Indiens de la región de Riobamba». Journal de la Société des Américanistes. París, NS, 1903, 1:58-80.

«Le ‘huicho’ des indiens Colorados». Bulletins et Mémoires de la Société d’Anthropologie. París, 5e serie, 1904, 5:116-117.

«Les indiens Colorados. Récit de voyage et étude ethnologique». Journal de la Société des Américanistes. París, NS, 1905, 2:177-208.

«Le Christianisme et les indiens de la République de l’Equateur». L’Anthropologie. París, 1906, 17:61-101.

«Cinq ans d’études anthropologiques dans la République de l’Equateur (1901-1906). Resumé préliminaire». Journal de la Société des Américanistes. París, NS, 1906, 3:229-237.

«L’industrie du chapeau en Equateur et au Pérou». Bulletin de la Société de Géographie Commerciale. París, 1907, pp. 1-32.

«Les Indiens Jíbaros. Étude géographique, historique et ethnographique». L’Anthropologie, París, NS, 1907, 18:333-368, 583-618; 19:69-87, 235-259.

− 305 −


«Contribution à l’étude des langues Colorado et Cayapa (République de l’Équateur)». Journal de la Société des Americanistes, París, NS, 1907, 4:31-70 (en coautoría con H. Beuchat).

«Étude anthropologique des races précolombiennes de la République de l’Équateur. Recherches anatomiques sur les ossements (os des membres) des abris sous roche de Paltacalo». Bulletins & Mémoires de la Société d’Anthropologie, París, 5a serie, 1908, 9:313-340 (en coautoría con R. Anthony).

«La race de Lagoa Santa chez les populations précolombiennes de l’Équateur». Bulletin de l’Association Française pour l’Avancement des Sciences, París, 1908, 146:707-710.

«Le famille lingüistique Zaparo», Journal de Ia Société des Americanistes. París, NS, 1908, 5:235-249 (en coautoría con H. Beuchat).

«La langue Jíbaro ou Siwora». Anthropos, 1909, 4:805-822 (en coautoría con H. Beuchat).

«Langue jíbaro». L’ Anthropologie. París, 1910, 21:1109-1124.

«Pratiques funéraires des Indiens de l’Équateur». Journal de Ia Société des Americanistes, París, NS, 1910, 7:257-258 (versión castellana en Boletín de la Biblioteca Nacional de Quito, 1927, 2:1-36.).

«Affinités des langues du Sud de la Colombie et du Nord de l’Équateur (groupes Paniquiaa, Coconuco et Barbacoa)». Le Museon, 1910, 11:33-68, 141-198 (en coautoría con H. Beuchat). − 306 −


«Ethnographie ancienne de l’Équateur, Mission du Service géographique de l’Armée en Amérique du Sud». París (en coautoría con R. Vernau).

«Les familles lingüistiques du Nord-Ouest de l’Amérique du Sud». L’Année Lingüistique. París, 1912, 4:117-154.

«Federico González Suárez». Journal de la Société des Americanistes. París, NS, 1919, 11:632-634.

«Langues américaines». En: Meillet (Antoine) y Cohen (Marcel) (bajo la dir.) Les Langues du monde: par un groupe de linguistes. París: E. Champion, 1924.

«L’Étude des civilisations matérielles: ethnographie, archéologie, préhistoire». Documents, N°. 3, 1929.

«Contribution a l’étude des tribus indiennes del’Orient équatorien». Journal de la Société des Americanistes de Belgique, 1930, marzo, pp. 5-19.

«Le Front populaire au pouvoir et à l’action». Vendredi, N.º 21, 25 de febrero de 1938.

Les Origines de l’homme américain. Montreal: les Éditions de l’Arbre [reeditado en 1957 por Éditions Gallimard], 1943.

Trois lettres, un message, une adresse. México: Librairie française, 1944.

Métallurgie précolombienne (en colaboración con Henri Arsandaux), París: Institut d’ethnologie, 1946. − 307 −


Bibliographie des langues aymara et kicua, 4 vols., 1951-1956 (en colaboración con Georges de Créqui-Montfort).

La Tristesse des vieux. Esprit, 1955.

«Indépendance et liberté». Le Monde, 1 de febrero e 1957.

− 308 −


Posdata: La traducción y difusión de las obras escritas por Rivet, referidas al patrimonio arqueológico de Ecuador, son elementos de una empresa absolutamente necesaria. Dichas obras son poco conocidas en nuestro país porque no han sido traducidas al español, aunque la mayoría de ellas existe en su idioma original en las bibliotecas nacionales más importantes.

− 309 −



ÍNDICE

Nota Bene

11

Prólogo

13

Introducción

27

Primera parte: Cuenca, una ciudad cargada de alma

37

Segunda parte: Paul Rivet en el Ecuador

157

Tercera parte: ¡París, París!, 1906

215

Referencias

293

Posdata

309



Esta publicaciรณn, con un tiraje de 1000 ejemplares, se imprimiรณ en Cuenca del Ecuador, en el mes de diciembre de 2019.





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