San Ignacio de Loyola, día de la cueva

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Día de la Cueva

Día de la Cueva Fiesta de San Ignacio de Loyola

Fiesta de San Ignacio de Loyola

Directorio Directorio Dr. Eduardo Romero Hicks Presidente Municipal de Guanajuato

Comisión de Cultura, Educación y Deporte Profr. Sebastián Caldera Mendoza Presidente Profra. Silvia Irene Cuéllar Mata Vocal Arq. Salvador Flores Fonseca Secretario

www.guanajuatocapital.gob.mx

Compilación Jesús Antonio Borja Pérez Director Municipal de Cultura y Educación

Publicación distribuida gratuitamente

por la

Dirección Municipal de Cultura Calle 5 de mayo N° 1 Centro Histórico C.P. 36000 Guanajuato, Gto.

Diseño Verónica Marmolejo Garduño Guanajuatocapital.com En portada: ”La Bufa” de E. Trueba

(01 473) 73 274 91 y 73 401 36 direcciondeculturagto@hotmail.com

Julio 2007

Fotos Jesús A. Borja Vanessa Regino Joseline Bermúdez


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Fiesta de San Ignacio de Loyola

Nuestro Día de la Cueva

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Hablar de la festividad de San Ignacio de Loyola es referirnos a la festividad más antigua de nuestra ciudad, y ello conlleva la participación de infinidad de generaciones en una de las tradiciones más arraigadas de Guanajuato.

A todos los lugares que vamos hablamos de la importancia de conservar, fomentar y promover las tradiciones locales como una manera de preservar nuestra identidad; en las festividades de Guanajuato está nuestra esencia, nuestro pasado, y a nosotros nos toca heredarlas a las nuevas generaciones de guanajuatenses que esperemos las disfruten y respeten tanto como nosotros. Cada una de estas tradiciones son una excelente oportunidad para saludarnos, para conocernos, convivir y compartir la alegría de disfrutar la herencia de un pueblo inigualable como el nuestro, de una ciudad que conserva su patrimonio para orgullo del mundo. Llegar a la cueva y después llegar a la cima de “La Bufa” es una experiencia que repetimos con gusto cada año para asombrarnos con la vista de la ciudad y la sierra, y llenarnos de alegría por tener la suerte de vivir en ese lugar que allá, abajo, nos espera para seguir asombrándonos cada día. Es esta la tercera entrega sobre las tradiciones de Guanajuato, en una forma sencilla de dar a conocer a la gente el origen de sus festividades porque estamos seguros que en la medida que las conozcan las disfrutarán y respetarán más.

Eduardo Romero Hicks Presidente Municipal


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1616 El Día de la Cueva Tomado de las Efemérides Guanajuatenses del Pbro. Lucio Marmolejo, tomo I, Universidad de Guanajuato,1967, páginas 148, 149, 152, 153 y 154.

Fiesta de San Ignacio de Loyola

Tiene al fin lugar en este año el solemne juramento del Beato Ignacio de Loyola por patrón real de Guanajuato, en medio de alegres fiestas y de entusiasmo universal; sin que fuera para ello un obstáculo la circunstancia de no haber sido todavía canonizado, porque aún no existía entonces la prohibición de que se hicieran estos juramentos, respecto de los siervos de Dios, que sólo disfrutaban los honores de Beatos. Ocho años más tarde, como adelante veremos recibió este juramento la aprobación Diocesana, sin que sepamos la causa por qué se haya demorado tanto el recabarla. Creció con este motivo, en gran manera la devoción de Guanajuato al glorioso fundador de la Compañía; y el 31 de julio fue desde entonces un día de regocijo popular; se declaró festivo, las funciones eclesiásticas que en él se celebraban eran espléndidas, se jugaban carreras de caballos, conforme al gusto de la época, en la calzada que conduce del cerro de San Miguel a la garita del Hormiguero, por cuya causa se le llama hasta ahora de las “Carreras”, se consagraron al santo dos pintorescas grutas que se encuentran en el cerro de la Bufa, dándoseles el nombre de “Cueva Vieja y Cueva Nueva de S. Ignacio”, habiendo llegado alguna vez, según se dice, a celebrarse misa en la nueva, y siendo innumerable el concurso que anualmente la visita.


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Hoy no tiene ya lugar, ni se celebra misa en la gruta; pero sí se renueva cada año la imagen del santo que está pintada en ella, se solemniza lo posible la función de iglesia, rezando por ambos cleros el respectivo oficio, con rito doble de primera clase, y acuden a la gruta nueva los guanajuatenses en sorprendente multitud; formando con tal motivo uno de los más celebres y poéticos paseos de la ciudad. Se presenta en efecto ese día el Cerro de la Bufa vestido con sus más bellas galas, pues la estación de las aguas lo ha cubierto de verdura; sobre él alzan su frente los altísimos y caprichosos crestones de la roca que lo corona; todos los caminos que conducen a la cueva se ven materialmente llenos de tanta gente, que no permite andar con libertad; y frente a la misma cueva, y en otros puntos del tránsito, hay músicas, juegos y tiendas de campaña, donde se expenden frutas, manjares y licores, formando todo el conjunto uno de los más hermosos y pintorescos paisajes que se pueden desear. 1622.- Se solemniza en Guanajuato, con gran magnificencia y extraordinarias señales de júbilo, la canonización de su patrono San Ignacio de Loyola, verificada en Roma en 21 de marzo de este mismo año, por la santidad de Gregorio V. 1624,18 de Junio.-Aprueba y confirma el Cabildo Sede- Vacante de Valladolid el patronato de S. Ignacio de Loyola, a favor de Guanajuato. He aquí una copia del documento original relativo, en cuya ortografía hicimos algunas pequeñas variaciones. “En la ciudad de Valladolid cabeza de la provincia y Obispado de Michoacán, a diez y ocho de Junio de mil y seiscientos veinte y cuatro años, ante los Señores Dean y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de la dicha ciudad y provincia, Sede Vacante; Juntos y congregados en la sala de su Cabildo, como lo tienen de costumbre, presentó esta su petición con el instrumento y

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poder que refiere, el contenido Padre Francisco Ramírez.- Y por su Señoría vista y examinada por sus partes y circunstancias, dijeron y votaron: que haciendo como hacen loable estimación del afecto pío y acuerdo con los vecinos de el Real de Santa Fe, minas de Guanajuato, aceptan y aprueban la elección que así han hecho de su particular Patrón al patriarca San Ignacio de Loyola, y la promesa y voto jurado de celebrar todos los años y guardar el día de su natal y fiesta, que es el postrero del mes de Julio, perpetuamente. Y tienen y declaran el dicho voto por firme grato y obligatorio en general y en particular, para todos los vecinos estantes y habitantes presentes y futuros de dicho Real de Santa Fe, minas y haciendas viviendas y Poblazones de aquel beneficio y feligresía, de todas las naciones, sexos y estados (excepto los indios, con los cuales no se ha de entender que esta fiesta ha de ser obligatoria de guarda para ellos, sino voluntaria, como lo son las demás fiestas de españoles, de que por las bulas Apostólicas quedan excluidos los Indios) y con esta diferencia y en esta conformidad y con el fundamento del voto, ordenan estatuyen y mandan, por vía de ordenación y estatuto de perpetuidad, que así se guarde y se cumpla por todos los fieles de dicho Real, Beneficio y feligresía, según como esta referido, so las penas en que incurren los que quebrantan los días festivos de guarda y no cumplen con las obligaciones anexas a ellos. Y que en su consecuencia libre y despache provisión firmada y sellada con el sello mayor de este Cabildo, insertas en ella a la letra, las peticiones que se hicieron y propusieron ante los dichos Señores Dean y Cabildo, con el poder del Diputado y Beneficiado y sucesivamente este dicho auto. La cual dicha provisión se dirija al dicho Beneficiado para que la haga publicar auténtica y solemnemente: así lo proveyeron mandaron y firmaron según costumbre.- El Dr. D Pedro Díez Varroso.- Dr. García Dávalos Vergara.- Felipe de Govea y Florencia.- Ante mí Br. Bartolomé Hilario Ordoña Secretario”.


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U El origen de la fiesta de la Cueva de San Ignacio Aurora Jáuregui de Cervantes

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Una de las fiestas más celebradas por los guanajuatenses es la que se lleva a cabo el 31 de julio de cada año. Consiste en un clásico paseo familiar y de amigos que se dan cita en la explanada conocida como El Hormiguero, para pasar allí el día en honor de San Ignacio de Loyola. Algunas personas desde la media noche emprenden la visita a La Cueva. Allí practican danzas, cantos, rezos especiales según el ritual tradicional que es llamado "velación" y que culmina con una misa a las 8 de la mañana. Los deportistas, al amanecer de ese día, escalan los picachos de La Bufa, desde cuya cima domina un hermoso panorama de la ciudad que ha inspirado a poetas y que algunos artistas han sabido plasmar en lienzos o fotografías. La Bufa con sus acantilados o picachos, es uno de los cerros que circundan la ciudad de Guanajuato por el sureste. Al oeste de tal montaña se levanta otra de menor altura en la cual hay una oquedad que fue agrandada en la época colonial para dar cabida a cerca de cincuenta personas, es la Cueva de San Ignacio, cuyos muros están decorados con pinturas y frescos de varias épocas, indicio evidente de la presencia humana desde tiempos prehispánicos, cuando la localidad fue ocupada por diversos grupos indígenas, algunos de los cuales dejaron allí su huella. Sucede que en ese último día de julio el pueblo manifiesta gran regocijo por tratarse de la


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fiesta más característica de la ciudad de Guanajuato, en honor de su santo patrono San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. La costumbre cristiana se remonta al primer tercio del siglo XVII. Es sabido que los jesuitas se relacionaron en época temprana con la población de Santa Fe, es interesante pues, conocer el origen de la devoción a dicho santo y de la fiesta de La Cueva. En relación con esto hay variada información: leyendas, estudios de antropólogos y documentos históricos. Nos ocuparemos brevemente de cada especie de datos. El licenciado Agustín Lanuza, en su libro Romances, tradiciones y leyendas, nos presenta una imagen sobre la leyenda: La ciudad encantada "Se alza La Bufa imponente, limitando la cañada que se llama La Rodada, y es conseja popular, que existe en aquel lugar una ciudad encantada. Desde el crestón se domina la llanura del Bajío, y el extenso caserío de la población vecina mas si la altitud fascina y causa grande arrebato, es el paisaje más grato, ver entre las verdes lomas, como nidos de palomas, las casas de Guanajuato." La leyenda narra que en esta fecha, 31 de julio, existe la posibilidad de desencantar Guanajuato, si algún visitante que llegue a La Cueva observa determinadas instrucciones.

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De manera realista podríamos preguntarnos si el Guanajuato de la leyenda pudiera ser el que está enterrado, pues es sabido que debido a las frecuentes inundaciones sufridas por la localidad, parte de la ciudad quedó sepultada; aunque lo que se ha encontrado, con las excavaciones, han sido muros, arquerías, cacharros y de vez en cuando algún tesoro. Estudios antropológicos han sido realizados sobre las pinturas de la cueva, por la antropóloga Ana María Crespo, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quien tiene un estudio sobre el significado de las figuras que aparecen tanto en el muro norte como en el sur. Crespo nos dice que algunas de la pared norte son de origen prehispánico y datan del año 1000 d.C.; están dibujadas en rojo, posiblemente en cinabrio y se encuentran recubiertas por otras de fechas posteriores. Los trazos de las primitivas son simétricos y cruciformes; también a la entrada de la cueva aparecen figuras antropomorfas. Pueden estar relacionadas con los mitos y ritos de las tribus que poblaron la localidad, ya fuera en calidad de observaciones calendáricas, culto solar o ritos de la fertilidad.(1) El estilo de los trazos es semejante al de los otomíes de otros lugares. Ahora bien, según el Códice Ramírez mencionado por Luis Velasco y Mendoza, los otomíes vivían en los riscos y los más ásperos lugares de las montañas. El símbolo de sus dioses era la montaña y la gruta; por tal razón sus actos religiosos los efectuaban en las cumbres y dentro de las cuevas.(2) Cabe suponer que en la cueva que nos ocupa, desde los tiempos prehispánicos se celebran ritos paganos, algunos de ellos para llamar a la lluvia, pues la fecha del 31 de julio podría coincidir con algún cambio de ciclo agrícola.


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Continuando con la descripción de las pinturas en la pared norte, se nota la figura de la Virgen María con una serpiente y una media luna a sus pies. Así como varias fechas: 1540-30 de julio de 1795- 17 de julio de 1870-1973, que tal vez indican celebraciones de eventos de la Orden Jesuita o fechas de inundaciones o la factura de las pinturas. En el muro sur se ve la imagen de San Ignacio de Loyola bajo un estandarte; cerca de los pies del santo aparece una rana plateada con un tambor y un cañón, además de varias instrucciones. San Ignacio lleva en su mano izquierda un libro abierto donde se relata su vida. La rana está dentro de un marco heráldico, entre dos banderas cruzadas, y tal vez sea símbolo de la minería de Guanajuato. En los acantilados situados frente a la cueva está dibujado varias veces el diablo, quizá rememorando la lucha de San Ignacio contra él en la cueva de Manresa, España, según la leyenda.(3) Ante esta información se puede suponer que el hecho de haber solicitado a San Ignacio como el patrono de la ciudad de Guanajuato, pudo haber sido con el propósito de substituir el culto pagano por el cristiano; además de implorar la ayuda del santo en la producción minera, pues fue precisamente un grupo de mineros y hacendados los que promovieron el patronato. La superposición de figuras representadas en la cueva nos indica el mestizaje de culturas, por eso se observan dibujos prehispánicos como los trazos geométricos relacionados con los ritos

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indígenas, al mismo tiempo que imágenes y símbolos cristianos como la cruz, la Virgen y San Ignacio. Desde el punto de vista histórico se puede afirmar categóricamente que San Ignacio de Loyola es el patrono de la actual ciudad de Guanajuato, puesto que en el Archivo Histórico de Guanajuato existen documentos que lo comprueban. Dichos testimonios asientan que un grupo de dueños de minas y haciendas del Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato, por medio del cura beneficiario del lugar, doctor Diego Gómez, presentaron el 6 de julio de 1615, una solicitud ante el Cabildo y Sede Vacante de Valladolid, Morelia (por estar comprendido el Real de Santa Fe en la jurisdicción del Obispado de Michoacán), para proclamar como patrono del mencionado Real, a San Ignacio de Loyola. Se llevaron a cabo las diligencias necesarias, se estudió y discutió la petición en reunión de Cabildo y finalmente se aprobó el 18 de junio de 1624. El compromiso de los guanajuatenses consistiría en celebrar el día del santo patrono, 31 de julio, en forma permanente por todas las generaciones venideras.(4) Siglo y medio más tarde, por haberse perdido parte del documento, se sacó un testimonio de la concesión, el 17 de junio de 1775. El escribano real, don José Pérez Marañón y el Marqués de San Juan de Rayas, que entre otros constituían el Cabildo de la ciudad en esa época, firmaron la solicitud. La contestación aprobatoria


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dice a la letra: "…en que consta que el glorioso patriarca San Ignacio de Loyola fue jurado por particular patrono de esta ciudad, sus términos, minas, haciendas de ellas y demás que comprende su feligresía y curato, con la obligación de que, los días treinta y uno de los meses de julio de todos los años en que perpetuamente celebra y solemniza su festividad nuestra Santa Madre Iglesia, se guarde inolvidablemente por todos los individuos que comprende la feligresía y curato, a excepción de los indios (con los cuales no se ha de entender que esta fiesta es obligatoria, sino voluntaria como no lo son las demás fiestas de españoles, de que por bulas apostólicas quedan excluídos los indios)… desde el año de 1624, concedida la gracia y aprobada por el Muy Ilustre Venerable Sr. Dean y Cabildo… y que para que lleve a noticia de todos y ninguno alegue ignorancia, se sirvan de mandarlo publicar… en uno de los días festivos en la Santa Iglesia Parroquial y que se fijen tablillas en las demás iglesias que expresen esa obligación con la que

desde luego pesará todo gravemente en sus conciencias y darán cumplimiento puntual a dicho voto y juramento como es debido y mandado que esa diligencia y originales se archiven en la arca de tres llaves para su constancia y perpetua memoria."(5) Por otra parte, el Cabildo del Real de Santa Fe envió un pregonero que "al son de cajas, clarines y atabales, con voz fuerte y clara anunciara por todas las calles de la población la disposición diocesana de hacer el juramento del patronato de San Ignacio de Loyola el día señalado para su festividad."(6) Fue así como el día último de julio se convirtió en fiesta popular para la ciudad de Guanajuato desde 1624 y se sigue conservando hasta nuestros días y los venideros. En resumen, se trata de una festividad que presenta sincretismo religioso, que se remonta a la época prehispánica y que se volvió cristiana a partir de la fecha mencionada arriba. En el transcurso del tiempo ha presentado variaciones. La verbena popular se observa en un cuadro pintado por don Manuel Leal que se exhibe en conocido hotel de la ciudad. En la actualidad se celebra con danzas y acuden peregrinos de varias partes; hay juegos, diversiones variadas y abunda el consumo de licores. No pocas veces un aguacero remata la fiesta, en la que el pueblo convive con las a u t o r i d a d e s y v i s i t a n t e s, a u t é n t i c o s guanajuatenses, para conmemorar a San Ignacio. Existe una canción popular que clama por la lluvia en esa fecha:

“¡Que llueva, que llueva! La Virgen de la Cueva, los pajarillos cantan, la Luna se levanta, ¡Que sí, que no! ¡Que caiga un chaparrón!”

Citas 1 Crespo O., Ana María; "La pintura repestre en la Cueva de San Ignacio". X Congreso Unión Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas (ponencia), México, 1981. 2 Velasco y Mendoza, Luis; Historia de la ciudad de Celaya, Tomo I, Imprenta Manuel León Sánchez, México, 1947, pp. 35. 3 Crespo O., Ana Ma.; Op. Cit. 4 Archivo Histórico de Guanajuato, Rama Diversiones religiosas, 1624, expediente Núm. 4. 5 A.H.G., Rama Diversiones religiosas, "Testimonio a la letra", 7 de julio de 1775, Guanajuato. 6 Ibid


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Edna García

I La ciudad encantada Tomado de Leyendas y relatos de Guanajuato Prodigios y maravillas. Jorge Olmos y Juan Octavio Torija Ulyses Editor

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Imaginemos a un pastor de pocas luces, de mal aliento y oído más acostumbrado a las frases recias que a las dulces frases indígenas. Imaginémoslo vagando de pie al pie de elevados peñascos, entre peligrosos declives y húmedas hondonadas. Imaginemos que, de pronto, escucha una inexplicable voz melódica. Adivinemos su miedo y su sorpresa, y el escalofrío que eriza los vellos de su espalda y los cabellos de su cabeza, al instante en que se encuentra con la dueña de esa voz. No hay duda; es una mujer hermosa, de maneras apacibles, de la que sin embargo se cuentan cosas espantosas. Sin titubear ni un momento, el agreste vagabundo quiso poner distancia; pero en su intento no llegó a dar ni un mísero paso porque la mujer, imaginemos su belleza, con zalamerías y llanto le suplicó que se quedara a su lado. De inmediato ella le rogó que la transportara en sus brazos a la iglesia del centro de Guanajuato para que la ayudara a romper con el hechizo que pesaba sobre su persona. A cambio de este favor tan simple ella dispondría para él riquezas de la Ciudad Encantada, la diminuta copia de Guanajuato escondida en alguna de las grandes cuevas de la montaña. El ingenuo pastor se imaginó siendo ya un hombre rico, a tal punto que apenas escuchó la advertencia que ella le hizo con suaves palabras: durante el trayecto él no debería voltear de ninguna manera su rostro, aunque escuchara el llamado de voces conocidas, los gritos ofensivos o cualquier tipo de amenaza. Cuando el pastor aceptó transportar a la hija del viejo hechicero, se la echó a cuestas y comenzó a correr ladera abajo, por el cerro ahora conocido como del hormiguero. Al aproximarse al caserío y a la vista de algunos vecinos, el cabrero escuchó gritos violentos, entre los que


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oyó una exclamación burlona: -¡miren a ese hombre! ¡Debes de estar loco para cargar con ese monstruo!-. Fueron tantos los gritos, las exclamaciones y el escándalo que el hombre ya no pudo contener su duda y, como no queriendo, miró hacia su espalda. Acto seguido, la mujer se deslizó por la ancha espalda de su humilde y probable salvador convertida en una formidable serpiente de ojos de jade que de inmediato desapareció entre los matorrales y las rocas. Dicen que el pastor cayó de inmediato en un sueño y se desvaneció ahí mismo; también afirman que sólo recobró el conocimiento para darse cuenta de que estaba

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convirtiéndose en un esbelta piedra de aspecto majestuoso (desde aquellos míticos días es conocida como el peñón del Pastor). Al mismo tiempo comenzó a escucharse el conocido estruendo de la tierra cuando tiembla y resquebraja. Una imponente montaña asomó sus gallardas rocas sobre la ciudad de Guanajuato, cuyos habitantes años después bautizaron con el nombre de la Bufa. En compañía eterna del generoso pastor, transformado en el risco al que nos referimos antes, esa montaña aún conserva los misterios de la ciudad encantada, a la espera de que un hombre con poderes y cualidades extraordinarios desvanezca el hechizo.


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John Nevin

L El Día de la Cueva Tomado de Leyendas y relatos de Guanajuato Prodigios y maravillas. Jorge Olmos y Juan Octavio Torija Ulyses Editor

Lector amigo: ¿quisieras asistir a una fiesta popular guanajuatense? De ser así, nosotros te invitamos. Es el 31 de julio. Pero no esta de más que te enteres de algunos por menores acerca de esta fecha. Hacia el sur de la ciudad de Guanajuato, remontando plácidamente su ascendente geografía, se levanta la mágica y bellísima montaña que lleva por nombre La Bufa. En una ladera de sus picachos (palabra familiar con que la gente designa esas cumbres), cerca del denominado La Pastora, el pueblo fervoroso rinde culto a San Ignacio de Loyola, patrono de la ciudad, en el interior de una cueva. Desde 1624, en la fecha indicada, los lugareños acuden puntualmente a esta especie de centro ceremonial; no sin antes haber pasado la noche en el Cerro del Hormiguero, donde a su vez se instalan, para este festejo: comederos y tabernas improvisados; danzantes; juegos mecánicos populares: la rueda de la fortuna, los caballitos, el martillo; vendedores de globos; los conventillos de juegos de azar: la lotería y la oca, la bolita y las tómbolas, fuegos artificiales. Pero también se instala, diríace como una mancha en el mantel, el comedero especial para las autoridades en turno, quienes en esta ocasión comparten sudores y


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alegrías, dimes y diretes con mineros, burócratas, tenderos, estibadores, cantineros y hasta los famosos piratitas o guías de turistas. ¿Que cuántos signos de antigüedad tiene esta fiesta? Digamos con la voz de la historia que desde antes de la llegada de los despistados gachupines. Según eso, los míticos guerreros chichimecas ya cumplían en ese mismo lugar, y por las mismas fechas, ceremonias mágicas, de fertilidad y abundancia con las que agradecían los dones recibidos y celebraban cultos a los encinares, al agua y al viento. Hasta que un día, como dicen, les cayó el chahuistle: los católicos cubrieron con el sayal de San Ignacio de Loyola (el fundador de la Compañía de Jesús) los altares paganos de aquella cueva. De labios de asiduos visitantes se sabe que en las paredes de ese lugar ciertas pinturas de imágenes imprecisas hacen sentir los favores celestes, aunque no faltan quienes sostienen que son trazos y signos diabólicos. ¿Que si se sabe quiénes las pintaron? No, eso nadie lo sabe: siempre han estado ahí y no hay quien pueda negarlo.

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Lo cierto es que llegado el 31 de julio familias completas celebran con devoción (muchas veces bajo torrenciales aguaceros) la imagen del Patrono de la ciudad, ya sea en la cueva, en la laderas pedregosas de La Bufa y en el cerro del Hormiguero, dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento y compartiendo el gustoso palabreo. Pero permítanos decirle lo que algunos tinterillos de baja estofa afirman: al parecer, una noche antes de la celebración santa una procesión de hombres y mujeres misteriosos, al calor del aguardiente, se entrega en ese lugar a desenfrenos orgiásticos. Mentira o verdad, realmente se ha vuelto legendario que en esa ocasión no faltan los pecadillos carnales ni los excesos de alegría que muchas veces acaban en fervoroso intercambio de puñetazos, ni los desbarrancados por la imprudencia alcohólica. ¿Que qué hacen después de la misa y la comilona, para terminar el día? Pues regresar a sus casas. Aunque es común toparse con enjundiosos borrachos, trastabillando por laderas y pendientes, decididos a prolongar la juerga. A pesar de eso, todos muy felices vuelven a su hogar. El santo queda contento (¿y el diablo también?) allá en los Picachos. Para San Ignacio otro año comienza de nuevo y Guanajuato puede dormir en paz.


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El Cerro de la Bufa y El Pastor Tomado de Leyendas y relatos de Guanajuato. Prodigios y maravillas. Jorge Olmos y Juan Octavio Torija. Ulyses Editor

Canta, oh Diosa, y guía nuestra pluma para que de la leyenda nebulosa extraigamos la historia de la Ciudad Encantada, que a decir de los sabios cronistas es Guanajuato o su enjoyada réplica en una de las cuevas que asoma sus fauces a nuestro paisaje. Allá en las profundidades del siglo dieciséis, cuando bosques y ríos, luz y oscuridad, animales y aire, piedras y montañas de Quanaxhuato eran aún sagrados para los chichimecas, el brazo flagelante del rey de España repartió tierras, estancias ganaderas para el beneficio de algunos de sus súbditos. Cuenta el relato legendario que más de algún asombrado pastor castellaño, en sus paseos por los alrededores de la montaña más vistosa de Guanajuato, admiró la hermosura de la Diosa del Alba. Una mujer delicada como el rocío y elegante como el cielo, vestida con telas teñidas de púrpura y nácar que cada mañana desplegaba su paso por los senderos de aquella montaña. Según parece, era hija de un viejo hechicero que habitaba en los ricos más altos de la cumbre. Por aquel entonces ella estaba casada con Señor de la Casa de las Flechas, un guerrero de gran valor. En una de esas ocasiones, un pastor arrebatado por la belleza de la Diosa osó seguirla por los umbrales del bosque, y se atrevió a dirigirle palabras encendidas, sin apercibirse de que Señor de la Casa de las Fechas acechaba la escena desde la cima. Éste aprestó el arco empuñando una flecha, y con un disparo certero, impulsado por su enojo, atravesó el corazón del pobre baturro.

Sin mayor demora, el guerrero alcanzó a su cónyuge celeste, recriminó su conducta y la confinó en una cueva, luego de convertirla en serpiente haciendo uso de sus artes mágicas. No pasó mucho tiempo para que el viejo hechicero de la montaña se enterara con indignación de lo sucedido. De inmediato procedió a vengar el infortunio de su hija: convocó una tempestad, tendió un manto agitado de nubarrones y proyectó sobre el impetuoso Señor de la Casa de las Flechas un rayo atronador, luego enunció un conjuro con el que convirtió al joven guerrero en un esbelto risco. No se sabe en qué momento pero la gente empezó a nombrar, tanto a la cueva como al risco, de La Bufa y El Pastor, en memoria de la presunta burla y del hombre que dieron origen a esta tragedia. Según refieren antiguas leyendas populares, la ciudad de Guanajuato se irguió suntuosa un tiempo después de lo acaecido. El viejo brujo, “docto acedor de extraños conjuros y avatares” como dice el fino poeta Rafael López-, envidioso de la opulencia de la naciente urbe, erigió dentro de la cueva en que se hallaba su hija, trasmutada en serpiente, una pequeña copia de Guanajuato. A diferencia de esta ciudad auténtica, la engalanó con oro, la recamó con hilos de plata, e incrustó en sus pequeñas construcciones joyas preciadísimas. Y en cumplimiento de la voluntad del anciano hechicero, afirman los depositarios de las leyendas, todas las riquezas resguardadas en esa asombrosa cueva sólo serán aprovechadas por aquel hombre guerrero o brujo- que pueda revertir el encantamiento de la Diosa del Alba.


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Fiesta de San Ignacio de Loyola

Día de la Cueva (Detalle), óleo sobre tela, 1960, Don Manuel Leal. Propiedad del Hotel Posada Santa Fe.

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