El Vado Historia

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El Vado

El barrio de “El Vado” es uno de los sitios más tradicionales de la ciudad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca y su existencia se remonta a los orígenes mismos de la fundación castellana de la capital de la morlaquía. Sin embargo, su configuración es colonial y a partir del siglo XIX adquiere las características esenciales con las que se le identifica hasta nuestros días. Los conquistadores españoles, quienes estaban acostumbrados a erigir en las urbes por donde pasaban los llamados “humilladeros” o cruces, levantaron en el sector de “El Vado” una cruz que señalaba los límites de la naciente urbe. Las otras cruces se ubicaban en donde se levantó la capilla de San Marcos, que hoy es el templo de Todos los Santos; en el sector del punte del Ingachaca, que hoy es el Vergel y en donde se forjó el barrio Las Herrerías; en la Iglesia de San Sebastián, considerada, extra muros, hacia el occidente, como parroquia de indios durante la Colonia y en San Blas, que por el límite oriental de Cuenca era otro de los barrios de indios de la naciente urbe.


El nombre de “El Vado” débase a que los habitantes de la ciudad, cuando llegaban a este sector, cruzaban el río Tomebamba, para ir a la otra banda, en la que hoy se encuentran los predios de la Universidad de Cuenca y el legendario barrio de San Roque. Este hecho de cruzar el río se vincula con una palabra castellana de fuerte precisión semántica: “vado”, entendida como cruce, remanso o paso. Así al menos lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. En admirable significación, en nuestra bella lengua de Castilla, existen múltiples palabras relacionadas con el término “vado” camino, senda, sendero, acceso, vía, paseo, alameda, paso, alcorce, surco, meandro, travesía, andurrial y paraje. Esta polisemia en la significación de la palabra “vado” refleja que nuestra hermosa lengua castellana es versátil, de máxima a mínima, y de allí que, frente a la palabra cruce o paso, existen otras más que se interrelacionan en auténtica precisión semántica: cruzamiento, convergencia, intersección, punto, empalme, encuentro, llegada, salida, paso, remanso, trayecto, travesía. Más, en la lengua de Castilla, el propio verbo “pasar”, relacionado con la palabra “vado”, se imbrica con otros similares que son: recorrer, transitar, franquear, traspasar, atravesar, vadear, andar, trasponer, desembocar, confluir, converger, desfilar, entrecruzar y cruzar. Por lo tanto, el sector de “El Vado” se puede apreciar, como en una especie de balcón, al río Tomebamba, llamado también como Julián Matadero, desde que justamente fue bautizado con tal nombre por el Obispo de Cuenca, el excelentísimo Andrés Quintián Ponte y Andrade, a inicios del siglo XIX, en una de sus temibles crecidas. Se sabe, ciertamente, que el polémico Obispo regalista se ubicó en este sitio para la ceremonia religiosa con la que, el Tomebamba era destinado a la celestial protección de San Julián, popular santo de España, en aquellos tiempos de dominación monárquica.


La actual cruz que está labrada en mármol suplantó a la vieja cruz de la Colonia, a partir del año 1888, en que fue erigida sobre pedestal de cal y ladrillo, mientras que la caseta que hoy la distingue con singular fisonomía y que fue construida con un tejado tradicional de la urbe fue levantada en las primeras décadas del siglo XX, hasta darle la indiscutible identidad y personalidad con la que todos los habitantes de la morlaquía la reconocen en tanto es uno de los íconos de Santa Ana de los Ríos de Cuenca y signo de tan popular barrio cuencano que ha inspirado tanta poesía y obras artísticas. El barrio entraría al siglo XX con una fuerte personalidad, cuando allí se habían establecido desde antaño, una serie de panaderías, que han sido los talleres que le han identificado a la barriada con singular sentido y vida plena. César Andrade y Cordero, recogiendo esta particularidad del barrio escribió una ella poesía intitulada “Panadería del Vado”, la que fue musicalizada por el compositor cuencano Rafael Carpio Abad, quien habitaba en la calle del Farol, en el barrio de San Roque, y se sentía plenamente parte de El Vado, desde su primera infancia. Pero El Vado fue también un sitio en donde se cultivaban las artesanías cuencanas, como por ejemplo, el tejido de sombreros de paja toquilla, de Miguel Pulla, actividad legendaria que se ha cultivado con originalidad y gracia supremas. También, en esta barriada ha existido ciudadano dedicado a la fabricación de juegos pirotécnicos. El Taller de Gabriel, Froilán, Rómulo y Carlos Torres han sido desde hace muchas décadas un sitio obligado de adquisición de estos materiales para los cuencanos de las últimas generaciones.


En este barrio vivió la principal mantenedora del Paseo del Niño Viajero, Doña Rosa Pulla Palomeque, quien había heredado de su madre, Rosa Palomeque, la costumbre de realizar desde el año 1961, la tradicional Pasada del Niño Viajero, con la que Cuenca se identifica como una urbe que tiene a su haber, una de las más grandes manifestaciones culturales del país.


Personajes que permanecen en la memoria colectiva de los habitantes de “El Vado” tuvieron una fuerte presencia en la vida cotidiana de este paradigmático sector de Cuenca: La niña Lola, la Jishuca, Mama Felicia, las suquitas Mateas, las Ututas, Luís Cocolo, el curco Cornelio, Miguicho Llivipuma, Don Jorge Cocorocho Barrera, Mama Michi Minchala, Mama Bollo, Doña Esthercita, Vecinita y muchas más, en una impresionante constelación de ciudadanos que han contribuido a forjar la fuerte tradición cultural de este célebre lugar cuencano. Eran muy apreciadas las panaderas, señoritas Álvarez, Doncella Carmen, señorita Dolores, Doña Virginia Castro e Isabel Serrano, famosas en la elaboración de costras y las tortas. En la sombrerería eran muy apreciados tanto la familia Pulla como don Vicente Alvarado. Algunas edificaciones de la zona son clásicas desde todo punto de vista. Por ejemplo, la llamada Casa de la Lira, en la Calle de la Condamine, la que fue vivienda del músico cuencano José María Rodríguez, uno de los más brillantes compositores de la urbe, quien mantuvo desde esta vivienda una especie de academia musical en la que muchos cuencanos de defines del siglo X principios de la vigésima centuria aprendieron a tocar instrumentos bajo la guía de tan inteligente maestro. Asimismo, las edificaciones que rodean a la plazoleta de la Cruz del Vado y que han sido adquiridos por la I. Municipalidad de Cuenca, que tenían el proyecto de restaurarlas para ser llamadas las casas de Europa, constituyen símbolos patrimoniales que dan a esta zona una original atmósfera urbana y hoy se encuentra en un proceso de recuperación para nuevo uso.


Las festividades del Año Viejo se han caracterizado también en el barrio de El Vado como fiestas populares en las que el ingenio de los moradores para elaborar los tradicionales años viejos han sido objeto de admiración para propios y extraños, habiendo recibido muchas veces, muchos premios por la originalidad con la que se han realizado estas representaciones artísticas.


La fiesta de la Cruz, celebrada anualmente el 3 de mayo, es la más importante de este barrio cuencano y para ese día, la Cruz del Vado es engalanada con múltiples homenajes y ceremonias religiosas. Quizás la más importante de ellas ocurre el 4 de mayo, cuando una procesión del Santísimo Sacramento llega desde la Iglesia del Santo Cenáculo hasta la Cruz del Vado para clausurar así el mes eucarístico de Cuenca, pues desde el año 1901, cuando dicho templo fue inaugurado, el Padre Julio Matovelle instauró la Adoración Perpetua del Santísimo Sacramento del Altar y dejó establecida la costumbre de que todos los meses de abril sea expuesta Su Divina Majestad, día y noche, para la adoración de los fieles, en ese tradicional templo cristiano. Pero la costumbre se concluye solemnemente, el cuatro de mayo, a los pies de la Cruz del Vado, cuando se clausura este mes eucarístico de Cuenca, en conmemoración de los sacrilegios cometidos en Riobamba, cuando tropas alfaristas irrumpieron en el templo y profanaron las sagradas formas, en un hecho que conmocionó a la nación, que en aquel entonces, se encontraba en plena guerra entre liberales y conservadores, en el contexto de una clerofobia que llegaba a los límites del paroxismo y que produjo en ese mismo acontecimiento, la muerte de un benemérito sacerdote cuencano, el padre Moscoso. Cuenca decidió de esta manera, establecer un acto de desagravio que se han vinculado todos los años con este tradicional barrio cuencano, en la fiesta de la Cruz del Vado, tradición religiosa que ha contribuido igualmente a los moradores del sector.


En la actualidad, muchas viviendas permanecen ya sin sus originales propietarios, porque emigraron al exterior o murieron, y el barrio se encuentra en un proceso de adaptación de las viviendas a nuevos usos. Algunos locales artesanales han desaparecido para dar paso a otros; más aún se mantienen ciertos talleres que continúan desafiando a las circunstancias con una labor de creación y difusión de bellas obras artesanales como el taller de orfebrería de la familia Gutiérrez, en la subida del Vado, mientras aparecen otros grupos que desarrollan actividades culturales en una nueva época, en la que de todos modos, se lucha por mantener las tradiciones barriales. Así entonces, El Vado cuenta hoy con el Prohibido Centro Cultural, lugar desde donde las nuevas culturas urbanas tienen un Centro de integración y difusión, en el contexto de las modernas manifestaciones culturales de los jóvenes de la nueva era. El barrio, es por otro lado, semillero de deportistas con el Circuito Pedestre de las Cruces de Cuenca, el cual lleva hasta el año 2009, 45 ediciones y en el que múltiples cuencanos que han descollado como atletas han sido descubiertos. Pero ha habido destacados actores del deporte comarcano como el llamado “Negro Díaz”, bautizado con el nombre de Luís Díaz Serrano, quien ha apoyado al deporte desde diversos sitios como el Coliseo Ciudad de Cuenca, en diferentes canchas de Voley e Indoor, en las competencias del Mundialito de los Pobres y en tantos otros eventos de importante significación para los cuencanos. El poeta Olmedo Dávila Andrade, hermano de César; resaltó justamente en unos versos la actividad deportiva de este singular barrio cuencano: “Es la Cruz símbolo sagrado / teñido de amor en verde y blanco / barrio que Dios fundó junto al Barranco / y dijo: te llamarás el Vado / Abajo el río canta dulcedumbre: / ¡VADO!, mi barrio hondo y querido / y en las noches de Mayo se prenderá la lumbre / que escribo por los cielos: es macho y aguerrido / Al vadeño le sobra la bravura / ese canto de amor, y por su tierra / su enorme corazón grita y fulgura / en la sangre que en sus venas encierra / la gloria tiene sus troqueles / el verde y blanco brilla en su figura / campeón, ¡Oh Vado!, tus laureles / te llevan al Olimpo en tu escultura / del estadio sobre el verde tapete / el verde y el blanco deja corazón, / relucen sus colores y el coraje promete / darle a su barrio su título ¡Campeón!”. Así entonces, el barrio de El Vado es uno de los sitios más emblemáticos de los que muy bien puede enorgullecerse la ciudad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, sitio que es menester rescatar y precautelar por su riqueza patrimonial y su fuerte sentido de identidad, religiosidad popular y civismo.


GABRIELA ELJURI JARAMILLO (PROFESORA DE LA UNIVERSIDAD DEL AZUAY -UDA-) (*)


“El Vado”: un rincón invisible El Vado es uno de los ba¬rrios tradicionales de la ciudad de Cuenca, uno de los más antiguos, al tiempo que está cargado de elementos que reflejan la esencia de la cuencaneidad. Es parte de lo cotidiano, aunque posible¬mente lo cruzamos a diario sin ni siquiera mirarlo. Portador de un alto conteni¬do patrimonial que se expresa no sólo en su rostro edificado y arquitectónico, sino sobre to¬do en su talante inmaterial, cargado de historia, de leyen¬das, de anécdotas, pero sobre todo de la vitalidad expresada en quienes lo habitan. Sitio patrimonial -material e inmaterial- en toda su magni¬tud, patrimonial en el sentido de herencia, de memoria y de identidad. En tanto patrimonio cultural, la historia y los imaginarios de la ciudad se narran en su fiso-nomía, en su diversidad de rostros, en su puente, testigo de las inundaciones del Tomebamba y que a su vez reem¬plazó al de época colonial, que colapsó en la creciente del 50; en la tradicional Cruz del Vado, posiblemente levantada en 1799, tras la gran creciente del “Julián Matadero”, en el re¬cuerdo de la Plaza del Carbón; en la majestuosa casa que, en otra hora fuera donada para los músicos, y que aún -como remembranza- lleva en su frontis el símbolo de la lira; en su plazoleta, a la que en el pa¬sado recurrían los cuencanos en busca de montes y casitas de barro, para la elaboración de los pesebres navideños; en las imágenes de “postal” de la Subida del Vado y de sus talle¬res artesanales; en las casas colgantes, que delicadamente engalanan esa parte del Ba¬rranco; también en el tradicio¬nal adoquinado de una parte de la Calle La Condamine, uno de los pocos espacios de este tipo que no han sido someti¬dos a procesos de readoquina¬miento, razón por la cual su textura y sus formas aún dan cuenta del paso de los años y de la manera particular de ha¬cer las cosas, que tuvieron nuestros antepasados. Pero la historia y la tradición también se cuentan en el otro Vado, en el Vado profundo, en ese espacio rico en manifesta¬ciones de la cultura inmaterial, en ese barrio que, en su com-plejidad y belleza, recoge la esencia de la ciudad, testigo de la Fiesta de las Cruces, que sutilmente vincula, en la reli¬giosidad popular, lo católico y lo andino; en el Laboratorio del cinco, ritual fúnebre en el que las familias, sobre todo de los sectores populares, acuden a las orillas del río a lavar las vestimentas y enseres del di¬funto; en el tradicional Circuito de la Cruz del Vado que, año a año, convoca a mayor número de participantes; en la vida y el oficio de sus artesanos que, con la creatividad de sus men¬tes y la habilidad de sus manos, han dado fama a esta comarca azuaya; y por qué no decirlo, que también en las historias si-lenciosas que se tejen en el in¬terior de las edificaciones, hoy convertidas en conventillos.



“LA HISTORIA DE LA CUIUDAD…” La historia de la ciudad y la cultura de Cuenca tam¬bién se cuenta en sus merca¬dos, ubicándose en el Vado uno de los más importantes, el 10 de Agosto, espacio en el que un vestigio de la pre¬modernidad queda anclado en el complejo contexto con¬temporáneo; en el que se te¬jen importantes relaciones sociales y culturales, resul¬tantes de la interacción urba¬norural. Tiendas de abarro¬tes, en las que parece que el tiempo se detuviese en las imágenes de los antiguos pueblos, en donde entre soguillas, costales y todo tipo de víveres, cuelgan cirios ar¬tesanales, adornados con flo¬res y pájaros, y que ya muy poco se ven en las procesio¬nes religiosas. A pocos metros, carretas que llevan remedios para to¬do tipo de males, desde sábi¬la y guayusa hasta jarabes para mal de amores, puestos de palo santo y una que otra curandera, reflejo -simple¬mente- de otro tipo de conocimiento y de saberes. Imágenes que recuerdan épocas pasadas, en las que las rela¬ciones personales, reflejadas en el regateo o en la yapa, evocan la añoranza de Ernes¬to Sábalo, cuando al referirse a los mercados, enfatiza en que “hay que re-valorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos”.



“Lugar antropológico” Y es que mas allá de la riqueza arquitectónica y edificada, yace la vitalidad del territorio, del “lugar an¬tropológico” en términos de Auge, “principio de sentido para aquellos que lo habi¬tan y principio de inteligi¬bilidad para aquellos que lo observan”. La vitalidad que se expresa en sus arte¬sanos; así, por nombrar a unos pocos, en los maes¬tros hojalateros que, como Don Miguel Durán -entre otros-, han hecho del Vado el hogar de su oficio por varias décadas, dando for¬ma al metal en una amplia gama de objetos que, a lo largo de los años, han ido desde juguetes, espejos y candelabros, hasta utensi¬lios de cocina, ganadería y construcción. Llama la atención, de turis¬tas y transeúntes, el taller de foja artística de Juan Gutiérrez, quién aprendió el oficio de su padre, pero fue más allá, in¬cursionando en otros metales, especialmente en el cobre. Las enseñanzas que adquirió co¬mo oficial en el taller familiar, unido a su creatividad y sensibilidad artística, se plasma en piezas de carácter único, co¬mo otros artesanos en su ra¬ma, conoce con detalle y pre¬cisión el funcionamiento de los metales, pero además es poseedor de un amplio cono¬cimiento en la elaboración de alambiques que, en diferentes dimensiones, cumplen su rol en la destilación. Encontramos también en el Vado los talleres de som¬breros, donde el conoci¬miento del oficio va desde la confección y el hormado, hasta la reparación de pren¬das usadas. Igualmente importantes, son las artesanías bordadas, cuya labor implica la elabo¬ración de las tradicionales polleras de la Chola Cuen¬cana, los elegantes trajes de los mayorales del Pase del Niño y el bordado de vesti¬menta para las imágenes re¬ligiosas.


Otras artesanías Otras artesanías, como la talabartería, la zapatería, la pirotecnia o la elaboración de guitarras, tampoco son ajenas al Barrio del Vado, al tiempo que este es un espacio que también alberga a conocidas arte¬sanas dedicadas a la ela¬boración de atuendos y pendones para las fiestas religiosas, como Marta Du¬rán, quien pertenece a una familia que, tradicio-nalmente, ha sido encar¬gada del ornamento de los carros alegóricos del Pase de Niño Viajero. Presenciamos, también en El Vado, unas de las pocas barberías que aún quedan en la ciudad.


LUGAR DE ENSUEÑO… Como fuera de este tiempo, se encuentra allí el hogar de Doña Graciela Vintimilla, vi¬vienda que a su vez funciona como galería de antigüeda¬des, denominada “Loura’s un viaje a través del tiempo”, cuyo logotipo es precisamente un herraje que, metafórica y má-gicamente, nos traslada a un mundo de fantasía, fuera en el tiempo y en el lugar. Casada con un holandés que ama al Ecuador y que ama a Cuen¬ca, Doña Graciela, desde siempre, se sintió atraída por las antigüedades, afición en la que ha invertido tiempo y dine¬ro; cada rincón de su casa guarda valiosos objetos únicos y cargados de historia. En un lugar de ensueño, desde varios metros hacia la vereda, llama la atención una perra que -inteligente¬mente- recibe el periódico de la vendedora y se lo lleva a su ama; en el interior no existe un solo rincón que no tenga algo que contar, los objetos -armónicamente- coexisten con un ambiente mágico, donde las palomas y las plan¬tas se confunden con la paz del lugar. Y para completar la experiencia, en un acogedor altillo, funciona un taller de restauración de muñecas, en donde entre sedas francesas, encajes antiguos y partes de muñecas antiguas, Doña Graciela, con profunda sensi¬bilidad estética, da rienda suelta a su creatividad. En todo el sentido de la pa¬labra, El Vado está cargado de vitalidad que se hace pal¬pable en el sentido de perte¬nencia de sus habitantes, en la apropiación del espacio y en su deseo de reivindica¬ción. La revalorización de es¬te espacio ha surgido, no desde las instituciones o enti¬dades públicas, sino desde la iniciativa de varios de los ve¬cinos que allí habitan. El pro-yecto de revitalización, que ha emprendido el Barrio, es un proyecto social y cultural, que tiene por objeto promo¬cionar y difundir la memoria del lugar, haciendo del barrio un museo vivo, poniendo el arte al servicio del pueblo.





“UN LUGAR DELICADO Y SENSIBLE” Indica que el Barrio del Va¬do es un lugar sumamente delicado y sensible, por lo que cualquier intervención debe hacerse con un profun¬do análisis; así, es necesario conservar las maneras tradi¬cionales de habitar el lugar; no es tampoco un espacio para bares o discotecas, es un espacio que llama con ur¬gencia al silencio, a la paz y a la reflexión. La casa que lleva como símbolo la lira, considera que debe ser recuperada para la música, pues marca el espíritu por el cual esa ca¬sa fue donada. En relación a los inmuebles que aún funcionan como conventillos, no se opone a ese uso, pero cree que debe existir una regulación, destinada a brindar una vida digna a sus habitantes. Para concluir, indica que el proyecto pretende recuperar los personajes, los hechos, las anécdotas, los mitos, las le¬yendas; en fin, la memoria his¬tórica del lugar “con cimien¬tos la casa puede ser cons¬truida. Comenzar por donde se debe comenzar. Hay que avanzar armónicamente, no haciendo tabla rosa’. Llegado a este punto, cabe preguntarnos, cuánta falta nos hace caminar por nuestras calles, conversar con la gente, abandonar la para¬noia de la inseguridad... Hace falta recuperar los sentidos y también el silencio. Y es que la historia de Cuen¬ca se cuenta en la vida de sus barrios. En esos rincones olvi-dados que, de tan cotidianos, se nos vuelven invisibles. Por ello, este artículo es una invita-ción a construir una nueva mi¬rada sobre la ciudad, una mi¬rada que permita recuperar el espacio de la memoria.


(*) Art铆culo reproducido de la revista COLOQUIO, edici贸n n煤mero 38. Una publicaci贸n de la Universidad del Azuay (UDA) Fotos de EL MERCURIO 3 de Noviembre del 2008 (6D-7D-8D)


http://elvado.wordpress.com/


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