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De nuevo sobre el nombre de “Setefilla”. El abrecartas de Vicente Molina Foix
Rogelio Reyes Cano
El impacto que sobre nosotros producen las palabras tiene a veces algo de misterioso. Hay unas que nos atraen por su significado, otras por su exotismo, algunas por su musicalidad y otras simplemente por su rareza fonética. Esto último es lo que les suele suceder con el nombre de Setefilla a muchos de los que lo oyen por vez primera. Y lo que a los loreños nos parece la cosa más natural del mundo, acostumbrados como estamos a oírlo desde que nacemos (¿quién no tiene una madre, una hermana, una prima o una amiga que se llame así?), a aquellos que no están familiarizados con Lora les llama mucho la atención cuando se enteran de que hay una Virgen que responde a tan extraña advocación y que son muchas las mujeres que en nuestro pueblo llevan ese nombre con toda naturalidad. Tal extrañeza ha impactado la sensibilidad de importantes escritores españoles que se han hecho eco del mismo en algunas de sus obras.
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Atraídos por esa sucesión de sílabas en apariencia ininteligibles, no han resistido a la tentación de incorporar ese nombre a su nómina de personajes de ficción y otorgarles de esa manera auténtica vida artística, incorporando así el aliento de Lora al mundo de la mejor creación literaria española. Y lo hicieron muy probablemente sin ponerse a averiguar de dónde procedía aquel nombre cuya etimología de base latina resulta, por otra parte, tan nítida cuando se le explica a quien pregunta por ella. Simplemente, les atraía su encanto sonoro, esa rareza fonética que les sonaba gratamente a los oídos y les impelía a aplicárselo a alguna de sus criaturas literarias femeninas.
El ejemplo más conocido es el del gran poeta sevillano Luis Cernuda, del que ya tuve ocasión de tratar en esta misma Revista de Feria del año 2016. Setefilla se llamaba la sirvienta espabilada y sagaz de La familiza interrumpida, una obra de teatro que Cernuda nunca publicó en vida y que vio la luz póstumamente gracias al escritor mejicano Octavio Paz, a quien el poeta sevillano había entregado antes de morir el original manuscrito. Setefilla servía en la casa de un relojero obsesionado hasta el absurdo por el orden y la puntualidad. Era una criada astuta y con mucha capacidad de iniciativa que acabaría fugándose de la casa con su señora y abandonando a tan excéntrico patrón.
Es muy posible, como ya sugerí en aquella ocasión, que Cernuda recurriese al nombre de la patrona de Lora atraído por la lectura de los hermanos Álvarez Quintero, cuyo teatro tanto le gustaba y tan dado eran a introducir en sus comedias y pasillos cómicos al personaje de la criada graciosa, lista y respondona. Y quizá también por las muchachas loreñas que entonces servían en las casas de la capital sevillana. Pero no me cabe duda de que al gran poeta debió de atraerle sobre todo la enigmática sonoridad del vocablo Setefilla. Tan raro les pareció el nombre a sus amigos que uno de ellos pensaría abiertamente que se lo había inventado el mismo Cernuda. Y otro suponía que se trataba de un caprichoso seudónimo.
Esa misma atracción por el nombre de Setefilla debió de sentir muchos años más tarde el escritor valenciano Vicente Molina Foix. Nacido en Elche en 1946, se dio a conocer primero como poeta en la famosa antología Nueve novísimos poetas españoles (1970) de José María Castellet, aunque después se ha dedicado más intensamente a la narrativa. En el año 2006 publicó una curiosa novela epistolar titulada El abrecartas que hasta el momento ha conocido varias ediciones y también algunos premios importantes. Es de hecho una construcción coral,
porque son muchos y muy diversos sus protagonistas En ella varios personajes entrecruzan sus cartas en el curso de un largo periodo de tiempo que va desde los años veinte del siglo pasado hasta finales de los noventa. Casi todos esos personajes pertenecían al mundo de la cultura y se desenvuelven en la España de la Segunda República, la Guerra Civil, la Dictadura de Franco y la llegada de la democracia. Y aunque quienes escriben las cartas sean seres de ficción, por la novela desfilan también figuras reales de auténtico renombre internacional como Eugenio D´Ors, Rafael Alberti, Federico García Lorca y Vicente Aleixandre; un grupo de intelectuales represaliados por el régimen franquista; políticos como Serrano Suñer y Fraga Iribarne, policías de la Brigada Social… y algunos otros de menor relieve público pero siempre muy representativos de aquella situación. Cada una de esas cartas constituirá en apariencia una unidad independiente, pero entrelazadas acabarán por trazar un argumento de mucho valor documental e histórico en el que se refleja muy vivamente la vida española del siglo XX.
Entre los personajes inventados adquiere un gran protagonismo Setefilla Romero Sanahuja, una mujer de origen loreño que discurre por toda la obra sorprendiendo a unos y a otros con un nombre tan extraño. Su papel es clave en ese rico entramado literario que refleja el estado de cosas de una España en la que se deja sentir con mucha fuerza el peso de la todavía cercana guerra civil y la oscura suerte de los vencidos, sometidos a la depuración y al permanente acoso policial.
Es evidente, tal como señala en un libro reciente Teresa Castellano, que al escritor Vicente Molina Foix, que un día disertó en la Biblioteca Pública de Lora, le llamó la atención ese nombre, atribuyéndoselo más tarde a su protagonista femenina. A ello debió contribuir también su conocimiento de la obra teatral de Cernuda. Fundiendo estas dos fuentes, el nombre adquirirá en las páginas de su Abrecartas mucho relieve, quizá el que más de entre todos los personajes de la novela, apareciendo y desapareciendo una y otra vez de la trama y cerrándola como colofón de la misma. Sirviéndose de los datos que extrajo de su paso por Lora y de su lectura de la obra cernudiana, el autor valenciano construirá una nueva Setefilla que muy poco tendrá ya que ver con la del gran poeta del 27. Esa tal Setefilla reflejará muy bien en su persona algunos de los conflictos morales más agudos de nuestro tiempo, entre ellos la liberación femenina y las libertades sexuales. Es por ello una referencia angular en el desarrollo de la novela.
Si la de Cernuda era una modesta sirvienta- aunque, eso sí, muy resuelta y muy ágil de mente-, esta otra será primero maestra de escuela, después actriz, más tarde locutora de radio y finalmente famosa escritora de libros infantiles; una mujer culta, descreída, de filiación política izquierdista, y la primera sorprendida de la rareza de su propio nombre. Hasta tal punto, que decidió cambiárselo por el de Elisa cuando comenzó a trabajar en la radio como guionista e intérprete de aquellos truculentos novelones que a imitación de los sudamericanos tanto atraían en la larga postguerra española al público femenino. Recuerdo muy bien a las familias ante la radio de cretona oyendo embobadas estos antepasados de las telenovelas actuales. Ese cambio de nombre lo decidió Setefilla, según confiesa ella misma en una de sus muchas cartas, no sólo por prudencia, sino por lo estrafalario que es el mío de pila, Setefilla, que más parece un mote que un nombre. Más tarde, volverá de nuevo a cambiárselo haciéndose pasar por un hombre como autor de sus narraciones para niños.
Pese a las reservas que ella tenía para con su propio nombre, Setefilla Romero estaba muy bien informada sobre la devoción que los loreños, hasta aquellos que no eran creyentes, sentían por su Virgen, una nota que retrata muy bien el perfil sociológico del pueblo
y la fuerza de una creencia que en Lora trasciende, como es bien sabido, el ámbito estrictamente religioso para convertirse en el signo identitario más poderoso de toda su historia. Así en una ocasión le escribirá a Vicente Aleixandre diciéndole que un primo suyo muerto en acción de guerra había dejado entre sus pertenencias una medalla de Nuestra Señora de Setefilla, que le tuve que regalar, no siendo él, ni yo, creyentes, encaprichado mi primo de esa Virgen por su nombre, tan raro, que como usted puede ver es el mío.
Aunque Molina Foix procuró documentarse para trazar el perfil de su personaje, de vez en cuando parece cometer alguna inexactitud. Así cuando dice que Setefilla – que no había nacido en Lora sino en Granada-, venía de una familia loreña en la que las mujeres se llamaban Seta, tal vez por confusión del autor con la apócope Sete, que es el que se usa entre nosotros en alternancia con los diminutivos Filli y Fillita. O cuando un supuesto paisano de García Lorca, familiar de estas mujeres, le da al mismísimo poeta granadino razón del nombre en una carta de 1927, poniendo siempre el acento en el atractivo de la palabra: ¿A que te gusta el nombre de Setefilla, Federico? Pues no me lo invento yo… Hay una Virgen de la Setefilla con su ermita y todo por la parte de Lora del Río y a las niñas las bautizan así. Decía mi tía que lo de Setefilla era porque antes había allí Siete Villas muy grandes y prósperas, aunque a mí me parece que ella sólo se estaba dando pisto, como si el nombre curioso y tan bonico fuese lo único que la desgraciada mujer tuviera de bueno en la vida. Y ponderando una vez más el encanto de esa palabra, añadirá: Ella también te conoce y te admira, fíjate, más que de leerte, que de verte un día en la Universidad de Sevilla, pues Seta, Setefilla, con ese nombre que lleva de virgen campesina, estudió magisterio y sabe más que yo, aunque no más que tú.
No es esta la única vez que en el curso de El abrecartas se elogia la belleza del nombre de Setefilla. Así lo afirma también en la novela Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura, diciéndole a nuestro personaje que no debería sentirse afectada por su rareza y que ese nombre le era a él del todo familiar, puesto que su encanto se lo había ponderado en una ocasión el mismísimo Luis Cernuda: Luis, en efecto, me habló un día de ese nombre sevillano tan hermoso, y nunca se me olvidó, hasta que volvió en tus cartas. No olvidemos que aunque La familia interrumpida vio la luz después de muerto el poeta,
Cernuda la había leído en Madrid ante un grupo de amigos en la sede de la Alianza de Intelectuales
Antifascistas. Fue allí donde pudo oírla Víctor Cortezo, un pintor y escenógrafo madrileño que dijo que esa obra teatral era una mezcla de los hermanos Álvarez Quintero y “Las criadas” de Jean Genet, un novelista y dramaturgo francés de la época. La misma Setefilla de Molina Foix, al contestar al elogio que Aleixandre hizo de su nombre, nos dejó un guiño a Cernuda y a su libro Donde habite el olvido: Me hace ilusión lo que usted me dice respecto de mi nombre de pila. En otra ocasión propicia me dará el nombre del poeta en cuestión que, si no me habita el olvido, imagino quién puede ser
Hay en el curso de El abrecartas otras alusiones al encanto del nombre de nuestra Virgen que no puedo recoger en los límites de estas pocas páginas para nuestra Revista de Feria, y por ello invito a los loreños a la lectura tanto del texto de Molina Foix como del de Cernuda, ya que en ambos tendrá ocasión de apreciar más detalladamente esas interesantes resonancias loreñas. Basten por hoy estos apuntes como un testimonio más de la atracción que la palabra Setefilla ha ejercido sobre la sensibilidad de quienes con su talento artístico han contribuido a difundir el nombre que mejor define el perfil moral y la historia misma de nuestro pueblo.