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retazos
Años catastróficos (1701-1750)
Pascual Sanchís
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Los primeros años de este siglo XVIII anteriores a 1703 fueron de malas cosechas de cereal y aceite, hechos que dieron lugar a una disminución del número de vecinos, así como a una demora en el pago de los impuestos. Desaparecieron los barrios de las Morerías Viejas y del Chite, se contaron 200 casas arruinadas. Por si esto fuese poco, se incrementó la penuria del vecindario cuando se le exigió a la Villa un regalo de 2941 rls. y 6 mrs. con destino a la boda de Felipe V y Mª Luisa de Saboya, que hubo de pagarse en 1703. Ante tal estado de pobreza y penalidades económicas, el Concejo pidió Real Facultad (R.F.) para poder arrendar y roturar algunas dehesas, pues se debían por vía de gravámenes 35132 rls. y 6 mrs. (Cab. 7-VIII-1703), cantidad que se había incrementado con los gastos de la guerra.1 El Consejo de Hacienda mandó que se celebrara Cabildo Abierto para exponer los motivos por los que se solicitaba la R.F. El 11 de noviembre de 1703, a las tres de la tarde, se llevó a cabo el Cabildo Abierto (Consistorio y vecinos) donde el escribano leyó la Real Provisión de S. M. (4-IX-1703) concediendo autorización para que se arrendaran a pastos y yerbas las dehesas de El Marchante, Zahariche, La Palmosa, y La Gitana por 8 años, y para roturar y sembrar las dehesas de Los Toros y Toconal de la Isla. Con las rentas de estas fincas de propios (propiedades del Ayuntamiento) se saldarían las referidas deudas y lo sobrante se emplearía en el servicio de milicias. Esto significaba un alivio inmediato para los pobres contribuyentes, pero quedaban hipotecados los arrendamientos municipales a corto plazo, es decir, que en ocho años permanecían congelados sus alquileres. No obstante, el acuerdo fue unánime.
Los años finales de la primera década del siglo resultaron muy calamitosos. En el invierno de 17071708 Europa occidental sufrió una epidemia de gripe que en algunos territorios se transformó en serios brotes de tifus. Acontecieron lluvias incesantes y copiosas que dejaron los caminos intransitables y las comunicaciones intermitentemente interrumpidas en los meses de diciembre de 1707 a febrero de 1708, situación que también se repitió desde octubre de 1708 a febrero de 1709. El Guadalquivir se salió de madre y destruyó por completo la vereda que conducía a la dehesa boyal de El Rincón donde pastaban las vacas y bueyes (Cab. 3-VIII-1708). Un fuerte huracán acompañó a los abundantes temporales afectando gravemente a la ermita de Setefilla la cual hubo que restaurar sin demora para evitar mayor ruina al edificio. Con el fin de librarse de excesivos males y preservar la integridad de la venerada imagen, se trasladó esta a la Iglesia Mayor de Lora. Con el propósito de conseguir fondos con los que reparar el referido santuario se tomaron las siguientes medidas: supresión temporal de la Fiesta del Pan y el Queso que subvencionaba el Ayuntamiento, cuyo previsto gasto se sumaría al dinero que los vecinos pensaban gastar en la fiesta más sus limosnas, la suma resultante se emplearía en la reconstrucción de dicho templo (Cab. 12III-1708). Los edificios del Pósito y Ayuntamiento también padecieron los graves desperfectos causados por los temporales y huracanes, que también afectaron gravemente a los sembrados: Los edificios del Pósito y Ayuntamiento también padecieron los graves desperfectos causados por los temporales y huracanes, que también afectaron gravemente a los sembrados: […] porque respecto a las inundaciones del río que se han producido este invierno se ha perdido la mayor parte de las sementeras de los vecinos contribuyentes y haberse arruinado muchos edificios y muertos muchos ganados […] y estar el pueblo lleno de enfermos (Cab. 6-VIII-1708).
El empobrecimiento de los vecinos se vio incrementado por las cargas impositivas establecidas para sostener la guerra, emprender las reparaciones de obras públicas, el incremento del desempleo causado por la corta cosecha de cereales y el incremento desatinado del precio del pan que llegó a 50 rls./fg. de trigo, siendo el precio más corriente 18 rls./fg. los años de regular cosecha. Las autoridades locales, que fueron sensibles a este estado de penurias que tan duramente castigaba a la población, acordaron dejar el rebusco de aceitunas para los pobres de la Villa2 .
El año 1709 comenzó con fuertes lluvias durante la primera quincena de enero reanudándose después en la tercera semana de febrero, como ya apuntamos anteriormente. La escasez y miseria asolaba a todos los pueblos del reino de Sevilla: la falta de pan y trabajo, y los gravámenes soportados por los vecinos para sufragar al Ejército (la Villa tenía acuarteladas cuatro compañías del regimiento de Utrera a las que estaba obligada a mantener). Todos estos infortunios se cebaron con la población provocando muertes y enfermedades incurables. De los 233 vecinos pecheros con los que contaba Lora, 30 de ellos abandonaron el pueblo porque no podían soportar los abusivos impuestos: Acudió a Sevilla mucha gente, más de veinte mil personas, de los lugares de la provincia, porque no tenían qué comer, ni medios para adquirir los más groseros alimentos.3
La miseria del vecindario era cruelmente notoria como nos la describe el siguiente informe:
[…] siendo los demás vecinos del vecindario tan pobres que para mantener al soldado se quedan sin comer ellos y su familia, pues los pocos que le llevan a trabajar a sus heredades es por la comida y de bien mala calidad, y si se le paga jornal es tan corto que no alcanza a comprar libra y media de pan, y los más la mantienen con palmitos, espárragos, cardos, berro y otras legumbres silvestres.4
El precio de la fanega de trigo alcanzó los 100 rls. en el mercado libre, pero el Pósito se los vendía a los panaderos a 64 rls. con el fin de cobrar la pieza de pan de una libra y media a 40 maravedíes. Evitando la aparición de fraudes y corruptelas, la venta se concentró en la Casa Consistorial, encargándose de la misma un depositario (persona de confianza designada por el Cabildo). La penuria, el hambre y la indigencia se habían aposentado en Lora prolongándose hasta la primavera de aquel aciago 1709. Las autoridades provinciales, siempre hambrientas de dinero, no cesaban de pedir el pago de los impuestos que ya demoraba su entrega. Los mandatarios locales pedían y suplicaban reiteradamente a los funcionarios provinciales y nacionales nuevos plazos para satisfacer los cuantiosos débitos acumulados, a tal efecto les enviaron un informe argumentando las paupérrimas circunstancias por la que atravesaba el vecindario:
[…] lo que se debe hoy hay que achacarlo al rigor de este invierno, ha sido imposible el ejecutar la cobranza. Pues los vecinos pobres no han tenido trabajo, que el pan ha sido escaso y caro, que los labradores no han tenido pan, que durante los meses de enero, febrero, marzo y parte de abril estuvieron acuarteladas cuatro compañías del regimiento de Utrera. Obrándose en los vecinos para mantener al soldado alojado los mayores extremos que hasta ahora en años de calamidades se han conocido. Muchos pidieron limosnas, otros hurtaron carne que cocían con hierbas y legumbres silvestres, que aunque fueron detenidos, les soltaron, pues la justicia consideró que era por necesidad de manutención. Cesaron los abastos de las cuatro especies en los sitios públicos.5
La cosecha de cereal se esperaba de buena calidad y abundante a mediados de mayo, no había peligro de epidemia de langosta, aunque hubo un conato en abril que hizo temer lo peor. Quedaban en el Pósito 500 fgs. de trigo, cuyos responsables decidieron repartirlas para panadeo, medida que bajó el precio de la hogaza de libra y media a 32 y 28 maravedíes a final del mes de mayo. Pero las lluvias volvieron a principios de junio, se estaba retrasando la siega y el consumo de pan aumentó
con la presencia de los segadores forasteros llegados a la Villa.6 De nuevo escaseaba el trigo y como consecuencia se produjo la subida de la hogaza de libra y media hasta los 40 maravedíes; las autoridades locales acordaron mezclar el trigo con cebada, amasar 40 panes por fanega y vender la hogaza a 20 maravedíes: encarecimiento del precio y mala calidad del principal alimento. Sin embargo, la fluctuación del imporzte del pan continuó: los últimos días de junio la hogaza de harina de trigo incrementó su peso hasta dos libras y su precio disminuyó hasta los 28 maravedíes.
Los años transcurridos entre 1709 y 1734 no experimentaron catástrofes climáticas significativas: las cosechas fueron más o menos suficientes para el abasto interno, aunque hubo años secos alternando con otros lluviosos que incidieron directamente en el precio del pan. Llegado 1734 la primavera fue muy seca, el trigo cosechado el año anterior se fue consumiendo sin futuras perspectivas de una producción suficiente; por consiguiente, el coste del alimento principal fue alcanzando unos niveles elevados, pasando de 16 mrs. la hogaza de dos libras (mayo de 1733) a 24 mrs. en agosto. El informe que dio el alcalde en el Cabildo de 23VIII-1734, según los argumentos que expuso, era de cariz lastimero acorde con la exposición de los infortunios: escasez de lluvias, nulas cosechas y jornaleros desempleados. Fruto de estas carencias disminuyó el consumo de trigo, que era de 50 fgs. diarias y se redujo a la mitad; la mayoría de los pobres se alimentaban de las míseras limosnas, uvas, pesca y caza, pero algunos robaban en los hatos de los pastores para poder subsistir. El Concejo, concienciado de la crítica situación que afligía al pueblo, decidió subvencionar el precio del pan con objeto de que no excediera de los 24 mrs. por pieza. El Ayuntamiento propuso arrendar las fincas de propios por varios años para conseguir pronta liquidez con la que comprar trigo fuera del pueblo. Esta idea le pareció descabellada a un regidor muy poderoso, el referido capitular alegó que, aceptando esa mencionada propuesta, las rentas de los propios y arbitrios quedarían enajenadas por varios años y, por consiguiente, los vecinos tendrían que sufragar todos los impuestos y gastos del Consistorio durante esos años, hecho que empobrecería aún más al vecindario; en su lugar propuso que los más acaudalados del pueblo con su caridad cristiana deberían prestar dinero o trigo al Cabildo, y para dar ejemplo él prestaría 1500 ducados en vino y aceite. Esta proposición le pareció buena a los regidores, pero en vez de dar el préstamo en especie, difícil de convertir en dinero con urgencia, dijo que daría 2000 pesosescudos de a 15 rls./peso. A ese generoso crédito se sumaron otros dos potentados de la Villa que también ofrecieron la misma cantidad cada uno. Con esos 6000 pesos prometidos, el Cabildo acordó comprar trigo y mantener el precio del pan. Daba la sensación de que se había solucionado la crisis alimentaria, pero no fue así: el gobernador consideró el gran aprieto en el que se metían los tres regidores que se habían ofrecido al empréstito, ya que no tenían cosechas que recolectar ni tampoco quien
Jornaleros aventando el trigo con la paja ya cortada
les comprara sus géneros. Por otra parte, había que reservar 1000 fgs. para la siembra del próximo otoño, quedando 800 o 900 fgs. para panadear al precio de 28 rls./fg.; además, un rico potentado tenía pendiente el pago de 29000 rls para S. Miguel por las tierras que tenía arrendadas. Toda esa cantidad de dinero pendiente de cobro debería emplearse en subvencionar el pan con el fin de mantener el precio de 24 mrs. la pieza. Aceptada esta nueva propuesta, no quedaban desacomodados ni perjudicados los tres regidores referidos a los que les serían reintegrados sus préstamos. Además, en este Cabildo de 2-XI-1734 acordaron solicitar nueva prorrogación en el pago de arbitrios que usaba la Villa por otros 10 años en las mismas tierras, además de poder roturar La Palmosa por el tiempo que se considerase necesario.
El año 1739 tuvo un invierno muy seco, los campos estaban agostados, hasta finales del mes de marzo
Jornaleros aventando el trigo con la paja ya cortada no llovió, pero la cosecha resultó muy escasa. Llegado el otoño, las lluvias arreciaron con fuerza provocando inundaciones que se agravaron con el huracán que tuvo lugar entre los días 3 y 6 de diciembre que destrozaron olivares, pinares y demás especies arbóreas (Cab.21-I-1740).
Al final del verano de 1749 se experimentaron en Lora del Río algunos brotes de enfermedades graves y de ellas moriralgunas personas en más número que en lo ordinario que continuaron hasta octubre. Los vecinos temían a estas catástrofes más que a las de origen climático, pues ya se habían cobrado algunas víctimas, como consta en las actas del Cabildo de 27-X-1749. El origen, según la opinión generalizada, radicaba en la tardanza de las lluvias otoñales. Como era costumbre inmemorial, ante estas calamidades e infortunios los vecinos acudían a la Patrona de la Villa a través de las inveteradas rogativas: la traída de la imagen de la Virgen de Setefilla desde su santuario a la Iglesia Mayor de Lora. El Consistorio accedió a la petición y dispuso lo necesario para que se llevara a cabo fijando la venida para el día seis de noviembre.
El año 1750 también experimentó una sequía excesiva: las cosechas de cereal y de aceitunas fueron muy mediocres, en tanto que los pastos estuvieron tan raquíticos que los animales también sufrieron la falta de alimentos pereciendo parte de la cabaña ganadera. Pacientemente el vecindario más pobre resistió estoicamente las graves consecuencias de la calamidad: hambre, miseria, enfermedades, falta de trabajo, etc. El Ayuntamiento, concienciado de la penuria de sus vecinos más necesitados, determinó (Cabildo 7-IX-1750) que se reservaran los frutos de bellotas para el socorro de los pobres. Para evitar que los ganaderos cogieran bellotas se pusieron guardas a caballo en el mes de octubre. La multa era de 4 ducados y 6 días de cárcel la primera vez; el doble por la segunda, y la tercera, a juicio de los jueces. El montante de la sanción se repartía por tercios entre el denunciante, el juez y los propios del Cabildo.
La nevada o El invierno - Francisco de Goya, 1786 -
NOTAS
1. SANCHÍS DOMÍNGUEZ, P.: “Aportación de la villa de Lora del Río a la Guerra de Sucesión Española (17011713)”. Revista de Feria 1989 y 1990. Ayuntamiento de Lora del Río. 2 El rebusco de aceitunas pertenecía al Concejo de Lora. Una vez finalizada la recogida, el Cabildo ponía a la venta el referido rebusco cobrando 8 mrs. por cabeza de ganado.
3. Para mayor información ver BORJA PALOMO, F. de: Historia Crítica de las Riadas de Sevilla, Colección Clásicos Sevillanos. Nº 20 tomo I Ed. Área de Cultura y Fiestas Mayores (Ayuntamiento de Sevilla) 2001. pp. 342-346.
4. Cab. 18-III-1709.
5. Cab. 20-V-1709.
6. Para la siega del cereal acudían anualmente a la Villa jornaleros provenientes de Extremadura y Castilla la Nueva. También llegaban a Lora gallegos en el tiempo de la aceituna para trabajar en los molinos.
CONCLUSIÓN
Nuestra localidad, como muchas otras de nuestro entorno geográfico y social, resistió pacientemente los avatares de una climatología inclemente, unas cargas impositivas elevadas, la contribución al Ejército en recursos económicos y humanos, el desequilibrado reparto de la riqueza, la concentración de la administración y gobierno en manos de los hidalgos y ricos vecinos y el excesivo poder de las instituciones religiosas. A pesar de todas estas barreras, obstáculos, ataduras y privaciones, nuestros ya lejanos ancestros supieron sortear infinitos escollos y transmitirnos su fuerza, perseverancia y valor para vencer las adversidades presentes y futuras.
Daniel Parra - Premio Pintura Rápida “Villa Lora del Río” 2016 -