El último adiós a Gardel- Artículo Festitango 2015

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El último adiós a Gardel Por: Rafael González Comunicaciones Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín

A las 5:25 de la tarde la reluciente tapa de zinc reflejó los últimos rayos de esa tarde en el cementerio San Pedro. En ese momento, los sepultureros Francisco Echavarría y José Londoño, y un grupo de funcionarios y curiosos asistentes a la exhumación, entendieron que los restos mortales de Carlos Gardel dejaban Medellín tras permanecer seis meses y tres semanas en la bóveda 511103, de la Galería San Pablo, sector Norte, de ese camposanto de la ciudad. Cumplida la diligencia judicial de exhumación del cadáver, ese 18 de diciembre de 1935, el cadáver del cantor, fallecido en la colisión de los aviones F-31, de la compañía Saco; y el C-31 de la empresa Scadta, más conocido como el ‘Manizales’, pasaron su última noche en Medellín tras el accidente del 24 de junio pasado.

La decisión estaba tomada. Los restos de Gardel debían emprender su periplo hasta Buenos Aires (Argentina), en donde miles de seguidores todavía lloraban su muerte


en el campo de aviación Las Playas, ese fatídico 24 de junio. Esos mismos fanáticos de su figura y su voz aún no habían podido hacer completo el duelo por la pérdida de su ídolo y esperaban ansiosos la oportunidad de despedirlo. En ese accidente murieron, además del cantor, sus guitarristas Domingo Riverol y Guillermo Barbieri; el compositor Alfredo Le Pera y cinco personas más del Trimotor F-31. Y fallecieron, también, siete ocupantes del ‘Manizales’. Los sobrevivientes fueron el guitarrista José María Aguilar, el profesor de inglés José Plaja y el ayudante de cabina Grant Flynn. Según las investigaciones publicadas en 2012 por Luciano Londoño López, abogado y estudioso del tango, “el de Gardel, fue en realidad un velorio de un poco más de siete meses, mediante el cual su cadáver sirvió para que se olvidara, en la Argentina, el negociado de las carnes y el asesinato del diputado (Enzo) Bordabehere (el 23 de julio de 1935). El diario Crítica contribuyó en mucho a aprovechar la fama de Gardel para tapar el escándalo del negociado de las carnes con Inglaterra”. Pero quedaban todavía algunas semanas para que en el Río de La Plata se le diera el último adiós. El ataúd debía viajar desde Medellín hasta Buenaventura y de ese puerto embarcar a Panamá para ser trasbordado y en otro barco llegar a Nueva York. Armando Delfino, apoderado de Gardel, viajó desde Argentina en septiembre de 1935 para coordinar toda la logística del traslado del cadáver del cantante. Y le encomendó la misión a Luis Gómez Tirado, propietario de la empresas de fletes Expreso Ribón. Esta compañía ya había tenido la oportunidad de trasladar el equipaje del artista, compuesto por 26 bultos, en julio de ese año desde Medellín hasta ese puerto del Valle del Cauca. Para tal fin, el Expreso Ribón debía recorrer 11 poblaciones de cuatro departamentos así: Medellín, Amagá, La Pintada, Valparaíso y Caramanta (Antioquia); Marmato, Supía, Riosucio y Anserma (Caldas); Pereira (Risaralda), Cali y Buenaventura (Valle del Cauca). Tarea nada fácil porque debía ir en diferentes


medios de transporte y sortear las inclemencias del clima, la geografía y las romerías que querían evitar los transportistas para poder llegar a buen puerto en el plazo trazado. Sin embargo, el féretro partió en el tren de las 6:00 de la mañana del 19 de diciembre. El tramo entre Medellín y la Pintada se hizo en tren. Desde Ahí se transportó el cadáver asta Valparaíso en carro. Desde esa población del Suroeste antioqueño se cruzaron las montañas a lomo

de

mula

pasando

por

Caramanta,

arribando a Marmato y de ahí a Supía. Allí, según lo registra el diario El Colombiano, en su edición del 21 de diciembre de 1935, citando a Gómez Tirado, quien afirma que “Las autoridades civiles y la sociedad de esta simpática población me solicitaron hacer una escala en Supía, con el fin de rendir un homenaje a los restos del tanguista Carlos Gardel, los cuales llevo hacia Buenos Aires. A la petición de los admiradores del famoso artista, accedí gustosamente. En este momento se encuentra en cámara ardiente. Los habitantes de la ciudad desfilan en gruesos grupos ante los despojos del rey del tango”. Pasado ese homenaje, la caravana siguió en pequeños camiones a Pereira desde donde el ataúd fue trasladado en tren, tras pasar por Cali, a Buenaventura. Al caluroso puerto del Pacífico llegó el 29 de diciembre, 10 días después de su salida de Medellín. De manera paradójica, el que Gardel muriera calcinado sirvió para que ese traslado se pudiera hacer en condiciones tan difíciles y pasando por climas tan diversos. “Como el cadáver estaba incinerado y además en esa época los preparaban con cal, no hubo mayores inconvenientes con una posible descomposición del cuerpo. La necropsia confirmó que los restos estaban en un avanzado estado de carbonización. Después, cuando salió en barco desde Colombia, lo llevaron en un


cofre sellado”, sostiene el profesor y tanatólogo Germán Antía, quien ha estudiado durante años la circunstancias de la muerte del cantante. Ese mismo 29 de diciembre de 1935, los restos de Carlos Gardel, el más grande cantor de tangos de la historia, partieron a bordo del vapor Santa Mónica a Balboa (Panamá). El cadáver fue trasbordado al vapor Santa Rita, que los llevó a Nueva York, a donde llegaron el 7 de enero de 1936. Tras 11 días en esa ciudad, en donde recibió homenajes y estuvo en capilla ardiente, la última parte del periplo se cumplió a bordo del vapor Pan América, que los llevó a Montevideo, el 4 de febrero de ese año. Un día después, tras su llegada a Buenos Aires, fue velado en el Luna Park y el 6 de febrero de 1935 su caravana recorrió hasta la parada final. La carroza fúnebre trasegó desde el bajo porteño por la calle Corrientes hacia el oeste de la capital argentina flanqueada por decenas de miles de personas que arribaron a ese camposanto y le dieron el que fue, esta vez sí, 47 días después de salir de Medellín, el último adiós a Gardel.


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