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Cuento Corto Mayores
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La rubia del puente (Cuentos del mollar)
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- Avos que no sos del lugar y que parecés escéptico te voy a contar un cuento para hacer más llevadero el viaje. Es una historia nuestra; una historia basada en hechos reales, de los cuales doy fe y podría comenzártela así: “Por el medio de la nada, en la meseta, mojado hasta los huesos y a punto de desfallecer camina Francisco. Con los ojos desorbitados, mirando constantemente hacia atrás, camina pues ya no puede correr.
Lo sigue… ¡Claro que sí!...Ella siempre lo sigue…Siempre la tiene detrás con sus ojos extraños y luminosos. Por eso huye despavorido por la ruta 40. Ha abandonado sin pensar el Campamento vial a la buena de Dios, pero eso no importa. Ahora todo es encontrar alguien en esa soledad y llegar al Pueblo!
La luz de un vehículo que se acerca rápidamente es un madero en medio de la mar. -¡Ayuda!... ¡Ayuda!...¡ Pare por favor, pare!- Gesticula en el centro de la ruta hasta casi ser atropellado en la noche oscura. Es una pareja de gringos turistas tan sorprendidos y asustados como Francisco. Lo ven con tanta desesperación arañar la chapa del Land Roberts a la luz de los reflectores y sollozar palabras incomprensibles, que inmediatamente lo asisten, no sin antes asegurarse que no hay nadie en las cercanías.
-¿Que pasar, siñor? ¿Ser accidente? ¿Tener Usted herida? ¿Quién correr? ¿Porqué seguir no querer con nosotros?...¡No poder volver Pueblo, estar muchas millas!- No hay forma de convencerlo, no quiere volver a pasar por el puente del Pinturas. -¡No puedo seguir ahí!... ¡Cada vez que me quedo solo aparece en el puente ella vestida de blanco que me mira y no dice nada! ¡Debe andar cerca porque me seguía, Mister…Me seguía! - solloza ante los turistas que le entienden la mitad de lo que dice.
La pareja de gringos acuerda regresar unos pocos kilómetros, asistir a este buen hombre que parece ser víctima de alguna enfermedad, en la Estancia cercana dejada atrás (- Una que veremos mas adelante-) y seguir su camino de emoción y aventura en esta lluviosa noche de comienzos de Marzo. La gente de la Estancia “Casa `e piedra” recibe y aloja a Francisco. Prometen llevarlo a Calafate Molido por la mañana y acercarse al campamento vial para comprobar que no falte nada. Los gringos, por las dudas culpan a la llovizna y esperarán el día para continuar. Cerca de la 01:30 regresan los peones que han verificado la normalidad en el lugar desde donde huyó el trabajador vial. -¿Qué le habrá pasao al amigo?...Ayí no hay ninguna cosa estraña!....La soledad hay de ser…Mañana cuando aclare vamo a desentrañar el estofao!-
La noticia se expande por el poblado del valle patagónico con la misma velocidad que se desvanece. Es motivo de charlas en el almacén, burlas en los bares y deformaciones y chismes en el taller mecánico. ¡Ese hombre chupa como un condenao! ¿Cómo no va ver visiones?... ¿Así que era rubia che? ¿Y taba buena por lo meno?-… Hasta que al mes siguiente otro operario vial, el Chato Fuentes, sale como refucilo hacia el Hotel de Bajo Caracoles una madrugada de luna llena, gritando como un endemoniado: - ¡La rubia existe, la rubia existe! ¡Francisco tenía razón! ¡Me mira del puente! ¡El campamento tá embrujao! ¡No me quedo ni por puta otra vé en ese lugar!Y se suceden los hechos extraños. Cada tanto y con diferentes personas; siempre hombres solos; siempre cuando cae el sol; siempre en el puente del río Pinturas… Con resultados disímiles porque algunos alcohólicos después de esto dejan de beber, otros
Se convierten en borrachos consuetudinarios y algunos otros se hacen católicos practicantes o evangélicos. Una sola vez que se quedó de porfiado nomás el Loco Moreira, semana completa casi, para verla aparecer y dejarle según sus dichos- “el culo como colador a escopetazos” la aparición pareció querer insinuarse,… Pero nada sucedió y el Loco tomó para la chacota a todos los compañeros que habían escapado del campamento.” -La gente siempre convierte estas cosas en caballo de ocho patas (-me dice el conductor de la camioneta-) y le agrega platos voladores, espectros que caminan, dimensiones desconocidas, desapariciones de extranjeros…En fin, adivino el resto porque soy de Comodoro Rivadavia. Yallí la rubia no está sola sino que hay tres como ella. Y ya no solo mira a los hombres solitarios, sino que los sigue y se les mete en sus lechos, y los toca…En fin, cosas que dan risa y hacen que uno se pregunte: ¿Cómo las personas podemos ser tan supersticiosas en este tiempo de cibernética y cientificismo puro?... Creo que es lo que nos queda de gente pueblerina.
Tal vez tengas razón y haya mucho de eso, pero una cosa te aseguro: Han pasado viajeros por aquí que nunca llegaron a destino. Los lugareños creemos que la rubia del puente existe y se aparece cada tanto en los alrededores. Ah, mirá!...Esa que pasamos es la Estancia “Casa `e piedra”; estamos cerca del lugar y está atardeciendo. ¿No querés que hagamos noche aquí y mañana sigamos viaje? Yo tengo todo el tiempo del mundo… -No jodas! (- me responde-) Además no es tan tarde y si vos no tenés miedo, que sos una mina de la zona, yo menos!... Che, vos tenés el cabello castaño claro; (-bromea el necio-) podrías aparecerte en el puente y hacerme alguna propuesta indecente! ¡Estaría fenómeno!... ¿Y qué es eso de que podes dar fe y asegurar todo este cuento?… ¿Vos viste algo?... ¡Son buenos inventando mitos ustedes, los de Calafate Molido!
Cayó el sol y el vehículo sigue sembrando una serpiente de polvo por la carretera. El viajero me pregunta si aquello que se ve allá es el puente de mi historia. Estoy a punto de responderle cuando cree ver una figura blanca detrás de una piedra caliza gigantesca. Frena inmediatamente… -¿Vos viste lo mismo que yo?... ¡Era alguien!...Allí, como a 50 metros; antes de pasar el puente! ¿Lo ves?... ¡No parece un campesino ¡-
Yo no veo nada (-le contesto tratando en vano de persuadirlo-) ¿No es mejor volvernos hasta la Estancia? …Digo, no sé. -¡Es ella, la Fulana! ¡Juraría que la vi!...¡No se puede creer que hayan armado tremenda fantochada!...Tengo una propuesta mejor: me bajo, desentraño esta patraña y destruyo la leyenda pueblerina.- Y se apea con decisión (- el inconciente -); manotea un arma de puño y camina unos pasos hacia la piedra y el puente…Se da vuelta quizás para invitarme, o para darse ánimo y cree no verme en el interior del vehículo, a la luz mortecina del crepúsculo… ¡Flaca!...¿Dónde estás?...¿No venís?-
Aquí estoy! (- le respondo, muy cerca suyo-) Por nada del mundo me perdería esto.
Me mira desconcertado. No se si por mi pelo que a la luz de los faroles resplandece y parece mas rubio… o porque no hago ruido ni dejo huellas entre las matas…. - No te…te oí bajar, ¿Có…cómo hiciste?- tartamudea.
Fácil, (-le grazno-)…Jamás me fui de aquí. Entonces el viajero, horrorizado se da vuelta y comprende, mientras mis garras se cierran y las primeras sombras comienzan a caer sobre el puente maldito de la leyenda.
Rudy Veloso
Para no olvidar
Me contaron cuando niña, mil y una vez esta historia, así relataba mi abuela Catalina sus recuerdos, sentada en la orilla de la cama, cada domingo en la noche antes de arroparnos. Para que los sueños tengan sabor a los recuerdos de estos cuentos; eso creo yo. Todos los domingos cuando era hora de dormir la abuela Catalina entraba en nuestro cuarto a desearnos buenas noches. Pero mi hermano Jorgito comenzaba con la vieja rutina de las preguntas lógicas de su edad; la abuela se acurrucaba en la cama con su gran sonrisa, sus manos arrugadísimas estiraban su falda, para acomodarla y con un suspiro sus ojos color almendra parecían hundirse en el tiempo y por unos segundos caía en un letargo. De pronto con su voz lejana, ahogada por los años comenzaba a regañar dulcemente a Jorgito, yo sabia que era la acostumbrada protesta, pero así también el comienzo de una maravillosa historia. Su mirada se hacia profunda cuando comenzaba a relatarnos el tan ansiado cuento. Pero Mamá nos contó que su abuelo quien era el que había relatado todos los cuentos que contaba nuestra abuela, era un hombre tan alto como una montaña, pero ella tenía unos 4 años, debía verlo como un gigante; pocas veces lo vio.
Cuenta que se acercaba al jardín y con una voz muy gruesa y afónica le decía: - venga pequeña, ¡hágale compañía a este viejo!- su cabello blanco brillaba bajo los rayos del sol, su barba caía por debajo de su mentón, pequeños ojos color cielo con una mirada firme casi la paralizaban, pero así con ese aspecto la tomaba en sus brazos y con un suave beso sobre la frente la sentaba en su regazo a contarle una gran historia. -¡No recuerdo ninguna!- comentó mi madre, me entretenía con su gran barba tan enmarañada que era todo un misterio para mi. Sonríe mi madre siempre que lo recuerda, después de un rato me quedaba dormida oliendo su gran cigarro mientras me mecía. Al contrario de Mamá, la abuela recordaba a su padre como un hombre maravilloso que a pesar de trabajar en el campo siempre tenía tiempo para ella. Esa noche su relato más que nunca cautivó mi atención. Estaba culminando el invierno cuando se levantó de la tibia cama y corrió a la cocina. -¡Mamá! ¡Mamá! ¿Que día es hoy?-, preguntó Maria. -¡Pero pequeña estas descalza!, ¡vas a enfermarte pequeña!- Exclamó su madre. -¡Oh! ¿Mami, mami que día es hoy? - repitió insistente -¿Es mi cumpleaños?-, ¿ya tengo 6 años? Hacia días que Maria se levantaba y preguntaba que día era, pues sabía que se acercaba su cumpleaños, pero solo contaba hasta 5 o 6 y luego se perdía, no podía saber exactamente cuanto faltaba. Pero al fin había llegado. -¡Si nena hoy es el día!, ¡Feliz cumpleaños!- -¡Mami!, ¿vamos a comer torta?, ¡Claro pequeña! es justo lo que estoy preparando, pero si no te apresuras a calzarte vas a enfermarte y no podrás comer torta.-
Maria volvió a su cuarto a vestirse. Su padre hacia horas que se había levantado a trabajar en el campo.
Para el mediodía Maria preguntaba si la comida estaba lista. Sabia bien que era el momento en que su Padre llegaba y con él llegaría su regalo -¡Aponer los platos!- Dijo su madre y con gran esmero se dispuso a hacerlo, de repente su padre entró, ella corrió a sus brazos gritando ¡Papi! ¡Papi! Es mi cumpleaños -, pero para su sorpresa tenía las manos vacías. -¿Acaso lo olvidaste?, ¡claro que no pequeña!,
¡Felicidades!, tu regalo espera afuera, pero solo hasta después del almuerzo podrás verlo. Sus padres sentados a la mesa se miraban en complicidad disfrutando la ansiedad de Maria.
Mamá comenzó a levantar la mesa y mirándolos le dijo: -¡Vamos que esperan!, ¡vallan!, yo me encargo de esto,- y corrieron a afuera.
Sus ojitos no podían creer lo que veían, una hermosa yegua blanca la esperaba -¿Qué te parece?-, Dijo su padre. -¡Es hermosa!, ¡muy hermosa!, ¿Cómo se llama?-Se llama Niebla, ¿quieres montarla? ¡Claro!- Dijo Maria.
Su padre subió con ella y comenzaron a trotar por el camino que va hacia el río, llevaban 10 minutos de paseo cuando inesperadamente apareció un puma de la nada, Niebla asustada corcoveó hasta que su padre calló de ella. Maria estaba tan asustada como la yegua. Niebla salió galopando unos cuantos metros hasta escuchar el grito de alto del padre de Maria, entonces se detuvo.
Le gritó a Maria que se acercara, pero siempre había montado con su padre y ahora estaba sola y atemorizada.
El puma había desaparecido pero su padre se hallaba tirado en el suelo con una fractura expuesta en la pierna y necesitaba ayuda.
Su padre analizó velozmente la situación, Maria no podía ayudarlo, era muy pequeña, la única forma era buscar ayuda. Le explicó que debía correr con Niebla hacia el rancho y buscar a alguien. Maria lloraba y temblaba de miedo, ¡no puedo Papi!-, -¡yo no se montar sola!-. Su Padre lo sabia, y sabia que tampoco conocía el camino, aunque no estaban muy lejos. Era la única forma. -¡Maria!-, le dijo con una vos suave y tranquila, -¿te gustó tu regalo de cumpleaños?, ¡claro!-, respondió -Pues, Niebla es tuya y debes cuidarla y enseñarla y para eso es necesario que la montes y te obedezca -, -¡Pero papi!-, -¿cómo voy hacer eso?-, preguntó. -¡Es muy fácil!-, -tan solo tienes que quererla mucho y nunca olvidarte de que necesita que la cuides, la alimentes, la protejas como yo te cuido a vos-.
Maria, ya no lloraba y estaba atenta a las palabras de su padre, su tranquilidad ayudaba a que la yegua se sintiera tranquila también. -¡Andando!- Dijo, pero Maria atemorizada repetía que no iba a poder.
-¡Claro que si!-, exclamó su padre, -¡no digas nunca que no puedes!-, -¡y no dejes que nadie te lo diga!-. -¡Ve!-, -¡Andando!-. Yle explicó que era lo que tenía que hacer. Emprendió el camino y acariciaba la melena de Niebla, suplicándole que la ayudara, que ella siempre cuidaría de ella, que nunca la abandonaría. De pronto comenzó a divisar el rancho y supo que lo lograría. Su madre estaba esperándolos y en cuanto vio a Maria sola supo que algo había sucedido; llamó a Juan, su peón, y él fue al encuentro de Maria y luego siguió camino hacia su patrón.
Maria llegó sola hasta su madre y le contó todo, para esto Juan traía a su Padre y éste al ver la herida sabia que tendrían que llevarlo al pueblo. Pero su padre era testarudo, le ordenó a Juan que fuera a buscar al doctor.
Ya acomodado en el rancho, abrazó a Maria y le dio las gracias, por haber sido tan valiente.
Maria entre sollozos les dijo a sus padres que no habría podido hacerlo sin Niebla. Su madre la abrazó. -¡mi niñita ya esta grande!-, 6 años cumple hoy -
En ese momento Jorgito suelta un gran ronquido que da fin a la maravillosa historia.
La Abuela lo arropó y lo besó en la mejilla. Bueno chiquita es hora y salió del cuarto.
Me quedé unos minutos pensando de lo que es capaz de hacer uno, si tan solo se lo propone.
Si tan solo alguien lo apoyó con convicción, que tal vez nada es imposible si tan solo uno cree con mucho empeño que puede lograrlo.
Me quedé dormida pensando en las miles de cosas que podría lograr tan solo creyendo en esas sabias palabra.
Sara Alejandra Negrón
Tata Dios estaba presente
Roberto era un pibe que pertenecía a una familia humilde, trabajadora la cual se dedicaba al trabajo campero, y el como muchos otros pibes, dejo la escuela para salir a trabajar al campo desde los trece años. Corría el año 1977 en el puesto de Ramos que pertenecía a los hermanos Benito y Esteban Sandín . El puestero don Ernesto Pinchulé quienes lo conocían lo apodaban “el gringo” le dio permiso a Roberto ya con 18 años para que se quedará a pasar el invierno en ese lugar y él muy gustoso lo aceptó, pues era la manera de dedicarse a cazar zorros, porque era un modo de ganarse unos pesos ya que la venta de cuero de zorro valía y los trabajos en el campo mermaba en época invernal. Don Pinchulé se había trasladado al otro puesto de la estancia “La Esperanza”. Era un invierno crudo de aquellos que ya no se ven, había nevado de tal magnitud que a veces llegaba hasta un metro de altura y en partes un poco menos. El 7 de agosto, fue una fecha para Roberto que no olvidaría jamás, por la trascendencia que le toco vivir. Esa madrugada Roberto se levantó, como todos los días para realizar su trabajo, puso un churrasco al horno de una estufa a leña que es la encargada de dar calor a los paisanos, en tiempos tan fríos.
Y mientras se tomaba unos mates, comenzó a sentirse descompuesto, unos leves dolores y punzadas sentía en el estómago, trató de no hacer caso al malestar, pensando en lo que tenía que hacer en el día, pero con el correr de la horas el dolor se iba haciendo cada vez mas intenso, que lo llevó a recostarse en su cama con la esperanza de que se le iba a pasar si estaba tranquilo. Pero paso un día,… dos días que se le hicieron largos y ese dolor que continuaba…la única compañera en ese momento era la soledad, no había nadie que lo socorriera, débil y sin haber podido probar un bocado, ya no le quedaban fuerzas para movilizarse, el mismo dolor lo dominaba. Se dio cuenta que su vida dependía de un hilo y solo atinó a pensar que se iba a morir. Pero tata Dios estaba ahí presente, El savia que aun no era su hora, pues puso en su camino a un gaucho, don Eduardo Colicheo que montado en su caballo, llegó al atardecer. Los perros ladraban en señal que alguien había llegado. Como nadie salio a recibirlo, Colicheo gritó: - ¡ Esta no son horas de estar durmiendo amigo!... Ignorando lo que estaba pasando. Roberto al escuchar su voz, lo conoció y sintió un alivio, respondiéndole: - Pasa che Colicheo, no me puede levantar, estoy enfermo!... Cuando el paisano entró, lo saludó y observándolo, sorprendido dijo: - ¡Nunca imaginé verte tan jodido!... - ¡Che, ¿No estarás empachado?... y como todo gaucho acomedido enseguida comenzó a hacer fuego para templar la pieza donde se hallaba Roberto acostado y así mismo prepararle un remedio casero de paico y buche de avestruz (que se lo usa para el asiento de estómago), creyendo que lo iba a mejorar, pero todo lo contrario Roberto comenzó a agravarse más, su vientre se hinchó notablemente y el dolor ya era insoportable, ninguno de los dos podía imaginar cual era la causa. Había que hacer algo, era de suponer que en un invierno así, existía el gran problema de que las rutas se cortaban por la nieve y los vehículos no podían entrar a las estancias a no ser que las máquinas viales hubiesen limpiado. Colicheo se levanto temprano y le dijo a Roberto: - ¡algo hay que hacer sino te vas a morir en el puesto! … Se abrigó y fue al corral a preparar y ensillar los caballos, había que salir de ahí y llegar al lugar más cercano y era la Estancia “La Esperanza” que quedaba a cuatro leguas. Fue adentro ayudó a
abrigarse a Roberto y como pudo lo ayudó a montar y salieron como a las ocho y treinta horas de la mañana, era terrible lo que padecía Roberto porque la nieve era la enemiga en ese momento ya que llegaba a la panza de los caballos impidiéndoles caminar bien y cuando sus patas se encajaban sus trancos eran brutos que tal movimientos le ocasionaban dolor y gemidos a su ya afiebrado cuerpo. Tardaron aproximadamente diez horas para llegar a la estancia, Colicheo siempre a su lado. Allí fueron muy bien recibidos por el “loco Marcelino” el mensual de la estancia, hicieron noche ahí, Roberto fue acomodado en la cocina del fogón y su compañero al lado para asistirlo en lo que necesitará ya que Roberto había llegado con sus pies casi congelados por el frío. Quedaba realizar otro trecho más para llegar a Perito Moreno, ya que la máquina vial todavía no había llegado a la estancia. Colicheo le dijo a Roberto: - ¡Mañana temprano voy al pueblo para que te vengan a buscar!... Roberto le dijo: - ¡Lleva mi caballo!... Ese día llegó al pueblo y se dirigió enseguida a la chacra de los viejitos de Roberto avisándoles lo sucedido. Doña Rebeca, la mama, salió en busca del patrón de la estancia, explicándole sobre la salud de su hijo, para que lo vayan a auxiliar. Don Esteban Sandín fue a vialidad a pedir las máquinas para poder entrar a la Estancia. Pero parecía que el tiempo y los días se encaprichaban más con la salud de Roberto pues ese día fue otro día más que no se pudo auxiliar a Roberto, ya que las máquinas pudieron llegar a la mitad del camino y la nieve estaba tan alta que dificultaba el trabajo y los sorprendió la noche y recién al día siguiente pudieron llegar a la estancia y don Sandín se hizo cargo de Roberto que lo trajo para el pueblo y lo dejó al cuidado de sus papas. El Dr Bimbi lo fue a buscar en la ambulancia a la Chacra para llevarlo al Hospital y le dijo a Doña Rebeca: - ¡No te hagas problemas vieja, yo me hago cargo de él!...Se le había declarado peritonitis y hubo que operarlo de urgencia. Su recuperación fue de un mes y quince días para estar fuera de peligro. El Dr le dijo a Roberto: - ¡Voz tenés siete vidas como un gato, porque de esto, pocos se salvan!... Bien digo que tata Dios estaba presente, esto fue un milagro, porque
fueron siete días de padecimiento y luchar con la inclemencia del clima, hasta llegar al pueblo. Hoy Roberto vive para contarlo. Hoy con cuarenta y nueve años expresa su gratitud a don Colicheo, al Dr. Bimbi y a todos los que participaron en su auxilio.
Erika Mabel Mardones