Timonel Vol. 24

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Revista literaria del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste AĂąo 6 | NĂşmero 24 | Septiembre de 2017


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Contenido 3 Presentación 4

朝顔 / Flor del alba / Ijnaloxochitl | C HI YO-NI T R A DUCC IÓN CR I S T INA R A S C ÓN , M A R D ONIO C A R B A L L O

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José Emilio Pacheco, la voluntad del decir | F R A NC I S C O MEZA S Á NC HEZ

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De las montañas sagradas y otros poderes terrenales | G ABR IE L T RUJIL L O MUÑOZ

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Encontrar una arruga | JA ZMÍN L OZA DA

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Leyendo la Biblia hacia atrás / Reading the Bible Backwards | E L E A NOR W ILNE R T R A DUCC IÓN DE Ó S C A R PAÚL C A S T RO

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El trópico, el altiplano, el desierto: un solo caimán | HU GH DAVIE S

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Carne-acero | A LBE RTO G . ME L E NA

23 Pecado, de Laura Restrepo: La culpa y sus mascaradas | MOI SÉ S E L Í A S FUE N T E S 26

Signos | VÍCTOR A RGÜE L L E S

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Un año sin Internet | PAUL A NATA L I A DE A NDA VA RG A S

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Emociones al viento | M A R Í A LUI S A OLV E R A M AG A ÑA

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Poemas | G EOVA NNI O S UNA T IR A D O

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Los laberintos del sonido | JA S SEF A L EJA NDRO B A LDE R R A M A JIMÉ NEZ

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Ichtus | JORG E PO S TL E T HWA I T E

Fabricio Vander Broeck. Diseñador, ilustrador, pintor y editor. Sus ilustraciones han sido publicadas en The New York Times, La Vanguardia (Barcelona), Libération (París), El Mundo del siglo xxi (Madrid), las revistas El Malpensante (Bogotá) y Letras Libres (México), donde también funge como editor de ilustración. Ganó el Segundo Premio en el Noma Concours of Illustration 1993 organizado por el Asian Cultural Centre for Unesco, en Tokio, Japón. Durante ocho años consecutivos recibió el Excellence Award for Illustration de la Society of Newspaper Design, así como el Silver Award en 1999. En 2000 ganó el premio Utopía convocado por Fundalectura en Colombia y fue seleccionado para la lista de honor de Ibby (selección bienal de los mejores libros para niños publicados en el mundo). En 2003 un portafolio de su obra fue publicado en el catálogo de la Society of Newspaper Design y una serie de ilustraciones suyas fueron exhibidas en el sitio web de American Illustration. En 2007 el libro La cucaracha, ilustrado por él, fue seleccionado para la exposición The White Ravens 2007 que la Internationale Jugendbibliothek organiza anualmente en el marco de la Fiera del Libro per Ragazzi de Bologna, Italia. En 2010 fue candidato por México al Premio Hans-Christian Andersen en la categoría Ilustración.


PR E SE N TAC IÓN

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E

ste número de Timonel ofrece los haikú de Chiyo-ni, poeta nacida en el Japón durante el período Edo (1603-1868). La traducción, hecha del original en japonés, es obra de Cristina Rascón Castro, poeta ella misma que también ha traducido a Matsuo Bashō y a Chuntaro Tanikawa. Además, a partir de la traducción al español de Rascón Castro, Mardonio Carballo hace sus propias versiones al náhuatl. Timonel , la revista que edita el Instituto Sinaloense de Cultura y apoya el Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste, ofrece también un análisis de Francisco Meza Sánchez sobre Inventario, obra de José Emilio Pacheco que la Universidad Autónoma de Sinaloa publicó en coedición con editorial Era, El Colegio Nacional y unam. Meza Sánchez lo señala : «este corpus vastísimo representa y significa uno de los momentos de mayor vitalidad de la prosa mexicana». José Emilio Pacheco fue traductor de haikú. Timonel (número 5, mayo de 2012) publicó algunas versiones suyas de Basho. Del haikú y la obra de Pacheco saltamos a la narrativa; con la precisión que le conocemos, Moisés Elías Fuentes reseña el libro de cuentos Pecado, de la narradora colombiana Laura Restrepo. Otro polígrafo visita nuestras páginas, Gabriel Trujillo Muñoz nos entrega un texto sobre Walter Yeeling, estudioso de las montañas cercanas a Tecate y del sentido que les daban los grupos indígenas de la región. Un texto sugestivo porque Trujillo Muñoz tiene sus propias percepciones de las cadenas montañosas y ha escrito también con pasión sobre el desierto. Álvaro Blancarte, pintor nacido en Sinaloa y con residencia en Mexicali, es entrevistado por Hugh Davies, director del Museo de Arte Contemporáneo de San Diego.

En sus respuestas encontramos el por qué del tránsito de la figuración a la abstracción que el artista emprende con naturalidad en su trabajo. En la vasta obra de Blancarte también está presente la cosmogonía de los indígenas kumiai, así lo demuestran algunos aspectos de su mural Orígenes. Eleanor Wilner, en versión de Óscar Paúl Castro, nos entrega un poema con una visión apocalíptica no exenta de ternura. Mientras que María Luisa Olvera Magaña, Geovanni Osuna y Alberto Melena hacen sus primeras letras en Timonel con un poema cada uno. Jorge Postlehwaite nos revela desde la ficción la existencia de una sociedad secreta cuya adoración es el pez. Una hermandad que encuentra en los escritores norteamericanos Ernest Hemingway y Philip K. Dick a sus precursores. Las narradoras Paula Natalia de Anda y Jazmín Lozada exploran dos obsesiones encontradas; Paula Natalia de Anda el de una adolescente por la tecnología y Jazmín Lozada el de una joven por la huella del tiempo en la piel amada. Cierra nuestras páginas el crítico de música Jassef Alejandro Balderrama Soto con una crónica de un hombre que se debate sobre sus dudas y certezas acerca de la música y el canto. Las ilustraciones, que encuentran en el amplio formato de Timonel un lienzo apropiado, son de Fabricio Vanden Broeck. Fueron tomadas del libro Flor del alba. Antología de haiku de Chiyo-ni, traducciones de Cristina Rascón y Mardonio Carballo. Bienvenidos a las páginas de Timonel. Cordialmente Papik Ramírez Bernal Director General del Instituto Sinaloense de Cultura

SECRETARÍA DE CULTURA

FONDO REGIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES DEL NOROESTE

Mt r a . M arí a C ri st i na Garcí a C epeda Secretaria

Papi k R am í re z Be rnal Director General del Instituto Sinaloense de Cultura

L ic . S aú l J uáre z Veg a Encargado de Arte y Cultura

L ic . C h ri st oph e r A l e x te r A m ad or C e rvante s Director General del Instituto Sudcaliforniano de Cultura

L ic . F r anci s co C orn e jo R odríg ue z Secretario Ejecutivo Mt ro. A n t on io C re stan i Director General de Vinculación Cultural L ic . A mal i a Galván Tre jo Directora de Vinculación con Estados y Municipios

Diseño Editorial

L ic . M anuel F el i pe Be jar ano G i a com án Director General del Instituto de Cultura de Baja California y Coordinador del forca Noroeste L ic . M ario Wel f o Á lvare z Belt r án Director General del Instituto Sonorense de Cultura L ic . P edro A r at h O choa Pal a cio Director General del Centro Cultural Tijuana

J e sú s R am ón I b arr a R am í re z Director de Literatura del isic E duard o R ui z Jefe del Departamento de Literatura del isic J uan E sm e rio Navarro Jefe del Departamento Editorial del isic Wendy F él i x H e rre r a Coeditora A dal be rt o Garcí a L ópe z Corrector M ari tza L ópe z L ópe z Cierre de edición

Timonel es una publicación trimestral del Fondo Regional para la Cultura y las Artes del Noroeste. Es de distribución gratuita y los contenidos que aquí se publican son responsabilidad de sus autores. Todos los derechos reservados, ninguna parte de esta publicación deberá reproducirse total o parcialmente sin citar la fuente. Culiacán, Sinaloa, septiembre de 2017. Correspondencia y colaboraciones dirigirlas a revistatimonel@ culturasinaloa.gob.mx


朝顔

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Flor del alba Ijnaloxochitl

Chiyo-ni Traducciones:

Cristina Rascón (del japonés) Mardonio Carballo (del náhuatl) Introducción Chiyo-ni (千代尼, 1703-1775) fue una de las mujeres haikuístas más valorada en Japón durante el período Edo (1603-1868). Su formación como poeta se logra gracias a su acercamiento a varios de los discípulos de Bashō, quien fuera el padre de este género poético y quien muriera a fines del siglo xvii. Chiyo-ni se inserta entonces en la tradición más temprana, pura y tradicional del haiku japonés, con el reconocimiento de parte de Buson, Kihaku y otros grandes maestros provenientes de la escuela de Bashō. Chiyo-ni, incluso, prologó una antología de mujeres haikuístas en su tiempo. Desde los siete años se entregó a la escritura de sus primeros poemas y, una década después, ya había obtenido reconocimiento a nivel nacional. Sus poemas respondían a las características de la esencia del haikú que defendía Bashō: espontaneidad, sinceridad, elegancia, simplicidad, objetividad y, sobre todo, la sensibilidad del poeta para volverse uno solo con la naturaleza. Cerca de los veinte años Chiyo-ni se casó y tuvo un hijo, pero enviudó un par de años después y sufrió la muerte de su hijo cuando este aún era muy pequeño. Cerca de los cincuenta, dos décadas antes de su muerte, se convirtió en monja budista, cambiando su nombre a Soen (literalmente jardín primigenio). Vivió con mucha sencillez el resto de su vida, en profunda fusión con la naturaleza, renunciando a todo lujo y vanagloria. Sobre la decisión de convertirse en monja budista, escribió: «Sin renunciar a este mundo, quisiera enseñar a mi corazón a que fluya noche y día, como el agua clara». En el budismo el agua clara representa la pureza y la nitidez en la percepción de las cosas.

Dejó un legado de mil 700 haikús. Algunos de sus libros fueron ilustrados por ella misma, pues también practicaba las artes de la pintura y la caligrafía. Esta selección de 50 poemas de Chiyo-ni se extrae de dos de las obras más conocidas de la autora: 千代尼句集 (Chiyo-ni haikusyū, Antología de haikú de Chiyo-ni, 1764) y 松の声 (Matsu no koe, La voz del pino, 1771). Se reúnen poemas alusivos principalmente a la naturaleza, donde las imágenes más recurrentes son la de la «flor del alba» (ipomea en español, cacamotic en náhuatl), además de otros elementos muy presentes en la poesía tradicional japonesa: la luna, las mariposas, las luciérnagas, las libélulas y las ranas. Pero, además, la voz particular de Chiyo-ni llegó a retratar en una minoría de sus poemas las angustias y preocupaciones propias de una perspectiva de mujer, afloran alusiones a vestidos, belleza, figura personal y relaciones amorosas, así como imágenes y analogías que apuntan sutilmente hacia situaciones de erotismo y una compleja condición humana. Los poemas de Chiyo-ni no se han traducido y publicado antes al español en forma de libro. Nuestro objetivo ha sido incluir ambas vertientes, naturaleza y humanidad, en proporciones similares a las del resto de su obra. Hacemos de México un puente a este tipo de poesía japonesa, trasladando los poemas de Chiyo-ni al español y al náhuatl. Mardonio Carballo utiliza las versiones en español de Cristina Rascón para llevar al mundo literario náhuatl las mismas imágenes, ritmos y evocaciones del original japonés. Así como en el haikú sobresalen los temas del asombro, la naturaleza y las analogías del Yo con su entorno, utilizando juegos de palabras, onomatopeyas y comparaciones, así también la poesía mexicana en náhuatl,


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precolombina y actual, relaciona los sentimientos con la observación de la naturaleza y usa juegos de palabras característicos de su lengua, como onomatopeyas y difrasismo (este último existente también en el idioma japonés), coincidencia en ambas lenguas y universos literarios. Es curioso que en el tiempo de Chiyo-ni el mundo de la poesía mexicana ya había conocido un siglo antes la genialidad de Sor Juana Inés de la Cruz y que, aunque se suprimía al náhuatl como lengua literaria, ya en el siglo xviii, la poesía de la Nueva España posicionaba la mirada en el neoclasicismo y el petrarquismo, es decir, en la observación y representación de la naturaleza con sencillez, en contraposición del barroco. Sin embargo, y con gusto por las coincidencias, este es un libro muy contemporáneo. El haikú está vivo en Japón: la gente lee y escribe haikú, sean o no poetas; el haikú está presente en los diarios, en las latas y los sobres de té, en lecturas de niños y ancianos. En México la poesía en español y en náhuatl vibran desde su oralidad y su literatura, así que Flor del alba lleva el mundo japonés del siglo xviii al México de hoy, a su poesía y diversidad. El primer reto en nuestra propuesta de traducción fue mantener las tres reglas básicas del canon original del

haikú en la tradición japonesa, tanto en español como en náhuatl: a) la métrica de 5-7-5 sílabas en sus tres versos; b) el kireji o pausa gramatical, donde dos frases se conectan gramaticalmente y una es independiente (esto provoca ritmo en el poema: más que la métrica) y c) conservar la palabra clave de estación (llamada kigo en japonés). Como parte de una estética más integral, Fabricio Vanden Broeck, ilustrador y editor, ha colaborado en el proceso de traducción participando en las reuniones con Rascón y Carballo, donde se discutieron significados, ritmos, posibilidades, similitudes y diferencias entre las tres versiones. Por tanto, las imágenes no solo han surgido del significado del poema original, sino también de las recreaciones y significados en los otros dos universos lingüísticos y literarios. En Japón, cuando se combina un haikú con imagen (grabado, tinta china, etc.), el resultado es un haiga (hai: haikú, ga: imagen). Así Flor del alba se ha tornado un haiga que combina poesía, pintura y traducción. En este vaivén de elementos poéticos, lingüísticos y pictóricos cada cosa se transforma, se evapora pero sigue estando ahí o, en palabras de Chiyo-ni: se torna flor se torna gota de agua nevisca al alba.


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三日月に ひしひしと物の 静まりぬ

松の葉も よみつくすほど 涼けり

luna creciente una sola intensidad que no sosiega

hasta las hojas del pino son leídas un viento fresco

meztliizkaltia ikaichikaualiztli amo tech yolzeuia

pan i xiouio okotlkuauitltechpouilia zezekejekat

もれ出る 山又山や はつ霧

足跡は 男なりけり 初櫻

salir en fuga montaña tras montaña primer neblina

las huellas son evocación del hombre primer cerezo

chololkizajteua ojtlitepetluantepetl axneltlanezktok

ijxiixkopinkayotl kintokaltiatatamen yankuikxochitia

たんぽぽや 折々さます 蝶の夢

夕顔や 女子の肌の 見ゆる時

diente de león sueño de mariposa en la vigilia

flor de la tarde el tiempo en que una joven mira su piel

kuanakakilitl papalotl i temikiliz yakochmeuaya

katiotlakxochitl zeyankuikichpokatzin mokuetlaxoita

Cristina Rascón. Escritora, economista y traductora. Este año aparecieron sus libros de haikú para niños Zoológico de palabritas, y Flor del alba en colaboración con Mardonio Carballo y Fabricio Vander Broeck. Mardonio Carballo. Poeta, actor y periodista. Su libro más reciente es Insectario.


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José Emilio Pacheco, la voluntad del decir Francisco Meza Sánchez E N N OV IE MBR E DE 2007 J O S É E M I L IO PAC H E C O (J E P ) VI S I TÓ S I N A L OA PA R A R E A L IZ A R A L GU N A S L E CT U R A S DE POE S Í A E N E L M A R C O DE L A F E R I A DE L L I B RO DE L O S MO C HI S . POR AQ U E L E N TON C E S YO T R A B A JA B A E N L A DI R E CC IÓN DE P U B L IC AC ION E S DE L IN S T I T U TO SINA L OE N S E DE CU LT U R A C UA N D O N O S L L E G Ó L A N O T IC I A DE Q U E PAC HE C O, PRO TAG ONI STA Y CRON I S TA DE L A L I T E R ATU R A M E X IC A N A , DE C A N O DE L A E D U C AC IÓN E MO C IONA L DE VA R I A S G E N E R AC ION E S , R E C I B I R Í A P OR PA RT E DE L I N S T I TU TO U N HOM E NA JE , E N E L CUA L SE L E E N T R E G A R Í A U N A M E DA L L A P OR S U S M É R I TO S L I T E R A R IO S . E L A S UN TO A R E S OLV E R E R A Q U É DI R Í A E S A PI E Z A DE ORO, Q U É PA L A B R A S S E R Í A N L A S A DE C UA DA S PA R A H A L AG A R , E N E L MEJOR DE L O S S E N T I D O S , A L AU TOR DE L A S B ATA L L A S E N E L DE S IE RT O . L A PROPU E STA I N IC I A L FU E « HON OR A Q U I E N HON OR M E R E C E » . C UA N D O M E E N T E RO DE Q U E L A ME DA L L A E S TA B A A PU N TO DE I R S E A L A J OY E R Í A PA R A S E R RO TU L A DA C ON L A ME NC IONA DA L EYE N DA , L O G R É C ON V E N C E R A M I J E F E DE Q U E E R A M Á S AC E RTA D O I N S CR IBIR A L G U NO S DE L O S V E R S O S DE JU V E N TU D DE L P OE TA . F U E A S Í Q U E M E DI A L A TA R E A DE SE L E CC IONA R DE R E PO S O DE L F U E G O E S A S M A R AVI L L O S A S Y PR E S O C R ÁT IC A S L Í N E A S Q U E DIC E N «E L R E PO S O DE L FU E G O E S TOM A R F OR M A / C ON S U PL E N O P ODE R DE T R A N SF OR M A R SE ».


8 Un día después de recibir la medalla en Culiacán, Pacheco se traslada a la ciudad de Los Mochis para ofrecer otra lectura de poemas. Debo señalar que no pude estar presente durante el homenaje —en ese momento pensé que no podría coincidir con el escritor—, por ello le pedí al poeta Francisco Alcaraz que viera la manera de que Pacheco firmara una primera edición del Reposo del fuego, editorial era, libro que tomé prestado perpetuamente, que no es lo mismo que robar, del librero de mi amiga Ana Gutiérrez. Alcaraz cumplió el encargo, ya que tuvo la oportunidad de ser parte de los presentadores en el mencionado homenaje, evento donde debió de terminar de leer el texto de otro de los presentadores quien, ante la proximidad de su héroe literario, rulfianamente se derrumbó en un montón de lágrimas; veo aquella escena como un abrasador testimonio de la pasión con que la escritura del maestro Pacheco, en un país donde no se lee, era seguida por una abundante comunidad de lectores. En la dedicatoria Pacheco pone mi nombre mas no mi apellido, siempre he pensado que él le estaba dedicando el libro a Paco Alcaraz, lo cual abonaría a esa leyenda negra de la que formamos parte mi amigo y yo, dado que por años la gente ha confundido nuestros nombres, así como nuestros escasos méritos, atribuyéndonos equivocadamente la autoría de nuestros respectivos libros y reseñas. Sorpresivamente al llegar al lobby del hotel Santa Anita (en Los Mochis), veo a José Emilio Pacheco sentado en un sillón hojeando el libro Borges, de Bioy Casares, volumen donde el escritor argentino registró las conversaciones entre él y el legendario ciego del barrio de Palermo. Me acerqué y sin más prólogo me presenté con él. Pacheco levantó su vista y me preguntó: ¿es usted escritor? Respondí tímidamente que sí, pero que más bien lo estaba intentando, que había publicado algunos ensayos y poemas, pero que más bien me asumía como un lector. Pacheco no hizo caso a mis balbuceos mentales y escandalizado me cuestionó que si ya había leído las conversaciones entre Bioy y Borges, las cuales rayaban en la infamia y podrían ser catalogadas como una invasión a la privacidad de dos genios y que tenían el morboso objetivo de vender libros con aquellos comentarios incendiarios sobre diferentes personalidades literarias, me comentó. Hablaba conmigo de tal manera que me hacía sentir como si fuéramos conocidos de hace tiempo, tenía el tono de esa gente que ha andado mucho por el mundo y goza de la libertad de no andar demostrando cuáles son sus virtudes y sus logros. No pasaron cinco minutos cuando escritores y organizadores de la feria llegaron a la recepción y abordaron al maestro. Pronto armaron una cena colectiva en el restaurante del hotel, a la cual fui invitado no por ellos sino por José Emilio quien me dijo que me uniera al cortejo, y les mencionó, concretamente a los organizadores, quienes obviamente me conocían, que yo era un joven escritor. Ya reunidos en la mesa, quizá éramos más de 15 personas, empezaron a bombardear al escritor con citas en

latín, novelas inconseguibles, poemas nunca publicados, anécdotas infinitesimales de los grandes protagonistas del siglo xx mientras comíamos despreocupados por la cuenta a saldar, ya que la Feria se haría cargo de esas tareas de administrar los dineros.

Cuando finalizó la bacanal, Pacheco regañó amablemente a algunos de los ahí reunidos porque no habían terminado la comida de sus platos, trayendo al diálogo las hambrunas del sureste mexicano y las terribles monomanías capitalistas de adquirir más de lo que podemos consumir. Después pronunció en voz alta el deseo de fumarse un cigarro y lo impropio de molestar con el humo del tabaco a la gente que no era fumadora, por lo cual tendría que salir a la calle para poder fumar. Inmediatamente los ahí reunidos empezaron a señalarme y a decirle que yo fumaba y que podría fumar conmigo y que no era necesario que saliera. Pacheco se levantó de su silla, ante la protesta de los presentes que deseaban que fumara en el lugar donde estaba sentado, y se fue al sitio más remoto de la mesa en donde yo me encontraba. Me fumé tres cigarrillos con él. En ese tiempo hablamos sobre Morirás lejos, novela de juventud inspirada por sus andanzas entre la colonia Alemana y la colonia Judía en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial; sobre su experiencia personal con Octavio Paz, particularmente cuando éste regresa de la India y, finalmente, sobre la icónica fotografía donde aparecía rodeado por sus libros, como si estuvieran a punto de sepultarlo. El poeta, traductor, narrador, ensayista sonrió por un momento y me confesó que los libros le estaban trayendo muchos problemas matrimoniales, ya que era incapaz de deshacerse de ellos y los volúmenes, con el paso del tiempo, habían invadido cada rincón de su casa así que no faltaba mucho para que por fin terminaran por expulsarlos a él y a Cristina de lo que alguna vez fue su techo. Al terminar de fumar se despidió y agradeció las atenciones recibidas, diciéndonos que estaba muy cansado y que ya era hora de dormir. Nunca más volví a coincidir con él. Años después, en el aciago mes de enero de 2014, me enteré por la prensa nacional de la noticia de su muerte. No habían pasado un par de semanas de cuando leía en Proceso, en su columna «Inventario», aquel sentido texto sobre el reciente fallecimiento de su amigo, el gran poeta, Juan Gelman. Las notas sobre el suceso relataban escuetamente que su muerte se debía a las complicaciones por una caída en el interior de su casa. A tiempo corrido, me gustaría pensar que José Emilio Pacheco encontró su cita con el barquero al tropezar con algún ejemplar de la Divina comedia o del Quijote, con alguna compilación de los poemas de


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Quevedo o una biografía de Salvador Novo, con una primera edición de Cien años de soledad o la poesía completa de Pablo Neruda, con un volumen de cartas entre Antonieta Rivas Mercado y José Vasconcelos o con la novedad editorial que estaba a punto de leer. Me gustaría creer que así como en su narración sobre el general Bernardo Reyes, donde nos cuenta el deseo de este último por morir a caballo y cara al fuego, José Emilio Pacheco murió entre los versos y cara al lenguaje que tanto amó y enriqueció en su vida.

LA PROSA DEL POETA Por más de cuatro décadas la columna «Inventario» funcionó como un observatorio de la vida cultural, política, económica e histórica dentro de la sociedad mexicana; artículos o ensayos o crónicas o poemas o traducciones, los textos servían como plancha de autopsias o asideros visuales para que los lectores pudieran debatir con diversos problemas y fenómenos de la cultura en su sentido más amplio. En Inventario (era/uas/unam/Colegio Nacional), antología de los textos publicados en la columna con ese nombre en la revista Proceso, salta a la vista el manejo y la pericia de un autor con el ejercicio de distintos discursos que lo llevaron al dominio de una prosa potenciada por una voluntad poética.

A lo mencionado se debe agregar el enfoque periodístico, ya que finalmente esta columna, donde sucedieron y se conectaron tantas cosas, se pensaba como un trabajo de periodismo cultural que rompió las fronteras de los géneros para convertirse en una suerte de género en sí mismo, como se menciona en la contraportada de estos tres tomos en donde se hace una selección de aproximadamente dos mil 200 páginas, lo que representa solo un 30 % de la suma total de inventarios publicados por jep. Si en Alfonso Reyes el ensayo se define como el centauro de los géneros, en José Emilio Pacheco el «Inventario», práctica donde también se dan cita los procedimientos ensayísticos, podría ser nombrado como la hidra de los géneros. Esto se confirma al momento de localizar la abundante cantidad de registros en la prosa de Pacheco, quien utilizó a fusilería un notable número de formas enunciativas para ensayar sus ideas, las cuales van desde la crónica, los diálogos, la crítica literaria, la literatura testimonial, los dominios de la fábula, la dramaturgia, el discurso histórico, así como las pulsiones, posibilidades y herramientas idiomáticas del narrador. Lector de otra época, como lo soy, únicamente puedo imaginar la expectativa que los inventarios de Pacheco despertaban entre los jóvenes de las décadas en que estuvieron circulando sin la existencia del Internet. Hay en estos textos un afán aleccionador, en el sentido justo de la frase; esto es, una enseñanza crítica sobre la tradición literaria occidental, una revisión de las grandes épicas nacionales, una voluntad por divulgar los titánicos esfuerzos de los liberales del siglo xix, que como excelentes narradores escribieron esa fulgurante, irreal, desastrosa novela que ha resultado ser México.


10 En estas tareas Pacheco dejó establecido el vínculo entre lo ético y lo estético que habría de palpitar por siempre en su escritura: tal vez su lección mayor. Las generaciones presentes, como lo hicieron las del pasado, podrán encontrar en la suma de esta labor un inmenso retablo donde se da cuenta de la historia nacional y cómo desde ese territorio un escritor puede dialogar con el mundo. Si bien la columna comienza a circular en 1973, existe un suceso que permanecerá y permeará por siempre la conciencia de su autor: acto siniestro de la historia que calcificará la frescura de una herida en el pensamiento de Pacheco. La matanza de Tlatelolco (2 de octubre de 1968) habrá de ser, en su escritura, un lugar de retorno y denuncia. Por ejemplo, en los textos dedicados a Salvador Novo y Martín Luis Guzmán, donde se reconocen los aportes estilísticos de ambos para con nuestras letras, se reportan las desafortunadas declaraciones de estos a favor del gobierno de Díaz Ordaz y la masacre de los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Escritor total que supo que sus libros, amén de estar escritos en prosa o en verso, indagarían sobre los mismos ideales y las mismas decepciones, Pacheco publica en uno de sus icónicos volúmenes de poesía, No me preguntes cómo pasa el tiempo, el poema «Manuscrito de Tlatelolco»; en sí, habrá una correspondencia permanente entre el periodista, el intelectual y el poeta; sus tareas estarán ligadas por el lúcido pesimismo del hombre que ve cómo se precipita el mundo en su barbarie. Habrá que recordar que Pacheco perteneció a la generación de la Familia revolucionaria, es decir, creció bajo los discursos del triunfalismo y la etapa del despegue mexicano; observó el derrumbe de las promesas nacionales que habrían de sacarnos del tercer mundo. En fin, el lúcido pesimismo, al cual hacen mención varios de sus críticos, no fue un brote de melancolía burguesa sino una consecuencia de la observación y entendimiento de su momento histórico lindante. Hay que agregar que en muchos de sus inventarios, sobre todo en aquellos donde pone a dialogar a diversos personajes como Amado Nervo y Ramón López Velarde, se denota una cierta nostalgia por un país que no conoció; paradoja entre el críticointelectual y el romántico que no tiene lugar en la época que le tocó vivir, pero que siente la obligación de sacar del anonimato sectario su pasado inmediato. El narrador Eduardo Antonio Parra, responsable de hacer la primera selección de inventarios para esta antología, nos habla en su entrañable ensayo «Una invención de múltiples facetas» sobre cómo jep sistemáticamente va evolucionando en su prosa a la par de su producción poética: «Los textos de Pacheco me desataban la imaginación, me sugerían historias para contar, temas que de otro modo tal vez jamás se me habrían ocurrido. Eso sin contar que, al tener a mi alcance la colección completa, pude ser testigo de la permanencia de los intereses del autor y de cómo, desde 1973 hasta los inicios del siglo xxi, fue perfeccionando cada vez más su lenguaje periodístico, no muy distinto a su prosa narrativa o a su estilo poético: amable, cálido, llano, sin adornos, preciso y contenido».

En sí, atendiendo a la cronología y contenido de las publicaciones de sus libros de poesía, se puede notar ese parteaguas entre el poeta joven que escribió Los muros de la noche y el Reposo del fuego, escritura ceñida a imágenes abstractas y tópicos resultantes de meditaciones contemplativas, influida mayormente por la lírica francesa, y el poeta que da un giro para incorporarse a la escritura conversacional y a la construcción de un lirismo de corte crítico social sobre su tiempo, la historia y la memoria como un acto cívico. Sobre ello, Jorge Fernández Granados dice: «El tono conversacional de algunos poetas estadounidenses, la antipoesía de Nicanor Parra, el coloquialismo de Jaime Sabines y la crónica colectiva de Ernesto Cardenal o Enrique Lihn están más cerca de esta nueva voz de Pacheco». En síntesis, 1968 inaugura, por lo menos en la escena pública, el tono con que Pacheco habrá de escribir sus libros de poesía de mayor calado y alcance mientras que paralelamente da inicio a esta monumental obra prosística que son los inventarios. Ambos, tanto esa prosa especulativa y aleccionadora como los versos de denuncia y de coloquial pasión por el desamparo, son las dos caras de una misma moneda.

LA GRAN EPOPEYA No es gratuito que el texto que abre la antología hable sobre el golpe de Estado en Chile (1971), mejor conocido como el «pinochetazo», golpe militar que termina con la presidencia de Salvador Allende y que ilustra la derrota del socialismo democrático en Latinoamérica. Habrá en el hacer prosístico, en el germen del articulista, del periodista cultural, una vocación por señalar las acciones siniestras de la historia que condenan a los pueblos al subdesarrollo y a la pobreza transgeneracional; la historia latinoamericana y la historia de México son dos grandes abrevaderos de los intereses intelectuales en Pacheco que, incorporando su arsenal de recursos estilísticos, habrá de explorar desde múltiples perspectivas. Por un lado, la historia mexicana es para jep la gran crónica de las épicas que conformaron a la nación: Con-


11 quista, Independencia, Reforma, Intervención estadounidense, el Imperio de Maximiliano de Habsburgo y, primordialmente, la Revolución mexicana. Por otro lado, el pasado del pueblo mexicano es concebido en el día a día de sus avenidas, en las historias chicas de sus habitantes, en las palabras que se dicen en las esquinas, en las breves escenas que van conformando el monstruoso retablo de las multitudes. En ese sentido, la Ciudad de México será el punto geográfico más analizado por la prosa de jep. La ciudad que crece caóticamente, la ciudad que, fundada sobre los grandes lagos, se hunde como si se tratara de una paradoja de la civilización en los excrementos de sus ciudadanos, la ciudad donde un indígena pide limosna canturreando una canción en inglés, mientras jep convoca a Ernesto Cardenal para que le hable y le diga que se levante y que recuerde que sus ancestros construyeron el Templo Mayor, las pirámides de Teotihuacán o el Calendario Solar. En Pacheco el discurso histórico no es un alarde de erudición sino un punto de arranque para indagar en lo humano de las sociedades. Jep narratiza la historia a la vez que incluye el saber histórico como tema y fundamento de gran parte de su literatura. Mientras en una de sus entregas la prosa de Pacheco aborda las grandes gestas y personajes de la vida nacional, en otra, con gran interés y profundidad, relata los pasajes borrados por el tiempo y el desinterés de los cronistas. Un ejemplo es el «Inventario» dedicado a Julián Hernández y su Cuaderno negro (1980), donde hace una breve semblanza del malhadado escritor y transcribe algunas de sus desconocidas máximas y apuntes, textos que proporcionó su hija y que hasta ese momento eran páginas inéditas de nuestra literatura. En una de esas breves prosas se lee: «De jóvenes nos considerábamos desdichados por lo que no tenemos. A los 40 nos sentimos agradecidos por lo malo que no nos ha pasado». Este apunte cobra particular importancia, dado que uno de los poemas más famosos de jep «Antiguos compañeros se reúnen», en lógica contraria, pero en correspondencia tópica y tonal con la cita, dice: «Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte». Este tipo de vínculos los iremos encontrando constantemente entre el hacer diario del periodista y la meditación cotidiana del poeta.

La alegría de leer esta antología, Inventario, es, como lo menciona Eduardo Antonio Parra, la de abrir una caja de sorpresas. Cuando uno va avanzando por sus páginas presiente que está tomando esa clase que nunca te dieron en la universidad, donde los datos se van entretejiendo con la naturalidad del diálogo vehemente y mesurado. Cada una de las entregas responde al interés, necesidades, noticias (mayormente conmemoraciones u homenajes fúnebres), así como las dudas y vicisitudes que en ese momento asaltaban de forma intempestiva a su autor. No obstante, será el estilo, la perspectiva siempre inteligente, el hallazgo del erudito, el merodeo del narrador, el remate y la conclusión del estudioso apasionado, lo que le dará cohesión a este vastísimo corpus que representa y significa uno de los momentos de mayor vitalidad de la prosa mexicana. Inventario es una antología que provoca en el lector dispuesto las ganas por aventurarse en las páginas de aquellos libros y momentos de la historia imprescindibles para comprender ciertas agudas problemáticas de nuestra sociedad, así como los procesos con que se constituyó la tradición literaria de este país, mismos que alientan a la construcción de una nueva forma de ilustración personal, cuyo motor primero sea un disfrute reflexivo de nuestra cultura impresa así como sus potencias para observar y analizar las vilezas, contrasentidos y perplejidades con las que se está escriturando la novela de nuestra contemporaneidad.

Francisco Meza. Poeta. Su libro más reciente es Cuaderno de las apariencias (2013).


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De las montañas sagradas y otros poderes terrenales Gabriel Trujillo Muñoz

Si se sube por la carretera que une al desértico valle de Mexicali con las ciudades costeras de Tijuana y Ensenada, en la península de Baja California, uno ha de enfrentar un sistema montañoso denominado la Rumorosa que, a diferencia de otras sierras, está formado por enormes rocas que se enciman unas sobre otras, y cuya esquelética majestuosidad ha hecho que poetas como Carlos Pellicer («Es la destrucción incrustada en oro») o Elsa Cross («Piedras como faros,/ terraplenes,/ nimbos./ Eco dando tumbos/ hasta el fondo de la cañada./ Silencio total.») le hayan cantado con versos de épica belleza. Para los antiguos californios —yumamos, sandieguinos, pai pai, cochimíes y k’miai—, la Rumorosa era el asiento de las deidades que presidían sus vidas, el alto refugio donde el ladino coyote y las niñas traviesas de la constelación de la Pléyade se hacían trampas entre sí. Para los más sabios entre ellos, los chamanes, los curanderos y los maestros pintores, la Rumorosa era solo el preámbulo, la puerta de entrada hacia el sitio sagrado de mayor poder que existía en todo su entorno conocido. Porque era un secreto a voces que el cerro del Cuchumá, en la zona montañosa de lo que hoy es la ciudad de Tecate y que en la actualidad se encuentra dividido por la línea fronteriza entre México y Estados Unidos, presidía, con


13 sus arcanos poderes y conjuros, sus vidas y sus muertos, los ritos de paso de sus vidas cotidianas. Un historiador contemporáneo, Jorge Ramírez López, ha señalado que «Tecate aparece en la lista de las rancherías indígenas comprendidas dentro de la misión de San Diego. El lugar fue habitado por los k’miai y por los pai pai. La montaña más prominente de sus alrededores es el Cuchumá, que significa guerrero viejo, y en las peñas graníticas del contorno se encuentran pinturas rupestres y restos de utensilios que nos hablan de su pasado prehispánico». Y luego Ramírez López agrega: «El valle de Tecate constituye la cuenca del río del mismo nombre; sus tierras sirven para toda clase de cultivos y se encuentran cubiertas de viñedos y olivares; su clima es templado y en invierno es frío, en ocasiones llega a nevar por su cercanía con la sierra de Juárez [...] El aire es seco, puro y el cielo aparece despejado casi todo el año, con excepción de algunos días nublados en invierno. Todo el valle y las cañadas aledañas están pobladas de centenarios y robustos encinos, los que alimentaban generosamente con sus abundantes bellotas a los pobladores aborígenes». La profusión de asentamientos indígenas —en los alrededores de Tecate hubo, al menos, media docena de rancherías semiestables— se dio no solo por el clima propicio o por la abundancia de agua y de bellotas, sino también por esa montaña enigmática, imantada, que era, desde tiempo inmemorial, un sitio ceremonial de primer orden para todos los grupos indígenas de la región e incluso para aquellos más lejanos, que peregrinaban hasta el Cuchumá en busca de soluciones a sus problemas humanos o para verificar que continuaban bajo la protección de sus dioses tutelares. Pero el que los k’miai o los cochimíes supieran que esa formación rocosa era el punto central de sus existencias, el vínculo primordial con las fuerzas desatadas de su universo cosmológico, no tuvo importancia para los nuevos habitantes mexicanos y norteamericanos que se asentaron allí durante el transcurso del siglo xix y que fundaron una colonia rural que hacia 1892 tomó el nombre oficial de Tecate. Como estos colonos no buscaban ninguna sabiduría ancestral sino la ganancia neta y el dinero contante y sonante, establecie-

ron el poblado en una zona baja, de espaldas, se diría, al Cuchumá. Para principios del siglo xx, con la construcción del ferrocarril San Diego-Arizona que pasaba por esta zona y más tarde con la creación de una industria cervecera de fama internacional, Tecate se fue volviendo una pequeña ciudad de obreros y comerciantes que veían a la naturaleza circundante únicamente como materia de explotación y fuente de riquezas personales. Un pueblo tranquilo y somnoliento, ajeno a los poderes milenarios que pendían sobre sus habitantes; poderes que, de alguna manera misteriosa, se mantenían vivos más allá de la indiferencia de los recién llegados, aguardando que alguien se percatara de ellos, que alguien hallara el camino hacia las alturas insondables y lo diera a conocer al mundo. De esta tarea prometeica se harían cargo dos estudiosos de la tradición religiosa del lejano oriente, dos iluminados por una misma visión. En los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, en Europa y los Estados Unidos hubo un aumento del interés por conocer los secretos espirituales de oriente. Después de la primera oleada de orientalismo a fines del siglo xix, en la que participaron desde Rudyard Kipling hasta madame Blavatsky, los años veinte y treinta del siglo xx fueron testigos de una oleada aún más entusiasta. De ahí que un gran número de occidentales se dirigieran, guiados por intereses muy particulares que iban desde la salvación personal hasta el amor universal, en tropel al continente indio. Querían descubrir por ellos mismos la sabiduría oculta que predicaban santones e iluminados, místicos y monjes tibetanos, a lo largo y ancho de esa zona del mundo que había sido el lugar de nacimiento de varias de las más importantes religiones de la humanidad. Hacia principios de los años treinta, un académico estadounidense que había ganado prestigio internacional en el estudio de las religiones orientales, especialmente el budismo, y una aristócrata rusa en el exilio, quien trabajaba como estrella del cine, indio, vivían allí sin conocerse, pero compartiendo, por igual, una búsqueda espiritual que acabaría por unirlos en otro continente y bajo la sombra de otros dioses igualmente poderosos e inescrutables. El académico se llamaba Walter Yeeling Evans-Wentz. Nacido en 1878 en Trenton, Nueva Jersey, Evans-Wentz vivió su niñez y adolescencia en la Mesa, California, entonces villorrio al este del puerto de San Diego. Para 1907, el mismo año en que se inició la construcción del ferrocarril que pasaría por Tecate, este hombre recibía su maestría en Antropología por la Universidad de Stanford. En 1910 se encontraba en la Universidad de Oxford y luego se dedicó a la exploración arqueológico-antropológica en las islas británicas e Irlanda. Hacia 1911 recibió el grado de doctorado por la Universidad de Rennes y publicó su primer libro The Fairy Faith in Celtic Countries (La fé en las hadas en los pueblos celtas). Sus investigaciones antropológicas las continuó en Egipto, donde estudió los ritos funerarios de los antiguos habitantes de la cuenca del Nilo. En 1917, Walter Yeeling inició un viaje que lo llevaría, en el curso de los cinco años siguientes, a Ceilán, la India y el Tibet. Al mismo tiempo, se consagró al estudio del budismo tibetano de una forma tan exhaustiva y profunda que para los años veinte se había vuelto una au-


14 toridad mundial sobre esta religión. Este reconocimiento provino, esencialmente, de haber dado a conocer en occidente, en ediciones críticas debidamente traducidas, las obras fundamentales del budismo tibetano, como El libro tibetano de los muertos, Yoga tibetano y sus doctrinas secretas y El libro tibetano de la gran liberación. Gracias a estas contribuciones al estudio de las religiones, la Universidad de Oxford le concedió el doctorado en ciencia en religión comparada en 1931. Los siguientes diez años, Evans-Wentz los pasó en la India, ya no solo estudiando el budismo, sino imbuido en esta religión que había acabado siendo la suya. Viviendo en Almora, en la provincia de Kumaon, en un ashram de la colina de Fasan Devi. Esos años, mientras el mundo se convulsionaba con los conflictos provocados por el ascenso del totalitarismo fascista y soviético, fueron para nuestro estudioso la época del recogimiento espiritual, una paz que sería violentamente cuestionada cuando la Segunda Guerra Mundial estalló por todas partes, y oriente y occidente, a pesar de sus diferencias conceptuales y religiosas, se vieron enfrentados a la misma destrucción, al caos cíclico. Esto provocó el regreso de Walter Yeeling a los Estados Unidos, al hogar de su infancia, en el condado de San Diego, en California. Para el doctor Evans-Wentz, su regreso a los Estados Unidos era algo temporal. Instalado primero en San Diego, pronto se trasladó a un rancho enorme (con más de cinco mil acres de terreno), situado junto a la frontera con México y que abarcaba, dentro de él, al Cuchumá (que en los mapas estadounidenses aparecía como Mount Tecate). En este rancho, que era una herencia familiar, Evans-Wentz se instaló pensando en que en cuanto se terminaran las turbulencias de la Segunda Guerra Mundial regresaría al Tíbet. Pero las convulsiones políticas que siguieron al conflicto armado en el continente indio y su propia salud en deterioro, le impidieron cumplir tales anhelos. Hacia mediados de los años cincuenta, nuestro académico continuaba sumamente interesado en el budismo tibetano, pero al mismo tiempo había comenzado a interesarse en las tradiciones y creencias de los indios americanos. En gran medida este interés provino de su contacto con los grupos indígenas sobrevivientes que habitaban todavía las tierras que eran de su propiedad y de la lectura del libro The Man Who Killed The Deer (El hombre que mató al venado) de Frank Waters. Su relación epistolar con este investigador de los ritos y costumbres religiosos de los indios pueblo y navajo lo llevó a escribirle que «su obra le había mostrado, como ninguna otra, el significado profundo de la visión del mundo que tienen los indios americanos, de una manera única y con un interés sobre el carácter esotérico de esta visión». Más tarde, hallaría similitudes y paralelismos entre las religiones orientales y los fundamentos religiosos de los indios de América del Norte. Estas coincidencias llevaron a Evans-Wentz a escudriñar en la historia y religión de los grupos indígenas cercanos a Tecate y a prestar atención a lo que era un hecho que de tan obvio pasaba inadvertido: el carácter sagrado de la montaña del Cuchumá. De ahí que junto con George W. Bass, un agregado militar del ejército británico en la India y amigo suyo por décadas, empezara a explorarla, es decir, a develar sus secretos. En uno de

esos recorridos, el propio Frank Waters los acompañó y años más tarde recordó aquel viaje vívidamente: «Por aquellos tiempos, el doctor Evans-Wentz arregló una subida al Cuchumá para el señor Bass y su esposa, para Eddie, su sobrino, quien era un físico, y para mí. La montaña, cubierta de chaparrales, se alzaba sobre el pueblo mexicano de Tecate. Una estación para vigilancia de incendios forestales había sido construida en su cúspide y el camino estaba abierto para nosotros. Por varias horas vagamos sobre las cimas, buscando formaciones rocosas inusuales[...] Entonces ofrecimos plegarias dedicadas a este alto lugar exaltado por el bien de toda la humanidad en los siglos por venir». En esa exploración hallaron artefactos que confirmaban que el Cuchumá había sido, hasta fechas muy recientes, asiento de ceremonias religiosas y de rituales con uso del fuego. Los indígenas californios, a espaldas del hombre blanco, seguían cumpliendo con sus obligaciones milenarias. El entusiasmo que le despertó el descubrimiento de los poderes que moraban en el Cuchumá, llevó al doctor Evans-Wentz a escribir un libro sobre esta montaña sagrada. Comenzó a buscar información de todo tipo sobre ella, ya fueran datos geológicos, antropológicos, históricos y mitológicos. Ese fue el trabajo que ocupó los últimos años de su vida. El libro resultante, cuyo objetivo principal era demostrar que el significado y características de las montañas sagradas ha sido comprendido de una misma manera en todas partes del mundo, no logró publicarse en vida del autor. Solo en 1981 y bajo el sello de la editorial de la Universidad de Ohio, vio la luz, Cuchama and Sacred Mountains (Cuchumá y las montañas sagradas). En su publicación intervino, de manera decisiva, el propio Frank Waters. Con ello cumplía una deuda de honor con el amigo y maestro que le había enseñado a dialogar con el alto espíritu de las montañas y había tendido un puente de conocimientos entre oriente y occidente. Pero el entusiasmo del doctor Evans-Wentz sobreviviría a su propia muerte, ocurrida en 1965, y no solo en forma de un libro. Su descubrimiento de la mitología inherente al Cuchumá y demás montañas sagradas del mundo hizo que el entonces pequeño poblado de Tecate, en la mera frontera de California y Baja California, se volviera un centro de atracción mundial y llevara a un mayor interés académico por las montañas como sitios de peregrinación y culto indígena. Evans-Weinz gustaba de citar las palabras del lama Anagarika Govinda, quien afirmaba que «para ver la grandeza de una montaña de esta especie hay que contemplarla como si fuera un ser humano. Las montañas crecen y decaen, respiran y pulsan. Ellas atraen y colectan energías invisibles: las del aire, el agua, el magnetismo y la electricidad. Ellas crean vientos, nubes, tormentas, cataratas y ríos. Ellas mantienen con vida a innumerables seres vivos. Pero lo que las hace tan especiales es su carácter y posición en el mundo, son señales terrestres del universo infinito. Cuando las observamos nos es posible percibir la conexión que existe entre las estrellas y nosotros».

Gabriel Trujillo Muñoz. Poeta, narrador, ensayista. Su libro más reciente es Utopías y Quimeras: guía de viaje por los territorios de la Ciencia Ficción (2016).


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Encontrar una arruga

Jazmín Lozada Él piensa en mí con las cosas tristes. No mira los homeless de la colonia ni a los perritos abandonados, y cuando va al cine se sale un poco antes de que empiece el momento melancólico. Lo que más trabajo le cuesta, es dejar de escuchar Pornography de The Cure. Una tarde, cuando iniciamos nuestro noviazgo, le pregunté por qué le gustaba tanto ese disco y me contestó: «Tiene un poder maravilloso». Observó mi rostro sin asombro alguno, creo que esperaba que hiciera una pregunta. Y contraataca: «Si al inicio del disco estabas feliz, terminarás sintiéndote triste; y si lo escuchas cuando estás triste te pone aún más, con riesgo a suicidarte». Obvio, yo le pregunté quién quisiera ponerse triste a propósito: «Los poetas desesperados y a quienes le han roto el corazón». No es que él no quiera pensar en mí. Yo sé que quiere, y lo hace, aunque el muy tonto piense que no. ¿Por qué lo dejé de querer? Una tarde, en ese breve espacio en el que los hombres cierran los ojos para descansar, descubrí una línea en su rostro como en el lugar equivocado y quise borrarla con el dedo. Y descubrí que no era una arruga cualquiera, sino que era profunda, y que no se iría a ningún lado. Y con una vocecilla estúpida y chillona, me dijo: «Hola, nena». Claro, me asusté, di un brinco para atrás con una brusquedad que ocasionó que lastimara a Diego. Escuché un aullido por parte de él, y un «¡Auch!» por parte de la arruga, y luego su risa. Solo quienes hayan escuchado la risa de una arruga podrán saber que es una mezcla entre un rechinar de dientes, una persona histérica, y la voz de quien más te saca de quicio. «Miren a la nena, no le gustan las arrugas. Pobrecita, no sabe que en un par de años la reina también tendrá arruguitas, en la cara, en el cuello, en todo su cuerpecito.» Me pareció escuchar que se relamía los labios. Salí corriendo de la casa de Diego sin darle ninguna explicación. Me pusé a pensar en nuestra diferencia de edad, en realidad no era mucha, yo tenía 24 años y él 30. Aun así, en Diego encontraba el horrible destino que tenemos todos, tenía la muerte más cerca. Empecé a soñar que se pudría y que me quería contagiar. Lo sé, soy una persona con pensamientos horribles, pero son cosas que no podía evitar. ¿Tú también has tenido esos pensamientos? Fue por aquel tiempo que descubrí que la piel también es un lenguaje. Diego era perfecto, hasta que su arruga comenzó a hablar. ¿Será que la piel se encarga de decir nuestros verdaderos sentimientos? La siguiente ocasión que miré a Diego a la cara, y creo que fue la última, su arruga me dijo: «¡Ey! nena, me alegro de que volvieras, yo sabía que te gustaba lo arrugadito, ya sabes lo que dicen, entre más textura mejor se siente». «¡Uhg!», me sentí mal, quería darle una cachetada, pero solo solté un «¡Me das asco!» No sé qué habrá dicho Diego, porque cada vez existía más la arruga y menos él. «¿Qué, no sabías que los hombres maduros son guapos por

sus arrugas? Ya, acepta que te encanta y vamos a lo oscurito para que sientas lo que es rico.» Las tres voces, Diego, yo y la arruga, no, no, no, yo, Diego y la arruga, porque no puedo estar cerca de ella ni en la oración, se revolvieron en un círculo incomunicable. «¡Me das asco, deja de hablarme!», «¿Ya no me quieres?», «No», «Pero hace unos minutos dijiste que me amabas», «Ya, ven y dame un besito», «Me das asco» «¿Qué es eso que tienes en la cara? ¿Es una linda arruguita? Jaja», «Idiota», «Pero si yo te quiero, al menos explícame», «Si te quedas, te comeré», «¡No!». Volví a salir corriendo, gritando «Me das asco, me das asco». Diego me llamó enseguida, me buscó en mi casa, al principio yo me escondí, pero fue muy persistente. Una noche llegué y lo encontré en la oscuridad de mi porche, no apagué el carro, seguí conduciendo sin voltear a verlo. Así di vueltas en la colonia un rato. Cuando regresé pensé que no lo encontraría, pero ahí estaban. Era muy noche para volver a escapar. El primero que me saludó fue la arruga. Le grite: «¡Cállate!» y se puso a reír, creo que es lo que más le gustaba hacer. Diego me dijo: «He venido a hablar, creo que es lo menos que me merezco», «Claro, disculpa», dije sin mirarlo a la cara. Lo dejé hablar, y hablamos. Me contó todas sus razones por las que deberíamos darnos una oportunidad, me prometió cosas, y me pidió que le dijera la verdad. Y le dije, «Ya no te amo, deja de pensar en mí», y me fui corriendo al baño, a vomitar, a llorar, a mirarme a la cara con el temor de encontrarme una arruga. Supe que se daría por vencido, porque se quedó un buen rato sentado en el porche, yo escuchaba a su arruga que le daba ánimos, lo invitaba a buscar «mamacitas» al Hong Kong. Creo que Diego no podía escuchar a su arruga. Entre las cortinas y con la luz apagada lo espiaba, esperando a que se fuera, y cuando se fue, se fue en silencio, contemplando el camino. No volví a mirarlo. Claro, he pensado que es inevitable tener arrugas y que no puedo escapar de ellas, también estoy consciente de que no merezco que alguien me quiera. Pero si tan solo esa arruga hubiera sido menos vulgar, quizá yo le hubiera dado una oportunidad. A veces me pongo a pensar, que quizá ya estaba ahí, pero fue hasta que la vi, hasta que me quedé contemplando su frente que ella empezó a molestarme. Por eso, te pido de favor, por tu bien, que cuando termines de leer esto no te veas al espejo, ni contemples las frentes de otras personas. No querrás encontrarte con una arruga vulgar.

Jazmín Lozada. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la Universidad Autónoma de Baja California. Es integrante del grupo cultural Página en Blanco, administradora interna de Perígrafo, revista literaria y mediadora de lectura en el Programa Nacional de Salas de Lectura.


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Leyendo la Biblia hacia atrás / Reading the Bible Backwards

Eleanor Wilner Traducción de Óscar Paúl Castro Envolviendo al altar, inmensas lianas encrespadas desplegaron el verde oscuro de sus hojas, amparando al rojo de la sangre derramada allí —gruesas enredaderas descollaban como en un decorado navideño, y por encima, las estrellas. Cuando arribaron los ángeles, mensajeros como pájaros pero con la ungida piel de los hombres, se posaron sobre la escena sosteniendo incandescentes espadas, salpicando el mundo al batir sus alas empapadas de lluvia contra el cielo. El niño resplandecía en la cesta como un limón, un olor agrio emanaba de sus pañales húmedos. Su madre se inclinó hacia él, cantando una canción de cuna con ese lenguaje líquido inventado para los demasiado jóvenes —sílabas cortas como el sonido de gotitas cayendo de una cornisa a contrapunto con el de las primeras gruesas gotas de lluvia que se desprendían, como pequeñas peras de plata, desde las relucientes hojas de una palmera. Los tres que ahí se congregaron, la cucaracha, el cóndor y el leopardo —viejos reyes sin corona: señores de las grietas bajo la tierra, del pasaje en la montaña y de las planicies de hierba alta—, no se presentaron ataviados ni llevaban regalos, no habían acudido para adorar; sencillamente absortos se acercaron a contemplar a este recurrente, incómodo hijo quien el viento había anunciado significaría el fin de la tierra como era hasta ese momento. En algún lugar al norte de este familiar escenario los casquetes polares se derretían, el contorno del agua avanzaba lento, implacable engullendo los viejos monumentos, hinchando los mares que derrocarían a las flores y a las ciudades. Los delfines retozaban en el mar creciente, las anémonas mecían sus numerosos brazos como cabellos

de una gorgona ahogada cuyas facciones el mar había suavizado hasta tornarla irreconocible. Al filo del desierto, donde el oasis muere en una tolvanera, la esfinge de piedra parece encabritarse, y la lluvia, al alcanzarla, consuma la ruina en su rostro. El Nilo se funde con el mar, las aguas enardecen y ahogan el ruido del planeta. A la orilla del bosque, donde el niño duerme, las aguas se congregan, acercándose como una mano que hará caer el telón para ocultar el esplendente retablo iluminado. Cuando vinieron las olas, completando la verde devastación oceánica, no hubo tiempo para el luto. No hubo trompetas al final, tampoco truenos que advirtieran la silente venida de las aguas; qué sigilosa manera


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tuvo todo de desaparecer: la pequeña familia y el escenario tan fácil de confundir con una Adoración. Arriba, más nubes sitiaron los cielos extendiendo la crecida; los ángeles, que parecían tan sólidos, se tornaron azogue en la lluvia. Ahora nada, salvo el viento, recorre el rostro, cacarizo por la lluvia, de las henchidas aguas; sin embargo, en lo profundo donde calamares gigantes yacen ocultos vueltos tímidas marañas, las ballenas —colosales como ángeles, sus aletas semejando vestigios de alas— entonan una majestuosa epopeya acerca de su raza, un gran día en que todas las embarcaciones han de claudicar, los arpones fallan todos el blanco, la tierra se disuelve en las aguas y ellas nadan entre las cimas de las montañas, como águilas

de las profundidades, mientras lejos de ahí, en lo hondo, las antiguas pesadillas de la tierra se sosiegan transformándose en légamo de las ciudades derruidas, la cesta vacía del niño flota abandonada entre las algas hasta que la labor del agua la desbarata en filamentos de paja que se pudren en medio del deshielo planetario que las ballenas imploraron lanzando chorros de agua hacia el cielo con la clara convicción de que habría de regresar al océano cuando sus súplicas fueran respondidas a través del milagro de la lluvia: Y la Tierra estaba confusa y vacía, y las tinieblas cubrían la faz del abismo, pero el Espíritu se cernía sobre la superficie de las aguas.


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All around the altar, huge lianas curled, unfurled the dark green of their leaves to complement the red of blood spilled there—a kind of Christmas decoration, overhung with heavy vines and over them, the stars. When the angels came, messengers like birds but with the oiled flesh of men, they hung over the scene with smoldering swords, splashing the world when they beat their rain-soaked wings against the turning sky. The child was bright in his basket as a lemon, with a bitter smell from his wet swaddling clothes. His mother bent above him, singing a lullaby in the liquid tongue invented for the very young—short syllables like dripping from an eave mixed with the first big drops of rain that fell, like tiny silver pears, from the glistening fronds of palm. The three who gathered there—old kings uncrowned: the cockroach, condor and the leopard, lords of the cracks below the ground, the mountain pass and the grass-grown plain, were not adorned, did not bear gifts, had not come to adore; they were simply drawn to gawk at this recurrent, awkward son whom the wind had said would spell the end of earth as it had been. Somewhere north of this familiar scene the polar caps were melting, the water was advancing in its slow, relentless lines, swallowing the old landmarks, swelling the seas that pulled the flowers and the great steel cities down. The dolphins sport in the rising sea, anemones wave their many arms like hair on a drowned gorgon’s head, her features softened by the sea beyond all recognition.

Eleanor Wilner. Poeta y editora. Autora de Tourist in Hell, The Girl with Bees in Her Hair, entre otros. Óscar Paúl Castro. Poeta y traductor. Su libro más reciente es Poemas para leer en un camión sin aire acondicionado (2014).

On the desert’s edge where the oasis dies in a wash of sand, the sphinx seems to shift on her haunches of stone, and the rain, as it runs down, completes the ruin of her face. The Nile merges with the sea, the waters rise and drown the noise of earth. At the forest’s edge, where the child sleeps, the waters gather— as if a hand were reaching for the curtain to drop across the glowing, lit tableau. When the waves closed over, completing the green sweep of ocean, there was no time for mourning. No final trump, no thunder to announce the silent steal of waters; how soundlessly it all went under: the little family and the scene so easily mistaken for an adoration. Above, more clouds poured in and closed their ranks across the skies; the angels, who had seemed so solid, turned quicksilver in the rain. Now, nothing but the wind moves on the rain-pocked face of the swollen waters, though far below where giant squid lie hidden in shy tangles, the whales, heavy-bodied as the angels, their fins like vestiges of wings, sing some mighty epic of their own— a great day when the ships would all withdraw, the harpoons fail of their aim, the land dissolve into the waters, and they would swim among the peaks of mountains, like eagles of the deep, while far below them, the old nightmares of earth would settle into silt among the broken cities, the empty basket of the child would float abandoned in the seaweed until the work of water unraveled it in filaments of straw, till even that straw rotted in the planetary thaw the whales prayed for, sending their jets of water skyward in the clear conviction they’d spill back to ocean with their will accomplished in the miracle of rain: And the earth was without form and void, and darkness was upon the face of the deep. And the Spirit moved upon the face of the waters.


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El trópico, el altiplano, el desierto: un solo caimán

Hugh Davies

Conozco el trabajo del maestro Álvaro Blancarte desde hace aproximadamente 25 años, y fue un gran logro cuando pudimos incluir sus impresionantes pinturas en la exposición Extraño nuevo mundo en el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego (cmcasd). Lo que más admiro de él no es solo su extraordinaria trayectoria como pintor, sino también su enorme y poderosa influencia en otros artistas de Tijuana y de todo México. Es una figura paterna en Tijuana, en el mismo sentido que John Baldessari lo es en San Diego. Hugh Davies (HD): Maestro, de las tres pinturas tuyas que forman parte del acervo de nuestro museo, la que más disfruto es una obra figurativa: tu autorretrato. ¿Por qué te representaste en ella como un caimán? Álvaro Blancarte (AB): Primero, quiero decir que para mí fue muy importante la colaboración del museo (mcasd) al prestarle

a José Manuel Springer dos piezas mías de su colección permanente para la exposición Desierto adentro. Comenzarla con el autorretrato la ha dotado de un carácter fuerte. Me sitúa de entrada como la persona dentro del retrato del caimán. Me identifico con el caimán por mis texturas; ambos las tenemos, él en su piel, yo en mi obra. Me considero un artista matérico cien por ciento. Además, encuentro otros motivos como su alimentación. El caimán come carroña y nosotros muchas veces también lo hacemos, sin saberlo. De ahí que yo crea que todos tenemos algo de caimán. De hecho, hay una serie a la que bauticé con el nombre de Elkaimansutra, que está relacionada con mis sueños eróticos. Es un tema importante para mí. Me represento como un caimán por la materia. He recorrido un camino, el mismo que me trajo a esta situación erótica, que es una parte complementaria del caimán, creo.


20 HD: Uno de los aspectos que más admiro en tu pintura es tu habilidad de trabajar los dos estilos: el figurativo y el abstracto. Observo influencias del surrealismo en algunas de tus obras figurativas, como en Una perra llamada la vaca o en El caimán, y me pregunto cuáles son tus fuentes, tus referentes. Por otro lado, está tu trabajo en la abstracción, donde te muestras tan seguro y cómodo al pintar sin una forma reconocible. ¿Cuáles son, pues, tus fuentes y cómo logras el equilibrio entre el abstraccionismo, el figurativismo y el surrealismo, y cómo los reconcilias? AB: Por lo regular, generalmente empiezo las series con pinturas figurativas. Una perra llamada la vaca es una serie de 200 obras, de las cuales hasta la número 80 todavía se notan figurativas, la número 90 ya contiene elementos abstractos, y a partir de la número 100 ya son casi una abstracción. Es decir, gradualmente voy diluyendo lo figurativo de mis obras hasta lograr la abstracción. Una de las pocas series que comencé con pinturas abstractas es Barroco profundo. Llevo hechas cerca de 200 obras hasta ahora, y todavía son abstractas. No creo que ahí haya lugar para algo figurativo. La esencia de lo barroco es demasiado abstracta, tal como lo que estoy haciendo y buscando en este momento. La mayor parte de mi trabajo ha comenzado figurativo y termina en una casi total abstracción. Puedes distinguir lo figurativo de lo abstracto a partir de mi estilo de composición. Suelo trazar una línea que irrumpe también en lo figurativo, como sello de mi estilo compositivo. Otra serie que fue también abstracta desde el principio es Espacio y forma. Con ese título, no podía incluir una figura. Mi obra y yo pertenecemos a la segunda mitad del siglo xx. Pienso que los críticos de arte (digamos: Raquel Tibol, Antonio Rodríguez, de 10 críticos de arte mexicanos) han establecido en la pintura mexicana un lugar para mí. Desafortunadamente, la crítica de arte solía decir acerca de una exposición: «Estás haciendo un magnífico trabajo» y siempre se hacía una crítica positiva, de ahí que la mayoría de los pintores se estancaran ahí: eran abstractos o figurativos. No modificaron su estilo porque la crítica los situó en algún lugar y decidieron quedarse ahí. Estoy en contra de esta situación. Soy un explorador empedernido y permanente. Por eso he podido sumergirme más en lo que soy y comprender lo que es el arte contemporáneo. Si yo no fuera así, probablemente me hubiera quedado en el lugar que algún crítico me dio. HD: Has vivido la mayor parte de tu carrera entre Tecate y Tijuana, en el norte de Baja California. Observo influencias de esta región en tu obra, en tu paleta de colores y mucho, en tus texturas. ¿Influye en tu trabajo el lugar donde vives, el paisaje que te rodea? AB: Sin duda que el cambio de escenario influyó en mí. Cuando vivía en Sinaloa y en la Ciudad de México, el paisaje era verde. Cuando llegué a Baja California viví un cambio interior y visual. Me resultaba un escenario extraño, muy gris, con muchas rocas y pocos tonos de verde. Vas a La Rumorosa y puedes ver una maravilla rocosa enorme. Vas a Mexicali y ves el desierto. Toda esta naturaleza comenzó a influir en mí. Una de las obras que más representan esta influencia es un díptico de la exposición. Fue el primer trabajo que en verdad sentí surgió desde adentro de mí, con la influencia de los colores de Baja California o, digamos, del lugar en el que vivo ahora (no de toda Baja California, sino del área en la que vivo). Me impactó y me sigue impactando. Hice mucha obra con ese colorido: arena y

marmolina. Descubrí con este encuentro, otra vida y otro mundo que antes no formaban parte de mí. HD: Has dicho que incorporas arena en tu obra. Es increíble tu técnica del fresco, muy moderna, donde creas colores debajo de la superficie, después añades una capa similar al estuco, que luego parece que sangrara a través de ella. ¿Nos puedes hablar un poco sobre esta técnica? AB: Dependiendo del tamaño de la tela, vacío dos o tres galones de colores acrílicos y, frescos todavía, los muevo un poco. Después, tomo arena o marmolina y cubro todo. No quedan colores en la superficie. Luego, mezclo pegamento blanco con agua y pigmento y lo vacío. Comienzo a darle colores diferentes y termino mojándolo todo. Más tarde hago la segunda capa de marmolina y arena, y repito el proceso. Al final meto hasta arriba una capa lisa sin color y la imprimo con un papel para que se pegue. En dos o tres horas, dependiendo del clima, la pongo en vertical, la rasgo con un clavo, la golpeo por detrás y explota. Sé exactamente dónde pegarle, porque ya tengo las marcas del grafiado que previamente hice. HD: Mi siguiente pregunta se relaciona con tu rol de figura señera, mentor de dos grandes generaciones de artistas tijuanenses. ¿Cómo consideras que debe ser la enseñanza? ¿Es una obligación enseñar o crees que tu obra informa por sí sola? ¿Se beneficia tu trabajo durante el diálogo que se genera en la enseñanza? AB: Enseñar es una pasión para mí, a pesar de haber jurado muchas veces que no volvería a darle clases a nadie. Cuando llegué a Baja California venía —si no dolido de cosas que pasaron en la Ciudad de México— cuando menos sí decepcionado. Entonces juré no volver a dar clases en ningún lado. Cuando iniciaron labores en la Universidad Autónoma de Baja California (uabc), me rogaron que diera clases ahí. No fui por el sueldo, sino porque me enganchó otra vez la pasión que tengo por enseñar y comencé a dar clases en la Universidad en Tecate. Poco después me llamaron del Centro Cultural Tijuana (cecut), porque se había abierto un estudio donde pinté el mural del teatro, y ahí enseñé a mucha gente. Para mí, la pasión de enseñar es


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lo máximo. No estoy diciendo que soy buen maestro. Llegué en el momento justo a Tijuana y llegó a mí la gente precisa para que pudieran emerger dos o tres etapas de la plástica en Tijuana. Enseñar para mí es una pasión y lo sigue siendo. A veces pienso que pierdo el tiempo, pero no es así; es un alivio, una catarsis, igual que pintar. HD: Siempre me ha interesado cuando platico con los artistas, averiguar de dónde surgió su interés por el arte. ¿A tus padres les gustaba la pintura o cualquier manifestación del arte? ¿Tuviste algún maestro que inspirara tu interés por el arte? ¿Conociste a algún artista, cuando joven, que fuera tu modelo a seguir? AB: Nadie ha influido en mí. Mi hermano es químico, como lo fue mi padre. Todos en mi familia son profesionistas que ejercen en Sinaloa o en la Ciudad de México. Yo fui el único vago que se dedicó a pintar. Mi interés surgió solo, en parte para tratar de compartir lo que sentía cuando comencé a pintar y mostrárselo a alguien para ver si le provocaba algo. Creo que son ganas de que la gente comprenda el arte y lo sienta como yo lo sentí. Por ejemplo, Jaime Ruiz Otis llegó conmigo hace 14 años, medio desorientado, y lo introduje en el arte, y ahora ahí está. Así he tenido mucha gente que —no por mí— sino porque se acercaron en un principio a mí, han llegado muy lejos y eso me da mucho gusto. Es uno de mis orgullos. También pienso que hubo un periodo en el cecut muy importante para artistas como yo, Marcos Ramírez «Erre», Franco Méndez y César Hayashi. Tenía un amigo español muy cercano, Luis Moret, con el que me reunía todos los días. Moret era muy sarcástico, pero brillante en sus conceptos, y teníamos largas

charlas sobre arte. Una propuesta plástica se gestó en la cafetería del cecut y luego en mis talleres. Hubo una influencia de aquel ambiente, y para todas las disciplinas artísticas locales la cafetería del cecut fue muy importante. HD: Con esta exposición del cecut tienes la oportunidad de observar un amplio abanico de tu obra. ¿Cambió la forma en que ves tu propio trabajo? ¿Qué aprendes del momento preciso en el que contemplas tu obra expuesta? AB: Creo que siempre estoy reflexionando sobre mi arte y buscando cosas nuevas dentro de lo que soy. La exposición en El Cubo (del cecut) fue muy satisfactoria. El curador fue muy importante, él consiguió una imagen de mi pintura y mis texturas que nunca nadie había logrado en una exposición. He tenido otras exposiciones muy importantes también, quizá con una selección más vasta de obras, pero el concepto que Springer consiguió fue genial, muy interesante, y al mismo tiempo, arriesgado. No es fácil pintar una galería de negro para montar obra plástica. Creo que lo que ayudó a Springer a darle carácter a la exposición fueron mis texturas y, en especial, la selección que hizo de distintas etapas de mi vida. Seguiré buscando indefinidamente quién soy y quién quiero ser. El pintor que se agota antes de tiempo, muere en ese instante, aun cuando tenga 20 años y siga pintando 50 años más. Soy un explorador de técnicas inagotable, de mis «neofrescos», como los bautizó Raquel Tibol. Lo que más me hubiera gustado es algo que dijiste en la apertura de la exposición: «Esta exposición debería quedarse permanentemente en el cecut». Porque mucha gente aprendió a ver las texturas. Mucha gente me ha felicitado y me ha dicho: «Es increíble lo que vi en el cecut». Si estas personas hubieran visto la exposición en cualquier otro espacio, común y corriente, y no con el concepto que Springer le dio, hubiera pasado lo de siempre: la gente la hubiera visto de pasada. El propósito que Springer se planteó fue: «Quiero que la gente aprenda a ver una pintura», dijo. «No pido mucho. Quiero que la gente se pare frente a cada cuadro y observe lo que está viendo». HD: Sí, estoy de acuerdo. Hizo que todo mundo se detuviera a mirar. Al tener solamente una pintura frente a ti, te enfocas de verdad, sin el diálogo que se genera y distrae entre las obras cuando son muchas. Fue un hermoso trabajo de curaduría. AB: Le hablé a Springer hace cuatro días y le dije: «Oye, lograste lo que querías». «No», me respondió, «Fue tu pintura la que lo logró». La entrevista fue realizada en dos idiomas, Hugh Davies hizo las preguntas en inglés y Álvaro Blancarte respondió en español. La entrevista original fue editada y traducida (las preguntas al español y las respuestas al inglés) por Jessica Jeanette Carrol Corrales y Alfonso Villegas León. Las dos versiones (en español e inglés) fueron incluidas en el catálogo bilingüe de la exposición Desierto adentro. Visión pictórica de Álvaro Blancarte, editado en agosto de 2014. Tomado de Vigencia de la materia, coedición uas/ uabc/ isic/ cecut, 2015.

Hugh Davies. Director del Museo de Arte Contemporáneo de San Diego.


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Carne-acero Alberto Melena Contemplo el reflejo de quien soy. ¿Por qué me envuelve carne-acero, por qué tengo entrañas brunas?

No quiero ser daño colateral para la inocuidad en Siria, brío en manos incipientes en una escuela.

Por qué en mi interior viaja un brío explosivo capaz de abatir a la gente con la fricción de mi piel.

No quiero ser proyectil quebranta voces llenas de hambre, donador de miedo en Avenida del vacío.

Por qué penetré en los ojos de la inocencia, e irrumpí en la ilusión del hombre. Por qué sembré en la madre la simiente de tristeza y dejé desprovistos a los párvulos. No quiero ser instrumento de aflicción o hado mutila sueños. No quiero ser óbito de la existencia, entrada al éter. No quiero ser zarpa de la muerte.

Alberto Melena. Ha publicado poemas y minificciones en diversos medios, revistas literarias y antologías. Cuenta con dos poemarios: Nidema y En el orgasmo de la palabra; y un libro de minificción: Un cuarto para saber qué pasa.

No quiero ser acero ejecutor de la diversidad la rabia de un 22 en una noche de motel. No quiero ser un error disparado.


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Pecado, de Laura restrepo: La culpa y sus mascaradas C OMO PO C O S E S CR I TOR E S H I S PA N OA M E R IC A N O S C ON T E MPOR Á N EO S , L AU R A R E S T R E P O H A DEJA D O E V IDE N C I A S PA L PA B L E S DE L A E VOL U C IÓN DE S U T É CN IC A N A R R AT I VA , A L A V E Z Q U E H A M A N T E N ID O V IG E N T E S C I E RTA S PR E O C U PA -

Moisés Elías Fuentes

C ION E S F OR M A L E S Q U E S IG N A N S U DI S C U R S O. DE L R E A L I S MO M ÁG IC O R E F L E JA D O E N S U S PR I ME R A S N OV E L A S ( L A I SL A DE L A PA S IÓN, L E O PA R D O A L S OL ) , R E S T R E P O T R A N S I TÓ A L A E X PE R IME N TAC IÓN T É CN IC A , S OB R E TOD O E N L O R E F E R E N T E A L M A N EJO DE DI S T I N TO S N A R R A D OR E S Y A L A S RU P T U R A S DE L T I E M P O N A R R AT I VO ( L A MU LT I T U D E R R A N T E , DE L IR IO ) . TA L E S R E CU R S O S E S T IL Í S T IC O S H A N F U N C ION A D O C OMO B A S E PA R A L A M A DU R AC IÓN DE L A S PR E O C U PA C ION E S F OR M A L E S DE L A AU TOR A , DE L A S C UA L E S DE S TAC O D O S : L A E X PL O TAC IÓN E MO C IO NA L DE L S E R H U M A N O P OR E L S E R H U M A N O Y L A A MB IG Ü E DA D DE L A C U L PA . Y S ON E S TO S D O S T E M A S L O S Q U E C A MPE A N E N PE C A D O, C OL E C C IÓN DE CU E N TO S PU B L IC A DA P OR L A E S C R I TOR A C OL OM B I A N A E N 2 0 1 6 .

Compuesto por siete cuentos, un prólogo y un epílogo (llamados ambos «Peccata mundi»), Pecado gira en torno a una de las obras más enigmáticas de la historia de la pintura: El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch. A partir de la presencia, a veces casual, a veces premeditada, del tríptico en las vidas de los personajes, Restrepo se interna en las formas con que se manifiestan los llamados pecados capitales en la cotidianidad. Los relatos de Pecado abren y cierran como si fueran los capítulos de una novela en la que los protagonistas son los pecados capitales, que andan y desandan por las vidas de hombres y mujeres de diversos estratos sociales, enlazados solo por la presencia de los pecados en el transcurso diario de sus existencias. Ágil en lo referente a la composición de las tramas, Restrepo confunde a los lectores al filtrar en los relatos aspectos comunes que en apariencia interrelacionan a los personajes. Sin embargo, los que en realidad interactúan son los pecados, comprendidos por la narradora según la definición de la teología católica, que los nombra capitales porque son el origen, la cabeza, para el surgimiento de nuevos pecados. De hecho, el prólogo del volumen, «Peccata mundi 1», es una reflexión a dos voces llevada a cabo por una joven del siglo xxi y el ya cansado y enfermo Felipe II, recorriendo ambos las minuciosas representaciones del paraíso y del infierno concebidas por Bosch: «Philipus Rex debe temblar ante la perspectiva de condenarse él mismo, humano al fin y al cabo, pese a su empecinada cruzada por impedir que el mal y la herejía infiltren en su Imperio. O quizá por eso mismo. Irina intuye en él un pánico sacro al tormento del fuego, que tantas veces ha infligido a los demás». En tanto que el Jardín ha sido posesión de Felipe, quien debía mirarse allí como en espejo, Irina lee todo lo que encuentra sobre el personaje y se obsesiona al punto de que acaba soñando con él.


24 A partir de las meditaciones esparcidas en «Peccata mundi 1», Restrepo desata en los siete relatos a los pecados capitales y a sus derivaciones. Pero sobre todo, la colombiana deja a la vista los múltiples recursos que despliegan hombres y mujeres para satisfacer los impulsos pecaminosos. Así, en «La promesa», una adolescente que no tiene comunicación con su madre y que no conoce a su padre, se entrega plácida a la fantasía de ser rival y cómplice de su madre, amante e hija de su padre, fantasía que termina de golpe, sojuzgada por la terrible mirada del tríptico de Bosch: Al frente tenía El jardín de las delicias, que ahora me miraba. El cuadro me miraba a mí, como envolviéndome, o tragándome viva con sus miasmas del pecado. Los estados alterados se reproducían en la pintura y fuera de ella. ¿En qué clase de bicho me estaba convirtiendo? El viejo Bosco, mi amigo, de pronto era una amenaza. O una advertencia. Como preconiza la doctrina católica romana, los vicios capitales engendran otros vicios, por lo que los personajes de Pecado se entregan no a uno sino a diversos pecados. La lujuria es el pecado que pierde a la adolescente de «La promesa», pero también la ira y la envidia, que la llevan a convertir la figura paterna en una idealización erótica. En otros casos, lo que pierde a los personajes es la idealización del poder, es decir la soberbia, que es la que pierde a Arcángel y a su madre, los protagonistas de «Lindo y malo, ese muñeco»: Es asunto complicado. Por aquí el amor de madre por el primogénito es como el de María por Jesús, entreverado de pasión y de renuncia, a sabiendas de que el hijo va a morir, y dejando que suceda. Como si estuviera escrito y no tuviera remedio. Madre e hijo entrelazados en un mismo juego de amor y de muerte, apostándole, cómplices, a una misma ruleta de sangre. Mientras que en cinco de los relatos predomina la narración en primera persona, en otros dos, «Las Susanas en su paraíso» y «Lindo y malo, ese muñeco» se asoma una variante del narrador testigo, pues se trata de dos narradores que reconstruyen, entre verdades y mitos, las vidas de los pecadores. Como contraste, en el prólogo y el epílogo emerge la voz del narrador (o narradora) omnisciente, que nos describe las ideas y dudas que cruzan por el pensamiento de Felipe ii, rey de España, Portugal, Nápoles y Sicilia. Esa voz omnisciente, que devela los mundos interiores de los personajes, sin embargo, se niega a revelar ante nuestra lectura las certidumbres y las falsedades que alternadamente vivifican y atormentan las almas de los pecadores. En lugar de ello, el narrador (o narradora) se solaza mostrando la derrota moral de reyes y comunes, caídos de la gracia divina y condenados sin haber llegado siquiera a ser ángeles: Felipe no sale de Palacio: se ahoga en resonancias. Los aullidos de un perro realengo. El tictac de los muchos relojes. Los pasos del muchacho en la torre. Los rezos de los monjes. Desde la ventana, observa los restos de su Imperio. Para gobernarlo se hunde en minutas, tratados, informes; se le van las horas meditando, consultando, dudando, aplazando decisiones que finalmente no toma. Perspicaz en la descripción de hombres y mujeres que se sublevan a la simpleza de su vida cotidiana, Restrepo también lo es en la construcción de las narrativas alternas con las que hombres y mujeres intentan reinventar sus existencias, pero, sobre todo,

darle sentido y lógica a vidas limitadas de antemano por leyes tan contradictorias, feroces e incomprensibles como la contrarreforma religiosa impuesta a sangre y fuego por Felipe el Prudente en sus vastos dominios. Esto explica la actitud ambivalente de varios de los personajes ante sus pecados; he ahí el adúltero tardío que protagoniza «Olor a rosas invisibles», quien, en lugar de ser destrozado por los remordimientos, encuentra por fin el equilibrio entre el deseo extemporáneo satisfecho y la vejez recién llegada y, ahora por fin, bienvenida: —Increíble —me contó él que había comentado ella-. Es la primera vez en toda tu vida que me traes de un viaje un regalo que me guste, que se adecúe a mi edad y que me quede bien al cuerpo. Yo misma no la habría comprado distinta. Si no tuviera una confianza ciega en ti, juraría que esta blusa la escogió otra mujer. Libro profuso en referencias intelectuales e históricas, con notable agilidad discursiva la autora elude en Pecado el academicismo acartonado, y en cambio ofrece páginas tan seductoras como las que conforman «Peccata mundi 1», en las que observamos al todopoderoso Felipe II convirtiéndose en el fantasma de sí mismo, atrapado por los contrasentidos de su propia majestad: El Rey muere en la madrugada de un 13 de septiembre, cuando faltan dos años para que termine el siglo. Algún tiempo después, alguien descuelga el cuadro de los aposentos reales para llevarlo a un museo. A partir de ese momento, Felipe pierde el derrotero. Vaga por la pavorosa belleza de su Palacio como un alma en pena, perdido en un laberinto de culpas y acosado por la sombra de sus pecados. En las páginas de Pecado, se advierte la presencia de Alejo Carpentier en la prosa de Restrepo; presencia de lo real maravilloso, notoria especialmente en la cuidadosa y elaborada descripción de la etopeya particular de cada personaje, que actúa como contrapeso al realismo mágico de Gabriel García Márquez y al hiperrealismo de José Saramago, dos autores pilares para el desarrollo literario de la colombiana. Este contrapeso también permite a la autora plantear dos preocupaciones formales muy caras a su narrativa: la explotación emocional y la ambigüedad de la culpa. Explotación emocional, porque hombres y mujeres empujamos al límite el compromiso emocional de los otros, los sometemos a pruebas de afecto desproporcionadas, al punto de pervertir la sensibilidad en llaga y el amor en derrota de la voluntad. Ambigüedad de la culpa, porque los pecados no son acciones solitarias, sino hechos oscuramente compartidos, ambiguos en tanto que oscilamos entre la ingenui-


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dad y la corrupción, porque el abismo atrae y aterra, porque anhelamos la salvación pero nos seducen las llamas condenatorias. Este constructo de explotación y ambigüedad, de repulsión y seducción tiene uno de sus puntos más altos en «Pelo de elefante», donde un hombre del que solo sabemos que se llama Marcos, recibe o cree recibir la autorización divina para transformarse en brazo ejecutor a sueldo del crimen organizado: Una sola vez he visto a Dios. Era una mujer flaca, desnuda de la cintura para abajo, y bailaba frente a una pila de basura ardiente. Me escogió para adjudicarme un oficio: Empuña el hacha, me dijo, tú serás mi vocero. Una mujer joven pero demacrada, o descangallada, como dice el tango. Su vello púbico, ralo y rubión, desafiaba el aire frío de la noche, y su sexo se abría con indiferencia. Eso era Dios, o lo que quedaba de él. Singular guiño de ojo de la autora, el Dios al que obedece el asesino es bisexual, ambiguo, hierático en su decadencia y su indeterminación. Por sujeción a ese Dios desdibujado, el sicario se despoja de su impersonalidad cuando decide nombrarse como La Viuda, denominación cargada de referencias históricas y de ironía: La Viuda es mi nombre de guerra. Así bautizó la Revolución francesa a la guillotina: la viuda. El alias lo escogí para mí, pero se lo ganó mi hacha, que queda viuda del que va decapitando; me gusta susurrarle que los hombres pierden la cabeza por ella. Al cuchillito de filo diamantino que utilizo para el golpe de gracia lo llamo Misericordia, mismo nombre que el genio de Caravaggio pintó en su ejecución del Bautista. Al compartir su nombre de guerra con el hacha que utiliza como instrumento de ejecución, el asesino la convierte en su yo femenino, así como al llamar Misericordia a su cuchillo, se transforma en un ser caritativo que observa las virtudes teologales

(fe, esperanza, caridad). El pecado de La Viuda no consiste en los asesinatos que comete, sino en el deseo de ser magnánimo como Dios. Su pecado, la soberbia, recibirá castigo por su desobediencia. Ideado y construido por Laura Restrepo como una serie de circunstancias conexas, en las páginas de Pecado asistimos a un repertorio de atropellos, en el que por igual se transgreden las convicciones y las emociones, y en el que hombres y mujeres intuyen su lugar y su castigo en El jardín de las delicias. Una muestra más, de la solidez creativa de la colombiana, digna continuadora de una tradición de vigorosos narradores.

Moisés Elías Fuentes. Poeta y ensayista. Crítico literario en revistas y suplementos culturales de México, Nicaragua y España.


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II

Signos Víctor Argüelles I Atrás de todo silencio se costura una palabra. : es a v e con premura de morar, signo en los trazos del aire. Quise soñarte, me hice de formas secretas, arranqué a una nube su rastro. Pendenciero, caído en la fe, cercené del río sus brazos. Me hice maleza en esperar tu signo primero.

Fue de arena y dictaba tu olvido. El instante que pide ser librado. De arena también el cuerpo creyó estar en el hechizo. Incrédulo se batió en los cristales salpicó su deseo donde se moldeaba tu rastro vacío. Ahora arrepientes tu minuto instante en el sonido inválido.

Maraña de silencio segundo a segundo

Tu signo segundo aterriza en campo abierto

Segundo a segundo r o b a palabras

Segundo a segundo apalábrame r o t a.

Víctor Argüelles. Poeta y pintor. Estos poemas pertenecen al libro Signos de espera.


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Un año sin Internet Pa u l a N at a l i a d e A n d a Va r g a s Quería quedarse en Internet un rato más. Sus actividades en línea apenas variaban: se limitaban a Facebook y Wikipedia. Berta odiaba la obsesión internauta de Perla. No se explicaba cómo la adolescente podía sonreír, hacer muecas e incluso soltar carcajadas frente al monitor. No entendía cómo el plástico, el cristal, los cables y los chips eran capaces de emocionarla al punto que ella, su madre, ya no podía. Esa noche su mamá la cachó despierta frente a la computadora. Perla había perdido la noción del tiempo. «Perdí la noción del tiempo.» Era su excusa favorita, y como no usaba reloj de mano creía que le quedaba muy bien, pero nadie más lo creía. Cuando su mamá la escuchaba decir que perdió la noción del tiempo y que además inserte pretexto aquí, ponía los ojos en el cielo, echaba un suspiro y se consolaba con que al menos ella aún se mantenía de este lado de la ingenuidad. Que no era como su hija, capaz de tragarse esa vulgar excusa. Cuando Berta entró al estudio, su hija seguía allí, frente a la computadora, exactamente en el mismo lugar que hacía cuatro horas. La había desobedecido descaradamente y, por si esto fuera poco, la había despertado a la media noche con sus insistentes tecleos de puberta adicta a la tecnología. Berta desconectó el cable de la computadora y le gritó enfurecida: «¡Un año sin Internet». Salió del estudio y se volvió a dormir. La reacción de Perla ante el incidente fue mucho más funesta. Un año sin Internet. Así como los tecleos que habían despertado a Berta hacían eco en esa casa demasiado grande para dos personas, esas cuatro palabras retumbaban en su cabeza. «Un año sin Internet, ¿qué voy a hacer?.» Se arrepintió de todos los minutos que conformaron esas últimas cuatro horas desperdiciadas frente a esa cochina máquina. Berta tenía razón. Cablecitos, chips, plástico, alambres y fierros ensamblados en algún país asiático. ¿Dónde? ¿Cómo había permitido que esa máquina fabricada quién sabe dónde se apoderara de su tiempo? Un año sin Internet. No. No. ¡No! ¿Y ahora qué haría con su tiempo?

Frustrada como estaba, Perla se olvidó de todo consuelo. No alcanzaba a comprender que ese castigo podría suponer una fortuna más que una desgracia; sin Internet tendría tiempo de sobra para practicar lo que había absorbido de Wikipedia. Ignoraba que en el cuarto donde perdía la noción del tiempo todos los días había 15 libros de cocina con los que bien hubiera podido volcarse en la gastronomía sin tener que usar Google. De hecho, Perla no le había puesto mucha atención al montón de libros empolvados en las repisas del estudio, porque apenas entraba, se sentaba frente a la computadora y no despegaba los ojos del monitor. La segunda idea que se le escapó a Perla es que en realidad el castigo no era real. Al pronunciarlo, Berta estaba más bien adormilada y seguramente al día siguiente no recordaría la condena. Solo era cuestión de esperar unos cuantos días de hija abnegada, no se haría mención sobre el incidente de esa madrugada y todo quedaría en el olvido. Pero las fúnebres palabras seguían chocando contra su cráneo. Un año sin Internet. Pensó que no era tan mala idea acabar con su vida de una vez y de paso torturar a su madre con la culpa, pero enseguida desechó el plan porque jamás tendría el valor de hacerse daño con un objeto punzocortante y no se le ocurría otra herramienta para matarse además del cuchillo de la cocina. Luego pensó que podía irse de su casa. Esa idea tenía un dejo de romanticismo que la excitaba. Lo había visto en tantas películas. De las caricaturas de su infancia recordaba cómo los personajes reunían todas sus pertenencias en el centro de una sábana, la anudaban de los cuatro extremos, le clavaban a un palo de madera, se echaban el palo al hombro y se marchaban. Había llegado el momento. El sueño de todo niño y de todo adolescente: la fuga del nido. Escarmentar a sus progenitores con la angustia, saborear sus súplicas, sus por favor regrésate m´hijit@. Alistaba su maleta y pensaba en su destino. Sí, iría a la casa de Denisse, su mejor amiga, le explicaría que había huido y ella y su mamá la recibirían con leche y quesadi-


28 llas. Aunque era de madrugada, resolvió llegar a casa de Denisse sin avisarle por teléfono; eso significaría hacer demasiados preparativos y Perla deseaba conservar cierto nivel de aventura. Imaginaba los encabezados en los diarios del siguiente día: «Tras castigarle el Internet por un año, madre arrepentida busca a su hija». Solo le faltaban los calcetines para terminar de hacer la maleta. Y entonces sonó su celular. Era un mensaje de texto de Beto, su primo, curiosamente a las tres de la mañana. «t tngo q contar. FBchat righ now!.» Perla respondió con un insípido «luego». Pero Beto insistió: «Es s/ Adrián.» El asunto era urgente. Perla tenía que entrar al chat de Facebook en ese instante. Olvidó al personaje de su caricatura de la infancia cargando un bulto al hombro, olvidó el encabezado en los diarios del siguiente día, olvidó su libertad. Nada importaba otra vez salvo la urgencia de ubicarse frente a la pantalla. Otra vez los cablecitos y los pedazos de fierro trabajando para nadie más que para ella. Otra vez ese cosquilleo en las yemas de los dedos y ese aliento contenido y su corazón cada vez más grande adentro de su pecho. Adrián volvió al Tae Kwon Do y preguntó por ti. Tal era la noticia que, según Beto y según Perla, no podía esperar. Se resumía exactamente así, con esas 10 palabras, pero los primos chatearon durante horas para comunicarse los detalles, los sueños, los planes, las suposiciones, el pasado y el futuro. Y mientras la conversación de los primos sucedía en alguna orilla del cibermundo, en otra orilla un bloggero posteaba que según una investigación neurológica, al usar una Macbook se activan las mismas zonas del cerebro que cuando una persona se comunica con un poder superior mediante la oración. Otro bloggero en algún otro punto del cibermundo escribía que aquello que nos otorgaba el pensamiento mágico y la religión, había sido reemplazado en las recompensas del cerebro por la tecnología y sus gadgets. Si por un milagro Perla hubiera cerrado el Facebook y hubiera navegado por la Web hasta dar con alguno de esos dos bloggeros, seguramente habría exclamado un ah reventado de incredulidad. El sol se asomó a las cinco de la mañana, pero las cortinas del estudio eran demasiado gruesas para que Perla lo notara. Los primos se despidieron: carita feliz, carita guiño. Beto cerró la pestaña de Facebook y abrió Tumblr en lo que se bajaba la discografía completa de Radiohead, aunque solo escucharía las mismas tres canciones por los siglos de los siglos. Perla se quedó en Facebook viendo las fotos de Adrián, leyendo su muro, conservando la esperanza de ver una publicación nueva cada vez que actualizaba la página. Atrás, muy atrás, había quedado su sueño de fuga. En un descuido, su mirada volteó a la esquina inferior derecha de la pantalla y descubrió unos dígitos extraños. No estaba segura de haberlos visto antes. Marcaban las 06:30 a.m.

Cuando Perla estaba en primero de primaria, todos los días se despertaba a las 06:30 de la mañana con un reloj despertador que tenía forma de robot y lanzaba destellos y ruidos ensordecedores para despertarla. Adormecida aún, se volteaba hacia el aparato y lo desactivaba. «Hora de levantarse», pensaba mientras se estiraba y bajaba los pies al piso. Ahora, pasados unos años, volvía a ver los mismos dígitos, ya no en el despertador sino en la esquina inferior derecha del monitor, pero la sensación era la misma: «Hora de levantarse». ¿Había estado durmiendo? Ya no lo sabía. El ritual completo se asemejaba a una sesión de hipnosis y cuando al fin despegaba los ojos de la computadora y la apagaba, sentía una extraña sensación de descanso artificial. Salió del estudio y se acostó en su cama sin lavarse los dientes. Soñó que perdía la virginidad con un Adrián mitad humano mitad eléctrónico, cuyo aliento olía a los fierros de una computadora. El lunes por la mañana, Perla buscó desesperada la falda de su uniforme. La encontró en la maleta que había dejado a medio hacer esa noche, la noche del sueño de fuga. La sacudió para quitarle lo arrugado y le encontró una mancha de pasta de dientes. Prendió su computadora y buscó en Google «Quitar mancha de pasta de dientes». Removió la mancha y se puso la falda. Su mamá la llevó a la escuela.

Paula Natalia de Anda Vargas. Escritora. Becaria del fonca para Jóvenes Creadores Edición 2017.


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Emociones al viento María Luisa O lvera M a g aña I

II

Una mirada despierta las sensaciones dormidas

«Sería un idiota si se hace amigo de monstruo», escuché la frase.

un corazón ansioso de que alguien lo colme del elixir dedicado a los elegidos. Años enteros sin encontrar la fuente de miel Deseo. Para reconocerte me basta tu palabra que cimbra mi seda virgen

Los príncipes no se hacen amigos de los troles. Hércules se quedará en el libro. Caronte vendrá a mi encuentro. Hasta el fin de los tiempos tus manos y las mías se reconocen, tus ojos no pueden huir de los míos. Me pongo a temblar. Lo mejor es alejarse.

Pero a los girasoles nada les dice la luz de la luna Tu ausencia consume mis pocas alegrías Llegué a confundirte con el sol; eres un cometa que se aleja. No hay oportunidad de conocerte. Sigo en la oscuridad Algo ha sido cercenado de tajo, acercarme es doloroso.

El pincel de Botero no compite con la talla xs. La estupidez y el ingenio conviven en la misma vasija. Dejan un tango mal bailado, corazones que bailan a golpes de metralla. ¿Qué sigue ahora?

Comprendo a La Bestia cuando La Bella lo abandona. No soy cortesana danzarina a los pies del rey. Prefiero ser Scherezada. Justo estallan tus oídos. María Luisa Olivera Magaña. Textos suyos aparecen en las antologías Ráfagas de nombres y Antología patasalada.


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Poemas G e o va n n i Osuna Tirado

Vlll Los vestigios de tus noches, Scheherezada, emulan el sacrificio de la sobrevivencia que desemboca en la pérdida de las rosas marchitas; en el laberinto de la ficción del Minotauro. Donde se reúnen los amantes con pesadumbre por el tiempo pedido y jamás otorgado. XVl Te veo en la espera de las horas finales. Contemplo en tus ojos el cansancio de la jornada fallida. Sigo a tu lado para realizar la pregunta que muestre las coordenadas precisas. Al fin me quedo sin el mapa de navegación de otra vida.

Geovanni Osuna Tirado. Ha tomado cursos en los talleres de Vicente Quirate y Eduardo Antonio Parra.


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Los laberintos del sonido Jassef Alejandro Balderrama Jiménez E N U N A TA R DE L L U V IO S A , U N HOM B R E S E N TA D O E N L A S A FU E R A S DE U N C A F É PA R I SI N O S E DE B AT Í A C ON S U S I N T E R IOR E S S O BR E CUÁ L E S E R A N L A S C UA L I DA DE S M Á S NOBL E S DE L S ON ID O. L A S C A M PA N A S DE L A A N T IG UA C AT E DR A L DE N O T R E DA M E S O NA B A N TA N TO E N S U S OÍ D O S C OMO E N S U C OR A ZÓN , Y PE N S Ó :

—La transparente belleza del buen movimiento modulante, la claridad angelical de los intervalos de quinta y octava, ¡Sí! Esa es la cualidad más noble del sonido, encontrada hace más de mil años en las abadías por los ilustres monjes medievales. ¿Cómo no ver la luz? Si la luz es la pureza medieval al servicio absoluto del señor de la luz. ¡Por fin he encontrado las cualidades más nobles del sonido! Pero entre los interiores del hombre siempre se esconde una voz que actúa de Mefistófeles, y la de este hombre le susurró: —¿De verdad rindes tu búsqueda ante lo simple? Esas campanas y sus intervalos inmaculados sonarán hasta que el padre tiempo decida marchitar la imponente arquitectura, y en los tratados donde yace la letra eterna


32 los hombres leerán que lo «puro» y la «buena modulación» son las cualidades más nobles del sonido. ¿No te parece un tratado muy vacío? El hombre tomó su taza de café sarraceno y al dar el primer sorbo se percató que un grupo de personas vestidas de ministriles hacían música al tañer sus instrumentos de construcción arcaica; el laúd de pera tan francés como la guillotina desprendía sonidos tan dulces como la uva de Aviñón; los panderos formaban ritmos juguetones como el alma de los niños; las ocarinas tiernamente acariciaban los oídos con las sonoridades que producían y las voces masculinas enamoraban a las jóvenes con canciones paganas. El hombre pensó: —La fiesta, la diversión, el amor que profesan los bardos a sus amadas, ¡eso es! La ligadura entre la palabra y el sonido producen música, la unión entre la festividad y el sonido producen danza y música. Esas son las cualidades más nobles del sonido. ¿Cómo no lo vi antes? La literatura es la amante más vieja del sonido, ya que los poemas se recitan y las canciones se cantan, cuántas lágrimas de amor no desprendían las palabras acompañadas de recitativos, cuántos valientes caballeros blandieron sus espadas porque las damas se los solicitaban cantando. Y ni hablar de la vox populi universal: la fiesta, celebraciones de dioses o himeneos por millares. Solo la tierra y las rocas pueden contabilizar las consecuencias de la danza y el sonido. ¿Acaso existen noblezas más grandes? De entre las fauces de los interiores del hombre la voz con voz más ronca y presencial exclamaba: —Qué fácil es desprenderse de la nobleza entre los cánticos bestiales y la idolatría; cuántos nobles no se desangraron en los campos de Falkirk porque un «ser» les cantó sobre la libertad y sus beneficios; cuántos hermanos han traicionado a sus patricios por susurros de mujeres o cuántas damas no han muerto en la soledad por esperar el canto de su hidalgo. Dudo que con estas acusaciones el «legato» del sonido con la literatura o la unión de la festividad y el sonido sean siquiera una clase de cualidad. El cielo gris de París empezó a llorar y el hombre con figura grave decidió sentir el tacto del agua por si el agua

le otorgara alguna epifanía que lo sacara de los laberintos del sonido. Pero la lluvia después de un rato venció la voluntad del hombre y este decidió entrar al edificio. La arquitectura de la nueva estancia del hombre era de construcción parecida al palacio de Las Tullerías. El hombre se sentó en la mesa más escondida del angosto salón, miró con melancolía los tapices verdes con ornamentos árabes que decoraban las paredes, y se dedicó a suspirar hasta quedar dormido. Entre sueño y sueño una tenue melodía lo sacó de los brazos de Morfeo y al dar la primera vista notó que en la esquina contraria a él había un templete con dos músicos tocando alguna obra de Gabriel Faure; era un violinista viejo y con el violín lleno de costras de brea que tapaban el color natural de la madera; el otro músico era un pianista joven que tocaba un piano viejo y con algunas teclas vencidas. Los dos músicos solo podían aspirar a pedir limosna por su arte. Entre obra y obra pedían con voz tímida: —Una limosnita, por el amor de Dios. Acto seguido ni una moneda caía. Sin embargo, las caras tristes de estos músicos empezaban al terminar la obra y pedir; y por obra misteriosa sonreían al empezar la siguiente pieza. El hombre nunca había observado una sonrisa más sincera y más bella. El rostro del hombre se llenó de lágrimas y su corazón de felicidad. Entonces el hombre razonó: —Soy y fui más feliz por un instante que toda esta gente en toda su vida. La felicidad de interpretar sonidos por parte de los músicos me invadió y fui feliz. Por fin encontré la salida a los laberintos del sonido. Acto seguido, el hombre salió del lugar para nunca más ser visto de nuevo en el café parisino. Pero las voces de los interiores del hombre se quedaron a escuchar a los músicos y a los comensales debatir sobre cuál es la cualidad más noble del sonido.

Jassef Alejandro Balderrama Jiménez. Estudiante de la Licenciatura en Guitarra Clásica de la Escuela Superior de Música del isic.


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Ichtus

Jorge Postlethwaite 77 Un rumor sostiene que Ernest Hemingway es miembro honorario, aunque póstumo, de la sociedad Rhipidon. Parece incongruente que una cofradía que venera al pez pueda cobijar a Hemingway, quien sacrificó a miles de peces en expediciones de pesca, pero Hemingway era pugilista, un hombre definido por la batalla y por lo mismo guardaba el mayor respeto para sus oponentes marinos. Los peces espada fueron sus predilectos. Representan la fuerza, valentía e intrepidez asociada con Hemingway. Estos peces lo cautivaron, como él a ellos, pero la batalla final, la determinante, la ganaron los peces porque conquistaron su imaginación y lo marcaron para siempre. Hemingway sería miembro póstumo de la sociedad Rhipidon, porque nunca supo de ella. El nombre apareció publicado por primera vez exactamente una década después de su muerte en la novela Valis del escritor Philip K. Dick. En esta obra catalogada como ciencia ficción, la sociedad Rhipidon está integrada por un grupo de amigos embarcados en una travesía espiritual donde descubren al nuevo mesías, o eso piensan. La odisea descrita en Valis es detonada por el símbolo de un pez. Si Hemingway hubiera leído la novela Valis, o hubiera escuchado sobre este relato extraño de una secta que rinde culto al pez y se prepara para un apocalipsis, quizá se hubiera reído o desconcertado. Es divertido imaginar el encuentro entre Philip K. Dick y Ernest Hemingway. A pesar de la gran

diferencia de edades, fueron contemporáneos. Sus vidas se cruzaron. No hay evidencia de que se conocieron, pero tampoco se puede rechazar que sí hubo encuentro a bordo de Pilar, el yate mítico de Hemingway, en un día soleado del Caribe con el mar cristalino extendiéndose hasta el horizonte y una brisa salina acariciando sus rostros. Philip K. Dick plantea sus teorías metafísicas que conforman la premisa de Valis, donde nace la sociedad Rhipidon. Puedo imaginar a Philip K. Dick sintetizando la novela inspirada en una epifanía que tuvo, hablando de profecías, conspiraciones, credos, Dios, religión, Salvación y para cerrar: un láser rosa que transmite información desde un satélite espacial. ¿Qué hubiera pensado Hemingway? ¿Se hubiera alarmado? ¿Soltaría una carcajada? ¿O cambiaría de tema? Porque Hemingway no decantaba por la ciencia ficción. La mayoría de sus libros son de un realismo crudo. Sus temas predilectos: guerra, muerte y amor. No comulgaba precisamente con las especulaciones futuristas de Philip K. Dick, pero quizá sí le habría interesado la secta Rhipidon porque venera al pez. Cuando murió Hemingway, antes de cumplir 72 años, Philip K. Dick tenía apenas 33 años. Se supone que Hemingway no alcanzó a leer las publicaciones de Philip K. Dick. Pero nadie puede comprobar que nunca se conocieron los dos escritores norteamericanos con varias cosas en común empezando con su nacimiento. Philip K. Dick nació en Chicago, y Ernest Hemingway en Oak Park, un


34 suburbio de dicha ciudad. Amaban a los gatos como algunas fotografías lo demuestran. En estas aparecen también con similares barbas espesas, aunque nunca juntos. Quizá lo más trascendente sea que padecieron trastornos mentales. Philip K. Dick ha sido diagnosticado con esquizofrenia paranoide, y Hemingway batalló con depresión, bipolaridad. Otra cosa en común sería la sociedad Rhipidon. Philip K. Dick la fundó en su ficción. Y Hemingway pertenece a ella debido a sus escritos maravillosos sobre peces, a quienes supo describir con romanticismo y objetividad científica. De los marlines del Golfo, sus predilectos, escribió con gran admiración: Ahora Piscator puede verlo. Él puede ver la estela partida de su aleta, si surca hacia la carnada, o la cola en forma de hoz cuando va en ascenso o descenso al estar nadando, o si se aproxima por detrás, él puede ver el bulto debajo del agua, los grandes pectorales azules extendiéndose como las alas de una enorme ave submarina. La cúspide es El viejo y el mar. Si leemos con detenimiento nos revela la devoción profunda que tuvo Hemingway por los seres del mar. Devoción compartida con Philip K. Dick para quien el pez era un símbolo arquetípico que nos conduce a una verdad luminosa y representa la llave para descifrar el misterio de nuestro origen.

1 Lo soñé otra vez. Casi nunca recuerdo mis sueños con tanta nitidez. Nadaba por las profundidades del mar convertido en un pez aunque al principio no lo comprendí. Cuando abrí los ojos divisé una luz filtrada que descendía y dibujaba prismas a mi alrededor. Quedé embelesado por el resplandor similar al de un puño de zafiros. Nadé por instinto. Sin esfuerzo. Mi velocidad ascendía y ascendía vertiginosamente. Intenté cerrar mis ojos para tranquilizarme y ubicarme pero no podía. En ese momento entendí que carecía de párpados. Por el rabillo de mi ojo vi mi cuerpo ceñido por un traje de escamas plateadas y centelleantes. Me sentí poderoso. Volteé hacia enfrente y vi la protuberante lanza emergiendo de mi nariz vibrando como un diapasón.

Los primeros seres vivos fueron peces. Su origen es un misterio. ¿Podrían ser extraterrestres? No se puede descartar aunque al principio suena descabellado. Hay más que suficiente evidencia para respaldar esta teoría que se debate en el seno de la sociedad Rhipidon. El pueblo africano de los dogón representa una clave importante. Según la cosmogonía dogón, una de las más antiguas, los humanos descendemos de un espíritu-pez llamado Nommo procedente de otro sistema estelar. Philip K. Dick escogió el nombre Rhipidon por una razón específica. Se inspiró en una serie de revelaciones que experimentó durante y después del equinoccio vernal de 1974. La sociedad nace de esta epifanía.1 El nombre de la sociedad y los detalles de la epifanía aparecen por primera vez en la novela Valis, publicada en 1981. Es integrada espontáneamente por un grupo de amigos que busca al nuevo mesías y persigue una serie de pistas y revelaciones. Algunos lectores sospecharon e indagaron hasta descubrir que no solo era ficción. Vislum-

74 La sociedad es escurridiza por antonomasia. Su nombre críptico alude, entre otras cosas, al rhipidistia, un pez extinto que circunnavegó los océanos hace trescientos millones de años. Antes de que hubiera bípedos o cuadrúpedos merodeando por los rincones de la Tierra, millones de años antes de que el hombre apareciera para proclamarse soberano y elegido por Dios para explotarla, había peces: peces raros, y el rhipidistia era uno de ellos.

1 La imaginación de Philip K. Dick cruzaba la barrera entre ficción y realidad con frecuencia. También se adentró en la hiperrealidad en varias ocasiones. Como algunos ejemplos están los productos de su imaginación: vidphones, vidscreens (teléfonos inteligentes con video), artiforgs (órganos artificiales), hovercars (vehículos voladores que se manejan solos), androides, clones, colonización de planetas, y predicciones distópicas sobre el futuro.


35 braron que Philip K. Dick hablaba de una verdad oculta codificada en parábola. Sus libros de ciencia ficción, que algunos tachaban de literatura barata, en realidad eran pequeños caballos de Troya que almacenaban sus propuestas existenciales y un cambio de paradigma. Por eso es considerado profeta. El protagonista de Valis es Horselover Fat, cuyo nombre se refiere directamente a Philip K. Dick. Philip en griego significa «amante de los caballos»; está compuesto por phil de amor e hippos de caballo. Hay una distancia cercana e íntima entre Philip K. Dick y Horselover Fat, el protagonista de Valis. En un capítulo, Horselover cuenta a sus amigos un sueño extraño donde sueña ser un pez gigante con aletas en forma de abanico. Valis no menciona textualmente al rhipidistia sino rhipidos, que significa «abanico» y se refiere a las aletas de algunos peces y anfibios. En el sueño Horselover intenta agarrar un rifle pero no puede porque le faltan brazos y manos. En ese momento una voz incorpórea declama: los peces no pueden portar armas, el lema de la sociedad.

Jorge Postlethwaite. Narrador. Su más reciente libro es Icthus.

T IMONE L S A LUDA A S U S A MIGO S BR E NDA C A S T RO, VÍCTOR PABL O S A N TA NA Y JUL IO ZATA R Á IN POR H ABE R OBT E NID O L A BE C A DE JÓV E NE S CR E A D OR E S DE L F OND O NAC IONA L PA R A L A CULTUR A Y L A S A RT E S . E NHOR ABUE NA .

La sociedad Rhipidon es el legado que ha dejado Philip K. Dick. Ha trascendido el contexto de la ficción, para materializarse en una sociedad real, con miembros de carne y hueso, y aunque somos pocos y las reuniones se realicen por internet, la tendencia es irrevocable.

72 Hablar del misticismo del pez suena extraño pero no es un concepto nuevo. Los peces y sus representaciones iconográficas han sido venerados desde tiempos inmemoriales. Los que estudian a los peces antiguos se aproximan a descifrar un acertijo milenario. La sociedad Rhipidon es sucesora de una larga y compleja tradición, la cara nueva de un viejo enigma, del anhelo por saber quiénes somos, de dónde venimos, y quiénes fueron nuestros antepasados. Es nada más y nada menos que el origen de la vida en la Tierra. Todo inscrito en el pez.

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C HI YO - NI C R I S T I N A R A S C ÓN M A R D ON IO C A R B A L L O F R A N C I S C O M E Z A S Á N C HEZ G A B R I E L T RUJI L L O MUÑO Z JA Z M Í N L OZA DA Ó S C A R PAÚ L C A S T RO H U GH DAV IE S A L BE RTO M E L E NA MOI S É S E L Í A S F U E N T E S V ÍC TOR A RGÜE L L E S PAU L A N ATA L I A DE A N DA VA RG A S M A R Í A L U I S A OLV E R A M AG A ÑA G E OVA N N I O S U N A T IR A D O JA S S EF A L E JA N DRO B A L DE R R A M A JI MÉ NEZ JORG E P O S TL E T HWA I T E FAB R IC IO VA N DE R B ROE C K


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