Queremos tanto a julio (Julio Cortazar)

Page 1

especial

FOTO Sara Facio Gentileza Editorial Alfaguara

el centenario de cortĂĄzar

Queremos tanto a Julio‌ enero 2014

79


el centenario de cortázar

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, el músico Tata Cedrón y el cineasta Manuel Antín recuerdan a Julio Cortázar en el centenario de su nacimiento. Afectos, política y creación en el autor de Rayuela.

>> por DAMIÁN FRESOLONE

“S

in vida personal, la literatura sería absolutamente imposible; es la prueba por la cual, por ejemplo, ningún árbol ha escrito una novela. La vida personal es acumulación de experiencias, de recuerdos y de esperanzas que, poco a poco, van abriendo un horizonte cada vez más amplio”, respondía Julio Cortázar al periodista Xavier Argüello en 1982 a la pregunta de cómo utilizaba sus relaciones personales dentro de la literatura. Sin dudas, los afectos, los amores y los exilios resultaron en Cortázar una yuxtaposición de sensaciones que marcaron la obra desde aquel primer libro de poemas, Presencia (1938), publicado bajo el seudónimo de Julio Denis, hasta su última obra editada en vida, Salvo el crepúsculo (1984). Esta experiencia personal y sus más cercanos afectos, a los que se refiere el escritor en aquella entrevista, fueron marcando, además de su camino literario, su formación intelectual, política y cultural. Cambiantes y dinámicos, igual que la transversalidad de subgéneros a los que se entregó en la escritura, estos tres aspectos, de los cuales poco se ha escrito en nuestro país, marcan a Cortázar no sólo como aquel maestro de la narrativa breve, los cuentos cortos y la prosa poética, sino como un verdadero actor político-cultural. Hoy, a 30 años de su muerte tras padecer una diagnosticada leucemia, el autor de exitosos títulos que por el momento no hay intención de dejar de leerse es uno de los máximos referentes de la literatura latinoamericana, ha sido prologado y citado por pares como Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez y pareciera seguir siendo elogiado por siempre por críticos literarios de todo el globo. Empero, además, hay un Cortázar más allá de su calificada pluma. Un Cortázar que paradójicamente cada vez que se alejaba de la Argentina de manera geográfica se acercaba más a su realidad social, política y cultural. Para este Cortázar, el “no-escritor”, nadie mejor que sus amigos para recordar al enamorado del cine, de la música y de las revoluciones cubana y nicaragüense. Por ejemplo, nadie mejor que el cineasta Manuel Antín para recordar aquel momento en el que recibió el original de Rayuela (1963) antes de ser leído por los propios editores que luego lo publicarían. O nadie mejor

80

enero 2014

que Juan “Tata” Cedrón para explicar cómo fue que llegaron a grabar juntos un disco y componer un tema. Y, sin duda, nadie más cercano que Sergio Ramírez para relatar la vigilia que realizó Cortázar en Bismuna, cerca de la frontera con Honduras, por su compromiso con la Revolución Sandinista.

El cine y el primer lector de Rayuela

Como muchos escritores del siglo veinte, Cortázar fue un apasionado por el cine. Contemporáneos a él, Bioy Casares, Vargas Llosa y García Márquez, vivieron de cerca el auge del género en la década del 60 y supieron catalogarse como cinéfilos. Ya en algunas viejas cartas, escritas a fines de los años treinta, Cortázar reconoce que su distracción en el pueblo de Bolívar era ir al cine. Luego, varios años más tarde y ya con el reconocimiento de su apellido, comenzó a entablar fieles relaciones con referentes del género. En la Argentina, por ejemplo, lo unió una gran amistad con el reconocido director y guionista Manuel Antín. “Mi primer acercamiento a Julio fue mediante una carta que le envié a París comunicándole mi interés en filmar su cuento ‘Cartas a mamá’. Pero el contacto personal fue en 1961 en la plaza de Furstenberg en Saint-Germain-des-Prés, cuando ya filmaba una de las secuencias de La cifra impar, la adaptación de aquel cuento por el cual le había escrito”, recuerda Antín. Tiempo después, Cortázar viajó a Buenos Aires y volvió a encontrarse con el director en el Laboratorio Alex para ver por primera vez la película basada en su obra. La sorpresa y la respuesta del escritor no podían haber sido mejores. “Al terminar de ver una de las escenas, aquella en la que Luis le dice a su mamá ‘Laura es como vos. Laura es vos’, me apretó el hombro y me dijo ‘Pibe, ahora entendí mi cuento’”, describe el hoy director de la Universidad del Cine. A partir de allí, la amistad entre ambos se profundizó y dio nacimiento a muchos encuentros en Europa e innumerable correspondencia epistolar durante casi veinte años. La cifra impar no fue la única película que Manuel Antín filmó basada en libros de Cortázar. En 1963 dirigió Circe, adaptación del cuento homónimo, y un año más tarde Inti-


FOTO Gentileza Editorial Alfaguara

midad de los parques, basada en los cuentos “El ídolo de las Cícladas” y “Continuidad de los parques”. En ambos films, el escritor no sólo dio el visto bueno para llevar adelante el proyecto sino que participó colaborando con la escritura de los guiones. La correspondencia entre Antín y Cortázar se profundizó y el cine comenzó a ser moneda corriente en la misma. Críticas elogiosas al director español Luis Buñuel, uno de sus predilectos; calificaciones dispares para el italiano Federico Fellini y apreciaciones algo menos honrosas para el neorrealista Michelangelo Antonioni, cruzaban el Océano Atlántico. Entre tantas cartas, algunas más esperadas que otras, Manuel Antín recibió el original de Rayuela antes de que llegara a manos de los editores. El cineasta lo recuerda a la perfección: “Ese fue un episodio muy singular y divertido. Cortázar

La cifra impar no fue la única película que Antín filmó basada en libros de Cortázar. En 1963 dirigió Circe y en 1964 Intimidad de los parques. me había perdido el manuscrito de Los venerables todos, mi primera novela inédita, que me había pedido para leer y entender mejor mi segunda película que habíamos visto juntos en el Festival de Cannes. Lo llevó a Viena en uno de sus frecuentes viajes y lo olvidó en un hotel y la novela se perdió para siempre. Tiempo después, me envió el manuscrito de Rayuela para que yo se lo entregara luego a Paco Porrúa, su editor. Lo primero que se me ocurrió fue escribirle y decirle que me cobraría mi novela perdida diciéndole a Porrúa que Rayuela era de mi autoría. Una broma que nunca hice, claro, la realidad lo demuestra. Algo corriente entre él y yo”. Antín leyó algunas páginas de Rayuela, pero lo abandonó.

Tango, milonga y después

En la década del setenta, muchos artistas argentinos encontraron en París su exilio como consecuencia del golpe cívicomilitar. Músicos, escritores, pintores y demás representantes de la cultura popular debieron cortar sus raíces, y el tango

Hay un Cortázar que cada vez que se alejaba de la Argentina de manera geográfica se acercaba más a su realidad social, política y cultural.

no fue la excepción. Cortázar, instalado en esa ciudad desde 1951, fue muchas veces anfitrión de grandes referentes. El tango, la milonga y la música en general fueron una parte importante en la vida del, además de escritor, traductor de la Unesco y profesor de literatura. “Conocí a Julio en 1972, cuando con el Cuarteto fuimos a tocar a un bonito lugar en París, donde alguna vez supo presentarse Carlos Gardel. Allí él vino a vernos y comenzó una eterna amistad. Fue muy solidario conmigo. Me acerqué para pedirle unos favores y sin pensarlo me atendió en su casa”, recuerda Juan “Tata” Cedrón, líder del cuarteto que lleva su nombre. Los miembros del Cuarteto Cedrón llegaron a París con la idea de regresar pronto a su suelo natal apenas la situación política del país se normalizara. No fue así y durante treinta años residieron en Francia haciendo algunas escapadas a España para ampliar su espectro de presentaciones. En esto, mucho tuvo que ver Cortázar, quien sirvió como nexo, un contacto indispensable entre los músicos y los espacios culturales europeos. La amistad se fue consolidando con la gran cantidad de conciertos compartidos y las consecuentes cenas. A diferencia de la relación con Antín, todos sus encuentros eran personales y jamás se escribieron una carta. “Nos gustaba mucho juntarnos a cenar solos o con Carol. Él decía que sentía placer por mi tonada porteña, que no escuchaba muy seguido. Muchas cenas, muchos encuentros hablando del tango y de la milonga, no como mero género musical, sino como forma de expresar la historia dentro de la canción, forjaron nuestra amistad”, recuerda el Tata. En esos tantos encuentros de experiencias y pensamientos cotidianos se gestó Un tal Lucas, libro de cuentos y diversas opiniones cotidianas publicado en 1979. A mediados de la década del setenta, Cedrón se acercó con una propuesta a Cortázar: componer un tema juntos. Sin más que dudar, el escritor se encargó de la letra y el guitarrista de la melodía, que en realidad reconoció ya tener armada con anterioridad. El resultado fue la emotiva “Canción sin verano”, que narra las esperanzas futuras de

enero 2014

81


FOTO Gentileza Editorial Alfaguara

el centenario de cortázar

«Era un hombre de barrio con una enorme sabiduría. Nunca se creyó ser Cortázar”, recuerda hoy Cedrón, con quien compuso “Canción sin verano»

quien vive en el exilio. Pero no fue esta la única experiencia musical juntos. En 1979 fue Cortázar quien dio el puntapié e invitó al Tata a formar parte de un ambicioso proyecto junto a Edgardo Cantón. El primero se encargaría de las letras, el segundo de la interpretación y el último de la composición musical. La grabación finalizó al año siguiente. Como no podía ser de otra manera, el último encuentro entre ambos fue en pleno concierto. “La última vez que lo vi fue en una presentación del pianista Miguel Ángel Estrella. Ahí mismo le propuse hacer algunas nuevas canciones, porque yo tenía melodías armadas, pero su respuesta fue que estaba muy enfermo, que sólo podía escribirme un tema. Mi pudor no me permitió pedirle nada. Quizá hubiera servido para animarlo, pero ya lo noté mal y no me animé”, añora Cedrón y agrega: “Era un hombre de barrio con una enorme sabiduría. Nunca se creyó ser Cortázar”. La música los unió y los despidió. La tercera invitación al trabajo conjunto quedó trunca.

El peronismo y su amor por Nicaragua

La cercanía de Julio Cortázar a la activa militancia partidaria o a la participación en espacios de organizaciones sociales fue, hasta fines de los años 50, inexistente. Su partida hacia la ciudad de París en 1951 fue argumentada con una frase que a muchos aún les truena: “Me fui de Argentina porque el retumbar de los bombos peronistas no me dejaba escuchar Béla Bartók”. Pero un cambio significativo en su vida resultó la visita que el escritor realizó a la isla de Cuba en 1962, en pleno proceso revolucionario. Desde allí, él mismo promulgó su adhesión a la ideología socialista y a la liberación de Lati-

82

enero 2014

noamérica. Pero no fue la isla, sino Nicaragua, su verdadero amor político. “Conocí a Julio en 1976, en un encuentro muy deseado de mi parte. Él llegó a San José, donde yo vivía, invitado por el Colegio de Costa Rica para dar unas charlas. Con el poeta Ernesto Cardenal lo llevamos en una avioneta a Solentiname, la comunidad religiosa de Ernesto en el Gran Lago de Nicaragua, donde pasamos un fin de semana. Julio relata este viaje en su cuento ‘Apocalipsis de Solentiname’. Eran tiempos de represión bajo el régimen de Somoza y aquel viaje fue en muchos sentidos clandestino, ya que debimos entrar a Nicaragua sin pasaportes a través del Río San Juan”, recuerda el escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez. Cortázar vivió de cerca diversas experiencias con la Revolución Cubana, pero una liberación nueva como la nicaragüense lo atrajo sobremanera. Para Ramírez, Julio vio en la Revolución Popular Sandinista una oportunidad personal de creer en algo que se presentó como diferente. Su apoyo fue íntegro, no sólo con la carga de la palabra sino plenamente con el cuerpo mediante una participación activa: “Cortázar participó de la vigilia en Bismuna, en las costas del Caribe, contra las intervenciones norteamericanas, la guerra nuclear y la denominada maniobra de Pino Grande por parte del Ejército de Estados Unidos. Fue la etapa más feroz, cuando se pensaba seriamente en una agresión directa de Ronald Reagan”. Mientras la relación de Cortázar con el entonces miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional se profundizaba, su aparición pública en ejercicios políticos era cada vez más habitual. Allí estuvo, en el acto de nacionalización de las minas en 1979, en diversos recorridos inaugurando proyectos rurales y en varias entregas de títulos por la reforma agraria. Sobre estas experiencias supo dejar recuerdos escritos en su libro Nicaragua, tan violentamente dulce. Con una revolución ya consolidada, Cortázar siguió visitando asiduamente el país centroamericano. Sergio Ramírez y Tulita, su mujer, le prepararon para él y Carol, la entonces pareja de Julio, una casa en las playas de Miramar. Las cenas se hicieron frecuentes y la confianza más profunda. Tan es así, que los resultados de los exámenes de Carol fueron enviados desde París hasta Nicaragua, en los mismos se revelaba la enfermedad que terminó con su vida. Sergio Ramírez y Julio Cortázar se juntaron a cenar en enero de 1984, un mes antes de la muerte del escritor. “Fue una extraña cena aquella de unos amigos que se habían dicho ya casi todo, excepto que la enfermedad de Julio estaba tan avanzada. La muerte de Carol fue un golpe del que nunca se pudo reponer. Él ya sabía cómo quería que fueran las cosas después de su muerte. Nombró albacea a Aurora Bernárdez, dispuso que parte de sus libros quedaran en la Biblioteca Nacional de Nicaragua, donó los derechos de Nicaragua tan violentamente dulce a la editorial Nueva Nicaragua. Y un día, poco después de morir, Aurora me envió su pipa, que yo guardo en la vitrina de mi pequeño museo íntimo”. Meses después de su muerte, Sergio Ramírez, su compañero, sería elegido vicepresidente de su amada Nicaragua. Hay un Cortázar reconocido, el que encontró en las letras su refugio desde chico, aunque el médico le haya advertido a su madre que tanta lectura era peligrosa. Pero hay otro, algo menos trillado. El Cortázar cinéfilo, el músico, el militante. El que recuerdan Antín, Cedrón y Ramírez. El que alguna vez supo escribir sobre los amigos: “Livianamente hermanos del destino. Dióscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos. Me aguantan que siga a flote, entre tanto remolino”.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.