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Los bocetos del bailarín Pasquini

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Nota de Tapa

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帕基尼 , 一 位曾经是舞 者的画家

如今已 81 岁高龄的阿根廷画 家安立奎帕基尼回忆他 1962 年的中国之旅。在那次难 忘的旅行中 , 他不仅受到 中国领袖毛主席的接见 , 并在此后把东方文化的灵 魂融入其画作中。

Durante unos meses de 1962, el pintor y dibujante Enrique Pasquini conoció la China de Mao. Más de medio siglo después, ella sigue impregnando su obra.

Como si el hecho de haber pasado un tiempo pintando en China en los años 60 del siglo pasado no fuera suficientemente inaudito, Enrique Pasquini responde así: — ¿Cómo llegó un joven pintor argentino a China en 1962? — Bailando folclore. Festeja su chiste mirando hacia abajo, con una sonrisa apenas perceptible. Luego de una pausa, explica.

— Estábamos en Helsinski, Finlandia, en un Festival de la Juventud. La comitiva argentina incluía un ballet folclórico (que dirigía Laura Peluffo), y se les enfermó un bailarín cuando estaban por salir de gira. Estaban desesperados, buscaron alguien que lo reemplazara y yo algo sabía, porque en mi casa funcionaba una peña y además yo bailaba en el Club Atlético Unión.

Pasquini tiene 81 años. Su estudio tiene una concentración de arte tal que, desplegada, llenaría un museo. Su carrera, de más de 60 años como artista, le ha ido dejando miles de indicios. Él los atesora

EN EL ESTUDIO. Joven a los 81, el artista sigue cultivando lo que aprendió en China en su estudio de Santa Fe.

ALFOMBRA ROJA. Los miembros del ballet folclórico con el que Enrique Pasquini llegó a China participando como bailarín es recibido por Mao Zedong.

todos, como si guardara cada mancha de pintura en su delantal, en su zapato, en el piso, en su mano. Hay pinturas de las que rebalsa la última inundación que atormentó a Santa Fe, miniaturas de plantas estilizadas, unos colores puros que revientan en danzas, a los que se refiere como “escenas de Nairobi”; pequeñas esculturas de personas a punto de lanzarse fuera de la base de madera que las sostiene; logotipos creados para empresas comerciales (piletas Pelopincho, Pico Dulce); retratos, porque “hoy me dedico sobre todo a los retratos”.

La hiperactividad en que se tramó su trayectoria abigarrada no se detiene. Nada ha podido frenar a este hombre que ha usado todas las técnicas artísticas y se ha metido en todas los caminos del territorio del arte, desde la belleza que crea sentido hasta crear para parar la olla, con un estudio que trabajaba para agencias de publicidad. Pero nos interesa su contacto con China. — ¿Cómo llegó, entonces, un joven pintor argentino a China en 1962? — Yo había ganado un premio por la escenografía

que hacía para un teatro, por lo que participé de un concurso mundial en Rosario dirigido por Raúl Soldi. Luego obtuve una pasantía en Canal 7 y vino el viaje a Helsinski, donde el ballet necesitó un bailarín.

La compañía de baile hizo una gira por Polonia, Checoslovaquia, Lituania, Estonia, la Unión Soviética, y por China. Allí estuvieron durante unos cuatro meses, dando funciones en Guangzhou, Shanghai, Beijing y Nanjing.

Entre ensayos y presentaciones, el joven Enrique Pasquini, el bailarín espontáneo del Club Atlético Unión de Santa Fe, sentado en un pilar tallado con serpientes y tortugas, junto a un arroyo, hacía bosquejos de lo que veía.

Desde una ventana de un hotel, apoyado en un carro cargado de bolsas, en un restaurante, dentro de un ómnibus que traqueteaba por una ruta que acompañaba el curso de un río manso, el joven Enrique Pasquini dibujaba todo cuanto llenaban sus ojos.

— ¿Qué vio en China?

— Está todo en esos dibujos. China no estaba tan bien como ahora. La gente vivía y comía en las calles. Y todo el mundo trabajaba mucho, mucho. Era algo que llamaba la atención: que hubiera un mundo en que la gente trabajara tanto. Vimos un dique que estaban construyendo. Era de un tamaño… imposible. Y lo estaban construyendo a pulso. Eran miles y miles de tipos, como una nube de puntos negros que construían aquello a puro pico y pala.

Hizo una pausa. Su mirada estaba muy lejos. Al fin dijo:

— Mirá, todo lo que te pueda contar está en los dibujos. Fue un momento muy profundo en mi vida, hacer contacto con China. Vi mucho arte, me traje todo lo que pude. Una vez estuvimos con Mao Zedong, otra vez cenamos con su esposa, me regalaron palitos de marfil, los devolví porque me parecieron un honor demasiado grande. Todo aquello, especialmente lo que vi, ha seguido dentro mío. Aún hoy, lo que hago está influido por esos meses. Tras otra pausa, dijo: — Yo sé cuánto.

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