Hector abad faciolenci

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HECTOR ABAD FACIOLENCI Escritor, traductor y periodista. Nació en Medellín en 1958. Es hijo de Cecilia Faciolince y Héctor Abad Gómez, un destacado médico, profesor universitario y defensor de los Derechos Humanos, quien además fue el fundador de la Escuela Nacional de Salud Pública. En 1977 realizó estudios de filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, y de Medicina en la Universidad Javeriana de Bogotá. En 1978 viajó a México y estudió talleres de poesía y narrativa en La Casa del Lago, el primer campus cultural de la Universidad Autónoma de México. En 1979 regresó a Medellín y comenzó a estudiar Periodismo en la UPB. De esta carrera fue expulsado en 1981 por escribir un artículo irreverente contra del Papa. En 1982 hace estudios de inglés en Nueva York y más tarde se va a Italia en donde estudia Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín. Regresa a Colombia en 1987, después de graduarse “cum laude” en Turín. En Agosto de ese año su padre es asesinado por paramilitares y debido a las amenazas que recibe se exilia primero en España (diciembre de 1987) y luego en Italia, en 1988, en donde trabaja como “lector de español” de la Universidad de Verona hasta 1992. Desde sus años de estudiante había empezado a traducir al castellano diverso autores italianos: Umberto Eco, Leonardo Sciascia, Italo Calvino, Tomasi di Lampedusa, Gesualdo Bufalino, Primo Levi y Natalia Ginzburg, entre otros. Estas traducciones se publicaron en libros y en suplementos literarios mexicanos. En 1992 regresó a Colombia y desempeñó distintos oficios. Dirigió durante tres años la Revista de la Universidad de Antioquia y fue también director del Fondo Editorial de la Universidad EAFIT. Trabajó también como periodista y columnista para distintos medios colombianos: El Espectador, Cromos, El Colombiano, y las revistas Cambio y Semana. En 1998 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la categoría columna de opinión; recibió ese mismo premio en el año 2006. En 1999 fue corresponsal de la revista Cambio en Estados Unidos, con sede en Boston. En 2000, su novela Basura recibió el Primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora; en 2004, su novela Angosta fue premiada en China como la Mejor Novela Extranjera del Año; en 2006 recibió una beca del DAAD y vivió un año en Berlín. En noviembre del año 2006, publicó su libro más celebrado, El olvido que seremos, en donde revive la historia de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, y las circunstancias de su asesinato. Por este libro ha recibido premios en Lisboa y en Washington.

Actualmente es columnista y asesor editorial del diario El Espectador. Colabora también con El País de Madrid, el NZZ de Zurich y otras publicaciones nacionales e internacionales. Sus novelas han sido traducidas a distintas lenguas, entre ellas inglés, portugués, italiano, chino, francés y alemán.


13 AGO 2016 - 9:36 P NO SE APRENDE A SER GAY Curiosamente los pastores, los monseñores, los padres de familia que desfilaron, y los defensores de “las identidades de género no hegemónicas” comparten el mismo prejuicio: creen que la sociedad, o una ministra perversa, o la clase dirigente, o la civilización judeocristiana, o la escuela inmoral, o la escuela represiva, puede producir (como moldeando piezas a su antojo) hombres o mujeres homosexuales, bisexuales, heterosexuales, transexuales, etc. Por: Héctor Abad Faciolince

Creen unos y otros, curiosamente enfrentados la semana pasada, que las apetencias sexuales se pueden inculcar, aprender, enseñar. Es decir, que dependen del ambiente. Y no. Uno es, al menos en las cosas más hondas y permanentes de su personalidad, lo que es. Uno siente las apetencias con las que vino al mundo. A ser homosexuales, bisexuales o heterosexuales no se aprende o desaprende con el ejemplo, con las cartillas, con el catecismo, con sermones. Sin duda hay roles de género aprendidos (que los hombres no cocinen o no cambien pañales, que las mujeres se ocupen de los oficios de la casa) que se pueden y deben combatir. Pero la identidad sexual y las inclinaciones del deseo no se educan, sino que son y deben respetarse. En todas las culturas se da naturalmente la existencia de hombres y mujeres homosexuales o al menos sin apetencias heterosexuales. ¿Se pueden enseñar comportamientos heterosexuales a un gay o comportamientos homosexuales a un no gay? No creo. Es como enseñar a pintar paisajes reales a un ciego, como obligar a escribir con la zurda al que siempre ha escrito con la mano derecha. No es del todo imposible, pero ni nos sale bien ni lo hacemos con comodidad. En muchas especies animales (mamíferos, aves, insectos) se observan comportamientos homosexuales (y bisexuales, y hermafroditas, y monógamos, y poliándricos, y promiscuos, y célibes, de todo). Si Dios es, efectivamente, el creador de todo lo existente, sin duda crea homosexuales en el reino animal y también entre los consentidos de la creación, los hechos a su imagen y semejanza: los seres humanos. Nadie escoge libremente, por voluntad, las inclinaciones sexuales que siente. Simplemente las siente y, según las circunstancias, las ejerce o las reprime. Si estas inclinaciones no le hacen daño a nadie, y se encuentra otra persona a la que espontáneamente le gusta lo mismo, no debería haber motivos ideológicos ni religiosos para impedirles seguir con libertad sus inclinaciones. Si la homosexualidad es un fenómeno minoritario pero universal, debe tener explicaciones biológicas, no culturales. Y hay explicaciones. Una es, por ejemplo, que en las madres con muchos hijos varones, cuantos más hermanos mayores tenga un hijo, mayor es la probabilidad de ser gay. La teoría dice que de algún modo las mujeres expuestas a la


testosterona de los fetos van desarrollando resistencia a esta hormona, con lo cual la masculinización del cerebro de los hijos sucesivos se va atenuando paulatinamente. Según esta hipótesis, la homosexualidad dependería no de los genes, sino del ambiente uterino. Los defensores de un componente genético de la homosexualidad se basan también en lo que se ha observado entre los gemelos idénticos: cuando uno de ellos es homosexual es más probable que el otro también lo sea, o que siga patrones más “femeninos” de comportamiento. E incluso cuando en una familia hay un hermano homosexual, es más probable que otro también lo sea. Es triste que de estos temas no se hable abiertamente y sin prejuicios en la escuela y en la familia. Es triste la ignorancia de quienes creen que sus hijos se pueden volver gais por pura influencia ambiental, o porque les hablen del respeto por las minorías homosexuales. Es triste que hagan manifestaciones multitudinarias (donde los pastores gritan que el Espíritu Santo los acompaña) para defender prejuicios e intolerancia. Ha hecho bien la ministra Parody al proponer y defender una educación en la que se enseñe algo que sí puede enseñarse: respeto por las diferencias.


NOS COMIMOS EL CUENTO Por: Danian Guauta. Luego del debate desatado por las cartillas pornográficas homosexuales que circularon por redes sociales en los últimos días, lo único que es evidente es que en Colombia aún no tenemos el don de la tolerancia, vivimos en un país donde ir en contra de lo que nos parece “normal” es un delito y hasta un sacrilegio, vivimos inmersos en una sociedad hipócrita donde existen sacerdotes homosexuales, pero la iglesia católica impulsa marchas en contra de la promulgación de entornos escolares inclusivos y libres de discriminación. Es ilógico pensar que el homosexualismo se puede implantar en un infante por medio de unas cartillas, pero es más absurdo aún, que a estas alturas del partido no hallamos entendido que las relaciones han evolucionado y que si dos personas que tienen el mismo sexo tienen afinidad no es un delito. ¿Por qué no es posible pensar en que por medio de la pedagogía se oriente a los alumnos hacia la tolerancia y no rechazo? ¿Acaso tenemos que llevar a más jóvenes homosexuales al suicidio como es el caso del joven bogotano Sergio Urrego? Por el contrario, tenemos que aprender de aquellos sucesos en los que la discriminación puede llegar a estos extremos. Otro hecho que no es entendible por supuesto, es el de la desinformación que en redes sociales se dio con el tema de las cartillas. La ministra de educación, Gina Parody aclaro ante los medios de comunicación que éste material fue puesto a circular en redes por personas completamente ajenas al Ministerio de educación, y, según Parody, con el ánimo de generar confusión y miedo entre los padres de familia, es decir, “nos comimos el cuento”. Según el periódico El Tiempo, la idea era revisar los manuales de convivencia de las instituciones educativas denominada como “Ambientes escolares libres de discriminación” que nació en un convenio establecido entre el Ministerio de educación con el programa de las Naciones Unidas para el desarrollo, El Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa) y Unicef con el fin de generar conciencia sobre la educación de género en los colegios del país, sin embargo la Ministra aclaró que se trata de un bosquejo que no es oficial, por lo tanto no ha sido publicado por el Ministerio y que lo rodaba por las redes eran en realidad libros de pornografía para adultos que provenían de Bélgica. Pero aun así el país salió a marchar, liderado tras bambalinas por políticos y sacerdotes homofóbicos que les aterra una ideología de género, por ejemplo la Procuraduría General de la Nación que insiste en asegurar que lo que se pretende es fomentar la homosexualidad. En fin, lo que se logro fue dividir el país una vez más, y aunque la Ministra no es santa de mi devoción, por lo menos abrió el debate hacia temas neurálgicos como la igualdad de género y la no discriminación hacia la comunidad LGBTI, que debería tocarse abiertamente dentro de las aulas de clase y en nuestras familias.



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