Del vinilo al MP3
por Dani Conil
ro ma Fito & Ca la lama maro Cala
No apto para menores, la minigira compartida de Andrés Calamaro y Fito & Fitipaldis fue, cuanto menos, orgiástica. Instrumentos tocados a la perfección, casi 20.000 personas fueron testigos del amor que desprendió el rock’n’roll en el último concierto. Los directores de la bacanal dirigieron a la perfección el adiestramiento de unos y el desvirgamiento de otros en este tipo de eventos que pocas veces se puede dar en la vida. Cada maestro demostró que conoce el Kamasutra del rock al dedillo, ya sea en solitario o en compañía, no dejando indiferente a nadie que observaba y a la vez quería participar. Eso de que «en el País Vasco no se folla» quedó en mito, el pequeño bilbaíno es un maestro con los dedos y la boca, por no decir con su instrumento. Su estilo es inconfundible, y si no hay ovación nada más empezar, es que no es él. Comenzando con 10 personas sobre el escenario, dedicaron al personal las posturas y poses
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que han dado molde al rock cantado en castellano, intercambiando versiones del propio Fito con algunas de Los Rodríguez. Coreadas y compartidas, Calamaro y cía., excepto los músicos en común con los Fitipaldis, se quedaron en el escenario para dar rienda suelta al erotismo del otro lado del charco. Una canción tras otra entraba sin necesidad alguna de vaselina, variando de fuertes ritmos a otros más pausados y tranquilos. Amor mezclado con sexo desenfrenado. A la gente le gustaba, tanto a los que repetían como a los nuevos, demostrando que esto parecía más una religión. No había lugar para la improvisación, cada sermón era repetido desde el principio por el público absorbido. La única diferencia que había con una iglesia normal es que en ésta que narramos sí se acepta condón y la homosexualidad como condición, sobándose uno con otro debido a la emoción del momento que se acontecía. Después de despedirse el primer reverendo, 1’66 metros de arte aparece por el gran escenario montado para la ocasión. Eran ya muchas horas de orgía, pero el público quería más, más, más y más. De allí no se iba nadie hasta que terminasen todos para irse «corriendo». La diferencia del bilbaíno con Andrés es que no demostró ninguna de sus antiguas clases magistrales, interpretando sólo los números de sus dos últimos trabajos con algo del antepenúltimo. Una
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lástima para los «viejos del lugar», esperanzados de ver algún atisbo de aquel sexo «burrito» que dejó el corazón malherido a más de uno. A la gente ya le dolían las piernas de tanto disfrutar, saltar y gritar, pero una fuerza casi divina hacía que nadie se quejase, llegando a límites sadomasoquistas que hacían sospechar de lo mejor, un final de concierto otra vez juntos, con un subidón propio para el momento. En ese momento, los dos principales protagonistas de la noche se consagraron para poder ser canonizados en esta catedral que es de todos, sólo hay que tener un mínimo de buen gusto y sacrificio a la hora de pagar entradas. Grandioso Fito Cabrales, grandioso Andrés Calamaro, grandiosos todos los músicos que les acompañaron, desde el batería de ambos «Niño» Bruno hasta el saxo Javi Alzola. Por éste y todos los conciertos que han tenido lugar en esta minigira compartida ya puede uno respirar tranquilo y decir que ha visto de casi todo, es algo difícil volver a ver este espectáculo de nuevo. Como reza una pintada en un río cercano a una localidad de la costa gaditana, «Calamaro es dios»... y Fito su profeta.
«También es el filósofo, digámoslo de pasada, el hombre que no quisiera dar nunca en el blanco