ARQUITECTURA COMO MARCA
La arquitectura, hace miles de años, ha mirado las ciudades con sus variedades de aspectos y tipologías, considerándolas no sólo como conjunto sino también analizando los elementos singulares que las componen; a veces extendiendo su mirada a la intención de definir un proyecto global, ya sea este en forma de obra arquitectónica, proyecto utópico o creación de reglas de desarrollo sobre la forma de organizar la ciudad en relación a las condiciones geográficas y a la estructura de la sociedad. Sin embargo, este tipo de proyectos a gran escala siempre quedan como intenciones, utopías y casi siempre imposibles de realizarse debido a la continua evolución de la vida urbana, de los valores de las relaciones íntersubjetivas y del cambio de la misma tradición de la arquitectura. La transformación de la “forma urbis” en la historia es recurrente. En la primera parte del medioevo la ciudad se construye sobre las ruinas y sobre los trazados de las ciudades romanas, en la ciudad medieval irrumpe la ciudad renacentista, luego en el siglo XVIII es el tiempo de las grandes perspectivas; la ciudad industrial crea una serie de nuevas figuras y de estructura urbana llena de contradicciones que conllevan a la ciudad de hoy, una ciudad moderna que pone en crisis la identidad misma de la arquitectura. Como dice Niko Salingaros: “…todas las ciudades más bellas en el mundo, la misma Roma eterna, están al punto de ser destruidas por las imágenes de una arquitectura que se autoproclama contemporánea. La destrucción intencional, que parece un componente necesario para el culto de la modernidad está llevando más destrucción que las invasiones bárbaras.” (Salingaros, 2007)
Estamos en un momento histórico donde el lugar ha perdido su prevalencia a favor del tiempo y se podría mirar a la agonía de la modernidad en arquitectura como espejo de una sociedad en caos donde la inestabilidad se ha vuelto el único valor. Hoy como arquitectos tenemos que preguntarnos si nos hemos olvidado como se “habla arquitectura”; la mayoría de arquitectos que proyectan y construyen parecen producir sonidos metálicos, sin ningún significado (Zevi, 1973) tenemos que considerar si en realidad existe un rol para el arquitecto o si las decisiones se demandan sólo a actores políticos, económicos y tecnológicos que en un tiempo fueron dialógicos hacia la arquitectura. Probablemente nosotros, arquitectos, hemos sido en la historia los últimos en tomar decisiones sobre el orden urbano y arquitectónico pero siempre, a través de la historia, hemos podido, sin embargo, decir nuestra verdad. Hoy esa verdad pareciera ser parte integrante del sistema de comunicación de masas, medio de control del poder. El rol de la arquitectura se ve reducido en tal caso, como es demostrado por los arquitectos de fama mundial, a reflejar el estado de las cosas y la transformación de la misma arquitectura en ornamento, hasta transformar el monumento urbano en una imagen de marketing como símbolo de una sociedad que podríamos llamar de la seducción generalizada y el desarrollo de la ciudad en un simple negocio inmobiliario. Así entonces, la construcción del entorno urbano parece una acumulación de signos, accesorios de la comunicación. Los edificios se han vuelto imágenes o soportes de imágenes, semiológica en sustitución a ideales, y todo dirigido a representar el capitalismo financiero de la globalización que se presenta como factor nodal y lleva a una arquitectura y por ende a una vida urbana que se funda en el consumo en vez de tener un desarrollo razonable e igualitario.
En un mundo en crisis, agobiado y en recesión en múltiples aspectos, me parece evidente el fracaso de la arquitectura moderna no sólo a nivel colombiano sino también a nivel mundial. Desde la antigüedad, la arquitectura ha sido estrictamente ligada al lugar, a la cultura de una determinada zona geográfica y ha sido soportada por una creencia siempre conectada con el momento histórico. Los padres de la arquitectura moderna, Frank Lloyd Wright y Le Corbusier, fundadores de la arquitectura racionalista esperaban que con la ayuda de la razón se pudiese superar lo que ellos sentían como una exasperación de lo académico y lo estético que se estaba desarrollando con la arquitectura de tipo pragmático de inicios de siglo XX; analizando las necesidades de las personas esperaban poder crear una arquitectura funcional, estéticamente agradable, económica y hecha a medida del hombre mismo. Estoy convencido que ya en la Unite d’habitation de Marsella se escondía el embrión del sucesivo fracaso de la arquitectura moderna aunque en éste se mirase a la antropometría ( le modulor) y a relaciones con la armonía musical y la sección aurea; lo mismo vale para Frank Lloyd Wright con su casa de la cascada donde de todas formas se miraba con gran atención al lugar natural.
El problema es que personajes de esta magnitud e ingenio son escasos y que la idea de una arquitectura para habitar se haya degenerado progresivamente llevando a las ciudades que conocemos hoy. Los enormes problemas que ésta nueva arquitectura ha creado, sólo por el lado de la sostenibilidad y de la consideración para el medio ambiente, han sido desastrosos. Seguramente uno de los principales argumentos es la utilización de los materiales. Si miramos edificios con más de 60 años en cualquier parte del mundo, seguramente no se podrán considerar unas obras maestras, pero en conjunto, debido a la simplicidad de los materiales se consigue una cierta homogeneidad estilística, un equilibrio de formas, dimensiones y colores, que nos llevaría a considerarlos aceptables. Hablando de edificios más recientes, no pocas son las veces que paramos a ver arquitectura que nos gustaría casi que cancelar de la ciudad; muchas veces esto se debe a los nuevos materiales que se escogen “justamente” por razones exclusivamente económicas. Además, a esto se le va sumando la concepción de la arquitectura moderna como una idea de “máquina para habitar, trabajar y producir” pero todos sabemos que la arquitectura es algo más que eso. Antes que nada, la casa es un lugar de protección, es una “cueva” tendría que cumplir con su función principal, que es dar protección, seguridad y calor. Deberíamos entonces, llamar la atención a nuestros estados para que se reglamente este arte, esta forma del ingenio humano tan primordial y tan importante que está siendo privada de su identidad. Y así después, entender entre todos que, por ejemplo los materiales del lugar y las técnicas tradicionales son ya dos puntos importantes que junto a otros podrían llevar a la construcción de edificios de formas, dimensiones y estilos propios de nuestro hábitat.
Bibliografía Buchanan, P. The big rethink towards a complete architecture. The Architectural Review, 231(1381), 67-81, (2012) Salingaros, P. (2007). Anti-architecture and de-construction. Firenze: Librería Editrice Fiorentina Zevi, B. (1973). Il linguaggio moderno dell’architettura. Roma: Einaudi Strano, C. (2005). Il segno della devianza. Abbiate Grasso:Mursia Critica ai fondamenti dell’architettura moderna.Electronic Reference [en línea]. Recuperado el 2 de abril de 2012,de http://www.lacrimaererum.it/documents/CRITICAAIFONDAMENTIARCHITETTURAMODERNA.pdf Gregotti, V. (1999). Identita e crisi dell’architettura europea. Roma: Einaudi