Elena y su pequeña muerte

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ELENA Y SU PEQUEÑA MUERTE

"... y siempre supe que alguna vez les hablaría de aquello. Tu padre nunca quiso porque eran asuntos que no debían revolverse. Pero yo creo que también les pertenece. No me preguntes por qué. La verdad es que Elenita debió nacer quince años antes, en el 45. Sólo que me faltó valor. Me faltó, bueno... eran otros tiempos y todo muy distinto. Ahora estamos en 1981 y nos han pasado tantas -cosas. Como al país. Así dirías vos ¿no? Lástima que sea tan tarde. Y encima todo ese océano en el medio. No sé, a veces pienso que no volveremos a vernos. Acá todavía sobran las armas apuntándote a la cahe/a. Hace tiempo que no recibo fotos de ustedes. ¿Cómo están Laura y los chicos?..." Fue el día que papá y abuela se reputearon. Nunca se bancaron pero ahí terminó todo y nos mudamos de raje a) galpón helado del taño Donizzetti; justo cuando Arsenal salió campeón. ¿Quién jugará en Arsenal ahora? Pensar que todos los lunes iba afónico al colegio... 36 años hace y 15.000 kilómetros, el océano, el asesinato de Atilio y la cana de Alejandra pero aquel tren cacliaciento de las 10 sigue llegando con el viejo que volvía de Buenos Aires para la final como había prometido. Todo el sindicato lo esperaba con bombos en la estación de Arce y nosotros estrenando los gorros blanquinegros tejidos por abuela. Habló con los companeros una media hora interminable sin calentarse por los tirones en la manga, dale viejo, hasta que nos fuimos a casa entre cuentos de Perón y comentarios sobre la formación de Arsenal si el vasco seguía lesionado y esas cosas. El comienzo puede ser una mañana de setiembre. Del 45, claro. Mamá picaría perejil y Alejandra rondaría buscando importar. -Estoy embarazada —habrá dicho sin levantar la vista, esperando la reacción de abuela. Por enésima vez apartaría el mechón que siempre vuelve al mismo sitio. —¿Qué querés, Alejandra? La cuchilla golpetea contra la tabla y algo salta friéndose en la sartén. Alejandra lloriquea. Un pelotazo pega retumbante en la pared y aparece tío Alberto rajándome — no hinches, ándate afuera. Abuela cortó un pedazo de pan para Alejandra y se lo dio mirando a mamá. —Te volviste loca -dijo, —todos están locos aquí. Empezando por el atorrante ese de tu marido. Ay, mamá... basta por favor, no empecemos otra vez. Qué basta ni basta. ¡Yo digo basta! Bien sabes que no quiero un solo chiquilín más en esta casa. Mamá deja la cuchilla sobre la mesada y corre a llorar al cuarto sin puerta, en realidad comedor lleno de camas. Va limpiándose las manos con el delantal. Los pasitos de Alejandra la siguen bamboleantes. Abuela se asoma al pasillo. -¿Por qué no le dice al Perón ese que le de una mano ¿eh? grita. Siempre tiene a los tres mal vestidos, llenos de mocos... no sé qué piensan-. Mascullando abuela, mascullando para sí pero también para los otros. Alberto sale de su pieza — ¡qué manga de neurasténicos! —yéndose al bar, a la ginebra y el truco. Afilio se lo cruzará llegando del colegio -Hola tío. Entrará al cuarto y le preguntará a mamá qué le pasa, ¿llorando otra vez? Esa noche el viejo llegó de madrugada. Podía venir dedos sitios. Del sindicato o la trastienda del turco, famosa por las tenidas de monte que terminaban con la policía o los


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Elena y su pequeña muerte by Daniel Mazzone Vivas - Issuu