Emma - Capítulo II

Page 1

...emma Daniel San MartĂ­n


Capítulo II - nunca llegué a levantarme. a Me miraba fijamente una luna quebrada. Me encontraba levitando, tumbada en medio de un lóbrego paraíso, cuando repentinamente un majestuoso tigre gris aparecía. Él era familiar, era parte de mí. Tenía aquellos excelsos ojos áureos. Se acercaba rastreando mi presencia y me susurraba al oído en mi idioma todo lo que me quería y lo orgulloso que se sentía de poder tenerme cerca, mientras sus lágrimas se suicidaban sobre mi ombligo. Él me devoraba lentamente, me introducía sus colmillos con saña y me arañaba la cara una y otra vez. Me desgarraba la piel. Chillaba y gemía sin control alguno. Un mar de sangre me cubría el torso. Mis manos temblaban y crujían – eran ramas secas pisoteadas por una culpa incontrolable, mi culpa –, un odio desmesurado… «¡Dios!» Me despertó ese irritante pitido de la alarma del despertador. Al darle al botón de stop noté como me sudaban las manos. Zola maullaba a lo lejos pidiendo su desayuno y un rayo deslumbrante que emanaba 8

entre las cortinas de la ventana me fulminaba las pupilas. «¡Mierda! Es tardísimo.» Decía una voz que salía de mi más profundo yo – puro instinto de supervivencia. El despertador señalaba exactamente las 7:37 AM. Sin embargo, mis pesadillas, que se volvieron últimamente usuales, consiguieron hoy ganarle la batalla a la basta tecnología del despertador. Es de esos días que te levantas y sabes que todo irá horrible. Por lo menos aquí, en esta ciudad libre, me siento pocas veces así. Como atrapada por mi propia realidad. No poder escoger distintas opciones sin pensar en las horribles consecuencias que podría acarrearme mis caprichos, mi curiosidad, mis ganas de probar cosas nuevas. En mi tierra, desde muy joven, hubo un momento, sobre todo a raíz de la perdidad de mi madre, que rehuía de todo y observaba como mis compañeros sabían de mi alteridad, de lo ajena que me encontraba de ellos.


9


Mi primer periodo me vino sobre los once años. Recuerdo que estaba acostada en la cama y contemplando aquel riacho de tinta roja con las piernas abiertas. De repente, en ese momento te ves extrañada y al mismo tiempo asustada. Notas como se desprende algo de ti – algo muy importante y hermoso –. Yo lo intuía, sabía que era un paso más. No obstante, lloré gritando el nombre de mi madre y sintiéndome aislada. Creo que se convirtió en un antes y un después en mi vida como mujer, en el orgullo que ostento al ser mujer. A partir de los trece años, tenía una gran curiosidad por descubrir mi sexualidad y averiguar quien era yo. Era capaz de percibir como mi cuerpo – mi organismo – era una tierra inexplorada. En verdad, no poseía a penas control sobre mi vida. Los chicos de cursos mayores, que en aquel momento eran como el paradigma de la madurez y lo inalcanzable, empezaron fijaban en mí y… ¡Oh! ¡Conchesumadre! Casi quemo las tostadas. Me tomé un té de hierbas bien caliente. Y un par de tostadas con un poco de palta, aceite, unas gotitas de limón y sal. Me vestí como pude: unos pantalones pitillos, un fino top de segunda mano del Mauerpark, un bombín y unos tacones no muy altos de cuero negro que compré hace dos días. 10

Salí corriendo de casa. Sin pensarlo fui en dirección a la boca del metro. Odiaba este mundo subterráneo, todo esto: gente y más gente amontonada, presas de su cotidianeidad y monotonía; no eran libres, nadie es libre. Pero, a decir verdad, confieso que me encantaba ver los rostros de aquellas personas, sus expresiones. Cada una escondía un relato, cada gesto que hacían tenía un sentido que nadie podía ser capaz de analizarlo verdaderamente. Aun así, nunca faltaban esos hombres que me escaneaban de arriba abajo, me desnudaban con su mirada fugaz y lasciva; me atrapaban, sintiéndome desflorada y vulnerable. Pero tampoco me puedo quejar cuando, aquel fantástico muchacho, te lanza una ojeada tímida y se esconde justo después en su propio mundo. Es algo distinto, especial, como un leve poema mudo. Y justo todo al mismo tiempo: miradas – pupilas clavadas en mi piel – esos gratos gestos que guardan nuestros más íntimos deseos. ¿Sabéis de que hablo, verdad? Sólo dos estaciones más y estaré ya allí. Hoy la verdad es que no tenía nada de ganas, a veces me encantaría eliminar ciertos días de mi vida, sencillamente tacharlos y dejarlos volar. Cuando llegué a Berlín me di rápidamente cuenta de lo feliz que puedo llegar a ser con muy pocas cosas:


Zola, mi pequeño guardián de fábula; algún libro de Cortázar; ese recuerdo tan nostálgico justo antes de acostarme de mi querida Chile; películas de Almodóvar a altas horas de la madrugada; un buen latte macchiato en el pequeño café que hace esquina en mi calle; una ensalada fresca de queso de cabra y el sexo. No obstante, hay siempre un vacío interno, que es inherente al ser humano, que intentamos llenar y seguir llenado banalmente. Aún no nos hemos dado cuenta: es el propio miedo a estar vivo, a seguir luchando y a desaparecer – el miedo más humano y puro que puede existir. Ahí estaba él de nuevo. Siempre. «¡Hola! Vaya, ¿te encuentras bien? Parece que no has tenido un buen despertar» dijeron sus ojos dilatándose. «¡Oh, Andreas! Buenos días. Agh, de verdad que no lo sé. Hoy no me siento muy bien. Quizás estoy algo enferma. Me he levantado además tardísimo y he estado apunto de no llegar a tiempo a trabajar» estaba algo nerviosa, sus conversaciones siempre me resultaban algo irritantes por la mañana. Siempre sabía qué me pasaba sólo con mirarme. «Sabes que cuando quieras te invito a un capuchino. Un mal comienzo no significa que las cosas puedan ir cambiando según el día va trans-

curriendo, Emma. Deberías de darte quizás un descanso, unas pequeñas vacaciones» «Bueno, ¿Sabes? No suena mal. Pero últimamente el negocio no va tan bien como me gustaría y necesitaría incluso dedicarle algunas horas más extras» intentaba huir sus pupilas, pero era verdaderamente difícil. «Te llevaré un capuchino a tu galería. Pero créeme, esa actitud destructiva no te llevará a nada. Hace además años que no salimos a dar una vuelta con los chicos. ¡Lo sé, Berlín es bonito de día, pero no puedes dejar de perderte el Berlín de noche!» sonreía, mientras la comisura de sus labios se movía lentamente «Gracias Andreas. Encontraré un hueco» seca, directa, clara. Abrí mi bolso buscando las llaves. No paraba de remover su interior: el móvil, mi cartera, pañuelos, maquillaje… cuando mi rostro se desconfiguró totalmente. Y en ese momento visualicé las llaves encima de la encimera de la cocina. Con suerte escondía siempre en el patio comunitario de la casa entre unos arbustos una copia en caso de emergencia. Soy increíblemente despistada, es algo que sé que me puede pasar. ¿Ahora qué? El día no podía ir yendo peor. Cuando Andreas notó mi nerviosismo, que algo no funcionaba, como siempre. «¿Está todo bien? Pareces algo al11


terada» reaccionó Andreas, con una bandeja de tazas vacías en la mano. «Me he dejado las putas llaves dentro de mi piso» «¡Oh, Joder! Hay que tener cuidado con eso, aquí el cabrón del cerrajero te cobra unos 200 € por descuido. ¿Tienes una copia? A veces incluso forzando un poco la puerta con una tarjeta de crédito o algo fino puedes forzar la puerta. «No te preocupes, guardo una copia de las llaves en el patio de la casa» ya me vislumbraba cogiendo las llaves. Estaba sólo pendiente de mis pensamientos. «Emma. Ve y descansa. Llevo una semana viéndote y no pareces tú. Sabes que estoy aquí para escucharte… » «Mira Andreas, me voy. Perdóname, pero hoy no están saliendo las cosas como deben de ser» Y sólo se escucharon los pasos distantes de mis tacones. A la vuelta me sentía increíblemente mal. Sé que no estoy tratándolo realmente como se merece, pero me siento como un perro rabioso al que quieren acariciar en el momento que intentan entrar más en mí, ayudarme o involucrarse de lleno en mi vida. Sé que no debería, pero creo que es más complejo que eso. Me senté en uno de los asientos del metro. Y me quedé contemplan12

do la nuca de un chico. Tenía el pelo castaño, grueso y se podía contemplar algunas canas que le asomaban entre las raíces. Me empezó a tranquilizar mirarle, era incluso hipnótico junto al movimiento inestable del vagón. En ese momento me di cuenta de que él también había notado que le estaba vigilando desde atrás y se convirtió como en un juego: él giraba levemente la cabeza para contemplar quien era yo y al mismo tiempo miraba a la ventanilla del metro perdiendo la vista en la nada. No se movía, era estático. Medía algo más de un metro ochenta. Su perfil estaba marcado por una nariz fina, delicada. Sus labios eran gruesos y fuertes. Aquel dulce pasatiempos me recordaba a cuando jugaba al escondite de niña entre las calles de mi barrio. Era como una paloma libre, dispuesta a prender el vuelo. Me escondía de todo lo malo. Huía de ser descubierta – de todo lo existente. Yorckstraße, mi parada. La avisaba esa voz rotunda y neutra por los altavoces. Rápidamente me olvide de aquella bonita coincidencia, aquel desahogo del día a día y subí la escalera del inframundo. Retomé el camino a mi casa. Me miraba los zapatos dandole vueltas a todo, le echaba un vistazo sin darme cuenta a los escapara-


13


tes de la calle. Gente sentadas en las cafeterías sonriendo. Pero, había algo distinto, no era como siempre. Podía experimentar como una extraña sensación, como de olvido. En verdad no era desagradable, ni angustiosa. Aún así, tampoco le hice mucho caso; estaba verdaderamente agobiada pensando en tener que coger las llaves y volver al trabajo. Ya estaba cerca. Mi calle – tranquila, serena –. Olía aún a hierba recién cortada. Las luces del verano barnizaban aquellos edificios. Era una gama increíble de colores: profundos, variados, soberbios. Pero de repente volvió a venir esa extraño presentimiento y escuché una voz susurrante a lo lejos y no pude evitar girarme. Era aquel chico del vagón. Su piel era de un pálido color avellana. Antes no me fijé en sus ojos de un profundo azul claro, era como contemplar el horizonte del mar Mediterráneo. Llevaba un traje caro, parecía que saliera de trabajar de una oficina. Tenía una espalda ancha y unos brazos fuertes. Aún así, se podía percibir algo de inseguridad en él. Para que negarlo, me había dejado petrificada. «Lo siento. Sé que esto no es lo más usual. Me quedo sólo un mes en la capital y soy recién llegado» se produjo un leve silencio, como un punto y coma, cuando continuo 14

hablando «vengo de Zúrich. Trabajo en la industria cinematográfico como productor. Sé que es una completa locura, pero te vi en el vagón y pensé sencillamente que sería maravilloso aprovechar el bonito día que hace para tomar un café con alguien…» dijo al final algo intranquilo. «Me llamo Emma. ¿Y tú?» «Llámame Volker» «Conozco justo aquí al lado un precioso café. Allí podemos hablar tranquilamente» Fuimos en silencio a la cafetería. Estaba muy cerca de mi casa. Es una situación embarazosa pero tampoco diría que molesta. Por un momento piensas que a aquel chico le gustas, pero siempre te queda una duda grande. No quieres asumir tu atracción, siempre piensas que cabe una pequeña posibilidad de que es sencillamente muy extraño, al fin y al cabo es un extraño. En el café me sentía bastante segura de mi misma. Me pedí esta vez un expreso, creo que necesitaba algo de energía extra. Y él se pidió un zumo de naranja. Estuvimos como dos minutos sencillamente mirándonos los rostros, intentando averiguar qué decir y sobre todo cómo decirlo. «Pensarás que estoy loco» «Creo que yo estoy más loca por haber aceptado esto. Pero hoy tengo un día un tanto extraño, Así que esto


no me parece tanto una locura» «¿En qué trabajas?» «Soy librera. Tengo mi propia empresa. Vendo literatura hispanoamericana en un pequeño establecimiento. Está en el barrio de Schöneberg» respondía velozmente, mientras daba sorbos al café, como si todo ya lo hubiera preparado, o supiera qué quiere saber de mí. «¿Y de dónde eres exactamente? «Soy de una pequeña ciudad de los alrededores de Barcelona. Actualmente la situación allí está un poco descontrolada, y siempre fue mi sueño venir a esta ciudad. Desde muy pequeña me apasionó la cultura germana. Sobre todo a partir de leer los poemas de Bertolt Brecht. Supe que Berlín tenía algo especial» Hubo un momento que el juego de la mentira se convertía en una pasión. Era como redactar una novela a la vez que lo vivías. Tenía algo prohibido, creativo y peligroso. Y la otra Emma poco a poco iba desapareciendo, prácticamente muriendo. «Aunque provengo de Suiza, actualmente resido en Nueva York. Trabajo para estrellas del cine muy famosas. Aún así, te veo a ti, con tu pequeña librería y tienes algo también especial. La gente considera que haber llegado a donde yo he llegado, o el tener dinero, te lleva a un reconocimiento personal. Sin embargo,

la felicidad es algo que puede durar un segundo, e incluso puede ser que pase por delante nuestra y por no tener el valor suficiente, o no confiar en uno mismo, no la cojamos» «¿Estás hablando de mí? Creo que te adelantas demasiado a que alguien como yo sepa darte felicidad. No sé quien eres Volker» «A veces, ¿no es mejor?» «Sí, lo es» «Enséñame algo de Berlín que te guste mucho. Sólo quiero que me lo enseñes tú. No empiezo a trabajar hasta pasado mañana. Hoy sólo tuve una reunión de trabajo. Ardo en deseos que me enseñes tu Berlín» No sabía a donde llevarlo, en verdad daba igual. A él todo le valía. Paseamos por los alrededores de la Puerta de Brandemburgo. Me llevó a un restaurante carísimo en las orillas del río Spree, aunque estuve al principio algo huidiza con la propuesta, y nos empezamos a perder por calles de Friedrichshain: ojeabamos tiendas de segunda mano, establecimientos de comida turca o cafeterías de ensueño, al mismo tiempo que iba oscureciendo las calles de Berlín. En ningún momento me sentí incomoda, más bien me sentí servida. Tenía mucho poder. Él estaba admirando una mentira que yo misma había creado. Y eso me gustaba muchísimo. Me sentía capaz de todo. 15


16


Aunque, no sé en verdad a donde me conducía esto ¿Por qué? ¿Qué quiero?. Era mi hedonismo caprichoso el que hablaba por mí. No sabía si había llegado un momento, en el cual, la nueva Emma era la auténtica, y me he engañando toda mi vida. No podría mentiros jamás: quería más que nunca estar allí con él. Compramos en un establecimiento de veinticuatro horas – o como lo llaman aquí späti –, muchas bebidas alcohólicas: ron, whisky, jägermeister, etc. Él cogía las bebidas sin ni siquiera mirarlas y me miraba sonriendo. Empezó a haber un gran descontrol de la situación, pero me gustaba cada vez más todo aquello. Cada vez que poníamos un límite, automáticamente lo superabamos y poníamos uno nuevo. Entramos en un hostal de mala muerte cercano, las paredes tenían papel de pintar arrancado y había un cierto olor hediondo que se te pagaba a las fosas nasales. Él pidió al ya vetusto recepcionasta una habitación para los dos. ¿Cuantas veces habrá visto este hombre tan sabio, una situación parecida? Cuando quería darme cuenta ya habíamos subido. La habitación era terrible, apenas quince metros cuadrados. Era, sin exagerar, una cueva llena de humedad y mohosa, con un colchón en medio. Pero él lo hizo especial. Lo

transformó todo absolutamente. Hubo un momento de silencio. Y sólo una mirada. Del bolsillo saco una bolsa transparente con un polvo blanco. Lo esparció encima de la mesita de noche y puso dos rayas. «¿Dispuesta a tocar el paraíso?» «¿No lo sabes? Yo soy el paraíso» Habló mi Emma. Acto seguido me acercó un billete de veinte euros enrollado en un pequeño canuto. Aspiré con todas mis fuerzas con la nariz. Aún recuerdo como después de aquello abrimos las distintas botellas de forma aleatoria. Bebíamos a morro de ellas mientras nos reíamos sin ningún sentido aparente. Aquellos ojos enormes me estaban abrasando y yo aún le miraba algo tímida. Él me tocó una mano y me sentó en la cama. Mi corazón iba a cien por hora. En ese momento fue como entrar en un sueño, donde giraba dentro de una centrifugadora, pero sintiendo un calor increíble por todo mi cuerpo. Nunca había sentido esta llama por dentro. Él me agarró fuerte, como si fuera lo último que pudiera sostener en su vida, y me tumbó lentamente en la cama. Yo le miré detenidamente y me quité mis bragas de forma muy pausada. Entonces comprobé al tocarme lo mojada que me sentía. Mientras yo seguía acariciandome y 17


sintiendo un cosquilleo que me recorría todo el cuerpo – una energía interna que trascendía todos los límites posibles –. Él se quitaba la chaqueta, y después, se desabrochó su corbata sin parar de mirarme. Se iba quitando los botones de la camisa muy despacio. A cada botón que se quitaba, se iban intensificando mis ganas de tenerlo dentro de mí. Era una necesidad imperiosa, ganas de aprender a volar. Tiró la camisa y se desabrochó el cinturón. De repente se sacó su miembro erguido, firme como un asta. Tuve en ese momento la necesidad de levantarme y agarrarlo. Sentir que yo podía controlar todos sus estímulos. Acto seguido lo tenía dentro de mi garganta, rozándolo con mis labios y sintiendo como chocaba entre las paredes de mi boca, pudiendo disfrutar cada una de sus pulsaciones. Le miraba fijamante a los ojos, aunque ya ninguno de los dos estábamos presentes en este mundo. Me quité toda mi ropa y me restregaba por el aquel colchón, nadando entre su textura marina. Él no paraba de besarme el cuello, sentía como una bocanada de aire se desplazaba de la garganta a mi nariz. Me besó los labios y la acercó a mí. Cuando noté que poco a poco entraba mi ojos se dilataban más. Acto seguido era como cabalgar un oso. Perdía por mi18

lésimas de segundo el conocimiento, al mismo tiempo que él mismo me reanimaba con su movimiento. Un baile entre la muerte y la vida, pequeña mitología que aún nos queda. Pasaban las horas. Y desaparecí. Una luz me acariciaba la espalda. Y mis parpados poco a poco se iban abriendo. Estaba verdaderamente resucitando de entre los muertos. Levanté el rostro. Os confieso que no sabía donde estaba durante más de cinco minutos. Todo me vino repentinamente como una jarra de agua fría sobre la cabeza. Desesperada me levanté y empecé a vestirme. Y ahí estaba, encontré un post-it pegado en una de las lámparas que había en la mesita de noche, ponía: “Emma, Am Rupenhorn 11. Volker”

No ponía nada, sólo una dirección, mi nombre y su nombre. Noté como había algo iluminado en mi bolso. Era mi móvil. Un mensaje de Andreas que llevaba sin leer desde ayer: Emma, ayer estuvo un chico moreno con una carpeta preguntando por ti. Le he dado tu número. Andreas”

Y justo en ese momento me empezó a sonar el móvil…


19


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.