Encontrandonos - Luna N.S

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LIBRO 3: ENCONTRANDONOS N.S.LUNA


Marcel Maidana Ediciones ISBN 9789873669316 Diseño de portada: N. S. Luna Diseño editorial: María Paula Maidana 1era. edición 2014 Sinopsis: Vale se muda a Buenos Aires para comenzar la carrera de fotografía. En el camino, se hace amiga de Florencia, quien la presenta al mundo de la moda. Un mundo apasionante y lleno de desafíos que la va a cautivar. Así conoce a Jamie, un modelo exitoso y empiezan una relación intensa que cambia su vida y la cambia a ella para siempre. Lucharán por permanecer unidos, en contra del destino, sus carreras, sus familias ...y otros que quieren separarlos. Nuevos personajes, nuevos conflictos y un amor que tiene el poder de hacerla feliz.... O de consumirla... Esa mañana, habían empezado con los preparativos para la boda. Iba a ser en marzo y tenían solo un par de meses para organizarlo todo. Vale recién estaba haciéndose a la idea de que estaba comprometida, y pronto sería una mujer casada. Era difícil de creer. Más aún que su futuro marido, era un hombre como Jamie. No habían tenido más noticias de Elizabeth. Seguramente al darse cuenta de que su plan por alejarla de su hijo no había funcionado, se daba por vencida y los dejaba en paz. Lo único que esperaba es que se presentara el día de la boda. Sería muy duro para él, que su madre no fuera. Y no quería que nada opacara ese día. El estaba ansioso, y más dedicado que ella a encargarse de que hasta el más mínimo detalle fuera perfecto. A veces la desesperaba. Ya había hablado con todos sus contactos, para que tuvieran el mejor decorador, el mejor catering, la mejor banda…estaba exagerando. Justamente ahora estaban por ir a ver las invitaciones. Tenían que salir en dos semanas, y tenían que decidir lo más rápido posible. Estaban saliendo del edificio, cuando fueron atacados por miles de flashes. Había fotógrafos hasta en los árboles. Se apuró a subir al auto, pero no la dejaban. Dos hombres le mantenían la puerta abierta, y no la dejaban entrar. Jamie, un poco cansado, la rodeó con un brazo, envolviéndola, tapándola y empujó las cámaras hacia atrás, pidiendo por favor que se retiraran. No estaban dando declaraciones, lo que hizo que los periodistas empezaran a gritarles


las preguntas. —Cuándo es el casamiento? —Es verdad que ya se casaron en secreto? —Ya están casados? —Cómo se lo tomó Riley? Jamie! Ella ayer salió a hablar. Dijo hace unas semanas habían estado a punto de retomar su relación. Qué tenés para contestarle? —García se fue del país por eso? —Se casan porque Valentina está embarazada? —De cuánto estás Vale? —El bebé es de Mirco García? —Van a vivir acá o en Londres? —Ya pensaron nombres para el bebé? Aprovechando la distracción de algunos periodistas, Vale se metió al auto y cerró la puerta poniéndole seguro. Jamie se abrió paso y entró también. No podían arrancar. Les habían cerrado el paso. Incluso había gente en el capó del auto. De buena manera les pidieron que se alejaran, pero nadie retrocedía. Jamie, levantó el teléfono, y en unos diez minutos un vehículo negro, con vidrios polarizados estacionó cera, de donde se bajaron dos hombres de traje. Estos hablaron con los periodistas y los hicieron dispersarse. Según lo que decía Jamie, si no podían hacer nada llamarían a la policía. Por suerte no tuvieron que llegar a eso, y se pudieron marchar. Ahora tenían guardaespaldas. Los días siguientes habían sido igual de malos. Había tenido que hablar mil veces con amigos y familia para asegurarles que no estaba embarazada, y para decirles que todos esos rumores eran puras mentiras. La foto de su anillo había salido publicada en todos los medios. Habían inventado todo tipo de historias alrededor de él. Que había pertenecido a la realeza de Inglaterra, de donde Jamie venía. Otros habían dicho que le había dado el mismo anillo a Riley semanas antes pero ella lo había rechazado. Era ridículo, y estaba empezando a cansarse. Sobretodo porque ya había salido a la calle la última revista Harper's y la atención se había ido a cualquier lado, menos al que se proponía. La edición se había vendido como pocas, eso sí. Pero ahora nadie la veía como la fotógrafa que ella quería ser, si no como la novia y futura esposa de. Había un solo detalle que no había previsto. Toda esa repercusión, estaba teniendo alcance global. Y había alguien que aun no sabía nada. Estaba terminando de editar unas fotos que se habían sacado con Jamie para el álbum de boda cuando su teléfono sonó.


—Rubia? Vale se quedó helada. Mirco. Capítulo 1 Se había quedado callada con el teléfono pegado a la oreja. Mirco. Hacía mucho que no hablaban, y la última vez que lo habían hecho, había sido difícil y triste. En esa ocasión le había dicho que estaba bien con Jamie, que estaban empezando de nuevo su relación, que estaba enamorada de él y que se habían mudado juntos. Le había comentado también que su novio no se sentía del todo cómodo con su forma de hablarle a ella y sus modos cariñosos. Y aunque la había comprendido, lo había notado triste, y algo decaído. Desde esa vez no habían vuelto a hablar. Ella no había insistido. No quería hacerlo sentir peor. Y por eso justamente es que había retrasado para darle las otras noticias. No le había dicho nada de la boda. Y se habría enterado por la prensa. Maldijo. Tomó aire y le contestó. —Hola Mir. Cómo estas? —Un poco confundido, la verdad. Es verdad eso que están diciendo rubia? Que… te casas? —Si. Es verdad. Silencio. —Y no ibas a decirme? – le preguntó. —Si…obvio que te iba a decir. Pero… —Pero era mejor que me enterara cuando me llegara la invitación. O mejor! Cuando prendiera la tele. – dijo molesto. Su voz sonaba rara. Había estado tomando. —La última vez que hablamos, las cosas quedaron raras, y todo se dio tan rápido. Nos comprometimos hace poco, pero la noticia se filtró. – dijo ella tratando de justificarse. —Por qué estas tan apurada? Tenés miedo de que si no te casas, te vuelvas a confundir? Y dudes de tus sentimientos, y por ahí termines con algún otro amigo, boludeándolo. – se rió amargamente. —O que si tardas en hacer que se case con vos, se vaya con otra. —No puedo creer que me dijeras eso. Lo esperaría de cualquiera pero de vos… – los ojos le picaban. —Perdón. – escuchó un largo suspiro, y un ruido que sonaba a que había golpeado algo. — Perdoname, soy un idiota. – Ahora tenía la voz quebrada. Oh no. Estaba llorando. —Te lo iba a decir, Mir. Perdoname. No quiero que estemos mal. Y no quiero que vos estés mal. – le dijo en voz baja. —Bueno, bien no estoy. No puedo seguir haciendo esto. Me duele y…de verdad quiero que seas feliz. – otro suspiro —No puedo seguir siendo tu amigo, rubia. —Qué? – dijo ella con un hilo de voz.


—No puedo, me hace mal. Te amo. – maldijo por lo bajo y cortó el teléfono. Nunca lo había escuchado tan mal, le partió el corazón. Lo peor de todo era la distancia, porque si él no quería hablar con ella, no había nada que pudiera hacer. Y ahora necesitaba abrazarlo, decirle que ella también lo amaba y siempre lo haría. Y aunque estuviera enamorada de otro hombre, él siempre sería una de las personas más importantes de su vida. Se pasó todo el día pensando en él. Lo había lastimado. Lo había perdido. Y esta vez para siempre. No podía elegir entre su novio y su mejor amigo. No podía elegir entre casarse con el hombre que amaba, para mantener la amistad con otro. A quien amaba también. Para cuando se hizo de noche, tenía los ojos hinchados de tanto llorar, y le dolía el cuerpo. Era como estar por engriparse, multiplicado por mil. Jamie, que había ido a ver el lugar en donde se realizaría la boda, recién estaba llegando. Iban a casarse en una estancia que quedaba a un par de kilómetros de la capital. Su estilo era colonial, y estaba rodeada de flores y campo. Tenía un patio interno, en el que desembocaban todas las habitaciones y salas, y en donde había una enorme fuente de agua. Era bellísima. Pero como quedaba un poco lejos, requería un par de horas de ida, y otro par de vuelta. Era perfecto, porque desde Córdoba, el viaje era exactamente a la misma distancia. Como un lugar en medio de las dos capitales. El había pensado en todo. **** Cuando entró, se sorprendió de no ver a su novia sentada en la mesa de la sala, con la computadora prendida. De hecho, todas las luces de adelante estaban apagadas. Seguramente había salido. Fue a la habitación para ponerse cómodo y la vió. Hecha un lío. De pijama, rodeada de pañuelos descartables, de frazadas y acolchados. Tenía los ojos rojos e hinchados. Había estado llorando. Todas las alarmas se encendieron en su cerebro, algo había sucedido. Solo podía esperar que su madre no tuviera nada que ver. —Vale, qué pasa? – le preguntó preocupado. —Nada, no importa. Estoy un poco sensible con todo esto del casamiento. – dijo tratando de sonreír. El se acercó y se metió dentro de las sábanas con ella mientras la abrazaba. Si su madre había vuelto a atacarla, no querría contarle, para que él no discutiera. —Si importa. Contame Vale. – insistió. —No quiero hablar, Jamie. —Nos estamos por casar… y – lo interrumpió. —Mirco me llamó. – él se quedó callado mirándola. No era lo que esperaba que le dijera. Quería escuchar esto? Si, si quería. —Y por qué estás así? – se le tensaron los músculos. —Qué te hizo? —Hacerme? – suspiró con pesar. —Qué le hice yo, en todo caso.


No estaba entendiendo. Que él supiera, no habían vuelto a hablar desde aquella charla. Y de eso hacía mucho tiempo. Ella tomó aire y habló. No le había contado del compromiso, y él había terminado enterándose por la prensa y no por su mejor amiga. —Y por qué no le contaste, Barbie? – le preguntó. —Porque quedó todo raro desde la última vez que hablamos. Quería dejar pasar un tiempo, quería pensar como iba a decírselo, quería… encontrar el momento… – decía sollozando. —Pero se enteró antes. – terminó de decir él. Ella asintió, secándose los ojos. La envolvió con los brazos acercándola y le acarició la espalda mientras se tranquilizaba. —Y está muy enojado? – le preguntó. La verdad es que mucho no le importaba si estaba enojado. Si le importaba que ella estuviera triste, no quería verla así. Lo llenaba de impotencia. —No sé. Si, supongo. Estaba dolido. Nunca lo había escuchado así. Estaba borracho. – suspiró. — Dijo cosas que estoy segura no quería decir. Y como si recordara, empezó a llorar de nuevo. Qué la había puesto así? Era algo malo. Sintió unas ganas terribles de ir a golpear al amigo de su novia. Fuerte. En la cara. Como ya había hecho alguna vez. Se lo podía imaginar. Aunque eso no ayudaría a nadie, y probablemente la pondría peor. —Qué te dijo para que estés así, Vale? – insistió. Ella se tapó la cara por un momento y después le contestó. —Me preguntó por qué estaba tan apurada por casarme. Si era porque no estaba segura de lo que sentía por vos… Dijo algo como que era capaz de terminar con otro de mis amigos… – su rostro cambió de la tristeza a la rabia. —O que si no me casaba rápido vos te ibas a ir con otra. Sus puños se tensaron. Tenía muchas ganas de golpearlo. Estaba furioso, pero se lo iba a guardar todo bien adentro. De todas formas estaba muy lejos. Algún día volvería… Si, tenía que volver. Pensó. Y ahí se cobraría todas esas lágrimas que Vale había llorado por él. Mientras, puso su mejor cara, y acariciándole la mejilla, le sonrió. —Estaba enojado. No quería decir nada de lo que dijo. Además había tomado… No le hagas caso. Ella asintió y tomó aire con fuerza por la nariz más relajada. Le devolvió la sonrisa y lo abrazó. —Gracias. – le dijo antes de darle un beso. El negó con la cabeza, y siguió besándola. **** Los días iban pasando a toda velocidad, sin que ella tuviera tiempo para asimilar muchos de los cambios que se realizaban a su alrededor. Para empezar, su nombre y foto estaban en todos los medios más importantes del


país, y de Europa. Su casamiento iba a ser uno de los más comentados en mucho tiempo. A las revistas locales, les parecía importantísimo a donde se realizaría el evento, quién sería el encargado de organizarlo, el diseñador que elegiría para el vestido, los zapatos, y hasta la torta. Algo que le causaba gracia porque ya había visto fotos de una, que supuestamente se había filtrado, y la verdad es que todavía no la habían escogido. Por lo menos, las invitaciones ya habían sido enviadas. Quedaban menos de un mes y medio, y ya estaba todo casi listo. Habían viajado a conocer el lugar en donde se realizaría, y se habían quedado sin palabras. Era una estancia rodeada por sesenta hectáreas de parque con impresionantes arboledas, que hasta un estanque propio tenía. Incluso habían pasado la noche, porque también contaba con un hotel, con habitaciones de primer nivel. Era un lugar que ella hubiera imaginado para la boda de alguien importante, como un presidente, o una estrella del cine. Pensaron que lo mejor era hacer reservaciones para los familiares que vivían más lejos, de paso. Todos los detalles estaban siendo atendidos. La organizadora de eventos que habían contratado era super eficiente. Y se llevaba de maravillas con ella, porque tenían una manera similar de trabajar. Un poco obsesiva, eso sí. Pero estaba bien, porque se aseguraría de que todos fuera perfecto. No había tenido noticias de Mirco, y eso le restaba un poco de felicidad a todo lo que le estaba pasando, pero no tenía tiempo de ponerse a pensar. Para sumarse nervios, se acercaba su cumpleaños, y el de Jamie. Ambos cumplían en enero, con diferencia de tres días. No harían fiestas, ni nada parecido, porque les parecía que con el casamiento, ya estaban hasta la frente de preocupaciones y preparativos. Todos habían entendido salvo una persona. Elizabeth. Quien había insistido con que ese día ella tenía que estar con su hijo. —Es gracioso, porque en estos casi 25 años, pasamos juntos menos de 10 cumpleaños. No se por qué ahora tanto interés. Siempre me decía que no era algo importante. – le dijo ofuscado cuando cortó con ella por teléfono. —Pero ahora te estás por casar. Es tu mamá, que sé yo. – dijo tratando de entenderla. —Si? Bueno, mala suerte si recién se acuerda de eso ahora. Sin poder llegar a un acuerdo, Jamie pasaría todo el día de su cumpleaños con Vale, y a la noche cenaría con su madre. Una cena a la que ella no estaba invitada. El se había enojado, había discutido, y peleado hasta cansarse. Era su futura mujer, tenía que ir, era su cumpleaños, y todo tipo de argumentos. Pero no la había podido convencer. Su madre estaba ofendidísima, y lo hacía sentir culpable, porque después de la boda se marcharía a Londres, y quería aprovechar hasta el último momento con él. Y como estaban tan ocupados con los preparativos, la había descuidado, según decía. Necesitaba tener esa cena íntima, madre e hijo. Vale terminó por hablar con él, tranquilizarlo. Diciéndole que ella lo tendría todo ese


día, y que después para toda la vida. Podía darle esa noche a Elizabeth. Era lo justo. El aceptó a regañadientes. Con un poco de suerte y viento a favor era lo último que iba a escuchar de esa señora por un buen tiempo. Sonrió ante la idea. Capítulo 2 Se había pasado todo el día de su cumpleaños rodeada de amigos y familia. No podía pedir nada más. Jamie lo había organizado todo para que pudieran estar todos presentes. Si bien habían acordado no festejar, se había salido con la suya y le había planeado una fiesta íntima en uno de los restaurantes de moda. Tuvo que aceptar también a regañadientes que la llenara de regalos. Empezando por un hermoso reloj de oro blanco, que iba perfecto con el anillo de compromiso, y pasando por una cámara analógica, que sin querer le había comentado, hacía años que quería. Era un capricho con todas las letras, porque ni siquiera tenía tiempo ya de sacar fotos por placer. Pero él se lo había concedido. Su familia le había regalado un maletín de cuero con sus iniciales grabadas para trasladar su material de trabajo, sus amigos unos discos de vinilo como a ella tanto le gustaban, y su suegro, en complicidad con su novio, un lente carísimo para fotos especiales con varios modos de enfoque y estabilizador de imagen en 4 pasos. No se podía quejar. No se acordaba si alguna vez le habían hecho tantos regalos, o tanta gente se había acordado de ella para la fecha. Hasta Amanda, le había enviado una tarjeta de felicitación acompañada por un bolso de la última colección de Jackie Smith. Una preciosidad en cuero ecológico de colores vibrantes que iba perfecto con su personalidad. Era tiempo que ya dejara de usar mochila de todas formas. Solamente había un detalle que había faltado. Mirco. Estaban todavía algo disgustados, y aunque no la llamó, si le mandó un ramo de flores con una tarjeta bastante impersonal y un libro de ilustración y fotografía del que habían hablado una vez. Era hermoso, así que se dijo que el asunto no iba a arruinar su humor. Le agradeció en el momento por mensaje de texto, y se olvidó del tema. Ella tenía que hablar con él en algún momento, pero tampoco iba a ceder tan fácil. Había estado mal en no contarle de la boda, pero él también había estado pésimo en tratarla así. No le hacía bien pensar en su amigo, por lo que archivó el tema para después. De todas formas tenía mil temas que ocupaban su cabeza. Los días habían pasado, y pidiendo ayuda de sus amigos, había podido llevar el regalo para Jamie al departamento sin que se diera cuenta. Últimamente estaban tan ocupados, que ni siquiera había sospechado el por qué de que su estudio estuviera cerrado todo el tiempo. Miró el reloj. Solo quedaban dos minutos para las 12 de la noche. Quería ser la primera en saludarlo.


Estaba hablando por teléfono cuando la vio entrar. Vale había preparado una pequeña torta y le había puesto una velita, y al verlo ocupado le hizo señas para que cortara. El se rió, pero le hizo caso casi inmediatamente. —Feliz cumpleaños, Ken. – le dijo besándolo despacio en los labios. —Gracias Barbie. – le devolvió el beso. —Tenés que pedir tres deseos. **** Bastaba con verla ahí, a su lado, para saber que no necesitaba pedir nada más. Le sonrió y de todas formas, le dio con le gusto y sopló la pequeña velita. La torta estaba riquísima. Tenía chocolate y frutillas con cremas. Una combinación que a su gusto, nunca fallaba. Y ella lo sabía. En eso eran muy parecidos. Podían tener diferencias a la hora de escuchar música, o los libros que leían, o las películas que les gustaba ver. Pero en la cocina, compartían casi todos los gustos. Le resultó facilísimo a la hora de ponerse de acuerdo con Gerard para armar un menú, decidir el catering del día de la boda con la organizadora. Los dos preferían las cosas saladas, pero el chocolate y las frutillas con crema, era algo a lo que no se podían resistir. Se acercó y le besó la comisura de la boca, en donde había quedado algo de crema. Muy suavemente, pasó la lengua y saboreó sus labios mientras la besaba. Ella sonrió y lo sujetó por el cuello. Si, había más cosas que tenían en común. Podía decir que había estado con numerosas mujeres, todas muy distintas, y siempre muy atractivas. Pero con ninguna había sido tan compatible como con ella en esos aspectos. Solo mirarse, o un simple roce, para que los dos entendieran el humor del otro y se dejaran llevar. No costaba nada. Todo, hasta su forma de besar, le parecía estar hecha a medida para él. Sus cuerpos encajaban perfectamente y se complementaban de manera natural. Estaba todo el día pensando en ella, y en esos momentos que tenían de intimidad. Se sorprendió al darse cuenta que desde el principio había pensando que nunca tendría suficiente, y eso no había cambiado en lo más mínimo. Cualquiera hubiera dicho que pasados los meses, ese sentimiento empezaría a decaer. Como era muy normal que sucediera con todas las parejas que empiezan a conocerse. Pero no. El la seguía deseando como aquella vez en la fiesta, en que se la llevó a la habitación de Chelo, su amigo productor. Sería siempre así? Y cuando estuvieran casados? Tanta aversión había tenido toda su vida a la palabra compromiso, y ahora estaba a mes y medio de ser un hombre casado. El esposo de alguien. Y lo más asombroso es que no podía esperar a que ese momento llegara por fin. Dejo el plato de la torta de lado y la sujetó por la cintura. Ella sonreía y empezaba a


tirar de su remera para sacársela. Sin perder más tiempo, la rodeó con los brazos y la llevó a la habitación. **** Esa mañana se levantaron temprano. Había invitado gente para hacer un almuerzo informal en la terraza. No era lo que podía decirse una fiesta, pero algo era. Gerard había contratado dos ayudantes para que le dieran una mano en la cocina, y tuvieran todo listo. Era el momento de que ella le diera su regalo. Repitiendo lo que había hecho él, tiempo antes cuando remodeló una habitación de huéspedes para ella, lo llevó con los ojos tapados hasta su estudio. Una vez que estuvieron adentro, ella se los destapó y esperó a ver su reacción. Se había gastado hasta el último centavo de su trabajo para Harper’s y no se arrepentía. Había valido la pena por ver sus ojos cuando reconocieron el precioso piano de cola que ahora ocupaba casi todo el estudio. Era imponente, de un color negro lustroso, y finos detalles que lo hacían lujoso y elegante aunque clásico y sobrio. No sabía absolutamente nada de instrumentos musicales, así que había tenido que recurrir a la ayuda de algunos de sus compañeros de facultad. Aparentemente, al ver la sonrisa de Jamie, mientras pasaba la mano por las teclas, no se había equivocado. —Vale… es… – la miró. Estaba sin palabras. Era una novedad. Cuántas veces la había dejado así a ella? Miles. Era agradable por primera vez, estar del otro lado. Ahora entendía por qué a Jamie le gustaba tanto hacer regalos. Sus ojos brillaban con emoción, eran como una descarga de calidez en su corazón. Se podía acostumbrar a esa sensación. Incluso volverse adicta. —Y? Te gusta? – le preguntó ansiosa. El, todavía sin responderle, se sentó y empezó a rozar las teclas en una melodía lenta, aunque sus dedos se movían rápidamente en complejas notas y combinaciones que la hacían suspirar. Se le hacía familiar, pero solo fue hasta que lo escuchó cantar que supo de que canción se trataba. Let her go, de Passenger. Era la versión más bonita que había escuchado, hacía que sus ojos picaran. Su voz, masculina y profunda, le daba descargas de calor en todo el cuerpo. Era la primera vez que lo escuchaba en vivo, y no podía compararse con nada. Sus manos seguras, acariciando el teclado del piano eran lo más hermoso que había visto. Se sintió afortunada. Esas mismas manos la acariciaban también a ella. Con la misma dedicación, con la misma pasión. Verlo totalmente compenetrado en lo que cantaba, cerrando los ojos, haciendo la cabeza hacia atrás, la estaba volviendo loca. Sus manos ardían por tocarlo. En ese momento él abrió los ojos y la miró. Ella no pudo evitarlo y se mordió el labio. Se acercó y se sentó a su lado mientras seguía tocando.


Cuando terminó la canción se quedaron mirándose en silencio. Algún día se acostumbraría a lo bellísimo que era? A lo atraída que se sentía cuando lo tenía en frente? A la mirada en sus ojos, reflejando exactamente todo lo que ella pensaba y sentía? A que la mirara como si fuera la mujer más linda? Casi como respondiendo a todas esas preguntas, la tomó con ambas manos por el rostro y se abandonaron en un beso largo y casi desesperado que los dejó sin aliento. Ella gimió suavemente mientras se abrazaba más, pasando los dedos entre su cabello. El sonrió y le mordió el labio de manera juguetona. —Gracias, mi amor. – le dijo. —Es perfecto. Frunció el ceño mirando la marca del piano y se separó apenas de ella para decirle. —Vale, cuánto te costó este regalo? – la miró serio. —Nunca vas a saber. – dijo ella sonriendo y repitiendo lo que una vez él había dicho al regalarle un vestido de diseñador. El sonrió pero negó con la cabeza haciendo un gesto desaprobatorio. —Estas loca. Ella se rió con ganas, contagiándolo. —Evidentemente. – le dijo mostrándole el dedo del anillo. Jamie hizo como si se ofendiera, y mientras ella empezar a reír de nuevo, la alzó por las piernas y se la llevó de nuevo a la habitación. El almuerzo se había prolongado hasta la tarde. Habían ido amigos de la productora, de la agencia, su padre, Cat, Flor acompañada por Nico, y los padres de Vale. La habían pasado a lo grande, entre risas, cariño y buena comida. Su familia le había regalado una consola con varios videojuegos, que sabían que le iba a encantar porque ahora cada vez que iba a Córdoba, se pasaba horas jugándolos con Nico. Y no se equivocaron. Franco le había regalado un viaje a Paris para dos personas. Cosa que ya habían destinado para su primera y más corta luna de miel. Cat le había regalado unos gemelos de oro elegantes y lujosos. Cada uno con una inicial grabada. J y V. Por Jamie y Vale, explicó. Era un regalo para el día de la boda. Vale se había llevado una mano al corazón, acompañado por un “ohh” de ella y de todos los invitados a coro que encontraron el gesto romántico y dulce. El, para molestar a su amiga había exagerado una cara de ternura y la había abrazado, haciendo que ella pusiera los ojos en blanco con fastidio. —Bueno, basta. Si hubiera sabido te regalo un par de medias, modelito. – dijo incómoda. Todos se rieron. Nadie se quería ir de la improvisada fiesta, lo que vieron como una buena señal de que la boda iba a tener el mismo éxito, pero tenía que asistir a su siguiente festejo. **** No tenía sentido quejarse, ni patalear a estas alturas. Aunque no tuviera ganas de separarse de su novia y de la reunión que le había organizado, ya había quedado con su


madre. No le quedaba más remedio que afrontarlo y que se acabara pronto. Abrazó a Vale por la cintura y se despidió con un largo beso, prometiéndole no tardar. Capítulo 3 Cuando estacionó el auto se dio con la sorpresa de que su madre no había planeado una cena íntima para ellos como había dicho. Esto era una fiesta con todas las letras. Una vez más, se sintió con ganas de romper algo. Vale tendría que haber sido invitada. Era su prometida! Cerró la puerta de un golpe y resignado entró. Ya estaba ahí. Por lo menos le sacaría provecho a la velada. Arreglaría las cosas con su madre, para que pudiera volver tranquila a Londres, y así evitarse cualquier problema que pudiera ocasionarle con Vale. Miles de personas que él había conocido en sus años de modelos, estaban ahí para celebrar su cumpleaños. A la mayoría conocía de vista y realmente dudaba que estuvieran ahí por él. Mas bien por haber sido invitados por Elizabeth y sabiendo que el evento, iba a cobrar una importancia social que a todos les interesaba para mantener un status. Puras estupideces a su entender. Puso su mejor cara, y agradeció a todos los asistente. Cuando su madre lo vio, le hizo señas para que se sentara con ella en la mesa principal. Lo saludó con un beso pequeño y al aire. —Feliz cumpleaños, querido. – le dijo. —Pensé que íbamos a estar solos. – le respondió alzando una ceja. —Es el cumpleaños número 25 de mi único hijo. Cómo no iba a festejarlo dándole lo mejor? – sonrió mirando al resto de los que se sentaban con ellos. El se mordió la lengua para no responderle como quería, porque no era la manera de tratar con ella, si deseaba hacer las paces. Pero la verdad que para tener lo mejor, su novia tendría que haber estado ahí sentada a su lado. Y en su lugar, quién estaba? Por supuesto, era obvio. Lo supo incluso antes de verla. Riley. Ella se desvivió en un saludo afectuoso, que salió retratado en todas las fotos. El solo le dedicó una sonrisa seca, y ninguna palabra. Vale tendría que ver mañana estas fotos en todos los medios. Mientras la noche avanzaba, no pudo evitar las comparaciones entre sus dos fiestas. La primera tan llena de afecto, calidez, y genuina celebración. Y la segunda, fría, estirada y tan llena de hipocresía que lo asqueaba. Mirando el reloj, se acercó a su madre. —Mamá, pensé que esto iba a ser solamente una cena, y la verdad es que ya tenía planes para después. Puedo hablar un rato con vos, antes de irme? —Cómo que te vas? – preguntó espantada. —Esta fiesta es en tu honor, no te podés ir. —Yo no sabía que venía a una fiesta en mi honor, y ya hice compromisos. Si me hubieras avisado…


– ella lo interrumpió. —Esta bien. Vamos a mi estudio un momento. De todas formas también tenía que darte mi regalo. – le sonrió. Llegaron y se sentaron, mientras Elizabeth buscaba un sobre de papel crudo y se lo entregaba. —Qué es esto? —Como te dije, es tu regalo. – suspiró y frunció los labios de manera afectada. — Aunque un regalo de esas características, por supuesto tiene sus condiciones. Jamie abrió el sobre, encontrándose con una llave. —Es una propiedad en Londres. Es esa casa que siempre te gustó, desde que eras chiquito. Esa que parecía un pequeño castillo. – le dijo sonriendo. —Una casa? – le dijo sorprendido. —Por lo que te podrás imaginar las condiciones. —Que me vaya a vivir a Londres. —Si y no. Falta un pequeño detalle. Su madre se acomodó en su lugar, y respirando profundamente tal vez para encontrar las palabras correctas, o generar suspenso, tardó en empezar a hablar. —No te cases. No se sorprendió. Al notar el tono con el que había empezado la charla, sabía que algo así podía ser el motivo. Puso los ojos en blanco con un resoplido, y se levantó para irse. No tenía sentido estar ahí. —James, no estoy diciendo que cortes tu relación con Valentina. Pueden mudarse ahí, y empezar una vida juntos. Incluso tener hijos. No me voy a oponer. A nada de eso. Van a tener mi más sincera bendición. Lo único que te pido es que no te cases. Quién necesita un papel? No es lo importante. Al ver su rostro, y notar su desesperación todo le cerró. El era muy pequeño cuando ocurrió y casi lo había olvidado. El testamento de su abuelo. Al ser su único nieto, le había dejado absolutamente todas sus pertenencias. Pero como era un menor se lo administró su madre hasta que cumplió 18. Con el paso del tiempo, él se desentendió del asunto. Además porque no podía contar con la totalidad de la cifra. Solo de una mensualidad, que le daban los intereses de semejante monto. Su querido abuelo había dejado una cláusula para poder quedarse con todo. Debía estar casado. Solo así, podría obtenerlo. —Esto es por la herencia del abuelo James. No? – le preguntó Jamie, refiriéndose al padre de su madre que llevaba su mismo nombre. Ella no respondió. Estaba clarísimo que era por eso. —Y qué pensas? Que cuando tenga la herencia te voy a echar de tu casa, que en realidad era de él? O que te voy a dejar en la calle? —No pensaría eso de vos. Pero a Valentina no la conozco. Y Jamie, estamos hablando de una suma de dinero que esa chica ni siquiera podría imaginar, ni en sus mejores


sueños. —Valentina no es así. – dijo enojado. —Jamie, es lo único que te pido. Soy tu madre. Si es que me querés, aunque sea un poco… Estaba dando golpes bajos. Molesto, se levantó. —Y pensaste que me ibas a poder hacer elegir entre una casa en Londres, y Vale? – negó con la cabeza. —Entre ella y yo. – dijo firmemente. —Quedate con la casa, quedate con la herencia, con el dinero del abuelo James, con tu dinero. Quedate con todo mamá. No me interesa. – se dirigió a la puerta y antes de salir, le dijo —Nosotros dos, no tenemos más nada que hablar. Salió echando chispas. La gente que aun estaba en el salón se había quedado boquiabierta, porque en el camino había empujado a varios que estaban en su camino de muy mala manera. Cuando llegó al auto soltó todas las maldiciones que se había estado guardado. El pensaba en arreglar todo con su madre, porque la amaba, y no quería que sufriera. Incluso la había entendido con respecto a su actitud con Vale. Porque ella se había justificado con esa basura de que era su único hijo, y estaba asustada. Cosa que ahora sabía eran puras mentiras. Siempre la había movido el dinero. Por eso tanta desconfianza con su novia desde un principio. Había estado todo este tiempo temiendo por su asqueroso dinero. El no le importaba. No era la primera vez que se llevaba esta impresión. A los 16, había pasado por algo que lo había dejado marcado. Literalmente. El tenía ganas de ir al colegio como todos los demás jóvenes de su edad y ella se lo había negado. Había una producción muy importante, en la cual iban a pagarle mucho dinero. Esa misma, con la que se hizo tan famoso. Pero a él no le interesaba. El quería tener las experiencias que los demás chicos tenían y ella se lo negó. Recordó como un día al volver de una de las pruebas de vestuario, se había tomado todo el mini-bar de su habitación del hotel y acompañado de Riley, su compañera en todas esas locuras, se habían ido de fiesta. Tal era el estado que tenían, que cuando despertaron al otro día, ella tenía el pelo de color turquesa y él un tatuaje de estrella en el cuello. Sonrió. No habían podido parar de reírse, aun cuando todo el mundo los regañaba. La gente de la agencia estaba furiosa, y su madre ni hablar. Pensó que le había fastidiado el mejor contrato que habían podido conseguir. Pero no. La gente de la marca amó su tatuaje. Decidieron agregárselo digitalmente a las fotos que ya tenían de él. Después de eso, estaba otra vez subido a un avión, y no había tenido tiempo si quiera para enojarse con su madre por ser como era. Como a cualquier adolescente le hubiera gustado hacer. Azotando la puerta y todo eso.


Y ahora se le antojaba directamente tirar abajo todas las puertas de una patada. Respiró. No volvería a caer en el juego de Elizabeth, ni a dejarse manipular. Volvió a donde debía estar en ese momento. De donde no se tendría que haber ido. A su casa, con Vale. **** Lo escuchaba, pero no podía creerlo. Cómo una madre podía ser capaz de ser así de interesada? Es que no le importaban para nada los sentimientos de su hijo? Tenía ganas de agarrar a su suegra por las mechas. Pero no hizo comentarios de eso. No ayudaría en lo más mínimo. Estuvo ahí para apoyar a Jamie. Prestándole un oído y brindándole las palabras y el cariño que pensaba que necesitaba. Esa noche se fueron a dormir bastante tarde. Jamie estaba enojado, y no paraba de darle vueltas al asunto. Capítulo 4 Cuando se despertó esa mañana, él estaba boca arriba roncando. Sonrió. Se lo veía tan despreocupado. Tan feliz, ajeno a todos los dramas que le ocasionaba esa horrible mujer que era su suegra. Pero sabía como hacerlo sentir aun mejor. Muy despacio, se acercó a su boca y empezó a regarlo de besitos. Pasó sus dedos entre su pelo con cariño mientras él iba despertándose con una sonrisa hermosa y un gruñidito sexy al que ella tanto se había acostumbrado. —Buen día, Ken. – le dijo mientras lo besaba. —Buen día, Barbie. La tomó por las manos al tiempo que la daba vuelta para colocarse por encima con mucho cuidado, y comenzó a besarle el cuello acariciándola con delicadeza. Pero ella no estaba de humor para algo delicado. Buscó el lóbulo de su oreja y con los dientes comenzó a darle tironcitos, mientras se agarraba con firmeza de su espalda. El la miró con una media sonrisa perversa, mientras le sacaba las manos para ponerlas a los costados de su cabeza rápidamente. Impidiéndole todo movimiento. Fue bajando, besando su cuello hasta llegar a sus pechos. Volvió a levantar la mirada, mientras jugaba con su lengua volviéndola loca. Ella se arqueaba de placer. Cuando bajó una de sus manos para tocarlo, él negó con la cabeza y la mordió. Ella no pudo evitar gritar. Entendiendo, volvió a dejar el brazo como estaba antes, pero sin poder dejar de pensar en como se había sentido ese trato violento, en ese contexto. Jadeó. Le gustaba. Demasiado. El siguió besándola y tentándola hasta que llegó a su entrepierna y ella pensó que no iba a poder aguantar mucho más. Sin pensar, tomó su cabeza con ambas manos y se sujetó con fuerza de su cabello. En respuesta él aceleró sus movimientos, haciéndolos más profundos. Estaba perdida. Tenía los ojos cerrados, y a Jamie tomado bruscamente, moviéndose


y guiándolo con los tirones. Estaba muy cerca. En ese momento, él dejó de besarla y subiendo a donde ella estaba, la llenó de golpe. Sin dejarla pensar, sin dejarla acostumbrarse a nada, comenzó a moverse mientras mordía sus labios y empujaba como escalando sobre ella. Era algo intenso. Estaba con los ojos cerrados y perdido. Solo podía agarrarse firmemente de su espalda, y dejarse llevar. Cuando estaba a punto de explotar, el la dio vuelta, y separándose apenas, la hizo colocarse de rodillas y la llenó sujetándola por la cadera. En esta posición no podía verlo, pero si escucharlo, y notar que por la intensidad de las arremetidas, los dos estaban muy, muy cerca. Gemía, y gritaba mientras él chocaba contra su cuerpo. Hasta que no pudieron más y se dejaron ir de manera violenta quedándose quietos en el lugar, incapaces de moverse ni hablar. Con todos los sentidos aturdidos, fue apenas consiente de que él le masajeaba suavemente la espalda, y se la llenaba de besos desde donde estaba. —Estas bien, mi amor? – le preguntó. Ella asintió sonriendo y acariciando su rostro cuando lo acercó para besarle el cuello. El llevó sus manos a sus pechos y con la misma suavidad, se los acarició. Cerraba los ojos y lo disfrutaba dejando escapar algunos suspiros. Las manos de Jamie se sentían tan bien. Su cuerpo agotado volvía a responder queriendo más. Aunque estaba exhausta, no podía evitarlo. Llevó una de sus manos sobre las mano de él que la tocaba y la condujo más abajo. Gimió. El, que todavía estaba dentro de ella, comenzó a moverse de nuevo. Más despacio que antes, pero de manera continua. A un ritmo que la hacía perder la cabeza. Otra vez estaban perdidos. El se mordía los labios, y aumentaba la velocidad, y ella desde donde estaba se impulsaba hacia atrás para encontrarse con su cuerpo, con fuerza, haciéndolo gruñir. —Te gusta, Barbie? – le preguntó mientras le clavaba las manos en la cintura. —Si. – logró decir ella con la respiración entrecortada. —No pares, Jamie. El, enloquecido por sus palabras, gimió para aumentar la fuerza, y sujetó su pelo de un tirón haciendo que se arqueara. Cuando quiso moverse, el tiró más fuerte, haciéndola gritar. La tenía quieta mientras él los llevaba al límite a toda velocidad. Se pegó a su cuerpo y fuera de control le dijo al oído. —Te quiero escuchar. – su voz ronca desde el fondo de su garganta terminó por atormentarla. Dándole el gusto, se dejaron ir casi al mismo tiempo mientras ella repetía su nombre entre gritos y jadeos. Cuando se dejaron caer en la cama, estaban sin aliento. Tardaron más de lo normal en recuperarse. El la miraba entornando los ojos. —Eso de recién, …estuvo bueno. – le dijo.


Los dos rieron. —Nunca había sido tan… – se quedaron callados. El asintió. Después sonriendo le preguntó. —Me tengo que asustar de que día aparezcas con un par de esposas, o algo así? Ella rió con más ganas negando con la cabeza. —Yo tengo que asustarme de que algún día me ates o me pegues con un látigo o algo? —Lo del látigo no, pero atarte… – sonrió pensativo. Ella levantó los ojos con sorpresa y se siguieron riendo. —No haría nunca nada que te lastimara en serio. – le dijo dándole un beso en los labios. —Yo tampoco. – le respondió ella abrazándolo. —Igual, tampoco descartemos el tema de las esposas así de movida. Podemos ir viendo… Ella lo empujó cariñosamente y entre risas se quedaron en la cama casi toda la mañana. Se habían dejado ese día libre de lo que eran los preparativos y trabajo, para ayudar a Nico que se mudaba a Buenos Aires. Así que después de almorzar, le dieron una mano para que se instalara y le llevaron comida. Vale sonrió con ganas cuando vio que Flor ya estaba ahí cuando ellos fueron, vestida con una remera vieja y un jean roto, moviendo cajas y preparándose para limpiar el lugar. Hacía meses que nadie vivía allí, y había varios centímetros de tierra sobre todas las superficies. Para cuando se hizo de noche ya habían terminado. Su hermano no tenía tantas cosas como ella, y había metido toda su ropa hecha bollos en los cajones, así que daba igual. Tomándose un descanso, prendieron la tele y se sentaron en el sillón. Estaba destrozada. Esa mañana la había dejado totalmente agotada. Miró a Jamie y estaba cabeceando de sueño también. Le sonrió. —Me mataste, Barbie. – le dijo al oído. —Vamos a dormir. – le contestó tirando de su mano. El asintió y bostezando se levantó del sillón. Vio que él le hacía señas disimuladamente, para que mirara hacia el balcón. Nico tenía a Flor sujeta a la cintura, mientras ella lo abrazaba por el cuello y le hablaba dándole besos. Los veía tan bien que no podía creerlo. Nunca había visto a su hermano, ni a su amiga así. Notaba algo en esas miradas. Lo reconocía porque lo había vivido. Los dos se estaban enganchando. Esto iba en serio. Sin hacer el menor ruido salieron del departamento y se fueron al suyo. ****


De camino a casa Vale se había quedado dormida, así que había tenido que cargarla. La recostó delicadamente en la cama y comenzó a sacarle la ropa. El también estaba cansado. Por falta de tiempo había dejado de ir al gimnasio, pero tendría que retomar cuanto antes. Más si pensaba cada tanto hacer algún trabajo como modelo. Tenía que mantener su físico. Ahora Vale tendría que preocuparse por esas cuestiones. Se detuvo mirándola mientras la metía entre las sábanas en ropa interior. De verdad era muy hermosa. No hacía falta que Amanda, ni ningún dueño de ninguna agencia se lo dijera. Un tipo de belleza que existía sin esfuerzos. El tipo de belleza clásica y natural que hacía que su corazón latiera a mil con cada una de sus sonrisas. Le dio un beso y se acostó a su lado abrazándola. **** Los días siguieron pasando, y entre tanto trabajo que tenían, ella se las había arreglado para tener sus tiempitos libres para salir con la cámara como ella siempre hacía. Mientras caminaba por la ciudad, se dio cuenta de que algo le faltaba. Se paseaba de un lado al otro apuntando a todo, pero sin sacar ninguna foto. Sonrió. Estaba tan acostumbrada a su trabajo, que lo que le faltaba era la modelo. Podía imaginársela de hecho. Estaría caminando hacia la cámara sin mirarla directamente. Tal vez se llevaría una mano apartándose el pelo. Si alguien le preguntaba un año antes, la fotografía de moda era definitivamente una de sus menos preferidas. De hecho, si alguien le hubiera dicho que en unos meses pertenecería a una productora, trabajando para marcas y revistas importantes, por casarse con un modelo, y por qué no, a punto de modelar ella misma, se hubiera reído. Pero allí estaba. Nunca lo había buscado, pero había descubierto en la moda, pasiones que estaban ocultas en ella, y que no conocía. Cada día le interesaba más el tema. Había tanto que quería aprender. La experiencia con Amanda la había dejado obsesionada. Lo que duró esa producción había estado caminando por las paredes, pensando que iba a explotar, morir o matar a alguien, pero una vez que las fotos estuvieron publicadas, había sido una de las mejores cosas que le habían pasado en la vida. Nada se comparaba con la satisfacción y el orgullo, de ver plasmado su trabajo de esa forma. Por eso es que estaba segura de que si volvían a ofrecerle un trabajo así, lo tomaría. Un poco de presión y nervios valían la pena ante esos resultados. Estaba a una cuadra del departamento cuando su celular comenzó a sonar. Distraída mirando el paisaje, no miró la pantalla y solo atendió. —Hola rubia. Mirco. Capítulo 5


Su pulso se disparó, y su estómago quedo hecho piedra. —Hola Mir. Cómo estás? – le contestó. —Mal. Me siento como un idiota. No se ni como pedirte disculpas. —Mir, no… – él la interrumpió. —Hace semanas que marco tu número, y no llamo. Nunca se que decirte. Perdoname, es lo único que se me ocurre. Soy un imbécil. No te tendría que haber llamado en ese estado, ni haber dicho las cosas que te dije. – sonaba tan afectado, que no le costaba creerle. —Esta bien. No estoy enojada. Me dolió lo que me dijiste, y espero que en el fondo no sea lo que realmente pensas. Pero obvio que te perdono. Sos mi mejor amigo, y cuando te dije que no quería que estuviéramos mal, lo decía de todo corazón. Escuchó que su amigo, del otro lado de la línea suspiraba, y soltaba el aire aliviado. —Supongo que después de todo lo que pasamos, que te felicite ahora por el casamiento puede no sonarte del todo sincero. Así que para hacerlo más fácil te voy a decir que apoyo todo lo que te haga feliz, rubia. Y si vos estás bien, yo voy a estarlo. —Gracias, morocho. – le dijo con lágrimas en los ojos. —No llores Vale. Por favor. – le dijo angustiado. —Te extraño tanto. – sollozó. Hubo un silencio antes de que pudiera contestarle, y cuando lo hizo, su voz sonaba entrecortada. Le estaba costando lo suyo no llorar también. Se daba cuenta. —Yo también te extraño. Voy a hacer todo lo que pueda para viajar en junio. Estuve practicando las cosas que me enseñaste con la cámara, tengo como mil fotos para mostrarte y que me critiques. Logró arrancarle una risa. —Esperá. – se dio cuenta. —Cómo en junio? No vas a venir para…? – la interrumpió. —Para tu casamiento? No puedo, rubia. Perdoname, pero no puedo. Entendeme… —Si, si Mir. Obvio que te entiendo. Perdoname, soy muy egoísta por pretender que… —Soy tu amigo, y querés que esté ahí a tu lado ese día. Lo entiendo. De verdad. Pero …me hace un poco mal. – la voz se le quebró al final de la frase. Su corazón se estrujaba, no quería escucharlo así. Ahora tomaba aire y se aclaraba la garganta reponiéndose y le dijo. —No se que me pasa, perdón. – dijo entre risas haciéndose el gracioso. —Estoy hecho un maricón, llorando cada vez que hablo con vos. Vale no pudo reír. Su garganta ardía por el nudo que se le había formado de emociones. —Mir, te amo. Sabés? —Y yo a vos, hermosa. – le dijo. —Pero bueno, ya basta de ponernos mal. Hace mucho que no hablamos nos tenemos que poner al día. Sonrió. Lo que había restado de la charla, había sido más distendida. Sobre temas como el trabajo e ambos, la mudanza de Nico, su relación con Flor y diferentes cosas de las que Mirco se reía o tenía algún chiste o comentario que hacer. El, por su parte, le había contado que ya había jugado el primer partido con la camiseta de su nuevo equipo y


había logrado hacer un gol. Entre promesas de volver a hablar pronto se despidieron alegres, dejando atrás las tristezas de un rato antes. Ya no quedaba nada. Estaban en la recta final. Solo quedaba una semana para la boda. Y entre una cosa y otra, tenía la sensación de haber bajado como 10 kilos. Había días en los que no podía dormir de la ansiedad. Y aunque no estaba bien decirlo, se sentía mejor viendo que a Jamie le pasaba lo mismo. Estaban felices, y el ver que todo estaba saliendo como ellos querían, los emocionaba todavía más. Se habían organizado bien, y el tiempo les había sobrado con los preparativos. Contaban con la ayuda de todos los amigos y contactos de él para asegurarse que ese día iba a salir perfecto. Pero en definitiva, eran un manojo de nervios lo mismo. Estaba a punto de hacer la lista de cosas que tenía que llevar a París, su mini luna de miel, cuando su teléfono sonó. Elizabeth. —Qué tal, Valentina? – dijo con ese tono altanero tan característico de ella. —Muy bien Elizabeth. Cómo está? – hizo lo posible por sonar educada y cordial, cuando en realidad lo que quería era decirle unas cuantas cosas. —Bien, querida. Muy bien. Necesito hablar con vos. —Digame. – le dijo curiosa. —No, en persona. Son temas de familia, y esas cosas no se tratan por teléfono. – la regañó. Vale suspiró, tratando de encontrar la paciencia que necesitaba para no mandarla a la mierda. —No hay problema. Cuándo quiere que nos veamos? —Te queda bien mañana para el té de las 5 en mi casa? —Si, perfecto. Ahí voy a estar. – le dijo tratando de sonar alegre. —Nos vemos entonces. – y cortó. No le dio oportunidad de despedirse, ni lo hizo ella. Qué quería su suegra ahora? Debía contarle a Jamie? Estaba tan contento por la boda y el viaje, que realmente le molestaba tener que arruinar ese humor. Ella podía manejarlo. Vería que quería esa mujer, y le contaría después solo si tenía que hacerlo. Llegó 5 minutos antes, sabiendo que los Ingleses eran estrictos con la puntualidad, no queriendo ganarse otra reprimenda que la llevara al límite de tener que insultarla. Se recordó que todo esto lo hacía para que Jamie fuera feliz. Su madre era importante para él. Elizabeth ya la estaba esperando, sentada en una de las salas, que daba a una galería llena de flores. El lugar era bellísimo. Hasta el más mínimo detalle derrochaba lujo y …bueno, dinero. Todo parecía carísimo. Una de las empleadas estaba terminando de servir una mesa, que hubiera servido


para alimentar a un comedor entero. Masitas y pasteles de todos los colores y tipos, bandejas de frutas, dulces, galletas, bizcochos, macarons, había de todo. Se saludaron de manera cordial y tomaron asiento, mientras les servían el té. —Bueno Valentina, te tenés que estar preguntando por qué te llamé. Verdad? – le dijo sosteniendo la taza cerca de su boca. —Me gustaría saberlo, si. – dijo sonriendo. Sujetó la taza y solo después de ver que su suegra tomaba, se aventuró a probarlo. No es que pensara que sería capaz de envenenarla, pero…para qué arriesgarse, no? —Debes estar al tanto de la charla que tuve con mi hijo el día de su cumpleaños. Se le tensaron los músculos de la cara. Por supuesto que estaba al tanto. No le contestó. Se quedó callada esperando que siguiera hablando. —Como sabrás, no es mi intención que se separen. Yo también fui joven, y me enamoré. – sonrió recordando. —Cuando conocí a Franco, perdí la cabeza. Era el centro de mi universo. – suspiró. —Pero eran realidades distintas. Muchas cosas dependen de esta decisión que James está tomando. Las consecuencias… El está dispuesto a renunciar a todo el dinero por vos. Vale se quedó sin aire y su corazón se derritió. No se lo había dicho. Solo le había dicho lo que su madre le había propuesto, y que se habían peleado. No que era capaz de dejarlo todo por ella. Sus ojos picaron de emoción. —Se quedarían sin nada, Valentina. Bueno, no nada. El tiene su capital. Pero no es nada comparado con lo que podrían tener si llegáramos a algún acuerdo. Estaba a punto de interrumpirla, para decirle que a ella no le importaba. Pero su suegra levantó una mano frenándola. —Si, me imaginé que ibas a pensar lo mismo que él. Como te dije, yo también estuve enamorada. Por eso estoy dispuesta a hacer una segunda propuesta. Y te la voy a hacer a vos porque sé que querés que James siga teniendo una relación con su madre y lo querés ver feliz. Además me di cuenta de que mi ex marido te cae bien. No? Frunció el ceño confundida. —El trato es por lo mismo, pero cambian las condiciones. No tienen que casarse. Y a cambio, estoy dispuesta a ceder parte de la herencia para vos, y para tu familia. Se que tus padres hacen un gran esfuerzo para pagarte los estudios. Seguramente vas a querer alivianarles los gastos, no? – sonrió. —Ese dinero no me corresponde a mí. No es mío, y no me interesa que lo sea. Ni una parte ni nada. Mi familia pensaría lo mismo. Es verdad, están haciendo un esfuerzo, que pienso devolver hasta el último centavo una vez que me reciba. – dijo tratando de estar tranquila, aunque las circunstancias se lo ponían bien difícil. —Entonces te voy a contar algo, que por ahí te hace cambiar de opinión. – tomó de su taza relajadamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo para seguir hablando. — Cuando conocí a Franco no tenía ni donde caerse muerto. Pero yo lo amaba. Y por eso es que entiendo a mi hijo. – rió. — Franco no se sentía cómodo siendo mantenido por mí, pero yo lo quería a mi lado a cualquier precio. Y


entonces hice algo, que nadie sabe. Ni siquiera mi ex. Sonrió de manera perversa. —Compré la mayoría de acciones de una empresa que estaba en desarrollo, y me las arregle por hacer lo posible por que lo contrataran sin que se diera cuenta de que yo estaba a cargo. El empezó al poco tiempo a trabajar como contador. – se rió cerrando los ojos. —Por supuesto estaba feliz, tan orgulloso de por fin tener un sueldo que se equiparara mínimamente al estándar de vida al que su novia estaba acostumbrada. De a poco fue siendo parte de esa empresa. La vio crecer. Hizo de ella una marca reconocida dentro de lo que es la organización de eventos. Es su vida. Lo más importante que tiene después de Jamie. Y además me brindaba a mí un beneficio extra. Vale no podía creer lo que estaba escuchando. Esta mujer no tenía límites. —Me daba una ventaja sobre él. Si me engañaba, o me dejaba, yo tenía instrumentos de sobra para cobrármelas. – dejó la taza delicadamente. —Estaba perdidamente enamorada, pero nunca fui estúpida. Yo pertenezco a una de las familias más influyentes de Londres, y él no era nadie. Suspiró. —Con el tiempo empezamos a llevarnos muy mal, y nos separamos de mutuo acuerdo. Yo no le guardo rencor, la verdad es que me interesa bastante poco si sufre o no. Asi que dejé las cosas como estaban. El sigue trabajando para mí sin saberlo. Además, el día que decidimos divorciarnos, él me dijo que no iba a querer ni un centavo. No le interesaba una división de bienes. Y lo valoré, me pareció algo muy íntegro de su parte. O tal vez fue un acto de orgullo, no sé. – hizo un gesto como quitándole la importancia con la mano. —Sería una pena que todo esto se arruinara por el capricho de dos jovencitos que no saben lo que hacen. —No entiendo. —Esa es la parte en donde entras vos, Valentina. Es la condición en la que más tenes que pensar. Como accionaria mayoritaria, tengo el poder de hacer algunos cambios. Incluso en el directorio estuvo dando vueltas la idea de liquidar directamente esa compañía. Franco quedaría en la calle. Y no sé si sabes, pero por no haber obtenido nada del divorcio, los primeros años, para encontrar en donde vivir se endeudó. No es mucho dinero, pero él ha estado ahorrando. —Me está extorsionando, entonces… —Te estoy proponiendo un trato. De que le digas a Jamie, que no te interesa casarte porque lo pensaste mejor y preferís vivir un tiempo más juntos antes de dar ese paso, o lo que sea. No me interesa. Y yo dejo todo como está. Incluso mejor. Así como puedo quitarle el trabajo, también le puedo dar un ascenso, un aumento, o lo que sea que estés dispuesta a negociar. – la miró fijo —Porque vos podés pensar que mi hijo va a ayudarlo, a prestarle el dinero, y podés tener razón. Pero para Franco va a ser durísimo tener que pasar por semejante humillación ante James. Y él no aguantaría ver sufrir a su padre. Y vos no querés eso, no? Vale no contestó. Se había quedado totalmente congelada.


Con una sonrisa siniestra le dijo. —Tenés 24 horas para decidirlo. Y quiero que tengas en cuenta que una vez liquidada la empresa, no es solamente Franco quien va a quedar en la calle. Una de las empleadas domésticas que había llegado un minuto atrás se acercó a su silla cuando su jefa le hizo señas. —Ana Laura, por favor acompaña a Valentina hasta la puerta que se retira. Y sin dedicarle otra mirada, pasó por su lado dejándola sola. Confundida, fue hasta el auto y manejó hacia el departamento. Por suerte, Jamie, no estaba para verla en el estado que había llegado. Empezó a sentir un dolor en la boca del estómago. Sentía nauseas. En sus manos estaba el destino de mucha gente. De repente sintió como si una enorme carga se hubiera instalado en su espalda y sus ojos comenzaron a arder. Tomando aire muchas veces, se dejó llevar por el llanto que llevaba atascado por horas. Capítulo 6 **** Con solo algunos días para la boda, quedaban muchas cosas por hacer. Había ido a la estancia en donde se celebraría, para recibir a los familiares de ambos lados de la pareja y dejarlos bien instalados para que disfrutaran de unos días de relajación, tranquilidad, de spa… mmm… a él también le hubieran venido bien. Todavía tenía que ir a buscar su traje, pero mirando el reloj, decidió que lo que en realidad quería era estar con Vale. Así que llamó a su sastre y le dijo que iría al día siguiente. Apenas entró se percató del delicioso olor a comida, y la encontró ocupada probando lo que preparaba. —Hola mi amor. – le dijo tomándola de la cintura por detrás y besándole el cuello. —Hola hermoso. – le contestó devolviéndole los besos. Tenía los ojos rojos. Había estado llorando. Frunció el ceño. —Qué pasa? —Nada. Estoy un poco emocionada. Ya faltan pocos días y… – pero no pudo sostener la mentira que estaba a punto de decirle. Un par de lágrimas asomaban por sus ojos y eso fue suficiente para que su estómago se fuera al piso. Odiaba verla así. —Hoy fui a lo de tu mamá. Me citó para que charlemos. – dijo lo último de manera irónica. —Vale, por qué no me dijiste? Qué te dijo? Ya mismo la llamo para ponerla en su lugar. No voy a dejar que te… – pero ella lo interrumpió negando con la cabeza. —Esto es bastante más complicado. Sentate y te cuento. Se había quedado mudo. No tenía palabras, ni siquiera para consolar a su novia, que estaba llorando desesperada sin saber que hacer. Su madre no tenía límites, no tenía escrúpulos. Pero tenía que ser más inteligente, no se podía dejar llevar por la ira o la impotencia.


Sentimientos que ella nunca demostraba. Se iba a mostrar con la misma frialdad que la misma Elizabeth. Y le iba a ganar. En su mente ya habían empezado a formarse las ideas que lo llevarían a frenar a su madre, de una vez y para siempre. —Vale. – le dijo mientras secaba sus lágrimas y le besaba las mejillas. —Voy a necesitar que me ayudes. No podemos dejar que gane. La boda sigue en pie. —Pero toda esa gente, Jamie. Tu papá… —Yo mismo me voy a encargar de que no les pase nada. Las maniobras que tiene planeadas, aun si las aprobara todo el directorio, podrían llevar meses. – la abrazó. — Confiá en mí. Ella asintió. —Ahora pensemos en nosotros. Prometeme que no te vas a preocupar por esto. No quiero que arruine nuestro día. Ella sonrió tímidamente, secándose las lágrimas. La abrazó con fuerza y buscó sus labios para darle un beso. **** Le había prometido a Jamie que no se iba a preocupar por Elizabeth, pero no se le hacía nada fácil. Confiaba en que encontraría una manera de solucionarlo, pero de todas formas, no podía evitarlo. Al otro día vio como su teléfono sonaba. Se le había cumplido el plazo para tomar una decisión. Miró el número de su suegra, pero siguiendo el consejo de Jamie, no se lo atendió. Seguramente estaba furiosa. Y ella temía por lo que pudiera hacer en ese estado. No quería que se vengara utilizando gente inocente que no tenía nada que ver. Sonó un bip de su celular. Tenía un mensaje. De ella. Solamente ponía. “Espero no te arrepientas”. Le dieron ganas de revolear el aparato y estrellarlo contra alguna pared. No. Le había prometido a su novio que no se preocuparía. Ya habría tiempo de solucionarlo todo después. Suspiró y siguió preparando la valija para la luna de miel. Como la boda iba a ser de día, y requería que todos viajaran horas para llegar a la estancia, habían decidido hacer las respectivas despedidas de solteros dos días antes. Distinto a lo que se solía acostumbrar. Jamie se juntaba con sus amigos modelos y Nico en un bar para comer y tomar para después irse a vaya a saber Dios donde. No quería saberlo. Y ella ahora se estaba preparando para juntarse con Flor, para después encontrarse


con sus amigas modelos, y Anabel. Sus planes eran bastante parecidos, aunque les había hecho prometer que nada de strippers, ni nada de ese estilo. Aunque ella podía ser una, con la ropa que la habían obligado a vestir. Una minifalda ínfima, negra de cuero, con botas altas y una remera que decía: “Despedida de soltera” en letras brillantes. Literalmente brillaban. Todo esto acompañado claro, por una vincha de cuernitos rojos en el cabello. Sin dudas lo más horrible que se había puesto. Y ahora tenía que salir a la calle así. Estaba mortificada. Si no empezaba a tomar ya mismo, la iba a pasar mal. Por lo menos la consolaba que todas sus amigas vestirían algo similar. Cuando apareció en la sala, después de haberse encerrado en el vestidor por media hora sin querer salir, Jamie abrió los ojos como platos. Fue un segundo. Y luego por poco se cae de la silla por culpa de las carcajadas. Ella lo señaló con mala cara. —Shh! No quiero que digas nada. – lo fulminó con la mirada. El hizo como si se cerrara la boca con un cierre y tratando de contener la risa, le ofreció una copa de algo que estaba tomando. —Gracias, me viene perfecto. – lo vació de un solo trago. Mierda. Qué era Whisky?, pensó cuando toda su garganta se prendió fuego. Tosiendo un poco fue a servirse más. —Ey despacio, Barbie. Así no vas a llegar ni a lo de Flor. —No te hagas drama que les dije que me vinieran a buscar. Asi que no manejo. Salud! – le dijo levantando su copa. —Salud. – contestó Jamie devolviéndole el gesto. Quemaba. El se levantó y recogiendo la cámara, le dijo: —Necesito una foto de este momento. Después de un par de fotos y copas más, cada uno partió a su despedida. Para su sorpresa, no se había emborrachado. Festejó con sus amigas toda la noche de boliche en boliche, sacándose fotos con todo el mundo. Incluso le habían dejado números de teléfono en el escote. Se rió. Todo eso había sido idea de Flor. Pero dentro de todo, podía decir que se había portado muy juiciosa. Ahora, su novio, era otra cosa. Cuando se levantó la mañana siguiente y no lo vió en la cama se asustó. Se fue corriendo y lo encontró en el piso, cerca de la puerta con un cartel en la frente que decía “pesa mucho”. Se rió. Le habían dibujado en la cara unas cuantas cosas antes de pegarle el dichoso cartelito. Oh… ella necesitaba una foto de ese momento. Entre risas, le sacó un par antes de moverlo apenas para despertarlo y que siguiera durmiendo en la cama.


No iba a poder levantarlo, realmente pesaba mucho. Le dio besos en los labios. Apestaban a alcohol. Pobrecillo. El frunció el ceño y gruñó con un gesto de dolor mientras se negaba a cooperar. —Buen día, mi amor. Por qué no vas a dormir a la cama? – le dijo. —No puedo. – le contestó con los ojos cerrados. —Te sentís muy mal, no? —Noche larga. – le dijo asintiendo. —Parate y yo te ayudo a acostarte. Entreabrió un ojo y la miró con una media sonrisa. —Y te quedás un ratito a cuidarme? Vale se rió. —Vamos, Ken. Apenas apoyó la cabeza en la almohada, se desmayó. Estuvo fuera de combate por horas. Recién había empezado a dar señales de vida a la tarde. Ella había aprovechado para hacer todo lo que quedaba pendiente. Su vestido ya estaba camino a la estancia. La idea es que Jamie no lo viera hasta ese momento. Las valijas para la luna de miel estaban listas. Ya estaba todo listo. Sonrió. Prendió el equipo, y mientras bailaba y cantaba las canciones de la radio que tanto le gustaba, se puso a cocinar la cena. Capítulo 7 Era temprano cuando abrió los ojos. Tal vez la ansiedad no la dejaba dormir más. Se fijó a su lado y Jamie ya no estaba. Se había ido antes para arreglarlo todo. Además no se suponía que llegaran juntos. Antes de irse le había dejado una nota. “Me quedaría mirándote dormir todo el día porque sos hermosa, pero me tengo que casar, Barbie. Estoy contando los minutos, los segundos…Y la próxima vez que te vea vas a ser mi mujer. Te amo. J. (Ken.)” Se rió. Hasta cuando estaba muerto de nervios era adorable. Sería una boda de día, y la celebración se prolongaría el resto de la tarde y cerraría a la noche, con una cena para quienes quisieran quedarse. A medianoche partía el vuelo a París. Su corazón se agitaba violento. Esto se estaba volviendo más real a medida que pasaban los minutos. Su boda. Su padre la tenía que ir a buscar a las 9, pero no llegaba. Se preocupó. Le habría pasado algo? Tampoco estaba contestando su celular. Justo cuando estaba por empezar a desesperarse su celular sonó. Jamie. —Hola Barbie. Te llamo para decirte que hubo un pequeño cambio de planes y Luis no te va a ir a buscar. Preparate que ya mandé el remplazo.


—Por qué? Le pasó algo? – dijo casi gritando. —Nada. Es una sorpresa. Te amo. – y cortó. No tuvo tiempo ni de pensar en que había querido decir, cuando el timbre empezó a sonar. Un chofer le decía que su auto estaba listo. Le había mandado un remis? Esa era la sorpresa? Se rió. Bajó y cuando lo vio, por poco no deja sordo al portero que estaba en la recepción. Su amigo Mirco, vestido impecablemente de traje y corbata la saludaba con una mano mientras la apuraba señalando el reloj. Abrió la puerta de edificio y se colgó a su cuello abrazándolo. —Rubia. – le dijo al oído. —Te extrañé. —Yo también, morocho. El la sujetó con fuerza un rato antes de decirle. —No vengo a raptarte para que te escapes conmigo. – le dijo entre risas. —Te tengo que llevar ya a la estancia para que empieces a prepararte. —Pensé que no ibas a venir. – ya tenía los ojos llenos de lágrimas. El sonrió y le dio un beso en cada mejilla. —No empieces a llorar, rubia. O lloramos los dos. Se rieron. —Por hoy tengo permitido llorar todo lo que quiera. – le dijo levantando el mentón. —Flor me dijo que si te hacía llorar me pateaba el culo. Vale se rió. —Todos sabían que venías? —Jamie me habló por teléfono. Arreglamos las cosas, casi. – miró para otro lado. —El quiere lo mismo que yo. Que seas feliz. – se encogió de hombros. —Llegué anoche a Buenos Aires, y me junté con Flor y Nico. Otra cascada de lágrimas. —Vamos mejor. Si llegas tarde y encima llorando, me van a patear entre todos. Se rió y se subió al auto con su amigo. Su mejor amigo. Quien había dejado de lado todo por estar ese día con ella. Ahora todo era perfecto. Llegaron a la estancia, y Mirco la dejó en las habitaciones donde estaban las otras mujeres maquillándose y peinándose. Se despidió de ella con un rápido beso, deseándole suerte. Respiró profundo y se sentó. Habían pasado 15 minutos, tal vez había sido media hora, o 3 días. No lo sabía. Tenía un equipo de personas trabajando sobre su cabello y rostro a toda velocidad, pero ella estaba tan en su mundo que parecía que el tiempo se negaba a avanzar. Su amiga Flor le había llevado una copa para olvidar un poco los nervios, pero había sido inútil. Estaba que caminaba por las paredes.


Su madre, había ido a verla, solo para acabar hecha un mar de lágrimas. Suspiró profundo. Si a ella se le ocurría llorar, se arruinaría tanto trabajo que tenía en el maquillaje. Anabel había ido con su cámara y había tomado fotos de todo. Estaba feliz de poder retratar hasta el último detalle. Cuando le dijeron que era hora, sentía las piernas de gelatina. Sus manos hormigueaban y su garganta estaba seca. Su padre fue a buscarla para llevarla al altar y la emoción que vio en sus ojos por poco la quiebra al medio. La abrazó con delicadeza de no despeinarla y le dijo palabras dulces al oído. Su corazón se estrujaba. Cuando le permitieran llorar, iba a hacerlo por tres días seguidos. Notando su estado de ánimo, otra de sus amigas modelos, le tendió una nueva copa para que bajara el nudo de la garganta. Respiró hondo y se miró al espejo. Nunca en su vida se había visto así de bella. El vestido era un Vera Wang de un blanco puro que iba perfecto con su piel clara. Tenía un trabajo de bordados y encajes en la parte superior, y en la inferior, caía con movimiento. Era delicado, femenino y vintage. Exactamente como ella lo quería. En el escote tenía un pequeño bordado en tules, que se extendía por toda su espalda hasta la cadera prácticamente, que la hacía lucir como una princesa. La habían maquillado con el cabello sujeto en lo que parecía un rodete, para luego soltarlo y que cayera libre en suaves ondas que brillaban claritas. Una idea que había tenido Fabi, su peluquero. Ahora que empezaba el verano, y por el color que había elegido para el vestido, se había aclarado unos tonos su cabello ya rubio. El maquillaje era fino y sutil con apenas algunos acentos de color, como las pestañas oscuras y las mejillas rosadas, que iban perfectamente a tono de las flores del ramo. Sus flores. Las del puente. Se agarró al brazo de su padre Luis, y fue en busca de Jamie. La música sonaba de fondo, era tal vez una melodía en el piano, de la banda que habían contratado, pero no podía prestar atención. Ni al decorado de la estancia, que olía al perfume de centenares de flores, ni a todos los invitados que habían viajado para verlos. No le importaba nada. El nudo de su estómago se iba desatando a medida que caminaba. Y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando lo vio. El le sonrió y le hizo un discreto gesto con la mano saludándola, que hizo reír a más de uno. Y ella no pudo más que saludarlo también entre risas. Estaba hermoso. Mucho más que cualquiera de las otras veces en que se había quedado impresionada por ser quien estaba a su lado. Su esmoquin era de color gris oscuro de tres piezas que le quedaban perfectas con el vestido que ella había elegido. Fue la primera vez que se sintió a tono con él. Tomó su mano y todo tuvo sentido. Lo que sintió cuando sus dedos se entrelazaron, para ella fue más definitivo que todo lo que siguió. Intercambiaron anillos, dijeron sus votos, dieron el Si para todos los asistentes,


porque para ellos eran solo formalidades. Cuando la besó, sintió que una etapa de su vida se había terminado, dando paso a una nueva. Una mucho mejor, llena de posibilidades, llena de momentos felices, llenas de amor. En donde se prometían amarse para siempre. Se abrazaron apenas después del beso y todos aplaudieron. Aprovechando ese momento de intimidad en que nadie podía escucharlos, Jamie le dijo. —Te amo, Barbie. – volvió a besarla. —Yo te amo más. – respondió ella con los ojos húmedos. La gente empezaba a amontonarse a su alrededor para felicitarlos, pero ellos todavía no se soltaban. Hubiera querido prolongar ese momento para siempre. Pero no pudieron. Los padres de Vale la abrazaron por la cintura, y Franco y los amigos modelos de Jamie lo arrancaron de su abrazo entre gritos y palmadas en la espalda que sacudieron a su pobre y reciente esposo. Después de eso se había pasado de brazo en brazo saludando a todos los asistentes, y haciéndose tantas fotos como podía. **** Todo el mundo parecía querer felicitarlo, y tenía palabras cariñosas, pero la verdad es que él solo quería volver a los brazos de Vale. Si hubiera sido por él los echaba a patadas a todos para poder estar solo con su esposa. Bueno, al menos faltaban un par de horas para irse bien lejos con ella por tres semanas en las que solo sería suya. Era el primero de sus amigos que se casaba, así que todo el mundo estaba loco. Si para muestra estaba la despedida de soltero que le habían hecho dos días antes. Por Dios. Solo se alegraba de que conociéndolos, podría haber sido mil veces peor. No se le había pasado por alto que su madre no había asistido. Quizá sería mejor así. Después de cómo había amenazado a Vale, y de sus intenciones de destruir a su padre por dinero, no quería volver a tener nada que ver con ella. No era vengativo. No pensaba tomar ninguna medida en su contra, aunque haría lo posible por ayudar a su padre y a todos los empleados de esa empresa. Estaba cansado, decepcionado y muy aliviado de haber cortado con toda esa mierda. Miró hacia donde Franco, hablaba animado de fútbol con Mirco y Nico, mientras Flor y Vale bailaban. Esa era su familia ahora. Sonrió. Capítulo 8 Jamie tenía algunas costumbres distintas, y se suponía que una vez empezada la fiesta, y después de que comieran, la pareja de recién casados tenía que tener su primer baile, para invitar a los demás a bailar también. Si bien no le gustaba ser el centro de atención, y ya con toda la ceremonia había tenido suficiente, se dijo que esto pasaba una sola vez en la vida, y tenía que disfrutarlo. Suspiró y se agarró a la mano de él cuando se


la ofreció. La tomó por la cintura y sonriendo se empezaron a mover. Reconoció la canción casi al instante. “Give me love” de Ed Sheeran. Esa canción que les traía tantos recuerdos. Miró a Jamie, mientras lo besaba. El le sonrió y le acarició la mejilla cantándole al oído. Tenía sentido que esa fuera su primera canción como casados. A medida que fue transcurriendo la fiesta se dio el gusto de bailar con todos, incluso con su amigo Mirco. Jamie no había tenido ni siquiera una mirada celosa para con ellos. Estaba en una nube. Y sus pies estaban matándola. Se sacó los hermosos Manolo Blahnik con cristales, para ponerse sus cómodas chatitas. No quedaba igual de glamorosa pero… qué bien se sentían! Cuando fue hora de partir, Jamie le tomó la mano y se la llevó a una de las habitaciones de arriba en donde estaban sus valijas, y la ropa con la que iban a viajar. La fiesta abajo seguía animada como si recién comenzara, y estaba segura de que seguiría por horas después de que ellos se hubieran ido. La alzó para pasar por la puerta, repitiendo lo que todos los novios hacen, y entre risas se quedaron solos. Buscó a tientas el cierre del vestido sin dejar de besarla desesperadamente mientras avanzaban por el cuarto hasta la cama. —En serio? Acá? Ahora? – preguntó ella riéndose. —Tenemos un rato antes de irnos. – le dijo besando su cuello. —Si. Ahora. Ya. Le sacó el vestido rápidamente, aunque tratando de ser cuidadoso, y la miró. Se había comprado ropa para ese día especial. Sabía que la lencería le gustaba, y más si era de La Perla, así que disfrutó de ver su rostro mientras la escaneaba de arriba abajo. Era un pequeño corsé blanco, con ropa interior haciendo juego. Era de la colección diseñada especialmente para bodas que jugaba con lo sexy sin dejar de ser fino y delicado. Casi inocente. **** Todas sus fantasías acababan de cumplirse. Estaba completamente hipnotizado. Pasó la mano por el borde de las medias de seda casi blancas que terminaban en el muslo de su novia. Tenía la boca seca. Volvió a mirar sus ojos, y ahí estaba ese brillo que había visto apenas sus miradas se habían cruzado en el altar. Y su cuerpo reaccionó instintivamente ante ella. Tomó su boca y la besó con dulzura primero. Acariciándole las mejillas, el pelo, trasmitiéndole todo el amor que sentía por ella. Hubiera hecho cualquier cosa por esa mirada. Lo haría. Vale tomaba su rostro con ambas manos y le repartía besos por toda la cara lentamente.


La ternura de ese gesto hacía que su corazón latiera a toda velocidad. Le sujetó las manos y entrelazó los dedos mientras se separaba de su boca y apoyaba su frente sobre la de ella para mirarla. Tenía los ojos húmedos. —No llores, mi amor. – le dijo volviendo a besarla. —Es que te amo…tanto. – le contestó intentando tomar aire, emocionada. El la abrazó. De alguna manera se sentía como la primera vez. Notó que el corazón de Vale también latía a toda carrera. Sonrió. —Te amo, Barbie. **** Era como si solo ahora que estaban solos, podía realmente creer todo lo que había pasado ese día. Ahora recién podía entender que estaba casada. Que se había casado con Jamie. Y ahí estaban. Los dos, de ahora en más, como una unidad. Tomó aire. Tenía mariposas en el estómago. Miró sus ojos, y lo vio tan emocionado, tan afectado… tan enamorado… que ya no pudo seguir sujetando las lágrimas. Eran lágrimas de felicidad. Desde lo más profundo de su corazón. Sonrió. El corazón de Jamie galopaba como el suyo. —Estoy un poco nervioso. – le dijo. Ella se rió con él. —Yo también. – le confesó. —No querés que mejor más tarde…? – empezó a decir ella, pero él la interrumpió pegando sus labios sobre los suyos repentinamente. Vio como se sacaba la ropa apurado, y no se acordó ni lo que estaba por decir. Rozó su pecho con la punta de los dedos y se mordió los labios. Nunca se acostumbraría a la imagen de Jamie desnudo. Aunque pasaran los años. Años. Iban a pasar años juntos. La sujetó con fuerza y con un abrazó la acostó por debajo de él en la cama. La besó con tanta pasión que la obligó a volver a la realidad. Ella enroscó sus piernas a su cintura, abrazándolo, acercándose a él tanto como podía, besando su cuello, sus hombros, retorciéndose de impaciencia. La agarró con fuerza, y se paró con ella a cuestas, yendo a parar a la pared que tenían más cerca. La sensación de los paneles fríos contra su piel caliente le dio una descarga agradable que la hizo gemir y empezar a mover la cadera en busca de él. La agarró por atrás y poco a poco se fue hundiendo en ella, mientras cerraba los ojos y murmuraba su nombre, totalmente perdido. Vale abrió los ojos y le clavó las uñas en la espalda a medida que aumentaba la presión.


Detrás de él había una cómoda con un hermoso espejo con bordes dorados que le permitía ver todo lo que estaba pasando. El cuerpo de Jamie apretándose con fuerza con el suyo, rítmicamente, entre jadeos, y ella, con las piernas enroscadas, pidiendo más y más. Su cabeza iba a explotar. Era lo más erótico que había visto. Solo habían bastado unos cuantos movimientos para que los dos terminaran al mismo tiempo, dejándose ir. Ella le tenía el pelo con ambos puños, sin notarlo y él le tenía las piernas tomadas tan bruscamente que recién ahora se daba cuenta, de que le dolían. Aun así no dejaban de mirarse. Articuló un “Te amo” con los labios, sin hablar en voz alta, pero ella lo entendió y llevada por la emoción más fuerte que había sentido en su vida, tomo su hermoso rostro entre sus manos y lo besó. Su pecho y garganta ardían y sus ojos picaban otra vez. Volviendo a la normalidad, se masajeó las piernas con cuidado. Esta vez por lo menos no se habían dejado ninguna marca visible. Estaba lleno de gente, y podía ser un poco incómodo. Una vez cambiados, y con las valijas en las manos, se dedicaron unos minutos más para besarse, antes de tener que tener que compartirse con el resto de la gente. Unos segundos más en que estaban solo ellos. No podía esperar para subirse a ese avión de una vez. La gente de la fiesta, casi no había notado su ausencia. Estaban muy en lo suyo, así que no tuvo que ponerse colorada como un tomate pensando que todos estarían imaginándose que pasaba arriba. Empezaron a despedirse y fue un nuevo revuelo de abrazos y fotos de aquí para allá. Estaba agotada. Apenas apoyara la cabeza en el asiento, se desmayaría hasta llegar. Y así fue. Habían viajado en primera, y aunque había sido su primera vez y tendría que haberlo disfrutado un poco más de la experiencia, no pudo hacer más que dormir. Las dos veces que se había apenas despertado para ir al baño, Jamie, a su lado, roncaba abrazado a la pequeña frazada, totalmente ajeno a todo. La tentación fue demasiado fuerte como para pelear contra ella, y le tuvo que sacar un par de fotos. Se veía tan guapo. Capítulo 9 Las siguientes tres semanas, fueron las más lindas de su vida. No habían parado en todo el año anterior, y un respiro es lo que les hacía falta. Habían paseado por todos los lugares que se suponía que tenían que pasear, conocido todo lo que tenían que conocer, y Vale había llenado un par de tarjetas de memoria con una cantidad increíble de fotos en ese tiempo. No se habían despegado para nada. Los momentos de intimidad eran otro tema. Era como si su nuevo estado civil, hubiera sumado potencia a la atracción que ya


sentían por el otro, porque la verdad es que esas semanas habían sido algo de otro mundo. Había momentos en los que bromeaban preguntándose como habían hecho para no ser echado del hotel en donde se quedaban. Entre lo “expresiva” que era Vale, y los ronquidos de Jamie, eran una pareja de lo más ruidosa. El lugar contaba con una piscina cubierta gigantesca, que funcionaba las 24 horas, y una noche se les había ocurrido tomar un baño antes de dormir. Por supuesto una vez que estuvieron en el agua, abrazados y empezaron a besarse, había pasado muy poco antes de que eso se tornara algo más. Vale se había enroscado en el cuerpo de Jamie, abrazándolo con brazos y piernas, teniéndolo bien cerca, mientras subía y bajaba sobre él, que gruñía. Un sonido cerca de la puerta los hizo estarse quietos. Una pareja de ancianos, había querido bañarse también. Por como estaban ubicados, pasaban como dos que solo se estaba dando un abrazo, pero lo mismo los había puesto algo nerviosos. La pareja se fue a sentar a las reposeras que quedaban más alejadas quedándose acostados ahí por un rato largo, y ya solo se les veían las cabezas Ella pensó que iban a aprovechar para escapar, pero no. Jamie la había retenido en el lugar, y muy disimuladamente no había dejado de moverse. No había manera de que los vieran, pero de todas formas, no estaban solos ahí. El agua se había puesto más caliente o era solo ella? No lo pudo saber. Cerrando los ojos levemente, se dejó llevar. No podían moverse mucho, y eso lo hacía más difícil, pero mil veces mas excitante. El que otros pudieran levantarse e ir a donde estaban en cualquier momento, también. Estaba prendida fuego, pero sabía que no podía decir nada, ni hacer ningún ruido que los delatara. Para ahogar sus gemidos, mientras Jamie se movía rápida y violentamente por debajo de ella, había puesto la boca en su cuello y cada tanto, cuando ya no podía más, lo mordía. Los dos terminaron juntos, para quedarse abrazados después por un rato hasta que respiraron con tranquilidad y se pudieran ir de la manera más decente que podían. Había sido una locura, pero la habían pasado genial. No habían podido evitar reír casi a carcajadas cuando los ancianitos los miraron y saludaron después. Entre risas, se fueron corriendo a la habitación a donde terminaron lo que habían empezado en la pileta. Le parecía mentira que en unas horas aterrizarían en Argentina, y dejarían todo eso atrás para volver a la vida normal. Bueno, con Jamie nunca era normal, pero hasta ellos ya habían establecido una rutina. Cerró los ojos quedándose dormida. Cómo le hubiera gustado quedarse para siempre de luna de miel! ****


A su lado, su nueva esposa dormía tranquila esperando llegar a Buenos Aires. Lo entristecía la idea de tener que volver. La verdad es que la había pasado tan bien que no quería. Le dio gracia pensar que de los dos, el que más había comprado era él. Había dejado todas sus tarjetas prendidas fuego, pero no se arrepentía. La moda en París era la mejor de todas, no había dudas. Y ahora que había ido siendo más grande, realmente podía disfrutar de Francia y valorarla. Siendo un adolescente, digamos que se había entretenido con otras cosas como para notarlo. A Vale la ropa parecía darle lo mismo. Le gustaba verse linda para él, pero sabía perfectamente que apenas pusieran un pie en el departamento volvían las calzas y las remeras desgastadas que ella usaba para estar cómoda. Le encantaba verla así. Era ella. No necesitaba de las apariencias. Y hacía sombra a la modelo más linda, solo con un rodete despeinado y zapatillas. Se sentía a gusto a su lado. Cómodo. Y había sido así desde el primer día. Se inclinó y le dio un beso antes de abrazarla y volver a dormirse. **** Llegaron un lunes cerca de las 8 de la mañana. Y aunque habían descansado bastante en el vuelo, se sentían pesados, y con ganas de dormir por 10 días. Pero no podían. Supuestamente su fecha de regreso era el viernes anterior, para tener todo el fin de semana para recuperarse, pero la estaban pasando tan bien que no les había sido posible volver. Y ahora, en 5 horas, tenían que enfrentar todas las obligaciones de golpe. Las clases empezaban en una semana, así que solo tenía que ir a la productora. Jamie tenía tanto trabajo acumulado, que ese mismo día tenía que presentarse a una reunión y probablemente quedarse hasta tarde. Ella tenía que pasar por la agencia, en definitiva a conocer a quienes la habían contratado realmente y tener una entrevista formal. La hubiera gustado estar más despierta y lucir mejor, pero… Después de todo estaban interesados en ella justamente por esas cualidades que en un día como hoy le sobraban. Buscó su mejor ropa, hizo un esfuerzo maquillándose, y se planchó el cabello. No se veía para nada mal, pero tampoco lucía como una modelo. Antes de salir había visto que tenían varios mensajes en la contestadora. Gente que los había llamado durante su viaje. Amanda les había deseado muchas felicidades, y le había dicho a Vale que tenía que ir a conocer a su nuevo jefe apenas pudiera. Sus padres, la felicitaban también, y le decían que apenas llegaran les mandara un mensaje. Ya lo había hecho de todas formas. Mirco, la había felicitado y deseado lo mejor antes de partir nuevamente a Italia, esta vez de manera más alegre que la anterior. Genuinamente contento por ella.


Tenía algunas llamadas de Flor diciéndole que la llamara para chusmear. Sonrió. Se dijo que la llamaría una vez que volviera de su entrevista, y partió. El lugar era precioso. Un edificio con salones iluminados y abiertos, decorados con colores claros y fotos de modelos bellísimos por todas partes. Una morocha altísima, de figura casi escultural, se le acercó confundida. —Hola. Te puedo ayudar en algo? – Vale sonrió. Le parecía raro que hubiera llegado tan lejos sin que le soltaran los perros. —Hola. Soy Valentina, tenía una reunión con Walter, vengo de parte de Amanda de Har… – no alcanzó a terminar cuando la chica la interrumpió. —Si! Valentina! Cómo estás? Soy Andrea, mucho gusto. Ahora le aviso a Wally que llegaste. – a partir de ese momento fueron todas sonrisas. Se sentó en uno de los sillones que estaban dispuestos en una improvisada y relajada sala de estar. Le gustaba ese lugar. Había pufs en el suelo cerca de una alfombra, un tele de plasma, y una fuente de agua feng shui. Era precioso. Recordó que Jamie le había contado que era una de las pocas agencias que además contaba con un estudio de fotografía para producciones menores. Estaba por hojear una revista cuando un modelo en ropa interior se dirigió hacia ella. Tenía el cuerpo cubierto de tatuajes, el cabello rapado, salvo por una pequeña cresta de color castaño claro, mandíbula fuerte y labios rellenos. —Disculpame, no se si te dijeron pero la sesión de fotos era hace media hora, flaca. No sé que harás vos con tu tiempo, pero el mío vale oro. – se cruzó de brazos y la miró esperando una explicación. —Me parece que te equivocaste de persona. – dijo Vale con una leve sonrisa. —No sos la fotógrafa? – dijo rascándose la cabeza. Ella negó con la cabeza. —Soy fotógrafa, pero no la de tu sesión. – se encogió de hombros. —Disculpá. – la miró de arriba abajo. —Modelo tampoco sos. Qué hacés acá o quién sos? Vale se había quedado callada. Obviamente su aspecto no era el de una modelo, pero la manera en que se lo había dicho realmente la había ofendido. La miraba casi con asco. —Como sea, no me interesa. – le dijo y se fue por donde vino. Pero quién se creía que era? Se compadeció profundamente de quien sea que fuera su fotógrafo y agradeció no serlo, porque si no la hubieran echado por decirle un par de cosas. Ella conocía a muchos modelos hasta la fecha, y ninguno, salvo unas pocas excepciones, eran así de desagradables. Pero bueno, saldría bien en las fotos, y caminaría bien en la pasarela. Con eso bastaba. Justo en ese momento la hicieron pasar a la oficina de quien sería ahora su nuevo jefe. Al menos por los siguientes 4 meses. Walter, era una persona simpática, alegre, y había insistido en que lo llamara Wally.


Se notaba que era una persona creativa, y aunque un poco caótica, muy talentosa. Cuando se fue a casa, estaba diez veces más tranquila. Ella esperaba encontrarse más gente como ese modelo, pero no. El dueño de la agencia era cálido, y amaba su trabajo. La había recibido como a una modelo más. Aunque explicándole todo con mucho más detalle y paciencia que a cualquier otra. Porque si bien ella sabía bastante de la moda ahora, recién estaba dando sus primeros pasos. Habían quedado en verse a diario, para que le explicara como posar, y para que hiciera pruebas con vestuario frente a cámara que era lo que más les interesaba. Ella escuchaba todo y anotaba. No podía creer que estuviera por hacerlo. Iba a modelar. Ella. Esta gente estaba loca. En medio de todos esos pensamientos, no se dio cuenta de que cuando entró al departamento, Jamie no estaba por ningún lado. Le había dejado una nota diciendo que había surgido algo urgente y no llegaría a cenar. Frunció el ceño. Ahora estaba preocupada. Tomó su celular, y estuvo a punto de llamarlo. Pero después pensó que si él no lo había hecho, por algo era. Así que le mandó un mensaje de texto corto, preguntándole si estaba bien, y si necesitaba algo. La respuesta llegó casi automáticamente. Que no se preocupara, y que en cuanto pudiera la llamaba, o se volvía a casa. Respiró tranquila. No había mucho para hacer, así que se puso a llamar a todas las personas que había quedado en llamar. Entre ellas Flor. Su amiga quería saber todos los detalles de la luna de miel. Hasta esos que la hacían poner colorada como un tomate. Pero entre risas, le contó lo maravilloso que había sido. Flor, por su parte, estaba feliz con su hermano. Se habían ido unos días a Córdoba, y ahora se estaban alternando de departamento cada noche. No se ponían de acuerdo con muchas cosas, pero se estaban divirtiendo. Y eso la hacía infinitamente feliz. Por los dos. Se hizo de noche y cenó, para irse a acostar esperando que Jamie llegara. Pero en algún momento se había hecho demasiado tarde y se quedó dormida. Cuando abrió los ojos, él estaba abrazado a ella, casi totalmente vestido. Miró el reloj. Las 5 de la mañana. Era demasiado temprano, así que se volvió a dormir, dándole un beso suave en los labios. Capítulo 10 Se despertó gracias al olor a café que venía de la sala. Algo adormecida todavía, se colocó una bata y se fue a desayunar. Se quedó congelada al ver que Jamie no estaba solo. Su padre y otro hombre estaban en la mesa discutiendo. Su esposo le sonrió divertido, y ella por poco salió corriendo.


—No sabía que estabas con gente. Eh… Hola, qué tal? Me voy a cambiar, vuelvo en 5… – y corrió. Se miró en el espejo y tuvo que reírse. Tenía un nido de pájaros por cabello. Cuando estuvo más presentable, se asomó y pidiendo disculpas, saludó a todos. —Buenos días, querida. – le dijo su suegro. Jamie le dio un beso en los labios y le presentó a su abogado, el Dr. Garret. Estaba ahí porque había novedades de Elizabeth. Al parecer había comenzado los trámites para liquidar la empresa. La noticia había caído a todos como una bomba, pero no había tiempo para lamentarse. Si no encontraban una solución, más de 50 empleados se quedarían en la calle en menos de 3 meses. Eso significaba 50 familias. La empresa tenía su cede principal en Nueva York, y contaba con 10 accionistas. Entre ellos su madre. Jamie pretendía viajar cuanto antes, y averiguar más. Haría lo que estuviera en sus manos. Por otro lado, Franco se negaba a volver a trabajar para su ex mujer. Y ellos lo comprendían. Había sido un golpe durísimo, y ya no quería saber nada, ni de ella ni de nada que se le relacionara. Sin dudarlo, su hijo le había hecho una oferta para trabajar a su lado como el contador de N Producciones. De todas formas, su socia Catherine no podía con todo. Estaba de abogada, de contadora, de administradora, y también hacía trabajos que tenían que ver con el área de recursos humanos. La incorporación de personal, le pareció una buena idea. Además desde que había entrado como director, tenía miles de proyectos para que la productora creciera y se expandiera. Todo iba a salir bien, se dijeron. Era increíble con el pragmatismo con el que estaba manejando todo este asunto. Realmente tenía una mente fría cuando se trataba de negocios. Pero era su madre, y Vale sabía que él la adoraba. No debía ser fácil para él tampoco. Pero no lo demostraba. Se mostraba fuerte y decidido. Ella no podía ser menos. Por más que tuviera ganas de ir a gritar a su suegra por ser tan desalmada, o de consolar a su esposo por las cosas que le pasaban, tenía que mostrarse fuerte para él. Tenía que apoyarlo en todo. Estaba convencida de que podrían pasar este mal trago, y todo volvería a la normalidad. **** Tener un plan, hacía que su cabeza estuviera organizada y no tuviera tiempo para ponerse a pensar en las cosas que realmente sentía. El peso de tener más de 50 familias dependiendo de él, le daba fuerzas. No sabía ni lo que hacía. Seguro, al tener acciones en algunas de las agencias de modelos, y empresas de moda influyentes del país, conocía el funcionamiento interno, pero lo que quería hacer


era otra cosa. No estaba solo. En cuanto a su asesoramiento, contaba con profesionales del campo que con los años se habían hecho casi amigos de él, y un millón de contactos en todas partes del mundo que estaban dispuestos a darle una mano. Tenía el capital para hacerlo. Y lo más importante, tenía el apoyo de quienes amaba. Su padre iba a trabajar a su lado, y sabía que podía contar con él. Siempre había podido hacerlo. Y Vale, estaría a su lado para apoyarlo. Durante todo el desayuno ella cruzaba alguna mirada con él, sonriéndole, o tomando su mano. También contaba con ella. Todo esto parecía una locura. Pero estarían bien. Si. Estaba seguro. **** Pasaron semanas, y sus vidas iba de a poco acomodándose a nuevas rutinas de ambos. Jamie había dejado a Cat manejando la productora, con su padre, y él estaba todos los días reunido con inversionistas, abogados y el suyo personal. Cada tanto tenía que ausentarse por horas par viajar dentro del país, y sus horarios se estaban poniendo complicados. Ella, por su parte, tenía una agenda apretada. Debía levantarse y hacer ejercicio, cosa que era una exigencia de Walter, su nuevo jefe que no le había dicho que tuviera que bajar de peso, ni nada. Pero si, mantenerse sana. Luego partía para la facultad, y lo que quedaba del día, tenía clases de modelaje, y sesiones de fotos. No se lo había propuesto, pero había bajado por lo menos 2 kilos. Se sentía más cómoda con las fotos, pero todos parecían estar alarmados. Su esposo más que nadie. Dejaba a Gerard indicaciones precisas de que Vale se alimentara bien en su ausencia, y le había dicho a ella que tenía que comer más. Walter, la había pesado como todos los lunes, y frunció el entrecejo. —Blondie, me bajaste de peso otra vez. – la miró serio. —No estarás haciendo esas dietas locas, no? Acá no necesitamos que estés escuálida. Todo lo contrario, queremos que estés cómoda. A ella le dio gracia como la había llamado. Su novio, cuando recién la conoció le había dicho así. —Quedate tranquilo Wally, estoy comiendo como siempre. Deben ser las clases. No estoy durmiendo bien. —Tenés que dormir bien, para salir bien en las fotos. Y para no desmayarte por ahí. – le midió la cintura preocupado. —Estoy bien! Gracias por preocuparte, pero siempre bajo de peso cuando estoy estresada. Es hasta que me acomode en mis nuevos horarios, ya vas a ver. Su jefe asintió poco convencido y aun inquieto por su nueva modelo. No era la primera vez que veía a una novata que desesperada por integrarse al mundo de la moda, caía en dietas absurdas o desórdenes alimenticios. Lo había visto todo en ese campo. Y tenía que vigilarla de cerca.


Cuando después de unos días, ya había tenido un par de clases, y pruebas, era hora de sus sesiones reales. Para estas, pasaban a otros sets, llenos de luces especiales, muy parecidos a los que tenían en la productora, así que no se sentía como una extraña por lo menos ahí. Se sorprendió cuando vio a otros modelos entrar también, entre ellos el antipático que conoció en su primer día. Este le hizo una sonrisa burlona, y se fue a sentar con los otros, esperando que fuera su turno por ser maquillado. Si ya de por si estaba algo nerviosa, ahora estaba peor. Podía ver como desde la distancia la miraba mal, o se reía con sus otros amigos modelos. Pero cuál era su problema? Por qué tenía que ser así de desagradable? Cuando tuvo el visto bueno de la maquilladora y el peinador, fue su turno de pararse frente al objetivo y empezar a hacer las poses que le habían marcado días antes. Estaba con las manos en la cintura, levemente encorvada hacia delante, haciendo que sus clavículas sobresalieran, cuando escuchó una risa estruendosa. La hizo desconcentrar completamente. Era ese chico pesado, que ahora la imitaba haciendo que el resto de sus compañeros se murieran de risa. Idiota. Sabía que no tenía que hacerle caso, pero de todas formas, la predispuso mal, y todas las fotos que le habían sacado habían sido rígidas, y sin dudas iban a tener que repetirlas. Al final del día, Walter se acercó a ella para preguntarle que había pasado. Estaba revisando el trabajo de todos, y le llamó la atención lo que ella había hecho. —Estaba algo dispersa, perdón. – le dijo ella angustiada. —Está todo bien? Sabés que podés contarme lo que sea. – le contestó poniéndole una mano en el hombro. —Te digo la verdad? Hay un modelo. El de los tatuajes. Siempre me mira mal. Hoy se estuvo burlando de mí todo el día. —Mateo? Es su forma de ser, es muy alegre, le gusta hacer bromas. No te lo tomes como algo personal. – dijo sonriendo. Ella asintió. —Pero hay alguna manera de que la próxima vez, esté yo sola en el set para la sesión? —Mmm… lamentablemente contamos con muy poco tiempo. Entonces facilita mucho que otros se vayan preparando mientras se desarrollan otras sesiones. – le contestó. —Si querés yo le puedo pedir que no te moleste. —No, no. No quiero problemas con nadie. Dejemos las cosas así. Voy a estar bien. – dijo devolviéndole la sonrisa. Llegó a su casa con el cuello totalmente contracturado. Tenía que aguantar solo 4 meses. Jamie estaba sentado en la mesa de la sala rodeado de papeles, y decidió no hacerle ningún comentario sobre su día. Después de todo, él se enfrentaba a problemas reales. Y


no pavadas de colegio secundario. Se lo iba a tener que bancar. Se acercó a su esposo que tenía el ceño fruncido, y muy despacio le masajeó el cuello besándolo. —Hola, mi amor. – le dijo con una sonrisa. —Hola hermoso. Está todo bien? El se sentó más derecho y se refregó los ojos por un instante. —Si, todo perfecto. Mucho trabajo nada más. Pero ahora que viniste, pienso dejar todo. – la besó en los labios con dulzura. —Qué tal tu día? —Tranquilo. – mintió. —Ya empezamos con las producciones, así que es mucho trabajo también. Me alegro de estar del otro lado esta vez. – se rió. —Solamente tengo que posar y estar bonita. El la sentó en su regazó y la acarició por la cintura. —Eso no te cuesta para nada. – le dijo mientras comenzaba a besarla. Ella, sonriendo, lo abrazó por el cuello haciendo el beso más profundo. —Se me ocurre algo para olvidarnos un ratito del trabajo. – le dijo subiéndole la falda mientras le acariciaba las piernas. Sin decir nada más, se habían entendido perfectamente. La sujetó con fuerza por detrás y se la llevó alzando hasta la habitación. Capítulo 11 Apenas la puso sobre la cama, se abalanzaron sobre el otro para desvestirse lo antes posible. Todo el día había estado esperando por estar así, con él. Los brazos de Jamie la envolvían, acariciándola con pasión, con urgencia, como si ya no pudiera esperar más. Sabía que estaba pasando por un momento difícil en su vida, y estar con ella lo hacía olvidar. Eran sus besos, sus caricias, ahí se refugiaba. Y la llenaba de alegría cumplir con esa misión tanto como podía. Le abrió las piernas con sus rodillas, ubicado sobre ella, con la respiración entrecortada y justo cuando estaba por… – el teléfono de la habitación sonó. Con frustración hundió la cabeza contra la almohada. —Nooo. – dijo. Ella todavía agitada tocó el botón para ver que necesitaba Gerard. Aunque lo más inteligente hubiera sido ignorarlo. —Señor James, su padre Franco está en la sala. Después de soltar un abanico variado de insultos, incluso algunos que tal vez estaba inventando en el momento, le contestó. —Es muy importante? —No me dijo, señor. También tengo un mensaje para la señora Valentina: llamó el señor Mirco, y dice que por favor lo llame. Vale se mordió el labio. —Decile a Franco que ya voy. – dijo vistiéndose a toda velocidad sin mirarla. No hizo comentarios sobre el llamado de su amigo, pero sin dudas eso les había


cortado más el ambiente que la llegada de su suegro. Ella se vistió, para salir a saludar, pero cuando vio que se encerraban en el estudio, decidió que era lo mejor darles espacio para que hablaran de sus cosas. Aprovechó el momento para hablar con su amigo. Este había llamado para contarle que le estaba yendo muy bien en Italia, y que estaba conociendo mucha gente copada. Se mordió la lengua para no preguntarle si entre esa gente, por casualidad no había una chica que le gustara. No le pareció que todavía hubieran llegado a ese momento en la amistad como para hablarlo. Se sorprendió, de hecho, por sentir algo de celos ante la posibilidad. El, por su parte le había preguntado por sus sesiones, y le había hecho prometer que le contaría cuando saliera algo publicado para verla. Su amigo la había apoyado desde que se enteró que iba a modelar. No dudaba ni por un segundo de su capacidad, y mucho menos de su belleza. Aunque la ponía incómoda… bastante incómoda que él le dijera esas cosas. Justamente él. La buena noticia era que en dos meses volvería a viajar a Argentina para ver a su familia, y de paso, a Vale. Estaba contando los días. Su relación había cambiado un poco, pero no podían negar que se adoraban, y lo más importante para ambos era la felicidad del otro. Y eso la hacía feliz. Franco se había ido tarde, y Jamie se había quedado trabajando por unas horas más. Al principio lo había esperado despierta mientras hacía unas actividades para la facultad, pero era de madrugada y empezaban a arderle los ojos. Al día siguiente tenía otra sesión y no podía arruinarla otra vez, sería irresponsable estar con mala cara, así que se acostó. Al otro día, cuando llegó a la agencia después del mediodía, estaban todos preparándose para las sesiones que se realizarían. Ella estaba más cansada que de costumbre, así que fue en busca de la cafetera para prepararse un café dulce cargado. Pero no la encontraba por ningún lado. Se chocó con un chico que llevaba unas carpetas en la mano, y se le ocurrió preguntarle. —Disculpame, el café? El chico la miró de arriba abajo y con una sonrisa le contestó. —En un segundo. – y salió corriendo. Dejó sus cosas en donde siempre lo hacía, una especie de vestidor comunitario lleno de mesas, luces y perchas, en donde todos se cambiaban y maquillaban, y escuchó alguien que entraba. El modelo antipático le sonreía y le alcanzaba una taza pequeña. Ella le devolvió la sonrisa algo sorprendida. Qué mosca le había picado a este chico? Tenía la impresión de que no la soportaba, pero bueno… le agradeció y dio un sorbo de café. Estuvo a punto de escupir todo de golpe. Estaba asqueroso. Salado. El muy idiota le había puesto sal a propósito, y ahora mientras ella hacía arcadas, se reía como un desquiciado.


—La próxima que quieras un cafecito, te lo haces vos, reina. – le dijo antes de irse. Vale no pudo resistirlo más y corrió hasta el baño totalmente descompuesta del asco. Había pasado media hora y todavía no se sentía del todo bien. Estaba blanca como un papel y no paraba de vomitar. Se lavó la cara con agua fría y salió a prepararse lo mejor que pudo. Sólo pudieron sacarle fotos durante 2 minutos antes de que tuviera que salir nuevamente corriendo al baño. Walter se acercó a ella preocupado. —Estás bien, nena? —No, me siento muy mal. Perdoname. – le dijo tratando de sentarse. —Si tenés un problema sabés que podes contarme. Además… y esto te lo digo sin intenciones de que te lo tomes a mal: si tenés un temita con la comida, yo conozco miles de buenos profesionales que… – pero ella lo interrumpió. —No estoy bulímica, Wally. – dijo casi gritando. —Pero es que has estado bajando tanto de peso. Las chicas al principio no se dan cuenta de su condición, hasta que… —Ninguna condición. – dijo más enojada. —Es el modelo que no me banca y le puso algo a mi café. Debe haber sido algo fuerte, porque fue hace como una hora y sigo vomitando. No tengo nada en el estómago. —Qué!? Es muy grave lo que me estas diciendo Vale. Estás segura de que fue él? —Si, pero dejalo así. No le digas nada, porque se está matando de risa. Es un idiota. – le dijo mientras se echaba aire con una revista. Su jefe no le dijo nada más y salió hecho una furia. A los dos minutos volvía a entrar con el modelito visiblemente molesto. —Mateo decime por favor que le pusiste al café de Valentina. El chico suspiró, se cruzó de brazos de manera violenta, y mirándola con odio contestó. —Sal. Solamente le puse sal. —Decí la verdad. No para de vomitar, que le pusiste? El modelo se llevó una mano al bolsillo y sacó dos paquetitos de papel, uno con azúcar y uno con sal. Eran casi idénticos. —Sal. Te lo juro, Wally. Le queríamos hacer un chiste nada más. Para que se integre. – le sonrió de manera simpática mientras lo veía el jefe. —Ustedes están locos? Esos chistes no se hacen. Le pueden hacer mal en serio. Tu bromita nos costó un día de producción entero. Mirale la cara, así no le podemos sacar fotos. Estuvo a punto de reírse, pero se contuvo. Se estaba divirtiendo el muy imbécil. Pero no pudo quedarse a ver que le contestaba, porque tuvo que salir disparada al baño con una nueva arcada. No sin antes, verle la cara de asustado a su compañero al verla tan enferma. Cuando se sintió mejor, y se rehidrató, le dieron permiso para que se retirara. Mateo la miraba con bronca, porque gracias a su reacción, lo habían regañado desde todas las


áreas. Llegó a su casa con Walter que insistió en acompañarla. Su esposo estaba en la sala trabajando con la notebook cuando entraron. Vale le había pedido por favor que no le contara sobre el incidente del modelo, porque no quería que se enojara, y pasara un mal rato. Estaba pasando un momento difícil y no quería molestarlo con estas pavadas. Así que habían optado por decirle que desde la mañana se sentía con molestias, y que había estado con un poquito de nauseas nada más. De todas formas fue bastante evidente que estaba asustado y preocupado por ella. **** No les había creído ni una palabra. Su esposa estaba blanca como un papel, y estaba ojerosa. La manera en que ellos se miraban le daba a pensar que se trataba de algo más. El la había visto partir esa mañana a la facultad, y estaba perfecta. Por qué se lo ocultaría? Pero después se acordó como se había comportado todos estos últimos días. Ni un si ni un no. Había estado tratándolo como entre algodones, para que nada lo molestara. Sonrió. Estaba preocupada por él. Por todo lo que estaba pasando. Y la verdad es que en cierta manera se lo agradecía infinitamente. Su cabeza no resistía ni un problema más. Estaba que reventaba. Pero esto era diferente. Se trataba de su salud. Así que cuando el jefe de Vale se fue, se le acercó y la agarró de las manos. Esta ridiculez tenía que terminar. —Me vas a contar la verdad? – le dijo. —Qué verdad? – le contestó confundida. —Qué te pasa? Decimelo, Barbie. Te conozco. Últimamente estás comiendo tan poco, que… —Vos también con eso? No estoy bulímica, ni anoréxica ni nada, Jamie. – le dijo enojada. El abrió los ojos extrañado. Vos también? Quién le había dicho eso antes? Ahora todas las alarmas sonaban en su cabeza. Estaba bajando mucho de peso. Y él estaba tan ocupado con el trabajo que no le había prestado suficiente atención. Se sintió terrible. —Sos hermosa, Barbie. No tenés que hacer ninguna dieta para estar preciosa. Lo sabés, no? Es por algo que te dijeron en la agencia? Hablaste con Amanda? Yo puedo hablar con quien sea…y… —Y nada, no seas ridículo. No tiene nada que ver con todo esto. Ya estoy cansada de que todos se estén fijando lo que como, lo que no como. Basta! No tengo ningún problema. Querés saber que me pasa? Jamie se había quedado callado con la boca abierta. Vale en menos de un segundo se había puesto a gritar totalmente molesta. —Uno de mis compañeros, un modelo muy antipático que no me soporta ni idea por qué… le puso sal a mi café y me pasé todo el día vomitando. Contento?


—Quién fue? – dijo tratándose de tranquilizar a si mismo contando hasta mil. Quien sea que hubiera sido, las iba a pagar. —Mateo se llama. – miró hacia arriba. —Qué importa? Ya fue. No te conté que me vengo llevando un poco mal con mis compañeros, porque no quería sumarte algo que me parece que es una estupidez, a los temas realmente importantes con los que estás tratando. Ahora ya está. Ya pasó. No hablemos más del tema que estoy cansada, y me duele la panza. —Cómo no va a importar? No está nada. Decime el apellido. Decime bien quién es y yo voy… – ella lo interrumpió. —Vos no vas a ningún lado. Se acabó. Basta, en serio. Me voy a poner peor. Lo peor que podes hacerle a este tipo de personas, que se creen tan vivas, es ignorarlas. Se frustran, se aburren y al poco tiempo, dejan de romper las pelotas. – dijo enojada. —No era esa la idea, Vale. Si la estás pasando mal podemos hablar con Amanda y… – lo volvió a interrumpir. —No. No pasa nada. Fue un chiste, una broma pesada nada más. – dijo quitándole importancia. — Me voy a bañar. No iba a seguir insistiéndole mientras se sintiera mal. Pero esto no había acabado así. **** Capítulo 12 Mientras se bañaba se puso a pensar que tal vez había sido un poco dura con Jamie. Estaba preocupado por ella, por eso le había hecho tantas preguntas. Todos los que le cuestionaban tanto su peso, se angustiaban por su bienestar. Suspiró. Tendría que pedir disculpas un par de veces. El tema, últimamente la sacaba de sus casillas. Todo lo hacía. Sentía un nivel de estrés que estaba poniéndola insoportable. Para colmo de males, estaba su compañerito de trabajo que no hacía más que complicarlo todo. Tenía que ser inteligente. Después de todo, ella se había criado con un hermano varón. Si quería jugar de esa manera, ella podía defenderse. Ya se le ocurrirían un par de ideas. Cuando salió de la ducha, se encontró con su esposo esperándola afuera del baño, con cara triste. —Perdón. – le dijo besándolo. —Soy mala cuando quiero, grito y te trato mal. Perdoname. El sonrió y la abrazó. —Me banco tus gritos, pero no que te sientas mal, mi amor. Ella le devolvió la sonrisa y lo besó en los labios. Sintió como su respiración se volvía más trabajosa mientras ella lo besaba más profundamente y todo su cuerpo empezó a arder. Separándose un poco, para poder verlo a los ojos, sonrió y dejó caer la toalla al piso. Los ojos de Jamie viajaban por todo su cuerpo ansiosos, pero volvió a mirarla a los ojos.


—Te sentís mejor? – ella no le respondió. Volvió a tomar su boca, con desesperación, tratando de desprenderle la camisa. Estaban de nuevo a donde habían estado la noche anterior cuando fueron interrumpidos. Pero esta vez no pasaría lo mismo. Su esposo apretó uno de los botones del teléfono. —Lo silencié. – le dijo sin dejar de besarla. Ahora nadie podía molestarlos. Sus besos comenzaron a bajar por todo su cuerpo, hasta situarse en medio de sus pechos, y ella ya no podía pensar de manera coherente. Seguía bajando con movimientos suaves y casi imperceptibles de su lengua, haciéndola perder el control. Cuando llegó a donde realmente la quería besar, ella lo sujetaba con fuerza del cabello y gemía con fuerza. Solo unos segundos después se estaba dejando ir. Había sido rápido, demasiado. Su cerebro estaba en cortocircuito. Estaba diez mil veces más receptiva que otras veces. Jamie la miró sonriente, y buscó su boca para besarla. Sin poder esperar más se hundió en ella y comenzó a moverse. Se sentía a punto de explotar. Todo el cuerpo se le prendía fuego, la sensación era tan fuerte que la llevaba a cerrar los ojos, morderse los labios, y clavarle las uñas a Jamie en la espalda que no parecía notarlo. El tenía su cabeza en el cuello de Vale, mientras avanzaba al ritmo que los llevaba a los dos y los hacía perderse. Lo necesitaba, de forma urgente. Llevó sus manos más abajo, y volvió a clavar las uñas, pero esta vez en su trasero, justo donde se flexionaba al mismo ritmo constante, sin piedad. El gruñó con fuerza y la miró justo antes de terminar al mismo tiempo juntos. Sin aliento, entre gemidos incoherentes de ambos, volvían a la normalidad. Pero ella quería más. La abrazaba por la espalda, haciéndole cucharita mientras se recuperaban. Estaba agotada, pero no podía evitarlo. Llevó una de las manos de Jamie hasta su entrepierna y lo miró. Entendió casi al instante y volvió a besarla mientras la tocaba. No podía parar, se arqueaba, gemía, temblaba, se estremecía. —Mmm…me encanta… – le decía él mientras seguía acariciándola. Estaba perdida, totalmente perdida. Sin poder resistirse, volvió a tomarla, desde donde estaba y rápidamente se acoplaron suspirando con fuerza. Calor. Sentía mucho calor. Así, de costado, fueron sincronizando los movimientos dejándose llevar otra vez. Y otras más. Había perdido la cuenta, pero esa noche se fueron a dormir bastante tarde, y totalmente agotados. No les había quedado fuerza para nada más. Abrió los ojos de a poco, porque la luz que entraba por la ventana amenazaba con


dejarla ciega. Sonrió. Ni siquiera habían cerrado las cortinas la noche anterior. Nadie podía verlos, por la altura del edificio, pero siempre la cerraban por la luz de día. Era temprano todavía. Jamie todavía dormía, lo sabía sin mirarlo. Bastaba con escucharlo. Acarició su cabello, despertándolo de a poco porque últimamente estaba despertándose antes que ella. Sin abrir los ojos sonrió y se acercó besándola. —Buen día, Barbie. – le dijo con voz ronca en el oído. —Buen día, hermoso. – le contestó sonriendo. —Hacía mucho que no me despertaba taaan relajado. Se rieron. —A mí me duele todo. Se movió para quedar frente a él. Por suerte ese día no cursaba ninguna materia a la mañana, y recién tenía que ir a trabajar a la tarde, porque no tenía ni idea de donde iba a sacar las ganas de levantarse. Volvió a besarla. —Querés que te haga un masajito? – le preguntó acariciándole la cintura con un dedo. Involuntariamente se mordió los labios y luego se pasó la lengua por donde se había mordido. La agarró con fuerza y la volvió a besar. Y lo que iba a ser un inocente masajito terminó con un par de horas de la misma pasión que habían vivido la noche anterior. Había empezado en la cama, para seguir en la ducha y terminar nuevamente en la cama. Más tarde, cuando estaban almorzando, se miraban y se reían. Estaban en el periodo que todos llaman de “luna de miel”, y no podían sacarse las manos de encima. Habían recuperado el tiempo perdido, de esas últimas semanas en las que no habían podido estar juntos por sus obligaciones. Incluso estando en la agencia, su mente seguía en esas horas que habían pasado. Sonreía, y le respondía a los mensajitos subidos de tono que le mandaba su esposo. —Bueno, parece que hoy te sentís mejor. – le dijo Walter contento cuando la vio. No pudo evitar sonrojarse un poco. —Perfecta. —Mmm… me puedo imaginar por qué. Hablando de eso. – le dijo en voz baja para que ella solamente lo escuchara. —Hacía mil que no lo veía a tu esposo, está di-vi-no. Se rieron. Estaba acostumbrada a que Jamie fuera objeto de deseo tanto entre las mujeres como entre los hombres, y no le sorprendía el comentario. Su jefe tenía una manera muy graciosa de expresarse, y se llevaban perfectamente bien. —Si… la verdad es que tengo mucha suerte. Todavía no se que me vio. – dijo entre risas. —Ay cállate! Si sos un bombón. Los dos son divinos.


—Vos también estás divino, Wally. Se rieron. La maquillaron en 10 minutos, y en menos de 5, estaba frente a los flashes, tratando de aplicar todo lo que había aprendido. No había visto a su compañero el modelo antipático, y eso le llamó la atención. Aunque todavía le duraba el enojo por lo que le había hecho, se preocupó por, posiblemente haberle causado algún problema con la gente de la agencia. Ella tampoco pretendía eso. Estaba por irse, cuando pasó por el vestidor y lo escuchó hablando. Se quedó quieta en el lugar cuando escuchó su nombre. Estaba hablando de ella, y no se había percatado de que estaba cerca y podía escucharlo. —Sabés lo que pasa? Es que esa está acá porque se casó con ya sabemos quien. Si no fuera así, vos te pensas que Amanda la tendría como favorita en todo? Mirá lo que es… Es torpe, no sabe posar, no tiene nada de elegancia, tiene ojeras, dientes chuecos y el pelo…Viste lo que es el pelo? No debe saber lo que es un baño de crema. Todos los que estaban con él se rieron, festejando cada cosa que decía. —El otro día la escuché pidiendo tener el set para ella sola cuando le toca sesiones de foto. Podés creer? Quién se cree que es? Y a vos que te pidió un café? – risas. —Yo le di el café que quería. La ayudé de paso, a ver si baja ese culo enorme que tiene. Ahora sabía la razón para que ninguno de sus compañeros la quisiera mucho. Todos habían llegado por medio de castings, y trabajo duro de años, y ella era una recién llegada, que caía gracias a contactos importantes. Frunció el ceño. No quería ser esa clase de chica. Pero ellos no sabían lo que Amanda le había dicho, lo que realmente se proponía. Ella estaba para ser la anti-modelo. No le darían oportunidad de contarles tampoco. Era obvio que no se la bancaban. Así que tomó aire y se fue a casa. Lo único que le quedaba era esperar a que esos meses se pasaran rápido. Capítulo 13 Apenas llegó a su casa, Jamie la estaba esperando con la cena preparada y servida. Por suerte, los malos momentos vividos en el trabajo eran olvidados en segundos y reemplazados por todas las atenciones de su esposo. Habían llegado a un acuerdo de trabajar durante todo el día, y concentrarse en sus obligaciones, pero la noche era de ellos. No se hablaba de nada que tuviera que ver con sesiones de foto o modelos idiotas, ni con los asuntos legales con los que él estaba lidiando. Era el único descanso que tenían y lo aprovechaban. Y las noches se habían vuelto cada vez más intensas. Después de todo, era su forma de escaparse de todo, de alejarse de los demás y de refugiarse en los brazos de la persona que más amaban. Pero esa noche, Jamie tenía un gesto serio. Estaba preocupado. No sabía si preguntarle, lo que violaba el trato que habían hecho, o distraerlo. Justo cuando estaba por decir algo, él tomó aire y habló.


—Me tengo que ir un tiempo a Nueva York. – dijo soltando un suspiro. Ella lo miró y asintió esperando más... —Los negociados que estamos haciendo ya no pueden hacerse a distancia. Necesitan que esté presente. Si o si. —Cuánto es “un tiempo”? – preguntó. —Pueden ser un par de meses. – contestó tapándose la cara, con pesar. —Meses? —No puedo mandar a ningún representante. Pero se me ocurría que podías venir conmigo. —Y la agencia? Y la facultad? – ya no tenía hambre. Corrió el plato y se apoyó con ambas manos en la mesa. —No tenés que trabajar, Vale. Sabemos perfectamente que con mi trabajo, estamos perfectos. Y la facultad, bueno… podés recursar algunas materias después. O el año que viene. – dijo tranquilo. —No voy a dejar de trabajar, Jamie. Amo lo que hago. Me comprometí con Amanda, con Walter. No puedo hacer eso. Tengo un contrato. —Mi abogado puede… – ella lo interrumpió. —No. Y tampoco voy a dejar la carrera para después. Yo entiendo que tengas que viajar, y te apoyo, pero no me podés pedir que deje todo. —No quiero pedírtelo. – dijo sonriendo. —Sabía que ibas a decir eso, y la verdad es que no quiero que dejes la facultad. Es lo que te hace feliz. Tenía que decírtelo y que vos decidieras. Ella sonrió. —Pero el trabajo en la agencia… – ella le clavó los ojos. —Ok! Si tanto te gusta, no te digo nada. – dijo levantando las manos. —No se trata de que me guste. Confían en mí, me comprometí con ellos. No me puedo bajar de un día para el otro. Son 4 meses nada más. Se levantó y se sentó en su regazo para abrazarlo. —Te voy a extrañar, Barbie. – dijo hundiendo la nariz en su cabello. —Vas a tener que viajar mucho y venir seguido a verme, si? —Apenas tenga 2 segundos estoy en un avión. – le dijo sonriendo. **** Había imaginado que el asunto del viaje desencadenaría algunas discusiones, pero se había equivocado. Estaban en un buen lugar. Se llevaban bien conviviendo, y se amaban, pero era todo tan reciente que a veces parecía que estaban apenas conociéndose. Y ya como un matrimonio. Era necesario. Muchas personas dependían de él. Y aunque ahora se sentía como un crío encaprichado, queriendo rebelarse para no viajar, sabía que tenía que hacerlo. La sola idea de estar un día lejos de Vale, lo entristecía, no quería imaginar como serían meses. Por eso es que tenía que plantearle la posibilidad de dejarlo todo para acompañarlo.


Y sabía que diría que no. Se había enamorado de todo lo que ella era. De todo lo que ella hacía. Y había cosas que no eran negociables y él, a su vez, solo quería verla feliz. **** Estuvieron sentados y abrazados un largo rato. Estaban recién casados y ninguno era un buen momento para que él viajara, pero parecía que justo cuando habían logrado una dinámica, el destino los separaba. Últimamente habían estado más cerca que nunca. Como nuevos amantes que recién se conocen, pero sin los nervios de una nueva relación. Sin inseguridades y con su amor más que afianzado. Cuando el día llegó, y Jamie partió para Estados Unidos, Vale era un mar de lágrimas. Habían estado días despidiéndose, y aun así no podía evitar sentir como si se lo estuvieran arrancando de su lado de manera abrupta. El dolor que sentía era físico. No le quedaban ganas para mucho más. Iba a la facultad a la mañana, a la agencia a la tarde, y apenas llegaba, tras comunicarse con él, se iba a dormir temprano. Sus compañeros de trabajo ya la habían notado un poco triste, y con mala cara, pero nadie le decía nada. Muy lejos de compadecerse, Mateo, el modelo antipático, le hacía la vida imposible. Su última maldad había sido aflojarle los tornillos a la silla que ella utilizaba para sentarse mientras la maquillaban. Obviamente, se había pegado un tremendo golpe. Por suerte no le había dejado ninguna marca visible, porque en unos días tenía la producción de ropa interior. Eran varias líneas, dentro de la misma marca, y estaban planeadas para hacerse en varias sesiones. Había decidido no decirle nada a Jamie. No tenía sentido, estando lejos de ella seguramente se preocuparía y sentiría impotencia por no poder hacer nada. Además ella prefería aprovechar sus charlas para otras cosas y no hablar de su molesto compañero. Tenía otros planes. Ella sola se iba a defender. Y ese día en particular, ya tenía una idea. Se quedó más tiempo en la agencia sabiendo a que hora él solía darse una ducha en los vestidores, y lo esperó. Cuando entró a bañarse, sin percatarse de su presencia, ella agarró toda su ropa y se la escondió en la sala de recepción, donde como rara vez, se había llenado de gente. Con una sonrisa de oreja a oreja, se quedó para ver su reacción. Ella también podía jugar a su juego. Pasaron unos minutos, y se empezaron a escuchar gritos que venían desde los vestuarios, y la gente de la entrada miraba curiosa hacia el interior de la agencia. Entonces, como poseído, y sin importarle en lo más mínimo quien lo mirara, el modelito la enfrentó a los gritos, totalmente desnudo. —Fuiste vos? – la miró con bronca. Ella quería no reírse, estaba haciendo toda la fuerza que podía para contenerse. Algunas de las personas que estaban sentadas, empezaron a irse, y otras sin el menor


recato se quedaban mirándolo. No todos los días se veían cosas así, tenía que reconocerlo aunque no lo soportara. La secretaria corrió a taparlo con una de las toallas que estaban en el gimnasio. —Mateo, te volviste loco? Tapate. Qué haces así desnudo? – le dijo casi histérica. Pero él no la miraba. Seguía con los ojos clavados en Vale. —Tantas ganas tenías de verme desnudo, Valentina? – le preguntó levantando una ceja y haciéndole una sonrisa seductora e indolente. —Me decías y lo solucionábamos. Pero solos. – miró hacia los ojos curiosos. De repente se le habían ido todas las ganas de reír. Todos la miraban esperando una respuesta. Estaba roja como un tomate. Indignada, y sin saber que decir, le dio un empujón y salió de ahí dejándolo muerto de risa. Si, había pensado que se moriría de vergüenza, pero era evidente que se sentía cómodo con su cuerpo. Disfrutaba de cómo todas esas personas se lo comían con la mirada. Había dado vuelta la broma. Dejándola humillada, y con ganas de matar a alguien. No iba a quedar así. Ya pensaría en algo para vengarse. Capítulo 14 El viernes, estaba agotada. Había estado haciendo ejercicio el día anterior y tenía los músculos adoloridos. No había podido comunicarse con Jamie, y eso también influía en su humor. No podía evitar recordar su viaje a Londres. La situación era distinta. No estaba viajando con un montón de modelos de fiesta en plena campaña, y las circunstancias habían cambiado por completo. Ahora estaban casados, pero de todas maneras todo le era familiar, y la ponía nerviosa. Se obligó a poner buena cara y enfrentar el día de la mejor manera. En la agencia había un desfile. No era un evento importante. Sólo lo hacían para algunos clientes, y era algo informal. Para mostrar las nuevas caras, y de paso, para que hicieran sociales y contactos con gente que podía servirles en sus carreras. Ella no tenía intenciones de ir. La verdad es que no estaba de ánimos para fiestas. Pero Wally, su jefe le había insistido. Y estaba el hecho de que había escuchado al modelito Mateo, decir que mejor si ella no iba. Ya se estaban riendo de su forma de caminar en la pasarela. Suspiró. Eran muy odiosos con ella. Fue apenas llegar, que todos murmuraban cosas a sus espaldas. No tenía recuerdos de haberla pasado mal, ni siquiera cuando fue nueva en el colegio secundario. No se había destacado como la chica más popular, pero tampoco había sufrido nunca semejante maltrato. La agencia estaba decorada, y había catering, un DJ, y fotos de ellos por todas partes. Conocía a muchos de los concurrentes, gracias a que con su marido, había tenido la oportunidad de asistir a cenas, reuniones, galas de beneficios y demás celebraciones con gente de la moda. Estos se mostraban amables con ella, y sonreían al reconocerla. Había


notado como sus compañeros modelos, hacían mala cara y murmuraban a sus espaldas. Trató de ignorarlos, y casi lo estaba logrando cuando Mateo, se acercó a ella que estaba charlando con uno de los representantes de una de las marcas para las que iba a modelar, y fingiendo tropezarse, le volcó el contenido de una copa entera de vino en su vestido color coral. Uno de sus vestidos favoritos. El mismo que había usado en la cena en donde Jamie le había propuesto matrimonio. Le clavó los ojos entre sorprendida e indignada y lo que más le molestó fue no ver ni la más mínima pizca de arrepentimiento. No iba a ganar. Suspiró. Comenzó a contar hasta mil, y puso su mejor cara. Se excusó del coctel y se fue a cambiar. Cuando estaba en el back, vio la computadora del DJ que iba a musicalizar el evento e impulsivamente hizo algunos cambios. Estaba furiosa. El vino tinto no se quitaría de ese tipo de tela con nada. Tenía un nudo en la garganta. A Jamie también le gustaba ese vestido. Justo estaba pensando en él cuando le llegó un mensaje suyo deseándole suerte. “Barbie hermosa, lo mejor para esta noche. Me gustaría tanto estar con vos. Sos la más linda… y te extraño tanto, que apenas me den un descanso viajo a verte y a llenarte de besos y mimos. Te amo. J” Y eso solo la hizo poner peor. Por qué tenía que bancarse lo que otros le hacían? Ella tenía sus propios problemas como para encima tener que estar angustiándose por gente que no la conocía. Se vistió con un vestido que había en una percha y salió decidida a la pasarela improvisada mientras la pista de música empezaba a sonar. Una música electrónica que no conocía… la letra decía algo como “Dance your tears away” y no podía venirle mejor para ese momento. Disfrutó su pasada, y sonrió a todos como le habían enseñado. Llegando a la punta, le habían tomado fotos, y había posado dando lo mejor. Con un guiño y una vueltita se volvió a los vestidores. No sabía de donde había sacado la seguridad para hacerlo, pero lo había hecho. Era el turno de Mateo, y ya se estaba riendo. El salió, comiéndose la pasarela, con una seguridad que dejó a todos con la boca abierta. Ok, a ella también. Su compañero tenía talento, no podía negárselo. Pero entonces, justo antes de llegar a la punta, el cambio de canción hizo que se tropezara. Un ritmo noventoso inundó la agencia, y una voz grave y profunda hizo que algunos se miraran y empezaran a reírse. “I’m too sexy” de Right said Fred, cantando sobre un hombre demasiado sexy, pasarelas, y modelos, hizo que todos, hasta los representantes se partieran de la risa. El modelito se había quedado descolocado. Miró furioso al back, donde sabía que ella lo estaría mirando. Vale no paraba de reírse, “si las miradas mataran”, pensó. Por un momento no supo que hacer, todos lo miraban, y algunos hasta aplaudían y silbaban. Habían estado tomando desde temprano, y sin dudas ya estaban todos algo envalentonados por el


alcohol. Ella aprovechó que la estaba mirando y le guiño un ojo y tiró un beso. Vio como los músculos de su compañero se contraían de bronca. Con la misma confianza que había salido, empezó a bailar. Ahí, en frente de todos. Imitaba al cantante del video, se dio cuenta. Hacía posturas, y todo el mundo aplaudía más fuerte, enloquecidos. Se estaba ganando al público. Se quedó con los ojos como platos. Otra vez había dado vuelta la situación para salir airoso. La canción aun no terminaba, cuando él volvió corriendo al vestidor y la arrastró con él de la mano. La llevó a la pasarela y la dio vueltas para que bailara con él, mientras le sonreía llamando la atención de todos los invitados. Ella estaba sorprendida, pero le siguió el juego, riendo con él e imitando las cosas que hacía. Exagerando posturas sexis, levantándose a medias la remera, levantándosela a ella. Cualquiera que los mirara de afuera, podría jurar que esos dos eran amigos, y se llevaban de maravilla. Aunque por dentro, se estaban deseando lo peor. En cuanto la canción terminó y volvieron atrás, el desfile siguió su curso con normalidad. El DJ, había retomado el mando de la música, y otra vez sonaba un raro remix de un tema de Nine Inch Nails, o eso le pareció. La gente todavía aplaudía y se reía, recuperándose del numerito que ellos habían hecho. Justo cuando Mateo se acercó a ella, seguramente para decirle unas cuantas cosas, Walter entró corriendo. —Cuándo planearon eso? Qué sea la última vez que no me avisan una cosa así! – dijo al borde del infarto. —Parece que a la gente le encantó… pero de todas formas! Yo no marqué eso! No me gusta que… Vale lo interrumpió porque vio que se estaba poniendo muy nervioso, y los miraba enojado a ambos. —Fui yo. – dijo levantando una mano y mirándolo de manera cautelosa. —Yo cambié la música. La verdad, es que me quería vengar por todo lo que me viene haciendo. – señaló a su compañero. —Perdón. Todos se habían quedado callados intercambiando alguna que otra mirada. —Ahora no tengo tiempo de seguir discutiendo. – dijo Walter, y salió por la puerta. Mateo miraba a Vale sin decir nada. Los dos sabían que habían llegado muy lejos. El jueguito que habían empezado podía costarles sus carreras, las campañas, la reputación de la agencia y la de su jefe también. Como siempre le ocurría en los peores momentos, se empezó a reír. Se tapó con una mano y se aclaró la garganta, pero no podía contenerse. Los dos habían quedado solos, como si estuvieran en penitencia, sintiéndose culpables. Sacando la verdadera gravedad del asunto, era un poco gracioso. El la miró y se rió también, negando con la cabeza. En unos segundos estaban los dos muertos de la risa, sin poder parar. Y era lo más parecido a una tregua que habían tenido hasta el momento. Era hora de aflojar ese


estúpido enfrentamiento y poner paños fríos por el bien de todos. Walter volvió a entrar y los encontró tentados, hablando como si nada hubiera pasado y su rostro pasó por todos los colores del arco iris. —Claro! Ahora que casi me arruinan el evento se ríen y son amigos? – dijo a los gritos. —Vos Valentina sos nueva, pero vos Mateo… Tendrías que ser más profesional. Qué sea la última vez que me hacen pasar por un momento así! – dijo dándose aire con un pañuelo de manera dramática. Se miraron nuevamente, buscando seriedad, pero seguían bastante tentados, así que Walter enojado los interrumpió. —Bueno, mejor que se lleven bien, porque les cuento que los representantes de una de las marcas de ropa interior acaba de pedirlos juntos para las campañas. Iban a hacer cada uno por su lado, y ahora les toca juntos. – los miró desafiante, a ver si se reían. Y efectivamente, se habían quedado mudos. Mal humorado, su jefe volvió a la fiesta para seguir hablando con los clientes, mientras ellos se miraban serios. —Cómo vamos a hacer? Yo no puedo decir que no. Es una de las marcas que más me contrata. – le dijo Mateo. —Y yo tengo un contrato. Además me comprometí con Amanda. – dijo encogiéndose de hombros. El asintió. —Vamos a tener que llevarnos un poco mejor. No? – le propuso. —Yo nunca… tuve ningún problema con vos. Solamente me defendí. – dijo levantando la voz más de lo que hubiera querido. El se rió y se mordió el labio. —Ok ok. Empezamos de cero. Yo voy a ser menos forro y voy a hacer de cuenta que vos sos una modelo de verdad. Flaca, linda, y con onda. – al ver que Vale se cruzaba de brazos le sonrió. —Es una broma! Suspiró. —No puedo hacer de cuenta que sos flaca. – le dijo él entre risas. —Ni que sos menos forro. – le contestó ella riendo también. Se acercó y le tendió la mano para que se la estrechara, simbólicamente sellando el pacto de empezar desde cero. Tendría que hacer lo posible para soportar los meses que le quedaban, y comportarse de manera profesional como se esperaba de ella. Aunque no estaba acostumbrada al humor de su compañero. Iba a tener que tolerarlo. Por lo menos se lo veía decidido a cooperar. Era insoportable, pero su trabajo significaba todo para él. Esa noche se habían mostrado educados el uno con el otro, frente a los invitados, e incluso habían estado charlando con los representantes de la marca, que estaban encantados con la pareja. Solo un par de meses más, pensó. Capítulo 15


Se despertó con el sonido de la alarma del celular, sobresaltada como siempre y en una cama vacía. Suspiró. Hacía días que no podía hablar con Jamie. Y empezaba a desesperarse. Desganada, se levantó para cambiarse y salir a correr. Consultó las noticias mientras se tomaba un licuado y una barrita energética. No tenía ganas de hacer ejercicio. Hoy, como pocas veces se le antojaba solo acostarse y taparse hasta la cabeza para dormir y dormir. Pero estaba intentando ser disciplinada. Estaba a punto de salir a correr, cuando escuchó la llave de la puerta. Miró y ahogó un grito mientras veía a su esposo entrando. Dejó todo lo que tenía en las manos tirado y se colgó de su cuello entre gritos incoherentes de bienvenida. No lo podía creer! Lo había extrañado tanto. —Te iba a sorprender con el desayuno en la cama, Barbie. – le dijo besándola. —Qué haces tan temprano? – miró su reloj. —Ahora resulta que entreno a la madrugada. – dijo poniendo los ojos en blanco. —Te extrañé tanto… – lo abrazó más fuerte. —Yo más. Van a estar furiosos cuando se enteren que me fui. Pero bueno, se van a tener que aguantar unos días sin mi. No podía más. Rieron, y todavía llevándola en brazos, se condujeron a la habitación. Apenas pasaron por la puerta, Jamie la soltó, mirándola con ojos ardientes. Todo dentro de ella se removía y aceleraba. Sin decirle nada, tiró de su camiseta, hasta sacársela por completo y con un solo movimiento la liberó de la calza de deporte que llevaba, y de la ropa interior al mismo tiempo. Sonrió. Ella le arrancó la campera que tenía puesta y comenzó a desprenderle los botones de la camisa. Pasaba las manos por su cuerpo, ansiosa, casi desesperadamente. Tratando de compensar todo el tiempo en el que habían estado separados. Como si pudieran ponerse al día en ese mismo momento. Jamie suspiró en respuesta, rápidamente desprendiéndose y bajándose el pantalón. **** Inspiró profundo y se dejó inundar por su perfume, por todas las sensaciones que le provocaban su piel. La había extrañado… La había necesitado tanto. Sin dejar de besarla la empujó levemente para que cayera sobre la cama y sujetándole las manos se ubicó por encima mirándola. Sus ojos azules ardían. Le devolvían exactamente lo que él estaba sintiendo en ese momento. Deseo. Disfrutó de cada segundo mientras entraba en ella y muy de a poco, unidos perfectamente comenzaban a moverse llevados por el ritmo de sus propias respiraciones. Se sujetó a sus caderas firmemente. Todos sus problemas desapareciendo.


Había extrañado absolutamente todo de ella. Sus gestos, su voz, su amor, …pero era ahora, así conectados de una manera tan básica, tan primaria, tan instintiva, que se sentía finalmente cerca. Era su manera de comunicarse. Y no había ningún lugar en donde se sintiera así de bien. Asi de completo. —Te amo. – le dijo ella entre jadeos. Y todo su cuerpo se tensó. No era lo mismo escucharlo por teléfono que en persona, mientras le hacía el amor. Sonrió, y la besó profundamente tratando de gravar en su mente para siempre esas palabras. En unos días tenía que volver a Nueva York y alejarse nuevamente. No sabía de donde iba a sacar las fuerzas. Y no quería pensarlo tampoco. Menos ahora. Ella envolvía sus piernas en su cintura con fuerza, mientras se mordía el labio. Quería dedicarle tiempo, quería quedarse ahí para siempre, pero había esperado tanto, que su cuerpo lo traicionaba. Vale había cerrado sus ojos, gimiendo, dejándose ir y no pudo más que seguirla. La abrazó con todas sus fuerzas, diciéndole que la amaba también. Muy lentamente volvían a la normalidad. La miró y no pudo evitar reírse. —Te saludé, Barbie? – le dijo tentado. Ella también se rió. —No me acuerdo. – le contestó. —Pero supongo que me puedo imaginar que estás contento de verme. —Feliz. – la besó suavemente en los labios y abrazados, la dio vuelta para que quedara acostada sobre él. **** Esa mañana no había salido a entrenar, pero se podía decir que había tenido suficiente ejercicio físico como para no sentirse culpable… en un par de días. Jamie la había acompañado a la facultad, y la había ido a buscar también. Sonrió. Le recordaba la primera época de noviazgo. Parecía que habían pasado años, pero no. Tan solo meses. Ahora él tenía que trabajar en la productora, dirigiéndola, teniendo reuniones casi todos los días por la empresa a la que pertenecía su padre. Tenía intenciones de comprar algunas de las acciones y así tener voz y voto para poder también influir en las decisiones del directorio, que hasta ahora habían sido tomadas unilateralmente por Elizabeth. Nada menos que su madre. Y ella, tenía que prepararse para una campaña de ropa interior, en la que iba a desempeñarse como modelo, con un compañero que no podía ni ver. Como su esposo tenía conocidos en la agencia, la había acompañado ahí también. Apenas llegaron todos lo saludaban afectuosamente. Algunas de las modelos con las que nunca había hablado, de hecho era la primera vez que las veía, se habían amontonado a su alrededor, y le preguntaban por personas que tampoco conocía. Walter, cuando se enteró, corrió a saludarlo, y a invitarlo a que se quedara cuanto


tiempo quisiera. Hacía diez minutos que habían llegado, y ya todo el lugar estaba revolucionado. Un poco más acostumbrada a este tipo de situaciones, puso los ojos en blanco y fue a los vestidores a prepararse. Ese día tenía la primera prueba de vestuario. O fitting. Y dado que era en ropa interior, estaba algo nerviosa. Mateo ya estaba ahí, casi desnudo, haciendo flexiones. —Hola. – le dijo apenas mirándola. —Hola. Cómo estás? – había sido un buen comienzo, después de todo. Bastante diferente al trato que habían tenido hasta ahora. —Bien. En esas perchas de ahí vas a encontrar las prendas en orden. Tenemos que pasar, sacarnos dos o tres fotos así nomás, sin posar, y Walter nos dice. Ella asintió. Se escuchaban muchas provenientes del set. Nunca había posado en frente de nadie más que Walter y los fotógrafos. Y bueno, algunos de sus compañeros modelos. Pero ahora parecía que estaba lleno de gente. Justo hoy, pensó amargamente. Las sesiones anteriores habían sido de cosméticos. Por lo tanto su única ropa era una bata de satén corta, que casi no aparecía en las fotos. No habían necesitado hacer un fitting. Pero ahora, tenía que posar con, por lo menos 15 conjuntos y cambios distintos. Era su primera prueba de vestuario. Y por lo que había visto en la productora, a estas asistían, estilistas, equipo técnico de maquillaje y peinado, gente de la agencia, e incluso algunos representantes de la marca en cuestión. —Estas nerviosa? – le preguntó Mateo. Ella asintió. —Vos seguime a mí. Mirame a mí. Yo te voy diciendo que hacer. – le dijo serio, aunque en un tono… más amable que de costumbre. Ella volvió a asentir, esta vez sonriéndole. Walter los llamó para empezar, y rápidamente buscaron las prendas y se cambiaron en los baños para salir. —Gracias. – le dijo mirándolo a los ojos. En el set, no había ambiente de producción de fotos. Era más bien, una locura. Todos corrían, anotaban, se acercaban a ellos con cintas métricas, sujetándoles tela con alfileres. Como si fueran dos maniquíes. Estaba incómoda. Miró a su compañero, que le dio una sonrisa alentadora. El la estaba pasando igual. Lo hacían caminar de un lado a otro. Le pedían que se midiera otros talles de exactamente lo mismo que tenía puesto. Y lo hacía con una enorme paciencia. Miró hacia el detrás de cámara, y Jamie estaba ahí. Al lado de Walter, supervisando todo. Lo habían dejado presenciar el fitting, porque era él, sin dudas. La gente de la marca también lo conocía. Vagamente se preguntó, si él alguna vez había modelado para ellos. Seguramente si. Lo saludó con un gesto rápido con la mano y él le guiñó un ojo.


Cuando por fin terminaron, era de noche. Y bastante tarde. Ya cambiada con su ropa normal, se fue de vuelta al set, en donde habían dispuesto algunas mesas improvisadas, y gente de catering estaba sirviendo algo para comer. Liviano, por supuesto. Le duraban todavía los nervios de antes, así que no tenía hambre. Tenía un nudo en la boca del estómago bastante desagradable, —Estabas hermosa. – le dijo Jamie besándola suavemente mientras se acercaba a ella. —Gracias. – contestó poniéndose roja. Era raro estar ahí con él, frente a sus compañeros de trabajos, clientes, su jefe. —Hermosos. – dijo Walter, llamando su atención. —Su compañero estaba hecho un bombón también. Ya lo conocías a Mateo? Apenas su jefe mencionó ese nombre, Jamie entornó los ojos. Un gesto de reconocimiento. Mierda. Se acordaba lo que ella le había contado. Ese era el modelo que la había molestado. Y él había amenazado con buscarlo y… ponerlo en su lugar. Comenzó a sentir nauseas. —No lo conozco, de hecho. – dijo con cara de póker. Walter lo llamó con un grito, y su compañero se acercó a donde estaban. Capítulo 16 —Mateo, te presento a Jamie. El fue la imagen de la marca para la que ahora van a trabajar, por años. Además de ser uno de los modelos más importantes… y… Jamie lo interrumpió. —Jamie, el esposo de Valentina. Mucho gusto. – Mateo mirándola rápido y después a él, tendió la mano y se la estrechó. —Mateo, mucho gusto. Walter seguía hablando de toda una cantidad de cosas, sobre lo que había hecho uno u otro modelo, desarmándose en halagos, pero ninguno lo escuchaba. Se estaban midiendo con la mirada. Lo conocía. Sabía que estaba enojado. Oh por Dios. No quería escenas en su lugar de trabajo. Y menos ahora que su compañero había cambiado su actitud. Se arrepintió de haberle contado a Jamie de las bromas. Después de todo, ella también había sido parte de ese juego. Y no se lo había dicho. —Desde cuando trabajas en la agencia? No me suena tu cara de ninguna campaña. – le dijo de manera casual. Vale lo miró. No podía creer. Era un lado de Jamie que no conocía, sin dudas. Su ojos eran fríos, y había un dejo de… soberbia… superioridad. —Desde hace unos meses apenas. Estuve mucho tiempo trabajando en Brasil. – le contestó incómodo. —Y para que marcas trabajaste? – parecía una entrevista. Su compañero se tambaleaba de un pie al otro. La estaba pasando verdaderamente mal. No le gustó. De alguna manera esa actitud le hacía acordar a su suegra. A Elizabeth. Disimuladamente, lo tomó por el brazo y se lo apretó sutilmente para llamarle la


atención. Mateo le contestó la pregunta, cada tanto mirándola. —Bueno, nosotros nos vamos. Me levanté muy temprano y tengo que dormir las 8 horas que Wally pide…así que… – dijo ella entre risas para alivianar el ambiente. Se despidieron con una sonrisa, y se fueron. Una vez en el auto lo miró seria. —Por qué lo trataste así? —Así como? Lo saludé. No lo conocía, así que le pregunté donde había trabajado y eso… – le dijo sonando tranquilo. Pero frío. Frío como el hielo. —Sonaste exactamente como tu mamá. – le dijo sin mirarlo. Silencio. —Agradecé que no lo cagué a trompadas. – dijo por lo bajo. Ella solamente lo miró sorprendida y no pudo evitar recordar como había reaccionado esa vez discutiendo con Mirco en la puerta de la productora. O como le había pegado a David en el boliche… —No es la manera. – dijo negando. —Es mi lugar de trabajo. Más silencio. —Lo pensé pero no lo hice. Es una manera de decir, Vale. – dijo en tono conciliador. —Pero si te vuelve a hacer algo… ahí si… me vas a tener que disculpar desde ya. —Odio la violencia. – dijo mirando por la ventanilla. El la miró con media sonrisa y levantando una ceja. —Un poco te gusta, a veces. Sabía a lo que se refería. Que desubicado. No tenía nada que ver. —Sos un idiota. – le dijo molesta. —Ey! Qué te pasa que no te puedo hacer un chiste? – dijo entre risas. No le contestó. Su humor se había oscurecido de tal forma, que no quería ni hablarle. Llegaron a casa sumidos en el más absoluto de los silencios. Sin siquiera mirarlo, se bañó y se cambió para dormir. —No vas a cenar? – le preguntó cortante. —No tengo hambre. – lo miró desafiante. Casi esperando que él le hiciera algún comentario sobre su forma de comer. Pero no lo hizo. El solo levantó las dos manos y se encogió de hombros. Se acostó y se giró para un lado dándole la espalda. Escuchó como se bañaba y cambiaba. Se acercó por su espalda y le besó la nuca muy suavemente. —Barbie. Perdoname. – le dijo muy bajito. Ella se dio vuelta y lo miró. Parecía afectado de verdad. —Perdón. Fui muy mal educado. Pero me dio bronca porque sé las cosas que te hizo. Y no quiero que te sientas mal… Ella tomó la palabra, ya no tan molesta. —Si. Pero ahora está todo bien. Tenemos que trabajar juntos, lo hablamos. De hecho antes de salir, me ayudó para que no estuviera tan nerviosa. Creo que nos llevábamos


tan mal porque no nos conocíamos. Pero no creo que tenga mala intención. El asintió. —No quiero que estés enojada conmigo. En dos días me voy. – dijo dejándole un mechón de cabello detrás de la oreja. Ella frunció los labios ocultando una sonrisa, y lo besó, tomándolo del cuello. —En serio no querés cenar? Te puedo preparar algo livianito. Una sopa? —No querés que esté enojada, pero empezás a joder con el tema de la comida? – dijo mirándolo enojada. —Barbie… —Me siento mal. No tengo hambre. De los nervios por las fotos tengo el estómago revuelto. Quiero dormirme y que se me pase. El la abrazó con cariño por detrás, y entre palabras dulces se quedaron dormidos. La despertó el movimiento de la cama hundiéndose a su lado. Jamie había apoyado una bandeja con té, galletas de salvado, fruta y tostadas con varios tipos de mermeladas dulces. —Buen día, Barbie. – la besó. —Buen día, hermoso. – su sonrisa se hacía más grande por segundos. —Había extrañado tanto despertarme con vos. Todo olía demasiado bien. El le estaba contando algo relacionado con su viaje, mientras le daba besos o le hacía alguna caricia distraído. Pero ella no podía parar de comer. La noche anterior se había sentido asqueada, y ahora tenía un vacío que necesitaba llenar. Se estaba ahogando de comida. Se paró a pensar que cualquiera que viera su comportamiento, sin conocerla, pensaría que tenía un desorden con las comidas. Pero es que el estrés últimamente le tenía la panza hecha un nudo. Siempre había sido su punto débil. Había momentos en los que no podía probar bocado, y otros momentos como ahora, que comía como si alguien estuviera a punto de quitarle el alimento de la boca. Su esposo estaba encantado de verla así. No tenía dudas, ese viaje, en parte era para controlarla de cerca y saber si comía, si se cuidaba, si se estaba sintiendo bien. Sonrió. El se preocupaba demasiado. Esa tarde la había acompañado nuevamente a la agencia. Les quedaba menos de un día juntos, y no se querían separar. Tenía que ir un rato solamente para las pruebas de maquillaje y peinado que el día anterior no habían podido hacerse por falta de tiempo. Con suerte, al terminar podría ir a casa. En un par de horas, ya estaba totalmente peinada y estaban retocándole el maquillaje. Era una producción sexy, así que tenía el pelo lacio, y ojos negros muy esfumados.


Se sentía bonita. En el set hacía más frío que de costumbre, y empezó a sentirse mal. El estómago le molestaba de nuevo. Hacía mucho que no desayunaba y almorzaba tan pesado, eso también había contribuido, para que ahora tuviera un torbellino de ruidos y unos dolores agudos que la estaban matando. Probaron colores de sombras, de labiales, aumentando el volumen del cabello, todo. Como si fuera una muñeca con la que estaban jugando. Su compañero también había ido, y estaban evaluando la posibilidad de bajarle el jopo. El se negaba, era su toque distintivo. Estaba enojadísimo. Todos estaban enfocados en hacerlo entrar en razón, pero ella lo escuchaba lejos. Como en un túnel. Se sentía tan mal. No pudo resistir más y salió corriendo a los baños de los vestidores. Si, tanta comida de golpe había sido una mala, pésima idea. Minutos después salía sintiéndose algo mejor, pero totalmente pálida y cubierta de sudor. Mateo estaba esperándola con gesto serio. Oh Dios. No estaba de humor para peleas, ni bromas. —Estás bien? – le preguntó, sorprendiéndola. —Si. Perfecta. – le dijo confundida. El levantó una ceja y se acercó más a ella. Y con toda la confianza del mundo le puso la mano en la frente como tomándole la temperatura. La miraba de forma curiosa. Estaba revisándola? Después tomó sus manos y las miró de cerca. Qué estaba buscando? Sobresaltada, se soltó de su agarre y puso cara de malos amigos. —Mirá, yo pasé también por eso. Y lo peor que podes hacer es no reconocer el problema y esconderlo. —Ah? – no sabía que decir. —Te escuché vomitando, Valentina. – le dijo como si entendiera perfectamente lo que le pasaba. —Si, estoy mal del estómago. Comí pesado y… —Y nada. Es una enfermedad. Yo pasé por algo parecido al principio de mi carrera. La presión por ser uno más, y no tener ni un gramito de grasa… sé de lo que te estoy hablando. Ahora estaba entendiendo. Puso los ojos en blanco ofuscada. —No estoy anoréxica, ni soy bulímica. – dijo repitiendo mecánicamente lo que hacía semanas venía diciendo. —Al principio yo tampoco me daba cuenta. No lo reconocía. Tuvo que pasar algo muy grave para que me abriera los ojos. – la miró. —Conmigo podés hablar. Aunque soy un poco forro, y me gusta joderte. – puso los ojos en blanco. —Con estos temas no jodo. —Te juro que nada que ver. Amo comer, y en unos meses cuando termine el contrato, no es mi idea seguir modelando. Voy a seguir sacando fotos. – le sonrió. El frunció los labios, resignado y levantó los hombros rindiéndose. —Ya sabés. – le recordó, antes de volver al set. Otra persona más que tenía que sumar a la lista de personas preocupadas por ella.


Tendría que ir al médico para que le hiciera estudios, y a un nutricionista para que le recomendara alimentos que no le sentaran tan mal en tiempos de mucho estrés. El había sufrido esa enfermedad? Hacía cuánto? Se lo veía tan saludable. No era para nada un modelo escuálido, de los que hacen alta costura. Estaba bien formado, y le gustaba entrenar. Por algo lo querían siempre para las marcas de ropa interior. Qué sería lo grave que le pasó para abrir los ojos? Sus pensamientos fueron interrumpidos por Jamie, que entraba al vestidor para ver como estaba. Y por más que le aseguraba que se sentía bien, podía ver en sus ojos que no terminaba de creerle. Era agotador. —Te puso algo en el café otra vez, ese idiota? – le preguntó molesto. —No! – contestó calmándolo. —Ya me sentía mal. No tomé ni comí nada acá. Asintió serio. El día había terminado horrible. Estaba exhausta y solo quería descansar. Para colmo de males, todo el día siguiente se había sentido como la misma mierda. Se la había pasado en cama, con vómitos, y dolor de panza. Un médico había ido a verla, y le había dicho que eran síntomas de gastritis. Sin dudas, provocada por un estado de nervios, mezclado con el cambio de sus horarios, y por supuesto, por la ausencia de su marido. Tenía que ir a la clínica para hacerse algunos análisis de rutina, pero nada urgente. A la noche ya se sentía como nueva. De hecho, había podido comer y todo. Jamie estuvo a punto de posponer su viaje, pero ella lo convenció de que no lo hiciera. Cuanto antes terminara con esos trámites antes lo tendría en casa. Aunque lamentaba profundamente haber pasado un día entero en ese estado cuando sabía que pasarían varias semanas antes de que pudieran estar juntos otra vez. Se habían despedido entre besos, abrazos y algunas lágrimas. Cada vez le costaría más? Su visita se le había hecho tan corta… —Si te sentís mal, me llamás y vengo. No me importa nada. – le dijo serio, mirándola a los ojos mientras tenía la frente apoyada en la suya. —No podés dejar todo. – se rió. —Voy a estar bien. Anda, terminá lo que tenes que hacer y volvé rápido. Si? El asintió, besándola y abrazándose con fuerza. —Te amo. – le dijo. Y se fue. Capítulo 17 Por lo menos podía decir que ese semestre había sido bastante liviano. Las materias que estaba cursando eran en su mayoría teóricas, así que lo único que tenía que hacer era estudiar y leer. Aprovechaba los momentos que tenía libres en la agencia, o después más tarde mientras hacía tiempo hasta que Jamie se comunicara con ella. Incluso algunos días se había juntado con Anabel para estudiar y hacer cuadros y apuntes.


Había arreglado en la productora para que no se le asignara ningún trabajo hasta mitad de año. No tenía tiempo para nada. Y tenía que reconocer que había podido darse ese lujo porque su esposo estaba a cargo. El mismo lo había sugerido. Extrañaba sacar fotos. Con todas sus fuerzas. Y aunque cada día se sentía más a gusto modelando con Walter, su corazón estaba del otro lado del lente. Esa última semana, la había pasado casi pegada a su compañero de trabajo. Tenían que hacer todo juntos. Las sesiones de fotos, eran solo el comienzo. También tenían presentaciones y eventos a los que tenían que asistir. Y en consecuencia, se estaban llevando bien. Se arriesgaba a decir que de a poco iban desarrollando algo parecido a la amistad. No habían vuelto a hacerse ninguna maldad, y Mateo la ayudaba cada vez que podía. Entendía que si ella metía la pata, los afectaba a los dos, así que estaba siempre pendiente de que ella se sintiera cómoda, y guiarla para hacer mejor su trabajo. Jamie, desde Estados Unidos, también le había pasado una serie de tips para la campaña. Casi se sentía culpable cuando hablaba con él. Estaba trabajando como loco, y encima ella que le hablaba de pavadas. No quería molestarlo. Según le había contado, estaba en proceso de adquirir las acciones de un empresario que tenía dinero invertido en varias compañías, y no estaba particularmente interesado en permanecer en esta. Ya había conseguido comprar otras de un contacto que hizo en Buenos Aires, y si seguía así, para mitad de año ya podría volver definitivamente. Franco, estaba llevando a la perfección N producciones, junto con Catherine. Eran un buen equipo. Y Jamie, a la distancia, se podía quedar tranquilo de que por lo menos por eso no tenía que preocuparse. Nico y Flor, habían aprovechado lo que les quedaba de tiempo libre hasta que él tuviera que empezar a estudiar para exámenes parciales y finales, estando todo el tiempo juntos. En algunas oportunidades habían salido a comer con Vale, o a tomar algo, pero ella se volvía temprano. Todo el tiempo estaba agotada y se dormía parada. Ese día tenía una sesión con Mateo en estudios y estaba a punto de entrar al set, cuando empezó a sentirse mal. Maldijo. Otra vez la gastritis. El estómago se le movía para todos lados. Hizo memoria, y no había podido recordar nada pesado que hubiera comido. Su dieta había cambiado, supervisada por Gerard, y era sana y balanceada. Casi rozando lo obsesivo. Serían los nervios, se dijo. Mateo apenas la vio, la tomó del brazo y la alejó de los demás para hablarle. —Te sentís bien? – la miró a los ojos. —Estás un poco pálida. —Me duele un poco la panza. – le contestó. —Pero ya se me va a pasar. El, entrecerró los ojos, y sujetó sus manos mirándolas con atención. Era la segunda vez que lo hacía. Qué buscaba? —Por qué me mirás las manos? – le preguntó curiosa.


—Busco marcas. – le dijo serio. —De qué? —De mordidas. Ella, totalmente confundida lo miró fijo y él le explicó. —Es un síntoma de las personas que se provocan el vómito. Pasan hambre, después se dan… atracones de comida, para después vomitar. Se sorprendió. Ella pasaba de no comer a comer excesivamente. No lo hacía a conciencia, pero lo hacía. Tendría un problema? —Pero yo no me provoco nada. —Yo no te voy a juzgar. Estuve dos años saliendo de eso. Llegue a pesar muy poco. Desde chico tengo tendencia a ser gordito, y en una época, perdí el control. Una amiga que estudiaba modelaje conmigo la pasó peor. Y bueno, no terminó bien. – Vale notó el cambio en su mirada. Rápidamente siguió hablando, sin detenerse mucho en detalles. — Ahí recién me di cuenta de que estaba haciendo mal las cosas. De que necesitaba ayuda. Podes contar conmigo. A mi me hubiera gustado que nos ayudaran cuando todavía no era un problema. – dijo reflexivo. Ella se acercó, y con cautela tomó de nuevo sus manos y lo miró. —Qué le pasó a tu amiga? La miró por un segundo, pero después se soltó. —No me gusta mucho hablar de ella. Te sentís bien como para hacer las fotos? O querés que hable con Wally? Ella se sorprendió por la evasiva, pero no pudo evitar imaginar cual había sido el destino para aquella chica. Wow. Seguramente había sido una experiencia difícil para él. Su mirada todavía era triste, y llena de pesar. Era todo un lado de Mateo que no conocía. Sin dudas había sido alguien importante para él. —No, estoy bien. Ya se me va a pasar. Tengo un poco de nauseas, ya se me pasa. El asintió y salieron. Las fotos, afortunadamente habían salido bien, y habían servido muchas. No podía negar que había química entre ellos y trabajaban bien. Salían muy fotogénicos juntos. De alguna manera la hacía verse más sexy. Su cabello ya casi platinado, combinado con el jopo de su compañero, y sus brazos musculosos llenos de tatuajes hacía que se vieran… muy bien. Habían entrado en confianza, por lo menos a lo que se refería a posar y estaban familiarizados con el cuerpo del otro. Algunas de las fotos, los mostraba en poses bastante jugadas. Poses que no le habían gustado para nada a su marido, pero como producción estaban excelentes. Además su compañero era muy profesional, la había cuidado y se había mostrado respetuoso siempre. Estaban a punto de irse cuando Walter entró a hablarles al vestuario. —Estarán listos en una hora para una presentación? Desfilan, se sacan fotos y se quedan tomando algo para que los vean y vean la marca. Tienen que estar de jean vos


Mateo, calza negra ajustada vos Valentina. Y los dos con remeras con el logo. Suspiró. Tenía ganas de irse a casa, estaba molida. —Tomo eso como un si. Les mando un texto con la dirección. Chau, chau. – dijo casi corriendo. Su compañero la miró mordiéndose el labio. —Estoy destruido. – dijo tapándose la cara. —Yo también. Me caigo del sueño. —Bueno, vamos rápido así nos podemos ir temprano. Arrastrando casi los pies, buscaron ropa entre las perchas de la agencia y se peinaron y maquillaron rápidamente. En media hora estaban puntuales, sacándose fotos con medio mundo. Se rieron, y charlaron entretenidos. Aparentemente, además del modelaje tenían otras cosas en común. El era un amante de la música de los 80, y aprovechando que habían puesto algunas de esas canciones se habían cansado de bailar. Su celular comenzó a vibrar. Miró la pantalla: Jamie. No le había dicho que no iba a estar en casa. No podía hablarlo ahora, porque estaba rodeada de gente, y estaba trabajando. Así que le escribió un mensaje diciendo que no podía hablar. A la mitad de la noche, sentía que los pies le latían. Se la había pasado parada todo el tiempo, y no resistía las ganas de acostarse que tenía. La estaba pasando pesimamente mal. Mateo, que estaba charlando con unas chicas, se acercó para preguntarle como estaba. Había conseguido el teléfono de media docena, y había hecho planes con varias de ellas para verse en otra oportunidad. Se rió. De donde sacaba la energía? —Tenés una cara… – le dijo negando con la cabeza. —No puedo más. – le contestó ella entre risas. Le hicieron señas para que se acercara a sacarse fotos con unos chicos, y haciendo un gesto de dolor se paró y fue gravando una sonrisa lo más natural que pudo. Cuando en realidad lo que quería era llorar. Al rato volvió a donde estaba sentado el modelo y pudo descansar. Habían podido irse cerca de las 3, y estaban destrozados. Ella lo había invitado a que se quedara, después de todo, él vivía lejos y tenía habitaciones de sobra para que durmiera. Podía comprenderlo. Si hubiera tenido que hacer un viaje de casi 2 horas para poder irse a dormir, estaría desesperada. Después de comentar como les había ido esa noche y de reírse un buen rato, se despidieron y se fueron a dormir. Capítulo 18 A la mañana siguiente, se levantó con el estómago revuelto. No había tomado nada la noche anterior, pero sin dudas la trasnochada no le había sentado bien a su gastritis. Haciendo acopio de toda su voluntad, se dispuso a empezar el día. Se duchó rápidamente


y se fue a desayunar a la sala. No había señales de su compañero por ningún lado. Seguramente todavía dormía. Estaba a punto de levantarse para cambiarse cuando escuchó la puerta de entrada. Jamie. Dando saltos y gritos, corrió a abrazarse a su querido esposo. Estaba hermoso. Hacía solo semanas que no se veían, pero lo veía hermoso. Había optado por dejarse la barba, y llevaba el pelo cortado de manera moderna y despeinada. Y su perfume. Oh por Dios. Ese perfume. —Hola mi amor. – le dijo besándolo profundamente. —Hola, Barbie. – la abrazó. —Qué linda estás.. – sonrió. —No te esperaba. No me dijiste que venías. —Lo decidí a último momento. Aunque anoche te quise decir, y no me atendiste. —Estaba en un evento de presentación en un boliche. Y estaba trabajando, había mucho ruido, no podía hablar. – le explicó. —Sola? – preguntó levantando una ceja. Y se acordó. Mateo estaba por ahí durmiendo. Y la cara de Jamie le decía que estaba algo… celoso. Desde que había visto las fotos se sentía así. Sus intenciones eran buenas, pero ahora a la luz del día, ya no le parecía una buena idea haber invitado a su compañero. Y justo cuando estaba por contestar, la puerta de la sala se abrió y entró Mateo semidesnudo, con una toalla sujeta en la cintura. Ella estaba más que acostumbrada a verlo así, y entre ellos había la suficiente confianza… pero Jamie se había quedado congelado. Su compañero también se había quedado petrificado en el lugar. Como si quisiera salir corriendo. Cuál hubiera sido el sentido? Ya lo había visto. Entornó los ojos a modo de disculpa hacia Vale. Tuvo que romper el silencio. —Mateo, mi esposo. Ya se conocen. – se puso roja. —Se quedó a dormir, porque volvimos tarde y vive lejos. —Hola. Cómo estás? – le dijo Jamie queriendo aparentar tranquilidad. —Hola. Mil disculpas. Solamente salí así porque me dejé mi bolso con el cambio de ropa acá adelante. – dijo atajándose con las manos. Articuló un “perdón” con los labios a Vale cuando está lo miró. Ella asintió sin saber que más hacer. Los nervios no hacían nada bueno para el estado de su estómago, y en el momento menos oportuno tuvo que salir corriendo al baño conteniendo una arcada. Salió minutos después y Mateo, por suerte, ya estaba cambiado. Jamie la abrazó y le sirvió un té para que se sintiera mejor, y la hizo recostar. Su compañero la saludó y se ofreció a hablar con Walter para decirle que ese día no iría a trabajar.


Se sentía terrible. Por otro lado, su esposo no había dicho nada de la presencia de su compañero, ni le había preguntado donde había dormido, ni nada. Se había enfocado en hacerla sentir mejor. Lo veía preocupado. Había tenido días muy buenos, y le parecía de lo más injusto que cuando su marido volvía de visitas, ella tenía que ponerse mal nuevamente. Por suerte, en cuestión de media hora ya estaba recuperada por completo. Incluso tenía hambre, pero no se arriesgó a comer algo tan pronto por las dudas. Se mantuvo hidratada y esperó cerca de 2 horas para recién tomarse un té con tostadas. Jamie le había querido sacar turno para el día siguiente, pero ella no lo dejó. Tenía que terminar con la producción en la que estaba trabajando, cuanto antes. De todas formas, el médico que la había visto antes, le había recetado unos antiácidos que parecían estar solucionando sus problemas, por el momento. Volvía a sentirse como ella. Y él, al ver que se sentía de nuevo bien y comía con normalidad, no siguió insistiendo en el tema. Habían aprovechado al máximo los días en que él había viajado. Un fin de semana, decidieron ir a Córdoba y visitar a la familia de Vale, que hacía un tiempo no veía. Ese sábado llegaron y se instalaron en el hotel temprano en la mañana, y cerca del mediodía cayeron de sorpresa a la casa de sus padres. Estaban… que no podían creerlo. En seguida, dejaron todo lo que estaban haciendo e improvisaron un asado para agasajarlos. —Cómo van las fotos, amor? Vimos las que nos mandaste la semana pasada... – dijo su madre mirándola de manera cómplice. —Jugadas… no? Vale se rió. Le había mandado unas en donde estaba posando con Mateo, con piezas de pijama. Si hubiera visto las de lencería, no diría que esas eran jugadas. —No tanto. La verdad es que yo no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero todos me enseñan. – contestó ella sonriendo. —Divino el modelo además. – comentó su madre distraída. —Está muy bien el chico. Tanto Luis como Jamie se miraron y después las miraron resoplando con mal humor. —Esos tatuajes de colores son horribles. – comentó el padre con cara de disgusto. —A él le quedan bárbaros… si te lo haces vos… mmm… – contestó Carla, bromeando con su esposo. Todos se rieron, menos Luis. —No sé. A mí me parece un poco… “gordo” no es la palabra. Pero no le da el físico para modelo. Llega hasta modelo de catálogo, como mucho. – dijo Jamie. Se quedó helada. Todos reían y seguían charlando normalmente, pero a ella el comentario le había caído como una piedra. Después de todo lo que Mateo había pasado, de lo que había tardado en recuperarse de su enfermedad, para que el tema fuera


tomando de manera tan ligera. Sin poder quedarse callada, tuvo que decir algo. —Si él es gordo, entonces yo que soy? Obesa? – le clavó los ojos sin rastros de humor. —Y-yo nunca dije eso. – tartamudeó él. —No es el típico cuerpo de modelo de alta costura, eso estoy diciendo. En las pasarelas de Europa… Ella lo interrumpió casi escupiendo las palabras. —Son ese tipo de dichos y de presión la que llevan a muchos de esos modelos a enfermarse y morir. – dejó el vaso que tenía en la mano violentamente en la mesa. —Y es raro viniendo de vos, que aparentemente estás tan preocupado por mi nutrición. Ese doble discurso, no te lo entiendo. Se levantó dejándolos a todos con la boca abierta, y se fue a la que había sido su habitación. Cualquiera. Había tenido una reacción exagerada, ridícula y hasta inmadura. Que tenía 12 años? Desde cuando tenía esos arranques? No había aguantado escuchar como hablaban de cosas que no sabían. No pudo evitar acordarse de su compañero y su mirada triste, confesándole el infierno por el que había pasado, tratando de ayudarla. Pero ahora en su cuarto, reconocía que no era para tanto. En ese momento escuchó que golpeaban la puerta. Poniendo los ojos en blanco la abrió y lo dejó pasar. —Todo bien? – le dijo mirándola cauteloso, como si se tratara de un animal salvaje a punto de atacarlo. Ella se mordió el labio para no reírse. Estaba un poco bipolar. Sería para alarmarse? —Perdón. – dijo tapándose la cara. —Se ve que estoy un poquito susceptible con el tema. El asintió. —Tenés razón. —No, sé que exageré… no lo dijiste con esa intención. Cualquiera. Me siento re tonta, perdón. El negó. —No. Tenés razón, ese tipo de comentarios aparentemente inofensivos, hace que algunas personas que están atravesando momentos difíciles, tomen malas decisiones y se enfermen. Es verdad. Lo vi mucho cuando modelaba. – suspiró. —Si bien, estaba refiriéndome a un tipo específico de modelos, como decir: ehm… yo soy muy flaco para fisicoculturista, o… muy torpe para hacer deporte. Me expresé mal. Ella asintió y él bajó un poco la mirada y se mordió un poco el labio. —Lo dije de celoso, en realidad. – puso los ojos en blanco. —Tiene buen cuerpo, y todo eso… que sé yo… – dijo restándole importancia. Rompió a reír con ganas. Hacían una buena pareja, siempre compitiendo a ver quien era el más inmaduro. Después recordó que para él, el fenómeno de los celos, era algo nuevo, a lo que no estaba acostumbrado. Nunca sabía como iba a reaccionar. Era adorable cuando se ponía así.


—Estás celoso de Mateo? – le preguntó ella entre risas. El frunció los labios y las cejas molesto, y luego al verla reírse a carcajadas, sonrió. Se le tiró encima, tomando sus manos a los costados de su cabeza para que no se moviera. —No te rías de mi, Barbie. – le mordió los labios. —Es que sos gracioso. —Ah si? – entornó los ojos. Ella asintió. Sin darle tiempo para nada, la besó con fuerza, tomando su boca desesperadamente. Sus manos rodeándola por completo, pegándose a su cuerpo, haciéndola suspirar con fuerza. Ella enroscó los dedos en su pelo, acercándolo. Sintiendo como todo en ella empezaba a prenderse fuego al escuchar la respiración trabajosa de él. —Te llevaría ya al hotel. – le dijo con la voz ronca. – sonrió. —Pero quiero salir a pasear un rato, y quiero que me muestres un poco tu ciudad, para variar. Ella asintió devolviéndole la sonrisa. Acomodándose la ropa y el pelo con torpeza, y con las piernas todavía un poco flojas por la efusividad de ese beso, salió. Jamie la siguió un segundo después y tras despedirse salieron a caminar. Lo había llevado a conocer La Cañada, una obra de encausamiento de un arroyo, que se extendía por cuadras y quedaba ubicada dividiendo las calles por la mitad, con sus piedras, y sauces. Un paisaje típico de la Capital. Algo que tenía que conocer si o si. Habían llegado hasta El Paseo de las Artes, en donde un montón de artesanos vendían sus productos al ritmo de música tocada también por artistas de la zona. Se había hecho casi de noche, y estaba totalmente iluminado y lleno de gente. Jamie estaba encantado con lo que veía. Quería comprarse todo. Ella solo sonreía y lo arrastraba de aquí para allá. Cansados de tanto caminar, y algo hambrientos, decidieron sentarse en uno de los bares que rodeaban el paseo. Se vendían comidas típicas, y totalmente autóctonas. En algunos lugares, incluso, daban la opción del mate y lo servían con pan casero y dulces que ellos mismos preparaban. Estaban a punto de sentarse cuando Vale se quedó congelada. Se había quedado sin aire y sin sangre en el cuerpo. Nadia, su ex amiga. Caminando en dirección hacia donde ellos estaban, de la mano con quien? Si, David. Su ex. Y eso ni siquiera era lo que la había dejado en ese estado de shock. No lo podía creer. Capítulo 19 Su ex amiga tenía la campera algo abierta, y por ahí asomaba una enorme e inconfundible panza. Estaba embarazada, y por lo poco que sabía del tema, estaría aproximadamente cerca del sexto, o séptimo mes. Tal vez más, ella siempre había sido muy flaca. Jamie atrajo su atención apretándole la mano.


—Ese no es…? – preguntó al reconocerlo. Ella asintió con la boca abierta. Qué fuerte. Tomó la mano de su esposo y lo llevó a otra dirección, más lejos, a otras mesas que estaban cerca del fondo del lugar. La pareja no los había visto, y se había ido sonriente, en su mundo. Aunque Vale había tenido tiempo de ver como David le acariciaba la panza cariñosamente antes de besarla en los labios. Ella estaba radiante. Siempre había sido una chica preciosa, y el embarazo parecía sentarle mejor que nada. Como pudo se sentó en una de las sillas, contenta de no haberse desplomado en el piso. Algo era algo. —Esa chica era Nadia. – dijo sin aliento. —La embarazada? – contestó abriendo mucho los ojos. Ella asintió. —Ahora entiendo porque tenés esa cara de haber visto un fantasma. – se rió nervioso. —Te salvaste, Barbie. Quiso sonreír ante el chiste. De verdad que quiso, pero no pudo. Desde que eran pequeñas, habían compartido tanto, que verla a punto de ser mamá, le tocaba lo más profundo de su alma. Algunas veces habían bromeado con como serían ellas el día que estuvieran embarazadas, y siempre lo habían hecho pensando que en esos días seguirían siendo amigas. Era demasiado fuerte. Y el hecho de que el padre fuera David, lo hacía directamente irreal. Se sentía como si le hubieran vaciado un balde de agua helada en la cabeza. Muy a lo lejos alcanzó a escuchar que Jamie le hablaba. —… y siendo tan jóvenes. Chau. Que manera de cagarse la vida. – tardó un poco más de lo normal en entender de lo que hablaba porque no había prestado atención desde el principio. —Lo más raro es que David siempre decía que no quería tener hijos. O que si los tenía, iba a ser a los 40 años. – dijo agarrando la carta sin mirarla, como para tener algo en que ocupar las manos que todavía le temblaban. —Comparto. No van a poder hacer nada de ahora en más. Todo el tiempo dependiendo de los horarios del bebé… uff… pañales, llanto. – negó horrorizado. —Nunca me gustaron los chicos. Eso rápidamente captó su atención. Nunca habían hablado del tema. Para ser sinceros, no habían tenido tiempo para hacerlo. Se conocían desde hacía…5 minutos. —No te gustan? Ni los bebés? – lo miró curiosa. —No es que no me gusten. – sonrió. —No es que sea un monstruo y no me dan ternura, y esas cosas. Pero nunca estuvieron en mis planes o proyectos. Creo que se lo debo a mi mamá también. – bromeó. — Son divinos los nenes, y más si no son míos. —Y no querés tener hijos? La miró serio. Se dio cuenta de lo que estaba diciendo y suavizó un poco el tono de voz. —Nunca había tenido una relación seria con la que viera un futuro, Barbie. Eso


cambió. – se removió incómodo en la silla. —Estoy de acuerdo en que es mejor más adelante. A los 40… 50 capáz. Y si no queda otra. La verdad es que no está entre mis prioridades. – dijo riéndose. Ella rió también. A veces le asombraba lo poco que conocía de la persona con la que se había casado. Todos los días se sorprendía con algo nuevo. Y aunque la mayoría de las veces, eran cosas que hacían que lo admirara, y que se enamorara más y más, otras, como esta cuestión de los hijos… No sabía como tomárselo. Era aun muy chica para pensar en esos temas. Todavía quería recibirse, viajar, vivir miles de experiencias, estar casada y conocer a su marido, antes de pensar en tener un bebé. Y le sorprendía ver como dos personas que pensaban igual, ahora estaban a punto de ser padres. No quería hacer la cuenta, pero era probable que cuando ella estuvo con David, él estuviera viendo a Nadia también. Y ese mail que ella le había escrito? Que ahora estuvieran juntos, tendría que ver con su embarazo? Bueno, por lo menos por primera vez en su vida, David estaba siendo un hombre, y estaba haciendo lo que le correspondía. El resto de su viaje a Córdoba no habían hablado más del tema, aunque a los dos le había dado mil vueltas en la mente. De nuevo en Buenos Aires, apenas habían tenido tiempo de estar algunas horas juntos antes de despedirse. Le había prometido que volvería en algunas semanas, antes de que ella rindiera finales. Algo triste y desganada llegó a la agencia para una nueva sesión. Ese día tocaba hacer unas en donde tenía que estar con una ropa interior mínima, sentada sobre una pierna de Mateo mientras él la sujetaba por la cintura. Habían hecho poses más jugadas, pero la lencería era tan reveladora, que se sentía mil veces más íntimo. Gracias a que la relación entre ellos había mejorado, ahora tenían la confianza para hablar de casi todo. —Esto es un horror, de verdad. Cómo se supone que salga vestida así en frente de todos? Me muero. – dijo mirándose en el espejo. El encaje era tan transparente que dejaba muy poco a la imaginación. —Olvidate de los que te rodean. Me tenés que mirar a mí. Nada más. – le dijo tranquilizándola. El tenía un bóxer negro que combinaba con lo que ella usaba y lo ajustaba en cada centímetro de su anatomía. —Cómo se hace? Me acuerdo que me ponía tan celosa cuando veía a Jamie posando con… una modelo. – no quería nombrarla. El le sonrió. —Es por eso que no tengo novias. Nunca más. Y es por eso también que estuve creo con todas las modelos de esta agencia… menos con vos. – se encogió de hombros. — Pero como no sos una modelo realmente, no cuenta.


Se rieron. Con el paso de los días y la cantidad de tiempo que compartían, ya se había acostumbrado a su sentido del humor. En el set, Mateo la ayudaba, y le daba ánimos en voz baja para que solo ella lo escuchara. También le alcanzaba la bata entre tomas para que no se sintiera incómoda, y le hacía chistes para que se soltara. Con mucha paciencia por parte de todos, habían casi terminado la sesión del día. Walter estaba encantado con los resultados. Pidió hacer unas fotos más, para aprovechar que estaban todos inspirados, y las fotos estaban saliendo geniales. Justo entonces vio que el set se revolucionaba. Amanda, la editora jefe de Harper’s Bazaar acababa de entrar. Le había avisado que iba a ir a visitarla, pero no sabía que iba a ser justo ese día. Todo su cuerpo se tensó. Su opinión y mirada contaba más que la de cualquiera en ese mundo y parecía que desde que había cruzado por la puerta, todos habían perdido el eje. Y demasiado concentrados en no meter la pata, estaban más torpes que nunca. Su compañero notó que se ponía nerviosa y la miró. —Ey, dale que ya faltan dos o tres fotos y nos vamos. Acordate. – con el dedo índice y el pulgar le apretó la rodilla. Se rió. Tenía muchas cosquillas. Era un código que habían inventado, para no estar tensos y aflojar el ambiente. Relajarse. Uno de los fotógrafos comenzó a darles directivas, sin dudas para llamar la atención de Amanda. —Bueno chicos, quiero que se miren con pasión. Que parezca que quieren comerse a besos. Acerquen más la cara. Mateo, agarrale el pelo. Valentina, mordete el labio. Ella estaba roja como un tomate. Tenía que agradecer las 30 capas de maquillaje que tenía, y no se le notaba. O eso creía. —Mirame a los ojos. Pensá que soy Jamie. – le susurró y los dos asintieron. Mateo movió la cabeza para aflojar los músculos del cuello y se acercó a ella con nueva determinación. Ella haciendo lo que le habían indicado, lo miró también. La tenía con una mano sujeta por la cintura, y otra mano tirándole el cabello. Y eso fue suficiente para trasladarse. De un momento a otro, su compañero había desaparecido y en su lugar Jamie la miraba como solo él sabía hacerlo. Hacía apenas un par de horas que no lo veía y que no estaba con él, pero la necesidad estaba siempre patente. Era algo que tenía gravado en su piel. Se mordió los labios, imaginando como sería estar besándolo ahí, en frente de todos, y estar así tan cerca… Clavó los ojos en su boca… Podía escuchar como tanto el fotógrafo y los asistentes estaban complacidos, y en vez de darles indicaciones los alentaban a ir cada vez más allá. Pero ella estaba a miles de kilómetros de distancia. Estaba con él. Con Jamie. Cuando la sesión terminó, su compañero la sujetaba con ambas manos por los muslos y ella tenía la frente apoyada en la de él.


Como despertándose de un sueño, volvió a la realidad y se rieron. —Gracias. – le dijo. El asintió y fueron a ver como habían salido. Los dos abrieron los ojos y se quedaron con la boca abierta. Iba pasando por todos los colores del arco iris. Oh por Dios. Le daba algo de pudor. Nunca se había visto así. Tuvo que mirar para otro lado. No parecía ella. Y era como estar mirando a una pareja …en una situación íntima. Eso quería decir que lo habían hecho bien. Amanda que había estado viendo todo se acercó y con una amplia sonrisa los saludó. —Los quiero en la próxima edición de la revista. – asintió como siempre hacía cuando tenía una idea. —Y esta noche los quiero presentes en una fiesta. Tienen que mostrarse sexys, accesibles, y con buena onda entre ustedes. Me gusta esta pareja, la quiero vender. – asintió con la cabeza, y de la misma manera impetuosa que había entrado, salía. Una vez más, y a pesar de estar totalmente agotada, partió al evento, acompañada de Mateo tras pasar por un bar y cenar. Para su sorpresa, la dirección que Amanda le había pasado, no era otra que la casa de Chelo. Un productor al que ella, a estas alturas conocía muy bien. No dudó en llamar a sus amigas, Flor, Mica, otras modelos, Anabel y a Nico para que se les unieran en la fiesta. De ese modo, por lo menos iba a poder sacarle provecho pasando un buen rato. Mateo, había llamado por teléfono a la primera chica que se le ocurrió para que fuera también. Sabían que durante toda la noche iban a tener que estar pegados, pero después cada uno se iba por su lado, así que si tenía suerte, él también pasaría un buen rato. Entraron e inmediatamente, se pusieron a saludar gente. Últimamente esas actividades sociales eran una rutina, y ella sabía que cara poner y que decir a casi todas las situaciones. Su compañero, cada tanto la sujetaba de la cintura, y le susurraba al oído quien era la persona que le estaba hablando, porque a veces ella se olvidaba. La verdad es que era malísima con los nombres. Se tomaron un par de fotos, con los invitados, solo ellos dos, y hasta habían hecho alguna que otra nota con bloggers que escribían de moda y estaban esa noche invitados. Sus amigos llegaron en patota un rato después y le hicieron señas para saludarla. Agarró a su compañero del brazo, porque aparentemente esa noche tenían que estar unidos como siameses, y se los presentó. Flor y Mica lo conocían, e intercambiaron algunas anécdotas de trabajos para marcas y gente en común. Nico lo saludó, pero entre tanto parloteo no había podido meter ni un bocadillo. Y su amiga Anabel, se había quedado con los ojos como platos. Mateo la saludó con un beso en la mejilla y ella, nerviosa, se acomodaba el pelo tras las orejas y sonreía. Si supiera, pensó. Sin dudas le había gustado su compañero. No la culpaba, a simple vista era muy atractivo, pero no lo conocía. Podía ser un verdadero idiota si se lo proponía. Aunque ahora se estuvieran llevando mejor, y la hubiera ayudado en su trabajo, era el típico modelito antipático, que se burlaba de la gente y estaba demasiado


preocupado en su aspecto. Además de salir con una chica distinta cuando se le ocurría. Como antes hacía Jamie, exactamente lo mismo que pensó de él al principio. Siguieron charlando y bailando entre todos, hasta tarde. Era hora de marcharse, y estaban a punto de hacerlo cuando Walter los llamó. —Necesito que mañana viajen a Mendoza. Solamente pasan dos noches, esta todo arreglado. Tienen que hacer una presentación, y yo los encuentro el segundo día para que vayamos a la cede mendocina de la agencia, que los quieren conocer, y esas cosas. Amanda los quiere en la revista, no sé si les contó, y tenemos que movernos rápido con las fotos de campaña. —Ok. Tenía un trabajo de promoción pasado mañana, pero lo puedo arreglar si llamo temprano, así buscan a otro. – dijo Mateo. —Yo tendría que avisar a la facu. – dijo pensativa. —No hace falta. Mañana a primera hora mando un certificado. Te ausentas por trabajo. —Esta bien entonces...supongo – encogió los hombros, sorprendida. Estaba todo dicho. Partirían para Mendoza al día siguiente a las 4 de la tarde. Capítulo 20 Su compañero, le había pedido nuevamente que le hiciera el favor de hospedarlo esa noche. Era demasiado tarde y no hacía tiempo para nada, y si iban a salir de viaje tenían que ser puntuales. Los iba a buscar un taxi en la puerta del edificio de Vale, así que les convenía de todas formas. Se había despertado ansiosa por el viaje, y entre preparativos, y otras cosas, empezó a sentirse mal. Buscó sus antiácidos, y se tomó uno. Pero estaba tan revuelta, que no le hizo nada de efecto. Terminó vomitando todo el desayuno. Mierda. Que mal momento para ponerse enferma… Sonó su celular. Jamie. —Hola mi amor. – le dijo cariñosamente. —Hola hermoso. Cómo estás? —Bien. Leí tu mensaje, que te vas a Mendoza. Ya tenés todo listo? Por que empresa aérea te vas? Yo tengo conocidos en la agencia de allá, si necesitas algo podes hablar con Claudia, ella te va a ayudar en lo que sea. Es muy simpática además. No paraba de hablar y a ella la cabeza le daba vueltas. Oh, otra vez. —Esperá un segundito. – tiró el teléfono en la mesada del baño y se dejó ir. Cuando las arcadas pararon, volvió con Jamie. —Perdón. – dijo débil. —Me cayó mal el desayuno, creo. Del otro lado de la línea, su esposo soltó el aire con enojo.


—Otra vez estás mal? No podés viajar así. Puedo salir en el vuelo ya y vamos al médico, Vale. Esto es ridículo. —Sabés que se me pasa. Son los nervios por el viaje. Nada más. No exageres. —No exagero. Estoy en otro país, y me preocupo. Mateo, que se había levantado minutos antes, y al darse cuenta de que estaba mal, se había acercado hasta su habitación, escuchó la conversación y sacándole el teléfono de la mano, habló con Jamie. —Hola, Jamie? – dijo dejándola con la boca abierta, y totalmente indignada por su arrebato. —Eh… Hola. Mateo? – preguntó confundido. —Si, qué hacés? – dijo tranquilamente. —Me quedé porque viajamos hoy, y la escuché vomitando. Yo la llevo al médico, no te hagas problema. Si está muy mal, hablo con Walter. —Seguramente te está clavando los ojos y está a punto de matarte. – se rió. — Gracias. Me preocupa de verdad. Tanto, que estoy dejando pasar el hecho de que es la segunda noche que pasas en mi casa, con mi mujer, cuando no estoy en el país. Mateo apretó los labios. Sin saber que decir. —N-nada que ver, igual. – dijo titubeando, tratando de explicarse. —Ya sé que nada que ver. La conozco y confío mucho en ella. Pero a vos no te conozco. – su tono de voz era amenazante. —A quien si conozco es a Walter, a Amanda, y a un montón de gente del ambiente con la que trabajas, o que me imagino querés seguir trabajando. Mateo había entendido perfectamente. Y no sabía si el esposo de Vale era capaz de hacer algo, pero tenía los medios. Tragó fuerte. —Quedate tranquilo. – le dijo cortante, pero de alguna manera respondiendo a lo que le había dicho Jamie. Le pasó el celular a su compañera y salió dejándola terminar de hablar sola con su marido, quien se despidió de ella preocupado y angustiado por su salud. En media hora estaban sentados en una sala de espera blanca, iluminada y ruidosa de la guardia del hospital más cercano. Ya se sentía bien, como si nada hubiera pasado y quería irse. Odiaba el olor, y el clima típicos de las clínicas. Estaba empezando a desesperarse. De no haber sido porque su compañero la tenía vigilada, hubiera huído, sin dudas. La llamaron por su nombre y entró. Después de una rápida revisación, el médico la evaluó serio con la mirada. —Vamos a hacer unos análisis, pero para descartar lo más obvio te hago unas preguntas. Ulcera? Vale negó. —Problemas hepáticos? Negó otra vez. —Diabetes o antecedentes en la familia? —No. Tampoco.


—Celiaquía? —No que yo sepa. El médico asintió y siguió tomando nota. —Estas embarazada o hay posibilidades? Volvió a negar. —Tomo pastillas anticonceptivas, y me viene el periodo con regularidad. El hombre hizo una última anotación y arrancó la hoja del bloc en donde anotaba entregándoselo. —Vas a ir al laboratorio y vamos a sacarnos todas las dudas. Te vamos a hacer unos análisis y una ecografía. No creo que sea apendicitis, pero podemos descartarlo muy fácil. Tomate una botellita de agua y andá a sacarte sangre. Nos vemos en 3 horas con los resultados. Tres horas? Miró el reloj. No llegarían a tiempo para el vuelo. Maldijo. Mateo llamó a Walter, que alarmado porque se encontraran en un hospital, les dijo que no se preocuparan y que viajaran en el otro vuelo, si es que Vale se sentía bien. Si no, posponían todo. Valoró realmente su actitud. Se preocupaba más por su bienestar que por la campaña. Su jefe era una buena persona. También recordó cuando estaba en la productora y Eric estaba a cargo. Había tenido que ir a trabajar en todos los estados, hasta con fiebre. No existían excusas, a menos que alguien muriera para que alguien no asistiera. Se alegraba realmente de las circunstancias que habían cambiado su vida. Jamie. Todo lo bueno que le había pasado era gracias a él. Sonrió. Le mandó un mensaje contándole que ya le habían sacado sangre y estaban esperando los resultados para poder viajar. El estaba a punto de entrar a una reunión, así que le mandó un beso y le dijo que apenas pudiera irse, se reuniría con ella. En Buenos Aires, o en Mendoza, dependiendo de donde estuviera. Tres horas después volvían a llamarla. De alguna manera estaba un poco nerviosa. Estaría enferma? Su compañero la miró. Le apretó la rodilla y le sonrió. —Querés que entre con vos? – le preguntó. Ella asintió y entraron juntos. Le pasó el brazo sobre el hombro, dándole confianza y ánimos para que cambiara la cara y se quedó a su lado todo el tiempo. El doctor que la había atendido miraba los papeles de los resultados y seguía anotando. Qué tanto anotaba? Pensó. Con una sonrisa le pasó los análisis. Le temblaban apenas las manos, pero lo mismo tomó aire y leyó. Un montón de números y letras indescifrables, para ella totalmente carentes de sentido. Estaría tan nerviosa que no podía leer e interpretar lo que leía? Entornó los ojos y confundida volvía a leer. Nada. Le pasó las hojas a Mateo y le hizo señas para que leyera también.


Con gesto serio los miró y se rascó la cabeza mirándola confundido. —Ehm… – empezó a decir Vale, pero no le salía la voz. El médico estaba pasando lo anotado a la computadora y cada tanto le preguntaba datos como la dirección o su número de celular. —Nos podría explicar que dicen los análisis? – dijo Mateo y levantó las cejas y apretó los labios en un gesto cómico. —No hay mucho para explicar. – dijo con humor. Al ver que ninguno reaccionaba, siguió hablando. —Estás embarazada. – sonrió. —Qué?! – gritó. Mateo le volvió a apretar la rodilla. —Felicitaciones. – le dio la mano primero a él y después a ella. Los dos asintieron, aturdidos por la noticia e incapaces de aclarar o explicar que él no era el padre. El padre. Jamie. Sintió una puntada en la boca del estómago y salió corriendo a los sanitarios. Se escapó del hospital antes de que pudieran hacerle la ecografía. El cuerpo le temblaba, y necesitaba aire. Respirar. Después sacaría turno para hacérsela. De todas maneras, habría tiempo, ahora que ya sabía que era lo que tenía. Oh por Dios, un bebé. Eso era lo que tenía. Su compañero llamó a la agencia para decir que Vale no estaba en condiciones de viajar, para nada. Y fue a pedido de ella que la acompañó a su casa y se quedó un rato. Necesitaba hablar con alguien. Sola, desesperaría. —No se si tengo que felicitarte, o qué. Tenés una cara… – le alcanzó una taza de té. —No entiendo por qué tanto dramatismo. Estás casada, se quieren. – se encogió de hombros. —No le gustan los chicos. Nunca quiso tener… – negó con la cabeza. —Queríamos esperar. Mucho. Si es que alguna vez… – le picaron los ojos. No podía terminar las frases. —Bueno, no te pongas mal. Lo pueden hablar, todo tiene solución… – se encogió de hombros. Ella lo miró pensativa. Solución? No tener ese bebé sería una solución? Las lágrimas habían empezado a caerle como cascadas. Su compañero la abrazó, mientras ella se dejaba ir. No se había puesto a pensar ni que era lo que quería. Tener un bebé en ese momento, era complicado. Todavía no había terminado de estudiar, no había ni siquiera terminado con las campañas. Qué pensarían? Tenía un contrato. Además estaba todo el problema con el que estaba lidiando su esposo, con su madre y Franco. No era un buen momento.


Pero era su hijo. Un hijo de Jamie, el amor de su vida. No podía no tenerlo. No. No se veía capaz. O si? —Tengo que decirle. – se secó las lágrimas con la manga de su remera. —Por teléfono? – suspiró. —Y si esperas a que venga? Ella negó. —Si no le digo ya… – sollozó. —Cuanto más tiempo pase, más me va a costar. Estoy muy nerviosa. Necesito decirle, ya. Tomó el teléfono, lo buscó en sus contactos y marcó. Capítulo 21 El atendió al segundo tono. —Hola, mi amor. Cómo estás? Ya volviste del médico? – preguntó. Mateo la miró y haciéndole señas se fue dejándola sola en la sala mientras se iba a la habitación en donde había dormido. —Recién vuelvo. – le dijo conteniendo las lágrimas. —Te tengo que decir algo. –tomó aire. —Decime, Vale. Qué pasó? – sonaba preocupado. Quizá no había sido la mejor manera, pero es que no se le ocurría como hacerlo de otro modo. Era ahora o nunca. Como arrancarse una curita. —Estoy embarazada, Jamie. – ya no podía seguir conteniéndose y empezó a llorar otra vez. —Qué? Cómo? – soltó el aire de golpe. —Pensé que te estabas cuidando… Por qué no me dijiste que habías dejado de tomar las pastillas? Había empezado a levantar la voz. —Nunca dejé de tomarlas! – respondió ella, reaccionando de alguna manera a su tono. —Y entonces, cómo? – se escuchó un ruido seco del otro lado de la línea. Había golpeado algo. — Te olvidaste de tomar alguna? —No. – a esas alturas, apenas podía hablar. —Es el peor momento… – otro golpe. —El peor. —La puta madre… – insultó con fuerza. Estaba enojado. Con ella? Como si ella lo hubiera hecho a propósito. Era eso lo que él pensaba? Entre las lágrimas, empezó a sembrarse otro sentimiento que se expandía en sus venas, quemándola. Estaba siendo injusto. Para ella también era difícil. No era que esperara que la noticia lo emocionara, o lo hiciera saltar de la alegría, pero esto era… egoísta. La furia la estaba cegando. No quería seguir hablando con él. —Te imaginas que para mí tampoco es un buen momento, Jamie. – dijo cortante. Silencio. De repente su esposo considerado y por demás preocupado por su salud, se


había ido y había dejado en su lugar a un ser frío que ahora estaba enojado y estaba comportándose como un idiota. —Qué vamos a hacer? – preguntó tranquilo. Un frío glacial le recorrió la espalda. — Obviamente esto es algo que no estábamos buscando. No podía creer que estuviera hablando de esto por teléfono. Le estaba sugiriendo hacerse un aborto. Cómo podía estar pensando en eso ahora? Y su bienestar? Estaban a kilómetros de distancia! Cómo podía estar pensando solo en él… y cuando le parecía el mejor momento o no para tener hijos. Ella era la que vomitaba todos los días. A ella le iba a cambiar el cuerpo. Era ella la que llevaba su hijo dentro. Su propia sangre. Y lo discutía así? Tan suelto? Tan desafectado? Como si se tratara de un trámite. Otra vez salía a flote esa faceta de Jamie que poco conocía. La que más se acercaba a Elizabeth. A la distancia podía sentir sus ojos azules, helados mirándola sin mostrar ninguna emoción. —Lo vamos a hablar en persona, eso vamos a hacer. —Encima estás enojada? – se rió. —Sabés como acabas de cagar todo? A la mierda todos los planes que teníamos. Tu carrera, mis proyectos, la empresa, el trabajo de esa gente, tu contrato. A la mierda nuestro matrimonio. Nos conocemos hace… Qué? Meses? Un año? Ante la más mínima pavada nos estamos puteando… imaginate con un hijo, Valentina! – volvió a golpear algo. —Por esto me preguntabas el otro día si quería tener hijos? Lo estabas planeando? Tenías ganas y listo, lo decidiste sola. Vale no podía parar de llorar. Su corazón se estaba partiendo en miles de pedazos. Instintivamente se llevó una de sus manos a la panza. Jamie seguía hablando, pero ella no podía contestar. Estaba destrozada. —Querías ver que pasaba? Bueno, te cuento lo que va a pasar. – dijo en tono irónico. —Vamos a tener que dejar todo, para estancarnos sin cumplir ninguno de nuestros objetivos, terminando resentidos con el otro, odiándonos, y peleándonos a diario. Y al medio el bebé. Sufriendo como nos vamos a ir a la mierrrda. – remarcó esa última palabra con tanta bronca que fue casi como si le hubiera dado una cachetada. Se sentía sin fuerzas para discutir. El cuerpo se le sacudía entre sollozos desconsolados. El pecho le ardía. —Jamie… – lo interrumpió. No podía seguir escuchando su voz cargada de odio. Por primera vez desde que lo conoció, se sintió sola. Totalmente sola. El no dijo nada más. Seguía insultando de todos colores a lo que primero se le venía en mente. Estaba sacado. Haciendo acopio de las pocas energías que le quedaban se sacó el celular del oído y lo cortó. Arrastró los pies hasta la cama y apenas se apoyó, se quedó dormida. Cuando abrió los ojos, era de noche. Su compañero la despertó llevándole una bandeja con comida. —Gracias. – le sonrió. —La verdad es que no tengo nada de hambre.


—Pero ahora tenés que comer por el bebé. – le puso la taza de sopa en la mano. — Dale, portate bien y come. Asintió y a regañadientes comió mientras le contaba a Mateo lo que había hablado con Jamie. —Y qué pansas hacer? – le preguntó. —Por ahora, terminar de comer esta tostada y tomarme la sopa. Si me preguntas por después. No sé. No sé que decirte. – negó con la mirada perdida. —Seguro que te dijo todo eso, porque estaba… shockeado. – le sujetó una mano. — Va a estar todo bien, ya vas a ver. Ese gesto de afecto, la había emocionado. Y otra vez empezaba a sentir como su garganta se apretaba y sus ojos de nuevo picaban. —Gracias por estar. – le dijo secándose con un pañuelo. El asintió y miró hacia otra dirección. Se aclaró la garganta y le contestó. —Mi amiga, la chica que tenía problemas con las comidas, era mi novia. – bajo la cabeza pensativo. —En el peor momento de su enfermedad tuvieron que internarla. Estuvo muy grave. – la miró brevemente. —Estaba embarazada. Vale se tapó la boca con horror. —Pudieron salvarla, por poco. Pero el bebé no se salvó. – los ojos de su amigo se habían puesto rojos. —Después de eso, todo cambió entre nosotros. Nunca lo superamos, y terminamos por separarnos. —Mateo, lo siento… tanto. – lo abrazó. El la sujetó con fuerza por un momento. Nunca lo había visto así. Podía sentir como también lloraba en silencio. No podía imaginar, como sería pasar por algo así. El dolor que habría sentido en ese momento, el que todavía sentía era desgarrador de presenciar. Y permanecieron así por horas. Sin decir nada, acompañándose, apoyándose. Estando ahí para el otro. Y fue en ese preciso instante que sus ojos se abrieron. Siempre lo había sabido. No podía terminar con ese embarazo. Jamás podría superar el dolor que significaba. No podía si quiera imaginárselo. Su corazón se encogía ante la posibilidad. Pero iba a ser difícil. Y justo ahora, no podía estar sola. —Te puedo pedir un favor? – le dijo secándose las lágrimas. —Obvio. – le respondió apretándole la rodilla y haciéndola sonreír después de lo que parecía haber sido una eternidad. En unas circunstancias muy extrañas, había ganado otro amigo. Volvió a sonreír. **** El mundo acababa de caérsele a pedazos. Un hijo. Iba a ser padre. Había escuchado bien? Si. Era eso exactamente lo que le había dicho su esposa entre lágrimas. Mierda. Ahora estaban viéndose una vez cada 15 días, y ya les costaba lo suyo. Cómo haría? Tan abstraído estaba que no se había dado cuenta de que ella le había cortado. El solo tenía el celular pegado a la cara, apretándolo con fuerza. No lograba recordar la conversación en sí, solo esa frase. “Estoy embarazada, Jamie.” Y le resonaba en la mente


volviéndolo loco. Tenía tantas responsabilidades. Se sentía como si todo el mundo tirara de él en diferentes direcciones. Por un lado estaba su madre, que lo había presionado para dejar a su mujer, por otro su padre, queriendo ayudarlo, pero sin darse cuenta poniendo más peso sus hombros. Estaban esas 50 personas, que se quedarían sin trabajo si no hacía nada. Estaba Catherine que todos los días le pasaba informes y papeles para firmar de la productora. Estaba su esposa a quien extrañaba horrores, y ahora se presentaba esto. Le faltaba el aire. Salió al balcón de su departamento en pleno Nueva York. El aire helado le congeló los pulmones en un segundo, y como un cachetazo aclaró su cabeza. De a poco, y como despertando de un sueño, se dio cuenta del estado de Vale cuando lo había llamado. Estaba destrozada. Y tampoco se sentía bien de salud. Mierda. Las cosas que le había dicho… Cómo había sido tan hijo de puta? Se tapó la cara con ambas manos por un instante. No podía pensar que lo había hecho a propósito. Seguramente ella también estaría afectada, asustada, necesitándolo. Ni siquiera le había preguntado como se sentía. Como si lo único que le importara fuera él. Y no era así. El la amaba. Era lo que más le importaba en el mundo. Por ella hubiera dejado todo. Se lo había jurado. Le había jurado estar con ella en los buenos y malos momentos. Se sintió terrible. Se sintió una basura. Casi corriendo, marcó un número en su teléfono, agarró su bolso de mano, y paró el primer taxi que vió camino al aeropuerto. Hasta ahora nunca había sentido tanto el peso de la distancia entre ellos. Necesitaba estar a su lado ya. Estaba desesperado. Todo el miedo que había experimentado al enterarse de la noticia, se transformaba de a poco en pánico. Pero no por ser padre, si no por lo que había hecho. Había ido muy lejos con sus palabras. Apretó los ojos y deseó con todas sus fuerzas que Vale pudiera por lo menos perdonarlo. El no se perdonaría nunca. Capítulo 22 Llegó a Buenos Aires después del peor vuelo de su vida. Se le había hecho malditamente eterno. Y para colmo de males, había querido tomarse un taxi en la puerta de Ezeiza, pero estaban de paro. Tuvo que llamar un chofer para que lo buscara. Abrió la puerta de su casa y se quedó helado. No había nadie. La buscó por todas partes. Y nada. No había rastros de Vale. Tenía el corazón desbocado, podía escucharlo. En su pecho y su garganta. Se había ido.


Sin aliento, entró a su habitación y se encontró una nota en su almohada. Con manos temblorosas la abrió. “No me estoy escapando. Necesito un tiempo para entender… todo. Pensar las cosas. Me gustaría decirte que no vamos a terminar como me dijiste, pero no puedo. De verdad, no estoy segura. Lo único que te puedo jurar es que te dije la verdad. Esto es una sorpresa para mí también, y también fue difícil enterarme. Me hubiera gustado hablarlo en persona. No te lo tendría que haber dicho por teléfono. Perdón. Pero ahora no puedo verte. Dame unos días. Te voy a llamar cuando esté lista para hablar. Sé que no estoy haciendo lo mejor, pero es lo que me sale. Te amo. V.” El alma se le cayó a los pies. No era la primera vez que le pedía un tiempo. Hacía apenas unos meses también lo había hecho, justo después de mudarse. Fueron solo unos días, que fueron de ayuda para ambos. Fue de hecho, la mejor decisión en ese momento, y en lugar de separarlos, solo los había unido más. Había hecho que él se diera cuenta que Vale era con quien quería pasar toda su vida. Despejando cualquier duda que pudieran tener. El principio de su relación había sido intensa y habían ido a toda velocidad, frenar había sido sano. Pero estas circunstancias eran distintas. Para empezar, estaban casados. Habían superado todas esas cuestiones, supuestamente. Ahora más que nunca tenía que estar con ella. La necesitaba cerca. Pero…Y si lo que le había dicho por teléfono le había generado dudas? Sobre él? Sobre el matrimonio? El mismo le había dicho que iban a terminar odiándose. Por qué le había dicho eso? Y si ella se quería separar? Y si no lo quería más? Tenía la boca seca. Había sido finalmente él, el que había mandado todo a la mierda. Se lo había buscado. Y si ella se iba? Y si criaba sola a su hijo? Su cabeza iba a mil por hora. Por qué sola? Si después de todo, ella era hermosa, y podía hacer feliz a cualquier hombre. Enamorarlo y enloquecerlo como le pasaba a él. Apretó los ojos y sacudió la cabeza queriendo alejar esos pensamientos. Era su hijo y no estaba listo para eso. Pero por qué asumía que ella si lo estaría? Probablemente estaría aterrada y sola, vaya a saber Dios a dónde. Y con quien. Se


habría ido a Córdoba? Con Flor? Con su hermano? A un hotel? Y si al estar asustada tomaba una decisión de la que después se arrepentía? Si por lo que él le había dicho quería terminar con ese embarazo? Un inesperado terror lo inundó. Qué estaba haciendo? Tenía que ir a buscarla. **** No podía parar de comer. El estado de ansiedad en el que estaba, solo le producía hambre, y más hambre. Y era curioso, porque siempre le había ocasionado lo contrario. Mateo la había estado mirando por un rato con los ojos abiertos. Le había pedido si podía quedarse unos días con él. Vivía en la otra punta de Buenos Aires, y le venía genial la distancia. Su compañero había aceptado de inmediato. Después de todo, era su manera de devolverle el favor. El ya se había quedado en su casa dos veces. —Te estás escapando. Sabías? – le dijo alcanzándole la fuente, para que se sirviera más ensalada. —No. No me estoy escapando. Necesito pensar… necesito reflexionar. Entender lo que me está pasando. Dijo convencida. —Lejos de tu esposo. – dijo levantando una ceja. —Con él que te peleaste. —Mmm… – dijo pensativa. —No me peleé. El me dijo de todo. —Y vos saliste corriendo. —Ni siquiera está en Argentina. – se encogió de hombros. —Qué sabés? Por ahí ni vuelve. Capáz me deja… – suspiró. —Mi suegra va a estar chocha. Mateo negó y la miró. —Te estás escapando. —Me voy de mi casa unos días… él no está. No veo que tiene de malo. Y si llega a volver, le dejé una notita. Mateo se rió. —Una “notita”? – se tapó la cara con ambas manos. —Y qué le pusiste?: “Eh amor, me voy de casa. Pero es por unos días nada más, quiero reflexionar”? No pudo evitar reírse también. La situación si uno la miraba desde afuera era ridícula. —Casi con las mismas palabras. – confesó. —Le dijiste a donde te ibas? – preguntó más alarmado. Ella negó. —Vos entendes que cuando el chabón se entere me va a venir a buscar para colgarme de las bolas, no? Se rieron. —No. – entornó los ojos. —Bueno, no creo. —Me debes un favor muy grande. Muy grande. —Ya sé. – dijo ella más seria. Claro que lo sabía.


—Bueno, basta. Vamos a la agencia que Walter nos debe estar esperando. – dijo quitándole la tensión al momento. Solo le quedaba un mes trabajando como modelo, por lo que consideró que no tenía sentido contarles de su embarazo. La razón real era que todavía no podía creérselo ella misma, mucho menos empezar a decirlo en voz alta. Sabía que tarde o temprano iba a tener que hacerlo. Tenía un contrato con ellos. Pero no ahora. Ese día su jefe no estaba, y habían hecho fotos en una locación al aire libre, así que tampoco había tenido que lidiar con la culpa que le generaba no decirle. No había vuelto a sentir nauseas, cosa que agradecía, y acompañada de su nuevo amigo, Mateo, pidió un turno en el obstetra y otro para la ecografía que le había quedado pendiente. El corazón se le estrujó al darse cuenta de que iba a tener que ir sola. Como todo de ahora en más. Se iba a tener que acostumbrar. Su amigo, se había ofrecido a llevarla, pero ella se había negado. El no era el que tenía que estar ahí. Era Jamie. Todo se había puesto tan raro de un día para el otro. Le habían dado los dos turnos para el día siguiente. Suspiró. Necesitaban asistentes en la producción, así que ella no dudó en llamar a su amiga Anabel para que ayudara aunque sea en sostener los elementos de trabajo. Sabía que ella estaría dispuesta a hacer cualquier cosa que le pidieran, que le permitiera estar ahí. Además, sospechaba que tratándose de una sesión de fotos con Mateo en ropa interior, era más que motivo suficiente para que estuviera en 15 minutos lista. Y así fue. —Muchas gracias por venir, Ana. – le dijo apenas la vio llegar. —Gracias a vos, Vale. – le dijo mientras disimuladamente buscaba con la mirada a su compañero. El llegó por atrás de donde estaban paradas, sorprendiéndola tanto que había pegado un pequeño salto y se había puesta roja como un tomate. —Hola. Anabel, no? – la saludó con un beso en la mejilla. Ella asintió, tan tímida como siempre. Por Dios, Ana, pensó. Se le notaba tanto que le gustaba. Sintió un poco de pena por su amiga. Estaba impresionada por lo que veía, pero si llegara a conocerlo… Eran tan diferentes. Con el tiempo que habían pasado juntos, y con el vínculo que se había formado entre ellos por sus confesiones, había crecido algo parecido a la amistad. Y como su amiga, sabía que Mateo era superficial, y antipático cuando quería serlo. Anabel era un polo opuesto. Justo interrumpiendo sus pensamientos, una de las maquilladoras se acercó a hablarle a su compañero. —Uh flaca, que tarde que llegaste. Hace media hora que estamos, yo ya tendría que


estar maquillado. – la miró de arriba abajo. —Y no me dejes anaranjado como la ultima vez, si? La chica estaba pálida. La acababa de regañar en frente de todo el mundo y había sido humillante. Vale se mordió el labio y lo miró de mala manera. Se había desubicado. Esa chica estaba trabajando como todos, por igual. El no estaba a cargo. Era un idiota a veces. Miró ahora a su amiga, y esta tenía la boca abierta de par en par. Se había quedado impactada por lo que acababa de presenciar. No hace falta decir que desde ese momento en adelante, dejó de mirarlo con ojitos brillantes. Más bien lo hacía con cierto recelo. El se había acercado algunas veces cuando estaba con Vale, haciendo algún chiste, pero Ana no se reía. Antes de irse, la frenó en la puerta y le comentó. —Que estúpido tu compañero. – lucía enojada. —Estaba comiéndome una medialuna y me dijo que estaban llenas de calorías y que el azúcar era veneno. Me dijo gorda el pelotudo este! Vale estalló en carcajadas. Sonaba exactamente como algo que él diría. Y así de fácil, el encanto se había roto, y ya no le gustaba más. Había sido otro día agotador, y todavía les quedaba todo el viaje hasta la casa de Mateo. Bostezó. Estaba tan cansada por estos días… Su amigo se reunió con ella en la salida, y tras saludar a Ana con una sonrisa que no fue correspondida, se fueron. Capítulo 23 Llegaron de noche, y no tenían ganas de cocinar. —Voy a pedir una pizza nada más que porque necesitas comer. Si no, me hacía una sopa y a dormir. Estoy reventado. – dijo bostezando. —Graaacias. – aplaudió. Tenía hambre. —Me debes dos ya. – se rió. —Y hoy se me estaba ocurriendo como me las puedo cobrar. Miró a su amigo, que se reía perversamente levantando una ceja mientras se acercaba a ella. Instintivamente abrió los ojos como platos. Mateo empezó a reírse de manera ruidosa. —Así no, boluda! – ella también se rio ahora. —Qué se te ocurrió? – preguntó curiosa. —Quiero que me presentes a tu amiga Anabel. Eso no se lo esperaba. Frunció las cejas. —Ya los presenté. – dijo confundida. —Bueno, que nos veamos en otro contexto… llevala a algún evento. —Por qué? No es el tipo de tilingas con las que te gusta… “salir”. – puso comillas con


sus dedos. El puso los ojos en blanco. —Me gusta tu amiga. Sabe lo que hace… la vi haciendo unas fotos, y hablando con vos. – asintió impresionado. —Es tímida… no sé. Me llama mucho la atención. Además… – miró para otro lado un poco avergonzado. —Es muy linda. Le daba un poco de gracia. Desde cuando él se ponía así? No le costaba nada encarar a la mujer que se le cruzara. Le parecía irreal toda esta situación. —Bueno, te tengo que decir dos cosas. – se rió. —Y probablemente este rompiendo todos los códigos, pero lo hago por su bien, y por el tuyo. El se cruzó de brazos, listo para escuchar lo que ella estaba por decirle. —Cuando te conoció se quedó… muy impresionada con vos. No se como no te diste cuenta como te sonreía, como se acomodaba el pelo, nerviosa. Le gustaste. – vio que su amigo le empezaba a sonreír, y lo frenó levantando una mano. —Pero… —Pero? – preguntó ansioso. —Pero cuando hoy te escuchó como le hablaste a la maquilladora, me parece que se le pinchó la burbuja. – apretó los labios. —De hecho me dijo que eras un pelotudo y que le habías dicho gorda. —Qué?! Yo no le dije eso. – replicó indignado. Ella se encogió de hombros. —Le dijiste que las medialunas tenían muchas calorías… cuando ella estaba comiendo. – suspiró. —Realmente no te das cuenta de la manera que decís las cosas, no? Tampoco te diste cuenta de que maltrataste a la chica que te maquillaba? El la miraba como si le hubieran salido dos cabezas. Como si Vale, estuviera hablándole en otro idioma. Resopló. —Supongo que hay gente más susceptible que otra. Ella se rió negando con la cabeza. Su amigo no tenía remedio. —Con más razón tenes que ayudarme. – ella le estaba por discutir, pero él la interrumpió. —Vos nomás encárgate que esté en algún evento. Nada más. —Ok. – cedió ella, poco convencida. —Pero no me hago responsable de nada más. El sonrió emocionado, de tal manera que tuvo que devolverle la sonrisa. En ese momento sonó el portero. —Debe ser la pizza. Yo atiendo. – dijo Vale. Corrió hasta el telefonito. —Si? —Vale? – se quedó sin aire. —Abrime, tenemos que hablar. Jamie. —Qué haces acá? – dijo confundida. La había encontrado. —Te estuve buscando por todas partes. Dale, bajá. Como un torbellino, el recuerdo de la última conversación que habían tenido, revolvió todo en su ya perturbada mente. Todos sus problemas se resumían a eso. Esta charla que iban a tener ahora.


Esta que tenía el poder de cambiar su destino. Los ojos le picaban. En ese breve tiempo que había pasado desde que se enteró hasta ese instante, ya había tomado una determinación. Solo de una cosa estaba segura. Iba a seguir adelante con su embarazo. Así tuviera que hacerlo sola. Sabía que pasara lo que pasara, ese día la cambiaría para siempre. Y posiblemente, todo lo haría. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba asustada. Aterrada. No quería perderlo. No podía vivir sin él. Pero tampoco podía vivir sin su bebé. Mordiéndose el labio, hizo sonar el portero para que se abriera la puerta y dejarlo entrar. En unos pocos minutos, lo tenía tocando la puerta del departamento. Le hizo señas a un confundido, y algo alarmado Mateo, para que los dejara solos, y él asintió con la cabeza y le apretó la rodilla para darle valor. Abrió la puerta y se quedó mirándolo. El estaba ahí, en frente de ella. Luciendo terrible. Su ropa estaba arrugada, y se le ocurrió que sería la misma con la que había viajado. Su pelo estaba revuelto, y tenía barba de por lo menos 3 días. Y su mirada estaba llena de… pánico. Estaba asustado. —Hola. – dijo cauteloso. —Hola. – respondió tratando de contener las lágrimas. Sin éxito por su puesto. —No llores. – le dijo con expresión angustiada. —No llores, mi amor. – se acercó dubitativo hasta ella y tomó sus manos. No pudo aguantarlo y se lanzó hacia él abrazándolo, para llorar en su cuello. El solo la apretó fuerte y la mantuvo ahí, cerca. De a poco, notó que le acariciaba el cabello suavemente y suspiraba. Ella se separó levemente para mirar sus ojos, pero él, queriendo estar cerca todavía, le pasó los nudillos por la mejilla y la besó. Un beso tierno, lleno de amor, que le llegó al corazón y se lo derritió. No podía parar los sollozos. Se convulsionaba con pequeños espasmos mientras él le sujetaba el rostro con ambas manos y le besaba cada centímetro de la cara, consolándola. —Hola, mi amor. – le decía en susurros. —Perdoname. Por favor, perdoname por todo. – la miró con los ojos muy abiertos, llenos de miedo. —Por favor decime que me perdonas y que volvés a casa. Ella no podía responderle, estaba demasiado abrumada por todo lo que estaba sucediendo. Había extrañado estar en sus brazos. Cómo iba a hacer si tenía que separarse de él? Tenían tanto de que hablar. Aunque ahora lo único que le importaba era esa sensación. Estaba a salvo, en un instante congelado en el que solo estaban ellos, en un lugar donde solo existían sus besos, sus caricias y sus palabras de amor. Estuvieron ahí por largo rato, y ninguno de los dos hablaba. No querían romper ese abrazo por el que habían esperado tanto.


Su corazón se sentía más tibio que hacía unas horas. Qué significaba que él hubiera vuelto por ella? Qué pensaría de todo lo que les estaba pasando? Se había disculpado, pero… – su mandíbula se tensó. El debió notarlo, porque se separó de ella para mirarla. —Vale… – dijo serio. Esa cara encendió todas las alarmas en su cabeza. Tomó aire con violencia, preparándose, pero los interrumpió el portero. Los dos pegaron un salto. Ahora sí había llegado la pizza. Le hizo señas para que esperara y bajo a buscarla. **** Mientras la estaba esperando, el modelo Mateo, salió a la sala y lo saludó sobresaltado asintiendo con la cabeza. El le devolvió el gesto. Parecía incómodo. Todo en su actitud lo exasperaba. La manera en que se movía, tan altanero, tan… soberbio. Como miraba a todo el mundo, a su esposa. – apretó los puños. – Hasta su forma de vestir le parecía irritante. Con esos pantalones chupines ajustados, esas zapatillas gigantes y la musculosa en cualquier época del año, mostrando constantemente sus tatuajes. A Vale le gustaban los tatuajes… pensó en la estrella que tenía en su cuello. Si, odiaba a ese idiota. Para colmo de males había tenido que soportar a Walter, más temprano, cuando había ido a buscarla a la agencia. Estaba tan contento con el trabajo de sus modelos, que le había mostrado todas las fotos que habían sacado hasta ahora. Y había odiado cada segundo de esa experiencia. Las fotos eran más jugadas de las que le había mostrado su esposa. Y disgustado, al punto de sentirse físicamente enfermo, tuvo que admitir que salían muy bien juntos. La producción era sexy, y sin duda vendía eso. Sexo. Parecían tan cómodos con el otro, con el cuerpo del otro… que lo volvía loco de celos. Y se maldijo él, y maldijo el momento en que la había alentado a que modelara. Pero en qué estaba pensando? No quería verla con otro. Ni en fotos actuadas. Menos ahora. Cuando Vale volvió con la pizza, su compañero le dijo. —Coman tranqui, que yo salgo ahora. Voy a comer a lo de un amigo. – habló bajo, en tono confidente con ella, y él apenas podía escucharlo. Quería arrancarle la cabeza de una patada. Ella asintió, dándole las gracias y tomando aire un poco nerviosa. El le guiñó un ojo y con una mano le tocó la pierna. La rodilla, o el muslo? No estaba seguro. Contó hasta mil, consiente de que la vena de su frente en cualquier momento le estallaría. Estaba haciendo uso de toda su paciencia y autocontrol. Cuando por fin los dejó solos, se aclaró la garganta y rompió el silencio. —Vale, vine para que hablemos. Para que vuelvas. – estiró su mano queriendo tomar


la suya, pero ella dudó. Y su rechazo se sintió como un golpe. Y si no podía perdonarlo? Y si la perdía? Su corazón se agitó contra su pecho, y su garganta se apretó con angustia. No, no, no. **** Capítulo 24 Jamie la miró angustiado, y aceptando resignado el hecho de que no tomara su mano asintió. —No vas a volver? – preguntó. —Tenemos que hablar antes. – dijo queriendo sonar segura, aunque teniéndolo tan cerca, se le hacía difícil. —Vale, perdoname. Por favor. No quise decir nada, – cerró los ojos, arrepentido. — nada de lo que dije… Estaba con la cabeza en otro lado. Fui muy egoísta, no me frené a pensar lo que estabas sintiendo vos, y estuve mal. Se acercó más a ella y con una mano en su corazón siguió hablando. —Sos lo más importante para mí. – sus ojos llenos de dolor, y miedo. —No sé que pensar, Jamie. Vos también sos lo más importante para mí. Es por eso que lo que tengo que decirte, me resulta tan… difícil – frenó para tomar aire. Había empezado a llorar otra vez. —Voy a tener el bebé. El tiempo se detuvo mientras esperaba su respuesta y evaluaba su reacción. El asintió. —Siempre supe eso. Ella abrió los ojos sorprendida. De verdad? Porque para ella no había sido tan obvio desde el primer momento. Por lo menos no de una manera consiente. Arriesgándose, preguntó. —Y eso que quiere decir… para nosotros? —No entiendo. – dijo él frunciendo el ceño. —Significa que nos vamos a separar? – preguntó llorando. —Vos ya no querés estar conmigo? – dijo con la voz ronca. Su corazón amenazaba con romperle el pecho. Qué? Cómo ella no iba a querer estar con él? Era el amor de su vida. Al ver que ella no contestaba, él siguió hablando. —No me digas que no querés estar conmigo, Vale. – sus ojos la miraban desesperados. —No me digas que no me querés más. – suplicó. —Qué? – estaba confundida. —Me siento muy mal por todo lo que te dije, y te pido disculpas. Sé que tendría que haber estado acá porque te sentías mal, y estaba lejos ocupado con el trabajo. Pero lo dejo todo. Todo, Vale. Por vos lo dejo todo. – volvió a insistir acercando su mano, y esta vez ella se la tomó, aun confundida. Pero de qué estaba hablando? —Por qué no te voy a querer más, Jamie? – respiró profundo y se secó los ojos con su mano libre. —Por qué decís eso? —Por lo que dije… porque no estuve con vos… porque soy una bestia.


Ella frunció el ceño. —Si nos separamos va a ser porque yo si quiero seguir adelante con el embarazo y vos no. – dijo segura. Esto lo había pensado mucho. —Y lo respeto, no es el mejor momento para ninguno. Pero… El la interrumpió. —No es el mejor momento, pero es lo que nos está pasando ahora. – su mirada se suavizó. — Empezamos muy rápido, nos mudamos juntos muy rápido, nos casamos muy rápido y ahora vamos a tener un bebé muy rápido también… tiene sentido. – sonrió. Ella sonrió también. —Tengo miedo. – le confesó apretando su mano. —Yo también. – acarició su mejilla. Lo abrazó con todas sus fuerzas y se dio cuenta de que ese miedo, no era tan terrible si él estaba con ella. —Vamos a casa, Barbie. – le dijo al oído. Ella asintió. Había sido un día alocado, y necesitaba descansar. Para no preocupar a su amigo, rápidamente le dejó una nota en la mesa. “Volví a mi casa. Mañana charlamos.” Y la tentación fue demasiado, así que mientras juntaba las cosas para irse, abrió la caja y se llevó una porción para el camino. Jamie la miró levantando una ceja. —Te va a hacer mal, está fría. – dijo arrugando la nariz. —Es más rica así. – respondió sonriéndole con ganas. El le devolvió la sonrisa, y negando con la cabeza agarró su bolso para llevarlo hasta el auto. Cuando llegaron era tarde, y ella no podía mantener los ojos abiertos. Nunca en su vida había estado tan cansada. Todo el cuerpo le pesaba. No sabía mucho del tema, pero se lo atribuyó al embarazo. Estaba empezando a afectarla notoriamente en cuanto a síntomas. Se tocó la panza distraída. Al menos todavía no se le notaba a simple vista. Cómo iba a decirlo en la agencia? Oh por Dios,…a su familia… Jamie la miró preocupado. —Te duele algo? Ella sacudió la cabeza, despertando. —Ehm?... no. No me duele nada. – lo miró insegura. —Mañana es la primera ecografía. – esperó su reacción. —Me pedí el día libre en la agencia. El asintió. Así iban a ser los 9 meses? Parecía un robot. Bueno, la verdad es que lo prefería así y no como se había puesto por teléfono. No iba a presionarlo. Frunciendo el ceño terminó de cambiarse y se acostó. El la siguió unos segundos después, abrazándola por la espalda. Sus párpados pesaban toneladas, así que no tardó en quedarse totalmente dormida.


**** Estaba recostado al lado de Vale sin poder dormirse. Había pasado por tanto en esos últimos días, que se sentía en una montaña rusa. Giró a su otro lado y vió el despertador. Era tarde. Solo le quedaban un par de horas. Ese ruido era el reloj o su corazón? Oh Dios. Se estaba volviendo loco. Suspiró. Por qué le hacía tanto calor? Se estaba sofocando. No podía respirar. Rápidamente se incorporó y casi tambaleándose salió al balcón. El viento frío lo hizo inhalar con fuerza. Tenía que calmarse. Todo era producto del miedo que tenía. Y cómo no iba a tener miedo? Hace un año se la pasaba de fiesta en fiesta… sin responsabilidades… y ahora tenía que hacerse cargo de 50 familias que quedarían en la calle si no solucionaba el lío que había provocado por desafiar a su madre. Y como si eso fuera poco, ahora tenía que hacerse cargo también de su familia. Una que estaba empezando a formar. Un hijo. Volvió a la habitación y miró a su esposa dormir. Respiraba tranquila, con una expresión pacífica. Acarició su mejilla. Qué bonita es… pensó. Su cabello descansaba en la almohada y olía maravillosamente. Cómo hacía para estar tan calmada? Acercándose muy despacio, le besó los labios y ella sonrió. Le devolvió la sonrisa como si pudiera verlo. En qué estaría pensando? En qué soñaría? Rozó su brazo, suavemente, y ella reaccionó destapándose. Su remera se levantaba apenas y dejaba a la vista su ombligo. Casi sin pensarlo, colocó su mano ahí. Su panza seguía tan chata como siempre. Cómo era posible? La acarició con los nudillos, preguntándose como se vería cuando empezara a notársele el embarazo. Hermosa. Siempre estaba hermosa. No tenía dudas de eso. Miró sus dedos, ahí, tan cerca de su vientre. Ahí estaba su bebé. Tan pequeñito , pensó. Cómo iba a ser capaz de cuidar a alguien así de chiquito? Sin sacar la mano, subió en la cama, y con cuidado se acostó a espaldas de su esposa. Volvió a taparla con cariño y le besó el cuello. Distraídamente, había empezado a hacer dibujitos circulares alrededor de su barriga. Cómo se sentiría una patada del bebé en la panza? Sería doloroso para Vale? Y el parto? Tenía la cabeza tan llena de preguntas que al no poder responderlas, lentamente iba cayendo en un suave letargo. No fue consiente cuando ni como, pero se terminó durmiendo. Sólo para seguir soñando con esas mismas dudas. **** Vale se despertó sobresaltada por la sensación de acidez que sentía. Le quemaba el pecho. Que horrible. Se removió incómoda.


Jamie a su espalda, roncaba tranquilo. Una mano apretada bajo su cabeza y la otra descansando casualmente sobre su panza, por debajo de la remera. Sonrió. Sin despertarlo le dio un beso, que tuvo que interrumpir cuando una puntada en la boca del estómago la hizo correr al baño. Había salido tan bruscamente que su esposo se había despertado, y alarmado le golpeaba la puerta. —Vale? Estás bien? – sonaba preocupado. —Hmmm… si. – dijo ella cuando pudo hablar. —Es así todas las mañanas últimamente. —Hoy le podríamos preguntar al médico si te puede dar algo para que dejes de vomitar. Ella no contestó. Se sentía horrible. Pero, como todo malestar matutino, así como venía, se iba sin dejar rastros. Al rato estaba totalmente repuesta y para sorpresa de su marido, con hambre. —Perdón, mi amor. – le había dicho mirándola angustiado. —Por? – dijo frunciendo el ceño. —Es mi culpa que te sientas mal. – dijo levantando los hombros. Ella sonrió. —No. Es culpa de las hormonas. Soy muy susceptible cuando se trata de mi estomago. Acordate del barco. El sonrió apenas y la abrazó. —Por culpa de las hormonas me estoy durmiendo a cada rato, y estoy siempre cansada…y estoy sensible y llorona – lo abrazó por la cintura. —Pero no todos son efectos negativos. – lo miró de manera sugerente mordiéndose el labio. —Ah no? – preguntó divertido, levantando una ceja. —Qué otros efectos tienen esas hormonas? Lo interrumpió acercando su cara y besándolo apasionadamente. Suspirando, tomando su rostro con una mano, y la otra bajando por su abdomen. Provocándolo. Tentándolo con su toque. Y como podía notar, había tenido un efecto casi inmediato en él. —Mmm…Vale, esperá. – le dijo separándose apenas. —Qué? Por qué? – dijo sin entender. —Porque no quiero lastimarte, ni lastimar al bebé. – dijo serio. Sus ojos muy abiertos. Llenos de qué? Miedo? —Y cómo vas a lastimarme a mí o al bebé? El sexo no está contraindicado en el embarazo. De hecho es algo sano… – tiró de la pretina de sus pantalones para acercarlo. El dudó por un instante, entornando los ojos, pero volvió a alejarse. —Primero vayamos al médico, y nos quedamos tranquilos de que va a estar todo bien, si? Estaba asustado por el bienestar del bebé, y no pudo evitar enternecerse por completo. Tenía ganas de estar con él, pero verlo así… queriendo ser cuidadoso, preocupándose, la puso feliz.


A lo mejor no ser铆an 9 meses tan terribles. Sonri贸 abiertamente y asinti贸. Cap铆tulo 25


En el consultorio, estaban los dos tomados de la mano, esperando que el importante doctor Benjamín Avellaneda terminara de ver los resultados de sus análisis. Los miró con una sonrisa y comenzó a hacerles preguntas de todo tipo. Pasados los dos minutos, los había llenado de papeles, folletos y explicaciones para padres primerizos, y le había sugerido a ella vitaminas prenatales y ácido fólico. Era tanto para asimilar de una vez, que se alegraba de tenerlo por escrito. —Bueno Valentina, ahora vamos a pasar a la parte más linda, que es la ecografía. Lo que quiero es determinar en que etapa del embarazo estás, y si podemos, escuchar el corazón del bebé. – tomó nuevamente los análisis. —Supongo que debes estar de pocas semanas, pero necesito una fecha estimada de parto. – le sonrió. Oh. Parto. Ella hasta ahora se había preocupado por el embarazo en sí, o por como criar un niño… pero no había tenido en cuenta el parto. Fue como si agua helada le corriera por las venas. Le tenía pánico al dolor, a estar internada… a sentirse mal. Y si se complicaba? Oh por Dios. Miró hacia donde estaba su marido, y él estaba escuchando atento todo lo que el médico indicaba como alumno aplicado. Se estaba tomando todo esto muy en serio. Y podía notar que iba a hacer lo posible porque ella respetara todo al pie de la letra. Suspiró. —Anda a ponerte la bata al baño. – le señaló un perchero y una puerta blanca. —Bata? – preguntó confundida. —Si. No es una ecografía abdominal. Si el bebé es muy pequeño, no podríamos ver nada. – dijo tranquilo. Oh. No estaba preparada para esto. Cuando salió del baño se sintió demasiado incómoda. Estaba con una bata fina que cerraba… apenas. Siempre le había resultado horrible ir al ginecólogo… por qué ahora tenía que hacerlo frente a Jamie? Qué horror. Se sentía tan expuesta. Una voz en su mente le dijo: Acostumbrate, en el parto va a ver mucho más que esto. Y no es como si nunca te hubiera visto desnuda, después de todo. El doctor Benjamín le hizo señas y se recostó en la camilla. Pasó un preservativo por un aparato largo, blanco, que se conectaba a un cable del ecógrafo y después le puso una sustancia viscosa. La miró como preguntándole si estaba lista, y cuando ella asintió, el artefacto ya estaba dentro. Se sentía raro. Incómodo. Invasivo. Espantoso. Jamie estaba a su lado, tomándole la mano, mirando toda la escena sin decir una palabra, y con su rostro ceniciento. El doctor movía la sonda y ella hacía algunos gestos de molestia. Pero entonces una figura comenzó a moverse en la pantalla que antes era negra. Había algo. Y lo vió.


La ecografía que ella se había imaginado ver, era la de un puntito con latido, pero no. En la pantalla había un bebé. Un pequeño bebito con toda su columna vertebral visible. Y se movía! Como un pececito. Sus brazos, sus piernitas. Tan pequeño. La imagen trajo lágrimas a sus ojos. Jamie se acercó un poco a la pantalla, incrédulo. Hasta el médico estaba sorprendido. —Bueno! Parece que no era tan chiquito. Valentina, estás por lo menos de 11 semanas de gestación. —11 semanas?! – gritaron los futuros padres. El doctor sonrió. —A veces pasa. La mujer no presenta síntomas, o sigue teniendo su período… Hay casos que incluso se enteran al momento del parto. Lo que me preocupa un poco es tu peso. Vamos a tener que cambiar la dieta. Si? Te voy a recomendar una nutricionista excelente. Y en menos de dos meses ya vas a estar en peso normal. – tocó botones en el ecógrafo, y la pantalla cambió del blanco y negro a una imagen con azules y rojos. —Ahora vamos a escuchar el corazón. – y así fue. Un sonido galopante. Fuerte, rítmico y profundo como del fondo del mar. Ella soltó todo el aire de golpe. Que fuerte. Estaba vivo dentro de ella. Tenía un corazoncito que latía con fuerza. Era una personita. Más lágrimas pinchaban en sus ojos. Jamie le secó las mejillas dándole besos y diciéndole cosas dulces al oído. —Podemos llevarnos la ecografía? – preguntó mirando al doctor. —Claro. Ahora les doy un CD con todo. – les sonrió y anotó con un calendario en la mano haciendo cálculos. —La fecha estimada de parto es el 4 de enero. Salieron de la clínica aturdidos. Acababan de enterarse, y estaba pasando todo tan rápido. En 6 meses serían padres. —No tenemos nada listo. Tendría que sacar las cosas del cuarto de huéspedes. Tendríamos que comprar una cuna, o una cuna y una cama. Y muebles para la habitación del bebé. Y cómo vamos a hacer viviendo un piso 11? Nos convendría mudarnos… Una casa. Grande. – decía su esposo, quedándose sin aire al final de todas las frases. — Podríamos mudarnos de barrio también. Alguno que tenga buenos colegios. El colegio! Ya tendríamos que ir buscando opciones y viendo si tienen banco para la guardería… y ..y… una sillita para el auto. Vale lo miró y haciéndole una seña lo obligó a respirar profundo. —Nos quedan meses, Jamie. Meses. El asintió de manera violenta mientras inhalaba. —Yo me preocuparía por una cosa a la vez. – dijo pensativa. —Qué voy a decir en el trabajo? Me queda una sola sesión de fotos en ropa interior y después varios eventos. – cerró los ojos haciendo memoria. —Y las fotos para Harper’s. —A Walter no le diría nada todavía. Conociéndolo se va a poner histérico. Pero vas a tener que hablar con Amanda. – Jamie se pasó las manos por la frente. —Y nuestras familias?


—Tienen que ser los primeros. Ya nos vieron salir de la clínica muchas personas. Cuánto tiempo va a pasar hasta que se filtre la noticia? – dijo por experiencia. —Hoy Franco va a casa. – contestó pensativo. —Empezamos por él, y mañana sábado, nos vamos a Córdoba. Si? – el asintió. —Y tu mamá… – el levantó una mano. —No le vamos a decir nada. —Pero Jamie… —No, Vale. – dijo cortante. Ella solo asintió. Franco los miraba con la boca abierta. Hacía segundos se había enterado que iba a ser abuelo, y no podía creerlo. Después de un rato, se abalanzó a los brazos de Jamie sujetándolo fuerte. —Abuelo? – se rió. —Estoy muy orgulloso de vos, hijo. —Le golpeó la espalda con cariño. —Me hace feliz la noticia. Miró a Vale y sin poder contenerse, la abrazó también. —Vas a ser una mamá preciosa de todos mis nietos preciosos. Los hizo reír. —Todos? – preguntó Jamie con una risa nerviosa. —Quiero muchos nietos. – la miró cómplice, aunque ella tenía los ojos abiertos de pánico como los de su marido. Fueron a sentarse en los sillones de la sala, en donde entre otras cosas le mostraron la ecografía. —Esto obviamente quiere decir que ya no vas a viajar a Nueva York, no? – preguntó. —No habíamos pensado todavía en eso. – la miró. —Algunos papeles están todavía en trámite, pero creo que puedo arreglármelas para hacer todo desde acá, o si tengo que viajar, no estar más de dos días allá. Como mucho. No voy a dejar las cosas como están. Ya casi podemos hacer algo. —Algo? – preguntó su suegro curioso. —Tenemos casi la misma cantidad de acciones que Elizabeth. La empresa no se va a liquidar. No van a despedir a nadie. Franco suspiró. —Si tu madre quiere… —No. Hay muchos temas legales que no puede pasar por alto. —Los otros miembros accionistas, solo están ahí para recibir el cheque a fin de mes, a nadie le va a importar que despidan a la gente. —Voy a hacer lo que haga falta. – dijo Jamie mirándolo seguro. —No quiero que en este momento estés metido en estos líos. Yo puedo seguirla desde acá con los abogados. Incluso puedo reunirme con los inversionistas. Fueron muchos años, hijo. Nadie sabe mejor que yo el funcionamiento financiero de la empresa. —Franco, a mi me parece que Jamie necesita terminar con lo que estuvo haciendo. Yo no voy a estar sola acá, y él cuenta siempre con mi apoyo. – sonrió. —Hay mucho en juego.


Su suegro asintió, aunque no muy convencido. Después de la cena se marchó pensativo. Nada de esto le parecía justo. Era la primera vez que veía a su hijo tan feliz. No quería que cargara con los caprichos de su manipuladora ex mujer. Capítulo 26 Habían llegado a Córdoba para la hora del almuerzo. Vale se había estado con nauseas, y no habían podido viajar hasta tarde. Estaba empezando a hartarse del malestar. Según había dicho su médico, terminado el primer trimestre del embarazo, esos síntomas disminuían, o a veces hasta desaparecían, pero ya no aguantaba. Sus padres los esperaban, y en un primer momento tuvieron que decir que el vuelo se había retrasado. Querían darles las noticia en persona. Ya sentados en la mesa, se pusieron a hablar de cualquier otra cosa, esperando el momento perfecto para lanzar la bomba. —Y cómo anda tu amigo Mirco? Tenés noticias de él? – preguntó Carla con cariño. La verdad es que su madre se había encariñado con él. Era difícil no hacerlo. Ella miró incómoda a Jamie por un segundo, pero después dijo. —Si. Hablé con él antes de ayer. Está haciendo todo lo posible para venir a fines del mes que viene. – sonrió. —Le está yendo muy bien. —Ah.. como me alegro. Decile que venga a visitarnos cuando esté en el país. Nico nos contó que le había mandado una camiseta de regalo. Su madre estaba de buen humor, y como siempre era la única en la mesa que hablaba hasta por los codos, dándole a los demás oportunidad apenas para meter un bocadillo. —Quien vino a visitarnos el otro día fue Florcita. – sonrió todavía más. —Se la ve tan bien con Nico. Espero que tu hermano se porte bien, porque si no, lo mato. Es muy buena chica. Muy buena amiga. —La mejor. – estuvo de acuerdo Vale, de repente, extrañando a la loca Flor. —Ah! Casi me olvidaba… hablando de buenas amigas. – su rostro se endureció y levantó una ceja de manera irónica. —También la vi a tu ex amiga, Nadia. Oh. —Sabías que está embarazada? – preguntó Carla. Jamie apretó su mano disimuladamente. —Si, sabía. —Sabés quien es el padre? – preguntó curiosa. —David. – dijo dejando a sus padres con la boca abierta. Y así como así, la charla se había desviado a su ex. Ella les había contado algunos detalles de su separación con su ex novio, pero no todos. Y definitivamente era una sorpresa. Tenían mucho que opinar. Para colmo de males, parecían estar horrorizados por el hecho de que Nadia iba a ser madre tan joven. Cómo se suponía que ahora iba a contarles su propia noticia? Miró a su esposo y


estaba pálido. Había dejado de comer, y estaba casi segura de que estaba empezando a transpirar copiosamente, como ella. —No es tan grave. Ellos están juntos, y la familia de Nadia los puede ayudar. El padre puede mantenerlos a todos. Si quiere, hasta puede mantenernos a nosotros también, y a varios de los vecinos de la cuadra. A ese bebé no le va a faltar nunca nada. – dijo Vale pensativa. —Ese no es el tema, Vale. Son unos chicos. Tienen tanto que vivir. Tanto para experimentar. David quería recibirse y le faltaba tan poco. Ahora qué va a pasar con él? El pecho de Jamie subía y bajaba tratando de hacer entrar aire en sus pulmones de manera violenta. Estaba hiperventilando. No era precisamente el discurso que necesitaba escuchar en este momento. Estaba a punto de hacer alguna acotación tranquilizadora, cuando su esposo, en un impulso se aclaró la garganta y dijo. —Vale está embarazada. – se frenó para mirarlos. —Vamos a tener un hijo. Ella jadeó y sus padres contuvieron la respiración. Wow… No había sido la mejor manera de decirlo, pero ahí estaba. —No lo estábamos buscando, pero pasó. Y es una sorpresa para los dos. – tomó la mano de él y le sonrió. —Estoy de 11 semanas. Sus padres seguían sin reaccionar. —Es todo muy nuevo, pero quiero que se queden tranquilos de que… – empezó a decir Jamie, pero Luis lo interrumpió. —Tranquilo? Cómo me voy a quedar tranquilo? – los miró perdido. —Se conocen, se van a vivir juntos, a los pocos meses se quieren casar,…todo tan rápido. —Siempre fuiste tan sensata Valentina. – dijo su madre. —Cómo no se cuidaron? **** El estaba empezando a molestarse. No le gustaba como le estaban hablando a su mujer. La miró y se dio cuenta de que estaba a punto de llorar. Tenía que hacer algo. Tenía que decir algo. —Ella no va a dejar nada de lado. – los miró más seguro. —Nos cuidamos, pero de todas formas siempre existe la posibilidad… — Ahora que vas a hacer con tu carrera? Tus sueños? – insistió Luis. Vale no podía hablar. Estaba asustada y sus ojos reflejaban tanto dolor, que su corazón se estrujó. —Va a hacer lo que quiera y pueda. – dijo cortante. —Yo pienso hacer todo lo posible porque cumpla todos sus sueños. —No te estamos atacando, Jamie. Ni a vos, ni a nuestra hija. Pero queremos que se den cuenta de que se están equivocando. – dijo Carla angustiada. —Casi ni se conocen. Van a tener toda una vida para tener hijos. No creo que sea el momento. —Hay tantas opciones. – dijo Luis pensativo.


El le clavó la mirada sorprendido. De qué estaba hablando? No podía creerlo. Lo esperaría de su madre, pero sus suegros habían sido siempre tan comprensivos… —Es verdad. – dijo Vale por lo bajo. —No es el momento perfecto, pero para mi no hay otras opciones. Tomó la mano de su esposa y sin pensarlo si quiera dijo. —Para mí tampoco hay otras opciones. Ella se había quedado mirándolo por un rato y apretó su mano un poco más fuerte. La miró y tenía lágrimas en los ojos. No podía verla triste. Era como si algo afilado se le clavara, y se le retorciera por dentro. Se acercó para decirle al oído. —Vale, me parece que es mejor que vayamos. Es mucho para ellos, necesitan pensar, hablarlo y tener tiempo de asimilar la noticia. – la besó en la mejilla. —Y vos necesitas descansar, no te va a hacer bien angustiarte. Ella lo miró asintiendo y después de un rato se despidieron. Era mejor para todos. Las cosas seguían complicándose, y cada vez le costaba más ser optimista. Había dejado todo tirado en Estados Unidos para volver con su mujer, y ahora no estaba tan seguro de cómo haría para volver a retomar esos negocios. La ecografía lo había dejado impresionado. No podía ni llegar a imaginar la dimensión de lo que estaban viviendo. Le dolía todavía pensar en como había reaccionado cuando Vale lo llamó por teléfono aquella vez. Ella parecía haberlo perdonado por completo, pero él aun seguía castigándose por eso. Le bastó con verla, para darse cuenta de que ella también estaba muerta de miedo. Y tal vez fue eso lo que le había hecho falta. No veía otras alternativas posibles, él la protegería de todo, y haría todo por verla bien. Seguro, un hijo en este momento no era el plan de nadie, pero estaba secretamente feliz de que le tocara vivirlo con ella. No se imaginaba una mejor madre en el mundo. Recordó como lo había cuidado cuando tuvo esa gripe estomacal espantosa unos meses atrás. Ella podía con esto. No tenía dudas. Era él quien le preocupaba. No estar a la altura, defraudarla… era eso lo que le preocupaba en realidad. En medio de todos esos pensamientos, llevó a su esposa al hotel, donde empacaron todo rápidamente para tomarse el próximo vuelo a Buenos Aires. **** Su mente era un lío. No paraba de pensar en la cara que habían puesto sus padres. Tampoco esperaba que recibieran la noticia con la alegría que Franco lo había hecho… pero esperaba que al menos la hubieran respetado en su decisión, o le hubieran ofrecido su apoyo como siempre. Lo único que hacía que ahora no estuviera llorando desconsoladamente, era Jamie. La había defendido frente a Carla y Luis. Se había hecho cargo de la situación y había estado allí para darle cariño. Ahora estaban llegando a casa después de un viaje relámpago a Córdoba, y él le


preguntaba a cada rato si necesitaba algo o si se sentía bien. Sonrió. Estaba sobreprotegiéndola. Y para variar, le encantaba. Los días fueron pasando y tras miles de análisis y estudios, pudo quedarse tranquila de que el embarazo estaba perfecto, y ella también lo estaba. La nueva dieta que le había dado la nutricionista, le exigía que comiera cada 2 horas, y estaba tratando de cumplirlo. Ya notaba que su peso empezaba a aumentar. Por lo menos, en zonas localizadas como sus pechos. Se sentían como dos piedras rígidas, y estaban por demás sensibles. Lamentablemente, eso también había enfriado mucho la relación física de la pareja. Estaba a veces con tantas molestias, que prefería no hacer nada. Se sentía un poco insegura de su nueva silueta también. Irónicamente, su esposo parecía estar encantado con las novedades. Amaba su nuevo escote, y la estaba pasando bastante mal por no poder hacer nada al respecto. El doctor les había garantizado que no había problemas, y que podrían llevar una vida sexual normal, sin cambiar absolutamente nada, y de hecho se lo había recomendado. Era sano, y la ayudaría a sentirse mejor. Pero ella entre el dolor en los pechos, las nauseas la acidez, y el dolor de cabeza que muchas veces la atacaba, no estaba de humor para nada. También la habían asegurado que después en el cuarto mes, algunas de esas molestias desaparecerían y ya no faltaba mucho. No podía esperar… Habían tratado de ser lo mas reservados posibles, ya que nadie en la agencia podía enterarse. Pero no había podido ocultárselo a Nico, Flor y su amiga Ana, que estaban emocionados por la noticia. Todos estaban ansiosos por verla con panza, y empezar a comprarle regalos a su futuro sobrino. De hecho, hasta su hermano lo había tomado bien. Era el más sorprendido y muchas veces le decía que no podía creerlo y que le costaba imaginárselo, pero estaba feliz. En la universidad estaba atrasadísima, y ahora que ya habían pasado todos los parciales, y quedaban solo los finales, tenía materias al borde de desaprobar con grandes posibilidades de recursar. Ese día, uno de los profesores habló con ella y Anabel. No habían entregado un práctico y ahora estaban a punto de quedarse libres. —La única posibilidad es que me entreguen el trabajo terminado para la próxima clase. Y eso incluye el informe, los paneles y la producción de fotos. – dijo su profesor, sabiendo que era imposible tener todo eso listo en dos días. —Va a estar listo para entonces. – dijo Vale sonriendo. El hombre asintió y se fue. Ana estaba con los ojos abiertos mirándola totalmente descolocada. —No hay forma, Vale… no tenemos tiempo… —Algo se nos va a ocurrir. – suspiró.


Capítulo 27 Esa tarde era su última sesión de fotos, y esa noche el último evento de la campaña. Estaba un poco nerviosa. Se había levantado algo hinchada, y ahora mientras se sacaba la ropa, podía notar que estaba reteniendo líquido. Perfecto. Estaba mirándose en ropa interior frente al espejo, cuando Mateo entró y la miró fijo ahí, en la panza. —Oh, oh. – dijo juntando las cejas. —Qué pasa? – dijo alarmada. —Vale, se te nota… – la señaló. —No se me nota nada. Qué decís? El se acercó y agarrándola de la cintura, la puso de perfil en el espejo. —Ah! – gritó. Era pequeño, y ella seguía estando super delgada, pero definitivamente, en medio de su vientre entre las caderas, empezaba a notarse su embarazo. Hacía una semana que no tenía sesiones, y aunque había estado advirtiendo un aumento de peso, no había sido hasta ahora tan evidente. Cómo puede ser que de un día para otro tuviera panza? Sería así para todo el mundo? La verdad es que ya estaba casi de 4 meses, y algunas mujeres empezaba a salirles panza antes… Tal vez era eso… —Qué hago? – preguntó desesperada. Su compañero la miraba confundido, y casi reflejaba la misma desesperación que ella sentía en ese momento. —Ehm…meté panza… – Vale contuvo el aire. El negó con la cabeza. —Subite un poco la ropa interior… eso achata… – le hizo caso. El volvió a negar. —Eh… bueno, por ahí nadie se da cuenta. Yo te veo todos los días. Capaz después lo puedan retocar con Photoshop… – dijo frunciendo el ceño. —La puta madreee… – dijo alterada. A los pocos minutos, estaban en el set, preparándose para posar. Algunos técnicos habían cruzado un par de miradas suspicaces, pero nadie se había atrevido a decirle nada aún. Walter se había sentado al fondo, y daba indicaciones para trabajar. Mateo había tratado siempre de apoyarle las manos o un brazo en la zona, o había hecho algo para desviar la atención, pero estaba quedándose sin recursos. Su jefe empezó a mirarla con más detenimiento, y casi pudo sentir cuando todas las fichas encajaban en su lugar dentro de su cabeza. Levantó las cejas lentamente, y apretó los labios en una línea fina. —Vale, te vas a acostar en el sillón, y vos Mateo, te vas a poner por encima, casi sin tocarla. Hicieron lo que les pedían. Y su compañero le dijo al oído. —Se dio cuenta. – ella se mordió los labios nerviosa.


—A ver chicos. Vale mirá la cámara, vos Mateo, la mirás a ella. Perfecto. Las producción siguió hasta la noche, y habían podido sacar miles y miles de fotos. Por lo que iba viendo, estaban quedando muy bien, en algunas de hecho ni se notaba su panza. Bueno, no. Si se notaba, pero no era algo que un poquito de edición digital no pudiera arreglar. Walter se acercó a ellos y les dijo. —Esta noche tenemos un evento, y tienen que estar los dos. – los miró serio. Mierda. Estaba furioso. —Y después vamos a hablar los 3. Ellos se miraron haciendo un gesto de dolor. Jamie había ido a buscarla, seguramente porque afuera ya estaba oscuro, y estaba empezando a ponerse bastante sobreprotector con ella últimamente, y para su sorpresa, su amiga Anabel también la estaba esperando. Se acercó a ellos, saludando a su compañera, y besando a su esposo con cariño. —Hola, Vale. Perdón que venga así, pero me estoy volviendo loca. Le podrás pedir a tu jefe que nos ayude con el trabajo? No puedo recursar. – dijo angustiada. —Me quiero volver a mi casa para las vacaciones, y quiero terminar de una vez. Sabía como se sentía. Para ella sería imposible también, con un bebé recién nacido. —Ayuda con qué? – quiso saber Jamie. Entre las dos le habían contado más o menos la situación y como se les iba a complicar. —En la productora tenemos el espacio y el material para que puedan trabajar. Qué más necesitan? Ella se miraron. —12 modelos masculinos. – dijo Ana. Su esposo levantó las cejas. —Tenemos que recrear alguna producción que se haya hecho mucho, y de alguna manera tenga un fin. Como los calendarios masculinos que se hacen anualmente en beneficio a una causa solidaria. – explicó Vale. —Es algo trillado… pero justamente de eso se trata. El asintió. —Yo puedo posar si quieren. – dijo encogiéndose de hombros. —Y puedo llamar a algunos de los modelos que trabajan con nosotros. Para cuando es? —De acá a dos días… así que tendríamos que sacar las fotos mañana. – dijo haciendo un gesto de disculpas. —Mañana?! No hay forma. – dijo rascándose la cabeza. —Me van a faltar algunos que están viajando. —Yo puedo posar. – se ofreció Mateo, mientras miraba a Ana fijo y se cruzaba de brazos. —Y podría llamar a algunos compañeros… a ver quien puede. —Sería genial – dijo Vale animada. Miró a su amiga, y le estaba sonriendo a su compañero disimuladamente.


—Pero Vale, vení un segundito que charlo algo con vos, puede ser? – la tomó del codo y se la llevó a donde no los escucharan. —Yo poso, y te llevo mil amigos si queres, pero vos me haces un favor a cambio. —Ya me parecía raro… – dijo riendo. —Qué tengo que hacer? —Esta noche llevá a tu amiga al evento. – iba a empezar a negar, pero él la miró insistente. —Por favor, por favor, por favorrr. Tuvo que reírse. No parecía él. Parecía un adolescente de secundaria. Todo este asunto parecía de secundaria. —Ok. Yo la llevo. Pero no quiere decir que te va a dar bola. No te banca. El la miró desde arriba con una media sonrisa petulante. —No te hagas drama por eso. Vos llevala. – le guiñó un ojo. Puso los ojos en blanco resignada y resopló. Su amiga no iba a tolerar estas actitudes, no sabía donde se estaba metiendo. El se rió y le apretó la rodilla haciéndola reír muy en contra de su voluntad. Era un idiota, pero en el fondo le tenía algo de cariño. Volvieron a donde estaban Ana y Jamie mirándolos de manera curiosa. Sin dudas preguntándose que estaban discutiendo antes. Ya habían quedado atrás los días en que su esposo la celaba de todos los hombres que se le acercaban, pero notaba que había algo que no terminaba de cerrarle sobre su compañero de trabajo. Ella para dejarlo tranquilo le había contado que él en realidad estaba interesado en su amiga, pero él seguía teniendo dudas. Le había costado lo suyo lograr que Ana quisiera ir al evento, pero estaba de tan buen humor por haber solucionado el tema del práctico, que también quería festejarlo. La fiesta se realizaba en un hotel que quedaba cerca, y para cuando llegaron, ya estaba a pleno. Ella y su compañero se habían vestido en 2 minutos en la agencia, y de paso, le había prestado a su amiga un vestido corto y negro que le quedaba perfecto. Tenía piernas hermosas. Estaban listos para salir. La gente se agolpaba como siempre, bailando al ritmo de el ritmo estridente y bajo de la música electrónica, sin realmente preocuparse por quien tenían al lado. Era un ambiente al que se había acostumbrado, pero en el que no se sentía parte. Tal vez nunca lo haría. Su esposo, en cambio, se movía como un pez en el agua. Apenas habían puesto un pie en el lugar y ya estaba haciendo sociales, y encontrándose con medio mundo. Su compañero, no se quedaba atrás, aunque dentro del grupo de conocidos, solo había mujeres. Todas altas, perfectas. Modelos. Pero ahí estaba él, mirando a su amiga cuando pensaba que ella no lo miraba. Ana, una chica normal. Sonrió. Conocía la historia. Tal vez esa era la razón por la que estos modelos acostumbrados a mujeres esculturales se fijaran en ellas. Sería aburrido siempre estar mirando a alguien tan bello? Ella no se cansaba de mirar a Jamie. Y él era perfecto. A su lado, Anabel estaba tomándose el segundo trago de la noche mientras chequeaba su celular.


Rodando los ojos, la tomó de la muñeca y la sacó a bailar. Se dio cuenta de que nunca había bailado con ella. Habían coincidido en fiestas y esas cosas, pero su amiga nunca bailaba. Esa noche, no sabía si era por el alcohol, o que… pero estaba más suelta. Su esposo se acercó a las dos y se sumó bailando y abrazándola por la cintura. Mateo también se acercó y le dijo algo al oído a su amiga. No alcanzaba a escuchar qué, pero ella sonreía, asentía y acercándose a su oído le respondía. Miraba embobada, como había pasado de mirarlo con mala cara, a ser toda sonrisas, y dejarse llevar por la cintura por su compañero. No podía creerlo. Cómo hacía? Qué le había dicho? El, sabiendo que lo estaba mirando, y aprovechando que Ana no, le hizo señas y mordiéndose el labio le guiñó con un ojo. Levantándole el pulgar se fue con su amiga lejos. Estaba boquiabierta. Jamie puso las manos por su cadera, la abrazó por la espalda, y despacio…muy despacio por debajo de su camiseta le rozó la panza. Cerró los ojos, sintiendo como le acariciaba con cariño y apoyó la cabeza en su pecho. —Hmmm… – ese pequeño gesto lograba transmitirle tanta paz que la relajaba al instante. —Tenés pancita, Barbie. – le dijo al oído. —Estoy gorda. – suspiró. El la giró y mirándola con ojos entornados sonrió levemente. —Estas… hermosa… – le tomó el rostro con ambas manos y la besó. Un beso suave que apenas ella empezó a responder, se tornó algo más. Sus manos iban de arriba abajo acariciándola, y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Cuando él lo notó, la acercó más a su cuerpo, pegándole la cadera a la suya mientras seguían moviéndose al ritmo de la música. —Vamos a casa. – le dijo mordiéndole el lóbulo de la oreja. Ella asintió casi inmediatamente y tomados de la mano se abrieron paso entre la gente para salir. A punto de subir al auto, se dio cuenta de que Mateo se subía a un taxi… con Anabel! Se estaban yendo juntos. Soltó una risa incrédula y levantó una ceja señalándolos para que Jamie viera. El también parecía sorprendido, y confundido. —Pensé que no lo podía ni ver… —Es un idiota, pero no sé que tiene. Si quiere estar con una mina, te lo juro que no le cuesta. Pensé que Ana no iba a caer. – negó con la cabeza. El también negó con la cabeza, y comentó entre dientes. —No sé que le ven… – arrancó el auto alejándose de la pareja sin volver a mirar. — Tampoco es tan lindo. Tuvo que morderse el labio para no reírse. Capítulo 28 Habían llegado y se habían ido directamente a la habitación como en las viejas épocas.


El estaba siendo siempre tan delicado, y ella había estado últimamente tan incómoda, que hacía mucho que no estaban como ahora. Jamie buscaba desvestirla a toda velocidad y aunque nunca le había costado, ahora estaba teniendo problemas con los botones del pantalón. Ella trató de ayudarlo frustrada, pero tuvo que acostarse para poder desprendérselos y bajárselos. De repente y como de la nada, se angustió. Se volvió a sentar en la cama y lo empujó suavemente hacia atrás. —Estoy hecha un chancho. – dijo casi entre lágrimas. —Ah? – dijo desconcertado. —Estoy horrible. – sollozó. No podía creer que le estuviera pasando, pero sí. Estaba llorando por subir un poco de peso. Qué le pasaba? Las hormonas terminarían por volverla loca definitivamente. —No estas horrible, Barbie. – le tomó el rostro con las manos secándole los ojos. —No digas eso, no es cierto. Tampoco estás hecha un chancho… estás igual de flaca que siempre, pero con pancita. Ella quiso sonreír, pero las emociones la confundían y la traicionaban. Estaba hecha un lío. —No te voy a gustar más. – se secó la nariz con la manga. De alguna manera acababa de expresar lo que llevaba unas semanas pensando. El estaba a diario rodeado de modelos. Modelos hermosas, de cuerpos divinos. Y ella estaba camino a convertirse en una pelota. Ya empezaba a verse distinta, y la llenaba de complejos. Odiaba la idea de comprarse ropa pre-mamá. Por lo general era horrible y poco favorecedora. Sabía que estaba siendo superficial, y que lo más importante en este momento era su salud, y la de su bebé. Pero de todos modos, su lado más inseguro la angustiaba. Jamie se rió y la recostó sobre la cama, poniéndose por encima de ella. Mordiéndose el labio comenzó a hacerse lugar entre sus piernas. —Eso no va a pasar nunca. Nunca. – le besó el cuello. —Estás hermosa… no te das cuenta. Una de sus manos subió por su cintura sujetándola con fuerza y bajando por su cuello mientras la besaba. —A mí me gusta tu cuerpo ahora… de hecho, estás más linda que nunca. – la besó ahí, en uno de sus pechos. Estaban tan sensibles, que al más mínimo roce, la piel se le erizaba. Era como una descarga eléctrica. Fue bajando la mano hasta su vientre. —La panza te va a quedar preciosa, Barbie. – le sonrió. —…No pensé que me iba a gustar tanto… – dijo pensativo, casi para si mismo. Empujó su cuerpo presionándola contra el colchón, mientras seguía bajando con su mano para tocarla donde él quería. Ella confundida le preguntó. —Te gusta? – hizo una pausa…mientras pensaba. —Mi panza,… el embarazo. No te da…


impresión? —Mmm… – contestó él, terminando de desvestirse. —Me vuelve LOCO. Mordió el lóbulo de su oreja y Vale gritó arqueándose. Le resultaba difícil entenderlo. Ella no se sentía para nada sexy, y le costaba pensar que él pudiera verla de esa forma. Pero entonces él, moviéndose muy suavemente estuvo dentro de ella y ya no pudo pensar claramente. Todas las sensaciones eran más intensas. Como si todos sus sentidos estuvieran potenciados, y era demasiado. No podía esperar y seguirle el ritmo a sus arremetidas, lo necesitaba con urgencia. Comenzó a encontrarlo con la cadera para aumentar la velocidad, y así como rápidamente había comenzado, también estaba terminando. Se vino en mil pedazos, casi gritando tomada de su espalda. —Muy loco… – dijo Jamie, de alguna manera repitiendo lo que acababa de decirle, y sosteniéndose del colchón para no apoyar su peso en ella siguió moviéndose. Estaba apretando los dientes, conteniéndose, y eso hizo que a ella se le tensara el cuerpo entero nuevamente. Mmm…otra vez, pensó. Llevando la cabeza hacia atrás, ahora si gritando como solo ella sabía, se dejaba llevar por segunda vez. Todo era demasiado fuerte, y estaba sensible, no tenía oportunidad de recuperarse, él seguía moviéndose de manera que la volvía totalmente loca y la empujaba una y otra vez al límite. La respiración de Jamie empezaba a cambiar, y sabía que estaba cerca. La tomó por la cintura con una mano, y la otra en su rostro mirándola a los ojos, se dejó ir casi al mismo tiempo en que ella lo hacía también. Otra vez. Sintió como de a poco todo su cuerpo se relajaba. El se acostó a su lado sonriendo mientras recuperaba el aliento. —Creo que se te tienen que haber ido todas las dudas que tenías. – le dijo poniéndose de costado sobre su codo para mirarla. Se rió. —No te entiendo… – contestó pensativa. —Qué es lo que te puede gustar de cómo estoy? Imaginate cuando tenga una panza asíii. – hizo un gesto estirando su mano lejos de su abdomen, para imitar como sería en un futuro. El sonrió. Con la otra mano la acarició bajo el ombligo y la miró dulcemente. —Vos me gustas. – la besó —Y cuando estés asíiii – imitó su gesto. —Vas a estar hermosa. Ella resopló haciendo un gesto irónico, y estaba por hacer un chiste sobre su peso, pero las palabras se le quedaron trabadas en la garganta. El la miraba de una manera tan intensa que le cortaba la respiración. Sus ojos estaban brillantes, y transmitían amor. Sólo eso. Amor. Sintió como lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas. Ni siquiera se había percatado de que estaba por llorar. Su cuerpo ya no respondía a su cerebro,


definitivamente. Jamie al mirarla frunció el ceño y la abrazó fuerte. —Eyy…qué pasa? – preguntó preocupado. —Soy un lío de hormonas, me voy a volver loca o voy a reventar como un sapo de lo hinchada que me siento. Y vos vas a salir corriendo. Pase lo que pase primero. – dijo con humor. El no pudo evitar reírse de lo que había dicho y negó con la cabeza. —Vos sos la única que se lleva mal con tus hormonas, Barbie. – se subió sobre ella, y con un gruñido le besó el cuello, poniéndole la piel de gallina. —Y yo me llevo muy bien… Buscó sus labios y la besó apasionadamente mientras nuevamente se hundía en ella. Todo su cuerpo se arqueó de placer y tomándolo del cabello con fuerza, otra vez se perdían en el otro. Al menos podía verle un aspecto positivo a su estado. Acelerando el ritmo y mirándose a los ojos, siguieron amándose por horas. Olvidándose por completo de las inseguridades sobre su cuerpo y lágrimas de momentos antes. Cuando despertó, tenía a Jamie a su espalda abrazado a ella con fuerza, y como era su costumbre ahora, con una de sus manos sobre su panza. Se preguntó si lo haría estando despierto o sería un acto involuntario de la posición en la que se quedaban dormidos… Se movió con cuidado para ver la hora en su teléfono y con un grito saltó de la cama a punto de caer como una bolsa de papas. —Jamie, nos quedamos dormidos. – él abrió los ojos de golpe y estiró la mano con torpeza para buscar su celular también. —Mierda, mierda… – dijo. —Nos están esperando en la productora desde hace una hora. – dijo angustiada mientras buscaba que ponerse. Ese día tenían que hacer las fotos, y se tenían que juntar a la mañana para ver que modelos podían posar, y organizar el escenario, la utilería, el vestuario. En fin, todo. Y era tarde. Rápidamente marcó el teléfono de su amiga para avisarle que iban en camino. No atendía. Qué mierda su suerte, pensó. Al décimo intentó contestó. —Hola. – una voz ronca le atendió. Esa no era su amiga. —Ehm… quiero hablar con Anabel. – dijo confundida y chequeando el número que había marcado. Si, si. Era el celular de ella. Un silencio. —Hola? – su amiga sonaba igual de confundida. Estaba durmiendo todavía. —Ana! Nos íbamos a juntar hace una hora en la productora. Nos quedamos dormidos, ya vamos. – dijo terminando de vestirse.


—La puta madre! – se sintió un ruido de algo que acababa de caer al piso. Un vaso? —En 15 estoy allá. —Dale, nosotros también. Entre todo el lío del otro lado de la línea, mientras corría y se preparaba, escuchó una voz masculina. — Shhh. – había dicho su amiga a quien quiera que estuviera ahí con ella. —Nos vemos, Vale. – cortó rápido. Eso había sido como mínimo raro. Era fácil imaginarse quien podía ser esa persona después de ver con quien se había ido la noche anterior. Pero no iba a sacar conclusiones todavía. A veces su mejor amigo de la escuela estaba de visitas en Buenos Aires y se quedaba con ella. Fue entrar a la productora, y verlos a los dos con cara de dormidos, para terminar de confirmar sus sospechas. Mateo sonreía como un estúpido. Tuvo que hacer un esfuerzo para no reír. Y su amiga parecía incómoda y trataba de poner entre ellos toda la distancia posible. Jamie estaba en una de las oficinas, tratando de contactar a todos los modelos que pudiera. Y su compañero, por su parte había dicho que 6 de sus amigos vendrían. Con Ana empezaron a prepararlo todo y a bocetar ideas para los modelos y cada uno de los meses del calendario. Como todo estudios de fotos, tenían una sala llena de utilería de otras producciones que les vendría genial. Iba a ser un día largo. Capítulo 29 Habían conseguido los modelos que necesitaban, y para la tarde ya tenían casi todo listo. La producción iba a ser algo simple, minimalista. Solo un retrato de uno de ellos por mes. La idea era darle una vuelta al concepto y en vez de fotografiarlos mostrando piel, todo lo contrario. Llevaban todos una remera con el nombre del mes que les había tocado. Era una manera irónica de recrear lo original. Si tenían suerte no estarían mucho tiempo. Jamie y Mateo fueron a pararse donde estaban los demás para sacar una foto grupal. Estaban guapísimos. Los amigos de su esposo siempre le habían parecido hermosos. Recordó como en otras épocas ella pensaba que uno de ellos, uno morocho, era pareja de Jamie. Sonrió. Los chicos que había llevado su compañero, tampoco se quedaban atrás. Eran todos del mismo estilo que él. Musculosos, llenos de tatuajes y con peinados originales. Y era esa diversidad lo que hacía que la producción general fuera más interesante. Habían puesto música como siempre, y todos parecían estar divirtiéndose. Menos ellas que estaban ocupadas y preocupadas por todo. Captó en varias oportunidades como Mateo miraba a su amiga, pero ella no le prestaba atención. ¿Qué había pasado entre esos dos?


Podía imaginárselo, pero justamente porque lo hacía, le costaba entender cómo ahora se mostraban tan fríos con el otro. Se acercó a Ana y le dijo por lo bajo. —¿Qué te pasa? – miró a su compañero. —¿Se pelearon? Su amiga se puso el dedo índice en los labios pidiéndole silencio y le contestó. —No, pero shh. No pasa nada. Nunca pasó nada. —Pero, por qué? Qué pasó? – se indignó. —Qué hizo? Qué te dijo? —Nada. En serio, nada. Fue algo de una noche nada más.. no importa. Estaba impresionada. Hubiera esperado esa respuesta de el mismo Mateo, pero no de ella. Siempre había sido tan romántica, y dulce… —Eso te dijo él? —Eso le dije yo. – sacudió la cabeza. —Basta, Vale. Ahora tenemos que hacer el trabajo. No quiero hablar. Ella estaba por decir algo pero la interrumpió. —No, Vale. Por favor. Después lo hablamos. Ella asintió confundida, y volvió a su puesto desde donde indicaba a los modelos hacia donde mirar y que hacer mientras Ana disparaba una y otra vez con la cámara. Cuando fue el momento de fotografiar a su esposo, no hizo falta que le indicara nada. Sus ojos se movían buscando el objetivo, y sabía perfectamente las poses en las que salía mejor. Era tan profesional… y era tan lindo, que era imposible ver a los otros cuando él estaba presente. Las luces y sombras se marcaban en las líneas de su rostro remarcando sus mejores rasgos. Sus ojos azules brillaban y entre foto y foto buscaban los suyos para sonreírle. Ponía sus manos en sus bolsillos o en la pretina de sus pantalones, haciendo que los músculos de sus brazos se flexionaran. Mmm… Cómo hacía su amiga para concentrarse y solo sacar fotos? Ella apenas podía hilvanar sus pensamientos. Sonrió. Y ya hacía meses que estaba casada con él, lo veía a diario. Por Dios, dormía con él! Cómo es que no superaba el hecho de que fuera así? El embarazo estaba haciendo de ella una persona que no reconocía… Era una suerte que a él no le molestara. De hecho estaba encantado con los cambios hormonales. Volvió a sonreír mordiéndose el labio mientras recordaba la noche anterior. Jamie captó su expresión y levantó una ceja con gesto divertido. Un par de fotos más y terminaron. **** Se estaba divirtiendo. Hacía mucho que no modelaba, y por años eso era lo único que había hecho. De cierta forma, lo único que sabía hacer. Cuánto había cambiado su vida… Miró a Vale, que entre fotos lo había estado mirando intensamente. La conocía, y sabía lo que estaba pensando. O por lo menos hacia donde iba el rumbo de sus pensamientos. La forma en que se mordía los labios…


Todavía le costaba trabajo creer que estaba embarazada. Estaba todos los días un poco más linda. Eso sí. No podía contenerse, sus curvas se habían acentuado, y su rostro brillaba. Preciosa. No sabía si se trataba de un instinto, pero nunca se había sentido tan atraído por su mujer como ahora. Y era mucho decir para ellos. Estuvo días sin poder tocarle un pelo. Estaba tan incómoda, sintiéndose enferma y sin parar de vomitar. Odiaba verla mal. Era algo que no soportaba. Y más aun si pensaba que era en parte por su culpa. La noche anterior lo había vuelto loco. Habían pasado horas, y todavía seguía pensando en lo mismo. Quería que la sesión terminara de una vez para llevársela y estar los dos solos otra vez… Podía notar, por su mirada, que ella quería lo mismo. Cómo sería cuando naciera su hijo? Tendrían el tiempo que tienen ahora para dedicarse al otro? Bueno, la respuesta parecía fácil. No. Y eso un poco lo asustaba. El la necesitaba. Pero también, de alguna manera, en estos últimos días un nuevo sentimiento comenzaba a aflorar. Estaba ansioso. Quería que los meses pasaran y poder conocer a ese bebé. Enterarse de cómo se iban a arreglar para adaptarse. Estaba curioso. Sería parecido a Vale? Tendría sus ojos? Había tenido miedo también cuando se casó. Dejar la vida que conocía, estar con una sola mujer… pero todo había salido mejor de lo que nunca pudo haber imaginado. Esto no tenía por qué no ser así. Sabía que a ese niño no le faltaría nada. Iba a darle lo mejor. Ya había estado buscando colegios, y tenía por lo menos 3 en vista. También había estado viendo autos más familiares donde poner una sillita. Quién hubiera dicho? Tendrían la misma relación que él tiene con Franco? Pensó en todas las veces en que había ido a la cancha con su padre antes de empezar a modelar, o cuando le había enseñado a manejar y sonrió. Vale se dedicaría a mimar a ese bebé todos los días de su vida. Casi podía verlo. Ella sentada, con un pequeñito en sus brazos, cantándole bajito alguna de esas canciones que tanto le gustan, meciéndose tranquila, mientras le acaricia la mejilla. La visión apretó su garganta y le hizo saltar el pulso. Era como una luz que alejaba todos los fantasmas de sus miedos. Vale siempre hacía eso. Pero siempre había sombras. Cuanto más se convencía de que ella sería la mejor mamá para su bebé, más terror tenía de no estar a la altura. Apenas le dijeron que ya podía irse, se movió en busca de su esposa y con suave beso en los labios la abrazó. —Te amo. – le dijo al oído. Ella lo miró con ternura y algo sorprendida le contestó. —Yo más, mi amor. ****


Luego fue el turno de Mateo. No podía parar de reírse. Ya se conocían tanto en ese sentido, que conocía todas sus caras, todas sus poses y sabía que estaba presumiendo. Negó con la cabeza. Algo pasaba con Anabel. Miró a su amiga, y esta indiferente le indicaba como pararse o hacia donde mirar sin mostrarse para nada afectada. Su compañero se desvivía dando lo mejor de él y estaba siendo rechazado. Wow. Era la primera vez que se lo hacían. Cuando terminó pasó por su lado y sin importarle que estaba casi abrazada a Jamie, que se quedó con los ojos como platos, la tomó del brazo y la llevó a la sala del lado donde nadie los escuchara. —Qué te pasa? – dijo descolocada. —Me vas a arrancar un brazo. El casi puso los ojos en blanco. —Qué me pasa a mí? Qué le pasa a ella? – se cruzó de brazos. —Vos y todas tus amigas son así de locas? Recién ahí iba entendiendo. —No sé de que me estás hablando. – le sonrió inocente. —Ana… estaba todo bien, hasta esta mañana. Por poco no me saca a patadas de su casa. —Esta mañana!? – se estaba divirtiendo. —Dejá de hacerte la boluda, Valentina. Se rió. —Ok. No sé que le pasa. – dijo sinceramente. —Le pregunté y no me dijo. —A mí me dijo algunas cosas. – hizo el gesto de enumerar con los dedos. —Me dijo gracias, porque la había pasado bien, me dijo que había sido cosa de una sola noche y no se iba a repetir, y que no le interesaba tener ni siquiera una amistad conmigo. Vale lo miró con la boca abierta sin poder creerlo. —Y vos qué le dijiste? —No sabía que decirle. – parándose derecho de nuevo y con gesto de superación agregó. —En realidad, se me adelantó, yo le iba a decir eso mismo. Pero me sorprendió! Era como otra persona. Anoche… – sacudió la cabeza y sin querer dar más detalles se calló. —Y nunca te habían dicho eso a vos…? – quiso saber. El negó con la cabeza realmente confundido. —Me usó. – concluyó. Vale sonrió. Sintió un poco de pena por su amigo. Se lo veía descolocado. Totalmente fuera de su terreno. —Y eso te molesta? Pudo ver la duda en sus ojos antes de contestarle con una risa forzada. —Para nada. Es la primera vez que me pasa, nada más. —Y por qué decís que está loca? Por qué no muere de amor por vos como todos los gatos con los que salís? – ahora rió ella, algo molesta por tanta soberbia. No supo que contestar. Se quedó parado odiándola. No tenía una respuesta para darle. Estaba quedando totalmente en evidencia. Le había afectado.


Vale, se encogió de hombros sonriendo y volvió al set. No podía negar que estaba sorprendida por la actitud de su amiga. Tenía un concepto muy distinto de ella, y ahora que la miraba hablando con otros modelos de manera casual empezó a mirarla con otros ojos. La conocía realmente? Capítulo 30 Los días habían pasado, y gracias al trabajo del calendario, habían subido las notas sin problemas. El profesor se había quedado impresionado por la calidad y por el número de modelos que habían logrado reunir. En agradecimiento por la buena onda, ella y Jamie, los habían invitado a una fiesta en su casa. Hacía mucho que estaban concentrados entre trabajo, facultad y embarazo…y no estaban teniendo mucha vida social. Así que aprovecharon para hacer una fiesta como las que él daba en su departamento antes. Lleno de modelos y amigos que ella ahora conocía. Habían invitado también a Flor, Anabel y a Nico que se estaban divirtiendo por su cuenta. Jamie se acercó y le sacó la copa que tenía en la mano. —Qué haces, Barbie? – le dijo al oído. —Es jugo de manzana. – hizo pucheros. —Gerard me compró. El se rió y dejó su propia copa de lado. —Yo tampoco voy a tomar hoy. – la besó. —Además desde la mañana me siento mal… Se llevó la mano a la panza con gesto disgustado. —Querés un té? —Ya se me pasa. – dijo haciendo un gesto con la mano. Fue un rato con sus invitados, y nuevamente se sorprendió cuando vió a su compañera. Se había puesto a hablar y bailar con otro de los modelos. Mateo la miraba con cara de pocos amigos. Cuando más entrada la noche ella siguió a uno hacia fuera, salió casi escopetado a donde estaban. Esto se iba a poner feo. Le contó a su esposo y juntos salieron a la puerta para evitar problemas, pero quedándose a una distancia prudencial. —Ey, a dónde vas? – preguntó Mateo. Ana se dio vuelta como si estuviera chequeando si le hablaba a ella o no. —Me voy con Iván. – señaló al impresionante modelo rubio que tenía al lado. Este incómodo miró a su amigo que lo fulminó con la mirada. —Podemos hablar un segundo? – preguntó. Ella asintió confundida y se acercó a él. Discutían algo acaloradamente. La cara de su compañero irradiaba animosidad, y ella, no se quedaba corta. Hacía gestos con las manos, y con una risa lo dejó solo mientras volvía con el rubio. Mateo se quedó mirando el auto mientras se iba y después se subió al suyo sin


despedirse y arrancó en dirección contraria. Jamie le dijo al oído. —Pobre pibe. – le corrió el pelo rozándole el cuello y el lóbulo de la oreja con los labios. — Parece que le gusta en serio tu amiga. Vale cerró los ojos levemente reaccionando a su toque. Y levantó la mano para acariciarle la mejilla. —No creo. Está encaprichado. Es un creído, le gusta estar con mil mujeres… no va a cambiar. El la dio vuelta y la miró a los ojos. —Si conoce a alguien que le guste de verdad puede cambiar, Barbie. – sonrió de lado. —Le pasó a un amigo. Los dos se rieron. —Tu amigo se arrepiente de haber cambiado? – preguntó siguiéndole el juego. El sonrió aun más, mientras volvía a darla vuelta y apoyaba sus dos manos en su barriga con mimo. —Ni loco. Ella imaginaba más o menos que iba a responder algo por el estilo, pero aún así se quedó sin aliento, invadida por una felicidad que trajo un nudo a su garganta y sonrió. Así como algunas cosas estaban mejorando otras se complicaban cada vez más. Walter había tenido un par de palabras con ella por ocultarle el embarazo, y aunque se excusó diciendo que ni ella sabía, su jefe estaba demasiado enojado como para entender razones. Mateo también había caído en el problema, y sumado a su pequeño incidente con Anabel, no estaba de buen humor últimamente. Nico y Flor, habían viajado a Córdoba para las vacaciones de julio, y por lo que le habían contado la estaban pasando genial. Con Jamie iban a ir unos días antes, pero él no se sentía bien. Hacía unos días que se levantaba con nauseas, o algo mareado. De a poco iban encontrado una nueva rutina. Vale solo estaba cursando a la mañana y le quedaba el resto del día libre. No había querido volver todavía a la productora porque pensó que sería demasiado estresante, y ahora solo podía concentrarse en recibirse, y mantenerse sana para su bebé. Ese mismo día tenían turno en el obstetra, y si había suerte, podrían saber el sexo. Estaban ansiosos, y hasta habían hecho apuestas al respecto. Jamie decía que era una nena y ella que sería un varón. Y aunque era divertido, lo único que de verdad les importaba era que estuviera sanito o sanita. El doctor Benjamín, la encontró mejor que en su primera visita. Había ganado mucho peso y todos los valores daban perfectamente normales. Sus síntomas habían desaparecido por completo, casi al mismo tiempo que su panza comenzaba a asomar. Tenía una pequeña, redondita y adorable barriga que apenas sobresalía si se la


miraba de costado y con mucha atención. Ya se había tornado casi un reflejo para ella acariciarla con delicadeza. Hasta Jamie lo hacía, algo que le encantaba. La relajaba tanto, que de noche así es como se quedaban dormidos siempre. El, por lo menos parecía haber aceptado el hecho de que iba a ser padre, y se mostraba entusiasmado. A veces demasiado. Tenía que admitir que la ponía nerviosa, porque él pensaba absolutamente en todo. Estaba siguiendo una dieta estricta, y ya habían buscado un lugar en donde hacer las clases preparto a las que él también se había anotado para acompañarla haciendo espacio en su agenda sin pensar en sus otros compromisos. No la dejaba levantar nada, y estaba pendiente de mimarla en cuanto podía. Era como si mantener la cabeza ocupada a toda velocidad, lo hiciera olvidar de su angustia de un principio, y del hecho de que no se sentía listo para ser papá. Ella tenía miedo de que un día explotara y todo ese susto llegara de golpe. Como siempre hacía, el doctor puso gel frío sobre su panza y pasó el aparato del ecógrafo mientras tocaba algunos controles y la imagen se empezaba a hacer nítida. —Ahí está. – dijo acercándose. —Ven? Los dos asintieron embobados, mientras veían como el pequeño bebé se movía para todos lados. —El corazón está perfecto, se puede escuchar. El tamaño es el que corresponde, está perfecto. – mientras medía e inclinaba la cabeza mirando la pantalla sonrió. —Quieren saber el sexo? —SI. – dijeron con decisión. —Es una nena. Ahogó una exclamación y emocionada miró a su esposo. —Viste? Yo te dije. – le guiño un ojo. Ella rió nerviosa. Los dos lo hacían. Felicitándolos y dándoles para que se llevaran la grabación de esa nueva ecografía, el médico despidió a esta pareja de nuevos padres que aunque tenían dos sonrisas radiantes fijadas en sus rostros, también se los notaba ansiosos, nerviosos y al borde del ataque de susto. Pero era normal. La mayoría de los padres primerizos pasaban por eso, y ellos eran muy jóvenes todavía. Les dio cita para el otro día, así hacían otro análisis de sangre a primera hora. Una vez en el departamento, Vale se cambió a ropa más cómoda y acercándose a Jamie, lo besó. Todo su cuerpo se lo pedía a gritos. El, al principio se lo respondió, pero cuando estaban comenzando a moverse de la sala hasta la habitación, se separó de ella rápidamente y corrió al baño. Recordó que desde hacía días venía sintiéndose mal y se lamentó. El año anterior había tenido esa horrible gripe estomacal con los mismos síntomas. Seguramente se había vuelto a enfermar. Cuando salió se lo veía pálido y algo mareado. —Mmm…está bien que soy una vaca horrible, pero tampoco para tanto, no? – el sonrió.


—Sos preciosa. Qué decís? – la abrazó por la cintura y con la otra mano le tocó la panza. —Me encanta como te queda… ya quiero que estés asíii. – hizo el gesto que siempre hacían con la mano para exagerar el tamaño. Ella rió, pero sin cambiar de tema, le dijo. —Tendrías que ir al médico, mi amor. – lo abrazó llevándolo a la cama y se acostó a su lado. —Mañana cuando vayamos a la clínica saco turno. – dijo cerrando los ojos. Con mimo, lo acunó hasta que se quedó dormido. No le parecía que tuviera fiebre, ni nada. A diferencia de la gripe anterior, ahora no se había vuelto a levantar, ni había tenido más vómitos. Estaba durmiendo. Como un tronco, de hecho. Los ronquidos resonaban en toda la habitación. Ya estaba tan acostumbrada, que en parte la relajaba. Creía, de hecho que sin esos ronquidos se le haría difícil dormir. Cerró sus ojos y se dejó llevar. Soñó toda la noche con una niña. Tenía el pelo castaño y ojos muy azules que la miraban divertida. Corría por todas partes y la hacía reír. Era preciosa. Al otro día estaban los dos en la clínica de su médico otra vez. Una vez hechos los análisis, les dio un cronograma nuevo de las visitas que tenían que hacer de ahora en más, la pesó y le recomendó algunas vacunas que no tenía. A su lado Jamie miraba todo con una mano apretada a la frente y blanco como un papel. Se estaba sintiendo mal otra vez. —Estás bien? – le preguntó preocupada. El negó con la cabeza sin abrir la boca. —Se siente mal? – quiso saber el médico. El frunció el ceño, así que Vale para no hacerlo hablar, le comentó. —Hace unos días que está con nauseas, vómitos… – lo miró. —Está peor que yo hace un mes. – dijo para hacerlo sonreír. Jamie la miró y haciendo un esfuerzo le devolvió la sonrisa apretándole la mano que sujetaba. —Muchas veces el hombre en estos casos puede presentar alguno de los síntomas del embarazo también. Se lo llama Síndrome de Couvade o “embarazo por simpatía”. – al ver el gesto incrédulo del muchacho, agregó sonriendo. —No digo que sea su caso. Debería verse por un doctor. Pero si lo es, puede ser útil que hablen mucho en la pareja. Del bebé, de los miedos, de las inseguridades. Son todas manifestaciones de estrés. Tipeándolo todo en su computadora, sin mirarlos, dijo. —Trate de descartar cualquier enfermedad infectocontagiosa por el bien del bebé. No puedo medicar a Valentina con lo mismo que a usted le receten. Eso último hizo reaccionar a su esposo. Se sentó más derecho en la silla, y cuando la consulta terminó salió corriendo a la guardia. Le dijo que ella se fuera a casa porque se podía contagiar de alguien y que hasta que no supiera que tenía que no se le acercara. Puso los ojos en blanco. Siempre tan exagerado, ella nunca se contagiaba. Se tocó la panza.


Pero prefería no correr riesgos. Capítulo 31 Los resultados estuvieron esa tarde y estaban los dos bien. A Jamie lo vió un clínico y concluyó en lo mismo que su obstetra. Era producto del estrés y el estado de ansiedad al que últimamente estaba sometido. Era demasiado para su mente y para su cuerpo. Apenas lo llamaron desde Estados Unidos, ella le sugirió que se fuera. Unos días le darían la perspectiva que necesitaba, y bajaría la intensidad. La distancia lo haría no estar tan pendiente y dejaría de estar todo el tiempo con la cabeza en el embarazo. Volvería a ser él. Necesitaba eso. De todas formas ella no se quedaría sola. Acababa de llamarla su amigo Mirco, que viajaba esa misma noche para Argentina. Su esposo lo había invitado a quedarse en su casa en su ausencia. Y no es que sus celos estuvieran perfectamente superados, pero era más fuerte su espíritu protector. Y sabía que su amigo se preocupaba por ella, y estaría a salvo con él. Ni Vale ni Jamie le habían dicho al chico del bebé. No era algo para hablarlo por teléfono, ya lo había aprendido por experiencia. Después de cenar, se despidió entre besos y promesas de llamarse a cada rato, como siempre hacían y después de un par de lágrimas, su esposo partía para Ezeiza. Por qué lloraba así? El se había ido ya miles de veces… pero estaba tan sensible. Y al ver su reacción, él había dudado miles de veces y por momentos no se quería ir. No le gustaba verla llorar. Le partía el corazón verla tan triste, y lo angustiaba la situación. Pero después de que le prometió mil veces que se iba a poner mejor, y que los lloros eran solo las hormonas, su amor partió para Nueva York. Esa noche había dormido mal, extrañándolo más que de costumbre. Cuando se despertó tenía un mensaje de él, avisándole que había llegado y que le mandaba besos a sus dos Barbies hermosas, refiriéndose a ella y a su bebita. Sonrió. Con más ánimo empezó a prepararse para la visita de su amigo. Estaba que caminaba por las paredes. Cómo se lo diría? De golpe? Le mostraría la panza? Uf no. Que fuerte. Buscó una camisa amplia y se dejó la ropa suelta para que no fuera tan impactante. Apenas le dijera, le podría decir a Amanda y al resto del mundo sin problemas. Sentía que no podía hacerle eso de nuevo. La traición que había sentido por haberse enterado de su boda por los medios era algo que todavía ella no se perdonaba. Cómo reaccionaría? Se pondría triste? – se angustió. Oh por Dios, que no se lo tomara mal. No quería lastimarlo. Pero después de todo, había pasado un tiempo, y quizá él ya no sentía lo mismo por ella. Tal vez hubiera conocido a alguien. Caminando de un lado a otro, saltó al escuchar el timbre. Su amigo apenas entró no la miró, solamente la envolvió en sus brazos en un fuerte


abrazo de oso mientras le susurraba al oído. —Te extrañé, rubia. —Yo también, morocho. Estuvieron así por un rato, hasta que ella empezó a separarse. Se aclaró la garganta. —Tengo algo para contarte. – respiró mientras él dejaba su valija a un costado y la miraba curioso. —Me estás asustando. – dijo entre risas. —No me notas algo distinto? – dijo parándose a cierta distancia para que la apreciara con atención. El la miró frunciendo el ceño de arriba abajo y arriba otra vez. De repente con una media sonrisa asintió. —Te pusiste… – al ver que se llevaba las manos al pecho divertido imitando… lo interrumpió. —No! No me puse tetas… – puso los ojos en blanco. Entendía por qué se lo había imaginado. Su camisa estaba por reventar, pero era una consecuencia y no la causa. —Estoy embarazada, boludo. El se quedó congelado por un segundo con los ojos abiertos de par en par, hasta que pudo reaccionar. —En serio? – ella asintió, se paró de costado y se llevó una mano al vientre, pegándose la tela al cuerpo para que se le notara. —Es bastante reciente. Estoy de cuatro meses, por entrar al quinto, pero me enteré hace muy poquito. – dijo con una sonrisa dulce que emocionó a su amigo. —Felicitaciones, bonita. – la volvió a abrazar, pero esta vez con más cuidado, notó ella. —Gracias. – para variar, tenía algunas lágrimas en los ojos, a punto de salir. —Es una nena. —Qué bueno, rubiaa… – la tomó del rostro con las dos manos. —Vas a ser una mamá preciosa. Su sonrisa era radiante, y su alegría tan genuina que no pudo evitarlo, y sollozó. —Oh.. gracias… – secándose los ojos se rió de lo sensible que estaba. El también se rió, y tímidamente le preguntó. —Puedo? – señaló su barriga. Ella asintió. Con mucho cuidado, rozó su panza en un gesto de infinita ternura apoyó la palma separando los dedos para abarcar su pequeño, pero ya evidente embarazo. —Y como te sentís? Cómo te enteraste? Y así, entre risas y más lágrimas Vale le contó a su mejor amigo todo sobre las últimas semanas. Había sido como en las primeras épocas en donde eran solo amigos. Nada de temas tristes, nada de reproches, nada de amores no correspondidos. Solamente dos amigos charlando de la vida. Era como si todo hubiera ido cayendo a su lugar, y ahora todo era más sencillo. No se había dado cuenta de cómo lo extrañaba. Con él siempre había tenido una relación muy particular y códigos en común que no compartía con nadie más. El poder


tenerlo en ese momento tan particular por el que estaba pasando era maravilloso. El, también tenía noticias. Aunque le estaba yendo muy bien en Italia, ya se estaba hablando de su pase nuevamente. Varios clubes nacionales lo habían visto y se lo estaban disputando. Cosa que la hacía sentirse profundamente orgullosa y feliz por él. Si todo salía bien, para fin de año lo tenía de nuevo en Buenos Aires. Quiso dar saltos de la emoción. —Y las chicas? – le guiñó el ojo de manera cómplice. —Conociste alguna o algunas? El se rió antes de contestar. —Ehm… – se sentó incómodo. —Hay algo dando vueltas por ahí. —Contame yaaa! – gritó. —Perdón, son las hormonas.– agregó calmándose. —No te enojes. No te quería contar, para que no te enojaras. —Por qué me voy a enojar? – levantó una ceja. —La conozco? Apretó los labios en una fina línea. —Si. – se rascó la cabeza haciendo tiempo. —Coty me fue a buscar hace unos meses. —Coty? – se quedó de piedra. —No te lo puedo creer Mirco, después de todo lo que pasó. Haciendo un gesto de disculpa con las manos se explicó. —Fue a buscarme… estaba tan mal. Me partió al medio, rubia. – sus ojos grandes le decían tanto… ella le gustaba. —Me pidió disculpas mil veces por todo. Me dijo que lo que había hecho, era por celos. Siempre fue por lo que sentía…y… —Y qué? – escupió sin poder creerlo. —Que la entiendo, rubia. Sé lo que se siente. Auch. Golpe bajo, pensó. Tratando de controlarse, y suavizando el tono todo lo que pudo, le dijo. —Pero Mir, la mina es…– no la dejó terminar. —La mina es lo que es. Y yo… – buscó sus ojos. —Y nada, yo la quiero. Su mundo se detuvo. Intentó entender que le pasaba con esta nueva información. Por un lado, su amigo estaba saliendo con una de las personas que habían querido separarla de Jamie, y que le había hecho un daño inmenso del que tardó en recuperarse. Y por el otro… su amigo, quien estaba enamorado de ella, por el que había tenido sentimientos muy fuertes no hacía mucho…le estaba confesando que sentía cosas por otra mujer. Ella quería que fuera feliz, pero tenía demasiadas emociones encontradas. Era mucho para procesar. Lo único que sabía era que su amigo le importaba. Por eso no se aguantó. —Me preocupa que te lastime, Mir. El sonriendo con cariño, le contestó. —Yo también podría lastimarla a ella. Es así en todas las relaciones. No soy tonto, rubia. Sé donde me estoy metiendo. Pero esta vez vamos en serio. – se mordió el labio. —Hace un mes estamos viviendo juntos. Vale soltó el aire por la boca, indignada. —Y después decís que soy yo la que no te cuenta las cosas?


—No te podía decir! La odias! – buscó su mano y la sujetó. —No te enojes, Vale. No podía enojarse con él. No estaba de acuerdo, y odiaba la idea de imaginárselos juntos, pero tuvo que reservarse su opinión y dejar las cosas pasar por el bien de la felicidad de Mirco. Apenas habían tenido tiempo para nada más que ponerse al día con todo lo que tenían para contarse. Se había quedado impresionada al ver fotos de su casa en Europa. La cantidad de dinero que le estaban pagando era una locura. Ahora manejaba un auto deportivo, parecido al de ella, y tenía a toda su familia de Argentina viviendo con los mejores lujos. Había podido conocer a los jugadores estrellas de los que siempre hablaba, y antes de estar de nuevo con Coty, había conocido algunas italianas más que interesantes. Ella, por su parte, le mostró las producciones de fotos que había hecho para la agencia de Walter, y le contó de su nuevo amigo Mateo. También le contó de todas sus idas y vueltas con Jamie, y su reacción por el embarazo. Como siempre, su protector amigo se había puesto de todos colores al enterarse la desafortunada cantidad de cosas que su esposo le había dicho por teléfono aquella vez. Pero como todo buen amigo, se había callado. Era increíble. Sólo habían pasado un par de meses, pero parecía una vida. Capítulo 32 Al día siguiente, después de hablar por teléfono con su amor, se puso a estudiar. Esa semana tenía todos los finales y tenía que aprobarlos. Por suerte pasados unos días, estaría de vacaciones, para poder disfrutar de la visita de su amigo. Amanda la llamó a media mañana para quedar con ella en unos días, cosa que la puso nerviosa. Cómo se tomaría la noticia de su embarazo? Obviamente ya no podía hacer las fotos sexys que la editora había planeado. Sonrió. No podía hacer nada sexy. Cada día estaba más redonda. Mirco, estaba pendiente de sus necesidades. Estaba casi segura de que se comunicaba con su esposo en secreto, para saber como se sentía y si se alimentaba bien. Se preocupaban por ella, y hubiera sido desagradecido no valorarlo. Estaba aliviada al saber que Jamie ya estaba mejor del estómago, aunque la ponía un poco triste pensar que para sentirse bien tuviera que poner tanta distancia entre ellos. Pero quería lo mejor para él. Y no estaba listo para tanto todavía. Después se le vendría toda la paternidad de golpe. Cerca de las 6 de la tarde, Mirco, cansado de verla estudiar tanto le sugirió. —Vamos, rubia. Salgamos a correr un poquito. Hagamos algo, te va a hacer mal estar tan encerrada. —Pero es que si no estudio me va a ir mal y no quiero que… – el le tapó la boca. —Ya te sabés el libro entero. Te ví repetir todo 3 veces. Nos vamos. La fue empujando hasta la habitación para que se cambiara, y en 15 minutos salieron a trotar por Puerto Madero.


El viento estaba fresco, pero no hacía frío. El sol estaba empezando a esconderse, y las luces del puerto iluminaban todo. Era una postal preciosa y al instante se alegró de haberle hecho caso a su amigo. Habían emprendido la vuelta, cuando una horda de paparazzis los atacaron. Por poco se les tiraron encima sacándoles fotos por todos los rincones. Mirco la sujetó cubriéndola por completo con su cuerpo para evitar que le hicieran daño a ella o al bebé y a manotazos, la ayudó a llegar al departamento. Todavía dentro del edificio se escuchaban los gritos. —Dónde está Jamie? Volviste con Mirco García? García, dónde está la modelo con la que salías? Van a volver? Vale, te estás divorciando? Jamie te engañó? Fue con Riley? Es cierto que está de fiesta en Estados Unidos con una modelo de la productora? Maldijo. Fue la primera vez que le hubiera gustado tener un guardaespaldas como le había sugerido su esposo. Quería echarlos a todos con una manguera de agua fría. Quiso llamar a Jamie apenas llegó para contarle lo ocurrido, pero no se pudo comunicar. Saltaba directamente el contestador. Seguramente estaba en alguna reunión. Su otro amigo, al ver los primeros titulares en los programas de chimentos, fue a visitarla con una de las revistas en la mano al otro día. —Mirá que mona que saliste. – le dijo dejándole la página en donde salía trotando con Mirco. Este, que acababa de levantase, fue a presentarse apretando la mano de Mateo. Por como se miraron y las pocas palabras que intercambiaron pudo darse cuenta de que iban a llevarse bien. Se quedó mirando la foto y al pie ponía: La esposa del modelo, estaría embarazada de 3 meses. Casi se enferma al leer que ante la aparición de “García”, no podían estar seguros de quien era el papá de ese bebé, ya que Jamie se había ausentado mucho este último tiempo. Malditos, pensó. No quería que la afectaran esos chismes, pero se estaban metiendo con su bebita, y eso la enfureció. —No les des bola, seguro mañana sale alguna tarada mostrando el culo y se olvidan de todo. – dijo Mateo mientras se acomodaba en un sillón. Ella lo miró con cara de pocos amigos. —Hey, hablando de taradas… necesito que invites a tu amiga a otra fiesta. – le sonrió mostrando los dientes. Muy a su pesar tuvo que reírse. —No va a ir. No te banca. En serio, cortala. Además no le digas tarada nada más que porque no te da bola. —Flor? – quiso saber Mirco. —Ana. – aclaró Mateo. El otro asintió comprendiendo. —No es tu tipo de mina, dejala en paz. – dijo enojada. —Y qué sabes si no es mi tipo de mina? – se rió. —Vos porque siempre la viste


vestida… no sabés.. – lo interrumpió al ver que hacía gestos señalándose el pecho y otras partes de su anatomía. —Ey! – dijo. Mirco se rió y levantó las cejas impresionado. —Si? Mirá vos Ana… se nota que tiene lindo cuerpo… – opinó. —No sabés además lo que es… – los dos parecían divertidos entendiéndose mientras hablaban de su amiga, y eso le molestó. No le gustaba lo que decían. Ana era mucho más que eso. —No sean boludos, dejen de hablar así. – dijo enojada. —Anabel es mi amiga, se desubican. Mateo le hizo burla poniendo los ojos en blanco y remedando su forma de hablar mientras Mirco se doblaba de la risa. Qué dos personajes había juntado… Esa noche, efectivamente, partieron todos a una fiesta. Flor y Nico no habían querido ir. Ahora resulta que preferían quedarse en casa mirando una peli. Los desconocía. Así que ella, Mateo y Mirco partieron para lo de Chelo. Ahí se encontraron con Anabel, que para sorpresa de todos, estaba acompañada. Era uno de los modelos del calendario. No el rubio, otro. Ella se acordaba de su cara. El chico parecía estar cómodo con ella, y le apoyaba la mano en la cintura de manera íntima. Era evidente que algo había pasado entre ellos, y al ver el gesto de decepción de su amigo, se sintió fatal. Trató toda la noche de hacerlo olvidar, y junto con Mirco se habían reído, habían charlado y bailado hasta cansarse. Pero él cada tanto buscaba a Ana con la mirada. Cerca de las 3, lo perdieron de vista. Seguramente se había ido con alguna chica. Así que ellos aprovecharon y bailaron como hacía mucho no hacían. Estaba pasándola genial. Había notado que algunas chicas lo miraban, pero él ni caso. Parecía que lo suyo con Coty iba en serio después de todo. Ella como siempre, empezaba a dormirse parada así que les hizo señas de que se iba. —Mir, yo me voy. Pero quédate si querés. Por ahí seguro anda Mateo. —No, rubia, estoy reventado. Vamos. Se encaminaron a la salida y se quedaron mudos al ver que su amiga Anabel, salía de la habitación de Chelo con Mateo. Este parecía más alegre que horas antes y estaba despeinado de manera cómica. No había señales del otro chico con el que había ido su compañera. Ya no entendía nada. Entre risas, Mirco la llevó a casa en donde apenas apoyaron la cabeza en la almohada se quedaron dormidos. Al despertarse notó que tenía más de 10 llamadas perdidas de Jamie y se asustó. Un mensaje de voz le decía que no la había podido entender porque estaba en reunión y que apenas pudiera que lo llamara. Marcó su número, y se dio de nuevo con el contestador. Mierda. Sin dudarlo le dejó un


mensaje diciendo lo mismo que le había dicho ella. Odiaba las distancias. Pasaron unos días y ella apenas había podido cruzar dos palabras con Jamie, y más que nada por mensajes. Estaba extrañándolo con locura. Y para colmo de males, ya había empezado a rendir. No podía quejarse, la verdad es que los resultados eran buenos, pero la felicidad no era completa sin su esposo. El día de juntase con Amanda llegó y entendiendo su situación de ser asediada por miles de fotógrafos, accedió a reunirse en su casa. No hizo falta que le diera la noticia, porque ya estaba en todas partes, pero de todas maneras trato de explicarle lo mejor que pudo la situación. —Esto obviamente fue una sorpresa. En ningún momento quise ser poco profesional y sé que nosotras teníamos un compromiso, de palabra, pero compromiso al fin. Y entiendo si no querés hacer las fotos… Amanda la miró como si le hubieran salido dos cabezas. —Por qué no voy a querer hacer las fotos? Estás loca? Ahora más que nunca las quiero. Eso si. – se acomodó en la silla y con una mirada enigmática y una sonrisa fría le dijo. —No me interesa Mateo. Las fotos tienen que ser con Jamie. Los dos juntos y esa pancita hermosa. – la señaló. —A Mateo le vamos a dar una producción para él solo. Ella se sorprendió por la propuesta, pero no pudo mentirle, le encantó. Le parecía tierna y emotiva. Casi tuvo que contenerse de llorar. Amanda no solía sentirse cómoda con ese tipo de demostraciones y emociones. —Bueno, él tendría que aceptar también y no me quiero adelantar. – dijo Vale. —Pero me gusta la idea. Sonrió. Amanda se fue conforme con la charla que habían tenido y ella quiso comentárselo a Jamie, pero para variar, no lo encontró. Los días siguieron pasando, y por fin rendía la última. Caminaba por las nubes. Tantos nervios había pasado, que ahora que podía relajarse, se sentía rara. Mirco y Mateo que últimamente se llevaban como mejores amigos la habían invitado a comer, y entre los 3 no pararon de reírse. Su amiga Anabel no le había hecho ningún comentario de lo ocurrido la otra noche, y sabiendo que si le preguntaba, tampoco le contaría, lo dejó pasar. Aunque imaginó que las cosas iban bien, de solo ver a su amigo de tan buen humor. Y así, con cara de póker, una vez volvieron todos al departamento, ella también pasó a saludar y festejar que ya habían terminado de rendir. Flor y Nico habían ido después de cenar, a visitarla y habían llevado helado. Mientras todos hablaban y se ponían de acuerdo por cual película querían ver, ella se acomodó en un sillón a comer helado. Su favorito, banana Split. Mmm… De repente, mientras todos discutían ella pegó un grito. Todos la miraron al tiempo que ella se llevaba una de sus manos a la panza. —Se movió! – gritó. Volvió a tocarse, y solo sentía una cosquillita. Todos habían querido sentirla, y se


turnaban para palparle la barriga, pero nada. La primera patadita Había leído no hace mucho que era común sentir que el bebé se movía después de comer algo dulce. Y por más que se atoró de azucares, esa noche no volvió a sentirla. Era increíble. Todo se volvía tan real. Estaba ahí. Su pequeñita se movía dentro suyo. Nunca más estaría sola. Una cálida emoción crecía en su pecho, haciéndola sentir amor. Infinito amor. Se sentía fuerte, y a la vez se moría de miedo. Era tan difícil de explicar. Sus amigos la acompañaban en ese momento, pero no podía evitar que su alma se desgarrara por no haber podido compartirlo con Jamie. Cuando más tarde todos se fueron, ella intentó llamarlo, pero nada. Hasta parecía que la estuviera evitando. Pero, qué le pasaba? Algo estaba muy mal. Con una angustia en el pecho que no supo explicar, se fue a dormir. Capítulo 33 Al día siguiente, cuando se sentó a desayunar se sentía mejor. Era el primer día de las vacaciones de julio, y se sentía genial. Se preparó un té y mientras chequeaba en el celular si tenía mensajes de su amor, desayunó en paz. Su amigo estaba despierto desde antes, y desayunaba a su lado en silencio. Por ahí le pareció que la miraba y después se hacía el distraído. Encogiéndose de hombros, se estiró para buscar el control remoto del televisor, pero él la frenó quitándoselo. —Qué te pasa? – dijo extrañada. —No la prendas, porfa. – parecía nervioso. Con más razón aun prendió el televisor. Seguramente habían iniciado algún nuevo rumor sobre ella después de haber salido con su amigo a una fiesta, pero no le importó. Por más infame que fuera la mentira que ahora se habían inventado, quería enterarse. Fue directa a uno de los canales en donde a esa hora había un magazine de espectáculos y mientras veía como su amigo suspiraba resignado, esperó a ver su foto, la de su panza, y un montón de otras cosas con las que les alcanzaba para inventarse miles de historias. Pero no. No era ella la que aparecía en todos los medios. Era una foto, tomada con una cámara de celular a juzgar por su baja calidad y desenfoque. Aun así se distinguía perfectamente a su esposo, en un boliche, mordiéndose el labio con una sonrisa, mientras una rubia altísima lo sujetaba por el cuello. —Me estás jodiendo… – dijo ella por lo bajo. El presentador de la noticia comentaba: “El modelo se divierte en Nueva York, acompañado de Katy Harris, una colega con la que él trabajó hace un par de años y con la que se sabe tuvo un corto romance. Se los vio divertidos entre amigos esa noche, y en varias oportunidades esta semana. En esta otra foto se los ve cenando solos, y en esta otra los vemos entrar a un auto y después llegar a un hotel. No sabemos que pensará de esto su esposa, pero también se la estuvo viendo bien acompañada.”


A continuación una seguidilla de imágenes de ella con gafas de sol oscuras, caminando al lado de Mirco, o bailando en la fiesta con Mateo. —Me estás jodiendooo… – repetía ella sin sentido. —Lo mejor es que yo siempre soy testigo de estos momentos de mierda. – se tapó la cara. —Lo voy a matar. – decía ella entre dientes. —No te apures a sacar conclusiones. – le sonrió su amigo dándole apoyo. Sin pensarlo marcó el número de Jamie y esperó. Nada. El contestador. Suspiró. No le quedaba otra que dejarle un mensaje. “—Acabo de ver las noticias. Quién es esa mina, Jamie? Por qué no me atendes nunca el teléfono? – se tragó el llanto, que le apretaba la garganta. —Para que veas que estoy confiando en vos, y espero una respuesta de tu parte, llamame apenas puedas. Te amo.” – Y cortó. —Ya sabés como son estas cosas, rubia. A vos misma te pasan. Por ahí, el pibe se reencontró con una amiga, así como nosotros dos, y salió a divertirse nada más. – quiso restarle importancia, pero lo conocía y sabía que su amigo estaba igual o más enojado que ella. Tenía la mandíbula apretada y hacía un esfuerzo sobrehumano para sonreír. Ella asintió devolviéndole la sonrisa y se encerró en su habitación. No tenía ganas de pensar en nada hasta que no pudiera hablar con Jamie. Y lo que menos quería era, escuchar algún nuevo chimento. Desconectó el teléfono fijo, porque desde que había salido esa nefasta nota no paraba de sonar. Sólo dejó su celular en la mesa de luz a la espera de un solo llamado. ---Mirco se había quedado solo en la sala sin saber que hacer. Vale tenía cara de explotar en cualquier momento, y en su estado no era para nada bueno. Suspiró. Tenía sin dudas una puntería increíble para ir a visitarla. Llevado por un impulso tomó su teléfono y llamó al esposo de su amiga. Antes de irse habían acordado llamarse en caso de que fuera necesario. Y en este momento, lo era. El atendió a los dos tonos. —Jamie? – dijo sorprendido. —Está todo bien? – preguntó. Su voz sonaba algo rara, pero no prestó atención. —Vale hace días quiere hablar con vos. – frunció el ceño. Por qué no la atendía? —Si, yo intenté llamarla y nunca coincidimos. – dijo rápido. —Bueno, está acá conmigo. Dame un segundo le golpeo la puerta del cuarto y te paso con ella. —No, no, no. – dijo apurado. —Estoy por entrar a una reunión. Yo la llamo cuando salga. —A mi no me jodes. Qué te pasa? – soltó un insulto. —La estás evitando? Qué hacés? Esta embarazada y vos de joda con una mina? Estaba dejando afuera todo lo que no podía decir con su amiga presente. Tenía que controlarse si quería respuestas, porque al paso que iba, en cualquier momento empezaría a descontrolarse y el modelito cortaría. —No es así, Mirco. – soltó el aire con fuerza. —Es todo demasiado complicado.


—Yo lo único que sé es que cuando vuelvas, te voy a estar esperando. Y si las cosas son como me las imagino… te juro que te voy a romper el culo a patadas. – escupió enojado. —Te lo juro. Sin siquiera contestar, cortó. ---Esa noche el teléfono de Vale sonó. Tenía un mensaje de Jamie que decía que había llamado y no se había podido comunicar. Le preguntaba como estaba y si necesitaba algo. Sonaba como un trámite. Como si comunicarse con ella fuera un compromiso, una obligación. Y además de dolerle, le molestó. Acá estaba ella, embarazada… preocupada y siendo atacada por periodistas que decían las cosas más horribles de su marido, y éste no le atendía el teléfono. No quería hablar con ella, le había quedado claro por fin. Algo le pasaba que no quería hablar. Sabía que estaba pasando por un mal momento, y que ahora más que nunca necesitaba tener la cabeza despejada, porque cuando estaba en Buenos Aires los nervios lo enfermaban. Literalmente. Pero de ahí a desligarse de ella, había una diferencia. No quería desconfiar de él, pero cada vez le costaba más. Había aparecido en los medios una nueva foto en donde se lo veía en un evento, muy bien vestido, hablando con esa Katy casi en el oído. Ella no se merecía eso. Por más que no estuviera saliendo con la modelo, tenía que pensar en que ella vería las fotos. Su mujer embarazada y sensible, tarde o temprano las vería. Por qué no la cuidaba? Por qué la hacía pasar por eso con los medios? Las lágrimas le mojaban las mejillas mientras intentaba dormir. Su amigo, que la conocía casi de memoria, se acercó a ella y la envolvió en un abrazo hasta que por fin pudo descansar. Cuando se despertó se sorprendió al ver una llamada de Jamie en su celular. Era raro porque últimamente le dejaba solo mensajes. Se fijó la hora y frunció el ceño. Sería urgente? Sin dudarlo y preocupada marcó su número. No le daba el contestador, y eso hizo que sus manos temblaran. Por fin hablaría con él. Lo atendió con voz ronca. —Hola? – estaba durmiendo. —Jamie, hace mucho que te estoy tratando de ubicar. —Vale, hola. – se aclaró la garganta. A ella el pulso se le había disparado. “Vale”? Desde cuando la llamaba así? —Estás bien? Te escucho raro. – tuvo que sentarse porque sentía flojas sus rodillas. Algo le decía que algo andaba mal. Muy mal. —Estaba durmiendo, perdón. Vos estás bien? —Si, bah. Qué son todas esas fotos? Quién es esa chica? – dijo con un hilo de voz. —Qué fotos? Estoy viendo a unos amigos que hace años no veía y salimos un par de veces. – el sonido de algo cayendo al suelo la hizo saltar. —Mierda.


Del fondo se escuchó una segunda voz. —What was that? – era una mujer, con la voz tan ronca como la de su esposo. Todo empezó a darle vueltas y se sintió enferma. Sentía la cabeza liviana. —Quién es esa, Jamie? – no pudo contener más el llanto. —Es verdad? Me estás engañando? —No, Vale. No es así. – parecía molesto. —Es una amiga, se quedó porque vive lejos. Viste como es esto… – soltó una risa. Al fondo alguien reía con él. —Estas borracho? Más risas. Otro golpe, más gente gritando y aplaudiendo y la comunicación se cortó. La ira empezaba a apoderarse de ella, pero entonces se dio cuenta que cuanto más se enojaba, más se le endurecía la panza. Tomó aire por la nariz. Tenía que pensar en su hija. No iba a enojarse. Era la primera vez en su vida, que no iba a hacer nada impulsivo. Iba a esperar que él se comunicara de nuevo, y le explicara mejor. Cualquiera podía emborracharse de vez en cuando. Y más cuando eran amigos que hacía mucho que no veía. No pretendía que no se divirtiera, eso no. Pero ella pensó que era un viaje de negocios, y que apenas terminara su trabajo volvería para estar con ella, porque supuestamente eso era lo que él más quería. El mismo había dicho que no se quería separar en los meses que quedaban de embarazo. Decidió ignorar todo el asunto y concentrarse en cosas mejores. Cuando la guardia periodística los dejó salir del edificio, se dirigieron en su auto a la casa de la familia de Mirco. Era gente muy amable, y la trataron como una reina. Comieron hasta hartarse. La madre de su amigo, cocinaba unos canelones de verduras tan buenos, que había tenido que frenarse ella misma después del segundo plato. Todos estaban encantados con el éxito del jugador, y se pasaron el día mostrándole fotos de cuando era más pequeño y jugaba en el club del barrio. Estaban tan orgullosos y lo miraban con tanto cariño que habían hecho que se emocionara en repetidas ocasiones. —Está un poquito sensible con el embarazo. – explicó él mientras ella sollozaba tras un pañuelo. Su madre la miró enternecida. —Es una época hermosa, aprovechala. Los bebés son tan hermosos. – miró a su hijo con gesto acusador. —A ver cuando me haces abuela y dejas de salir con cuanta chica se te cruza que ya me estoy haciendo vieja. Todos rieron. Y su amigo, se levantó para abrazar a la mujer con cariño. —No te estas haciendo vieja, estás cada día más hermosa. – la besó en la mejilla y agregó. — Cuando encuentre una madre para mis hijos, vas a ser abuela. La mujer resopló. El corazón de Vale se encogió. Iba a ser un padre maravilloso. Era siempre tan cariñoso, cálido y protector. Además le encantaban los chicos. Siempre hablaban de cómo quería tener muchos. Sin dudas cuidaría a su esposa, y sabría darle amor… Más lágrimas.


Al verla otra vez llorando, todos sonrieron y su amigo corrió a abrazarla a ella también. Capítulo 34 Había dejado pasar un tiempo, pero Jamie no la llamaba para hablar. Había dejado mensajes todos los días, y había preguntado por medio de Mirco, como estaba. Mientras tanto, seguían salido a la luz algunas fotos más en donde se lo veía salir de boliches en estados deplorables. Lo habían perseguido con cámaras, y él tambaleándose se subía a autos con amigos y amigas. No se le había pasado el detalle de que esa Katy estaba siempre a su lado. Estaba evitando las notas, y la estaba evitando a ella también. Su paciencia había llegado a un límite. Una mañana, ofuscada por la persecución de los fotógrafos, a los que había estado a punto de atropellar accidentalmente en su cochera, bajó del auto dándole un portazo. Había salido a hacer unas compras, y a despejar su mente aunque no la habían dejado. Para colmo de males los gritos de quienes la perseguían, la estaba mareando, y sentía nauseas. —Valentina, viste las últimas fotos de Jamie? Se lo ve desayunando con la modelo Katy Harris. Ustedes están separados? Ella no las había visto. De hecho, había hecho un esfuerzo para no enterarse de nada más hasta su regreso, para no disgustarse. Y por momentos lograba pensar en otras cosas, pero ahora estaba que echaba fuego. Miró al periodista con mucha bronca y le respondió. Cosa que no había hecho nunca. —Preguntale a él si está saliendo con ella. Y si es que a vos te atiente el teléfono, mandale saludos de mi parte. – tras una sonrisa irónica entró al edificio entre un mar de flashes y preguntas a raíz de lo que acababa de decir. Había sido un impulso, y sabía que no era conveniente hacer ese tipo de comentarios porque ahora se tejerían todo tipo de especulaciones alrededor de aquella frase, pero estaba saturada. Esa tarde, mientras veía tele con su amigo, pasaron la nota. Estaba con esa cara de enojada? Había usado ese tono? Oh por Dios. Esto le iba a traer problemas. Inclinó la cabeza y mientras escuchaba lo que el notero tenía para decir le preguntó a Mirco. —Estoy así de gorda? Su amigo se rió. —No te puede preocupar eso ahora. Pero no. – se acercó a ella y la dio vuelta para quedar frente al espejo de la sala. —Estás más bonita que nunca. Ella le sonrió y le dio un beso en la mejilla. —Gracias por estar siempre, morocho. El le devolvió la sonrisa. En ese momento su celular empezó a sonar. Jamie. No lo podía creer. Sin perder tiempo atendió. —Jamie! – dijo casi sin poder creer que se trataba de él.


—Por qué mierda hablaste con un periodista? No tenés derecho a ventilar nuestra vida privada. – estaba furioso. —Derecho? De qué me hablas? Vos estás haciendo cosas peores, y acá me ves. Todavía hasta ahora esperando a que me llamaras para explicarme que había pasado. Cuándo volves? Necesitamos hablar. —No sé cuando vuelvo, pero la verdad es que no me están dando ganas. – soltó un insulto. —No me paró de sonar en todo el día el teléfono, por tu culpa. —Mi culpa? Qué te pensas que a mi me dejan tranquila? Todo el día tengo que soportar que me persigan para contarme que mi esposo me es infiel. No podía creer, lo desconocía. —Valentina. – la frenó él, como regañándola. —Me fui buscando paz y tranquilidad. —Pero qué mierda te pasa? – dijo quebrándose. El no era así. Por qué de repente era tan frío y egoísta? Como si apropósito quisiera enojarla o lastimarla. Estaba a punto de contestarle cuando escuchó que alguien le hablaba. —Jamie, are you coming? – alguien lo llamaba entre risas. Ella. —Valentina, me tengo que ir. Ahora no puedo hablar. Y eso fue demasiado. Mucho más de lo que podía tolerar. Estaban hablando después de días. Días de lo más complicados. Su confianza y paciencia habían llegado al límite. Cortó el teléfono sin despedirse y agarrándose de su amigo para no caerse le dijo. —Mir, nos vamos. Ayudame a guardar mis cosas. Cerca de las 9 de la noche, estaban tocándole el timbre a su amigo Mateo. Este al verle la cara, y reconocer en Mirco un gesto de “no preguntes”, no dijo nada y los hizo pasar. Comieron viendo una película y después ella se fue directo a dormir. Sus dos amigos se habían quedado en la sala charlando de lo que había pasado. ---—No entiendo. Vos tendrías que haber visto lo bien que estaban… él la adora. – dijo Mateo. —Lo ví. No se cuanto te contó Vale de nuestra historia, pero te puedo asegurar que sé de lo que me estás hablando. – suspiró al recordar otras épocas. —No sé que le pasa a este pibe, pero me dan ganas de matarlo. Mateo asintió. —Yo la conozco desde hace poquito, pero ella sabe cosas de mí que no le conté a nadie. Es divina la flaca. No me gusta verla así. – torció el gesto. —Y más estando embarazada. Me parte al medio. —Me dijo que no le contáramos nada a Nico, ni a Flor. – lo miró sonriendo. —Así que tené cuidado lo que le decís a Ana… Son todos muy amigos. El modelo se rió. —Está preocupada por Vale también. Creo que deberíamos cuidarla de los periodistas… no tiene que salir más en la tele. – tensó la mandíbula. —Y cuando vuelva Jamie, lo agarramos entre los dos. Se rieron.


—Yo ya me agarré a las trompadas con él una vez, no parece, pero tiene aguante. – dijo Mirco. —Hace rato que tengo ganas de hacerle comer los dientes. Me amenazó pensando que me quería hacer el vivo con Vale… – resopló. —Mirá que caradura… Y así, entre risas siguieron hablando hasta que se hizo tarde. ---Al otro día Vale seguía con la mirada perdida mirando por la ventana. Era un día precioso. El sol brillaba y aunque estaban en invierno ese día la temperatura era agradable. Había ignorado llamadas de su familia, de sus amigas, hasta de Franco, que seguramente después de la nota del día anterior querían hablar con ella para saber que había ocurrido. Mateo y Mirco la miraban preocupados. No lloraba, no insultaba, no se desesperaba. No estaba haciendo nada. Solo admiraba la belleza de ese día desde la ventana del departamento del modelo que daba a uno de los parques más grandes llenos de verde y gente paseando perros o haciendo ejercicio. Era extraño, pero estaba tranquila. Se llevó la mano al vientre y sintió una patadita. Sonrió. No podía darse el lujo de ponerse mal, no lo valía. Su percepción de las cosas empezaba a cambiar. Y sus prioridades también. Ya habría tiempo para lamentarse después. **** Era la siesta y él seguía acostado. Qué había pasado? Ah si. Había tomado hasta casi perder la conciencia y uno de sus amigos lo habían llevado cargando a su departamento. Su cabeza daba miles de vueltas y se sentía una mierda. Sonrió amargamente. Lo era. Cómo había llegado a esto? Por miedo. Simplemente eso. Un día estaba en una reunión, ahí en Nueva York y literalmente comenzó a faltarle el aire. Corrió hasta la calle y se sentó en un parque a pensar. En un par de meses sería padre, y ni siquiera podía hacerse cargo de su persona. Cómo podría hacerse cargo de alguien más? Vale no se merecía algo así. No. Ella sería una madre excelente. Ya lo era. Ahora todas las noches tenía pesadillas, y la voz de su madre diciéndole en su adolescencia que se cuidara porque los hijos venían a cambiarle la vida a uno para siempre y lo complicaban todo , resonaba una y otra vez. Sus últimos días en Buenos Aires habían sido una muestra de eso. Nada era como antes, y una sensación de terror lo abrumaba. Tenía tanto miedo de decepcionar a su esposa que casi prefería quedarse a vivir en Estados Unidos y no estar a su lado para arruinarlo todo. Siempre arruinaba todo. Ella no le perdonaría nunca el no ser capaz de ser un buen padre, de fallarle en algo tan importante.


El se moriría antes de ver decepción en sus ojos. Cualquier otra emoción, podría soportarla, pero no decepción. Perdido en sus pensamientos, no notó como alguien lo llamaba desde la cuadra de enfrente. Cuando miró, era su amiga Katy. Habían trabajado juntos años antes, y habían tenido una corta y casi insignificante… relación. La verdad era que ella prefería estar con mujeres, y aunque siempre se divertía a su lado, tenía una forma de vivir que mucho él no compartía. Estuvieron un rato poniéndose al día, hasta que ella lo invitó a una fiesta. Ya sabía lo que eso significaba. Alcohol, descontrol y probablemente drogas. El ya había vivido todo eso, y no quería volver a experimentarlo. Pero ella, insistente como siempre había sido, y aprovechándose de que lo veía decaído, le dijo que era exactamente lo que le hacía falta para relajarse. Suspirando, tuvo que reconocer que un poco de distracción no le vendría mal… De eso a estar 3 días sin dormir, metidos en una rave, bajo los efectos de alguna que otra sustancia, con un grupo enorme de gente que acababa de conocer y ya se hacían llamar sus amigos, habían sido semanas. Cuando quiso darse cuenta de la situación en la que se encontraba, ya era tarde. Y sentía vergüenza. Lo carcomía por dentro. Había estado años para escapar a esa vida, y ahora se veía nuevamente inmerso en toda esa mierda. No se soportaba. Se tenía…asco. Tenía moretones, que no recordaba haberse hecho, se había gastado miles de dólares en una sola noche, y apestaba. El día anterior Vale le había preguntado por una mujer. Katy, seguramente. Pensaba que él la había engañado. Pero en cierta forma, lo que había hecho era mucho peor. No la había traicionado con ninguna mujer, simplemente porque no se sentía atraído por nadie que no fuera ella, y porque nunca, ni en ese estado hubiera sido capaz de hacerlo. Pero era un hipócrita. Lo que estaba haciendo también era traicionero, y horrible. Casi prefería que ella pensara que se trataba de una infidelidad. Cerró los ojos con fuerza. Se sentía tan débil. Cómo había caído otra vez en lo mismo? Su mujer era lo mejor que le había pasado en la vida, y no podía hacerle esto. No la merecía. Y su hija? Esa bebita que no tenía nada que ver con sus problemas. Un angelito que merecía todo el amor del mundo. Merecía un padre que pudiera contar con ella. No esta basura que ahora estaba mareado tras una noche de juerga, mintiéndole a su esposa. **** Capítulo 35 Ese día se había levantado sobresaltada. Había tenido pesadillas espantosas. Tratando de tranquilizarse se llevó una mano al pecho y respiró. Toda la noche había


soñado que algo le pasaba a Jamie. No podía explicarlo, pero era como una angustia en el pecho de saber que algo no andaba bien. Miró su celular y tenía una llamada perdida de Franco. Eso de alguna manera la asustó más. Qué había pasado? Rápidamente marcó su número y esperó. —Vale? – dijo su suegro. —Franco, cómo estas? Recién me despierto, perdón. —Esta bien, nena. Es temprano todavía. Quería preguntarte si Jamie se había comunicado con vos ayer. Ella dudó. No, no convenía que supiera nada. Y si se tenía que enterar, no iba a ser por ella. Así que optó por callar. —No. No sé nada. Pasó algo? – no podía ocultar la alarma en su voz. —Nada grave. Es más. – rió. —Todo lo contrario. Me llamaron de la empresa. Jamie tiene la mayoría de las acciones y desde allá ya está en movimiento una estrategia para que no se liquide la empresa. —Qué? – era temprano, estaba dormida y no entendía. —No sé como hizo, pero le compró las acciones a Elizabeth. Por fin se termina todo y va a volver a Argentina para que todos volvamos a la normalidad. Rió contento. —Pronto lo vas a tener de nuevo en casa! —Qué bueno! – fingió ella. Mierda, iba a tener que aprender a mentir mejor que eso. —Siempre supe que iba a solucionar todo. Siendo incapaz de seguir mintiendo a su suegro se inventó una excusa para cortar rápidamente y se quedó mirando el techo. Jamie volvía. Eso era lo único que había escuchado. Su celular volvió a sonar y el corazón se le subió a la boca. Pero cuando iba a atender, vio que quien la llamaba era su suegra. La mismísima Elizabeth. Qué quería esta mujer ahora? —Valentina? – dijo seria. —Elizabeth, como le va. – cuanto antes se la sacara de encima, mejor. —Ya estarás al tanto de todo, pero por las dudas cumplo con comunicarte que James cobró la herencia de su abuelo, me compró las acciones, y después me cedió más de la mitad de las propiedades. – soltó el aire. —La verdad no es de eso de lo que te quiero hablar. Sonaba angustiada. —Qué pasa? —Hace unos días viajé para firmarle todos los papales y… no me gustó lo que vi. – se aclaró la garganta. —No sé cuanto te contó de su pasado, pero me tiene muy asustada que vuelva a viejos hábitos. Viejos hábitos? Salir con mujeres? A eso se refería? Y a ella qué podría venirle mejor? Por qué estaba asustada? —No sé de que está hablando. Va a tener que ser más clara. —Cuando era muy joven atravesó un periodo complicado cuando me separé de su


padre. Malas juntas, alcohol… – dudó antes de decir lo último. —Drogas… Fue como si alguien le hubiera vaciado un balde de agua helada en la cabeza. —El nunca me dijo nada de todo esto. – sonaba exactamente como se sentía. —No. No está muy orgulloso de su pasado. No me sorprende. – respiró profundo antes de seguir. — Fueron meses de terapia, meses… Siempre me culpé por eso. El no lo sabe. Tengo miedo que todo este tema de la empresa lo haya llevado otra vez al límite. Me siento tan mal, Valentina. Nunca había escuchado a su suegra así. Por lo que le decía, no estaba enterada del embarazo. Se estaba culpando por la crisis de Jamie. No tenía ni idea. —No sabe nada, Elizabeth? No ve las noticias, no lee las revistas? —Hace años que no lo hago. No me interesan los chimentos de Argentina. Para nada. Más de la mitad de las cosas que se dicen, son puras mentiras. Si me preocuparía de que mi circulo de amistades se enteraran de esto. Pero no soy tan cínica, querida. Primero siempre estuvo la salud de mi hijo. Ahora entendía porque sentía que algo andaba mal. Su esposo la necesitaba. Y tendría que hacer hasta lo inimaginable. Tendría que confiar en su suegra. Tomando aire, se decidió a contarle la verdad. —No es por usted que está como está. Es por mí, Elizabeth. Estoy embarazada. —Embarazada? – dijo sorprendida. —Si, y fue una sorpresa para los dos. El se estaba volviendo loco de preocupación cuando surgió este último viaje y yo lo alenté a que fuera. Está asustado… yo también lo estoy. – se quebró. —Recién nos estábamos empezando a …conocer… y… —Voy a ser abuela? – pudo notar en su tono de voz, que la mujer sonreía. —Si. Es una nena. – automáticamente se llevó una mano a la panza. —Estoy de casi 5 meses. —Por favor Valentina, no lo dejes. Te necesita. Hubo un silencio. Cuando fue a responder, la garganta apretada y el nudo de emociones que sentía apenas la dejó hablar. —No. Nunca lo voy a dejar. —El te adora. – dijo su suegra igual de afectada. —Si hay alguien que lo puede ayudar, sos vos. Consiente de lo que tenía que hacer, se despidió de la mujer y empezó, otra vez, a hacer sus valijas. Más tarde cuando sus amigos la vieron lista para irse, ella les explicó que volvía a su casa. Necesitaba estar con Jamie. Mirco había protestado, y la había querido convencer de que ella no merecía pasar por todo lo que su esposo le estaba haciendo. Pero él no sabía la verdad. Y no se la diría a nadie. La necesitaba. Mateo la miró sabiendo que había algo más detrás de su decisión y mientras la abrazaba le dijo al oído. —A cualquier hora, en cualquier momento que quieras, me llamás y te busco. Ok? – la


miró serio. —Ok? Ella asintió y se despidió de ellos con lágrimas en los ojos. Mirco se iba a quedar con Mateo hasta ese viernes cuando partía para Italia. Necesitaba estar sola con su esposo. Pero su preocupación fue en aumento, cuando estando todo solucionado en la empresa él todavía no volvía ni la llamaba. El nivel de ansiedad, estaba haciéndola sentir mal del estómago otra vez y estaba con nauseas como los primeros meses de embarazo. Además de esto, no estaba durmiendo bien, porque todas las noches tenía terribles pesadillas. Para colmo, el médico le había dicho que había perdido peso, y que podía ser peligroso para la salud de su bebita. Volvió a hacer las valijas. Lo iría a buscar. Ya no podía seguir así. En la facultad, estaba de vacaciones, aunque ya había avisado que podía ausentarse unos días por si tardaba más, y ellos al conocer su estado le dieron la oportunidad de rendir las materias que le quedaban libres. Pero ya lo decidiría más adelante si hacía falta. No le había contado a nadie que se iba. No quería que todos supieran por lo que estaba pasando Jamie, sin consultárselo primero. No quería agregarle preocupaciones. Aunque ella estaba que caminaba por las paredes. Con que escenario se encontraría? Cómo reaccionaría al verla? De lo único que estaba segura, era de que lucharía por él y juntos superarían todo. Capítulo 36 Desde que se habían casado ella tenía un juego de llaves de las tres propiedades de Jamie, que ahora eran también de ella. Su departamento en Buenos Aires, la casa en Londres, y su otro departamento en Nueva York, así que entraría sin llamar. En Estados Unidos el clima estaba algo caluroso, pero a ella las manos le temblaban cuando estuvo a punto de abrir la puerta. Mierda. Tenía miedo. Y si lo encontraba con alguna mujer en la cama? Y si estaba con varias? Y si estaba desmayado? Inconsciente? O peor? No, no, no. No podía pensar así. Entró y el alma se le cayó a los pies. El lugar era un basurero. Restos de comida, botellas de las mas variadas desparramadas por todos lados y un olor espantoso que no quería ni saber de donde provenía. No había mujeres. Eso era algo. Respiró aliviada cuando lo escuchó roncar en la habitación. Estaba vivo. Corriendo lo fue a ver y por poco empieza a llorar de la emoción. Se lo veía tan adorable. Dormido de costado, con la ropa puesta y el celular en la mano. Acercándose, le sacó los zapatos y dejó el teléfono en la mesita del lado. La pantalla se encendió con la llegada de un mensaje y pudo ver que de fondo estaba


ella. Sonreía para la cámara y tenía una mano en su entonces pequeña pancita. Era del día que se habían enterado el sexo del bebé. Se acercó y le dio un beso en la frente. —Qué te pasó, amor? – dijo por lo bajo. Seguramente estaría dormido por unas horas más, así que para hacer algo se puso a limpiar y a ordenar todo para que el sitio fuera habitable otra vez. Y horas después, lo había logrado. Se fijó en la heladera, pero solo había botellas de cerveza y sobras de comida china. No quería dejarlo solo, así que más tarde tendría que pedir algo. Como a las 6 de la tarde tocaron el timbre, pero Jamie, no respondió. Todavía dormía profundamente, y no lo escuchó. Ella estuvo a punto de abrir la puerta cuando escuchó. —Jamie! Dude, wake up… we are going to a party! Lets go! (Jamie! Amigo, despertate… nos vamos a una fiesta. Vamos!) – golpearon hasta cansarse, pero no les abrió. Cansados y pensando que no había nadie en casa, se marcharon mientras gritaban y aplaudían por el pasillo. Justo en ese momento escuchó que Jamie estaba despierto y salía del baño. A los tumbos volvió a acostarse, o mejor dicho a desplomarse en la cama dándole la espalda a la puerta. Alcanzó un control remoto y de todos los rincones comenzó a sonar una música electrónica estruendosa que por poco la deja sorda. El no parecía molesto. Rodó hasta quedar boca arriba y se tapó los ojos con un brazo mientras con el otro buscaba algo al pie de la cama. Ella sabía qué. Una botella de vodka que acababa de tirar. Se había desecho de todo el alcohol que había encontrado. Al no encontrar lo que buscaba abrió los ojos. Estaban desenfocados y tan rojos que a Vale el corazón se le partió en pedazos. Qué te paso? – pensaba. Se acercó a la cama y él se sobresaltó. Se sentó rápido y se golpeó con la cabecera mientras se incorporaba. —Qué haces acá? Cuándo llegaste? – dijo con la voz rota. Parecía aterrorizado. Como si hubiera visto un fantasma. —Vine a buscarte. – se sentó cerca de él. —Recién llego. – las lágrimas comenzaron a mojarle las mejillas. —Qué te pasó, mi amor? —No, andate. No quiero que me veas así. – corrió su rostro tapándose con la almohada. —Andá Vale, por favor. No te quiero acá. Le dolía su rechazo, pero iba a tener que esforzarse más, ella no pensaba irse. —En las buenas y en las malas, Jamie. En la salud y en la enfermedad. No me voy a ir. – tiró de su brazo para que la mirara. —Perdoname, mi amor. No sabía que estabas así. El la miró y sin poder seguir aguantándose la abrazó. Le besó el cuello, la mandíbula, las mejillas y se quedó mirándolo a los ojos. Ella apoyó su frente en la de él. —Te amo, Jamie. Al escucharla, cerró los ojos con dolor.


Vale tomó su rostro con las manos y lo acarició suavemente. Lo había extrañado tanto, y le dolía tanto el corazón por verlo así, que necesitaba de todo el contacto físico que pudiera tener. Cuando la miró tenía los ojos vidriosos. —No podía hacerte esto, Barbie. – la voz se le quebró. —Te mereces mucho más. – llevó una de sus manos a su panza. —Se merecen mucho más. Ella negando con la cabeza se acercó de nuevo a él y lo besó. Dulce y suavemente. Hasta sentir como sus mejillas se mojaban. Pero no eran sus lágrimas. Eran las de él. —No me estás haciendo nada… hablemos. Por qué estás así? – tomó aire. —Por qué no me contaste lo que te había pasado hace unos años? El se separó apenas para mirarla y se secó de manera brusca los ojos con la manga de su camisa. —Me daba vergüenza. Me da vergüenza. Que estés acá… y yo así. – arrugó la nariz. — Me odio en este momento. —No tengas vergüenza. Me podés contar lo que sea, yo te voy a seguir amando igual. No me voy a ir a ningún lado. – lo besó. El le devolvió el beso y la abrazó hundiendo la nariz en su pelo. —Hmm… te extrañé. – suspiró. —Yo más. – lo tomó de la mano y lo llevó al baño. —Vamos a darnos una ducha. El sonrió apenas. —Tengo olor a muerte. —Un poquito. – reconoció ella sonriendo también. Estaba inestable, y le costaba no perder el equilibrio, pero lo ayudó a bañarse cuidadosamente. De a poco los colores iban volviendo a su rostro, y se lo veía más sobrio. Lo secó y cambió como a un niño pequeño y después de cambiarle las sábanas, lo acostó y arropó con cariño. Pidió sopa de pollo, y de apoco también le ayudó a comerla. No decían nada. Tan solo estaban ahí. Ella, apoyándolo, sosteniéndolo… demostrándole todo el amor que sentía por él. Más tarde esa noche, se quedaron dormidos como tantas veces lo habían hecho, abrazados. Algunas horas más tarde se despertó sobresaltada. Otra pesadilla. Se sentó en la cama y al no encontrar a su esposo, se asustó. Un ruido en la sala le dijo que por lo menos estaba en el departamento. Estaba a punto de levantarse, cuando lo vió que entraba a la habitación casi en zigzag. Mierda. Había estado tomando otra vez. —Jamie? El se llevó el dedo índice a los labios. —Shh… – se sacó la remera y el pantalón en pocos movimientos. No llevaba ropa interior. Se veía tan hermoso como siempre. Estaba preocupada por él, pero no podía evitar que al verlo se le secara la boca. El al ver su expresión sonrió mordiéndose los labios.


Se subió a la cama, y fue gateando hasta quedar por encima de ella. Apestaba a alcohol. —Esperá, Jamie… – quiso alejarlo con una mano, pero él sonriendo fue más rápido y comenzó a besarle el cuello. —No pienses ahora, Barbie. – le mordió el lóbulo de la oreja. —Me muero de ganas… shh… Sus palabras,… sus húmedos y cálidos besos doblegaban su voluntad. No podía resistirse. Las manos de Jamie, la tentaban por debajo de la ropa y la hacían arquearse de placer. Apretando su cadera a la de ella, empezó a desvestirla. —No, Jamie. Estás borracho… – quería negarse, pero era demasiado… Le tomaba los pechos con ambas manos, se los besaba… muy lentamente. Torturándola. No podía seguir negándose.. No podía seguir hablando. El bajaba cada vez más, hasta quedar entre sus piernas y comenzar una nueva tortura. Vale se agarraba con fuerza de la almohada y movía sus cadera, sin control. Hacía mucho que no se sentía así. El, al verla jadeó y volviendo a su anterior posición fue hundiéndose con cuidado en ella. Los dos soltaron el aire con un gemido mientras se acostumbraban a la sensación. Era maravillosa. La besó con fuerza mientras se sujetaba a sus manos y se movía lentamente dentro y fuera haciéndola suspirar. Todo su cuerpo se había alterado. Lo deseaba, lo quería, lo necesitaba… Lo abrazó con las piernas, hasta clavarle los pies al final de la columna, incitándolo a que se moviera más a prisa y más profundo. El gruñó y aumentó la velocidad mientras le mordía el cuello haciéndola gritar. Todos los estímulos eran demasiado fuertes, todos los movimientos muy violentos, estaba fuera de sí. Y se dejó ir, libreándose. Liberando su cuerpo de la angustia, liberando su mente de problemas, liberando su alma de miedos. Se entregó por completo a ese momento, a él y a todo lo que le hacía sentir. El, tras dos movimientos se dejó ir también tensándose a su alrededor, y cayendo sobre su pecho entre gemidos. Rodó para un lado y se quedó dormido casi al instante. Ella lo tapó con cuidado y abrazándolo se durmió también. Capítulo 37 Cuando se despertó, él todavía dormía. Tomando aire, y armándose de paciencia, volvió a hacer el mismo trabajo que había hecho el día anterior. Ordenó y limpió todo hasta el cansancio. Tirando cada botella, petaca, o sustancia que pudiera ser usada por Jamie para ponerse peor. La historia se repitió 2 ó 3 días más. Ella lo cuidaba de día, conteniéndolo, acompañándolo mientras él se sentía una mierda, para a media noche encontrárselo dado vuelta, y terminar en la cama.


Había probado todo, pero él se escapaba y tomaba a sus espaldas cuando no lo veía, cuando dormía o cuando iba de compras. Pero ella era testaruda, y como nunca, estaba armada de paciencia. Se daba cuenta de que la miraba lleno de culpa, de vergüenza, de repulsión por el mismo. No se aguantaba, y sus horas sobrio se las pasaba arrepintiéndose por todo. Pero era como si no tuviera control. Qué lo hacía volver a tomar? Se lo había preguntado unas mil veces, y solo podía decir que cuando la garganta le apretaba y el aire empezaba a faltarle, tomar algo lo calmaba. Esto no podía seguir así. Y aunque le había prometido que no lo haría, si hacía falta, tendría que pedir ayuda. Un día, cuando despertó y no lo vió a su lado, se paseó por todos lados y nada. No estaba. Abrió la puerta del baño y se lo encontró tirado en el piso. La reacción más común en ella hubiera sido empezar a los gritos, pero no. Era momento de ser práctica. Llamó al 911, y mientras mojó una toalla para pasársela por el rostro. Respiraba, pero estaba totalmente desmayado. El miedo corría por su sangre, haciendo que le latieran hasta los pelos de la cabeza. Eran tan jóvenes, sabían tan poco del otro… Nunca se hubiera imaginado vivir algo así con él. Después de un momento todo empezó a moverse a toda velocidad. Paramédicos, la camilla, una ambulancia, el hospital. Estaba fría. Dios. Temblaba, estaba helada. Tras mirarle las pupilas con una pequeña linternita, se lo llevaron a emergencias para un lavaje de estómago y no la dejaron entrar. Qué había tomado? Recién cuando estuvo sola en la sala de espera, se pudo dar el lujo de desesperarse. Y si le pasaba algo? Tocó su panza. No, por Dios. Que no le pasara nada. Si algo le pasaba ella se moriría. No podía imaginarse la vida sin él. Lo amaba desde el primer momento. Jamie… El mismo que la había conquistado, convirtiéndose en la persona más importante de su mundo. El mismo que la hacía reír, enojarse, llorar… que la volvía loca y que la llenaba de ternura. El que era capaz de protegerla de su ex y con la misma hombría, le cantaba una canción en el piano y la estremecía hasta las lágrimas. El que podía verse como un supermodelo y sexy a morir con solo su pantalón pijama de conejitos y hacía que el resto de los hombres fueran sosos a su lado. El que había cambiado toda su vida por su amor. Había abierto su corazón para él, y él por primera vez también lo había hecho. La amaba. Con desesperación. Sin importarle las diferencias, las opiniones de su familia, ni la edad. El estaba convencido que ella era la mujer con la que quería compartir toda su vida, y le había propuesto matrimonio a meses de vivir juntos. La había hecho la persona más feliz del mundo. Se había jugado una y otra vez por


ella, y la había elegido por sobre todas las modelos preciosas que conocía. Cómo habían llegado a esto? El pecho se le comprimía entre sollozos mientras esperaba noticias de los médicos. Quería abrazarlo, tenerlo cerca… poder sentir que todo estaba bien. Estaba empezando a volverse loca. Tomó su teléfono celular y llamó a Londres, no podía seguir sola. Elizabeth viajaría cuanto antes. Al llamarla, había sido cuidadosa para contarle la situación y había tenido todo el tacto que había podido, pero estaba tan asustada que su sufrimiento era evidente. Su suegra le había pedido calma, y que descansara. Tenía que cuidarse pensando en su bebé, pero ella no podía ni moverse del lugar, menos aún irse a dormir. Cuando uno de los doctores salió, le explicó que gracias al lavado de estómago que le habían hecho a tiempo, habían impedido que el alcohol entre otras sustancias que había consumido se fijaran en el cuerpo intoxicándolo. Aunque había otra palabra que había utilizado… “envenenándolo”. Eso era precisamente. Ahora descansaba, y estaba estable, se iba a recuperar por completo en unas horas, y después de hacerle algunos estudios le darían el alta sin más complicaciones. También le dijo que se había salvado por su rapidez en llamar al 911. Había actuado de la manera correcta. Gracias a ella estaba vivo. Un frío le corrió por la espina. No sabía si sentirse aliviada, o gritar de horror. Y si no hubiera estado ahí para él? Algo le había dicho que viajara. Era demasiado para asimilar. Pero ahora lo único que podía pensar era en él. Pidió permiso para verlo, y la dejaron pasar. Se sentó en la silla que estaba al lado de su cama y sosteniéndole la mano, por fin, se dejó ir. Un llanto catártico, de puro dolor, y puro agradecimiento. Todavía estaba con ella. Miró hacia arriba, como implorando al cielo que nunca más tuviera que pasar por una situación similar. Todo su cuerpo se relajó de golpe, y sin quererlo se fue quedando dormida. Al despertarse, él todavía dormía tranquilo. Tenía un poco de hambre, pero no quería levantarse de su lado por si reaccionaba, así que se quedó quieta. Un enfermero, que estaba al tanto de que ella estaba ahí, le acercó una bandeja con té y algunas masitas bajas en sodio. Algo era algo. Por lo menos la mermelada que ponían era dulce. Mmm.. ese shock de azúcar era lo que necesitaba para despertar. Todo su cuerpo se lo agradeció. Y como siempre le pasaba a esa hora del día, la sintió. Las pataditas de su bebé. Se llevó ambas manos y con cariño se masajeó el lugar en donde la había sentido y sonrió al sentir que volvía a patearla, casi en respuesta. Estaba tan abstraída, que no se dio cuenta de que su esposo se había despertado y llevaba algunos minutos mirándola.


—Estás bien? – fue lo primero que dijo. Tenía la voz ronca por el lavado, pero aun así pudo percibir su preocupación. La había visto tocarse la panza. —Si. Perfecta. – lo besó con cuidado. —Y vos vas a estar bien, así que esta todo bien. – sonrió. —Te tocabas la panza. Te duele algo? —No. – se volvió a tocar. —Se mueve. Hace unos días empezó a patear. El abrió los ojos de par en par y se quedó mirándola como si fuera de otro planeta. Qué estaría pensando? No quería abrumarlo. No era el momento. Así que optó por cambiar de tema. —Vos cómo te sentís? —Mal. – tosió tocándose la garganta. —Qué me pasó? No me acuerdo de nada. – dijo bajando la mirada, con vergüenza. —Me desperté, no te vi. Estabas en el baño tirado. Te habías desmayado. Tuve que llamar a emergencias y ellos te trajeron y te hicieron un lavado de estómago. – estaba haciendo un esfuerzo para no volver a quebrarse. —Pero como te dije, vas a estar bien. Sonrió. —Perdón, mi amor. – apretó su mano. —Volvete a Buenos Aires, Vale. Esto no te va a hacer bien. Estoy hecho una mierda. Ella negó con la cabeza y volvió a cambiarle de tema para no hacerlo sentir mal. —Trajeron un desayuno para mí. Vos todavía no podés comer. Vas a tener que tomar mucho líquido. – sintió una fuerte patada y se llevó la mano a la panza otra vez de manera inconsciente. El la miraba hipnotizado. —Puedo? – preguntó con timidez. —Si. – sonriendo se acerco y tomó su mano con cuidado la llevó a la zona de su barriga donde más patadas sentía. —No siento nada. – dijo. Y bastó eso para que su pequeña respondiera de manera brusca sobresaltándolos. Se miraron a los ojos por unos instantes. Unos instantes mágicos en donde le pareció haber visto al viejo Jamie. Al mismo que había ido a buscar a Londres. Ese mismo que le había dicho que sí en el altar. Un amague de sonrisa de él apretó su corazón con un sentimiento cálido. Y como no, la bebita volvió a patear. Los dos rieron. Rieron como si nada. Olvidándose del entorno, del contexto, de las circunstancias. Se miraban a los ojos y en ellos había esperanza. El tiró de su mano hasta tener su cara en frente y la besó. Tomándola del rostro con ambas manos. Con urgencia, con necesidad, y sobretodo con muchísimo amor. **** Pero, que estaba haciendo? Cómo podía hacerle esto a su mujer y a su hija?


Era como si la bebé, que aun no había conocido estuviera dándole patadas y trayéndolo a fuerza de golpes a la realidad. Necesitaba dejar de hacer el tonto y comenzar a comportarse como un hombre. Hasta ahora había pensado en ese embarazo y en la paternidad como un mero concepto. Ahí, en el limbo. Nada concreto. Pero su mundo acababa de ponerse de cabeza. Esa bebé estaba ahí, era una persona. Dependía de él. Contaba con él. Preparándose para venir al mundo en unos meses y enfrentarlo todo. El no podía ser menos. Si ella estaba lista para ser su hija, él tendría que estar listo para ser su padre. **** Antes había sido cuestión de mirarse para estar en esa burbuja en donde no había nada, y ahora era ese momento, ese pequeño acontecimiento que los aislaba también. Estaban en su propia burbuja. Su burbuja de 3. No entraba nada ni nadie más. Capítulo 38 Cuando se recuperó le dieron el alta, y para su sorpresa parecía hasta de mejor ánimo.


Ella lo había cuidado lo más que había podido, pero él se negó a seguir en cama. Se puso en movimiento. La ayudó a limpiar, se bañó, afeitó y fue a hacer compras. No había podido detenerlo. Era como un torbellino. Por suerte habían pasado un día, y una noche de lo más tranquila. Nada de sorpresas. Se habían ido a dormir juntos, y se habían despertado juntos, y totalmente sobrios. No había en él, el menor síntoma de haber bebido o tomado nada. Elizabeth había ido a visitarlos La cara de su esposo al verla, fue de sorpresa, y de enojo. Estuvo a punto de cerrarle la puerta en la cara, pero Vale se lo impidió. Todo el tiempo que estuvo, casi no habían cruzado ni una palabra. Ella se sentía como una especie de mediadora. A Elizabeth pareció no importarle, según le dijo cuando se iba, le bastaba con ver que él estaba bien y sano. No le contó que ellas habían hablado, y la excusa de que estuviera ahí era la firma de documentos legales que supuestamente tenía pendientes. Vale, miró a su suegra y cuando Jamie no miraba, le agradeció por ir. La mujer le había dado el teléfono de los psicólogos a los que él iba cuando estaba mal disimuladamente y le había pedido ver su panza. Sentía un poco de pena, en el fondo. Podía ver en sus ojos que estaba sufriendo la lejanía de su hijo. Cerca de la noche sonó el timbre y eran sus amigos. El les abrió la puerta pero no los invitó a pasar. Les dijo que no se iba a ir de fiesta. Que por el momento estaba bien…y de paso la presentó como su esposa. Y para asombro de todos, sobretodo de Katy, como la madre de su futura bebé. Todos lo felicitaron e hicieron “owww” con ternura cuando él la había abrazado por la cintura con las manos en su barriga. Supieron entender su situación y se fueron sin causar problemas. Pero Katy había sido la última en irse. Se separó del grupo para poder hablar con él en privado. —A baby? – parecía desorientada. El asintió de manera cortante, sin agregar nada más. Era obvio que no quería hablar con ella frente a Vale. Qué había pasado o estaba pasando entre ellos? Sin decir nada más, la chica lo miró por última vez con reproche antes de irse con los demás. Era inevitable que empezara a imaginar cosas, así que cuando Jamie se dio vuelta para mirarla ella lo frenó con una mano y negó con la cabeza. —Vamos a hablar más adelante. Cuando estés mejor. – de donde había sacado esa fortaleza? No sabía. Sin poder contestarle asintió suspirando. Mierda. Había algo. Cambiando te tema, le contó de la reunión que había tenido con Amanda y se puso a


preparar la cena mientras él la miraba callado. Le contó que ella no conocía Estados Unidos, y tenía ganas de hacerlo. Le propuso salir a caminar al día siguiente y hacer algunos paseos turísticos aprovechando que estaban ahí. No le había preguntado cuando volverían porque no quería presionarlo. Quería tenerlo recuperado para cuando pisaran tierra argentina. Habían cenado tranquilos, y ahora estaban acostados mirando una película. Una vieja costumbre que tenían, y que los hacía sentirse normales, como si nada hubiera pasado. Como en casa. Se abrazó a él con fuerza, y comenzó a besarle el cuello, la mandíbula, por detrás de la oreja… Necesitaba sentirlo cerca en todo sentido, y lo conocía. Sabía lo que las caricias de ella le hacían. Pero para su sorpresa, la frenó. —Esperá, Vale. – haciendo como Jamie había hecho algunas noches antes se llevó el índice a los labios haciéndolo callar, y se subió hasta quedar por encima. El cerró los ojos y suspiró mientras le devolvía el beso. Lo sentía por todas partes. Era consciente de las ganas que tenía, pero otra vez se separó de ella. —No, Vale. – la sujetó con fuerza de las caderas para que no se moviera y agitado la miró. —No. Se bajó sintiéndose rechazada y sin entender que le pasaba lo miró esperando que le dijera que tal vez estaba demasiado gorda, y ya no le gustaba… o algo así. —Necesito que antes hablemos. Puede ser? – respiró profundo. —No me voy a sentir bien si no. —De qué querés que hablemos? —De Katy. Todo su cuerpo se tensó. El, al verla se apuró a aclarar. —No es lo que te imaginas. – daba igual, ya estaba congelada en el lugar. —Vos me preguntaste varias veces por teléfono si te estaba engañando con ella, y no. La respuesta es no. Nunca te engañé. Con nadie. —Entonces? – frunció el ceño. —Ella y yo tuvimos algo hace unos años… y le siguen pasando algunas cosas. – la miró con cautela. —Quiso que pasara algo más y yo siempre la frené… —Ajá. —Ehm… – se puso más nervioso. —Borracho me puedo haber hecho un poco el boludo, y darle la impresión de que las cosas eran distintas, pero nunca llegó a nada. Levantó una ceja, reaccionando apenas. Estaba demasiado serena. Eso era tal vez lo que más lo asustaba. —Podrías ser un poquito mas claro? Cómo exactamente quiso que pasara más? – su voz era neutra… El abrió los ojos con un poco de temor y le resultó todo un desafío hablar sin tartamudear.


—Se quedó unas veces acá… y se quiso meter a la cama conmigo. – se rascó la barbilla, queriendo distraerla. —Me quiso besar un par de veces… y esas cosas. —Esas cosas? – la cara de Vale era de hielo. —Yo siempre me la saqué de encima. Te lo juro. —Pero no la pusiste en su lugar. Porque por algo te seguía buscando, por algo se seguían viendo…y por algo seguía entrando acá. No? – apretó los labios en una línea. —Nunca hubiera hecho nada, Vale. Está bien… te acepto que no le corté el rostro, pero tampoco cedí.. —La dejabas. – concluyó. —Estaba mal, Barbie. Apenas podía mantenerme en pie. No la alenté si es a eso que te referís. Ella sabía que estaba casado. – la miró. —Perdón. Ella asintió lentamente. Confiaba en su esposo, pero estaba malditamente furiosa. El la había dejado llegar demasiado lejos para su gusto, y los celos la estaban devorando. —Ella te gusta? —No. – por suerte para él, no había dudado. Volvió a asentir. —Ok. Algo más que me quieras contar? – él la miraba extrañado mientras negaba con la cabeza. —Estás muy tranquila. – si, lo estaba. —Me asusta un poquito. Me imaginé que ibas a putearme, o a salir corriendo. —No. Te creo, y confío en que no estabas en condiciones de pensar en lo que hacías. – suspiró. — Vamos a dormir. Estoy cansada. —Esto es horrible. – se tapó la cara con las manos. —Prefiero las puteadas. Así me siento, un asco… me da vergüenza todo esto. Siento tu decepción y me hace mierda… Como un volcán al hacer erupción toda la bronca de esa última época salió a la superficie de la manera más horrible. —Podés dejar de pensar un poquito en vos? En toda la culpa que sentís? Y como te miro o no te miro? Qué esperabas? Unas felicitaciones? Qué pretendes? Sabés por todo lo que me hiciste pasar? Tenés idea de cómo te necesitaba en Buenos Aires cuando los fotógrafos me perseguían? Un día casi tengo un accidente porque uno se me cruzó en la cochera… Fueron semanas intensas. Y vos? Acá de joda! Preocupándote por tus reacciones y de si estabas o no listo para ser padre! Por lo fuerte de TU situación! – soltó una risa irónica. —Y mi situación? A mí me estaba creciendo la panza! Yo tengo todos los síntomas!! Yo me tuve que fumar el acoso de todos los medios que me mostraban fotos tuyas con minas!! El se había quedado mudo. Tenía los ojos como platos y estaba blanco como un papel. Pero ya estaba demasiado atacada y no se pudo frenar a tiempo. —Estabas más preocupado porque le contesté a un periodista -porque ya me tenía podrida-que por mis visitas al obstetra. No estuviste a mi lado cuando sentí las primeras pataditas, y eso Jamie, me partió al medio. – su voz se quebró y empezó a llorar. Jamie había bajado la cabeza y cerrado los ojos como si lo hubiera golpeado.


—Querés puteada? Acá la tenés! Puede ser que después no hayas podido salir de todo esto, pero por favor fíjate! Yo no pude darme el lujo de desesperarme y mandar todo a la mierda! Ni siquiera me puedo enojar más de la cuenta, porque a mí nadie me dio esa opción! Yo tengo que cuidar el embarazo! – tomaba aire entre sollozos. —Y te interesa saber como me siento? Como el culo! Me siento fea, gorda y por un tiempo…..abandonada y rechazada! Estoy cagada de miedo, Jamie! No sé como voy a hacer para ser mamá! Me da terror! Y hubiera sido lindo poder compartir eso con vos. El se sentó en la cama y estaba por decirle algo, pero ella lo interrumpió. Presentía que serían disculpas, y más disculpas, pero no las toleraría. No ahora. —No, Jamie. Estoy cansada. – suavizó su tono de vos. —Perdona que te lo largue todo así, no te quiero lastimar. – frunció el ceño. —Todo lo contrario, quiero que te mejores. Cada uno reacciona de la manera que puede. Solamente te pido que me entiendas. Si? Para mí no fue fácil, pero sé que mucho de lo que te pasó vos no lo podés manejar. Empecemos de cero, si? Sin culpas ni reproches de ahora en más. Ya esta dicho todo lo que había para decir. El la miró sin decir nada. —A vos te queda algo que quieras reprochar? Algo que quieras sacarte del pecho? Lo hagamos ahora, para volver a Argentina mejor, dejando todo esto atrás. El negó con la cabeza. Sabía por su gesto que se moría por abrazarla, pero ella no quería hacerlo. En otro momento, tal vez. Al ver que no iba a decir nada, apagó la luz de su lamparita de noche y se acostó dándole la espalda. Algunos minutos después él también hizo lo mismo. Lo sentía darse vuelta a cada rato, seguramente dudando si acercarse o no, pero tomó la sabia decisión de no hacerlo. Y ella, destrozada por el momento que acababan de pasar lloró hasta quedarse dormida. Unas lágrimas que la desahogaron y lavaron las últimas semanas para hacer borrón y cuenta nueva. Capítulo 39 Desde ese momento en adelante, no volvieron a hablar de la pelea. Pasaron 3 días visitando todos los lugares que ella quería conocer, y el ambiente entre ellos volvía a la normalidad muy de a poco. Jamie estaba esforzándose de verdad, y eso la ponía contenta. No había tomado nada más que agua y jugo y de a poco volvía a ser el que siempre había sido. Pero el cambio más asombroso era el de su actitud. Se estaba comportando como un adulto. Ahora hablaban abiertamente de todo. El embarazo había dejado de ser un tema tabú, y estaba todo el tiempo pendiente de sus necesidades. Pero no como la vez anterior cuando se estresó tanto que terminó… bueno, como terminó. Se lo estaban tomando con calma. Ahora él le contaba de sus miedos, y juntos se escuchaban y aprendían a adaptarse. Había cosas que simplemente siempre les daría temor, pero era parte de la experiencia.


Se permitían desesperarse, y llorar y reír cuando les venía en gana por lo que fuera. Era como si los dos estuvieran pasando por los mismos cambios hormonales. Volvieron a Argentina, y a medida que pasaban los días, ya no tenían necesidad de llorar ni estar poniéndose mal. Su panza se movía de vez en cuando, y las novedades de esa nueva vida, era lo que les daba fuerzas para superarlo todo. Jamie había empezado terapia por propia voluntad, no había tenido que sugerírselo siquiera, y eso lo veía como una gran paso adelante. Por lo menos ya no tenía esa especie de ataques de pánico. En su próxima visita al médico, descubrieron que el embarazo iba bien, y que ahora sintiera tantas patadas se debía a que la bebé estaba creciendo y aumentando de peso. Ahora era capaz de escuchar sonidos casi como lo haría al momento de nacer. Por eso todas las noches antes de irse a dormir, Jamie tocaba el piano, para que tanto la pequeña, como la mamá disfrutaran. Era su momento favorito del día. Habían ido a reunirse con Amanda, que al verlos sonrió. Eran la viva imagen del amor. A Vale se la veía preciosa, y saludable, quería sacar las fotos para la revista cuanto antes. Entonces quedaron en verse en una semana para pruebas de vestuario, y todas esas cosas a las que ahora los dos estaban acostumbrado. Mirco había vuelto a Italia, y volvería antes del parto seguramente. Mateo y Ana estaban viéndose más seguido y aunque ya no se molestaban en esconderlo, su amiga seguía tenía reservas para con su compañero. No terminaba de abrirle su corazón. Franco estaba tranquilo de que la empresa finalmente no se liquidaría, y los otros empleados no iban a quedar en la calle, pero no había podido volver a trabajar ahí. De todas maneras se había entusiasmado con la productora, y ya se había acostumbrado a trabajar con Catherine. La familia de Vale había viajado a Buenos Aires, y al verla con su pancita redonda, todo lo que habían dicho cuando se habían enterado, dejó de tener importancia. Estaban emocionados como dos abuelos babosos, y habían querido comprarles de todo. Ahora que sabían que era una nena, los llenaron de ropita, bolsitos, mantitas y ositos de color rosa. Ella solo podía sonreír. Estaba en medio de su quinto mes de embarazo, y ya podía decir que había aparecido en todas las revistas, todos los diarios y todos los programas de televisión de Argentina, y algunos de Londres. Las fotos siempre eran robadas, y eso la hacía sentir increíblemente incómoda. Siempre era ella huyendo, con gafas oscuras, sin maquillaje, haciendo ejercicio. Donde menos se lo esperaba, había una cámara vigilándola. Pensó en lo irónica de la situación. Ella hacía meses que no tomaba fotos por placer. Estaban las de la facultad, pero ya ni siquiera lo disfrutaba. Extrañaba estar en un set, con locura. Y el día de las fotos para Harper's, se sintió como en casa. Sus manos picaban por mover las pantallas, probar unas tomas, medir esto y aquello.


Pero no, en lugar de eso tenía que estar sentada en una silla mientras la peinaban y maquillaban al lado de su esposo, al que le estaban haciendo las mismas cosas. La producción en general había sido hermosa. Intima, porque habían logrado una conexión entre ellos que se trasmitía, y romántica, porque la manera en que él la miraba, la agarraba, le sonreía, solo podía ser amor. Al final del día estaban todos emocionados. La panza, esa que tantos complejos físicos le generaba, se había convertido en el centro de atención, y salía preciosa para las fotos. Lo único que podía desear, es que ahora que tenían fotos de su embarazo oficiales y de estudio, dejaran de perseguirla por la calle, porque era molesto. Su relación con Jamie, por mucho que se había enfriado en los primeros meses, en este segundo trimestre, se había vuelto a calentar. Sin las incomodidades, ahora estaban los dos buscándose a cada rato. No podían sacarse las manos de encima. Ella seguía sorprendiéndose de cómo su estado lo atraía. Tal vez se debía a las hormonas de ella, a su sensibilidad, o al hecho de que de tener una talla 90 de busto, había pasado a ser 95…y tal vez un poco más. Su marido la miraba con deseo, y ella no se podía controlar. Era como si acabaran de ponerse de novios. Esa tarde, después de salir de compras para la bebé, él se ofreció a darle un masaje porque la veía cansada y sus pies se habían hinchado como globos. Lo que se convirtió en un baño juntos, y finalmente terminó cuando él la tomó en brazos sacándola de la ducha para llevarla directamente a la cama. Mojados como estaban, no importó. Pasó sus labios por su cuello y ella tuvo que cerrar los ojos. Se tomó de su espalda, y empujándolo levemente lo dio vuelta hasta quedar ella por encima. Sentía sus ojos, viajando por todo su cuerpo, la necesitaba tanto como ella a él. La tomó por las caderas y se movió despacio por debajo, pero ella rápidamente le sacó las manos y se las sujetó por arriba de su cabeza. Lo quería a su manera. Mientras lo miraba fijamente a los ojos, se acomodó para que muy delicada y suavemente entrara en ella. Suspiró echando la cabeza hacia atrás, y eso solo había bastado. Esa sensación, ese momento, esa conexión. La única certeza que tenían de que las cosas no iban a cambiar entre ellos, no importaba las circunstancias. Se tenían el uno al otro, y tenían esto. Jamie no aguantaba estarse quieto y empezaba a moverse. Con sus ojos fijos en ella y la boca entreabierta, mientras todos los músculos de su cuerpo y el rostro se tensaban. Como en otras épocas, la tomó del cabello con fuerza. De a poco iba perdiendo delicadeza y se convertía en algo violento y brusco que la hacía temblar. Era eso lo que le gustaba. Sin dudarlo, respondió sujetándose de su cuello y tirando de él para tenerlo de frente a ella, sentados. Tenían que ser más cuidadosos que otras veces en esta posición, pero lo que sentían hacía que todo valiera la pena. La sujetaba por la cintura, cuidándola, disfrutando de su cuerpo como quería. Ahora si


deteniéndose, la besó con ternura, la acarició, adorándola. **** Sentía tanto deseo como ternura. Muy difícil de explicar, pensó. Quería aprovechar cada beso, cada suave caricia, quería todo de ella. Se movían juntos, se miraban transmitiéndose lo que sentían. La amaba con cada célula de su cuerpo, y esta era la manera tal vez más básica, pero más verdadera de demostrarlo. Era un sentimiento tan fuerte que le nublaba la razón y lo hacía sentir poderoso, pero a la vez indefenso. Solo con pensar que había puesto en riesgo lo que tenían, lo dejaba helado. Se abrazó a ella casi temblando, dejando que lo consolara, que lo llevara a donde ella iba. Que se dejaran ir al mismo tiempo. **** Se habían quedado en los brazos del otro por un largo rato después. Sabía que él lo necesitaba. Sus cuerpos estaban unidos por todos lados, y casi como si quisiera participar también de ese abrazo, la bebé pateó muy suavecito. Jamie rió y llevó la mano a su panza. —Hey! Hola… Tendrías que estar dormida, es tarde. – dijo acercando su boca. —Creo que duerme de día. – dijo ella tocando su panza también. —Vamos a estar meses sin dormir de noche… – se rió. —O años… Bajó su cabeza y con cariño la besó bajo el ombligo antes de acomodarse a su lado para dormir. Ella se acostó también y cómoda con él a sus espaldas, acarició su brazo y sonriendo le contestó. —Nos conviene dormir ahora, entonces. —Estás cansada, no? – dijo sonriendo. Siempre la cargaba con el tema. La verdad es que se dormía hasta en la mesa cuando cenaban. Ni hablar de ir al cine, era un papelón. Y le gustaba más todavía la idea que era él el que la había agotado de la manera en que lo había hecho un rato antes. Antes de responderle se rió. —Me estoy por desmayar. No se te ocurra levantarme temprano porque mañana no curso, y pienso dormir. Dormir fuerte. Rió también y acariciándola con la nariz oliendo su pelo le dijo. —Que descanses, Barbie. Te amo. Y efectivamente, al otro día, los dos habían abierto los ojos después del mediodía. Quedaban pocos días para que ella tuviera que volver a la facultad, y para que él se reincorporara a la productora. Según le había dicho Catherine, había muchas novedades. Pero ese viernes, tenían algo más importante que hacer. Anotarse a las clases preparto.


Capítulo 40 Jamie había elegido uno de los lugares más exclusivos, y sólo por si acaso había hecho reservas para el curso. Había que hacerlas con meses de anticipación y nunca tenían cupo. No quería ni imaginarse la cantidad de dinero que su esposo había tenido que pagar para que los aceptaran. Era una especie de spa, que estaba a cierta distancia de la ciudad, y tenía un increíble paisaje. El servicio contaba con la típica preparación para el parto, algunas clases en donde enseñaban cosas básicas a padres primerizos y la posibilidad de asesoría y asistencia en caso de que quisieran un parto en casa. Vale primero lo había mirado con los ojos bien abiertos cuando él se lo comentó hasta estallar en carcajadas. —Estás en pedo? – siguió riéndose. —En casa? Me muero. Ni se te ocurra. Quiero que sea en un hospital, seguro y lleno de medicamentos para el dolor. Ahora lo miró más seria. —Quiero miles de médicos cerca cuando esto pase o te juro que me agarra un ataque. El asintió. Entendía sus razones en el fondo, y aunque el nacimiento en el hogar era una idea tierna, íntima y única, tenía demasiado miedo para pelear más. Seguramente él también necesitaría que ese día lo atendiera un médico. Les habían hecho un tour, para que vieran cada rincón de las instalaciones. Tenía un inmenso jardín en el centro en donde un grupo de 5 embarazadas hacían yoga al aire libre. Adentro, había varias parejas como ellos, haciendo consultas, sacándose las dudas. Parecía un buen lugar. Parecía el mejor. Lo que más les gustaba era que estaba alejado, y no tendrían que esquivar las cámaras. Se sentirían cómodos y tratarían de tener todo el bajo perfil que les dejaran. Al volver Jamie a Argentina, y ser visto en repetidas ocasiones con ella, se hablaba obviamente de una reconciliación. De cómo supuestamente ella había ido a Estados Unidos a rogarle que dejara a su amante para volver con ella y su hija. Como su relación como pareja se había vuelto demasiado estable y aburrida para los medios, se cambió el foco a la bebé. No sabían el sexo, porque habían decidido decírselo a poquísimas personas, pero de todas formas había especulaciones. Hasta tenía nombre. Según un programa de la tarde, se llamaría Ana Elizabeth si era mujer, y James Junior si era hombre. Ellos se la pasaban riendo sobre estas historias que se inventaban. Todavía no habían sugerido ningún nombre… era todo mentira. Más días pasaron y sin darse cuenta, ya estaban en el sexto mes, esperando la llegada de su bebita. Estaban más tranquilos, y se habían organizado de a poco. Vale cursaba por la mañana las materias que le quedaban y él aprovechaba ese momento para ir a la productora. En la universidad, todos la habían recibido con gran sorpresa al ver su panza, y entre todos estaban enternecidos charlando de bebés siempre que ella estaba cerca.


Jamie trataba de hacer todo el trabajo que podía hasta las primeras horas de la siesta, porque cuando llegaba a su casa se dedicaba solo a su mujer. Salían a pasear, a hacer compras, a comer, o simplemente se quedaban frente al televisor abrazados. No había tenido antojos hasta ahora, pero ayudaba el hecho de que siempre que tenía ganas de comer algo, ahí estaba él para conseguírselo. No había tenido más ataques de pánico, y con la terapia parecía estar mejorando. Esa tarde, en la clase de preparto, estaban sentados en círculo mientras la profesora les explicaba los cambios en el cuerpo de la mujer durante el parto. Trataba de transmitirles calma, pero por la cara de todas las futuras madres, era lo último que sentían. Les habían mostrado fotos y videos de cómo sería el bebé en todas las etapas y le resultaba increíble pensar que justo ahora, tendría dedos, cejas, pestañas y casi todos sus órganos estarían funcionando con normalidad. —A partir de esta semana pueden sufrir algunos calambres.– explicaba. —Son normales, pero deberían evitar estar mucho tiempo paradas o usar tacos muy altos. Terminaba de hablar y las otras embarazadas levantaban las manos para hacerles preguntas de a 5. Desesperadas por respuestas. Cuando terminaron, se sentaron para practicar algunos ejercicios de respiración y relajación. Era inevitable. Bastaba con relajarse apenas para que sus párpados pesaran como dos yunques. Sentía como a sus espaldas Jamie le daba pequeños empujoncitos cuando cabeceaba. —No te duermas, Barbie. – le decía entre risas. Ella se daba vuelta y lo miraba con el ceño fruncido. No entendía por qué le daba tanta gracia. Al llegar a casa, se tomaron un baño y entre mimos cenaron en la cama. Podría acostumbrarse a esa vida, pensó. Y no sería nada difícil. Sacando obviamente las nauseas y la acidez que había sentido al principio. Después de comer, Jamie dejando la bandeja de lado por poco se le tiró encima. La besó con fuerza, sujetándole el rostro y apoderándose de su boca por completo. Su reacción fue casi inmediata. Luchó contra su ropa, mientras lo desvestía, pero cuando fue el turno de él, no pudo hacer nada con el pantalón. Simplemente no salía. —Te está apretando demasiado, mi amor. – la ayudó mientras ella insultaba en todos los idiomas agitada, sin poder liberarse de la prenda todavía. —Estoy gorda, decilo. – lo fulminó con la mirada. —Dale, decilo. —Estas embarazada, Vale. – por fin se los sacó. —Deberías comprar pantalones especiales. Pudo ver como se arrepentía de lo que había dicho casi al instante en que terminó de decirlo. Y ella como si estuviera echando fuego por los ojos, se sentó y le dijo. —Ropa pre-mamá? – estaba indignada. —Esos jumpers enormes!! O mejor, un overall


con un conejito estampado en el bolsillo. – hizo un gesto de asco. No pudo evitar reírse y eso la enfadó más. —Ropa pre-mamá, no ropa para mamá de los 80, Barbie. El todavía sonreía por la bronca que veía en sus ojos, pero dejó de hacerlo cuando vio que su barbilla temblaba. Y ahí estaban todos los cambios de humor. —Eyy…no. – acarició su mejilla. —No llores, mi amor. Sos hermosa. No tenés que usar nada que no te guste. La abrazó y meciéndola la sostuvo hasta que las lágrimas cesaron. Y fue en ese momento que se dio cuenta de lo tonta que estaba siendo. Sonrió. —Mañana vamos a comprar un jean de un talle más grande, pero de la marca que a vos te gusta. – la tranquilizaba. La sonrisa se convirtió en risa, y la risa en carcajada. Se tapó la cara mientras tentada miraba como su marido estaba confundido y no sabía si reírse con ella, llorar, salir corriendo o llamar al loquero. Pobrecillo. Eran esos momentos en los que se sentía especialmente agradecida de que fuera él quien estaba a su lado, y no cualquier otra persona. Al día siguiente, cuando volvió de la universidad, tenía un par de llamadas perdidas en el celular de un número privado. Le llamó la atención, porque no era un teléfono que solía dar. De hecho estaba casi segura de que la prensa no lo conocía. Entonces, cuando volvió a sonar, lo atendió sin dudar. —Hola? – dijo intrigada. —Hola, Valentina. Soy Elizabeth. Podemos hablar? Te llamo desde un teléfono nuevo. Tenía miedo de que si leías que era yo, no me atendieras. Contuvo el aire esperando cualquier cosa. La relación que había entre ellas, aunque hubiera mejorado tras la crisis de Jamie, seguía siendo rara. —Si, claro. – contestó. Capítulo 41 Elizabeth había vuelto a Argentina sin decirle a nadie. Había quedado con Vale para verse al día siguiente en su casa, y ahí estaban. Sentadas en la mesa, a la hora del té. El sol brillaba en todos los rincones de la galería y tenían una preciosa vista del jardín. Su suegra estaba vestida como siempre, impecablemente. Llevaba un vestido de media estación de seda en color manteca y el pelo recogido dejando ver dos enormes y hermosos pendientes de rubíes. Siempre se sentía mal vestida a su lado. Por más que sabiendo con quien se juntaba, había puesto especial atención en su elección de vestimenta, igual se sentía desprolija. Tenía una camisola con cuentas de gaza celeste transparente, y una camiseta de tirantes debajo. No le había quedado más remedio que ponerse el único jean que aun le entraba. Y sabía que si llegaba a estornudar, reventaría alguna costura. Se acomodó con dificultad en la silla. Se sentía un elefante. La mujer se aclaró la garganta y empezó a hablar.


—Como sabrás mi relación con James es…delicada. – su voz se quebró apenas. —Y lo respeto, por primera vez no me voy a meter. – sonrió amargamente. —Pero quiero conocer a mi nieta. Desde que me enteré de que voy a ser abuela yo… Sin poder contenerse, sujetó su pañuelo con puntilla cerca de sus ojos. Tenía la mirada vidriosa y eso la conmovió. Estaba pasando por un mal momento. Tan malo como para tener que tragarse todo su orgullo y llamarla. Ella no iba a ponerle las cosas más difíciles. Ya era suficiente castigo el que Jamie no quisiera saber más de ella. No podía ni imaginarse como sería eso para una madre. Se tocó la panza instintivamente. —No quiero perjudicarte, pero no sé que más hacer. Si le pido a mi hijo disculpas, seguramente no quiera escucharme. Le hice mucho daño ya. —No entiendo que tengo que ver yo, Elizabeth. Para qué me necesita a mí? – al ver que la miraba con ojos muy abiertos llenos de miedo, suavizó la voz. —No hay nada que yo pueda decirle a su hijo que vaya a hacerle cambiar de opinión. Asintió con los ojos cerrados, resignada. —Si. Lo sé. Necesita tiempo. Yo también lo necesito, para demostrarle que puedo cambiar. – le temblaba el mentón. —Pero mientras pasa ese tiempo mi nieta sigue creciendo. – le miró la barriga con una sonrisa.—No me quiero perder de eso. Los bebés crecer rapidísimo. Vale la miró curiosa. —Me gustaría que cada tanto nos… viéramos. – miró hacia otro lado algo avergonzada. —Me imagino que no debo ser santo de tu devoción, Valentina. No te culpo por eso. Me comporté muy mal. No tengo perdón, no espero que me perdones. Me encantaría, pero no lo espero. – la miró sonriente. —Me equivoqué con vos. Sos buena para mi hijo, lo haces feliz. Estuviste ahí para él, te quedaste con él cuando …–se volvió a quebrar. —No lo dejaste. —Nunca lo voy a hacer. – quiso tranquilizarla con sus palabras, pero solo hizo que la mujer llorara más. —Vas a ser una buena madre. – cerró los ojos con fuerza, como si estuviera sintiendo dolor. — Mucho mejor que yo. No sabía que decir. Qué se supone que tenía que sentir? Jamie le diría que no se deje manipular, Que no le crea una sola palabra, que no valía la pena. Que era una traicionera, que no tenía corazón. Y no sabía si era por las hormonas del embarazo, o por qué, pero no podía odiarla. La miraba y sentía una profunda y devastadora pena por ella. —Por favor. – se secó los ojos. —No tenés que perdonarme. Me basta solamente con verte de vez en cuando. Con ver a mi nieta. – suplicaba. —Si Jamie se entera… – no la dejó terminar. —Yo voy a asumir todas las culpas. Le digo que te amenacé o algo se me va a ocurrir. —Y si no quiero? – Elizabeth la miró con tristeza. —Entonces no nos vemos. – sonrió apretando los labios. —Si no querés lo voy a aceptar y lo voy a entender. Se quedaron las dos en silencio.


Creía que se estaba metiendo en problema. Si aceptaba, su esposo se enojaría con ella. El había decidido cortar la relación con la madre. Sabía que la quería lejos de su vida. Pero era su hija también. No tendría ella parte de decisión en ese caso? Sonrió. No. Porque no era su madre la que tenía en frente. Porque ella no había tenido que soportar años y años de traición. Porque no había amenazado con dejar a su padre en la calle. Todas esas cosas le habían pasado a él y estaba en todo su derecho de odiarla. Se sentó más derecha en la silla y habló. —Elizabeth, entiendo las razones de mi esposo. Y sé que está pasando por un mal momento. Así que vamos a hacer las cosas a mi manera. – su suegra asintió desesperada. —Vos pones las condiciones. Por supuesto. —Podemos vernos mientras esté embarazada. No me voy a negar a eso. Pero cuando la bebé nazca, si quiere conocerla, va a tener que hablar con su hijo. – se miró las manos, en donde brillaba su anillo de compromiso por debajo de la alianza. —No le digo que hable ahora simplemente porque me parece que no es el momento. Todavía no se recupera del todo y no le quiero agregar preocupaciones. Pero como usted dice, los bebés crecer rápido y no quiero que nadie se arrepienta de nada. La mujer le sonrió agradecida y estiró una mano sobre la mesa y le tomó una suya. —Me está poniendo en una situación difícil con mi marido. – su ceño se frunció levemente. — Quiero que sepa eso, nada más. Elizabeth asintió. Terminaron de tomar el té, y casi una hora más tarde, Vale volvía a casa con la cabeza revuelta. Estaba mintiendo a su esposo, pero sus intenciones eran buenas. El amaba a su mamá. Tarde o temprano arreglarían las cosas. Si, estaba segura. Esa noche se fueron a dormir más temprano que otras veces, pero ella se había despertado mil veces a la noche para ir al baño. Según le había dicho su médico la bebé apretaba la vejiga, y eso hacía que a cada rato se tuviera que levantar. Una de las veces que se levantó sintió que la panza se le ponía dura alrededor del ombligo. Cuando se pasó la mano por la zona esa rigidez se extendió por toda la barriga, y sintió un dolor agudo que la hizo agacharse. —Jamieeee! – gritó mientras se sostenía de la pared del pasillo. Escuchó como él corría a donde ella estaba en ropa interior y los ojos muy abiertos. La encontró con las dos manos en su vientre respirando despacio por la boca. —Qué pasa? – la tomó de la cintura y la condujo hacia uno de los sillones. —Te duele algo? Ella asintió con la cabeza incapaz de hablar del miedo que sentía. Era muy pronto para que naciera. Muy pronto. Toda su panza se puso dura de nuevo.


—Mierda. – se agarró del brazo del sillón clavándole las uñas. —Voy a buscar las llaves del auto. – se miró. —Y… me pongo un pantalón. Respirá. – inhaló y soltó el aire soplando varias veces indicándole como. Segundos después estaba listo, y la llevaba por el ascensor hasta el auto. Capítulo 42 Apenas entraron al sanatorio, él hizo que se sentara en las butacas mientras hablaba con la secretaria de la recepción. Enseguida los hicieron pasar a preparto, que era a esa hora la guardia de obstetricia que tenían de turno. —Te vamos a poner esta cinta que se prende con abrojo. Adentro tiene tres transductores, para que escuchemos los latidos del bebé y para que podamos ver como van las contracciones. Por favor cuando sientas una, decime. Si? Aunque la enfermera tenía una voz dulce y tranquilizadora, ella estaba a punto de ponerse a gritar del susto. Jamie la tenía apretada de la mano, y con una frialdad que le sorprendió respondía a todas las preguntas que le hacían. Ella no estaba en condiciones de hablar, estaba entrando en pánico. —Mi nombre es Rocío. Esto que te estoy haciendo se llama monitoreo, y no duele ni te hace ningún mal ni a vos ni al bebé. – le palpó la panza pensativa. —Tratá de relajarte lo más que puedas, mamá. – le sonrió. Estaría muy mal visto morder a una enfermera?– pensó mientras se obligaba a respirar más lento. —No me parece que estés en trabajo de parto. – leyó la tira de papel que arrojaba el aparato. Como una especie de electrocardiograma. —Son contracciones Braxton Hicks. Jamie a su lado suspiró aliviado. —Qué cosa? – preguntó ella. —Son contracciones uterinas esporádicas. Son comunes en este periodo del embarazo. Puede que se vuelvan algo más dolorosas con el tiempo, pero no es nada de que preocuparse. – le sacó los aparatos. —Cuando las sientas recostate de costado y descansa. Si después de un rato ves que no paran o tenés otros síntomas, ahí si. Venite apenas puedas. —Como los músculos y el útero se preparan para el parto. – dijo su esposo tranquilo. Ella casi se ahoga con la risa. —Y vos cómo sabés? Tuviste muchas de estas? – le dijo levantando una ceja. —Estuve leyendo. – contestó con una sonrisa contagiosa. —Así es. – dijo Rocío mirándolo hipnotizada. —El señor está muy bien informado. – le sonrió mirando para otro lado, tímidamente. Lo único que le faltaba. Se cubrió la panza con la remera y clavándole los ojos a la enfermera coqueta se levantó casi de golpe. El, que veía como Vale la miraba, y estaba intuyendo lo que pensaba, la tomó delicadamente de la cintura y le dio un besito en la cabeza. —Vamos, mi amor. Tenés que descansar. – y la alejó antes de que soltara alguna maldición por culpa de sus hormonas.


Pero una vez en el auto, empezó a putear. —Ha! Pero que le pasa a la idiota esa! – tiraba del cinturón queriéndoselo abrochar y sin lograrlo. —Te hacía ojitos! El sonrió y sin contestarle le ayudó. Sabía que se le pasaría en segundos, y si decía algo sería usado en su contra de todas formas. —O sea, la mina te ve que estás con tu mujer… embarazada! – hizo énfasis en la palabra señalándose. —Cómo se puede ser tan puta?! El estaba haciendo un esfuerzo grande para no reírse. Apretaba los labios y procuraba no mirarla. —Te ve el anillo en el dedo. Porque te lo vio, Jamie. – resopló. —En frente mío encima!! – murmuró entre dientes… — Atorranta… El la miró y cuando llegó a un semáforo le tomó una mano besándole los nudillos. —Pero no hay forma que me fije en nadie más. – sonrió. —Así que si quiere mirar, que mire. Sonrió más tranquila. —Sos la más bonita, Barbie. Y esa pancita te hace más bonita todavía. —Estoy como un tanque, pero gracias. – rió. —Vos sabés que a mi me gustan tus curvas. – le guiñó un ojo. —O te quedan dudas? Sonrió sonrojada. —Cuándo leíste sobre las contracciones braxton…como sea que se llamen? —En internet más que nada. Pero puede que tenga algún libro o revista… – se frenó cuando vio que ella se reía. —O no. —Y qué? Te escondes para leer? Por qué no me dijiste? – le preguntó riendo. —Por eso. – la señaló mientras ella trataba de controlar las risas. —Los tengo en la oficina. Más risas. El sonreía. Era imposible no contagiarse de su risa infecciosa. —Bueno, traelos a casa. Yo también quiero enterarme esas cosas. – y esperando el próximo semáforo, lo tomó por la ropa y lo atrajo para darle un beso largo y profundo. — Te amo. El sonrió y le devolvió el beso con el mismo entusiasmo y fueron a casa a descansar. **** Unos días más tarde, por la productora apareció alguien que no se esperaban. Todos lo habían recibido afectuosamente y le preguntaban si había ido para quedarse, pero él solo dijo que venía de visitas. Entro a su oficina y sorprendiéndolo lo saludó. —Jamie. – sonrió. —Cómo estás? Se levantó y le aceptó la mano que el otro le tendía. —Eric! Tanto tiempo… Cómo estás? —No tan bien como vos. Me enteré que te casaste, felicitaciones. —Gracias. Estamos muy contentos. —Felicitaciones por el bebé también.


—Bueno, muchas gracias. – sonrió. —Sentate, por favor. – era raro estar ofreciendo asiento a quien antes ocupaba su lugar del otro lado del escritorio. —Gracias, pero no me quedo mucho tiempo. Tengo una propuesta para hacerte. – le pasó una carpeta.—Quiero que lo evalúes. Confío en tu criterio. —Bueno… eh… – no sabía que decirle. —Mañana a esta hora paso a verte. Tenemos tiempo para decidir, pero quiero saber tu opinión. Estoy ansioso. Asintió mecánicamente. Eric estaba a punto de salir, pero se frenó de golpe y se dio vuelta apenas. —Cómo está Valentina? – la pregunta lo ponía nervioso. Era obvio que él había tenido un interés por su esposa. —Bien. Un poco molesta con el embarazo, pero bien. Si todo sale como pretende, termina de cursar en noviembre. Quiere recibirse en marzo. Estuvo trabajando como modelo, pero también hizo unas producciones para Harper's. —Si, estuve siguiendo su trabajo. – se corrigió rápidamente. —Llegaron muchas noticias a mi productora. Eso lo hizo sentir orgulloso. Se sabía de ella, y de a poco estaba recibiendo el reconocimiento que se merecía. Tenía planes. Crecería en su trabajo. Sonriendo se despidieron hasta el día siguiente. **** Había recibido por correo un ejemplar de la revista Harper's con una nota firmada de la misma Amanda, felicitándola por el trabajo y deseándole lo mejor para su pequeña. Las fotos la dejaron sin palabras. Estaba acompañada de una nota muy breve que habían accedido dar, y en donde solo se hablaba de temas placenteros, como la infancia de ambos y esas cosas. Pero sin dudas, las imágenes estaban el punto fuerte. Se los veía tan bien, tan enamorados, tan… emocionados. Parecían una pareja feliz esperando la llegada de su hija con alegría. Sus manos se unían en todas las tomas, y en especial había una, que traía lágrimas a sus ojos. Estaban los dos parados y él abrazándola por atrás tenía sus manos tomadas, y a la vez apoyadas sobre su panza. Esa conexión, esa unión. Las abrazaba a las dos. Las protegía a las dos. Eran una familia. Capítulo 43 Se había estado viendo con Elizabeth, y para su grata sorpresa se estaban llevando de maravilla. De hecho, la estaba pasando bien. Habían salido a comer afuera, a merendar, se habían hecho manicura y masajes. Sus programas eran siempre parecidos, pero le gustaba. Nunca le había prestado atención a


esas cosas y estaba aprendiendo que le gustaba que la mimaran un poco. Ese día en particular, su suegra la había llevado de compras. Ya no podía seguir resistiéndose o iba a romper todos sus pantalones. Y pretendía seguir usándolos una vez hubiera bajado de peso. La tienda a la que la llevó no se parecía en nada a lo que se había imaginado. Era elegante, enorme y sonaba música clásica. Le parecía de verdad increíble que allí fuera a encontrar algo para ella, pero aparentemente se dedicaban al guardarropa de la embarazada. Estaba en el probador mientras le pasaban una variedad enorme de jeans, camisetas, y vestidos que eran una belleza. Todos se amoldaban a la perfección sin hacer demasiado evidente su estado, pero acentuando los detalles más bonitos. Había un vestido que le gustaba más que los otros. Era un vestido azul, muy veraniego, con pequeñas florcitas, con corte en la cintura pero con un detalle bajo el busto y escote en V. Era conservador, pero se sentía femenina y hasta atractiva en él. Sus ojos resaltaban y con el rubor rosado que ahora tenía siempre, la favorecía horrores. Y así siguió midiéndose hasta que sin darse cuenta había gastado dos sueldos de su trabajo en ropa. Adelantándose a ella, Elizabeth le dio a la vendedora su tarjeta de crédito. —No, Elizabeth. No puedo dejar que me pague todo! – se apuró a decir Vale. —Es lo menos que puedo hacer. Esto no es nada. – la vendedora se la devolvió y la hizo firmar. No había forma de decirle que no. Cuando salieron, agregó. —Apenas pueda hablar con mi hijo voy a devolverle las propiedades. Le voy a dar todo. – negó con la cabeza avergonzada. —Eso es de ustedes. —Nosotros no queremos… – la interrumpió. —Mi padre, quería que eso fuera de él y su futura familia. No es mío. Por culpa de mi codicia, de mi avaricia, me quedé sola. – sonrió amargamente. —Por algo a mí no me dejó prácticamente nada de herencia. Lo sabía. Siempre supo como era. —De verdad, no necesitamos el dinero. Estamos perfectamente bien. Más que eso. – dijo sonriéndole. —Les corresponde, y pretendo devolverlo cuando pueda dialogar con James. Vale asintió y guardando las bolsas en el auto se despidió de la mujer. Debía creerle todo lo que decía? Parecía sincera. **** Todavía no podía creer la propuesta que Eric le había llevado. Básicamente la idea era que la productora se ampliara organizando desfiles a gran escala, como las que se realizaban en las capitales de moda más importantes del mundo. El sería el encargado del área, la cara visible. Y Eric el nexo que unía la productora de Europa con la suya. Era, casi una sociedad.


Significaría un cambio radical. Algo ambicioso, pero si salía bien, serían líderes en el mercado. Todavía no se hacía nada parecido en el país, y los nombres que aparecían en el proyecto tenían un peso que nadie podría negar. Tendría que hacer una inversión. Algo razonable considerando las posibles ganancias que obtendrían si las marcas más importantes los contrataban. Implicaba que él volviera a la pasarela, pero del lado de atrás. Sabía del tema, y lo entusiasmaba. Cuando Eric fue a verlo, ya tenía el “si” dándole vueltas en la cabeza, pero tenía una pregunta fundamental que hacerle antes. —Por qué a mí? – lo miró curioso. —Podrías haber ido a las mejores productoras, a las número 1. Incluso en Europa. Por qué acá? Por qué conmigo? Eric le sonrió. —Primero porque esta fue mi productora. Yo crecí y me formé acá. Fue siempre mi primera opción. Segundo porque sé como trabajas. Y tercero porque te debo más de lo que te imaginas. – Jamie asintió. —Me imagino que cuando me recomendaste, tuviste tus razones. Querías estar a cargo de esta. Pero a mi me cambió la vida, y es mi manera de agradecerte, y de devolverte el favor. No tengo dudas de que vas a estar a la altura. Se estrecharon las manos amistosamente y se pusieron a trazar ideas y pasos a seguir para lo que sería uno de los rumbos más arriesgados de su carrera profesional. Pero también más emocionantes. **** Cuando Jamie volvió del trabajo traía buenas noticias y quería festejarlas. Se había quedado sorprendida al leer la propuesta y al ver como le brillaban los ojos a su esposo, sonrió. Era algo bueno. Muy bueno. —Vayamos a festejarlo. – le dijo tomándola de la cintura. —Salgamos a comer. —Dale. – lo besó en la boca. —No me dejes repetir postre, por favor. El se rio devolviéndole el beso. Era la ocasión perfecta para usar su nuevo vestido azul. Se dejó el pelo con sus ondas naturales, y apenas se puso rimmel. Estaba contenta con su look. Dio una vuelta frente al espejo. Mmm….apenas tuviera a su bebé, se pondría de nuevo el vestido, pero con tacones. Seguramente se vería mejor. Salió a la sala en donde la estaba esperando su esposo. Se había quedado con la boca abierta. Extrañaba esa expresión. Sonrió con más ganas. —Barbie, estas… – tomó una de sus manos y la miró de cerca. —Preciosa. —Gracias mi amor. Vos estás precioso también. – de traje sin corbata, se veía guapísimo. Y si a eso le sumaba que con la terapia estaba comiendo sano y había vuelto


a entrenar… estaba… muy bueno. Buscando su boca la besó primero lentamente, rozando su nariz con la suya y después con más necesidad, tomándola del rostro con ambas manos. Gruñó por lo bajo tocándola, pegándose a ella. Podía sentir su cuerpo responder a ese beso. A ella se le empezaba a acelerar la respiración y muy de a poco se fue apretando más a él. Ahora lo primero que lo tocaba era la panza, y ya estaban acostumbrados. Ya sabía como amoldarse a su nueva figura. Llevó una de sus manos sujetándole la cadera y casi de manera violenta retiró su pelo suelto de su hombro y lo mordió. Las tiras del vestido cedían y cayendo lentamente, le descubrieron el corpiño de encaje azul marino que tenía debajo. —Hmm… – dijo él apreciativamente mientras la miraba. Pasó sus manos por su cintura, y arrastrándola la llevó a la habitación. —Después pedimos algo. – le pidió al oído con la voz ronca. —Salimos a comer mañana. Si? Ella asintió con los ojos cerrados disfrutando de cómo la tocaba sobre la tela de ese precioso vestido. Se dejó llevar y una vez más los dos estaban perdidos en el otro. Capítulo 44 Los días pasaban a toda velocidad, y ya estaba en el séptimo mes de embarazo. En el curso de preparto les habían dicho que era una buena idea armar un bolsito con lo necesario para el gran día. Y entre eso y su gran panza, era en lo único que podía pensar. El gran día. Y estaba aterrada. Todas las mujeres que conocía que tenían hijos, le habían contado su experiencia. Y eran todas tan distintas que no sabía como reaccionar. Su madre había tenido dos partos rápidos y hermosos, mientras que su suegra había estado cerca de 20 horas pariendo. Mierda. No podría soportar tantas horas de dolor. Ya habían hablado con el doctor Benjamín, y habían llegado al acuerdo de que sería un parto natural si así se daba. Pero ante la primera complicación tenían que hacerle una cesárea. No estaba para nada en contra de la epidural. Era su único consuelo, de hecho. Y Jamie parecía estar de acuerdo. Ahora leía los libros de embarazo a su lado, y muchas veces le hacía algún comentario, o le señalaba páginas con cosas que quería que leyera. Llegaba la noche y ahí estaba él, en la cama con su librito “Voy a ser mamá”. Le daba una ternura inmensa. Era su forma de lidiar con los miedos. Estando preparado para todo. Sintiendo que tenía el control de algo de lo que pasaba a su alrededor. Entraban al último trimestre y tal vez el más importante. También eran sus últimos días de clases. Cuando estuviera entrando al octavo mes, terminaría de cursar, y no podía esperar a que eso ocurriera. Se cansaba muchísimo. Caminar dentro de la universidad la agotaba. Además era molesto porque tenía que excusarse para ir al baño cada 5 minutos.


Estaba tomando cantidades de líquidos, indicadas también por su médico, y eso solo lo hacía peor. El lado positivo es que la piel y el pelo se le había puesto lindo. Tenía el pelo suave, y dócil. Nunca lo había tenido tan brillante. Su piel se veía lustrosa y pareja. Este sería el brillo que todo el mundo siempre veía en las embarazadas. El sexo se empezaba a complicar. Cada vez tenían más dificultades por la dimensión de la panza, y tenían que ingeniárselas, pero podía decir que él seguía sintiendo el mismo deseo que siempre. Seguía viéndose con Elizabeth, que la estaba malcriando. La había llevado a una muestra fotográfica preciosa, y ella estaba como loca por ir a buscar su cámara y registrar todo. Extrañaba los flashes. Al cabo de un momento, se empezó a cansar y sintió que el ombligo se le endurecía. Oh no. Las contracciones Braxton Hick otra vez. Se sentó donde pudo y se llevó las manos a la panza. —Ay no. Qué te pasa? Te sentís mal? – preguntó su suegra preocupada. —Se me pasa…no es nada. Pero necesito acostarme un segundo. Estuve mucho tiempo parada. Auu…– su barriga era de piedra. Sin dudarlo, la mujer sacó su teléfono y marcó. —James? Estoy con Valentina y se siente mal. Necesito que vengas a buscarla. Te paso la dirección. A los pocos minutos, un Jamie vestido de traje y cara de preocupación llegó al lugar corriendo y resbalando por los rincones. —Vale? – se acercó a donde estaba. —Te sentís mal? Por qué no llamaron a un médico? – estaba fuera de si. —No amor. Y estoy bien. – y de verdad lo estaba. —Las Braxton Hicks de nuevo… Estuve mucho tiempo parada. —En serio estás bien? – la miró a los ojos muy serio. Ella asintió y él suspirando dos veces se sentó a su lado aliviado. Después de un rato en el que pareció volver a pisar tierra firme frunció el ceño mirando a su madre y después a ella. Ahora es que se daba cuenta de que estaban juntas antes de que él fuera. —Qué hace ella acá? – preguntó mirando en dirección a Elizabeth. —James. – empezó a decir la mujer. Ya le había dicho que si él se enteraba, cargaría con las culpas. Pero si dejaba que eso sucediera estallaría una guerra en plena muestra de fotos. Y estaban rodeados de prensa. —Vamos a casa y te explico. Si? Quiero estirar las piernas. – dijo interrumpiéndola. Todos se despidieron rápidamente y Jamie llevó a su mujer a descansar. Al llegar, tenía un mensaje de su suegra que decía. “Cualquier cosa que necesites, llamame.” Tomó aire y se dispuso a contarle toda la verdad. No se dejó nada adentro. El al principio se sintió engañado, casi traicionado y se molestó. Pero como sabía que tenía buenas intenciones, de a poco entendió.


Besó a su esposa en los labios suavemente. —Gracias, mi amor. Pero a mi no me interesa hablar con ella. Vos podés verla, no te lo puedo prohibir. – se encogió de hombros. —Necesito más tiempo. No le creo nada. —Está dispuesta a devolver toda la herencia. – dijo mordiéndose el labio. —Yo no quiero nada. —Se lo dije. – él sonrió. —No me gusta que te ponga al medio, mi amor. Ella hace eso, y arruina todo. —Nada va a arruinar lo que tenemos. – le devolvió el beso con la misma ternura. — Cuando estés listo, ella te espera para hablar. El asintió y se abrazó a ella por un rato. A la noche la había llamado su amiga Ana. Al parecer las cosas iban bien con Mateo. Tanto que ahora se paseaban en público. Esto a ella le molestaba muchísimo, porque ya había aparecido en algún sitio de internet como la novia misteriosa del modelo. Vale compartió con ella su propia experiencia, y eso pareció dejarla más tranquila. Nico había sufrido eso también. El como el novio de la modelo y el hermano de ella, pero era lo mismo. Lo molestaban en la facultad, y algunos hasta lo felicitaban. Pero no le estaban dando buena vida. Más de una vez, lo habían acosado en la puerta de la facultad para preguntarle por Vale, el sexo del bebé, o cualquier información que pudieran sacarle. Estaba considerando seriamente la posibilidad de irse a Córdoba. Pero después estaba Flor, que hacía que la bronca se le pasara y lo mantenía en su lugar. Sin dudas ella era una muy buena razón para quedarse allí. Semanas después ella entraba en el octavo mes de embarazo, y como había programado, terminaba de cursar. Listo. Una etapa de la vida que había cerrado. Solo le quedaban 5 materias por rendir. Pero ya lo haría más adelante. Ahora lo único que tenía que hacer era convertirse en mamá. Capítulo 45 Jamie empezó a trabajar desde casa. Era un mes de poco trabajo de todas formas. En noviembre e incluso diciembre, no había actividad, y prefería estar cerca de ella. Estaba tratando de hacer yoga, pero la verdad es que estaba siempre tan cansada, que lo único que quería era dormir. Eso era de día, porque de noche no pegaba un ojo. La bebé se movía de acá para allá, y estando acostada no encontraba postura para estar cómoda sin que le faltara el aire. Se acostaban y los dos miraban maravillados como la panza de Vale se movía y cambiaba de forma. Le hablaban a su bebé siempre que podían, y aunque en un principio se habían sentido algo tontos haciéndolo, cada vez les resultaba más fácil. Con el bolso y la habitación lista, quedaba un tema que charlar. El nombre. Cuando


naciera no podían seguir llamándola “la bebé”. —A mi me gustaría algo raro. – dijo pensativa. —Avaline. – dijo rápidamente sonriendo. —No tan raro. Parece nombre de analgésico para dolores menstruales. – respondió arrugando la nariz. —Ey… mi abuela se llamaba así. Y la chica que me gustaba en el jardín… – casi hacía pucheros. —Es un nombre hermoso. No quería ofenderlo así que dijo sonriendo. —Pero estamos en Argentina, y es un poquito peculiar, nada más. Busquemos algo intermedio. Que se pueda decir en ambos idiomas. —Olivia. —Cómo la de Popeye? —Ok, no. Mmm… Chloe… —Muy difícil de pronunciar. Vos decís “Cloui” acá le van a decir chloe. Malísimo. El puso los ojos en blanco, resignado. —A vos te gusta Avaline, y cualquier otro te va a parecer feo, no? – le preguntó entornando los ojos. —Es un nombre precioso. – insistió. —Tiene que haber alguna variante, algo que sea parecido y no tan.. – lo miró. —No tan especial. Saltó de la cama y buscó su notebook. —Avaline… mmm… Evaline… no. Evelyn…no. – siguió tecleando, hasta que leyó algo que le gustó. El corazón le dio un vuelco. Era un nombre raro y esperaba de todo corazón que a Jamie le gustara, porque ese era el nombre indicado. Ese era el nombre de su hija. Sonrió. —Y? Qué encontraste? – dijo acercándose. —Por favor, pensalo mucho antes de decirme que no de movida. – nerviosa y con las dos manos juntas como si estuviera suplicando, le dijo. —Ava. —Ava. – repitió él. —Ava… como Avaline. El sonrió muy de a poco. Le había gustado. —Me gusta Ava. – ella aplaudió y mientras sonreía emocionada lo abrazaba con fuerza por el cuello. —Gracias, mi amor. – lo besó. El apoyó las manos en su panza y acercándose dijo. —Hola Ava. – y le dio un besito. —Un nombre muy inglés, mi mamá va a estar feliz. – se rió. — Siempre quiso tener una hija mujer, y quería que se llamara Avaline… o Elizabeth, obvio. – se volvió a reír. —Por qué no la llamás? – esperó a que contestara, pero no lo hacía. —En cualquier momento va a ser abuela, no se lo quiere perder. El suspiró.


—No me pongas esa cara…no me mires así. Me cuesta decirte que no, Barbie. – ella lo miró de nuevo mientras le besaba el cuello, la mandíbula, la mejilla. —Ok, ok. Mañana la llamo, o me junto con ella así charlamos. – levantó su dedo índice. —Si no cambia o no muestra señales de querer hacerlo, necesito que por favor entiendas mi decisión de no volver a hablar con ella, y que por favor vos hagas lo posible en mantener a mi hija lejos también. —Te lo prometo. **** Y al día siguiente, efectivamente se juntó con su madre. Como en viejas épocas habían pasado horas hablando de trivialidades, y de trabajo. Ella siempre estaba al día de lo que pasaba en la industria, y un poco se imaginó que no quería ir directo al grano. Quería antes preparar el terreno. Cuando empezaron a tocar los temas escabrosos, ella toleró y escuchó con paciencia, todo lo que su hijo tenía que decirle. Todo eso que se había estado guardando por años. Su madre no se imaginaba ni por casualidad, todas las cosas que le habían pasado por la mente y el corazón cuando ella y Franco se separaron. Sentían como si fuera la primera vez que hablaban. Se conectaron de una manera que no lo habían hecho antes, y se sentían más livianos. Elizabeth estaba dispuesta a renunciar a todas las propiedades, incluyendo la cual que actualmente ocupaba. Pero él se había negado. No le interesaba ese dinero, en lo más mínimo. Y no se trataba de una cuestión de orgullo, simplemente no le importaban lo suficiente. Para él no tenían el valor que su madre si les daba. Lo único que le había pedido, de ahora en más, fue honestidad y un buen trato hacia su esposa y su familia. Ahora eran parte de su vida, y de la vida de su bebé. Le gustara o no. Afortunadamente, la mujer entendía todo a la perfección, y estaba sobretodo agradecida por esta segunda oportunidad que su hijo le estaba dando. Para ser justos no era la segunda, era como la décima. Y ahora todos estarían más cómodos. Con el tiempo fueron encontrando la mejor manera de relacionarse y volver a ser lo que eran. **** Ese mes había pasado rápido. Estaba ansiosa, y ya quedaba cada vez menos. Su amigo Mirco había vuelto a Argentina, y ya definitivamente se había instalado a vivir con su pareja Coty. No le gustaba la idea, y todos lo sabían, pero no podía decir mucho en frente de él, porque quería verlo feliz. Y en verdad lo parecía. Hacía un par de noches que dormía sentada entre almohadones y Jamie ocupaba un rinconcito mínimo de la cama sin quejarse. Había leído que para esta época la futura mamá se ponía muy incómoda y empezaba


la impaciencia por el parto, y era tan cierto. En preparto les habían enseñado todas las respiraciones, todas las posturas para tolerar las contracciones en ese momento, y por supuesto les habían dado una visita guiada por las salas de parto del sanatorio a donde se hacía atender. Y no era que el miedo se le hubiera ido, eso seguro que no. Pero ya se había cansado de estar embarazada. Se sentía pesada y muchas veces sofocada. Era diciembre, y el calor no la estaba ayudando tampoco. Su esposo le hacía masajes siempre, y podía ver que se desesperaba por hacerla sentir aunque sea un poquito mejor, pero no. No la estaba pasando bien. Y para colmo, su casa ahora era como la terminal de ómnibus. Siempre llena de gente, que quería verla y quería estar cerca porque se acercaba la fecha. Su compañero Mateo había silbado abriendo mucho los ojos cuando la vio abrirle la puerta. —Estas enorme. – y se tuvo que callar porque Jamie que estaba parado detrás de ella le hizo señas con el dedo índice en los labios de que no le dijera nada. —Andate a cagar. – respondió ella malhumorada. —Bueno, pero ya no falta nada… en poquito tiempo vas a tener a tu bebita. – quiso sonreírle, pero ella seguía mirándolo mal. —Sos un idiota. – dijo su amiga Ana, que había ido con él. —Estas hermosa, no le hagas caso. Mirá lo que te traje. Le dio una bolsa con un libro. Ella lo abrió curiosa. Era el libro del bebé, pero en formato de un álbum de fotos. —Es para que te canses de sacarle fotos y después se las muestres. —Oww.. – abrazó a su amiga con lágrimas en los ojos. —Graaaacias. —Ey, es de parte de los dos. – dijo Mateo abriendo los brazos para que lo abrazara también. Se rió y secándose los ojos fue a abrazarlo a él también. —Gorda y todo te quiero. Ves? – le dijo haciendo que todos se rieran. Capítulo 46 Decidió que ya que estaban todos en la ciudad para verla, haría un Baby Shower. Estaba en la semana 37 de su embarazo, y si no lo hacía ahora, no tendría otra oportunidad. Además estaban tan cerca de las fiestas, que era una linda oportunidad para estar todos juntos. Se puso un vestidito de gaza blanco que había comprado con Elizabeth, y se ató el pelo con una trenza de costado. Afuera hacía un calor de mil demonios, así que con Jamie habían organizado todo para hacerlo dentro del departamento. Estaba todo decorado en colores blanco y rosa, pero de manera elegante. No había chupetes gigantes, ni tortas con forma de bebés. Cosa que, por cierto, le parecía una idea macabra. Pero había comida, eso si.


Montones y montones de comida. Gerard, estaba tan emocionado como ellos y como no podía decidir que menú hacer, había hecho varios. Platos fríos, algunos más tradicionales, postres, mesa dulce, bandejas de frutas, otras con carnes y algunas opciones vegetarianas. Ella se había quejado entre risas de que la quería seguir engordando, pero no la tuvo en cuenta. Según él, ella no había engordado lo suficiente. Estaba de nueve meses y había aumentado exactamente 10 kilos. No era mucho, si se tenía en cuenta que Ava pesaba más de 2. De todas maneras ya había decidido volver a su dieta sana, y a entrenar apenas su médico se lo permitiera. Mirco le había dicho que él mismo se encargaría. Era tan difícil imaginarlo. Antes corría por horas, y ahora a duras penas se obligaba a caminar. Porque si no lo hacía, sus tobillos se hinchaban como globos. Pero le pesaba todo. La presión en la parte baja de su cadera era demasiado para estar mucho tiempo de pie. Sentía como la pequeña Ava tiraba hacia abajo amenazando con partirla a la mitad. Tenía días buenos también. Y hoy era uno. Se sentía de buen humor, y con pocas molestias. Había podido dormir 8 horas para variar, y estaba fresca como una lechuga. Tenía la piel tersa y suave, así que no había tenido que maquillarse mucho. Solo un poco de rimmel y estaría perfecta. Se estaba terminando de peinar cuando vio entrar a su esposo en la habitación. El sonrió y parándose detrás de ella, enfrentando el espejo, le dijo. —Hoy estás más linda que nunca. – le besó el cuello con cuidado. —Tengo algo para vos. —Algo para mi? – preguntó. El asintió y le tomó una mano. Mientras la besaba sacó de su bolsillo una cajita azul rectangular, que era más larga que ancha. Ella la abrió y se quedó mirándolo con emoción. Un precioso brazalete de oro blanco. Era una cadena fina y delicada, pero con personalidad de la que colgaban tres dijes de diamante en forma de pequeños corazones. —Los más grandes tienen nuestros nombres gravados del otro lado y este chiquitito dice “Ava”. – ella le sonrió de nuevo con los ojos vidriosos. No sabía que decir. —Jamie…es… – las lágrimas le caían como cascadas. —Te la tendría que haber dado antes de que te maquillaras. Los dos rieron. Ella estiró la mano para que le pusiera su regalo y él con mucho mimo lo hizo. No pudo contenerse y lo tomó del rostro besándolo con ternura. Estaba manchándolo con sus lágrimas, pero no les importó. Su corazón latía deprisa y la bebé pateó en respuesta. Los dos llevaron las manos a la


panza de manera instintiva y sonrieron. Esa misma tarde la casa estaba llena. Toda su familia, Nico, Flor, Ana, Mateo, Amanda, Cat, Mirco, Coty, Mica, gente de la productora, Eric, Walter y su pareja, varios amigos modelos de Jamie, Franco, Elizabeth, no faltaba nadie. Todos la habían llenado de regalos, y se habían puesto hasta arriba de comida. Nico y Flor no se sacaban las manos de encima, y era algo incómodo de presenciar. Sobretodo porque estaban sus padres ahí. A su esposo parecía hacerle gracia de todas formas. Le daba codazos cada vez que se ponían a besarse descaradamente. Ella suspiró. Era bastante probable que ellos dos hubieran dado el mismo espectáculo unos meses atrás… Cat estaba charlando con Amanda y parecían estar llevándose bien. Había algo en los ojos verdes de la socia de Jamie. Mmm…si. Le gustaba Amanda. Le gustaba mucho. Y ella no parecía para nada indiferente a sus encantos tampoco. Sonreían y se decían cosas al oído. Eric estaba, como no, tratando de levantarse a Mica. Por Dios, que era esto? Un baby shower! Nadie se daba cuenta? Le daba risa ver como la modelo lo ignoraba y trataba de sacárselo de encima cada vez que podía como a una mosca molesta. Mirco y Coty estaban de la mano y charlaban con su familia tranquilamente. Ya habían solucionado las cosas, y la chica se había disculpado hasta el cansancio, pero su relación había quedado rara. Nunca volvería a ser lo que una vez fue. Franco y Elizabeth se habían saludado secamente cuando entraron, pero ahora estaban en el mismo grupo de gente charlando cordialmente. La llegada de su nieta, los había unido un poco. Al menos lo suficiente para tener un trato educado, y no matarse cuando estaban en la misma habitación. Y eso ya era bastante. Al lado suyo Mateo y Ana parecían estar teniendo una de sus peleas. No pasaban una semana sin que alguno quisiera cortar. Ambos tenían personalidades fuertes, y chocaban. Pero cuando estaban bien, nadie podía negar que ahí existía más que atracción física. Esos dos se querían. Se adoraban, con el mismo fuego con el que se peleaban. La fiesta había sido un éxito. Había sido divertida y la había pasado bien, hasta cierta hora. Ahora estaba cansada y todos hablaban fuerte, la música estaba muy fuerte también. Eran tantos, Dios. Tenía ganas de sacarlos a patadas, para poder meterse en su pijama y acostarse entre almohadas. —Les digo que se vayan? – dijo Jamie sonriéndole mientras le masajeaba la parte baja de la cintura. —Por favor. Antes de que empiece a odiarlos. – suplicó. Estaba a punto de hacerlo cuando un grito de ella lo dejó helado. Se llevó las manos a la panza. Sentía un dolor agudo y filoso que iba desde un costado de su cintura y se prolongaba hacia delante, hacia la parte baja de su vientre.


Duró solo un rato, pero la había dejado asustada. Empezaba a reponerse, mientras todos los demás le indicaban que se recostara y levantara apenas los pies. Ya había tenido contracciones antes. Las benditas Braxton Hicks, así que sabía que con calma se le pasaría. Pero justo cuando estaba por tranquilizarse un nuevo calambre la dejó sin aire. **** El grito que pegó, le dijo a Jamie que no eran las mismas contracciones. Tomó a su esposa con delicadeza y la condujo al ascensor, sin saludar a nadie. Todos los invitados se habían quedado sorprendidos, pero Carla, su suegra, les había pedido calma y que se organizaran. Los seguirían al hospital de a grupos. Capítulo 47 Habían llegado en tiempo record, y apenas los vieron con Vale retorciéndose de dolor, los hicieron pasar a sala de parto para dejarla ingresada. Su médico había sido avisado, y estaría con ellos en un momento. Pero mientras la conectaron otra vez al aparato de monitoreo. Ella gritaba porque la posición le hacía peor, pero la enfermera, le había dicho que era solo un momento. No había tiempo para nada más. Había llegado el momento. Sus manos temblaban descontroladamente, y trataba de disimularlo. No quería ponerla más nerviosa. Tenía miedo. Miedo por la bebé, miedo por ella, miedo al parto. Por qué mierda había leído tanto sobre eso? Ahora que sabía todas las cosas que podían ir mal, su cabeza no paraba de darle vueltas. La enfermera lo miró, volviéndolo a la realidad. —Usted se va a quedar con ella? —Si, si claro. – dijo convencido. —Tiene que darme sus datos. Y mientras él hablaba veía como Vale hacía un esfuerzo por no gritar. Estaría pasando por un dolor terrible. Ni siquiera podía imaginárselo. **** Después del monitoreo, su médico la fue a ver. Estaba lista, no había tiempo para la epidural. Habían llegado justo a tiempo. Unos minutos más y nacía en su casa. Mierda. Aterrada miró a Jamie, y él le sostuvo la mano con fuerza besándole la frente. Todo lo que siguió fue como un gran borrón. Lágrimas, dolor, mucho dolor. Su esposo a su lado, apoyándola, tranquilizándola, dándole valor, la enfermera indicándole cuando pujar, su médico contándole que pasaba… pero ella no podía hacer nada, era demasiado.


Cerró los ojos, sacó fuerzas de donde no tenía y poco después la escuchó. Un inconfundible llanto. La sostenían mostrándosela sobre su ahora chata barriga. Ella pudo sentir su calor a través del manto que habían puesto para apoyarla. No podía sacarle los ojos de encima… era tan…chiquitita y rosada. Entre dos enfermeras se la llevaron para hacerle todos los controles y limpiarlas, mientras ella todavía no sabía como sentirse. No lograba captar si había dolor o el dolor se había ido. No sabía que seguía haciendo el doctor, y tampoco le importaba. Sus ojos estaban justo con su pequeña. Al rato, Jamie la traía envuelta en una mantita color rosada y con gorrito del mismo color. No lloraba, ni gritaba. Estaba tranquilita con las manitos en movimiento. Las cerraba y las abría como buscando algo. Era tan graciosa. Tenía los ojos abiertos, muy abiertos. Mirándolo todo, descubriendo todo por primera vez. Instintivamente se estiró para tocarla y la sintió tan suavecita que su corazón se derritió. —Hola, Ava. – dijo emocionada. —Barbie, es hermosa. – Jamie también estaba emocionado. Tenía los ojos algo vidriosos, aunque seguramente estaba tratando de disimularlo. La pequeñita abría la boca y bostezaba apretándose los ojitos con los puñitos. Una de las enfermeras entró. —Ahora te vamos a pasar a sala común para que puedas alimentarla. – sonrió. —Me parece que tiene sueño. —Si. – dijo riendo. En la sala común, Ava había cenado y ahora estaba totalmente dormida. Todos sus conocidos se habían turnado para entrar y conocerla, pero casi en puntas de pie para no despertarla. Según su madre era igual a ella cuando era una bebita. Pero, obviamente cuando entró Elizabeth, dijo que era igual a Jamie cuando era chiquito. Los dos se rieron. Flor se emocionó hasta las lágrimas y se autonombró madrina. No le había dado la oportunidad de decirle que ella ya la había elegido para que lo fuera, porque ya se había impuesto. Iba a ser su tía favorita y la iba a malcriar. Mateo se había enamorado a primera vista. Le había puesto el pulgar dentro de su manito y Ava se lo había sujetado con fuerza. —Hola, Ava, princesita. – se acercó para mirarla bien. —Yo quiero una así… mirá lo que es… Ana lo miraba con el ceño fruncido sin decir nada. —Pueden tener uno ahora, y serían compañeritos de jardín. – dijo Jamie mirando a su amiga que ponía los ojos en blanco.


—Vas a tener que dejar la noche, Mateo. – dijo Vale muerta de risa. —No me importaría. Ella ya lo sabe. – se encogió de hombros. —Pero no quiere. Jamie, viendo que el ambiente empezaba a cargarse sacó al modelo con la excusa de ir a tomar un café. —Qué no querés? – preguntó Vale. —Quiere que me case con él. El pibe está loco. – dijo indignada. —Que me quiere y no sé que otras cosas… —Y vos no lo querés? No querés casarte? Formar una familia? – miró a Ava con cariño. Su amiga se quedó pensativa por un momento. —No le digas nada… pero si. Si lo quiero, pero no sé si estoy lista para todo lo que él quiere. Tenemos un ritmo diferente. – suspiró. —Me desespera. Vale rió. —Son iguales. Ana se tuvo que reír también. —Por eso es que nos vamos a dar contra la pared en cualquier momento. —No… yo creo que van a terminar bien. Juntos. Van a encontrar la manera. Anabel sonrió y después de darle un besito a Ava y otro a su mamá, se fue a donde estaba su novio. De repente necesitaba tenerlo cerca. Cuando todos se fueron, era muy tarde. Habían hecho una excepción y habían dejado que demasiadas personas pasaran y no podían quedarse porque había otras embarazadas y bebés recién nacidos que necesitaban descansar. Tenía una pieza para ella sola, con un sillón enorme al lado de su cama y la cuna, que iba a ser en donde Jamie dormiría. No pensaba dejarlas solas. Agotados se fueron a dormir y apenas apoyaron la cabeza en la almohada cayeron rendidos. A los pocos minutos se despertaron por el llanto de Ava. Oh, su pequeñita tenía pulmones. Se levantó y la alzó. Después de alimentarla y mecerla un rato se calmó. Le dio un besito en la frente y la volvió a acostar. Su esposo se había despertado y estaba sentado mirando. Cuando vio que se podía volver a acostar, lo hizo. Dos minutos después, otra vez lloraba. Esta vez fue él quien se levantó y con toda la delicadeza del mundo la alzó y la abrazó. Parecía haberse dormido en sus brazos, así que ella también se permitió dormir. En vano. Al rato volvía a llorar. Los tuvo toda la noche despiertos. La habían paseado, alimentado, cambiado, cantado, mecido, abrazado…y nada. Les iba a estallar el cerebro en cualquier momento. El le insistía con que durmiera


mientras la cuidaba, pero era imposible dormirse con semejante griterío. Tan chiquita y con tanto carácter. Cuando lograron hacerla dormir era de día, y la enfermera pretendía hacerle los controles. Suspiró. Iban a ser meses muy largos. Capítulo 48 Lo gracioso es que ahora que era de día y venían todos sus conocidos a visitarla, ella dormía. —Tan tranquilita, como duerme. – decían sonriendo. Ella y Jamie se miraban pensando en la noche que acababa de darles. Más allá de todo, estaba perfecta de peso y tamaño, así que esa tarde ya podían darle el alta. Ella se sentía bien, sacando el sueño y el cansancio, no tenía dolores, ni molestias de ningún tipo. Cerca del mediodía Ava se despertó con hambre y la reclamó impaciente como elle mejor sabía. A los gritos. Y todos entendiendo que después querría descansar, los dejaron solos. Jamie les contó que Vale no había dormido, y ahora tenía que aprovechar cada vez que la bebé dormía, para dormir también. A ella le sonaba haberlo leído en algún lado y no se iba a oponer. De verdad necesitaba cerrar los ojos. Esa misma noche volvían a casa con la pequeña Ava en brazos. Y por más que todos querían ir a verlos, su esposo les dijo que no. Podían ir si querían al día siguiente, pero ahora querían estar los 3 solos. Y así fue. Los primeros días Ava, dormiría en un moisés al lado de la cama grande, y cuando pasara el tiempo tendría que pasarse a su cuna, en su propia habitación. Una grande y blanca habitación que habían decorado sus padres unos meses antes, y que estaba al lado de la de ellos. Estaban tan cansados que apenas llegaron que fueron a acostar. La pequeñita, esta vez había dormido bien, y se había despertado a comer solo 2 veces en toda la noche. Cuando abrió los ojos, Jamie estaba paseando la bebé en brazos mientras ella hacía unos ruiditos. Estaba despierta. Sonrió. —Se despertó mamá. – se acercó y la besó con dulzura. —La acabo de cambiar, y creo que tiene hambre. La imagen de su esposo con la bebé en brazos era demasiado. Si pensaba que no había forma de amarlo más todavía, estaba equivocada. Miraba a Ava con tanto amor que la llenaba de ternura. Le hacía caritas y le sonreía de manera graciosa para que lo


mirara. Era cuidadoso y estaba pendiente de todo lo que necesitara. Y pensar que unos meses antes, estaba tan mal y estaba tan preocupado de no hacer un buen trabajo como padre. Habían desayunado en la cama mientras Ava estaba acostada entre ellos. No era mucho lo que hacía, pero cada gesto, cada pequeño movimiento, cada ruido era un mundo, que los dejaba sorprendidos. No podía creer todavía que era mamá. Que esa pequeña personita era su hija. Olía maravillosamente. A bebé. Un perfume que era indiscutiblemente, el mas delicioso del planeta. Le habían tomado fotos haciendo absolutamente todo, y se habían tomado unas cuantas los 3 juntos. El primer día en casa de su familia. Era emocionante, y aunque ella pensó que tendría miedo, la verdad es que le daba paz. Estaba feliz. Ava los llenaba de amor, y de tranquilidad. Por lo menos hasta que llegaron todas las visitas a darles vuelta la casa. Era la primera vez que su hermano Nico alzaba un bebé, y estaba nervioso. Al principio no había querido, pero empujado por todos, la agarró, teniendo sumo cuidado con la cabecita y el cuello. Si alguien lo miraba, era como si Ava hubiera estado hecha de porcelana, y pudiera romperse en sus brazos. Era muy chistoso de ver. —Hola, bonita. – le besó la cabecita. —Soy tu tío y cuando seas grande, voy a ser el que no te va a dejar tener novio hasta los 30. – todos rieron. —O capaz nunca. —Nunca. – dijo Mateo, ganándose el pulgar arriba de Jamie que estaba de acuerdo. Ana puso los ojos en blanco y resoplando opinó. —Ya te va a venir a tocar la puerta un modelito todo tatuado y cancherito para invitarla a salir… Todos se rieron. —Puede ser todo eso, pero tener un buen corazón en el fondo… – la miró Mateo. — Por ahí, quiere cambiar y no lo dejan. Ella se quedó mirándolo por un rato hasta que cambió de tema. —Ya sabés cuando te vas a reincorporar al trabajo? – dijo Anabel queriendo distraer a todos. —Primero me voy a recibir. Eso recién es en marzo, así que tengo más de dos meses enteros en los que quiero disfrutar de Ava. – Jamie le sonrió. Las abuelas se la habían pasado alzando a la pequeñita y le hablaban o le cantaban. Todos querían sostenerla en brazos, y eso le daba a ella un descanso para hacer otras cosas, como por ejemplo bañarse.


Todos se quedaron a comer, y terminar yéndose a las últimas horas de la noche. Vale miró a su preciosa hija y la abrazó cerca. Su calorcito le encantaba. Rozándole la boca con el pulgar, la pequeñita succionaba fuerte y eso la hacía gracia. Era un instinto, pero parecía tan decidida a alimentarse de su dedo que no podía evitar reírse. Tenía unos cachetitos rosados y suavecitos que eran una locura. Su boquita se arrugaba con cada pucherito o sonrisita que hacía. Era imposible no quedarse mirándola por horas. Algunas noches que se levantaba con dolorcitos de panza, la alzaban entre los dos y le hacían masajitos para que se le pasara. Y cuando no podía parar de llorar, Jamie le tocaba alguna canción en el piano y se dormía. Esta noche en particular era All of me de John Legend, mientras miraba a Vale sonriendo cantaba. 'Cause all of me


Loves all of you Love your curves and all your edges


All your perfect imperfections


Give your all to me Y acercando su cara a la de Ava le cantaba suavecito. I'll give my all to you You're my end and my beginning Even when I lose I'm winning 'Cause I give you all of me And you give me all of you No había palabras para describir ese momento. Estaba enamorado de su preciosa bebé, y era algo tan poderoso que le secaba la boca y la hacía amarlo aun más. Con Ava ya dormida en sus brazos se acercó para darle un beso y él se lo devolvió con cuidado de no despertarla. Como era de esperar, la noticia del nacimiento se había expandido por todos los medios, y eso estaba haciendo todo muy complicado. No podían dejar el departamento sin que los siguieran y todavía no querían exponer a la bebé a ese mundo. Pero solo se podía evitar hasta cierto punto, porque tenían que ir a los controles médicos de la pequeña, y no les quedaba más remedio. Así que había algunas revistas y sitios de internet en los que salían ella o Jamie con Ava en brazos totalmente tapada. Era sumamente famosa, y ya todos opinaban sobre su vida sin que pudiera hablar para defenderse. Apenas pudo viajar, se la llevaron unas semanas a Londres. Ahí no los molestarían tanto, y de todas formas era un viaje que se debían desde hacía un tiempo. Llegarían a Argentina cuando ella tuviera que rendir. Capítulo 49 Volvieron una semana antes que Vale rindiera, y todos los estaban esperando en casa con una especie de fiesta de bienvenida. Sabían que solo lo hacían por Ava. La habían extrañado horrores. Pero para ellos habían sido las vacaciones que habían necesitado. No era nada fácil viajar con una bebé de dos meses, pero se las habían arreglado. La paz y la distancia los unió y ahora como familia, se conocían y tenían sus rutinas bien armadas. Quedaba esperar que la pequeña se acostumbrara de nuevo al cambio de horario. Pero ya tenían un sistema. Jamie siempre se levantaba de noche a cambiarla, y ella le daba de comer. De día ella la cambiaba y él ayudaba preparando la comida. A veces se turnaban para atenderla y que el otro pudiera bañarse, o limpiar la casa. Por suerte, Ava ya no tenía cólicos, así que si no era por hambre, por lo general dormía sin problemas. Cuando empezaran a trabajar y Vale a rendir, iban a contratar a alguien que se quedara con la pequeña por unos meses más hasta que cumpliera el año, y recién ahí la enviarían a una guardería.


Habían encontrado a la persona perfecta. La sobrina de Gerard, Sonya. Una chica joven, de cabello castaño rojizo, alta y delicada. Hablaba perfecto español, y amaba a los niños. Iba a la universidad por la tarde, así que tenía toda la mañana libre para cuidar a la pequeña. Y a la vez Ava, la adoraba. A veces se había puesto celosa al ver como se llevaban y que la bebé se agitaba de emoción cuando la chica entraba a la casa. Pero después se ponía a pensar que así sería mejor y menos doloroso para todos cuando tuviera que estar por horas fuera cuando volviera al trabajo. De a poco, pero muy de a poco, ellos se podían empezar a reencontrar como pareja. No era nada fácil, pero encontraban el tiempo para hacerlo, porque las ganas siempre estaban. Intactas como el primer día. Su cuerpo había vuelto a ser el que era antes de cumplirse un mes del parto, y se sentía con más confianza. Todavía no empezaba a entrenar, pero apenas pasaran los exámenes lo haría. Un día Jamie acariciándole la pulserita le dijo al oído mientras la besaba en el cuello. —Podemos seguir agregando dijes a la cadenita. – ella se quedó quieta. —No querés tener más bebés? – le preguntó al ver su reacción. No se lo había planteado en realidad. Todo era tan reciente, que no lo había pensado. La maternidad era algo muy nuevo y ajeno todavía. —Ehm… no sé. – lo miró. —Vos querés tener más? El sonrió. —Después de ver como es Ava, quiero más. Muchos más. —Muchos? – abrió mucho los ojos. El se rió con ganas. —Te pusiste pálida, Barbie. Parpadeó un par de veces antes de contestar. —No es que no quiera. Es que todavía es todo tan… – apretó los labios. —Uno más, capáz. —No hay dos sin tres. – siguió sonriendo burlón. —Quién sos, Ken? – dijo devolviéndole la sonrisa. Todavía riendo le tapó la boca con un beso haciéndola olvidar de lo que hablaban, como siempre. El día que se recibió hacía calor, y como no le había avisado a nadie que esa era su última materia, fue un día como cualquier otro. Volvió a su casa feliz, y lo primero que hizo fue ir a abrazar a su hija. Estaba en su cunita sentada con muchos almohadones que la sujetaban mientras Sonya le pasaba una pelotita de colores que se apretaba hacía música. Saludó a la chica y alzó a su hija con alegría. —Ava, mi amor. – besó su cabecita. —Mamá está contenta. – rió.


La pequeñita, que ahora tenía el cabello un poquito más largo y lacio de color dorado, sonrió. No sabía si entendía una palabra de lo que le decía, pero ver a su mamá sonreír siempre tenía ese efecto. La balanceó de un lado para el otro haciéndola reír y gritar. Ya podía mantener su cabeza derechita, y tenía fuerza en los bracitos. Le gustaba gritar desesperadamente, como si quisiera comunicarse con ellos a toda costa. Sus ojitos, que al nacer eran negros brillantes, estaban cambiando de color haciéndose cada vez más azules. Como los de su papá. Iguales. De ella tenía la boca, no había dudas. Era sorprendente cuando al verla, se veía reflejada en alguno de sus rasgos. La sobrina de Gerard, se fue a la hora de siempre después de pasarle el parte de cómo se había comportado la niña y las cosas que había hecho. No se podía quejar, como niñera hacía un muy buen trabajo. **** Cuando llegó a su casa se encontró a Vale bailando con Ava en la sala feliz. Sonrió. Había sido un día ocupado. Con los cambios en la productora había mucho trabajo para hacer. Estaba pensando seriamente en contratar más gente que pudiera darle una mano. Y volver a casa con su familia era en lo único que había podido pensar por horas. La bebé se reía con ganas y gritaba alegre mientras su mamá la hacía para todos lados. Se acercó y las besó sonriendo. —Qué pasa que estás tan contenta? – dijo mirando como sonreía. —Aprobé la última. – rió. —Ya está! Se quedó un segundo con la boca abierta y luego las abrazó. —Mentira… – entornó los ojos mientras ella se partía de risa. —En serio? – asintió — Felicitaciones! – la besó en la boca con dulzura. —Por qué no me dijiste nada!? Se encogió de hombros y siguió riendo. —Tenemos que salir a festejarlo, Barbie. —Podemos salir a comer algo, o hacer algo tranqui acá. Quiero que Ava esté conmigo. – rozó su nariz con la diminuta naricita de su hija. Estiró sus manos para alzarla y Vale se la pasó. En seguida se acomodaba en sus brazos y empezaba a gritar y moverse. Era su manera de saludarlo. Estaba tan feliz de verlo como él de verla a ella. —Vos también estás contenta? – le dijo mirándola mientras le hacía cosquillas. Obviamente se desesperó y empezó a reírse de manera histérica. Una risa contagiosa que siempre los hacía tentar. Empezaba a reírse Ava, y los hacía reír a ellos, eso parecía poner contenta a la pequeñita que se carcajeaba con más ganas. **** Habían hecho una cena para sus amigos, que como él, no podían creer que Vale no hubiera dicho nada de que rendía la última.


Ana, su compañera rendía en dos días y estaba histérica. A su lado, Mateo no paraba de hablarle al oído y darle besos. La actitud de ella había cambiado. Antes no soportaba las demostraciones de afecto en público, y se lo hubiera sacado de encima enseguida, pero ahora le sonreía y lo sostenía de la mano. Estaban bien juntos. Se los veía bien. Su hermano y Flor estaban iguales, aunque a ellos si les gustaba demostrarse afecto en público, tal vez demasiado. Mirco había ido sin Coty, y estaba charlando con Jamie de fútbol. Era raro porque aunque nunca serían los mejores amigos, había cosas que compartían y valores que para los dos eran importantes. Además Ava lo adoraba. Siempre que iba a casa, se quedaba jugando con ella un buen rato y tenía más paciencia que nadie. No era ningún secreto que como Mateo, su amigo Mirco, se moría de ganas por tener un bebé. Los dos eran familieros y tenían llegada con los chicos. Elizabeth y su madre le habían pedido hasta hartarla que bautizara a la pequeña, y pensó que era una tradición linda, además de ser una excelente oportunidad para festejar. Estaba contenta de la decisión que había tomado. Su esposo estaba de acuerdo, y estuvo a su lado cuando entre una cosa y otra anunció que los padrinos de Ava iban a ser Flor y Mirco. Su amiga ya sabía, pero igual se emocionó y les dio un fuerte abrazo. Su amigo se había quedado con la boca abierta, totalmente en shock. Parpadeó un par de veces hasta que pudo reaccionar y sonrió como siempre hacía, agradeciendo. Esa sonrisa genuina y cálida que la derretía. Era su debilidad. Una de las cosas favoritas de la vida. Amaba a sus amigos con el alma. Capítulo 50 Cuando Ava cumplía su cuarto mes de vida, tuvo que volver al trabajo. En la productora estaba todo de cabeza, y había unas cuantas producciones esperándola a ella personalmente. La repercusión que habían tenido tanto sus trabajos para Amanda, para la agencia y para N, sumado a su nueva fama, estaban haciendo que diferentes empresas y marcas preguntaran por ella y quisieran tenerla en sus proyectos. Así fue como con todo el dolor del alma, esa mañana antes de irse se abrazó con fuerza a la pequeñita. Estaba todavía un poco dormida y no entendía que pasaba, así que bostezó y estiró las manitos para que Sonya, la niñera, la acunara un rato en brazos. Seguiría durmiendo seguramente. —Cualquier cosa me llamás, si? – le dijo a la chica. —La primera mamadera es a las 10, si se le cae el chupete por favor enjuágalo. No, mejor hervilo. —Si, Vale. – dijo sonriendo. Se sabía las indicaciones de memoria, pero ella respondía para complacerla. Estaba a punto de decir algo más cuando Jamie la tomó por la cintura y se la llevó al


ascensor. —Va a estar todo bien, Barbie. Sonya sabe todo de memoria. Y tiene nuestros teléfonos. – una vez solos, la besó acercándola a su cuerpo. —Además está Gerard. —Si ya sé pero… – él la volvió a besar sin dejarla terminar de hablar, mientras le acariciaba la espalda. Sabía lo que estaba haciendo. Quería distraerla, para que se sintiera mejor. —Pero… la voy a extrañar. – su corazón se estrujaba con un dolor agudo. Era irracional. —Ya la estoy extrañando. Jamie sonrió. —A mí me pasa lo mismo. – se quedó pensativo. —No tenés que volver a trabajar, Vale. – ella puso los ojos en blanco. —O podes tomarte más tiempo, más días, meses, incluso años. Ella negó. —Me gusta lo que hago. Y no voy a ser la primera madre que trabaja. – se abrazó a él y le devolvió el beso aprovechando lo poco que les quedaba de ese viaje hasta llegar a planta baja. Por suerte había estado ocupada desde que entró, lo que a veces hacía que pensara aunque sea un poquito menos en cuanto extrañaba a su bebé. Le hacía falta en sus brazos, era desesperante. De todas maneras se había asegurado de llamar cada 2 ó 3 horas para preguntar si estaba todo bien. A últimas horas de la tarde, Jamie la llamó a su oficina y ella entró llena de carpetas con los nuevos bocetos, como había hecho en otras épocas. —Tenemos como 10 producciones. No sé de donde vamos a sacar tiempo. – le dio un breve resumen de las marcas que querían contratarlos. —Vale, vamos a tener que hacer unos cambios. Yo ya no puedo encargarme de las producciones. Por lo menos no en lo que es fotos. – se rascó la barba pensativo. —Con la producción de desfiles no voy a poder estar en tantos lugares a la vez… ya es de por sí mucho trabajo y voy a tener que contratar gente que trabaje conmigo. —Me parece bien. —Vas a quedar a cargo del área. Te parece? – ella abrió y cerró rápidamente la boca. —Sé que te estoy pidiendo un montón, pero pensalo. Vos también vas a necesitar más gente. —Si, en eso tenés razón. Pero a cargo? No tengo la experiencia. —Yo estoy acá, no te hagas problema. También pensaste que no ibas a ser capaz de ponerte en el lugar de fotógrafa de un proyecto grande, de productora o de modelo y mirá. – la señaló. —Mmm… – lo miró mientras muy lentamente empezaba a sonreírle. —Está bien. Pero quiero a Ana a mi lado. —Hecho. – ella se levantó y se sentó en sus piernas acomodándose de manera provocativa.


—Me hace feliz que confíes tanto en mí. – él sorprendido y casi como un reflejo la tomó por la cintura. —Conviene mucho ser la esposa del jefe. El se rió. —No tiene nada que ver con eso. – ella sonrió y le empezó a sacar el ruedo de la camisa de adentro del pantalón. —Pero me gusta esto… ahora. Pasó las manos por sus piernas subiendo hasta sus muslos, levantando la falda que llevaba puesta. Suspiró cerrando los ojos por un momento. Ahí estaba, esa familiar sensación. La que siempre sentía cuando estaba con él. La mareaba, le ardía la piel, aceleraba su pulso, y le hacía temblar el cuerpo entero. Sin pensarlo llevó las manos a los botones de su pantalón y tiró para desprenderlos. —Mmm… – siguió besándola, pero se separó apenas para hablar. —Vale, esperá. Alguien puede entrar. Se frenó. —Cerré la puerta. – le dijo agitada. El respondió en menos de un segundo, volviendo a pegar su boca a la suya, apretando su cuerpo y moviéndose por debajo de ella. La temperatura subía de golpe, no podía evitarlo. Se olvidaba por completo de donde estaba, no había nada ni nadie más. Lo único que podía oír era sus respiraciones. Lo único que podía ver era sus ojos. Suspiró largo y profundo cuando la tocó. Primero muy despacio, tomándose su tiempo, obligándola a arquearse sobre él, obligándola a clavar las uñas sobre el respaldo de la silla. Y luego aumentando la velocidad, empujándola con su cadera. Estaba tan ansioso como ella. Lo sentía. Todo su cuerpo irradiaba calor. **** El mismo terminó de desprenderse los botones del pantalón mientras ella le besaba el cuello tensándole todo el cuerpo. No aguantaba más. Tiró de su ropa interior hacia un costado y sin tardar la tomó, con fuerza. Hundiendo la cara en su pelo, y así ahogando un jadeo al sentirla por todas partes. Ella lo había mordido en el cuello con el mismo fin. Se sentía maravillosamente bien. Todo ese calor, envolviéndolo, llenándolo de sensaciones, expandiéndose hasta los dedos de los pies. Quería estar así para siempre. Fue tan intenso que casi lo lleva al límite, pero no. Ella se quedaba quieta, y con movimientos muy lentos, iba de adelante hacia atrás, arriba y abajo. Tenía el control, sabiendo perfectamente que hacer. Solo tenía que mirarlo a los ojos y se entenderían. No tenían mucho tiempo, así que agarrándola fuerte de la cadera aumentó la velocidad de sus arremetidas, más y más. Supo darse cuenta de cuando se había dejado ir con solo mirarla. Y fue eso. El placer reflejado en sus ojos lo que lo hizo explotar poco después. Era demasiado. Esa expresión en su mirada fue lo más excitante que había visto. No tenía suficiente de ella. No podía detenerse.


Se paró tomándola por la cadera hasta sentarla sobre el escritorio y reanudó los movimientos con más ímpetu que antes. Tenía los nudillos blancos por la fuerza que hacía para sujetarla, sabía que le quedarían marcas en la piel y no le importó. No le importaba nada. De hecho, le gustaba. Sus embestidas eran frenéticas, y ella se arqueaba contra su cuerpo perdida. Dejándose ir una vez más, y llevándolo a él también. **** Cuando pudo recuperar el aliento lo miró. Estaban los dos hechos un desastre. Despeinados, sonrojados, agitados, la ropa arrugada, fuera de lugar y se tuvo que reír. —Mis compañeros ahora van a creer que soy la favorita del jefe. El se rió también. —Sos la favorita del jefe. – la besó con cariño. —Pero además sos su esposa. —No está bueno que se den cuenta que… – se señaló. El se rió más fuerte. —Estuviste muy discreta, eh? – pero se encogió de hombros. —Pero apenas te vean salir así… se va a notar. Se tapó la cara con las manos mientras Jamie se seguía riendo. Capítulo 51 Habían empezado con los preparativos para el bautismo, y para su sorpresa una de las personas que más la había ayudado era quien menos se lo esperaba. Al volver al trabajo tenía sólo algunos días a la semana libres unas horas a la tarde para dedicarse al tema. Los abuelos tanto paternos como maternos habían vuelto cada uno a sus casas, y a sus tareas cotidianas, Mirco estaba entrenando para un nuevo club, a Mateo le había salido un trabajo en Mendoza, y Ana lo había acompañado. Flor y Nico le estaban dando una mano con Ava cuando podían, y era Coty quien se había encargado de las invitaciones, de la decoración, de la comida, de todo. Solo quedaba comprar el vestido que le pondrían a la pequeña ese día. Y la modelo también se había ofrecido a acompañarla. Estaba teniendo tan buena actitud que no podía negarse. Además pensaba que sería una excelente oportunidad para hablar con ella. Ya era evidente que era la persona que su mejor amigo había elegido como compañera, y tenía que hacer un esfuerzo. Por él. Estaban en un shopping, viendo vidrieras, con Ava en su coche, cuando tuvo que romper el hielo. —Entonces… vos y Mir. – hizo fuerza por dibujar una sonrisa en su rostro. —Van en serio, no? Coty parpadeó varias veces, y contestó. —Ehm…si. – estaba algo incómoda. —El es muy importante para mí. Vale asintió. —Te voy a ser sincera. – la miró a los ojos. —Después de todo lo que pasó el año pasado, a mí me da miedo que lo lastimes.


—Es lo último que quiero. Vale, entiendo que pienses eso de mí, por todo lo que te hice… y te juro que… La interrumpió antes de que se pusiera a pedirle disculpas que ya había escuchado demasiadas veces. —Ya sé. – apretó los labios. —Es lo que le hiciste a él… y lo que podes llegar a hacerle lo que me preocupa. Y no es que me quiera meter, pero es mi amigo. —Ya sé. – respondió repitiendo sus palabras. —Sé que lo querés. Mucho. Y él a vos. Es más, creo que todavía le siguen pasando cosas… – su mirada era triste. —Quiero un futuro con él. Lo quiero de verdad, Vale. Creo que puedo hacerlo feliz. Sus ojos se habían puesto vidriosos y su voz quebrada, le hicieron notar que hablaba con la verdad. Sonrió. —El te quiere. Creo que quiere lo mismo. – la tomó por el hombro cuando vió que empezaba a llorar. —Lo conozco, y se que va en serio. Por eso es que quise hablar con vos. —En serio? – preguntó la modelo secándose los ojos con la mano delicadamente. —Muy en serio. —Vale, sé que te pedí perdón tantas veces, pero es que siento que nunca es suficiente. No me perdonaste, no? – antes de que le contestara ella dijo. —Yo no perdonaría algo así, no te estoy juzgando. Pero quiero que sepas que fuiste una buena amiga para mí, y que gracias a vos encontré al amor de mi vida. Te debo eso. – sonrió. —Y estoy muy encariñada con el bombón de tu hija. Es preciosa. – acarició a la bebé en la cabeza. Vale le devolvió la sonrisa. —Si, te perdoné. Pero es muy difícil volver a cero. Sufrí muchísimo cuando me separé de Jamie, ya te podés imaginar como. Y me duele la traición. Siempre me dolió, por lo que me pasó en mi relación anterior, me cuesta volver a confiar. Pero sé que vamos por buen camino. Se sonrieron. Después de esa charla se sintió algunos kilos más liviana. No iba a ser fácil, pero era un muy buen comienzo. Le habían comprado a Ava un precioso vestido blanco con bordados y puntillita que le quedaba perfecto. Ella, a su vez, estaba disfrutando ser el centro de atención mientras todos la vestían como a una muñequita probándole vinchitas, pañuelitos, y otros accesorios. Estaba para comérsela. Sonreía enloqueciendo a todos los que la veían. Con su abogado había logrado hablar con algunos medios para que respetaran la identidad de la pequeña, y la foto de su cara no apareciera en todas partes. Después de todos era menor de edad, y a sus padres no les interesaba particularmente exponerla. Era muy chiquita aún. Algunas revistas con quienes ellos tenían más compromisos habían insistido con tener la primera foto, y ellos habían accedido a ceder algunas del bautismo algunos días después de este, así que no tenían que preocuparse de estar escondiéndose para estar haciendo compras ni para pasear.


A la vuelta, tenía algunos mensajes en el contestador. Su amiga Ana, le contaba que iban a aprovechar con Mateo para irse a Estados Unidos. No habían tenido vacaciones, y les vendría bien algunos días para estar lejos de todo. Jamie, le avisaba que volvería más tarde porque tenía mucho trabajo en la productora. Se obligó a respirar profundo sabiendo que ahora ese trabajo que lo mantenía fuera hasta tan tarde involucraba siempre modelos. Modelos de las más lindas que desfilaban y trabajaban para él. Lo había ido a ver varias veces y era siempre igual. Todas lo conocían y le estaban encima como moscas. Ella confiaba en su esposo. O por lo menos sabía que no haría nada, pero de todas formas, quería agarrarlas a todas de las mechas. Le molestaba que el tema de los celos los tenía ya casi superado, hasta que apareció Katy en sus vidas. Desde que habían vuelto de Estados Unidos, y sobretodo después del nacimiento de Ava, lo llamaba y le escribía cuando podía. Siempre tenía alguna excusa. Una vez, sin querer escuchó una de sus charlas y por poco no empieza a los gritos. El estaba hablando bajo, pero de todas formas oyó. —Ahora estoy yendo a terapia, y ya no me pasa. Deberías ir, te va a hacer bien. – hacía silencio escuchándola y le contestaba en inglés. — You know how things are, Katy, cut the crap. You're my friend, and I care about you, but if you keep saying that kind of things it's over. (Ya sabés como son las cosas Katy, basta de boludeces. Sos mi amiga, y sabés que te banco, pero si seguís diciendo esas cosas, acá se termina todo.) – bajó más la voz. —I'm great with Vale, we are a family, drop it. (Estoy bien con Vale, somos una familia, cortala.) Ella le contestó algo y él se despidió resoplando con mal humor. Odiaba que tuviera que esconderse para hablar con esa chica, pero sabía que lo hacía por ella. Era evidente que se ponía demasiado nerviosa cuando salía el tema, y él de todas formas, siempre le contaba que lo había llamado. No sabía como decirle que esa chica no era una buena compañía sin sonar como una celosa. No podía evitar pensar que toda la crisis que Jamie había pasado, era en parte por culpa de ella. Trataba de no pensar en eso, porque se ponía mal. Había noches que tenía pesadillas con el día en que lo encontró tirado en el piso del baño, pero no se lo decía. No quería hacerlo sentir más culpable de lo que ya se sentía. Quería mirar para delante, pero era inevitable tener miedo. Unos días después estaban todos reunidos para festejar el bautismo de la pequeña Ava. No había dudas de que Coty sabía organizar una fiesta. Las abuelas, las más exigentes estaban encantadas con todo, y no paraban de intercambiar comentarios. Esa relación era una sorpresa para todos. Ella ni en sus mejores sueños se hubiera imaginado que su suegra se iba a llevar así


de bien con su madre. Le gustaba que fuera así. Y sabía que se lo debía completamente a su hija. Los grandes ausentes fueron Mateo y Ava, a quienes se les retrasó el vuelto de vuelta, y no pudieron estar. Pero de todas formas habían mandado regalo y la promesa de ir a visitarlos en unos días. La ceremonia había sido tranquila e íntima. Mirco y Flor, los padrinos se habían sacado unas mil fotos con la bebé en todas las poses posibles y con todos los invitados. Entre ellos peleaban para sostenerla, porque la verdad es que los dos la querían tanto que no querían soltarla. Ava sonreía, y le estiraba las manos a ambos encantada de la vida. Y cuando no estaba con los padrinos, estaba con su papá. Ver a Jamie con la bebé en brazos era una postal hermosa. Ella cada día se parecía más a él, y juntos se veían como sacados de la publicidad de una revista. Hacía unas semanas que entre el trabajo y ser mamá, se estaba permitiendo el capricho de volver a sacar fotos por gusto. Y esa ocasión no fue la excepción. Cámara en mano, se dispuso a retratar absolutamente todo. Nico y Flor estaban abrazados en un costado mientras charlaban relajadamente con Franco, y Mirco asentía a algo que su esposo decía. Ella estaba haciendo dormir a Ava, con Coty observando el grupo que tenía en frente. Gente que se conocía desde hacía menos de 2 años, gente importante, que significaba mucho en su vida, y ahora estaban todas ahí, unidas. Había formado una familia grande. Capítulo 52 Dos días después su amiga Ana y su amigo Mateo, fueron a visitarla. Y llegaban con algunas novedades. Ella los miraba con los ojos abiertos de par en par sin saber si gritar o estallar en carcajadas. —Se casaron? – trataba de entenderlo, pero por más que lo repetía, las palabras sonaban raras. Su amigo le mostró el dedo con una alianza dorada asintiendo sonriente con orgullo. Miró a su amiga en busca de más explicaciones y esta se rió sin poder seguir aguantando. —Estábamos en Las Vegas, habíamos tomado como para 20 y bueno… pasó. – se encogió de hombros restándole importancia. —Pero y…están seguros? – se rió nerviosa. No sabía muy bien que decirles. Se miraron entre ellos por un segundo con una sonrisa tímida y no le quedaron dudas. Se rió y los abrazó con fuerza a las dos. —Los felicito. Están locos. – los miró a los ojos. —Me encanta. —Fue todo tu culpa. – la cargó su amigo. —Vos nos presentaste, y …bueno, ella me encantó. Ana, roja como un tomate se rió y dándose aire con la mano, comentó. —Estamos locos, y nuestras familias nos quieren matar. Pero… – levantó los hombros un poquito y lo miró con cariño. No, con amor.


Los entendía. Para ella también había sido así. Había sentido esa seguridad apenas Jamie se lo propuso. Aún teniendo en cuenta las circunstancias de la propuesta, ella no había tenido dudas. Se volvió a abrazar a ellos. Horas más tarde, cuando se lo contó a su esposo tampoco lo podía creer. —Así, sin decirle a nadie? – le preguntó. —A nadie! – sonrió. —Estaban felices. La abrazó por la cintura besándola en el cuello. —Me gusta la pareja. – sonrió mordiéndose el labio. —Y ahora tu amigo Mateo me cae mejor. Se rió negando con la cabeza. Siempre había sentido unos celos irracionales hacia él. Tal vez se debiera a que justo cuando tenía que viajar y no podía estar cerca, el modelo podía hacerlo, y para colmo de males, tenía que estar todo el día pegado a ella. Lo encontraba atractivo, y quizá por eso también se sentía amenazado. Después de todo la competencia no era algo exclusivo de las mujeres. Lo tomó por el cuello y acercándose lo besó lenta y sensualmente mientras se pegaba a su cuerpo. Era su manera de decirle sin palabras que él era su hombre. No había nadie más. Nunca lo habría. La sujetó por la cintura y se la llevó a la habitación que ya no compartían con la pequeña Ava y sin perder más tiempo se acomodó sobre ella para besarla como más le gustaba. Haciendo que todas sus terminaciones nerviosas entraran en cortocircuito. En la productora las cosas estaban yendo cada vez mejor, lo que significaba también más trabajo. Cada tanto, cuando el tiempo se lo permitía, se hacía cargo de sacar las fotos de alguna producción, pero si no, por lo general estaba encargada del área directamente. Aprobando bocetos, y dirigiéndolo todo. Para ella era toda una revelación. Desde hacía años había perseguido el sueño de ser fotógrafa, y la verdad es que cuando empezó se imaginaba en un lugar totalmente diferente. La fotografía de moda era probablemente la que menos le gustaba, o la que menos le interesaba. Tal vez por algún prejuicio, o por ignorancia. Pero ahora que sabía lo que era, no tenía ninguna intención de hacer otra cosa. Se había enamorado de su profesión. De la producción de moda. Todo ese mundo que le era desconocido antes, y que ahora formaba parte de su vida cotidiana. Se sorprendía pensando todo el día en el tema, observando en la calle a la gente, reconociendo tendencias, valorando de una manera nueva. Su visión había cambiado. Su imagen también lo había hecho.


Respetando siempre su estilo relajado, ahora se veía más como alguien que se dedica a ese ambiente, estaba casada con un modelo y estaba a cargo de una productora. Jamie, por su parte, estaba encargándose de los desfiles, y había sido contratado por los organizadores de la BAF week, la semana de la moda de Buenos Aires. Había empleado a todo su equipo de trabajo, y ahora era una parte independiente de la productora que se ocupaba exclusivamente a eso. Los desfiles. Eric había ido un par de veces, pero como no le interesaba volver a instalarse en la Argentina, la mayoría de los trámites los hacía a distancia. Le había dejado todo el control, y toda la responsabilidad a Jamie. Y aunque era demasiado para afrontar, estaba siendo un gran avance. Para N producciones, había significado un crecimiento increíble, y para su esposo, la posibilidad de probarse en nuevos ámbitos que le gustaban más. Finalmente, resultó que tenía talento para esa actividad, porque el trabajo solo empezó a acumularse. Franco y Catherine, estaban hasta arriba de trabajo, así que también habían tenido que contratar más empleados en esa área. De a poco, lo que era una pequeña productora con un estudio de fotos, se convirtió en una de las productoras más importantes del país, con cedes en las ciudades de las provincias más importantes. Mateo, todavía modelaba cada tanto, pero su principal labor era en la agencia de Walter, justamente como agente. La noticia de su boda había sido tapa de muchas revistas por semanas. Nadie podía creerlo. Sobretodo porque a Ana no la conocían y no era más que una chica común. A ella parecía no hacerle ni un poco de gracia, aunque no había sufrido su inesperada “fama” como Vale. Por su personalidad tímida y retraída estaba bastante mortificada por todo el asunto, pero era tal la felicidad que esos dos transmitían, que todo lo demás pasaba a un segundo plano. Ana, era feliz con Mateo y ahora no le interesaba esconderlo para nada. Aparecían tomados de la mano en las fotos e incluso había algunas en donde se estaban besando o abrazando. Flor y Nico, después de pensarlo mucho y dar mil vueltas, decidieron irse de viaje a Europa. El seguiría sus estudios en la universidad de Barcelona mientras ella trabajaba como modelo ahí. Le dolía el corazón y se le rompía en pedacitos cada vez que lo pensaba, pero también sabía que era una excelente oportunidad para ellos. Iba a ser un semestre. Seis meses enteros, y ya los extrañaba antes de que se fueran. Apenas tuvieran un descanso del trabajo hablaría con Jamie para ir a visitarlos. Y justo cuando estaba acostumbrándose a la idea, acababan de soltarle otra bomba. Capítulo 53 Se quedó leyendo su teléfono confundida. Coty le había mando un mensaje y decía: “Hola Vale. Como estoy segura de que te vas a enterar en unos minutos, Mirco acaba de


dejarme. Quiero que sepas que lo que te dije el otro día es verdad y justamente porque quiero lo mejor para él, voy a respetar su decisión. El no me quiere como yo lo quiero. Espero que algún día podamos volver a ser amigas. Un beso. Coty.” Qué era ese mensaje? Hasta lo que ella sabía estaban bien. Qué había pasado? Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre. Fue hasta la puerta, y se encontró con su amigo apoyado contra el marco con las manos en los bolsillos y mirando hacia abajo. —Mir, qué pasó? – le dijo mientras lo hacía pasar. —Podés hablar un ratito? – ella asintió y se fueron hasta el sillón. —Querés tomar algo? – el negó con la cabeza. —Ava? Duerme? – miró para todos lados buscándola. —Acabo de llegar de trabajar, está de paseo con Sonya, viene en un rato. Contame que pasó. El se cruzó de brazos angustiado. —Terminé con Coty. No daba para más. —Pero yo pensé que estaban bien… El asintió mientras se apretaba el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar. —Estábamos bien, ella me quería yo la quería… —Pero? – lo conocía, algo más pasaba. —Pero ella estaba enamorada y yo no. Esperaba más de lo que podía darle y me sentía mal, era injusto… – la miró fijo. —No podía hacerle eso. Se le hizo un nudo la garganta. La forma en que la miraba, y lo que le estaba diciendo la afectaban de verdad. Era lo mismo que le había pasado a ella con él. Lo quería con todo el corazón, y justamente por eso no podía ilusionarlo. Su verdadero amor había sido siempre Jamie. Y en el fondo, había supuesto que Coty no era el amor de su amigo. Asintió despacio, entendiéndolo. —No quiero que estés mal, morocho. – él sonrió con amargura y le agarró la mano. —Gracias por estar siempre. – se aclaró la garganta. —Coty me dijo que habían hablado hace unos días. —Si, hablamos. – se frenó pensando en lo que ella le había dicho. —Sé lo que te dijo. Que yo todavía… – apretó los labios mirándola. —No me parece bien que hablemos de esto, además ya lo hablamos mucho. Estaba por decir algo, pero se quedó con la boca abierta. No sabía que decir. Por suerte él hizo un gesto con la mano y siguió hablando. —Siempre te voy a querer, y con eso no podemos hacer nada. Pero sé que acá sos feliz, con Jamie, y verte así – la señaló —Me hace bien. No quiero que te sientas culpable de que corté con Coty. Lo hice por ella, no por vos. La conocía muy bien y sabía que eso era exactamente lo que estaba empezando a sentir. Culpa. —No soy tan necio. – le sonrió. —Ahora quiero que hablemos de vos. Todo bien con Jamie? Cómo va con el tratamiento? Era el único que sabía del tema. Poco después de que la pequeña naciera, se habían juntado y ella había explotado. Desahogándose como hacía siempre que estaba con su


amigo. Contándole todo lo que había sucedido, el miedo que había tenido. Y él la había escuchado sin juzgarla, ni juzgar a su esposo. La había dejado llorar, y la había abrazado por un largo rato. —Está mejor. Sigue yendo a la psicóloga, y desde que volvimos no probó ni una gota de alcohol. – dudó mirándose las manos. —Ni… ninguna otra cosa. La respuesta pareció dejarlo tranquilo, porque respiró profundo y bajó un poco los hombros. Quiso volver al otro tema, pero no la dejó. A él no le parecía correcto. Y tal vez fuera una buena idea, porque ella no quería abrir viejas heridas. Justo en ese momento se abrió la puerta y entró Sonya, con Ava en el coche. La cara de su amigo se transformó, olvidando la tristeza o la preocupación de un rato antes. —Cómo está mi ahijada? – se paró para ir a verla, y cuando la pequeña lo vió, reconociéndolo lo recibió con su hermosa sonrisa sin dientitos. El le devolvió la sonrisa, y con mucho cuidado la sacó para alzarla. —Hola bonita. – la besó en los dos cachetitos. —Te traje un regalito. Vale puso los ojos en blanco. Su hija iba a ser la niña más malcriada del mundo. Cada vez que alguien pasaba por su casa, llevaba algo para ella. Esta vez era un librito de tela, lleno de colorido y pequeños juguetitos para morder, pellizcar, tirar, rebotar, hacer sonar. Y por supuesto, Ava lo amó. Por medio de gritos y chillidos se dio a entender. Poco más tarde se fue, ya que tenía que madrugar para entrenar y estaba decidido a dedicarse de lleno a su carrera y a nada más. Ahora que pertenecía a un club de Buenos Aires, no tenía que viajar tanto al interior como le había pasado con su anterior equipo de Argentina. Su visita le había dejado sentimientos encontrados. Le dolía en el alma verlo mal, pero le parecía bien que terminara con una relación en la que podían salir lastimados los dos. Ya encontraría su verdadero amor. Y no era Coty. Ni ella. Jamie llegó de noche, para la hora de la cena y tras darse un baño se fueron a acostar. La bebé se había dormido temprano en brazos de su papá que delicadamente la llevó a su cuna en completo silencio. Ahora dormía toda la noche, pero solo por si acaso, habían instalado un baby call en la cuna que les avisaba cuando se despertaba o lloraba. Ya formaba parte de su rutina, era encender el aparatito, programar la alarma y después dormir. Justamente esa noche se había despertado inquieta. Le molestaban las encías, y sabía que en poco tiempo empezarían a salirle los primeros dientitos. La acunó y abrazó sin éxito por horas. Ava lloraba, gritaba, y pegaba patadas angustiada. Jamie había intentado tocándole el piano, paseándola en brazos por toda la casa, incluso había intentado hablarle bajito. Eso siempre la calmaba, pero no ahora.


Cuando ya no pudo más del cansancio, hizo algo que ningún médico pediatra aconseja, se la llevó a la cama grande. Entre los dos se habían turnado para acariciarle la espaldita y la cabeza, o alcanzarle el chupetito para que se durmiera. Y cerca de las 4 de la mañana, finalmente lo habían logrado. Por poco empieza a llorar ella de la emoción, o del agotamiento. Le pesaban los párpados y se dejó ir. Y entonces un ruido enloquecedor comenzó a sonar por toda la habitación. El celular de Jamie. Mierda. El pegó un salto y queriendo agarrarlo con los ojos cerrados para silenciarlo lo atendió. En la pantalla podía ver el nombre de Katy. Del otro lado se escuchaba música a todo volumen y ella a los gritos hablándole en inglés, aunque no se le entendía, ya que estaba totalmente borracha. Entre tanto griterío, Ava se asustó y se largó a llorar tan despierta como había estado un rato antes. —Jamie, honey… I miss you so much.. (Jamie, cariño… te extraño tanto). – alcanzó a escuchar. Mientras él se sentaba para ver bien la pantalla del teléfono, la mandó a callar. —Shh. – salió del cuarto. —We are sleeping. Calmó a Ava, hasta que de a poquito se empezó a dormir otra vez, al tiempo que intentaba escuchar lo que sucedía en la habitación del lado. El volvió un minuto después, y se acostó a su lado tratando de no hacer ruido. Lo miró clavándole los ojos como si fueran a quemarle las retinas con rayos láser. Y él, por lo menos tuvo el coraje de parecer avergonzado. Le susurró. —Perdón, está en pedo. No tiene idea de que hora es, ni nada. – era tarde y no tenía ganas de discutir de todas formas así que se llevó a Ava a su cuna y después se acostó sin decirle nada. No hace falta decir que esa fue la última vez que esa chica lo había llamado. Desconocía que era exactamente lo que le había dicho, pero fuese lo que fuese, hizo que cortaran para siempre toda relación. Tal vez había visto en Katy una vida que ya no quería para él, que no le hacía bien, y de la que quería mantener distancia para recuperarse por completo. O quizá ella hubiera cruzado algún límite, o algo parecido, porque nunca más sacaron el tema. Todo ella, y ese momento en la vida de su esposo era una mancha oscura de la que él se sentía culpable, avergonzado y que estaba intentando superar. Y podía decir que la terapia estaba haciendo un buen trabajo, porque él se sentía mejor, pero a quien más le debía su rehabilitación era a Ava. Ella había llegado para asustarlos al principio, pero lo suficiente para que estuvieran alertas y preparados para todo. Y había llegado también para iluminarles los días. Esa nena que era pura felicidad, no hacía más que unirlos y fortalecerlos. Estaban descubriendo un costado de cada uno que no conocían, y era algo por lo que valía la pena luchar. Estaban creciendo, los tres juntos. Con el tiempo, lograron salir adelante juntos. Sin que él entrara en crisis, y sin que


ella tuviera la necesidad de escaparse. Nunca mรกs.


Ultima parte **** Los invitados estaban llegando y su departamento estaba lleno de gente como en otras épocas. Aunque ahora era para una fiesta totalmente diferente a las que solía dar. En esta había un payaso inflando globos en un costado y un escenario de títeres. Y en vez de modelos borrachos y productores, fotógrafos y gente del ambiente estaba su familia, los compañeritos de la salita rosa de la guardería de Ava, y sus papás. Si alguien se lo contaba algunos años atrás, probablemente se hubiera reído, hubiera llorado, o quien sabe. Hubiera huído a una isla perdida en el Caribe lejos de todo y todos. Y como se hubiera arrepentido. Ahí estaba la razón por la que había cambiado su vida. La mamá más hermosa que había visto, y a medida que veía su relación con la pequeña, también la más buena y más paciente. Su mujer. Le sonrió. Lo que tenían no dejaba de crecer día tras día, pero con cada pequeño gesto era como estar conociéndola todavía. Descubriendo siempre algo nuevo. Habían llegado a una instancia de la relación en la que no solo podían decirse literalmente todo, si no que no tenían necesidad de hacerlo. Y si en algún momento había pensado que se había apurado, y que se habían casado muy pronto, ahora eso le parecía ridículo. En todo caso, se arrepentía de no haberla conocido antes. Su pulso todavía saltaba cada vez que ella le sonreía y se volvía loco con sus besos como el primer día. Y a su lado, sentada en su sillita estaba la razón por la que vivía directamente. Otra de la cosas que nunca habría creído posible. Llegar a amar tanto a una persona de manera instintiva. Desde el fondo de su corazón y de manera totalmente incondicional. Un amor por el que no dudaría en dar su vida para cuidar. No había nada que fuera imposible para ella. Se iba a asegurar de eso. Ava se reía y hablaba en su idioma complicado con consonantes raras que ella se inventaba y los conquistaba a todos. Era la princesa de la casa. Ahora tenía el pelo lacio y dorado largo hasta los hombros, y unos ojos azules enormes y expresivos que los mataban de amor. Le habían puesto un vestido lila, que era su color favorito, pero teniendo en cuenta que uno de sus regalos era un disfraz de Barbie mariposa, sabía que no le iba a durar. Ella lo miró devolviéndole la sonrisa y con toda la alegría del mundo estiró los brazos. —Papiiiii. – dijo con su vocecita dulce y graciosa. —Hola mi amor. – la abrazó con fuerza haciéndola casi volar en círculos. Para sus recién estrenados dos añitos, Ava caminaba y hablaba casi perfecto. Había


dejado los pañales y ahora tomaba en taza como una nena grande. Su mejor amiga se llamaba Victoria, su programa favorito en la tele era La Doctora Juguetes, le encantaba el puré que le preparaba su mami y una de las cosas que más le gustaba hacer era tocar el piano con su papi. Su esposa siempre lloraba cuando los veía, pero no la juzgaba, él también se emocionaba a veces. Además ella ahora tenía un permiso especial para estar sensible. Dejando a la pequeña para que vuelva a jugar con sus amiguitas, se acercó a Vale por detrás y apoyó las manos en su panza con cariño. —Hola, Barbie. – le besó el cuello. —Cómo anda el hermanito de la cumpleañera? —O hermanita. – acotó. —Puede ser otra nena. – puso una mano encima de la de él y lo besó con ternura. —Es un varón, ya vas a ver. —Si no es un varón vas a querer tener más hasta que toque, no? Los dos se rieron. —Por lo menos uno más. – besó su oreja. —Voy a ser un elefante, Jamie. – dijo entre risas. El puso los ojos en blanco y le tapó la boca con un beso. —Te amo. – le dijo sin despegar sus labios de lugar. **** Se abrazó a su cintura mientras observaba a su alrededor. No solo su vida y la de Jamie había cambiado. Nico y Flor hacía más de dos años que estaban en una relación y vivían juntos, pero no tenían intenciones todavía de formalizar. Les daba un poco de alergia escuchar las palabras novios, boda, casamiento. Huían despavoridos. Y los más gracioso era que sin estarlo, vivían como una pareja casada. Mateo y Ana estaban muy enamorados y ya iban camino a su segundo aniversario de matrimonio. A decir verdad, nadie daba ni dos pesos por esa pareja, pero ahí estaban. El llevaba 2 años insistiéndole para tener un bebé, y según su amiga le había contado, recién ahora estaba empezando a dar el brazo a torcer, así que no se sorprendería cuando cualquiera de esos días ella fuera con la noticia de que estaba embarazada. Elizabeth, que vivía en Londres, ahora venía varias veces al año para visitar a su nieta y como no, a traerle todo tipo de regalos lujosos desde Europa. En sus cortos 2 años de vida, superaba su guardarropas por lejos. Eso sin tener en cuenta que su padre, otro fanático de la moda estaba pendiente de que Ava tuviera lo mejor, antes que nadie. Franco estaba feliz trabajando para la productora y más ahora, que había crecido considerablemente y él había sido parte de ese proceso. Se sentía orgulloso de su hijo y de su nuera. Producciones N, tal y como lo habían predicho, era una de las más importantes del país. Asociada con la productora en Europa, con Eric como su representante se encargaban de los eventos de moda más importantes del país, y de movidas innovadoras que apoyaban a diseñadores nuevos, nuevas modelos y marcas emergentes con gran


proyección a futuro. Y para las empresas que ya estaban más consolidadas y diseñadores con una trayectoria en el ambiente brindaban un servicio totalmente diferente a lo que se conocía en Argentina. Desfiles de nivel internacional, con la última tecnología y personal especializado específicamente para cada tarea. Si seguían así, no sería solo la productora la que crecería, si no toda la moda Argentina, posicionándose de otra manera en Latinoamérica, y por qué no, en algunos años más, a las ya conocidas capitales Paris, Nueva York, Milán y Londres. Porque ellos habían tomado la iniciativa, pero muchos se habían sumado y cada vez había más empresas como la de ellos haciendo un trabajo profesional y de calidad. Habían contado, por supuesto con el apoyo de Amanda, que desde su influencia en las principales revistas, había logrado brindarles apoyo y contactos útiles. Además, no se le pasaba por alto el detalle de que ella y Cat se habían estado viendo mucho este último tiempo. Estaba casi segura de que estaban saliendo. Hacían una linda pareja después de todo. Las dos pelirrojas, bellísimas de miradas intensas y personalidades interesantes. Amanda era segura, sofisticada y sumamente dominante. Mientras que Cat era más práctica, directa y muy compañera. Y por último estaba su amigo Mirco. Que en esa oportunidad había ido acompañado con la chica con la que salía. Desde que había roto con Coty había saltado de relación en relación sin encontrar realmente una que le durara en el tiempo. Tampoco es que estaba amargado y sufría por los rincones. Estaba pasándola muy bien. Nunca estaba solo por mucho tiempo, y al estar soltero era siempre uno de los futbolistas votados entre los más lindos en los sitios de internet. A él no le importaba para nada, pero disfrutaba los efectos secundarios de esa fama. Mujeres. Muchísimas. Y ni siquiera tenía que estar buscándolas, aparecían de debajo de las piedras todo el tiempo. Por su parte, podía decir que aunque estuviera constantemente tapada de trabajo, y ocupada con la nena y su nuevo embarazo, estaba encontrando un equilibrio para no volverse loca. Hacía lo que a ella le gustaba. Era el trabajo de sus sueños y no lo hubiera cambiado por ningún otro. Se había casado con el hombre de sus sueños y cada día la hacía más feliz. Estaban formando su familia. Con la hermosa Ava, y ese hermanito o hermanita que veía en camino la vida les hacía cambiado y probablemente les cambiaría cien veces más. Pero por fin podía decir que había echado raíces y había dejado atrás fantasmas del pasado. Se movió para mirarlo a los ojos y devolviéndole la sonrisa le respondió. —Yo te amo más. Y un poquito más…


La alarma había sonado hacía un rato, y aún era de noche afuera. Tomando aire con fuerza, se dio impulso para levantarse. Tenía un día largo y pesado por enfrentar. Si se apuraba podía tener el gimnasio del club para él solo por lo menos por algunas horas. Necesitaba descargar energías. Se dio una ducha rápida y tras desayunar lo que parecía un jugo verdoso que preparaba uno de sus compañeros de equipo salió con una toalla al cuello para empezar su entrenamiento. Sin querer pensar en nada más que sus ejercicios se puso los auriculares del iPod, y escuchando música se transportó por completo. Trotaba en la cinta, sintiendo como cada músculo de su cuerpo se despertaba y entraba en calor. Su potencia iba en aumento, y así también su determinación. Tocó en los controles para ir más rápido y así lo hizo. Con la remera pegada por completo al cuerpo, se daba cuenta de que estaba haciendo exactamente lo que se había propuesto. No podía sacársela de la cabeza. Cada canción, cada película, cada maldita publicidad, y ahí estaba su cara. Siempre presente en todas partes. A veces pensaba que su destino iba a ser seguir solo y quedarse soltero. Y no se estaba quejando. No, para nada. Se estaba divirtiendo. El tenía un buen gusto para las mujeres, y se podía decir que siempre estaba muy bien acompañado. Pero no importa lo divina que la chica fuera, al poco tiempo empezaba a sentirse vacío. Con nadie se sentía como con ella. Y lo que más le dolía, y también lo que no le permitía seguir adelante, es que no podía odiarla. Ni siquiera resentirse, porque no se lo merecía. Hacía años que habían cerrado ese capítulo y no habían vuelto a hablar del tema, aunque lo estuviera matando por dentro. Por un breve periodo de tiempo, pensó que a ella también le pasaba lo mismo. Siempre estaban juntos, y compartían todo. En esos días, hasta habían vivido juntos en su departamento. Había querido mantenerse alejado, pero ella se lo ponía muy difícil. Estaba confundida, dolida, y tenía el corazón roto por otro hombre, pero a él no le importaba. Se conformaba con lo que ella quisiera darle. Si eran esos días nada más, habrían valido la pena. Y realmente lo hicieron. Cuando estaba con la guardia baja, se sorprendía recordando sus besos, o su manera de reír. Se enojaba con él mismo, y sacudiendo la cabeza trataba de pensar en otras cosas. Era ridículo. Había tenido que presenciar como ella volvía a los brazos de quien la había lastimado, confiaba de nuevo y ahí estaba él siempre para hacerle de hombro cuando esa persona la volvía a decepcionar. Una y otra vez. Incondicional. Si, eso era.


La amaba, y por eso había elegido hacer a un lado sus propios sentimientos. Aceptó que ella amaba a otro y que eso por más que pasara lo que pasara, nunca cambiaría. Y ahí estaba otra vez en su mente. Se sacó el iPod de un tirón y salió al aire libre antes de empezar el entrenamiento con los demás jugadores. Esa noche habían ido a comer al mismo lugar al que iban en esa época de la temporada. La gente ahí los conocía y estaban cómodos. Uno de sus compañeros, Diego, lo miró y conociéndolo como solo dos compañeros de equipo se conocen después de años de jugar juntos, le dijo. —Esta noche salimos? – levantó el vaso con cerveza para incitarlo a brindar. El asintió. —No tendríamos que salir hoy en realidad. Mañana nos tenemos que levantar… Su amigo lo interrumpió. —Necesito salir, y por la cara que tenés a vos tampoco te vendría mal. – le pegó un empujón amistoso. —No me discutas. Mientras se reían, se levantaron y se despidieron del resto diciendo que se irían a dormir antes. Algunos que más los conocían se rieron suponiendo a donde iban realmente. Estaban en la barra de un boliche. El boliche de moda. Y ya iban por la tercera cerveza. Bueno, a la mierda con el entrenamiento del día siguiente, pensó. Entre risas y cargadas habían bailado con varias mujeres que al verlos se les habían acercado. Había una que le había llamado más la atención que las otras. Sonrió de manera irónica. Podía imaginarse por qué le gustaba tanto. La chica era alta, flaca, rubia platinada y tenía los ojos azules claritos. Se había pasado como media hora contándole algo supuestamente muy interesante de cómo era para ella super difícil encontrar trabajos como actriz. El pensó que hubiera sido un poco más fácil si estudiaba actuación, en vez de meterse en problemas mediáticos con la vedette de turno, pero no lo dijo. No tenía sentido, la estaba pasando bien, y la chica tenía unas piernas preciosas. El sabía perfectamente que a veces no había que pensar tanto las cosas. Y este era exactamente el caso. Ella había empezado a contarle como es que había llegado a un programa de chimentos por publicar una foto con poca ropa en una red social, y ya no pudo aguantarla más. La cantidad de pavadas que salían por esa boca eran increíbles. Sin escucharla, la miró de arriba abajo, avaluando seriamente si valía la pena la tortura y casi inmediatamente su cuerpo solo se lo respondió. Todo debajo del cinturón le decía: Si! Vale la pena. Tal vez fueran las ganas que tenía, o simplemente las ganas de que cerrara la boca,


que se acercó, la tomó por el rostro y la besó. Al instante ella lo rodeó con los brazos y apretándose más a su cuerpo le devolvió el beso con el mismo entusiasmo. Bueno, después de todo, quería acostarse temprano esa noche, era hora de ponerse en marcha. Le habló al oído sugiriéndole ir a otro lugar y ella asintió ansiosa. Le pidió un momento para ir al baño antes y se perdió en la multitud. Los minutos fueron pasando y no había novedades de la rubia. Suspiró malhumorado y mirando el reloj empezó a debatirse entre quedarse y esperarla o irse a dormir. La buscó entre la gente y nada. Estaba distraído cuando sintió como alguien se chocaba con su cuerpo y le volcaba absolutamente todo el contenido de un vaso de Fernet en la camisa. —La puta madre! – gritó sabiendo que esa mancha no saldría con nada. Miró a quien había sido, y la culpable era una chica un poco más baja que él, con el cabello dorado, unos ojos verdes grandes y llenos de miedo y pecas por todos lados. Estaba roja de la vergüenza. —Perdón. – se tapó el rostro. —Perdoname. Trató de estrujarse antes de que se le mojara el pantalón también pero fue inútil. Estaba empapado y olía a alcohol. Miró de nuevo a la chica y se sintió un poco mal por haber gritado. Estaba nerviosa, y parecía afligida por lo que había hecho. Después de todo había sido un accidente. —Todo bien, ya fue. – le sonrió tratando de no ser un hijo de puta. —Dicen que el Fernet no mancha, decora. No? Ella se rió nerviosa sin saber donde poner sus manos. Eso le hizo gracia. Era torpe, pero graciosa. Sin dudas se la veía tímida, y había algo más… Sus labios eran de un rosado fuerte natural que no había visto nunca. No era maquillaje, al menos no lo parecía. Y se le formaban dos hoyuelitos en las mejillas por debajo de los ojos que la hacían parecer una niña pequeña. Justo estaba por hacerle otro comentario para que se sintiera mejor, cuando una pareja que estaba cerca de ella bailando, la empujó y terminó casi sentada en el piso del boliche. Rápidamente se levantó, sin que él tuviera oportunidad de ayudarla, acomodándose la ropa y mirando para cualquier lado menos a sus ojos. —Estas bien? – le dijo sujetándola por el brazo. —Si. Perfecta. – estaba roja como un tomate. —Chau. – empezó a caminar a toda velocidad entre la gente. —Ey, esperá. – la sujetó por la mano frenándola. Apenas sus manos habían hecho contacto, ella lo había mirado. Tenía los ojos de un color transparente verdoso que nunca había visto. Eran como gemas, que brillaban en medio de un hermoso rostro aniñado y acalorado. —Soy Mirco, no me dijiste tu nombre. Ella sonrió apenas y le contestó. —Nadia. – y después de decirlo desapareció entre las luces que se prendían y se


apagaban camino a la salida, mientras él se quedaba mirando con una sonrisa. Quién era? La rubia con la que había bailado aparecía y tomándolo por el brazo se acercó a su oído y le dijo. —Vamos? El tratando de volver a la realidad, sacudió la cabeza y asintió listo para buscar un taxi. Lectores: Espero que hayan disfrutado de la historia tanto como yo disfruté escribiéndola. Les agradezco de verdad el apoyo y todos los mensajes que recibo a diario. Por si todavía no me siguen en Facebook, lo pueden hacer desde acá: https://www.facebook.com/NSLunaLibros Y mi página web, en donde pueden leer material extra, ver Booktrailers y enterarse de mis otros proyectos es: http://www.nsluna.com/ ¡Hasta la próxima!


N. S. Luna


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