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Primero, una fotografía
PRIMERO, UNA FOTOGRAFÍA
La imagen infantil de Nozomi Kurahashi apoyada en el alféizar de una ventana: el suéter blanco, las piernas desnudas, los muslos torneados, las caderas de once años. En su rostro, la sonrisa, nerviosa y complaciente a la vez, como la mueca de la amante que espera. La cara redonda, los ojos oblicuos y tristes, la nariz roma, los pómulos anchos, la barba de bola; una oreja que flota en el mar azabache de su pelo, el fleco que le cubre las cejas y le acentúa la mirada. Su cuerpo, desnudo, expectante: las nalgas redondas, la cintura estrecha, el suéter blanco que le cubre los hombros, los calcetines calados que cubren el único pie que muestra la niña, apoyada en el alféizar de la ventana; donde ha puesto, sobre un cojín, una rodilla y ambas manos. Octubre de 1986, Ciudad de Tokio, ante la cámara de Hiromi Saimon: Nozomi Kurahashi 13-sai, Editorial Sanwa, esperando fielmente por mí, en el estante de una librería de viejo, al noreste del Palacio Imperial, en Kanda.
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