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Copyright © 2020 Las características de esta edición son propiedad de la ©Editorial Razmmad, S.A. DE C.V. Avenida Presidente Masarik núm. 128, Piso 5 Colonia Polanco Deleg. Miguel Hidalgo C.P. 11563, Ciudad de México. Derechos Reservados 1 a. edición, en esta presentación: 2020 Edición, formación y corrección: Altamirano Hernández María Fernanda Coria Fuentes Abigail García Aguilar Mariana Montserrat Mendoza Zaldivar Zayma Araceli Romero Rivas David Alejandro Segundo Gutierrrez Ricardo Zacatenco Miranda Donají Diseño de la portada: Alejandro Romero
No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo ni por los titulares del Copyright. .
Impreso en México Printed in Mexico
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Índice Introducción .............................................................................. 6 La barbe bleue (Barba Azul) Análisis ......................................................................... 7 Cuento en francés ..................................................... 13 Cuento en español .................................................... 18 Une balle masquée (Un baile de máscaras) Análisis .......................................................................23 Cuento en francés ..................................................... 26 Cuento en español ....................................................35 La parure (El Collar) Análisis .......................................................................44 Cuento en francés ..................................................... 47 Cuento en español .................................................... 56 Cendrillon (Cenicienta) Análisis .......................................................................66 Cuento en francés ..................................................... 69 Cuento en español .................................................... 76 Princesses d’ivoire et d’ivresse (La princesa de las azucenas rojas)
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Análisis .......................................................................83 Cuento en francés..................................................... 87 Cuento en español ....................................................91 Le chat botté (El gato con botas) Análisis .......................................................................95 Cuento en francés ..................................................... 99 Cuento en español ................................................. 104 Gil Braltar Análisis .....................................................................109 Cuento en francés ...................................................112 Cuento en español ..................................................119 Sopas de letras (Ejercicios) ..................................................127 Sopas de letras (Soluciones) .................................................134
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Esta antologĂa es para todos los que colaboraron en su producciĂłn y para los lectores que buscan algo diferente entre las letras de estos textos.
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Introducción Nuestra principal función es que el lector, a través de lecturas enretenidas y llenas de aspectos históricos, sociales y culturales de gran relevancia, logre identificar una comparación entre un texto en su idioma de origen y la traducción de este; asimismo, es importante destacar que el contexto en el que se sitúan estos dependen mucho de cómo se desarrolla la historia, pues en ciertas obras, los autores realizan sus tramas en relación a su estilo de vida y lo que el público en ese momento experimenta (político, social y culturalmente). En este caso, Francia siendo un país de Europa Occidental; nos permite examinar una descripción de la historia del país, teniendo en cuenta su pasado turbulento. De igual importancia, la corriente literaria juega un papel de suma importancia en esta antología, de modo que, se divide en una clasificación que enfatiza las características de escritura, vocabulario y emociones que estas causan, llevándonos de un extremo a otro, como lo es el amor y desamor, vida o muerte, trágico y comedia, entre otros. De acuerdo a lo abordado con anterioridad, presentamos una serie de cuentos de origen francés con una variedad de temas de acuerdo a los autores y sus respectivas corrientes literarias; además, incluimos actividades didácticas como sopas de letra, ayudan al reforzamiento de lo aprendido tanto en las lecturas como el contexto en el que se localizaban los autores y sus respectivas obras. Recuerda que el simple hecho de tener gusto por la literatura, ya te hace una persona más interesante.
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Análisis de “Barba azul” Contexto Histórico La sociedad francesa en momentos de Charles Perrault y al momento en que publica la recopilación Historias o Cuentos del tiempo pasado con moralejas (1697), entre los que se encuentra Barba Azul, respondía a la estructura tradicional del Antiguo Régimen, en el sentido de que era una sociedad esencialmente aristocrática en la que el privilegio del nacimiento y la propiedad agrícola constituían su pilar básico y su fundamento. La sociedad del Antiguo Régimen aparece retratada a lo largo de todos los cuentos. Veamos en qué aspectos observamos dicho retrato en el cuento de Barba Azul: La corte de Versalles, ámbito en donde se movía libremente el autor en su calidad de rico burgués intelectual con protectores poderosos, aparece en el cuento cuando se explica que “Todo fueron paseos, partidas de caza y de pesca, bailes y festines, meriendas: nadie dormía, y se pasaban toda la noche gastándose bromas unos a otros”. En la sociedad de la época, las personas más pudientes, poderosas e influyentes no eran solamente los nobles. La alta burguesía ostentaba, también, un gran poder. Este es el caso de Barba Azul, del que se dice en el cuento que era un señor que poseía muchas riquezas y se realiza una descripción de la casa, la cual disponía de un gran número de habitaciones y lujosamente amuebladas. La riqueza de Barba Azul, por ejemplo, consiste en «casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles tapizados de brocado y carrozas completamente doradas»; en su casa puede admirarse «el número y belleza de las tapicerías, de las camas, de los sofás, de los bargueños, de los veladores, de las mesas y de los espejos, donde se veía uno de cuerpo entero». La sociedad francesa de la época importaba los espejos de cuerpo entero desde Venecia, por ejemplo. Otro ejemplo que alude a la alta burguesía es cuando explica que Barba Azul ha de marcharse durante seis
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Contexto social En la cúspide de la pirámide social se hallaba la nobleza. Todos los nobles poseían privilegios honoríficos, económicos y fiscales, y en su conjunto poseían la quinta parte de las tierras del reino. Ahora bien, la nobleza no constituía un orden social homogéneo ya que existían notables diferencias entre los distintos grupos que la integraban. Entre ellos, destacaba la nobleza de Corte, alrededor de 4.000 personas que vivían en Versalles junto al rey y disfrutaban de un tren de vida y de un lujo que no siempre respondía a su verdadera situación económica. Algunos de estos nobles comenzaron un acercamiento a la burguesía de las finanzas y de los negocios con el objeto de buscar un camino que les permitiese salir de sus dificultades. La nobleza provinciana era distinta, pues solía vivir entre sus campesinos y los derechos feudales que recibían de éstos eran su principal sostén. Por otra parte, existía una "nobleza de toga", salida en el siglo XVI de la alta burguesía y que ya en el XVIII tendía a confundirse con la nobleza de espada. Ocupaba los cargos burocráticos y administrativos y sus puestos se transmitían de padres a hijos.El "alto clero", compuesto por los obispos, arzobispos, canónigos y otras dignidades, se reclutaba exclusivamente entre la nobleza y el "bajo clero" procedía de las capas inferiores de la sociedad y su penuria económica era también comparable a la de los seglares de su mismo estrato social. La población francesa no integrada ni en la nobleza ni en el orden eclesiástico formaba parte del Tercer Estado. Comprendía a las clases populares campesinas y urbanas, a la pequeña y mediana burguesía, compuestas por los artesanos y comerciantes, así como a muchos de los profesionales liberales: abogados, notarios, médicos, profesores. La condición del campesino era muy variable y dependía de la situación jurídica en la que se encontraba y de su relación con la tierra que cultivaba. En cuanto a la situación jurídica, había siervos y había campesinos libres. Sobre los primeros pesaba la "mainmorte", que les obligaba a estar sujetos al señor y a pagarle derechos importantes. Entre los campesinos libres había propietarios de pequeñas explotaciones familiares, dueños de la tierra y del producto de la tierra que cultivaban.
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Contexto Cultural La protección a las artes que ejerció el soberano Luis XIV fue otra faceta de su acción política. Los escritores Moliére y Racine, el músico Lully o el pintor Rigaud alzaron su gloria, como también las obras de arquitectos y escultores. El nuevo y fastuoso Palacio de Versalles, obra de Luis Le Vau, Charles Le Brun y André Le Nôtre, fue la culminación de esa política. Al trasladar allí la corte (1682), se alejó de la insalubridad y las intrigas de París, y pudo controlar mejor a la nobleza. Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa y para la sacralización del soberano.1 Características de la corriente literaria Podemos colocar a Barba Azul en la corriente literaria del barroco ya que Barba Azul fue escito en 1697, el Barroco comprende desde el siglo XVII y principios del XVIII, Énfasis en la realidad. Se presta atención al aspecto mundano de la vida, a la cotidianidad y lo efímero, lo cual condujo a la “vulgarización” o mundanización del imaginario religioso en los países católicos. Visión grandilocuente. Se exaltaron los conceptos de lo nacional y lo religioso como expresiones del poder político, produciendo así obras monumentales, fastuosas y recargadas, a menudo con cierto contenido propagandístico a favor de la aristocracia y del clero. El barroco fue así una cultura de la imagen, que aspiraba a generar la obra de arte total: una que pusiera en escena el poder dominante (la Iglesia y la monarquía), pero a través de engaños y artificios que se resumen en la frase theatrum mundi (“El mundo es un teatro”). Las principales características que marcaron el período barroco fueron: ● Arte que expone el gusto por lo elegante, lo extravagante y el exceso de ornamento. 1
Francia y su contexto. (s.f.). Recuperado 17 marzo, 2020, de http://educativa.catedu.es/44700165/aula/archivos/repositorio/3750/3992/html/2_co ntexto_social.html
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● Valorización del detalle.exceso de ornamento ● Búsqueda de la espiritualidad, de las sensaciones y las pasiones internas. ● cultismo y conceptismo.2 Vida del autor Charles Perrault (París, 12 de enero de 1628 - París, 16 de mayo de 1703). Escritor francés conocido ante todo por sus cuentos, entre los que figuran La cenicienta, Piel de asno, Pulgarcito y La bella durmiente del bosque.Nació el 12 de enero de 1628 en París junto a su hermano gemelo. Hijo de burgueses acomodados, familia originaria de la ciudad de Tours. Tuvo una buena infancia, empezando sus estudios en 1637 en el Colegio de Beauvais, que dejara en 1643, para estudiar Derecho.Estudiante que tenía gran facilidad para las lenguas muertas. Estudió literatura en el colegio de Beauvais en París. A partir de 1643, comienza a estudiar derecho. Indudablemente hábil y con un notorio sentido práctico, recibe la protección de su hermano mayor Pierre, quien es recaudador general. Se diploma en Derecho y recibe el título de abogado en 1651.Después de ejercer la abogacía durante un breve tiempo, en 1654, es nombrado funcionario, para trabajar a las órdenes de su hermano mayor, que se desempeñaba como Recaudador General. Perrault trabajó como secretario personal del ministro Jean-Baptiste Colbert, el famoso consejero de Luis XIV, hasta que en 1665 progresa en su categoría laboral convertiéndose en el primero de los funcionarios reales, lo que le significa grandes prebendas. Tomó parte en la creación de la Academia de las Ciencias y en la restauración de la Academia de Pintura. Jamás luchó contra el sistema, lo cual le facilitó la supervivencia en una Francia muy convulsionada políticamente y en la que los favoritos caían con demasiada frecuencia.Su buena fortuna la hace extensiva a sus familiares, consiguiendo, en 1667, que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey, sean de su hermano Claude.En 2
Calderón, G. (2019b, 11 mayo). Literatura barroca. Recuperado 17 marzo, 2020, de https://www.euston96.com/literatura-barroca/
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1671 es nombrado académico, y al año siguiente, es elegido canciller de la Academia, en se mismo año se casa con Marie Guichon, con quien tuvo cuatro hijos, pero quedó viudo, al fallecer su esposa, tras el último alumbramiento En 1673 se convierte en Bibliotecario de la Academia. En 1680, Perrault tiene que ceder su puesto privilegiado de primer funcionario al hijo de Colbert. Charles Perrault muere el 16 de mayo de 1703 en París, a la edad de 75 años, muy afectado en su vejez por la muerte de su hijo pequeño en el campo de batalla. Los cuentos de Perrault gustaron mucho, pero ni él mismo pudo imaginar que sus historias infantiles llegarían a perdurar a través de los siglos. A pesar de haber cultivado diversos géneros literarios, Charles Perrault pasó a la historia sobre todo por sus cuentos entre los que figuran Cuentos de Mamá Oca, libro en el que se incluían relatos tan conocidos como Barba Azul, La Cenicienta, La Bella durmiente del bosque, Caperucita roja, El gato con botas, Las Hadas, Riquete el del copete, y Pulgarcito, que recuperó de la tradición oral en Historias o cuentos del pasado en (1697), también llamados Cuentos de mi madre la Oca, conocido por la ilustración que figuraba en la cubierta de la edición original. A comienzos del Siglo XIX los Hermanos Grimm también realizarían sus propias adaptaciones de estas leyendas e historias tradicionales. El ilustre autor escribió un total de 46 obras, ocho de ellas publicadas póstumamente, entre las que se halla Memorias de mi vida. Cuentos morales, indudablemente, pero llenos de un encanto que perdura y que hace que nos preguntemos, recorriendo la vida gris del escritor, cómo es posible que esas pequeñas y deliciosas historias, narradas con un lenguaje sencillo, pudieran germinar en tan árido entorno, haciéndonos olvidar sus odas y sus poemas, oportunistas mal que nos pese, para continuar siendo, a través de los años, las lecturas favoritas de nuestra infancia. Con sus Historias o Cuentos del tiempo pasado consigue gran fama e inaugura el género literario de los cuentos de hadas.3 3
Piernas, A. (2018, 6 agosto). Charles Perrault. Recuperado 17 marzo, 2020, de https://www.actualidadliteratura.com/charles-perrault-biografia/
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Comentario Barba Azul (en francés, Barbe bleue) es un cuento de hadas recopilado y adaptado por Charles Perrault, publicado en 1697, en el que una mujer descubre que su marido oculta en una habitación prohibida los cadáveres de sus anteriores esposas,causando así que el intente matarla,sin embargo ella es rescatada por sus hermanos,quedándose con la fortuna de su ex marido ,ayudando a su familia y a ella misma, en mi opinión este cuento, aborda un tema poco convencional de una forma única, la verdad me sorprendió el desenlace del cuento debido a que se entendía que la esposa iba a morir como todas las anteriores,sin embargo fue todo lo contrario y ella consiguió su felicidad,después de tan traumática experiencia,me hubiese gustado un poco más de detalle al final del cuento, por lo que para mi es un texto interesante para leer y reflexionar ya que lo más seguro,es que Barba Azul pueda dar una reflexión diferente para cada persona,así que si tienes ganas de leer un cuento fuera de lo convencional este es una excelente idea.
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LA BARBE BLEUE
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l était une fois un homme qui avait de belles maisons à la ville et à la campagne, de la vaisselle d’or et d’argent, des meubles en broderies, et des carrosses tout dorés. Mais, par malheur, cet homme avait la barbe bleue : cela le rendait si laid et si terrible, qu’il n’était personne qui ne s’enfuît de devant lui. Une de ses voisines, dame de qualité, avait deux filles. Il lui en demanda une en mariage. Elles n’en voulaient point toutes deux, ne pouvant se résoudre à prendre un homme qui eût la barbe bleue. Ce qui les dégoûtait encore, c’est qu’il avait déjà épousé plusieurs femmes, et qu’on ne savait ce que ces femmes étaient devenues. La Barbe-Bleue, pour faire connaissance, les mena, avec leur mère et trois ou quatre de leurs meilleures amies à une de ses maisons de campagne, où on demeura huit jours entiers. Ce n’étaient que promenades, que parties de chasse et de pêche, que danses et festins, que collations : enfin tout alla si bien que la cadette commença à trouver que le maître du logis était un fort honnête homme. Dès qu’on fut de retour à la ville, le mariage se conclut. Au bout d’un mois, la Barbe-Bleue dit à sa femme qu’il était obligé de faire un voyage en province, de six semaines au moins, pour une affaire de conséquence ; qu’il la priait de se bien divertir pendant son absence ; qu’elle fît venir ses bonnes amies ; qu’elle les menât à la campagne, si elle voulait ; que partout elle fît bonne chère. « Voilà, lui dit-il, les clefs des deux grands garde-meubles ; voilà celles de la vaisselle d’or et d’argent, qui ne sert pas tous les jours ; voilà celles de mes coffres-forts où est mon or et mon argent ; celles des cassettes où sont mes pierreries, et voilà le passe-partout de tous les appartements. Pour cette petite clef-ci, c’est la clef du cabinet au bout de la grande galerie de l’appartement bas : ouvrez tout, allez partout ; mais, pour ce petit cabinet, je vous défends d’y entrer, et je vous le défends
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de telle sorte que, s’il vous arrive de l’ouvrir, il n’y a rien que vous ne deviez attendre de ma colère. » Elle promit d’observer exactement tout ce qui lui venait d’être ordonné, et lui monte dans son carrosse, et part pour son voyage. Les voisines et les bonnes amies n’attendirent pas qu’on les envoyât quérir pour aller chez la jeune mariée, tant elles avaient d’impatience de voir toutes les richesses de sa maison, n’ayant osé y venir pendant que le mari y était, à cause de sa barbe bleue, qui leur faisait peur. Les voilà aussitôt à parcourir les chambres, les cabinets, les garde-robes, toutes plus belles et plus riches les unes que les autres. Elles montèrent ensuite aux garde-meubles, où elles ne pouvaient assez admirer le nombre et la beauté des tapisseries, des lits, des sophas des cabinets, des guéridons, des tables et des miroirs où l’on se voyait depuis les pieds jusqu’à la tête, et dont les bordures, les unes de glace, les autres d’argent et de vermeil doré, étaient les plus belles et les plus magnifiques qu’on eût jamais vues. Elles ne cessaient d’exagérer et d’envier le bonheur de leur amie, qui, cependant, ne se divertissait point à voir toutes ces richesses, à cause de l’impatience qu’elle avait d’aller ouvrir le cabinet de l’appartement bas. Elle fut si pressée de sa curiosité, que, sans considérer qu’il était malhonnête de quitter sa compagnie, elle y descendit par un petit escalier dérobé, et avec tant de précipitation qu’elle pensa se rompre le cou deux ou trois fois. Étant arrivée à la porte du cabinet, elle s’y arrêta quelque temps, songeant à la défense que son mari lui avait faite, et considérant qu’il pourrait lui arriver malheur d’avoir été désobéissante ; mais la tentation était si forte, qu’elle ne put la surmonter : elle prit donc la petite clef, et ouvrit en tremblant la porte du cabinet. D’abord elle ne vit rien, parce que les fenêtres étaient fermées. Après quelques moments, elle commença à voir que le plancher était tout couvert de sang caillé, et que, dans ce sang, se miraient les corps de plusieurs femmes mortes et attachées le long des murs : c’était toutes les femmes que la BarbeBleue avait épousées, et qu’il avait égorgées l’une après l’autre. Elle pensa mourir de peur, et la clef du cabinet qu’elle venait de retirer de la serrure, lui tomba de la main. Après avoir un 1 peu repris ses sens, elle ramassa la clef,
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referma la porte, et monta à sa chambre pour se remettre un peu ; mais elle n’en pouvait venir à bout, tant elle était émue. Ayant remarqué que la clef du cabinet était tachée de sang, elle l’essuya deux ou trois fois ; mais le sang ne s’en allait point : elle eut beau la laver, et même la frotter avec du sablon et avec du grès, il demeura toujours du sang, car la clef était fée, et il n’y avait pas moyen de la nettoyer tout à fait : quand on ôtait le sang d’un côté, il revenait de l’autre.La Barbe-Bleue revint de son voyage dès le soir même, et dit qu’il avait reçu des lettres, dans le chemin, qui lui avaient appris que l’affaire pour laquelle il était parti venait d’être terminée à son avantage. Sa femme fit tout ce qu’elle put pour lui témoigner qu’elle était ravie de son prompt retour. Le lendemain, il lui demanda les clefs ; et elle les lui donna, mais d’une main si tremblante, qu’il devina sans peine tout ce qui s’était passé. « D’où vient, lui dit-il, que la clef du cabinet n’est point avec les autres ? — Il faut, dit-elle, que je l’aie laissée là-haut sur ma table. — Ne manquez pas, dit la Barbe-Bleue, de me la donner tantôt. » Après plusieurs remises, il fallut apporter la clef. La Barbe-Bleue, l’ayant considérée, dit à sa femme : Pourquoi y a-t-il du sang sur cette clef ? — Je n’en sais rien, répondit la pauvre femme, plus pâle que la mort. — Vous n’en savez rien ! reprit la Barbe-Bleue ; je le sais bien, moi. Vous avez voulu entrer dans le cabinet ! Eh bien, madame, vous y entrerez et irez prendre votre place auprès des dames que vous y avez vues. Elle se jeta aux pieds de son mari en pleurant, et en lui demandant pardon, avec toutes les marques d’un vrai repentir, de n’avoir pas été obéissante. Elle aurait attendri un rocher, affligée comme elle était ; mais la Barbe-Bleue avait le cœur plus dur qu’un rocher. « Il faut mourir, madame, lui dit-il, et tout à l’heure. — Puisqu’il faut mourir, répondit-elle, en le regardant les yeux baignés de larmes, donnez-moi un peu de temps pour prier Dieu. — Je vous donne un demi-quart d’heure, reprit la Barbe-Bleue ; mais pas un moment davantage. » Lorsqu’elle fut seule, elle appela sa sœur, et lui dit : Ma sœur Anne, car elle s’appelait ainsi, monte, je te prie, sur le haut de la tour pour voir si mes frères ne viennent point ; ils m’ont promis qu’ils me viendraient voir
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aujourd’hui ; et, si tu les vois, fais-leur signe de se hâter. — La sœur Anne monta sur le haut de la tour ; et la pauvre affligée lui criait de temps en temps : Anne, ma sœur Anne, ne vois-tu rien venir ? — Et la sœur Anne lui répondait : Je ne vois rien que le soleil qui poudroie, et l’herbe qui verdoie. Cependant la Barbe Bleue, tenant un grand coutelas à sa main, criait de toute sa force à sa femme : Descends vite, ou je monterai là-haut. — Encore un moment, s’il vous plaît, lui répondait sa femme ; et aussitôt elle criait tout bas : Anne, ma sœur Anne, ne vois-tu rien venir ? — Et la sœur Anne répondait : Je ne vois rien que le soleil qui poudroie, et l’herbe qui verdoie. Descends donc vite, criait la Barbe-Bleue, ou je monterai là-haut. — Je m’en vais, répondait la femme ; et puis elle criait : Anne, ma sœur Anne ne vois-tu rien venir ? — Je vois, répondit la sœur Anne, une grosse poussière qui vient de ce côté-ci… — Sont-ce mes frères ? — Hélas ! non, ma sœur : c’est un troupeau de moutons… Ne veux tu pas descendre ? criait la Barbe-Bleue — Encore un moment, répondait sa femme ; et puis elle criait : Anne, ma sœur Anne, ne vois-tu rien venir ? — Je vois, répondit-elle, deux cavaliers qui viennent de ce côté-ci, mais ils sont bien loin encore… Dieu soit loué ! s’écria-t-elle un moment après ; ce sont mes frères. Je leur fais signe tant que je puis de se hâter. La Barbe-Bleue se mit à crier si fort que toute la maison en trembla. La pauvre femme descendit, et alla se jeter à ses pieds tout épleurée et tout échevelée. « Cela ne sert de rien, dit la Barbe-Bleue ; il faut mourir. » Puis, la prenant d’une main par les cheveux, et de l’autre levant le coutelas en l’air, il allait lui abattre la tête. La pauvre femme, se tournant vers lui, et le regardant avec des yeux mourants, le pria de lui donner un petit moment pour se recueillir. « Non, non, dit-il, recommande-toi bien à Dieu ; » et, levant son bras… Dans ce moment, on heurta si fort à la porte que la Barbe-Bleue s’arrêta tout court. On ouvrit, et aussitôt on vit entrer deux cavaliers, qui mettant l’épée à la main, coururent droit à la Barbe-Bleue. Il reconnut que c’était les frères de sa femme, l’un dragon et l’autre mousquetaire, de sorte qu’il s’enfuit aussitôt pour se sauver ; mais les deux frères le poursuivirent de
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i près qu’ils l’attrapèrent avant qu’il pût gagner le perron. Ils lui passèrent leur épée au travers du corps, et le laissèrent mort. La pauvre femme était presque aussi morte que son mari, et n’avait pas la force de se lever pour embrasser ses frères. Il se trouva que la Barbe-Bleue n’avait point d’héritiers et qu’ainsi sa femme demeura maîtresse de tous ses biens. Elle en employa une partie à marier sa sœur avec un gentilhomme, une autre partie à acheter des charges de capitaines à ses deux frères, et le reste à se marier elle-même à un fort honnête homme, qui lui fit oublier le mauvais temps qu’elle avait passé avec la Barbe-Bleue. Perrault, C. (1902). La Barbe-Bleue, conte.. Recuperado 17 marzo, 2020, de http://www.bmlisieux.com/archives/labarbe.html
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BARBA AZUL
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n otro tiempo vivía un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles muy adornados y carrozas doradas; pero, por desgracia, su barba era azul, color que le daba un aspecto tan feo y terrible que no había mujer ni joven que no huyera a su vista. Una de sus vecinas, señora de rango, tenía dos hijas muy hermosas. Pidiole una en matrimonio, dejando a la madre la elección de la que había de ser su esposa. Ninguna de las jóvenes quería casar con él y cada cual lo endosaba a la otra, sin que la otra ni la una se resolvieran a ser la mujer de un hombre que tenía la barba azul. Además, aumentaba su disgusto el hecho de que había casado con varias mujeres y nadie sabía lo que de ellas había sido. Barba Azul, para trabar con ellas relaciones, llevolas con su madre, tres o cuatro amigos íntimos y algunas jóvenes de la vecindad a una de sus casas de campo en la que permanecieron ocho días completos, que emplearon en paseos, partidos de caza y pesca, bailes y tertulias, sin dormir apenas y pasando las noches en decir chistes. Tan agradablemente se deslizó el tiempo, que a la menor pareciole que el dueño de casa no tenía la barba azul y que era un hombre muy bueno; y al regresar a la ciudad celebraron la boda. Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su esposa que se veía obligado a hacer un viaje a provincias, que a lo menos duraría seis semanas, siendo importante el asunto que a viajar le obligaba. Rogole que durante su ausencia se divirtiese cuanto pudiera, invitara a sus amigas a acompañarla, fuera con ellas al campo, si de ello gustaba, y procurara no estar triste. -Aquí tienes, añadió, las llaves de los dos grandes guardamuebles. Estas son las de la vajilla de oro y plata que no se usa diariamente; las que te entrego pertenecen a las cajas donde guardo los metales preciosos; estas las de los cofres en los que están mis piedras y joyas, y aquí te doy el llavín que abre las puertas de todos los cuartos. Esta llavecita es la del gabinete que hay
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l extremo de la gran galería de abajo. Ábrelo todo, entra en todas partes, pero te prohíbo penetrar en el gabinete; y de tal manera te lo prohíbo, que si lo abres puedes esperarlo todo de mi cólera. Prometiole atenerse exactamente a lo que acababa de ordenarle; y él, después de haberla abrazado, metiose en el carruaje y emprendió su viaje. Las vecinas y los amigos no esperaron a que les llamasen para ir a casa de la recién casada, pues grandes eran sus deseos de verlo todo, que no se atrevieron a realizar estando el marido, porque su barba azul les espantaba. Acto continuo pusiéronse a recorrer los cuartos, los gabinetes, los guardarropas, siendo sorprendente la riqueza de cada habitación. Subieron enseguida a los guardamuebles, donde no se cansaron de admirar el número y belleza de los tapices, camas, sofás, papeleras, veladores, mesas y espejos que reproducían las imágenes de la cabeza a los pies y en los que los adornos, los unos de cristal, de plata dorados los otros, eran tan bellos y magníficos que iguales no se habían visto. No cesaban de ponderar y envidiar la dicha de su amiga, que no se divertía viendo tales riquezas, pues la dominaba la impaciencia por ir a abrir el gabinete de abajo. Empujola la curiosidad, sin fijarse en que faltaba a la educación abandonando a sus amigas, bajó por una escalerilla reservada, con tanta precipitación que dos o tres veces corrió peligro de desnucarse. Al llegar a la puerta del gabinete detúvose algún tiempo, pensando en la prohibición de su marido y reflexionando que la desobediencia podía atraerle alguna desgracia; pero la tentación era tan fuerte que no pudo vencerla, y tomando la llavecita abrió temblando la puerta del gabinete. Al principio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Al cabo de algunos instantes comenzaron a destacarse los objetos y notó que el suelo estaba completamente cubierto de sangre cuajada y que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y sujetas a las paredes. Estas mujeres eran todas aquellas con quienes Barba Azul había casado, a las que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo ante tal espectáculo y se le cayó la llave del gabinete que acababa de sacar de la cerradura.
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Después de haberse repuesto algo, cogió la llave, cerró la puerta y subió a su cuarto para dominar su agitación, sin que lo lograse, pues era extraordinaria. Habiendo notado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la enjugó dos o tres veces, pero la sangre no desaparecía. En vano la lavó y hasta la frotó con arenilla y asperón, pues continuaron las manchas sin que hubiera medio de hacerlas desaparecer, porque cuando lograba quitarlas de un lado, aparecían en el otro. Barba Azul regresó de su viaje la noche de aquel mismo día y dijo que en el camino había recibido cartas noticiándole que había terminado favorablemente para él el asunto que le había obligado a ausentarse. La esposa hizo cuanto pudo para que creyese que su inesperada vuelta la había llenado de alegría. Al día siguiente le dio las llaves y se las entregó tan temblorosa, que en el acto adivinó todo lo ocurrido. -¿Por qué no está con las otras la llavecita del gabinete? -Le preguntó. -Probablemente la habré dejado sobre mi mesa, contestó. -Dámela enseguida, añadió Barba Azul.Después de varias dilaciones, forzoso fue entregar la llave. Mirola Barba Azul y dijo a su mujer: -¿A qué se debe que haya sangre en esta llave? -Lo ignoro, contestó más pálida que la muerte.-¿No lo sabes? -replicó Barba Azul-; yo lo sé. Has querido penetrar en el gabinete. Pues bien, entrarás en él e irás a ocupar tu puesto entre las mujeres que allí has visto. Al oír estas palabras arrojose llorando a los pies de su esposo y pidiole perdón con todas las demostraciones de un verdadero arrepentimiento por haberle desobedecido. Hubiera conmovido a una roca, tanta era su aflicción y belleza, pero Barba Azul tenía el corazón más duro que el granito. -Es necesario que mueras, le dijo, y morirás en el acto. -Puesto que es forzoso, murmuró mirándole con los ojos anegados en llanto, concédeme algún tiempo para rezar.-Te concedo diez minutos, replicó Barba Azul, pero ni un segundo más. En cuanto estuvo sola llamó a su hermana y le dijo:
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-Anita de mi corazón; sube a lo alto de la torre y mira si vienen mis hermanos. Me han prometido que hoy vendrían a verme, y si les ves hazles seña de que apresuren el paso. Subió Anita a lo alto de la torre y la mísera le preguntaba a cada instante. -Anita, hermana mía, ¿ves algo? Y Anita contestaba: -Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea. Barba Azul tenía una enorme cuchilla en la mano y gritaba con toda la fuerza de sus pulmones a su mujer: -Baja enseguida o subo yo. -¡Un instante, por piedad! -le contestaba su esposa; y luego decía en voz baja-: Anita, hermana mía, ¿ves algo? Su hermana respondía: -Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea. -Baja pronto, bramaba Barba Azul, o subo yo. -Bajo -contestó la infeliz; y luego preguntó-, Anita, hermana mía, ¿viene alguien? -Sí, veo una gran polvareda que hacia aquí avanza... -¿Son mis hermanos? -¡Ay!, no, hermana mía; es un rebaño de carneros. -¿Bajas o no bajas? -vociferaba Barba Azul. -¡Un momento, otro instante no más! -exclamó su mujer; y luego añadió-: Anita, hermana mía, ¿viene alguien? -Veo -contestó-, dos caballeros que hacia aquí se encaminan, pero aún están muy lejos. ¡Alabado sea Dios!, exclamó, poco después; ¡son mis hermanos! Les hago señas para que apresuren el paso. Barba Azul se puso a gritar con tanta fuerza que se estremeció la casa entera. Bajó la infeliz mujer y fue a arrojarse a sus pies llorosa y desgreñada. -De nada han de servirte las lágrimas, le dijo; has de morir. Luego agarrola de los cabellos con una mano y levantó con la otra la cuchilla para cortarle la cabeza. La infeliz hacia él volvió la moribunda mirada y rogole le concediese unos segundos. -No, no, rugió aquel hombre; encomiéndate a Dios. Y al mismo tiempo levantó el armado brazo...
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En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta, que Barba Azul se detuvo. Abrieron y entraron dos caballeros, quienes desnudando las espadas corrieron hacia donde estaba aquel hombre, que reconoció a los dos hermanos de su mujer, el uno perteneciente a un regimiento de dragones y el otro mosquetero; y al verles escapó. Persiguiéronle tan de cerca ambos hermanos, que le alcanzaron antes que hubiese podido llegar a la plataforma le atravesaron el cuerpo con sus espadas y le dejaron muerto. La pobre mujer casi tan falta de vida estaba como su marido y ni fuerzas tuvo para levantarse y abrazar a sus hermanos. Resultó que Barba Azul no tenía herederos, con lo cual todos sus bienes pasaron a su esposa, quien empleó una parte en casar a su hermanita con un joven gentilhombre que hacía tiempo la amaba, otra parte en comprar los grados de capitán para sus hermanos y el resto se lo reservó, casando con un hombre muy digno y honrado que la hizo olvidar los tristes instantes que había pasado con Barba Azul. Barba Azul. (s.f.). Recuperado 17 marzo, 2020, de http://www.cervantesvirtual.com/obravisor/barba-azul--0/html/004a3eb6-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html
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Análisis de “Un baile de máscaras” Contexto Histórico Durante la escritura de es cuento el lugar en donde se encontraba el autor era muy difícil ya que Dumas tuvo que viajar a Italia y ahí conoció al general Garibaldi, con quien colaboró en su lucha por lograr una Italia unida. Cuando regresó a Francia tomó parte activa en la Revolución de 1848, involucrándose en asuntos políticos. La oleada revolucionaria de 1848 se inició en Francia y se extendió a continuación por gran parte de Europa. Es conocida con el nombre de "primavera de los pueblos". Tras la aprobación de la Constitución fue nombrado presidente de la República Luis Napoleón Bonaparte. Contexto Social El baile de máscaras es una parte fundamental del texto, es un evento en el cual los participantes asisten en disfraces utilizando una máscara. Puede verse a manera de comparación la palabra "mascarada", que es una forma de entretenimiento cortesano festivo. Esta costumbre se extendió hasta festividades públicas con disfraces en Italia durante el Renacimiento del siglo XVI. Eran generalmente danzas elaboradas llevadas a cabo por miembros de las clases sociales superiores, y eran particularmente populares en Venecia. 4 Contexto Cultural Prosiguiendo con el tema del baile de las máscaras podemos ver que desde esa época hasta la actualidad no es un tema o costumbre que ha quedado 4
Baile de mascaras. (Recuperado de https://historia.nationalgeographic.com.es/a/carnaval-y-bailes-mascaras-sigloxviii_9032/3 el 25 de marzo de 2020)
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anticuada pues es considerada parte de la cultura tanto de Italia como de Francia llamándole a esta costumbre "Baile de los salvajes". Los bailes de máscaras aparecen en varias óperas como por ejemplo el musical y película “The Phantom of the Opera” tiene una escena en un baile de máscaras por lo que pasa a formar parte de la cultura francesa. Características de la corriente El cuento pertenece al romanticismo, que daba paso a la emoción exaltada de sus personajes, a las divisas de la Revolución francesa “Libertad, Igualdad y Fraternidad” y a las grandes causas como el patriotismo, la justicia y el amor. Se caracterizópor: •
Búsqueda de sí mismo
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Predominio del sentimiento sobre la razón
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Sin reglas ni restricciones
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La influencia de la naturaleza, el paisaje natural que aparece en las obras depende al estado de ánimo del autor.
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Exaltación de la imaginación y la fantasía, evocar situaciones y escenas que parecerían sacadas de cuentos de hadas. Durante este periodo se deja en segundo plano la realidad simple y llana5.
Vida del autor Alexandre Dumas nació el 24 de septiembre de 1802 en Villers- Cotterets, Francia, fue un novelista francés. Hijo de un general del ejército francés que dejó a su familia prácticamente en la ruina al morir en 1806, Alexandre Dumas tuvo que abandonar pronto sus estudios. Llegó a París en 1823, tras una primera experiencia como pasante de abogado, lleno de ambiciones literarias. Gracias a su puesto de escribiente para el duque de Orléans, que
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Romanticismo: caracteristicas. (Recuperado de https://www.unprofesor.com/lengua-espanola/romanticismo-literariocaracteristicas-principales-2888.html 25 de marzo 2020)
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obtuvo por recomendación del general Foy, consiguió completar su formación de manera autodidacta. l inicio de su carrera como dramaturgo se produjo en 1829, con Enrique III y su corte, primera manifestación de la nueva generación literaria romántica, anticipándose un año al Hernani, de Victor Hugo. Antony, en 1831, marcó los principios de una etapa de creación infatigable de dramas, tragedias y melodramas, casi todos de exaltación de la historia nacional de Francia. A pesar del poco éxito de sus primeras novelas, la aparición de Los tres mosqueteros, en 1844, significó su salto a la fama. Las sumas ingentes de dinero que se le ofrecían, dada la creciente demanda de sus novelas por parte del público, motivaron una verdadera explosión en la producción de Dumas. Arruinado, vivió los últimos años de su vida a costa de su hijo Alexandre Dumas, también escritor, y de su hija, Madame Petel.6 Comentario En mi opinión es un cuento muy interesante, aunque no está tan explícito el horror si habla de algo sobrenatural que le sucedió lo que le da ese interés de saber más sobre el personaje, podría decirse, a mi parecer que es un cuento de algo sobrenatural envuelto con amor, eso es lo que más me gustó del cuento, además de que el narrador en segunda persona expresa muy bien los sentimientos y sensaciones que le sucedieron. Por esto es una buena opción para entretener al lector sin traumar, es fácil de entender. Lo recomiendo a personas que tengan ese gusto por la lectura de un poco horror y amor porque esta es una combinación para ambos temas.
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Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Alexandre Dumas. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/d/dumas.htm el 25 de marzo de 2020.
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UNE BALLE MASQUEÉ
J
A l e x a n dr e D u m a s , p è r e ( 1 83 5 )
'avais donné l'ordre de dire que je n'étais à la maison à personne: un de mes amis a forcé le slogan. Mon serviteur a annoncé à M. Antony R… J'ai découvert, derrière la livrée de José, le corps d'une redingote noire. Il était donc probable que le porteur avait vu, pour sa part, la jupe de ma robe de chambre. Impossible de se cacher: -Très bien! Entrez, dis-je à haute voix. "Va en enfer!" Dis-je à voix basse. En travaillant, seule la femme que vous aimez peut en interrompre une en toute impunité; Eh bien, dans une certaine mesure, elle est toujours en quelque sorte au fond de ce qui se fait. Je suis donc allé vers lui avec le regard à moitié irrité d'un auteur interrompu à l'un des moments où il a le plus peur, quand je l'ai vu si pâle et si décomposé que les premiers mots que je lui ai adressés ont été les suivants: -Qu'est-ce que tu as? Qu'est-ce qui vous est arrivé? -Oh! Laissez-moi respirer », a-t-il dit. Je vais vous dire; Mais qu'est-ce que je dis! C'est un rêve ou sans aucun doute, je suis fou. Il se jeta sur un canapé et laissa tomber sa tête entre ses mains. Je le regardai avec étonnement: ses cheveux étaient mouillés par la pluie; ses bottes, ses genoux et le bas de son pantalon étaient couverts de boue. J'ai regardé par la fenêtre et j'ai vu son domestique avec le cabriolet à la porte: il n'y comprenait rien. Il a vu ma surprise. "Je suis allé au cimetière de Pére-Lachaise", a-t-il déclaré. -À dix heures du matin? -J'étais là à sept heures ... Merde mascarade! Je ne pouvais pas deviner la relation qu'une mascarade pouvait avoir avec le Pére-Lachaise. Je me résignai donc, et tournant le dos à la cheminée, je commençai à envelopper une cigarette entre mes doigts, avec le flegme et la patience d'un Espagnol. Quand j'en ai eu fini, je l'ai offert à Antoine, que je connaissais d'ordinaire très apprécié ce genre d'attention. Il m'a donné un signe de remerciement, mais il
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a rejeté ma main. Pour ma part, je me penchai pour allumer la cigarette: Antoine m'arrêta. «Alexandre», me dit-il, «écoute-moi: je t'en supplie. -Mais si tu es là depuis un quart d'heure et que tu ne me dis rien. -Oh! C'est une aventure très rare! Je me redressai, mis ma cigarette sur la cheminée et croisai les bras comme un homme résigné; seulement qu'il commençait à croire qu'il aurait très bien pu devenir fou. -Tu te souviens de cette danse d'opéra, où je t'ai trouvé? me dit-il, après un moment de silence. -Le dernier, dans lequel il y avait au plus deux cents personnes? -Ce même. Je vous ai quitté avec l'intention d'aller aux Variétés, qui m'avaient été dites curieuses au milieu de notre curieuse époque: vous vouliez me dissuader d'y aller; la fatalité m'a poussé à cet endroit. Oh! Pourquoi n'avez-vous pas vu cela? vous, dédié à la description des coutumes? Pourquoi Hoffman ou Callot n'étaient-ils pas là pour peindre cette image burlesque fantastique telle qu'elle se déroulait devant mes yeux? Je venais de quitter l'Opéra vide et triste et j'ai trouvé une salle pleine et joyeuse: couloirs, loges, sièges, tout était plein. «J'ai fait le tour de la pièce: vingt masques m'ont appelé par mon nom et m'ont dit le leur. C'étaient des célébrités aristocratiques ou financières en costumes ignobles de pierrots, postillons, clowns ou marchands de légumes. «J'ai fait le tour de la pièce: vingt masques m'ont appelé par mon nom et m'ont dit le leur. C'étaient des célébrités aristocratiques ou financières en costumes ignobles de pierrots, postillons, clowns ou marchands de légumes. «Ils étaient tous jeunes de nom, de cœur, de mérite; et là, oubliant la famille, les arts et la politique, ils ont reconstruit un rassemblement de l'époque de la régence au milieu de nos temps difficiles et sévères. Ils me l'avaient déjà dit, et pourtant je n'avais pas voulu y croire! Je montai quelques marches, et m'appuyant sur une colonne, à moitié cachée par elle, fixai mes yeux sur cette vague de créatures humaines qui se déplaçaient à mes pieds. Ces dominos de toutes les couleurs, ces robes peintes et ces costumes grotesques formaient un spectacle qui ne ressemblait à rien d'humain.
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La musique a commencé à jouer. Oh! C'était alors elle. Ces étranges créatures s'agitaient au rythme de cet orchestre dont l'harmonie atteignait mes oreilles au milieu des cris, des rires et du bruit; ils se tenaient par les mains, par les bras, par le cou: un grand cercle se formait, commençant alors un mouvement circulaire; des danseurs et des danseurs qui donnent des coups de pied, soulevant avec bruit une poussière dont les atomes rendent visible la pâle lumière des araignées; tournoyant avec une vitesse croissante et avec des postures étranges, avec des gestes obscènes, avec des cris désordonnés: tournoyant de plus en plus vite, jetés au sol comme des hommes ivres, hurlant comme des femmes perdues, avec plus de délire que de joie, plus de colère que de plaisir : semblable à une chaîne de condamnés qui avaient effectué, sous le fouet des démons, une pénitence infernale. Cela s'est passé en ma présence et à mes pieds. Je sentais le vent qu'ils produisaient dans leur carrière: chacun qui me connaissait me disait, en passant, un mot qui me faisait rougir. Tout ce bruit, tout ce murmure, toute cette confusion, toute cette musique, étaient dans mes oreilles comme dans la pièce. Très vite, je ne savais pas si ce que j'avais sous les yeux était un rêve ou une réalité; Je me suis demandé si je n'étais pas idiot et ils étaient raisonnables: d'étranges tentations m'ont saisi pour me jeter au milieu de cette bacchanale, comme Faust à travers les régions infernales, et j'ai alors senti que j'aurais des cris, des gestes, des postures et des rires comme le vôtre. Oh! De cela à la folie, il n'y a qu'un pas. J'étais étonné et je me suis jeté hors de la pièce, poursuivi à la porte de la rue par des hurlements qui semblaient être ces rugissements d'amour qui sortaient de la caverne des bêtes féroces. «Je me suis arrêté un instant sous le porche pour me calmer. Je ne voulais pas m'aventurer dans la rue, mon esprit empli de tant de confusion: c'est très facile que je ne connaissais pas le chemin: c'est très facile d'avoir été heurté par une voiture sans le vouloir. J'étais dans cet état où il y a un homme ivre qui commence à récupérer assez de raison dans son cerveau obscurci pour réaliser son état et qui, sentant qu'il retrouve sa volonté, mais pas encore le pouvoir, se repose, immobile, avec ses yeux fixes et perdus, contre un banc de rue ou contre un arbre sur une promenade publique. «A ce moment, une
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voiture s'est arrêtée devant la porte: une femme a quitté sa porte ou, plutôt, s'est précipitée hors d'elle. «Il est entré sous le péristyle, tournant la tête vers la droite et la gauche comme une personne perdue. Il portait un domino noir et son visage était couvert d'un masque de velours. Il est venu à la porte. "-Ton billet? dit le portier. "-Mon billet? répondit-elle. Je ne l'ai pas. Eh bien, prenez-le au box-office. La femme domino revint sous le péristyle, fouillant vivement toutes ses poches. "-Je n'apporte pas d'argent! s'exclama-t-il. Ah! Cette bague. Un ticket d'entrée pour cette bague », a-t-elle déclaré. " "Impossible, "répondit la femme qui vendait les billets; nous ne faisons pas d’affaires de ce genre. "Et il a rejeté le brillant, qui est tombé au sol et a roulé à mes côtés. "La femme domino est restée immobile, oubliant la bague et sans aucun doute engloutie dans une certaine pensée. «J'ai ramassé la bague et je l'ai présentée. «J'ai vu, à travers son masque, que ses yeux étaient fixés sur les miens; Il me regarda un instant avec indécision. Puis tout à coup, passant son bras autour du mien: "-Tu dois me payer le ticket", a-t-il dit. Dommage, c'est nécessaire! "-Je sortais, madame," dis-je. "-Donne-moi alors six francs pour cette bague, et tu m'auras rendu un service pour lequel je te bénirai toute ma vie. «J'ai remis la bague à son doigt; Je suis allé au box-office et j'ai pris deux billets. Nous entrons ensemble. «Une fois arrivés dans le couloir, j'avais l'impression d'hésiter. Puis avec son deuxième bras, il a formé une sorte d'anneau autour du mien. "- Souffrez-vous? Dis-je. "Non, non, ce n'est rien," répondit-elle. Un fondu: c'est tout ”Et il m'a conduit au salon. Nous sommes entrés dans ce joyeux Charenton. Trois fois, nous nous retournâmes, nous frayant un chemin avec une grande tristesse à travers cette multitude de masques qui se poussaient: elle, frissonnant à chaque mot obscène qu'elle entendait; Moi, honteux qu'ils
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m'aient vu donner un bras à une femme qui a osé entendre de tels mots. Puis nous sommes retournés au fond de la pièce. Elle est tombée sur un banc. Je me tenais devant elle, ma main reposant sur le dossier de son siège. "-Oh! Cela doit vous paraître très extravagant », me dit-il:« mais pas plus qu'à moi: je le jure. Je n'en avais aucune idée - j'ai regardé la danse -, même dans mes rêves, je n'ai pas pu voir de telles choses. Mais, voyez-vous, ils m'ont écrit que je serais ici avec une femme. Et quelle femme sera celle qui osera venir dans un tel endroit? «J'ai fait un geste d'étonnement; elle a compris. "Tu veux dire que je suis ici aussi, n'est-ce pas?" Oh! Mais c'est autre chose: je le cherche, je suis sa femme. Ces gens viennent ici poussés par la folie et la débauche. Oh! Mais je viens à cause de la jalousie infernale. Je serais allé le chercher n'importe où: la nuit, dans un cimetière, je serais allé à Greve le jour d'une exécution, et pourtant, je te le jure, quand j'étais jeune, je ne suis jamais sorti dans la rue sans ma mère. Femme maintenant, je n'ai pas fait un pas loin de chez moi sans être suivi par un valet de pied; et pourtant, me voici, comme toutes ces femmes perdues: ici je donne un bras à un homme que je ne connais pas, rougissant, sous mon masque, l'opinion que vous vous faites de moi. Je comprends tout ça!… Monsieur, avez-vous déjà été jaloux? "-Atrocement," répondis-je. «-Alors, tu vas sûrement me pardonner et tout comprendre. Vous connaissez cette voix qui vous crie, comme si elle était à l'oreille d'un imbécile: "Allez!" Vous connaissez le bras qui, comme celui du destin, vous pousse à la honte et au crime. Vous savez déjà que dans de tels moments, on est capable de tout, tant qu'on peut se venger. «J'allais lui répondre; mais il se leva soudain, fixant deux dominos qui passaient devant nous à ce moment. "-Taistoi! -il m'a dit. "Et il m'a entraîné dans sa poursuite. «J'ai été impliqué dans une intrigue dont je n'ai rien compris; J'ai senti toutes ses cordes vibrer et aucune ne m'a fait le comprendre; mais cette pauvre femme semblait si agitée qu'elle était vraiment intéressante. Si impérieuse est une véritable passion à laquelle j'obéissais enfant, et nous sommes allés à la poursuite des deux masques, dont l'un était évidemment un
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homme et l'autre une femme. Ils parlaient à voix basse; ses mots atteignirent à peine nos oreilles. "-C'est lui! murmura-t-elle. C'est ta voix. Oui, oui, c'est sa taille ... «Le plus grand des deux qui portait des dominos a commencé à rire. "C'est ton rire!" dit-elle. C'est lui, monsieur, c'est lui! La lettre a dit la vérité. Oh mon Dieu! Mon Dieu! «Cependant, les masques avançaient et nous sommes sortis derrière eux. Ils ont pris l'échelle des cartons et nous l'avons montée à notre poursuite. Ils ne s'arrêtèrent que lorsqu'ils atteignirent celui de la grande voûte: nous avions l'air de ses deux ombres. Une petite boîte à treillis s'est ouverte; Ils y sont entrés et la porte s'est refermée derrière eux. «La pauvre créature sur mon bras m'a effrayé par son agitation: je ne pouvais pas voir son visage; mais, pressée contre moi comme elle était, je sentis son cœur battre, son corps trembler et ses membres trembler. Il y avait quelque chose d'étrange dans la façon dont une souffrance inouïe me vint dont le spectacle se déroulait sous mes yeux, dont je ne connaissais pas la victime et dont j'ignorais complètement la cause. Cependant, pour rien au monde, il n'aurait abandonné cette femme à un tel moment. "Quand elle a vu les deux masques entrer dans la boîte et la boîte se fermer derrière eux, elle est restée immobile et frappée par la foudre pendant un moment. Puis il a sauté sur la porte pour écouter. Placé comme il était, le moindre mouvement dénonçait sa présence et la perdait: je la pris violemment par le bras, ouvris le loquet de la boîte adjacente, la traînai là avec moi, tirai le rideau et fermai la porte. "Si vous voulez écouter," dis-je, "faitesle au moins d'ici. "Elle est tombée à un genou et a rapproché son oreille de la cloison, et je me tenais du côté opposé, les bras croisés, la tête baissée et réfléchie. «Tout ce que j'avais vu de cette femme m'avait fait croire qu'elle était un vrai type de beauté. La partie inférieure de son visage, qui n'était pas cachée par le masque, était fraîche, veloutée et pleine; ses lèvres rouges minces; ses dents, auxquelles le velours qui les atteignait les faisait paraître plus blanches, plus petites, séparées et brillantes; sa main ressemblait à un modèle; sa taille pouvait être serrée dans ses mains; ses cheveux noirs soyeux s'échappaient abondamment de son haut domino, et son petit pied, qui était
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à peine visible à l'extérieur de la robe de chambre, semblait à peine capable de tenir ce corps léger, gracieux et aéré. Oh! Ce doit être une merveilleuse créature! Oh, celui qui l'aurait tenue dans ses bras, celui qui aurait vu toutes les facultés de cette âme l'aimer, celui qui aurait senti ces palpitations, ces tremblements, ces spasmes névralgiques sur son cœur, et celui qui aurait pu dire: «Tout cela, tout cela, est produit par l'amour que vous ressentez pour moi; pour l'amour qu'il n'a pour moi que parmi tous les hommes et est l'ange de mes prédestinés! » Oh! Cet homme ... cet homme ...! «Telles étaient mes pensées, quand soudain j'ai vu cette femme se lever, se tourner vers moi et me dire d'une voix brisée et furieuse: "-Gentleman, je suis beau: je le jure. Je suis jeune parce que j'ai dix-neuf ans. Jusqu'à présent, j'ai été pur comme l'ange de la création. Eh bien ... -il a mis ses bras autour de mon cou- bien, bien: je suis à toi ... "Au même instant, je sentis ses lèvres coller aux miennes, et l'impression d'une morsure, plutôt que celle d'un baiser, parcourut tout son corps tremblant et fou de passion: un nuage de feu traversa mes yeux. Dix minutes plus tard, je l'ai eu dans mes bras, évanouie, à moitié morte, en sanglotant. "Petit à petit, il est revenu à lui. Je pouvais voir, à travers son masque, ses yeux perdus; J'ai vu la partie inférieure de son visage pâle, j'ai vu ses dents entrer en collision, comme si elle avait un tremblement fiévreux. Toute cette scène est toujours présentée devant mes yeux. «Il s'est rappelé ce qui venait de se passer et est tombé à mes pieds. "-Si je t'inspire de la compassion, me dit-il en sanglotant, de la pitié, ne fixe pas tes yeux sur moi, n'essaye jamais de me reconnaître: laisse-moi partir et oublie tout. Je m'en souviendrai pour nous deux! «À ces mots, il se leva, rapide comme la pensée qui nous échappe; il se précipita vers la porte, l'ouvrit et, se tournant encore une fois, me dit: "-Gentleman, ne me suivez pas; Au nom du ciel, ne me suivez pas! La porte, violemment ouverte, se referma entre elle et moi, me la cachant comme une apparition. Je ne l'ai pas revue! «Je ne l'ai pas revue! Et dans les dix mois qui se sont écoulés depuis, je l'ai cherchée partout, danses, spectacles, promenades. Combien de fois ai-je vu de loin une femme de belle taille, de petit pied et de cheveux noirs, je l'ai
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suivie, je l'ai approchée, je l'ai regardée droit dans les yeux, attendant qu'elle rougisse de la découvrir. Nulle part je ne l'ai retrouvée; Nulle part je ne l'ai revue ... rien de plus que pendant mes nuits blanches et dans mes rêves! Oh! Elle reviendrait alors là-bas; là il la sentait, sentait ses étreintes, ses morsures, ses caresses si ardentes, qu'elles avaient quelque chose d'infernal; puis le masque est tombé, et le visage le plus étrange est apparu à mes yeux, déjà voilé, comme s'il était couvert par un nuage; déjà brillant, comme entouré d'un halo; déjà pâle, avec un crâne blanc et nu, des orbites vides et des dents bizarres et chancelantes. De toute façon, depuis cette nuit je n'ai pas vécu, brûlé d'un amour insensé pour une femme que je ne connaissais pas, toujours en attente et toujours trompée dans mes espoirs, jalouse sans avoir le droit d'être, sans savoir qui devrait être, sans oser de manifester à quiconque une telle folie, et pourtant persécutée, finie, consumée et dévorée par elle. À la fin de ces mots, il tira une lettre de sa poitrine. "Maintenant que je vous ai tout dit, prenez cette lettre et lisez-la", a-t-il dit. Je l'ai pris et j'ai lu: Vous avez peut-être oublié une pauvre femme qui n'a rien oublié et qui meurt parce qu'elle ne peut pas oublier. Lorsque vous recevrez cette lettre, j'aurai cessé d'exister. Alors, allez au cimetière de Pére-Lachaise, dites au concierge de vous montrer, depuis les dernières tombes, celle qui portera le simple nom de Marie sur sa pierre funéraire, et lorsque vous serez en présence de cette tombe, agenouillez-vous et priez. "Eh bien," continua Antony; J'ai reçu cette lettre hier et j'étais là ce matin. Le concierge m'a conduit à la tombe et je me suis tenu devant elle pendant deux heures, à genoux, en priant et en pleurant. Comprenez-vous Cette femme était là! ... Son âme brûlante avait volé; son corps, consumé par elle, avait plié pour se briser sous le poids de la jalousie et des remords! Il était là à mes pieds, et il avait vécu et était mort à mon insu, inconnu ... et occupant une place dans ma vie comme il le fait dans la tombe; inconnu ... et enfermant dans mon cœur un cadavre froid et inanimé comme celui qui avait été déposé dans la tombe! Oh! Savez-vous quelque chose de similaire? Avez-vous entendu un événement aussi étrange? Alors maintenant, au revoir mes espoirs, car je ne la reverrai plus jamais. Il creuserait sa tombe et
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ne pourrait plus y trouver les restes avec lesquels reconstruire son visage. Et je continue de l'aimer! Comprenez-vous, Alejandro? Je l'aime comme un idiot; et elle me tuerait tout de suite pour la rejoindre si elle ne savait pas qu'elle me resterait inconnue dans l'éternité, comme elle l'a été dans ce monde. A ces mots, il me prit la lettre, l'embrassa plusieurs fois et se mit à pleurer comme un enfant. Je l'ai pris dans ses bras et, ne sachant pas quoi dire, j'ai pleuré avec lui. Recuperado de http://bibliotecadumas.blogspot.com/2014/08 /un-baile-de-mascaras.html en 26 de marzo de 2020
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UN BAILE DE MÁSCARAS A l e x a n dr e D u m a s , p a d re ( 18 3 5 )
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abía dado la orden de que se dijese que no estaba en casa para nadie: uno de mis amigos forzó la consigna. Mi criado me anunció al señor Antony R… Descubrí, detrás de la librea de José, el cuerpo de una levita negra. Era probable, por lo tanto, que el que la llevaba hubiese visto, por su parte, la falda de mi bata de casa. Siendo imposible ocultarme: -¡Muy bien! Que entre -dije en alta voz. “¡Que se vaya al diablo!”, dije en voz baja. Cuando se trabaja, sólo la mujer que se ama puede interrumpir a uno impunemente; pues, hasta cierto punto, siempre está ella de algún modo en el fondo de lo que se hace. Me fui, pues, hacia él con el aspecto medio irritado de un autor interrumpido en uno de los momentos en que más teme serlo, cuando le vi tan pálido y tan descompuesto que las primeras palabras que le dirigí fueron éstas: - ¿Qué tenéis? ¿Qué os ha ocurrido? - ¡Oh! Dejadme respirar -dijo-. Voy a contároslo; pero, ¡qué digo!, esto es un sueño o sin duda, estoy loco. Se arrojó sobre un sofá y dejó caer la cabeza entre sus manos. Le miré asombrado: sus cabellos estaban mojados por la lluvia; sus botas, sus rodillas y la parte baja de su pantalón, estaban cubiertos de barro. Me asomé a la ventana y vi a la puerta a su criado con el cabriolé: nada comprendía de aquello. Él vio mi sorpresa. -He estado en el cementerio del Pére-Lachaise me dijo. - ¿A las diez de la mañana?
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-Estaba allí a las siete… ¡Maldito baile de máscaras! Yo no podía adivinar la relación que podía tener un baile de máscaras con el Pére-Lachaise. Así es que me resigné, y volviendo la espalda a la chimenea, empecé a envolver un cigarrillo entre mis dedos, con la flema y paciencia de un español. Cuando terminé de hacerlo, se lo ofrecí a Antony, el cual sabía yo que de ordinario agradecía mucho esta clase de atención. Me hizo un signo de agradecimiento, pero rechazó mi mano. Por mi parte, me incliné a fin de encender el cigarrillo: Antony me detuvo. -Alejandro -me dijo-, escuchadme: os lo ruego. -Pero si hace un cuarto de hora que estáis aquí y no me decís nada. - ¡Oh! ¡Es una aventura muy rara! Me enderecé, puse mi cigarro sobre la chimenea y me crucé de brazos como un hombre resignado; únicamente que empezaba a creer como él que muy bien podía haberse vuelto loco. - ¿Os acordáis de aquel baile de la Ópera, en que os encontré? -me dijo, después de un instante de silencio. - ¿El último, en el que había a lo más doscientas personas? -Ese mismo. Os dejé con la intención de irme al de Variedades, del cual me habían hablado como cosa curiosa en medio de nuestra curiosa época: usted quiso disuadirme de que fuese; la fatalidad me empujaba a aquel sitio. ¡Oh! ¿Por qué no ha visto usted aquello; ¿usted, dedicado a describir las costumbres? ¿Por qué Hoffman o Callot no estaban allí para pintar aquel cuadro fantástico y burlesco a la par que se desarrolló ante mis ojos? Acababa de dejar la Ópera vacía y triste y encontré una sala llena y gozosa: corredores, palcos, plateas, todo estaba lleno. “Di una vuelta por el salón: veinte máscaras me llamaron por mi nombre y me dijeron el suyo. Eran celebridades aristocráticas o financieras bajo innobles disfraces de pierrots, de postillones, de payasos o de verduleras. “Eran todos jóvenes de nombre, de corazón, de mérito; y allí, olvidando familia, artes y política, reedificaban una tertulia del tiempo de la Regencia en medio de nuestra época grave y severa. ¡Ya me lo habían dicho y, sin embargo, yo no había querido creerlo! Subí algunas gradas, y, apoyándome sobre una columna, y medio escondido por ella, fijé los ojos en
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aquella ola de criaturas humanas que se movían a mis pies. Aquellos dominós de todos los colores, aquellos vestidos pintorreados y aquellos grotescos disfraces, formaban un espectáculo que no tenía semejanza con nada humano. La música empezó a tocar. ¡Oh! Entonces fue ella. Aquellas extrañas criaturas se agitaron al son de aquella orquesta cuya armonía llegaba a mis oídos en medio de gritos, de risas y de algazara; se cogieron unos a otros por las manos, por los brazos, por el cuello: se formó un gran círculo, empezando entonces un movimiento circular; bailadores y bailadoras pateando, haciendo levantar con ruido un polvo cuyos átomos hacía visibles la pálida luz de las arañas; dando vueltas con velocidad creciente y con extrañas posturas, con gestos obscenos, con gritos desordenados: dando vueltas cada vez con más rapidez, tirados por tierra como hombres borrachos, dando alaridos como mujeres perdidas, con más delirio que alegría, con más rabia que placer: semejantes a una cadena de condenados que hubiesen cumplido, bajo el látigo de los demonios, una penitencia infernal. Aquello ocurría en mi presencia y a mis pies. Sentía el viento que producían en su carrera: cada uno de los que me conocía me decía, al pasar, alguna palabra que me hacía enrojecer. Todo aquel ruido, todo aquel murmullo, toda aquella confusión, toda aquella música, estaban en mis oídos como en la sala. Muy pronto llegué a no saber si lo que tenía ante mis ojos era sueño o realidad; llegué a preguntarme si no era yo el insensato y ellos los razonables: se apoderaban de mí extrañas tentaciones de arrojarme en medio de aquella bacanal, como Fausto a través de las regiones infernales, y sentí entonces que tendría gritos, gestos, posturas y risas como las suyas. ¡Oh! De aquello a la locura no hay más que un paso. Quedé asombrado y me lancé fuera de la sala, perseguido hasta la puerta de la calle por aullidos que parecían aquellos rugidos de amor que salen de la caverna de las bestias feroces. “Me detuve un instante bajo el pórtico para tranquilizarme. No quería aventurarme en la calle lleno mi espíritu de tanta confusión: es muy fácil que no hubiese conocido el camino: es muy fácil que hubiese sido atropellado por un coche sin quererlo yo mismo. Me encontraba en ese estado en que se encuentra un hombre borracho que empieza a recobrar la
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razón suficiente en su cerebro ofuscado para darse cuenta de su estado y que, sintiendo que recobra la voluntad, pero no aún el poder, se apoya, inmóvil, con los ojos fijos y extraviados, contra un poyo de la calle o contra un árbol de un paseo público. “En este momento, un coche se detuvo ante la puerta: una mujer salió de su puertecilla o, más bien, se precipitó fuera de ella. “Entró bajo el peristilo, volviendo la cabeza a derecha e izquierda como una persona perdida. Vestía un dominó negro y tenía la cara cubierta con un antifaz de terciopelo. Llegó hasta la puerta. “- ¿Vuestro billete? -le dijo el portero. “- ¿Mi billete? -respondió ella-. No lo tengo. “-Pues, entonces, tomadlo en la taquilla. “La mujer del dominó volvió bajo el peristilo, registrando vivamente todos sus bolsillos. “- ¡No traigo dinero! -exclamó-. ¡Ah! Este anillo… Un billete de entrada por este anillo -dijo ella. “-Imposible -respondió la mujer que vendía los billetes-; no hacemos negocios de ese género. “Y rechazó el brillante, que cayó a tierra y rodó hacia mi lado. “La mujer del dominó permaneció inmóvil, olvidando el anillo y abismada, sin duda, en algún pensamiento. “Yo recogí el anillo y se lo presenté. “Vi, a través de su antifaz, que sus ojos se fijaban en los míos; me miró un instante con indecisión. Después, de repente, pasando su brazo alrededor del mío: “-Es necesario que me paguéis la entrada -me dijo-. ¡Por piedad, es necesario! “-Yo salía ya, señora -le dije. “-Entonces dadme seis francos por este anillo, y me habréis hecho un servicio por el que os bendeciré toda mi vida. “Volví a poner el anillo en su dedo; fui a la taquilla y tomé dos billetes. Entramos juntos. “Una vez llegados al corredor, sentí que vacilaba. Formó entonces con su segundo brazo una especie de anillo alrededor del mío. “- ¿Sufrís? -le dije. “-No, no: esto no es nada -repuso ella-. Un
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desvanecimiento: eso es todo.” Y me condujo hacia el salón. Entramos en aquel gozoso Charenton. Tres veces dimos la vuelta abriéndonos paso con gran pena por entre aquella multitud de máscaras que se empujaban las unas a las otras: ella, estremeciéndose a cada palabra obscena que escuchaba; yo, avergonzado de que me viesen dando el brazo a una mujer que se atrevía a escuchar tales palabras. Después nos volvimos al extremo del salón. Ella se dejó caer sobre un banco. Yo permanecí de pie ante ella, con la mano apoyada en el respaldo de su asiento. “-¡Oh! Esto debe parecerle muy extravagante -me dijo-: pero no más que a mí: os lo juro. Yo no tenía idea alguna de esto miraba al baile, pues ni aun en sueños he podido ver tales cosas. Pero, vea usted, me han escrito que estaría aquí con una mujer. Y ¿qué mujer será esa que se atreve a venir a un sitio semejante? “Yo hice un gesto de asombro; ella lo comprendió. -Quiere usted decir que yo también estoy aquí, ¿no es verdad? ¡Oh! pero ya es otra cosa: yo lo busco, yo soy su mujer. Estas gentes vienen aquí impulsadas por la locura y el libertinaje. ¡Oh! Pero yo vengo por celos infernales. Hubiera ido a buscarle a cualquier parte: por la noche, a un cementerio, hubiera ido a Greve el día de una ejecución, y, sin embargo, os lo juro, cuando era joven, no he salido ni una sola vez a la calle sin mi madre. Mujer ya, no he dado un paso fuera de casa sin ir seguida de un lacayo; y, sin embargo, heme aquí, como todas estas mujeres perdidas: heme aquí dando el brazo a un hombre a quien no conozco, enrojeciendo, bajo mi antifaz, de la opinión que de mí habéis podido formaros. ¡Yo comprendo todo esto!… Caballero, ¿habéis estado alguna vez celoso? “-Atrozmente -respondí. “-Entonces, seguramente que me perdonáis y que lo comprendéis todo. Conocéis aquella voz que os grita, como si lo hiciese a la oreja de un insensato: “¡Ve!”. Conocéis el brazo que, como el de la fatalidad, os empuja a la vergüenza y al crimen. Sabéis ya que en tales momentos uno es capaz de todo, con tal que pueda vengarse. “Iba a responderle; pero se levantó de
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repente con la mirada fija en dos dominós que pasaban en aquel momento ante nosotros. “- ¡Callaos! -me dijo. “Y me arrastró en su persecución. “Yo estaba metido en una intriga de la que no comprendía nada; sentía vibrar todas sus cuerdas y ninguna me la hacía comprender; pero aquella pobre mujer parecía tan agitada que estaba verdaderamente interesante. Tan imperiosa es una pasión verdadera, que obedecí como un niño, y nos pusimos en persecución de las dos máscaras, de las que la una era evidentemente un hombre y la otra una mujer. Hablaban a media voz; sus palabras apenas llegaban a nuestros oídos. “- ¡Es él! -murmuraba ella-. Es su voz. Sí, sí, es su estatura… “El más alto de los dos que vestían dominó empezó a reírse. “- ¡Es su risa! -dijo ella-. ¡Es él, señor, es él! La carta decía la verdad. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! “Sin embargo, las máscaras avanzaban y nosotros salimos detrás de ellas. Tomaron la escalera de los palcos, y nosotros la subimos en su persecución. No se detuvieron hasta que llegaron a la de la gran bóveda: nosotros parecíamos sus dos sombras. Un pequeño palco enrejado se abrió; entraron en él y la puerta se cerró tras ellos. “La pobre criatura que yo llevaba del brazo me asustaba con su agitación: no podía ver su cara; pero, apretada contra mí como estaba, sentía latir su corazón, temblar su cuerpo y estremecerse sus miembros. Había algo de extraño en la manera como llegaban a mí los sufrimientos inauditos cuyo espectáculo se desarrollaba ante mis ojos, cuya víctima no conocía y cuya causa ignoraba por completo. Sin embargo, por nada del mundo hubiese abandonado a aquella mujer en semejante momento. “Cuando ella vio a las dos máscaras entrar en el palco y el palco cerrarse tras ellos, permaneció un momento inmóvil y como herida de un rayo. Después se abalanzó sobre la puerta para escuchar. Colocada como estaba, el menor movimiento denunciaba su presencia y la perdía: yo la tomé violentamente por el brazo, abrí el pestillo del palco contiguo, la arrastré allí conmigo, eché la cortina y cerré la puerta. “-Si queréis escuchar -le dije-, hacedlo de aquí al menos. “Ella se dejó caer sobre una rodilla y aproximó la oreja al tabique, y yo me mantuve de pie al lado opuesto, con los brazos cruzados, cabizbajo y
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pensativo. “Todo lo que yo había visto de aquella mujer me había hecho creer que era un verdadero tipo de belleza. La parte baja de su cara, que no ocultaba el antifaz, era fresca, aterciopelada y llena; sus labios rojos y finos; sus dientes, a los que el terciopelo que llegaba hasta ellos hacía parecer más blancos, pequeños, separados y brillantes; su mano parecía un modelo; su talle podía abrazarse con las manos; sus cabellos negros, sedosos, se escapaban con profusión de la cofia de su dominó, y su pequeño pie, que apenas se dejaba ver fuera de la bata, parecía no poder apenas sostener aquel cuerpo, ligero, gracioso y aéreo. ¡Oh! ¡Debía ser una maravillosa criatura! ¡Oh, el que la hubiese tenido en sus brazos, el que hubiese visto todas las facultades de aquella alma empleadas en amarle, el que hubiese sentido sobre su corazón aquellas palpitaciones, aquellos estremecimientos, aquellos espasmos neurálgicos, y el que hubiese podido decir: “¡Todo esto, todo esto, es producido por el amor que por mí siente; por el amor que tiene para mí solo entre todos los hombres y es el ángel para mi predestinado!” ¡Oh! ¡Este hombre… este hombre…! “Estos eran mis pensamientos, cuando de repente vi a aquella mujer levantarse, volverse hacia mí y decirme con voz entrecortada y furiosa: “-Caballero, soy hermosa: os lo juro. Soy joven, pues tengo diez y nueve años. Hasta ahora, he sido pura como el ángel de la creación. Pues bien…-echó sus brazos a mi cuello- pues, bien: soy vuestra… ¡Tomadme! “En el mismo instante sentí sus labios pegarse a los míos, y la impresión de un mordisco, más bien que la de un beso, corrió por todo su cuerpo tembloroso y enloquecido por la pasión: una nube de fuego pasó por mis ojos. “Diez minutos después, la tenía entre mis brazos, desmayada, medio muerta, sollozando. “Poco a poco volvió en si. Yo distinguía, a través de su antifaz, sus ojos extraviados; vi la parte inferior de su cara pálida, vi que sus dientes chocaban unos con otros, como si estuviese poseída de un temblor febril. Toda esta escena se presenta aún ante mi vista. “Recordó lo que acababa de pasar y cayó a mis pies. “-Si os inspiro alguna compasión, me dijo sollozando, alguna piedad, no fijéis en mí vuestros ojos, no procuréis nunca reconocerme: dejadme
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marchar y olvidadlo todo. ¡Ya me acordaré yo de ello por los dos! “A estas palabras se levantó, rápida como el pensamiento que huye de nosotros; se abalanzó hacia la puerta, la abrió, y, volviéndose aún una vez, me dijo: “- ¡Caballero, no me sigáis; en nombre del Cielo, ¡no me sigáis! “La puerta, empujada con violencia, se cerró entre mí y ella, ocultándomela como una aparición. ¡No he vuelto a verla! “No he vuelto a verla! Y en los diez meses que han pasado desde entonces la he buscado por todas partes, en los bailes, en los espectáculos, en los paseos. Cuantas veces veía de lejos una mujer de fino talle, de pie pequeño y de cabellos negros, la seguía, me aproximaba a ella, la miraba de frente, esperando que su rubor la descubriese. ¡En ninguna parte la he vuelto a encontrar; en ninguna parte la he vuelto a ver… nada más que en mis noches de insomnio y en mis sueños! ¡Oh! Entonces ella volvía a venir allí; allí la sentía, sentía sus abrazos, sus mordiscos, sus caricias tan ardientes, que tenían algo de infernal; después, el antifaz caía, y la cara más extraña se presentaba a mis ojos, ya velada, como si estuviese cubierta por una nube; ya brillante, como rodeada de una aureola; ya pálida, con el cráneo blanco y pelado, con las órbitas de los ojos vacías, y con los dientes vacilantes y raros. En fin, que desde aquella noche no he vivido, abrasado de un amor insensato por una mujer a quien no conocía, esperando siempre y siempre engañado en mis esperanzas, celoso sin tener el derecho de serlo, sin saber de quién debía estarlo, sin atreverme a manifestar a nadie tamaña locura, y, sin embargo, perseguido, acabado, consumido y devorado por ella.» Al acabar estas palabras, sacó una carta de su pecho. -Ahora que te lo he contado todo, toma esta carta y léela -me dijo. La tomé y leí: Acaso hayáis olvidado a una pobre mujer que no ha olvidado nada y que muere porque no puede olvidar. Cuando recibáis esta carta ya habré dejado de existir. Entonces, id al cementerio del Pére-Lachaise, decid al conserje que os enseñe, de las últimas tumbas, una que llevará sobre su piedra funeraria el sencillo nombre de María, y cuando estéis en presencia de esta tumba arrodillaos y rezad. -Pues bien -continuó Antony-; he recibido esta carta ayer y he estado allí esta mañana. El conserje me condujo a la tumba y he permanecido ante
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ella dos horas, arrodillado, rezando y llorando. ¿Comprendes? ¡Aquella mujer estaba allí!… ¡Su alma ardiente había volado; su cuerpo, consumido por ella, ¡se había doblado hasta romperse bajo el peso de los celos y de los remordimientos! ¡Estaba allí, a mis pies, y había vivido y muerto desconocida para mí, desconocida… y ocupando un lugar en mi vida como lo ocupa en la tumba; desconocida… y encerrando en mi corazón un cadáver frío e inanimado como el que se había depositado en el sepulcro! ¡Oh! ¿Conoces cosa alguna semejante? ¿Has oído algún acontecimiento tan extraño? Así es que ahora, adiós mis esperanzas, pues jamás volveré a verla. Cavaría su fosa y no podría encontrar ya allí los restos con que poder recomponer su cara. ¡Y continuó amándola! ¿Comprendes, Alejandro? La amo como un insensato; y me mataría al momento para unirme a ella si no supiese que ha de permanecer desconocida para mí en la eternidad, como lo ha sido en este mundo. A estas palabras, me quitó la carta de las manos, la besó varias veces y se puso a llorar como un niño. Yo lo abracé, y, no sabiendo qué responder, lloré con él. Recuperado de https://www.alexandredumasobras.com/2016/04/un-baile-de -mascaras-un-bal-masque-1835.html el 26 de marzo de 2020
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Análisis de “El collar” Contexto histórico: La guerra franco-china, también conocida como el conflicto de Tonkín, fue un enfrentamiento entre las fuerzas chinas del imperio de la dinastía Qing y las del colonialismo francés para determinar cuál de los dos países obtenía el control de la región de Tonkin, al norte de Vietnam, hasta entonces bajo el protectorado chino. Tuvo lugar entre agosto de 1884 y abril de 1885, obteniendo unos resultados que dañaron ambos bandos: China perdió el protectorado y reconoció la victoria de los franceses en terreno marítimo, y Francia sufrió una derrota militar estratégica en el campo de terreno prácticamente cuando la guerra ya finalizaba. El conflicto se zanjó finalmente con el tratado de Tientsin, con la cesión de China de sus poderes sobre la región a Francia.7
Contexto Social: Hacia 1870 la población campesina en Francia representaba un 78 % de la población total. Trabajan duramente la tierra la ir sacando adelante una familia. Los militares profesionales franceses, que no fueron capaces de detener la invasión y defender su país, son personas orgullosas, vanidosas, fanfarronas y cobardes. Funcionarios como hombres, en general, fanáticos del poder; del poder estatal del que dependen sus raquíticos sueldos, no del poder inmediato de los jefecillos de negociado, a los que odian.
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"Guerra franco-china ." https://ast.historiauniv7ohf,n.org/wiki/Guerra_franco-china. Se consultó el 26 mar.. 2020.
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Contexto Cultural: El proyecto de una torre de 300 metros nació con motivo de la preparación de la Exposición Universal de 1889. El montaje de las patas comienza el 1 julio 1887 para terminar veintiún meses más tarde. Todos los elementos se prepararon en la fábrica de Levallois-Perret cerca de París, sede de la empresa Eiffel. Cada una de las 18.000 piezas de la torre fue diseñada y calculada antes de ser trazada al milímetro y ensamblada por elementos de unos cinco metros. Sobre el terreno, entre 150 y 300 obreros, dirigidos por un equipo de veteranos en grandes viaductos metálicos, se encargaron del montaje de este gigantesco mecano. 8
Características: Realismo •
El Realismo se caracteriza por la rigurosa observación de la vida cotidiana.
•
Esta literatura se dirige a la burguesía principalmente
•
Destaca lo cotidiano y no la imaginación y el deseo (se dará después con el Idealismo y Galdós)
•
Pretende ser realista (observar, representar y explicar la realidad social) por lo que las novelas tendrán un alto contenido histórico. Su intención en el fondo es denunciar ciertos aspectos mediante una postura crítica.
•
El género más importante es la novela con protagonistas de clase media. Abunda la descripción objetiva y verosímil de ambientes y personajes. En el Naturalismo estos entornos condicionan a los personajes.9
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"Cultura de Francia - EcuRed." https://www.ecured.cu/Cultura_de_Francia. Se consultó el 26 mar.. 2020. 9 "El.Romanticismo."http://roble.pntic.mec.es/~msanto1/lengua/2romanti.htm. Se consultó el 26 mar.. 2020.
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Vida del Autor: Guy de Maupassant nació en Dieppe en 1850. Hijo de pequeños aristócratas, estudió Derecho, pero se dedicó sobre todo al periodismo. Fue amigo y protegido del gran escritor realista Gustave Flaubert, por consejo del cual abandonó su trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública para dedicarse a la literatura. Murió en París en 1893.10
Comentario Es un cuento un adictivo y reflexivo, puesto que hoy en día, la sociedad se maneja igual, tiene un final totalmente inesperado al normal. Matilde te atrapará con su increíble historia sobre cómo fue su aventura con el collar.
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"el collar, de guy de maupassant - el alfiler literario." 19 ene.. 2018, https://elalfilerliterario.blogspot.com/2018/01/el-collar-de-guy-demaupassant.html. Se consultó el 26 mar.. 2020.
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LA PARURE
C
Guy de Maupassant (1884)
'était une de ces jolies et charmantes filles, nées, comme par une erreur du destin, dans une famille d'employés. Elle n'avait pas de dot, pas d'espérances, aucun moyen d'être connue, comprise, aimée, épousée par un homme riche et distingué; et elle se laissa marier avec un petit commis du ministère de l'Instruction publique. Elle fut simple, ne pouvant être parée, mais malheureuse comme une déclassée; car les femmes n'ont point de caste ni de race, leur beauté, leur grâce et leur charme leur servant de naissance et de famille. Leur finesse native, leur instinct d'élégance, leur souplesse d'esprit sont leur seule hiérarchie, et font des filles du peuple les égales des plus grandes dames. Elle souffrait sans cesse, se sentant née pour toutes les délicatesses et tous les luxes. Elle souffrait de la pauvreté de son logement, de la misère des murs, de l'usure des sièges, de la laideur des étoffes. Toutes ces choses, dont une autre femme de sa caste ne se serait même pas aperçue, la torturaient et I'indignaient. La vue de la petite Bretonne qui faisait son humble ménage éveillait en elle des regrets désolés et des rêves éperdus. Elle songeait aux antichambres nettes, capitonnées avec des tentures orientales, éclairées par de hautes torchères de bronze, et aux deux grands valets en culotte courte qui dorment dans les larges fauteuils, assoupis par la chaleur lourde du calorifère. Elle songeait aux grands salons vêtus de soie ancienne, aux meubles fins portant des bibelots inestimables, et aux petits salons coquets parfumés, faits pour la causerie de cinq heures avec les amis les plus intimes, les hommes connus et recherchés dont toutes les femmes envient et désirent l'attention. Quand elle s'asseyait, pour dîner, devant la table ronde couverte d'une nappe de trois jours, en face de son mari qui découvrait la soupière en déclarant d'un air enchanté: «Ah! le bon pot-au-feu! je ne sais rien de meilleur que cela, elle songeait aux dîners fins, aux argenteries reluisantes, aux
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tapisseries peuplant les murailles de personnages anciens et d'oiseaux étranges au milieu d'une forêt de féerie; elle songeait aux plats exquis servis en des vaisselles merveilleuses, aux galanteries chuchotées et écoutées avec un sourire de sphinx, tout en mangeant la chair rose d'une truite ou des ailes de gélinotte. Elle n'avait pas de toilettes, pas de bijoux, rien. Et elle n'aimait que cela; elle se sentait faite pour cela. Elle eût tant désiré plaire, être enviée, être séduisante et recherchée. Elle avait une amie riche, une camarade de couvent qu'elle ne voulait plus aller voir, tant elle souffrait en revenant. Et elle pleurait pendant des jours entiers, de chagrin, de regret, de désespoir et de détresse. Or, un soir, son mari rentra, l'air glorieux et tenant à la main une large enveloppe. -Tiens, dit-il, voici quelque chose pour toi. Elle déchira vivement le papier et en tira une carte qui portait ces mots: "Le ministre de l'Instruction publique et Mme Georges Ramponneau prient M. et Mme Loisel de leur faire l'honneur de venir passer la soirée à l'hôtel du ministère, le lundi 18 janvier." Au lieu d'être ravie, comme l'espérait son mari, elle jeta avec dépit l'invitation sur la table, murmurant: - Que veux-tu que je fasse de cela? - Mais, ma chérie, je pensais que tu serais contente. Tu ne sors jamais, et c'est une occasion, cela, une belle! J'ai eu une peine infinie à l'obtenir. Tout le monde en veut; c'est très recherché et on n'en donne pas beaucoup aux employés. Tu verras là tout le monde officiel. Elle le regardait d'un oeil irrité, et elle déclara avec impatience: - Que veux-tu que je me mette sur le dos pour aller là? Il n'y avait pas songé; il balbutia: - Mais la robe avec laquelle tu vas au théâtre. Elle me semble très bien, à moi...
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Il se tut, stupéfait, éperdu, en voyant que sa femme pleurait. Deux grosses larmes descendaient lentement des coins des yeux vers les coins de la bouche; il bégaya: - Qu'as-tu? qu'as-tu? Mais, par un effort violent, elle avait dompté sa peine et elle répondit d'une voix calme en essuyant ses joues humides: - Rien. Seulement je n'ai pas de toilette et par conséquent, je ne peux aller à cette fête. Donne ta carte à quelque collègue dont la femme sera mieux nippée que moi. Il était désolé. Il reprit: - Voyons, Mathilde. Combien cela coûterait-il, une toilette convenable, qui pourrait te servir encore en d'autres occasions, quelque chose de très simple? Elle réfléchit quelques secondes, établissant ses comptes et songeant aussi à la somme qu'elle pouvait demander sans s'attirer un refus immédiat et une exclamation effarée du commis économe. Enfin, elle répondit en hésitant: - Je ne sais pas au juste, mais il me semble qu'avec quatre cents francs je pourrais arriver. ll avait un peu pâli, car il réservait juste cette somme pour acheter un fusil et s'offrir des parties de chasse, l'été suivant, dans la plaine de Nanterre, avec quelques amis qui allaient tirer des alouettes, par là, le dimanche. Il dit cependant: - Soit. Je te donne quatre cents francs. Mais tâche d'avoir une belle robe. Le jour de la fête approchait, et Mme Loisel semblait triste, inquiète, anxieuse. Sa toilette était prête cependant. Son mari lui dit un soir: - Qu'as-tu? Voyons, tu es toute drôle depuis trois jours. Et elle répondit: - Cela m'ennuie de n'avoir pas un bijou, pas une pierre, rien à mettre sur moi. J'aurai l'air misère comme tout. J'aimerais presque mieux ne pas aller à cette soirée.
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- Tu mettras des fleurs naturelles. C'est très chic en cette saison-ci. Pour dix francs tu auras deux ou trois roses magnifiques. Elle n'était point convaincue. - Non... il n'y a rien de plus humiliant que d'avoir l'air pauvre au milieu de femmes riches. Mais son mari s'écria: - Que tu es bête! Va trouver ton amie Mme Forestier et demande-lui de te prêter des bijoux. Tu es bien assez liée avec elle pour faire cela. Elle poussa un cri de joie. - C'est vrai. Je n'y avais point pensé. Le lendemain, elle se rendit chez son amie et lui conta sa détresse. Mme Forestier alla vers son armoire à glace, prit un large coffret, l'apporta, l'ouvrit, et dit à Mme Loisel: - Choisis, ma chère. Elle vit d'abord des bracelets, puis un collier de perles, puis une croix vénitienne, or et pierreries, d'un admirable travail. Elle essayait les parures devant la glace, hésitait, ne pouvait se décider à les quitter, à les rendre. Elle demandait toujours: - Tu n'as plus rien d'autre? - Mais si. Cherche. Je ne sais pas ce qui peut te plaire. Tout à coup elle découvrit, dans une boîte de satin noir, une superbe rivière de diamants; et son coeur se mit à battre d'un désir immodéré. Ses mains tremblaient en la prenant. Elle l'attacha autour de sa gorge, sur sa robe montante. et demeura en extase devant elle-même. Puis, elle demanda, hésitante, pleine d'angoisse: - Peux-tu me prêter cela, rien que cela? - Mais oui, certainement. Elle sauta au cou de son amie, l'embrassa avee emportement, puis s'enfuit avec son trésor. Le jour de la fête arriva. Mme Loisel eut un succès. Elle était plus jolie que toutes, élégante, gracieuse, souriante et folle de joie. Tous les hommes la regardaient, demandaient son nom, cherchaient à être présentés.
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Tous les attachés du cabinet voulaient valser avec elle. Le Ministre la remarqua. Elle dansait avec ivresse, avec emportement, grisée par le plaisir, ne pensant plus à rien, dans le triomphe de sa beauté, dans la gloire de son succès, dans une sorte de nuage de bonheur fait de tous ces hommages, de toutes ces admirations, de tous ces désirs éveillés, de cette victoire si complète et si douce au coeur des femmes. Elle partit vers quatre heures du matin. Son mari, depuis minuit, dormait dans un petit salon désert avec trois autres messieurs dont les femmes s'amusaient beaucoup. Il lui jeta sur les épaules les vêtements qu'il avait apportés pour la sortie, modestes vêtements de la vie ordinaire, dont la pauvreté jurait avec l'élégance de la toilette de bal. Elle le sentit et voulut s'enfuir, pour ne pas être remarquée par les autres femmes qui s'enveloppaient de riches fourrures. Loisel la retenait: - Attends donc. Tu vas attraper froid dehors. Je vais appeler un fiacre. Mais elle ne l'écoutait point et descendait rapidement l'escalier. Lorsqu'ils furent dans la rue, ils ne trouvèrent pas de voiture; et ils se mirent à chercher, criant après les cochers qu'ils voyaient passer de loin. Ils descendaient vers la Seine, désespérés, grelottants. Enfin, ils trouvèrent sur le quai un de ces vieux coupés noctambules qu'on ne voit dans Paris que la nuit venue, comme s'ils eussent été honteux de leur misère pendant le jour. Il les ramena jusqu'à leur porte, rue des Martyrs, et ils remontèrent tristement chez eux. C'était fini, pour elle. Et il songeait, lui, qu'il lui faudrait être au Ministère à dix heures. Elle ôta les vêtenoents dont elle s'était enveloppé les épaules, devant la glace, afin de se voir encore une fois dans sa gloire. Mais soudain elle poussa un cri. Elle n'avait plus sa rivière autour du cou! Son mari, à moitié dévêtu déjà, demanda: - Qu'est-ce que tu as? Elle se tourna vers lui, affolée:
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- J'ai... j'ai... je n'ai plus la rivière de Mme Forestier. Il se dressa, éperdu: - Quoi!... comment!... Ce n'est pas possible! Et ils cherchèrent dans les plis de la robe, dans les plis du manteau, dans les poches, partout. Ils ne la trouvèrent point. Il demandait: - Tu es sûre que tu l'avais encore en quittant le bal? - Oui, je l'ai touchée dans le vestibule du Ministère. - Mais si tu l'avais perdue dans la rue, nous l'aurions entendue tomber. Elle doit être dans le fiacre. - Oui. C'est probable. As-tu pris le numéro? - Non. Et toi, tu ne l'as pas regardé? - Non. Ils se contemplaient atterrés. Enfin Loisel se rhabilla. - Je vais, dit-il, refaire tout le trajet que nous avons fait à pied, pour voir si je ne la retrouverai pas. Et il sortit. Elle demeura en toilette de soirée, sans force pour se coucher, abattue sur une chaise, sans feu, sans pensée. Son mari rentra vers sept heures. Il n'avait rien trouvé. Il se rendit à la Préfecture de police, aux journaux, pour faire promettre une récompense, aux compagnies de petites voitures, partout enfin où un soupçon d'espoir le poussait. Elle attendit tout le jour, dans le même état d'effarement devant cet affreux désastre. Loisel revint le soir, avec la figure creusée, pâlie; il n'avait rien découvert. - Il faut, dit-il, écrire à ton amie que tu as brisé la fermeture de sa rivière et que tu la fais réparer. Cela nous donnera le temps de nous retourner. Elle écrivit sous sa dictée. Au bout d'une semaine, ils avaient perdu toute espérance. Et Loisel, vieilli de cinq ans, déclara: - Il faut aviser à remplacer ce bijou.
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Ils prirent, le lendemain, la boîte qui l'avait renfermé, et se rendirent chez le joaillier, dont le nom se trouvait dedans. Il consulta ses livres: - Ce n'est pas moi, madame, qui ai vendu cette rivière; j'ai dû seulement fournir l'écrin. Alors ils allèrent de bijoutier en bijoutier, cherchant une parure pareille à l'autre, consultant leurs souvenirs, malades tous deux de chagrin et d'angoisse. Ils trouvèrent, dans une boutique du PalaisRoyal, un chapelet de diamants qui leur parut entièrement semblable à celui qu'ils cherchaient. Il valait quarante mille francs. On le leur laisserait à trente-six mille. Ils prièrent donc le joaillier de ne pas le vendre avant trois jours. Et ils firent condition qu'on le reprendrait pour trente-quatre mille francs, si le premier était retrouvé avant la fin de février. Loisel possédait dix-huit mille francs que lui avait laissés son père. Il emprunterait le reste. Il emprunta, demandant mille francs à I'un, cinq cents à l'autre, cinq louis par-ci, trois louis par-là. Il fit des billets, prit des engagements ruineux, eut affaire aux usuriers, à toutes les races de prêteurs. Il compromit toute la fin de son existence, risqua sa signature sans savoir même s'il pourrait y faire honneur, et, épouvanté par les angoisses de l'avenir, par la noire misère qui allait s'abattre sur lui, par la perspective de toutes les privations physiques et de toutes les tortures morales, il alla chercher la rivière nouvelle, en déposant sur le comptoir du marchand trente-six mille francs. Quand Mme Loisel reporta la parure à Mme Forestier, celle-ci lui dit, d'un air froissé: - Tu aurais dû me la rendre plus tôt, car je pouvais en avoir besoin. Elle n'ouvrit pas l'écrin, ce que redoutait son amie. Si elle s'était aperçue de la substitution, qu'auraitelle pensé? qu'aurait-elle dit? Ne l'aurait-elle pas prise pour une voleuse? Mme Loisel connut la vie horrible des nécessiteux. Elle prit son parti, d'ailleurs, tout d'un coup, héroïquement. Il fallait payer cette dette
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effroyable. Elle payerait. On renvoya la bonne; on changea de logement; on loua sous les toits une mansarde. Elle connut les gros travaux du ménage, les odieuses besognes de la cuisine. Elle lava la vaisselle, usant ses ongles roses sur les poteries grasses et le fond des casseroles. Elle savonna le linge sale, les chemises et les torchons, qu'elle faisait sécher sur une corde; elle descendit à la rue, chaque matin, les ordures, et monta l'eau, s'arrêtant à chaque étage pour souffler. Et, vêtue comme une femme du peuple, elle alla chez le fruitier, chez l'épicier, chez le boucher, le panier au bras, marchandant, injuriée, défendant sou à sou son misérable argent. Il fallait chaque mois payer des billets, en renouveler d'autres, obtenir du temps. Le mari travaillait, le soir, à mettre au net les comptes d'un commercant, et la nuit, souvent, il faisait de la copie à cinq sous la page. Et cette vie dura dix ans. Au bout de dix ans, ils avaient tout restitué, tout, avec le taux de l'usure, et l'accumulation des intérêts superposés. Mme Loisel semblait vieille, maintenant. Elle était devenue la femme forte, et dure, et rude, des ménages pauvres. Mal peignée, avec les jupes de travers et les mains rouges, elle parlait haut, lavait à grande eau les planchers. Mais parfois, lorsque son mari était au bureau, elle s'asseyait auprès de la fenêtre, et elle songeait à cette soirée d'autrefois, à ce bal où elle avait été si belle et si fêtée. Que serait-il arrivé si elle n'avait point perdu cette parure? Qui sait? qui sait? Comme la vie est singulière, changeante! Comme il faut peu de chose pour vous perdre ou vous sauver! Or, un dimanche, comme elle était allée faire un tour aux ChampsElysées pour se délasser des besognes de la semaine, elle aperçut tout à coup une femme qui promenait un enfant. C'était Mme Forestier, toujours jeune, toujours belle, toujours séduisante.
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Mme Loisel se sentit émue. Allait-elle lui parler? Oui, certes. Et maintenant qu'elle avait payé, elle lui dirait tout. Pourquoi pas? Elle s'approcha. - Bonjour, Jeanne. L'autre ne la reconnaissait point, s'étonnant d'être appelée ainsi familièrement par cette bourgeoise. Elle balbutia: - Mais... madame!... Je ne sais... Vous devez vous tromper. - Non. Je suis Mathilde Loisel Son amie poussa un cri. - Oh!... ma pauvre Mathilde, comme tu es changée!... - Oui, j'ai eu des jours bien durs, depuis que je ne t'ai vue; et bien des misères... et cela à cause de toi!... - De moi . . . Comment ça? - Tu te rappelles bien cette rivière de diamants que tu m'as prêtée pour aller à la fête du Ministère. - Oui. Eh bien? - Eh bien, je l'ai perdue. - Comment! puisque tu me l'as rapportée. - Je t'en ai rapporté une autre toute pareille. Et voilà dix ans que nous la payons. Tu comprends que ça n'était pas aisé pour nous, qui n'avions rien... Enfin c'est fini, et je suis rudement contente. Mme Forestier s'était arrêtée. - Tu dis que tu as acheté une rivière de diamants pour remplacer la mienne? - Oui. Tu ne t'en étais pas aperçue, hein! Elles étaient bien pareilles. Et elle souriait d'une joie orgueilleuse et naïve. Mme Forestier, fort émue, lui prit les deux mains. - Oh! ma pauvre Mathilde! Mais la mienne était fausse. Elle valait au plus cinq cents francs!... "Maupassant. La parure, 1884. - ClicNet." http://clicnet.swarthmore.edu/litterature/classique/maupassant/parure.html. Se consultó el 26 mar.. 2020.
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EL COLLAR Guy de Maupassant (1884) Era de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del destino en una familia de empleados. Carecía de dote, y no tenía esperanzas de cambiar de posición; no disponía de ningún medio para ser conocida, comprendida, querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y aceptó entonces casarse con un modesto empleado del Ministerio de Instrucción Pública. No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por la suerte a vivir en una esfera inferior a la que le corresponde; porque las mujeres no tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de ejecutoria y de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de espíritu son para ellas la única jerarquía, que iguala a las hijas del pueblo con las más grandes señoras. Sufría constantemente, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus estropeadas sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera habría reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de indignación. La vista de la muchacha bretona que les servía de criada despertaba en ella pesares desolados y delirantes ensueños. Pensaba en las antecámaras mudas, guarnecidas de tapices orientales, alumbradas por altas lámparas de bronce y en los dos pulcros lacayos de calzón corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso calor de la estufa. Pensaba en los grandes salones colgados de sedas antiguas, en los finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones, perfumados, dispuestos para hablar cinco horas con los amigos más íntimos, los hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
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Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por un mantel de tres días, frente a su esposo, que destapaba la sopera, diciendo con aire de satisfacción: “¡Ah! ¡Qué buen caldo! ¡No hay nada para mí tan excelente como esto!”, pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes, en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extrañas dentro de un bosque fantástico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en fuentes maravillosas; en las galanterías murmuradas y escuchadas con sonrisa de esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un alón de faisán. No poseía galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y sólo aquello de que carecía le gustaba; no se sentía formada sino para aquellos goces imposibles. ¡Cuánto habría dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada! Tenía una amiga rica, una compañera de colegio a la cual no quería ir a ver con frecuencia, porque sufría más al regresar a su casa. Días y días pasaba después llorando de pena, de pesar, de desesperación. Una mañana el marido volvió a su casa con expresión triunfante y agitando en la mano un ancho sobre. —Mira, mujer —dijo—, aquí tienes una cosa para ti. Ella rompió vivamente la envoltura y sacó un pliego impreso que decía: “El ministro de Instrucción Pública y señora ruegan al señor y la señora de Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio.” En lugar de enloquecer de alegría, como pensaba su esposo, tiró la invitación sobre la mesa, murmurando con desprecio: —¿Qué haré yo con eso? —Creí, mujercita mía, que con ello te procuraba una gran satisfacción. ¡Sales tan poco, y es tan oportuna la ocasión que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado bastante trabajo obtener esa invitación. Todos las buscan, las persiguen; son muy solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.
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Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia: —¿Qué quieres que me ponga para ir allá? No se había preocupado él de semejante cosa, y balbució: —Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito... Se calló, estupefacto, atontado, viendo que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas se desprendían de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas. El hombre murmuró: —¿Qué te sucede? Pero ¿qué te sucede? Mas ella, valientemente, haciendo un esfuerzo, había vencido su pena y respondió con tranquila voz, enjugando sus húmedas mejillas: —Nada; que no tengo vestido para ir a esa fiesta. Da la invitación a cualquier colega cuya mujer se encuentre mejor provista de ropa que yo. Él estaba desolado, y dijo: —Vamos a ver, Matilde. ¿Cuánto te costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, un traje sencillito? Ella meditó unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma que podía pedir sin provocar una negativa rotunda y una exclamación de asombro del empleadillo. Respondió, al fin, titubeando: —No lo sé con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglaría. El marido palideció, pues reservaba precisamente esta cantidad para comprar una escopeta, pensando ir de caza en verano, a la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras los domingos. Dijo, no obstante: —Bien. Te doy los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo más posible, ya que hacemos el sacrificio. El día de la fiesta se acercaba y la señora de Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
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—¿Qué te pasa? Te veo inquieta y pensativa desde hace tres días. Y ella respondió: —Me disgusta no tener ni una alhaja, ni una sola joya que ponerme. Pareceré, de todos modos, una miserable. Casi, casi me gustaría más no ir a ese baile. —Ponte unas cuantas flores naturales —replicó él—. Eso es muy elegante, sobre todo en este tiempo, y por diez francos encontrarás dos o tres rosas magníficas. Ella no quería convencerse. —No hay nada tan humillante como parecer una pobre en medio de mujeres ricas. Pero su marido exclamó: —¡Qué tonta eres! Anda a ver a tu compañera de colegio, la señora de Forestier, y ruégale que te preste unas alhajas. Eres bastante amiga suya para tomarte esa libertad. La mujer dejó escapar un grito de alegría. —Tienes razón, no había pensado en ello. Al siguiente día fue a casa de su amiga y le contó su apuro. La señora de Forestier fue a un armario de espejo, cogió un cofrecillo, lo sacó, lo abrió y dijo a la señora de Loisel: —Escoge, querida. Primero vio brazaletes; luego, un collar de perlas; luego, una cruz veneciana de oro, y pedrería primorosamente construida. Se probaba aquellas joyas ante el espejo, vacilando, no pudiendo decidirse a abandonarlas, a devolverlas. Preguntaba sin cesar: —¿No tienes ninguna otra? —Sí, mujer. Dime qué quieres. No sé lo que a ti te agradaría. De repente descubrió, en una caja de raso negro, un soberbio collar de brillantes, y su corazón empezó a latir de un modo inmoderado. Sus manos temblaron al tomarlo. Se lo puso, rodeando con él su cuello, y permaneció en éxtasis contemplando su imagen. Luego preguntó, vacilante, llena de angustia:
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—¿Quieres prestármelo? No quisiera llevar otra joya. —Sí, mujer. Abrazó y besó a su amiga con entusiasmo, y luego escapó con su tesoro. Llegó el día de la fiesta. La señora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era más bonita que las otras y estaba elegante, graciosa, sonriente y loca de alegría. Todos los hombres la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los directores generales querían bailar con ella. El ministro reparó en su hermosura. Ella bailaba con embriaguez, con pasión, inundada de alegría, no pensando ya en nada más que en el triunfo de su belleza, en la gloria de aquel triunfo, en una especie de dicha formada por todos los homenajes que recibía, por todas las admiraciones, por todos los deseos despertados, por una victoria tan completa y tan dulce para un alma de mujer. Se fue hacia las cuatro de la madrugada. Su marido, desde medianoche, dormía en un saloncito vacío, junto con otros tres caballeros cuyas mujeres se divertían mucho. Él le echó sobre los hombros el abrigo que había llevado para la salida, modesto abrigo de su vestir ordinario, cuya pobreza contrastaba extrañamente con la elegancia del traje de baile. Ella lo sintió y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeres que se envolvían en ricas pieles. Loisel la retuvo diciendo: —Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Iré a buscar un coche. Pero ella no le oía, y bajó rápidamente la escalera. Cuando estuvieron en la calle no encontraron coche, y se pusieron a buscar, dando voces a los cocheros que veían pasar a lo lejos. Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas vetustas berlinas que sólo aparecen en las calles de París cuando la noche cierra, cual si les avergonzase su miseria durante el día. Los llevó hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mártires, y entraron tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez había de ir a la oficina.
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La mujer se quitó el abrigo que llevaba echado sobre los hombros, delante del espejo, a fin de contemplarse aún una vez más ricamente alhajada. Pero de repente dejó escapar un grito. Su esposo, ya medio desnudo, le preguntó: —¿Qué tienes? Ella volvióse hacia él, acongojada. —Tengo..., tengo... —balbució — que no encuentro el collar de la señora de Forestier. Él se irguió, sobrecogido: —¿Eh?... ¿cómo? ¡No es posible! Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en todas partes. No lo encontraron. Él preguntaba: —¿Estás segura de que lo llevabas al salir del baile? —Sí, lo toqué al cruzar el vestíbulo del Ministerio. —Pero si lo hubieras perdido en la calle, lo habríamos oído caer. —Debe estar en el coche. —Sí. Es probable. ¿Te fijaste qué número tenía? —No. Y tú, ¿no lo miraste? —No. Contempláronse aterrados. Loisel se vistió por fin. —Voy —dijo— a recorrer a pie todo el camino que hemos hecho, a ver si por casualidad lo encuentro. Y salió. Ella permaneció en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estúpida. Su marido volvió hacia las siete. No había encontrado nada. Fue a la Prefectura de Policía, a las redacciones de los periódicos, para publicar un anuncio ofreciendo una gratificación por el hallazgo; fue a las oficinas de las empresas de coches, a todas partes donde podía ofrecérsele alguna esperanza. Ella le aguardó todo el día, con el mismo abatimiento desesperado ante aquel horrible desastre.
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Loisel regresó por la noche con el rostro demacrado, pálido; no había podido averiguar nada. —Es menester —dijo— que escribas a tu amiga enterándola de que has roto el broche de su collar y que lo has dado a componer. Así ganaremos tiempo. Ella escribió lo que su marido le decía. Al cabo de una semana perdieron hasta la última esperanza. Y Loisel, envejecido por aquel desastre, como si de pronto le hubieran echado encima cinco años, manifestó: —Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante. Al día siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se leía en su interior. El comerciante, después de consultar sus libros, respondió: —Señora, no salió de mi casa collar alguno en este estuche, que vendí vacío para complacer a un cliente. Anduvieron de joyería en joyería, buscando una alhaja semejante a la perdida, recordándola, describiéndola, tristes y angustiosos. Encontraron, en una tienda del Palais Royal, un collar de brillantes que les pareció idéntico al que buscaban. Valía cuarenta mil francos, y regateándolo consiguieron que se lo dejaran en treinta y seis mil. Rogaron al joyero que se los reservase por tres días, poniendo por condición que les daría por él treinta y cuatro mil francos si se lo devolvían, porque el otro se encontrara antes de fines de febrero. Loisel poseía dieciocho mil que le había dejado su padre. Pediría prestado el resto. Y, efectivamente, tomó mil francos de uno, quinientos de otro, cinco luises aquí, tres allá. Hizo pagarés, adquirió compromisos ruinosos, tuvo tratos con usureros, con toda clase de prestamistas. Se comprometió para toda la vida, firmó sin saber lo que firmaba, sin detenerse a pensar, y, espantado por las angustias del porvenir, por la horrible miseria que los aguardaba, por la perspectiva de todas las privaciones físicas y de todas las
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torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando sobre el mostrador del comerciante treinta y seis mil francos. Cuando la señora de Loisel devolvió la joya a su amiga, ésta le dijo un tanto displicente: —Debiste devolvérmelo antes, porque bien pude yo haberlo necesitado. No abrió siquiera el estuche, y eso lo juzgó la otra una suerte. Si notara la sustitución, ¿qué supondría? ¿No era posible que imaginara que lo habían cambiado de intento? La señora de Loisel conoció la vida horrible de los menesterosos. Tuvo energía para adoptar una resolución inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que debían... Despidieron a la criada, buscaron una habitación más económica, una buhardilla. Conoció los duros trabajos de la casa, las odiosas tareas de la cocina. Fregó los platos, desgastando sus uñitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y en el fondo de las cacerolas. Enjabonó la ropa sucia, las camisas y los paños, que ponía a secar en una cuerda; bajó a la calle todas las mañanas la basura y subió el agua, deteniéndose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre mujer de humilde condición, fue a casa del verdulero, del tendero de comestibles y del carnicero, con la cesta al brazo, regateando, teniendo que sufrir desprecios y hasta insultos, porque defendía céntimo a céntimo su dinero escasísimo. Era necesario mensualmente recoger unos pagarés, renovar otros, ganar tiempo. El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un comerciante, y a veces escribía a veinticinco céntimos la hoja. Y vivieron así diez años. Al cabo de dicho tiempo lo habían ya pagado todo, todo, capital e intereses, multiplicados por las renovaciones usurarias. La señora Loisel parecía entonces una vieja. Habíase transformado en la mujer fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas las manos, hablaba en voz alta, fregaba los suelos con agua fría. Pero a veces, cuando su marido estaba en el Ministerio, sentábase junto
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a la ventana, pensando en aquella fiesta de otro tiempo, en aquel baile donde lució tanto y donde fue tan festejada. ¿Cuál sería su fortuna, su estado al presente, si no hubiera perdido el collar? ¡Quién sabe! ¡Quién sabe! ¡Qué mudanzas tan singulares ofrece la vida! ¡Qué poco hace falta para perderse o para salvarse! Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elíseos para descansar de las fatigas de la semana, reparó de pronto en una señora que pasaba con un niño cogido de la mano. Era su antigua compañera de colegio, siempre joven, hermosa siempre y siempre seductora. La de Loisel sintió un escalofrío. ¿Se decidiría a detenerla y saludarla? ¿Por qué no? Habíéndolo pagado ya todo, podía confesar, casi con orgullo, su desdicha. Se puso frente a ella y dijo: —Buenos días, Juana. La otra no la reconoció, admirándose de verse tan familiarmente tratada por aquella infeliz. Balbució: —Pero..., ¡señora!.., no sé. .. Usted debe de confundirse... —No. Soy Matilde Loisel. Su amiga lanzó un grito de sorpresa. —¡Oh! ¡Mi pobre Matilde, qué cambiada estás... —¡Sí; muy malos días he pasado desde que no te veo, y además bastantes miserias.... todo por ti... —¿Por mí? ¿Cómo es eso? —¿Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio? —¡Sí, pero... —Pues bien: lo perdí... —¡Cómo! ¡Si me lo devolviste! —Te devolví otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez años para pagarlo. Comprenderás que representaba una fortuna para nosotros, que sólo teníamos el sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha. La señora de Forestier se había detenido.
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—¿Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mío? —Sí. No lo habrás notado, ¿eh? Casi eran idénticos. Y al decir esto, sonreía orgullosa de su noble sencillez. La señora de Forestier, sumamente impresionada, cogióle ambas manos: —¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas!... ¡Valía quinientos francos a lo sumo!... "El collar, Guy de Maupassant (1850-1893) - Literatura.us." https://www.literatura.us/idiomas/gdm_collar.html. Se consultó el 26 mar.. 2020.
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Análisis de “Cenicienta” Contexto Histórico Cenicienta , es uno de los cuentos más extendidos de la tradición oral europea, no en vano presenta al menos veinte variaciones de este motivo, siendo la más antigua en su recopilación la versión de Charles Perrault de 1697.El de referencia, será el «zapatito de cristal» de Perrault, de los hermanos Jakob y Wilhelm Grimm de 1812. Durante el Siglo XVIII-XIX, los Hermanos Grimm, fueron participes del romanticismo y el auge de este, pues, había revivido el interés por la tradición de los cuentos orales, que en opinión de los Grimm y sus colegas representaban una forma pura de la cultura y la literatura nacionales. Los hermanos establecieron una metodología para coleccionar y registrar por escrito historias populares que se convirtió en la base de los estudios del folclore; aclarando ellos mismos que “no son cuentos para niños”. Contexto Social Socialmente, en el texto se muestran ciertos aspectos del modo de vida en el que se situaban los personajes; así mismo, se ve el reflejo de la diferencia de clases o status sociales; por lo mismo, se contemplan temas como la avaricia, la envidia, la venganza y la moraleja; haciendo referencia al romanticismo, pues, no es lo mismo el término “romántico” con su significado actual de romance; sino que hace referencia a la emoción que despierta los espacios agrestes, la naturaleza y la melancolía que genera, así como también lo increíble e inverosímil. Contexto Culturaal Culturalmente, el cuento refleja elementos tales de la época y temas que acostumbraban a tocar los hermanos Gramm, como lo eran: el maltrato
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y abandono de los padres en los relatos, así como la distinción de clases sociales y finales perturbadores como un suceso de venganza”11. Corriente literaria El Romanticismo, es una filosofía con la subjetividad del individuo y el cuestionamiento de la razón, dándole un mayor alcance a los sentimientos emociones. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista basada en un conjunto de reglas estereotipadas. La libertad auténtica es su búsqueda constante, por eso es que su rasgo revolucionario es incuestionable. Debido a que el romanticismo es una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo es que se presenta de manera distinta y particular en cada país donde se desarrolla; incluso dentro de una misma nación se desarrollan distintas tendencias proyectándose también en todas las artes. En el movimiento romántico, destacan temas como lo son: libertad, el amor y la muerte, la rebeldía, el individualismo, el desengaño, la melancolía y la naturaleza. Se extendió por toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX y tuvo influencia no sólo en el arte, sino también en la política y la ciencia.12 Vida del autor Los hermanos Grimm , Jacob, fueron eruditos, filólogos, investigadores culturales, lexicógrafos y escritores que coleccionaron y publicaron juntos folclore y libros durante el siglo XIX. Los hermanos nacieron en la localidad de Hanau, estado de HesseKassel, actual Alemania, aunque vivieron casi toda su infancia en la cercana
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EcuRed. (2007). La cenicienta (cuento). Consultado el: 22 de Marzo del 2020. Recuperado de: https://www.ecured.cu/La_cenicienta_(cuento) 12 EcuRed. (2009). Renacimiento. Consultado el: 22 de Marzo del 2020. Recuperado de: https://www.ecured.cu/Renacimiento
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Steinau. La muerte de su padre en 1796 empobreció a la familia y afectó a los hermanos durante años. Estudiaron en la Universidad de Marburgo, donde comenzaron su tarea vital de investigar la historia antigua de la literatura y el idioma alemán, incluidos los cuentos populares. “No deberíamos separarnos nunca”, escribió Jacob Grimm a su hermano Wilhelm desde París, en 1805. Tenía 20 años. Y así fue, estuvieron juntos toda su vida. Muchos de los cuentos populares recopilados por los Hermanos Grimm siguen gozando de enorme popularidad. Han sido traducidos a más de 100 idiomas y adaptados al cine. Durante las décadas de 1930 y 1940, sus cuentos fueron usados como propaganda por la Alemania nazi. A finales del siglo XX, psicólogos como Bruno Bettelheim han reafirmado el valor del trabajo de los hermanos, a pesar de la violencia y crueldad de las versiones originales de algunos cuentos, que los propios Grimm finalmente suavizaron13 Comentario Frente a la evidencia recaudada, el cuento es bastante interesante y fácil de entender; pues, trata temas de amor, muerte, avaricia o venganza. La historia capta toda la atención desde el inicio; asimismo, muestra que la “cenicienta” y el romanticismo van de la mano, por lo que, el extremismo al final del cuento sale a flote cuando el pájaro castiga a sus hermanas llevándolas al sufrimiento, encaminándose al lado obscuro mezclando lo trágico con lo cómico.
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Biografías y Vidas. (2004). Hermanos Grimm. Consultado el: 22 de Marzo del 2020. Recuperado de: https://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/grimm.htm
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CENDRILLON H e r m a n o s G ri m m , C h a r l e s P e r r a u l t (1812)
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n homme riche avait une femme qui tomba malade; et quand celleci sentit sa fin prochaine, elle appela à son chevet son unique fille et lui dit: «Chère enfant, reste bonne et pieuse, et le bon Dieu t'aidera toujours, et moi, du haut du ciel, je te regarderai et te protégerai.» Puis elle ferma les yeux et mourut. La fillette se rendit chaque jour sur la tombe de sa mère, pleura et resta bonne et pieuse. L'hiver venu, la neige recouvrit la tombe d'un tapis blanc. Mais au printemps, quand le soleil l'eut fait fondre, l'homme prit une autre femme. La femme avait amené avec elle ses deux filles qui étaient jolies et blanches de visage, mais laides et noires de coeur. Alors de bien mauvais jours commencèrent pour la pauvre belle-fille. «Faut-il que cette petite oie reste avec nous dans la salle?» dirent-elles. «Qui veut manger du pain, doit le gagner. Allez ouste, souillon!» Elles lui enlevèrent ses beaux habits, la vêtirent d'un vieux tablier gris et lui donnèrent des sabots de bois. «Voyez un peu la fière princesse, comme elle est accoutrée!» s'écrièrent-elles en riant et elles la conduisirent à la cuisine. Alors il lui fallut faire du matin au soir de durs travaux, se lever bien avant le jour, porter de l'eau, allumer le feu, faire la cuisine et la lessive. En outre, les deux soeurs lui faisaient toutes les misères imaginables, se moquaient d'elle, lui renversaient les pois et les lentilles dans la cendre, de sorte qu'elle devait recommencer à les trier. Le soir, lorsqu'elle était épuisée de travail, elle ne se couchait pas dans un lit, mais devait s'étendre près du foyer dans les cendres. Et parce que cela lui donnait toujours un air poussiéreux et sale, elles l'appelèrent Cendrillon. Il arriva que le père voulut un jour se rendre à la foire; il demanda à ses deux belles-filles ce qu'il devait leur rapporter. «De beaux habits,» dit l'une. «Des perles et des pierres précieuses,» dit la seconde. «Et toi, Cendrillon,»
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demanda-t-il, «que veux-tu?» - «Père, le premier rameau qui heurtera votre chapeau sur le chemin du retour, cueillez-le pour moi.» Il acheta donc de beaux habits, des perles et des pierres précieuses pour les deux soeurs, et, sur le chemin du retour, en traversant à cheval un vert bosquet, une branche de noisetier l'effleura et fit tomber son chapeau. Alors il cueillit le rameau et l'emporta. Arrivé à la maison, il donna à ses belles-filles ce qu'elles avaient souhaité et à Cendrillon le rameau de noisetier. Cendrillon le remercia, s'en alla sur la tombe de sa mère et y planta le rameau, en pleurant si fort que les larmes tombèrent dessus et l'arrosèrent. Il grandit cependant et devint un bel arbre. Cendrillon allait trois fois par jour pleurer et prier sous ses branches, et chaque fois un petit oiseau blanc venait se poser sur l'arbre. Quand elle exprimait un souhait, le petit oiseau lui lançait à terre ce quelle avait souhaité. Or il arriva que le roi donna une fête qui devait durer trois jours et à laquelle furent invitées toutes les jolies filles du pays, afin que son fils pût se choisir une fiancée. Quand elles apprirent qu'elles allaient aussi y assister, les deux soeurs furent toutes contentes; elles appelèrent Cendrillon et lui dirent: «Peigne nos cheveux, brosse nos souliers et ajuste les boucles, nous allons au château du roi pour la noce.» Cendrillon obéit, mais en pleurant, car elle aurait bien voulu les accompagner, et elle pria sa belle-mère de bien vouloir le lui permettre. «Toi, Cendrillon,» dit-elle, «mais tu es pleine de poussière et de crasse, et tu veux aller à la noce? Tu n'as ni habits, ni souliers, et tu veux aller danser?» Mais comme Cendrillon ne cessait de la supplier, elle finit par lui dire: «J'ai renversé un plat de lentilles dans les cendres; si dans deux heures tu les as de nouveau triées, tu pourras venir avec nous.» La jeune fille alla au jardin par la porte de derrière et appela: «Petits pigeons dociles, petites tourterelles et vous tous les petits oiseaux du ciel, venez m'aider à trier les graines: Les bonnes dans le petit pot, Les mauvaises dans votre jabot.» Alors deux pigeons blancs entrèrent par la fenêtre de la cuisine, puis les tourterelles, et enfin, par nuées, tous les petits oiseaux du ciel vinrent en voletant se poser autour des cendres. Et baissant leurs petites têtes, tous les
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pigeons commencèrent à picorer: pic, pic, pic, pic, et les autres s'y mirent aussi: pic, pic, pic, pic, et ils amassèrent toutes les bonnes graines dans le plat. Au bout d'une heure à peine, ils avaient déjà terminé et s'envolèrent tous de nouveau. Alors la jeune fille, toute joyeuse à l'idée qu'elle aurait maintenant la permission d'aller à la noce avec les autres, porta le plat à sa marâtre. Mais celle-ci lui dit: «Non, Cendrillon, tu n'as pas d'habits et tu ne sais pas danser: on ne ferait que rire de toi.» Comme Cendrillon se mettait à pleurer, elle lui dit: «Si tu peux, en une heure de temps, me trier des cendres deux grands plats de lentilles, tu nous accompagneras.» Car elle se disait qu'au grand jamais elle n'y parviendrait. Quand elle eut jeté le contenu des deux plats de lentilles dans la cendre, la jeune fille alla dans le jardin par la porte de derrière et appela: «Petits pigeons dociles, petites tourterelles, et vous tous les petits oiseaux du ciel, venez m'aider à trier les graines: Les bonnes dans le petit pot, Les mauvaises dans votre jabot.» Alors deux pigeons blancs entrèrent par la fenêtre de la cuisine, puis les tourterelles, et enfin, par nuées, tous les petits oiseaux du ciel vinrent en voletant se poser autour des cendres. Et baissant leurs petites têtes, tous les pigeons commencèrent à picorer: pic, pic, pic, pic, et les autres s y mirent aussi: pic, pic, pic, pic, et ils ramassèrent toutes les bonnes graines dans les plats. Et en moins d'une demi-heure, ils avaient déjà terminé, et s'envolèrent tous à nouveau. Alors la jeune fille, toute joyeuse à l'idée que maintenant elle aurait la permission d'aller à la noce avec les autres, porta les deux plats à sa marâtre. Mais celle-ci lui dit: «C'est peine perdue, tu ne viendras pas avec nous, car tu n'as pas d'habits et tu ne sais pas danser; nous aurions honte de toi.» Là-dessus, elle lui tourna le dos et partit à la hâte avec ses deux filles superbement parées. Lorsqu'il n'y eut plus personne à la maison, Cendrillon alla sous le noisetier planté sur la tombe de sa mère et cria: «Petit arbre, ébranle-toi, agite-toi, Jette de l'or et de l'argent sur moi.»
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Alors l'oiseau lui lança une robe d'or et d'argent, ainsi que des pantoufles brodées de soie et d'argent. Elle mit la robe en toute hâte et partit à la fête. Ni ses soeurs, ni sa marâtre ne la reconnurent, et pensèrent que ce devait être la fille d'un roi étranger, tant elle était belle dans cette robe d'or. Elles ne songeaient pas le moins du monde à Cendrillon et la croyaient au logis, assise dans la saleté, a retirer les lentilles de la cendre. Le fils du roi vint à sa rencontre, a prit par la main et dansa avec elle. Il ne voulut même danser avec nulle autre, si bien qu'il ne lui lâcha plus la main et lorsqu'un autre danseur venait l'inviter, il lui disait: «C'est ma cavalière.» Elle dansa jusqu'au soir, et voulut alors rentrer. Le fils du roi lui dit: «Je m'en vais avec toi et t'accompagne,» car il voulait voir à quelle famille appartenait cette belle jeune fille. Mais elle lui échappa et sauta dans le pigeonnier. Alors le prince attendit l'arrivée du père et lui dit que la jeune inconnue avait sauté dans le pigeonnier. Serait-ce Cendrillon? se demanda le vieillard et il fallut lui apporter une hache et une pioche pour qu'il pût démolir le pigeonnier. Mais il n'y avait personne dedans. Et lorsqu'ils entrèrent dans la maison, Cendrillon était couchée dans la cendre avec ses vêtements sales, et une petite lampe à huile brûlait faiblement dans la cheminée; car Cendrillon avait prestement sauté du pigeonnier par- derrière et couru jusqu'au noisetier; là, elle avait retiré ses beaux habits, les avait posés sur la tombe, et l'oiseau les avait remportés; puis elle était allée avec son vilain tablier gris se mettre dans les cendres de la cuisine. Le jour suivant, comme la fête recommençait et que ses parents et ses soeurs étaient de nouveau partis, Cendrillon alla sous le noisetier et dit: «Petit arbre, ébranle-toi, agite-toi, Jette de l'or et de l'argent sur moi.» Alors l'oiseau lui lança une robe encore plus splendide que celle de la veille. Et quand elle parut à la fête dans cette toilette, tous furent frappés de sa beauté. Le fils du toi, qui avait attendu sa venue, la prit aussitôt par la main et ne dansa qu'avec elle. Quand d'autres venaient l'inviter, il leur disait: «C'est ma cavalière.» Le soir venu, elle voulut partir, et le fils du roi la suivit, pour voir dans quelle maison elle entrait, mais elle lui échappa et sauta dans le
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jardin derrière sa maison. Il y avait là un grand et bel arbre qui portait les poires les plus exquises, elle grimpa entre ses branches aussi agilement qu'un écureuil, et le prince ne sut pas où elle était passée. Cependant il attendit l'arrivée du père et lui dit: «La jeune fille inconnue m'a échappé, et je crois qu'elle a sauté sur le poirier.» Serait-ce Cendrillon? pensa le père qui envoya chercher la hache et abattit l'arbre, mais il n'y avait personne dessus. Et quand ils entrèrent dans la cuisine, Cendrillon était couchée dans la cendre, tout comme d'habitude, car elle avait sauté en bas de l'arbre par l'autre côté, rapporté les beaux habits à l'oiseau du noisetier et revêtu son vilain tablier gris. Le troisième jour, quand ses parents et ses soeurs furent partis, Cendrillon retourna sur la tombe de sa mère et dit au noisetier: «Petit arbre, ébranle-toi, agite-toi, Jette de l'or et de l'argent sur moi.» Alors l'oiseau lui lança une robe qui était si somptueuse et si éclatante qu'elle n'en avait encore jamais vue de pareille, et les pantoufles étaient tout en or. Quand elle arriva à la noce dans cette parure, tout le monde fut interdit d'admiration. Seul le fils du roi dansa avec elle, et si quelqu'un l'invitait, il disait: «C'est ma cavalière.» Quand ce fut le soir, Cendrillon voulut partir, et le prince voulut l'accompagner, mais elle lui échappa si vite qu'il ne put la suivre. Or le fils du roi avait eu recours à une ruse: il avait fait enduire de poix tout l'escalier, de sorte qu'en sautant pour descendre, la jeune fille y -avait laissé sa pantoufle gauche engluée. Le prince la ramassa, elle était petite et mignonne et tout en or. Le lendemain matin, il vint trouver le vieil homme avec la pantoufle et lui dit: «Nulle ne sera mon épouse que celle dont le pied chaussera ce soulier d'or.» Alors les deux soeurs se réjouirent, car elles avaient le pied joli. L'aînée alla dans sa chambre pour essayer le soulier en compagnie de sa mère. Mais elle ne put y faire entrer le gros orteil, car la chaussure tait trop petite pour elle; alors sa mère lui tendit un couteau en lui disant: «Coupe-toi ce doigt; quand tu seras reine, tu n'auras plus besoin d'aller à pied.» Alors la jeune fille se coupa l'orteil, fit entrer de force son pied dans le soulier et, contenant sa
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douleur, s'en alla trouver le fils du roi. Il la prit pour fiancée, la mit sur son cheval et partit avec elle. Mais il leur fallut passer devant la tombe; les deux petits pigeons s'y trouvaient, perchés sur le noisetier, et ils crièrent: «Roucou-cou, roucou-cou et voyez là, Dans la pantoufle, du sang il y a: Bien trop petit était le soulier; Encore au logis la vraie fiancée.» Alors il regarda le pied et vit que le sang en coulait. Il fit faire demitour à son cheval, ramena la fausse fiancée chez elle, dit que ce n'était pas la véritable jeune fille et que l'autre soeur devait essayer le soulier. Celle-ci alla dans sa chambre, fit entrer l'orteil, mais son talon était trop grand. Alors sa mère lui tendit un couteau en disant: «Coupe-toi un bout de talon; quand tu seras reine, tu n'auras plus besoin d'aller à pied.» La jeune fille se coupa un bout de talon, fit entrer de force son pied dans le soulier et, contenant sa douleur, s'en alla trouve le fils du roi. Il la prit alors pour fiancée, la mit sur son cheval et partit avec elle. Quand ils passèrent devant le noisetier, les deux petits pigeons s'y trouvaient perchés et crièrent: «Roucou-cou, Roucou-cou et voyez là, Dans la pantoufle, du sang il y a: Bien trop petit était le soulier; Encore au logis la vraie fiancée.» Le prince regarda le pied et vit que le sang coulait de la chaussure et teintait tout de rouge les bas blancs. Alors il fit faire demi-tour à son cheval, et ramena la fausse fiancée chez elle. «Ce n'est toujours pas la bonne,» dit-il, «n'avez-vous point d'autre fille?» - «Non,» dit le père, «il n'y a plus que la fille de ma défunte femme, une misérable Cendrillon malpropre, c'est impossible qu'elle soit la fiancée que vous cherchez.» Le fils du roi dit qu'il fallait la faire venir, mais la mère répondit: «Oh non! La pauvre est bien trop sale pour se montrer.» Mais il y tenait absolument et on dut appeler Cendrillon. Alors elle se lava d'abord les mains et le visage, puis elle vint s'incliner devant le fils du roi, qui lui tendit le soulier d'or. Elle s'assit sur un escabeau, retira son pied du lourd sabot de bois et le mit dans la pantoufle qui lui allait comme un gant.
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Et quand elle se redressa et que le fils du roi vit sa figure, il reconnut la belle jeune fille avec laquelle il avait dansé et s'écria: «Voilà la vraie fiancée!» La belle-mère et les deux soeurs furent prises de peur et devinrent blêmes de rage. Quant au prince, il prit Cendrillon sur son cheval et partit avec elle. Lorsqu'ils passèrent devant le noisetier, les deux petits pigeons blancs crièrent: «Rocou-cou, Roucou-cou et voyez là, Dans la pantoufle, du sang plus ne verra Point trop petit était le soulier, Chez lui, il mène la vraie fiancée.» Et après ce roucoulement, ils s'envolèrent tous deux et descendirent se poser sur les épaules de Cendrillon, l'un à droite, l'autre à gauche et y restèrent perchés. Le jour où l'on devait célébrer son mariage avec le fils du roi, ses deux perfides soeurs s'y rendirent avec l'intention de s'insinuer dans ses bonnes grâces et d'avoir part à son bonheur. Tandis que les fiancés se rendaient à l'église, l'aînée marchait à leur droite et la cadette à leur gauche: alors les pigeons crevèrent un oeil à chacune celles. Puis, quand ils s'en revinrent de l'église, l'aînée marchait à leur gauche et la cadette à leur droite: alors les pigeons crevèrent l'autre oeil à chacune d'elles. Et c'est ainsi qu'en punition de leur méchanceté et de leur perfidie, elles furent aveugles pour le restant de leurs jours. Cuentos de Grimm. (2010). Compare este cuento en dos idiomas. Consultado el: 24 de Mazo del 2020. Recuperado de: https://www.grimmstories.com/language.php?grimm=021&l=es&r=fr.
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La Cenicienta H e r m a n o s G ri m m , C h a r l e s P e r r a u l t (1812)
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rase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: "Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado." Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio. La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana. "¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras?" decían las recién llegadas. "Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!" Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado: "¡Mira la orgullosa princesa, qué compuesta!" Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se burlaban de ella, le esparcían, entre la ceniza, los guisantes y las lentejas, para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban Cenicienta. Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese. "Hermosos vestidos," respondió una de ellas. "Perlas y piedras preciosas," dijo la otra. "¿Y tú, Cenicienta,"
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preguntó, "qué quieres?" - "Padre, corta la primera ramita que toque el sombrero, cuando regreses, y tráemela." Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba. Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron: "Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio." Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese. "¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?" Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: "Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir." La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a recoger lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito." Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las
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palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo: "No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti." Y como la pobre rompiera a llorar: "Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas." Y pensaba: "Jamás podrá hacerlo." Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó: "¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a limpiar lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito." Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todo el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo: "Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza." Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas. No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!" Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan
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ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: "Ésta es mi pareja." Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: "Te acompañaré," deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: ¿Será la Cenicienta? Y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos, y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita. Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y, más cosas!" El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera; y al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó inmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: "Ésta es mi pareja." Al anochecer, cuando la muchacha quiso retirarse, el príncipe la siguió, para ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral, del que colgaban peras magníficas. Se subió ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre
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las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: "La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral." Pensó el padre: ¿Será la Cenicienta? Y, tomando un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris. El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas; y échame oro y plata y más cosas!" Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: "Ésta es mi pareja." Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla; pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a una trampa: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, se le quedó la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogió el príncipe la zapatilla, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente presentase en casa del hombre y le dijo: "Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato." Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: "¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie." Lo hizo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, y dos palomitas que estaban posadas en el avellano gritaron:
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"Ruke di guk, ruke di guk, sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está." Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba, y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: "Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie." Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, las dos palomitas posadas en una de sus ramas gritaron: "Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está." Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia. "Tampoco es ésta la verdadera," dijo. "¿No tienen otra hija?" - "No," respondió el hombre. Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia." Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: "¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla." Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Lávese ella primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en un escalón, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: "¡Ésta sí que es mi verdadera novia!" La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a
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Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron las dos palomitas blancas: "Ruke di guk, ruke di guk; no tiene sangre el zapato. Y pequeño no le está; Es la novia verdadera con la que va." Y, dicho esto, bajaron volando las dos palomitas y se posaron una en cada hombro de Cenicienta. Al llegar el día de la boda, se presentaron las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, las palomas, de sendos picotazos, les sacaron un ojo a cada una. Luego, al salir, yendo la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, las mismas aves les sacaron el otro ojo. Y de este modo quedaron castigadas por su maldad, condenadas a la ceguera para todos los días de su vida. Cuentos de Grimm. (2010). Compare este cuento en dos idiomas. Consultado el: 24 de Mazo del 2020. Recuperado de: https://www.grimmstories.com/language.php?grimm=021&l=es&r=fr
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Análisis de “La princesa de las azucenas rojas” La princesa de las azucenas rojas (Princesses d’ivoire et d’ivresse) cuya traducción literal al español sería: Princesas de marfil e intoxicación, es un cuento fantástico del escritor francés Jean Lorrain, publicado en la antología de 1902: La princesa de las azucenas rojas (Princesses d’ivoire et d’ivresse). La princesa de las azucenas rojas, sin lugar a dudas uno de los mejores cuentos de Jean Lorrain, es también uno de los más polémicos, y se inscribe entre los grandes cuentos del decadentismo francés.14 Contexto Histórico En Europa el siglo XIX se caracterizó por el nacimiento de las democracias censitarias y el ocaso de las monarquías absolutas. La Revolución francesa y la posterior era napoleónica ayudarían a expandir las ideas republicanas y liberales. Los monarcas, en el caso de sobrevivir, se convertirían en déspotas ilustrados que actuaban permisivamente con la clase dominante. Surgiría la idea de izquierda y derecha a partir de la Revolución francesa. Contexto Social En lo social, se produce durante la segunda mitad del siglo XIX un rápido crecimiento económico propiciado por la expansión económica. Este avance de la industrialización esta también ligado a la intensificación del comercio y el progreso técnico junto a la consolidación del poder de la burguesía. No obstante, también la clase social, el proletariado, se organiza, y aparecen los
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Espejo Gótico . (2009). «La princesa de las azucenas rojas»: Jean Lorrain. 26/03/2020, de Espejo Gótico Sitio web: http://elespejogotico.blogspot.com/2009/07/la-princesa-de-las-azucenasrojas-jean.html
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primeros sindicatos que tienen por objeto la protección de los derechos obreros.15 Se inicia un movimiento cultural, particularmente literario, de origen francés conocido como decadentismo cuya influencia se prolongó durante las últimas dos décadas del siglo XIX. Esta corriente artística se extendió principalmente por Europa e influyó en algunos autores latinoamericanos. Corriente Literaria La literatura francesa en el siglo XIX es esencialmente marcada por el realismo. Otros movimientos nacidos en las últimas décadas del siglo, como el decadentismo y el simbolismo, prefiguran la literatura del siglo XX, al igual que unos cuantos poetas, novelistas y dramaturgos en cuya creación literaria se solapan varias corrientes o que se mantienen al margen de los movimientos predominantes. Las características de estas corrientes son la observación rigurosa de la realidad, descripciones detalladas de la vida diaria, revela conflictos sociales y políticos, análisis a la vida burguesa, entre otras. Las características del movimiento decadentista, (en el cual surge el cuento) son: arremete contra la moral y las costumbres burguesas, busca siempre lo aristocrático, plasma los detalles de las cosas y de las sensaciones.16 Vida del autor. Jean Lorrain fue un escritor francés, poeta, cuentista y novelista nacido en 1855, Jean Lorrain fue el seudónimo utilizado por Paul Duval para firmar la mayor parte de su obra literaria. Fue muy conocido por su poesía y prosa decadentista, siendo un habitual de la vida bohemia parisina a finales del siglo
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Rincón Castellano . (2017). La segunda mitad del siglo XIX. 26/03/2020, de Rincón Castellano Sitio web: http://www.rinconcastellano.com/sigloxix/2mitsigloxix.html 16 La Prosa Modernista. (2017). Decadentismo. 26/03/2020, de La Prosa Modernista Sitio web: http://www.prosamodernista.com/corrientesinfluyentes/decadentismo
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XIX. Lorrain publicó en numerosas revistas como Le Chat Noir o Le Décadent y sus cuentos fantásticos tuvieron una gran acogida. Defensor del dandismo y provocador nato, no ocultó su homosexualidad, algo que no le impidió ser miembro de la Academia Goncourt. Su paso a la novela se dio en 1897 con la aclamada por la crítica Monsieur de Bougrelon. Su desmedida y duradera pasión por el éter, que como el láudano, la morfina o el opio circulaba cuantiosamente por los círculos literarios decadentistas de fin de siglo, le valieron nueve úlceras en el intestino que terminaron por matarlo en 1906.17 Comentario El cuento de La princesa de las azucenas rojas, relata la historia de una princesa llamada Audevere quien por órdenes de su padre toda su vida ha vivido enclaustrada en una cabaña con unas religiosas, tras una serie de hechizos, Audevere ayuda a su padre el Rey a ganar las batallas, pues los hechizos consisten en arrancar los pétalos de las azucenas y cada azucena desmembrada, equivale a un muerto en la batalla y al besar los digitales, una herida en los príncipes o los combatientes en la batalla. La historia se desarrolla en un claustro que estaba situado a la sombra de un bosque secular, con una atmósfera que podemos deducir tras leer el cuento, es una atmósfera disfórica. Con referencia al tiempo, es cronológico ya que la historia fue transcurriendo de forma lineal. Definitivamente el contexto histórico de la época es muy notorio en el cuento ya que las batallas y guerras que se dieron a lo largo del siglo XIX tuvieron importantes cambios en Europa y sobretodo en Francia. La religión también es un aspecto a considerar al leer esta obra, pues recordemos que en el final de ella, hace una importante aparición un personaje, que en la religión católica y cristiana es muy adorado. Por último, el cuento muestra algunas características de la corriente literaria como lo son arremeter contra la moral y costumbres burguesas, al 17
Caja Negra Editora . (2018). Jean Lorrain. 26/03/2020, de Caja Negra Editora Sitio web: https://cajanegraeditora.com.ar/autores/jean-lorrain/
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tener una historia de muertes y sumergida en las clases sociales; plasma los detalles de las cosas y de las sensaciones, al tener cada detalle de la muerte de la princesa.
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LA PRINCESSES D’IVOIRE ET D’IVRESSE J e a n L o r ra i n ( 1 8 9 4 )
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'était une fille austère et froide des rois; à peine âgée de seize ans, des yeux gris sous des sourcils hautains et si blancs qu'on aurait pu dire que ses mains étaient en cire et ses tempes en perle. Ils l'ont appelée Audovère. Fille d'un vieux roi, toujours occupée à de lointaines conquêtes, elle avait grandi dans un cloître, au milieu des tombeaux des rois de sa dynastie, et depuis sa tendre enfance elle avait été confiée à quelques religieux, depuis qu'elle avait perdu sa mère au naître. Le cloître dans lequel il avait vécu les seize ans de sa vie était situé à l'ombre d'une forêt séculaire. Seul le roi connaissait le chemin jusqu'à lui et la princesse n'avait jamais vu d'autre visage masculin que celui de son père. C'était un endroit rustique, à l'abri de la route et du chemin des gitans. Rien n'y pénétrait mais la lumière du soleil et s'affaiblissait encore à travers la voûte broussailleuse formée par les feuilles des chênes. Au crépuscule, la princesse quitta le cloître et marcha escortée par deux rangées de religieuses. Elle était sérieuse et réfléchie, comme si accablée sous le poids d'un profond secret et si pâle, elle aurait pensé qu'elle allait bientôt mourir. Une longue robe en laine blanche avec une broderie basse avec de larges trèfles en or traînait après ses pas, et un cercle d'argent sculpté tenait un voile de gaze bleu clair sur ses tempes qui atténuait la couleur de ses cheveux. Audevère était blonde comme le pollen des lys et le vermillon un peu pâle des anciens calices de l'autel. Et c'était sa vie. Calme et avec un cœur plein de joie, comme une autre femme se serait attendue au retour de son fiancé, elle attendait dans le cloître le retour de son père; et son passe-
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temps et ses pensées les plus douces devaient penser aux batailles, aux dangers des armées et aux princes de massacre sur lesquels le roi avait triomphé. Autour de lui, en avril, les hautes pentes étaient couvertes de primevères sanglantes d'argile et de feuilles mortes en automne; et toujours froide et pâle dans sa robe de laine blanche, en avril comme en octobre, en juin ardent comme en novembre, la princesse Audovère passait toujours silencieusement au pied des chênes rougeâtres ou verts. En été, il portait de grands lis blancs cultivés dans le jardin du couvent, et elle était si mince et blanche elle-même qu'on aurait pu dire qu'elle était la sœur des lys. En automne, ce sont les numériques qu'il avait dans ses doigts, de couleur violette, prises au bord des clairières; et la couleur rose maladive de ses lèvres ressemblait au violet vigne des fleurs, et étrangement, elle ne repliait jamais les digitales, mais les embrassait fréquemment, tandis que ses doigts semblaient prendre plaisir à déchirer les lys. Un sourire cruel écarquillerait alors ses lèvres et on aurait dit qu'il accomplissait un rituel sombre, et c'était en effet (les peuples l'apprendront plus tard) une cérémonie d'ombre et de sang. Chaque geste de la princesse vierge était lié à la souffrance et à la mort d'un homme. Le vieux roi le savait. Et il resta hors de vue, dans ce cloître ignoré cette virginité désastreuse. La princesse complice le savait aussi: d'où son sourire lorsqu'elle embrassa les chiffres et coupa les lys entre ses beaux doigts lents. Chaque lis sans feuilles était le corps d'un prince ou d'un jeune guerrier blessé au combat, chacun embrassait numériquement une plaie ouverte, une plaie élargie qui faisait place au sang des cœurs; et la princesse Audevère ne comptait plus ses lointaines victoires. Pendant quatre ans, il avait connu le sort, il avait prodigué ses baisers sur les fleurs rouges vénéneuses, massacrant sans pitié les beaux lys, donnant la mort dans un baiser, prenant la vie dans une étreinte, l'aide aux funérailles et le mystérieux bourreau du roi, son père. Chaque soir, l'aumônier du couvent, un vieillard aveugle, recevait la confession de ses fautes et l'acquittait; car les fautes des reines ne condamnent que les peuples, et l'odeur des cadavres est de l'encens au pied du trône de Dieu. Et la princesse Audovère ne ressentait ni remords ni tristesse. En
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premier lieu, il était connu pour être purifié par l'absolution; De plus, les champs de bataille et les nuits de défaite où ils sont en proie à l'agonie, avec des souches infâmes levées vers le ciel rougeâtre, les princes, les hors-la-loi et les mendiants, font la fierté des vierges: les vierges ne se sentent pas avant le sang l'horreur angoissée des mères; et d'ailleurs, Audovère était avant tout la fille de son père. Une nuit, un malheureux fugitif venait de s'effondrer avec un cri d'enfant à la porte du saint asile; il était noir de sueur et de poussière, et son pauvre corps transpercé saignait de sept blessures. Les religieuses l'ont ramassé et l'ont installé dans la fresque, plus par terreur que par pitié, dans la crypte des tombes. Ils ont placé à côté de lui une cruche d'eau glacée pour qu'il puisse boire et une hysope trempée dans l'eau bénite avec un crucifix, pour l'aider à passer de la vie à la mort, car il soufflait déjà sur sa poitrine oppressée par l'agonie. A neuf heures, au réfectoire, le supérieur ordonne de prier pour les blessés la prière du défunt; les religieuses, excitées, retournent dans leurs cellules et le couvent s'endort. Seul Audovère ne dormait pas et pensait au fugitif. Elle l'avait à peine vu traverser le jardin, appuyé contre deux vieilles sœurs, et une pensée la hantait: ce mourant était, sans aucun doute, un ennemi de son père, un fugitif échappé du massacre, la dernière dépossession échouée dans ce couvent après quelques horribles combat. La bataille doit avoir été menée dans les environs, plus près que les religieuses ne le pensaient, et la forêt doit maintenant être remplie d'autres fugitifs, d'autres malheureux qui saignent et gémissent; et toute une humanité souffrante entourerait l'enceinte du couvent d'ici à l'aube, où ils seraient accueillis par la charité indolente des sœurs. C'était la mi-juillet et les lys embaumaient le jardin; La princesse Audovère y descendit. Et, à travers les hautes tiges baignées de clair de lune qui se levaient comme des feuilles de lance humides la nuit, la princesse Audovère s'avança et commença lentement à défolier les fleurs. Mais, oh mystère! voici, les soupirs et les plaintes sont exhalés et les plantes pleurent. Les fleurs, sous ses doigts, offraient résistance et caresses de viande; en un
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instant, quelque chose de chaud tomba sur ses mains qu'elle prit pour des larmes et l'odeur des lis dégoûtés, singulièrement changée, changea en quelque chose de fade et de mauvais goût, avec leurs verres pleins d'un encens délétère. Et bien qu'il s'évanouisse, féroce dans son travail, Audovère continue son œuvre meurtrière, décapitant sans pitié, défoliant sans Je repose des calices et des cocons; mais plus elle détruisait, plus les fleurs étaient nombreuses à renaître. Maintenant, tout était un champ de hautes fleurs rigides, soulevées hostiles sous ses pas, une authentique armée de piques et de hallebardes transformées à la lumière de la lune en quatre pétales et, cruellement fatiguée, mais en proie au vertige, à une fureur destructrice, continua la princesse déchirant, flétri, écrasant tout devant elle, quand une vision étrange l'arrêta. D'un bouquet de fleurs plus hautes, d'une transparence bleuâtre, un cadavre humain a émergé. Les bras tendus en croix, les pieds serrés les uns au-dessus des autres, elle montrait dans l'obscurité la blessure de son côté gauche et ses mains saignantes; une couronne d'épines tachée de boue et sanie les environs de ses temples et la princesse, terrifiée, reconnut le malheureux fugitif recueilli le même après-midi, le blessé qui mourait dans la crypte. Avec un effort, il leva une paupière enflée et dit avec reproche: "Pourquoi l'avez-vous fait?" Le lendemain, ils ont trouvé la princesse Audovère gisant morte, les yeux tournés, des lys dans les mains et pressée contre son cœur. Il traversait un chemin à l'entrée du jardin, mais tout autour, il y avait des lys rouges. Le blanc ne fleurira plus à l'avenir. C'est ainsi que la princesse Audovère est décédée pour avoir respiré les nénuphars d'un cloître dans un jardin en juillet. Espejo Gótico . (2009). «La princesa de las azucenas rojas»: Jean Lorrain. 26/03/2020, de Espejo Gótico Sitio web: http://elespejogotico.blogspot.com/2009/07/la-princesa-de-lasazucenas-rojas-jean.html
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LA PRINCESA DE LAS AZUCENAS ROJAS J e a n L o r ra i n ( 1 8 9 4 )
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ra una austera y fría hija de reyes; apenas dieciséis años, ojos grises bajo altaneras cejas y tan blanca que se habría dicho que sus manos eran de cera y sus sienes de perlas. La llamaban Audovère. Hija de un viejo rey, siempre ocupado en lejanas conquistas, había crecido en un claustro, en medio de las tumbas de los reyes de su dinastía, y desde su primera infancia había sido confiada a unas religiosas, ya que había perdido a su madre al nacer. El claustro en el que había vivido los dieciséis años de su vida, estaba situado a la sombra de un bosque secular. Sólo el rey conocía el camino hacia él y la princesa no había visto jamás otro rostro masculino que el de su padre. Era un lugar rústico, al abrigo del camino y del paso de los gitanos. Nada penetraba en él sino la luz del sol y además debilitada a través de la bóveda tupida formada por las hojas de los robles. Al atardecer, la princesa salía del claustro y se paseaba escoltada por dos filas de religiosas. Iba seria y pensativa, como agobiada bajo el peso de un profundo secreto y tan pálida, que se habría dicho que iba a morir pronto. Un largo vestido de lana blanca con un bajo bordado con amplios tréboles de oro, se arrastraba tras sus pasos, y un círculo de plata labrada sujetaba sobre sus sienes un ligero velo de gasa azul que atenuaba el color de sus cabellos. Audevère era rubia como el polen de las azucenas y el bermejo algo pálido de los antiguos cálices del altar. Y aquella era su vida. Tranquila y con el corazón pleno de alegría, como otra mujer habría esperado el regreso de su prometido, ella esperaba en el claustro el retorno de su padre; y su pasatiempo y sus más dulces pensamientos eran pensar en las batallas, en los peligros de los ejércitos y en los príncipes masacrados sobre los que triunfaba
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el rey. A su alrededor, en abril, los altos taludes se cubrían de prímulas, que se ensangrentaban de arcilla y hojas muertas en otoño; y siempre fría y pálida dentro de su vestido de lana blanca, en abril como en octubre, en el ardiente junio como en noviembre, la princesa Audovère pasaba siempre silenciosa al pie de los robles rojizos o verdes. En verano solía llevar en la mano grandes azucenas blancas crecidas en el jardín del convento, y era tan delgada y blanca ella misma que podría haberse dicho que era hermana de las azucenas. En otoño eras las digitales las que llevaba entre sus dedos, de color violeta, tomadas en la linde de los claros del bosque; y el color rosa enfermizo de sus labios se asemejaba al púrpura avinado de las flores y, cosa extraña, no deshojaba jamás las digitales sino que las besaba con frecuencia, mientras que sus dedos parecían experimentar placer al despedazar las azucenas. Una sonrisa cruel entreabría entonces sus labios y habríase dicho que realizaba algún oscuro rito, y era en efecto (los pueblos lo supieron más tarde) una ceremonia de sombra y sangre. A cada gesto de la princesa virgen se hallaban ligados el sufrimiento y la muerte de un hombre. El anciano rey lo sabía. Y mantenía lejos de la vista, en aquel claustro ignorado a aquella virginidad funesta. La princesa cómplice lo sabía también: de ahí su sonrisa cuando besaba las digitales y despedazaba las azucenas entre sus hermosos dedos lentos. Cada azucena deshojada era un cuerpo de príncipe o de joven guerrero herido en la batalla, cada digital besada una herida abierta, una llaga ensanchada que daba paso a la sangre de los corazones; y la princesa Audevère no contaba ya sus lejanas victorias. Desde hacía cuatro años que conocía el hechizo, iba prodigando sus besos a las venenosas flores rojas, masacrando sin piedad las bellas azucenas, dando la muerte en un beso, quitando la vida en un abrazo, fúnebre ayuda de campo y misterioso verdugo del rey, su padre. Cada noche el capellán del convento, un anciano ciego recibía la confesión de sus faltas y la absolvía; pues las faltas de las reinas sólo condenan a los pueblos, y el olor de los cadáveres es incienso al pie del trono de Dios. Y la princesa Audovère no sentía ni remordimiento ni tristeza. En primer
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lugar, se sabía purificada por la absolución; además, los campos de batalla y las noches de derrota donde están en los estertores de la agonía, con infames muñones enarbolados hacia el rojizo cielo, los príncipes, los forajidos y los mendigos, agradan al orgullo de las vírgenes: las vírgenes no sienten ante la sangre el horror angustiado de las madres; y además, Audovère era sobre todo la hija de su padre. Una noche un desgraciado fugitivo acababa de derrumbarse con un grito de niño a la puerta del santo asilo; estaba negro de sudor y polvo, y su pobre cuerpo agujereado sangraba por siete heridas. Las religiosas lo recogieron y lo instalaron al fresco, más por terror que por piedad, en la cripta de las tumbas. Depositaron junto a él una jarra de agua helada para que pudiera beber y un hisopo mojado en agua bendita con un crucifijo, para ayudarle a pasar de la vida a la muerte, pues daba ya sus bocanadas con el pecho oprimido por la agonía. A las nueve, en el refectorio, la superiora mandó rezar por el herido la oración de difuntos; las religiosas, emocionadas, regresaron a sus celdas y el convento se sumió en el sueño. Sólo Audovère no dormía y pensaba en el fugitivo. Apenas lo había visto cruzar el jardín, apoyado en dos viejas hermanas, y un pensamiento la obsesionaba: este agonizante era, sin duda, algún enemigo de su padre, algún fugitivo escapado de la masacre, último despojo varado en aquel convento después de algún horroroso combate. La batalla debía haberse librado en los alrededores, más cerca de lo que sospechaban las religiosas y el bosque debía estar a estas horas lleno de otros fugitivos, de otros desgraciados sangrando y gimiendo; y toda una humanidad sufriente rodearía de aquí al amanecer el recinto del convento, donde los acogería la indolente caridad de las hermanas. Era pleno julio y las azucenas embalsamaban el jardín; la princesa Audovère descendió al mismo. Y, a través de los altos tallos bañados por el claro de luna que se erguían en la noche como húmedas hojas de lanza, la princesa Audovère se adelantó y se puso lentamente a deshojar las flores. Pero, ¡oh misterio! he aquí que se exhalan suspiros y quejas y que lloran las plantas. Las flores, bajo sus dedos, ofrecían resistencias y caricias de carne;
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en un momento, algo cálido le cayó sobre las manos que ella tomó por lágrimas y el olor de las azucenas repugnaba, singularmente cambiado, cambiado en algo insípido y pesado, con sus copas repletas de un deletéreo incienso. Y aunque desfallecida, encarnizada en su trabajo, Audovère proseguía su obra asesina decapitando sin piedad, deshojando sin descanso cálices y capullos; pero mientras más destrozaba más innumerables renacían las flores. Ahora todo era un campo de altas flores rígidas, levantadas hostiles bajo sus pasos, un auténtico ejército de picas y alabardas transformadas a la luz de la luna en cuádruples pétalos y, cruelmente fatigada, pero presa del vértigo, de furia destructiva, la princesa seguía desgarrando, marchitando, aplastando todo ante ella, cuando una extraña visión la detuvo. De un manojo de flores más altas, una transparencia azulada, un cadáver humano emergió. Con los brazos extendidos en cruz, los pies crispados uno sobre otro, mostraba en la oscuridad la herida de su costado izquierdo y de sus manos sangrantes; una corona de espinas manchaba de barro y sanie el entorno de sus sienes y la princesa, aterrorizada, reconoció al desgraciado fugitivo recogido aquella misma tarde, al herido que agonizaba en la cripta. Él levantó con esfuerzo un párpado tumefacto y con tono de reproche dijo: —¿Por qué lo has hecho? Al día siguiente encontraron a la princesa Audovère tendida, muerta, con los ojos vueltos, con azucenas entre las manos y apretadas sobre el corazón. Yacía atravesada en un sendero a la entrada del jardín, pero a su alrededor todas las azucenas eran rojas. No volverían a florecer blancas en el futuro. Así murió la princesa Audovère por haber respirado las azucenas nocturnas de un claustro, en un jardín en julio. Espejo Gótico . (2009). «La princesa de las azucenas rojas»: Jean Lorrain. 26/03/2020, de Espejo Gótico Sitio web: http://elespejogotico.blogspot.com/2009/07/laprincesa-de-las-azucenas-rojas-jean.html
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Análisis de “El gato con botas” Contexto Histórico Cerca del 1662 comenzaron a crearse políticas de reconstrucción después de las guerras religiosas que había sufrido francia unos pocos años antes, casi 35 años después se desató la guerra franco española que duraría otros 24 años, los impuestos establecidos por el cardenal Mazarino fueron el detonante de unas revueltas conocidas como la Fronda para limitar la autoridad del rey, pero finalmente la Fronda fue controlada por Mazarino, cuando este murió, el rey tomó el puesto directamente e Impuso su autoridad a los Parlamentos y a las provincias. Contexto Social En francia existió un régimen ejercido desde el siglo XV hasta el siglo XVIII donde era mayormente un sistema aristocrático, social y político, este sistema fue resultado de la construcción estatal, guerras civiles, problemas políticos y muchos actos de corrección pero francia continuó como pudo hasta que la revolución francesa trajo consigo un fin para la inestabilidad e incoherencia en la repartición de los bienes y poderes que sólo administraba el monarca a ser una ciudad justa y en vía de crecimiento Contexto Cultural Además de lo que ya contamos sobre las corrientes y el levantamiento por la libre expresión por medio de arte pintando las situaciones crudas de la vida creando así el barroco, la economía de Francia y la mejora de la producción agrícola son grandes factores tambíen en este aspecto, ambos se vieron facilitados por un mejoría del clima la mejora de las carreteras y la construcción de canales y vías fluviales. Esto inició la filosofía del mercantilismo, que fue continuada por el Cardenal Richelieu, el cual, para
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frenar las importaciones, impulsó la colonización de la Nueva Francia. Para mantener las características de los productos franceses en los mercados extranjeros, Colbert fijó por la ley la calidad y las medidas de cada producto, y hacer castigar severamente las infracciones, con esto consiguió productos de una muy buena calidad siendo francia el primer exportador de café, algodón, piel, pimienta y azúcar por unos años, pero ninguno de estas empresas llegaron al éxito y no se logró ninguna revolución durante el reinado de Luis XIV18. Corriente literaria Este autor pertenece a la corriente del barroco, ya que sus escritos son del siglo XVII, dicho siglo donde predomina el barroco, que se caracteriza por la idea del desengaño y el pesimismo, los temas más comunes sobre los cuales se escribía en esta época eran la vida como lucha, sueño o mentira y la fugacidad de los hechos humanos, escritas con cierto toque de crudeza de la realidad. En la literatura barroca se encuentra muy comúnmente la adjetivación, el hipérbaton, la elipsis, la metáfora, y las alusiones mitológicas. Más específicamente se puede decir que Charles Perrault perteneció al preciosismo, un movimiento cultural de la alta sociedad en París que se caracterizaba por el deseo de elevación y refinamiento en los modales así como las costumbres y gustos, sentido por una parte de la alta sociedad parisina como reacción a lo que consideraba formas vulgares de la Corte de Enrique IV, si bien recordamos que Perrault dedicó la mayoría de sus obras al rey, a los príncipes y personas con gran poder, sin olvidarnos que también fué parisino toda su vida, lo más lógico es que perteneciera al Preciosismo de naturaleza Barroco.19 Vida del autor: 18
Francia en la Edad. Recuperado el marzo 27, 2020, de https://es.franciahistoriai/Francia_en_la_Edad_Moderna 19 Literatura del Barroco Recuperado el marzo 27, 2020, de https://es.corrientes-lit.2016 /Literatura_del_Barroco
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Charles Perrault Nació el 12 de enero de 1628 en la ciudad de París, mediante un parto doble, nació junto con su hermano gemelo François, quien murió a los seis meses. Su padre Pierre Perrault era abogado en el Parlamento, cosa que le permitió tener una infancia acomodada. En 1643 empezó con sus estudios en derecho y en 1654 es nombrado funcionario para trabajar en el servicio gubernamental. Se le identificaba como alguien muy realista, directo y estudioso, cosa que dejó poco margen para la creatividad y la fantasía en sus obras, esto se debe a que a lo largo de su burocrática y aburrida existencia de funcionario privilegiado, lo que más escribió fueron odas, discursos, diálogos, poemas y obras que halagaban al rey y a los príncipes, lo que le valió llevar una vida colmada de honores, que él supo aprovechar. Participó en la restauración de la Academia de Pintura y compartió su buena fortuna a sus familiares, consiguiendo en 1667 que los planos con los que se construye el Observatorio del Rey sean de su hermano Claude. Contrae matrimonio con Marie Guichon en 1672, un años después nace su primer hijo, una niña, y luego, en el intervalo que va desde 1675 hasta 1678, tiene tres hijos más pero su esposa fallece después del nacimiento del último hijo. Después de esto dejó su puesto de trabajo, su mente se enfocó hacia los cuentos para niños cambiando buenas partes de sus escritos y ahora incluyendo hadas, ogros, animales que hablan, brujas, princesas y príncipes encantados, entre otros. Al final de cada relato, el autor incluye una enseñanza moral referente al contenido de cada historia, Charles trataba de plasmar las costumbres de una época en la que la mayoría estaba inconforme con su situación y, para dar esperanzas a la gente en un período histórico, por lo regular incluía finales felices en sus escritos. En 1687 escribió el poema El siglo de Luis el Grande y en 1688 Comparación entre antiguos y modernos, un alegato en favor de los escritores "modernos" y en contra de los tradicionalistas. A los 55 años escribió Cuentos del pasado, más conocido como Cuentos de mamá ganso publicados en 1697 en donde se encuentran la mayoría de sus cuentos más famosos. Son éstos y no otros los que han
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logrado vencer al tiempo llegando hasta nosotros. FInalmente Charles murió en la misma ciudad donde nació, París el 16 de mayo de 1703 a los 75 años.20 Comentario El autor de este cuento como ya sabemos es Charles Perrault, es un cuento narrado en 3ra persona ya que el narrador es omnisciente y nos va contando la historia de un gato que al morir su dueño, fue heredado a su hijo, el gato ayudó al hijo del difunto hasta tal punto que con su astucia y cooperación del joven, logró convertirlo en rey para probarle que el gato valía más que toda la demás herencia que fue repartida con sus otros dos hermanos del joven. Es un cuento “infantil” que fue publicado en 1691 junto con otros cuentos como la cenicienta, barba azul y piel de asno en un libro llamado “cuentos del pasado”. En mi opinión creo que es un cuento apto para niños más que nada por su facilidad a la hora de leerlo, la pinta tan alegre que da al manejar sus situaciones y la moraleja que enseña que en este caso es “En principio parece ventajoso contar con un legado sustancioso recibido en heredad por sucesión; más los jóvenes, en definitiva obtienen del talento y la inventiva más provecho que de la posición.”, pero claro, no solo es para los niños, cualquier persona puede leerlo fácilmente y pasar un buen rato recordando su infancia o ¿Por qué no? leerlo acompañado de alguien más y darle la moraleja que este cuento incluye, en definitiva es un cuento ampliamente recomendable a pesar de ser un clásico para los más niños.
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Charles Perrault. Recuperado el marzo 27, 2020, de https://es.charlesperrault-y-la-literatura /inicio/Charles_Perrault
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LE CHAT BOTTÉ
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n héritage exclusif, un meunier a laissé ses trois fils, son moulin, son âne et son chat. La distribution était très simple: il n'était pas nécessaire d'appeler ni l'avocat ni le notaire. Ils auraient consommé tout le pauvre héritage. L'aîné a reçu le moulin, le second a gardé l'âne et le plus jeune n'a touché que le chat. Il a déploré son maigre héritage: "Mes frères", a-t-il dit, "peuvent gagner leur vie en travaillant ensemble; ce que je suis, après avoir mangé mon chat et fait un manchon avec sa fourrure, je vais mourir de faim. Le chat, qui a écouté ces mots mais a fait semblant de ne pas le faire, lui a dit d'un ton sérieux et tranquille: "Vous ne devez pas pleurer, mon seigneur, il vous suffit de me fournir un sac et une paire de bottes pour traverser les buissons, et vous verrez que votre héritage n'est pas aussi pauvre que vous le pensez." Bien que le maître du chat ne nourrisse pas de grandes illusions à ce sujet, il l'avait vu donner tant de signes d'agilité pour chasser les rats et les souris, comme pendre de ses pieds ou se cacher dans la farine pour faire la mort, qu'il ne désespérait pas d'être aidé par lui dans leur misère. Lorsque le chat a eu ce qu'il avait demandé, il a mis ses bottes et a attaché le sac autour de son cou, a tenu les lacets avec les deux pattes avant et s'est dirigé vers un champ où il y avait beaucoup de lapins. Il a mis du son et des herbes dans son sac et allongé sur le sol comme s'il était mort, il a attendu qu'un cochon d'Inde, encore peu familier avec les astuces de ce monde, vienne mettre son museau dans le sac pour manger ce qu'il y avait à l'intérieur. A peine s'était-il penché en arrière qu'il était satisfait. Un cobaye étourdi a rampé dans le sac et le maître chat, tirant sur les lacets, l'a enfermé et l'a tué sans pitié.
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Très fier de sa proie, il est allé voir le roi et a demandé à lui parler. Ils le firent monter dans les appartements de Sa Majesté où, à son entrée, il s'inclina devant le roi et lui dit: -Voici, Votre Majesté, un lapin de pays que M. Marqués de Carabás (c'est le nom qu'il a inventé pour son maître) m'a confié des cadeaux de sa part. -Dites à votre maître, répondit le roi, que je le remercie et que je l'aime beaucoup. À une autre occasion, il s'est caché dans un champ de blé, laissant toujours son manteau ouvert; et quand deux perdrix y pénétrèrent, il jeta les lacets et les chassa tous les deux. Il est allé immédiatement les offrir au roi, tout comme il l'avait fait avec le lapin des champs. Le roi a également accueilli les deux perdrix et leur a ordonné de lui donner à boire. Le chat a continué ainsi pendant deux ou trois mois, apportant de temps en temps les produits de chasse du roi de son maître. Un jour, il a appris que le roi irait se promener le long du fleuve avec sa fille, la plus belle princesse du monde, et il a dit à son maître: - Si vous voulez suivre mes conseils, votre fortune est faite: il vous suffit de vous baigner dans la rivière, à l'endroit que je vais vous montrer, et bientôt je ferai le reste. Le marquis de Carabás a fait ce que son chat lui avait conseillé, sans savoir ce qu'il ferait. Pendant qu'il se baignait, le roi passa et le chat se mit à crier de toutes ses forces: - Au secours, au secours! M. Marqués de Carabás se noie! Entendant le cri, le roi passa la tête par la porte et, reconnaissant le chat qui l'avait amené à chasser tant de fois, ordonna à ses gardes de venir rapidement au secours du marquis de Carabás. Alors qu'ils sortaient le pauvre Marquis de la rivière, le chat s'est approché de la voiture et a dit au roi que pendant que son maître se baignait, des voleurs avaient pris ses vêtements malgré avoir crié après le voleur! de toutes ses forces; le chat voyou les avait cachés sous une énorme pierre.
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Le roi a immédiatement ordonné aux responsables de sa garde-robe de partir à la recherche de ses plus beaux vêtements pour M. Marqués de Carabás. Le roi lui prêta mille attentions, et comme le beau costume qu'on venait de lui donner rehaussait sa silhouette, puisqu'il était beau et bien formé, la fille du roi le trouva très à son goût; il suffisait au marquis de Carabás de lui donner deux ou trois regards extrêmement respectueux et quelque peu tendres, et elle en tomba follement amoureuse. Le roi voulait qu'il monte dans sa voiture et l'accompagne pendant le trajet. Le chat, ravi de voir que son projet commençait à marcher, alla de l'avant, et ayant trouvé des paysans qui tondaient une prairie, il leur dit: "Bons moissonneurs, si vous ne dites pas au roi que la prairie que vous tondez appartient au marquis de Carabás, je vous ferai de la viande hachée comme de la viande de pudding." Soit dit en passant, le roi a demandé aux moissonneurs dont ils fauchaient le champ. "Il appartient à Sefior Marqués de Carabás", ont-ils dit d'une seule voix, la menace du chat les ayant effrayés. "Vous avez un bel héritage ici", a déclaré le roi au marquis de Carabás. -Vous verrez, Majesté, c'est une terre qui ne cesse de produire abondamment chaque année. Le maître chat, qui était toujours devant, a trouvé des paysans qui moissonnent et leur a dit: -Bonnes gens qui récoltent, si vous ne dites pas que tous ces champs appartiennent au marquis de Carabás, je vous ferai émincer comme de la viande de pudding. Le roi, décédé quelques instants plus tard, voulait savoir à qui appartenaient les champs qu'il voyait. -Ils viennent du seigneur Marqués de Carabás, répliquent les paysans, et le roi fut de nouveau heureux avec le marquis. Le chat, qui était devant la voiture, disait toujours la même chose à tous ceux qu'il rencontrait; et le roi fut très étonné de la richesse du seigneur marquis de Carabás.
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Le maître des chats est finalement arrivé devant un beau château dont le propriétaire était un ogre, le plus riche qui ait jamais été vu, car toutes les terres par lesquelles ils étaient passés dépendaient de ce château. Le chat, qui a pris soin de découvrir qui était cet ogre et ce qu'il savait faire, a demandé à lui parler, disant qu'il n'avait pas voulu passer si près de son château sans avoir l'honneur de s'incliner devant lui. L'ogre le reçut de la manière la plus courtoise qu'un ogre puisse, et l'invita à se reposer. «Ils m'ont assuré,» a dit le chat, «que vous aviez le don de devenir n'importe quel animal; que vous pourriez, par exemple, devenir un lion, un éléphant. "C'est vrai," répondit brusquement l'ogre, "et pour le prouver, vous verrez comment je deviens un lion." Le chat avait si peur de voir un lion devant lui que, en un clin d'œil, il monta dans les gouttières, non sans douleur ni risque à cause des bottes qui étaient inutiles pour marcher sur les tuiles. Quelque temps plus tard, voyant que l'ogre avait retrouvé sa forme primitive, le chat est descendu et a avoué qu'il avait eu très peur. "Ils m'ont également assuré", a déclaré le chat, "mais je ne peux pas le croire, que vous avez également le pouvoir d'acquérir la forme du plus petit petit animal; par exemple, que vous pouvez devenir une souris, un rat; J'avoue que cela me semble impossible. -Impossible? -répondu à l'ogre- vous verrez-; et en même temps, il s'est transformé en un rat qui a commencé à courir sur le sol. Dès qu'il l'a vue, le chat est tombé sur elle et l'a mangée. Pendant ce temps, le roi, qui en passant, aperçoit le magnifique château de l'ogre, veut entrer. Le chat, entendant le bruit de la voiture traversant le pontlevis, se précipita et dit au roi: -Votre Majesté est la bienvenue au château du Seigneur Marquis de Carabás. - Comment, monsieur Marquis, s'écria le roi, ce château vous appartient aussi! Il n'y a rien de plus beau que ce patio et tous ces bâtiments qui l'entourent; Regardons à l'intérieur, s'il vous plaît.
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Le marquis tendit la main à la jeune princesse et, suivant le roi venu en premier, ils entrèrent dans une grande pièce où ils trouvèrent une magnifique collation que l'ogre avait envoyée préparer pour ses amis qui viendraient le voir le même jour, qui ne l'avaient pas osant entrer, sachant que le Roi était là. Le roi, ravi des bonnes qualités de M. Marqués de Carabás, ainsi que de sa fille, déjà folle d'amour en voyant les précieux atouts qu'il possédait, lui dit, après avoir bu cinq ou six verres: - Ce ne sera qu'à vous, monsieur Marquis, d'être mon gendre. Le marquis, s'inclinant bas, accepta l'honneur que le roi lui avait fait; et ce même jour, il épousa la princesse. Le chat est devenu un grand seigneur, et il n'a plus couru après les rats mais pour le plaisir. "El gato con botas - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis ...." https://ciudadseva.com/texto/el-gato-con-botas-perrault/. Fecha de acceso 25 mar.. 2020.
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EL GATO CON BOTAS
U
C h a r l e s Pe r r a u l t ( 1 6 9 7 )
n molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio. El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor le tocó sólo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia: -Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre. El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado: -No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis. Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria. Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su saco y extendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.
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Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo: -He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte. -Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho. En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber. El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo. Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo: -Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás. El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas: -¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando! Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.
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El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás. El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada. El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañará en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo: -Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín. Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando. -Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado. -Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás. -Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año. El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo: -Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín. El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía. -Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el Rey nuevamente se alegró con el Marqués. El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás.
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El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo. El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar. -Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante. -Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto en león. El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas. Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo. -Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible. -¿Imposible? -repuso el ogro- ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso. Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió. Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey: -Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás.
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-¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor. El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí. El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas: -Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno. El Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse. "El gato con botas - Charles Perrault - Ciudad Seva - Luis ...." https://ciudadseva.com/texto/el-gato-con-botas-perrault/. Fecha de acceso 25 mar.. 2020.
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Análisis de “Gil Braltar” Contexto Histórico Durante los primeros años de vida de Verne se vive en Francia la Revolución de 1830 para quitar a Carlos X cuando anunció la disolución de la Cámara de Diputados, la anulación de la libertad de prensa y una ley electoral aún más restrictiva estalló la rebelión. En toda esta época estuvo en desarrollo la Industrialización que se convertiría en un fenómeno mundial en los años venideros. Napoleón III le declara el 19 de julio de 1870 la guerra a la Prusia de Otto von Bismark, pero París fue asediada y perdió los territorios de Alsacia y Lorena, además del pago de cinco mil millones de francos oro. Esta guerra destruye el taller de Jules Hertzel, el editor de Julio Verne, lo cual no permite la publicación de las nuevas obras de Verne. Nace la tercera República y Julio Verne se desplaza a Amiens, la ciudad de su esposa, donde se quedará a vivir por todo lo que le queda de vida.21 Contexto Social Julio Verne fue un novelista de la era del capitalismo. Esta época tuvo grandes cambios y transformaciones socio-económicas en Europa occidental: se produce el tránsito de la I a la II Revolución Industrial, del pre-capitalismo contemporáneo, a todo un entramado financiero que a través de las asociaciones y concentraciones empresariales amplía el nuevo modelo social dominado por la sociedad de clases. 22
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Martínez, J. (2016) Julio Verne: Ciencia ficción. Recuperado de http://jesusmartinezs.blogspot.com/p/julioverne.html [Consultado en marzo de 2020] 22 Tello, C. (2016) El entorno político de Julio Verne, Recuperado de https://jverne.net/el-entorno-politico-de-julio-verne/ [Consultado en Marzode 2020]
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Contexto Cultural Julio Verne relata historias imaginativas para el contexto de la época en la que vivía, debido a que él mencionaba ideas que varios años más tarde serían creados dándole así a las obras de Verne un ambiente fantástico. Verne estudia y agrega el ambiente científico a sus obras, realiza una síntesis de tres elementos básicos: lo científico, lo histórico-geográfico y su propio ego.23 Corriente literaria “Gil Braltar” es una obra perteneciente al romanticismo, ya que está caracterizada por el predominio del sentimiento sobre la razón, la originalidad y la fantasía, la admiración por la naturaleza, así como por la exaltación del “yo”. El Romanticismo se caracteriza por ser un movimiento cultural entre los siglos XVIII y mediados del siglo XIX que se opone a la lógica y al racionalismo impuesto en la Ilustración. En este sentido, el romanticismo defiende la libertad por sobre todas las cosas, tanto en lo emocional, social, político y económico rescatando así el nacionalismo (folclore) e introduciendo el liberalismo. Las expresiones artísticas del romanticismo tienen componentes que muestran una perspectiva subjetiva llena de emocionalidad y provocación. 24 Vida del autor Julio Verne nació el 8 de febrero del año 1828 en Francia. Tenía cuatro hermanos y era hijo de unos navegantes de raíz escocesa. A los once años intentó embarcarse en un barco con destino a la India. Su padre le encontró en el último momento, reprimiéndole y haciéndole prometer que jamás intentaría volver a marcharse ni viajar. Desde los ocho años empezó a
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Pedroza, L. Julio Verne el escritor que se adelantó a su época. Recuperado de https://www.razon.com.mx/cultura/julio-verne-el-escritor-que-se-adelantoa-su-epoca/ [Consultado en marzode 2020] 24 HA! Romanticismo. Recuperado de https://historiaarte.com/movimientos/romanticismo [Consultado en marzo de 2020]
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estudiar en el seminario de Saint-Donatien. Más tarde viajó a París para estudiar filosofía y leyes. Consiguió un trabajo como agente de bolsa y empezó a viajar. Visitó Inglaterra, Escocia, Noruega y Escandinavia, y aunque la mayor parte del tiempo tenía que ocuparse de su trabajo también encontraba algún momento para continuar sus escritos. También se casó con una viuda llamada Hebe du Fraysse, que tenía dos hijas. Con ella tuvo a su hijo Michel Verne. El año 1905 cae gravemente enfermo y muere el 24 de marzo.25 Comentario Gil Braltar es un cuento satírico de Julio Verne que parodia el colonialismo británico. La historia se desarrolla en la fortaleza y colonia británica de Gibraltar. Un hombre, un español llamado Gil Braltar, se viste de mono y se convierte en líder de un grupo de monos que viven allí. Incita a atacar la fortaleza. El cuento es entretenido de leer por las connotaciones políticas que incluye, junto con una historia llevada de manera fluida y sin complicaciones.
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Lecturalia. Biografía de Julio Verne. Recuperado de http://www.lecturalia.com/autor/349/julio-verne. [Consultado en marzo de 2020]
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GIL BRALTAR Jules Verne (1887)
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ls étaient là de sept à huit cents, à tout le moins. De taille moyenne, mais robustes, agiles, souples, faits pour les bonds prodigieux, ils gambadaient sous les dernières clartés du soleil qui se couchait au-delà des montagnes échelonnées vers l'Ouest de la rade. Le disque rougeâtre disparut bientôt, et l'obscurité commença à se faire au milieu de ce bassin encadré de sierras lointaines de Sanorra, de Ronda et du pays désolé del Cuervo. Soudain, toute la troupe s'immobilisa. Son chef venait d'apparaître sur ce dos d'âne maigre qui forme la crête du mont. Du poste de soldats, perché à l'extrême sommité de l'énorme roc, on ne pouvait rien voir de ce qui se passait sous les arbres. « Sriss !… Sriss !… » fit entendre le chef, dont les lèvres, ramassées en cul de poule, donnèrent à ce sifflement une intensité extraordinaire. Un être singulier, ce chef, de haute stature, vêtu d'une peau de singe, poil en dehors, la tête embroussaillée d'une chevelure inculte, la face hérissée d'une barbe courte, les pieds nus, durs en dessous comme un sabot de cheval. Il leva le bras droit et le tendit vers la croupe inférieure de la montagne. Tous aussitôt de répéter ce geste avec une précision militaire, il est plus juste de dire mécanique, véritables marionnettes mues par le même ressort. Il abaissa son bras. Ils abaissèrent leurs bras. Il se courba vers le sol. Ils se courbèrent dans la même attitude. Il ramassa un solide bâton qu'il brandit. Ils brandirent leurs bâtons et exécutèrent un moulinet pareil au sien ce moulinet que les bâtonnistes appellent « la rose couverte ». Puis, le chef se retourna, se glissa entre les herbes, rampa sous les arbres. La troupe le suivit en rampant.
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En moins de dix minutes, les sentiers du mont, ravinés par les pluies, furent dévalés, sans que le heurt d'un caillou eût décelé la présence de cette masse en marche. Un quart d'heure après, le chef s'arrêta. Tous s'arrêtèrent comme s'ils eussent été figés sur place. A deux cents mètres au-dessous, apparaissait la ville, couchée le long de la sombre rade. De nombreuses lumières étoilaient le groupe confus des môles, des maisons, des villas, des casernes. Au-delà, les fanaux des navires de guerre, les feux des bâtiments de commerce et des pontons, mouillés au large, se réverbéraient à la surface des eaux calmes. Plus loin, à l'extrémité de la pointe d'Europe, le phare projetait son faisceau lumineux sur le détroit. En ce moment éclata un coup de canon, le First gun fire, tiré de l'une des batteries rasantes. Et alors, les roulements de tambours, accompagnés de l'aigre sifflet des fifres, se firent aussitôt entendre. C'était l'heure de la retraite, l'heure de rentrer chez soi. Aucun étranger n'avait plus le droit de courir la ville, sans être escorté d'un officier de la garnison. Ordre aux équipages de rallier le bord, avant que les portes fussent fermées. De Quart d'heure en quart d'heure, circulaient des patrouilles qui conduisaient au poste les retardataires et les ivrognes. Puis, tout se tut. Le général Mac Kackmale pouvait dormir sur ses deux oreilles. Il ne semblait pas que l'Angleterre eût rien à craindre, cette nuit-là, pour son rocher de Gibraltar.
II On sait ce qu'il est, ce rocher formidable, haut de quatre cent vingt-cinq mètres, reposant sur une base large de douze cent quarante-cinq, longue de quatre mille trois cents. Il ressemble quelque peu à un énorme lion couché, la tête du côté de l'Espagne, la queue trempant dans la mer. Sa face montre les dents sept cents canons braqués à travers ses embrasures les dents de la vieille, comme on dit. Une vieille qui mordrait dur, si on l'agaçait. Aussi l'Angleterre est-elle solidement postée là, comme à Pékin, à Aden, à Malte, à
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Poulo-Pinang, à Hong-kong, autant de rochers dont, quelque jour, avec les progrès de la mécanique, elle fera des forteresses tournantes. En attendant, Gibraltar assure au Royaume-Uni une domination incontestable sur les dix-huit kilomètres de ce détroit que la massue d'Hercule a ouvert contre Abila et Calpe, au plus profond des eaux méditerranéennes. Les Espagnols ont-ils renoncé à reprendre ce morceau de leur péninsule ? Oui, sans doute, car il semble être inattaquable par terre ou par mer. Cependant, il y en avait un que hantait la pensée obsédante de reconquérir ce roc offensif et défensif. C'était le chef de la bande, un être bizarre, on peut même dire fou. Cet hidalgo se nommait précisément Gil Braltar, nom qui, dans sa pensée sans doute, le prédestinait à cette conquête patriotique. Son cerveau n'y avait point résisté, et sa place eût été à l'hospice des aliénés. On le connaissait bien. Toutefois, depuis dix ans, on ne savait trop ce qu'il était devenu. Peut-être errait-il à travers le monde? En réalité, il n'avait point quitté son domaine patrimonial. Il y vivait d'une existence de troglodyte, sous les bois, dans les cavernes, et plus particulièrement au fond de ces réduits inaccessibles des grottes de San-Miguel, qui dit-on, communiquent avec la mer. On le croyait mort. Il vivait, cependant, mais à la façon de ces hommes sauvages, dépourvus de la raison humaine, qui n'obéissent plus qu'aux instincts de l'animalité.
III Il dormait bien, le général Mac Kackmale, sur ses deux oreilles, plus longues que ne le comporte l'ordonnance. Avec ses bras démesurés, ses yeux ronds, enfoncés sous de rudes sourcils, sa face encadrée d'une barbe rêche, sa physionomie grimaçante, ses gestes d'anthropopithèque, le prognathisme extraordinaire de sa mâchoire, il était d'une laideur remarquable même chez un général anglais. Un vrai singe, excellent militaire, d'ailleurs, malgré sa tournure simiesque. Oui! Il dormait dans sa confortable habitation de Main Street, cette rue sinueuse qui traverse la ville depuis la Porte-deMer jusqu'à la Porte de l'Alameda. Peut-être rêvait-il que l'Angleterre s'emparait de l'Égypte, de la Turquie, de la Hollande, de l'Afghanistan, du Soudan, du pays des Boers, en
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un mot, de tous les points du globe à sa convenance et cela au moment où elle risquait de perdre Gibraltar. La porte de la chambre s'ouvrit brusquement. « Qu'y a-t-il ? demanda le général Mac Kackmale, en se redressant d'un bond. – Mon général, répondit un aide de camp qui venait d'entrer comme un obus-torpille, la ville est envahie!… – Les Espagnols ? – Il faut le croire ! – Ils auraient osé !… » Le général n'acheva pas. Il se leva, rejeta le madras qui lui serrait la tête, se roula dans son pantalon, s'enfourna dans son habit, descendit dans ses bottes, se coiffa de son claque, se boucla de son épée, tout en disant : « Quel est ce bruit que j'entends ? – Le bruit des quartiers de roches qui roulent comme une avalanche sur la ville. – Ces coquins sont nombreux ?… – Ils doivent l'être. – Tous les bandits de la côte se sont-ils donc réunis, sans doute pour ce coup de main: les contrebandiers de Ronda, les pêcheurs de San-Roque, les réfugiés qui pullulent dans les villages ?… – C'est à craindre, mon général ! – Et le gouverneur est-il prévenu ? – Non ! Impossible d'aller le rejoindre à sa villa de la pointe d'Europe ! Les portes sont occupées, les rues sont pleines d'assaillants !… – Et la caserne de la Porte-de-Mer ?… – Aucun moyen d'y arriver ! Les artilleurs doivent être cernés dans leur caserne ! – Combien d'hommes avec vous ?… – Une vingtaine, mon général, des fantassins du 3e régiment, qui ont pu s'échapper.
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– Par Saint Dunstan ! s'écria Mac Kackmale, Gibraltar arraché à l'Angleterre par ces vendeurs d'orange !… Cela ne será pas !… Non ! Cela ne sera pas ! » En ce moment, la porte de la chambre livra passage à un être bizarre, qui sauta sur les épaules du général.
IV « Rendez-vous ! » s'écria-t-il d'une voix rauque, qui tenait plus du rugissement que de la voix humaine. Quelques hommes, accourus à la suite de l'aide de camp, allaient se jeter sur cet homme, quand, à la clarté de la chambre, ils le reconnurent. « Gil Braltar ! » s'écrièrent-ils. C'était lui, en effet, l'hidalgo auquel on ne pensait plus depuis longtemps, le sauvage des grottes de San-Miguel. « Rendez-vous ? hurlait-il. – Jamais ! » répondit le général Mac Kackmale. Soudain, au moment où les soldats l'entouraient, Gil Braltar fit entendre un « striss » aigu et prolongé. Aussitôt, la cour de l'habitation, puis l'habitation ellemême, s'emplirent d'une masse envahissante… Le croira-t-on? C'était des monos, c'était des singes, et par centaines! Venaient-ils donc reprendre aux Anglais ce rocher dont ils sont les véritables propriétaires, ce mont qu'ils occupaient bien avant les Espagnols, bien avant que Cromwell en eût rêvé la conquête pour la Grande-Bretagne? Oui, en vérité! Et ils étaient redoutables par leur nombre, ces singes sans queue, avec lesquels on ne vivait en bon accord qu'à la condition de tolérer leurs maraudes, ces êtres intelligents et audacieux qu'on se gardait de molester, car ils se vengeaient cela était arrivé quelquefois en faisant rouler d'énormes roches sur la ville ! Et, maintenant, ces monos étaient devenus les soldats d'un fou, aussi sauvage qu'eux, de ce Gil Braltar qu'ils connaissaient, qui vivait de leur vie indépendante, de ce Guillaume Tell quadrumanisé, dont toute l'existence se concentrait sur cette pensée : chasser les étrangers du territoire espagnol !
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Quelle honte pour le Royaume-Uni, si la tentative réussissait ! Les Anglais, vainqueurs des Indous, des Abyssins, des Tasmaniens, des Australiens, des Hottentots, de tant d'autres, vaincus par de simples monos ! Si pareille catastrophe arrivait, le général Mac Kackmale n'aurait plus qu'à se faire sauter la tête ! On ne survit pas à pareil déshonneur ! Cependant, avant que les singes, appelés par le sifflement de leur chef, eussent envahi la chambre, quelques soldats avaient pu se jeter sur Gil Braltar. Le fou, doué d'une extraordinaire vigueur, résista, et ce ne fut pas sans peine qu'on parvint à le réduire. Sa peau d'emprunt lui ayant été arrachée dans la lutte, il demeura presque nu dans un coin, bâillonné, ligoté, hors d'état de bouger ou de se faire entendre. Peu de temps après, Mac Kackmale s'élançait hors de sa maison, résolu à vaincre ou mourir, suivant la formule militaire. Mais le danger n'en était pas moins grand au-dehors. Sans doute, quelques fantassins avaient pu se réunir à la Porte-deMer et marchaient vers l'habitation du général. Divers coups de feu éclataient dans Main Street et sur la place du Commerce. Toutefois, le nombre des monos était tel que la garnison de Gibraltar risquait d'être bientôt réduite à leur céder la place. Et alors, si les Espagnols faisaient cause commune avec ces singes, les forts seraient abandonnés, les batteries seraient désertées, les fortifications ne compteraient plus un seul défenseur, et les Anglais, qui avaient rendu ce rocher imprenable, ne parviendraient plus à le reprendre. Soudain, un revirement se produisit. En effet, à la lueur de quelques torches qui éclairaient la cour, on put voir les monos battre en retraite. A la tête de la bande marchait son chef, brandissant son bâton. Tous, imitant ses mouvements de bras et de jambes, le suivaient d'un même pas. Gil Braltar avait-il donc pu se débarrasser de ses liens, s'échapper de la chambre où on le gardait? On n'en pouvait plus douter. Mais où se dirigeaitil maintenant ? Allait-il se porter vers la pointe d'Europe, sur la villa du gouverneur, lui donner l'assaut, le sommer de se rendre, ainsi qu'il avait fait visà-vis du général?
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Non ! Le fou et sa bande descendaient Main Street. Puis, après avoir franchi la porte de l'Alameda, tous prirent obliquement à travers le parc et remontèrent les pentes de la montagne. Une heure après, il ne restait plus dans la ville un seul des envahisseurs de Gibraltar. Que s'était-il donc passé ? On le sut bientôt, quand le général Mac Kackmale apparat sur la lisière du parc. C'était lui qui, prenant la place du fou, avait dirigé la retraite de la bande, après s'être enveloppé de la peau de singe du prisonnier. Il ressemblait tellement à un quadrumane, ce brave guerrier, que les monos s'y étaient trompés eux-mêmes. Aussi n'avait-il eu qu'à paraître pour les entraîner à sa suite!… Une idée de génie tout simplement, qui fut bientôt récompensée par l'envoi de la Croix de Saint-George. Quant à Gil Braltar, le Royaume-Uni le céda, contre espèces, à un Barnum qui fait sa fortune en le promenant à travers les principales villes de l'Ancien et du Nouveau-Monde. Il laisse même volontiers entendre, le Barnum, que ce n'est point le sauvage de San-Miguel qu'il exhibe, mais le général Mac Kackmale en personne. Toutefois, cette aventure a été une leçon pour le gouvernement de Sa Gracieuse Majesté. Il a compris que si Gibraltar ne pouvait être pris par les hommes, il était à la merci des singes. Aussi, l'Angleterre, très pratique, est-elle décidée à n'y envoyer désormais que les plus laids de ses généraux, afin que les monos puissent s'y tromper encore. Cette mesure vraisemblablement lui assure à jamais la possession de Gibraltar.
Verne, J. Gil Braltar. Francia: Groupe. Reecpuerado de http://jv.gilead.org.il/ebooksgratuits/verne_gil_braltar.pdf [Consultado en marzo de 2020]
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GIL BRALTAR J u l i o V e rn e ( 1 8 8 7 )
H
I
abía allí unos setecientos u ochocientos, cuanto menos. De talla promedio, pero robustos, ágiles, flexibles, hechos para los saltos prodigiosos, se movían iluminados por los últimos rayos del sol que se ponía al otro lado de las montañas ubicadas al oeste de la rada. Pronto, el rojizo disco desapareció y la oscuridad comenzó a invadir el centro de aquel valle encajado en las lejanas sierras de Sanorra, de Ronda y del desolado país del Cuervo. De pronto, toda la tropa se inmovilizó. Su jefe acababa de aparecer montado en la cresta misma de la montaña, como sobre el lomo de un flaco asno. Del puesto de soldados que se encontraban sobre la parte superior de la enorme piedra, ninguno fue capaz de ver lo que estaba sucediendo bajo los árboles. -¡Uiss, uiss! -silbó el jefe, cuyos labios, recogidos con un culo de pollo, dieron a ese silbido una extraordinaria intensidad. -¡Uiss, uiss! -repitió aquella extraña tropa, formando un conjunto completo. Un ser singular era sin duda alguna aquel jefe de estatura alta, vestido con una piel de mono con el pelo al exterior, su cabeza rodeada de una enmarañada y espesa caballera, la cara erizada por una corta barba, sus pies desnudos y duros por debajo como un casco de caballo. Levantó el brazo derecho y lo extendió hacia la parte inferior de la montaña. Todos repitieron de inmediato aquel gesto con precisión militar, mejor dicho, mecánica, como auténticos muñecos movidos por un mismo resorte. El jefe bajó su brazo y todos los demás bajaron sus brazos. Él se inclinó hacia el suelo. Ellos se inclinaron igualmente adoptando la misma actitud. Él empuñó un sólido bastón que comenzó a ondear. Ellos ondearon
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sus bastones y ejecutaron un molinete similar al suyo, aquel molinete que los esgrimistas llaman “la rosa cubierta”. Entonces, el jefe se dio la vuelta, se deslizó entre las hierbas y se arrastró bajo los árboles. La tropa lo siguió mientras se arrastraban al mismo tiempo. En menos de diez minutos fueron recorridos los senderos del monte, descarnados por las lluvias sin que el movimiento de una piedra hubiera puesto al descubierto la presencia de esta masa en marcha. Un cuarto de hora después, el jefe se detuvo. Todos se detuvieron como si se hubieran quedado congelados en el lugar. A doscientos metros más abajo se veía la ciudad, cobijada por la extensa y oscura rada. Numerosas luces centelleantes hacían visible un confuso grupo de muelles, de casas, de villas, de cuarteles. Más allá se distinguían los fanales de los barcos de guerra, los fuegos de los buques comerciales y de los pontones anclados en el muelle y que eran reflejados en la superficie de las tranquilas aguas. Más lejos, en la extremidad de la Punta de Europa, el faro proyectaba su haz luminoso sobre el estrecho. En ese momento se oyó un cañonazo: el first gun fire, lanzado desde una de las baterías rasantes. Luego se comenzaron a escuchar los redobles de los tambores acompañados de los agudos silbatos de los pífanos. Era la hora del toque de queda, la hora de recogerse en casa. Ningún extranjero tenía ya el derecho de caminar por la ciudad, a no ser que estuviera escoltado por algún oficial de la guarnición. Se le ordenaba a los miembros de las tripulaciones de los barcos que regresaran a bordo antes de que las puertas de la ciudad se cerraran. Con intervalos de quince minutos, circulaban por las calles algunas patrullas que llevaban a la estación a aquellos que se habían retrasado o a los borrachos. Entonces la ciudad se sumía en una profunda tranquilidad. El general Mac Kackmale podría dormir entonces a pierna suelta. Esa noche, no parecía que Inglaterra tuviera que temer que algo ocurriera en su Peñón de Gibraltar.
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II Es conocido que este gran peñón, que tiene una altura de cuatrocientos veinticinco metros, reposa sobre una base de doscientos cuarenta y cinco metros de ancho, con cuatro mil trescientos de largo. Su forma se asemeja a un enorme león echado, su cabeza apunta hacia el lado español, y su cola se baña en el mar. Su rostro muestra los dientes -setecientos cañones apuntando a través de sus troneras-, los dientes de la anciana, como alguien dice. Una anciana que mordería duro si alguien la irritara. Inglaterra está sólidamente apostada en el lugar, tanto como en Perim, en Adén, en Malta, en PuloPinang y en Hong Kong, otros tantos peñones que, algún día, con el progreso de la Mecánica, podrán ser convertidos en fortalezas giratorias. Mientras llega el momento, Gibraltar le asegura al Reino Unido una dominación indiscutible sobre los dieciocho kilómetros de este estrecho que la maza de Hércules abrió entre Abila y Calpe, en lo más profundo de las aguas mediterráneas. ¿Han renunciado los españoles a reconquistar este trozo de su península? Sí, sin duda, porque parece ser inatacable por tierra o mar. No obstante, existía uno que estaba obsesionado con la idea de reconquistar esta roca ofensiva y defensiva. Era el jefe de la tropa, un ser raro, que se puede decir que estaba loco. Este hombre se hacía llamar precisamente Gil Braltar, nombre que sin duda alguna lo predestinaba para hacer viable esta conquista patriótica. Su cerebro no había resistido y su lugar hubiera debido estar en un asilo de dementes. Se le conocía bien. Sin embargo, desde hacía diez años, no se sabía a ciencia cierta lo que había sido de él. ¿Quizás erraría a través del mundo? Realmente, no había abandonado en modo alguno su dominio patrimonial. Vivía como un troglodita, bajo los bosques, en cuevas, y más específicamente en el fondo de aquellos inaccesibles reductos de las grutas de San Miguel, que según se dice se comunican con el mar. Se le creía muerto. Vivía, sin embargo, pero a la manera de los hombres salvajes, privados de la razón humana, que solo obedecen a sus instintos animales.
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III El general Mac Kackmale dormía perfectamente a pierna suelta, sobre sus dos orejas, algo más largas de lo que manda el reglamento. Con sus desmesurados brazos, sus ojos redondos, hundidos bajo espesas cejas, su cara rodeada de una áspera barba, su fisonomía gesticulante, sus gestos de antropopiteco, el prognatismo extraordinario de su mandíbula, era de una fealdad notable, incluso para un general inglés. Un verdadero mono. Pero un excelente militar por otra parte, pese a su figura simiesca. ¡Sí! Dormía en su confortable morada de Main Street, una calle sinuosa que atraviesa la ciudad desde La Puerta del Mar hasta La Puerta de la Alameda. Quizás el general soñaba que Inglaterra se apoderaba de Egipto, de Turquía, de Holanda, de Afganistán, de Sudán o del país de los bóers, en una palabra, de todos los puntos del globo que se ajustaban a su conveniencia, justo en el momento en que corría el peligro de perder Gibraltar. La puerta del cuarto se abrió de repente. -¿Qué ocurre? -preguntó el general Mac Kackmale, incorporándose de un salto. -¡Mi general -le contestó un ayudante de campo que había entrado por la puerta como un torpedo-, la ciudad está siendo invadida!… -¿Los españoles? -¡Debe ser! -¡Se habrán atrevido!… El general no terminó la frase. Se levantó, arrojó a un lado el madrás que le ceñía la cabeza, se deslizó en sus pantalones, se zambulló en su traje, se dejó caer en sus botas, se caló su bicornio, se armó con su espada mientras decía: -¿Qué es ese ruido que estoy escuchando? -El ruido de las rocas que avanzan como un alud por toda la ciudad. -¿Son numerosos esos bribones?… -Deben serlo. -Sin duda todos los bandidos de la costa se han reunido para ejecutar este ataque: los contrabandistas de Ronda, los pescadores de San Roque y los refugiados que pululan en todas las poblaciones …
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-Es de temer, mi general. -¿Y el gobernador?… ¿Ha sido prevenido? -¡No! ¡Es imposible ir a darle aviso a su quinta de la Punta de Europa! ¡Las puertas están ocupadas, las calles están llenas de asaltantes!… -¿Y el cuartel de La puerta del Mar?… -¡No existe medio alguno para llegar hasta allí! ¡Los artilleros deben hallarse sitiados en su cuartel! -¿Con cuántos hombres cuenta usted?… -Unos veinte, mi general. Son los soldados del tercer regimiento, que pudieron escapar cuando todo comenzó. -¡Por San Dunstán! -exclamó Mac Kackmale-, ¡Gibraltar arrebatada a Inglaterra por estos vendedores de naranjas!… ¡No!… ¡Eso no ocurrirá! En ese momento, la puerta del cuarto dio paso a un extraño ser que saltó sobre los hombros del general.
IV -¡Ríndase! -exclamó una ronca voz, que más tenía de rugido que de voz humana. Algunos hombres, que habían acudido detrás del ayudante de campo, iban a abalanzarse sobre aquel hombre que había acabado de penetrar en el cuarto del general, cuando a la claridad del cuarto los individuos reconocieron al recién llegado. -¡Gil Braltar! -exclamaron. Era él, en efecto, aquel hombre del cual no se hablaba desde mucho tiempo atrás, el salvaje de las grutas de San Miguel. -¡Ríndase! -volvió a gritar. -¡Jamás! -contestó el general Mac Kackmale. De repente, en el momento en que los soldados lo rodeaban, Gil Braltar emitió un silbido agudo y prolongado. Inmediatamente, el patio del edificio, luego el edificio todo, se llenó de una masa invasora. ¿Lo creerán ustedes?¡Eran monos, monos por centenares! ¿Venían pues a recuperar de los ingleses este peñón del que son los verdaderos
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dueños, este monte que ocupaban mucho antes que los españoles, mucho antes que Cromwell hubiese soñado en su conquista para Gran Bretaña? ¡Sí, en verdad! ¡Y eran temibles por su número, estos monos sin colas, con los cuales no se vivía en paz, sino a condición de tolerar sus merodeos, estos seres inteligentes y atrevidos que las personas evitan molestar, pues sabían vengarse (lo habían hecho muchas veces) haciendo rodar enormes rocas sobre la ciudad! Y ahora, estos monos se habían convertido en los soldados de un loco, tan salvaje como ellos, este Gil Braltar que ellos conocían, que vivía la vida independiente de ellos, de este Guillermo Tell cuadrumanizado, que ha concentrado toda su existencia a un solo pensamiento: expulsar a todos los extranjeros del territorio español. ¡Qué vergüenza para el Reino Unido, si aquella tentativa tuviera éxito! ¡Los ingleses, que habían derrotado a los indios, a los abisinios, a los tasmanios, a los australianos, a los hotentotes y a muchos otros, ahora serían vencidos por unos simples monos! ¡Si semejante desastre llegara a ocurrir, el general Mac Kackmale no tendría otro remedio que volarse los sesos! ¡Era imposible sobrevivir a semejante deshonor! Sin embargo, antes de que los monos, llamados por el silbido de su jefe, hubiesen invadido la habitación del general, algunos soldados habían podido atrapar a Gil Braltar. El loco, dotado de un vigor extraordinario, se resistió, y no costó poco trabajo reducirlo. Su piel prestada le había sido arrancada en la lucha; se encontraba amarrado, amordazado y casi desnudo en una esquina de la habitación, sin poder moverse ni emitir sonido alguno. Poco tiempo después, Mac Kackmale abandonó su casa con la firme resolución de vencer o morir de acuerdo a una de las más importantes reglas militares. Pero el peligro en el exterior no era menor. Al parecer, algunos soldados se habían podido reunir en La puerta del Mar y avanzaban hacia la casa del general. Varios disparos se escucharon en los alrededores de Main Street y la plaza de Comercio. Sin embargo, el número de simios era tal que
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la guarnición de Gibraltar corría peligro de verse muy pronto obligada a ceder posiciones. Y entonces, si los españoles hacían causa común con los monos, los fuertes serían abandonados, las baterías quedarían desiertas, las fortificaciones no contarían con un solo defensor, y los ingleses que habían hecho inaccesible aquella roca, no volverían a poseerla jamás. De repente, se produjo un brusco giro en el curso de los acontecimientos. En efecto, a la luz de algunas antorchas que iluminaban el patio, pudo verse a los monos batirse en retirada. Al frente de la banda iba su jefe blandiendo su bastón. Todos lo seguían a su mismo paso, imitando su movimiento de brazos y piernas. ¿Había podido Gil Braltar desatarse y arreglárselas para escapar de la habitación donde se encontraba prisionero? No había duda posible. ¿Pero adónde se dirigía ahora? ¿Se dirigía hacia la punta de Europa, a la villa del gobernador con el objetivo de atacarlo y obligarlo a rendirse, así como había hecho con el general? ¡No! El loco y su banda descendieron por Main Street. Luego de haber cruzado por La puerta de la Alameda, marcharon oblicuamente a través del parque y comenzaron a subir por la cuesta de la montaña. Una hora después, en la villa no quedaba uno solo de los invasores de Gibraltar. ¿Que había ocurrido, entonces? Pronto se supo, cuando el general Mac Kackmale apareció en el límite del parque. Había sido él quien, desempeñando el papel del loco, se había envuelto en la piel de mono del prisionero y había dirigido la retirada de la banda. Parecía de tal modo un cuadrúmano, este bravo guerrero, que logró engañar a los monos. Así fue como no tuvo que hacer otra cosa más que presentarse y todos lo siguieron. Simplemente, una idea genial, que fue muy pronto recompensada con la concesión de la Cruz de San Jorge. En cuanto a Gil Braltar, el Reino Unido lo cedió, a cambio de dinero, a un Barnum que hace fortuna exhibiéndolo en las principales ciudades del viejo y el nuevo mundo. El Barnum incluso da a entender de buen grado que
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no es aquel salvaje de San Miguel quien exhibe, sino el general Mac Kackmale en persona. Sin embargo, esta aventura constituyó una lección para el gobierno de Su Graciosa Majestad. Comprendió que si bien Gibraltar no podía ser tomada por los hombres, estaba a merced de los monos. En consecuencia, Inglaterra, que es muy práctica, ha decidido no enviar allí, en lo sucesivo, sino a los más feos de sus generales, de manera que los monos volvieran a engañarse si ocurriera otro hecho similar. Esta medida le asegurará, verdaderamente para siempre, la posesión de Gibraltar. Verne, J. Gil Braltar. México: Seg. Reecpuerado de http://www.seg.guanajuato.gob.mx/Ceducativa/CDocumental/Doctos/2016/octubre/Gil Braltar.pdf [Consultado en marzo de 2020]
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SOPAS DE LETRAS B a r b a A zu l
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U n b a i l e de m รก s c a r a s
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El collar
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C e n ic i e n t a
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L a p r i n c e s a de l a s a z u c e n a s ro j a s
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El gato con botas
1.¿Qué era el padre de los tres hermanos? (orenilom) 2.¿Cuál fué la herencia del hijo menor? (otag) 3.¿Qué fué lo primero que el gato con botas le ofreció al rey? (ollijenoc) 4.Completa en nombre del dueño del gato “Marqués de ____________” (sabarac) 5.¿De quién era el castillo más bello de todo el reino?(orgo) 6.¿En qué estaba convertido el ogro cuando lo comieron?(atar) 7.¿Dónde se bañó el Marqués de Cardabás?(oir) 8.¿Entre qué dió el paseo el Rey?(sopmac) 9.¿A quienes amenazaba el gato con botas durante el paseo?(sonisepmac) 10.¿Con quién se casó el Marqués de Cardabás?(asecnirp
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Gil Braltar
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SOPAS DE LETRAS Resueltas B a r b a A zu l
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U n b a i l e de m รก s c a r a s
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El Collar
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C e n ic i e n t a
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L a p r i n c e s a de l a s a z u c e n a s ro j a s
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El gato con botas
1.¿Qué era el padre de los tres hermanos? (orenilom) 2.¿Cuál fué la herencia del hijo menor? (otag) 3.¿Qué fué lo primero que el gato con botas le ofreció al rey? (ollijenoc) 4.Completa en nombre del dueño del gato “Marqués de ____________” (sabarac) 5.¿De quién era el castillo más bello de todo el reino?(orgo) 6.¿En qué estaba convertido el ogro cuando lo comieron?(atar) 7.¿Dónde se bañó el Marqués de Cardabás?(oir) 8.¿Entre qué dió el paseo el Rey?(sopmac) 9.¿A quienes amenazaba el gato con botas durante el paseo?(sonisepmac) 10.¿Con quién se casó el Marqués de Cardabás?(asecnirp
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Gil Braltar
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Esta obra se acabó de imprimir en el mes de marzo de 2020, en los talleres de ©Editorial Razmmad, S.A. DE C.V. Avenida Presidente Masarik núm. 128, Piso 5 Colonia Polanco Deleg. Miguel Hidalgo C.P. 11563, Ciudad de México.
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