¿Por qué Recordarte?

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Biografía Visual Inconclusa

con relatos de

Astrid Rodríguez Farfán Hija

Franklin Hijo

Ivonne Rodríguez Farfán Hija

Natalia Romero Rodríguez Nieta

Elizabeth Romero Rodríguez Nieta

Ma. Victoria Bustos Rodríguez Nieta

diseño, edición y fotografías por

David Abner Bustos Rodríguez Nieto
































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Los Ángeles

Recuerdo ese tiempo de manera especial. Recuerdo la espera en el terminal de buses entre muchas maletas. El viaje en bus “Vía Sur” desde Santiago a Los Ángeles, en los últimos asientos, de noche, fue un viaje tranquilo. El auxiliar del bus nos llevó caramelos; le dijo a mi papá que eran para nosotros porque nos estábamos portando bien. Llegamos en la mañana a una ciudad nueva. El papá nos dejó esperando en el terminal de buses unos momentos mientras iba a buscar la camioneta DATSUN de la empresa en la que estaba trabajando. Desde ahí, nos llevó a una casa acogedora, de madera, de dos pisos con una escalera que daba justo al comedor – cocina. Ahí vivía una familia que le había acogido a su llegada meses antes, cuando llegó a trabajar a esa ciudad. Nos recibieron como si fuésemos de la familia, como si nos conocieran de años. Algunos de los hijos mayores




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estaban a la mesa, mientras uno de los menores miraba desde los huecos de la escalera con timidez. Esos niños y preadolescentes fueron mis primeros amigos. El papá era el Pastor de la iglesia en esa ciudad y su esposa una maravillosa mujer que se hizo amiga desinteresada de mi madre. El hijo mayor de esa familia (Patricio) y mi papá fueron mejores amigos. Mi papá le enseñó a conducir y aún hoy, el adolescente de ayer recuerda ese evento. Luchito, el papá pintaba maravilloso. Era un talento de familia. Sus hermanos pintaban cuadros al óleo y sus casas eran verdaderas salas de Arte. Por este motivo, le encargaron pintar el cuadro de la Iglesia, y estuvo trabajando en eso, algo de dos o tres días seguidos, tiempo que pasamos en esa casa mientras el papá hacía lo suyo. Fueron días preciosos, llenos de afecto y amistad. (Con el correr de los años, el cuadro fue restaurado un par de veces, hasta que en el terremoto del 2010 el cuadro se vino abajo junto con el Templo). Durante esos dos años, la asistencia a la iglesia era regular. Mi mamá, mientras el papá estaba trabajando, nos llevaba a las reuniones de señoras de los lunes. Los domingos, era sagrado ir al culto de la mañana y al de la noche. Los buenos amigos, los Frez y los Rodríguez pasábamos buenos momentos juntos. Las amigas Antonia y Norfa eran inseparables. Durante ese tiempo vivimos en una casita en la Población Orompeyo. En invierno llovía como en el diluvio y en verano el calor era muy grande pero las escapadas al río eran entretenidas. Algunos viernes las idas a Mulchén a un restaurante en la carretera eran lo mejor de la vida.


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En ese tiempo el papá hizo las más valiosas adquisiciones para la familia: Libros. Muchos libros. Enciclopedia Salvat de muchos tomos, una colección de 12 novelas policiales, novelas de Guy de Maupassant, una pequeña colección de Agatha Christie y la Primera Enciclopedia Salvat para niños. La mamá cocinaba rico, aprendió a preparar vino dulce (su amiga Norfa le enseñó pues ella preparaba el vino para el servicio de la Santa Cena), aprendió a “burlar” los antojos del papá que sólo tomaba Café “Tempo” pero como era muy caro ella compraba otro y se lo servía… y así demostró que eran lo mismo porque él nunca se dio cuenta. El papá la consentía, le llevaba regalos lindos, la cuidaba. Pero llegó el momento de partir. Por motivos de trabajo, hubo que dejar Los Ángeles, los amigos, la casa. Y la historia comenzó a cambiar.









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Ya puedo leer

Era un día frío, estaba en primer año básico, sentado en el primer asiento al lado de la puerta, el curso de unos 20 niños, entre ellos dos niños conocidos del local, una niña de trenzas y un niño travieso, que si lo hubiera visto ahora, diría que con caractetísticas de líder. Había llegado a esa escuela después que me rechazaran en el colegio donde estaban mis hermanas mayores, tenía cinco años y no me recibirían sino hasta un año más. Mi tía, que así me decía la esposa del guía de clase, como para darme confianza, ya que su apellido era igual al mío, le recomendaría esta escuela a mi madre ya que ahí tenía a su hijo menor justo para primer año y podría tenerlo de compañero de curso. Poco tiempo llevábamos asistiendo al local, porque un año antes estuvimos viviendo de allegados en casa de un tío, un poco más retirado del lugar, pero como había hartos primos y no faltaba la gente en casa, estuve allá hasta casi fin de año, como encerrado. No entendí mucho lo que había pasado, pero el papá había fallecido en febrero en un accidente en la carretera. A los tres años vivíamos en un cité, cerca de un hospital muy cerca del templo central, pero mis padres no iban casi a las reuniones y no recuerdo haber estado a esa edad mucho por ahí. El papá buscando trabajo, se encuentra con un amigo que le ofrece llevarlo a Los Ángeles para hacerse



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cargo de la ITO (Inspección Técnica de Obra) ya que estaban construyendo colegios. Nos fuimos. La Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, que así se llamaba la empresa, le pasó una casa a mi padre para vivir con la familia y una camioneta Datsun. Conocí a la familia del pastor de ese entonces, aunque no entendía mucho las cosas, solo jugaba como niño de dos años recién cumplidos, me acuerdo que eran simpáticos, mis padres se acercaron a la iglesia, mi papá pintó el cuadro del templo central allá, porque en su familia eran todos pintores. La vida transcurría sin sobresaltos, a veces el papá nos llevaba a Mulchen, al campo donde unos amigos y yo veía como ellos jugaban y lo pasaban bien. Siendo yo tan chico no era mucho lo que conseguía hacer. El viaje era bonito, lindos los paisajes de campo. De regreso en la casa, por la noche, dormía en una cuna de fierro, en el dormitorio con los papás. Después de un tiempo, terminan la construcción y se deben trasladar a Chillán, porque allí había otra escuela que construir. Todo de cero, casa, iglesia y colegio para mis hermanas. Me acuerdo que en esa iglesia fui bautizado por el pastor, pero como era mas grandecito, pasé caminando a recibir el bautismo en medio de una reunión general con mis padres y parece que una tía y la abuelita paterna. La rutina semanal era siempre la misma, el papá se iba en la Datsun, con el tío sordo, que así le decían porque le costaba oír, y unos trabajadores que se iban en la parte de atrás. Mi mamá, por su parte me llevaba a dejar y a buscar a las chiquillas al colegio. A veces había una niña mayor que les ayudaba con las cosas de la casa y me dejaba solo con ella. Por la tarde, el papá pasaba a dejar a sus compañeros y llegaba al cerrar el día a casa donde mi mami lo esperaba con sus hijos bañados para sentarnos a la mesa. Habiendo ya cumplido los cuatro años, corría la segunda mitad de febrero, un dia, dejando mis juguetes, a media mañana, voy en busca de mi mamá y le lanzo una pregunta que nunca se borró: - Mamá, ¿hoy día mi papi va a volver?


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- Sí hijo, siempre lo hace, me dice. Seguí jugando con mi camión de madera en el suelo y al rato, sin entender lo que estaba pasando, me pongo en pie y voy rapidito a la cocina y le vuelvo a preguntar: - ¿Pero está segura que mi papi va a volver? - Pero claro que estoy segura, ¿por qué habria de no venirse a la casa? Nunca vi una discusión entre ellos, y nunca vi que estuvieran enojados o algo raro entre ellos ni con nosotros, sus tres hijos, yo el menor. Era una familia normal. Estuve con esas preguntas muchas veces ese día, hasta que por la tarde, mi madre no podía sostenerse en pié, me contaría muchos años después. Comenzó un cuestionamiento en ella, se enfermó de los nervios, tuvo que encerrarse en el baño, se puso a clamar a Dios, fue a orar a su pieza, cuando de pronto, como a la misma hora que llegaba el papá, tocan a la puerta... Sale mi mamá y venían a decirle que el papá había fallecido en la carretera, que no alcanzó a sufrir, la muerte fué instantanea. El tío sordo que iba de copiloto salvó ileso, los trabajadores que iban en la parte trasera, ningún herido. Había chocado de frente con un camión en la ruta cinco entre Chillán y San Carlos al regresar de la faena. Aún conservo un billete de medio escudo que el papá tenía en un bolsillo ese día con marca del accidente. Desde ese día, hasta que estábamos viviendo de allegados donde el tío, no tengo ningún recuerdo, solo lo que me han contado. Pero sí debo decir que en adelante nunca seria el mismo.Me afectó profundamente la muerte de mi papá, por el hecho que ya no estaba, como porque nunca he comprendido qué pasó y cómo es que yo lo supe antes. En adelante fui un niño muy retraido, muy observador, siempre a la defensiva, siempre pensando que los demás querrían hacerme daño, el amor de mamá ya no sería el de antes, porque ahora pasó a ser mamá y papá y tuvo que trabajar, creceríamos solos los tres.


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Habia que luchar para vivir o no llegaria a ser como papá para proteger a la mami y devolverle lo que ella perdió. Ahora yo pasé a ser el protector de la familia, el único hombre de la casa, con apenas cuatro años. Al menos eso me dijeron mis tíos y abuelitos al ver que mi madre no quiso regresar a la casa materna mi estar de allegada. Ella quiso luchar sola por sus hijos y que nadie se los mandara o corrigiera nunca. - Yo seré ahora tu Luchito, le dije a mi mamá. - Cuando sea grande voy a tener una camioneta DATSUN y tú vas a andar conmigo, le prometí. - Cuando andes en tu camioneta, en mi lugar va a estar la mamá de tu niñito que va a ir al medio, a tu lado, me dijo, riendo con ternura. Pasarían casi treinta años antes que comprara mi Datsun, que ahora era Nissan, no fue camioneta, fue un auto con el que recorrí varias veces los lugares de infancia. Por ser accidente laboral, la empresa indemnizó a la familia entregándole una casa propia a nombre de la viuda y cada uno de los tres hijos, una pensión de viudez y una pensión a los hijos hasta los 24 años siempre que estén estudiando. Entonces fuimos a la entrevista con la directora del colegio que mi tía le recomendó a mi madre y yo que algo sabía del orden de los números y siendo alto de estatura para la edad, me pregunta: - ¿A qué curso quieres entrar, a kinder o a primero?, me dice con entusiasmo, como para que yo no me asuste. - A primero, dije como no entendiendo que quería decir con kinder. Pero primero siempre era primero, eso era lo lógico. Entré al curso siendo el menor de todos, pero debía luchar y ser el mejor. Nos comienzan a mostrar las letras, de a poco con el Silabario Hispanoamericano. Mi tía después cuando pasábamos a su casa al terminar la reunión muchas veces me decía riendo que ella había usado un silabario que tenía su nombre, que ese era el mejor, ese era el Lea. Parece que la veo



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en la casa mostrándome su libro y sus hijos más grandes mirando con una sonrisa, con cariño. Como solo tenía que ir al colegio, me di al trabajo de hacerlo bien y me acuerdo que ese día, de invierno, me hacen leer la pizarra y me pasan un papel diciéndome, dile a tu mamá que te compre o consiga este libro, que debes traer la próxima semana. Me sentí grande por primera vez desde el duelo, el libro se llamaba Ya Puedo Leer. Habia sido el primero de la clase, entonces podría llegar a ser grande algún día, sentí orgullo. Había sabido que kinder era el curso de los más pequeños y yo debería haber estado allá, pero había pasado adelante. Tenía un objetivo y había que cumplirlo, pensaba como niño de cinco años. Ahora se abría un mundo nuevo, toda una vida por delante.




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Legado

Mi abuelita ha estado presente en cada momento de mi vida. Ya sea como protagonista o con su memoria viniendo a mí en cada decisión o paso que doy, debido a que siempre me está dando consejos y sus palabras resuenan cuando la situación las requiere. Recuerdo que desde muy chica me decía que leyera la Biblia; los proverbios, principalmente. Y lamento no haberle hecho caso hasta ahora, que tengo 23 años. Ahí he podido encontrar consejos y guías que me impulsan no solo a ser mejor mujer y amiga, sino un buen ser humano y jamás permitir la injusticia hacia los débiles. Ella siempre me impulsó a ser amor, a ser la voz de los que no tienen voz, y por fin podré corresponderle. Otro recuerdo muy dulce que tengo es cuando nos quedábamos con mi hermana en su casa cada verano y de vez en cuando, no podíamos dormir por la bulla de afuera y porque era común que se metieran ladrones al patio. Ella nos recitaba cada noche dos versos que ya son un mantra para mí y los


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repito con mi hija cada vez qué hay una noche difícil: En Paz me acostaré y así mismo dormiré, porque solo Tú, oh, Jehová, me haces estar confiado. Aun escribiéndolo puedo oír su voz, calmada y segura, y mis ojos se llenan de emoción. Después de esto, nos cantaba Paz, paz, dulcísima paz, es aquella que el Padre me da. Yo le ruego que inunde por siempre mi ser en sus ondas de amor celestial. Éste es, lejos, mi himno favorito, no solo por lo que declara, sino porque era el que más le oía cantar a mi abuelita. Cada vez que el cansancio la invadía, junto con los dolores a su carita, al corazón y encima hacerse cargo de mi tía mayor que ella, ella siempre estaba echando la talla y bailando para alegrar el ambiente. Si no fuera por la increíble bondad y fortaleza de mi abuelita, yo y mi familia no solo no tendríamos donde vivir, sino que no conoceríamos lo que es ser un sirviente fiel y cómo derramar amor con nada acción y palabra que sale de nuestro corazón. Ella es un ángel disfrazado de mamá, y espero algún día, antes de que sea tarde, devolverle el amor que me ha entregado, pero es tanto, que siento que ni todos los besos ni todos los abrazos ni todos los masajes del mundo serían suficientes. Mi abuelita ya no se ve como yo la recuerdo, pero su amor sigue intacto y yo aún lo siento. Cada una de sus enseñanzas están marcadas en sus nietos, quienes se las heredaremos a nuestros hijos, haciendo que su legado permanezca.
























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Abuelita

Abuelita. Siempre le he dicho abuelita. La palabra abuela jamás me gustó. Me parecía tan dura, tan poco cariñosa, nada apropiada para la mujer tierna y fuerte que es ella. Soy la mayor de sus nietos y desde que nací la he tenido toda mi vida cerca. Desde que era niña me angustiaba la idea de perderla en algún momento. En las noches me desvelaba pensando en eso, deseando no crecer para que ella no envejeciera. Recuerdo que siempre me contaba un cuento sobre un niño y su abuelo, unas herraduras y unas cerezas. Ya no recuerdo la historia ni tampoco la moraleja, pero lo que sí recuerdo es cada sensación que tuve al imaginar las escenas de su relato. Ese sentimiento cálido que me provocaba estar con ella y escuchar ese cuento que yo le pedía repetir muchas veces. Recuerdo acompañarla a veces durante su trabajo en la Escuela de Artes Gráficas, donde me caían mal los alumnos que eran desordenados y que a veces la molestaban (como suele pasar en los colegios entre los alumnos e inspectores).



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Me gustaba ir a su escritorio y al patio con ella, cuando todos estaban en sus salas. Algo que también era habitual eran mis dolores de oídos y su forma de calmármelos. Muchas veces me ungió cuando me enfermé, me enseñó a clamar a Dios siempre que tuviera miedo o dolor. No me gustaba cuando se iba a Valdivia. La íbamos a dejar al terminal de buses Lit, justo en la esquina de Gran Avenida con Departamental, y cuando nos devolvíamos sin ella siempre me sentía triste. Se me hacían eternas esas semanas (si es que esos viajes duraban semanas, no lo tengo claro en realidad), pero me encantaba cuando volvía. Me acostaba en la noche sabiendo que a la mañana siguiente ella estaría de nuevo en la casa, y traería los bolsos llenos con galletas glaseadas con mostacillas de colores, ¡o mazapán! También traía unas pastillitas blancas en unos frasquitos naranjos transparentes, que con Felipe tomábamos como malos de la cabeza con la excusa de que eran vitaminas. Hasta que por fin una vez la acompañamos en uno de sus viajes. Nos fuimos a Valdivia con ella y la tía Chabela en el verano de no recuerdo que año, para unas conferencias que hicieron allá. En ese viaje conocí el Río Calle Calle, el Fuerte de Corral, la playa de San Ignacio, alimenté ovejas y arranqué de ellas también. Después de eso viajé varias veces sola a verla a La Calera, cuando ella se había ido a vivir allá. La acompañé cuando la tía Chabela que quebró la cadera y la visitábamos en el hospital. La acompañaba a hacer sus trámites al SII o a la TGR. Siempre anduvimos para todos lados juntas. Siempre fue una mujer muy independiente y clara con todo lo que hacía.


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Tengo tantos recuerdos con ella, demasiados en realidad. Siendo sincera no tenía la noción de esto hasta que empecé a escribir y recordar cada cosa que he vivido en mis 32 años a su lado. El nacimiento de su primer bisnieto, mi Santi, alegró su vida desde que supo que él venía en camino. Y ya no se le salió más del corazón. Ha sido duro verla en momentos en que no sabe quiénes somos, o dónde está, pero aun así nos sigue entregando su amor. Este es mucho más grande que sus recuerdos, no es algo consciente, no es racional. Es un sentimiento con el que ella vive y ha vivido en su corazón desde siempre, desde que la recuerdo. Ha sido la mejor mujer que he tenido el privilegio de conocer y soy una completa agradecida y afortunada por eso. En la última conversación profunda que tuvimos hasta esta fecha, estuvimos las cuatro con mi mamá, mi hermana Aby, ella y yo. Nos dio sus consejos, nos contó sus recuerdos, nos dio sus cariños. Me di cuenta de que a pesar de la falta de lucidez que en algunos momentos la aqueja, tiene todo tan claro. Su fe sigue intacta. Su refugio sigue siendo el mismo, Dios. Me da lecciones sin darse cuenta. Sé que hay muchas cosas más que podría decir, muchas más historias que iré recordando, pero lo más importante es que todas están llenas de amor. Un profundo amor mutuo que nos ha unido y nos unirá siempre.


































Recuerdos con mi abuelita

Durante mis 25 años, he tenido la bendición de compartir parte de mi vida con mi abuela, tanto el Santiago, como en las otras ciudades que residí (Antofagasta, Copiapó y La Serena). Recuerdo ir caminando de la mano de mi abuelita un día en Santiago, creo que tenía como 5 años. No recuerdo desde y hacia dónde íbamos, pero si el trayecto que recorrimos. Era un día nublado y caminamos largas cuadras de la mano. Otro momento que recuerdo, también en Santiago, no estoy segura si fue antes o después del ya descrito, pero estábamos de visita en casa de mi abuelita, no era muy tarde, sin embargo, me quedé dormida en su pieza, mis papás decidieron dejarme allí y al día siguiente irían a buscarme. Era sagrado ir todos los veranos a La Calera a pasar las vacaciones junto a mis primos en


la casa de mi abuelita, junto a la tía Teresa. Tengo muchos recuerdos de ella preparando el almuerzo, mimándonos, dándonos harta comida. Siempre alegre, siempre muy activa, hasta el último verano que pasamos allá en el 2017. La acompañábamos al patio, cosechamos paltas, uvas, ciruelas, duraznos, peras, damascos, incluso un año recuerdo a mi abuelita sacando habas para que nos lleváramos a Copiapó. Preparábamos mermeladas de todas las frutas que pilláramos en el patio, sobre todo de damasco. Muchas veces la acompañé a hacer sus trámites, visitas al médico o a comprar y al caminar del brazo, su gesto infaltable de tratar de acomodar la tela de mis mangas. Cuando me conversaba solía tener ese gesto, tomaba algo con las manos y lo trataba de estirar y acomodar, con la mayor suavidad posible. Un momento infaltable de anotar en estas memorias, fue cuando una vez que fuimos a pasear por Valparaíso, ya íbamos de vuelta a la ciudad de La Calera, tomamos el metro – tren que conecta ambas ciudades. Estábamos subiendo al vagón y mi abuelita rápidamente se adelantó a ocupar uno de los asientos; lo entretenido es que justo una señora estaba caminando hacia atrás, con la finalidad de ocupar el mismo asiento que ya había tomado mi abuelita; esta señora no se dio cuenta de la rapidez con la que mi abue se hizo con él y casi la aplasta. Fue un episodio muy entretenido, ya que era la primera vez en mucho tiempo que veía a mi abue correr.


Pudo conocer a quién hoy es mi esposo (Alexis), se dio el tiempo de conocerlo y conversar con él. Hubo una tarde que conversaron sus buenas horas, mi abuelita le dedicó tiempo. Y a pesar de que no pudo asistir a mi matrimonio, una vez que pudimos, fuimos a verla y le mostramos todas las fotos del evento, ella feliz solo con el hecho de verlas. Me hubiese gustado compartir muchísimo más con ella, pero debido a los acontecimientos de la vida, tuvimos que cambiarnos de ciudad, sin embargo, momento en el que podemos viajar partimos a estar con ella, tanto en La Calera como en Santiago.
















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Recuerdos

Mi madre, mi mami como yo le digo, no ha tenido una vida fácil. Desde que llego a este mundo su vida fue marcada por el sufrimiento. Hija de un hombre de negocios y una dueña de casa, nació en Caimanes. Un pequeño pueblo del norte y atendida por parteras, común en esa época. Quedando huérfana de madre a los 17 días de nacida. Su padre se la entregó a su cuñada, ya que él no podía hacerse cargo de su hija... a pesar de haber perdido a su madre tan pequeña, fue criada con mucho amor por sus tíos y su prima hermana, Teresita, que tenía en aquel entonces 17 años. Y a quien ella llamo mamá hasta los 7 años, ya que ahí le contaron la historia. Estos tíos a los que ella siempre les dijo mamita y papito, la criaron, educaron con mucho amor y dedicación. Estudió alta costura. Se tituló y se independizó, luego se casó con el amor de su vida y formo una familia, tuvo 3 hijos y una vida perfecta...



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Pero a la edad de 32 años, con 3 hijos pequeños y 7 años de casada, quedó viuda. La vida no fue fácil. Muchas veces la vi llorar. Me imagino lo difícil que debió ser en esa época. Años 70, joven y sola y con 3 niños que alimentar. Trabajaba cosiendo, pero no era suficiente. En el año 73 ingresó a trabajar a la Escuela de Artes Gráficas, trabajo que por muchos años debió complementar con las costuras, porque el dinero no alcanzaba. Ahí permaneció por 30 años. Su primer cargo fue como ayudante de bibliotecaria, luego como inspectora, luego fue secretaria de la dirección y los últimos años como inspectora. Cuando trabajaba en la escuela, años 90, le empezó la enfermedad de la neuralgia del trigémino, esta enfermedad terrible que ha ido acabando con su vida. Mi mami, a pesar de no tener una vida fácil, siempre fue muy alegre, cariñosa, una mamá preocupada, que dio todo por nosotros. Recuerdo que por mucho tiempo no se compró nada para ella, ni un par de zapatos, ni una chaqueta, nada de nada porque no alcanzaba. Pedía la mercadería en el almacén de la esquina, y llegaba fin de mes, pagaba la cuenta, y volvía a pedir... no había otra opción. Así y todo, era generosa, siempre compartió con quien tenía menos. Y nunca se quejó, nunca tuvo una mala palabra hacia nosotros. Duele verla ahora, ya que siempre fue muy activa. Le gustaba salir, viajar a Valdivia, a Copiapó, a La Calera, a Viña. Se manejaba perfecto con sus depósitos a plazo.



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Hoy ni siquiera sabe firmar un documento. Tenía buen gusto para vestirse, siempre distinguida, siempre elegante y sencilla a la vez. Hoy no sabe cómo vestirse, qué se pone primero y qué va encima... Era capaz de memorizar textos largos, recuerdo que con su curso dirigió la batalla de la Concepción y se aprendió que debía decir cada alumno. Una obra de teatro hermosa, no la vi, pero ella lo contaba con lujo de detalles.... Hoy no recuerda mi nombre... me lo pregunta todos los días. Ha sido duro ver cómo va olvidando... le muestro fotos y se alegra de ver a sus nietos y bisnietos. Disfruta con eso. Pero si uno la deja, se olvida de todo. Le muestro fotos de ella y a veces llora de pena, porque se da cuenta que los recuerdos son cada vez más borrosos y sufre con eso. Mi mami, una mujer bella, de una belleza física y espiritual con una garra que jamás conocí, con una capacidad de luchar pese a las enfermedades y dificultades y que aunque físicamente ya no se ve igual que hace un año atrás, su fortaleza y generosidad siguen estando ahí...




























Agradecimientos a: Mi abuelita Antonia Mi Familia Xiomara Cancino Jorge Soto (Yoge) Teresa Migliassi Marycarmen Muñoz Felipe Fuenzalida

La tipografía utilizada en esta edición es GT Sectra Fine, en su variante Regular y Regular Italic. Los textos que acompañan a las fotografías son escritos a mano.







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