PASEO ENTRE PINOS Esta escritura, destinada a plasmarse en papel para dar vida a más sabia de saber, se la quita a un árbol que nos da el respirar. Afrenta ésta la de la civilización humana en un orbe exhausto de explotación y de la cual somos peones. Aun queriendo concienciar por la vida y la historia desde lo colectivo y teórico – práctico, recurrimos sin querer a ser silvestres taladores de árboles, aunque jamás manipulemos un hacha o una motosierra. Sembremos árboles para tratar de enmendar el error pero, sin dudarlo, no serán pinos. Serán rosos blancos, araguaneyes, samanes o algo autóctono germinado en algún vivero, por los sempiternos Altos de Guaicaipuro. El hermoso verdor de la vegetación de Macarao arriba es sitio propicio para paseos con esplendorosas vistas. Ese inmenso lugar tiene sus muy territoriales dueños y señores, que son: el Roso Blanco, el helecho cómplice de las creaturas del bosque, las esbeltas palmeras Wettinia praemorsa, entre tantas bellezas. El derecho a contemplar el paisaje auténtico pasa por las bayonetas culturales del neo coloniaje que se empeña en plantar sus collages europeos. Esta sierra que se empina bravía se cubrió de unos árboles exógenos, entre ellos, el eucalipto y el pino europeos. Tiene nuestro Macarao de ellos un retoucherie del Haffkrug alemán con encajes suizos, pero no lo es. Esos seres se trasplantaron allí en gran número como un ornamento quizá por lo muy llano del paisaje o lo no tan elevado de los especímenes autóctonos. Un esteticismo europeo emprendido, entre otros, por Gustavo Knoop, como el intento alemán por predominar en nuestras tierras, después de ocaso hispano, con los Welser. Aunque se escribe en la historia que era para recuperar bosques arrasados. Ejemplo de esa ornamentación lo es El Cerro Pan de Azúcar o “Supaj Ñuñú”, que para finales de los años 50 aún era libre del infausto invasor biótico que diseñadores ambientales foráneos plantaron para evocar a su viejo mundo.
En el corto transcurrir de lo escrito nos toca nuevamente subir desde nuestra metacognición al cielo, o quizá usar Google Earth y desde allí buscar el hermoso verdor de Macarao arriba. Ahora no es tan verde. Es un verde bosque de pino europeo el cual se insiste en sembrar masivamente hoy día. Parece que el pintor milenario estaba cubriendo el lienzo y de pronto, ¡zás!, otro lanzó metrallas amorfas de colores y después un grafitero cerró el Guernica con trazas de quema ennegrecida. Un merideño diría al verlos en sus Andes amados: no son pinos, son conos ácidos; son extraños caminantes llegados allí que, paralizados en el frío, acidifican el suelo y pretenden opacar a mis majestuosos frailejones. Un guayanés diría al cruzar el majestuoso Puente Orinoquia ante tantos pinos: ¿estoy en una autopista canadiense? Un internauta en Wikipedia diría: qué hermosos los pinos de Macarao. ¡Eche! ¡Mejor a volver en sí! ¿Huele a pino silvestre aquí? ¡Sape! ¡Vamos de paseo al Barniz! Paseo entre Pinos. Publicado en el Semanario Somos Guaicaipuro, Nro. 17.
Profesor David Urretia A.
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1234tresbien12@gmail.com.
Nuestro coloso se ve además disminuido en un presente continuo de incesante tala, quema, secamiento inducido de árboles, siembra y poblamiento. No hubo perdón en el San Quintín francés en 1557, cuánto menos aquí con nuestras selvas autóctonas. Hispanos, lusitanos y venezolanos hemos depreciado este tesoro. Siendo así el panorama, ¿Cómo volver a contemplar estas montañas de la misma manera a partir de ahora, que no lucen ya tan nubladas y verdes cómo eran? Nuestro coloso pide ayuda, pero no se la demos con lo exógeno, con lo postizo.
8 de marzo del año 2016.
Ese coloso verde fue testigo de un entramado de cultura, identidad y mucho más conocimiento del que se ha documentado hasta ahora. Los aborígenes nómadas, seminómadas o sedentarios, tenían en Macarao un santuario de vida con los hermanos ríos, con todas sus formas de vida y sabían delimitar sus dominios; sus tierras.