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Arquitectura sensible

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Entre el usuario y el habitante

Entre el arquitecto y el usuario hay solo una línea que los separa, y otra que los cose en un entelado que se borda en tiempo presente continuo. Son, quizá, muchos los tipos de usuarios que habitan el sitio para degradarlo o para apreciarlo. O, visto desde otro ángulo, el sitio mismo los obliga a usarlo de una manera en especial o incluso los expulsa como si fuesen extraños. Como si el lugar tuviese conciencia y es que en realidad es una exteriorización mental de su “usuario” que lo usa o lo mal usa.

Cuántos tipos de usuarios conforman la míriada de categorías para un mundo cada vez más dividido de ideologías exuberantes. O, cuántos tipos de lugares conforman el océano inacabado de espacialidades diseñadas por el ser humano para existirlo cuando de usarlo se trata. Porque eso es lo que es un usuario. Alguien que usa algo para algo. La pregunta es ¿Qué pasa cuando deja de usarlo? No solo con el lugar, también con el usuario mismo. Acaso el espacio diseñado para ser vivido merece ser reducido a la acción que implica usarse. Puesto que todo aquello que se usa también se desecha. Y todo aquel que usa es usado también. Cuando manejamos un auto, lo estamos usando, al mismo tiempo el auto nos usa para que lo manejemos y pueda tener sentido la existencia de ambos objetos. El ser humano como objeto de uso y el auto como objeto usable. Lo mismo sucede cuando el espacio se diseña para la vida. Se usa y se desecha y nos usa y nos desecha también.

Entre el usuario y el habitante

Entre el arquitecto y el usuario hay solo una línea que los separa, y otra que los cose en un entelado que se borda en tiempo presente continuo. Son, quizá, muchos los tipos de usuarios que habitan el sitio para degradarlo o para apreciarlo. O, visto desde otro ángulo, el sitio mismo los obliga a usarlo de una manera en especial o incluso los expulsa como si fuesen extraños. Como si el lugar tuviese conciencia y es que en realidad es una exteriorización mental de su “usuario” que lo usa o lo mal usa.

Cuántos tipos de usuarios conforman la míriada de categorías para un mundo cada vez más dividido de ideologías exuberantes. O, cuántos tipos de lugares conforman el océano inacabado de espacialidades diseñadas por el ser humano para existirlo cuando de usarlo se trata. Porque eso es lo que es un usuario. Alguien que usa algo para algo. La pregunta es ¿Qué pasa cuando deja de usarlo? No solo con el lugar, también con el usuario mismo. Acaso el espacio diseñado para ser vivido merece ser reducido a la acción que implica usarse. Puesto que todo aquello que se usa también se desecha. Y todo aquel que usa es usado también. Cuando manejamos un auto, lo estamos usando, al mismo tiempo el auto nos usa para que lo manejemos y pueda tener sentido la existencia de ambos objetos. El ser humano como objeto de uso y el auto como objeto usable. Lo mismo sucede cuando el espacio se diseña para la vida. Se usa y se desecha y nos usa y nos desecha también.

¿Cuándo sucede cada caso?, cuando la compatibilidad de uso no es una respuesta ni por lo menos una coincidencia. Porque el espacio es una permanente relación con la existencia humana de abuso o de moderación y cualquiera de los dos casos subsisten para resguardar la lógica de una realidad cambiante y azarosa y, por lo tanto, compleja y dicotómica. El uso del espacio se somete al usuario y esto es un intercambio y una extensión, al mismo tiempo, una dualidad eterna.

ARQUITECTO-USUARIO podría afirmarse que son dos vocablos inseparables pragmáticamente. Pero, si la vida misma está llena de usuarios con y sin arquitectura. Desde sus orígenes el ser humano fue un gran usuario de cada objeto y o circunstancia que descubrió útil para sus fines de sobrevivencia. Aunque estos fines, las más de las veces, no fueran visionados de manera consciente. Me refiero a la heurística del acto en sí. Al descubrimiento mismo de la usabilidad de “algo” para su trascendencia en el devenir del ser humano pensante, sintiente y haciente.

Entonces, ¿la arquitectura?, ¿es acaso un objeto que se construye, edifica o diseña para ser usado, únicamente? O, mejor dicho, es un acompañante inherente a su usuario. O, ¿eso debería de ser? Porque la realidad es que hay espacios que lo expulsan con la frialdad de una noche sin estrellas. Con la misma suerte que, en el origen del homo sapiens pudo haber sido expulsado de una cueva por un oso con un rugido casi letal. En tal caso, habría que preguntarse cuántos “osos letales” hay en el presente en los espacios para la vida que expulsan a sus usuarios.

Al comprenderse el espacio arquitectónico en términos de usabilidad es dejar de percibirlo como un vacío sensible con memoria y recuerdo y en consecuencia establece al usuario como un cuerpo que usa ese espacio para resolver necesidades físicas y corporales, pero no lo percibe en su completitud porque el usuario no es un ser sensitivo. La dimensión humana no es un cuerpo que usa solamente, es un cuerpo, un ente y un ser. Tres dimensiones. El cuerpo que usa los objetos, el ente que los percibe y el Ser que los siente. Y esa trinidad o triada define un concepto mucho más amplio. El “habitante”, un ser que no solo usa; también constituye su domicilio, lo celebra, venera y eleva y donde el espacio arquitectónico da lugar para ello.

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