Revista Cultura Urbana Nr. 16

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO Nada humano me es ajeno RECTOR Manuel Pérez Rocha COORDINADOR ACADÉMICO María Rosa Cataldo COORDINADOR DE DIFUSIÓN CULTURAL Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA Óscar González COORDINADOR DE PUBLICACIONES Eduardo Mosches CULTURA URBANA • REVISTA DE LA UACM DIRECTOR Juan José Reyes COORDINADOR EDITORIAL David Huerta JEFA DE REDACCIÓN Y RELACIONES PÚBLICAS Rowena Bali Diseño Juan Pablo de la Colina CONSEJO DE REDACCIÓN Ernesto Aréchiga, Sergio Raúl Arroyo, Silvia Bolos, Óscar de la Borbolla, Ana García Bergua, Fernando García Ramírez, Iván Gomezcésar, Luis Felipe González, Bárbara Jacobs, José Agustín, Eduardo Langagne, Mónica Lavín, Vicente Leñero, Emiliano Pérez Cruz. VENTA: Sanborn’s, Educal, librerías de La Jornada y F.C.E. CULTURA URBANA invita a los miembros de la comunidad de la Universidad de la Ciudad de México y a los lectores en general a enviar a la redacción colaboraciones y comentarios. Asimismo, se reserva el derecho de elegir el material que publicará en sus páginas. Coordinación de Difusión Cultural y Extensión Universitaria: División del Norte 906, Octavo piso, Colonia Narvarte, Delegación Benito Juárez, C.P. 03100, y culturaurbana00@yahoo.com.mx Ciudad de México, 2007. Reserva del título: 04-2004-100113432600-102 ISSN: 1870-1817 Impresa en los talleres de la UACM, a cargo de Felipe García, ubicados en Av. San Lorenzo 290, Colonia Del Valle, Delegación Benito Juárez, C.P. 03100

Fotografías del libro Colonia Roma de Edgar Tavares López, cortesía de Editorial Clío.


Colonia Roma

Claroscuros y Fantasmas AÑO 3 • NUM. 16

5

La colonia Roma: Una propuesta de lujo y modernidad Jeannette Porras

13

El Servicio Postal Andrei Vásquez

71

Poema

Tzitzi de la Colina

El barrio romano Juan José Reyes

19

69

72

Una de romanos Zazil Collins

La colonia Roma: El tránsito pacífico del rebelde sin causa al globalifóbico Lorenzo Gutiérrez Bardales

25

La ciudad del Estanquillo

23

Leo Mendoza 29

De vinos y guitarras Luis Felipe Dávalos

30

53

Rowena Balí 35

51

El metro 1948: avances de un proyecto El amigo Pedro Infante

62

Martín Ibarreche 59

¿Dónde quedó mi Roma?

Asfálticas Lengua viperina Emiliano Pérez Cruz

Alejandrina Escudero 56

Tres canciones a la Ciudad de México Rosina Conde

La bolsa y la vida Nicolás Mora

Amazon Party Capítulo 12 Arcadia herida

Tepito tepitorum La culpa por la fama Alfonso Hernández

65

Eve Gil

Segundo Piso El aborto y las ovejas Javier Escalera

76

Librario

Alejandra García

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La Colonia Roma: una propuesta de lujo y modernidad Jeannette Porras

Edward Walter Orín, Casius Clay Lamm, su hijo Lewis y Pedro Lascuráin, fueron los iniciadores del proyecto fraccionador de la Colonia Roma, en la cual más tarde vivirían grandes personalidades de la aristocracia porfiriana como Pimentel y Fagoaga, los Limantour, los Romero de Terreros... Nuestra autora hace un minucioso recorrido, que va desde aquellos orígenes, hasta nuestros días, en los cuales la colonia ha adquirido un nuevo rostro, con grandes cicatrices, arrugas, grietas, y también rehabilitaciones

Hablar de la Colonia Roma es remontarnos a los inicios del siglo XX, en los que el porfirismo prometía optimistas perspectivas de desarrollo y modernidad. Con aires afrancesados y señoriales palacetes y casonas que hoy, orgullosos, resguardan una época que privilegió formas sinuosas y serpentinas en fachadas y ventanas cubiertas por rejas de hierro forjado. Sus moradores, prósperos aristócratas, legaron historias y leyendas que tejieron cada rincón de este barrio. A casi dos leguas de México, entrando por la calzada del poblado de Tacubaya se encontraba la hacienda de Santa Catarina del Arenal cuya gran extensión llegaba hasta las proximidades del pueblo de Romita. Tacubaya era un lugar privilegiado no sólo por su clima que

Manuel Payno consideraba como uno de los mejores del mundo, y perfecto para la curación de algunas enfermedades y la convalecencia de casi todas. Lo seco del terreno, la muy buena ventilación, las aguas delgadas y sabrosas que posee, y el oxígeno de la multitud de árboles que ya hay plantados y crecidos, son condiciones todas necesarias para la salud. Estas condiciones atrajeron a la aristocracia porfiriana capitalina que, huyendo de los miasmas de la ciudad, construyeron sus casas de campo, villas y palacetes al lado de pequeñas casas de adobe que rememoraban la época colonial y que poco a poco desaparecieron para ceder su espacio al lujo y modernidad que prevalecía en la época.

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La Colonia Roma: una propuesta de lujo y modernidad

Jeannette Porras

En los terrenos del Potrero de Romita, pertenecientes a la misma hacienda se situaba el pueblo del mismo nombre, conocido en la época prehispánica como Aztacalco que significa en la casa de las garzas, ahí, Hernán Cortés fue poseedor de grandes terrenos. “En el siglo XVIII se le bautizó con el singular nombre de Romita debido a un hermoso paseo arbolado que iba desde sus terrenos hasta Chapultepec, al cual llamaron Tívoli, muy semejante a uno que existía en la ciudad de Roma”. En su templo Santa María de la Natividad fundado en 1530, se bautizó a los primeros indígenas en 1537 por instrucciones de Pedro de Gante. Se dice que a ella acudían, antes de su ejecución, los criminales sentenciados a muerte en la horca, para encomendar su alma al señor del Buen Ahorcado. Durante años este evento fue representado teatralmente en la “farsa de los ahorcados” por los llamados huehuenches que

Este impulso constructor se registró en toda la ciudad con edificios que fueron orgullosamente inaugurados por Porfirio Díaz y su gabinete, para su edificación se invitaron a arquitectos extranjeros como Adamo Boari, Émile Benard y Silvio Contri que plasmaron el estilo ecléctico europeo tan en boga: el Palacio de Comunicaciones (hoy Museo Nacional de Arte), El Edificio de Correos, el Palacio de Bellas Artes, el Instituto de Geología, La Plaza de Toros La Condesa, el Museo de Historia Natural, la iglesia de la Sagrada Familia, entre otros. Los materiales también se importaron, como el concreto armado de París, éste revolucionó la forma de construir, así como el hierro y la lamina galvanizada de Inglaterra y Bélgica. De 1900 a 1910 se crearon veintiocho colonias cuya población saturó principalmente la zona del centro de la ciudad, surgieron de manera desordenada y sin ningún sentido de la planeación

acompañados de música y cantos recorrían las barriadas antiguas y una vez entrando a la plaza rodeada de fieles llevaban a cabo su representación. Romita era un barrio muy popular, de mala fama, el mismo José Emilio Pacheco lo advierte en Las Batallas en el desierto: “Romita era un pueblo aparte. Allí acechaba el Hombre del Costal, el gran robachicos. Si vas a Romita niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo, de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de estar cerca de Romita. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán, sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de la Piedad que a veces con la lluvia se desborda." Pasaron algunos años y muchos problemas para poder incorporar estos terrenos, respetando sus límites, a la colonia Roma. El desmesurado y vertiginoso crecimiento demográfico hacia mediados del siglo XIX y la gran demanda de vivienda propiciaron que la ciudad extendiera sus fronteras, incorporando las zonas aledañas: haciendas, ranchos y poblados como Tacubaya, San Ángel, Coyoacán, Tacuba y Tlalpan, que, en poco tiempo, serían fraccionados por un grupo de visionarios empresarios, la mayoría extranjeros, que amasaron grandes fortunas gracias al apoyo del gobierno mexicano.

urbanística. Esto propiciará el desplazamiento hacia las zonas de la periferia y del sureste como Tacubaya, Insurgentes y Tlalpan. En 1903 se instituye un nuevo Código Sanitario para la creación de nuevas colonias, en el que se exigía al fraccionador o concesionario a cubrir los trabajos de saneamiento que, posteriormente serían reembolsados por el mismo. Las colonias creadas bajo este régimen fueron la Roma, la Condesa, Paseo, Juárez y Cuauhtémoc. El propio Porfirio Díaz en un discurso del 16 de septiembre de 1903, se refirió a la urbanización de esta colonia: “La Ciudad de México continúa extendiéndose notablemente. En los últimos meses se han aprobado los contratos celebrados por el Ayuntamiento con algunas empresas particulares para la formación de las colonias llamadas ¨Roma¨, ¨Condesa¨y ¨Nueva Colonia del Paseo¨, cuyos terrenos están situados entre la capital y la ciudad de Tacubaya. Las condiciones estipuladas garantizan la urbanización completa de esas colonias, pues estarán dotadas de obras de saneamiento, alumbrado eléctrico, agua y pavimentación de primera clase¨ Hombres emprendedores y visionarios como el empresario inglés Edward Walter Orrin, gerente de la Compañía de Terrenos de la Calzadas de Chapultepec, con sus hermanos Jorge y Carlos, fundadores del famoso Circo Orrin, tan aplaudido por las actuaciones del payaso también británico Ricardo Bell, con el ingeniero inglés Casius Clay Lamm y su hijo Lewis y como tesorero, el que fuera

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La Colonia Roma: una propuesta de lujo y modernidad

Jeannette Porras

presidente de la República Mexicana por el periodo más corto, Pedro Lascuráin, fueron los fraccionadores de la colonia Roma, habría que aclarar que el proyecto original fue modificado por la Comisión de Obras Públicas. Para la dotación de agua potable y saneamiento se formó una Sociedad Anónima entre la Sociedad de la Condesa y la Compañía de Terrenos de la Calzada de Chapultepec, dueña de la colonia Roma, bajo la denominación de Compañía de Obras de Urbanización; ésta tenía la finalidad de realizar las obras para ambas colonias de forma práctica y económica; con respecto a la pavimentación la obra se llevaría por medio de la Compañía de Adoquines de Asfalto con el sistema de la Compañía Barber, con la que la de Adoquines está ligada por contrato. Los límites tanto de la colonia Roma como de la colonia

Se fraccionaron lotes de grandes dimensiones, algunos fluctuaban entre los mil y cinco mil metros cuadrados. Estas grandes mansiones correspondieron a la aristocracia del momento, aunque a decir del cronista Guillermo Tovar y de Teresa en la “Roma vivieron los ricos de segunda, los pseudoaristócratas (los de verdad vivieron en Paseo de la Reforma…”. Hubo habitantes, efectivamente, de un nivel económico más bajo pero con altas pretensiones a los que se les otorgaron facilidades para adquirir un terreno situado en la zona de Romita. Sin embargo, conviene destacar que muchas de esas casas a pesar del deterioro, siguen embelleciendo los paseos de visitantes a esa colonia. Durante el gobierno de Porfirio Díaz (1877-1911) se importaron no sólo costumbres y tradiciones francesas sino que se edificó siguiendo las tendencias estilísticas ya consolidadas en Europa:

Condesa han variado, los terrenos que en algún momento fueron de la Condesa, hoy día pertenecen a la colonia Roma como son las avenidas Chapultepec, Insurgentes, Álvaro Obregón y Veracruz y la avenida Durango “la más hermosa de la colonia Roma, porque su arboleda está formada toda por grandes fresnos de igual tamaño y distribuidos con notable regularidad” esto se menciona en las Memorias del ayuntamiento de 1927. En 1904 sus límites eran hacia el norte la calzada de Chapultepec, al oriente el pueblo de Romita y la calzada de la Piedad, al sur la avenida Jalisco y al poniente la avenida Veracruz. Más tarde la colonia se extendió hacia el sur, tomando el nombre de Roma Sur. De calles amplias, algunas con camellón como Orizaba y la avenida principal Jalisco (hoy Álvaro Obregón), con hermosos árboles. A la colonia la distingue un parque con una fuente circular, y pequeños árboles, en un principio fue bautizada con el nombre de Parque Roma, actualmente la fuente fue reemplazada por otra fuente con una replica en bronce de la escultura de el David de Miguel Ángel. El bautizo de su nomenclatura, no correspondió a la arquitectura francesa que prevaleció en sus inicios, un arranque de nacionalismo del ayuntamiento originó que se le asignaran nombres de ciudades de la República Mexicana como: Jalapa, San Luis Potosí, Colima, Orizaba, Tonalá, Mérida y Tepic, entre otros.

el estilo ecléctico, el art nouveau, el art-deco y el funcionalismo, principalmente. La arquitectura ecléctica predominó en esta colonia; dicha tendencia se desarrolló en Europa hacia la segunda mitad del siglo XIX, y consistía en adoptar de los diversos estilos arquitectónicos del pasado, lo que mejor que se considerara haciendo libre el uso de las formas a través de una nueva propuesta. Notables arquitectos entre ellos: Manuel Cortina, Manuel Gorozpe, y José G. De la Lama, entre otros, trabajaron en este estilo, a pesar de su arcaísmo, lograron crear interesantes ejemplos. Uno de ellos es el muy conocido “Castillo de las Brujas”, pues su estructura simula una bruja, con tejado en forma de pancoupé o esquina recortada, de influencia alemana y construido en ladrillo, se encuentra situado en el número 56 de la plaza de Río Janeiro fue realizado en 1908 por R.A. Pigeon, en la década de los años treinta fue modificado con motivos de la estética artdeco, por el arquitecto Francisco J. Serrano. Otra de las edificaciones representativas de la arquitectura ecléctica de esta colonia es el Templo de la Sagrada Familia, en la calle de Orizaba número 27, cuya construcción a cargo del arquitecto Manuel Gorozpe y del ingeniero Miguel Rebolledo, dio inicio en 1910 patrocinada por los jesuitas, en 1913 ésta se suspendió debido al estallido revolucionario, fue hasta 1925 que se inauguró como parroquia.

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Son de gran belleza los vitrales polícromos que muestran los misterios de la fe cristiana y algunos pasajes de la Biblia, su manufactura estuvo a cargo de la compañía italiana Talleri en la Ciudad de México. En el ábside lucen los murales con el tema de la Sagrada familia realizados por el padre Gonzalo Carrasco. En esta parroquia se encuentran los restos del padre Miguel Agustín Pro, quien apoyara e impulsara la lucha de los cristeros. El art nouveau fue otro estilo que convivió con el ecléctico en esta colonia, no sólo influyó en la arquitectura sino en los interiores y la parafernalia de la época. Esta tendencia nace en Gran Bretaña, y surge como una reacción estética frente a la industrialización, tiene la intención de rescatar la producción artesanal. Se inspiró en formas de la naturaleza predominando la línea ondulante, sensual y femenina, en tallos, hojas, follaje, motivos zoomorfos y en la estilización de la misma figura femenina. La mayoría de los artistas trabajaron en el diseño de

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muebles, vajillas, joyería, tapices, floreros y utensilios domésticos, convirtiendo una necesidad en una experiencia estética. En la arquitectura habitacional el art nouveau se caracterizó por recubrir de ornamentación naturalista la fachada, sin existir un cambio en la dimensión de los espacios. El principal ejemplo de arquitectura habitacional en México es la Casa Requena que mandó construir el arquitecto José Luis Requena en la calle de la Santa Veracruz 43, la mayoría de sus muebles fueron transladados a la Quinta Gameros en la Ciudad de Chihuahua. En la colonia Roma destacan en este estilo las casas de la calle de Chihuahua 78, Zacatecas 90 y 94 y Valladolid número 100 y los edificios departamentales de la calle de Guanajuato números 52-56 y 58 y 60, entre otros. A decir del arquitecto Israel Katzman: el art nouveau de la Colonia Roma, fue realizado no por arquitectos sino maestros de obras catalanes que vinieron a México a principios de siglo.


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Dichas obras son: los departamentos en Mérida 142 y las casas de Guanajuato 63, Jalapa158, Chihuahua 78, las casas gemelas de Zacatecas 90 y 94 (la herrería del No. 94 es posterior) y, con menos importancia los balcones de Córdoba 77 y la reja de Córdoba y Durango. A principios del siglo XX, el art nouveau languidecía, las líneas onduladas dieron paso a la línea recta y las formas

adaptaron motivos de otras corrientes artísticas como el expresionismo, el futurismo y también de culturas orientales y prehispánicas. La obsesión del art deco por el diseño es latente hasta en los más minimos detalles de la construcción, y en algunos casos de la arquitectura se pone más atención en el efecto decorativo que en la estructura en sí...

geométricas. La influencia de la Exposición Internacional de Arte Moderno Industrial y Decorativo realizada en París en 1925, permeó rápidamente las diversas manifestaciones artísticas desde la arquitectura, diseño gráfico, muebles, vestimenta, cine, decoración de interiores, jardines, teatro, cerámica, muralismo, pintura, escultura, topografía, fotografía, diseño textil, joyería, etcétera. Con la idea de presentar propuestas innovadoras, que se adaptaran a las condiciones de vida moderna, se presentaron una amplia variedad de diseños gráficos que adoptaron y

Algunos elementos característicos en la arquitectura son: placas con relieves. Los motivos pueden ser florales, vegetales, geométricos y en ocasiones humanos; marquesinas con placas de cemento encima de la entrada principal, rodapiés y jardineras en la fachada; herrería geométrica en las puertas y pisos bicolores en vestíbulos y escaleras, entre otros. Ejemplos de este estilo los encontramos en la casa de Orizaba 191, en el edificio de Querétaro 109, de Puebla 74, Tabasco 109 y Sinaloa 125, entre otros.

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LA ACERA DEL FRENTE José Emilio Pacheco (1981)

Pobladores Grandes personalidades de la sociedad porfiriana vivieron en la colonia Roma: los Pimentel y Fagoaga, los Limantour, los Romero de Terreros, el mismo fraccionador inglés Casius Clay Lamm. En otras épocas llegaron a vivir el gran poeta zacatecano Ramón López Velarde, en la casa número 73 de Avenida Jalisco, actualmente es la Casa del Poeta-Museo Ramón López Velarde, el general Álvaro Obregón llegó a ocupar la casa (demolida) del número 185 de la misma avenida, y en 187 la madre Conchita

Después del terremoto acaecido en 1985, la colonia Roma sufrió de una profunda depresión no sólo con la pérdida de elegantes muros que encerraban exóticas y fantásticas historias porfirianas, sino por el alma de este barrio que permaneció sepultada por varios años. Hoy día la colonia luce un nuevo rostro, algunos de sus espacios se reconstruyeron otros, se rehabilitaron para comercios y oficinas y muchos más se enriquecieron para promover y difundir el arte y la cultura. En el fondo, a pesar del constante afán modernizador emprendido desde sus inicios, hoy quedan algunas huellas de descuido y decadencia que conviven y contrastan con los nuevos aires de lujosa postmodernidad.

Jeannette Porras. Maestra en historia del arte, promotora cultural. Autora del libro Condesa/Hipódromo. 10 CULTURA URBANA

Para mí, niño de la colonia Roma, árabes y judíos eran “turcos”. Los “turcos” no me resultaban extraños como Jim, que nació en San Francisco y hablaba sin acento los dos idiomas; o Toru, crecido en un campo de concentración para japoneses; o Peralta y Rosales. Ellos no pagaban colegiatura, estaban becados, vivían en las vecindades ruinosas de la colonia de los Doctores. La calzada de la Piedad, todavía no llamada avenida Cuauhtémoc, y el parque Urueta formaban la línea divisoria entre Roma y Doctores. Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el Gran Robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de estar cerca de Romita. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de La Piedad que a veces con la lluvia se desborda. De Las batallas en el desierto.


CRUCERO

Cuarteaduras de la lengua

La gente habla mal, se expresa insuficientemente, su lenguaje es pobre y está lleno de muletillas, de lugares comunes, de incorporaciones muertas debidas a la mera inercia. El español parece sufrir las acometidas de la lengua imperial de un modo poco promisorio: en vez de enriquecerse con el ingreso de nuevos términos, se empobrece al desplazar esos términos a los originarios muchas veces (un ejemplo que nadie desconocerá a estas alturas: “accesar” en lugar de “acceder”). Expertos en el idioma como Antonio Alatorre suelen afirmar que las lenguas se cuidan solas y ganan vitalidad en el curso diario de las relaciones humanas. En parte tienen razón tales especialistas, pero sólo en parte. Es claro que los idiomas pueden vivir auténticamente, mal o bien, entre los que los hablan y se comunican entre sí mediante ellos, pero es claro asimismo que cuanto menos se tiene que decir más ruido se hace y peor se dice. A menor contenido corresponde menor riqueza del lenguaje en términos léxicos y sintácticos: el vocabulario se adelgaza hasta llegar a ser de lo más escuálido y la lógica expresiva, la elemental gramática, se fisura o explota y se hace añicos. Abundan los grandes ejemplos. La televisión ha servido para exhibir, con todo éxito, la pobreza expresiva de muchos jóvenes clasemedieros gracias a sus emisiones del Big Brother. La tele contribuye a la formación de mentalidades que contribuyen a la formación de programas de la tele. A la difusión del “buey” como seña de identidad de chicas buenas y chavos forros se asocia una casi absoluta ausencia de ideas propias y de capacidad argumentativa medianamente considerable. Además, claro, se fortalece la propensión al consumo como marca de salvación emocional, la exaltación del narcisismo hueco. Como si la corrupción del lenguaje supusiera la corrupción de la convivencia. Esto último quedaría corroborado por el lenguaje que despliegan los dueños de la palabra que tenemos que oír queramos o no: los políticos y los comunicadores de oficio. En esto los políticos se sitúan frente un problema de veras serio. Habituados a mentir y a hacer creer que expresan verdades incontestables y trascendentes, usan una retórica que necesariamente, con el tiempo, va vaciándose. Sería cosa de renovarla, pero es imposible: la verdad auténtica sólo puede ser una, de modo que los que están en el poder emplean maneras retóricas parecidas aun si son de partidos políticos diferentes; y

Héctor Becerril lo mismo sucede con la oposición. Un caso interesante en nuestro medio ha sido el del PRI, entidad que no sabe dónde instalarse: si en la oposición o en el poder. No parece estar en ninguna de estas dos alas, lo que lo fuerza a mantener un tono inédito, en el que brotan a cada paso las contradicciones y los titubeos pero en el que destacan sobre todo las indefiniciones, o sea una especie de limbo retórico. Más allá de esto, y más cerca del tema de estas líneas, hay que decir que los políticos de aquí se identifican plenamente con su público (puede leerse también “pueblo”) en virtud de su ignorancia, de la pobreza de sus inteligencias discursivas, en la flacura deleznable de su dialéctica. Hace unos días, en España, el periodista de tele Carlos Loret de Mola, de ilustre familia priista por lo demás, se refería a la gravedad de estos asuntos para concluir en que es culpa de los presidentes y sus gabinetes la degradación del conocimiento y el uso de nuestra lengua. La afirmación, fuerte en verdad, y dicha en un foro internacional, entre expertos, tiene al menos dos aspectos de interés: en primer término, su obviedad (entre sus responsabilidades, el gobierno ha de contar con la de asegurar la buena educación de los ciudadanos, lo que incluye un provechoso acercamiento al idioma), y en segundo sitio, su parcialidad. Para nadie es un secreto que la televisión mexicana cumple tareas que ese gobierno al que, aunque sea muy indirectamente, dice criticar no cumple enteramente, y que entre esas tareas está destacadamente la educativa. Durante décadas enteras la tele mexicana ha maleducado a los mexicanos. Ha maltratado la inteligencia y el lenguaje, la sensibilidad, el buen gusto, y los valores auténticos. Lo ha hecho en convivencia con los gobiernos. Lo hace actualmente. Una cantidad considerable de los profesionales del periodismo guarda una mala relación con el lenguaje. No sería difícil probarlo. Lo primero que tendrían que hacer, emplear con corrección al menos su instrumento de trabajo (que no son ni la grabadora ni el procesador), no lo hacen. Incumplen con su deber, de modo semejante a los políticos. Hay responsables, inclusive del sector educativo, que mantienen una riña cerrada con el español (bastaría ver documentos locales o federales). No se trata pues nada más de que se equivoquen o no sino sencillamente de que están mintiendo. CULTURA URBANA 11


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El barrio romano Juan José Reyes

¿Qué es un barrio chilango? En primer término, el lugar, no demasiado pequeño, nunca extendido, en el que vive gente que mantiene una permanente convivencia, siquiera en términos elementales. Se sabe quién arregla qué cosa, cómo se llama quién y dónde está qué, por lo menos...

La Roma mantuvo hasta los años sesenta cierta atmósfera porfiriana en virtud de la pervivencia de varias casonas de cantera de dos pisos, sótano, techos altísimos de cielorraso, cenefas discretas, zoclos y pisos de larga duela, madera fina en las escaleras y en los ventanales amplios. Como un microcosmos de la ciudad entera encerraba aún todos los elementos de la vida de una urbe que no estaba muy lejos de extinguirse. Al oriente, es decir hacia el Centro (todavía no absurdamente apellidado “histórico”), la zona vieja comienza por Romita, unas cuantas manzanas llenas de vitalidad y de mala fama, madriguera de ladrones, se decía, marihuanos y teporochos, refugio del robachicos legendario que pasaba con su gran carro de dos ruedas solicitando trebejos, ropa usada, cosas inservibles y que ocultaría entre sus montones, dentro del vehículo que arrastraba morosamente, a los infantes malcuidados por sus papás o desbalagados, traviesos que serían. Casas viejas, destartaladas, muy venidas a menos, algunos edificios de corte funcionalista y facha por decir lo menos poco alentadora, una pequeña plaza coronada por una iglesita que originariamente, desde 1530, estuvo bajo la advocación de Nuestra Señora de la Natividad: Romita fue durante décadas región oscura, mancha negra de un espacio que se

quería sobrio y rumboso aunque sólo fuera por la memoria histórica y, sobre todas las cosas, decente. A Romita llegó a establecerse, en el primer lustro de aquellos sesenta, don Joaquín Díez-Canedo que estrenaba entonces la editorial Joaquín Mortiz, para marcar más aún todo contraste: los sacos de tweed del donoso caballero español, especie de dandi de mirada maliciosa y sonrisa expectante, el casimir inglés de sus pantalones, sus sedosas corbatas esbeltas, entre talacherías, tlapalerías, plomerías improvisadas y tenaces bebedores de cerveza y lo que caiga es bueno callejeros. La calle de Guaymas, que hoy mantiene ese aire aceitoso del sordo trabajo informal del barrio semienclaustrado, alojaría un buen tiempo los alteros de los libros de Mortiz que don Joaquín se afanaba en vender masivamente: allí arribaron los primeros ejemplares de Farabeuf, de Cantar de ciegos, de Gazapo y de tantos otros libros centrales de la literatura mexicana. En la Romita Luis Buñuel filmó Los olvidados, la película que escandalizaría a las buenas conciencias nacionales (esas mismas almas pías y adineradas que encontrarían injurioso Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis, poco más de diez años después). En sus calles polvosas, en sus casas estrechas, una atmósfera inescapable: la de la pobreza, la marginación, la rabia

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El barrio romano

Juan José Reyes

y el deseo fiero, la imposibilidad y la prepotencia como disfraz de limitaciones insalvables. En los sesenta comenzaba el imparable declive del Club Vanguardias, un centro deportivo y sobre todo de convivencia, de orientación expresa y sostenidamente católica. El Vanguardias había alcanzado su celebridad un par de décadas antes gracias al trabajo devoto y proselitista del padre Pérez del Valle, si no recuerdo mal el nombre. Fungía como una especie de gran cereza del pastel romano: el gran certificado de sus virtudes, de la decencia y el acatamiento de las buenas costumbres, el despliegue de la culpa, el miedo, el respeto a los padres y toda la familia. Vecino de Romita, establecido en la anodina calle de Frontera –hoy vuelta remedo de estacionamiento de un ����������������������������������������������� hospital y edificios de consultorios médicos–, el Vanguardias principió a representar el derrumbe general de

menor pero de alto significado. Justo ante el templo estuvo durante años la librería Góngora, de don Roberto Castrovido (refugiado español, como Díez-Canedo), un librero culto, gran conversador, que se mantenía gracias a la venta de libros escolares y poseía sin falta varias joyas bibliográficas. A unos metros de la Góngora funcionó una nevería Chiandonni, competencia buena de La bella Italia, situada en la misma calle de Orizaba, hacia el sur. Y a dos o tres casas de La Sagrada Familia ha seguido en actividad la dulcería Celaya, puntual custodio de esa riquísima y variada tradición de la comida nacional. En la contraesquina del templo está una construcción notable, la que ahora es la Casa del Libro Universitario –me parece que tal es el nombre. El inmueble fue utilizado décadas enteras por el Centro Asturiano; hoy, como desde hace mucho, en uno de sus pisos funciona un bar de altas ventas y cantidad de

aquellos valores emblemáticos de la colonia. El terreno donde estuvo se convertiría en una pensión de automóviles, a una cuadra de un hotel de gran tamaño especializado en recibir agentes policíacos de nivel medio y prostitutas enviadas luego de pedido telefónico. A unas cuadras de allí está el templo de la Sagrada Familia, cuyos mejores tiempos también se han ido. La Sagrada Familia, de dimensiones más que considerables y con ciertas pretensiones arquitectónicas que no dieron más que para una copia demasiado pálida de gran edificación neoclásica, coronada por una cúpula que quiere tener cierta majestad, confesionarios de locutorios de aire más sombrío que solemne, sirvió durante muchos años de escenario pomposo de bodas de gente bien (si no entiendo mal, también sirvió para la última escena de El gran calavera de Luis Buñuel; es de esa iglesia de donde Rubén Rojo rescata a una simpática Charito Granados de las redes de un matrimonio engañoso y por conveniencia –del otro) y de diversas ceremonias, nada baratas. Su construcción comenzó en 1910, aún cuando las elites porfirianas, y desde luego el dictador y su círculo cercano, no caían en cuenta del derrumbe de su larguísimo dominio. El remolino revolucionario hizo suspender la edificación unos años, hasta que en 1925 pudo estrenarse la obra. Poco más tarde su interior alojó los restos del padre jesuita Agustín Pro, a quien se le atribuye el asesinato del general Álvaro Obregón. La cuadra donde está la iglesia y la de enfrente fueron o son ocupadas por otros empeños de prestigio

público, entre el que se confunden escritores, aspirantes, ejecutivos y oficinistas. Como les ocurrió a la Condesa y a la Hipódromo Condesa, la Roma sufrió alteraciones profundas hacia el medio siglo. A comienzos de los años cincuenta se establece allí el vasto almacén de Sears, sobre la avenida de los Insurgentes, por las calles de San Luis Potosí y Medellín, no muy lejos del cine Gloria, situado en la calle de Campeche. Sin dificultad alguna, Sears viene a ser una suerte de emblema del fin de una época y el comienzo de otra. Con la gran tienda van quedando en la sombra, o demasiado lejos o demasiado cerca de la moda, los almacenes tradicionales del Centro, a los que los romanos acudieron gustosos a pie o en tranvía o en camioncito. Los yanquis habían venido a situarse en la cúspide de los gustos de los consumidores acomodados o aspirantes a serlo mediante un repertorio novedoso que podía incluir lo mismo chafeces que los últimos gritos de una moda lanzada hacia el confort, la anhelada belleza femenina, masculinos empeños industriosos y la vanidad de señores ya bilingües o en vías de alcanzar tal soñada condición. Sears, como El Palacio de Hierro de la calle de Durango, puso atención especial a las fiestas decembrinas y colocó en sus aceras y durante años, para educar a los niños en la cuadratura consumidora, eficaces Reyes Magos. Aquella actividad comercial correspondía al arribo definitivo de la clase media como moradora total o casi de la colonia. La Roma iría perdiendo sus viejos aires, y los nuevos que

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El barrio romano

Juan José Reyes

por sus calles circulaban no parecían anunciar ni los esplendores previos ni mejores tiempos. Los años cincuenta en la Ciudad de México estarán signados por la desaparición del Barrio Universitario, en el mero centro de la urbe, propiciado, entre muchos otros factores, por el crecimiento de la industria y del tamaño de la población, así como, no en un lugar secundario, a los intereses concretos y los delirios modernizadores de Miguel Alemán. La construcción de la Ciudad Universitaria, aledaña al Pedregal de San Ángel, desplazó y anuló la vida de una comunidad y fragmentó necesariamente la actividad metropolitana entera. El Centro iría perdiendo sus fragores, su vitalidad, sus ánimos culturales y quedaría sumergido bajo el peso de la burocracia, un rotulaje crecientemente horroroso, tumultos fritangueros y otros elementos que viven aún en nuestros días. Con

la venta clandestina al mercadeo fayuquero. Todavía en los sesenta era común que los romanos emprendieran marcha a pie hasta el Zócalo y zonas vecinas. Entonces no muchos lugareños poseían automóvil propio, y ni pensar que la señora de la casa dispusiera de un segundo coche. Los matrimonios salían a pasear con sus hijos no sólo sábado o domingo sino cualquier día de la semana. Unos iban al cine (el Balmori –que fue el de mayor categoría y desapareció a principio de aquella década–, el Gloria, el Estadio, el México o el Internacional –ambos situados ya en la vecina colonia Doctores–, el Insurgentes o el Bucareli –en otra vecina: la Juárez);

el progreso, mucho fue tendiendo a una bizarra sofisticación: del carterismo se pasó al atraco, del robo espectacular que era noticia de ocho columnas por su naturaleza insólita al asalto cotidiano, de

el país, han dejado su lugar o al abandono o la destrucción o al nacimiento de espantosos multicinemas, monumentos al consumo y al entretenimiento bobo al que somete al público la distribución

otros a merendar a los cafés de chinos, sobre todo a los de la bella avenida Álvaro Obregón, antes Jalisco, en uno de cuyos inmuebles vivió el poeta Ramón López Velarde…). Todas aquellas salas, como el resto de las chilangas y es de temerse que las de todo

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El barrio romano

Juan José Reyes

normal dominada por las major compañías yanquis. (En una colonia predominantemente católica –y la Roma lo es sin duda, aun cuando en ella han residido numerosas familias judías y no han escaseado las libanesas– resulta curioso cómo ha prosperado la asociación cristiana Pare de Sufrir, cuya naturaleza desconozco, que ocupa las instalaciones que fueron del cine Estadio luego Teatro Silvia Pinal). Otras familias, o niños encantados con sus bicicletas, sus canicas, sus carritos, o parejas de novios, o mujeres u hombres solitarios jugaban o dejaban pasar las horas en las dos hermosas plazas del rumbo: la Río de Janeiro, en la calle de Orizaba, en el cruce con Durango, y la Ajusco (desde hace unos años llamada Luis Cabrera), en la misma Orizaba, y entre Guanajuato y Zacatecas. En los setenta, y por ocurrencia quién sabe de quién, la plaza Río de Janeiro está presidida, en su centro, por una sorpresiva réplica del David de Miguel Ángel, lo que ha propiciado que no pocos puedan referirse al lugar, con indisimulado afán de crítica, como la Plaza del Encuerado. Ambos parques, como sea, de veras son maravillosos, gracias a sus fuentes amplias y redondas y sus corredores anchos iluminados por el césped. En nuestros días los automóviles las han sitiado, y una de ellas, la Luis Cabrera, padece también la plaga de los valet parking, al servicio de algún restaurante malo de comida italiana y de dos o tres expendios de cerveza y de otras bebidas con alcohol. Llegan por allí extranjeros con aires intelectualosos, una suerte, mala o buena, de exiliados de la tan en boga colonia Condesa.

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La colonia tiene una avenida principal: Álvaro Obregón, ancha y razonablemente larga, provista de un camellón arenoso durante años, y de un tiempo a esta parte sembrada de adornos de gusto nada dudoso sino francamente malo y alguna fuente sin la menor gracia. Arbolada y adornada también con jardineras, la avenida cuenta con un centro cultural de primera importancia, a pesar de todas las asechanzas procedentes de las autoridades del D.F.: la Casa del Poeta, edificación donde vivió el poeta López Velarde. Anhelosas, las señoras de robustas camionetas pueden asistir, al tiempo, a los cursos, las exposiciones y presentaciones que junto a un restaurante de aire neoyorquinos, una cara joyería y una librería de precios más que altos, ofrece al público la Casa Lamm. Frente a esta mansión remozada, modernizada con la idea de mantener su atmósfera primitiva, ponen los sábados y los domingos sus mesas cubiertas de libros viejos un grupo de señores muy diestros y diligentes en la consecución de ejemplares raros y valiosos. Y en la esquina de la casa de la familia García Collantes, antes de que se transformara en Casa Lamm, todos los días acudió, a lo largo de lustros, un hombre a vender paletas y barquillos. Su negocio, un carrito que él mismo arrastraba, tenía un nombre justo: La Heroica. En contraesquina, en Orizaba y Álvaro Obregón, también un tiempo larguísimo vendió periódicos y revistas don Chuchito. Frente a su puesto está D’Alfredo, espantoso nombre del restaurante que muchos años se llamó Río Bravo, un local oscuro, de aire viejo, con


El barrio romano

cierto sabor sórdido o decadente. Allí llegaba a comer con frecuencia la gran actriz Andrea Palma. Solitaria y bella siempre, ocupaba una mesa del segundo piso y miraba de seguro recordando otros amaneceres. Unos metros más allá, sobre la misma Álvaro Obregón y hacia el poniente, junto a un negocio de fotografía, Korkidi, o algo así, se tendía, vivaz, venenoso y misterioso el mercado de El Parián, un largo corredor donde se vendían sobre todo verduras y frutas mientras los niños jugaban a la pelota o a las escondidas. El Parián, del que aún se mantiene una copia de lo más desafortunado (con todo y domo de plástico), corre de Álvaro Obregón hasta su paralela Chihuahua. Sobre la avenida, donde ahora se venden tacos al pastor, se mantuvo lustros la vinatería El Quijote. Quién sabe cuánto se haya perdido la idea de barrio en la ciudad. Lo cierto es que antes, hasta hace no mucho, gozó de plena vitalidad. Junto al orgullo centralista (“Fuera de México, todo es Cuauhtitlán” se repetiría hasta el fastidio), los chilangos habían perseverado en la memoria inmediata de sus orígenes, sus primeras relaciones. Las familias no abandonaban los barrios; los hijos se iban, pero cerquita, y el tráfico no se había vuelto un enemigo común. La ciudad no ofrecía peligros mayores ni mucho menos inminentes. Jugar, caminar, pasear por sus calles fue cosa común. Millones de mexicanos disfrutaron sus ambientes, aun cuando padecieran graves agobios. ¿Qué es un barrio chilango? En primer término, el lugar, no demasiado pequeño, nunca extendido, en el que vive gente que mantiene una permanente convivencia, siquiera en términos elementales. Se sabe quién arregla qué cosa, cómo se llama, dónde está, por lo menos. Cada vecino conoce las entretelas de la vida de algunos otros lugareños, y, si no, cuenta al menos con los elementos suficientes para inventarlas; los niños juegan, los muchachos se pelean, se emborrachan, ligan; las señoras se quejan de todos pero con frecuencia hacen salvedades; los señores miran todo con prisa pero están bien enterados de todo. No faltan las fisgonas ni las coquetas ni las quedadas ni las presumidas ni las encantadoras ni los libidinosos, ni los santurrones, ni los jijosde, ni los que ascienden en la escala social, ni los venidos a menos. Hay una vida en común que, uno lo sabe, dolería mucho perder. En la colonia Roma hubo más de un barrio. Del que me he ocupado es el más antiguo. Ya en mi infancia en esa región se

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miraba con excesiva distancia tal vez la llamada Roma Sur, una zona mucho más reciente, desprovista de la nobleza arquitectónica originaria y poblada por eternos recién llegados. No habrá duda de que en la Roma Sur existieron barrios también, y es muy probable que su centro vivo haya sido el mercado de la calle de Medellín. Ahora la colonia entera, como las del resto de la ciudad, está llena de recién llegados. Las casas viejas han sido vendidas y no pocas de ellas, protegidas por un reglamento de aparición tardía, devinieron oficinas oficiales, como la del Conasida en la bella calle de Flora, uno de los símbolos, escondido, casi secreto, del lugar. Desde los cincuenta la arquitectura sufrió los embates de la modernización y brotaron los edificios de corte funcionalista, llenos de luz en las afueras (ventanales entregados al sol) y lóbregos en el interior. El Multifamiliar Juárez, construido con buen gusto y aire propiciatorio de la convivencia, adornado con frisos y mosaicos de Carlos Mérida, sería embestido años después por el terremoto del 19 de septiembre. El temblor causó estragos en la colonia, derrumbó edificios de factura reciente y echó abajo algunos de mediana edad. Causó pavor y una baja de los costos inmobiliarios, la cual se esfumaría al poco tiempo por razones ignotas. De un tiempo a esta parte, y tal vez a la luz de los ejemplos culturales citados, la Roma ha querido renacer con una cara distinta a la que mantuvo desde su brote. Se ha intentado hacer de ella un barrio cultural. Es posible que llegue a serlo pero no es difícil dudar del éxito de aquel propósito. La idea de ‘barrio’ sólo puede existir ahora, al parecer, sí se la concibe desde el exterior y no dentro de la trama íntima de los lugares. El barrio es hecho por los propios moradores, no por los que eligen la zona para dejarse ver. La muerte del Parián, la ausencia de niños que jugaran en las calles y en las plazas y en los camellones, el contacto diario con los comerciantes y los trabajadores, la convivencia vecinal parecen en nuestros días nuevos fantasmas. Y si la Roma pudo albergar en sus años de esplendor los fantasmas que respiraban y andaban a sus anchas en las casas de corte inglés de principios del siglo XX que la vieron nacer, los fantasmas de hoy no pasan de ser malos trasuntos de ellos, famélicos, ayunos del vigor etéreo necesario a causa de la prisa, la especulación, la locura de una vida tumultuosa, grisácea, insegura, demasiado frágil, demasiado expuesta a todos los temblores.

Juan José Reyes. Es crítico literario. Su libro más reciente es acerca de dos filósofos mexicanos del siglo XX: El péndulo y el pozo. Ha publicado un incontable número de ensayos y textos críticos en los medios más importantes del país. CULTURA URBANA 17


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La colonia Roma: el tránsito pacífico del rebelde sin causa al globalifóbico Lorenzo Gutiérrez Bardales

Con qué bríos ha cruzado la historia sobre las calles de la colonia Roma. Cuántas familias aristocráticas, de clase media y rojillas, reuniones acaloradas de grandes pensadores y artistas, tertulias, movimiento cultural y político, hoy y siempre

La historia de la colonia Roma es resultado de un proceso de apropiación del suelo y de construcción urbanística de tipo histórico social. Es la forma específica de cómo los usos del suelo se van modelando a las necesidades, a los intereses y a las prioridades de las clases dominantes que imprimen su sello al desarrollo. A través del conocimiento de la evolución de este espacio territorial, conocemos el legado de los actores participantes en este proceso como constructores, arquitectos, que con distintos propuestas y estilos respondieron a los gustos o caprichos de los latifundistas urbanos o de las clases pudientes de entonces. Este espacio ha sido determinado también según consta en memorias, testimonios y constancias en los comportamientos de los grupos sociales, disputas, conflictos y confrontaciones políticas, económicas, sociales y ecológicas de grupos, sectores y clases sociales. La colonia Roma constituye uno de los más afamados barrios de la Ciudad de México. Surgió como asiento de la aristocracia porfiriana que en su primera expansión construyó palacetes con los más afrancesados de los estilos: el art noveau y el art decó; después devino en espacio de la clase media en donde jóvenes de los años cincuentas y sesentas del siglo

veinte, desplegaron la contracultura roquera, y se apegaron lo mismo a la literatura de la onda, que a la rebelión contra el establishment. Esa rebelión dejó ver cómo los jóvenes se lanzaron a fondo en contra de la familia tradicional, hipócrita y autoritaria; cuestionaron sin concesiones a la Iglesia católica, cuyo mensaje sonaba hueco y ya no encajaba en los tiempos. Eran, ni más ni menos, los “rebeldes sin causa”, pero también los rebeldes con proyecto que desafiaron al gobierno priísta: demagogo, represor y anticomunista; los que criticaron, desde posiciones radicales, a la escuela pública acrítica, conservadora, antidemocrática y anclada en el pasado positivista decimonónico. Ahora, ya entrado el siglo XXI, este barrio ha cambiado profundamente sus funciones, fisonomía y ambiente y hasta su composición demográfica. De la tranquilidad, solidaridad y convivencia, ya no queda casi nada, incluso: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. En este sentido, sin rubor, reconocemos que si una área de la Delegación Cuauhtémoc se ha consolidado como un espacio globalizado en el que se asientan empresas importadoras, representaciones de firmas extranjeras, servicios médicos, restaurantes, centros de espectáculos y negocios dedicados a la consultoría nacional

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La Colonia Roma: El tránsito pacífico del rebelde sin causa al globalifobico

Lorenzo Gutiérrez Bardales

e internacional, producción de contenidos multimedia orientados a la explotación de la gran carretera de la información que representa el internet, radio, prensa y TV. y un sinnúmero de centros de estudios culturales de capacitación en diversas artes como cine, teatro, danza e incluso a últimas fechas se ha incrementado la presencia de diversas corrientes religiosas y filosóficas. Ese es el histórico barrio de la colonia Roma. Ya desde 1952, cuando se inauguró la tienda departamental (de capital estadounidense) Sears Roebuck, en la esquina de Insurgentes y San Luis Potosí, se inició un cambio cultural que marcaría a los jóvenes del barrio. En ese año instalaron allí un Santa Claus gigantesco que a la larga desplazaría a los poco modernos santos reyes y a los anacrónicos nacimientos. En esa época también el legendario James Dean causó honda

se mueven alrededor del Foro Alicia y otras antros propios para el personal juvenil. En el pasado reciente, la orgullosa colonia Roma albergaba las más afamadas casas de citas, hoy las prostitutas y los sexoservidores de más de una nacionalidad han tomado las calles y pululan como parte del paisaje urbano y de la diversidad sexual. Hasta hace algunos años, antes de la entronización del neoliberalismo, aquí como en casi toda la ciudad capital, se respiraba un clima de tranquilidad y de seguridad, si acaso algún crimen pasional, una venganza política o un ajuste de cuentas esporádico llegaba a perturbar el clima de paz en que se vivía. No obstante, hubo ocasiones en que la realidad superó a la ficción en esta colonia clasemediera. En los años cincuenta, uno de los grandes escritores contemporáneos, que avivaba los reprimidos

huella entre la juventud mexicana, que pronto modificó su conducta, sus valores y su vestimenta, generalizándose el uso del pantalón de mezclilla, las chamarras negras de piel, los copetes envaselinados y el rock, como grito de batalla de una cultura que prácticamente desafiaba al orden establecido. El vértigo experimentado por los adolescentes encaramados en una motocicleta o presumiendo un automóvil, reclamaba su sitio en la sociedad. El arquetipo del “rebelde sin causa” terminó sus días rindiéndole tributo a esta forma desenfrenada de vida, con lo cual, paradójicamente, se perpetuó en el mito. Quienes ahora deambulan, habitan, lucran y marcan la pauta por las calles de Roma Norte y Roma sur son árabes, judíos, argentinos, franceses, italianos, chinos, coreanos, gringos y españoles o sus descendientes, pero también chechenos, gitanos, eslovenos y mexicanos nacidos en otras entidades y una numerosa población flotante que, en conjunto, han colocado a los nativos en un grupo francamente minoritario. Ese, como otros territorios de la Ciudad de México, se ha convertido en un abigarrado conjunto cosmopolita. Pero también en las calles de esta colonia jóvenes lucen diariamente su vestimenta estrafalaria, antisolemne y desafiante, sus aretes, cortes de pelo y peinados, sus perforaciones y tatuajes que, si no rayan en el atrevimiento y la fantasía, estos modernos ”caras pintadas”, dan cuenta de una nueva cultura urbana; sus exponentes son darketos, punketos, skatos, cholos y anarcos, que

deseos a lo vedado e inusual, forjador de un estilo literario e integrante de la generación beat, el estadounidense William Borroughs asesinó a su esposa en un arranque de locura, en una actitud de desdén, por su rechazo a la formalidad, por tomar la vida demasiado a la ligera y como consecuencia de una conducta alterada por el consumo excesivo de cocaína, morfina y otros productos alucinógenos. Nadie sabe qué pensamientos cruzaban por su mente cuando le colocó una manzana en la cabeza y empezó, alegremente, a jugar al tiro al blanco. Acaso pretendía emular a Guillermo Tell. Ahí mismo, una de las amantes del galán de galanes Emilio Tuero se quitó la vida por el despecho que le causó la terminación de su relación sentimental arrastrada por sus celos y los teatritos que personificaba. Entre lo crímenes más famosos, por su enorme carga política y que aún no se encuentran aclarados desde punto de vista jurídico, aunque ya hayan recibido el juicio de la historia, destacan el del ex magistrado del Tribunal Superior de Justica del Distrito Federal, Abraham Polo Uzcanga y la defensora de los Derechos Humanos, Digna Ochoa. Hoy en día la divisa de la colonia Roma es la inseguridad, los reportes de estadística criminal no dejan lugar a dudas, se trata de una de las zonas más castigadas por la delincuencia. En los reportes cotidianos del sistema de justicia y seguridad de la Ciudad de México, aparece por lo menos una vez a la semana

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La Colonia Roma: El tránsito pacífico del rebelde sin causa al globalifobico

como el lugar donde se cometen más delitos entre los que figuran el robo de automóviles, lesiones, homicidios, violaciones. Muchos delincuentes provienen de otras zonas de la ciudad o de su área conurbada y llegan solamente a atracar, a lastimar, a hacer daño. Una de las más vistosas avenidas ubicadas en este rumbo, con árboles frondosos, fuentes maravillosas y un camellón que ha resistido todo recorte neoliberal, es la dedicada a la memoria del general Alvaro Obregón, el Macbeth de Huatabampo, asesinado en 1928, por el fanático católico José León Toral en el restaurante La Bombilla, en San Angel, hecho por el que se culpó como instigadora y cómplice a la monja Concepción de la Llata, quien, después de una dura condena en las Islas Marías, a su regreso vivió muchos años exactamente en esa avenida dedicada al hombre al que supuestamente había mandado matar. Ironías de la vida o simple casualidad, usted decide. La colonia Roma fue el rumbo favorito de la izquierda mexicana. En el convulsionado año de 1968, los agentes de la Dirección Federal de Seguridad llegaron hasta la calle de Mérida a tomar y saquear el local del semiclandestino Partido Comunista Mexicano (PCM), hecho que fue reclamado un día después por el periodista y entonces dirigente político, Gerardo Unzueta Lorenzana, cuya osadía o ingenuidad le costó pasar algunos años recluido en las mazmorras del Palacio Negro de Lecumberri. Años después, en un congreso de comunistas chilangos, se criticó a este líder opositor, ahora convertido en novelista, por semejante ocurrencia o temeridad, y él alegó a su favor, y en parte tenía razón, que había sido una acción correcta, porque se trataba de un acto para defender la legalidad y los derechos políticos de esa organización revolucionaria. Ya en el umbral de recibir su carta le legalidad, este partido instaló las oficinas del periódico Oposición, en Frontera, en Durango y posteriormente en Zacatecas esquina con Monterrey la sede del Comité Central y en Tonalá 97 esquina con Chihuahua, el Comité Regional del Valle de México. Fue en esta colonia donde conocí, a principios de los años setenta, en una organización de estudiantes católicos, a José Ignacio Salas Obregón, quien a la vuelta de unos meses se convertiría en uno de los fundadores y dirigente máximo de la Liga comunista 23 de Septiembre.

Lorenzo Gutiérrez Bardales

El trotskismo, que tuvo en el Partido Revolucionario de los Trabajadores su proyecto político más ambicioso, se avecindó en la vieja avenida Baja California casi esquina con Tonalá. Desde ahí Ricardo Hernández y el camarada Vilchis salían a analizar y acordar con sus pares del PCM Javier Mena y Gabino Ramírez el contenido de un nuevo programa revolucionario para la Ciudad de México. Desde la calle de Zacatecas, en el antiguo local del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (STERM), Rafael Galván dirigía las grandes acciones encaminadas a enterrar al charrismo sindical, apoyado en su revista Solidaridad y en un numeroso grupo de estudiantes y profesores universitarios que encontraban en el nacionalismo revolucionario una vía para la transformación de México. A un lado de la tienda Woolworth y muy cerca de la añorada cantina el Ku kú, estaba la casa de Leonardo Olivos Cuellar a la que convertimos en cuartel general en la época del sindicalismo independiente, hasta allí llegaban lo mismo el líder ferrocarrilero Valentín Campa Salazar, que el dirigente histórico de la izquierda mexicana, Arnoldo Martínez Verdugo y hasta Eduardo Montes, autor del librito más leído por los activistas del movimiento obrero, intitulado: Como combatir al charrismo, entre otros miembros de la Comisión Ejecutiva del Comité Central del PCM a participar en el examen de la situación de la clase obrera y en el diseño de políticas y estrategias para impulsar la unidad de la izquierda, la lucha sindical, avanzar en la conquista de la libertad política y en la construcción de un partido de masas. Muchos jóvenes, idealistas y generosos, que optaron por enfrentar a través de la acción directa al Estado mexicano, agraviados por la represión al movimiento estudiantil, ubicaron más de una casa de seguridad en esta colonia. Aquí el pluralismo y la tolerancia echaron raíces en la Roma, la educación cívica y la participación ciudadana figuran entre las cosas que enorgullecen a este barrio. La cultura y el buen gusto siempre han estado presentes en esta centenaria colonia, de ello hablan sus grandes centros culturales: Casa Lamm y la Casa Universitaria del Libro, la réplica en bronce del David de Miguel Ángel que no sólo es objeto de admiración de las mujeres sin importar edad o clase social sino un verdadero elemento que le da identidad.

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La Colonia Roma: El tránsito pacífico del rebelde sin causa al globalifobico

Lorenzo Gutiérrez Bardales

Apenas la colonia Roma se reponía del urbanicidio provocado por la construcción de los ejes viales en la administración de Carlos Hank González, cuando la sombra de la fatalidad volvió a cernirse a lo largo y ancho de esta pequeña extensión territorial. En efecto, esta fue una de las colonias más castigadas por los sismos de 1985, inclusive, en la calle de Chiapas, donde se ubicaba mi casa, aún quedan huellas de aquella tragedia. Todo lo que se haga para desarrollar una cultura de la prevención como parte de la política integral de protección civil, permitirá, si no afrontar con éxito, por lo menos disminuir los riesgos y los estragos del Gran Temblor que han vaticinado en la Ciudad de México.

Finalmente, hay que decirlo con todas sus letras: el jefe nato de la famosa banda de la Roma, es, nada más, pero nada menos que José Emilio Pacheco, quien recrea en forma magistral las andanzas del personal en Las batallas en el desierto, la lleva al cine y posteriormente termina en un sonado éxito de los tacvbos. En realidad ahí le toco vivir. Esta declaración no es gratuita, pues no faltan quienes, en forma insistente, guiñando el ojo, modulando la voz y hasta con movimientos cadenciosos, se empeñan en hacer creer que el macizo, el verdadero papas fritas de estos lares, es Luis Zapata, cuyo Vampiro de la Colonia Roma deja ver de qué están hechos estos modernos colonos romanos.

Lorenzo Gutiérrez Bardales Economista, profesor de la UNAM, Periodista político y consultor sobre urbanismo y planeación estratégica. Autor de ensayos sobre economía de la salud y del libro La Ciudad y sus Barrios, editado por la UAM.

CRUCERO

Recuperaciones necesarias

Santiago Martín

Hace pocos meses la Escuela de Escritores española lanzó en la Internet una suerte de juego curioso, divertido y que tiene su miga. Se trata de la convocatoria a “Apadrina una palabra”, punta de lanza de una campaña que no tiene más fin que evitar el crecimiento de la depauperación del idioma. Los responsables partieron de la idea de que las incorporaciones de términos de otras lenguas, preferentemente del inglés, muchas veces no están justificadas y desplazan vocablos propios, claros y adecuados; a la vez, la comunicación por todos los canales y el predominio de la imagen como vehículo de transmisión y la escasez de lecturas han llevado al español a un estado de alarma. Por eso invitaron a quien quisiera –yo me enteré tardíamente, cosa que lamento– a estos padrinazgos. El propósito ha sido salvar de inminente extinción vocablos en desuso, así como se intenta salvar diversas especies animales en el planeta. En varios países sudamericanos la campaña tuvo buen éxito, e inclusive en Chile hubo políticos que la suscribieron: incorporarían a sus discursos palabras olvidadas, tiradas a la basura, envejecidas pero eficaces, precisas, en varios casos inclusive bellas. ¿Qué sucedería en México –que yo sepa la iniciativa española no tuvo aquí resonancia alguna– si se buscara algo semejante? Es probable que algún expresidente dijera que alguien le dio un tic, en vez de tip, y que esa palabra le trae buena suerte. La verdad es que el rescate mexicano no tendría que ir muy a fondo. Palabras corrientes antes y muy simples, como “orondo” o “ribete” o “cachivache”, se me ocurre así, a botepronto, no tienen empleo común por dos razones simples: la ignorancia y la pereza. Sabemos todos que “chingadera” sirve para todo y que “buey” sirve para todos. Pura flojera (palabra que no se utiliza casi ahora, por lo demás). Se me ocurre que no estaría mal que alguien en el país lanzara un juego semejante. Sería de interés ver qué ocurriría.

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Amazon Party Capítulo12 Arcadia herida

Rowena Bali

Una vez recluida en el Castillo de Golina sufrí una transformación insospechada. El uniforme que me dieron me hacía lucir como una persona distinta: como si aquella tela delicada y larga tuviera un efecto sobre mi cuerpo y mi rostro. Mi destino inmediato se vio disminuido a una serie de actos mecánicos y absurdos vinculados a los menesteres de la lavandería, que era cómoda y moderna, sin fallas. Mi primera condición era un sentimiento de euforia reprimida, mezclado por una punzada constante en el pecho. Sabía que estando tan cerca pronto encontraría la forma de acceder al área principal del Castillo, pero perdí esa certeza al observar con detenimiento lo que me rodeaba, los altísimos niveles de seguridad con que se manejaban

falta de elementos que me recordaran la Arcadia, la belleza, la felicidad o todo aquello. Sin embargo, la enorme emoción de conocer las entrañas del corazón de esa tierra me llenaban de amor y alegría y cada noche soñaba que subía al castillo. Predeciblemente buscaba el cuarto de mi amada y me sentaba sobre la cama. El Semental se había esfumado totalmente de mi memoria y de la de ella. Sólo contemplaba su cuerpo dormido, inofensivo como deseaba verlo, confiado en su seguro destino, custodiado por mi, y no por una red de cámaras de video, pasillos y guardas de elegante porte. Cuando despertaba entre aquellas paredes grises, pensaba que el corazón de la Arcadia estaba herido, corrupto. Pese a las condiciones de asepsia era imposible

todos los movimientos de la lavandería, la

no sentir un olor desagradable, no era

humedad ni pudrición, ni la presencia de personas malas, era una enfermedad fétida que había surgido en la piel misma de la Arcadia. Quizá era el olor de la codicia que había despertado la existencia de esta tierra casi imposible. La historia de Golina es la historia de toda perfección nacida del hombre. Por eso tenía su periodo de plenitud, su periodo de hartazgo, de caída. La Arcadia moriría y yo deseaba que así fuera. Como habitante extranjera, como perdedora, como empleada doméstica, como Medallense, veía cada vez más lejano el derecho de acercarme a las sábanas de la Andrógina, porque las lavaban en una lavandería exclusiva y no sólo por eso, sino porque ella no volvería a ser la estúpida y mil veces violada chica del Amazon. Ahora era nada menos que la

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Amazon Party Capítulo 12 Arcadia herida

Rowena Balí

LA ACERA DEL FRENTE José Emilio Pacheco (1981) Los viernes, a la salida de la escuela, iba con Jim al Roma, el Royal, el Balmori, cines que ya no existen. Películas de Lassie o Elizabeth Taylor adolescente. Y nuestro predilecto: programa triple visto mil veces: Frankenstein, Drácula, El Hombre Lobo. O programa doble: Aventuras en Birmania y Dios es mi copiloto. O bien una que al padre Pérez del Valle le encantaba proyectar los domingos en su Club Vanguardias: Adiós, míster Chips. Me dio tanta tristeza como Bambi. Cuando a los tres o cuatro años vi esta película de Walt Disney, tuvieron que sacarme del cine llorando porque los cazadores mataban a la mamá de Bambi. En la guerra asesinaban a millones de madres. Pero no lo sabía, no lloraba por ellas ni por sus hijos; aunque en el Cinelandia —junto a las caricaturas del Pato Donald, el Ratón Mickey, Popeye el Marino, el Pájaro Loco y Bugs Bunny— pasaban los noticieros: formación de bombas cayendo a plomo sobre las ciudades, cañones, batallas, incendios, ruinas, cadáveres. De Las batallas en el desierto

esposa del Semental Cinco Estrellas, hombre de gran poder y musculatura. Yo era muy poca cosa para ella. La furia aquella de las primeras páginas se despertó en mi ser, ya no como el impulso de arrojarme a las llantas de un trailer, sino como un deseo latente y explosivo de transgredir las leyes de la lavandería y escaparme al Castillo. Sabía que sola no podría vencer al Semental, así que empecé a fraguar una serie de hostilidades, empecé a hacer insinuaciones de rebeldía a mis compañeras de trabajo, pero ellas se veían tan felices y afortunadas que fue imposible hostilizarlas,

rebelarlas. Nadie al parecer experimentaba lo que yo... nadie sentía el deseo de ir al Castillo. Decidí que me escabulliría sola, una vez fuera pensaría en algo para al menos localizar la lavandería donde se lavaban las sábanas de la Andrógina. Aunque el olor de su cuerpo, antes que el de sus sábanas sucias, me haría localizar su habitación. Eso me llenaba de una euforia feliz. También me angustiaba profundamente el olor cada vez más fétido, que por otro lado sólo yo parecía notar. Era urgente que saliera de esa lavandería. Mis compañeros de trabajo se levantaban de su cama

sonrientes, nada había en sus rostros que denotara angustia alguna, y sin embargo yo guardaba en las entrañas el olor de la enfermedad de la Arcadia. De tanto buscar y buscar soluciones a mi problema había adquirido cierta capacidad de transgresión de la materia, condición necesaria, como saben ustedes, para ser una amazona. Mi capacidad se ceñía a los sueños, a partir de los cuales fui dando con la configuración real de cada uno de los pasillos del castillo y más temprano que tarde, guiada por el olor, di con la habitación principal. Lo que ahí descubrí fue terrible.

Rowena Bali Estudió Lengua y Literatura Hispánica en la UNAM y en la Universidad de Guanajuato. Es autora de seis novelas: El agente morboso, El ejército de Sodoma, La bala enamorada, Hablando de Gerzon, Tina o el misterio y Amazon Party, de un libro de cuentos De vanidades y divinidades y de un poemario Voto de indecisión. 24 CULTURA URBANA


La ciudad del Estanquillo Leo Mendoza

Justo por encima de la tienda de discos y videos se encuentra el Museo del Estanquillo: ahí se definen los afanes coleccionistas de Monsivaís. Este museo alberga la primera de muchas exposiciones que se pueden armar ante los miles –o quizá cientos de miles– de objetos artísticos, maquetas, fotografías, muñecos, libros, películas, que forman las variopintas colecciones del escritor, quien ha sido inspirado por la musa callejera que hizo cantar a Guillermo Prieto

Las cuatro esquinas

Las otras tres esquinas están ocupadas por comercios: un

El Museo del Estanquillo, que alberga una parte de las colecciones

Kentucky –cuyos productos compiten con las órdenes de pollo

de Carlos Monsivaís, se encuentra en la esquina Isabel la Católica y

rostizado que se venden unas cuadras más adelante–, una tienda

Madero. Sin lugar a dudas una intersección harto simbólica para la

Zara en donde cierta clase media acostumbra comprar sus garras

ciudad y muy representativa de lo que ha sido su historia. Una de sus

y un Mixup, donde es posible comprar las últimas novedades

esquinas la ocupa el magnífico templo de La Profesa –su nombre

discográficas y películas comerciales como de vanguardia.

proviene del hecho de que ahí residían los profesos jesuitas– en

donde en el siglo XIX trabajó el infatigable Manuel Tolsá, cuando

se mezcla en esta ciudad posmoderna que nos ha tocado habitar y

el templo pasó a manos de los filipinenses. Sitio de conjuras y

el edificio que alberga el museo no es la excepción; se dice que el

asesinatos terribles, La Profesa posee una de las pinacotecas más

estilo es ecléctico pero, ¿qué quiere decir eso?, nada y todo, la falta

ricas del período colonial cuya disposición original en los muros

total de estilo o un estilo que se basa en otros, muchos, estilos.

del convento funcionaba como una especie de Biblia ilustrada con

Tutti fruti, dirían algunos, como los mismos estanquillos. El edificio

propósitos evangelizadores. Los sucesivos desastres ocurridos en

es centenario, eso sí, porfiriano, y fue construido entre 1890 y

el templo –los incendios forman parte de su historia– desordenaron

1892 por los arquitectos Eleuterio Méndez y J. Francisco Serrano

la colección. Pero ahí está la religión, quiérase que no, un elemento

–a los que muchos han confundido con Francisco J. Serrano que,

sin el cual no se entiende México.

para esos años, aún no nacía–. Y es, indudablemente, el marco

Recogimiento, sustento, vestido, diversión, espiritualidad, todo

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La ciudad del Estanquillo

Leo Mendoza

ideal de este museo donde se mostrarán, poquito a poco, las más

Identidad

de diez mil piezas que Monsivaís ha cobrado por más de 30 años

He aquí una palabra clave aunque demasiado moderna porque suena

en los más insólitos mercados, desde prestigiadas galerías hasta el

a estudio sociológico o antropológico. Se escucha mejor raíces, aunque

mercado de pulgas que ha crecido al lado de su casa, ahí, junto al

se corre el riesgo de que nos pregunten si buscamos una yerbería.

mercado de la Portales.

Dejémoslo así: identidad es la palabra que mejor define a En orden de aparición, la primera exposición armada en el museo gracias a la

El Estanquillo

curaduría de Rafael Barajas “El Fisgón” y que consta de 520 piezas.

Justo por encima de la tienda de discos y videos se encuentra

el Museo del Estanquillo. La palabra que da nombre a este

recientes libros del escritor: Las herencias ocultas e Imágenes de la

espacio –se dice que alguna vez fue sede la joyería La

tradición viva –obra monumental e inaccesible a los creadores de

Esmeralda, aun cuando en el edificio de enfrente, el reloj de

tradición que se retrata, lo que parece una nueva enajenación pues,

su fachada se empeña en desmentir tal afirmación–, identifica

por un lado, son sus productores y, por otro, objeto de estudio sin

a un local donde se venden productos varios y no deja de ser

tener vela en el entierro. Ambos libros son exploraciones en busca

significativo que ésta sea una de esas muchas palabras al borde

de sentido, una posible respuesta a esa pregunta que nos atormenta

de la extinción ahora que ya todo es ir al súper: abarrotes,

desde que el pueblo sin rostro se asentó en el ombligo de la luna:

tendejón, ultramarinos, miscelánea, lonja mercantil o changarro

¿quiénes somos?

variopinto o, incluso, si extendemos el campo lingüístico,

mercerías, sederías, boneterías y aun recocerías.

aunque múltiple, variada, en las piezas recogidas por El Fisgón que

Este estanquillo define muy bien los afanes coleccionistas

dan cuenta de nuestra historia, desde los años de la colonia hasta el

de Monsivaís: en ellos cabe de todo un poco, aquí está lo más

caótico siglo XX cambalache, como diría Discépolo. Están retratadas

acendrado de la expresión cultural que la ciudad ofrece, ese vasto

las castas, la guerra de Independencia, los personajes que poblaron a

universo de lo popular que lo mismo se nutre de la fascinación por

la Ciudad de México durante la colonia, visitan el atrio de la iglesia de

el cine y sus estrellas, que por la historia de la izquierda y de los

Santo Domingo, donde alguna vez tuvimos a la plaza más bonita de

movimientos sociales y que encuentra las piezas del rompecabezas

América –como tenemos la plaza más grande, el centro hospitalario

tanto en La Lagunilla como en los museos a donde la plebe casi

mayor, la universidad con más alumnos– en una maqueta, obra

nunca es invitada. El coleccionismo –explicado una y mil veces por

de Susana Navarro y Teodoro Torres, una excepcional pieza que

los freudianos como mecanismo compensatorio (el mismo Freud

sorprende y anima al visitante.

fue un gran coleccionista)– convertido en seña de identidad, en

Objetos modernos y antiguos se dan aquí la mano, navegan

fascinación acumulativa, en chispeante reconocimiento de las

juntos porque así es como se conforma la imagen que tenemos de

debilidades es hoy compartido en este espacio donde, desde sus

nuestro pasado. Lo que hoy vemos del pasado está tamizado por la

ventanas, nos asaltan los monos de Audiffred invitándonos a recorrer

interpretación de quienes miran desde el presente: Juárez visto por

las estrechas escaleras que desembocan en tres amplios pisos que

Toledo deja de ser esa figura hierática, impasible –como cantábamos

albergan la primera de muchas exposiciones que se pueden armar

en la ceremonia de los lunes– para convertirse en una figura

ante los miles –o quizá cientos de miles– de objetos artísticos,

humorística, juguetona, admirable pero a la vez puesta en entredicho,

maquetas, fotografías, muñecos, libros, películas, que forman las

sobre todo por los juchitecos, cuyo centenario natal pasó sin pena ni

variopintas colecciones de Carlos Monsivaís, quien ha sido inspirado

gloria toda vez que los actuales gobiernos no son muy juaristas que

por la musa callejera que hizo cantar a Guillermo Prieto.

digamos.

26 CULTURA URBANA

Se antoja ver en esta muestra una continuación de los dos más

Una posible respuesta –o una interpretación– se encuentra aquí,


La ciudad del Estanquillo

Leo Mendoza

A todo ello hay que agregar que muchas de estas piezas

identificamos. Porque en el fondo la identidad es precisamente

van acompañadas de ambientaciones sonoras que nos permiten

eso, la idea de pertenecer a un grupo, a un colectivo. Y más allá

oírnos mejor. Lo más granado de la tradición popular se cocea

de lo que se diga, del bombardeo constante de la televisión, la

con obras que nos recuerdan a los héroes que nos dieron

plebe siempre ha sabido de que lado masca la iguana: lo supo

patria y libertad y, más allá, las imágenes insólitas de Nacho

el 15 de septiembre de 1847, cuando en un acto de inusitada

López –como esa Venus juerguista–, los gritos de la lucha libre

rebeldía, mientras las tropas mexicanas comandadas por Santa

–escenario fantástico y real– y los carteles que recuerdan lo

Anna abandonaban la ciudad, se lanzó a pecho abierto contra

que otros quieren que se olvide: los años de resistencia social,

los invasores, al ver cómo se izaba en la bandera de las barras

la lucha de los obreros, de los intelectuales de izquierda, del

y las estrellas en palacio nacional y lo sabía el 19 de septiembre

PCM y de la LEAR. Nada de lo que hay aquí puede sernos ajeno:

de 1965 cuando, frente a la parálisis del gobierno que condenó

la colección de imágenes cinematográficas es una muestra

a miles a la muerte, las brigadas espontáneas de rescatistas

palpable de esos sueños que se encarnaron en la pantalla o

aprendían sobre la marcha a salvar vidas. Aquí está, en este

bien retrataron fidedignamente la terrible dureza de sus calles

espacio museístico del centro, esa ciudad “ojerosa y pintada”

apenas escondida por sus idílicos paisajes. Aquí está esta ciudad

a la que pertenecemos y padecemos, a la que, como el Gran

“inaccesible al deshonor” como diría López Velarde, igual y

Cocodrilo no podemos más que declararle nuestro amor y

diversa, fiel e infiel, la misma aunque cambiante, con la que nos

nuestro odio.

Leo Mendoza. Periodista, narrador y guionista. Autor de los libros de cuentos Relevos australianos, Mudanzas y Borges y El Che y otras historias hechizas CULTURA URBANA 27


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De vinos y guitarras Luis Felipe Dávalos

Necesitado de acústica renovada mas volver a la cantada juvenil, la del cogote morao de tinto y en círculo a coro un repertorio del beneplácito bohemio. Aclarar, es justo, lo hipócrita de la camaradería esta. No quisiera. Cada quien con su nirvana, diría Don Circunstancio. O fijar la mirada hasta pudrir el silencio, doblar la mano, morir del pecho. Los intervalos cada vez más largos, el deseo en pomposa novedad; aflorar para recular al estado latente esperanzado en algo por definición perecedero. Mejor actitud de derrota ante la vida, única manera de ganar la partida (dicen). Cantando. Que el pulmón explote lagrimero sin reservas, dejar de pensarlo. Bienvenido el anacoluto o lo que le dé la gana. Cito: “Algunos nos quedamos”. Fin de cita. Ya en voz baja. Era obviarlo.

Luis Felipe Dávalos. Estudia Letras Clásicas en la UNAM. Es poeta, rimador y ensayista. Creador y conductor en jefe del programa de radio Scratchamama, dedicado al Hip-Hop, en la estación Ibero 90.9. CULTURA URBANA 29


La bolsa y la vida Nicolás Mora

Bolsa, cartera, navaja, sentido, sinsentido, una esquina citadina: una breve estampa filosa, eficaz, desconcertante que parte, va, llega por el malentendido

Un hombre espera el camión junto a ella. Bien vestido, da una impresión extraña en la esquina polvorienta y aceitosa. Llueve un poco. Ella camina unos pasos para mirar si el camión aparece al fin. El hombre distraídamente vuelve a situarse a su lado. Transcurren unos minutos, cesa la lluvia, comienzan a verse rayos a lo lejos en el cielo negro. Se oyen claxonazos y enfrenones. Un tipo, al volante de un coche elegante, se detiene frente a ella y con los ojos le ofrece llevarla. Ella regresa al punto donde había estado. El automovilista se va lentamente y termina desapareciendo. El hombre, de pronto, de nuevo está cerca, detrás de ella. Ambos observan al mismo tiempo cómo se acerca el camión que han aguardado. Abordan. Está cansada y, luego de dudar unos segundos, decide sentarse en un asiento que sorpresivamente está vacío. Al hacerlo mira cómo el hombre se aproxima y se sitúa en el lugar vecino en el momento justo en que otro hombre se levanta para ir a la puerta de bajada. El camión avanza morosamente, entre leves brincos y acelerones repetidos. Se oye la música de un vendedor de discos que ha subido al vehículo. Nada más. El hombre mira el reloj, un aparato que parece caro. La mira a ella un momento, distraídamente. Al detenerse de repente el camión las piernas de ambos se tocan. Ella junta las suyas. El hombre comienza a tamborilear sobre el libro que, cerrado, ha puesto sobre sus rodillas. Quita el volumen, mete una de sus manos al bolsillo del saco. Mantiene la otra libre, frota sus piernas, como si tuviera frío. Como si no quisiera hacerlo, con esa mano toca un segundo la bolsa de mano que ella ha colgado en uno de sus hombros. Ella la cambia de posición y decide situarla sobre sus piernas. La mano del

hombre vuelve a tocarla. Ella de pronto cree escuchar con toda nitidez cómo un filo delgado rasga un costado de la bolsa. Al abrirla, ella descubre que no está su cartera. Revuelve todo con sus manos, toca un crucifijo, su teléfono celular, la polvera. Nada. No toca la cartera. Cierra los ojos. No sabe por qué pero se afana un segundo en aclarar y poner firme la voz. Con las manos vuelve a buscar y extrae de la bolsa una breve navaja. Dice entonces “Deme la cartera”. El hombre la ve a los ojos, nervioso. Los de ella son ojos punzantes, de una seguridad pesada y afilada. El hombre saca del bolsillo la cartera. La entrega subrepticiamente, como si guardara un secreto. La mujer se levanta. Se acerca al chofer del camión y le solicita que se detenga. Baja inmediatamente. El hombre alcanza a verla caminar con rapidez bajo la noche y entre una lluvia de segunda mano, sucia. Ella abre la puerta de su departamento. La miran su esposo y sus dos hijos pequeños. Se despatarra en el sofá de la sala. Comienza a contar su historia. Mientras tanto, el marido abre la cartera. Luego pregunta: —¿Quién es Óscar Mega? —¿Quién es quién? —pregunta la mujer, un poco desatenta, aprestándose ya a preparar la merienda y a hacer las preguntas de todas las noches. Un poco impaciente el esposo repite el nombre del personaje. Agrega: —Tienes su cartera. Ella raudamente vuelve al sofá. Toma la bolsa. La voltea. Café oscuro, con su broche dorado, de buen gusto como todos los regalos del tío Manuel, allí toca y mira su cartera.

Nicolás Mora. Ha realizado estudios de historia del arte y colaborado en numerosas publicaciones del interior del país. Actualmente escribe un libro sobre la moda en la Ciudad de México. 30 CULTURA URBANA


CRUCERO

En defensa de “chilango”

Leo Mendoza

A finales de 1999, cuando la Academia Española presentó su nueva edición de la Ortografía, avalada por las correspondientes –hoy asociadas– de todo el mundo, en México estalló el escándalo al descubrirse que el vocablo chilango había sido incluido como el gentilicio de los habitantes de la Ciudad de México. Eso era lo que se leía en uno de los anejos del dichoso manual –que ha recibido un buen número de rapapolvos y soplamocos a manos de diversos estudiosos. Lo curioso del caso era que, más que una denuncia, revelaba la existencia de una práctica muy socorrida entre quienes nos dedicamos al oficio: la poca o nula costumbre de consultar diccionarios para entender el significado de algunas palabras. El único fallo fue que los redactores de la nota y aun los desapercibidos académicos mexicanos a quienes se interrogó para que explicasen el desaguisado (pues el gentilicio es despectivo a decir de algunos, aun cuando asumido por un buena mayoría de la población citadina) llegaron alrededor de siete años tarde a la discusión pues la palabra había sido incluida ya en la vigésima primera edición del DRAE, que data de 1992. Como resultado de la nota, algunos académicos se excusaron por el error y otros defendieron al gentilicio; aparecieron un par de artículos y el asunto se olvidó. De hecho, en el 2001, cuando apareció la vigésima segunda edición del diccionario académico, el ya célebre gentilicio estaba ahí aún cuando se le agregó la indicación de que se trataba de un adjetivo utilizado familiarmente. En esas fechas, nadie se consideró ofendido ni puso el puso el grito en el cielo y nosotros, aunque no nacidos en esta muy noble y leal ciudad pero que aceptábamos el gentilicio y sus consecuencias, creímos que éramos chilangos de a de veras y con todas las de la ley, por lo menos las que respalda la Real Academia.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, al hojear al nuevo vademécum presentado por la institución durante los festejos por el aniversario de la publicación de Cien años de soledad, allá en Cartagena de Indias –¿o acaso fue un congreso de la lengua?–, el Diccionario esencial de la lengua española –que contiene lo más vivo del español–,caí en cuenta de que, desde hace alrededor de cinco años o menos, hemos dejado de ser chilangos para convertirnos en defeños y eso sí que ya calienta, como decimos por acá. Sobre todo porque, como lo dijera Gonzalo Celorio en 1999, chilango es el único gentilicio que, aun cuando con cierta carga peyorativa –en algunos casos–, posee validez en todo el país y, además, porque su exclusión del diccionario contradice los buenos deseos del volumen de contener lo más vivo de la lengua. Hoy por hoy chilango posee mayor vigencia entre los hablantes del país que el paliducho defeño que, lo digo sin ninguna presunción, jamás aceptaré ser porque me reconozco y soy, aun cuando no lo quiera, chilango. Además, como en este caso participaron las academias asociadas y, evidentemente, la mexicana, en el hecho existe cierto tufillo de corrección política pues al imponer defeño se trata de establecer un gentilicio que no suene mal ni despectivo y, por supuesto, que no lleve a la polémica. Y, aún más, pareciera que a los académicos mexicanos les dio pereza hacer su chamba y se fueron por la más fácil al escoger el vocablo defeño, con lo cual se perdieron no sólo la oportunidad de crear un neogentilicio sino que impusieron un término que de ninguna manera define a los habitantes de la Ciudad de México. Vayamos por partes: chilango es una palabra con plena vigencia –aunque no académica, por lo visto. No sólo se encuentra definido en la Wikipedia sino que cualquier búsqueda en Internet daría como Sigue en la página 50

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Tres canciones a la Ciudad de México Rosina Conde Décimas

I Desde el avión la diviso con sus lienzos de neón; y aunque parezca un león con sus fauces de improviso desde que tocamos piso, nos dan ganas de adorarla, de besarla, de abrazarla; también cantarle unas coplas y dedicarle unas notas: ¡no se puede, sino amarla! II Me engaña el rojo clavel en el Mercado de Flores, me enmaraña en sus colores y en las guías de laurel, con sus luces de oropel y vuelos de mariposa que engalanada la rosa, de los cirios que encendí cuando el corazón le di ¡ciudad más jacarandosa! III Este valle tan sediento que bebe y bebe placer y no para de llover; hasta el corazón me tiento con las flores mi tormento: cinco azahares, alhelís, parvadas de colibrís; con dos ramos de azucenas y campos de macarenas la ciudad me ofreció el sí.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

IV Esta ciudad me sonroja con sus bailes y ajetreo; en sus bares me mareo y en sus cantinas la roja grana de sus luces flojas me dicen que ya no creo, porque en la ciudad yo veo calles que acarician pasos, como si fueran manazos: luciérnagas en recreo.

V Me envuelve en su lindo canto la Ciudad de los Palacios que al decir de los tipazos extiende su dulce manto; endulzan mi desencanto los meseros lisonjeros, y galanes albureros... si les digo la verdad me llenan de vanidad con sus versos agoreros.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

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Tres canciones a la Ciudad de MÊxico • Rosina Conde

VI La ciudad llena de orgullo se muestra de gajo en gajo siempre que salgo al trabajo; no parezca perogrullo: sĂłlo escucho los murmullos de los fieles peregrinos, los pregones cantarinos, sus merolicos viajeros, vendedores callejeros, trovadores gorgorinos.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

VII No se diga que no hay calma, recobecos placenteros; la esperanza es lo primero que me ha cultivado el alma cuando divisamos Chalma en nuestro viaje trovero; otros buscan el dinero en la ciudad del amor que vibran por su clamor cuando encuentran el sendero.

VIII Ya con esta me despido, no piensen que no los quiero; sépanlo que yo no espero un corazón retraído. Sólo construyo mi nido para poder consentirles; sólo me resta decirles que no vengo a requistarlos (no pretendo conquistarlos), ¡mucho menos a mentirles!

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

Canción de la Alameda

Es la Alameda, Ciudad de México, el más antiguo paso que halló diéronle nombre sus verdes álamos, que allí plantaron, alrededor.

Después plazuelas, sus tres portadas; y tras un tiempo la Inquisición; fue de cuadrada a cuadrilongo, luego ochavada y se enrejó;

Sauces y fresnos luego la adornan fuente en el centro ya la colmó, brocal de piedra y por remate globo metálico, agua corrió.

más plazoletas, mampostería, con muchas fuentes se transformó. lucen estatuas, ya llegan nuevas; luego hubo bardas, luego ya no.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

Por los domingos y días festivos música nueva a más llegó del repertorio, lo más selecto a los paseantes, entusiasmó. Entran los coches llenos de hidalgos damas y gente de posición, trenzas y moños, medias de seda rosas, guirnaldas, celos, amor...

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

Mas pasa el tiempo que todo cambia y la Alameda se transformó quitan las puertas, ya caen las bardas con rosaledas se tapizó. A últimas fechas, por la Alameda corren los niños y mi obsesión; cantan los novios, los merolicos, los voceadores y mi pregón.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

La ciudad sobre el lago (basada en el poema de Nezahualcóyotl)

Tú, con preciosos sauces verdes cual jade y quetzal, inspiras mis canciones, y engalanas la ciudad. Tú, con preciosos sauces verdes cual jade y quetzal, inspiras mis canciones, y engalanas la ciudad. Sobre nosotros la niebla: broten nuevas flores bellas, ¡serán nuestro canto y nuestra palabra!

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

Extiendes en el aire tu abanico real de plumas: ¡me está mirando la garza, me está mirando el quetzal! Mil flores de luz erguidas abren sus corolas blancas. Cien serpientes de turquesa se elevan en las aguas.

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

Sobre nosotros la niebla: broten nuevas flores bellas, ¡serán nuestro canto y nuestra palabra! Y en el centro del musgo se extiende Tenochtitlan: la hace florecer el dios sus ojos fijos en el lago. Cientos de flores preciosas hay en nuestras manos; con cromáticos matices se ha rociado la ciudad. Sobre nosotros la niebla: broten nuevas flores bellas, ¡serán nuestro canto y nuestra palabra! y por todos los rumbos,

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Tres canciones a la Ciudad de México • Rosina Conde

y por todo el día, repleta está de colores la gran ciudad de Anáhuac. A ti, Nezahualcóyotl, y a ti Moteuczomatzin, creados por el que da vida, el dios de la laguna. Sobre nosotros la niebla: broten nuevas flores bellas, ¡serán nuestro canto y nuestra palabra! ¡serán nuestro canto y nuestra palabra!

Rosina Conde. Ha publicado los libros Poemas de seducción, De amor Gozoso, Bolereando el llanto y Arrieras somos, entre otros. Su obra ha sido traducida al francés, inglés y alemán. Ha recibido múltiples reconocimientos por su trabajo literario y artístico. CULTURA URBANA 47


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CRUCERO

En defensa de “chilango”

Leo Mendoza

Viene de la página 31 resultado cientos de miles de páginas sobre el término, muchas más de las que podemos encontrar referidas a defeño (doscientas mil contra 25 mil y un pico). Y además existen un buen número de publicaciones –la revista Chilango– y programas televisivos y radiofónicos, como el ya desaparecido Nosotros los chilangos, que, sin afanes despectivos, hacen uso del vocablo o se nombran como chilangos, incluida una marca –efímera, por cierto– de cerveza, la Chilango roja que se vendía a finales de los noventa en los supermercados de la ciudad. Además, está el hecho de que Distrito Federal quizá no sea el nombre real de la Ciudad de México, a ese respecto tengo mis dudas pues, para mí, es la denominación de una entidad política equiparable a estado y, en este sentido, la definición del diccionario hace tabula rasa al igualar a la ciudad con la ciudad y las hace equivalentes y la Ciudad de México es el Distrito Federal y viceversa (curiosamente, en torno a la existencia de la ciudad y sus lindes, ha escrito algunos muy sabrosos artículos José Moreno de Alba). Sin embargo, el hecho se presta para que en determinado momento, si hemos de aceptar defeño, también podríamos utilizar gentilicios como municipense o distriteño y, eso no es todo, al oficializar dicho vocablo, la Academia se aleja de la sana tendencia a construir el gentilicio a partir del nombre real de la ciudad, estado o zona (de ahí que últimamente se haya privilegiado el uso de nuevoleonés sobre neolonés) y ni siquiera puede señalar en su defensa que es un uso tradicional porque la Ciudad de México es mucho más antigua que el Distrito Federal y podríamos llegar al sinsentido de declarar que Guillermo Prieto fue un ilustre defeño, ¿o no? Así que, aun cuando aceptemos defeño para los que actualmente habitamos el DF, hace falta, de cualquier forma, un

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gentilicio que defina a quienes vivimos, padecemos y amamos a la Ciudad de México, porque el verdadero problema, al cual alegremente le sacaron la vuelta los académicos, es a todas luces más complicado: estamos ante una entidad política cuya ciudad capital ocupa un mismo y único territorio y cuyos límites contienen a la vez a la ciudad y al distrito y, además, ante una ciudad que es anterior a la demarcación política como los son muchos de sus pueblos y colonias. Otra cosa que molesta es el hecho de no saber cuáles fueron las razones que llevaron a los académicos a convertir a defeño en el gentilicio de quienes habitamos o somos parte de la Ciudad de México: no se trata, por supuesto, de que se haga un plebiscito para considerar la vigencia de una palabra sino que se perdió una oportunidad enorme de investigar, realmente, cómo nos quisiéramos llamar los chilangos, defeños o capitalinos. No sólo es de lamentar que la Academia Mexicana haya perdido esta enorme oportunidad de poner a discusión el gusto por uno u otro gentilicio sino que también, como académicos de una lengua viva y en transformación, se perdió una gran oportunidad de permitirnos jugar con el lenguaje y poner a prueba la inventiva del chilango o metromexicano o defeño para crear el gentilicio que nos haga reconocibles en el futuro –pero que también se pueda aplicar al pasado. En fin, que lo mejor, en todo caso es –si se piensa en lo más vivo del español– regresar chilango al diccionario académico –pues es un término muy actual– y quizá dejar defeño, aunque habría que señalar que ninguno de los dos llena por completo el universo lingüístico de los naturales de la Ciudad de México o del Distrito Federal o de lo perteneciente o relacionado a la Ciudad de México o al Distrito Federal.


Asfálticas Lengua viperina Emiliano Pérez Cruz

Dice que se llama Lulis, pero todos en la oficina la conocen como la Correveidile. Desde que llega se dedica a las relaciones públicas o al chisme, según se le quiera ver. Saluda a todos, de jefes de departamento hacia arriba, faltaba más. Ofrece dulces de menta, chicles e incluso cigarrillos, y lanza el consabido: —¿Supiste que ayer...? —No, fíjate que no me enteré. —Ay, pues mejor olvídalo porque yo pensé que ya estabas enterada. Y pues no, resulta que nadie estaba enterado de que a la secretaria del Licenciado, tan modosita ella –a juicio de Lulis–, tan presumida porque ya se iba a casar y porque que ya tenían alquilado un

departamento ella y su futuro esposo –el que se desvivió para ofrecerle un ajuar de lo más caro, según Lulis–, llegó la otra tarde llorando porque al tipo se le ocurrió llegar con marcas de bilé en el cuello de la camisa, y la secre del Lic. no le creyó que en el metro, gracias a un frenazo, una chica fue a dar precisamente a esa parte de su vestimenta y zas: que le deja estampada la

la puerta de la oficina y que los pasos se dirigían hacia el baño de mi jefe. Nomás por no dejar, me asomé y ahí estaba ella, llorando a lágrima viva. Ella, que ya ves que para nada altera la cara, no le vayan a salir arrugas. ¡Ella, manita, ella que apenas si saluda! A lá-gri-ma viiii-vaaa. Por no decirte que a moco tendido. Nomás me vio la pobre y se dejó ir a mis brazos, así como lo oyes.

huella de rojo carmín. —Ay, pero ni debería de comentarte nada, porque sabrás que ese día no salí a comer, así que cerré el privado de mi jefe y me dije: Luliscita, mejor échate una siestecita. Apenas me estaba medio amodorrando, cuando escuché que abrían

Pues sí: no me quedó más que consolarla, aunque fuera de dientes pa'fuera, aunque por dentro yo pensara: ahora sí, te diste cuenta de que no eres la Divina Garza: ahora sí, se te cayó el teatrito de las ilusiones que nos presumías; ahora sí: para que se te quite y a ver si así ya dejas de

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Asfálticas Lengua Viperina

Emiliano Pérez Cruz

LA ACERA DEL FRENTE José Emilio Pacheco (1981) Un mediodía yo regresaba de jugar tenis en el Junior Club. Iba leyendo una novelita de Perry Mason en la banca transversal de un Santa María cuando, en la esquina de Insurgentes y Álvaro Obregón, Rosales pidió permiso al chofer y subió con una caja de chicles Adams. Me vio. A toda velocidad bajó apenadísimo a esconderse tras un árbol cerca de “Alfonso y Marcos”, donde mi madre se hacía permanente y maniquiur antes de tener coche propio y acudir a un salón en Polanco. Rosales, el niño más pobre de mi antigua escuela, hijo de la afanadora de un hospital. Todo ocurrió en segundos. Bajé del Santa María ya en movimiento. Rosales intentó escapar, fui a su alcance. Escena ridícula: Rosales, por favor, no tengas pena. Está muy bien que trabajes (yo que nunca había trabajado). Ayudar a tu mamá no es ninguna vergüenza, todo lo contrario (yo en el papel de la Doctora Corazón desde su Clínica de Almas). No sabes cuánto gusto me da verte (yo el magnánimo que a pesar de la devaluación y de la inflación tenía dinero de sobra). Rosales hosco, pálido, retrocediendo. Hasta que al fin se detuvo y me miró a los ojos. No, Carlitos, mejor invítame una torta, si eres tan amable. No me he desayunado. Me muero de hambre. Oye ¿no me tienes coraje por nuestros pleitos? Qué va, Rosales, los pleitos ya qué importan (yo el generoso, capaz de perdonar porque se ha vuelto invulnerable). Bueno, muy bien, Carlitos: vamos a sentarnos y platicamos. Cruzamos Obregón, atravesamos Insurgentes. (…) De Las batallas en el desierto

andar de alzada. Ay, pero ¿de veras no sabías? No te creo, porque la mujer estaba hecha un mar de llanto, y al ratito ya tenía los ojos hinchados, tan hinchados que daba horror. Bueno, con decirte que si su novio la hubiera visto, te juro que sale corriendo y se va al metro por otros picoretes, ahora sí con intención, para quitarse de encima el compromiso. Aunque yo creo que más bien al tal noviecito, que no está tan tirado a la calle, no le falta alguna resbalosilla

que lo comprometió. Total, que la secre del Licenciado agarró sus chivas y sin pedir permiso se fue toooda cabizbaja y despintada y llorosa todavía: que porque habían roto con el compromiso: ella por lo del bilé en el cuello, y él porque le dijo que estaba de acuerdo, que más valía esta decisión a tiempo que un futuro divorcio, porque él no soportaba a las celosas y desconfiadas. Así que ya sabes, manita: ahí tú sabes si le lanzas los canes al muchacho.

Dicen que estudia también para Licenciado, así que por burra ella se lo pierde, y si tú te animas, pues es a la de ya, porque no dudes que en un dos por tres ya encontró quien lo consuele. Lulis, Luliscita se hace nuevamente la sorprendida, advierte que la información debe quedar sólo entre ellas, "a nadie más se lo comentes", e insiste en la pregunta: —Ay, ¿pero deveras no sabías nada? No te lo creo, ya ves que aquí todo se sabe...

Emiliano Pérez Cruz. Cronista y narrador. De entre su numerosa obra destacan Tres de ajo, Si camino voy como los ciegos, Borracho no vale, entre otros. Obtuvo el premio nacional de testimonio Chihuahua 2000 por Si fuera sombra te acordarías. 52 CULTURA URBANA


El metro 1948: avances de un proyecto Alejandrina Escudero

Los responsables de la construcción del metro en la Ciudad de México tuvieron que ser visionarios. Habría que comparar las propuestas que se proyectaron a mitad del siglo XX con el crecimiento de nuestra actual necesidad de transporte subterráneo, para conocer a qué grado este grupo de siete franceses y ochenta mexicanos, proyectaron a futuro

Habrá que comparar el trazo de estas propuestas con las líneas de nuestro metro en el siglo XXI para conocer qué tanto las necesidades de circulación subterránea de mitad del siglo XX se proyectaron al futuro Desde París Nuestro Metro ha estado ligado estrechamente al Métropolitain de la Ciudad de París, que empezó a dar servicio en julio de 1900 en su primera línea conocida como Maillot-Vincennes. A finales del XIX, las autoridades parisinas estaban convencidas de que la circulación era el signo más característico de las grandes ciudades modernas, y uno de los problemas más difíciles por venir era el tráfico. Ante la necesidad de construir una vía subterránea para resolver los problemas de congestionamiento vial, el Consejo Municipal de París financió, durante las primeras dos décadas del siglo XX, diez líneas que fueron operadas por la Compagnie du Chemin de Fer Métropolitain de Paris; las líneas restantes que en este siglo llegan a quince las operó la misma compañía. En nuestro país, el arquitecto mexicano Carlos Contreras (1892-1971) desde finales de los años veinte se preocupó por los incipientes problemas circulatorios de la Ciudad de México. Aunque preparó entre 1927 y 1938 varios proyectos para la planificación

total del Distrito Federal, que incluían varios aspectos urbanos —tales como medios de comunicación, transporte, sistema de parques, vías parques, reservas forestales, sistema de drenaje, aprovisionamiento y abastecimiento de aguas, pavimentación, centros cívicos, conservación de edificios y monumentos artísticos e históricos, colonias obreras modelos, casa-habitación económica, higienización y mejoramiento de los barrios pobres, zonificación y legislación— fue a la circulación y los medios de transporte al que le dio mayor importancia en sus proyectos. Para el urbanista la única solución permanente para los problemas de tráfico era la planificación no sólo del Distrito Federal sino de toda la región, es decir la Cuenca de México. Ésta se tendría que expresar en un plano regional de la ciudad que previera y reglamentara el futuro desarrollo de esos espacios en los siguientes cincuenta años. Las propuestas de traza de Contreras cambiaron a lo largo de casi diez años, aunque conservaron la idea de abrir grandes avenidas a lo largo y ancho del Distrito Federal, complementadas con dos circuitos, uno interior y otro exterior. A grandes rasgos, este sistema circulatorio se dividía en arterias principales, bulevares y vías-parque; calles secundarias de diversos tipos; canales y lagos; medios de transporte (por ferrocarril, por tranvía, por automóvil y

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El metro 1948: avance de un proyecto

Alejandrina Escudero

camión, por avión, por agua, vías subterráneas de tránsito rápido) y estaciones terminales (ferrocarril, tranvías, camiones, aéreas, embarcaderos y estacionamientos de vehículos). Para el urbanista, el problema del tráfico en la capital debía resolverse en coordinación con el sistema de transporte. En sus primeros proyectos, Contreras ya consideraba la construcción de vías subterráneas de tránsito rápido, es decir, lo que se ha dado en llamar “Metro”. Los primeros trabajos para la construcción del Metro mexicano se hicieron en 1948, cuando la Compagnie du Chemin de Fer Métropolitain de Paris recomendada por Contreras envió una misión de ingenieros y técnicos para estudiar la posibilidad de su construcción y proponer al regente, en esos momentos Fernando Casas Alemán, soluciones al problema del transporte urbano. Avances En su papel de mediador y asesor, Contreras revisaba cada una de las etapas de los estudios. Por ello después de su asistencia como delegado en el Congreso de las Capitales, celebrado en 1948 en la

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Ciudad Luz, se entrevistó con Gaston Vrolixs, ingeniero en jefe de la Compagnie du Chemin de Fer, con el fin de revisar los avances. Los estudios preliminares buscaron soluciones técnicas convenientes a las características del subsuelo de la urbe, los procedimientos de construcción adecuados y los materiales. Una vez terminada esa fase la compañía francesa propuso nuevos estudios que llevarían a cabo en dos años: durante el primero se prepararía el anteproyecto para la aprobación de la construcción; en el segundo, se establecería el proyecto de ejecución, para lo cual se nombraría un “Servicio Técnico del Metropolitano de Méjico [sic]” integrado por ingenieros mexicanos y franceses. De los técnicos y especialistas mexicanos se requerían 80; franceses sólo siete. El costo del anteproyecto en pesos mexicanos era de $250,000.00 y del proyecto definitivo, $220,000.00. A su regreso a México, y durante los primeros días de 1949 Contreras no consiguió una entrevista con el regente para tratar este asunto, considerando que esperaría el “momento psicológico” adecuado para presentar el proyecto del Metro y confiaba en que el presidente Miguel Alemán pudiera recibirlo.


El metro 1948: avance de un proyecto

Hasta marzo de ese año pudo el arquitecto hablar con el regente que le sugirió conseguir el financiamiento para el anteproyecto, lo cual hizo sin éxito. En cambio, una nueva agrupación civil, llamada Asociación Mexicana de Caminos, invitó a Contreras como urbanista y consejero de la misma. El primer trabajo que se le solicitó fue la elaboración de un estudio completo de los problemas de transporte del Distrito Federal para lograr un sistema integral de caminos de los estados de México, Puebla, Morelos, Hidalgo y el Distrito Federal. Contreras convenció a los miembros de la Asociación de la importancia del Metro, su proyecto fue recibido con entusiasmo y le prometieron solicitar el presupuesto al gobierno federal. El proyecto La propuesta de Contreras se quedó en el papel, sólo subsistieron algunos oficios y apuntes de las primeras cuatro líneas de nuestro Metro. En el Projet de Construction d’un Chemine de Fer Métropolitain á Mexico, fechado en octubre de 1948 y firmado por Vrolixs, ingeniero en jefe de la Compagnie du Chemin de Fer, se muestra el trayecto de las líneas en la zona central de la ciudad. El plano nos indica el trazo de cuatro de ellas. La línea I va de Ciudad Universitaria a Guadalupe (La Villa) y corre en su parte central por San Juan de Letrán. La II, va Obregón-Campo de Aviación, pasa por Río de la Loza y la calle de Cuauhtemotzin. En el cruce de San Juan de Letrán y Cuauhtemotzin se halla la correspondencia entre la I y II. La línea III va de Plaza de Cuauhtemotzin a Tlalnepantla; de la Plaza se corre por 20 de Noviembre; de Plaza de la Constitución dobla a la izquierda hacia 5 de Mayo, sigue por avenida Juárez y se dirige hacia el Paseo de la Reforma. En San Juan de Letrán, a la altura de Bellas Artes hace correspondencia con la línea I y en su arranque con la II. La línea IV se ubica al oriente de la ciudad y va de Guadalupe a Culhuacán y hace correspondencia con la línea dos. El plano no indica el nombre de la avenida por la que circulará, que al parecer es la hoy avenida de Circunvalación. En este último trazo, con Guadalupe Hidalgo se refiere a la hoy Delegación Gustavo A. Madero y no precisamente se dirige a La Villa.

Alejandrina Escudero

Otro tipo de apuntes localizados son del urbanista mexicano. Se trata de apenas unos primeros bocetos del año 1949, en los que se trazan nueve líneas. De sur a norte: Taxqueña-San Juan-Estación de Ferrocarril (Buenavista) y sigue hacia el norte. Otro boceto muestra tres líneas: I Pedregal-Coyoacán-San Juan de Letrán-Guadalupe; II Country Club-Tlalpan-Estación de Ferrocarril; y III Tlalpan-San ÁngelInsurgentes-Estación de Ferrocarril. La línea IV corre por el norte desde la Plaza 20 de noviembre (Tlaxcoaque) de ahí hacia el Zócalo, Bellas Artes, Juárez, Caballito, Reforma, Azcapotzalco y Tlalnepantla. La línea V arranca del surponiente; al parecer va por Revolución o Patriotismo, dobla a la derecha, atraviesa Insurgentes, se dirige a Cuauhtemotzin hasta 20 de noviembre y sobre el poniente va hacia el Norte para terminar en El Peñón. La línea VI va de oriente a poniente de Balbuena a Las Lomas. Se va por todo el Río de la Piedad, se dirige al norponiente por Paseo de la Reforma hacia Las Lomas. La VII forma una especie de herradura y va de Xochimilco a Tlalpan. De Xochimilco circula por Huipulco, Country Club, dobla a la izquierda, marcha sobre Taxqueña, a esta altura cruza San Juan de Letrán; llega a San Ángel dobla hacia el sur y en un semicírculo toca Tlalpan. Las dos líneas restantes no están numeradas; la primera es otra opción de la VII y sale de Xochimilco, se dirige a Huipulco, “¿Gran Canal o Tlalpan?, de ahí arriba a un lugar que Contreras llama Anillo Sur; se dirige hacia el poniente hasta llegar a Balbuena; de ahí hacia norte: San Lázaro, Ferrocarril de Cintura, “Trabajo”, Plaza… se desvía hacia el poniente por la Calzada de Guadalupe hacia la Basílica. El último apunte indica una línea de sur a norte: Tlalpan, Peña Pobre, hacia el oriente llega a Ferrocarril Central, se dirige al nororiente hacia la Basílica. Epílogo Habrá que comparar el trazo de estas propuestas con las líneas de nuestro metro en el siglo XXI para conocer qué tanto las necesidades de circulación subterránea de mitad del siglo XX se proyectaron al futuro, porque los trabajos urbanísticos de Contreras se adelantaban a las necesidades del futuro en unos 30 a 50 años.

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El amigo Pedro Infante Martín Ibarreche

Mexicano amado, cuya presencia en el cine llenó los lugares comunes que conquistaron a su público tumultuario: un macho puro vestido de charro, trabajador pobre en la gran urbe, curita discreto, músico en desgracia y en triunfo, militar valeroso, motociclista intrépido y pícaro, chofer ocasional y enamorado, ricachón norteño que quiere sentar cabeza… guapo, atlético, moreno, querendón, coqueto, travieso, sentimental, fácil para el llanto y la carcajada, pero sobre todo, dueño de un ángel inigualable

Tal vez no haya mexicano tan conocido por sus compatriotas como Pedro Infante. No necesitó aquel actor y cantante los grandes aparatos publicitarios que hoy fabrican luminarias de corta duración o de esporádicos chispazos para establecerse en el imaginario de una sociedad que con él estaría cerrando su catálogo de “ídolos del pueblo”. Es curioso: cuanto más ha crecido la industria del espectáculo, hasta alcanzar niveles insospechados y groseros, ha mermado su capacidad para generar figuras de largo aliento o de raíces profundas. Es posible que la relación proporcional deba ser vista de manera invertida en este caso, es decir que parecería que aquellas figuras, si bien en considerable medida emergen gracias a los alardes propagandísticos, hallan las razones de su fuste en la autenticidad que pueden reflejar y compartir con un público voraz y tumultuario. Con Pedro Infante se cumplen lugares comunes: los elegidos mueren jóvenes; las masas los adoran por la perfección

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de sus contradicciones: mujeriego y fiel, juguetón y de lágrima fácil, tierno y valiente como el que más, pobre pero honrado, dueño de un atractivo que es la suma adorable de lo común y corriente. Ocupa el cenit cuando aún está viva la idea del mexicano arquetípico, poblada de contraluces, revelación de una esencia que no podría cambiar pasara lo que pasara. Y es percha ideal para todo atuendo: luce como los puros machos vestido de charro, es un trabajador pobre en la gran urbe, curita discreto, músico en desgracia y en triunfo, militar valeroso, motociclista intrépido y pícaro, chofer ocasional y enamorado, ricachón norteño que quiere sentar cabeza… Todo le viene bien, que ni pintado. Hombre de estatura promedio, de torso atlético, moreno claro, nunca bronco sino más bien discreto, en ocasiones ladino o astuto y siempre bien intencionado, Pedro Infante tuvo, y persiste, lo que conocemos como “ángel”, encanto, charm, duende.


El amigo Pedro Infante

México, segundo lustro de los cuarenta. La postguerra marca el esplendor del cine nacional, dora sus fechas, enaltece sus mitos. En el país despunta hasta niveles insospechados una industria que parece tenerlo todo: el talento y la sensibilidad de cineastas como Emilio Fernández (quien dirigiría a Infante una vez por cierto), Ismael Rodríguez (ambos formados en los estudios de la gran industria: en Hollywood), Gabriel Figueroa, rostros irrepetibles y arrebatadores como los de Dolores del Río, Pedro Armendáriz, María Félix y un gran asunto de fondo: nada menos que la identidad nacional. Ya circula triunfalmente la figura de Mario Moreno Cantinflas, el cómico que escamotea el sentido de sus discursos y expresa con otro lenguaje, distinto al convencional, la verdad de las masas haciendo reír y asombrando mediante sus desfiguros y aquellos quiebres semánticos, su tono díscolo y eficaz, su cara que no cesa de fingir para que todos puedan reconocerse en sus actitudes, su facha más que desfajada y raída, a públicos de todas las esferas y exigencias. Cantinflas será el irrepetible personaje de la urbanización de la vida nacional, de la masificación de la Ciudad de México, de la contradicción que define a todos: dice lo que no dice, no dice nada y lo dice todo. Acompañado de grandes actores de soporte, los casos de Dolores Camarillo o de Agustín Isunza, acompañado célebremente por Manuel Medel, Cantinflas ocupó no sólo el centro de las pantallas nacionales sino zonas de la diversa cultura nacional en varios planos. Otro tanto ocurrió con las muy distintas pretensiones de Emilio Fernández, calculadas plásticamente y amparadas en el discurso del México revolucionario. Es notable que en la actualidad se recuerden mucho menos sus películas enteras, en cuanto a sus historias, situaciones dramáticas y decires, que los mitos encarnados en ellas: la belleza altiva de María Félix, la ceja levantada y los angulosos y bellos pómulos de Dolores del Río, la mirada poderosa, expectante pero también de ruego de Armendáriz. Alejado del recurso cancionero, el Indio Fernández habría arrostrado el reto de hacer el más puro cine mexicano. La vida urbana va ganando espacios en el país y en sus pantallas. El Charro Cantor, que encarnaría de manera arquetípica el siempre tieso Jorge Negrete, tendrá que habérselas con un mundo más vasto, demandante de mayor versatilidad. Negrete, de voz fuerte y educada, buena presencia y gran fortuna en la lotería

Martín Ibarreche

de los repartos (en su El peñón de las ánimas debuta María Félix y Gloria Marín será su enamorada más de dos películas; ambas mujeres, hermosas las dos y de muy diversos caracteres, serían esposas del cantactor), no tuvo suerte o posibilidades de lucir en cintas de tema citadino ni en comedias. Por su parte el gran Pedro Armendáriz, cuyo rostro llenaba la pantalla, con sus ojos iluminados que revelaban la pasión de la vida, filma una de las grandes películas nacionales: Distinto amanecer, de Julio Bracho, con una insuperable Andrea Palma. Ambientada en la ciudad, más precisamente en los escenarios reiterados de nuestro cine: la casa pobre en el arrabal, el cabaretucho, la cinta prueba las enormes dotes actorales de Armendáriz. Otro Pedro, venido de Sinaloa y con algunos conocimientos musicales, irrumpe con rapidez en el escenario. No es infrecuente escuchar ahora que Infante no era un gran cantante ni un gran actor pero que su simpatía, aquel ángel o duende, le ganó su fama inmensa. Saberlo con precisión es imposible y es probable que no importe gran cosa. Lo cierto es que Pedro Infante vino a ser en el cine mexicano todo lo que hacía falta. Una nueva versión del charro cantor, sin la rigidez de Negrete ni los manierismos kitsch de Tito Guízar, de voz excelente, de tonos suaves, una voz dúctil y seductora si era el caso, y si se ofrecía también una tonalidad noblemente bravía. Una agradable presencia física, muy del gusto colectivo (moreno, ni alto ni chaparro, fuerte pero no hasta el alarde más bien grotesco, de amplia frente –que crecería unos años antes de la muerte del actor a causa del primero de los avionazos que sufrió–, de mirada inquieta que a la vez generaba una sensación apacible). El mayor de sus atributos estaba en su carácter: querendón, coqueto, travieso, sentimental, fácil para el llanto y la carcajada, apegado tanto al sentido común como al arrebato trágico. Tuvo en el director Ismael Rodríguez el amigo y maestro que requirió. Rodríguez lo situó en el estrellato en películas que no temieron las más delirantes truculencias populares (Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe El Toro destacadamente) o las peripecias más disparatadas, como las comedias A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer, en las que Pedro alterna con otra gran figura de nuestro cine, el también actor y cantante Luis Aguilar, y los dos se rodean de algunas guapas, como la quinceañera Alma Delia Fuentes y Aurora

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El amigo Pedro Infante

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Segura, Carmen Montejo y Rosita Arenas. En los dramas citados, y en otras cintas, como Los tres huastecos, Infante hizo pareja con Blanca Estela Pavón. La pareja perfecta. Blanca Estela, muerta a finales de los cuarenta –en un primer avionazo que marcaría una suerte de sino del dúo–, en pleno triunfo, fue una mujer graciosa, de dulce voz y expresión tierna. Otra imagen mexicana ideal: delgada, morena clara, guapa, vivaz. Con Pedro canta la una de las canciones más célebres del repertorio patrio: Amorcito corazón. En la dupla A toda máquina y Qué te ha dado esa mujer Pedro Infante y Luis Aguilar llevan a sus límites, o casi, la amistad entre dos hombres. Los une una serie de elementos fundamentales: son conquistadores, mujeriegos (aunque no pasan de noviazgos o de meros escarceos), buenos pa la cantada, maloras pero sentimentales y noblotes, diestros y arrojados motociclistas, ambos son jóvenes, guapos y solteros. Los separa, sólo originariamente, una leve pero notoria diferencia de clase: Luis puede presumir un vestuario clasemediero bien arregladito, una prestancia atractiva; en cambio Pedro, antes de recibir refugio en casa de su nuevo amigo, andaba pescando colillas rescatables en las aceras para echarse sus fumadas, estuvo (injustamente) en presidio, da lástima su aspecto. Su papel ante Luis será al comienzo el del aprovechado; el de Luis será el del resignado. Los dos tienen una esperanza: hallar en el otro el amigo que nunca han tenido y que tanta falta les hace. No paran de hacerse bromas pesadas en una convivencia que no se explica más que por aquel afán. El motivo de sus riñas tiene faldas y ojos bonitos: cada uno tiene vedada la posesión de una novia. Se permiten los relajos, nada en serio. Las riñas devienen en conflictos graves, el último parecería anunciar un rompimiento definitivo, con la aparición de dos mujeres: Carmen Montejo, una ramera víctima de las circunstancias que es redimida por un Pedro Infante que sordamente va enamorándose de ella y que no es tolerada por Luis (por ser una prostituta y por ser amada por su amigo), y Rosita Arenas, una muchacha que cumple los papeles de la novia típica: previsora, bien educada, bonita, seria e inexperta, y que deja plantado a Luis Aguilar por preferir a Pedro. Al final, como sabe todo México, la amistad se impone: los amigos, luego de intercambiar fuertes puñetazos y miradas rencorosas no tienen más que reconocer que sólo por una cosa vale vivir, y ellos la Martín Ibarreche. Nació en Puebla, periodista, prepara su tesis sobre las estrellas del cine nacional. 58 CULTURA URBANA

poseen: la amistad. El machismo que permea toda la historia arriba a su clímax con la negación del vínculo heterosexual definitivo y el establecimiento de uno unisexual. El éxito de la película, de los mayores de la extensa filmografía de Infante, debe muchísimo a su ritmo excelente, a papeles secundarios cumplidos con excelencia (como el de la conserje Emma Rodríguez), desde luego a la altura actoral de Infante y Luis Aguilar, a la oportunidad y el acierto de las canciones, a situaciones cómicas bien administradas pero no sería justo olvidar aquel refrendo del peso de la amistad masculina. Pedro Infante filmó otras dos comedias memorables: El inocente y Escuela de vagabundos. En la primera hizo pareja con Silvia Pinal; la película se cae sin remedio luego de una primera parte entretenida y muy bien lograda por el director Rogelio A. González: la de la borrachera de fin de año improvisada entre la muchacha rica, avispada, adelantada a su tiempo pero respetuosa de las convenciones a final de cuentas, y el humilde mecánico, pobre y honrado, solitario, inocente de veras, pero no tonto. La segunda cuenta con uno de los repartos más afortunados que podían alcanzarse: junto a Infante, una simpática Gloria Marín (la que fue una muy buena comediante, una vez librada de la figura de Jorge Negrete), el cumplidor Óscar Pulido, la graciosa Anabel Gutiérrez, Dolores Camarillo y Eduardo Alcaraz, siempre impecables, y la hermosa Miroslava. De argumento disparatado, armada apenas, la película presenta a un Infante perfecto: seductor, malicioso, gran cantante. No hay película mexicana de la gran época que no sea una exaltación, en tono menor o mayor, de los valores nacionales. No tanto los de las instituciones o los valores patrios (cuya defensa y amparo es un presupuesto infaltable) sino los valores de la convivencia, los de la familia, la sexualidad, la religión, la amistad, la visión del hombre y la mujer. Las cintas de Pedro Infante, incluida desde luego la sobrevalorada Tizoc, que filmó con María Félix y que cada día es más invisible, no se alejaron de esas redes. Infante supo imponerse, pese a todo. Tenía genio. Uno ha de imaginárselo como un hombre disciplinado, correcto en el trato, débil sólo en los vericuetos sentimentales, alegre. Quedó su nombre, sus canciones y su voz. Quedaron sobre todo sus películas, que tanto hablan de una sensibilidad nacional no del todo extinta cincuenta años después.


¿Dónde quedó mi Roma? Eve Gil

Después de la infancia mucho desaparece: el rostro inocente, el aspecto de las calles, de los parques. Muchos sueños se derrumban junto con los edificios, las viejas casas, los imponentes cines. Son sustituidos por moles para oficinas de predominante mal gusto, otros inmuebles se quedan erguidos, pero desamparados. Se convierten en lienzos grises que no recobran su antigua belleza

La Colonia Roma es un sueño de mi infancia que se esfumó junto con el ratón de los dientes de leche, los Pitufos, Santa Claus y Odisea Burbujas. Es lo que he terminado por creer. Cuando regresé de Hermosillo, tras quince años de ausencia, llegué directo aquí, imaginando que aguardaría por mí el departamento que habité de niña aunque en realidad tenía reservación en el hotel desde donde se divisaba el que había sido mi hogar, donde alguna vez dormimos mis papás y yo cuando mi mamá descubrió que había perdido la llave luego de un paseo por el Ajusco. Al reservar puse énfasis en mi necesidad de que la habitación diera al parque Alexander Pushkin que crea división entre la calle de mi antiguo edificio y la del hotel. He de aclarar que mi edificio se encontraba justo donde la colonia Roma y la Doctores hacen frontera, de modo que mirando hacia la derecha es la Doctores (lo primero con lo que te topabas antes de 1985 era el edificio acristalado y rojo de Secretaría de Comercio al que le estallaban los vidrios al mínimo temblor y terminó por volverse esquirlas con el terremoto. Hoy hay un parque en su lugar); a la izquierda, los camellones de Álvaro Obregón y los caserones porfirianos de colores pastel, la mayoría convertidos en oficinas: la inconfundible colonia Roma. Hasta los olores eran distintos de un lado y de otro.

Pero lo que veía desde la ventana de mi cuarto de hotel me pareció desolador porque el mundo que recordaba con la fidelidad de una postal había sido arrancado de la faz de la tierra por una hecatombe. Eso, o nunca existió. O Dios oprimió su tecla de delete. Cuanto permanecía incólume era el zoológico de cemento: el hipopótamo rojo en cuya panza me guarecía y la jirafa anaranjada en cuyo lomo me acostaba; el resbaladero de caracol del que más de una vez aterricé con la falda embarrada de caca de perro, así como el mínimo carrusel donde, jamás lo olvidaré, entregadas a un violento vértigo, Georgina bañó de vomito a los que tuvieron la desgracia de cruzar por ahí en ese instante. Pero la otra sección del parque, que era la más hermosa, había sido arrasada. Sólo una estas posibilidades explicaría aquel destrozo, aquel agujero retacado de basura en que se había transformado la cristalina fuente de arcos circundada de flores. Recuerdo las dientes de león que deshacía de un soplo. A veces tomaba un manojo de ellas para cubrirme de brizna hasta las trenzas. El cristalino chapoteo del agua había sido reemplazado por el esforzado jadeo de unos jóvenes sudorosos que jugaban algo con una pelota azul que sigo sin saber qué juego es y me hace pensar en los aztecas, aunque no puedo evitar odiarlos por suplantar con sus jadeos y su sudor el paraíso de dientes de león.

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¿Dónde quedó mi Roma?

Eve Gil

A un costado instalaron, supongo que para los jugadores, unos sanitarios que en letras enormes y rojas enuncian WC Públicos. Cuando regresé, en 1998, quedaba aún el cascarón de lo que fue el Cine México, del que mi padre fue accionista, transformado en inenarrable chiquero de jeringas y botellas rotas, guarida de drogadictos que se recluían a inhalar solventes en los restos de fastuosa alfombra roja. Cinco años más tarde ni eso quedaba. El edificio que albergara también a la niña cinéfila que fui por herencia paterna y el privilegio del pase gratis que me daba ser hija del casi dueño, sobre el que había tres pisos de apartamentos donde vivían dos negritas amigas mías, compañeritas de escuela e hijas de una afamada cantante de color de los setentas; el mismo que sirvió de set a la película Dulces compañías (1996), de Óscar Blancarte, donde Roberto Cobo interpreta a un solitario tallador de títeres, había sido borrado del mapa también. Tuve ocasión de ver a una excavadora llevarse mis religiosas matinées sabatinas de La guerra de las galaxias; mis primeras incursiones a la clasificación B con Juego sucio, con Chevy Chase y Goldie Hawn, cuya función de estreno mi papá arregló en exclusiva para mí y mis compañeritos recién graduados de la primaria del Colegio Porvenir (que existe aún en la calle Tabasco), mis atracones de Pon-Pons y Toblerones, tabletas Pez, copas de helado Holanda y palomitas de maíz; mis primeras lágrimas cinematográficas con las desventuras de ET, los gritos de mi primera película de horror, Amytiville (“¡con música de Lalo Schiffrin!”, justificaba mi papá tan horroroso filme en su cine) y la única vez que subí a la sala del proyector durante una función de Contacto mortal, con Bruce Lee, estrella favorita de los asiduos a ese cine. Sobrevivió el terremoto del 85 pero no al enseñoreo de los Cinépolis, Cinemarks y demás gringadas. Diez años antes de ser derruido por completo, el Cine México conoció una faceta como Rodeo y otro como Teatro de Zarzuela, pero al menos estaba ahí, físicamente, con todo y marquesina. El edificio donde viví se mantiene sereno y en pie sobre una de las pocas manzanas de la zona indiferentes al tiempo, salvo por un local de Estafeta que suplantó a una imprenta y la tienda donde adquiría conejitos Turín transformada en boutique para mascotas. Ahí están: la panadería, la cantina, la vecindad nice y hasta la tienda de alfombras donde mi mamá compró una cosa horrorosa, dizque persa, que nomás

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de tocarla te cuadriculaba los dedos. El restaurante de a la vuelta llamado Los quesos, cuya especialidad era el que su nombre indicaba y donde papá nos llevaba a comer ocasionalmente, se desplomó a la par del Cine Internacional. Lo alternábamos con el Wings del entonces Parque Ensenada, hoy Stanza. Queda incólume este hotel donde de vez en cuando, habitante ya de la Ciudad de México, me refugio con mi nostalgia, mis lecturas y mi laptop, aunque alrededor veo cosas que antes no existían o que mi mente de niña nunca registró, como niños de mirada torva, limosneritos y tragafuegos, y hasta una diminuta sex shop llamada Tootsies. Las librerías de viejo que pueblan la zona son exactamente las mismas donde me internaba a buscar novelas góticas y románticas cuando asistía a la secundaria (fueron los únicos estudios que cursé fuera del perímetro de la Roma, en la San Rafael), aunque la Casa del Poeta era entonces un cascajo abandonado y había una maravillosa casona que mi mamá llamaba Casa de la Familia Collantes, me parecía un castillo encantado y aunque nunca tuve ocasión de ingresar en él soñaba mucho con su interior que, confirmaría varios años después, convertida ya en Casa Lamm, era una reproducción casi exacta de la realidad. Supe entonces lo que era el famoso deja-vu. Mi primera comunión la hice en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario. El catecismo me parecía divertidísimo porque era como una película de terror llena de demonios y culpables descrita por una viejecita de ojos desorbitados y acuosos; infierno que el jovencísimo Padre Eustaquio, nuestro confesor, se encargaba de hacernos más llevadero con sus bromas. Las misas dominicales en La Romita que eran divertidísimas, no recuerdo exactamente por qué, pero todos los domingos me le pegaba a Loreto, “la muchacha” que se aplicaba una crema que olía riquísimo (creo que era pomada de La Campana pero su piel la absorbía de un modo muy particular) especial para las misas y luego, al salir, me dejaba comiendo elote en una banca para retirarse unos momentos con un soldadito chiquitito como ella. El kinder oficial al que asistí existe todavía: María Guadalupe de Alva. Lo mismo la escuelita donde cursé la primaria: Colegio Porvenir. En el caso de este último, su supervivencia es muy relativa. Estuve a punto de matricular ahí a mi hija mayor, pensando ingenuamente que tendría las mismas misses jipiosas que seguían los preceptos de un tal Peugeot que más tarde me combinarían con el sistema


¿Dónde quedó mi Roma?

Montessori en la secundaria y que entre otros valores me enseñaron a ser autosuficiente. Pero en vez de ellas me topé con unas maestritas sumamente guapas y remilgosas, de esas que no dejan pasar un día sin teñirse las raíces del cabello y chillan cuando se les corre la media, que hablaban de infundir valores morales, buenos modales y promover la limpieza del cuerpo y el espíritu y Nuestro Señor Jesucristo. Pregunté por Miss Maruca, la directora. No debió sorprenderme que aquella española rabiosamente anti franquista, justa, disciplinada y liberal se hubiera retirado del magisterio cediendo el local a estas Hijas de María Santísima de la Liga Clairol, así que saqué a mi hija tan pronto como pude de aquel rosado castillo de brinca-brinca, columpios de colores, moños y listones y miradas desaprobatorias tras la cachucha, los pantalones aguados y el tatuaje de henna de mi hija de 12 años. De aquel trayecto ahora mítico solo quedan algunas ruinas, como el consultorio de mi dentista que por algún motivo quedó vuelto escombros, aunque con la placa Dr Raúl Ramírez, cirujano dentista, en vilo, milagrosamente sujeta de una puntita. En seguida había una papelería, que todavía existe, obligado desenlace de las sesiones de tortura entre taladro y amalgamas con que mi mamá premiaba con una libreta o una caja de colores mi valor de tolerar el rellenado de muelas sin anestesia. Lo increíble es que la papelería, que a duras penas se mantiene en pie, vende aquellas mismas

Eve Gil

libretas Stilo pero con las hojas amarillentas y quebradizas, y las mismas cajas de colores Dixon cubiertas de una densa pátina de polvo. La despachadora es la misma, sigue siendo viejita y simpática, y naturalmente no me identifica con aquella niña gordita con aliento a clavo y mentol. Es la cosa más rara que he visto. Un lugar donde el tiempo ha quedado petrificado. Vuelvo a tener diez años cada vez que paso por ahí y entro dando brinquitos. Muchas veces he tenido la sensación de que algunos artilugios de segunda mano que venden en los bazares que se montan los fines de semana sobre Álvaro Obregón y justo enfrente del edificio de mi niñez, a los que asisto más por nostalgia que por avidez de antigüedades, me pertenecieron. Me son tan extraordinariamente familiares… algunos discos de cuarenta y cinco revoluciones del grupo ABBA, Yuri (Osito Panda) y Donna Summer, mujeres biónicas, muñecas bárbaras (que eran la versión mexicana de las barbies), ángeles de charlie, maletines médicos Mialegría, Lagrimitas Lilyledy, grabadoras Panasonic, figuras de Star wars, maquinitas de hacer raspados, tocadiscos desmontables… es como volver a entrar a mi cuarto adornado con pósters de Mafalda, la tenista Chris Everett, Matt Dillon y Brooke Shields y regresar al México de López Portillo que, independientemente de no haber sido el mejor para los adultos, mucho menos para mi papá que se la pasaba rezongando y hablando de comunismo, fue mágico para la niña de la Colonia Roma que fui.

Eve Gil. Narradora, ensayista y periodista cultural. Autora de Hombres necios, El suplicio de Adán, Réquiem por una muñeca rota, Cenotafio de Beatriz, Electra masacrada, entre otros libros. Ha colaborado en Etcétera, Saberver, Hoja X Hoja de Reforma y muchas otras. CULTURA URBANA 61


Nieve Tepito tepitorum Los dizque huevos de caguama, son blanquillos de gallina remojados en ácido, o son de lagarto. Las vitamigas ayudan pero no hacen milagros. Algunos puesteros cobran más caro que nadie el impuesto a la ingenuidad. Muchos perfumeros venden envases originales con esencias de la Farmacia París. Un soltero maduro puede ser puto seguro. Del anillo te hacen una medalla o un medallón. Y el lente oscuro delata un marihuano seguro. En Tepito ándese movido como bandido o le quitan los calcetines sin quitarle los zapatos. Y si eres machín luce un tatuaje en la gaver que diga ¡Villagada! o sea: ¡Viva Villa, hijos de la chingada! Acá, los devotos de la Santa Muerte saben que la dimensión simbólica de esta imagen rebasa en mucho la de otras de madera o yeso, que son veneradas por fanáticos de la sin hueso, que me lambestido de china poblana. En la barriada, cuando se tienen las primeras peleas en la Coliseo, lo primero que se aprende es traer siempre en chinga a nuestro Ángel de la guarda. Para luego lucirse en eso de comer bien, coger fuerte y enseñarle los huerfanitos a la muerte. Antes,

La culpa por la fama Alfonso Hernández los chavos jiotosos parecían Caballeros Leopardo de tanta mancha, y si tenían mezquinos era porque eran envidiosos con las hermanas. Hoy, los chavos parecen tigres de tantas rallas que se meten y si tienen verrugas es porque sus joyas son chafas. Y si les creció un pelo en la mano, es porque le echan mucha azúcar a los churros. Pero, si lucen callos en los dedos, es porque le jalan duro el hilo de cáñamo a su papalote. A toda hora, las calles del barrio se convierten en un purgatorio donde todo se paga. Las azoteas son como el paraíso de los novios, de los grifos, y de quienes gustan de volar papalotes y aprender a mamarle la miel a las estrellas. La crisis vale madres en esta barriada que siempre ha estado en crisis. Algunos patios de vecindad tienen asoleaderos para blanquear la ropa sobre montones de huevos de río, junto a los maceteros con geranios y todo tipo de plantas medicinales para remedios caseros o para las reumas de la abuelita. Por las mañanas, los patios de vecindad parecen albercotas que se van llenando de luz. Y

Alfonso Hernández. Cronista, hojalatero social y director del Centro de Estudios Tepiteños. 62 CULTURA URBANA

al mediodía, con tanta ropa de obreros y de culeros, aquello parece un atracadero urbano, con mástiles de piratas mecidos por un viento suave, que a veces se torna cabrón y devastador. Y al atardecer, comienzan a contrastarse los claroscuros en los arrugados muros de adobe, semejando paredes hechas con pieles de mamuts y dinosaurios, cuyas osamentas y vísceras se dejan entrever y hasta palpar. Pues acá importa mucho preservar el espacio de Tepito y alargar el tiempo que tiene este barrio sobreviviendo con su misma fuerza, bravura y resistencia. Si el fotógrafo registra la historia y el artista recrea el concepto, el alburero recicla el lenguaje, pues frente a la fayuca cultural clasemediera, el Aleph verbal de la barriada se significa en el caló, el albur, y el calambur, que son el jocoso ajedrez mental de los iniciados en las artes del latín y el latón. Donde el albur sirve para calibrar el vocabulario del otro, medir su grado de ingenuidad, y malorearlo con una buena verbalización rimada en verso y sin esfuerzo.


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CRUCERO

En bola y en pelotas

Jaime Zentella

Resulta que la lata de Campbell’s que fijó y puso en circulación Andy Warhol era sin discusión posible una obra de arte. Pase. Y los inodoros, cestos de basura, cualquier habitación vacía que pueden encontrarse en las galerías y los museos más modernos también lo son. Vale. No queda nada que decir delante de los entusiasmos que desata la obra del fotógrafo Spencer Tunick, un personaje que revela su destreza a las primeras de cambio. En la Ciudad de México, faltaba más, romperá sus marcas: reunirá la mayor cantidad de personas que anhelan pasar a la Historia y participar en una creación artística acaso del único modo que conciben para hacerlo: desnudándose en grupo, quedar en pelotas en bola, y posar para que haya registro de que la masa también puede alcanzar niveles estéticos. Ya no sorprende que el trabajo de Tunick pase al mercado con la etiqueta artística, tan ubicua se ha vuelto, pero no deja de ser curioso el afán de las personas, de todas las edades y de todos los sexos, de hacer montón. No guardo pudibundez alguna al hablar así –en muchas otras cosas desde luego que la guardo– sino que me mueve exclusivamente la curiosidad. Quitarse la ropa en el Zócalo chilango puede entenderse como una provocación: aquí mero, frentito a la Catedral y a Palacio Nacional, símbolos de los poderes mayores de la vida social, me encuero y me vale. Cada quien sus provocaciones y su rebeldía. ¿A quién provocan los encuerados? Una respuesta positiva es difícil de encontrar. Lo más probable es que nadie se sentirá indignado ni estremecido ni nada ante tal performance. En la sociedad, es lo cierto, hay escándalos mayores. ¿Qué gozo puede llegar a los encuerados? Es de dudarse que sea un placer estético. La gorda de adelante no conmoverá el sentido de nadie, ni el olor del de junto, ni, en fin, las gracias o desgracias físicas de la mayoría. Todos los desnudos verán los árboles pero no verán el bosque. Si nunca falta un roto para un descosido, es seguro también que muchos rotos juntos no hacen buena costura. También es de interés dar con los motivos del interés de las autoridades en auspiciar y promover (ahora se dice promocionar, lo sé) la fiestecita. Unos buenos miles de pesos del presupuesto, tan escaso, tan peleado, se emplearán en el acto. Inclusive autoridades no políticas, es un decir, como las de la Universidad Nacional, han apoyado la ocurrencia de Tunick, quien de seguro se fue feliz de México, hablando de las bellezas del país. Siempre con destreza. 64 CULTURA URBANA


Nieve Segundo Piso

El aborto y las ovejas Javier Escalera

Suelen ser las mujeres ignorantes o sometidas las que padecen prácticas abortivas en las peores condiciones. Miles de ellas mueren en el trance. Su decisión, inatacable en términos lógicos y morales, las lleva al camastro de la muerte, mientras la gente decente mantiene en calma sus conciencias y los seudomédicos o las comadronas engordan sus cuentas. No es posible que ninguna mujer más muera al someterse a un aborto practicado en malas condiciones. Quien piense lo contrario prefiere olvidar o relegar el valor mayor que dice defender: el de la vida humana. Supone, el adversario a la legalización de las prácticas de suspensión del embarazo, que hay mujeres que optan por el aborto en contra de la vida de inocentes a cambio de su propia falta de responsabilidad, de conciencia, de respeto a los valores. No lo dice pero lo piensa ese adversario: la mujer que aborta sería una asesina si el motivo que la llevó a actuar no está entre los que todos conocemos (la violación de origen, los males físicos). A ese adversario parece importarle más la decencia, lo que entiende por decencia (que debe ser juzgada en la conducta humana y no en la propia, piensa), que la salud y la vida. Que haya mujeres que se embarazan sin desear hacerlo viene a ser un castigo que merecen. Este punto es particularmente de interés. ¿Quién

castiga? ¿La naturaleza? ¿La Iglesia? ¿El Estado? ¿La sociedad? ¿Dios mismo, en persona? Es claro que muchísimas mujeres se embarazan sin quererlo: por ignorancia, por descuido, por errores de conteo, por inercia, porque no les quedó de otra. ¿Deben hacerse madres? Los enemigos de la legalización piensan que sí, que a toda costa deben parir. Aquellas mujeres deben ver sus embarazos no como un castigo sino como una bendición. Pero la vida no es así. De acuerdo con todos los análisis científicos la vida humana no comienza sino hasta que comienza, lo sabe Perogrullo, y esto sucede luego de doce semanas de embarazo. Durante ese tiempo transcurrido muchas cosas deben ocurrir para que la vida pueda lograrse. Si una mujer quiere evitar que prospere ese proyecto basta con que se someta a una operación cancelatoria. No es posible tampoco que haya quien piense que las mujeres que se someten a tales operaciones son irremisibles ignorantes o sencillamente malas mujeres. Puede haberlas, desde luego, equivocadas, pero no hay duda de que el común de ellas, en caso de decidir por el lado de la suspensión, elige el último de los recursos. Decide no guardar en su seno el proceso de inicio de una vida. La decisión es grave a no dudarlo pero muchísimo menos que la que implicaría el lado contrario: decir sí al

comienzo cuando pudo o debió decirse no puede entrañar la destrucción de dos vidas al menos: la que no existe y la muy concreta de la mujer que la haría posible. Suelen ser las mujeres ignorantes o sometidas las que padecen prácticas abortivas en las peores condiciones. Miles de ellas mueren en el trance. Su decisión, inatacable en términos lógicos y morales, las lleva al camastro de la muerte, mientras la gente decente mantiene en calma sus conciencias y los seudomédicos o las comadronas engordan sus cuentas. Legislar en pro de que tales prácticas antihigiénicas y efectivamente mortales en muchos casos no viene a ser más que un acto de política social y de salud conforme con el sentido común. A la legislación se oponen la Iglesia y sus allegados, y por supuesto un considerable número de personas inteligentes que han querido discutir de buena fe (aunque son los menos, es lo cierto). El hecho es curioso. El declive de la Iglesia en México no es cosa nueva. Tiene décadas y no hay razón para pensar que no será imparable. La sociedad mexicana se distancia cada vez más y más aceleradamente de los inciensos, las cruces y las virginidades por más que haya formas de la religiosidad que parecerían mantener una vigencia en plena forma. Lo que está en cuestión son los valores mismos sobre los que descansarían aquellas formas y claramente

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Segundo Piso El aborto y las ovejas

Javier Escalera

todas las diversas prácticas eclesiales. No son lo mismo los tumultuarios asaltos a la Basílica cada diciembre y la manera en que las muchachas, por ejemplo, conciben la virginidad. Lo profano impone sus fuerzas disueltas y ubicuas en sociedades católicas como la mexicana. En el clero abundan motivos para la desesperación. Decrece el número de curas, al tiempo en que se agota la sustancia de los discursos. ¿Cómo hacer coincidir el dogma con los deseos y los hechos de la pura realidad? Ni siquiera el papel correctivo hacen bien los prelados. Sus admoniciones suenan irremediablemente oxidadas, huelen a viejo, se miran pálidas y se oyen falsas. Tienen la esperanza de que la religiosidad indudablemente viva en el pueblo les reditúe aún dividendos suficientes para algo más que la supervivencia. Pero se han situado demasiado lejos de la gente. Cuando son escuchados, los curitas se dirigen mayoritariamente a una feligresía de edad madura y cada vez menos significativa y de importancia descendente en el impulso social. Es cuestión de números, desde luego. No hago, ni haría nunca, una discriminación

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por edades que sería estúpida en todos los casos. Me refiero al hecho claro de la existencia de un conservadurismo que está más allá de las cuestiones políticas y económicas y tiene que ver directamente con lo moral. A los cambios de mentalidad, de concepción del mundo y de los otros, la Iglesia los ha visto como degradaciones, desviaciones, descensos, amenazas. Está en su naturaleza, podría decirse: los curas guardan, conducen el rebaño. Cada quien es libre de acogerse a la conducción de un pastor o no pero lo que no resulta comprensible es por qué el pastor castigaría a las ovejas descarriadas. Sin afán de entrar en estos asuntos, se advierte que es justamente en cosas relativas a la libertad individual y social donde han estado los mayores cambios sociales recientes y donde la Iglesia no ha sabido qué hacer. No soporta el clero la libertad de sus ovejas. La verdad es que ese rechazo no entraña más que una contradicción: la libertad de la oveja depende sólo, según el pastor, de que esté convencida de que tiene sólo un

camino y una guía. Si a la oveja se le ocurre pensar que no y actúa en consecuencia está equivocada, no es auténticamente libre y está en peligro de ser condenada. ¿No es llevar demasiado lejos las cosas? ¿No hay una exageración? Como los caudillos o los dictadores, los curas se arrogan el papel de absolutos dueños de la verdad. Como nadie más, ellos conocerían el secreto de la libertad y la felicidad y la buenaventura. Si una mujer decide abortar, según los curas, no sería una mujer libre ni feliz ni buena. Nada menos. En una cosa tienen razón. No hay mujer que opte por el aborto que tome con felicidad su libre decisión. El aborto entraña una lastimadura. Deseado o no, es la pérdida de una probabilidad. En una sociedad en la que persisten grandes desigualdades como la nuestra, las mujeres pobres recurren a él porque han sido forzadas a hacerlo, es decir con su libertad ya muy acotada. Lo menos que puede hacer la sociedad, generadora del Estado, es eliminar los riesgos y abrir los espacios de esa libertad. No hacerlo sería algo más que puro conservadurismo.


Segundo Piso El aborto y las ovejas

Sería mantener una torpeza o una ceguera criminal. Los conservadores, con la Iglesia a la cabeza aun en tiempos de cero beligerancia, parecen no concebir la libertad como condición creadora sino como forma de acatamiento. Se oponen a que las mujeres cumplan papeles que antes eran prohibidos según el libreto establecido: elegir cómo vivir. Entra en crisis de esta manera la idea de la familia, de acuerdo con lo que se ha entendido durante larguísimo tiempo, y con ella se tambalean muchas otras concepciones. La discusión en torno del aborto tuvo en consecuencia que arribar a la arena política. Es notable que la Iglesia llegara hasta ella en la forma en que lo hizo. En vez de defender los valores que dice defender, en lealtad a su naturaleza, en la vida diaria, en la actividad continua dentro de los templos y mediante la expresión libre de sus ideas en la plaza pública, los curas llegaron a la discusión a plantear un conflicto en el que sólo podía tocarles la peor parte. La sociedad los había vencido, en nombre de la libertad, en nombre de la vida misma.

Javier Escalera

LA ACERA DEL FRENTE Ignacio Trejo Fuentes, 1990 Se encontraron una tarde de sábado en las escalinatas principales del Hotel Colonia Roma (Jalapa y Álvaro Obregón), Ana marchándose, Gabriel buscando apenas la habitación recién rentada, cada quien con distinta pareja: ella rabiosamente feliz y satisfecha, él ansioso y desbordado. La situación no tenía lugar para ninguna duda, de modo que al encontrarse sobrevino una mueca inequívoca de estupefacción en ambos rostros y luego los gritos insultantes de uno y otro lado: Ana recriminó a Gabriel su poca hombría, y éste le restregó en la cara su putez. Y como si se hubiesen puesto de acuerdo de antemano se le fueron encima a sus inéditos rivales: Ana prendió de los cabellos a la chica y Gabriel desató una andanada de puntapiés y puñetazos contra el azoradísimo muchacho. Tal vez fue la sorpresa, tal vez el desconocimiento de que estaban inmersos en un cuadrángulo amoroso, lo que puso a los dos infelices en absoluta desventaja, y el resultado fue nefasto para ellos: una quedó semidesnuda y llena de hematomas, el otro fue víctima de una severa conmoción. Ana y Gabriel, en tanto, salieron jaloneándose e intercambiando gritos y reclamos. Se fueron caminando por Álvaro Obregón en un intento mutuo y delirante por convencerse de que el encuentro fue bien planeado, que uno sabía del desliz de la otra y que se presentó al hotel para cogerla in fraganti y con testigos. Después de un largo rato de discutir sobre el asunto y quizá como un descargo de conciencias, fingieron creer que ambos estaban al acecho del otro, convinieron en que fue una argucia del destino la que los puso en esa situación tan lamentable y se fueron abrazados de nuevo, melosos y deliciosamente juguetones, sin siquiera acordarse de la pareja vapuleada de “testigos”. De Crónicas romanas

Javier Escalera. Ingeniero industrial, además de escritor. Ha publicado ensayo y poesía en diversas revistas del país. Es autor del libro Central de abastos.

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El Servicio Postal Andrei Vásquez

Todos somos carteros; en tiempos como los que vuelan en las ondas, en los dardos eléctricos, música y lenguaje cruzan caminos, sacan chispas, llevando nuevos mensajes imaginarios, tal vez reales

Un sábado de hace tres años, cuatro amigos nos reunimos a pintar de blanco lo que sería nuestro despacho. Gerardo puso Give Up, el único álbum de The Postal Service, una y otra vez hasta que terminamos. Era la primera vez que los escuchaba. Give Up fue ensamblado en el 2003 por Ben Gibbard –conocido como vocalista de Death Cab for Cutie–, y Jimmy Tamborello –productor de Dntel–, como primer producto de su proyecto llamado The Postal Service; nombrado así porque el ensamblaje fue hecho a través del correo postal convencional: Joe le enviaba la base rítmica a Ben en un DAT y, por correo, Ben lo regresaba ya con su voz adherida para que Joe finalizara los arreglos. A través del servicio postal estadounidense se tejió uno de los álbumes más representativos de la música indie electro. A pesar de que los cuatro amigos teníamos gustos musicales distintos, The Postal Service era unánime en la sesión del iTunes. Por ejemplo, Gerardo, que estaba dentro de la escena electrónica y buscaba una opción alejada de las grandes fiestas o el supuesto confort snob, y sin alejarse de su estilo, encontró en Give Up un sonido que compartía su melancolía, la misma de nuestra generación de fines del siglo veinte, ideal para permanecer en casa y cantar Brand New Colony, sin dejar de mover la cabeza a ritmo de drum and base. En cambio, para David, indie tatuado desde la pubertad, escuchar a The Postal Service no le causaba ningún conflicto, dejaba por un momento la necesidad de guitarra, sentía

con gozo el beat de The District Sleeps Alone Tonight; al contrario, defendía la entrada de la buena música a la era digital, aunque eso significara “menos garage, más armonía”, decía, “y contenidos nostálgicos, vaya –exclamaba con las manos–, sin llegar al azote”. Faina y yo estábamos más que felices con la vibra melódica que imprimía al despacho. A cada éxito: Do You Relalize? a todo volumen –el cover que The Postal Service hizo a The Flaming Lips– , y nuestros rostros crecían, brincábamos, la comunión se fundía y los vecinos reclamaban el griterío. Podríamos discutirles lo indie –término que se utiliza para denominar a la cultura que por méritos propios, y ayudada con la tecnología, ha podido colocarse en el mercado y ser arropada por parte de la juventud identificada con la periferia del establishment­–, puesto que Give Up fue grabado con Sub Pop, sello comercial cuyo último éxito, o al menos de tales magnitudes, fue Bleach, el primer álbum de aquella banda lejana, pero presente en el inconsciente colectivo: Nirvana. Decía, podríamos discutirles el término, sin embargo, en nuestro país, The Postal Service se ha identificado con el movimiento indie, precisamente por las mismas razones, es decir, gracias a las descargas de internet, las estaciones de radio on line, y a la voz que corre de mailbox en mailbox, haciéndole honor a su nombre, y sin grandes estrategias comerciales, se ha convertido en una constante en la lista de reproducción de un segmento de la juventud, siempre en búsqueda de actualidad.

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El Servicio Postal

Andrei Vásquez

Casi cualquiera que escucha a The Postal Service, de inmediato se convierte en mensajero, busca el buzón exacto y la música se difunde. Todos somos carteros. En el 2004, presenciamos por internet los problemas legales que la banda tuvo con el servicio postal estadounidense –USPS–, por el lucro que destilaba de su nombre. Después de un rato todo se distendió, y, en cosa de meses, los Estados Unidos vieron a su correo convencional anunciarse en tv con la base rítmica de Such Great Heights, el principal éxito de Give Up; además todos los carteros de ese país, ese año, pudieron disfrutar del performance del grupo en su National Executive Conference. Pasaron los años y nuestro negocio se disolvió. Cada quien

siguió el camino que más le convenía a ritmo de Do You Realize? Es común ir a una fiesta y saltar o aplaudir a ritmo de Such Great Heights. También es natural llegar a una reunión de amigos, en medio de humo y cerveza, y verlos sentados en la alfombra frente a la computadora, cantando We Will Become a Silhouettes, y unirte a ellos con nostalgia. The Postal Service, ejemplifica la era de la música allende los sellos, las presentaciones especiales y la payola. Para finales de este año, el 2007, se espera su segundo álbum. Quizá para entonces los cuatro volvamos a abrir un negocio, no lo sé, pero escucho Nothing Better y algo se comprime en la boca de mi estómago, no sé si es nostalgia o un buen augurio, o si es el efecto Postal Service.

Andrei Vásquez. Se ha desempeñado como artista gráfico, guionista de cortometrajes independientes y ensayista. Ha sido ganador en dos ocasiones del Concurso de Cartel de la Filmoteca de la UNAM. 70 CULTURA URBANA


Poema

Poéme

Tzizi de la Colina Eres demasiado importante para los otros Hay algo torcido en todo lo que ves Pero yo sí sé quién eres en realidad Eres el que llora cuando está solo

Tu es trop important pour les autres Il y a quelque chose qui cloche dans tout ce qui tu vois Mais moi, je sais qui tu es en réalité Tu es celui qui pleure quand il est seul

¿Adónde irás sin alguien que te salve de ti mismo? No puedes escapar No quieres escapar

Où iras-tu sans personne pour te sauver de toi-même? Tu ne peux pas t’échapper Tu ne veux pas t’échapper

Te las arreglas no obstante para rechazar Todo lo viviente que encontraste por azar. Temes tanto que te odien que finges odiarlos primero

Cependant tu te débrouilles pour repousser toutes les choses vivantes que tu as trouvées par hasard. Si apeuré que personne ne te haïsse, tu prétends que tu les hais en premier.

¿Adónde irás sin alguien que te salve de ti mismo? No te le puedes escapar a la verdad. Me doy cuenta de que tienes pavor. Pero no puedes abstenerte de todo. No puedes escapar No quieres escapar Estoy demasiado cansada de estas palabras que nadie entiende. Está claro que no puedes vivir solo toda tu vida. Yo puedo oírte en un murmullo Y tú ni siquiera eres capaz de oírme gritar... ¿Adónde irás sin alguien que te salve de ti mismo? No te le puedes escapar a la verdad. Me doy cuenta de que tienes pavor. Pero no puedes rechazar el mundo entero No te puedes escapar No te escaparás No te puedes escapar No te quieres escapar

Où iras-tu sans personne pour te sauver de toi-même? Tu ne peux pas échapper à la vérité. Je réalise que tu es effrayé. Mais tu ne peux pas t’abstenir de tout. Tu ne peux pas t’échapper Tu ne veux pas t’échapper Je suis trop fatiguée de ces mots que personne ne comprend. Il est très clair que tu ne peux pas vivre toute ta vie tout seul. Je peux t’entendre dans un murmure Mais tu n’es même pas capable de m’entendre crier… Où iras-tu sans personne pour te sauver de toi-même? Tu ne peux pas échapper à la vérité. Je réalise que tu es effrayé. Mais tu ne peux pas rejeter le monde entier Tu ne peux pas t’échapper Tu ne t’échapperas pas Tu ne peux pas t’échapper Tu ne veux pas t’échapper

Tzizi de la Colina. Novísima poeta mexicana. Sus poemas han sido publicados en revistas del interior de la República Mexicana y de Canadá. CULTURA URBANA 71


Una de romanos Zazil Collins

Una colonia Roma que mantiene su juventud, sin perder un recuerdo nítido de su pasado y sus personajes. Se reconocen con claridad las presencias de los artistas que en distintas formas han unido sus vidas a ella: Kerouac, López Velarde, Leonora Carrington, Raúl Anguiano, Juan Gelman, Gerardo Deniz, Melón y sus Lobos, Ludwik Margules, Albert Plá, Monsivaís, Burroughs y tantos más...

Muchas veces soné con un mago caminando frente a mi ventana –sobrevolaba en mi ventana– y confieso que, por algún tiempo, le temía a las brujas y sentía que en las noches podían estar escondidas bajo mi cama. Por alguna exótica razón, cada vez que pasaba por La Casa de las Brujas, pensaba que allí vivían brujas como la Angélica Huston pelona y horrenda que convertía adorables niños en ratones. Hoy extraño La Casa de las Brujas; también la tienda de magia que estaba casi bajo mi casa y la lotería esperpéntica de personajes con los que crecí imaginando historias: el ropavejero, que igualito que el de Cri- Cri cambiaba, vendía y compraba por igual, en la esquina de Mérida y Chihuahua, ¡chamacos malcriados!, ¡miedosos que vendieran! Y niños que acostumbraban dar chillidos o gritar –eso me dijo Chelo, la de la tiendita en Mérida–; el robachicos, que si habías visto la película Robachicos y luego te encontrabas en la calle a uno de los actores que hacía de malvado –vivía por Tabasco o Colima, con precisión no recuerdo–, sabías que te tenías que agarrar de la mano de tu mamá; el teporocho, un actor olvidado; el negrito, un bembón arrojado por su familia al ostracismo; el león, vivía en el patio de una casa en Durango casi con Cuauhtémoc; la huérfana, una niña que a todas las señoras les decía “mamá”; el

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guapo, el macho que se rotaba muchas mujeres, sin pudor alguno por ponerles casas vecinas; la indita, que iba de casa en casa a lavar ajeno; el perro, que llegó desfigurado a la colonia –con la mandíbula desencajada– y se le veía en las esquinas borracho; el enanito, que vende billetes de lotería en Jalapa y Tabasco; el bolero, con pata de palo; los vagabundos, amorosos que dormían a la mona; el hombre de Cromagnon, literalmente un hombre primitivo que, desde que tengo memoria, ha vivido a la intemperie en la esquina de Frontera y Cuauhtémoc; el ciego, un pianista que tocaba para las niñas de una escuela de ballet. Varios han muerto. Aunque si se espera la magia, habrá una noche que en una fuente de Álvaro Obregón, un vagabundo llegue con reverencias a ofrecerte una rosa malva –me pasó, aunque luego me la arrebató por no darle dinero– o podrás bailar en la calle algún son de Melón y sus Lobos. Después de los apuntes para el psicoanálisis de los cuentos de hadas urbanos, la presencia de lo macabro queda justificada por la arquitectura de la colonia. Sus muros se cimentaron hace 105 años y las casas art nouveau aún guardan, en sus crujientes duelas, los rescoldos de los espiritistas que tanto apreciaba Carmelita Romero Rubio de Díaz. Es un secreto a voces que, por la razón que sea, la


Una de romanos Zazil Collins

gente vive y trabaja con fantasmas; hay los que creen que en las noches “se aparecen”, los que han “visto cosas” y los que nunca caminarán frente a alguna casa por lo que imponen –o por miedo al costal del ropavejero–: enigmas del porqué antiguas casas, amuralladas por mala hierba, parecen vacías desde siempre, quién las habitó, a dónde se fueron, por qué no retornaron… Sabemos que el temblor del 85 dejó estelas de abandono y aún hay casas huecas que conservan las camas, la ropa, los objetos de quienes las habitaron. Algunas propiedades fueron expropiadas por el Instituto Nacional de la Vivienda y los dueños se fueron con la promesa de que las reconstruirían (nunca pasó) y pareciera que la gente salió pensando que regresaría muy pronto: todo está intacto y en derrumbe. También cruje, se despinta y desmorona, y lo fantástico, poco a poco, se disfraza de chic; se siguen expropiando familias que perdieron su derecho a vivir aquí. Otros emigran por voluntad. Los nuevos dicen que llegaron a la colonia porque es más tranquila que el Centro, más barata que la Condesa y más céntrica que Polanco, pero el bluff llegó porque está de moda lo retro: siempre es más fácil apropiarse de lo olvidado. Pero los olvidados nos persiguen. Qué más significativo que un parque Juan Rulfo –Álvaro Obregón e Insurgentes– que guarda niños de la calle o la Romita dónde todavía viven personajes como “El Jaibo” buñueliano o las “casas tomadas” con el único fin de intervenir agujeros negros y, quizá, darle salidas al olvido con acciones que pretenden reinventar a la clase media: The medium is the message, McLuhan lo dijo. Caminar hoy por la Roma es adentrarse a la boca del lobo y las máquinas del tiempo (por ejemplo D’Alfredos, en Álvaro Obregón y Orizaba), a la destrucción y al enfrentamiento. En esas casas abandonadas y “tomadas” hay pedazos sueltos de palabras anónimas y efímeras que gritan y de imágenes que protestan: intervenciones del arte urbano del sticker, esténcil, graffiti e instalaciones callejeras. Algunos muros tienen esperanza. En una de las paredes de la Casa Lamm, la frase “Pensar es de vacas” estuvo, asombrosamente, durante meses hasta que la lluvia la borró. La palabra es un instrumento poderoso: enarbola aquello que es tabú o margina; la escritura –no sólo es alfabética– del arte callejero pretende definir o borrar los límites del espacio [espacio=poder] desde el anonimato y lo efímero.

El sexo, la violencia, represión, marginalidad, tristeza juegan en el campo de la ciudad; en la Roma hay dos casas emblemáticas que han tapizado artistas urbanos para darse a conocer o “unir fuerzas” (además, cuanto más vistoso, mejor para seducir al viandante), una está en Zacatecas y Monterrey y la segunda en Álvaro Obregón e Insurgentes. Las imágenes –compartidas por muchos puntos de la ciudad y del país– manejan el color negro, blanco y sepia, en su mayoría, claroscuros que los lugares evocan. Inminentemente la ciudad es de un gris violento y las imágenes lo escrituran: un Salinas de Gortari con cuernos, Tongolele usando una máscara de gas, un PFP con el emblema de “El cerdo”, indígenas virtuales y rostros anónimos o tremendistas como los que el colectivo DSR nos impacta en “Ciudad violencia”: ¿quién está aquí? Los olvidados, los olvidados… Hay espacios que se resisten a la desintegración a contracorriente, la Romita, génesis de la colonia, es uno de ellos. Buscando la reactivación de la zona, que por mucho tiempo –y sigue conservando la fama– fue altamente delictiva, se restauró una de las casas donde vivió hace años Rincón Gallardo, en el callejón 8, para convertirla en la Casa Tomada, clara inspiración cortazariana, cuyo objetivo es funcionar como un espacio que incluya en sus actividades a los vecinos. Casa Tomada también ha adaptado el arte urbano y exhibe murales hechos con las técnicas del graffiti. A unas cuadras está el Multiforo Alicia –en Cuauhtémoc, entre Durango y Colima– que ya le roza los talones a los 12 años y, entre que cierra y no cierra, le imprime al espacio (con la estética de sus carteles que juega con figuras de la cultura popular: Pedro Infante, Jorge Negrete, Piporro) la vivacidad y autenticidad que a los esnobistas no les sale, ¿será por eso que lo quieren cerrar? El Alicia ha retumbado con un listado enorme de roqueros y chicos de la onda –y no tan en la onda–, ha fumado con Albert Plá, vituperado con el Monsi y zapateado con la Otra: el Alicia es territorio Rockma. Y sí, pues la Roma parece un circo. A lo mejor es cierto que “infancia es destino” y con eso de que se dice que los nombres de las calles de la colonia corresponden a las ciudades o estados donde el circo Orrín dio show, pues cada calle tiene el suyo. Así, en la calle de Jalapa, esquina con Zacatecas, está la Embajada Jarocha que a toda hora jarochea; en el cruce de Querétaro y Orizaba, los

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Enanos del Tapanco cuentan cuentos; más adelante está el teatrero Foro Luces de Bohemia; en Cozumel, la Casa de la Paz; en San Luis Potosí el Café de Nadie, que hace honor a la novela de Arqueles Vela y evoca al café Europa (estuvo en Álvaro Obregón 160) que reunía a los estridentistas; en Colima casi Insurgentes se encuentra el Centro Cultural de la Diversidad Sexual; en Puebla y Orizaba está la Casa del Libro de la UNAM, que espera ser un monumento histórico –justo ahora están recabando firmas, cualquiera puede entrar al lobby y firmar– y, también en Jalapa, el Hexen-Café, en cuyo techo cuelgan pequeñas brujas en sus escobas (las brujas aparecen por doquier en la Roma): en todos los anteriores, conviven exposiciones fotográficas o pictóricas, música, cine, teatro, danza, lecturas, pláticas… Siempre hay magia, sobriedad, melancolía, fiesta, baile, violencia, comunión, disparidad, historia, arquitectura, cultura que los habitantes de la colonia han forjado y, a su vez, ésta nos ha dado cierta identidad, pero uno de los mayores enemigos culturales es la censura que han experimentado lugares que ni la deben ni la temen, como ya le ha pasado al Alicia, a la Embajada Jarocha y, recientemente, al café-galería los Enanos del Tapanco. Y me pregunto por qué no se persigue a los narcomenudistas que bien se sabe dónde viven y operan o a los giros negros… Los templos convergen aquí: hay una sinagoga, un centro budista, iglesias como la de la Sagrada Familia y la de Nuestra Señora del Rosario y a la sui géneris Pare de sufrir, un lugar del que sigo sin entender por qué se convirtió en eso si antes fue el Teatro Silvia Pinal; pudo ser muchas otras cosas pero este concepto abstracto me inquieta (alguien me contó que entró camuflageada para hacer una etnografía del lugar, oh sorpresa, bendicen carteras y los viernes son de exorcismos). Que todos convivan cerca es una suerte de laico realismo mágico, pues hay que recordar que hasta los narcosatánicos se establecieron en la Roma (vivían en una casa que rodea la plaza de Luis Cabrera)… pero, nuevamente, hay de todo, para los que no nos gustan los templos, nos podemos encomendar al Cantinflas con gigantismo o los dioses grecorromanos y al San Sebastián flechado que desde Álvaro Obregón resguardan las calles, ¡qué éxtasis! Pues bien, el Teatro Silvia Pinal se santificó y el Foro Teatro Contemporáneo desapareció, en 2006, al mismo tiempo que Ludwik

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Margules, una pérdida enorme y triste. Hoy el foro permanece solo y es imposible pasar por ahí sin la esperanza de volver a ver el letrero que anuncie el próximo estreno; ningún otro lugar se le parece y difícilmente se volverán a presentar en la Roma obras de Camus, Brecht, Sartre, Chejov o Mrozek. Así como Margules, muchos otros personajes han dejado huella en la memoria cultural de la colonia y pocas otras pueden alardear de ello. Kerouac vivió en Orizaba 212 (habría que poner una placa, yo digo), se dice que Fidel Castro caminaba mucho por Álvaro Obregón, Melón y sus Lobos tocaban hasta hace poco en La Flor de Lis y, claro, personajes clásicos como Álvaro Obregón, López Velarde, Leonora Carrington, Raúl Anguiano, Juan Gelman, Gerardo Deniz, una que otra rockera Supersónica y más han vivido aquí. Hace no tantos años (2004), Matías Meyer rodó “El pasajero”, un cortometraje donde el historiador Jean Meyer quedó inmortalizado con el papel de un hombre que se suicida en la Iglesia de la Sagrada Familia (en Puebla y Orizaba) y, recientemente, la colonia protagonizó el videoclip “Detalles” de los Tigres del Norte, que filmaron en la Plaza de Luis Cabrera y Córdoba porque, lo confiesan en su página web, se enamoraron del lugar. También hay muchos artistas contemporáneos escondidos; en el “corredor cultural” del camellón Álvaro Obregón, los fines de semana se reúnen pintores y artesanos para exhibir y vender su obra, un espacio público establecido por ciudadanos y que se inserta como una superposición temporal –mezcolanza de décadas– más al ambiente de la Roma. Así, las discontinuidades estilísticas son palpables y muy coloridas, aunque a veces nos podemos encontrar frente a la simulación del arte y una estética meramente publicitaria –de poseurs–, como la del auge del sticker, que es una experiencia injertada en nuestra sociedad, pues mucho de lo que se ve en la calle es lo mismo que podríamos ver en otros países y que se creó en contextos propios, que se justifican allá, pero aquí ni nos viene ni nos va. Cada día nos podemos sorprender de lo que se fue y de lo que siempre estuvo sin que nos diéramos cuenta. Hace poco di, en Coahuila 168, con una tienda especializada en discos de rock y blues que ni en Mixup y con otra de trenecitos eléctricos, verdaderas reliquias, en Durango 127. Hoy, donde antes fue un café, existe Border (Orizaba 203-A), un pequeño centro de documentación de arte urbano que integra experimentos visuales


Una de romanos Zazil Collins

y sonoros de video y disc jokey’s (VJ’s y DJ’s que mezclan con música ambient, noise, funk, jazz y hip hop), así como de graffiteros que continuamente intervienen, en vivo, las paredes del lugar, lo que es un acercamiento activo a las nuevas formas de la cultura urbana. La idea no es tan novedosa en la Roma, pues desde hace años el café de los Enanos del Tapanco invita a pintores para que, fuera del estatismo que las galerías instituyen, ocupen sus paredes e invadan a los que toman su cafecito y leen: las paredes sí hablan; algunas guardan el beat, como las del Red Fly (en Orizaba), que acogen festivales de slam de la poesía de rimadores urbanos (MC’s) que quieran llegar a improvisar y retar, una fresca adaptación de las controversias de los fandangos, los trovadores de hace dos siglos, los poetas cortesanos y, claro, los aedos. Hablando de poetas, en el Bistrot de Álvaro Obregón se establecieron unos jóvenes poetas para hacer que los miércoles sean de poesía en voz alta y su proyecto vale la pena; son los mismos que en el callejón de la Condesa, en el Centro, hasta hace muy poco tiempo, iban a leer en voz alta cada sábado… en la Roma siempre se les ve vendiendo Verso Destierro. La música guapachosa igualmente está presente en lugares tradicionales como El Gran León, en Querétaro y Medellín, un remake del Bar León de Pepe Arévalo y el Jacalito, casi enfrente; y la clásica

en la Sala Chopin de Álvaro Obregón, aunque sin controversias tan populares. Y volvemos al laberinto de las calles donde todo es un collage, un conglomerado dinámico, fascinante y plagado de mensajes multicéntricos y multiétnicos (hay un asentamiento significativo de mazahuas en Guanajuato, entre Orizaba y Jalapa). Si no hubiera un fondo cultural común, musgoso, de escombros y antagonismos, vivir aquí sería asfixiante, porque no se podrían imaginar los misterios y las historias que en cada esquina están escondidas en espera de ser develadas –sí, hay códigos. No es una colonia tan grande y caminándola se aprende a conocer a la gente, sus horarios, a qué se dedican, cómo caminan, qué esperan y eso, a cómo está la vida urbana de fría y plástica, es entretenido y rico; además, aquí es común que un espacio se encime en otro: en una azotea o un jardín puede haber un café, una galería o un salón de belleza, todo es cosa de atender. La Roma tiene calles especiales que andar y percatarse de que el tiempo pasa y nos hacemos viejos y nos iremos pronto, igual que los olvidados; yo prefiero los estados que tienen ciudades portuarias (porque me recuerdan la introspección marina), así que suelo elegir las calles de estados como Veracruz, Tabasco, Colima y Jalisco para caminar: y como la Trevi, yo camino por aquí, si aquí es la acera de enfrente.

Zazil Collins Estudia Lengua y Literatura Hispánica en la UNAM, es poeta y ensayista.

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Librario Alejandra García Política ficción

Crónica

Ficción para niños

Martín Solares, selección. Nuevas líneas de investigación / 21 relatos sobre la impunidad. Ediciones Era, México, 227 pp. (Biblioteca Era). Si la nota roja gana lugares en las zonas de información política, ¿por qué no los ocuparía también crecientemente en el haz de asuntos de los escritores mexicanos? Una bien nutrida nómina de autores (Fadanelli, Monsiváis, Hiriart, Sheridan, Toscana, Volpi, entre otros como el caricaturista Trino o el político Marcos) dibuja los mil y un rostros de una horrorosa realidad nacional dominada por el crimen, la mentira, el rumor, el chisme, la hipocresía, la sospecha, el cinismo estúpido. El libro que ha armado Solares naturalmente es variopinto y cumple con buena fortuna su propósito primero: hacer pensar que, acaso por suerte, como México no hay dos, por lo menos en cuanto al dominio oprobioso de la impunidad. Literariamente, como es previsible, hay textos magníficos aquí, como el de Monsiváis o el de David Toscana.

Elena Poniatowska, Nada, nadie / Las voces del temblor. Ediciones Era / Ediciones Independientes, México, 310 pp. (Biblioteca Era). El gran temblor del 85 derrumbó vidas y edificaciones, al tiempo en que abrió nuevos caminos para que brotaran la conciencia, la rabia, el dolor intolerable de cientos de miles de chilangos. La periodista Elena Poniatowska, habilísima en la construcción y el montaje de testimonios vivos, cronista diestra, ante la catástrofe se dio a la tarea de recoger las voces de sobrevivientes. El resultado es la suma de indignaciones ante la incuria y la corrupción, la explotación en el trabajo (el caso de las trabajadoras de la costura) y de nuevas determinaciones de que nada como aquello pueda repetirse. Hay fuerzas a las que no es posible oponerse, pero hay otras que exigen ser vencidas, parece ser el corolario de este recuento estremecedor sin exageración.

Lewis Carroll, (Ilustraciones de John Tenniel; Versión de José Emilio Pacheco), Alicia para niños. Ediciones Era, México, 2007, 50 pp. Pocos servicios mejores podrán recibir los pequeños que el conocimiento de buenas historias, bien contadas, imaginativas, sugerentes, justamente pensadas para habitar sus mundos. Y pocos autores tan diestros para dar este servicio necesario, si los hay, que Lewis Carroll, el matemático que alcanzaría fama universal y más que duradera gracias a su criatura Alicia y las maravillas que la acompañan. Nada de mensajes de presunta corrección, nada de moralejas facilonas sino pura fantasía, que es lo mismo que fantasía pura. Dibujos excelentes, ingeniosos y detallados al extremo, y una versión a nuestra lengua admirable: el libro es una pequeña alhaja que bien vale la pena que luzcan todas las inteligencias, de cualquier edad.

Ensayo

Memoria

Teatro

E. M. Forster, En lo que creo. Presentación de Colin White. UNAM, México, 54 pp. (Colección Pequeñas Grandes Ensayos, 16). E. M. Forster no fue sólo uno de los mayores novelistas del siglo XX (Viaje a la India, Howard’s End, Cuarto con vista…) sino un ensayista agudo y profundo. Junto a su célebre Aspectos de la novela, hay suyos ensayos de corte político que tienden sin falta, y muy marcadamente, a la médula moral de aquel asunto. Mira con perspicacia. Pone el mundo político frente al mundo de la calle, para afirmar que en la vía pública puede confiarse más en el transeúnte que en el Parlamento en cualquiera de sus miembros. Las naciones han perdido el rumbo, los políticos se han corrompido, la tolerancia ha dejado sitio al abuso o la simulación o la represión. Los ensayos del gran Forster no aspiran ni un ápice a trasmitir la verdad absoluta; muy al contrario, demandan la discusión, acaso delante de una taza de té o de un vaso de whisky.

Orhan Pamuk, Estambul / Ciudad y recuerdos. Traducción de Rafael Carpintero Ortega. Random House Mondadori, México, 436 pp. (Literatura Mondadori). A orillas del río Bósforo corre naturalmente la memoria de un hombre que en la madurez acude a recuperar su infancia y su juventud entre callejuelas misteriosas, edificios ruinosos, esplendores perdidos, promesas vibrantes. Estambul: cruce de caminos de la gloria pretérita y la modernidad anunciada reiteradamente. Pamuk, que obtuvo el año pasado el premio Nobel, encuentra sin dificultad el tono propio de sus recuerdos en una escritura que se quiere económicamente evocativa, de lujos reservados, de ternura que sirve más de una vez para dar sitio a pasiones o a la expresión de ideas. Cruce de caminos que es también, y en primer lugar nuevamente, cruce de religiones, de visiones de la vida. Pamuk se asoma a ese pasado y ese presente e intenta avizorar lo por venir.

Vicente Leñero, Dramaturgia terminal. Colibrí, México, 119 pp. (Colección Arco Iris). Ingeniero de formación, Vicente Leñero es fiel a aquellos orígenes: es un escritor de asombrosa capacidad para armar estructuras con el mayor ingenio. Sus obras teatrales suelen tener una manifiesta preocupación histórica, como de nuevo muy claramente la poseen tres de las que aquí se juntan: Don Juan en Chapultpepec, Avaricia y Todos somos Marcos (esta última de corte social y político). La cuarta obra del volumen, Hace ya tanto tiempo, es la historia conmovedora, nada concesiva, de un amor perdido nunca consumado y nunca recuperable entre un hombre y una mujer que no tienen mucho tiempo por delante, tal vez sólo el necesario para recordar. Anuncia Leñero, al publicarlas, que estas obras son su despedida como autor teatral. De ser cierto, es una noticia muy lamentable.

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