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Cambié y el mundo cambió

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El Rector Mayor

El Rector Mayor

Educa quien “ve” y “reconoce” a los educandos

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En el artículo anterior, de la serie: “La fuerza educativa de la presencia”, se mostró la importancia de que el niño, tanto en la escuela como en la familia, se sienta seguro. En esta ocasión se analizará el valor de ser conocido. Es decir, asegurar que en el proceso educativo y en la vida familiar del educando se promueva que éste se sienta visto.

Según el psiquiatra, Daniel L. Siegel, y la terapeuta, Tina Payne, en su libro “El poder de la presencia”: Ver, realmente, a los hijos requiere de tres elementos esenciales: -sintonizar con su estado mental interno, que se pueda saber qué le acontece, para que “se sientan sentidos” y comprendidos; -comprender su vida interior. Para esto el educador ha de hacer uso de su imaginación, con tal de dar sentido a lo que acontece en el interior del educando; -responder de una manera “contingente”. La comunicación contingente depende de un proceso que se da en tres etapas: percibir, dar sentido y responder de esa forma oportuna y conectora. Esta tríada ayuda a los infantes a sentirse cuidados por sus progenitores y por sus educadores. “Ver” a los niños de esta manera quiere decir centrarse menos en su comportamiento específico o en los sucesos observables externos y más en los aspectos mentales que sirven de base de ese comportamiento. En otras palabras, entender lo que sucede en su interior. De ahí la importancia de ser personas con profunda vida interior.

Los infantes necesitan educadores cercanos, que jueguen con ellos, que asistan a sus actividades: sociales, académicas y religiosas. Ayudar a los hijos a sentirse vistos consiste en algo más que en estar presentes físicamente. Radica en vincularse con ellos, utilizando la tríada de la conexión anteriormente indicada. Hay que celebrar con ellos los logros y alegrarse con ellos. Cuando se está presente con los hijos, se les proporciona la experiencia de ser vistos, ellos pueden verse a sí mismos con claridad y sinceridad. Cuando se conoce a los hijos de una manera directa, ellos aprenden a conocerse. Un educador puede “ver” al educando cuando aprende a percibir, a dar sentido y a responder desde la perspectiva de la presencia, estar abiertos a quiénes son realmente y en quiénes se están convirtiendo. No en quienes nos gustaría que fuesen, a través del filtro de los propios miedos o deseos. Esto es lo que permite que los hijos puedan decir: “Mi madre no era perfecta, pero siempre supe que me quería tal como era” o “Mi padre estaba siempre de mi lado, incluso cuando me metía en líos”.

Por ejemplo, cuando los progenitores exigen a sus hijos estudiar determinadas carreras ignorando sus preferencias significa que no “ven” quienes son realmente sus hijos. “Ver” a los hijos no significa ser un progenitor perfecto o impecable. Es imposible captar todas las señales de los hijos. Además, no es fácil que un padre o educador esté siempre en sintonía con el educando.

Los padres podrían lograr, también, la visión de la mente de sus hijos en la medida en que ellos crecen en autoconciencia. Tal capacidad se consigue formando en la vida interior a los miembros del sistema familiar. En lugar de aleccionar, de mandar, se ha de utilizar la visión de la mente para entender y conectar con la otra persona. Reiteramos, estar presente para los hijos no tiene que ver con protegerlos de todos los problemas. La presencia tiene que ver con estar ahí con ellos mientras aprenden a gestionar las dificultades y los obstáculos a los que se enfrentan. Ser sus acompañantes humildes y disponibles. Ellos necesitan sentirse comprendidos y amados por los suyos, pase lo que pase. En esto consiste “ver” de verdad a los hijos. Un buen educador está reconociendo, constantemente, las emociones de sus educandos, ya sean estas agradables o desagradables.

Ello posibilitaría, luego, que los hijos identificaran amigos y parejas que también estén presentes para ellos

como lo estaban sus progenitores. Lo que les ayudará a sostener relaciones saludables con sus iguales y con sus futuros cónyuges. ¿Qué cree que sucede cuando un niño no se siente visto? Esto es muy triste porque la mayoría de los niños viven sin ser vistos. Sin sentirse comprendidos. Algunos lo exteriorizan con expresiones como estas: “no me entienden en absoluto”, “no me aman”, “soy transpa- Algunas veces los rente” (no existo). Un niño no se siente padres pretenden visto cuando lo percibimos a través de una “lente” que guarda relación más con nuestros deseos, temores y problemas imponer su modo de actuar o su personalique con la personalidad, las pasiones y dad a los hijos. el comportamiento del niño. Por ejemplo, cuando lo etiquetamos: “es el bebé” o “Es la deportista”, O “Es como yo, le gusta complacer”, o “Es testarudo como su padre”. Estos clichés no permiten ver a los hijos como realmente son. También, cuando los niños no alcanzan los estándares deseados por los padres se debe a alguna razón que conviene descubrir. Puede ser, por ejemplo, debido a problemas de aprendizaje; tales niños se esfuerzan mucho, pero no rinden lo que querrían. O tal vez requieren de un entrenamiento en cuanto a su metodología de estudio. Quizás no realiza tal actividad porque no corresponde a los intereses propios de su edad. Conviene evitar los juicios precipitados y aceptar a los hijos con sus intereses y sus competencias.

Algunas veces los padres pretenden imponer su modo de actuar o su personalidad a los hijos. Hay que estar claros que son temperamentos diversos, no se puede pretender que los infantes actúen desde el carácter de los padres. Esa sería una terrible injusticia. Una de las formas de no “ver” a los hijos es no aceptar sus sentimientos: prohibir a un niño llorar, no estar triste, estar muy alegre. Verlos significa advertir y respetar lo que están experimentando. En lugar de negar sus sentimientos respóndele: “mucha gente se pone nerviosa el primer día. Me quedaré aquí hasta que te sientas cómodo”.

Aceptar plenamente a los hijos como son les genera seguridad, porque se sienten valorados a pesar de sus debilidades y de sus fortalezas. Cuando conocen sus luces y sus sombras, sin alarmarse, se les genera seguridad. Sin darse cuenta, los progenitores trasmiten sus reacciones de aceptación, de rechazo y de enojo a sus hijos ante determinados comportamientos que luego estos replicarán con los demás.

Por ejemplo, un área que se ha de tener muy presente es la emocional. Es decir, en lugar de negar los sentimientos de los hijos con expresiones tales como: “En esta familia somos felices. Si vas a ponerte triste, ve a hacerlo a tu habitación, y ya volverás cuando estés dispuesto/a a poner buena cara”, se ha de aceptar la persona con todo su paquete emocional. Lo mejor es “ver” al infante y decirle: “Me alegro de que hayas explicado lo frustrado/a que te sientes. Yo siempre te escucharé, y puedes hablarme de cualquier cosa”. Para que un niño se sienta visto ha de experimentar seguridad. Es decir, la primera de las cuatro condiciones (seguro, visto, consolado y a salvo). Cuando un progenitor se avergüenza del hecho de que al hijo le proporcionen miedo los disfraces de los carnavales, el pequeño ocultará su ansiedad. Esta realidad le dificultará verlo de verdad. El pequeño se ve obligado a gestionar sus sentimientos, consigo mismo, es decir, solo. Luego, cuando presente conflictos con sus iguales tendrá dificultad para expresarles su situación a los progenitores. Y se verá forzado a vivir su drama solo.

Cuando se menosprecia, se minimiza, se culpabiliza o se avergüenza a los hijos por las emociones o sentimientos que experimentan, se les impide mostrar quienes son realmente. En tales circunstancias es improbable poder conectar con ellos. La desconexión reiterada puede producirse tanto en estados positivos (entusiasmo por algo), como en estados negativos (tristeza, ira o miedo), con los que el progenitor no sintonice y pueda indirectamente crear un estado de vergüenza en el niño. Cuando se rechazan los sentimientos de los niños, podrían pensar que están dañados o que son defectuosos. Y esos estados de vergüenza pueden acompañar a la persona toda la vida.

Algunas estrategias para ayudar a los niños a sentirse vistos son: -déjate guiar por tu curiosidad para profundizar más (Me pregunto: ¿por qué habrá hecho eso? ¿Qué estará pasando por su cabeza?); -busca espacio y tiempo para mirar y aprender (puedes aprender muchas cosas limitándote a observarlos mientras viven sus vidas, o a escucharlos mientras hablan de lo que les ha llamado la atención a lo largo del día. Pero también puedes tratar de crear espacios para conversaciones que te permitan profundizar más en su mundo y así podrás conocerlos mejor y ver detalles que de lo contrario se te escaparían).

Cuando una persona no se ha sentido visto, con el tiempo puede dejar de verse a sí misma. Se desconecta de sí misma y vive volcada hacia fuera. Se vuelven potenciales víctimas del activismo y de la vida desenfrenada, no viven en el presente, siempre están proyectadas en el futuro, alimentando así la ansiedad. Según la terapeuta y escritora americana, Virginia Satir, “El mejor regalo que puedo recibir de alguien es que me vea, que me escuche, que me entienda y que me toque. En nuestro caso, el mejor regalo que podemos darle a nuestros hijos o a nuestros alumnos es: verlos, escucharlos, entenderlos y tocarlos”.

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