Cambié y Cambió el Mundo P. José Pastor Ramírez, SDB rjosepastor@gmail.com
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Educa quien “ve” y “reconoce” a los educandos Distinguidos lectores del Boletín: En el artículo anterior, de la serie: “La fuerza educativa de la presencia”, se mostró la importancia de que el niño, tanto en la escuela como en la familia, se sienta seguro. En esta ocasión se analizará el valor de ser conocido. Es decir, asegurar que en el proceso educativo y en la vida familiar del educando se promueva que éste se sienta visto. Según el psiquiatra, Daniel L. Siegel, y la terapeuta, Tina Payne, en su libro “El poder de la presencia”: Ver, realmente, a los hijos requiere de tres elementos esenciales: -sintonizar con su estado mental interno, que se pueda saber qué le acontece, para que “se sientan sentidos” y comprendidos; -comprender su vida interior. Para esto el educador ha de hacer uso de su imaginación, con tal de dar sentido a lo que acontece en el interior del educando; -responder de una manera “contingente”. La comunicación contingente depende de un proceso que se da en tres etapas: percibir, dar sentido y responder de esa forma oportuna y conectora. Esta tríada ayuda a los infantes a sentirse cuidados por sus progenitores y por sus educadores. “Ver” a los niños de esta manera quiere decir centrarse menos en su comportamiento específico o en los sucesos observables externos y más en los aspectos mentales que sirven de base de ese comportamiento. En otras palabras, entender lo que sucede en su interior. De ahí la importancia de ser personas con profunda vida interior. Los infantes necesitan educadores cercanos, que jueguen con ellos, que asistan a sus actividades: sociales, académicas y religiosas. Ayudar a los hijos a sentirse vistos consiste en algo más que en estar presentes físicamente. Radica en vincularse con ellos, utilizando la tríada de la conexión anteriormente indicada. Hay que celebrar con ellos los logros y alegrarse con ellos. Cuando se está presente con los hijos, se les proporciona la experiencia de ser vistos, ellos pueden verse a sí mismos con claridad y sinceridad. Cuando se conoce a los hijos de una Boletín Salesiano Antillas
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manera directa, ellos aprenden a conocerse. Un educador puede “ver” al educando cuando aprende a percibir, a dar sentido y a responder desde la perspectiva de la presencia, estar abiertos a quiénes son realmente y en quiénes se están convirtiendo. No en quienes nos gustaría que fuesen, a través del filtro de los propios miedos o deseos. Esto es lo que permite que los hijos puedan decir: “Mi madre no era perfecta, pero siempre supe que me quería tal como era” o “Mi padre estaba siempre de mi lado, incluso cuando me metía en líos”. Por ejemplo, cuando los progenitores exigen a sus hijos estudiar determinadas carreras ignorando sus preferencias significa que no “ven” quienes son realmente sus hijos. “Ver” a los hijos no significa ser un progenitor perfecto o impecable. Es imposible captar todas las señales de los hijos. Además, no es fácil que un padre o educador esté siempre en sintonía con el educando. Los padres podrían lograr, también, la visión de la mente de sus hijos en la medida en que ellos crecen en autoconciencia. Tal capacidad se consigue formando en la vida interior a los miembros del sistema familiar. En lugar de aleccionar, de mandar, se ha de utilizar la visión de la mente para entender y conectar con la otra persona. Reiteramos, estar presente para los hijos no tiene que ver con protegerlos de todos los problemas. La presencia tiene que ver con estar ahí con ellos mientras aprenden a gestionar las dificultades y los obstáculos a los que se enfrentan. Ser sus acompañantes humildes y disponibles. Ellos necesitan sentirse comprendidos y amados por los suyos, pase lo que pase. En esto consiste “ver” de verdad a los hijos. Un buen educador está reconociendo, constantemente, las emociones de sus educandos, ya sean estas agradables o desagradables. Ello posibilitaría, luego, que los hijos identificaran amigos y parejas que también estén presentes para ellos Julio-Agosto
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2021