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Inteligencia espiritual, religión e interioridad
Es un hecho indiscutible que hoy más que nunca ha aumentado el número de personas vacías, hiperactivas, depresivas, estresadas y sin un norte en la vida. Tal realidad requiere de un trabajo educativo de filigranas en dos temas que se reclaman mutuamente: la interioridad y el cultivo de la “persona espiritualmente inteligente, precisamente en una cultura espiritualmente enfermiza”, como sostienen Dahar Zohar e Ian Marshall, profesora de la Universidad de Oxford y psiquiatra de la Universidad de Londres respectivamente. La espiritualidad es la dimensión humana más profunda y universal porque da valor y sentido a la existencia. Precisamente, según Alfonso Siliceo, la Inteligencia Espiritual es “la capacidad natural del ser humano que busca el sentido de la vida y se conecta con lo absoluto y universal a través del amor y la compasión”.
Que la espiritualidad forma parte importante de un individuo lo demuestra el hecho mismo de que se incrementa el número de personas que practica métodos de meditación, relajación, coaching espiritual, retiros y movimientos de espiritualidad religiosa y laica. Esta búsqueda habla de una carencia, de una necesidad que señala que conocemos y gestionamos bastante bien nuestro entorno, pero no así nuestro interior. Sin embargo, hay muchos seres humanos saciando su sed en fuentes contaminadas que no le aseguran lo que buscan, sino que más bien comprometen el sentido de su vida.
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Sin lugar a dudas, la interioridad constituye una dimensión profunda de la persona; donde se desarrolla, en cada individuo, el autoconocimiento y la espiritualidad. Por su parte, la espiritualidad es la dimensión de la interioridad que permite un crecimiento profundo y verdadero del ser humano desde cuatro realidades fundamentales: los demás, el universo, Dios y uno mismo. Efectivamente, sin encuentro no hay espiritualidad; la ausencia de la primera (el encuentro) promueve el ritualismo, es decir, una adhe- sión a prácticas y a reglas que matan la espontaneidad propia del Espíritu y conduce a la rutina.
La creencia religiosa es una manifestación, un desarrollo de la Inteligencia Espiritual que consiste en la adhesión a un tipo de verdades que no pueden mostrarse racionalmente, que son objeto de fe.
El ideal es que la espiritualidad se viva y se desarrolle en el contexto de un credo religioso estructurado y determinado por una religión, pero no siempre es así. Hoy se puede vivir una espiritualidad sin creencia porque la espiritualidad es un componente antropológico que no necesariamente tiene que estar asociado a un contexto religioso. La Inteligencia Espiritual es propia y característica inherente de la condición humana y, además, posee un carácter universal. Todo ser humano, más allá de sus características externas o internas, posee este tipo de inteligencia, a pesar de que en cada persona puede presentarse en grados muy distintos de su desarrollo.
La vida espiritual no es patrimonio solo de las personas religiosas. Todo ser humano, por el mero hecho de serlo, es capaz de desarrollar la vida espiritual, de cultivarla dentro y fuera del marco de las religiones. La vida espiritual es fruto de la Inteligencia Espiritual. Si en el ser humano no hubiere esa forma de inteligencia, nunca jamás se habría planteado la apertura al misterio ni al sentido de pertenencia, al Todo, ni la búsqueda de un sentido a la existencia. La persona espiritualmente inteligente vive todas sus relaciones, sensaciones, conocimientos y experiencias desde lo espiritual; lo cual engloba la totalidad de su existir.
Precisamente, uno de los mayores riesgos que se le presentan al cristianismo actual, y que ha de evitar, es ir pasando poco a poco de la “religión de la Cruz” a una “religión del bienestar”. En una ocasión, Reinhold Niebuhr, teólogo, filósofo y politólogo estadounidense, decía algo que hace pensar mucho; hablaba del peligro de una “religión sin pecado”, que terminará predicando a “un Dios sin cólera, que conduce a unos hombres sin pecado hacia un reino sin juicio, por medio de un Cristo sin cruz”. El peligro es real y debemos evitarlo. Pero hemos de ser conscientes de que la persona tiene vocación de eternidad, de infinito.
Como lo expresa el filósofo y teólogo danés, Soren Kierkegaard, y, muchos siglos antes que él, Agustín de Hipona, “somos seres finitos abiertos al infinito, seres efímeros abiertos a la eternidad, seres relativos abiertos al Absoluto”. Esta apertura es consecuencia de la Inteligencia Espiritual.
La Inteligencia Espiritual orienta a la persona en la búsqueda del sentido. Esto no es un producto de la cultura ni un fenómeno artificial, emerge de lo más profundo del ser, como una necesidad primaria, como una pulsión fundamental. El ser humano, en virtud de su Inteligencia Espiritual, es capaz de interrogarse por el sentido de su existencia, como también tiene el poder de preguntar- se por lo que realmente dota de valor y de significado su presencia en el mundo. La Inteligencia Espiritual es la directora de todas las inteligencias y es, por lo tanto, la batuta de nuestra vida.
Cultivando la interioridad y, por supuesto, la Inteligencia Espiritual, se promueve un antídoto perfecto frente al sectarismo - una visión hermética de la realidad. El sectarismo es un cáncer de la vida espiritual que cierra a las personas en pequeños grupos, los cuales consideran poseer la verdad absoluta.
Se previene, también, del fanatismo, considerado una patología del espíritu, es decir, una enfermedad del alma. Los fanáticos tienden a obligar a los demás a cambiar, no soportan la idea de que el otro sea diferente.
Asimismo, con el cultivo de la Inteligencia Espiritual se evita el gregarismo; quienes lo practican se limitan a remedar, permanecer en el grupo por comodidad, no tienen vida propia, lo que constituye una vida sin sentido, carente de interés y de originalidad.
Por otra parte, la carencia de vida espiritual y el vacío interior conducen al consumismo, a la sed de poseer, cayendo en la mentalidad no de ¿Quién eres tú?, sino de ¿Cuánto tienes tú? Lo que lleva a confundir la función con la persona, el vestido con el cuerpo. Se carece de tiempo para ser, para cultivar la vida espiritual. Otra de las consecuencias penosas de la atrofia de la vida espiritual en el ser humano es el vacío existencial; una enfermedad que afecta, actualmente, a miles de personas. Es evidente que en el corazón espiritualmente inteligente no tiene cabida ni el dogmatismo científico ni el dogmatismo religioso porque comprometen la verdad.
La Inteligencia Espiritual genera una serie de beneficios en las personas, como, por ejemplo: la riqueza interior, es decir, una persona con un mundo propio; la profundidad de mirada, la cual cultiva la paciencia, la calma, la serenidad; es lenta para juzgar, acoge a los demás como son. Posee una conciencia crítica frente a sí mismo y a la realidad. Sabe tomar distancia de las cosas para juzgar desde la prudencia. Es una persona con altas capacidades para establecer relaciones de calidad y permanentes. Se manifiesta con la suficiente autonomía e independencia para decidir sin dificultad cuando corresponde. Tiene sentido de los límites, es consciente de su fragilidad y de su carácter.
Definitivamente, la Inteligencia Espiritual debe entrenarse y encauzarse desde la más temprana edad. El desarrollo de esta en la infancia es un tema que fue estudiado ya en la segunda mitad del siglo XX por pioneros en el ámbito pedagógico, como: Pestalozzi, Montessori, Piaget y Steiner. Hoy, la catequesis y la evangelización tienen en la Inteligencia Espiritual una magnífica aliada, lo que contribuirá a cubrir el vacío del primer anuncio que en un momento dado correspondió a la familia, pero hoy no se ofrece a los hijos.
Salesianos Cooperadores
Salesianos Cooperadores
Realizan Ejercicios Espirituales en República Dominicana
Más de 90 Salesianos Cooperadores (SSCC) de República Dominicana se encontraron en el Monte de Oración, en San Víctor, Moca, donde celebraron los Ejercicios Espirituales 2023, bajo el lema central “La honestidad como levadura de nuestra vida espiritual”. Teniendo como objetivo favorecer un espacio de profundización espiritual, que ayude a encontrarse de forma personal, y con la propia honestidad, para así poder ser levadura, y sal, para dar sabor a la sociedad.
Entre los temas tratados estuvieron: “La honestidad en mi fe”, a cargo de Sor Lucila Padilla, Delegada Nacional. Este tema giraba en torno a una invitación a dejarse conquistar por Jesús y asumirlo como el tesoro y fuerza de su Fe; testimoniar en vida y reflejar las siguientes características: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, buen trato, Fe, humildad y oración.
"La integridad", con el P. José Cuello, Delgado Provincial y Nacional en Rep. Dom. En este conversatorio se trató el llamado a ser personas íntegras, algo que se hace realidad cuando “el pensar”, “el decir” y “el hacer” coinciden siempre, valorando los momentos del actuar como cristiano. Una mirada a cuestionar el interior del hombre con estos puntos: cumplo mis promesas; me niego al chisme; pago mis deudas; soy excelente en mi trabajo.
"La honestidad en la Familia" a cargo de Wilson Morales, Salesiano Cooperador, quien presentó un panorama de la honestidad desde la persona, la pareja y los hijos. Poniendo de manifiesto esas características que un cristiano que practica la honestidad debe vivir: amando, respetando y cuidando su ser a la luz de Cristo, para fomentar y mantener en su familia.
"La honestidad con mi vocación" con Sor Lucila Padilla, Delegada Nacional. El contenido presentado se hizo eco de esas particularidades que como laicos comprometidos están llamados los salesianos cooperadores, poniendo aspectos como la vida asociativa, la hermandad, la solidaridad a la que el mismo Don Bosco bajo el amparo de María Auxiliadora ha guiado la asociación con el carisma Salesiano.
En la eucaristía de conclusión, el Padre Simeón, MSC, Director del Monte de Oración, indicó que los espacios de retiro son una bocanada de aire espiritual para seguir trabajando con más fuerzas por el reino de Dios, e invitó a los presentes a orar por las vocaciones a la vida religiosa. Igualmente, agradeció a los laicos comprometidos por su apoyo y entrega hacia la labor pastoral que realizan en sus respectivas comunidades.