LA VERDADERA RESISTENCIA 7 DÍAS VIAJÓ A LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE AMAICHA DEL VALLE Y QUILMES PARA FESTEJAR JUNTO CON SUS POBLADORES EL DÍA DEL NIÑO DE LA MONTAÑA. UN RECORRIDO POR HISTORIAS QUE BUSCAN MANTENER SU IDENTIDAED Y REVIVEN CADA 12 DE OCTUBRE COMO UNA FECHA TRÁGICA.
Por DENISE TEMPONE Fotos: NICOLÁS CORREA (Desde Tucumán).
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En Quilmes, durante la ceremonia de la Pachamama, donde se realizan ofrendas a la Madre Tierra.
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l 11 de octubre las naciones Abya Yala, compuestas por las comunidades indígenas de América, conmemoran su último día de libertad. El 12 de octubre es un día gris, de recogimiento y dolor: no hay nada para festejar. El 12 de octubre de 1492 empezó una lucha que nunca más terminó, la lucha por no extinguirse, por no desaparecer, por dejar de ser invisibles. Hoy, las comunidades aborígenes de Amicha del Valle y Quilmes, en Tucumán, claman por ser reconocidos y, al igual que los otros 28 pueblos indígenas que prevalecen en nuestro país, se organizan para mantener viva su identidad y su historia que es, ni más ni menos, la historia de nuestras tierras. LUCHAR POR LOS SUYOS. El sol brilla sobre su pelo negro largo hasta la cintura. Vestido de jean y remera, con algo de barba, Eduardo Nieva recorre el predio de un club de Amaicha, repleto de niños. En este pueblo ubicado a 164 kilómetros de San Miguel de Tucumán habitan menos de cuatro mil personas y casi la totalidad de sus menores están festejando el Día del Niño de la Montaña, en una iniciativa emprendida por Unicef y las comunidades locales. Cientos de nenes y nenas juegan a las escondidas y bailan alrededor de Eduardo. Lo tratan con confianza y respeto, al igual que los grandes. Eduardo es un gran amigo para todos. Y sólo basta con escuchar su historia para entender por qué. Muchos recuerdan que hace ya varios años, un día Eduardo tomó la decisión de partir a Buenos Aires. Ese día que llegó a la ciudad supo inmediatamente que tendría que adaptarse, era la gran urbe o él. Buscó un hogar cerca de la facultad de Lomas de Zamora y un trabajo de 10 horas en una fábrica de juntas de autos para subsistir. Buscó también fuerza interior en sus creencias para soportar el “choque cultural”, como llama a la enorme diferencia en el ritmo, la comida y hasta la forma de hablar de la gente de la ciudad. Pero no tuvo que buscar ningún consuelo. El sacrificio no era algo nuevo en su vida y nada podía ser tan malo comparado al despiadado sol que pegó sobre su cabeza durante los años de su infancia, mientras caminaba 25 kilómetros para ir al colegio. Ninguna rutina podía ser más agotadora que sentir la impotencia de no poder defender a los suyos cuando eran ultrajados por las autoridades. Eduardo entendió, entonces, que aunque la ciudad lo maltratara, le daría algo valio-
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Guillerma Rosa Soria De Caro, “Doña Rosa”, es una de las líderes de la comunidad quilmeña.
Eduardo Nieva es el cacique de la comunidad de Amaicha del Valle. Se recibió de abogado en Lomas de Zamora para luchar por los suyos.
Los Valles Calchaquíes en toda su grandeza, son las tierras que transitaron por siglos los diaguitas.
sísimo: la oportunidad de aprender todas esas cosas que sus familiares y amigos no sabían: leyes, tratados y formalidades, y él podría usarlas en el futuro, aunque ese futuro tardara años en llegar. Él no partió de Amaicha para conquistar la ciudad, partió de Amaicha sabiendo que volvería convertido en abogado. Y lo hizo. Lo hizo a los 25 años. Ninguno de sus compañeros de facultad sospechó por ese entonces que estaban compartiendo el aula con un futuro cacique diaguita. Mucho menos sospecharon que años después, ese chico callado, haría escuchar su voz en la ONU y también en la casa de gobierno junto con la presidenta Cristina Kirchner en una reunión inédita entre autoridades nacionales y representantes aborígenes. Hoy, Eduardo, junto con otros líderes descendientes de aborígenes, son quienes mantienen un pedido que se arrastra hace siglos: la construcción de una Argentina pluricultural y plurinacional. SUS TIERRAS EN PAZ. Según el último censo realizado (2001), 600.329 habitantes de nuestro país se autorreconocen como pertenecientes y/o descendientes en pri-
“ESTAMOS EDUCANDO A NUESTRAS NUEVAS GENERACIONES PARA QUE TENGAN MEJORES HERRAMIENTAS. A TODOS NOS HAN ENSEÑADO UNA HISTORIA CON UN SISTEMA DE VALORES EUROPEO Y OCCIDENTAL MUY LEJANO A NUESTRAS RAÍCES. NOSOTROS ESTAMOS RESCATANDO TODO ESO PARA QUE NO SE LO LLEVE EL PASO DEL TIEMPO.” mera generación a algún pueblo indígena. La mayoría de ellos sigue sufriendo un dilema que comenzó hace siglos, cuando empezaron los intentos de usurpación española. Los españoles no fueron el único problema. Con el correr de los años, sus mismos compatriotas y los gobiernos lo-
cales seguirían pisoteando sus derechos y su dignidad, no sólo sacándole tierras, sino tratándolos como ciudadanos de segunda a los que se les niega, por ejemplo, la asistencia hospitalaria más básica. Muchos dan testimonio de una existencia repleta de obstáculos puestos por hombres injustos. Ése es el caso de Guillerma Rosa Soria De Caro, “Doña Rosa”, una de las líderes de la comunidad de los quilmes, que ostenta unos muy vitales 82 años. “Acá todos me conocen desde chica porque mi familia sufrió un desalojo muy comentado. Yo tenía cinco años y éramos nueve hermanos. Nos sacaron de mi tierra y nos corrieron abajo de un árbol. Fue muy triste nuestra vida. Nos quedamos sin comer porque nos quedamos sin huerta. Tuvimos que vivir a la intemperie, debajo del sol y sobre la arena y alimentarnos con frutos silvestres que encontrábamos en los montes: chañar, algarroba. Comíamos maíz pelado y hervido. Pasábamos hambre, pero esas frutas tenían muchas vitaminas y yo creo que por eso todavía soy muy fuerte”, cuenta con lágrimas que se esconden entre los pliegues profundos de su cara. “Mi mamá empezó a trabajar limpiando para
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pagarle a un abogado y que nos devuelvan las tierras. Yo la vi pelear y aprendí. Nunca más me dejé pisotear. Seis años después conseguimos que nos devuelvan ese pedacito de tierra y volvimos a ser felices”, explica. Rosa volvió a su tierra, pero su lucha no cesó. Prometió que jamás olvidaría ese dolor y fue una de las organizadoras del primer malón de la paz que se realizó en 1945 durante el gobierno de Perón. El malón de paz fue una manifestación de miles de aborígenes que llegaron a caballo y a pie de diversos puntos del país para reclamar el reconocimiento de su existencia. También reclamaron la sanción de ley 26.160, ley que preveía el relevamiento territorial nacional para luego determinar los registros de propiedad de los indígenas. Rosa pudo festejar la sanción de esa ley 61 años después, durante el gobierno de Néstor Kirchner, pero lamentablemente, teme no llegar a ver nunca su aplicación: esa ley aún no se cumple. Además de contar con esa ley, los habitantes de los Valles Calchaquíes cuentan con un valiosísimo documento que prueba su propiedad sobre las tierras en las que viven. Se trata de la “Cédula Real de 1716”, una declaración otorgada por la Corona de España donde se oficializa la territorialidad. “Toda mi vida la dediqué a luchar por algo que ya es nuestro. Yo no quiero ser mala, pero tienen que entender que nosotros sólo tenemos esto y vivimos con lo que tenemos. No pueden seguir regalando este lugar a extranjeros que extraen minerales dejando a la Pachamama sin fuerzas. No pueden regalarle este lugar a extranjeros luego de que nosotros hemos peleado tanto por defender lo nuestro”, reclama indignada. Las tierras para las comunidades aborígenes son un bien general. No se compran ni se venden, se otorgan a través de permisos y votaciones del Consejo de Ancianos y miembros de la comunidad. La idea es repartirlas de manera justa y de acuerdo a las necesidades de sus habitantes. Una gran familia. Pancho Chaile, cacique de los quilmes está igual de indignado que Rosa, pero se muestra optimista respecto del futuro: “Estamos educando a nuestras nuevas generaciones para que tengan mejores herramientas. A todos nos han enseñado una historia con un sistema de valores europeo y occidental muy lejano a nuestras raíces. Nosotros estamos rescatando todo
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HACER LAS PACES En 2008, Unicef Argentina diseñó la iniciativa PACES (Políticas y Acciones Concertadas para la Educación y Salud de niñas, niños y los adolescentes indígenas) para promover el conocimiento y cumplimiento de los derechos de los niños y adolescentes indígenas. Desde entonces, los pueblos originarios, en diálogo con los gobiernos, Unicef-Argentina y otras importantes organizaciones, participan del diseño e implementación de las políticas y acciones que los ayudan a ejercer sus derechos y a salir de la invisibilidad. El propósito es deliberar sobre la situación indígena y establecer prioridades de intervención consideradas como impostergables.
eso para que no se lo lleve el paso del tiempo”, explica. Al igual que Eduardo, Pancho también trabajó en la gran ciudad. Fue albañil durante 10 años, pero su comunidad fue la razón por la cual nunca terminó de asentarse. “Yo estaba muy instruido y cada vez que venía recorría todo a pie, en bicicleta o a caballo, para enterarme qué estaba pasando”. Los lazos que creó con su gente fueron tan fuertes que fue electo cacique en tres oportunidades y, como tal, no sólo es un referente político, sino también afectivo. Los chicos, especialmente, los hijos de madres solteras, lo ven como a un padre. La noción de ser una gran familia es algo común en las comunidades indígenas. La mayoría de las mujeres adopta uno o varios niños que quedaron huérfanos y desde pequeños, los bebés se sienten en confianza con extraños. Tal vez porque nadie es realmente extraño en este contexto. Y todos comparten a ciertos abuelos que son quienes tienen la última palabra a la hora de las decisiones importantes, ellos son siete e integran el Consejo de Ancianos por elección
popular. Vidal Ábalos es uno de ellos. Tiene 79 años y al igual que Lasteña Aguilar de 74, ostenta agilidad para caminar entre rocas, soportar las altas temperaturas y tener una vida activa, con plena conciencia política e histórica. Ambos aseguran que jamás han tomado medicamentos para conservar la vitalidad. Los secretos de las yerbas medicinales y lo métodos naturales son patrimonio de los más antiguos y se respetan sin cuestionar. Y aunque la medicina occidental está siendo más aceptada, no se olvidan jamás la tradición. Como le enseñarán a las futuras generaciones, en la tradición de un pueblo está el núcleo de su resistencia, que trasciende la propiedad de las tierras y los documentos oficiales. La verdadera resistencia –ellos saben– está en el riquísimo patrimonio cultural e ideológico de su pueblo, un pueblo que no le teme a nada, que no se amedrenta ante nada. Un pueblo que sólo reconoce como autoridad absoluta a la madre tierra, la Pachamama, único ser vivo cuyo poder puede crear o destruirlo todo. O