Encuentros

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Norma Lucía Segovia Machado

Jimena Manterola Zermeño

ENCUENTROS El lector tiene en sus manos, un libro “de relatos integrados”, modalidad que reúne textos con una cierta unidad, lograda esta por el esfuerzo del autor de usar alguno de los recursos de la narrativa – temporalidad, tema, espacio, personaje, espacio - como elemento unificador. En este caso, lo que integra, lo que les da unidad, es la presencia del mismo personaje en todos ellos: una jovencita en proceso de crecimiento espiritual, basándose en el tema del “encuentro” para la ardua tarea: encuentro con el otro, con la amiga, la naturaleza, consigo misma. Sin embargo, no es un encuentro que lleva a la dependencia, sino a la libertad. Y el desasirse de los apegos, del confort, de la seguridad, hace estragos y plantea luchas interiores, pero con el éxito en dicha empresa, el premio es la estabilidad emocional, la seguridad interior, la libertad absoluta. En un lenguaje sencillo, pero lleno de plasticidad y belleza, el simbolismo del encuentro y/o desencuentro se presenta como algo sencillo y alcanzable. Los textos no hacen alusión al drama interior, solo al caminar hacia ese objetivo y al logro final. Tampoco este se da como en las novelas rosas y acaba con una boda imponente, muchos besos y abrazos, confeti y música y risas. El drama humano de encontrar la propia identidad, la tentación de permanecer al lado de alguien por seguridad y el temor de andar en soledad por la existencia, además del descubrimiento de la naturaleDiseño e ilustraciones Eri za vislumbrada en una llovizna o en un arco iris, son algunas de las contextualizaciones que tiene la protagonista quien camina por senderos desconocidos con valentía temeraria por momentos y, en otros, haciendo frente a la incertidumbre de lo desconocido. Recomiendo ampliamente los relatos de esta novel autora, el cual augura un futuro promisorio a la creación literaria en México. Lo felicito y aplaudo la originalidad de su producción.

2 Jimena Manterola Zermeño

Diseño e ilustraciones: LDG. Erika Dennise Hernández Ochoa


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Índice Introducción a Encuentros Preludio La plaza Dejarla ir Una última vez De vuelta María La abuela sauce

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Introducción a Encuentros

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continuación se presentarán un conjunto de relatos integrados. El motivo de la creación del siguiente conjunto de relatos integrados es expresar, por medio de textos de ficción, la problemática existencial del ser humano, que es el encuentro y el desencuentro consigo mismo y los demás. El hilo conductor de los relatos en el libro “Encuentros” es el personaje principal, quien pasa por distintas etapas de autoconocimiento. De ahí el título, ya que la protagonista se encuentra consigo misma y con su entorno (personas, naturaleza, experiencias que la marcan, etc). Para la creación y recopilación de estos relatos se contó con la ayuda de un asesor y un tutor que se encargaron de revisar los textos de la alumna y guiarla tanto con la edición de estos como con la selección. El objetivo de la creación de este es ayudar al ámbito social desde la fomentación de la lectura. Las limitantes para dicho proyecto fueron que la alumna, si bien gusta de la escritura y ha publicado algunos textos en páginas de internet así como en su blog, no cuenta con la experiencia de la escritura de “relatos integrados”. El libro está compuesto de siete capítulos. En el primero cuenta el encuentro de dos personas que se ven por primera vez en un café, despertándose un interés de la una por la otra, pero sin tomar la decisión de acercarse; El segundo es el encuentro de dos personas que, al encontrarse, 3


Encuentros ∼ Introducción a Encuentros

no saben si acercarse, ya que han tenido una relación que les ha hecho mucho daño. Aunque, aparentemente, en el tercer relato “Dejarla ir”, no hay un encuentro, lo que está implícito es el primer encuentro de la narradora con la muerte de un ser querido. En el cuarto se relata el último encuentro de estos dos mismos personajes que, tras haber tenido la experiencia de encontrarse, pero no saber qué hacer, decidieron volver a reunirse, sin embargo la protagonista decide que no puede seguir haciéndolo. El quinto texto narra el encuentro que tiene la protagonista al volver de su viaje con una amiga que, en la plática, la hace reflexionar acerca de hacía donde dirige su vida; En el sexto relato, la protagonista, después de encerrarse en sí misma a causa de lo platicado con su amiga, termina por descubrirse así misma. Finalmente en el séptimo, inspirado en el personaje de Pocahontas que lleva el mismo nombre, se cuenta el encuentro con la naturaleza, la cual mediante una personificación de un árbol en “La abuela sauce” es abrazada por la protagonista. El género de dicho proyecto es, como ya se mencionó arriba, los relatos integrados. Es decir, relatos tan autosuficientes como interrelacionados entre sí. Es un género que, en sus principios, no fue muy tomado en cuenta hasta la década de los setenta cuando Forrest L. Ingram en Representative Short Story of Cycles of the Twentieth Century. Studies in a Literary Genre (1971), les dio por primera vez un nombre, “Ciclo de cuentos”. Más adelante, existieron nuevos investigadores que propusieron términos diferentes como son: “Secuencia de cuentos”, novela compuesta ó 4


Encuentros ∼ Introducción a Encuentros

compuesto de cuentos. Estos también contribuyeron a establecer límites y las posibilidades del género. Algunos de estos investigadores fueron Robert M. Luscher, Maggie Dunn y Ann Morris y Rolf Lundén, entre otros. Es importante apuntar que en la crítica hispanoamericana existen muy pocos estudios sobre dicho género, y los que existen son de difícil localización. Algunos de los autores que han publicado alguna obra de este tipo son, Leopoldo Lugones con Las fuerzas extrañas en 1905, Jorge Luis Borges con Historia universal de la infamia en 1935, Juan Rulfo con El llano en llamas publicado en 1953, Elena Poniatowska con Los cuentos de Lilus Kikus en 1967, Roberto Bolaño con La literatura nazi en América de 1996, entre otros. Según Pablo Brescia y Evelia Romano existen por lo menos un centenar de obras dentro de este género, pero la mayoría de ellas está aún a la espera de ser analizada. Fuentes: José Sanchez Carbó. (Julio, 2008). Teoría y crítica de las colecciones de textos integrados. Nuestra América, 5, 249-251.

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Preludio

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Encuentros

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Preludio

i entrabas sin poner atención, no había forma de que la notaras. Incluso, el curioso que irrumpió observando todo el lugar, encantado por su decoración, se sorprendió al verla sentada en ese enorme sillón rojo al fondo del lugar. Me atrevería a decir que, de no ser por el libro que creyó ver “flotando”, tampoco la habría visto. A ella no le gustaba que la vieran. Si no la notaban, no existía la mínima posibilidad de que le hablaran, y si no le hablaban, no tenía que conocer a nadie. A nadie que la pudiera desechar. Hacia tiempo había decido que así sería su vida de ahora en adelante. Cansada de que la gente la usara, viniera y tomara lo que necesitaba para después irse sin decir adiós, decidió que nunca más establecería contacto más allá de un saludo cordial, con otro ser vivo que no fueran sus plantas y Canuto, su perro. No es que la decisión le encantara; lo había pensado mucho e, incluso, agotado todas las alternativas. No había más que hacer. Por lo menos así lo veía ella. Aquel curioso, al que llamaremos Fulano, que la vio al entrar, ordenó su café y se sentó a unas cuantas mesas de ella. Ahora que la había notado no podía dejar de mirarla. Ella encajaba perfectamente en ese lugar, sentada a sus anchas en ese gran sillón junto a la pequeña mesa que sostenía esa taza azul con las marcas de labial rojo en la orilla. ¿Estaría esperando a alguien? Con la mirada clavada en las manos de aquella chica que detenía el libro como si fuera su escudo, tomó un sorbo a su café y se quemó la boca. La joven no levantó la vista de su libro, a pesar de las maldiciones que Fulano soltó. 9


Encuentros ∼ Preludio

Lo que hizo que este chico tan curioso se sintiera más atraído hacia ella, tenía que ver, por lo menos, con sus ojos. Hasta donde él sabía, aquella chica de bellas manos y labios rojos podría tener la mitad de la cara quemada, o incluso podría ser tuerta. No, ¡ojalá no fuera tuerta! Tan absorto en sus pensamientos y suposiciones se encontraba Fulano, que no vio cuando ella bajó su libro para tomar un buen trago a su té y dar un vistazo rápido al lugar. Lo que a ella le encantaba de ese café, es que si se lo veía por fuera no se daba ni un peso por él, pero al entrar era como si se viajara en el tiempo. La cafetera antigua que hacía un café cuyo sabor era tan bueno como los ruidos que producía al prepararlo, eran ensordecedores; la caja que timbraba siempre al abrirse, las mesas que reclamaban especial atención, el tapiz viejo, todo la fascinaba. Sin duda alguna, lo preferido de ese café era ese sillón rojo. Siempre que se sentaba ahí, se sentía protegida, como si este la abrazara. Esa tarde había poca gente: una pareja de novios sentados cerca de la entrada que no hacían mucho más que mirarse a los ojos y sonreír; un par de amigas riendo a carcajadas cerca de la barra y el más cercano a ella, un chico que parecía observar con mucha atención la pared. Qué bueno que alguien más notara lo bello que era el papel tapiz en ese lugar; siempre había sentido que pasaba desapercibido. Como ella. ¿Habría sido él quién se quemó la boca? Creía haber escuchado a un hombre quejarse de lo caliente del café, pero no estaba segura si era obra de su cabeza. 10


Encuentros ∼ Preludio

Le dio otro trago al té mientras observaba al chico más a fondo. Sus ojos no eran nada fuera de lo normal, pero tenían algo que llamó su atención, como si quisieran decir algo. Estaba viéndolo, tratando de descifrarlos, cuando esos ojos almendrados la miraron. Cuatro ojos que se abrían como platos al encontrarse y rápidamente voltearon, cada par, a diferentes lugares. Él, de repente, pareció muy interesado en su café y ella levantó su libro para seguir leyendo o, por lo menos, intentarlo. Ninguno de los dos vio las mejillas enrojecidas del otro.

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La plaza

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aría llevaba alrededor de un cuarto de hora, sentada en aquella banca de la plaza. Esperaba a su amiga y fue la primera vez que creyó verlo. Lentamente levantó la vista para poder observar bien a aquel hombre alto, parado a unos metros de ella. Tenía miedo de que, en caso de que realmente fuera él, notara que lo miraba. El chico en cuestión estaba con una muchacha y, cuando volteó a darle un beso a ella, se dio cuenta de que no era él, más por el modo de tomarla entre sus brazos y besarla que por reconocer las facciones de su rostro. Sintió una especie de alivio. No estaba claro si aquella distensión se debía a que no era él, o a que no se trataba de él besando a una chica. “Es por lo primero”, pensó respirando profundo. La segunda vez fue el olor. Una sensación de alguien parado a sus espaldas combinada con aquel perfume que conocía tan bien hizo que los vellos en su nuca se erizaran. ¿Qué podía hacer? ¿La había visto y decidió acercarse a ella para saludarla? ¿Debía voltear a comprobar si era él? El sonido de la carcajada de aquella persona la hizo saltar por el susto, solo para lograr que se relajara porque él no reía de ese modo. La tercera vez fue real. Al levantar la vista, después de revisar el reloj por quinta vez, buscando entre las personas a su amiga, lo vio. Ahí estaba él, mirándola desde el otro lado de la fuente. Sus ojos se abrieron desmesuradamente a causa de la sorpresa, pero rápido intentó tranquilizarse. Le sostuvo la mirada y ambos pudieron leer la confusión que había en sus ojos: una pregunta en el aire. “¿Y ahora qué hago?” 15


Encuentros ∼ La plaza

Él dio un paso como pidiendo permiso para acercarse y María intentó sonreírle, pero no pudo. Era como si se hubiera congelado, así que solo se limitó a asentir. Sin embargo, cuando parecía que lo siguiente que podía hacer era seguir acercándose, se paró en seco y volteó hacia atrás mientras alguien le tomaba la mano: una chica, que le sonrió y le dio un beso en la mejilla. Él volteo hacia ella sorprendido. Había olvidado que venía acompañado. Solo le sonrió. Cuando él miró de nuevo hacia el otro lado de la fuente, buscando a María, ella ya no estaba porque, después de ser testigo de ese encuentro, se paró rápidamente y se fue. Ya luego le marcaría a su amiga para explicarle lo que había pasado, puesto que ella no podía seguir ahí, después de ver el encuentro de él con la otra. María se dio cuenta de que ahí sobraba: Tenía que irse y huyó.

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Dejarla ir

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Encuentros ∼ Dejarla ir

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espertó cuando la primera gota de esta lluvia tan fría golpeó su cara. De repente, al abrir los ojos, ya no estaba en su cama, sino ahí, a mitad de la calle, caminando detrás de la carroza fúnebre. Estaba ahí. La lluvia en su cara le gritaba que era real. Las gotas empezaron a resbalar por sus brazos hasta fundirse en sus dedos, justo antes de dar un último salto y caer al asfalto. Pensó que justo eso le gustaría hacer a ella, caer. Ser parte de esa corriente que avanzaba en dirección contraria hacia ellos, los que caminaban. Hermanos, hijos, nietos, amigos. Todos juntos, caminando hacia un destino final, hacia un punto del que no todos iban a regresar, y del que quienes volvieran no retornarían completos. Volteó buscando a su madre y la encontró a unos cuantos metros de ella, llorando. Abrazada de sus hermanos, pasaba a ser parte de un dolor más grande que el de ella sola. Un dolor que podía verse desde las banquetas, que se reflejaba en los ojos de las personas que los veían pasar. “Ahí va un alma querida” se oía decir a las personas, que detenían lo que fuera que estaban haciendo para mirar aquella triste escena. Y sí, ella era muy querida.

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Una Ăşltima vez

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Encuentros ∼ Una última vez

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espués de meses de no hablarse, María había decidido que ya era momento de volver a reunirse con Daniel. Había pasado momentos difíciles en su vida y creía que la persona más indicada para estar junto a ella era él. Después de casi seis meses de aquel encuentro en la plaza María y Daniel se habían reconciliado, por decirlo de alguna manera. Ahora se veían una vez por semana para ir a cenar o al cine. Esa noche habían quedado de verse para cenar. Él pasó por ella y fueron por unos tacos cerca de su casa. Por dos horas, más o menos, platicaron de lo que habían hecho en los días que no se habían visto, de sus planes a futuro. Los de él, porque ella se mostró un poco renuente a contar los suyos. El tiempo pasó volando. Siempre era así cuando estaba con él. Invariablemente se encontraba al final de cada salida preguntándose porqué no aprovechó más el momento para mirarlo a detalle, para preguntarle su opinión de cosas que le había querido preguntar. Y ahora ahí estaban los dos, parados afuera de su casa: una escena digna de una película de amor, María se sintió tonta al pensarlo. No podía dejar que se fuera así sin más. No estaba lista para dejar de ver aquella cara color canela que contrastaba tan perfectamente con esa mirada almendrada. Esa iba a ser la última noche que iba a sentir cómo le hormigueaban los pies cuando él la miraba a los ojos. “No te vayas”, se descubrió diciendo. Él no pudo evitar la sorpresa en sus ojos. La manera en que los abrió le recordaron la primera vez que los 25


Encuentros ∼ Una última vez

vio en aquel café. Como animada por ese recuerdo, María le sonrió y él dijo que estaba bien. Hacía mucho frío, así que decidieron subirse al coche y, cuando él prendió el estéreo y conectó su celular, ella sonrió. Parecía que aquella noche iba para largo. “Crazy” de Aerosmith sonaba mientras ella se acomodaba en el sillón del conductor y lo miraba. Sonrió pensando en las probabilidades de que una canción así empezara para armonizar aquella escena dentro de ese pequeño coche que tanto orgullo le daba a Daniel. -Cuéntame algo que no me hayas contado nunca. - le dijo María. Él reclinó el asiento, con la mirada fija al frente y, mientras subía los pies al tablero, empezó a decirle: -Cuando era pequeño, vivíamos en una casa bien jodida, pero bonita. Una vez estaba viendo la tele con mi hermano, cuando se me ocurrió moverla para verla mejor. En vez de moverla por la base de la tele, la moví toda y se me cayó encima. –En sus ojos se podía ver cómo estaba recordando aquella escena. -¿Te lastimó?- Quiso saber María. -No, pero se destrozó toda y mi hermano empezó a llorar. –Una sonrisa con un toque de nostalgia apareció en su cara. -Yo una vez también tiré mi tele, pero sí me pegó –le contó ella. -¿Y se destrozó? -Síp. Daniel levantó el puño en el aire y lo acercó a ella para que lo golpeara. Somos amigos, pensó ella, solo amigos. 26


Encuentros ∼ Una última vez

No entendía cómo es que habían llegado hasta ese punto de nuevo. Cerró los ojos y respiró su olor. Por un momento evocó la primera vez que lo vio, sentado frente a su mesa en el café, cómo fue que después de mirarse y sonreírse él se acercó para preguntarle qué leía. Recordaba que le había inspirado confianza y, sin darse cuenta, ya habían pedido un segundo café para cada quien y había dejado el libro de lado para adentrarse a una interesante plática con aquel muchacho. Sonrió al pensar cómo, a pesar de que lo que menos quería era hacer contacto con alguien, había algo en el modo de hablar de aquel hombre que la hizo olvidarse de sus barreras. Ahora estaban ahí. Las cosas no habían resultado como esperaba. En el camino de conocerse, se dieron cuenta de que no buscaban lo mismo. Él quería algo más casual y ella, por más atraída que se sintiera hacia él, no le podía dar eso. Si ya iba a arriesgarse, lo que ella quería era algo real. Así fue como se separaron la primera vez, porque después de verlo con alguien más se dio cuenta de que eso la afectaba más de lo que la ayudaba. Ahora habían vuelto a ser amigos. Eso había sido suficiente para ella por un tiempo, pero, últimamente, ya no se sentía bien en aquella situación. Es por eso que había tomado aquella decisión. Debía alejarse de él. Sin decirle, había aceptado una oferta de prácticas en el extranjero y se iba a ir al día siguiente, sin decirle adiós. Unas lágrimas que empezaban a resbalar por su cara la sacaron de sus pensamientos y, limpiándolas rápidamente para que él no se diera cuenta, suspiró. Él la miró y sonrió. Aquella 27


Encuentros ∼ Una última vez

sonrisa había despertado algo dentro de ella. De repente, le entraron unas enormes ganas de saltar al asiento del pasajero y besarlo. Morder sus labios, sus orejas, su cuello, saborear todo de él. Sabía que él no la alejaría. Por el contrario, la besaría también, respondiendo al deseo que parecía brotar por los brazos de María. Pero en cambio, solo soltó un segundo suspiro y, mientras las últimas estrofas de una nueva canción sonaban, se incorporó. -Ya es hora de que te vayas- dijo Él suspiró. -Si, ya es tarde. Al verlo caminar hacia ella, unas nuevas ganas de besarlo aparecieron. De pronto, le pareció una buena idea que aquella fuera su despedida, pero cuando él se acercó a ella, se conformó con abrazarlo. Se abrazaron fuerte, y durante mucho tiempo. No lo quería soltar. Respiró profundo, procurando que aquel olor a loción y cigarro quedaran guardados en un lugar especial dentro de ella: un lugar del que se aseguraría nunca saliera. Entonces él mordió su oreja y ambos empezaron a reír. -Me la debías- le dijo mientras abría la puerta de su coche y subía. -Adiós- dijo ella mientras se agarraba la oreja y sonreía. Daniel arrancó el coche. Tras esperar que María estuviera del otro lado de la reja, se puso en marcha despidiéndose con la mano. “Llámame”, alcanzó a gritarle. María simplemente sonrió. Sabía que no lo iba a hacer. Aquella sería la última vez que Daniel escuchara de ella. 28


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De vuelta

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ra el tercer día después de su regreso. Estaba sentada en una de las bancas que había frente a la fuente interactiva saliendo de la plaza. Dejó su casa con la intención de leer un libro y ahí fue a donde la guiaron sus pasos. Llevaba un buen rato ahí cuando bajó el libro para tomar un sorbo al café que compró en la cafetería que estaba cerca y se quedó observando cómo los chorros de agua subían y bajaban conforme la música cambiaba su ritmo. Algunos niños corrían por ahí amenazando a sus padres con atravesar la fuente y mojarse todos. Estos solo reían y les tomaban fotos, subiendo la voz de tono cuando sentían que sus hijos se acercaban mucho al agua. Sonrió al recordar que alguna vez tuvo la intención de hacer eso con sus compañeras de cuarto. Planeaban ir cuando hiciera mucho calor, pero finalmente nunca lo hicieron. Estaba absorta en sus pensamientos cuando algo la sacó de su trance. “¿María?”, escuchó que decía una voz lejanamente familiar. Cuando volteó, vio a Gabriela, con ropa deportiva, parada a menos de un metro de ella. Le sonrió y se levantó. No estaba segura de cómo era que debía reaccionar. “Hola”, le dijo mientras se acercaba para darle un abrazo. Aunque se querían y se habían extrañado, se podía ver que ambas estaban dudosas acerca de cómo deberían reaccionar. Tenía años que no se veían. -¿Cómo estás? ¿Cuándo volviste? – Le preguntó interesada Gabriela. -Acabo de llegar, antier. - Contestó María. No estaba segura si debía agregar algo más. -Oh, ¿y cómo has estado? Realmente pensé que no te iba a volver a ver, menos por aquí… 33


Encuentros ∼ De vuelta

-Muy bien, gracias. Y sí, la verdad es que yo tampoco me imaginaba que volvería. Por lo menos en algunos cuantos años más. Las dos chicas seguían paradas a lado de la banca. En ese momento, a María se le ocurrió que tal vez justo lo que necesitaba era una amiga que la pudiera escuchar. -Emmm... ¿Quieres tomarte un café? ¿O tienes algo que hacer?- Le preguntó. -No, está bien. Vine a correr un poco pero supongo que puede esperar- Contestó Gabriela. Ambas amigas caminaron juntas hacia la cafetería. Gabriela pidió un café y María continúo con el suyo. Empezaron a platicar, un poco incómodas al principio, pero conforme iba pasando el rato, ambas recuperaron esa confianza que habían perdido con el paso del tiempo. Como dos engranes que lo único que necesitan es poco de aceite, la conversación empezó a fluir y las dos se empezaron a sentir cómodas hablando de lo que había pasado en la ausencia de María. María dijo que había vuelto porque sus padres se estaban divorciando y pensó que tal vez su hermano la necesitaría. Le confesó que una de las razones por las que se fue había sido Daniel. Ahí fue cuando Gabriela le soltó a María una frase que la puso a pensar. -“¿Ya te diste cuenta de que dejaste que tus decisiones dependieran de cómo se sentía alguien más?”- Se lo dijo de manera casual, como si no lo hubiera pensado tanto, pero por alguna razón a María esto la tocó más profundamente en su interior. -¿A qué te refieres?-Le preguntó. -Si, te fuiste porque Daniel solo te veía como 34


Encuentros ∼ De vuelta

una amiga, y vuelves porque tal vez tu hermano te necesite. No me lo tomes a mal. Pienso que es de verdad noble que vuelvas por tu hermano, ¿pero no crees que ya es lo suficientemente mayor para arreglárselas solo? María no quiso seguir prestándole más atención al tema, así que mejor le preguntó por las demás chicas de su grupito. Gabriela le contó que Cristina ya se iba a casar y que Valeria estaba embarazada. Toda esta nueva información hizo que María se sintiera un poco desconectada de su propia vida. Siguieron hablando por horas. Para cuando se despidieron, Gabriela ya había olvidado que planeaba ir a correr y María ya ni siquiera recordaba en qué parte de su libro se había quedado. Intercambiaron números porque María había tenido que cambiar el anterior, pues lo perdió y se prometieron que se volverían a ver para comer la semana entrante. Mientras María caminaba hacia su casa, se puso a pensar en lo bonito que era que Gabriela y ella hubieran podido sentarse toda la tarde a platicar y que, aunque a pesar de que al principio las cosas habían sido un poco difíciles conforme pasó la tarde terminó por parecer que no había pasado ni un año desde la última vez que se habían visto. En realidad, fueron tres. Se dijo así misma que, entre otras cosas, es una manera de saber que, de verdad, le importas a alguien y que es tu amiga, cuando en lugar de recriminarte que te hayas alejado tanto tiempo, te recibe con los brazos abiertos, y te dice más bien lo que te extrañó.

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quella mañana era soleada, como había mucho que no lo era. Tanto, que cuando se paró frente al espejo fuera de su habitación y se miró, sus ojos le lastimaron un poco por el reflejo. El sol daba todo frente a su cara, el cabello despeinado se salía de su intento de chongo alto y sus ojos se escondían detrás de dos enormes ojeras, que siempre había tenido, pero, bajo ese sol, de repente sintió que se veían más. Tal vez se debía también a que tenía mucho que no dormía como se debe. Del suéter que se puso encima de su pijama, porque, aunque soleada la mañana era fría, salían solo sus dedos que dejaban ver unas uñas impecablemente moradas que se acababa de pintar la noche anterior en un intento por levantarse el ánimo. Miró sus manos un largo rato. Las levantó e intentó cubrir los rayos del sol con sus dedos. Bajo su luz parecía aún más blanca, pero también la hacía sentir que se podía ver más a fondo. Cuando sus ojos pasaron por el espejo de nuevo bajó las manos, como apenada de haberse distraído de sí misma. Se quedó contemplando sus ojos que, aunque suyos, parecían tan ajenos ya. Después miró su nariz, que seguía tan redonda como siempre, sus mejillas rojas que contrastaban con lo pálido de sus labios, después se observó toda ella. Un pequeño desastre de 1 metro con 58 centímetros. Sus caderas seguían del mismo tamaño, aunque ahora que lo pensaba, los pantalones flojos de su pijama le decían que debía empezar a comer pronto algo más que un simple yogurt a medio día. Sonrió, o por lo menos eso esta39


Encuentros ∼ María

ba pensando que hacía. Para ella eso era algo así como una mueca, que en medio de esa cara blanca parecía fuera de lugar. Se acercó a la ventana y, a pesar de saber que ahí afuera hacía aún más frío decidió abrirla. Cuando lo hizo una corriente de aire entró, como si tuviera mucho esperando que la invitaran a pasar. La sintió en la cara, fuerte, la respiró, y sintió como el aíre la quemó por dentro, pero juntó todas sus fuerzas y volvió a sonreír. Esta segunda sonrisa, aunque no la podía ver la hizo sentir mejor, más convencida. Cerró la ventana. Se contempló una última vez en ese espejo de cuerpo entero. Intentó peinarse un poco el cabello y suspiró. Tal vez era un buen día para salir a caminar un poco por el parque. Volteó a mirarse de nuevo al espejo, como intentando descubrir en su cara qué le parecía aquella idea que se le acababa de ocurrir. Parecía que estaba bien. Rápidamente, antes de cambiar de parecer una vez más, fue a encender el boiler y, mientras el agua se calentaba, tendió su cama. Abrió las ventanas de su cuarto y buscó algo que ponerse. Unos jeans, una blusa de manga corta y un suéter. Se bañó. Después de vestirse, pensó que tal vez no sería mala idea pintarse un poco, así que lo hizo. Cuando sintió que estaba lista, salió del cuarto y se detuvo de nuevo frente a aquel gran espejo. Luego de haberse bañado, cambiado y maquillado un poco, pensó que ya no se veía tan mal. Volvió a sonreírse. Cuando lo hizo, notó un brillo nuevo en sus ojos. Pensó en cómo llegó 40


Encuentros ∼ María

hasta ahí: en cómo había alcanzado el punto de no querer salir de su cuarto y pasar días sin comer. Recordó la última conversación que tuvo con aquella amiga que se encontró al volver de España, “Dejaste que tus decisiones dependieran de cómo se sentía alguien más”, le había dicho. Tenía razón. Entendía que esa frase, aunque no era la intención de su amiga, había sido lo que la hizo encerrarse en su cuarto, porque se sentía decepcionada de ella misma. ¿Cómo había llegado hasta ahí? Se supone que se había ido para olvidar, pero, en aquel momento más bien tenía la impresión de que se había ido para huir. Ahora que había vuelto todo lo que pensaba que había dejado atrás seguía ahí, como si la hubiera estado esperando todos esos años. La respuesta no era irse. Ahora lo entendía, y no es que se arrepintiera de haber tomado aquellas prácticas en el extranjero. A fin de cuentas, había aprendido muchas cosas y vivido otras tantas, pero tal vez lo mejor hubiera sido irse después de solucionar todo aquí. ¿Y qué estaba haciendo ahora? ¡Lo mismo! Se recriminó. “Puede que no te hayas ido de nuevo del país, pero te encerraste en tu mundo evitando hacer contacto con nadie más”, se dijo a ella misma. ¿Que no había aprendido nada en aquel tiempo? Unas cuantas lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Todo el tiempo pensaba que el daño se lo estaba haciendo alguien más, pero ahí, viéndose al espejo y repasando los años que acababan de pasar, se daba cuenta de que en realidad había sido ella quien se hizo daño así misma. 41


Encuentros ∼ María

Había dejado que las personas pasaran sobre ella. Había dejado que la dieran por sentada, que no se preocuparan por cuidar su amistad, que las personas pensaran que estaba para servirles, para escucharlos y acompañarlos cuando los demás lo requirieran, sin pensar en que tal vez necesitaba que alguien la escuchara para variar. Había sido ella quien nunca había alzado la voz para decir que no estaba de acuerdo o que así no le parecían las cosas. Nadie le había cerrado nunca la boca más que ella misma. Las lágrimas empezaron a juntarse en el rabillo del ojo, empujándose para salir, desesperadas porque llevaban mucho tiempo esperando a que María se diera cuenta de que lo que estaba pasando en su vida era responsabilidad de ella y no de alguien más. Al fin lo entendió: Había sido ella quien había puesto las necesidades de los demás por encima de las propias. Y eso ¿qué le había traído de bueno en su vida? ¡Nada! Quiso gritar. “Te convertiste en una persona triste que solo procuraba que todo el mundo a su alrededor se sintiera bien y cómodo”, se dijo mirándose al espejo. Ya era suficiente. Era momento de liberarse. Empezó a hacerse preguntas: qué le gustaba; qué quería de su vida; qué no le gustaba; qué podía hacer; cuáles eran sus limitaciones, sus aptitudes; qué necesitaba para lograr lo que quería hacer, qué quería hacer ahora. Si bien no contestó todas sus preguntas en ese momento, sí sintió un gran alivio porque, por lo menos, ahora sabía por dónde empezar. Por fin se dio cuenta de que, en realidad, importaba ella; qué quería, qué necesitaba. Al 42


Encuentros ∼ María

fin, había encontrado las preguntas que, de verdad, valía la pena hacerse. Se prometió a ella misma que, de ahora en adelante, se iba a dedicar a encontrar cada una de las respuestas. Ya había pasado bastante tiempo encontrando las de los demás. De repente, frente a los ojos de María, ella era suficiente. No necesitaba que alguien más validara su existencia necesitándola, buscándola o hablando con ella para pedirle un favor o simplemente platicar. Dentro de María, un nuevo amor acababa de despertar: Reconocía todo lo que había tenido que pasar para por fin encontrarse en esa posición, pero entendía que cada una de esas experiencias la había hecho más fuerte. En ese momento, María dejó de verse como alguien que llevaba días sin dormir o comer por estar preocupada por la impresión que podía causar en alguien más y empezó a verse como una persona que había pasado por esa situación consiguiendo por fin encontrarse a ella misma. Finalmente, lo hizo, debajo de esas ojeras, de ese rímel que se acababa de correr y había manchado su cara. Con esos jeans y aquella blusa, se encontró a ella y, por primera, vez fue suficiente. Sonrío mientras unas nuevas lágrimas brotaban de sus ojos. Unas lágrimas diferentes, tal como se descubría ahora.

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La abuela sauce

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Encuentros ∼ La abuela sauce

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ra alrededor del mediodía cuando la vi llegar. Sus ojos estaban un poco rojos y el rímel corrido me dejó claro lo que sospechaba: Había estado llorando, pero en su cara había algo que contrastaba con aquellas lágrimas. Su mirada era segura, dura, como si tuviera una idea clara en la cabeza. Me pregunté si las lágrimas habían sido quienes le habían traído la respuesta que ahora se asomaba en aquellos ojos café. Caminaba como si supiera a dónde iba, aunque a mí se me ocurrió que no tenía ni idea. Recuerdo que corría mucho aire y empezaba a llover. Me pregunté si no tendría frío con aquel suéter tan delgado, aunque entendía por qué se lo hubiera puesto. Hasta hace apenas unos minutos el día estaba soleado. Supuse que pensó que no le haría falta nada más. La lluvia empezó a caer con más fuerza como si quisiera mostrar que había llegado para quedarse. El sol de aquella mañana era solo un recuerdo. Mis hojas empezaron a mojarse. Sentía la frescura de aquella lluvia tan fría que contrastaba con el calor que hasta un poco antes sentía porque el sol me había calentando toda la mañana. Me relajé y dejé que el agua llegara hasta mis ramas y escurriera por mi tronco, que no se mojaba del todo. Después de concentrarme en la lluvia volteé buscando a aquella chica de cabello café que había visto antes. Imaginé que ya no la encontraría, pero para mi sorpresa estaba ahí, a unos cuantos metros de mí, volteando hacia el cielo, con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Sentí un poco de envidia: Ella podía abrazar la lluvia de una manera en la que yo jamás podría hacerlo. 47


Encuentros ∼ La abuela sauce

De repente, empezó a reírse. Yo miré a todos lados, preocupada porque alguien más pudiera verla y pensar que estaba loca, pero no había nadie. Con la lluvia, todos habían buscado refugio, excepto ella. Tal vez sí estaba loca. El aire empezó a correr con más fuerza y el cielo se volvió oscuro. Parecía que las nubes la habían visto y decidido juntarse para hacer que ella se fuera. Sin embargo, no importaba la fuerza con la que llegaba la lluvia y corría el aire: Ella no se movía. Seguía ahí con la mirada hacia arriba y los brazos abiertos. Hubo un momento en el que pensé que, por fin, se iría, pero no, lo que hizo fue sentarse en el pasto mojado. Se quitó aquel suéter y se acostó, moviendo los brazos y las piernas como si quisiera hacer un ángel, como aquellos que hacen en la nieve (nunca los he visto, pero he escuchado hablar de ellos, de cómo la gente se acuesta y empieza a mover las piernas y los brazos y al leventarse queda la figura de un ángel, o lo que creen las personas que es uno, porque yo ya los he visto, y no me imagino que moviendo los brazos y piernas puedan hacer algo que se les parezca, pero eso ya es tema para otro día. Yo, hoy, te estoy contando de ella). Vi cómo enterraba las manos en el pasto. Cómo parecía que lo acariciaba como si nunca lo hubiera sentido antes. De repente quise ser ella: Sentir cómo la lluvia tocaba cada parte de mí y estar ahí, acostada preparada para recibirla. En todos los años que llevo en este parque, nunca he visto a nadie hacer lo que ella hacía. Disfrutar del aire y de la lluvia de aquella manera. Empezó a reír de nuevo, y si la hubiera te48


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nido más cerca te podría jurar que también estaba llorando, pero la lluvia lo disimulaba. Después de un rato, cuando la lluvia se dio por vencida y se dio cuenta de que no iba poder hacer que se fuera, empezó a relajarse y poco a poco bajó su intensidad. Ella seguía sin moverse. Por un momento, pensé que se había desmayado. Estaba ahí, quieta. Me empecé a preocupar por ella. Solté una de mis hojas para que volara hasta su cara, pero no la alcanzó, así que intenté con una segunda y esta tuvo más suerte. Llegó a su cara y sentí un alivio cuando la vi levantar la mano para quitarla. Como si esto la despertara e hiciera darse cuenta de dónde estaba, se sentó y miró lentamente a su alrededor. Solo quedaba una llovizna de aquella tormenta. La vi sonreír y soltar un largo suspiro. Después me miró y yo me quedé quieta porque podía jurar que se había dado cuenta de que yo la estaba viendo. Qué tontería más grande, pensé. Tenía años que nadie me veía, pero como si adivinara mis pensamientos y quisiera que yo me diera cuenta de que ella lo hacía. Se levantó y empezó a caminar hacia mí. Lo entendí: Ella podía verme. Cuando mis ramas la cubrían por completo, me sonrío y pidió permiso para sentarse. Yo moví mis ramas y le dije que sí. Se sentó mientras me preguntaba mi opinión acerca de la lluvia. Yo le contesté que me gustaba mucho y que disfrutaba sentirla en lo más alto de mis ramas. Le conté que si me concentraba lo suficiente podía sentir cómo el agua escurría entre cada una de mis hojas. Ella se encantó con eso último. Me dijo que le gustaría ser capaz de sentir cada una 49


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de las gotas que la acababan de mojar y no nada más a todo el conjunto. Como tenía muchas ganas de conocerla más y hacía mucho tiempo nadie hablaba conmigo, le dije que, si me contaba historias, yo le podría enseñar a sentir una por una las gotas de lluvia. Y así fue como la conocí a ella y a sus historias. Me contó de cómo conoció a aquel chico del que se enamoró perdidamente. Cómo decidió alejarse de él después de encontrarlo con alguien más. Cómo volvió con él para terminar por irse al extranjero intentando olvidarlo, con la promesa de jamás volver. También me explicó por qué terminó por romper aquella promesa y las personas que se encontró a su vuelta. Me contó de aquella pérdida que tanto le dolió, de los detalles que recordaba porque todo lo demás le parecía un sueño y, finalmente, de cómo, hasta la mañana de aquel día, había sentido cómo, por fin, se entendía a ella misma. Me lo contó a mí y ahora yo te lo cuento a ti, porque ella ya no está. Un día, que puso en práctica lo que le enseñé acerca de sentir la lluvia, desapareció, convirtiéndose en agua ella también; hablar de esto es la manera que tengo de recordarla, para ya no extrañarla tanto.

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Norma Lucía Segovia Machado

Jimena Manterola Zermeño Encuentros

ENCUENTROS El lector tiene en sus manos, un libro “de relatos integrados”, modalidad que reúne textos con una cierta unidad, lograda esta por el esfuerzo del autor de usar alguno de los recursos de la narrativa – temporalidad, tema, espacio, personaje, espacio - como elemento unificador. En este caso, lo que integra, lo que les da unidad, es la presencia del mismo personaje en todos ellos: una jovencita en proceso de crecimiento espiritual, basándose en el tema del “encuentro” para la ardua tarea: encuentro con el otro, con la amiga, la naturaleza, consigo misma. Sin embargo, no es un encuentro que lleva a la dependencia, sino a la libertad. Y el desasirse de los apegos, del confort, de la seguridad, hace estragos y plantea luchas interiores, pero con el éxito en dicha empresa, el premio es la estabilidad emocional, la seguridad interior, la libertad absoluta. En un lenguaje sencillo, pero lleno de plasticidad y belleza, el simbolismo del encuentro y/o desencuentro se presenta como algo sencillo y alcanzable. Los textos no hacen alusión al drama interior, solo al caminar hacia ese objetivo y al logro final. Tampoco este se da como en las novelas rosas y acaba con una boda imponente, muchos besos y abrazos, confeti y música y risas. El drama humano de encontrar la propia identidad, la tentación de permanecer al lado de alguien por seguridad y el temor de andar en soledad por la existencia, además del descubrimiento de la naturaleza vislumbrada en una llovizna o en un arco iris, son algunas de las contextualizaciones que tiene la protagonista quien camina por senderos desconocidos con valentía temeraria por momentos y, en otros, haciendo frente a la incertidumbre de lo desconocido. Recomiendo ampliamente los relatos de esta novel autora, el cual augura un futuro promisorio a la creación literaria en México. Lo felicito y aplaudo la originalidad de su producción.

2 Jimena Manterola Zermeño


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