Naranja y Azul, aquel día fatal, decidieron desobedecer a su madre. Todo el mundo sabe que si a un pequeño le dices que no haga algo, es posible que no lo haga; pero cuando esto mismo se lo dices a un adolescente, sabes que eso va a ser lo primero que hará, y si le dices que no vaya a algún lugar, allí será donde lo encontrarás. Naranja y Azul eran hermanos, siempre estaban juntos e iban de la mano de un lado para otro. Sus vecinos bromeaban insinuando que más que hermanos parecían siameses. En su escuela se metían mucho con ellos, ya que les consideraban unos bichos raros. Entre muchas de sus particulares destacaba su aspecto, ya que mientras sus compañeros siempre iban de negro, ellos siempre combinaban el negro con el amarillo. Otra particularidad, en la que se fijaban el resto de compañeros eran sus cuerpos peludos, como ositos de peluche; Además, escondido entre el pelo, al final del cuerpo, les salía una cola, era dura y punzante. Día tras día, intentaban esconderla hasta que sus compañeros las vieron, y las usaron para burlarse de ellos. Tampoco nos podemos olvidar de sus cuerpos descomunales y sus alas gigantes, que ocupaban toda la clase, lo que permitía que el resto de sus compañeros no pudieran acercarse mucho y así no pudieran hacerles daño, porque a pesar de ser tan grandes tenían un corazón dulce. Supongo que os estaréis imaginando que no estamos hablando de adolescentes normales, si no de insectos. Nosotros conoceríamos a estos dos seres como dos abejas, mientras que el resto de sus amigas, vecinas y familia son moscas. El problema es que al igual que en el cuento de patito feo, no sabían que eran especiales, sólo eran raras, simplemente las consideraban moscas raras, feas, monstruosas o mutadas. Siempre las habían tratado mal pero ese día todo cambiaría, sabían que se tenían que quedar en el establo, era lo que siempre les repetía su madre: -Comeos todo lo que os traigo, no os peleéis con el resto de vuestras compañeras, acordaos de limpiaros las patas antes de entrar, y sobre todo ni se os ocurra salir del establo. En el establo vivían rodeados de vacas y caballos y gallinas, para el resto esto significaba vivir en el paraíso; sin embargo, Naranja y Azul no lo veían igual, notaban en el fondo ese lugar no era su hogar, que posarse en la mierda no era su deseo, ni disfrutaban de ese asqueroso entretenimiento. Esta era otra de las razones por las que las miraban mal. Así que el día en el que traspasarían el establo llegó, se cogieron como siempre de sus patitas y echaron a volar hacia el valle más cercano, dónde encontraron a Rosa, una abeja reina preocupada porque días antes había perdido a dos abejitas. Al verlas supo que eran ellas, sus pequeñas adolescentes, pero una vez encontradas no podía perderlas, tenía que enseñarles su verdadera labor y que volvieran a casa junto a ella. Les mostró como clavar su cola en las flores y extraer su esencia para así obtener el más dulce de los manjares, luego las llevó a su colmena y las presentó al resto de su familia. Casi no pudieron conocerlos, no tenían tiempo para dedicares a las recién llegadas, porque como su madre mosca decía: -No tenían tiempo ni para frotarse las patas. Que para los que somos humanos se entendería como descansar. Estas abejas no paraban, subían y bajaban y no paraban, no pudieron conocerlas a todas, eran demasiadas y todas llevaban una vida muy ajetreada. Así que Naranja y Azul se dieron cuenta que por mucho que tuvieran alas de abejas, cuerpo de abejas, patas de abejas y aguijón de abejas, el corazón era cien por cien de mosca. Desde ese momento, decidieron que preferían vivir en el establo. Volvieron a su casa y con las nuevas enseñanzas que su madre biológica les había dado, preparaban miel cada mañana para todos los animales: vacas, caballos, gallinas, y para su madre, sin embargo, el resto de moscas preferían otras sustancias...
Eva Pacheco