La ciudadanía es un ejercicio de
pesadez que debe luchar contra la tendencia a la individualización que, convertida en meta y trofeo
de la nueva emancipación, supone la imposibilidad de la verdadera liberación. El mundo de las
ideas, espacio simbólico de lo que debía ser el ágora de lo público, se ha visto invadido por lo
privado. Ya no es el Estado el que pretende interferir en la vida privada, pues ha hecho de ella el
lugar de lo público, vacío por incomparecencia del que debía ser su vehículo, el ciudadano. Por eso
la política ya no tiene lugar en lo público, es decir, en lo común. Los fenómenos contemporáneos
del resurgimiento de la sociedad civil no son sino el síntoma (como resistencia) de esta tendencia a
la casta en la política occidental. ¿Cabe entonces tener esperanza en un triunfo de la ciudadanía
militante?