JOSÉ REVUELTAS 1914-2014

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JosĂŠ

Revueltas 1914-2014



JosĂŠ

Revueltas 1914-2014


CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

Rafael Tovar y de Teresa Presidente Saúl Juárez Vega Secretario Cultural y Artístico Francisco Cornejo Rodríguez Secretario Ejecutivo Ricardo Cayuela Gally Director General de Publicaciones

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Salvador Jara Guerrero Gobernador de Michoacán Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura María Catalina Patricia Díaz Vega Delegada Administrativa Paula Cristina Silva Torres Secretaria Técnica Raúl Olmos Torres Director de Promoción y Fomento Cultural Bismarck Izquierdo Rodríguez Secretario Particular Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura


Jos茅

Revueltas 1914-2014

Pr贸logo y selecci贸n de textos ANTONIO MENDIOLA


Primera edición, 2014 dr

© Secretaría de Cultura de Michoacán

© Secretaría de Cultura de Michoacán Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia, Michoacán Tels. (443) 322-89-00 www.cultura.michoacan.gob.mx

dr

Antologador: Antonio Mendiola Coordinación editorial: Héctor Borges Palacios Diseño de portada y editorial: Jorge Arriola Padilla ISBN: en trámite

Impreso y hecho en México


Índice

Conceptos iniciales Marco Antonio Aguilar Cortés

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El Dios hueco Antonio Mendiola

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José Revueltas La palabra

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No tengo casa

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Si el aire

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Discurso de un jóven frente al cielo

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En este sitio

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La expiación

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La cosecha

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La espada

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Ella se pasea

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El encuentro

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La última voz

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Los esponsales

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La barca adánica

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Nocturno de la noche

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Conceptos iniciales Marco Antonio Aguilar Cortés

S

in lugar a dudas los hermanos de José Revueltas, y él mismo, estuvieron a la altura de su propio apellido, en la mejor de sus acepciones: la inquietud. Se significaron por su activismo talentoso, entregados a su esfuerzo en sus diferentes labores: Silvestre a la música; Fermín a las artes plásticas; José a la literatura; y, Rosaura a las artes escénicas. Todos nacidos en el Estado de Durango, en el orden que se mencionan en anteriores líneas, y fallecidos en el Distrito Federal los tres primeros, menos la menor y única dama, quien murió en Cuernavaca. A José, el escritor, quien además fue un incansable político de vocación, y no mercantilista, es a quien dedicamos esta obra en el centenario de su nacimiento. La pureza de sus ideales comunistas estuvieron siempre a prueba; experiencia por él superada. Su radicalismo, en no pocas ocasiones, lo condujo a la cárcel y a una soledad

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insubstancial de dolorosa apariencia, ya que siempre gozó, en el fondo, del respeto solidario de infinidad de personas, muchas de las cuales ni siquiera lo conocieron personalmente. Una muestra de su obra aquí la publicamos. La Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Michoacán de Ocampo deja, en esta edición, testimonio del homenaje de los michoacanos para quien, con un estilo muy similar al duro realismo soviético, pero con elementos de un nacionalismo mexicano revalorado, nos heredó pasajes y mensajes tan humanos. "... El Tritón se dirigía a Minatitlán, y ellas por su parte los aguardaban, todo esto de un modo tan específico y determinado, que el encuentro era ya, desde ahora, el acto único, particular y amoroso de dos sentenciados a muerte. Entonces miraban hacia el remolcador. No podían hacer otra cosa; estaban condenadas a mirarlo, como en el infierno. La tortuguita se fue a pasear... La última de seis monedas hacía girar por sexta vez el disco de la sinfonola cuya canción estaba por terminarse. Ninguna de las mujeres hubiera comprendido esa libertad de que la música se dejara de

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oír. Era una de esas cosas imposibles que hay en la vida. Entre las mujeres hubo algo parecido a una lejana y perezosa animación, esa animación de bestias sonámbulas que tienen los animales dentro de una jaula. _¿Y ora a quien le toca ser la pendeja...? -se escuchó que alguna preguntaba." He transcrito un pasaje de su narrativa Dormir en tierra, en donde el paisaje veracruzano se describe con soltura y descarnadamente, dando noticia del hundimiento de El Tritón, en donde sólo se salvó el hijo de la Chunca, de esa a la que le tocó ser la "pendeja", niño oculto que el contramaestre Galindo tuvo que tirar al mar, con todo su actuado odio y coraje, para que se salvara del desastre que estaba padeciendo el remolcador y todos lo que en él se encontraban. Cuando Genaro, el radiotelegrafista de Veracruz, salió al amanecer en compañía de un grupo de infantes de marina, recorriendo las playas de Antón Lizardo, para ver si aparecía alguno de los náufragos, sólo encontraron al niño con el significado chaleco salvavidas. El niño, interrogada con afecto y suavidad por Genaro, le expresó: "¡Me tiró al mar!... No

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quería que yo fuera en el barco. Era un hombre lleno de pelos, que me daba miedo. Quiso que me ahogara en el mar..." Y Genaro estrechó al niño contra su pecho, y pensó, seguro en voz alta: "Un hombre peludo que daba miedo... Era él, era él. Era el contramaestre Galindo, el mejor hombre que he conocido en la tierra." Dos visiones de una misma realidad. Tan propias de un perspectivismo del que nadie se salva. Por algo, Pablo Neruda calificó a José Revueltas diciendo: "... es una síntesis del alma mexicana. Tiene, como su patria, una órbita propia, libre y violenta. Tiene la rebeldía de México." Sin embargo, nosotros, aquí, publicamos poemas de José Revueltas, los que con acierto gratificante los ha seleccionado el escritor Antonio Mendiola: "La palabra. Alguien derribado, pide palabras: Pero ya no hay; La asamblea ha terminado. Ha terminado él en cuanto usó de la palabra

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Pues la palabra no debe usarse porque es la muerte. Todo está prohibido: ante todo el cuerpo, Más aún la mirada. Ya nadie debe ser..." ¡Qué denuncia tan actualizada! Ante ese mensaje todos los mexicanos actuemos para que nadie esté derribado, para que todos tengamos palabras, para que sea eficaz el derecho que tenemos a las asambleas, para que la palabra nunca nos conduzca a la muerte, para que las cosas buenas para el ser humano no estén prohibidas, ni el cuerpo ni la mirada. ¡Es la hora de ser! Morelia, ciudad de la cultura y las artes, otoño del 2014.

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EN CARNE PROPIA

(ANTOLOGÍA POÉTICA)



El Dios hueco

L

a primera obra que leí de José Revueltas, fue El cuadrante de la soledad, dramaturgia fuerte, hostil, para actores con carácter, donde los personajes son el prototipo de personajes urbanos: el amante, el viejo rabo verde, la prostituta, la adolescente seducida, el taxista, las amas de casa que son las madres abnegadas y su cárcel, la cocina; los hijos descarriados, los mendigos pícaros, el maestro fiel a la educación aunque salario raquítico (hoy ganan más, lo que les alcanza para traer una camioneta del año), la alumna con pecados de virgen y el novio, gato de azotea. Esto me obligó a conseguir sus libros de novelas y cuentos. Algunos prestados (como Dormir en tierra y Los motivos de Caín, que me prestó, gentilmente, Fernanda Navarro, en mi paso por la Escuela de Filosofía). Después, adquirí, ya en la esfera laboral, Los muros de agua, Los días terrenales, El apando, Dios en la tierra, Material de los sueños, El luto humano y Los errores.

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Mi asombro y reconocimiento ante el acto de narrar, no desde el cerebro sino desde el corazón hacia abajo del cuerpo humano: mostrar el lado más asqueroso, algunas veces inhumano y hostil, tal como lo es la complejidad y la dinámica de la existencia, trapo que cuelga de la voluntad divina o creada por la mano del hombre: ofrendas para un Dios que nos salve del terror y del sufrimiento, almas en pena en estos círculos del infierno, que no tienen salida porque van al corazón mismo del que sufre y por lo tanto el sufrimiento es un castigo que debemos soportar porque los cánones así lo mandan y hay que obedecer para poder sanar de las heridas y las flagelaciones y otorgar limpieza a los pecados. Hay momentos en que el ser se libera de la esclavitud que la religión impone a la sociedad: cuando el hombre, el pecador se enfrenta a Dios con las herramientas del pensamiento y la palabra. Entonces, el sujeto omnipotente, flaquea, aunque por orgullo se guarde sus lágrimas, se refugie en dos mil años en el lenguaje sagrado, en los escribas de La Biblia (el papa Francisco acaba de declarar que Adán y Eva no existieron, que son personajes

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de ficción), y el libre albedrío es la herramienta que da armazón, vida y movimiento, estructura y sentido al arte de la novela, a la cuentística y relatos literarios. Entonces, Dios, al reconocerse como invento del hombre, puesto que el temor y la esperanza son los padres de los dioses, él mismo para seguir existiendo tiene que hacer magia: volverse un Dios milagroso. En esos días, pasar de la adolescencia al contacto carnal, data este poema que escribí en homenaje a José Revueltas, el escritor del lado morador de la realidad. Un hombre teje sus pensamientos Con los hilos del aire. En sus ojos sueños, Huellas de existencia en su cuerpo. Habla con una voz líquida Que recuerda el sabor del agua de la tierra. A su derecha, una botella de aguardiente. A su izquierda el Pájaro de fuego, de Stravinsky. Entona una vieja canción mexicana. Toma la pluma con sus dedos gastados Y escribe la primera cuartilla del día:

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Un sueño en el cual la niña es asesinada Por un hombre en el cual el hombre cree Que en su sueño una niña sueña que es asesinada Por las agujas del tiempo. Termina su cuento. Toma un trago de aguardiente Y cierra sus ojos a la claridad del día. Por un instante Olvida el color de las cortinas de nopal. Por un instante, El mundo se suspende. 1914 está cerca; 1976, está lejos. Aquí están sus poemas que son el testimonio de una conciencia desgarrada, como lo dijera Hegel, si no es que estamos en el siglo del desgarramiento de la conciencia. Poemas que nos piden ser habitados, hacerlos nuestros, puesto que forman parte del testamento cultural de un escritor que fue fiel a la palabra sagrada, en oposición al árreton, lo inefable, lo indefinible de la mística. Si leemos bien estos relámpagos poéticos, nos iluminarán, como en las religiones míticas de un aura de santidad: qadosch, que

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corresponde a hagios y sanctus, y más cercano a sacer; estas palabras comprenden también lo bueno. De aquí que Octavio Paz, gran conocedor de las culturas orientales y conocedor de la obra de uno de sus contemporáneos, dijera que José Revueltas es uno de los hombres más puros de México. Antonio Mendiola

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La palabra Alguien, derribado, pide palabras: Pero ya no hay; La asamblea ha terminado. Ha terminado él en cuanto usó de la palabra Pues la palabra no debe usarse porque es la muerte. Todo está prohibido: ante todo el cuerpo, Más aún la mirada. Ya nadie debe ser; Hay una manera de tener silencio Y otra de no tener palabras. Yo te espero donde nadie espera: En donde todo está habitado Y alguien vaga sin cuerpo, Pero a veces con sollozos. No lo detengas. No. Esa es la nada.

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No tengo casa No tengo casa. Está derribada en medio de la noche. Su dolorosa arquitectura se ha caído. Entré y seguiré solo. El viento invade todo lo que no tengo. La sonrisa antigua que se me ha arrebatado, El perfecto silencio Donde mi voz es lo único que se escucha. Ha vuelto de nuevo. No tengo nada. Estoy perdido.

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Si el aire Si el aire no tuviera sangre, Si el agua del océano fuera pura Y no trajera jóvenes despedazados; Si las playas fueran limpias, serenas Y en ellas no la muerte sino el amor golpeara. Enloquecidos pájaros del viento Han llegado hasta aquí para no alejarse nunca. Todo mundo nos está gritando En el filo mismo de la Historia, En la frente escupida de las cosas que existen. Hay que saber irrevocablemente, de nuestra eterna eternidad. Más que la hormiga, más que el siglo y que el arado, Más que las lenguas del tiempo y el caer de los hombres

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Durarán nuestras manos de huesos y agonía. Saben ya los roncos pájaros de nuestras lágrimas despiertas, Lágrimas sonando tercamente sobre los tercos tambores Que anidan en el fondo. Y nuestro par de rotos corazones vivos, Nuestro par de ojos que ven cuando se cierran, Se habrán unido ya Al rumor de los brazos, eternos como piedras, Como piedras duras y amorosas y tristes. Mi corazón es inútil para toda la tristeza. Dejo de sufrir a cualquier hora Cuando todos lloran cuentas vivas de cal, granos amargos. Se pueden hacer versos que sean un grito solo,

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Se pueden cantar canciones con los labios mudos. Hay que llorar por todos nosotros Y yo no he llorado todavía. Hablad, mirtos de hierro y desventura, junto a los niños. Hay niños. Hay hermanos vivos y destruidos con el alma quebrada Y una luz en la frente. Si mi pobre corazón no fuera tan pequeño Y pudiera tener una gran casa abrigada Y una dulce, larga superficie de trigo y de sollozos. Si mis labios fueran agua, manos y peces soñadores Y no tristes vocablos y silencio.

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He llorado todo esto, yo. Pero oíd que no he derramado una sola lágrima todavía. Duraremos duramente más que la larva, más que el espanto, Porque somos eternos y condenados, Somos de tierra y de tierra de la tierra. Nuestros hermanos quebrados, Más puros que Jesús, Más olvidados, Quedan gritando con los pájaros del viento. Porque el aire tiene sangre Y el agua del océano es impura Y en las playas sólo la muerte golpea, Podemos hacer versos todos juntos Hasta que la tierra se parta, Hasta que nuestras lágrimas derriben al mundo,

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Hasta que brote de la nada una paloma. Sordo estoy y puedo todavĂ­a humillarme, Puedo tomar un cuchillo y enseĂąar mis abismos, Mis glorias, mi desamparo. Podemos. Para llover del cielo Virtuosamente limpios, desnudos y dispuestos.

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Discurso de un jóven frente al cielo Nos está ya azotando en los muros, Pateando en el filo de los dientes Hasta hacer las manos trémulas Y los ojos vacíos Y perdernos en la más concreta de las nadas. Nos está mordiendo la noche hasta sus raíces, Hasta derrotar las esferas, Descolgar caracoles de los anuncios Y las manzanas de marzo. Nos ha desnudado la carne opaca de los gritos Con turbia alegría de llanto degollado, Poniéndonos de pie la espesa cárcel Y la despedazada tortura. ¿No seremos ya sino la angustia, La hondura sin relieve

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Y la sombra? No, con todas mis fuerzas, Con todos mis siglos, ¡no! Aquí están sin moverse la gracia del aire Y las palomas que se nos nievan en el hueco de las manos. Hay que oír nuestro cuerpo asombroso Componiendo paisajes. Oír la infinita dimensión del poro Y este correr ardiente de la sangre, Los oídos pegados a las venas.

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En este sitio Que cierren los ojos, que tapen con siglos las edades Y nieguen la tierra y la aborrezcan y la escupan Si no quieren saber nada de la luz y la santa agonía. Yo estoy aquí como la hormiga, como el arado, Porque no soy nadie y estoy de boca al suelo, Besando todo lo que pasa. Si me invitan a morir lejos digo que no, Que mi sitio es el de la muerte aquí donde todos los planetas lloran Y los niños están con las plantas esperando que amanezca. Sé que debe amanecer y no en el cielo Sino entre las piedras y las manos de las gentes,

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Que debe amanecer antes de Cristo, después de Cristo, En esta era y en este verbo que nos sale destrozado Y dando gritos. Que se tapen, que se queden cerrados, que nadie les dé auxilio, Que la voz les estalle antes de la palabra, Que no puedan llorar nunca, Que no lloren jamás y la vida les sea alegre, horrorosa, Atrozmente alegre sin una sola lágrima, Si no levantan las manos y no se piden perdón Y no tienen la soberana, hermosa virtud de la agonía. Yo estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando. Yo estoy aquí.

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Nadie me quiere aquí, yo lo sé. Nadie quiere que me vaya de aquí, lo sé también. No quiero que nadie venga y nadie se retire. Estoy aquí.

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La expiación Yo estoy aquí sentado, yo estoy aquí caminando, Con las manos extendidas y en mis manos los ojos Para que yo no pueda ver Y todos puedan verlos, sin embargo, llorando. Estoy aquí como la hormiga y el arado buscando la agonía, Buscando las piedras hondas, Las más remotas piedras del hombre; Como un trozo de semilla impura, Como una noche sin perdón Que baja hasta los pies negando los pecados. Soy un pecado solo sin brazos que derribar y sin sollozos, Perseguido por la certidumbre. Estoy aquí esperando que me busquen, Que desaten a la amarillenta y perturbada humanidad

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De lebreles y bestias criminales Para encontrarme tapando mis lágrimas Con un poco de tierra, como se hace con los muertos. Yo tapo mis lágrimas, las llevo en lenta procesión, Las encierro en todos los lugares Y sobre ellas coloco lápidas eternas, Improrrogables y vencidas. Estoy aquí detenido, en medio, sin objeto. Puede caer el mundo sobre mi cabeza Y con el mundo los hombres y los animales. Mas yo busco las piedras, las más profundas piedras, Busco las iglesias y las piedras de las iglesias, Las piedras de los apóstoles y de los profetas, Las piedras de las piedras.

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Porque solo las piedras lloran y tienen ojos Y estĂĄn tiradas en mitad del camino como yo, Que soy una piedra sin lĂ­mites, Cansado y sin ocĂŠano.

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La cosecha ¿Qué oscura fuerza, madre, o qué te determina? Algo hay, sin duda, cuando ya no oigo tu celeste gravedad. No, y era un río tu cuerpo. No, y la manzana de tus ojos. Pregunto tocando los contornos, La piel espesa de la noche, Y si respondes no es tu voz, sino otra dura. Nunca te he tenido mía, individual, Saliéndome tú del cuerpo, sino cóncava como una iglesia, Profunda como una nave, madre como el mar. Lloras y tus lágrimas caen como torres derribadas Una a una en Guernica, en Teruel, En el bajío de mi patria donde diariamente Un campesino cae o un maestro queda ciego. Como tu llanto por la nieve de Smolensk,

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Como en cada joven sin labios caído sobre el hemisferio. No recuerdo si rezabas y no sé, creo que no. San Andrés de la Sierra era tu poesía Y desde ahí soñabas como hijos, un músico, un pintor. No recuerdo si junto a mí, en la penumbra de una habitación Rezabas algo; y no, no quiero recordarlo. Una vez caíste de rodillas. Me llevaban preso. Levanta tu enorme rostro gigantesco Donde ha penetrado el mármol y crecen las flores. Abre los huesos de tus ojos Donde cada ocho días penetra el agua del jardinero. Estamos aquí compareciendo ante la luz. Ya tus lágrimas triunfan.

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La espada Nos dio la muerte una espada profunda. No hay desde entonces nada más querido Que el corazón de fuego de esa espada. Nos entregó la hoja purísima Dándonos el más intenso refugio. En nuestro cuerpo puso luego La vestidura cálida Como una coraza desconocida Y repitió otra vez el nombre de la espada Y el nombre de su sentido Y la terrible santidad de su nombre. Nos dijo todas las palabras. Las que se pronunciaron hace mil años.

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Y señaló: ahí está el combate Entre aquellas cosas vivas y muertas. La muerte nos dio todo. Todo nos lo ha dado ella.

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Ella se pasea Ella se pasea por mis habitaciones, Cóncava dentro de mí, Y su voz me suena como desde una gran catedral abandonada. Qué capacidad de silencio para no decir su nombre. Para callar tanto. Su voz de enredadera crecida y turbulenta, su alma invasora, Me inundan en los más tristes momentos Con su dulce frenesí de hielo. Cómo mis labios no la dejan escapar. Cómo está prisionera y bárbara en mi cárcel. Mis sueños la persiguen con látigos furiosos, Con besos en que se establece una cadena de sentidos,

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Con flores, con muros. Qué dolor de no dejarla libre. Cómo la tomaría en las manos. Y en tanto qué fantasma ciego dentro del corazón con sus golpes, Qué fantasma enloquecido, Qué sufrimiento de no nombrarla y decirle: aquí te espero. Nadie me lo ha dicho, Pero he de estar muy lejos de la tierra, Sumergido en un estanque tan hondo Que mi voz ya no se oye.

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El encuentro Una larga, tremenda isla de sombra no me dejaba llegar a ti. No, aun cuando tu nombre ya lo ten铆a en mis labios. Pero una isla. Pero un terrible recuerdo y un amor que no pudo atreverse nunca. Y hasta hoy te reconozco, escondida en ti, descubierta en m铆. Algo impronunciable no me dej贸 llegar. Y te veo hoy. Algo como una isla sin palabras Donde nunca pude decir te quiero. Eres, sin embargo. Una quieta verdad g贸tica, impasible, Extraordinariamente pura.

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No olvides: una isla que no me dejó náufrago Y no quiso entender las únicas palabras que no le dije. Un mar que no quería dejarme, Un enemigo mar lleno de amor. Y hoy te veo. Hoy como un ancla. Como un cuerpo profundo, naces Tu hermosa, tu dulce fragilidad, como un pequeño vaso Al que podrían romper mis besos; tu cuerpo vertebrado Donde casi no tienen lugar ni habitación mis labios Los vivos, vivísimos planetas de tus ojos. Tu sencillísima entrega. En silencio, sin voz, en mí estabas con tus brazos inmensos. Hoy los toco y son como un imposible horizonte En que todo se ha perdido y no he de volverte a ver.

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Te he perdido tanto desde entonces. Y hoy, de pie y lleno de sollozos ante tu cristal, Qué gran miedo que no aparezcas, qué profundo miedo De que mi palabra vague y se pierda sin ti. He de decirte tantas calladas cosas. No importa. Tantas que no caben ni en el tuyo ni en mi corazón. El espantoso miedo de que llame y llame y llame Y tú dulcemente te me mueras, callada. Infinita, dulce y callada.

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La última voz El hombre se establece. El hombre establece su camino En mitad de su propia resurrección Y empieza, entonces, a crecer. A dejar que sus manos, en torno de él, Crezcan un poco y se olviden. No sé, no sabemos qué hacer, En ese mundo, lento y puro Que hemos perdido totalmente. Sin embargo, tengo el cielo. Tengo muchas cosas dentro de mi corazón. Y vuelvo otra vez a verte inmaterial, Terrestre como las mejores cosas, Diosa mía, hecha de frutos, De savia, de luces. Y me quedo ante ti, Nuevamente viejo y perdido,

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Sin voz, sin mi silencio Una vez atravesado Por los siete pecados capitales. He visto, compañeros míos, sus ojos. Eran los mejores ojos del mundo y los he visto. No había lágrimas en ellos, pero los he visto. Su silencio me llenó de paz y de pureza. Desde entonces soy un mejor hombre. Y desde entonces, espero.

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Los esponsales Recuerdo sólo lo que nunca fuiste, Mi piel sin asilo como nocturna medusa, Como puerta incomprendida. Y he de ser injusto y aún ha de llover fuego y lágrimas. Recuerdo sólo mi rencorosa superficie Que no alcanzabas a decir, Mis bárbaros sollozos de ese mundo desgarrado Donde tú no querías entrar, Obstinada con tus horribles tijeras para abrir Cartas que no oías, Sobre tu corcel con ojos de oro maldito, Mala hasta aniquilarme de la más dulce, La más suave bondad. Donde no querías entrar Mientras yo te deseaba pura hasta

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la desesperación, Hasta que te brotara sangre de piedad por mi impureza, Y mis cabellos ardían y te deseaba como un negro relámpago de amor Verdaderamente horrible, Más allá de nosotros dos Y te decía aquí es en este otro sitio donde no sabemos. Mas era a mí a quien amabas sin tocarme. En cambio yo iba con mi traje de sarcófago Y tú no venías a establecerte conmigo ahí, oh desposada, Unidos en el féretro inmenso Cuando te dije ahí estaré en punto de la muerte, Tendido a lo largo de la bella mañana tenebrosa, Sucio de vida.

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Recuerdo sólo esas cosas, esos datos sin cifra. En el deshabitado lecho quedas de pie, Con tus alas, Con tu espada, Velando mi antiguo sueño, oh viuda. ¡Oh! Inolvidable.

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La barca adánica Para León Felipe 1. Antes de morir La barca está dispuesta, amortajado. El remero sin rostro aguarda con su triste sonrisa. No es el mismo de siempre: A quien aguarda su remero Innominado y propio. Cada quien debe darle el nombre que no sabe Y sólo hasta entonces él acudirá Con sus remos Altos como iglesias solemnes. Sólo hasta entonces. La barca que nació de tu costado La primera noche adánica Está dispuesta para los esponsales. Es tu barca.

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Retira ya los dados: Es la hora de compartir la túnica Con el centurión. 2. No mueres por no saber Ahora no sé lo que ocurre. No es sólo el nombre del remero. Tal vez falte la contraseña, El verbo secreto, el signo, Eso que jamás se supo Durante la vana conspiración de la vida, Donde todos nos conocíamos con otros nombres, Donde todos fuimos distintos Y el padre no conoció al hijo Ni el esposo a la esposa Ni el amigo al amigo. No sé si podrás embarcarte. No sé si podrás encontrar en las tinieblas

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A tu negro timonel, aunque estés muerto. Dices que fuiste un ataúd, Pero eso ya no cuenta. Quizá haga falta todavía Esa más honda palabra bautismal En que la nave y tú se reconozcan como hermanos Después de tanto, tanto vivir. No es sólo el nombre del remero. Ven a pronunciar lo impronunciable. La voz secreta, La hermética consigna del navegante, Lo que te reduzca a sombra, Lo que te restituya, amortajado. Las hondas tenebrosas mecen ya la barca. Qué palabra dirás. Qué palabra.

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3. El nombre de la muerte Reconoces el aliento del timonel Y el gemido de su esfuerzo. Lo has visto en sueños conducir la barca. El golpe de las olas es como cien besos fríos En el costado nocturno de nuestro corcel. Dime lo que miras de pie sobre la proa. Dime si no es otro comienzo fatigoso Y otro anudar y desatar. Sería bien triste. Tenemos que devolver todas las palabras dichas Hasta quedar vacíos. Por eso no respondes. Lo comprendo. Pero ven a este sitio. Escucha el sordo ladrido del océano cóncavo Que llora como perro sin garganta. Toca su piel de espinas hasta herirte

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Y deja que muerda con sus dientes de sal oscura y ladre. Ladre de pena Hasta que anochezca mรกs.

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Nocturno de la noche Para Efraín Huerta Cuando la noche; Cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios Y las sillas saben de las torpes pisadas; Cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida Y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos, Quemados para siempre; Cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio Son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo De abrazarse por sorpresa A la Amparito o a la Chole En un mentido vuelo aéreo del Luna Park;

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Cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo A los inspectores O a las escalofriantes agujas de los que le ponen Roberto o Gustavo; Cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina Bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar Con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel; Cuando en las abandonadas conserjerías de latón sólo se sabe ya Del chillido de la niña loca del conserje; Cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas De los colonos que ya no se escribía Sino se cablegrafíe, Que ya no se sueñe sino se asesine, Que ya no se llore

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Sino se pisoteen los vientres embarazados; Cuando la noche; Cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena Que cada vez parece más una enfermedad de los dientes, Entonces oigo torrentes furiosos de semen Que corre por las calles Como entre caños de sombra y de injurias: Semen impuro y vicioso de horrendos señoritos, Destilado en las esquinas oscuras, En los pasillos de los cines y los mingitorios; Semen con la decrepitud agonizante Del ojo que mira por la cerradura En el cuarto del hotel Donde la joven pareja se ha sepultado para siempre.

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Semen cien veces maldito de las sombras de los jardines. Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle. Se sucede sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado, Con una falsa alegría de labios relamidos Y de placer gratuito, Sin pensar en la sangre derramada, Sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio, Sin pensar en la música y el aire, Sin pensar en la vida. Es preciso, es preciso, es preciso, que se caigan los muros, Que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado, Que quede nada más un grito clamando,

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herido eternamente, Y una sobrehumana colĂŠrica voluntad Como ramas de un ĂĄrbol furioso Para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento. Cuando la noche. Cuando la angustia. Cuando las lĂĄgrimas.

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Se terminó de imprimir en noviembre de 2014 en los talleres gráficos de Impresora Gospa ubicados en Jesús Romero Flores no.1063, colonia Oviedo Mota, C.P.58060 en Morelia, Michoacán, México La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del Departamento de Literatura y fomento a la Lectura.



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