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Visión extrasensorial Microcuento

Redactado por: Luis Fernando López Barreto

Ese día se levantó con una especie de revelación, según él. Hacía un tiempo considerable tenía la sospecha que existían seres que no se podían ver, al menos de manera normal. Pero se preguntaba constantemente ¿qué es lo normal? Muchos filósofos, de hecho, habían abordado este tema de la normalidad y estaba casi que claro que lo normal es lo anormal. Entonces no había normalidad.

En los pueblos siempre se han escuchado leyendas que han pasado de generación en generación y Ponedera, Atlántico, no era la excepción. Desde objetos con aparente poder de sanación hasta el niño que salía a media noche pidiendo a los señores que pasaban montados en burros que lo llevaran a casa y, en medio del camino, iba creciendo y creciendo hasta que el esclavo animal no podía con él.

El Niño sorprendía con la frase:

“ papa, mírame el dientecito ” . Los desprevenidos señores, al mirar, acarreaban el susto de su vida porque ya no era un niño lo que llevaban sino un extraño monstruo. En esos momentos cobraba pragmatismo la expresión popular “ patica, ¿para qué te tengo?” En fin, él quería ver a esos seres, pero no tenía la habilidad. Algunos conocidos afirmaban que podían ver espíritus, sombras que deambulaban a mediodía, ángeles que bajaban del cielo montados en hermosos caballos, pero él no.

No podía. Al parecer, Dios no le había otorgado ese don. Pero él quería. A pesar que nunca había pisado una escuela para estudiar, solía escuchar algunas enseñanzas por radio sobre filosofía. Esa asignatura era bastante extraña, lo hacía dudar de cosas que él creía eran de una manera. Apagó la radio y se dijo que no se iba a complicar la vida, que las cosas eran como él las veía y punto.

Eso era mejor que ponerse a pensar sobre la vida, la existencia, lo bueno, lo malo, el amor, el placer y la muerte. Igual, eso no le iba a generar dinero. Sin embargo, cada vez eran más recurrentes los pensamientos sobre fantasmas, sobre apariciones.

En la tarde inmediatamente anterior, su perro estaba ladrando aparentemente sin sentido, dirigido al árbol de totumo que estaba en medio del patio de su casa. Sin duda ahí había algo.

No se trataba de algún animal porque se encargó de revisar muy bien el árbol. Aparentemente no era nada, pero sabía que los perros podían ver lo que los humanos no. Ahí sí no había dones porque todos los perros podían hacerlo, a diferencia de los humanos, que debía ser otorgada esta habilidad por Dios. Así que ese día se levantó con una idea que iba a cambiar todo, que le iba a permitir ver a los seres extrasensoriales.

Llamó a su perro y justo tenía lo que él quería, es decir, secreciones en sus ojos. Era algo de lógica elemental y le quitó cuidadosamente esta secreción y se la untó en los suyos. Alea iacta est, el experimento estaba en marcha y solo faltaba esperar que un espíritu se dignara aparecer. Sintió una especie de comezón, pero pensó era apenas normal. Esta iba creciendo cada vez más, irritándole los ojos. El desespero crecía. Se lavó los ojos con agua, pero no mejoró. Sin embargo, la molestia era pequeña comparada con lo que empezaba a aparecer, una especie de sombra. Se sorprendió porque al fin lograba ver lo que antaño quería. Estaba dichoso, una realidad desconocida y velada al fin empezaba a mostrarse ante él.

Se quedó inmóvil y la sombra crecía. No se trasladaba como le habían dicho, sino que crecía hasta el punto que ocupó todo su campo de visión. Todo se volvió una sombra y nunca más volvió a ver realidad alguna con sus ojos.

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