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El Diario
Domingo
DYBER BOCCO
09 06 2013
Cultura
Evangelio radial de los tiempos aquellos Desde hace 20 años dirige por LV 28 “Proyectando lo nuestro”, un programa consagrado a la difusión de la música ciudadana. Con un promedio de 14 temas por noche y una audiencia incondicional, Dyber mantiene uno de los pocos bastiones tangueros del interior de la provincia.
H
dirá) de quién es la vida y de quién el querer. Porque a pesar de su naturaleza invisible, al hombre se lo puede oír como al eco de sus pasos. Y es que su voz está en todas partes. En cada aparador de casa vieja con una “Spica”. En cada cómoda brillada por la amplitud modulada de un vals. En cada mesita de teléfono apagado que sintonizan las muchachas de antaño. Está en el punto cruz de las viejas tejedoras. En los talleres mecánicos que a esa hora cierran los portones. En el molde amarillento de modistas solteras que sólo saben coser trajes de novia. En los bares de naipes sucios que se pasan como una comunión de 40 hostias con un sello misterioso. En los almanaques del pasado colgando bajo una luz de almacén. Y sobre todas las cosas, la voz del hombre está en la mesita de luz de un muchacho viejo que se acurruca, lúcido y solo, como un pájaro sin luz.
La voz del hombre que ha venido de otros tiempos es pausada y clara, casi se diría la voz de un predicador pacífico. Y
“
En la década del 60, vos te ibas a Buenos Aires y te tomabas un café en cualquier esquina escuchando una orquesta de primera, de segunda o de tercera línea.
otras sombras que, al igual que él, ya son una pronunciación inmaterial escapándose del olvido. Y el hombre las presenta como si un fantasma modesto diera a conocer una eterna constelación de espectros sagrados que aún cantan. “Amigos y amigas, con ustedes, Roberto Goyeneche. O Carlos Pérez de la Riestra alias “Charlo”. O Roberto Rufino. O Floreal Ruiz. O Rubén Juárez. O Edmundo Rivero. O Julio Sosa. O Carlos Gardel con la frente y las veredas que no marchitan. La voz del hombre que ha venido de otros tiempos no tiene cuerpo, pero en cambio tiene omnipresencia. Y está en el aire de cada noche en la ciudad, cuando los ruidos del mundo se callan y empiezan a sonar las orquestas en el Café Los Angelitos del reino de los cielos. Y las damas de antaño, que acaso hoy peinaron su último cabello que no era blanco, vuelven a tener el pelo joven con rodete
“
ay un poeta en la noche, pero nadie lo puede ver. Se trata de un hombre venido de arrabales de otros tiempos a las costas del presente. Como un buque varado en la niebla de un riachuelo ctalamochitense. De nueve a diez, el hombre no tiene rostro. Pero si lo tuviera, sería dulce y triste como la flor de una pena, como un viejo esmoquin, como una tarde gris, como una guitarra guardada en el ropero, como un pensamiento que se baila. Pero por sobre todas las cosas el rostro del hombre sería bueno, como el pan que la vieja siempre dio o como esas manos que regresaban presentes para calmar la fiebre desteñida de amor. Hay un poeta en la noche, pero se ha camuflado entre las sombras. Ha venido del empedrado del pasado a las avenidas del presente, caminando desde lejos por esa vieja calle donde el eco dijo (y siempre
cada noche da su misa y comenta fechas decisivas para la música de los arrabales; el fallecimiento o el natalicio de
azabache y nuca de diosa de los años 50. Y así, vestidas de percal, vuelven a las viejas pistas con la típica de Dante Alessio o Conrado Sánchez Rodríguez. Y entonces, el muchacho viejo que se quedó clavado en la mesita de luz, de pronto la recuerda. Fue aquella noche, en el galpón de un club de barrio… No la pudo tener, pero bailaron apretados esa pieza inolvidable. Ella temblaba de cariño, con ojos de mujer que aún no saben mentir amor, entregada e imposible porque ya estaba prometida, linda y fatal. Y cuando por la radio vuelven a pasar aquel tango, una lágrima (acaso la última que llore el muchacho viejo en su vida) rueda por su mejilla arrugada por una eterna pregunta: ¿por qué no pude ser feliz en este mundo? Pero durante esos dos minutos de pianos y violines nada más importa, porque entonces la vuelve a sacar a bailar. Y ella, que quizás nunca