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EUTANASIA LE JOURNAL SPIRITE N° 79 ENERO 2010

Si el sentido moderno de la palabra eutanasia significa provocar o apresurar la muerte de un individuo para abreviar sus sufrimientos, se distingue la eutanasia activa que permite provocar la muerte por la acción de un tercero. Esto es reprimido penalmente pues se considera como un asesinato. En cuanto a la eutanasia pasiva, ésta consiste en la detención de los tratamientos, para abreviar la vida. Autorizada bajo condiciones desde la ley de 2005, permite al médico limitar o detener los tratamientos a una persona “fuera del estado de expresar su voluntad”. ¿Puede uno decidir el instante de su muerte cuando el dolor se vuelve insoportable y fuerza la idea de morir? ¿Puede decidirse abreviar los sufrimientos del prójimo cuando éste lo desea? ¿Es necesario autorizar la eutanasia? Si bien el 86,3% de los franceses son favorables cuando se retoma el debate, la respuesta dada en El Libro de los Espíritus en 1857 fue un NO categórico a toda


forma de eutanasia. En esa época no existía el furor terapéutico. Hoy en día la evolución de las técnicas médicas prolonga la vida, y con ella los sufrimientos. Es por eso que respondiendo a esa misma pregunta, hace unos años los espíritus matizaron sus palabras. Insisten siempre en el hecho de que “nadie tiene derecho de vida o muerte sobre su prójimo, ni por medio de la pena capital, ni del aborto, ni de la eutanasia”. Pero precisan también, respecto a este último término que, cuando en el ámbito médico se sabe que la vida terminará pronto, el esfuerzo terapéutico debe detenerse, el sufrimiento debe cesar para evitar al espíritu ser prisionero de carnes torturadas. Entonces sí, es más que necesario acallar los dolores, sí es esencial rodear al que va a morir, darle serenidad antes de la partida para el más allá, pero no puede ser tolerada ninguna obcecación. Por otra parte, ¿en nombre de qué legitimidad? Acompañar a los moribundos con pensamientos sinceros y amorosos facilita el tránsito y disminuye la turbación debida a los intensos sufrimientos vividos. En el artículo 38 (artículo R.4127-38 del Código de salud pública, comentarios revisados en 2003) se lee: “El médico debe acompañar al moribundo hasta sus últimos momentos, asegurar por medio de cuidados y medidas apropiados la calidad de una vida que se acaba, salvaguardar la dignidad del enfermo y consolar a su entorno”. Fue en 1999, cuando se votó por unanimidad en el Parlamento de Francia la ley sobre el acceso a los cuidados paliativos. Ésta afirma el derecho de toda persona enferma cuyo estado lo requiera, a acceder a cuidados paliativos cuyo objetivo sea aliviar, y a beneficiarse de un acompañamiento tanto en el hospital como en su domicilio. Esta ley responde a la dramática comprobación de que miles de personas mueren cada día en medio de sufrimientos no calmados, en soledad y angustia; estos miles de personas simplemente esperan y desean morir digna y humanamente. Las razones de ese drama son múltiples: la falta de formación de los médicos y del personal que atiende en tratamiento del dolor, la falta de comunicación con los enfermos, la falta de estructuras de cuidados paliativos en los hospitales, la falta de psicólogos, la falta de apoyo a las familias, la falta de escucha. El desarrollo de los cuidados paliativos a la altura de las necesidades reales sin duda alguna permitirá disminuir la demanda de provocar la muerte o el suicidio. Algunos, llevando el peso de sus sufrimientos y estando lúcidos, prefieren darse muerte. Entonces, abreviar sus dolores no puede ser condenable. La turbación


que sigue a una desencarnación después de pesados sufrimientos, puede ser importante y larga, como la que sigue a una muerte violenta. He aquí el testimonio de un espíritu, que se dio muerte para poner fin a sus sufrimientos, y que nos transmitió este mensaje: “Yo actué bien. A veces darse la muerte no es una falta, todo lo contrario, pues no es preciso que la vida se deteriore hasta convertirse en un infierno. He sufrido demasiado en un cuerpo que sólo podía morir y deteriorarse. Vengo a defender el suicidio del sufrimiento y no el de la vida. No he abandonado mi vida, le he dado otro sentido”. El reconocimiento por parte del mundo médico de los tres componentes del ser humano, a saber, espíritu, cuerpo y periespiritu, llegará, para beneficio de nuestra salud. Como dice el espíritu José Arigó: “No es concebible para un espíritu reencarnado en el planeta Tierra, poder pretender la reflexión, en un cuerpo enfermo, cansado, alterado. Es preciso combatir el sufrimiento en todas sus formas, es preciso tener la voluntad de considerar la naturaleza espiritual del hombre. El materialismo médico implica una terapia igualmente natural en detrimento de vuestra envoltura carnal… El cuidado médico es una función amorosa e inteligente en favor del cuerpo y del espíritu”. El acompañamiento de los moribundos en estas circunstancias de conciencia y de respeto del espíritu es un asunto primordial para todos los espíritas. Los que han podido beneficiarse de este final de vida, rodeados de espíritas, han podido dar testimonio de su tránsito sin angustia. Louisa, después de largos años de trayectoria espírita ha venido para dar testimonio de su muerte. Su cuerpo sufría pero ella esperaba con serenidad su felicidad futura: “Si he sufrido, fue más en la espera que en el tránsito que fue sólo felicidad y liberación. Yo esperaba esa liberación, con la serenidad de un espírita que ha conocido el espíritu y no lo ha abandonado nunca, por haberlo recibido, comprendido y escuchado. Es lo que os deseo a todos pues ese sentimiento sólo puede traducirse en fuerza y en confianza. Era mi cuerpo el que sufría esas últimas semanas, y mi espíritu sufría por estar siempre prisionero. Luego llegó el momento y en mi sueño la libertad fue mía. Fue entonces cuando vi a mi hijo, mi niño por el que tanto había llorado, mi guía convertido en amor. Lo seguí por un túnel de luz, yo volaba, repentinamente ligera abandonando el recuerdo de este cuerpo y sus dolores”.


Tenemos la certeza de la vida despuĂŠs de la muerte y hay que dispensar nuestro pensamiento amoroso para acompaĂąar a los espĂ­ritus, no a la muerte, sino a la vida.


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