6 minute read
Temporalidad y política
La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo Eran los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Se pensaba en el Perú en políticas de identidad entre la ley y la voluntad popular. La democracia era un asunto de masas porque había crecido la población, y los derechos sociales eran las mayores demandas. Al mismo tiempo, el sistema parlamentario encontraba límites en su papel crucial de ejercer la “discusión pública”. Vino con el tiempo la costumbre de hablar de “amigos y enemigos”, de “nosotros y ellos”, lo que provocó, hasta el día de hoy, una polarización. Pero en los diarios de esa época, se nota algo muy importante: la democracia era un caballo de batalla de Haya de la Torre.
Para Ricardo Ramos Tremolada, escritor aprista, en ese momento el país no conectaba con Haya porque los políticos no lo entendían (“país incomprendido”). Reprocha a Haya una “terca búsqueda de mayores niveles de participación de la sociedad en el manejo del Estado”, lo que en Haya se llamaba “democracia funcional”. El lenguaje de los políticos no era entendido por las masas, y más sencillamente, la política tampoco. Desconectados de la gente popular, los partidos fueron débiles siempre, aunque Haya tuviera carisma y el Apra una sólida organización.
Advertisement
Lo dije algunos años atrás. No podemos evitar el tema del tiempo. El tiempo pasa, al menos esa es nuestra pobre sensación de mortales. Nada puede eludirlo, ni las más altas civilizaciones, ni los mayores imperios. Es imposible escapar a la temporalidad que es un concepto que ocupa a la filosofía y a la física contemporánea: “la flecha del tiempo” que signa la vida del planeta, del sol, de las galaxias, del hombre mismo, del universo entero.
El tiempo como vivencia no es accesible a todos y sin dificultad alguna. Ahora bien, paradójicamente, la primera dificultad está en el lenguaje corriente. ¿Cómo no vamos a saber que no es lo mismo el tiempo del niño, del adolescente y del anciano? ¿Quién no sabe que alguien le está haciendo perder el tiempo, por ejemplo? Cualquier empresario sabe que la gestión del tiempo es decisiva. Y cuándo se nos hace tarde. Nuestra gramática en castellano, como en francés, inglés y otras lenguas indoeuropeas, contiene la idea de un pasado, presente y futuro. Sin embargo, los lingüistas y filósofos dicen que el concepto de tiempo es huidizo y casi infernal. Sufre, como concepto, de una polisemia fulgurante. Es a la vez “la sucesión y la simultaneidad, la duración y el cambio, la época
Tribuna Libre
Escribe: RAÚL MENDOZA CÁNEPA
El Perú y una CIDH a ciegas
M S Que Un Informe Es Una Injerencia Internacional
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) gastó en visitas inútiles y mucha tinta en un informe descontextualizado. Es impactante porque este órgano nace dentro del sistema de integración americano y define cómo los países nos ven, porque nadie tiene por qué saber que, detrás de todo, en el contexto real, el expresidente Pedro Castillo y Aníbal Torres usaron los consejos de ministros descentralizados para llevar sus mensajes de odio y polarización al Perú. La CIDH no lo dice y no dice del crecimiento y las mejoras de décadas, se reduce a repetir las viejas teorías del subdesarrollo y de la dependencia de la CEPAL de los años setenta. Así, sutilmente llega a justificar un cambio constitucional.
Más que un informe es una injerencia internacional que, además de trazar un tendencioso diagnóstico social dice lo que el Congreso debe hacer y no hacer, ubicando al Perú como un país en retroceso en materia de derechos humanos e institucionalidad. Nada dice de las policías y comisarías quemados, ni de tomas de carreteras y aeropuertos (actos calificadoa como terrorismo), ni de muertos como correlato de una violencia que vino del sur ni de bienes públicos y privados destruidos por un grupo errante y financiado que partió del sur andino. Nada de la intromisión de Evo Morales y de que se vive y el porvenir, la espera y la velocidad en la que discurre”, dice la Enciclopedia. sus intereses geoestratégicos ni de la participación del Movadef; porque el contexto o es completo o es falso, porque no hay verdad a medias.
La segunda son las metáforas. Le atribuimos una serie de analogías. La más conocida, la más sencilla, el tiempo se asimila a un río. Algo que fluye, en constante movimiento. Desde Heráclito hasta nuestros días. Como si el tiempo mismo creara los instantes que lo componen. Un pensador, en el siglo XIX, cortó por lo sano la temática del tiempo, Victor Duruy, 1867, quien afirma que el pasado le pertenece a la historia, el presente a la política y el porvenir a Dios. Pero los positivistas europeos de fines del XIX no podían imaginar las guerras del siglo XX ni que una contienda terminara cuando una bomba sobre Hiroshima de 15 kilotones equivalía a todo lo que los hombres habían empleado en el curso de sus guerras a cañonazos. En nuestros días, de alimentos transgénicos, estrés ecológico y cambios climáticos, no podemos dejar las cosas en manos de la providencia, porque pueden caer en manos del diablo.
La historia intelectual de Occidente es también la historia del tiempo. Está en Platón y en Plotino, el tiempo, “la imagen móvil de la eternidad” (Timeo). En Aristóteles, en su Física. Y en los inicios del cristianismo, religión con una meta, el fin, el Apocalipsis. Nadie se asombra de que el tiempo está en Las Confesiones de San Agustín. Y en el inmenso pensador, no uno sino tres presentes: “el presente del pasado, el presente del futuro, y el presente del presente”. De ahí a Kant, el tiempo, “la forma a priori de la sensibilidad y del ordenamiento del sentido mismo”. Y sumariamente, Bergson, en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889). Y en 1905 en Husserl, “el ahora” que se confunde con el presente vital de la conciencia misma. Y obviamente, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger. El tiempo como preocupación, como basamento mismo de la existencia humana, el Dasein. “El presente existencial es el momento de la decisión”. En el cual el existente se construye a sí mismo. Pienso también en Paul Ricœur, Temps et récit, III, 1983. Dice el filósofo francés que el récit (o relato en castellano), al contarnos algo, cruza el tiempo histórico con la ficción, vale decir, el tiempo objetivo y el tiempo subjetivo de los personajes que lo han vivido como sujetos. Los tiempos simultáneos de los personajes de las novelas de Mario Vargas Llosa.
Física cuántica, filosofía, historia. ¿Qué nos interesa, especialmente, de esa enorme Babel de conocimientos? Un solo punto, para el presente perturbado por el pasado y colonizado por el futuro si lo decimos a la manera de San Agustín. Y esa concepción del mundo y de la vida se llama temporalidad. No son los datos ni la cronología, es la idea de que la historia se mueve en el tiempo para algo. Falso o verdadero, es como si hubiese en el tiempo una segunda naturaleza, dice el historiador francés François Hartog, al tratar el tema de las temporalidades. Vamos a darle razón, preferimos pensarlo por etapas. De ahí nuestra predilección a marcar (y a veces a imaginar) lo que llamamos épocas. Acaso esto, en los tiempos modernos, comienza cuando el Ancien Régime, vale decir, la organización Estado monárquico y sociedad de estamentos que precede a 1789, era un tiempo. Y otro el que viene se desprende a partir de las consecuencias de 1789. Esa temporalidad está posteriormente en Hegel, Marx, hasta nuestros días.
¿Y la violenta toma de Lima? El informe no dice que los grupos que atacaron la capital lo hicieron con armas y, más que derecho a la protesta, el derecho interno se refiere al alcance de la legitimidad de una movilización: reunirse pacíficamente sin armas. Hubo armas, una piedra lanzada lo es, un arma hechiza destruye, mata e incendia, por lo que las manifestaciones encajan como actos de terror y ataque por hordas urbanas.
La CIDH focaliza la violencia como si se hubiera dado de un lado, extrema los términos: posibles “ejecuciones extrajudiciales”. ¿Puede asumirse técnicamente que los familiares son testigos? Desde luego que no, rompería la lógica del derecho y el análisis cabal de lo fáctico ¿Cuál es su base veraz? Se anticipa así a que cuando toque a algún operador calificar y determinar responsabilidades teorice sobre un dolo implícito: ¿Aniquilación deliberada y sistemática de un grupo social por motivos raciales? Que lo de Ayacucho debe ser investigado “con un enfoque étnico-racial”, dicen y no es gratuito. Cuidado con eso. Los que saben de derecho penal internacional pueden hacerse una idea de lo que la CIDH quiere. Claro, para la CIDH el Perú es Alemania nazi, pero Nicaragua y Venezuela son Suiza.
En un clima internacional de colonialismo jurídico y cultural de la izquierda, muchos pensarán de qué nos sirve estar integrados a un sistema que determina lo que somos fabricando una tendencia. El informe de la CIDH demuestra cómo la izquierda ha instrumentalizado políticamente los derechos humanos (histórica conquista liberal) para convertir el derecho de la víctima en una solapada persecución al Estado frente a las organizaciones criminales.
PS. Por cierto, a la CIDH le preocupa mucho el Jurado Nacional de Elecciones y otras instituciones ¿Alguien les avisa que Martín Vizcarra avanza en la inscripción de su partido? ¿No está inhabilitado? En el 2005, el Tribunal Constitucional sentenció en su punto veinte (EXP. N.° 3760-2004-AA/TC): “(…) los efectos de la inhabilitación impiden al funcionario público sancionado ejercer el derecho de sufragio (elegir y ser elegido), el derecho de participación y el derecho a fundar, organizar, pertenecer o representar a una organización o partido político, movimiento o alianza”. ¿Y la CIDH pretende limitar a un Tribunal Constitucional, a un Congreso o un Ministerio Público que es lo que tenemos como contrapeso al totalitarismo rojo? Ya quisiera la OEA que el Perú careciera de reductos de institucionalidad. ¡Hipocresía en su esplendor!